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ESTUDIOS LITERARIOS

COLECCIÓN FUNDADA
POR
AMADO ALONSO

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MARÍA ROSA LIDA DE MALKIEL

EL CUENTO POPULAR
Y OTROS ENSAYOS

EDITORIAL LOSADA, S.A.


BUENOS AIRES

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Queda hecho el depósito
que previene la ley 11.723

EDITORIAL LOSADA, S. A.
Alsina 1131, Buenos Aires, 1976

Dibujo de la tapa de
SILVIO BALDESSARI

IMPRESO EN LA ARGENTINA
PR1NTED IN ARGENTINA

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Se reedita en este volumen El cuento popular hispanoamericano
y la literatura (Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Ins­
tituto de Cultura Latino-Americana, 1941), el primer libro de Ma­
ría Rosa Lida. Agotado a poco de aparecer, sigue siendo hoy valio­
sísimo para la investigación folklórica y literaria. A él se agrega
un manojo de trabajos que, aunque de orientación afín, ofrecen
extraordinaria diversidad temática:
“De cuyo nombre no quiero acordarme” (Revista de Fi­
lología Hispánica, I, 1939, pp. 167-171).
“Para la toponimia argentina: Patagonia” (Hispanic Re­
viere, XX, 1952, pp. 321-323).
“Una anécdota de Facundo Quiroga” (Hispanic Review,
XXXI, 1963, pp. 61-64).
“Función del cuento popular en el Lazarillo de Torines”
(Actas del Primer Congreso Internacional de Hispanistas
[Oxford, 1962], edit. Frank Pierce y Cyril A. Jones, Oxfoid,
1964, pp. 349-359).
Estos estudios, de enfoque muy personal y de riquísima docu­
mentación, llevan el inconfundible sello de la calidad intelectual
con que María Rosa pensaba y labraba todos sus escritos, y dan
testimonio de la rara persistencia con que, tanto en sus artículos
breves como en sus más amplios trabajos, sabía atender al hilo de

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ADVERTENCIA

inspiración popular, a lo tradicional anónimo, y señalarlo con


admirable sutileza y erudición. Si El cuento popular hispano-ame-
ricano morca con brillo precoz los comienzos de su carrera, re­
cuérdese que su “Función del cuento popular en el Lazarillo de
Tormes” fue su contribución al Primer Congreso Internacional de
Hispanistas, de 1962 —precisamente el año de su muerte—.
Como siempre, la autora da en estas páginas mucho más de lo
que promete en los títulos. Mientras explica lúcidamente cómo los
viejos motivos del cuento popular se incorporan a la obra literaria
de los más representativos escritores grecolatinos e hispánicos,
María Rosa se detiene de pronto, ahondando en su examen, para
mostrar cómo el cuento tradicional influye en un Heródoto no sólo
por sus temas y su estilo, sino hasta por su concepción misma de
lo histórico: “descubre un sentido en el mero acontecer que las

que en el Lazarillo de Tormes es evidente utilización de motivos


folklóricos, pasa a la genial transformación de esos motivos en re­
cursos estructuradores del relato. O bien, analizando la frase inicial
del Quijote, la lleva hasta sus más remotos antecedentes antiguos
y orientales sin dejar de contraponerles la inconfundible ironía,
paródica y voluntariosa (“no quiero acordarme”), de Cervantes.
A estos cambios de plano, a estas continuas aproximaciones y con­
trastes, Uega a acostumbrarse el lector porque advierte cómo cada
afirmación está sostenida por la amplísima cultura que campea en
la obra íntegra de María Rosa Lida de Malkiel, y porque comprue­
ba gozosamente cómo sus dotes de escritora dan a todos sus libros
—a su información, a su perspicacia, al impecable rigor de su ra­
zonamiento— el encanto de una límpida síntesis de sabiduría y
belleza.
Nuestro reconocimiento a las instituciones que han autorizado
la reedición de estos trabajos. Vaya nuestra especial gratitud al

* Cf. las muy atinadas páginas del profesor Amold G. Reichenberger,


“Herodotus in Spain: Comments on a Neglected Essay (1949) by María Rosa
Lida de Malkiel”, en Romance PhUotogy, XIX (1965-1966), 235-249.

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ADVERTENCIA

profesor Yakov Malkiel-Berkeley y al profesor Raimundo Lida-


Harvard por sus muy importantes adiciones y correcciones. De las
indicaciones y comentarios sobre este aspecto de la obra de María
Rosa, quisiéramos subrayar particularmente los ofrecidos en dos
penetrantes artículos del mismo profesor Malkiel: Cómo trabajaba
María Rosa Lida de Malkier, en Homenaje al Prof. Rodríguez-
Moñino, I, Madrid, 1966, pp. 371-379 y “Las fuentes de los estu­
dios josefinos de María Rosa Lida de Malkier, en Homenaje a
Arturo Marasso, Cuadernos del Sur, Bahía Blanca, núm. 11.

Berta Elena Vidal de Battini

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EL CUENTO POPULAR
HISPANOAMERICANO Y LA LITERATURA

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Es sabido que hasta el siglo pasado, cuando el estudio del
folklore se constituye en disciplina independiente, la literatura es
la que al azar de su inspiración recoge el cuento
instancias bastarán para ilustrar tal relación: por una parte, la
literatura grecorromana, vaciada en moldes racionalistas y aristo­
cráticos, donde por consiguiente el elemento popular es propor­
cionalmente escaso, aunque fecundo; por otra, la literatura
española, que sobresale entre todas por estar concebida cara al
pueblo; y por último, la tradición popular de nuestra América,
que afirma su unidad de cultura al presentar en sus relatos más
difundidos no pocos elementos y agrupaciones de elementos popu­
lares idénticos a los que ha fijado la literatura europea.

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I

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I
EL CUENTO POPULAR
EN LA LITERATURA GRECORROMANA

Motivos populares en la mitología clásica. — Para empezar, la


mitología clásica, fuente y a la vez obra del arte griego, presenta
un número considerable de motivos y esquemas folklóricos merced
a los cuales muchos mitos, sin superponerse por completo a ningún
cuento moderno, poseen importantes rasgos comunes. Puede
recordarse como típica la historia de Perseo expuesto al mar
apenas acaba de nacer; la exposición no adopta la forma más
corriente de ese motivo (caja de Moisés, de Sargón, el primer rey
semita que reinó en Babilonia, de Karma en el Mahabharata, del
Cuento de las hermanas envidiosas en Las mil y una noches, de
Amadís de Gaula, de don Pelayo, de Hay ben Yacdan en la novela
de Abentofáil), pero se encuentra también en el cuento popular,
en El zar Saltan, por ejemplo, variante del citado cuento de Las
mil y una noches, donde madre e hijo, encerrados en un cofre, son
arrojados al mar. Perseo logra después casarse con la hija del rey
de Etiopía, Andrómeda, dando muerte al dragón que amenazaba
devorarla: motivo típico que repite incesantemente el cuento
popular de todas las épocas y lugares. El triunfo de Perseo se debe
en parte a que el héroe se ha valido de tres prendas sobrenaturales:
la cimera de Hades, que tiene el don de hacer invisible al que la
lleva; las sandalias aladas que dan velocidad, y el morral mágico
que ha adquirido por astucia según una versión (como en varios

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA GRECORROMANA

cuentos de Grimm y sus análogos, pertenecientes al ciclo de las


tres hermanas casadas con príncipes encantados) o por don según
otra (como en el difundido ciclo de los tres objetos preciosos otor­
gados al aventurero. por su amo o por una divinidad, en los
cuentos hispánicos de Juan Soldado y Tío Miseria, v. g.). Para dar
muerte a la Gorgona, cuyo rostro convierte en piedra a cuantos lo
miran, se vale de la imagen reflejada en el bronce de su escudo,
ardid semejante al del héroe que mata al dragón con ayuda de un
espejo (Fernán Caballero, Los caballeros del pez). El castigo del
malvado rey Polidectes y de sus cortesanos, transformados en
piedra ante la vista de la Gorgona, es sin duda un relato etioló-
gico, tendiente a explicar la forma parecida a la humana de algunos
peñascos de la isla de Sérifo, donde se localizaba la leyenda.
Otro mito que ofrece buen número de rasgos presentes en el
cuento moderno es el de Jasón, legítimo heredero de Iolco, a quien
el usurpador Pelias envía en busca del vellocino de oro, custodiado
por un dragón que nunca duerme en el palacio remoto del hijo
del Sol. Jasón se embarca en la nave Argo, cuya quilla tiene el
don de la palabra, y asocia a su empresa los campeones más famo­
sos: Heracles el forzudo, Cástor el púgil, Polideuces el jinete,
Linceo que ve bajo tierra, los hijos de Bóreas que vuelan como
los vientos, Orfeo el cantor mágico, etc.; así también, en uno de
los tipos más divulgados de cuento popular, el protagonista se
rodea de varios compañeros, cada uño de los cuales posee una
habilidad especial: Fuerzas Unidas, Gran Soplón, Oídos Largos,
Vista Larga, Piernas de Hierro (Aurelio de Llano Roza de Ampu-
dia, Cuentos Asturianos, Madrid, 1925, n9 134), o bien: Escuchín
Escuchón, hijo del buen Escuchador, Aguaitín Aguaitón, hijo del
buen Aguaitador, Tomín Tomón, hijo del buen Tomador, Corrín
Coirón, hijo del buen Corredor (Ramón A. Laval, Cuentos popu­
lares en ChUe, Santiago, 1925, n9 16). Las pruebas que realiza
Jasón antes de conquistar el vellocino —doma y siembra sobrena­
turales— aparecen en el ciclo de la Hija del diablo, del que hay
ejemplo en Llano en la obra citada, n9 24; y en Aurelio M. Espi­
nosa, Cuentos populares españoles, Stanford University, Califor-

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MOTIVOS POPULARES DE LA 1L1ADA

nia, 1923, n? 125, donde, asimismo, el aventurero sale triunfante


gracias a la ayuda de la hija de su enemigo que, como Medea,
acaba por huir con él arrojando obstáculos para detener la perse­
cución.
Muchísimos detalles aislados de la mitología grecorromana, a
veces de sorprendente vitalidad, revelan bien a las claras su filia­
ción popular. Sirva de ejemplo el caso de Ificlo, tan ligero de pie
que corría sobre los trigales sin doblar la espiga y sobre la rom­
piente del mar sin mojarse las plantas, don compartido por las
yeguas, hijas de Bóreas, y por las que Posidón regaló a Idas o a
Pélope. La poética hipérbole, fijada en la litada, XX, 226-229, y
en Las eeas de Hesíodo, fue imitada en la poesía latina (Eneida,
VII, 808-811; Metamorfosis, X, 654-655; El pleito, de Calpumio,
56-57), de donde pasó, por ejemplo, a Barahona de Soto (final de
la canción “Cual llena de rocío”), a Carrillo y Sotomayor (Fábula
de Atis y Calatea, 19), a Góngora (Soledades, I, 1028-1034; Come­
dia venatoria, 152-159), a Lope de Vega (La Circe, II, 28; La selva
sin amor, II; La Filomena, III, 15; El robo de Dina, La araucana,
Servir a buenos, Contra valor no hay desdicha, El molino), a Juan
Pérez de Montalván (La doncella de labor, I). Pero independiente­
mente de esta derivación culta, aparece firmemente arraigado en
la narrativa popular, así en el pasaje del Talmud que justifica la
elección de Neftalí como mensajero de sus hermanos, y en versio­
nes argentinas recogidas en La Rioja, Mendoza y San Luis del
cuento devoto Coníferados en vida (n9 87 de la colección de
Espinosa).

Motivos populares de la “litada”. — La más antigua de las


epopeyas homéricas, la litada, si bien hecha para oídos de prínci­
pes y de magnates, no ha podido sustraerse a la penetración de
temas populares. La historia de Belerofonte (VI, 150 - 205) es en
su primera parte un relato no menos típico que el mito de Perseo;
comienza con el motivo de José y la mujer de Putifar, presente no
sólo en la Biblia sino también en el cuento egipcio de los dos
hermanos, que conocemos en una copia mil doscientos veinte años

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA GRECORROMANA

anterior a la era vulgar, en otras historias de la mitología griega


(la de Peleo, la de Hipólito, la de Eunosto, narrada por la poetisa
Mirtis), en un cuento intercalado en la novela de Apuleyo (X, I),
en un episodio de Heliodoro (I, 9 y sigs.), en el relato que forma
el marco del Sendebar indo, uno de los libros más fecundos en la
difusión de la novelística oriental; continúa con el motivo de la
carta que lleva la sentencia de muerte del portador (cf. la carta
de Urías en la Biblia, la del Conde de Saldaña en la leyenda de
las mocedades de Bernardo del Carpió, la de Gonzalo Gustios en
la de los Infantes de Lara, el cuento de Grimm del niño que nació
de pie y sus análogos: Llano, n9 15, Afanasiev, Cuentos populares
rusos, Marco el Rico y Basilio el Desgraciado). Belerofonte ejecuta
luego tres hazañas, entre ellas la de matar a la Quimera, monstruo
de cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente, y, como
es de regla, casa con la hija del rey.
Otro episodio de la Iliada, tenido por tardío, es la historia de
Meleagro, cuya vida depende de un tizón que las Parcas retiraron
de la lumbre el día de su nacimiento: idéntica expresión de la
creencia en el alma externa —rasgo característico e inmutable de la
psicología popular— se observa aún hoy en la costumbre practi­
cada en Leitrim, Irlanda, de retirar una brasa al tiempo de bauti­
zar a un niño y conservarla cuidadosamente como amuleto.
Meleagro dio muerte al monstruoso jabalí que envió Ártemis para
devastar a Calidonia en venganza de que su rey olvidó honrar sus
altares en una ocasión en que hizo sacrificios a todos los dioses:
reconocemos aquí el motivo del hada ofendida por no haber sido
invitada al bautizo de la Bella Durmiente.

El cuento popular en la “Odisea”. — El cuento popular tiene tanta


parte en la Odisea, que el más fino de los críticos de la antigüedad
ha señalado en el Tratado de lo sublime la predilección del poema
por las consejas como prueba de que es obra de la vejez de
Homero. Lo que en la litada es accesorio es esencial en esta
epopeya burguesa que glorifica al porquerizo, al cabrero, al ama
de llaves por sobre los pretendientes principescos y ociosos. El

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EL CUENTO POPULAR EN LA ODISEA

náufrago retenido por Jas diosas del mar es tema bien conocido
en la tradición nórdica. El navegante que tras largas aventuras
vuelve desconocido el día mismo en que su esposa celebra nuevas
bodas pertenece al acervo popular (por ejemplo, Llano, p. 83), de
donde pasó a la literatura: Decamerón, X, 9, que inspiró probable­
mente la versión paródica del Beppo de Byron; La española ingle­
sa, donde las bodas están delicadamente vueltas a lo divino; el
romance del Conde Dirlos; el poema Enoch Arden de Tennyson,
inspirado en un cuento corriente en Suffolk y Bretaña. En el idílico
entreacto de Feacia, la crítica moderna percibe la visión de un
país de Cucaña —el palacio de Alcínoo está ceñido de muros de
bronce con puertas de oro y dintel de plata; en el huerto maduran
durante todas las estaciones las frutas más variadas; el trabajo de
sus habitantes es asistir a banquetes perpetuos acompañados de
música y danza— superpuesta al conocidísimo esquema del aven­
turero que llega a la morada del diablo y antes de penetrar en
ella se encuentra con la hija que le revela la conducta que debe
seguir con su padre (cf. Odisea, VI, 149 y sigs., 291 y sigs.). En
efecto, tras el amable ambiente con que el poeta humanizó la isla
de Feacia, se perfilan con toda evidencia los caracteres de la región
infernal: los feacios ("los grises”) viven en el último confín de la
tierra, sin mezclarse con los mortales (IV, 204 - 205) aunque sí con
los dioses (VII, 201 y sigs.); recorren el mar, veloces como las alas
o el pensamiento (VII, 35 - 36), en naves que conocen por sí solas
todos los rumbos y se deslizan envueltas en tinieblas (VIII, 557 y
sigs.). Y por fin, su rey y reina guardan entre sí el mismo paren­
tesco que Hades y Perséfona (VII, 53 y sigs.), parentesco que es
moralización transparente de otro más primitivo todavía.
Entre los relatos con que Odiseo embelesa a sus huéspedes,
Homero echó mano de un motivo que ya entonces debió de tener
vasta circulación, el del hombrecillo astuto encerrado en la cueva
del gigante, a quien ciega y cuya persecución burla, disimulado
bajo el vellón de un carnero: es que el pueblo no se cansa de
aplaudir el triunfo de la maña del débil —rastreros comienzos de
la inteligencia— sobre el vigor estúpido del hombrón; siempre

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA GRECORROMANA

toma parte a favor de Jacob contra Esaú, de Odiseo contra Poli-


femo, de Urdemalas contra el gigante. Pero no sólo los incidentes
de la aventura de Odiseo están tomados del cuento popular; en
estos relatos el claro realismo homérico está desplazado asimismo
por la lógica ingenua del cuento. Polifemo se deja vaciar el ojo
con una estaca encendida y sólo despierta acabada la operación:
de igual manera, en un cuento de Grimm, la cabra abre en canal
al lobo dormido, saca enteras las cabritas que se había tragado y
pone en su lugar unas piedras que luego le causan la muerte; de
igual manera en el cuento de la culebrita (Rafael Ramírez de
Arellano, Folklore portorriqueño, Madrid, 1928, n9 71), la tía y la
prima de la heroína le sacan los ojos durante el sueño. Esa misma
actitud mental es lo que explica la eficacia del engaño de los nom­
bres: como Odiseo ha dicho a Polifemo que su nombre es Ninguno,
cuando el gigante implora la ayuda de sus hermanos porque “Nin­
guno le ha cegado”, ellos se la niegan, apoyándose en sus propias
palabras. Tal astucia sobrevive ampliamente hoy en un cuento
de Bucovina (según Joseph Bédier, Les fabliaux, París, 1925, p.
109), en el folklore hispánico (Llano, n9 68 “Yo mismo”; Ramírez
de Arellano, n9 110, “Así”), etcétera.
Entre los muy numerosos motivos folklóricos no esenciales en
el poema recordemos un típico relato etiológico: la explicación
(VIII, 565 y sigs.; XIII, 154 y sigs.) de cómo tal peñón en forma de
buque es la nave que llevó a Odiseo a su patria y que, convertida
en piedra por la ira de Posidón, oculta la generosa ciudad de los
feacios, desaparecida para siempre. Recordemos, por último, los
versos alusivos a la historia de Aedón (XIX, 518 y sigs.) quien,
como el Ogro en el cuento moderno del tipo de Pulgarcito, equi­
vocó la posición, ropas o gorros de los niños dormidos y mató así
a su propio hijo.

Motivos populares en Heródoto* — Heródoto, el más homérico

* Cf. “Heródoto: Goce intelectual, curiosidad griega, folklore” (pp. XIV-


XX); “Veracidad” (pp. XX-XXIII); “Humanismo” (pp. XXIH-XXVI); “Con-

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MOTIVOS POPULARES EN HERÓDOTO

de los prosistas, hereda de Odiseo la curiosidad insaciable y el


amor por el relato popular: el esquema formal del cuento y su
espíritu de justicia poética afectan la esencia misma de su con­
cepción histórica. La deliciosa obra, pueril y profunda a la vez,
como todo lo popular, es un venero de bien conocidos argumen­
tos: entre ellos, el cuento egipcio de los dos ladrones (II, 121), que
en Grecia tomó como héroes a Trofonio y Agamedes (Pausanias,
IX, 37, 5-6); el de la princesa perseguida por su madrastra, como
Blancanieves, calumniada ante su padre que la condena a muerte
(cf. Ramírez, n9 85), pero que se salva y llega a unirse a un príncipe
de otro país (IV, 154-5); el de la mujer que, teniendo presos a su
hermano, marido e hijos, y con licencia de salvar de la muerte a
uno solo de ellos, escoge a su hermano: pueden compararse los
versos 909 - 912 de la Antigona de Sófocles, amigo del historiador,
y el cuento n9 31 de los Filipino Popular Tales, New York, 1921,
editados por Deán S. Fansler, quien señala el mismo tema en un
cuento indo de los U cchangajataka, compuesto probablemente tres
siglos antes de Cristo, en un pasaje del RamOyana, y en un cuento
persa originario del siglo xn.
De los muchísimos motivos de la narración popular conservados
en los Nueve libros de la historia, baste citar por vía de ejemplo
el del niño expuesto por orden del rey, que se salva milagrosamen­
te y se cría entre pobres campesinos para recobrar después su
trono (Ciro, 1,109 y sigs.; cf. París, Zeto y Anfión, Rómulo y Remo,
el conde Fernán González en la leyenda castellana): el tema era
ya tan trillado en la antigüedad que Menandro alude a él por
burla en Los litigantes, 104 y sigs.; el niño que sonríe al hombre
enviado para asesinarle y así se libra de la muerte (Cípselo, V, 92:
Lope incluye este rasgo tradicional en Contra valor no hay desdi­
cha, dramatización de la leyenda de Ciro; cf. cuento de Grimm,

tenido narrativo” (pp. XXXVIII-XLIII); “Las Historias y el cuento popular”


(pp. XLIII-XLIX), en Los nueve libros de la historia, traducción y estudio
preliminar de María Rosa Lida de Malkiel, “Clásicos Jackson”, vol. XXII,
Buenos Aires, Edit. W. M. Jackson Inc., 1949.

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA GRECORROMANA

leyenda germánica de Diterico el Lobo, Ramírez de Arellano,


n9 74); habilidad y prosperidad del menor de tres hermanos (VIII,
137 y sigs.); fugitivos defendidos por un río sobrenatural (VIII,
138, cf. el relato del Éxodo, 14, el cuento egipcio de los Dos herma­
nos, y la huida de los amantes en los cuentos del ciclo de la Hija
del diablo); padre enamorado de su hija (II, 131, como en la
leyenda de Apolonio, en el ciclo de Peau d’áne, Espinosa n9 109,
y en Delgadina, el romance popular de mayor difusión en España
y América); anillo mágicamente ligado al destino de su dueño,
quien lo arroja y lo vuelve a hallar en el vientre de un pescado
(III, 41-43; cf. el anillo del rey Dushyant en Sakúntala, el de José
y Salomón en varios relatos talmúdicos, el cuento del príncipe
Camarazalman y la princesa Badura en Las mil y una noches,
modelo de la historia de Pierres de Provenza y la linda Magalona;
recuérdese también, en la misma colección oriental, el diamante
del cuento de Saad y Saadi, sustituido precisamente por un anillo
en muchas versiones derivadas y, como variantes, el pez de San
Pedro en Espinosa n9 146 y el pez agradecido en las Piacevoli
notti, III, 2, de Straparola).
El personaje empeñado en una empresa hace voto de no mudar
ropa o de no asearse hasta darle cabo (V, 106); leemos igual
género de promesa en Suetonio, César, 67, y Frontino, IV, 5. La
epopeya francesa —el poema de Aliscans, por ejemplo— des­
arrolla el tópico, de donde pasa a los romances caballerescos tales
como el Conde Dirlos, Marqués de Mantua, Desafío de Montesi­
nos y Oliveros y de ahí a diversas obras, como El remedio en la
desdicha, III, 4, de Lope de Vega y La serrana de la Vera, II, de
Luis Vélez de Guevara. Con el voto de Isabel la Católica en el
sitio de Granada explica el vulgo el término “isabelino” como
designación de color; en los cuentos populares aparece en Espi­
nosa, n9 106, Llano n9 7.
Típicamente popular es el valor literal concedido al juramento;
así en IV, 154, el rey ordena a Temisón, que previamente ha jura­
do obedecerle, arrojar al mar a su hija; Temisón ata firmemente a
la princesa para poder sumergirla en el agua y retirarla sin hacer-

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MOTIVOS POPULARES EN HERÓDOTO

le daño. En IV, 201, Amasis engaña a los barceos utilizando


dolosamente este valor formal del juramento, como acontece en el
cuento en verso de Calimaco, Aconcio y Cidipe, de tono delibe­
radamente antiheroico, imitado por Ovidio, Heroidas, XX y XXI,
en el cual la heroína empeña imprudentemente su palabra por
leer en alta voz la fórmula de una promesa; cf. también el jura­
mento de castidad en la novela griega Clitofonte y Leucipa, VIII,
11 y sigs., idéntico en esencia al de la reina Iseo en la historia de
Tristán, y al de la leyenda, localizada en Roma, de la Bocea de
la veritá que, infatigablemente repetida por los cuentistas italianos,
llega hasta el Patrañuelo, IV, de Timoneda. Juegan asimismo con
su sentido literal los juramentos ingeniosamente cumplidos y bur­
lados a la vez en Amis et Anules, y en la travesura atribuida al
bufón Gonnella en el cuento n9 27 de Trecentonovelle del floren­
tino Franco Sacchetti (siglo xrv), idéntico este último al cuento
popular filipino n9 49 de la colección de Fansler.
La fe en el sino, cuyo cumplimiento es inútil tratar de eludir,
aparece en multitud de historias: Ciro, Cípselo, Perdicas llegan al

ha querido quitar de en medio (cf. el cuento de Grimm del niño


que nació de pie, el citado cuento ruso de Marco el Rico y Basilio
el Desgraciado, el relato del comentador del Corán, Beidhawi, a
propósito de Asrael, ángel de la muerte, y el amigo de Salomón *;
los cuentos n08 15 y 41 de Llano). Así también, Atis muere herido
de un venablo, aunque advertido de ese destino, su padre le
alejara de las armas (I, 34 y sigs.; cf. el motivo del huso en la
1 “Una vez Asrael, el ángel de la muerte, entró en casa de Salomón y fijó
su mirada en uno de los amigos de éste. El amigo preguntó: «¿Quién es?».
«El ángel de la muerte», respondió Salomón. «Parece que ha fijado sus ojos
en mí —continuó el amigo—. Ordena entonces al viento que me lleve consigo
y me pose en la India». Salomón así lo hizo. Entonces habló el ángel: «Si
le miré tanto tiempo fue porque me sorprendió verle aquí, pues he recibido
orden de ir a buscar su alma a la India y, sin embargo, estaba en tu casa,
en Canaán».” Con alguna variante (la orilla del mar por la India, el jardinero
de Ispahán en lugar del amigo de Salomón) el cuento aparece en otras lite­
raturas orientales.

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA GRECORROMANA

Bella Durmiente). La creencia en la fatalidad lleva al convenci­


miento de que la realización del oráculo es infaltable, aunque
puede asumir formas muy distintas de las que se figura el intere­
sado: Cambises, por ejemplo, avisado en sueños de que Esmerdis
ocuparía su trono, da muerte a su hermano sólo porque llevaba
ese nombre, pero el que usurpa la sucesión será Esmerdis el mago
(III, 30 y sigs.). Una profecía le anuncia que ha de morir en
Ecbátana, nombre de la capital de su imperio; al dirigirse de
Egipto a Persia para sofocar la rebelión de los magos, se hiere
casualmente en una aldea de Siria, y enterado de que la aldea
también se llama Ecbátana, comprende que la herida es mortal
(III, 64). Este motivo se repite muchas veces en la antigüedad
sin más variante que el nombre del protagonista y del lugar; así,
Aristóteles lo cuenta a propósito de Eudemo (según Cicerón, De
divinatione, I, 25); Josefo, Guerras de los judíos, I, 3, de Antígono;
Plutarco, Flaminino, 20, de Aníbal; Pausanias, VIII, 11, de Epa-
minondas, Aníbal y la colonización de Sicilia, agregando este signi­
ficativo final: “Podríanse encontrar muchos otros casos semejan­
tes a los referidos”, y en fin, Amiano Marcelino, XXV, 3, 9, lo
refiere al tratar del emperador Juliano. Entre los modernos, una
leyenda recordada por Shakespeare cuenta que se había profeti­
zado a Enrique IV que había de morir en Jerusalén, y el rey
advirtió que le había llegado la muerte en cuanto supo que llevaba
ese nombre la sala de palacio donde por primera vez le había
acometido su mal; en términos muy parecidos se refiere la historia
de Catalina de Médicis y Saint Germain. El mismo equívoco
siniestro aparece en la versión andaluza, recogida por Fernán
Caballero, del cuento del Médico y la Muerte, que asegura a
aquél: “No tengas cuidado mientras no veas tu casa desconchar­
se”; el médico repara cuidadosamente su habitación, sin compren­
der que la Muerte se refiere a su cuerpo.

El cuento popular en la literatura ática. — En la literatura ática,


refinadamente intelectual, son más escasos que en ningún otro
momento los contactos con la mentalidad popular. Sin embargo,

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MOTIVOS POPULARES EN LA LITERATURA ALEJANDRINA

rastreamos su huella aún en la más austera creación del arte de


Atenas, el drama de Esquilo: en efecto, un fragmento de la tra­
gedia perdida Los mirmidones narra compendiosamente la fábula
esópica del águila herida, fundada en la creencia de que el ave
sólo es vulnerable a las saetas hechas con sus propias plumas.
Pero es Aristófanes, por el género mismo que cultiva, quien mejor
demuestra en sus numerosas alusiones la difusión de la fábula
esópica, y presenta por excepción un motivo que vive aún hoy en
el pueblo: el de la mujer que despliega un manto para que el
marido lo admire a la luz mientras el galán huye disimuladamente
por detrás (Las tesmoforias, 499-501); la estratagema, presentada
con gran brevedad en Aristófanes, como cosa sabida de todos,
forma el núcleo del ejemplo X de la Disciplina clericalis de Pedro
Alfonso (Rabí Moisés Sefardí), la más antigua colección de cuentos
orientales conocida en Occidente, y quizá la que ejerció más
influjo. Después de la Disciplina clericalis hallamos el cuentecillo
en otra colección medieval, Gesta romanorum, en el fabliau del
Pligon de Jean de Condé, en el Libro de los enxemplos, 51; lo
cuenta más tarde Cervantes en el entremés del Viejo celoso, Lope
lo lleva al teatro con distintos personajes en El desprecio agra­
decido, II, 13, y Eduardo Martínez Tomer lo recogió en Asturias
en 1913.
De la afición de Sócrates a las fábulas de Esopo dan buen
ejemplo muchas páginas de Jenofonte y de Platón; leemos además
en la República, II, 359 d, introducida accidentalmente como
muestra de conseja vulgar, la historia (racionalizada en Heródoto,
I, 8) de cómo el pastor Giges se apoderó del trono de Lidia mer­
ced al anillo que, como el de Brunello en el Orlando furioso, III,
74, tenía el don de hacer invisible a su portador, y que Giges
encontró por raro azar en la tumba de un gigante.

Motivos populares en la literaturd alejandrina. — Cuando el


predominio intelectual pasa de Atenas a Alejandría, no sólo se
extiende el ámbito geográfico sino también el mental de la cultura
helénica. Del nuevo atractivo que tiene entonces para los intelec-

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA GRECORROMANA

- tuales la mentalidad del pueblo menudo hay huella abundante en


lo que nos ha llegado de las obras de Calimaco: el erudito biblio­
tecario de Alejandría trata con complacencia la superstición sobre
el nacimiento en el Himno a Délo, 211 - 214; los ritos religiosos al
principio y final del Himno a Deméter; el motivo de la madrastra
en el Epigrama VIII, y toda una colección de leyendas etiológicas
en el poema titulado Causas. Teócrito ha sembrado de creencias
y prácticas populares sus mejores poemas: por ejemplo, La hechi­
cera, Las talisias, Los segadores, Las siracusanas, Los pescadores,
y numerosos giros y dichos populares aparecen dispersos en los
Idilios restantes. En los Mimos de Herodas leemos muchas frases
proverbiales, entre ellas la que designa un país imaginario con la
expresión “donde los ratones roen el hierro” (Mimo, III, 76), que
supone el cuento de Panchatantra, I, 21, trasladado al español en
Calila e Dirnna (De los mures que comían hierro), y en el Fabulario
de Sebastián Mey (1613).

Cuentos populares aducidos como ejemplos por los estoicos. —


En la edad helenística, la más poderosa de las escuelas de filosofía,
la del Pórtico, postula en lo físico y en lo moral una Providencia
universal, un orden regular y por consiguiente previsible. Los
estoicos confirman, pues, con todo el peso de su autoridad, cada
vez más creciente, la creencia popular en el destino: así Posidonio
es el campeón de la astrología, Crisipo el de la adivinación. De
la vasta obra de este sistematizador está tomada la mayor parte
de los ejemplos griegos que discute Cicerón en el diálogo De divi-
natione, en el cual, con firme juicio y graciosa ironía, se opone a
la especulación estoica, a la creencia inmemorial y hasta a la misma
religión oficial de Roma. Entre el variadísimo material se desta­
can los dos casos (I, 27) que con más frecuencia alegaban los
estoicos; el primero cuenta cómo un muerto, piadosamente sepul­
tado por el protagonista del relato, protege en recompensa a su
benefactor. No es difícil reconocer aquí un motivo del folklore
universal que se halla, por ejemplo, en la Biblia, en el Libro de
Tobías, en un cuento egipcio, en la tradición malaya (Simpang

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MOTIVOS POPULARES EN LOS POEMAS DE VIRGILIO

Impang en Cuentos malayos, Revista de Occidente, Madrid, 1926),


en la italiana (Historia de Messer Dianese), en la hispánica: Lope
de Vega, Don Juan de Castro, Fernán Caballero, Bella Flor, Espi­
nosa, n° 143, Manuel Guzmán Maturana, Cuentos tradicionales en
Chile, Santiago, 1934, p. 19: Pajarillo y la princesa Catita; Ramí­
rez n9 76; cuentos argentinos El águila alma, recogido en Corral
de Isaac, La Rioja, y Juan de Galán, recogido en Salado, Cata-
marca.
El segundo ejemplo de los estoicos, contado también por Eliano,
refiere cómo cierto forastero se apareció en sueños a un amigo
pidiéndole que acudiera a socorrerle al mesón en que se hospe­
daba, pues iba a ser asesinado; el amigo desechó el aviso; volvió
a aparecérsele el suplicante pidiéndole que, ya que no había que­
rido ayudarle en vida, no dejara impune su muerte y advirtiéndole
que a la madrugada el mesonero sacaría su cadáver en una carreta
cubierta de desperdicios; el amigo acude esta vez y el crimen se
revela, tal como había anunciado el muerto. Varios elementos
comunes al folklore antiguo y moderno se entrelazan en este
notable relato, imitado más tarde por Apuleyo; el muerto que se
aparece en sueños a sus allegados para revelarles su trágico fin
es un motivo que recogieron Eurípides (Hécaba) y Boccaccio,
novela TV, 5, vertida por Keats en su leyenda Isabella; el sueño
repetido o continuado es el que inquieta al Faraón (Génesis, 45),
a Jerjes (Heródoto, VII, 12-17), al rústico romano (Cicerón, De
divinaiüme, I, 26), al rey Cedrán (Calila e Dimna, XI).

Motivos populares en los poemas de Virgilio. — Es considerable


en este sentido la riqueza de las Églogas; la tercera, por ejemplo,
termina con un certamen de adivinanzas que, imitado por los
cultivadores de la novela pastoril (Sannazaro, Montemayor, Mon­
talvo, Cervantes, Gil Polo, Lope de Vega y tantos más) constituye
uno de los raros rasgos veristas de este género artificioso. La
Égloga VII, 51 - 52, alude a la especial vulnerabilidad del rebaño
numerado, creencia corriente aún hoy en África y en Europa
—recuérdese el dicho francés brebis comptées, les loups les mai\-

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA GRECORROMANA

gent—, y a cuya luz se explican las funestas consecuencias que


acarreó el intento de David de censar a Israel (Samuel, II, 24;
Crónicas, I, 21). Hallamos varias prácticas mágicas en la Égloga
VIII, no idénticas a las del modelo griego (Teócrito, II); en la IX,
el agüero de la corneja siniestra, que también se ofrece a Mío Cid a
la entrada de Burgos, y la superstición, irónicamente recordada por
Platón (República, 336 c) de que el hombre visto por lobos pierde
la voz; en la X, la creencia en la sombra maléfica de ciertas plantas,
en las Geórgicas, I, 360 y sigs., las señales del tiempo, etc.
Hasta en la trama sabia de la Eneida se encuentra la huella de
la fantasía popular: en el Canto III, 22 y sigs., al intentar Eneas
arrancar unas ramas de mirto, ve que el tronco mana sangre, y
cuando el héroe repite su acción por tercera vez, el árbol le pre­
viene que es Polidoro, el príncipe niño, a quien el rey de Tracia,
su cuñado, asesinó para robarle sus riquezas. Los bellos hexáme­
tros latinos presentan un curioso paralelo al tema, muy difundido
en el folklore hispánico, del niño o niña asesinado que cuenta su
historia a los que van a cortar la planta que ha brotado de su
cuerpo (cuento del higo en Espinosa n9 152, Ramírez de Arellano,
n9 77), y más particularmente cuento de la flor maravillosa (Fer­
nán Caballero, El lirio azul en versión valenciana, La flor del lliri
blau; Cabal, Cuentos tradicionales asturianos, La flor del lüo-va)
que ha dado el cuento corriente en toda la América española, des­
de México hasta la Argentina, de La flor del Ztr(í)ola(t/) (ilolay,
irolay, iriolay, lilolay, lililá, lirulá, lolilán, olivar, la flor de la dei­
dad, la triste flor de lis), donde los hermanos mayores matan al
menor para robarle su flor mágica. En muchas de estas versio­
nes (las provenientes, por ejemplo, de las provincias argentinas de
San Luis, Tucumán, Córdoba, La Rioja y San Juan) del cuerpo del
niño brota una caña o cañaveral con que un pastor o carbonero
se labra una flauta; al tañerla, la flauta canta con voz humana la
copla delatora. Tal variante recuerda la leyenda de Midas (Meta­
morfosis, XI, 180-193), conocida en Europa como cuento popular,
y de la que Laval ha recogido una versión en Chile (Obra citada,
n9 7): el barbero, en cuanto ha visto que el rey Midas tiene orejas

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EL CUENTO POPULAR EN LA NOVELA DE PETRONIO

de asno, no puede callar su secreto, y se desahoga confiándolo a


un hoyo que ha abierto en el campo y que, acabada la confi­
dencia, recubre de tierra; más tarde nace allí un cañaveral que,
al ser mecido por el viento, repite el secreto. Por otra parte, el
hecho de que muchas versiones modernas se aparten de la virgi-
liana y presenten al niño sobreviviendo bajo tierra se debe sin
duda a la exigencia de justicia poética, tan enérgica en el cuento
popular.
En el mismo Canto de la Eneida (III, 578 y sigs.) encuéntrase
la explicación popular según la cual los sismos del Etna se deben
a los esfuerzos que hace el titán Encélado, aprisionado bajo el
monte, por cambiar de posición, explicación que guarda curiosa
semejanza con cierta leyenda malaya de la Creación: Batara-Guru,
hacedor del mundo, coloca una pesada reja sobre el dios infernal
Paduca di Adyi, rebelde como los titanes, y sobre ella asienta la
tierra; “y aún hoy —termina la leyenda— yace bajo la reja;
cuando la sacude, cuando trata de romperla, la tierra tiembla”.

El cuento popular en la novela de Petronio. — Con la decaden­


cia del ideal helénico disminuye progresivamente la represión que
ejercía en el arte y en el pensamiento el racionalismo de Atenas;
la literatura puede admitir ya, y lo hace cada vez con más com­
placencia, el lenguaje y las opiniones de gentecilla como Trimal-
quión y sus invitados, y la filosofía se impregna sin escrúpulo de
bajo orientalismo. Sin contar las obras no propiamente literarias
(Estrabón, Plinio, Plutarco, Pausanias), los repertorios de mitolo­
gía (Higino, Apolodoro, Antonino Liberal) y las misceláneas que
suplantan con favor creciente a los libros originales (Aulo Gelio,
Ateneo, Macrobio, Marciano Capela) y que se continúan en la
prolífica miscelánea medieval, buen número de obras maestras de
la literatura conceden atención preferente, cuando no exclusiva, a
la fijación artística de la inspiración popular. Ante todo, la novela
de Petronio en que, por* única vez en la literatura antigua, un
ingenio exquisito recoge artísticamente no sólo los temas sino el
habla misma del pueblo. En ese sabroso latín que mira al futuro

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA GRECORROMANA

romance, aprendemos que uno de los comensales se ha enrique­


cido de pronto porque ha logrado arrebatar el gorro a un duende,
creencia popular que hoy aparece repetidamente en los cuentos
de hadas de Irlanda, por ejemplo; otro comensal recita tres adivi­
nanzas, menos pulidas que las de Virgilio; ante la invitación del
huésped, uno de los invitados cuenta un caso prodigioso del que
ha sido testigo: es la sabida historia del versipellis (werewolf inglés,
loup-garou francés, bisclaveret bretón, lobishomem portugués, lobi-
zón rioplatense) que luego de quitarse las ropas 1 se transforma
en lobo. El compañero huye de él despavorido y al llegar a la
granja que se había propuesto visitar le cuentan que un lobo ha
asaltado el redil, siendo rechazado y herido por un esclavo; de
vuelta, en el lugar en que el amigo se había transformado en lobo,
el narrador encuentra un charco de sangre, y al llegar a su casa
ve que el versipellis está en cama curándose las heridas: compá­
rense entre las innumerables historietas de este género los casos
expuestos en el Malleus nudeficarum, manual de información con­
tra las brujas compilado en 1487 (particularmente II, 9, donde un
campesino se defiende a bastonazos de tres gatas que le asaltan
y, acusado luego de haber golpeado a tres damas, “después de
muchos exámenes se halló que las dichas damas habían sido las
tres gatas”), y entre lo modernamente recogido en América, el
caso de la rana castigada (Laval, Obra citada, n9 20) o del toro
domado (Ernesto Montenegro, Mi tío Ventura, Cuentos popula-

1 El sentido inequívoco de este pormenor aparece claramente en el Zai de


Marie de France (siglo xn) en que el caballero que se transformaba periódi­
camente en lobo no puede recobrar la forma humana porque su malvada mujer
le ha escondido las ropas. Análogamente, en el ciclo de la Hija del diablo la
heroína condesciende a ayudar al aventurero a recobrar sus ropas y con ellas
su forma humana. En el ciclo del Esposo encantado, la madre o esposa que
por imprudencia queman la piel de lagarto o de víbora que envuelve al prín­
cipe, prolongan indefinidamente su encantamiento. En el difundido cuento
de los siete cisnes, la forma humana está ligada a la posesión de una joya o
talismán: tanto la joya, como la piel de animal o las ropas son el receptáculo
del alma externa, y por eso el héroe del cuento popular no puede recobrar
sin ellas su verdadero ser.

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MOTIVOS POPULARES EN LA OBRA DE LUCIANO

res de Chile, 1938, p. 34). Trimalquión responde a su vez con el


terrífico relato de cómo las brujas (striges) robaron un cadáver
dejando en su lugar un atado de paja, tema que presenta conexión
con algunos cuentos de Apuleyo. Más adelante, para engañar el
ocio forzoso de una navegación, Eumolpo cuenta como fábula
corriente, y a la verdad no era nueva en latín, la historia de la
matrona de Éfeso, cuya relación con el cuento chino análogo no
se ha establecido satisfactoriamente, pero que constituye uno de
los relatos misóginos
Km. de mayor difusión, presente en casi todas
las colecciones narrativas de la Edad Media y vertido literalmente
por Marie de France, Eustace Deschamps, La Fontaine, Saint-
Evremond y por Voltaire en el capítulo segundo de ZoJíg.

Un motivo popular en la Antología Palatina. — Contemporáneo


de Petronio fue probablemente el griego Nicarco, de quien la
Antología Palatina conserva varios epigramas humorísticos: uno de
los más felices (XI, 251) presenta a dos sordos pleiteando ante un
juez más sordo que ellos; las respuestas disparatadas a que este
esquema da origen justifican su vitalidad; lo hallamos, en efecto,
en forma idéntica a la griega en las Trecentonovelle (141) de
Sacchetti, y más independientemente en los Chascarrillos de Fer­
nán Caballero, en Espinosa n9 50, 123; Llano n9 84; con intencio­
nado desenlace en el cuento argentino (provincia de San Luis) del
cura y el paisano.

Motivos populares en la obra de Luciano. — Luciano, el autor


más representativo e influyente de cuantos contribuyeron al rena­
cimiento de las letras griegas en el siglo n, emprende en su varia­
da obra una cruzada racionalista que justifica la tradicional com­
paración con Erasmo. Dos escritos, principalmente, la Historia
verdadera y Filopseudes o el incrédulo, ponen en ridículo las
supersticiones y fábulas de su época y al mismo tiempo traducen
un conocimiento de ellas no inferior a la sospechosa erudición de
Cervantes en cuanto a libros de caballería. En la Historia verda­
dera, primorosa parodia de las maravillas geográficas relatadas

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA GRECORROMANA

por Ctesias y Heródoto, Luciano pone a contribución la antigua y


extendida conseja de la enorme ballena que, más devoradora que
la de Jonás, traga, entera la nave del protagonista; el náufrago
habita luego en su interior en compañía de residentes más anti­
guos — ocurrencia que inspiró a Collodi un episodio de Pinoc-
chio —, e intenta evadirse destrozando el monstruo por dentro,
como Heracles en una versión del mito de Hesíona. Pero además,
y por dos veces, tanto los náufragos (II, 2), como ciertos gigantes­
cos combatientes (I, 27), toman el exterior del monstruo por el
suelo de una isla y fijan en él el trofeo de la victoria. El detalle
sugiere un motiyo oriental, cosa nada incongruente en Luciano,
nacido en Samosata, al borde del Asia griega: el del pez enorme
en que hacen tierra los marinos creyéndolo una isla, motivo que
aparece en la leyenda de San Brandán, en el primer viaje de
Simbad el Marino, en el Avesta y, por empezar, en el Talmud, de
donde parece originario. Del Talmud, y por conducto árabe, según
ha demostrado Asín Palacios (La escatología musulmana en la
“Divina Comedia", Madrid, 1919, p. 266), el motivo penetró en
los relatos célticos y nórdicos de viajes maravillosos, logrando su
consagración poética como uno de los símiles más hermosos del
Paraíso perdido, I, 200 - 208, y sobreviviendo todavía oscuramente
en el cuento popular (por ejemplo, Fansler, obra citada, n? 3).
En el Filopseudes (‘amigo de embustes), diálogo de técnica
platónica que narra la conversación sostenida a la cabecera de
un convaleciente, Luciano nos ha conservado entre un cúmulo de
motivos folklóricos (tales como recetas y, fórmulas mágicas, prodi­
gios, sueños, encantamientos e imprecaciones), el tema de la riva-
lidad entre el artífice y su discípulo — que la mitología griega
trató en la historia de Dédalo y de su sobrino Perdix, inventor de
la sierra y el compás (Metamorfosis, VIII, 236 y sigs.) —, en la
deliciosa conseja del aprendiz de hechicero, versificada por
Goethe, y que inspiró a Paúl Dukas su poema sinfónico L’apprenti
sorcier.

El cuento popular en el “Asno de oro”, de Aptdeyo. — Entre las

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EL CUENTO POPULAR EN EL ASNO DÉ ORO, DE APULÉYO

obras de Luciano, aunque su autenticidad es discutida, corre la


novela Lucio o el asno imitada, al parecer, del mismo original de
donde la tomó Apuleyo, más o menos hacia esa época. Muy dis­
tintas son las actitudes que se columbran a través de una y otra
versión; la novela griega es obra de un escéptico que ve en el
argumento materia puramente risible, mientras el africano Apu­
leyo, romanizado a medias, es un temperamento místico, movido
a acoger con curiosidad y simpatía todas las creaciones y todas
las aberraciones de la imaginación popular. La divergencia de
actitud se expresa en la divergencia de lengua: la griega con leve
colorido coloquial; la de Apuleyo, híbrida mescolanza de arcaís­
mos, modos vulgares y hojarasca poética sólo comparable a la
jerga rebuscadísima de los mimos de Herodas. Más importante
desde el punto de vista del folklore es la divergencia en la narra­
ción misma, seca y rápida en el autor griego, en tanto que Apu­
leyo usa varias veces su argumento principal como marco para
intercalar relatos independientes, siguiendo un hábito de la narra­
tiva popular visible en la Odisea, en las Historias de Heródoto,
en las Metamorfosis de Ovidio, y esencial en las colecciones orien­
tales como la Disciplina clerioalis, Libro de los engaños, Calila e
Dimna, Las mil y una noches, en el Decamerón y en su innumera­
ble descendencia. El primero en orden de estos relatos intercalares
cuenta los desmanes de las brujas que, como el héroe de la Odisea
o la cabra de Grimm, arrancan el corazón del enamorado esquivo,
aprovechando su sueño y, previo conjuro, meten en su lugar una
esponja; a la mañana siguiente el enamorado despierta sin notar
más que cierta flojedad, cuando, al inclinarse para beber, se abre
la herida, salta la esponja y la víctima muere. La creencia en este
tipo de asesinato mágico tiene amplia difusión: Halliday (Greek
and Román Folklore, 1927, p. 55) menciona su existencia entre
los indios cherokees de los Estados Unidos, entre los parganas
santales de la India y en Nueva Guinea; en una de las leyendas
del Baal Sem Tob, recogidas por Martín Buber e inspiradas, como
es sabido, en motivos populares, el Enemigo saca el corazón a
un pobre carbonero dormido y le pone en su lugar el suyo pro-

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA GRECORROMANA

pió. En variante francamente regocijada lo trae el Estebanülo


González, III. Entre los relatos insertados leemos cuentitos cómi­
cos: así, el del adivino profesional que no supo adivinar su nau­
fragio; el del velador de cadáveres, tan dormido que las brujas lo
mutilaron tomándolo por el cadáver; y la historia de los odres
de vino, imitada en la literatura española por Lope (Entremés de
la hechicera, Saber por no saber y vida de San Julián, La viuda
valenciana, 1,7), Calderón (Nadie fíe su secreto, II, 1) y Cervantes,
siendo quizá la imitación menos feliz la aventura de los cueros
de vino tinto en el Quijote. También pasó este tema a la literatura
costumbrista hispanoamericana, como lo atestigua, entre las Tradi­
ciones peruanas de Ricardo Palma, la titulada Zurrón-Currichi.
El Asno de oro contiene algunas historias de ladrones; varios
cuentos sentimentales de desenlace trágico; el cuento de la ma­
drastra enamorada y desdeñada que previene para su hijastro un
veneno que bebe su hijo: este truculento relato, que Juan de
Timoneda incluyó en su Patrañuelo, 20, presenta el motivo, con­
cebido trágicamente en Romeo y Julieta, del narcótico que, al
causar la muerte aparente de la víctima, hace que ésta sea sepul­
tada; tal motivo pertenece a la novela griega sentimental, y par­
ticularmente, a la de Jenofonte de Éfeso, Trabajos de Habrócomes
y Antea, notable por su lenguaje e inspiración popular. Sobre el
inextinguible tema de las astucias mujeriles versa el cuento de la
hipócrita, el enamorado escondido en el arca y el marido conciliador
que pasó al Decamerón (V, 10) apenas modificado; el del celoso
y los zapatos, semejante al fabliau de las Braies au cordelier y
que inspiró también a Franco Sacchetti, Sabadino degli Arienti,
Masuccio Salernitano, Poggio, Boiardo, Estienne; el engaño de la
tinaja, muy semejante al del paño, que Boccaccio tomó casi a la
letra (VII, 2) y que se halla también en el Corbacho del Arcipreste
de Talavera (II, 10) y en la tradición oral de Asturias (Llano,
n9 106).
Pero el más conocido de los cuentos de Apuleyo, el que ha
ejercido mayor influjo literario y el más interesante desde el pun­
to de vista del folklore es la historia de Cupido y Psique, que el

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MOTIVOS POPULARES EN LA SEGUNDA SOFÍSTICA

ama de los ladrones cuenta para entretener a la niña robada (li­


bros III-IV) y que no es sino una versión apenas arrimada a la
mitología y a la alegoría, del cuento corriente hoy en todo el
mundo (y en toda América, por ejemplo) del marido encantado
a quien la esposa no debe ver, de la violación de ese tabú y de
los trabajos de la esposa para reunirse con el marido x. Aunque
Apuleyo renuncie aquí menos que en ninguna parte a las gracias
de su estilo florido, ha tenido sin embargo el acierto de iniciar el
relato con la auténtica fórmula popular, tan sugerente sin duda
en sus tiempos como en los nuestros: “En una ciudad había un
rey y una reina que tenían tres hijas”.

Motivos populares en la segunda sofística. — No podían faltar


en una miscelánea de puro entretenimiento como la Varia histo­
ria de Eliano (siglo m) muestras de la inspiración popular: figu­
ra ante todo el motivo del rey a cuyas manos llega un primoroso
zapatito y que, tras larga búsqueda, casa con la dueña de él
(XIII, 23 = Estrabón, XVII, 2, § 32) 2, o aquel otro, muy difun­
dido en los cuentos del ciclo de Hansel y Gretel, en que la víc­
tima de la ogresa asoma un dedo por el ojo de la llave para mos­
trar cómo está de gordo el cuerpo (IV, 28 = Diógenes Laercio,
I, 118). Además de estos motivos aislados, presenta Eliano cuen­
tos que también pertenecen a la tradición moderna; así (XII, 63,
completado en Plutarco, Demetrio, 27) la sentencia discreta, que
condena a pagar un goce imaginario con un precio no menos ima-

1 Las dos primeras situaciones del cuento —las más dramáticas— reaparecen
en el voto que pronuncia Clelia, en La Cartuja de Parma, de no ver a Fabricio,
y en las desgracias que siguen a su infracción: como es sabido, la novela de
Stendhal funda psicológicamente ambas situaciones tradicionales en el con­
vencionalismo moral de una pequeña corte italiana durante la reacción post­
napoleónica.
2 Un águila es la que arroja al regazo del rey el zapato de la bella Rodopis.
Joseph Bédier, Les fabliaux, París, 1925, p. 108, señala el carácter genuina-
mente popular de ese detalle, y recuerda la golondrina que en la historia de
Tristán trae al rey Marco un cabello de Iseo la Rubia, con la que después de
largas aventuras se casa el rey.

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA GRECORROMANA

ginario, el humo u olor del asado con el son de la moneda en la


generalidad de las versiones medievales y modernas.1 2 También
contaba Eliano (fragmento 104, edición Hercher = Apolodoro,
III, 3,1 = Higino, Fábulas, n*? 136) la historia de Poliido (“el sa­
pientísimo”) que, encerrado en una tumba con Glauco, hijo del
rey Minos, muerto por una serpiente, mató a otra serpiente y viendo
cómo su compañera la resucitaba merced a cierta hierba, aplicó con
todo éxito esa misma hierba al hijo del rey; idéntica historia, tras­
mitida también por Plinio, XXV, 2, aparece en el lai de Eliduc de
Marie de France, en la Patraña 21 de Timoneda, y constituye una
variante de un cuento de Grimm.
Contemporáneo de Eliano fue probablemente Flavio Filóstrato,
autor de la Vida de Apolonio de Tiana, cuajada toda de motivos
folklóricos. Un pasaje (II, 4) cuenta cómo el taumaturgo ahu­
yentó con insultos a la Empusa (monstruo creado por la fantasía
popular y recordado en varios pasajes de Aristófanes), que se le
apareció en diversas formas en una noche de luna; cómo libró a
los efesios de la peste (IV, 10) haciendo lapidar a un mendigo
ciego al parecer, pero que en realidad era una potencia maléfica,
según dedujo Apolonio del color de fuego de sus ojos —que es
también rasgo identificador de las brujas en el cuento de Grimm
Hansel y Gretel— y que, aplastado bajo las piedras, desapareció
dejando en su lugar un enorme perro rabioso; cómo exorcizó visi­
blemente a un mozo que luego fue su discípulo (IV, 20); y lo
que todos reconocieron como su hazaña máxima (IV, 25), la his­
toria de la Lamia —enaltecida por la simpatía romántica de Keats—,

1 El Novellino (siglo xm), las Favole moralizzate de Bono Stoppani (siglo


xiv); Pantagruel, III, 37 de Rabelais; los Adagio, II, 7, 65 y Apophtegmata,
VI, 81 de Erasmo de donde probablemente pasó a la Sobremesa y alivio de
caminantes, II, 58, de Timoneda, los cuentos de Fernán Caballero, Obras
completas, tomo XVI, p. 91. Presentan mayor semejanza con el planteo griego
de la historieta la versión de Luigi Pulci en su poema burlesco Morgante, XIII,
31 y sigs. y la novelita inserta en una colección, probablemente de origen persa,
dada a conocer en Venecia a mediados del siglo xvi con el título de Peregri-
naggio di tre giovani figluoli del re di Serendippo.

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MOTIVOS POPULARES EN LA SEGUNDA SOFISTICA

serpiente que asumió forma de mujer bellísima y que, con sus ha­
lagos y riquezas, indujo a un alumno de Apolonio a casarse con
ella en la intención de devorarlo; ante los reproches y el sarcasmo
del sabio pitagórico se desvanece la pompa del banquete nupcial
y la desposada, remota ascendiente del hada Melusina, vuelve a
su monstruosa forma original.
Una ojeada al arte literario grecorromano, aun tan sumaria co­
mo la que acabamos de hacer, permite advertir, pues, que existe
en él un elemento folklórico valioso por sus proyecciones artísti­
cas. Tal elemento, que coincide en muchos rasgos con el caudal
popular viviente hoy, constituye a veces un factor no despreciable
en el delicado problema de la filiación de los motivos tradiciona­
les. El propósito de las páginas siguientes será señalar cómo el
factor popular multiplica su proporción y alcance dentro de la
literatura española.

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II
EL CUENTO POPULAR
EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

Para no falsear la apreciación del elemento popular llevado al


arte, en esta rápida revista de la literatura española se impone la
exclusión de las colecciones de cuentos, aunque constituyen uno
de los géneros literarios más asiduamente cultivados en la Edad
Media: recuérdense, para mencionar sólo las obras en romance, los
fábliaux franceses, las novelle italianas, de enorme influencia li­
teraria, como lo acredita la historia misma de la palabra “novela”
y, en España, la brillante serie que arranca de los orígenes del
cultivo artístico de la prosa con el Libro de los engaños y Calila e
Dimna, y continúa con el Conde Lucanor, el Libro de los enxem-
plos, el Libro de los gatos. Análogamente, es preciso dejar a un
lado colecciones más modernas, como el Pairañuelo y la Sobreme­
sa de Timoneda, y los Jardines, Silvas, Fabularios y Misceláneas
de todo género, en que repetidas veces se inspiraron los artistas
máximos del Siglo de Oro, para reparar únicamente en los temas
recreados en las grandes obras literarias. Y nos detenemos en el
siglo xvn porque ni la excelencia del siglo xvm español está en
sus realizaciones artísticas, ni los principios estéticos que dominan
en esa época son popularistas. Después, el movimiento romántico
que no sólo presta atención a los temas sino también a la forma
del cuento popular, en las páginas de Antonio de Trueba, Fernán
Caballero, Estébanez Calderón, Juan Valera y Ricardo Palma, in-

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

tensifica también su cultivo poético, como lo prueban las obras del


duque de Rivas, Espronceda y Zorrilla,1 y lo que es más, con su
nueva concepción de la cultura y de la historia, conduce justa­
mente a la creación de la ciencia de lo popular, cerrando así, en
cierto modo, el papel que hasta entonces había tenido la litera­
tura como trasmisor único de la fantasía del pueblo.

Un cuento popular en las “Cantigas” de Alfonso el Sabio. —


Una de las Cantigas más primorosas cuenta que un monje, deseo­
so de sentir en vida las glorias del paraíso, queda embebecido en
el vergel del convento oyendo el canto maravilloso de una paxa-
rinha que por especial favor le ha enviado la Virgen. Terminado
el canto, el monje vuelve pesaroso al convento y se llena de es­
panto al ver un portal nuevo y rostros desconocidos: trescientos
años habían transcurrido durante el breve cantar del ave paradi­
síaca. Idéntico caso refiere el Libro de los enxemplos, 110, que
agrega una variante francesa; en la versión alemana de esta le­
yenda, posterior en un siglo a la gallega, y de donde arranca al

1 Como ejemplos de leyendas ni hagiográficas ni históricas que Zorrilla


recogió de boca del pueblo, pueden citarse Recuerdos de Valladolid y Para
verdades el tiempo y para justicias Dios. En la primera, un capuchino presen­
cia un asesinato; el criminal logra huir, y la justicia prende en su lugar a don
Tello Arcos de Aponte, que se hallaba cerca, y lo ejecuta. El fraile desespera
de las vías de Dios, hasta que se le aparece el mismo Tello, y le revela que
su castigo es merecido, pues tiempo atrás mató alevosamente a un rival suyo.
Es ésta una conocida leyenda rabínica que se incorporó luego al Corán, XVIII,
64, a las Vitae Patrum, a los Exempla de Jacques de Vitry, a los Gesta roma-
norum y, entre otras muchas colecciones, al castellano Libro de los enxemplos,
161, y que fue redactada literariamente en época más moderna por Pamell
(The Hermit) y por Voltaire (Zadig, 20). Espinosa (n’ 75) la ha recogido en
Santiponce, Sevilla. La segunda leyenda, también poetizada por Manuel del
Palacio en La calle de la Cabeza, cuenta cómo Juan Ruiz asesina ocultamente
a su amigo Pedro Medina para casarse con la mujer que los dos aman. El día
de la boda Ruiz compra una cabeza de ternera y la lleva bajo la capa; los
alguaciles, al ver que va dejando un rastro de sangre, le obligan a mostrarla,
y encuentran que es la cabeza de Pedro Medina: idéntico prodigio acontece
en el cuento n’ 82, oído por Espinosa en Avila.

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ALGUNOS CUENTOS POPULARES EN EL “LIBRO DE BUEN AMOR”

parecer su forma más difundida, la motivación es más compleja:


el monje sale al vergel caviloso por haber leído que para Dios
mil años son como un día. Reconocemos en la bella leyenda un
elemento que aparece con frecuencia en el cuento popu­
lar, en la historia de la Bella Durmiente y en la de
Epiménides de Creta, que entró de niño en una cueva mientras
sus ovejas sesteaban, durmió en ella cincuenta y siete años y
despertó creyendo haber descansado pocas horas. También es
popular el insistir en que el tiempo ha transcurrido inadvertida­
mente para el héroe de la aventura: así en la historia de Rip van
Winkle, en la del mono Sun Wu Kung (Cuentos populares de
China, Revista de Occidente, Madrid, 1925), y en la del empera­
dor Federico y los tres nigromantes (Novellino, n? 17), en la que
por arte de magia el tiempo se alarga insensiblemente. Los datos
esenciales del motivo —sueño o embeleso y tiempo abreviado pa­
ra el durmiente— presentados como prueba de la potencia de Dios
al religioso que desespera de ella, forman la leyenda talmúdica
en que Jeremías (o Esdras) duda de que Dios pueda restaurar
la asolada Jerusalén, y despierta al cabo de un siglo para hallarla
reconstruida (recuérdese el detalle del portal nuevo en la Cantiga
de Alfonso el Sabio) y populosa. De esta forma originaria, y me­
diante las numerosas versiones árabes intermedias, han nacido, en
sentir de Asín Palacios (ob. cit.), los diversos tipos de la leyenda
conocidos hoy: el ya citado, del monje, localizado en el convento
navarro de Leire, según una tradición que recuerda el Padre Isla,
o bien el del labrador y San Pedro, recogido en Asturias por
Llano, n9 129.

Algunos cuentos populares en el “Libro de buen amor”. — De


variada historia son los cuentos y fábulas que Juan Ruiz insertó
en el marco narrativo de su poema; recordaremos solamente tres,
bien conocidos en textos contemporáneos o anteriores al Buen
amor —lo que prueba que no son invención del Arcipreste—, y
que además circulan aún hoy entre el pueblo; son ellos el En-
siemplo del garzón que quería casar con tres mujeres, que en ver-

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

siones independientes de Juan Ruiz se repite muchas veces en


la poesía misógina de los siglos xiv y xv (por ejemplo, en el fabliau
Le valet aux douze femmes, en el Líber lamentationum de Ma-
hieu el Bigamo, en el Miroir de mariage de Eustace Deschamps,
en Hans Sachs), y que persiste en la Península y entre los judíos
de Oriente para justificar el proverbio “Casado te veas, molino”.
Lo esencial del Ensiemplo de los dos perezosas que querían ca­
sar con una dueña se encuentra en las Moralitates del dominico
inglés Holcot, muerto en 1349 (de donde pasó quizás al vasto re­
pertorio narrativo compilado entre 1330 y 1340 con el nombre de
Gesta romanorum) y luego en varias colecciones latinas y vulga­
res, de una de las cuales lo recogieron los hermanos Grimm; hoy
persiste en el folklore rumano; dentro del español, en la anécdota
del haragán de Utrera y en cierto cuento de la provincia argenti­
na de La Rioja, según Ricardo Rojas (La literatura argentina. Los
gauchescos, XII). Las coplas 766 y sgs. del Buen amor presentan
un “ensiemplo” cuyo comienzo se ha perdido, el del buen agüero
del lobo, que constituye la versión más antigua de este difundido
cuento animalístico, conocido en fabularios latinos de la Edad Me­
dia, y que tiene curiosa vitalidad, ya que se cuenta hoy sin mayo­
res variantes en Valladolid, Santander, Córdoba (Espinosa, nos-199,
200, 201, 204), en Asturias (Llano, nQ 159) y en la Argentina, don­
de, por no existir lobos, el protagonista se ha convertido en zorro,
héroe habitual en los cuentos de animales.
El Libra de buen amor proporciona un testimonio precioso so­
bre la filiación de un cuento conocido modernamente en Navarra
y en diversas provincias argentinas, en el que un bobo sale airo­
so disputando por gestos con el rey. Tal cuento no es sino la
Disputación que los griegos e los romanos en uno hobieron (Buen
amor, coplas 47 y sigs.), que ridiculiza los subterfugios de que
se valían frailes y monjas para no quebrantar la regla del silencio.
Parecidos gestos a los ejecutados por el sabio griego y el ribaldo
romano, y parecido argumento teológico se mantienen en la ver­
sión recogida este año en la provincia de San Luis (localidad El

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EL CUENTO POPULAR EN DOS OBRAS DEL S. XV

Durazno) por la distinguida folklorista argentina, señora Berta


Elena Vidal de Battini.

El cuento popular en dos obras del siglo xv. — No es menos


aficionado a “ensiemplos” el otro Arcipreste que en el Corbacho,
además de los cuentos de tipo erudito propios de los predicado­
res —como el que forma el tema del Lai d’Aristote o la repetidí-
sima conseja de Virgilio colgado en la cesta, también versificada
por Juan Ruiz—, agrega narraciones de la tradición oriental, de
difusión mucho más vasta y duradera. Así leemos (II, 1) el caso,
originario de la Disciplina clericalis y también incluido en el Libro
de los enxemplos, 235, de la taimada mujer que finge echarse al
pozo, que inspiró también a los autores de fabliaux, a Boccaccio, a
Moliere (Georges Dandin, III, 8 y sigs.); el de la mujer que aun
en trance de ahogarse sigue en su porfía, cuentecillo que en la
forma en que lo narra Talavera (idéntica a la que repitió siglos
más tarde El donado hablador, IV) dio origen al refrán “Tijeretas
han de ser”, recordado por Lope en El duque de Viseo, II, 19.
Este cuento se halla en varias colecciones medievales (los Exem-
pla de Jacques de Vitry, Romulus, el ejemplario italiano del si­
glo xiv Contemptus sublimitatis, las Facetiae de Poggio) que pre­
sentan además una variante, en que la mujer insulta al marido, tam­
bién de origen oriental, y recogida hoy por Llano en el folklore
de Asturias, n<? 94. Vitry, Étienne de Bourbon, Poggio traen tam­
bién el cuento de la mujer obstinada que se ahoga río arriba para
llevarla contraria a la corriente (Timoneda, Sobremesa, I, 1): el
arcipreste de Talavera enlaza este cuento con el primer motivo, y
es de notar que toda esta pequeña serie acerca de la porfía feme­
nina vive hoy en el centro y norte argentinos.
Viva antinomia del Corbacho es el contemporáneo Victoria!., la
crónica cortesana de don Pero Niño escrita por su abanderado
Gutierre Diez de Gámez con abundante inclusión de materias
tradicionales. Un ejemplo: el gentil cronista da como causa de
la guerra de los Cien Años el difundidísimo cuento de la Niña
Sin manos (cf. Espinosa, nos 99, 100, 101, 102), que es aquí hija

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

del duque de Guiana y, abandonada al mar por su malvado padre,


llega a Inglaterra y casa con el hermano del rey.

El cuento popular en el “Romancero”. — Se ha dicho que el


Romancero y el Quijote son las obras literarias por donde debe
comenzarse el conocimiento de España: lo cierto es que las dos
creaciones, y particularmente la primera, se complacen en acoger
motivos pertenecientes ya al dominio popular. El Romancero con­
tiene, como el cuento folklórico, el motivo de los niños convertidos
en animales por maldición paterna (Romance de Lanzarote, y
Espinosa n9 148, Llano n9 8). Muy repetido es el de la dama
que se peina con peine precioso: “A cazar va el caballero”, “Blan­
ca sois, señora mía”, “La virgen se está peinando”, “Estaba la
linda infanta”, “Estando la Condesina”, “Arboleda, arboleda” etc.,
y Llano, n9 1, Ramírez, n9 82; en América está muy difundida la
creencia en la niña o la madre del agua, que se aparece en tal
acto, localizada en infinidad de lagunas, por ejemplo, Laval, Obra
citada, págs. 237 y 238. La novela de ambiente puneño Flor de
las nieves, de Eduardo Alejandro Holmberg, Buenos Aires, 1912,
presenta (pág. 45) este poético instante de la leyenda de Lore-
ley como incorporado a la figura de más arraigo de la mitología
indígena, la Pacha Mama. El motivo de las señales del sexo apa­
rece en el romance de la doncella guerrera (cf. Llano, n9 1,
Espinosa n9 155; en otras lenguas, Historia della reina dOriente
versificada por el florentino Antonio Pucci en el siglo xiv y Huckle-
berry Finn, XI, de Mark Twain). El trilladísimo expediente de
los asesinos piadosos que, en lugar de matar al héroe o heroína,
traen el corazón o los ojos de una perrita como prueba de que
han cumplido las órdenes recibidas —tal el episodio de Brangiana
en Tristón e Iseo—, figura en el Romance de Gaiferos, en el cuen­
to de Blancanieves, en la segunda parte de la Bella Durmiente,
en el cuento chileno Alejandro, mi amigo. La limosna otorgada en
el pensamiento de que un ausente querido puede padecer igual
necesidad pertenece al Romance de Gaiferos y al cuento edifican­
te de los Tres consejos, recogido por Fernán Caballero (Espinosa

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EL CUENTO POPULAR EN EL ROMANCERO

n08 66 y 129, Llano n9 16). La espada interpuesta como símbolo


de castidad interviene en el Romance de Gerineldo, en la Leyen-
de de los Nibelungos, en el episodio de Tristón e Iseo en el bosque
de Morois, Amis et Amiles, Fernán Caballero, Los caballeros del
pez, Espinosa n9 139.
Argumentos de la narración popular que han pasado al roman­
ce son, por ejemplo, el de la apuesta y la dama calumniada, pre­
sente en el folklore escocés, alemán, rumano, veneciano, floren­
tino, siciliano, hispánico (Llano, n08- 114 y 115; Fansler, n9 45 a
y b), que ha inspirado en la literatura francesa varias creaciones
del rcwkjn courtois (román de Guillaume de Dolé, de la Violette,
du roí Flore et la belle Jehanne, du comte de Poitiers, los cuatro
del siglo xm); en la italiana un relato del Decamerón, II, 9, el
anónimo Cantare di madonna Elena, la Justa Victoria de Felice
Feliciano; en la inglesa la historia de Imogen en Cimbelino; en
la española la Patraña XV de Timoneda, la Comedia Eufemia de
Lope de Rueda, Los embustes de Celauro de Lope de Vega y el
Romance del Conde Vélez, muy fragmentario en la versión
castellana, pero perfectamente reconocible en la judeoespaño-
la. En el romance De cómo estando Guzmán el Bueno a
servicio del rey de Marruecos, mató una sierpe, y domó un
león que con ella combatía (Durán 954), al que alude Lope en
El anzuelo de Fenisa, II, 3, el héroe, luego de dar muerte al te­
mible dragón, se guarda la lengua, con la que desmentirá a los
impostores que se presentan a recoger la recompensa: es éste un
motivo repetido infinidad de veces en el folklore de todos los tiem­
pos y lugares, teatralizado en nuestros días en la Farsa infantil
de la cabeza del dragón de Valle Inclán, y familiar también a la
antigüedad, según demuestra un fragmento del historiador Diéu-
quidas, conservado por el Escoliasta de Apolonio de Rodas, I, 517.
Aunque no pertenecen a los romances viejos, son interesantes
muestras de la penetración de los temas del folklore en la poesía
el romance devoto “Caminan para Belén/San José y Santa Ma­
ría”, que da el porqué de la esterilidad de la muía; el largo y bo­
nito romance “en fabla” del príncipe de Hungría y la princesa me-

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

lindrosa (de asunto igual a los cuentos nos- 179 de Espinosa y 38


de Llano, y con el motivo muy frecuente de acceder a las de­
mandas crecientes del aventurero para sonsacarle sus objetos pre­
ciosos), vertida literariamente en el siglo xvi por Luigi Alamanni;
el romance vulgar de la esposa castigada, en el que se basa la
novela Tarde llega el desengaño, de doña María de Zayas y Soto-
mayor, y que suele presentarse inserto en un episodio del cuento
de los tres consejos (Laval, n9 12, Montenegro, obra citada, pág.
82, y versiones argentinas de Los Robles, La Rioja, y Santa Rosa,
Catamarca).

Motivos populares en el “Lazarillo”. — Como es sabido, perte­


necen a la tradición popular tanto la figura de Lazarillo, el fa­
mélico mozo de ciego, como la de su avariento amo. Tampoco
son de invención personal las travesuras que ejecuta en la novela;
notoriamente, el incidente que pone término a sus servicios con
el ciego aparece en una obrilla dramática de Sebastián de Horoz-
co —poeta del siglo xvi de quien consta que había reunido un
Libro de cuentos—, y los últimos versos que allí pronuncia Laza­
rillo coinciden casi palabra por palabra con el final en verso del
chascarrillo que sobre el mismo asunto narra Fernán Caballero,
Obras completas, tomo XII.

El cuento popular en las obras de Cervantes. — Los escritos


de Cervantes revelan una viva atención hacia el pensamiento del
pueblo, actitud que confirma su enlace espiritual con el humanis­
mo erasmista, observador curioso de los dichos y hechos del vulgo.
El Quijote, que empezó por ser un gran éxito popular, comienza
por una frase, “de cuyo nombre no quiero acordarme”, que echó
a volar la imaginación de los semieruditos, pero que no es sino
la recreación personal de una fórmula muy difundida como prin­
cipio de cuento; tal fórmula, conocida merced al cuento literario,
parece en desuso actualmente en la Península, pero de su exis­
tencia en América (provincias argentinas de Santiago del Estero
y Catamarca) me informa gentilmente la citada folklorista señora

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EL CUENTO POPULAR EN LA OBRA DE CERVANTES

de Battini. Las palabras con que Cervantes pinta la riña de la


venta (I, 16): “Y así como suele decirse: el gato al rato, el rato a
la cuerda, la cuerda al palo” lo mismo que la airada respuesta de
don Quijote al comisario de los galeotes (I, 22): “¡Vos sois el gato,
y el rato y el bellaco!” aluden a un cuento acumulativo infantil
también citado en la Carta de don Diego de Mendoza al capitán
Salazar y en el Estebanülo González, VI; Rodríguez Marín lo
consigna en su edición del Ingenioso Hidalgo y con variantes lo
había publicado ya Fernán Caballero. Es bien sabido asimismo
que el cuento de las cabras (I, 20) es uno de los más antiguos y
más arraigados cuentos de nunca acabar, pues ya figura en la
Disciplina clericalis (de donde pasó a diversas colecciones de la
Edad Media: Novellino, 26; Libro de los enxemplos, 85), y se
narra hoy en prosa y verso en Andalucía, Puerto Rico, Chile, Ar­
gentina, sin más cambio que mudar las cabras en pavos, en gan­
sos (innovación con que ya lo trae el Quijote de Avellaneda,
XXI) o en patos (provincia argentina de San Luis). Cervantes ha
proyectado el relato en la realidad, pintando la interrupción im­
paciente de don Quijote ante la inacabable enumeración y la ne­
gativa de Sancho a continuar, que son como la armazón escénica
de ese tipo de historieta.
En la Segunda Parte, Cervantes prodiga los cuentos, varios de
los cuales presentan inequívoco carácter popular; la historia del
loco de Córdoba —repetida luego en la comedia No hay contra

Sevilla, lo que indica que la anécdota no tiene firme origen lo­


cal— ofrece gran semejanza con el relato del loco del baño con­
tado en la segunda parte del Ejemplo 63 del Conde Lucanor,
cuya frase final está insertada en el Vocabulario de refranes
del Maestro Correas y que es a su vez idéntico al cuento incluido
en el mismo Vocabulario para explicar el dicho proverbial “Otro
loco hay en Chinchilla”. En el Capítulo I el Barbero alude a un
romance de un cura y un rey, que se ha recogido también en for­
ma de romance en catalán y en la de cuento en Valencia (Llano,
pág. 243), tras de lo cual viene el conocido chiste del fiador que

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

necesita fianza. El cuento de los catadores (II, 13), uno de los


cuales declara que el vino sabe a hierro, y el otro que sabe a cor­
dobán, con gran sorpresa del dueño que sólo al vaciar la cuba
advierte que había en ella una llave pendiente de una correa de
cordobán (cuento repetido con variantes en el entremés de La
elección de los alcaldes de Daganzo), reproduce el esquema de
la profecía contradictoria en apariencia y que sin embargo se
cumple toda, del que hay una muestra notable en el ejemplo de
origen muy discutido del hijo del rey Alcaraz, inserto en el Buen
amor. La explicación que da Sancho del robo del rucio (II, 4 y
II, 27) remite a la traza con que Brunello robó el de Sacripante,
recordada en el Orlando furioso, XXVII, 84 y referida en el Or­
lando innamorato, II, 5, 39 y sigs. El motivo, que se encuentra
también en la Tragedia del rey don Sebastián de Lope, anterior
al Quijote, es popular, como lo indica el hecho de hallarse en la
historia del ladrón de Perusa, redactada por el narrador popula-
rista Straparola, y en todo el ciclo del Ladrón fino, representado
en América, por ejemplo por El guacho ladrón (Guzmán Matura-
na, Obra citada, págs. 104-106) y por El ladrón (de San Luis, Ar­
gentina, donde el tradicional ardid está confusamente recordado).
En la enumeración de los motes que se dan unos pueblos a otros,
Cervantes recuerda el pueblo de la Reloja, cuyo nombre deriva
de un gracioso chascarrillo (algo semejante a la conocida facecia
de Poggio sobre el crucifijo vivo), estudiado por Rodríguez Marín
y localizado en diferentes lugares de España: Yepes, Ocaña, Es-
partinas.
A la sabiduría popular pertenece probablemente el caso del ga­
nadero y la moza (II, 45), que andaba impreso con anterioridad
al Quijote en el Norte de los Estados de Francisco de Osuna, 1531,
y el juicio que vale a Sancho el dictado de nuevo Salomón, sobre
el préstamo de los diez escudos de oro: Bowle señaló un caso
análogo, resuelto por milagrosa intervención de San Nicolás de
Barí en la Leyenda áurea (traducido en el Libro de los enxem-
plos, 165), pero su origen primero debe buscarse (según Letterio
di Francia, Novellistica, Storia dei generi letterari iialiani, I, Mi-

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EL CUENTO POPULAR EN LA OBRA DE CERVANTES

lán, 1924, pág. 74) en el Midrash Raba Levítico; aquí el defrau­


dado, lleno de indignación ante el perjurio, golpea con la caña
que le ha entregado momentáneamente el deudor; la caña se rom­
pe, y las monedas ruedan por el suelo. La versión de Cervantes
se parece más al Midrash, si bien, en desmedro de lo verosímil,
Sancho posee en ella una sagacidad que es más prudente asociar
con la divina Providencia. Más adelante (II, 59) Sancho y el
ventero fantaseador se empeñan en un diálogo chistoso, bastante
parecido al que figura en el Entremés del remediador de Lope, y
que más tarde fue malignamente contado por Théophile Gau-
tier (Voyage dEspagne, 1840) como caso típico de las posadas
españolas. A la manera popular, ese diálogo llama “ave” al cerdo,
como lo hacen varios refranes (“de las aves, el lechón”, “de las
aves que vuelan, el cebón, el cerdo, el cochino”) y el chiste de
Agustín de Salazar y Torres en su humorística Silva III:
Si bien en esto de volatería,
me acuerdo que decía
un grande cortesano
que de todas las aves, el marrano,

que repiten muy fielmente unos versos festivos bien conocidos


en Buenos Aires

i De las aves que vuelan


me gusta el chancho;
de las flores del campo (o: de las frutas del año)
las empanadas.
Recuérdese que Sancho es por sí mismo personaje popular precervantino y
que su nombre, atestiguado desde fines del siglo xvi como denominación hu­
morística del cerdo, es el origen más probable del vocablo “chancho”, exten­
dido en gran parte de América. Por lo demás, el esquema citado se presta a
numerosas variantes, así: “Ave por ave, el carnero si volase”, incluida en el
Vocabulario de refranes de Correas; “De los pescados, el camero”; la copla
que, según testimonio de Quevedo (Visita de los chistes), corría en su tiempo,
sencillamente:
Da los pescados, el mero;

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

No es menor la parte de la narración popular en el resto de


la obra de Cervantes. En 1914 Ángel González Palencia recogió
en Marruecos un cuento que corresponde más que todas las fuen­
tes literarias indicadas hasta ahora al argumento del Celoso ex­
tremeño, y que Cervantes oyó probablemente durante su cauti­
verio en Argel. También ha surgido de la fantasía del pueblo la
historia de doña Guiomar de Sosa, salvadora del asesino de su
propio hijo (Persiles y Segismundo, III, 6; modernamente, con­
tada por Fernán Caballero, y en América por Ricardo Palma en
una de sus Tradiciones peruanas titulada Haz bien sin mirar a
quién), en cuya composición han entrado algunos rasgos de la fa­
mosa leyenda medieval de Trajano y la viuda (Dante, Purgatorio,
X; Noveuino, 56), y que había inspirado ya uno de los relatos de
los Ecaiomnuti de Giraldi Cinzio, colección de novelas muy leídas
a la sazón en España.
Entre ios entremeses puede citarse por su utilización de moti­
vos populares, además del Viejo celoso que presenta el engaño
de la saoana, conocido ya por Aristófanes, La cueva de Salaman­
ca donae, ante la llegada mesperada del marido, el huésped que
ha sido mal acogido por el ama de casa, se las da de mago y
‘descubre ía rica cena que la mujer ha preparado en obsequio
de su gaian; esta astucia es una de las más repetidas en el ciclo
uei Euganauor, sazonaua generalmente con la venta a buen precio
uei oojeto o ammai mágico que opera el “descubrimiento ’, y apa­
rece por separado en el folklore de Asturias (Llano, n*? 67). En la
extraña comedia Pedro de Urdemeles, que tiene por héroe un

de las carnes, el camero;


de las aves, la perdiz;
de las damas, la Beatriz.
Y, por último, hallamos en el Cancionero popular murciano de Alberto Sevilla
(Murcia, 1921);
De los árboles frutales,
me gusta el melocotón,
y de los reyes de España,
Alfonsico de Borbón.

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EL CUENTO POPULAR EN EL QUIJOTE DE AVELLANEDA

personaje que es tradicional encamación de la astucia popular,


Martín Crespo, no muy satisfecho de haber sido elegido alcalde,
dice a quienes acuden a felicitarle (Jomada, I):

El que no te conoce ése te alaba,


deseo de mandar.

Por otra parte, en la comedia de Lope El remedio en la desdicha,


el moro Arráez, que se cree engañado por el Alcaide de Ante­
quera, se queja de él en estos términos (II, 14):

¿Esos eran los consejos


de caballero y de noble?
¡Buenas tretas son, Alcalde!
Quien no te entiende te compre.

Es fácil reconocer tanto en las palabras de Cervantes como en


las de Lope el dicho que da título a un cuento recogido por
Fernán Caballero en forma más completa que otras redacciones
peninsulares y que además se ajusta a la más antigua versión co­
nocida, la de las Mil y una noches: un estudiante roba un asno y,
mientras sus compañeros lo llevan a vender en la feria, él se co­
loca el arnés y explica al sorprendido dueño que, en expiación de
sus pecados (o por encantamiento) había sido condenado a vivir
durante cierto plazo en forma animal; el crédulo propietario lo
deja en libertad; va a la feria a proveerse de nuevo asno y, al
encontrarse con el antiguo, le susurra prudentemente al oído:
“Quien no te conozca que te compre”.

El cuento popular en el “Quijote” de Avellaneda. — Tampoco


el falso Quijote ha desdeñado el elemento popular: ya se ha alu­
dido al cuento de los gansos, adornado con un curioso comienzo.
Del capítulo XVII al XX se extiende la historia de los Felices
Amantes que vierte, conforme a los cánones de la novelística ita­
liana, el conocidísimo relato que inspiró la Cantiga 154 de Alfon-

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

so el Sabio, la comedia devota La buena guarda de Lope y la


leyenda Margarita la tornera de Zorrilla: una monja, en el instan­
te de abandonar su convento, lo encomienda a la Virgen, quien
toma la figura de la pecadora y la sustituye durante toda su au­
sencia para evitar su deshonra.
En el capítulo XXIV Sancho propone con la consabida intro­
ducción “¿Qué es cosa y cosa?”, que todavía vive en el Norte ar­
gentino, una adivinanza de parecido, perteneciente al tipo llama­
do por Ramírez de Arellano “Animal del otro sexo” (“¿Qué es
cosa y cosa que parece burro en pelo, cabeza, orejas, dientes,
cola, manos y pies, y lo que más es, hasta en la voz, y realmente
no lo es? y no me supieron jamás decir que era la burra”). Pero
la nota singular del autor del falso Quijote es la atención que pres­
ta a las pintorescas fórmulas iniciales del cuento (“Érase que se
era, en hora buena sea, el mal que se vaya, el bien que se venga,
a pesar de Menga”), que Sancho recita por tres veces (XIV,
XX, XXV).

El cuento popular en el teatro de Lope. — La obra de Lope


de Vega es sin duda, dentro de la literatura castellana, la que
más penetrada está de la temática popular; comedias hay total­
mente basadas en consejas tradicionales, como La buena guarda,
que acabamos de mencionar; la titulada El animal profeta y
dichoso parricida San Julián, sobre la sombría leyenda que, sin
asociarse ya al nombre del santo, se cuenta en toda España (por
ejemplo, Llano, n9 53); la ya citada Los embustes de Célauro,
sobre el tema de la dama calumniada en su honor; la primera
parte de Los Tellos de Meneses, castiza versión del tema de
Peau dáñe en que el motivo del amor incestuoso está reempla­
zado por lo que es a todas luces una variante local: la princesa
huye porque su padre la ha prometido a un rey moro; la de
Los tres diamantes, que dramatiza la novelita popularísima de
Pierres de Provenza y la linda Magalona, compuesta en la segun­
da mitad del siglo xn a imitación de un cuento de Las mü ,y una
noches, y fecunda inspiradora, a su vez, de la novelística italiana.

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EL CUENTO POPULAR EN EL TEATRO DE LOPE

También se basa en un cuento de Las mU y una noches, del que


queda traducción española quizás anterior al siglo xiv, La donce­
lla Teodor, cuyo tema central también recordado en La picara
Justina, II, 1, es un certamen en que la sabia heroína contesta
satisfactoriamente las preguntas de cosmología aristotélica y los
enigmas dé varia ciencia que le formulan sus examinadores. Es
instructivo notar, para la mejor apreciación de la crítica literaria
imperante todavía a principios de este siglo, que tales preguntas
sobre el movimiento del cielo, de los elementos, de los cuerpos
celestes, llenaban de desconcierto a un crítico de la talla de Me-
néndez y Pelayo (“Apenas acertamos hoy a concebir que estas no­
ciones de cosmología se hayan explicado en el teatro”). Pero
¿qué argentino no evocará al leerlas el contrapunto en que Martín
Fierro y el moreno definen y explican la cantidad, la medida, el
peso, el tiempo? Y ese contrapunto, que no es fantaseo de José
Hernández sino estilización de bien conocidos motivos gauches­
cos, prueba por la vitalidad de sus problemas, cuánto debían de
ajustarse al gusto del público de patios y corrales las "nociones
de cosmología” de la doncella Teodor.
Entre todas estas comedias, folklóricas por excelencia, descue­
lla Don Juan de Castro, verdadera antología de los temas predi­
lectos del cuento popular español: el héroe huye de su patria
por no ceder a los deseos culpables de su madrastra; llega a In­
glaterra y, como Messer Dianese en el cuento italiano, como don
Juan de Galán en la versión argentina de Salado, Catamarca,
MU
acreedores y haciéndolo sepultar en sagrado. El rey de Inglate­
rra celebra justas para casar a su hija con el vencedor. El difunto
agradecido se presenta en visión a don Juan y le promete su
ayuda a condición de que le otorgue la mitad de todo lo ganado;
don Juan consiente y gana la mano de la princesa. Pero el día mis­
mo en que va a casarse, un rival derrotado, el rey de Irlanda, lo
atrae dolosamente y se lo lleva prisionero a su isla. Desde aquí
la comedia continúa con el argumento del cuento de los mellizos
(por ejemplo, Espinosa n9 139). En efecto, Rugero, hermano de

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don Juan y maravillosamente parecido a él, que había salido en


su busca, llega ese mismo día a Inglaterra y se entera de su ven­
tura; aconsejado por el muerto, se desposa con la princesa, para
no desbaratar las bodas, e inmediatamente marcha contra Irlanda
y rescata a su hermano. Al volver a Inglaterra —y desde este pun­
to se intercala un motivo de la leyenda devota de Amis et Ami­
les—, el fiel Rugero enferma “de un género de lepra”. Una voz
advierte en sueños a don Juan que su hermano curará si bebe la
sangre de los dos hijos que le han nacido; el padre se sobrepone
a su aflicción, Rugero sana milagrosamente y los niños resucitan.
Vuelve a reanudarse el tema de la gratitud del difunto con la
aparición del muerto que reclama la mitad pactada; don Juan,
fiel a su palabra, entrega la mitad de sus riquezas y se dispone
a partir salomónicamente a su esposa, cuando el difunto le detie­
ne, advirtiéndole que ha exigido el cumplimiento de la promesa
sólo para poner a prueba su lealtad. Merece notarse que la com­
binación de los temas de Amis et Amiles y el difunto agradecido
no parece invención de Lope, pues aparece en la vieja novela
anónima Oliveros de Castilla y Artús de Algarbe, Burgos, 1499,
que es traducción de un original francés más antiguo.
Innumerables son las comedias en que Lope intercaló motivos
aislados de la novelística popular; recordemos, por ejemplo, las
Audiencias del rey don Pedro, II, que presenta el tema del mer­
cader que ha perdido una bolsa de dinero y promete diez doblas
de recompensa a quien se la entregue, pero dolido de tener que
desprenderse de tal suma, dice al viejo que se la ha devuelto
que la bolsa contenía diez doblas más, y por consiguiente no le
debe la recompensa. Don Pedro sentencia que la bolsa no es la
perdida, pues no contenía la cantidad alegada por el mercader,
y la regala al viejo: el cuento pertenece a la Disciplina clericalis,
17, de donde pasó a todas las lenguas europeas (en español, Libro
de los enxemplos, 311; Fernán Caballero, Obras completas, tomo
XVI; Timoneda, Patraña VI), siendo atribuida la ingeniosa sen­
tencia a diversos príncipes con renombre de justicieros. El tema
del mozo de alto linaje que, criado entre gentes bajas, da pruebas

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EL CUENTO POPULAR EN EL TEATRO DE LOPE

de valor superior al de su condición —el tema que ya hacia son­


reír a Menandro— es muy del agrado de Lope, que se complació
en poner en escena tales mocedades, dentro de un marco ideali­
zado de vida de campo, en Contra valor no hay desdicha, El hijo
de Reduán, Los Benavides, Los Prados de León, El aldegüela, El
testimonio vengado y muchas otras. En las escenas finales de La
dama boba aparece la versión regocijada del equívoco siniestro
recordado más arriba a propósito de la muerte de Enrique IV y
de Catalina de Médicis (pág. 24): la heroína obligada a alejar
a su galán, satisface a su padre anunciándole que aquél se haPa
en Toledo, que luego resulta ser no la ciudad del Tajo sino el
desván donde la dama le tiene escondido.
La linda comedia de costumbres Santiago él verde presenta, en­
tre sus muchos cuentos y anécdotas, la historia de cómo cierto
emperador Federico, al conquistar una ciudad, permitió a las
mujeres retirarse con la joya que más preciaran, y de cómo ellas
le obedecieron llevándose a sus maridos. El mismo hecho se cuen­
ta como episodio de la guerra entre güelfos y gibelinos, sin más
cambio que el de reemplazar al emperador Federico por el empe­
rador Conrado, y a las mujeres de la ciudad vencida por la con­
desa de Weinsberff; se le conoce también en el folklore polaco y
ruso, y deriva del Talmud, donde aparece relacionado con la en­
señanza de Rabí Simeón ben Yohai (siglo n). Una respuesta
tradicional, atribuida en el folklore alemán al Cura de Calenberg,
figura en quien la imaginación popular acumuló todas las flaque­
zas del clero católico, se lee en Los peligros de la ausencia (II, 5):
A mujer de cuarenta años,
no hayas miedo que la intente;
que más quiero dos de a veinte,
que es cuenta en que no hay engaño.
Con mucha frecuencia los graciosos del teatro de Lope suelen
dar consejo a sus amos refiriéndoles cuentos de animales; de es­
tas narraciones, deliciosamente poetizadas, que sin duda hacen
de Lope el primer fabulista en lengua española, baste recordar

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

la del cascabel y el gato (La esclava de su galán, I, 10) contada


ya en el Libro de los gatos, 55, la del asno y la diosa (Los Tellos
de Meneses, Parte I, III, 1), la del asno y el perrillo (El más galán
portugués, II), la del perro y la imagen de la carne (El milagro
por los celos, III), que figura en Calila e Dimna, II, la de la
zorra buena particionera (Obras son amores, III), incluidas tam­
bién estas tres últimas en el Buen amor; la del asno y el cochino
(Con su pan se lo coma, II), la del león agradecido (Amar sin
saber a quién, II, 3), la de la gata convertida en mujer, de la que
Lope dio por lo menos tres versiones (El castigo sin venganza,
III; El príncipe perfecto, Parte I, II, 14; Ejemplo de casadas, II).
La narración popular no sólo inspiró a Lope para su teatro
de pura invención; tiene también parte principal en su empresa
mayor —iniciada ya en el drama sobre el sitio de Granada que
compuso de niño— la dramatización de la historia patria. Más
de uno entre los motivos de la tradición nacional es la versión
española de un tema que inmemorialmente rueda en boca MI*: del
pueblo, lo que, por lo demás, en nada mengua su valor histórico:
el pueblo ordena y recrea ciertos hechos conforme a esquemas
que le son familiares; semejante procedimiento también es, al
fin de cuentas, el de los historiadores científicos cuando se ven
forzados a reconstruir una situación concreta sobre la selección
de datos llegados hasta ellos, como que responde a una modali­
dad básica de la inteligencia humana. Así, Lope inició la pre­
sentación teatral del rey don Pedro como rey justiciero (El infan­
zón de Illescas, Audiencias del rey don Pedro, El médico de su
honra) continuada por Alarcón (Ganar amigos), Calderón (E?
médico de su honra), Moreto (El valiente justiciero y ricohombre
de Alcalá), hasta Zorrilla (El zapatero y el rey). Y esa presenta­
ción, basada en la leyenda popular, se ajusta a la silueta de los
Califas de los cuentos orientales que deponen su grandeza para
conocer directamente a su pueblo y hacerle justicia, ingeniosa
unas veces, feroz otras, pero siempre rápida y personal y, por
eso, tanto más vivamente agradecida.
En el desenlace de dos comedias de Lope, El alcalde de Zata-

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EL CUENTO POPULAR EN EL TEATRO DE LOPE

mea y EZ mejor alcalde el rey (y en el de La niña de Gómez


Arias de Calderón) un príncipe restaura el honor de la heroína
casándola con el villano, para entregar luego éste al verdugo;
semejante final satisface a maravilla la exigencia de justicia
poética del relato popular y probablemente emanó de él; en
efecto, la esencia de la primera de las comedias citadas es una
vieja anécdota que con distintos personajes cuentan Giovanni
Sercambi en el siglo xiv, Sabadino degli Arienti y Masuccio
Salemitano en el xv. De ese caso novelesco lo llevó Lope al
argumento rigurosamente histórico de El mejor alcalde el rey,
y de las comedias de Lope debió de pasar a las que presentaban
situaciones parecidas.1

1 Opina Menéndez y Pelayo en sus Estudios sobre el teatro de Lope de


Vega, tomo VI, p. 196: “Creo, pues, contra el juicio de otros críticos, que El
alcalde de Zalamea es una anécdota histórica sin más fuente que la realidad
misma, y conceptúo superfluo buscarle ningún origen literario”. El razona­
miento de Menéndez y Pelayo se basa en que el final de la novela de Masuc­
cio se parece más todavía al de El mejor alcalde el rey que al de El alcalde
de Zalamea y, como lo declara el mismo Lope, el argumento de El mejor
alcalde el rey es histórico y está tomado de la Crónica general. El razona­
miento es candorosamente falaz. Todo el mundo sabe que en la Crónica
general el infanzón no quita al labrador su mujer sino ciertos bienes; todo el
conflicto sentimental y el desenlace de las bodas trágicas, para salvar el honor
de la labradora, es invención de Lope, invención muy de acuerdo con el gusto
popular. Y si Lope agregó este final de invención pura a un drama esencial­
mente histórico como El mejor alcalde el rey, ¿por qué no lo había de agregar
a El alcalde de Zalamea, que tanta semejanza guarda en todo su argumento
con la novela de Masuccio? Por lo demás, y luego de asegurar que El alcalde
de Zalamea es copía objetiva de un hecho acontecido, Menéndez y Pelayo
agrega (p. 199): "Esparcidos en otras obras de Lope están casi todos los
elementos que reunió en El alcalde de Zalamea’ y pasa a enumerar cómo
Pedro Crespo, el villano sagaz, sentencioso y enérgico está representado por
Juan Labrador en El villano en su rincón, por Peribánez en la comedia de su
nombre, por Mendo en El cuerdo en su casa, por Esteban, que por añadidura
es alcalde, en Fuenteovejúna; y cómo don Lope de Figueroa aparece con
iguales rasgos en El asalto de Mastrique, de donde pasó con su carácter ya
hecho convención, a Amar después de la muerte y El alcalde de Zalamea de
Calderón, a El defensor del Peñón de Juan Bautista Diamante, y a otras
comedias.

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

El tema central de La reina doña María (y a su ejemplo la


refundición de Calderón, Gustos y disgustos son no más que ima­
ginación), también tomado de las crónicas, reproduce asimismo
un cuento popular, muy semejante a la novela III, 9 del Deca­
merón, y esta novela sirvió de modelo a Shakespeare para AU is
weU that ends well, y Lope también la hubo de tener presente
para algunos lances de Zxz hermosura aborrecida que alternan
con situaciones rigurosamente históricas de la vida de los Reyes
Católicos. Por su parte, el cuento indo Nimbavati, escrito en el
siglo v o vi sobre una sustitución análoga, y el de Múladeva
(siglo xi) cuya principal aventura es la de la mujer que se
reúne con su marido gracias al hijo que a escondidas ha tenido
de él, presentan los dos motivos de la comedia de Lope en textos
que demuestran irrefutablemente el carácter tradicional del
supuesto hecho histórico.
Es claro que en nada resta valor nacional al teatro de Lope la
presencia de estos elementos de la tradición universal, ya que
el poeta no se propuso investigar científicamente el pasado de
su patria sino poner ante los ojos de su público la historia de
España, tal como la conocía el pueblo de España, dramatizando
sus hechos más salientes, es decir, justamente, los que más
habían atraído ya la atención y la fantasía popular. No es de
extrañar, pues, si anécdotas de dramas históricos que reflejan
admirablemente el ambiente de cada época se encuentran tam­
bién a buena distancia del momento y del lugar en que las sitúa
Lope. Así, en la Jornada I de Las paces de los reyes, el traidor
Dominguillo, para ganar la confianza de don Lope de Arenas,
gobernador del castillo de Zurita, finge reñir con un soldado en
los reales de su enemigo, y se acoge al castillo. Se ha señalado
la semejanza de esta estratagema con la del persa Zópiro (Heró­
doto, III, 154-158), que se mutila el rostro para poder
MI* presen­
tarse justificadamente como tránsfuga en Babilonia, se gana allí
la confianza del rey, y abre luego las puertas al ejército persa;
podrían agregarse también dos casos de la novela histórica de
Jenofonte, el primero imitación refinada de Heródoto (Ciropedia,

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EL CUENTO POPULAR EN EL TEATRO DE LOPE

VI, 1 y 3), el segundo (V, 3), más cercano a la comedia de


Lope, pues también refiere una traición. Este tradicional motivo
es bien conocido en tierra americana, ya que no sólo aparece
vertido literariamente en el episodio de Rumi-Ñahui del Ollantay
sino también se cuenta como incidente ocurrido durante la época
de la anarquía argentina: en los Episodios nacionales de Juan
M. Espora, Buenos Aires, 1886, con el título de El colmo del
patriotismo se refiere cómo en 1819, el coronel La Madrid que
combatía por el gobierno de Buenos Aires contra Estanislao
López, gobernador de Santa Fe, llamó a un soldado de confian­
za, Francisco de la Rosa, y le encargó que observase las tropas
de López, conviniendo en hacerle acusar de robo y someterle en
público a un castigo infamante. El soldado huyó al campamento
de López, donde las señales del castigo acreditaron su deserción;
hizo las observaciones necesarias y volvió a los reales de La
Madrid, quien le cubrió de honores.
No es posible dudar de la historicidad del argumento central
de Fuen teovejuna, de los abusos del Comendador Fernán Gómez
de Guzmán, de la venganza colectiva del pueblo, del juicio y
sentencia favorable de los Reyes Católicos; pero tampoco puede
negarse que la copla popular, tema central del drama, recoge
un viejo tema tradicional que también leemos en Heródoto (IV,
167 y 200) a propósito de la ciudad de Barca, donde fue asesi­
nado el ambicioso rey Arcesilao de Cirene: “Antes de despachar
el ejército, Ariandes envió un heraldo a Barca para averiguar
quién había matado a Arcesilao: los barceos se admitieron todos
culpables” y más adelante: “Los persas... sitiaron la ciudad,
exigiendo que les entregaran los culpables de la muerte de
Arcesilao, pero ellos no aceptaron sus razones, porque toda la
multitud era juntamente culpable”. La materia histórica del
drama ha sido moldeada por la forma tradicional.
Es probable que en más de una ocasión Lope advirtiera que
algún hecho contado por sus fuentes era pura ficción y lo omitie­
ra deliberadamente. Así, la novelita de Antonio de Villegas
Historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa narra la misma

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

anécdota que Lope trató en El remedia en la desdicha; pero la


comedia —reprocha Menéndez y Pelayo al poeta— recrea muy
libremente un rasgo de hidalguía que la novela atribuye al per­
sonaje histórico don Rodrigo de Narváez. Es que ese rasgo se
encuentra, sin alterar un solo detalle, en el primer cuento del
Pecorone, de ser Giovanni Florentino (siglo xvi), basado en un
relato oral italiano que concuerda en lo esencial con la narración
que presentan dos autores del siglo xn (Walter Mapes, De nugis
curialium, y Giraldo de Gales, Gemma ecclesiastica). Lope
reparó sin duda en que era excesiva la semejanza de conducta
entre don Rodrigo de Narváez y el caballero Messer Galgano da
Siena y por eso modificó suficientemente el rasgo tradicional que
Villegas atribuyó de propia cuenta al personaje histórico espa­
ñol, y no modificó en cambio los motivos legendarios de las
comedias históricas porque ya corrían entre todo el pueblo de
España con valor de tradición nacional.

Un cuento popular narrado por Tirso de Molina. — A los Ciga­


rrales de Toledo, V, se debe la versión castellana de un tema
popular versificado poco después por La Fontaine y siglos atrás
por Haisel en el fabliau de Les clames qui trouvérent Tanel au
Conde, del que difiere en el detalle de las astucias y particular­
mente en el tono moral: este fabliau es el que Joseph Bédier toma
como ejemplo de la ubicuidad de los argumentos del género,
prueba de su carácter popular: aparece, en efecto, en Alemania
(Liedersaal de Lassberg, Hans Folz, Facetiae Bebelianae), en
Italia (Sette Savi, Mambriano del Ciego de Ferrara) y en las
colecciones de cuentos populares sicilianos de Pitré, islandeses
de Jon Arneson, noruegos de Asbjómsen, daneses de Gruntvig,
gaélicos de Campbell.

Cuerdos y chistes populares en el teatro de Calderón. — Un


tanto mecánicamente, la comedia convencional de Calderón suele
insertar cuentecillos amenos por boca del gracioso, hasta nueve
en una, sola obra: Los dos amantes del cielo, Dicha y desdicha

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CUENTOS Y CHISTES POPULARES EN EL TEATRO DE CALDERÓN

del nombre. Los hermanos Grimm señalaron el carácter popular


del cuento del villano y la moza ingeniosa en Peor está que
estaba, III, 11. En Dicha y desdicha del nombre, II, 7, la criada
Flora recita un diálogo disparatado entre el cura y el sirviente
encargado de comprar provisiones, que representa un género
del que Llano ha recogido varias muestras en el folklore de
Asturias (n08- 154 y 155 con sus numerosas variantes). Hállase
también en Timoneda (Sobremesa, II, 55) e! cuento, intercalado
en El pintor de su deshonra, III, 21, del niño que pide disimu­
ladamente la ración que han olvidado servirle. Podemos agregar
el chiste que resulta de dar interpretaciones encontradas a una
inscripción en iniciales, del que hay dos agudos ejemplos en el
Tratado del orador, II, 59, 69, de Cicerón; si tenemos presente que
chistes ciceronianos pasaron a formar parte de varias colecciones
humorísticas muy leídas en el Renacimiento, no ha de sorpren­
der el hallazgo de chistes de iniciales en obras de carácter tan
alejado como el Cortesano, II, 48 de Castiglione y en la novela
de Rabelais, que interpreta SPQR = Si Peu Que Ríen; estas mis­
mas iniciales son las que reciben en Las armas de la hermosura,
I, 2 y 3, dos peregrinas interpretaciones: “al Sabino Pueblo
¿Quién Resistirá?” y “Senado y Pueblo romano es Quien Resis­
tirle piensa”. En Lances de amor y fortuna, III, 8, las cuatro eses
de un blasón son glosadas por un galán como “Sirvo, Siento,
Sufro y Sigo”, por su rival como “Sabio, Solo, Solícito y Secreto”
(interpretación repetida en Ni amor se libra de amor, III, 2), y
por el lacayo como “Sabañón, Sacristán, Sastre y Sufrido”. Fernán
Caballero, Obras completas, tomo XVI, trae también un cuento
semejante, el del camero marcado con las iniciales de su dueño,
BCSD = Bonifacio Conde Sans Díaz, que inducen a adueñarse
del animal al rústico que las ha interpretado Buen Camero Sin
Dueño.
Pero también en sus más elevadas creaciones ha reflejado Cal­
derón la narrativa popular; en efecto, el auto sacramental que nos
ha llegado en dos versiones, El veneno y la triaca, La cura y la
enfermedad, representa la caída y redención del hombre, alegori-

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EL CUENTO POPULAR EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

zando un conocido tema popular: luego de comer la manzana, la


infanta ( = Naturaleza humana) cae enferma, y se pregona que
casará con quien la cure; acuden tres médicos, Gentilidad y
Judaismo, y el tercero, Peregrino ( = Jesucristo) es quien logra
sanar a la doliente.

Un motivo popular adoptado por Gracián. — Ya en el si­


glo xvm se había señalado que existe entre la novela de Aben-
tofáil, El filósofo autodidacto, presunto modelo de Robinson
Crusoe, y el marco del Criticón una semejanza difícil de expli­
car, ya que la obra castellana precedió en veinte años a la pri­
mera edición y versión latina de la arábiga; pero es que una y
otra parecen derivar del cuento morisco estudiado por Emilio
García Gómez en 1926, del ídolo, el rey y su hija, de donde pro­
cederían los detalles eminentemente populares que motivan las
dos novelas: Andrenio, abandonado por su madre en una isla
desierta, recibe amparo de las fieras y crece entre ellas (Criticón,
I, 1 y 12) como en la novela de Abentofáil, Hay ben Yacdan,
confiado por su madre al mar, llega merced a la corriente a la
isla desierta en que lo nutre una gacela.

La lista de tales cuentos podría multiplicarse fácilmente:


bastan los enumerados para señalar su alta importancia en las
letras españolas. Y el pueblo de España, que celebra a carcaja­
das las gracias populares del Quijote y corre entusiasta al teatro
en que Lope le despliega sus propias memorias y fantasías, va
trasladando a América, junto con su lengua y sus instituciones,
la rica vena de su tradición.

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III
EL CUENTO HISPANOAMERICANO
Y LA TRADICIÓN LITERARIA EUROPEA

Cómo ha pasado el cuento de las versiones literarias al pueblo.


— Dentro del acerco recopilado del cuento americano —peque­
ña proporción si se compara con la enorme masa existente —
sorprende la cantidad y frecuencia de los motivos y argumentos

dos, como los restantes, a través del cuento popular español. Es


necesario precisar aquí la relación entre cuento culto y cuento
popular. Ante todo, buena parte de los cuentos que han recibido
redacción artística pertenecía ya al pueblo y continuó viviendo
en él independientemente de su formulación literaria: así los ya
citados temas de la Odisea, así el del Esposo encantado, que
Apuleyo intercaló como episodio del Asno de oro. Pero hay un
contacto mucho más amplio entre el cuento de formulación lite­
raria remota y el cuento popular de hoy, contacto que parece
absurdo sólo cuando se lo concibe dentro de las condiciones
culturales modernas. La Edad Media, época en que más activa
es la penetración de los cuentos y parábolas del Asia, es también
la época en que el cuento literario ha estado más cerca del pueblo
por obra del espíritu de la predicación cristiana, que desde un
comienzo prefiere a la reflexión abstracta los ejemplos —de ahí
el nombre medieval del género— para inculcar su enseñanza
moral. El principio de que los ejemplos plus movent quam prae-

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EL CUENTO HISPANOAMERICANO Y LA TRADICIÓN EUROPEA

dicatio subtilis guía también más adelante a los dominicos y


franciscanos que se proponen primariamente llegar al alma del
pueblo. El predominio que dan a lo que empezó por ser un
medio didáctico auxiliar mueve la indignación del intelectualismo
aristocrático de Dante (Paraíso, XXIX); pero sólo bajo la presión
de la Reforma comienza a ser mal vista esta práctica, genuina-
mente oriental, que entre sus adictos contó a San Gregorio
Magno en los primeros tiempos de la Edad Media y a San
Bemardino de Siena hacia los últimos. La prohibición definitiva
no viene sino en 1624, con el concilio de Burdeos, cuando la
transmisión ya estaba ampliamente cumplida.
Para satisfacer la demanda de ejemplos se habían compilado
muchas colecciones destinadas a predicadores (Exempla, Promp-
tuaria, Alphabeta, Summae, Specula): el castellano Libro de los
gatos es traducción de una de las más célebres y antiguas, la del
cisterciense inglés Odón o Eudes de Sheriton, redactada a prin­
cipios del siglo xin; la más fecunda fue quizá la anónima Gesta
romanorum. Es preciso agregar las compilaciones redactadas en
lengua vulgar, iniciadas por los Contes moralisés del anglonor-
mando Nicolás de Bozon y representadas en España por el ya
citado Libro de los enxemplos de Clemente Sánchez de Vercial,
a comienzos del siglo xv. Un factor constante son las anécdotas
clásicas que en todas estas colecciones se codean con las histo­
rias devotas y con los cuentos orientales; proceden de las obras
latinas más leídas entonces: Valerio Máximo, que no es sino un
ejemplario para uso de oradores, Séneca, Aulo Gelio, Macrobio,
San Jerónimo, San Agustín, San Gregorio, Boecio, San Isidoro,
Beda. Así, en el Libro de los enxemplos procede de los Diálogos
de San Gregorio el ejemplo 14 que había inspirado a Alfonso el
Sabio la Cantiga de la menina garrida; el ejemplo 6 cuenta,
siguiendo a Valerio Máximo, VII, 3, una ingeniosa defensa de
Demóstenes, muy semejante a la solución que da el niño sabio
al pleito de la vieja y los tres hombres que le habían dado a

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ÉL CUENTO PASA DÉ LAS VERSIONES LITERARIAS AL PUEBLO

guardar su dinero en el oriental Libro de los engaños. El Libro


de los gatos, 11, incluye una versión de la fábula horaciana del
ratón campesino y del ratón ciudadano, también vertida por Juan
Ruiz, procedente de las innumerables colecciones de fábulas con­
feccionadas con material clásico.
Merece recordarse, por último, la actividad de la clase fluctuan-
te entre eclesiásticos y legos, y por eso vehículo eficaz entre irnos
y otros, los goliardos o clérigos apicarados, que más de una vez
ganarían unas monedas componiendo o recitando relatos basa­
dos en sus¡ lecturas de escuela. Sirva de ejemplo el fabliau del
rústico que encomendó su caballo a la guarda de Dios y de su
señor y que, a la mañana siguiente, lo encontró devorado por los
lobos; el villano acude al señor, quien le restituye la mitad del
precio del caballo, encomendando a Dios, con quien compartió
la guarda, el pago del resto. El caso es idéntico al que circulaba
en Grecia acerca del poeta Simónides, que celebró cierta victoria
gímnica elogiando por igual aí atleta y a los Dioscuros, patronos
del pugilato; llegado el momento del pago, el atleta entregó
sólo la tercera parte, y aconsejó al poeta que exigiera las otras
dos a los dioses a quienes había cantado a la par de él: la versión
*

antigua (Cicerón, Tratado del orador, II, 86, Fedro, IV, 24) y
la medieval, recogida sin duda a través de alguna de estas colec­
ciones didácticas, difieren sólo en el desenlace, que es edificante
en la primera, pues los Dioscuros recompensan al poeta salván­
dole la vida mientras sepultan en escombros al atleta impío, y
bufonesco en la última, según la cual el villano se encuentra con
un fraile que, como especial vasallo de Dios, se ve forzado a
pagar la otra mitad del importe del caballo. Es evidente, pues,
que la novelística medieval depende estrechamente de la tradi­
ción antigua, y esta relación basta para explicar la continuidad
de ciertos motivos, demasiado complejos para haber nacido
espontáneamente en las distintas regiones en que viven hoy. La
expansión europea los trajo a América, donde arraigaron como
arraigó la lengua de los conquistadores, sin recibir más modifica-

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CUENTOS HISPANOAMERICANOS DE FILIACIÓN ANTIGUA

ción que el aporte de supersticiones indígenas o la sustitución de


algún detalle tradicional por su equivalente local.1
Veamos algunas muestras de cuentos hispanoamericanos de
filiación antigua.
1. Piedad filial. — Un acertijo repetido en la tradición oral de
toda Europa y muy conocido en América —Ramírez de Arellano
lo ha recogido en Puerto Rico, Guzmán Maturana en Chile, Leh-
mann-Nitsche en el Río de la Plata— es el que alude a la mujer que
ocultamente alimenta con su leche al padre condenado a morir
de hambre:
Hace tiempo que fui hija,
y hace poco, siendo madre,
he criado un hijo ajeno
que es marido de mi madre.
Adivínalo, buen rey,
o devuélveme a mi padre.
(Guzmán Maturana, Obra citada, págs. 69-70).

La venerable antigüedad de este motivo se acredita por el hecho


de haber servido de leyenda explicativa para la fundación del
templo de la Piedad filial (erigido en Roma en el segundo siglo
antes de Cristo), según cuentan lito Livio (Epítome, 49,3), Plinio,

1 La tarea difícil de separar distintos granos que impone Venus a Psique


en la novela de Apuleyo, y la madrastra a Cenicienta, es reemplazada en las
provincias argentinas del interior, según observa la señora Berta Elena Vidal
de Battini, por la faena no menos delicada y más propia en un país ganadero
de limpiar las tripas de un corderito. Del mismo modo, varía curiosamente
la lumbre de que se vale la niña para sorprender al príncipe encantado, desde
el candil de aceite de Psique hasta la cerilla del cuento portorriqueño (Ramírez
de Arellano, n? 63), y el fósforo del argentino (Tranco-Paso-Galán), y las velas
de esperma de la versión chilena (Laval, n? 2).

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“EL VELADOR DE LA CASA HECHIZADA”

VII, 36, Valerio Máximo, V, 4, Solino, I, 6. Que la leyenda no


tiene fundamento histórico lo prueban las palabras de Valerio
Máximo: este autor, como todos los otros, da como personajes a
la mujer piadosa y su madre, pero agrega a continuación que
lo mismo se cuenta de Cimón y de su hija, caso que andaba
representado en muchas pinturas. La anécdota, que parece
invertir el orden natural, ha sido siempre muy popular. Ramírez
de Arellano reproduce en su obra un grupo en mármol de la
Biblioteca Nacional de Madrid y Lehmann - Nitsche menciona
una pintura pompeyana que representa al padre y la hija; moder­
namente, el tema inspiró varios cuadros de Crespi, Guido Reni,
el Palmesano, Honthorst y Bachelier.
La transmisión de este motivo al folklore moderno es uno de
los casos que mejor ponen de relieve la continuidad de cultura:
en efecto, todos los autores latinos citados han sido muy leídos
en la Edad Media, y Valerio Máximo con especial predilección;
raro es el ejemplario o anecdotario, desde la Edad Media hasta
el Renacimiento, en que no se le haya puesto a contribución. En
España lo nombran y extractan repetidas veces, por ejemplo, los
Castigos e documentos del rey don Sancho, el Libro de los enxem-
plos (que trae este caso en el ejemplo 100, conforme a la narra­
ción de Valerio, y en el 102 siguiendo la de Solino), la Sobre­
mesa de Timoneda. Cuando en el siglo xv Alfonso de Cartagena
desea una colección edificante basada en la Biblia y en los he­
chos de España, su protegido, Diego Rodríguez de Almela, con­
fecciona la compilación que inspiró más de una vez a Lope de
Vega, y que lleva por1 elocuente título Valerio de las historias.
Difundida por la lectura entre los doctos, y sin duda por la pre­
dicación en el vulgo, la traída y llevada ilustración del amor
filial arraigó en la forma de acertijo, especialmente grata al inge­
nio popular.

2. El velador de la casa hechizada. — Como este cuento se


basa en una creencia universalmente difundida, pero explicada
en cada región de acuerdo con su particular credo religioso, es

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CUENTOS HISPANOAMERICANOS DE FILIACIÓN ANTIGUA

muy grande su extensión y su tendencia a asociarse con motivos


varios. Así, se presenta unas veces como episodio del cuento del
valeroso que no conoce el miedo (Espinosa, nos- 137 y 138, y
cuento inserto en la novela latina Euformtón, escrita por Juan
Barclay en 1603) o en el cuento del soldado caritativo que vence
al diablo con ayuda de ciertas prendas mágicas (Fernán Caba­
llero, Juan Soldado, Ramírez de Arellano, n9 126; cuento argen­
tino de Juan Lume, de Río Hondo, Santiago del Estero; y, aso­
ciado con prendas mágicas, pero dentro de un argumento
distinto, Llano, 5). Tampoco faltan versiones independientes que
destacan el valor moral del velador que prosigue indiferente­
mente su trabajo en medio de los más terríficos ruidos y prodi­
gios sobrenaturales (Llano, 113; Montenegro, Obra citada,
¿Caire?, comedia Dineros son calidad, atribuida a Lope). Con
tales versiones presenta un parecido demasiado múltiple para
ser casual la historia que Plinio el Joven cuenta en una de sus
cartas, Vil, 27 (y que Luciano resumió en el citado diálogo
Filopseudes) había en Atenas una casa grande y espaciosa en
la que nadie quería habitar porque todas las noches se aparecía
en ella, con gran estrépito de cadenas, un espectro aherrojado;
la compra al fin el filósofo Atenodoro y prepara libros y material
de escritura para pasar allí la primera noche; a la hora de siem­
pre se aparece el espectro y llama al filósofo con el gesto, pero
Atenodoro no interrumpe sus estudios, lo mismo que en las ver­
siones modernas los veladores prosiguen indiferentes en la tarea
menos intelectual de guisarse la cena. Por último, el filósofo
sigue al aparecido hasta cierto lugar donde, al día siguiente, se
encuentran unos restos humanos envueltos en cadenas y, des­
pués de sepultarlos con todos los ritos debidos, la casa queda en
paz. Análogamente, los cuentos españoles y americanos suelen
mencionar las misas o limosnas escrupulosamente pagadas para
lograr el descanso del aparecido.
Aparte las diferencias que emanan de la distinta concepción
religiosa, las versiones modernas presentan dos detalles que fal­
tan en la historia de Atenodoro, pero que aparecen episódica-

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"EL ESPOSO ENCANTADO"

mente en un cuento de la colección inda Los setenta y dos cuen­


tos del papagayo (Veinte cuentos de la India. Revista de Occi­
dente, Madrid, 1926, págs. 164 y sigs.), titulado El rey y su amigo;
en él, Viraradch, comerciante empobrecido, lleva a sepultar por
encargo de la ciudad a un muerto de mal agüero de quien nadie
quiere encargarse; pasa luego la noche en una habitación donde
una voz anuncia repetidamente: "¡Caigo!” y a la que el comer­
ciante responde: "¡Cae, pues!”, fórmula infaltable en las ver­
siones modernas; pero, a diferencia de ellas, no cae miembro a
miembro el difunto1 —ya enterrado, por otra parte— sino la
recompensa, una estatuilla mágica de oro.

3. El esposo encantado. — Es el cuento que recogió Apuleyo


para su historia de Psique; ya hemos indicado dos variantes
importantes que se apartan del espíritu popular y delatan la
intervención arbitraria del artista, sustitución de los persona­
jes anónimos por los dioses muy individualizados del Olimpo, y
delicada alegorización que identifica a la amable y desventurada
heroína con el alma humana. También es probable que se deba
a Apuleyo la motivación del cuento antiguo, que es un ejemplo
de hybris como los que había puesto en escena tantas veces la
tragedia ática: en particular, el más célebre de los dramas senti­
mentales de Eurípides, con incalculable influencia en la litera­
tura griega, la Andrómeda, presentaba también una deidad, Anfi-
trite que, ofendida por la vanagloria de una bella mortal, exigía
que su rival fuera entregada a un monstruo.

1 Este detalle es tan característico de las versiones modernas que Lope se


vale de él para recordar a sus espectadores todo el cuento:
De aquel Osorio habréis la historia oído
que vio caer el hombre cuarto a cuarto:
lo mismo a mi temor le lia sucedido,
con que de amor el pensamiento aparto;
hase formado un hombre repartido
a mis ojos...
(Quien ama no haga fieros, II, 1.)

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CUENTOS HISPANOAMERICANOS DE FILIACIÓN ANTIGUA

Como es obvio, no se halla este motivo en las versiones mo­


dernas, y los incidentes diversos que lo reemplazan no tienen
ligazón íntima con el tema central, ya que pertenecen a muchos
otros relatos. Por ejemplo: el príncipe encantado hace un favor
y exige en cambio una de las hijas del favorecido; las dos hijas
mayores se niegan a ir, o bien se conducen en forma que desagra­
da al príncipe, hasta que acude la hija menor (Espinosa, n9 128;
Ramírez de Arellano, n9 63; El rey oso, cuento argentino de
Pampa del Chañar, San Juan). Otras veces, el padre de la heroí­
na —siempre la menor de tres hermanas— arranca una rama o
flor, pedida por ella, del jardín del príncipe encantado, que recla­
ma en compensación a la niña (Espinosa, n9 131; Guzmán Matu-
rana, Obra citada, “Para la hermosa Bella”). Y por último, mu­
chas versiones comienzan con el motivo de Jefté: en pago del
favor concedido, el príncipe recaba lo primero que se le presente
al padre a su regreso, que resulta ser la hija menor; así en Llano,
n9 1, Ramírez de Arellano, n9 64, La val, n9 2, versión argentina
de Canal Toledano, Mendoza. Existe además una variante que
comienza explicando la forma animal en que está hechizado el
príncipe, que se debe por lo general a que la madre, muy dolida
de su esterilidad, deseó tener un hijo, aunque tuviese figura de
lagarto o de víbora (Espinosa, n9 130 y variante 127; cuentos
argentinos de Tranco-Paso-Galán, de Campo Redondo, Tucu­
mán, de Verdes Yuyos, de Salado, Catamarca).
Un detalle que se presta fácilmente a la variación imaginativa
es el escenario de los amores, que es ya la casa de la niña (Espi­
nosa, n9 127, Ramírez de Arellano, n9 63) ya, y mucho más
generalmente, la morada del esposo encantado, siempre suntuoso
palacio situado en una cueva (Ramírez de Arellano, 64, Espinosa
n9 126, Llano, n9 1), o en el fondo del mar (Laval, n9 2, versión
argentina de Canal Toledano, Mendoza), y servido por criados
invisibles, como en la redacción latina (Guzmán Maturana, Obra
citada, “Para la hermosa Bella”, Espinosa n08- 126 y 131, y la citada
versión argentina de Canal Toledano). También varía el perso­
naje que induce a la heroína a violar la prohibición de ver a su

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"EL ESPOSO ENCANTADO”

marido: una vecina en Ramírez de Arellano, n9 63; la madre en


Espinosa, n9 126 y Laval, n9 2; la suegra en Espinosa, n9 130 y en
el cuento argentino "Verdes Yuyos; pero lo más general es que,
como en Apuleyo, las hermanas envidiosas convenzan a la afor­
tunada hermana menor de que el marido es un monstruo (por
ejemplo, Espinosa, n08 127, 128, y versión de Guzmán Maturana).
En cuanto al tabú violado, las versiones se dividen en dos
ramas: unas se agrupan con el cuento de Apuleyo, donde el
héroe conserva la forma humana, sólo se presenta de noche, y
despierta al sentirse quemado por la lumbre de que se vale la
niña curiosa (Ramírez de Arellano, n9 63, Laval, n9 2). En otras,
el héroe tiene forma animal, concebida como una piel que cubre
su figura humana, y la niña viola el tabú al tocar o destruir la
piel mágica (Espinosa, n08- 127, 128, 130; Ramírez de Arellano,
n9 82; versiones argentinas de San Juan, Mendoza, Tucumán y
Catamarca). Y en otras, en fin, la heroína visita a los suyos a
condición de volver dentro de un plazo fijado, que no cumple:
Llano, n9 1, Ramírez de Arellano, n9 64, Guzmán Maturana, Obra
citada. Al ser violado el tabú, el héroe desaparece y para volver
a reunirse con él, la niña deberá pasar por una serie de pruebas,
siendo la más común la interminable peregrinación que el cuento
designa con la fórmula “gastar zapatos de hierro”. También en
Apuleyo, Psique busca afanosamente a Cupido sin dar con él,
pero además ejecuta por mandato de Venus, y con ayuda de
ciertos animales que se apiadan de ella, difíciles tareas que
aparecen en otros cuentos (así hallamos las tres tareas, poco mo­
dificadas, en el cuento de Laval, n9 6; La tortilla o el canarito
encantado; la faena de separar trigo de cebada u otros granos en
Espinosa, n08- 6, 9, 146; la tarea de llenar del agua de vida una
bujeta, ejecutada por un halcón caritativo en las Piacevoli Notti,
III, 2, de Straparola, la más antigua de las colecciones de cuen­
tos populares europeos).
Aisladamente, se encuentra uno que otro pormenor de Apule­
yo en versiones modernas. Por ejemplo, en el citado Tranco-Paso-
Galán, luego de romper los zapatos de hierro, la niña llega al

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CUENTOS HISPANOAMERICANOS DE FILIACIÓN ANTIGUA

palacio en que se halla el príncipe, estrechamente custodiado por


una “señora”, y entra al servicio de esa “señora” que le es clara­
mente hostil: detalles todos que evocan la Venus rencorosa de
la novela latina en cuya cámara está encerrado Cupido. Aunque
el cuento del esposo encantado haya circulado con anterioridad
a la redacción de Apuleyo, es muy probable, dada la enorme
difusión del Asno de oro en la Edad Media y en el Renacimiento,
que ciertas semejanzas de detalle que se hallan en distintas ver­
siones modernas se remonten a la formulación literaria que tomó
como protagonistas a Psique y Cupido.

4. Los dos ladrones y el Ladrón fino. — Como es sabido, los


cuentos de ladrones se agrupan en dos ciclos. Una versión típica
de uno de ellos es la que oyó Heródoto en Egipto (II, 121); el
faraón Rampsinito construye una cámara para sus tesoros; el arqui­
tecto, al morir, revela a sus dos hijos cómo pueden penetrar
en ella, y los hermanos ejecutan asiduamente sus consejos. El
rey, maravillado de la merma, fija ciertas trampas junto a las
jarras que contienen las riquezas; uno de los ladrones queda
aprisionado y ordena a su hermano que le corte la cabeza para
no ser reconocido; el otro hermano obedece y huye. El rey cuelga
el cadáver del muro, con encargo de que los guardias prendan a
quien vean hacer extremos de duelo. Por insistencia de su madre,
el ladrón sobreviviente decide rescatar el cadáver. Para ello se
disfraza de vinatero; coloca varios odres sobre unos asnos y al
pasar delante de los guardias finge que se le han desatado las
bocas de los odres; los guardias acuden entre risas a beber el vino
que se derrama; cuando los ve borrachos y dormidos, el ladrón
les rae por burla la mejilla derecha y se lleva el cadáver. El rey
se vale en vano de su hija para descubrir al astuto; sólo cuando
promete perdón, el ladrón se presenta y Rampsinito le casa con
la princesa.
Como las fechorías de picaros y ladrones constituyen un géne­
ro favorito de la narración popular, la historia del tesoro de
Rampsinito se presta a atraer gran número de episodios que

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“LOS DOS LADRONES Y EL LADRÓN FINO”

multiplican la ofensiva y defensiva del rey y del ladrón. Pero


existe además un segundo ciclo que, a diferencia del cuento de
Heródoto, carece de verdadero argumento y se reduce a enume­
rar una tras otra las hazañas de un hábil ladrón que suelen cul­
minar en un desafío: el rey invita al ladrón a robarle ciertos
objetos que hace vigilar o vigila personalmente, pese a lo cual el
ladrón sale airoso de su empresa. Es probable que algunos inci­
dentes de este ciclo del Ladrón fino se hayan inspirado, observa
Fansler, Obra citada, p. 75, en el ciclo de los Dos ladrones;
actualmente se encuentran, por lo general, en versiones indepen­
dientes conocidas en toda Europa. En lo que atañe al folklore
hispánico, los dos ciclos no parecen muy corrientes hoy en Espa­
ña; se encuentran en cambio en Portugal, América (Nuevo Méji­
co, Chile, Argentina) y Filipinas.
En las versiones chilenas de la historia de Rampsinito (Laval,
n9 21, Chilindrín y Chüindrón; Montenegro, Obra citada, Trave­
suras de Qtiico y Caco) y argentinas de Los Palacios y La Puntilla
(provincias de La Rioja y Catamarca), los ladrones, que se cono­
cen de oídas, van en busca uno de otro y al hallarse celebran un
certamen idéntico al que abre el fábliau de Barat et Haimet,
rimado por Jean Bedel a comienzos del siglo xm, y conocido den­
tro del folklore moderno en esta misma contaminación: mientras
uno de los ladrones roba los huevos de un nido con tanto primor
que los pájaros no llegan a percatarse, el otro le despoja de los
huevos robados o de alguna prenda de vestir. Reconocida mutua­
mente la habilidad de cada cual, se dirigen a robar el tesoro del
rey; éste, aconsejado por un ciego (adivino en el cuento de Los
Palacios, ex ladrón en las demás versiones) o sin consejero (ver­
sión de La Puntilla), prepara a la entrada de la cámara un pozo
o tina de brea (mono de brea en Montenegro, trampa, como
en Heródoto, en la versión filipina de Fansler, n9 68); el otro ladrón
le corta la cabeza y se pone en salvo.
A esta altura se intercalan, antes del rescate final del cadáver,
los ataques y contraataques entre el rey y el ladrón, que más se
prestan al crecimiento indefinido del cuento: así, el rey o, mejor

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CUENTOS HISPANOAMERICANOS DE FILIACIÓN ANTIGUA

dicho, su consejero, ordena a los suyos que arrastren el cadáver


por las calles y prendan a la persona qué vean llorar; llora en
efecto la familia del ladrón muerto o su propio amigo quien, sos­
pechando el lazo, se hiere la mano para justificar el llanto ante
los guardias. Ellos desconfían y marcan la casa con una cruz; el
ladrón — como la esclava Morgiana del cuento de Alí Babá —
traza igual signo en todas las casas. En las versiones argentinas
de Los Palacios y de La Jarilla (provincias de La Rioja y San
Luis, versión contaminada con el otro ciclo) el consejero del rey
ordena entonces reunir a todos los hombres en la plaza y “pelar
la corona” al que cabecee, que ha de ser el ladrón, falto de sueño;
el ladrón, como el palafrenero del rey Agilulf (Decamerón, III,
2), tonsura al resto de la concurrencia. El rey encarece entonces
el precio de la carne, para que sólo el ladrón pueda comprarla,
pero no puede prenderle gracias a su capa de dos colores con
las que burla a los que lo vigilan. Al fin, como en Heródoto, el
rey hace velar el muerto por unos soldados que tienen orden de
tomar preso al que se acerque a llevarlo; el ladrón, disfrazado de
fraile1, emborracha o narcotiza a los soldados, les roba el cadá­
ver y, en las versiones chilenas, los tonsura, y viste de frailes;
modificación muy explicable, dentro del folklore moderno, de

1 En la versión argentina de La Puntilla, provincia de Catamarca, hay una


variante curiosa: Kiko, el ladrón, se disfraza de mujer, emborracha a los
guardias, se lleva el cadáver del amigo y lo entierra. El rey desentierra al
muerto y lo vuelve a exponer, custodiado por los soldados, recomendándoles
que no dejen de apresar a hombre o mujer que pase por allí: Kiko se disfraza
entonces de cura. Esta manera verbal de eludir una disyuntiva es típica del
cuento popular; en el relato De una joven campesina que llegó a ser gran
señora (Susana Strowska, Leyendas polacas, Revista de Occidente, Madrid,
1928), el castellano exige que la hija del pastor se presente “ni a pie ni a
caballo, ni vestida ni desnuda, ni de día ni de noche”, y la niña discreta se
presenta al desvanecerse la noche y antes de rayar la aurora, cubierta de una
túnica de alambre y montada sobre un cordero, rozando la tierra con los pies.
En la versión de La Jarilla, provincia de San Luis, el ladrón se disfraza de
fraile, pero no saca partido del disfraz —lo que indica que esta circunstancia
se ha convertido en un requisito fijo del cuenta—, y la historia concluye dis­
paratadamente con la interpretación literal de un perdón arrancado al rey.

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“LOS DOS LADRONES Y EL LADRÓN FINO”

la sencilla broma del cuento egipcio: también en el fabliau de


Haisel, Les dames qui trouvérent l’anel au comte y en la novelita
de Tirso Los tres maridos burlados, uno de los tres episodios idén­
tico al n9 236 del Libro de los enxemplos, consiste en emborra­
char con o sin drogas a uno de los maridos y disfrazarlo de fraile
mientras duerme.
Aquí terminan las versiones chilenas; de las argentinas, la de
San Luis, extravagante por muchos conceptos, se aparta del final
tradicional; la de La Puntilla cuenta que, después de la aven­
tura del supuesto fraile, el rey hace desenterrar al muerto y lo
vuelve a exponer en público; el ladrón se acerca arreando un
rebaño de cabras que llevan una vela encendida atada a cada
cuerno, y grita que es el alma del difunto que viene a comerse
a los soldados porque no lo dejan sosegar en el cementerio; los
soldados escapan despavoridos, y el ladrón entierra definitiva­
mente a su amigo. Más complicado todavía es el final de la
versión de Los Palacios, en la cual, después de rescatar el cadá­
ver una primera vez, en forma semejante a la de las versiones
chilenas, el ladrón se aparece la segunda vez con su íebaño de
cabras y luces; al verlas, los soldados las toman por demonios y
huyen. Antes de que el ciego adivino aconseje otra astucia al
rey, el ladrón pasea frente al palacio con una guanaca muy ador­
nada; la hija del rey quiere cabalgar en ella pero no bien monta, el
ladrón se la lleva al desierto; el rey lo perdona y lo casa con la
princesa. El detalle de la guanaca muy adornada sugiere una
astucia bastante común en este ciclo (aunque no se halla en las
versiones americanas que conozco), que suele situarse ya antes
ya después del robo del cadáver mediante el disfraz de fraile, y
relacionarse con el motivo de las cruces trazadas en la puerta:
el rey deja vagar una oveja cubierta de oro con orden de marcar
la casa del audaz que se apodere de ella. Y el rapto de la prin­
cesa que desea montar en la cabalgadura mágica del aventurero
es un detalle corriente en el cuento del Difunto agradecido, cuya
alma se convierte en caballo para ayudar a su benefactor (por

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CUENTOS HISPANOAMERICANOS DE FILIACIÓN ANTIGUA

ejemplo, Straparola, Piacevoli notti III, 2; Fernán Caballero,


Bella flor; Ramírez de Arellano, n9 76).
En cuanto al ciclo del Ladrón fino, del que hay algún grosero
ejemplo en la colección de Espinosa (n9 196), puede recordarse
en América la versión insertada por Guzmán Maturana en sus
Cuentos tradicionales en Chile con el nombre de El guacho
ladrón: el protagonista ejecuta varias hazañas que llegan a oídos
del rey, el cual lo desafía a robarle los manteles de su mesa, los
caballos de su carroza y las sábanas de su cama. En la primera
parte de este cuento puede columbrarse quizás una ligera asocia­
ción con la historia del tesoro de Rampsinito: en efecto, el héroe
sale a robar en compañía de su hermano mayor, y juntos saquean
los graneros y bodegas del rey. Cuando la segunda parte comien­
za diciendo: “El rey estaba muy intranquilo porque día a día
iban mermando las provisiones de sus bodegas, etc.”, todo parece
anunciar que pronto entrarán en escena el consejero ciego, el
ladrón muerto y las astucias del sobreviviente. Esa contamina­
ción se ha cumplido en la citada versión argentina de La Jarilla
(provincia de San Luis), en la que un hijo haragán declara a su
madre que se hará ladrón; la pobre mujer va a la iglesia a rezar
a la Virgen para que disuada al mozo, pero él, escondido tras la
imagen, contesta: “Tu hijo ha nacido con esa estrella y así nomás
tiene que ser”. Reconocemos en la ingenua impostura un repeti-
dísimo motivo popular (por ejemplo, Espinosa, n08 33 y 34; Lope
de Vega lo introdujo en su comedia villanesca La Arcadia, I, 17).
A continuación el muchacho comete varios robos más o menos
ingeniosos; gana, presentándose por sí mismo, la recompensa
que se había prometido a quien Jo prendiera (compárese el desen­
lace de Peribáñez y él Comendador de Ocaña y de El piadoso
veneciano de Lope de Vega y el de No hay vida como la honra
de Juan Pérez de Montalbán, el discípulo predilecto de Lope) y
se empeña con el vecino rico, que hace las veces del rey en las
demás versiones, en un triple certamen que presenta instructivas
analogías y diferencias con el del cuento chileno de Guzmán
Maturana. Así, el robo del caballo no se realiza con el acostum-

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“LOS DOS AMIGOS”

brado procedimiento de que se valen Ginés de Pasamonte en el


Quijote y Brunello en el Orlando innamorato: el caballo está vigi­
lado por un soldado que lo monta y otro que se halla a pie, pronto
para relevar al primero; el ladrón emborracha a los dos y hace
bajar al jinete presentándose para relevarlo como si fuera su com­
pañero: pero antes corta las riendas, detalle ocioso, que revela
que el narrador estaba familiarizado con el ardid tradicional.
Análogamente, en el cuento argentino, la última hazaña es robar
el traje y el reloj de su contrincante, pero por añadidura el
héroe roba también las sábanas, que son uno de los objetos que
con más frecuencia suelen figurar en este desafío, por ejemplo, en
la versión de Grimm y en la de Guzmán Maturana. Después de
la triple victoria, el vecino rico, enfadado, echa del lugar al
ladrón, y éste, yendo de camino, se encuentra con un hombre,
“nada menos que el famoso Tapia” que, encaramado en un árbol,
roba los huevos de un nido; el desterrado se acerca y le hurta a
su vez los huevos que Tapia había guardado en su bolsillo: así
el tradicional motivo del robador robado sirve de enlace entre
los dos tipos de cuentos de ladrones.

5. Los dos amigos. — Entre los cuentos populares de Chile que


forman la colección Mi tío Ventura, Ernesto Montenegro presen­
ta, con el título de Alejandro, mi amigo, una versión americana
de un cuento de interesante filiación que ha sido también reco­
gido en la Argentina. Dos amigos, Guillermo y Tomás en el
cuento argentino de Sumampa, provincia de Catamarca, o bien
Alejandro, hijo del rey, y Eusebio, hijo del cónsul (detalle bien
americano), en el cuento chileno, estudian juntos y se profesan
gran amistad; el primero comprende el lenguaje de las aves, lo
que le permite resolver tan acertadamente el pleito de unas palo­
mas que cierto rey lo casa con una hija suya. Por mediación de
su amigo, Eusebio-Tomás logra casarse con otra princesa pero,
para favorecerle, Alejandro-Guillermo ha debido ofender a su
propia esposa, y ella le propina un veneno que le hace cubrirse
de lepra, por lo que el rey manda exponerlo en un lugar desierto.

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CUENTOS HISPANOAMERICANOS DE FILIACIÓN ANTIGUA

Allí se entera —por un cuervo muy viejo, en la versión chilena,


o en la argentina por la conversación que mantienen entre sí
ciertos pájaros posados en la copa del árbol bajo el cual se cobija,
situación frecuentísima en los cuentos populares— de que para
sanar debe bañarse en la sangre de los hijos recién nacidos de su
amigo. Se encamina al reino de Eusebio-Tomás, quien le recono­
ce merced al trillado expediente del anillo y, enterado del reme­
dio requerido, degüella inmediatamente a sus hijos: Alejandro-
Guillermo sana y los niños recobran la vida.
Varios motivos que aparecen en este cuento, además de algu­
nos omitidos o imperfectamente desarrollados en la versión argen­
tina, son peculiares de la narración folklórica; por ejemplo, el
modo de sanar al amigo leproso, que es el mismo con que vuel­
ve a la vida el protagonista del cuento de Grimm El fiel Juan,
también conocido en América (Ramírez de Arellano n? 81 a y b,
y el cuento argentino Los dos amigos, oído en Galeano, Santiago
del Estero), y que, por lo demás, se basa en una creencia viva
aun hoy en infinidad de regiones. Pero el argumento completo co­
rresponde fielmente a una antigua leyenda edificante, de gran
arraigo en la narración popular, la de los santos Amico y Amelio,
venerados en Novara y Milán. Esta leyenda se incorporó desde
el siglo xi al ciclo carolingio e inspiró desde entonces numerosas
versiones; entre ellas, la redacción en prosa latina del Speculum
historíale de Vincent de Beauvais, obra —como se sabe— muy di­
fundida entre la clerecía medieval, y el poema francés del siglo xm,
Amis et Amiles, de donde pasó a gran cantidad de ejemplarios y
colecciones de la Edad Media y del Renacimiento.
Notemos los principales rasgos comunes. Tanto en el poema
épico francés como en la comedia de Lope, Don Juan de Castro
(que, según ya hemos visto, entreteje esta historia entre las compli­
cadas peripecias de su argumento), como en el cuento de Grimm,
en la versión chilena y en la argentina, los dos amigos guardan
entre sí un asombroso parecido que les permite sustituirse en de­
licadas ocasiones. Al separarse se entregan prendas que luego ha­
rán posible el reconocimiento: la copa bautismal en la versión poé-

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“PARTICIÓN DE LA COSECHA”

tica francesa, el anillo en las americanas. Amis (= Alejandro-Gui-


llermo) logra casar a su amigo con la hija del rey, pero la empre­
sa le vale el odio de su propia esposa, y como resultado, una horri­
ble dolencia. Amiles, como Eusebio-Tomás, ofrece su caridad al
desdichado leproso aun antes de reconocerlo. Hasta hay un detalle
que estrecha curiosamente la vinculación de la redacción francesa
y la chilena: la primera cuenta que los dos amigos mueren comba­
tiendo por Carlomagno contra los lombardos; Amiles recibe sepul­
tura en la iglesia de San Pedro, y Amis en la de San Eusebio; pero
al día siguiente los ataúdes se reúnen milagrosamente en la iglesia
de San Eusebio, sin duda centro del culto de estos dos santos y
quizá punto de partida en la difusión de la leyenda: el recuerdo
de este importante detalle ha llegado hasta la versión chilena, don­
de, como se ha visto, uno de los amigos se llama Eusebio.

6. Partición de la cosecha. — Este motivo, recogido desde el Orien­


te de Europa hasta el Occidente de América, tiende a multiplicar
sus incidentes, por lo cual, al contrario de los cuentos de argumen­
to novelístico, presenta gran variedad de asociaciones y de des­
enlaces. En esencia se reduce a un pacto entre el diablo y el
campesino en Rabelais (Pantagruel, IV, 45-47), en la tradición
oral de Carolina del Norte (Juanito y el Diablo, dato gentilmente
comunicado por el profesor Ralph Steele Boggs), en el folklore
chileno (Laval, n9 27) y en la versión argentina de Salta; entre el
Bien y el Mal (Conde Lucanor, n9 43), entre dos hermanos ma­
yores y el menor (Llano, n9 42), entre el oso y el campesino
(Afanasiev, Cuentos populares rusos, El campesino, el oso y la zo­
rra), entre el lobo y la cabra (Bladé, Contes populaires de la
Gascogne, III, p. 159), entre el zorro y el quirquincho, en las
provincias argentinas de San Luis y La Rioja. Ambas partes con­
vienen en recoger una cosecha en común, y la que se tiene por
más avisada elige para sí lo que queda por encima de la tie­
rra; la parte que se encarga de la labranza cuida de sembrar una
planta en que lo valioso sea lo que está bajo tierra: nabos, por
ejemplo, en las versiones europeas, papas en las americanas. Al año

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CUENTOS HISPANOAMERICANOS DE FILIACIÓN ANTIGUA

siguiente, el diablo (= oso, lobo, zorro, etc.), escarmentado,


cambia de elección, y el campesino ( = cabra, quirquincho, etc.)
siembra una planta en que lo valioso sea lo que está arriba de
tierra, trigo, por ejemplo, de modo de quedarse con las espigas
y dejar a su adversario con las raíces. En la versión de tipo ale­
górico del Conde Lucanor, siguen otras alternativas semejantes en
las que el Bien lleva siempre la peor parte, hasta su desquite final.
La versión asturiana, que humaniza el motivo presentándolo como
una disputa entre dos hermanos, continúa luego con las astucias
gracias a las cuales llega a enriquecerse el hermano menor. El re­
lato de Rabelais consta de una tercera escena en que la mujer del
labrador ahuyenta al diablillo. En el cuento ruso, el campesino con­
sigue matar al oso con ayuda de la zorra, que recibe por su bene­
ficio el mismo ingrato salario que cuando favorece al hombre en
el pleito con la culebra (Montenegro, Obra citada, pág. 113 y sigs.;
Llano, n9 171 y particularmente 176, que se inicia con un motivo
esópico; análogamente, Espinosa, n9 222). Una curiosa variante pre­
sentan las versiones chilena y argentinas en las cuales, en la esce­
na que cierra el certamen, el diablo o zorro elige a la vez lo que
queda arriba y debajo de la tierra y el labrador sale triunfante una
vez más porque siembra maíz y se queda con las espigas del cereal
indígena, mientras tocan a su contrincante las raíces y las flores,
que son los dos extremos de la planta.

Estas pocas muestras de temas comunes a la literatura europea


de varias épocas y al folklore moderno, incluso al hispanoamerica­
no, no se han alineado en la intención de inferir de ellas resultados
científicos nuevos, sino en la de confirmar propósitos: el estudio
de la narración popular que no desatienda a la actividad artística
que tanto ha contribuido a su conservación e influjo, a la vez que
es auxiliar valioso para la apreciación del sentido de muchas gran­
des creaciones literarias, aclara la filiación de innumerables moti­
vos y cuentos, y contribuye por lo tanto a su agrupación natural.

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DE CUYO NOMBRE
NO QUIERO ACORDARME ...

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La interpretación ingenua de estas palabras iniciales del Quijote
identificaba el “lugar de la Mancha” con Argamasilla de Alba, y
explicaba el deliberado silencio de Cervantes acudiendo a las
“tradiciones populares”, según las cuales “nuestro autor pasó co­
misionado judicialmente para ciertas cobranzas a Argamasilla, y la
justicia, lejos de auxiliarle para el cumplimiento de su encargo, lo
puso en la cárcel pública, donde concibió la idea de su libro. Véase
por lo que no quería Cervantes acordarse del nombre del lugar, y
por lo que dijo en el prólogo que su Quijote se había engendrado
en una cárcel”Las investigaciones serias sobre la vida de Cervan­
tes, iniciadas a fines del siglo pasado, han puesto en tela de juicio
el valor de semejantes “tradiciones populares”, que no son proba­
blemente más que hechura de eruditos, y la presencia del giro que
da título a esta nota (o de formas semejantes), en narraciones muy
alejadas del Quijote, hace dudar de que el olvido voluntario res­
ponda a alguna situación real.
Al mencionar Heródoto (I, 51) al falsario que, para conciliarse el
favor de los lacedemonios, les adjudicó una ofrenda de Creso, agre­
ga: cuyo nombre no recordaré aunque lo sé. Cuando, en la enume­
ración de los cultivos babilonios, señala la gran talla de las plantas

1 Not* de dtmeucín en su edición del Qui/ot».

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DE CUYO NOMBRE NO QUIERO ACORDARME

de mijo y de sésamo (I, 193), declara, para no mover a descon­


fianza a quienes no las hayan visto: del tamaño que alcanzan, aun­
que lo sé, no haré memoria. Más adelante (II, 123) leemos que
los egipcios fueron los primeros en haber concebido la doctrina de
la inmortalidad y de la transmigración del alma, no obstante lo cual
la han predicado como cosa propia, en distintas ocasiones, algunos
griegos cuyos nombres sé —concluye Heródoto— pero no los escri­
bo. Algo distinto es el pasaje en que encontramos la tercera variante
(III, 75): los Magos que han llevado al trono al falso Esmerdis
recaban de Prexaspes que hable ante los persas en su favor; lle­
gado el momento, Prexaspes, de lo que los Magos le pedían, de
intento se olvidó, y exhortó en cambio a sus oyentes a
recobrar la libertad. Situación semejante es la de Otanes (III,
147), quien, ante el inesperado ataque de los samios, recordando
las órdenes de clemencia que le había dado Darío, las olvida. Por
último hallamos un notable paralelo del “olvido” del Quijote en
la historia del samio que retuvo los bienes de un persa (IV, 43)
cuyo nombre olvido de intento, aunque lo sé.
Podría ponerse el reparo de que precisamente en Heródoto el
olvido aparece motivado por una intención moral de reproche, co­
mo se desprende de la narración (superchería en favor de los la-
cedemonios, plagios de los griegos, fraude del samio). Pero el
caso del noble Prexaspes y el de Otanes no sólo invalida ese repa­
ro, sino también apunta al carácter puramente formular del giro,
sin base objetiva en los hechos referidos y en donde el “de intento”
es mero capricho decorativo. Heródoto, artista aficionado al relato
popular, recoge esa fórmula junto con muchos otros rasgos del
género: el prestigio, por ejemplo, de los números 3 y 7, la impor­
tancia de los sueños y de los prodigios, el uso de la parábola y
del marco narrativo y, sintácticamente, el discurso directo. Bien
pudiera ser, en cambio, que el empleo “moral” de la fórmula fue­
se peculiar de Heródoto, quien, impregnado del racionalismo jóni­
co, se empeña más de una vez en justificar o rectificar intelectual­
mente usos y creencias populares, y se apresuraría, así, a hallar
una razón moral para el hábito de los cuentistas populares de

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omitir en el relato nombres de personas o lugaresPuede notarse


también que la fórmula moralmente falseada aparece al final de
la narración, mientras que en la historia de Prexaspes y en la de
Otanes la leemos al comienzo, que es también la posición normal
en obras de carácter popular.
Nunca se encarecerá demasiado la importancia singular del fol­
klore en la obra de Heródoto: el cuento popular no le presta sola­
mente sus motivos y su estilo, sino también su concepción de la
historia, en cuanto descubre un sentido en el mero acontecer que
las cronologías jónicas se limitaban a catalogar. No es de extrañar,
por eso, que se filtren en los escritos de Heródoto elementos orien­
tales de redacción mucho más reciente 2, como Las mil y una no­
ches, con las que presenta en común, por ejemplo, el motivo de
las hormigas guardadoras de oro (III, 102) y el de las mujeres
adornadas de tantas ajorcas como galanes las han enamorado
(IV, 176). También la colección árabe conoce la fórmula que
empleó Cervantes: He llegado a saber —comienza la Historia de
Aladino y la lámpara maravillosa— ... que en la antigüedad del
tiempo y el pasado de las edades y de los momentos, en una ciu­
dad entre las ciudades de China, de cuyo nombre no me acuerdo

1 El mismo deseo de justificar objetivamente el silencio de la fórmula inicial


se halla muy explícito en cuentistas modernos que alegan sus buenas razones
para callar o declarar el lugar de la acción o el nombre del protagonista: In
queste nostre contrade fu, et é ancora, un munistero di donne, assai famoso di
santitá (il quale non nomerd, per non diminuiré in parte alcuna la fama
sua)... Decamerone, III, 1. NeUa nostra cittá... non sono ancora molti artni
passati, fu una gentil donna... il cui nome... non intendo di palesare, per
cid che ancora vivono di quélli che per questo si caricherebbon di sdegno
(III, 3). Y a la inversa, Boccaccio nombra con toda puntualidad a madonna
Oretta, gentile e costumata donna e ben parlante, il cui valore non meritd
che il suo nome si laccia (VI, 1). Análogamente Timoneda: Léese de un
señor de salva, valenciano (que por humildad se calla su nombre)... (Sobre­
mesa y alivio de caminantes, II, 16). Como versión retórica de este género de
justificaciones ha interpretado Rodríguez Marín el comienzo del Quijote (edi­
ción de Madrid, 1927-1928, t. VII, págs. 80-81).
3 También es admisible que los árabes se hayan inspirado a veces en la
literatura griega.

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en este instante, había... El parecido con el comienzo del Quijo­


te está acentuado porque también la Historia de Aladino emplea
el giro para comenzar la narración y porque el nombre olvidado
es el del lugar; pero la versión árabe ha omitido sencillamente el
toque arbitrario, a modo de variación musical, del olvido delibe­
rado que incita la fantasía del oyente a encontrarle una razón. La
nota verosímil del simple olvido es bastante frecuente, así entre
los Lais de María de Francia, el titulado Müon dice casi al co­
mienzo: En sa contrée vivait un barón dont le nom ne me revient
pas. Y el anónimo Lai de l’oiselet subraya la lejanía del relato anun­
ciando, al referirse al villano antagonista: de son nom ne sui pas
certains. En España la fórmula se halla ya en el siglo xrv, pues lee­
mos en el último Enxiemplo del Conde Lucanor: Señor conde, dixo
Patronio, en una tierra de que non me acuerdo el nombre, había
un rey... Es verdad que don Juan Manuel, tan buen conocedor de
la cultura árabe, podría haber tomado directamente esa fórmula de
algún escrito oriental; pero este procedimiento es poco probable en
los demás autores que la insertan, tales como Antonio de Torque-
mada y Lope de Vega. Torquemada, autor de Don Olivante de
Laura y del Jardín de flores curiosas, libros bien conocidos de Cer­
vantes \ compuso además los Coloquios satíricos (1553), en el pri­
mero de los cuales figura un cuento tomado del Decamerón (X, 1)
que empieza así: Un rey que hubo en los tiempos antiguos, de
cuyo nombre no tengo memoria... Casi las mismas palabras
encabezan, en el Coloquio 111, la anécdota del carbonero y el
rey: Un rey de Francia, de cuyo nombre no tengo memoria.. .<
Lope, por último, omite el nombre de la ciudad donde estudia

1 Los juzga en el Quijote, I, 6: El autor de ese libro [don Olivante de


Laura] —dijo el curo— fue él mesmo que compuso a Jardín de flores; y en
verdad que no sepa determinar cuál de los dos libros es más verdadero, o, por
decir mejor, menos mentiroso. Varios pormenores fantásticos del Persiles, ob­
servan Schevill y Bonilla en su introducción a esta obra, derivan del Jardín
de flores curiosas.

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Guzmán el bravo, pues dice, en un endecasílabo digno de la


Gatomaquia1, que no importa a la fábula su nombre: variante
caprichosa que, por supuesto, no se debe a ningún escrúpulo de
economía artística, ya que en las demás Novelas, dedicadas a Mar-
cia Leonarda, declara con gran énfasis, a veces irónico (El desdi­
chado por la honra), el lugar de la acción.
T▼ • 1 __ •/ • • / ■• _ 1 / _• J _____ ____ -1 — - »- —
•3Ü
narraciones que principian con fórmulas parecidas a la de Cer­
vantes. Así y todo, estos pocos ejemplos, que fácilmente se podrían
multiplicar, permiten inferir que las obras que los presentan perte­
necen todas a una misma categoría, la del relato de corte popular
que, precisamente para lograr esa apariencia, se vale de los rasgos
típicos de la narración oral: el olvidar con intención o sin ella es
un modo de llegar a la vaguedad característica del cuento popular,
que trata de alejar su ambiente de lo real, mientras la narración lite­
raria se abre con profusión de detalles que dan fe de su veracidad.
Así, en la novela griega es variado y rebuscado el comienzo de las
obras de prosa sabia (como las de Aquiles Tacio, Longo, Caritón,
Eumatio, Heliodoro y sus imitadores), mientras que Habrócomes
y Antea, cuyo carácter popular señaló sagazmente Georges Dal-
meyda, empieza con toda sencillez. Cosa parecida sucede con la
novela latina, aunque, por lo demás, sea la verdadera antítesis de la
griega: tanto en Petronio como en Apuleyo contrasta el tono ge­
neral, ávido de detalle vulgar, con el plano remoto, distante de la
trama central, con que introduce el primero la historia de la ma­
trona de Éfeso y el último la de Psique y Cupido, que comienza
como más de un cuento de hadas de Perrault o de los hermanos
Grimm: Había en una ciudad un rey y una reina que tenían tres
hijas ®.

1 Precisamente, también en La Gatomaquia, silva II, se lee un ejemplo de


olvido convencional:
Y como Ovidio escribe en su Epistolio,
que no me acuerdo el folio...
2 Es evidente, en cambio, la intención jocosa de presentar, recargadas de

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La forma literaria del cuento moderno de Boccaccio y sus imi­


tadores se caracteriza también por la minuciosa presentación. En
España, Juan de Timoneda comienza con el acostumbrado detalle
los cuentos de pretensiones literarias de Patrañuelo, mientras que
los relatos breves de su Sobremesa y alivio de caminantes suelen
carecer de localización o tenerla muy vaga. En este sentido es
instructivo observar cómo cambia en la versión española el co­
mienzo del primero de los cuentos citados de Torquemada. La
redacción original del Decamerón da, entre otros detalles, el nom­
bre, apellido y patria del héroe; el monarca a quien sirve es “el
rey Alfonso de España”; Torquemada, al trasponer el cuento en
clave popular, reduce escuetamente los personajes a “un rey que
hubo en los tiempos antiguos” y “un criado” \ Las novelas de caba­
llerías, modelo negativo del Quijote, tampoco perdonan detalle so­
bre la patria y abolengo de sus héroes: el silencio de Cervantes
sobre estos particulares —opina agudamente Casalduero (Expli­
cando la primera frase del Quijote. BHi, 1934, XXXVI, 2, págs.
139-148)— se debe a que “el autor quiere presentamos a un ser lo
más antiheroico posible y lo más opuesto a los caballeros andan-

detalles que autoricen el relato, y contadas en primera persona como expe­


riencia directa del narrador, ciertas patrañas comunes al folklore de todos los
tiempos y lugares: la del hombre-lobo en la cena de Trimalquión, la del co­
razón que las brujas sustituyen por una esponja al comienzo del Asno de oro.
1 Variadísimos son los comienzos de las novelas de Cervantes: con presen­
tación detallada, a la manera de Boccaccio, empiezan El curioso impertinente,
La ilustre fregona, La señora Cornelia; tampoco es ajeno al Decamerón un
comienzo histórico como el de La española inglesa. Con una situación dra­
mática, que algo recuerda a Heliodoro, se abren El amante liberal y el Persiles:
empiezan directamente en la acción, aunque sin efecto teatral, El licenciado
Vidriera, La fuerza de la sangre, Las dos doncellas. Los episodios narrativos
intercalados en la GaZatea y el Persiles, así como los burlescos del Quijote,
son historias contadas en primera persona, que comienzan por el altisonante
elogio de la patria y la alusión al noble linaje del héroe o heroína. Propio de
Cervantes parece el relegar a segundo plano la filiación externa del lugar,
tiempo y linaje, típica del Boccaccio, y trazar en cambio el retrato minucioso
de los personajes mismos, tal como lo hallamos en las primeras páginas de
La gitanüla, Rinconete y Cortadillo y el Quijote.

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tes”. Lógicamente, entonces, no sólo omite Cervantes la filiación


de su hidalgo sino también, para acentuar el contraste con el em­
bustero aparato histórico de la novela caballeresca, indica tal omi­
sión con una formulilla propia de conseja.
El no acordarse es, pues, una fórmula de la narración popular. No
se encuentra hoy, al parecer, en el folklore español moderno, aun­
que pudo ser corriente en siglos pasados. De no haber pertenecido
a la lengua viva, podría
•lili verse en ella un giro oriental (y con tal
identidad no estaría reñida su presencia en el Conde Lucanor),
que Cervantes habría tenido oportunidad de oír, quizás en su for­
ma más pintoresca, durante su cautiverio de Argel, como oyó,
según ha demostrado Ángel González Palencia\ el tema del Ce­
loso extremeño. De todos modos, frente al consabido “de cuyo
nombre no me acuerdo”, la variante cervantina ha dado pie a
dos sentidos: l9 “De cuyo nombre prefiero no acordarme”; la in-

1 Un cuento popular marroquí y “El celoso extremeño” de Cervantes (Ho­


menaje ofrecido a Menéndez Pidal, Madrid, 1925,1, pp. 417-423). Justamente,
de entre todas las narraciones de Cervantes, El celoso extremeño es la que
tiene principio más parecido al del Quijote: No ha muchos años que de un
lugar de Extremadura salió un hidalgo... Común también a las dos obras
es la actitud —típica del relato popular, como me advierte Amado Alonso—
que inscribe al héroe en una clase general. Carrizales y don Quijote no son
solamente individuos, sino representantes de órdenes sociales: el extremeño
es el aventurero que acude al remedio a que otros muchos perdidos... se aco­
gen, que es el pasarse a las Indias, y vuelve tan lleno de años como de rique­
zas; don Quijote es un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua,
rocín flaco y galgo corredor. Es de advertir también que la vaga localización
inicial dura solamente lo preciso para señalar al lector el plano de fantasía a
que pertenece la creación que se le presenta, y el relato se desenvuelve en
seguida obedeciendo a las leyes de la vida real. Leemos un ejemplo y co­
mentario inmejorable de este oficio indicador que posee el comienzo formular,
en el capítulo XXI de Don Segundo Sombra: Mi padrino comenzó el relato:
— “Esto era en tiempo de nuestro Señor Jesucristo y sus Apóstoles”. Quedé
un rato a la espera. Don Segundo nos dejaba caer, así, en un reino de ficción.
Ibamos a vivir en el hilo de un relato. Saldríamos de una parte a otra. ¿De
dónde y para dónde? Pero el relato mismo se encarga de demostrar que el
mundo que recorren Jesús y San Pedro no es otro que la pampa recorrida
por don Segundo Sombra y por Ricardo Güiraldes.

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terpretación anecdótica, que tanto ha prevalecido en los comen­


taristas del Quijote, vio en estas palabras y en la misteriosa decla­
ración del Prólogo, engendrado en una cárcel, el reflejo de una
peripecia de Cervantes, desconocida por cierto para sus biógra­
fos, que no han hallado rastro documental de su paso por la
Mancha. A la par que emana de la actitud ingenua que atisba en
cada recodo de la obra de arte una llamada precisa a la vida del
autor, tal interpretación realista surge también de un hecho nega­
tivo: el desconocimiento de todo lo que la fórmula tiene de tópico.
2Q “De cuyo nombre no vale la pena acordarse”, o sea, la estiliza­
ción caprichosa 1 del comienzo formular. El autor parece apuntar
el carácter puramente imaginativo de su variante cuando al final
del Quijote (II, 54) da, en broma, una explicación racionalista de
la omisión: Este fin tuvo el Ingenioso Hidalgo de la Mancha,
cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar
que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí
por ahijársele y tenérsele por suyo como contendieron las siete
ciudades de Grecia por Homero.
No parece, pues, que con ese comienzo Cervantes aludiera a
ningún resquemor personal, sino que, al encabezar el primero en­
tre todos los libros de imaginación con la fórmula inmemorial del
cuento popular, la hace suya con un nuevo sesgo (“no quiero”),
que dio pie a la interpretación biográfica.

1 Spitzer señala el valor de simple negativa estilizada de las primeras pa­


labras del Quijote aun sin tener en cuenta la relación que guardan con el
comienzo tradicional “de cuyo nombre no me acuerdo” (ZRPh, 1936, LVI,
p. 140, nota 2).

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PARA LA TOPONIMIA ARGENTINA:
PATAGONIA

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Según la opinión corriente, Hernando de Magallanes dio el
nombre de patagones a los aborígenes de la costa atlántica sur
para indicar lo descomunal de su pie, ya por su propio tamaño, ya
por el de su rústico calzado, ya por el de su pisada. Así puede
leerse en el Meyers Lexicón, Leipzig, 1928; en The New Encyclo-
paedia, Nueva York, 1930 (“the ñame is supposed to be derived
from the Spanish word patagón, ‘a large foot’”); en Der Grosse
Brockhaus, Leipzig, 1933 (“Patagonier < portug. ‘Grosspfoten,
wegen ihrer grossen Fupstapfen”); en la Enciclopedia Italiana
Giovarmi Treccani, Roma, 1935; en la erudita edición y traduc­
ción del Diario de Antonio Pigafetta por J. A. Robertson, Cleve­
land, 1906, tomo I, nota 91; en los Exploradores y conquistadores
de Indias escogidos y anotados por Juan Dantín Cereceda, Ma­
drid, 1922, pág. 194; en el estudio de M. A. Vignati, Las culturas
indígenas de Patagonia, capítulo x de la Historia de la Nación
Argentina dirigida por R. Levene, Buenos Aires, 1936, tomo I,
pág. 606.1

1 A título de curiosidad transcribo algunas opiniones divergentes. Después


de dar la explicación vulgar, la Enciclopedia Esposa (Barcelona, 1920) agre­
ga: “Pero tanto esta etimología como la que lo hace provenir de las palabras
quechuas pata y cuna, que significan respectivamente ‘grada’ y ‘pluralidad’,
distan mucho de ser satisfactorias. Algo más verosímil es la que hace proceder

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PARA LA TOPONIMIA ARGENTINA: PATAGONIA

Ante todo, bueno es tener presente que, contra la especifica­


ción de The New Intemational Encyclopaedia y del Brockhaus,
patagón en el sentido de “pie grande” o de “patudo” no existe ni
ha existido jamás en español ni en portugués: los aumentativos
monagón y rapagón no son, claro está, casos paralelos. En segundo
término, Pigafetta apunta escuetamente en su Diario (edición ci­
tada, pág. 60) “JL cap°gñale nomino questi populi patagoni”
sin aclarar que la causa del nombre fuera lo desmesurado del pie.
Más aun: Pigafetta describe varias veces y muy prolijamente a los
aborígenes insistiendo en su talla gigantesca (por ejemplo, en
la pág. 48: “Vndi a linprouiso vedessemo vno homo de statura
de gigante q staua nudo nella riua del porto...”) y en el tama­
ño excepcional de otras partes del cuerpo, pero sin referencia al
del pie. También describe su calzado (pág. 50: “haueua a li piedi
albarghe de le medesme pelle q copreno li piedi a vzo de scarpe”),
sin decir palabra sobre las dimensiones reales o aparentes del
pie o de la pisada. De todo ello se infiere que patagón en el su­
puesto sentido de “pie grande” o de “patudo” es una etimología

la palabra patagones de la quechua patak, ‘cien y la palabra indígena aoniken,


que sería el nombre verdadero de los naturales. Así, patagones significaría ‘cien
naturales’, por alusión a la división administrativa que les habían impuesto
sus dominadores los quechuas”. Lo que no es verosímil es que un término
quechua o híbrido de quechua y tehuelche haya venido a designar a los
tehuelches. Idéntico reparo suscita el étimon que The New Intemational En­
cyclopaedia anota a continuación del vulgar: “but it may also come from the
Quichua word patacones, ‘tenaces’ ”. La interpretación más donosa es la de
Francis Fletcher, capellán de Sir Francis Drake, quien en su relato The World
Encompassed by Sir Francis Drake, Being his next voyage to that to Nombre
de Dios, ed. W. S. W. Vaux (Londres, Hakluyt Society, 1854), págs. 60 y s.,
rectifica agriamente a los odiados españoles: “they are nothing so monstruous
or giant like as they were reported, there being some English men as tall as
the highest of any that we could see, but peraduenture the Spaniards did not
thinke that ever any English man would come thither to reproue them, and the-
reupon might presume the more boldly to lie; the ñame Pentagones, Fine
cubits, viz., 7 foote and halfe, describing the full height (if not somewhat
more) of the highest of them.”

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PARA LA TOPONIMIA ARGENTINA: PATAGONIA

fantaseadora que debió de surgir después de que cayó en olvido


la verdadera.
Ahora bien: el nombre de California —o sea, el de la isla de las
amazonas negras de las Sergas de Esplandián, capítulo 1571—
lleva a pensar si no se tratará aquí también de un nombre ficticio,
perteneciente al género literario más popular en la época de los
Descubrimientos, la novela caballeresca, y en particular al Pri­
maleón, que forma parte del ciclo de los Palme riñes. El Prima-
león, aparecido en 1512, se reeditó diez veces por lo menos has­
ta 1588, fue elogiado por Juan de Valdés y Torquato Tasso, inspiró
a Gil Vicente la exquisita Tragicomédia de Dom Duardos, quizá
sugirió a Torres Naharro un pormenor de la Comedia Aquilana y
todavía dio a fray Hortensio Paravicino, en 1641, la materia de
su comedia La Gridonia o cielo de amor vengado 2. Figuraba con
el núm. 32 en la lista de los libros mencionados en el testamento
de Femando de Rojas y lo mencionó también Tirso de Molina en
la dedicatoria del Deleytar aprovechando (1635) 3. Su reiterada
mención en las invectivas de fray Antonio de Guevara contra los
libros de caballerías (en el prólogo del Libro áureo de Marco
Aurelio y en el argumento del Aviso de privados y doctrinal de
cortesanos) es otro índice de su difusión, que parece haber sido
muy marcada precisamente entre los exploradores y coloniza­
dores de Indias, según investigaciones de I. A. Leonard 4.
1 Ruth Putnam with the collaboration of Herbert I. Priestley, California:
the Ñame. University of California Publications in History, IV (1917), 293-365.
2 H. Thomas, Spanish and Portuguese Romances of Chivalry (Cambridge,
1920), págs. 92 y ss. B. Matulka, “The Main Source of Scudéry’s Le Prince
déguisé: the Primaleón”, RR, XXV (1934), 5, señala unas veinticinco edi­
ciones francesas dadas a la estampa entre 1550 y 1618, unas diez italianas y
una holandesa. Para el Primaleón y la Comedia Aquilana de Torres Naharro,
véase J. P. Wickersham Crawford, Spanish Drama before Lope de Vega
(University of Pennsylvania Press, 1937), pág. 95.
3 Sobre el testamento de Femando de Rojas, véase RFE, XVI (1929), 382.
Debo estos dos datos a la amabilidad del Profesor J. E. Gillet.
4 Romances of Chivalry in the Spanish Indies (University of California
Press, 1933), pág. 17, y Books of the Brave (Harvard University Press, 1949),
p. 107.

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Para la toponimia argentina ; patagonia

Cabalmente por haber sido tan difundida su lectura, el Prima-


león es hoy una rareza bibliográfica, como lo son casi todos los
libros de caballerías, salvo los reimpresos con propósito de estudio
en el siglo pasado y en el presente. A falta de conocimiento direc­
to, me sirvo del sumario inserto por Miss Mary Patchell en su tra­
bajo The Palmerin Romances in Elizabethan Prose Fiction (Co-
lumbia University Press, 1947), pág. 131, según el cual Primaleón,
en una de sus aventuras, apresa al monstruo Patagón, quien se
amansa en presencia de las damas. La deforme criatura anda
erguida como hombre pero tiene rostro perruno lo que, según
verosímil conjetura de Miss Patchell (pág. 46), deriva probable­
mente del gigante Ardán Canileo del Amadís de Gaula, que une
rostro de perro a su figura humana Los indígenas1 observados
por Magallanes y sus hombres no tenían a buen seguro cara de
perro, pero su semblante, tal como lo describe Pigafetta (pág. 48
del citado Diario) debía ser poco menos espantable: “haueua la
faza grande et depinta intomo de rosso et Intomo li ochi de Jallo
co dui cori depinti in mezo de le galte, li pocq1 capili q haueua
erano tinti de biancho.” Sin duda Pigafetta no creyó necesario
glosar la designación impuesta por Magallanes y familiar a todos
por la leidísima novela. Casi cien años más tarde, cuando Barto­
lomé Leonardo de Argensola escribía su Conquista de las Islas
Malucas (Madrid, 1609), parece que todavía era transparente la
asociación entre los corpulentos aborígenes de Patagonia y la
novela caballeresca, pues al final del libro III, al referir cierto
encuentro con los naturales del Estrecho, que se dieron vergonzo­
samente a la fuga, el historiador comenta: “según este acto, no
parecía impropia la cobardía que aplican a sus gigantes los escri­
tores de los libros fabulosos que llaman vulgarmente de caballe-
/ »
na .

1 En nota a este pasaje, Miss Patchell observa: “The connection between


Patagón and Patagonia, if any, is probably only etymological” (?), y agrega
como explicación satisfactoria la primera de las que ofrece The New Inter-
national Encyclopaedia.

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PARA LA TOPONIMIA ARGENTINA: PATAGONIA

El hecho, curiosamente simétrico, de que la tierra más septen­


trional de las descubiertas por los españoles deba su nombre al
segundo ramo de los Amadises y la más meridional al segundo ra­
mo del tronco rival de los Palmerines, confirma una vez más la
atestiguada popularidad del género caballeresco en la época del
Descubrimiento y la Conquista.

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UNA ANÉCDOTA
DE FACUNDO QUIROGA

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Del “inagotable... repertorio de anécdotas de que está llena la
memoria de los pueblos con respecto a Quiroga”, Sarmiento cuen­
ta en primer término la siguiente (Facundo, II, 1):

Entre los individuos que formaban una compañía, habíase


robado un objeto, y todas las diligencias practicadas para
descubrir el raptor habían sido infructuosas. Quiroga forma
la tropa, hace cortar tantas varitas de igual tamaño cuantos
soldados había; hace en seguida que se distribuyan a cada
uno, y luego con voz segura dice: “Aquel cuya varita ama­
nezca mañana más grande que las demás, ése es el ladrón”.
Al día siguiente, fórmase de nuevo la tropa, y Quiroga pro­
cede a la verificación y comparación de las varitas. Un sol­
dado hay, empero, cuya vara aparece más corta que las otras.
“¡Miserable!, le grita Facundo con voz aterrante, ¡tú eres!...”
Y, en efecto, él era; su turbación lo dejaba conocer demasia­
do. El expediente es sencillo: el crédulo gaucho, temiendo
que efectivamente creciese su varita, le había cortado un pe­
dazo. Pero se necesita superioridad y cierto conocimiento de
la naturaleza humana para valerse de estos medios.
Con aguda intuición, Sarmiento percibe los “visos orientales”,
la “tintura de sabiduría salomónica” de la estratagema que, en
efecto, está bien documentada en el folklore universal. Trátase de
todo un tipo de motivos que esencialmente consisten en una su-

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UNA ANÉCDOTA DE FACUNDO QUIROGA

puesta prueba en la que el crédulo ladrón se delata a sí mis­


mo. Stith Thompson en su Motif-Index of Folk-Literature, 2* ed.
(Bloomington, Ind., 1957), IV, J1141.L2-J1149.il y N275, cata­
loga muchas versiones de este motivo, recogidas principalmente
en diversas regiones de la India y también en Inglaterra y Canadá.
Pueden agregarse dos versiones árabes reunidas por R. Basset,
MiUe et un contes, récits et légendes arribes (París, 1924), I, 415,
“Le fil dénonciateur”, tomado de Ibn el Djaouzi, Kitrib él Azkia,
p. 49, y versión algo diversa en Nozhat el Odaba, fol. 61.
Como es sabido, el interés científico por el folklore y su reco­
lección esmerada y continua son consecuencias de la atención
romántica, a fines del siglo xvm, a la cultura popular. Pero des­
de muchísimos siglos antes la literatura ha acogido, fijado y difun­
dido numerosos motivos del cuento popular, y el presente no es
excepción. La novela picaresca de Vicente Espinel El escudero
Marcos de Obregón, 16181 (Relación I, Descanso xvi) refiere que
para descubrir cuál de los mozos de un aperador le ha hurtado una
serilla de higos, Marcos unta el suelo de un dornajo con aceite y
almagre, pone debajo un cencerro y anuncia: “Pasen todos uno a
uno y den una palmada en el suelo del dornajo, y en pasando el
que hurtó los higos sonará el cencerro”. Pasan los mozos sin que
el cencerro suene, pero Marcos examina las manos de cada cual
y, al dar con uno que no las tiene almagradas, declara: “Este
gentilhombre hurtó los higos, que porque el cencerro no sonase
no osó poner la mano en el dornajo”. La Histoire comique de
Francion, 1623, de Charles Sorel, muy adeudada en motivos y epi-

1 Existen versiones literarias anteriores, pero en ellas el culpable no es des­


cubierto por medio de una fingida prueba sino por ciertas palabras que la
víctima agrega al saludo diario y que aquél aplica a sí mismo. Tal es la No-
vella clxxv de Franco Sacchetti que atribuye al poeta florentino popularista
Antonio Pucci la frase ben t’ho para descubrir a los amigos que por malicia
le han estropeado el jardín, y el Cuento xlvi del Sobremesa y alivio de cami­
nantes, Parte II, de Juan Timoneda, donde un zapatero olvidadizo logra iden­
tificar a su deudor respondiendo a los "buenos días” de sus vecinos con “Más
querría mis dineros”.

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UNA ANÉCDOTA DE FACUNDO QUIROGA

sodios con la picaresca española *, trae un episodio similar. Un al­


deano rico pide al joven marqués Francion le averigüe quién le
ha robado la mitad de un cerdo que puso a salar. Francion saca
una vela cualquiera, la cual, según declara, tiene la virtud de que
sólo se extingue al soplo de un ladrón. Los criados desfilan uno
a uno y, naturalmente, apagan la vela hasta que llega el ladrón y
sopla tan débilmente que se da a conocer. Tres años después, la
Segunda Parte, cap. m, de la novela Alonso, mozo de muchos
amos de Jerónimo de Alcalá Yáñez, trae el siguiente relato, como
muestra de la sutileza alcanzada por el protagonista en su apren­
dizaje con los gitanos, para descubrir el autor de un hurto de
dinero hecho a un hidalgo:
En parientes y criados serían como veinte y una personas;
y tomando yo otras tantas varillas de unos mimbres delgados
que pedí, del largor de media vara, las repartí entre todos,
dando a cada uno la suya, diciéndoles: “Estas varas se me
han de volver mañana a las diez del día, y veráse en una
dellas un extraño prodigio, que si alguno dellos, de los que
aquí están, fuere el ladrón del dinero, la vara que volviere
crecerá cuatro dedos más que las otras... ... Fuime con
esto y, acudiendo al término señalado el dueño de casa, lla­
mando su gente, vino con sus varas, pero no iguales, como
las había dado; y fue que una mozuela ... hallándose cul­
pada, entró consigo en consejo, y echó la cuenta diciendo:
“Esta vara ha de crecer cuatro dedos, pues bueno será antes
que me afrente quitárselos yo, y con lo que se ha de aumentar
vendrá a estar igual con las otras; y así por mi buena industria
quedaré libre y no seré conocida por ladrona”. Como lo
imaginó lo puso por obra; y dándome todos sus varas iguales,
llegó la mozuela con la suya cuatro dedos más corta que las
demás. Miróla yo con mucha disimulación y díjela: “Her­
mana, vuelve el dinero a su dueño, y no te acontezca seme­
jante delito otra vez, porque no te afrenten”. Coloreó la
moza, y con poco aprieto confesó su culpa.
1 Ver E. Roy, La vie et les ceuvres de Charles Sorel, Sieur de Sovigny
(1602-74) (París, 1891), págs. 64-69.

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UNA ANÉCDOTA DE FACUNDO QUIROGA

Fuerza es admitir la superioridad del relato de Alcalá Yáñez so­


bre los anteriores, ya que simplifica el supuesto examen y acentúa
el proceso psicológico de la parte culpable, y a su vez la incontes­
table superioridad de la versión de Sarmiento, tan dramática y
sugerente en su concisión. En los hechos, las dos versiones coinci­
den totalmente, lo que no es difícil de explicar. La novela del
médico segoviano, que no careció de éxito, bien pudo fijar el
difundido motivo en su formulación más económica1. Tampoco
tiene nada de singular su asociación con Facundo Quiroga, quien,
como tanta personalidad descollante, atrajo toda suerte de relatos
preexistentes: basta recordar que su dictado de “Tigre de los
llanos” no es mera metáfora literaria, pues se atribuía a él y a
sus soldados la propiedad de convertirse en tigre, esto es, se le
identificaba con el mito indígena del hombre-tigre o runa-utu-
runcu.
Mucho más curiosa es la total coincidencia entre la versión de
la novela de Alcalá Yáñez y la anécdota del caudillo argentino y
la versión recogida en la tradición oraí de Chitral (Kashmir) 2.

1 No sería la única deuda de la Argentina para con la novela en cuestión,


ya que en la Parte II, c. rv, sitúa Alcalá Yáñez en un imaginario Río de la
Plata la fábula de los monos que, en versión infinitamente más poética, rea­
parece en la comedia de Tirso de Molina La Ninfa del cielo, II, xv y xvr.
2 S. Thompson y J. Balys, Motif and Type Index of the Oral Tales of India
(Bloomington, Ind., 1958), J1141.1.4. El dato se apoya en la comunicación
de J. Davidson, “Some Notes on the Language of Chitral, and Idiomatic
Sentences and Translations of Ten Oriental Stories”, en The Indian Antiquary,
XXIX (1900), 248 s. Traduzco literalmente la traducción interlinear inglesa:
“A un dueño de casa le robaron una bolsa de rupias. El dueño de las rupias
dio aviso al juez de la ciudad. El juez llamó inmediatamente a los hombres
de la casa, pero después de mucha pesquisa no pudo dar con el ladrón. Por
último les dijo: “A la noche les daré a cada uno una vara de media yarda
de largo, y sucederá que la vara del ladrón crecerá una pulgada más que la
vara de los otros hombres”. Dicho esto, el juez entregó una vara a cada
uno y les dio permiso de retirarse. A la medianoche, el ladrón tuvo miedo y
pensó en su corazón: “Si quito una pulgada de largo a mi vara, a la mañana
estará igual que las otras”. Así hecha su idea, quitó una pulgada de largo a
su vara. A la mañana, se reunió con los demás hombres. El juez, después

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UNA ANÉCDOTA DE FACUNDO QUIROGA

¿Habrá que presumir aquí penetración y difusión de la versión de


Alcalá Yáñez a través de la India portuguesa? No puedo menos
de sugerir como paralelo otra notable coincidencia entre un mo­
tivo de la picaresca española y el folklore contemporáneo de la
India. Me refiero al caso del Escudero en el Lazarillo de Tormes
que, durante los ocho días de ayuno forzado, “por lo que tocaba
a su negra que dizen honra, tomaba una paja de las que aun
asaz no había en casa, y salía a la puerta escarbando los que nada
entre sí tenían”. En la novela de Santha Rama Rau, Remember
the House (Londres, 1956), p. 173, la heroína y su abuela evocan
a un personaje folklórico, el thakur1 de Lucknow, de quien, entre
otros ardides para disimular su miseria, cuentan “que se escarba­
ría los dientes en público para que la gente se enterase de que
acababa de tener una buena comida”. La calidad del personaje
hindú, su acción y su intención ofrecen un triple enlace con el
escudero famélico que sale a la puerta a limpiar sus dientes de
imaginarios restos de comida, para proteger su honra. Lo minu­
cioso del enlace hace difícil concebirlo como coincidencia fortuita,
y por eso me inclino a ver en la cultura desarrollada en las pose­
siones portuguesas de la India un posible lazo de unión. Confirma­
ría la eficacia de este lazo la gran atracción que la literatura
castellana ejerció sobre la portuguesa en los siglos xvi y xvn,
de que es testimonio pertinente el libro atribuido al P. António
Vieira, Arte de furtar (Lisboa, 1652), que reproduce, precisamen­
te, dos cuentos del Lazarillo y uno del Guzmán de Alfarache 2.

de ver las varas, por medio de esta treta cogió al ladrón”. Como se ve, la
versión chitralí coincide con la de Alcalá Yáñez no sólo en conjunto, sino en
dos precisos detalles: la longitud de las varas y la deliberación del culpable.
1 O sea, según el Webster Dictionary, “hombre de alta categoría, especial­
mente noble Rajput o de cierta familia brahmana de Bengala”.
2 Son los cuentos de las uvas y de la casa donde nunca comen ni beben
del Lazarillo, Tratados i y in, y de la estafa del bolso que Guzmán realiza
en complicidad con su madre en el Guzmán, II, ni, 6; págs. 3 ss., 18 ss., 179
ss. respectivamente del Arte de furtar, ed. de Lisboa, 1855.

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FUNCIÓN DEL CUENTO POPULAR
EN EL LAZARILLO DE TORMES

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Muchos estudios más o menos recientes sobre el Lazarillo, tales
como los de Alfonso Reyes y Francisco Ayala \ aseguran que el
protagonista y los lances de la obra pertenecen al folklore y no a
la invención del autor anónimo, aserto en el que sin duda entra
por mucho el prestigio de que goza hoy la creación colectiva fren­
te a la individual. Por otra parte, hay estudiosos que afirman tal
deuda esencial con el folklore como otro aspecto de su tesis, diri­
gida a negar el realismo de la novelita o su valor como sátira de
la sociedad coetánea; tales los profesores Marcel Bataillon y Ángel
González Palencia 2, aquél por consideraciones estéticas y conjetu­
ras sobre las fuentes; éste, por consideraciones patrióticas, para
reivindicar del supuesto ataque la sociedad española del siglo xvi.

1 A. Reyes, “El Diablo Cojuelo”, en Obras completas, VII, 334: “queda


incorporado en la ya larga serie de libros clásicos españoles que proceden de
una inspiración folklórica popular. Tal el Lazarillo de Tormes...”. F. Ayala,
“Formación del género ‘novela picaresca’: el LazariUo” en Experiencia e
invención, Madrid, 1960, págs. 133 y s., 139, 146.
2 M. Bataillon, Le román picaresque, París, 1931, pp. 3-5; id., La vie de
Lazarillo de Tormes, París, 1958, pp. 19-34; y reseña de A. del Monte, Itine­
rario del romanzo picaresco spagnuolo en la Recae Belge de Phdologie et
cTHistoire, XXXVI (1958), 983-986. A. González Palencia, “Leyendo el La­
zariUo de Tormes (Notas para el estudio de la novela picaresca)”, en Escorial,
XV (1944), 9-46.

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FUNCIÓN DEL CUENTO POPULAR EN EL LAZARILLO DE TORMES

Con todo, ninguno de estos estudiosos ha emprendido los pa­


sos básicos para dirimir el problema, esto es, la enumeración de
los motivos narrativos del Lazarillo y su confrontación con los
repertorios de motivos folklóricos y de cuentos populares. Al em­
prenderlos, salta a la vista la facilidad con que el Tratado I se
desgrana en motivos independientes, por ejemplo: 1) nacimiento
en el río, 2) fechoría, castigo y muerte del padre, 3) amorío de
la madre, 4) cuento del hermanito negro, 5) castigo del negro y
de la madre, etcétera, mientras los restantes Tratados se mues­
tran reacios a tal procedimiento. Dicha peculiaridad prueba que
describir el Lazarillo como una serie de motivos narrativos es ge­
neralizar indebidamente la impresión del comienzo, de igual mo­
do que cuantos dan el hambre como eje de la novelita extienden
al todo la motivación que acaba en el Tratado III.
Estoy muy lejos de pretender que he confrontado los motivos
narrativos del Lazarillo con todos los del folklore universal y, por
otra parte, precisamente partiendo de la mal atendida cultura
hispánica, me consta muy netamente la insuficiencia de los más
sonados repertorios x. Así y todo, tenemos que partir de un hecho
incontrovertible: el folklore español no conoce un Lazarillo de
Tormes como conoce un Pedro de Urdemalas o un Juan el Tonto.
En la fraseología y la paremiología españolas, Lázaro es el men­
digo evangélico (S. Lucas, XVI, 20), evocador de miserias y pade­
cimientos; en cambio, Lazarillo como mozo de ciego nace del
libro, como también nace del libro el recuerdo de sus travesuras
y de sus muchos amos 2.

1 No hallo, p. ej., en Stith Thompson, Motif-Index of Folk-Literature, 2»


ed., Bloomington, Ind., 1958, mención de la jugarreta última de Lazarillo al
ciego, y eso que está documentada en el folklore hispánico y hasta trascendió
a la literatura inglesa; cf. K. P. Chapman, “Lazarillo de Tormes, a Jest-book
and Benedik”, MLR, LV (1960), 565-567.
2 Para Lázaro en el folklore, ver ed. de J. Cejador y Frauca, Madrid, 1959,
págs. 14 ss. Las alusiones de Joan Timoneda, Menechmos, 1559, y de Agustín
de Rojas, Viaje entretenido, 1604 (cf. Cejador, 16 s.), abultan despreocupa­
damente las aventuras del popular librillo. La alusión obscena de Francisco

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FUNCIÓN DEL CUENTO POPULAR EN EL LAZARILLO DE TORMES

Si se examinan en su orden los motivos narrativos del Lazarillo,


comenzamos por hallar en el prólogo tres que ilustran el amor
a la fama como móvil de la acción virtuosa: el soldado que se
lanza primero a la escala no lo hace por aborrecer la vida, sino
por desear alabanza; al eclesiástico virtuoso no le pesa que le
elogien de elocuente; el mal justador recompensa muníficamente
al que le ensalza. Las tres ilustraciones se presentan como cuen­
tos muy breves, de formulación epigramática, y subrayan malicio­
samente —sobre todo el tercero— la vanidad del protagonista. No
tienen nada de común con el cuento popular ni, lo que quizá sea
más notable para la época, nada de común con la anécdota erudi­
ta, auténtica o fantaseada, que pulula en la obra coetánea de fray
Antonio de Guevara y no ha de faltar en la novela de Mateo Ale­
mán. Por el contrario, están ambientados con intención satírica
general, dentro de los tiempos y circunstancias del autor. Es decir:
asistimos al tanteo tras una forma peculiar; la facecia original,
destinada a ilustrar el hilo del libro sin fundirse con él.
El nacimiento en el río con que comienza el Tratado I es cono­
cidamente un motivo folklórico. Pero si se coloca el Lazarillo en
su momento cultural, se echa de ver que la razón artística del mo­
tivo no es la repetición de un tema tradicional, sino la parodia li­
bre y humorística de la novela más leída por entonces, el Amadís.
No es que el Lazarillo sea un Ebro libresco, réplica o parodia sos­
tenida de otros (como Don Quijote o Fray Gerundio), pero creo
imposible que el grotesco nacimiento en la aceña del hijo de
Tomé González y de Antoña Pérez no apuntase a colorear con la
ironía del contraste la biografía de este “Doncel del Tormes”. El
relato de la vida y muerte de su padre, con su vaivén entre ratero
y mártir, es otra obra maestra de malicia, cuya sutileza destaca

Delicado, 1528, irreconciliable con el Lazarillo, pero muy dentro del carácter
de La Lozana andaluza, prueba tan poco la existencia de un Lazarillo anterior
al libro, con aventuras desconocidas, como la datación de Celestina bajo “Ce­
lestino II”, por el mismo Delicado, prueba la existencia previa del personaje
de la Tragicomedia. Una y otra son ocurrencias regocijadas propias del humor
de La Lozana andaluza, a las que es absurdo conceder valor de información.

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FUNCIÓN DEL CUENTO POPULAR EN EL LAZARILLO DE TORMES

con razón el profesor A. Sicroff *, pero el relato no tiene nada de


popular y marca, por así decirlo, su carácter literario repitiendo
el amargo chiste de La Celestina, VII, sobre la bienaventuranza
de los perseguidos por justicia.
En la historia del amancebamiento de su madre, contado con
el candor del niño que lo presencia, no desde el punto de vista
del adulto que lo recuerda, destaca el lance del hermanito que hu­
ye de su padre negro por no verse a sí mismo, lance cuya moraleja
el autor subraya en discurso directo. Este relato emparienta con
las facecias del prólogo en lo sencillísimo de lo sucedido y en lo
intencionado de la epigramática conclusión, con su desengañado
buceo psicológico. A su vez, el relato del castigo del padrastro y
de la madre y de los trabajos de ésta emparienta con el relato del
“martirio” del padre en cuanto comparte la gran novedad de dete­
nerse a enfocar la vida de gentecillas ínfimas —no delincuentes
profesionales— con cierta simpatía burlona, pero simpatía al fin:
recuérdese, por ejemplo, la conmovedora despedida entre Laza­
rillo y su madre. Como en nuestros días es crimen de lesa estética
hacer hincapié en el realismo de la novela picaresca, no estará de
más subrayar la extraordinaria originalidad de esta atención al
molinero ratero, al esclavo enamorado, a la lavandera que con mil
tropiezos cría a sus dos chicuelos. Pues bien: esta atención realista
falta por completo en el cuento popular, donde la miseria del
pobre —o la riqueza del rey o la belleza de la princesa— se da por
sentada sin ironía ni piedad, y no inspira detenidas evocaciones.
Al pasar a poder del ciego, Lazarillo se inicia con la “calabaza­
da” del toro de Salamanca. Es éste el primer motivo folklórico que
encontramos en el Lazarillo, aunque nada tiene que ver con el
cuento folklórico. Es propiamente una broma pesada (practical
joke) que se practica entre niños en conexión con varios monu­
mentos 2. Es decir: el folklore brinda la broma escueta, mientras

1 “Sobre el estilo del Lazarillo de Tormes”, NRFH, XI (1952), 161.


2 González Palencia, Del “Lazarillo” a Quevedo, Madrid, pág. 12; R. Kóhler,
Kleinere Schriften, Berlín, 1900, III, 610.

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FUNCIÓN DEL CUENTO POPULAR EN EL LAZARILLO DE TORMES

en el Lazarillo mucho más importante que la broma escueta es


su función: la broma marca la iniciación del protagonista como
mozo de ciego, con la orgullosa superioridad del amo y el pro­
grama de aprendizaje del criado, todo lo cual se resolverá al fin
de este mismo Tratado, cuando Lazarillo demuestre lo cabal del
aprendizaje propinando al amo un golpe más fuerte y subrayando
el enlace entre iniciación y maestría con el uso de la misma pala­
bra (“diome una gran calabazada...”, “y da con la cabeza en
el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calaba­
za..Esto es: el dato folklórico no sólo se expande y elabora
como motivo narrativo, sino que se transforma en elemento for­
mal o estructurador de la novela.
Siguen las “burlas endiabladas” con que Lazarillo intenta sub­
sanar la avaricia del ciego, la mayoría relacionada con el tipo
folklórico del mozo del ciego. Puntualizar esta última expresión
es más difícil de lo que parece. Por una parte el ciego y su mozo
no aparecen como personajes de ciclos narrativos populares. Por
otra parte, la farsa del siglo xm, Le Garqon et l’Aveugle, y mu­
chas obras de teatro devoto hasta el siglo xvi, ponen en escena al
ciego y su criado infiel y maligno —ninguna de sus picardías guar­
da la más leve semejanza con las de Lazarillo— y las miniaturas
descubiertas por R. Foulché-Delbosc en un ms. del siglo xiv de las
Decretales —algunas emparentadas con las de Lazarillo— parecerían
apuntar a una suerte de repertorio de “burlas endiabladas”. Me pre­
gunto si estas burlas nada sutiles no se difundieron y fijaron
por medio de titiriteros, como los que aún en este siglo recorrían
las ferias de España, divirtiendo a los chiquillos y a los palurdos
con las aventuras de Pedro de Urdemalas y del Tío Ricopelox. A
esa difusión desde el tabladillo de la farsa se deba quizá la pre­
sentación exagerada, con inverosimilitudes de detalle, que se han
señalado como contravenciones al realismo y de que, en efecto,
están libres las facecias originales. En cambio, llama la atención

1 Debo este dato a la amabilidad del profesor Clemente Hernando Balmori,


de la Facultad de Humanidades de La Plata.

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el realismo psicológico con que están reelaboradas estas bromas


—ansias, anticipaciones, alarde cínico del niño; quejas, mala fe,
disimulo rencoroso del ciego—, así como el papel de elementos
formales en la estructura del libro, que les ha dado el autor: el
fardel cosido y descosido se transmutará en el Tratado siguiente
en el arcaz clavado y desclavado, eje del episodio del clérigo
avaro, y en el Tratado III se metamorfoseará en la “bolsilla de
terciopelo raso, hecha cien dobleces” y patéticamente vacía, que
certiiica la inutilidad de toda ofensiva contra el amo o, en otros
términos, marca el extremo en la trayectoria del hambre. El des­
enlace ae la burla del jarro 1 insiste en que “desde aquella hora”
el nino guaraa rencor al amo, lo que prepara la venganza, así
como ios donaires del ciego sobre el vino anuncian los de otra
burla e insinúan el desenlace del libro. La mala guía de Lazarillo
y guipes uel ciego, representada en las citadas miniaturas, tam-
oien se iransioiman en elemento estructural, pues culminan en
ei uiuino episodio oel Tratado y resuenan —bien que con cambio
oe tono— ai final del Tratado 111. Luego, precedido de especial in-
iruuucciun, se narra el caso de las uvas con ritmo mucho más len­
to y uso ae dialogo, pero sin función estructural. No hay dato
aiguno suoie el origen rolKlórico de este caso; a pesar de lo plás­
tico ue su presentación no figura en las miniaturas del ms. de las
L/aurenues; su epigramático final muestra la misma desengañada

1 La primera parte —hurto del vino con la paja de centeno— está repre­
sentaría en las miniaturas del ms. de las Decretales. Alfonso Reyes, “Nuevas
vejeces , en Guras completas, Vlll, 208, ha relacionado la segunda parte con la
penúluma iacecia del Phdogelos de Hierocles y Filagrio, ed. A. Eberhard,
üeuui, ioüJ, n* 20 J, págs. oó s.: “Escolástico selló una botella de vino de
Amina, pero su criado la perforó por debajo y hurtaba el vino. Como se
maravinase de que menguara el vino estando intactos los sellos, alguien le
dijo: ‘Mira si no lo hurtan por debajo’ y él respondió: ‘¡Qué ignorante! Por
donde falta no es por debajo sino por arriba’ ”, Como se ve, las dos historietas
tienen poco que ver; la griega subraya la estupidez del amo, aun bien adver­
tido por extraños; la española subraya, por el contrario, la astucia del amo
quien, a pesar de hallarse impedido por la ceguera, sin consejeros descubre
y castiga la treta del mozo.

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psicología del cuento del hermanito, y su presencia en el libro


atribuido al P. António Vieira, Arte de furtar, 1652 (ed. Lisboa,
1855, c. vi, 18 s.), nada prueba, pues el P. Vieira extracta entre
otras una historieta del Guzmán de Alfarache (c. i, 3 ss.) y, al con­
tar la de “la casa donde nunca comen ni beben”, alude con toda
claridad al Lazarillo, pues señala como su fuente las Gazmias de
Picardía (c. xli, p. 179).
A continuación se reanudan las “burlas endiabladas”, comen­
zando por la de la longaniza, quizá presente en las miniaturas ci­
tadas como sustitución de un manjar suculento (ave, al parecer)
por otro miserable. Aquí también cabe subrayar, además de la
soberbia y pormenorizada reelaboración en varias escenas, la trans­
formación del motivo en elemento estructural, ya que la cura con
vino confirma la repetida profecía del ciego cumplida burlesca­
mente en el Tratado VII y, además, la crueldad del lance provoca
la venganza explícita, que constituye la última “burla endiablada”,
o sea, la del poste.
Esta última burla, destacada por sus anuncios y enlaces previos
y por su posición final, para rematar el largo Tratado I, no se reco­
noce claramente en las miniaturas del ms. de las Decretales, pero
es la única atestiguada en la literatura y en el folklore. Los testi­
monios literarios se reducen a la frase hecha “oler el poste”\ con
excepción de la Representación de la historia evangélica del capí­
tulo nono de Sanct Joan de Sebastián de Horozco (1578?) (Can­
cionero, ed. M. Gamero y J. M. Asensio, Sevilla, 1874, p. 157). Esta
pieza, de fecha desconocida, pone en escena como entremés —al

1 A los ejemplos reunidos por Ch. Ph. Wagner en sus notas a la traducción
de L. How, Nueva York, 1917, p. 131, ha agregado E. Carilla, “Cuatro notas
sobre el Lazarillo”, RFE, XLIII (1960), 98-116, un pasaje de Félix Machado
de Silva, Tercera Parte del Guzmán de Alfarache, RHi, LXIX (1927), 65.
Añádase también Tirso de Molina, El pretendiente al revés, I, xn; Antonio
Liñán y Verdugo, Guía y avisos de forasteros, Novela y escarmiento séptimo.
La alusión más desarrollada es la de Shakespeare, Much Ado About Nothing,
II, i: “Ho! now you strike like the blind man; 'twas the boy that stole your
meat, and you’ll beat the post”.

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igual de las obras devotas francesas— un altercado entre el ciego


a quien Jesús restituirá la vista y su mozo Lazarillo, en el cual
el ciego huele el tocino que aquél le ha birlado y al final se
estrella contra una esquina:
Lazarillo — Sus, vamos nuestro camino.
Ciego —Aguija, vamos ayna.
¡Ay que m’e dado, mezquino!
Lazarillo — Pues que olistes el tocino,
¿cómo no olistes la esquina?

Lo que me parece evidente, si se leen sin prejuicio estos ver­


sos, es que estamos ante una versión muy abreviada del episodio
del Lazarillo, versión que resulta sosa e ininteligible sin el recuer­
do de dicho episodio. Es materia de conjetura la semejanza de
rima entre la versión de Horozco y la copla con que acaba un
chascarrillo andaluz recogido por Fernán Caballero (“Y Ud. que
olió la sardina, / ¿por qué no ha olido la esquina?”), pero, como
queda dicho, la frase hecha del Sigloi. de Oro es “oler el poste”,
derivada del Lazarillo, no del poco conocido Horozco. En la tra­
dición popular contemporánea, la folklorista argentina señora Ber­
ta Elena Vidal de Battini ha hallado dos ejemplos; uno, recogido
en la provincia de San Luis, constituye un episodio dentro de la
serie de travesuras que forma la historia de El muchacho corajudo.
El otro, más importante, recogido en la provincia de Entre Ríos,
se atribuye a un personaje folklórico, Pizarro, quien lo cuenta en
primera persona como recuerdo de infancia, y en forma muy se­
mejante a la del Lazarillo. Estas dos preciosas pruebas del mayor
arcaísmo de la tradición popular hispanoamericana probablemen­
te enlacen con la divulgadísima novela y con la frase “oler el
poste” así lo confirma el hecho de que el lazarillo es figura ajena
a la campaña argentina, donde el mendigo ciego va solo, a caballo.
En suma: el último cuento del Tratado I reelabora un cuento al

1 Para otra deuda del folklore argentino con la novela picaresca española,
ver “Una anécdota de Facundo Quiroga”, HR, XXXI (1963), 61-64 [cf. aquí
mismo, págs. 101 y sigs.J.

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parecer preexistente con su habitual escenificación lenta y espe­


cial atención a su papel formal, como desenlace bien anunciado
de las aventuras con el primer amo. En otros términos: para el
Tratado I, el autor del Lazarillo tuvo presentes el vago tipo del
mozo del ciego y algunos de sus lances tradicionales, todo lo cual
reelaboró con gran libertad, acomodándolo a su propósito. El
folklore, pues, puso en movimiento la invención del LazariZZo,
como las novelas caballerescas pusieron la del Quijote, pero a
partir del Tratado II, el autor abandonó el folklore, y fue creando
libremente, no sin cambios de enfoque, sin que nada permita
conjeturar la existencia de un Ur-Lazarillo, rigurosamente popu­
lar (y rigurosamente desconocido) del que el nuestro sería simple
selección.
En efecto: en el Tratado II cambia radicalmente la técnica de
la narración. El combate contra la avaricia del clérigo no se des­
grana en una sucesión de “burlas endiabladas”, sino que asume
la forma de una ofensiva unitaria y gradual, verdadero procedi­
miento novelístico frente a la ristra de cuentos del Tratado I. El
capítulo comienza con una larga introducción que define al clé­
rigo y describe la penosa vida con él; sirve de transición el pá­
rrafo en que el autor subraya el enlace gradual de este Tratado
con el del ciego y el del escudero, e inmediatamente comienza la
acción con la llegada casual del “angélico calderero”. Cuando los
vecinos inducen al clérigo a creer que no son ratones sino una
culebra quien roba el pan y queso, el autor se vale hábilmente de
esta superstición (así como de la que atribuye a las culebras
afición a los niños) para amañar el desenlace, pero claro es que
no se trata aquí de ningún motivo folklórico que guíe la narra­
ción. Interesan las últimas palabras del clérigo (“No es posible
sino que hayas sido mozo de ciego”), que confirman el enlace
con el Tratado I, acentuando el enlace estructural de esta única
y parcial prefiguración popular de Lazarillo.
La técnica novelística avanza todavía más en el Tratado III,
desechando, por ejemplo, la “definición” del amo, como en los
dos Tratados anteriores, en favor de una presentación ilusionista,

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en que narrador y lector quedan igualmente engañados. En lugar


de oposición al amo, expresada mediante una serie de historietas
o mediante una sola ofensiva gradual, Lazarillo se une con el
amo contra el enemigo común, el hambre. Esa técnica tan rica y
compleja emplea diversidad de materiales, entre ellos la alusión
jocosa a refranes (“con mejor salsa lo comes tú”), y algunas ocu­
rrencias que han dejado huella en el folklore y en la literatura,
como la de la paja con que el escudero hambriento se escarba los
dientes a la puerta de su casa *. ¿Preexistía esta salida al Laza­
rillo? Pienso que no, pues contra lo que acostumbra su autor al
recoger motivos del folklore, éste se narra muy sucintamente y
carece de toda función estructural.
Otra divergencia entre la técnica del Tratado III y la de los
anteriores consiste en que en lugar de disponer el relato en tensión
creciente hasta el final, interrumpe la tensión con una peripecia
—la llegada del escudero con un real— que remata inesperada­
mente con el chascarrillo de ‘la casa donde nunca comen ni be­
ben”. Me inclino a creer que esta historieta es anterior al Lazari­
llo, no por los argumentos esgrimidos a este fin2, sino porque el

1 Así, la biznaga del soldado en el entremés de La guarda cuidadosa;


Salas Barbadillo, El caballero puntual (ed. E. Cotarelo, Madrid, 1909, II,
31): “por las tardes el palillo en la boca, desde la una hasta las tres”. El
Alcalde de Zalamea, I, iv: "y pues han dado las tres, / cálzome palillo y
guantes". Lo que es más curioso, la ocurrencia se halla hoy en el folklore de
Lucknow, India, atribuida a cierto personaje que encama la pobreza y orgullo
del noble venido a menos: cf. Santha Rama Rau, Remember the House, Lon­
dres, 1956, pág. 173. Quizás haya que presumir transmisión a través de las po­
sesiones portuguesas de la India [cf. la trayectoria de la voz tanque “estanque”
> tanfcj. Ya hemos visto que el Arte de furtar reproduce varias historietas
tomadas de la picaresca española.
2 R. Foulché-Delbosc, “Remarques sur Lazarillo de Tormes”, RHi, VII
(1900), 94 ss., llamó la atención sobre el cuento Femina del Líber facetiarum
et similitudinum Ludovici de Pinedo et amicorum de la Biblioteca Nacional
de Madrid, que corresponde en un todo al del Lazarillo. Me parece indudable
que la compilación de Pinedo es posterior al Lazarillo, ya que transcribe “De
una parte del libro llamado Lázaro de Tormes” un trozo que corresponde al
coloquio entre Lázaro y la Verdad, mutilado en la segunda parte de 1555-

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visualizar la tumba como casa horrible es pensamiento muy gene­


ral: testigo la hermosa poesía anglosajona La tumba, conservada
en un ms. del siglo xii; el comienzo de cierto diálogo con la Muer­
te, erróneamente atribuido a Juan de Mena, en el siglo xv (Can­
cionero castellano del siglo XV, ed. R. Foulché-Delbosc, I, Ma­
drid, 1912, n9 35, p. 206 b); y dos ejemplos de Salas Barbadillo
particularmente valiosos porque, siendo posteriores al Lazarillo,
no muestran su influjo Además, la historieta carece por comple­
to de la sutileza psicológica que ostentan las del negrito y de las
uvas, al punto de implicar una inconsecuencia en el carácter del
protagonista, que de corrido mozo de ciego se transforma en un
niño inocentón y asustadizo. Y, por último, parejamente con el
tratamiento de los motivos folklóricos en el Tratado I, la historieta
está despaciosamente elaborada y convertida en elemento estruc­
tural, pues en ella culmina la presentación de la casa vacía y
lóbrega que el autor ha desarrollado gradualmente desde la
primera descripción, cuando el escudero y Lazarillo entran por
primera vez en ella. A su vez, las versiones posteriores de António
Vieira y de Gonzalo Correas en el Vocabulario de refranes no
dejan dudas sobre que la elaboración del Lazarillo había eclip­
sado la primitiva forma popular.

Aparte Femina, el título Mundos parece extracto del párrafo en que Lazarillo
cuenta cómo sustituía las blancas por medias blancas, y el título Ciego (cf.
también Virgo mus) parece extraer las palabras del Lazarillo sobre la limosna
que consigue el ciego prometiendo rezos. González Palencia, Del “Lazarillo” a
Quevedo, Madrid, 1946, pág. 20, deseoso de certificar la deuda con el folklore,
supone que es éste un cuento popular que deriva de los versículos del Libro
de Job, X, 21 s., incluidos en el Oficio de Difuntos; pero la derivación es
fantástica, pues dichos versículos sólo insisten en las tinieblas, la sombra y
el horror de la muerte y no hablan de casa, de tristeza, desdicha y, sobre todo,
de no comer ni beber.
1 El caballero puntual, ed. cit., pág. 64: “Y muchos hemos visto cosidos en
la sábana de su cama y ya para arrojallos en la casa escura..La niña de los
embustes, ed. E. Cotarelo, I, Madrid, 1907, pág. 264: “dio con ella en aquella
posada donde ni se cuelgan tapices ni se ponen esteras y jamás se enciende
luz ni lumbre”.

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En cambio, creo que el cuentecillo de “Manténgaos Dios” no


es folklórico, en el sentido de existir en muchos lugares y desde
siglos atrás, aunque no excluyo la posibilidad de que hubiese
comenzado a circular oralmente por España poco tiempo antes.
En el siglo xiv la fórmula es palaciega; los cortesanos del cuento
L1V, atribuido a don Juan Manuel en el códice del Conde de
Puñonrostro del Conde Lucanor, ante su supuesto rey “fiziéronle
todos reuerengia e besáronle la mano diziendo: Señor, mantenga
os Dios” (ed. E. Krapf, Vigo, 1902, p. 207). A fines del siglo xv
ya es típica de los rústicos, como lo atestiguan las Églogas de
Juan del Encina (“Pasquala, Dios te mantenga...”), y de ahí
que se la rechace con horror a principios del siglo xvi, cuando la
sociedad española adelgaza morbosamente su sentido de la honra.
Américo Castro, en su “Perspectiva de la novela picaresca”, ha
señalado con acierto la intención combativa con que Diego Sán­
chez de Badajoz defiende el viejo saludo, enlazándolo con ideas
evangélicas de dignificación del trabajo, totalmente opuestas al
prejuicio de la honra, mientras fray Antonio de Guevara lamenta
su sustitución por el beso (verbal) de mano o pie que pertenece
exclusivamente al eclesiástico1. El éxito del chiste, recogido en
la Floresta española, II, 2, 76, de Melchor de Santa Cruz, en La
vida es sueño, II, iv, y La puente de Mantible, I, iv, de Calderón,
prueba lo oportuno e intencionado de su sátira.
Por el contrario, pienso que deriva de un esquema folklórico
la enumeración de riquezas que, de existir en el futuro (solar

1 Otros, como Antonio de Torquemada, Coloquios satíricos, 1552 (ap.


Orígenes de la novela, II, 538a), deploran que la piadosa fórmula haya caído
en desprecio, o señalan de hecho su ínfima jerarquía, como Gutierre González,
Libro de doctrina cristiana, Sevilla, 1532 (ap. Gallardo, Ensayo... III,
n"? 2.374, col. 82 s.), en las siguientes líneas que ilustran bien el caso del
escudero: “Cuando encontrares en la calle algunas personas conocidas, hará síes
cortesía, y hablarlas has según el merecimiento de cada una, quitándole el
bonete y haciéndole reverencia, si tal fuere la persona, y dirásle: ‘Beso las
manos de Vuestra Merced’, o ‘Mantenga Dios a Vuestra Merced’, o ‘Man­
téngaos Dios’, si tanto no fuere”.

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de casas) o de no haber dejado de existir en el pasado (palomar),


serían considerables. Nótese que estas riquezas funcionan como
elementos estructurales, pues reaparecen al final del Tratado para
confirmar la quimérica situación del escudero. Y, como el cuento
de ‘la casa donde nunca comen ni beben”, marcan una incon­
gruencia en el carácter de Lazarillo que, aunque taimado mozo
de ciego, las ha tomado en serio, según revela su declaración al
alguacil y al escribano.
En conclusión, examinada de cerca, la deuda del Lazarillo
para con el folklore se reduce a la utilización de cuatro o cinco
motivos en el Tratado I y de dos o tres en el III. Los motivos han
recibido una pormenorizada elaboración dramática y, además,
funcionan todos como elementos formales para marcar interrela­
ción y graduación del relato, es decir, con arte diametralmente
opuesto a la mera serie, a la manera del Till Eülenspiegel, mien­
tras, por otra parte, ninguno de los probables motivos folklóricos
coincide con los de Till Eulenspiegel. Pero el Tratado en que
llega a su máximo virtuosismo la técnica ilusionista del Lazarillo
es el del buldero, que no deriva del folklore, sino del cuento lite­
rario, la novella de Masuccio Salernitano que ha dejado eco en el
Tratado IIl. La deuda es mucho más exigua en cuanto a los
personajes, ya que sólo le debe el esquema del ciego y su mozo.
También es instructivo que el clérigo del Tratado II encame
la avaricia pero no la lascivia eclesiástica, tan zarandeada en
folklorei y literatura; el autor del Lazarillo reserva este vicio al
Arcipreste del Tratado VII, pero entonces rehuye el módulo
del cuento, presentando el caso como experiencia actual del
narrador adulto. También vale la pena subrayar que los perso­
najes más logrados —los padres, el negro, las mujercillas cari-

1 Compárese la frase de la moralización que sigue al relato: “L’avarizia


non solo universalmente a tutt’i religiosi esser innata passione, ma... d’ognuno
da loro, non altramente seguirla e abbracciarla, che se per espresso precetto
de obedienza da lor regule decreto e ordinato fosse”, con la frase suprimida
por la Inquisición: “No sé si de su cosecha era [la laceria del clérigo] o lo
había anexado con el hábito de clerecía”.

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tativas y, sobre todo, el escudero— no son tradicionales. Preci­


samente a diferencia de los personajes tradicionales como el
ciego, el clérigo avaro y el buldero, el escudero está presentado
sin definición previa, y su modo de ser brota libremente de
sus hechos y palabras, con la más consumada técnica novelís­
tica. Y lo distintivo del Lazarillo es la serie de amos, de suerte
que el libro nació de veras al superar la deuda folklórica del
Tratado I, quizá por inspiración del Asno de oro.

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APÉNDICES

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APÉNDICE I
A “EL CUENTO POPULAR HISPANOAMERICANO ”

1
A. Agregados en los márgenes hechos por la propia autora
[Estos agregados, que en la mayoría de los casos se remontan a
los años 1941-43, están hechos con letra muy clara y con cierto
esmero bibliográfico, lo cual demuestra que la autora tenía el firme
propósito de aprovechar estos materiales en una revisión del libro.
Desde luego habría amalgamado los agregados con la exposición
y documentación anterior, de una manera muy personal que sólo
puede adivinarse vagamente.]

CAPITULO I

“Para empezar..Lord Raglan, The Hero; A Study in Tradi-


tion, Myth, and Drama, Londres, 1936, p. 96; Habis (Justino),
Rómulo y Remo; Sigfrido en la leyenda vikinga.
“Otro mito..Raglan, The Hero, p. 138. Mabinogion, Kilhwch
y Olwen.
“Muchísimos detalles aislados..Jerusalén conquistada, p. 272;
Venus y Adonis, n, 5; La Dorotea, i, 5. [Después de Juan Pérez
de MontalvánJ: Alvaro Cubillo de Aragón, El invisible príncipe
del baúl, m; Acevedo, Creación del mundo, días ni y vi; Príncipe
de Esquilache, Nápoles recuperada, n; Moreto, La fingida Arcadia,
i; Ruiz de Alarcón, Las paredes oyen; Mabinogion: Kilhwch y
Olwen; Let/endas heroicas de los rusos, pp. 16-17: Churilo Plen-
kovich.

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APÉNDICES

“La más antigua de las epopeyas homéricas...”: Raglan, The


Hero, p. 235.
“El cuento popular tiene..Céspedes y Meneses, El español
Gerardo, p. 224b.
“Entre los relatos...”: Cf. Jueces, iv, 21.
“De los muchísimos motivos...”: Raglan, The Hero, p. 191.
Ciro en Justino, i, 4; Leomarte, Sumas de historia troyana (ed. A.
Rey, Madrid, 1932), p. 150, lo atribuye en idénticas circunstancias
al niño París; Lope, Los prados de León, i, 7; Román de Thébes,
vs. 113-118; cf. el cuento japonés ap. L. Hearn, At a Railway Sta-
tion, p. 350. Raglan, The Hero, p. 138.
“El personaje empeñado...”: [después de Frontino] Josefo, An­
tigüedades, vni, 13, 8; Mió Cid, 1238-42. [A propósito de romances
caballerescos] Jerusalén conquistada, p. 234. [Después de Lope
de Vega] El amor constante, ni, de Guillén de Castro; en no me­
nos de 13 tercetos jura Leonido antes de vengar a sus padres,
muertos alevosamente; Antonio Coello, Los tres blasones de Es­
paña, i; Vedel, Ideales de la Edad Media, 1.1; Apolonio.
“La fe en el sino...”: [Después de Edipo] Cf. la degollación
de los Inocentes y salvación de Jesús, las medidas del Faraón y
salvación de Moisés. [A propósito de Cambises]: Arcesilao, iv,
164: “rodeada por el mar” designa no a Cirena sino a Barca. [Des­
pués de Pausanias] Justino, xn, 2, de Pirro [Después de: del em­
perador Juliano] Cf. Tirso, Adversa fortuna en D. Alvaro de Luna,
i (le profetizan que morirá en cadahalso y él lo toma por nombre
de pueblo y se propone no entrar jamás allí).
“En la literatura ática...”: [hablando de la Disciplina clerica­
lis] Su popularidad está demostrada por el hecho de que la pala­
bra clave de Tristón e Iseo (“En vous ma vie, en vous ma mort”)
es un calco de una insignificante frase suya (W. A. Nitze).
“Cuando el predominio intelectual...” [A propósito de los Mi­
mas de Herodas] Alusión a este dicho en los Proverbis de Guillén
de Cervera.
“Es considerable en este sentido...”: [Con motivo del dicho
francés] Y en español: “De lo contado come el lobo” (Entremés
de refranes); Fernán González de Eslava, Coloquio del bosque

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I. A "EL CUENTO POPULAR*’

divino donde Dios tiene sus aves y animales; Tirso, El celoso pru­
dente, i, 3: “Lo contado come el gato”, y La Santa Juana, Segunda
Parte, i: “—¿Los pasos cuenta? [un celoso] —Sí, a fe. —Lo con­
tado come el lobo” [responde el seductor].
“Hasta en la trama sabia...” [Hablando del canto in de la
Eneida} Tapanmojan Chatterji, Sous les manguiers; légendes du
Bengale, París: Bossard, 1923: Les sept fleurs de Champaka et la
fleur de Paroul. [A propósito de la leyenda de Midas] Raglan,
The Hero, p. 96.
“Con la decadencia del ideal helénico...” [Con motivo del lobi-
zón [rioplatense] = hombre-tigre, runa-uturuncu de las regiones
que pertenecieron a la cultura incaica; Alfonso el Sabio, General
estoria, t. I, p. 558a: “Esto que siempre oymos contar en las fa-
bliellas, que los omnes se toman lobos, et llaman los lobombres, e
después se mudan en ombres, que no lo devemos creer”. — Raglan,
The Hero, p. 262. — [Agregado al final del párrafo] En español,
es uno de los cuentos incluidos en el Libro de los siete sabios de
Roma — versión castellana, debida a Diego de Cañizares, de la
popular recopilación Scala Caeli, en el cuento de Ypocrás y su
sobrino.
“Contemporáneo de Petronio...”: Entremeses de sordos — Lope,
Vélez de Guevara.
“En el Filopseudes (‘amigo de embustes’)”...: Cf. Radermacher
en Festschrijt T. Gomperz, Viena, 1902, p. 204.
“Entre las obras de Luciano...” [Hacia el final del párrafo]:
El niño inocente de Im Guardia, n (el maleficio de los judíos se
frustra por la sustitución del ingrediente: emplean un corazón de
cerdo en lugar de uno humano; al envenenar el río no mueren los
hombres, sino los cerdos.
“Pero el más conocido de los cuentos de Apuleyo...”: Al revés
(cf. Melusina) en El conde Partinuplés, según Tirso, La huerta
de Juan Fernández, p. 636a. Cf. Da. Ana Caro de Mallén, El conde
Partinuplés; derivado del francés Partenopeus de Blois [dato de
Amado Alonso].
“No podían faltar...”: [n. 2] Á. González Palencia, “La ilusión
basta”, en Historias y leyendas, Madrid, 1942.

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APÉNDICES

CAPITULO II

[Entre el primero y el segundo párrafo]: Mió Cid — el engaño


de las arcas, cuya primera versión escrita en Occidente está justa­
mente en la recopilación del judío Pedro Alfonso.
“De variada historia son los cuentos...”: “De las mugeres, la
menor es mejor”: Covarrubias, Tesoro, s.v. muger (agregado de
la 2^ ed.). — “Casóse con una de estatura desmedrada Demócrito,
siendo él de grande y crecida; preguntándole por qué se avía casado
con muger tan pequeña, respondió: Elegí del mal el menor”. —
Para el hijo del rey Alcaraz: epigramas clásicos sobre Cupido y
Hermafrodito; historias bíblicas de Sedecías (que no ve Babilonia,
aunque deportado a ella, porque los asirios le sacan los ojos) y de
Acab (que muere en batalla, pero al lavar su carro los perros
lamen la sangre, como había profetizado Elias).
“No es menos aficionado...”: [Después de: “también incluido”]
en el Libro de los siete sabios de Roma y... [A propósito del
refrán] Covarrubias, Tesoro, s.v. tigeretas.
“Viva antinomia...”: Misterio de La filié du roi de Hongrie,
siglo xiv; narración del trovero Felipe de Reimes, siglo xni. His­
toria del Rey de Hungría, ms. de mediados del siglo xiv, ap. Aribau
(B.A.E.), Novelistas anteriores a Cervantes, p. xi.
¡[Parece que la autora proyectaba insertar aquí un párrafo aparte
sobre los libros de caballerías.] A. Bonilla y San Martín, N.B.A.E.,
t. XI, p. 100b, nota la semejanza entre cierto episodio de Palmerín
de Inglaterra y el del cuento del Príncipe Ahmed y el hada Pari-
Banu en las Mil y una noches; p. 426b entre la Historia de Cla-
madés y de la linda Clarmonda y la del caballo encantado en la
misma colección. Las infancias de Amadís son típicas del cuento
popular: Moisés, D. Pelayo en la Crónica sarracina, Perseo.
“Se ha dicho que el Romancero..El motivo del artífice de
los Alijares — “Desque los hubo labrado / el rey le quitó la vida /
porque no labre otros tales / al rey del Andalucía” — se halla en
el folklore malayo, a propósito de cierto sarong mágico: “No bien
estuvo acabado cuando el artífice fue muerto, para que nadie pu­
diera hacer otro semejante” (citado por E. Crawley, The Social
Psychology of Dress). En el folklore ruso [hay paralelos] a pro­
pósito de las torres del Kremlin [A propósito del expediente

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I. A “EL CUENTO POPULAR”

de los asesinos piadosos]. Cf. Lope, El niño inocente de La Guar­


dia, i: Rosella vende a los rabinos no el corazón del niño, sino un
corazón de cerdo. Historia de Pepino y Berta la de los pies gran­
des: corazón de “pourceau”. “Hiver et Printemps, histoire de deux
fréres” (Chatterji, Légendes du Bengale').
“Argumentos de la narración popular...*: Misterio de Ostes,
roi de Espagne. — Luis Vélez de Guevara, EZ Conde Don Pedro
Vélez...
“Aunque no pertenecen a los romances viejos..[A propósito
del largo y bonito romance] de cosecha de A. Durán. [Al final del
párrafo] Con desenlace feliz en Vida del escudero Marcos de
Obregón (B.A.E., pp. 452 y ss.); fray Luis de Granada, Guía de
pecadores, I, 19, 1.
“Como es sabido..Cf. Stith Thompson, Motif-Index of Folk-
Literature, 6 tomos, Bloomington, Ind., 1932-36, J2483: la casa
donde no se come ni bebe. [Al final del párrafo:] En Tucumán,
según la señora Concepción Prat Gay de Constenla, a una persona
que suele caer a la hora de la comida se le dice: “¿Por qué no
has olido a barranca?”, y se justifica la pregunta con el caso de
un ciego que se aparecía a la hora de la comida, porque “había
olido a puchero, o a guiso o a lo que fuera”, y a quien despeñaron
en castigo y preguntaron cuando se quejaba con la pregunta típica
de este género de cuento.
“Los escritos de Cervantes...” [hablando del Quijote:'] cf. ed.
Schevill-Bonilla, La Gitanilla, p. 54; Persiles y Segismundo, t. II,
p. 100; La fuerza de la sangre, p. 116; Las dos doncellas, 14; El
viaje del Parnaso, 114. Cf. Conde Lucanor, Ej. 51: “En una tierra
de que non me acuerdo el nombre”; Sannazaro, Arcadia, Prosa ix:
“In una térra de Grecia (de la quale io ora non so il nome)...”.
“En la Segunda Parte...” [Hablando del Cap. i: ] Floresta es­
pañola de Melchor de Santa Cruz, p. 80. [Hablando del cuento
de los cantadores:] Hermafrodito, Eros, rey Dermot (ap. Raglan,
The Hero, p. 242).
“A la sabiduría popular...” [Al principio del párrafo:] T.
Wright, A Selection of Latín Stories, Londres, 1842, pp. 22 y 29.
[A propósito de la Leyenda áurea:] Espéculo de los legos, p. 358.
[Cuento del defraudado:] Antol. Pal., xvi, 187; La novela de

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Alejandro, versión etiópica (E.A.W. Budge, p. 173). [Hablando


del Entremés del remediador:'] Y en el entremés cantado de igual
título de Luis Quiñones de Benavente). [A propósito de chistes
sobre el nombre del cerdo:] Agustín de Rojas, Loa xxxin (En
alabanza del puerco): “Este gentil animal / que ha dado, cierto
sabemos, / a más de algún rey de España / su natural nombre
mesmo... / Pues Sancho, puerco o cochino / todo es uno, aquesto
es cierto”. [N. 1, después de la segunda cita, “de las damas, la
Beatriz”:] y que, según el mismo Quevedo, Juan del Encina, el
de los Disparates, hubiera rectificado así: “De las carnes, la mujer;
de los pescados, el camero”, etc. [Al final de la nota]: Samuel
Eliot Morison, Admira! of the Ocean Sea, a Life of Christopher
Columbus, Boston: Brown & Co., 1942, p. 177: “Besides a nautical
language, a nautical slang had developed... A Spaniard called his
ship rocín de madera (wooden jade), or pájaro puerco (flying
pig)”. Otros ejemplos de este léxico y jerga están explícitamente
tomados de Eugenio de Salazar.
“No es menor la parte de la narración..También en F. de
Rojas, Obligados y ofendidos, i; Ruiz de Alarcón, Ganar amigos, i;
Antonio Hurtado, Madrid dramático, pp. xxxiv y 193.
“Entre los entremeses puede citarse..[A este párrafo, quizás
el más enérgicamente revisado de todos, corresponden cinco in­
sertos:]
(a) [al principio:] En El retablo de las maravillas (tema tra­
dicional presente, por ejemplo, en El Conde Lucanor) Chanfalla
conjura al retablo con la fórmula popular: “Por la virtud que en
él se encierra, te conjuro...” (“Varita de virtú, por la virtú que
Dios te ha dao...”, así según la puntuación del entremés en la
N.B.A.E.).
(b) [A propósito de La cueva de Salamanca]: = Calderón,
entremés El dragoncillo.
(c) [A propósito de Martín Crespo:] También protagonista de
una comedia de Lope (o Montalbán) y de otra, atribuida a Ca­
ñizares.
(d) [Con motivo del refrán: El que no te conoce...]: Vicente
Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón, B.A.E., p. 411 b:
“Yvades con aquél refrán: ‘Quien no te conoce te compre’”. Que-

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I. A “EL CUENTO POPULAR"

vedo, Visita de los chistes, B.A.E., p. 334h: "Y como han oído decir
que quien no te conoce te compre..R. Basset, Mille et un con­
tes... arábes, París, 1924, t. I: Contes plaisants, n? 186, p. 491: se
encuentra en las Mil y una noches, en el folklore de Sahará y Cons-
tantina, en italiano y en versiones literarias francesas e inglesas.
Calderón, Nadie fíe su secreto, i, 2: “Porque si me has conocido, /
señor, no me comprarás”.
(e) i[Comentario a: “el dicho que da título a un cuento”] co­
rriente ya según observación expresa de Quevedo y Espinel.
“Tampoco el falso Quijote..[después de: La buena guarda
de Lope] L. Vélez de Guevara.
“La obra de Lope de Vega es sin duda...”: [A propósito del
giro: ¿Qué es cosa y cosa?] Alonso de Castillo Solórzano, El casa­
mentero (entremés): “Querrá vuesa merced poeta culto, / pro­
fesor de la nueva algarabía, / cuyos versos no están inteligibles /
y nos parecen siempre cosicosa”. — Y en los Juegos de Noches bue­
nas a lo divino de Alonso de Ledesma (Barcelona, 1605), un cuento
alegórico comienza: “Érase que se era, que norabuena sea; / el
bien que viniere para todos sea; / y el mal váyase a volar”. Otros
romances, que glosan acertijos devotos, comienzan: “¿Qué es cosa
y cosa?”. Y Pedro Malón de Chaide presenta a Jesús introduciendo
la narración de una parábola con la consabida fórmula: “Simón,
quiérovos preguntar una qüestión, un qué es cosa y cosa” (La con­
versión de la Magdalena, § 47). La fórmula y su crítica [figuran]
en Lazarillo de Manzanares de J. Cortés de Tolosa, pp. 71 y 73.
También se ocupó Quevedo de estas fórmulas sin sentido en la
Visita de los chistes (B.A.E., p. 348a), donde aparecen ‘la man­
ceba del abad” “que anda en los cuentos de niños partiendo el
mal con el que le va a buscar; y así dizen las empuñadoras de las
consejas: ‘Y el mal para quien le fuere a buscar y para la manceba
del Abad’”. Y en la Perinola (B.A.E., p. 465a): “Si es para todos,
él es el bien que viniere; así lo dize la empuñadora de las consejas:
‘Érase que se era / que en hora buena sea / el bien que viniere /
que para todos sea’”.
;[Después de la cita de Menéndez y Pelayo]: y hoy a José F.
Montesinos.

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“Innumerables son las comedias...”: [a propósito de la inge­


niosa sentencia] cf. Raglan, The Hero, pp. 139 y s.
“La linda comedia de costumbres..Velasco y Pimentel, De-
leyte de la discreción..., n*? 2062: emperador Conrado III. El
esquema del cuento está ya en Claudio Eliano, Varia hist., m, 22.
También lo cuenta el emperador Cunrado en la villa de Ubisperg,
según Antonio de Eslava, Noches de invierno, cap. rx, p. 342. —
[Más abajo, a propósito de Los peligros de la ausencia]: También
en La Dorotea, iv, 1 (p. 188) y en El saber por no saber y vida
de San Julián de Alada de Henares. Cf. Sebastián de Horozco,
Cancionero, p. 33a.
“La narración popular..[después de: la dramatización de la
historia patria]. En la dedicatoria de El serafín humano, leemos
esta preciosa declaración: “Porque las más de las comedias, así
de reyes como de otras personas graves, no se deven censurar con
el rigor de historias, donde la verdad es su objetivo, sino a la tra^a
de aquellos antiguos cuentos de Castilla que comienzan: ‘Érase
un rey y una reyna’
“En el desenlace...”: [agregado a la n. 1, después de: ¿.». con
la novela de Masuccio?] R. Menéndez Pidal, Del honor en el tea­
tro español, n. 12 (véase la miscelánea De Cervantes y Lope de
Vega, Buenos Aíres y México, 1940) [opina:] “A pesar de las
reservas de Menéndez y Pelayo, el cuento de Masuccio es, para
mí, fuente indispensable de Lope. La extraña duplicación de las
doncellas deshonradas no deja lugar a duda”.
“Es claro que en nada..[después de: Heródoto, m, 154-
158]; cf. vi, 38. [A continuación] También Panchatantra, ed.
Chicago, p. 327, Calila e Dimna, vi, y Conde Lucanor, xix. Cf. el
tratamiento de la leyenda de Bellido Dolfos en la Segunda parte
de Las mocedades del Cid de Guillén de Castro. [Agréguense]
Ovidio, Fastos, n, 691 y ss.: el hijo de Tarquinio el Soberbio, y
“The Beating of Huang Kai”, episodio del drama chino Ch’un Yíng
Huí (entre 220 y 277, era vulgar), que introduce el motivo de
Zópiro: el astuto consejero K’un Ming lo califica de cuento viejo
(Famous Chínese Plays, Peiping, 1937, pp. 205 y s.).
“No es posible dudar...”: Cf. Lope, La reina Da. María, n. D.
Artal de Alagón y D. Pedro de Luna comparecen ante el rey D.
Pedro, y cada vez que éste pregunta: “¿Quién sois?”, responden

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I. A “EL CUENTO POPULAR"

con notable efectismo: “Aragón”. Morley-Bruerton, The Chronólogy


of Lope de Vegas “Comedias”, Nueva York, 1940: si este drama
es de Lope, es de 1604-08.
“Es probable que en más de una ocasión..[a propósito de
don Rodrigo de Narváez] Juan de Espinosa, Ginaecepaenos, p. 245.
“Un tanto mecánicamente..[al principio] Para este recurso
fijo del teatro derivado de Lope, crítica muy alarconiana en Los
favores del mundo, n, 2. [A propósito del chiste que resulta de
dar interpretaciones... ] Floresta española de Melchor de Santa
Cruz, cap. vn: “De enmiendas y declaraciones de letras”. Cf. Lope,
La niñez de San Isidro. [Hacia el final] De igual modo Quevedo
interpreta en perjuicio de Pérez de Montalbán, cuyo padre tenía
tienda de libros, las iniciales que llevaban pintadas las diferentes
caras de la perinola S(aca) P(on) D(eja) T(odo) como Soy
Poeta de Tienda. [Aduce y discute varios casos paralelos entre­
sacados de otras culturas Y. Mallael, “Secondary Uses of Letters
in Language”, Essays on Linguistic Themes, Oxford, 1968, pp. 357-
398]. El desenlace de El médico de su honra parece adaptación al
concepto trágico de la honra del desenlace de un cuento de origen
oriental sobre la audacia femenil, conservado en la literatura espa­
ñola en la versión de Scala caéli de Diego de Cañizares, y en uno
de los cuentos insertos en el Crestiá de Francesc Eiximenis. Fran­
cisco Cascáis, ed. Cartas filológicas, “Clásicos castellanos”, t. I
(1930), 1: “A D. Alonso Fajardo” (a quien algunos tienen por
“modelo vivo” de El médico de su honra).

CAPITULO in

¡[Al principio] Facundo Quiroga atrajo muchos motivos popula­


res; se cuenta que él o sus hombres eran capaces de convertirse en
tigres (runa-uturuncu); la conocidísima estratagema “psicológica”
para descubrir al ladrón, popularizada gracias al relato de Sar­
miento (Facundo, cap. v), es un toque de sabiduría popular que
se encuentra en forma semejante en la novela picaresca de Vicente
Espinel (B.A.E., p. 412b) e idéntica en la de Jerónimo de Alcalá
(ibíd., p. 550). Agudamente percibe su biógrafo los “visos orien­
tales”, la “tintura de sabiduría salomónica” del expediente. Cf. tam­
bién R. Basset, Mille et un contes..., París, 1924, t. I, p. 415; “Le

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fil dénonciateur”, tomado de Ibn el Djaouzi, Kitab el Azkid, p. 49.


Versión algo diversa en Nozhat el Odaba, fol. 61. ¿Mil y una no­
ches? Cf. Stith Thompson, Motif-Index..., J 1141.1.4.
“Para satisfacer la demanda de ejemplos...”: Cf. fray Luis de
Granada, que cita con cierta frecuencia, al ejemplificar, la frase de
Séneca, Epist. lxx: “Longum iter per verba est, breve et efficax
per exempla”.
"La transmisión de este motivo..[a propósito de Cimón y su
hija] Celebra a "aquella hija tan buena” Pedro Manuel Jiménez
de Urrea en su Cancionero. Cf. las Noches de invierno de Antonio
de Eslava, passim; y cuentan por extenso la historieta en defensa
de las mujeres inserta en el cap. ix, p. 346.
“Como este cuento se basa...”: [después de la alusión a la
novela latina Euformion] ... caso sucedido en Bolonia, según Ju­
lián de Armendáriz, Las burlas veras, m: "Andava en pena un
alma en cierta casa, / y un estudiante, un español Loyola, / con
ánimo pesado entró a vivilla / y, después de pasar varios asom­
bros, / con el alma luchó. — Valor notable. / Vencióla al fin, y
conjuróla al cabo, / declaró algunos cargos y en efecto / hizo que
algunas misas se dixesen; / cesaron los escándalos del pueblo / y
quedóse por dueño de la casa”.
“Aparte las diferencias...: [agregado a la n. 1] En cuanto al
apellido, cf. Los Porceles de Murcia, m: “Te suplico por Él, que
si delante / vieses de ti, mientras el fin te digo, / las sombras que
vio Osorio el estudiante, / no despliegues los labios. — Primo amigo,
/ hermano ¡vive Dios! de estar a todo / como una piedra, y que
a callar me obligo, / si viese descender del propio modo / los quar-
tos de aquel hombre a media noche”. Cf. Comedia de Bamba, i.
“Como es obvio...”: [hacia el final del párrafo] Panchatantra,
ed. Chicago, p. 177.
“Como es sabido, los cuentos de ladrones se agrupan en dos ci­
clos. ..”: En forma que tiene su clímax en el descabezamiento del
padre por el hijo, una versión trunca aparece en el Libro de los
siete sabios de Roma (= Scala caeli), de Diego de Cañizares
(Opúsculos literarios de los siglos xrv a xvi, Biblióf. esp., Madrid,
1892).
“A continuación el muchacho comete varios robos...”: [después

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I. A “EL CUENTO POPULAR”

de: Juan Pérez de Montalbán]; el de la primera parte de Las mo­


cedades del Cid de Guillén de Castro; cf. Plutarco, Temístocles,
§ 29; Primaleón.
“Entre los cuentos populares de Chile...”: [elaboración de la
frase: El primero comprende el lenguaje de las aves] Hasta aquí,
y señalando sobre todo la ineludibilidad del destino, el cuento se
halla en el citado Libro de los siete sabios de Roma, de Diego de
Cañizares.

2
B. Materiales que la autora recogió en papeletas
[Aparte las notas marginales, la autora recogía, a lo largo de los
años cuarenta y cincuenta, ciertos frutos de sus lecturas en fichas
sueltas, con el evidente propósito de aprovecharlos en una futura
revisión de su librito. Prueba de ello es el esmero con que colo­
caba las papeletas en ciertas páginas (sin indicar, empero, en qué
pasaje pensaba insertar el nuevo dato). Tampoco tenemos la se­
guridad absoluta de que se decidiría siempre en favor de la elabo­
ración, y sólo en unos pocos casos privilegiados nos consta cómo
juzgaba el material recién recopilado. Ponemos entre paréntesis
el número de cada ficha, entre corchetes el número de las páginas
a que parece referirse.]

[frente a la portada] (1) Cf. Pietro Toldo, “La leggenda dell’


amore che trasforma”, Z.R.Ph. [= Zeitschrift für romanische Phi-
lologie-], XXXVII (1903), 278-297; Charles Nodier, La fée aux
miettes; Voltaire, Ce qui pla.it aux clames; John Dryden; Chaucer,
The Wife of Bath’s Prologue and Tale; The Wedding of Sir Gawain
and Dame Ragnell [tr. George Brandon Saúl, Nueva York, 1934].
(2) Blanche Katz, ed. “La Prise d’Orenge” According to MS A 1,
Nueva York: King’s Crown Press, 1947: 269 — “Mes par celui qui
tot a sauver, / ja ne quier mes lance n’escuy porter, / se ge nen
ai la dame et la cité”; 283 (serie gemela) — “Mes par la foie qui
je doi a m’amie, / ne mengerai le pain fet de farine, / ne chair
salee, ne bevrai vin sor lie, / s’avrai veü com Orenge est assise..

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503 — plegaria con ceguera y cura de Longino; 657 (y antes) —


especiería. F. E. Spencer y R. Schevill, The Dramatic Works of
Luis Vélez de Guevara; Their Plots, Sources, and Bibliographies,
Berkeley, 1937, p. 268: misa y Fridolín; p. 378: caballos herrados
al revés; mucho folklore.
(3-4) Cristóbal de Villalón, Viaje de Turquía, Colección Univer­
sal, Madrid-Barcelona, 1919 — 1,37: “.. .y para los enfermos tienen
un asnillo en que los llevan a otro hospital para descartarse dél,
lo qual, para los pasos de romería en que voy, que lo he visto en
un hospital de los sumptuosos d’España que no lo quiero nombrar;
pero sé que es Real”. I, 45: “.. .y en una de las espinas está tam­
bién cierta cosa roja en la punta que dizen que es de la mesma
sangre, y otras cosas que no quiero al presente dezir...”, II, 175:
"¿Con qué pensáys que podría dar a todos los de su corte, que
son más de veynte mili, los cavallos y camellos sino desta manera?
Que si yo tengo por gentil hombre suyo un escudo de paga, digo
de los que sirven en su corte, les da también tantos cavallos y
tantos camellos quando fuere en campo; por manera que, muy
bien contado todo, de quatrocientos mili hombres avía cient mili
que peleen, y aun oxalá ochenta, y esto querría yo que procurassen
saber de raíz nuestros príncipes cristianos, y no creer a cada chirri-
chote que se viene a encalaba^arles veynte mentiras, que después
no ay quien los saque dellas”.
(5-6) Walter Burley, La vida y las costumbres de los viejos filó­
sofos, ed. H. Knust, Bibliothek des literarischen Vereins von...
Stuttgart, t. CLXXVII, Tübingen, 1886 (= Gualteri Burlaei Líber
de vita et moribus philosophorum), p. 55: Epiménides. Rip van
Winkle; cf. John Koch, Die Siebenschlaferlegende, ihr Ursprung
und ihre Verbreitung; eine mythologisch-literaturgeschichtliche
Studie, Leipzig, 1883. [Agréguese la monografía de Mia I. Ger-
hardt, redactada en holandés: Zevenslapers en andere Tijd-verlie-
zers, Assen, 1968, cuyo contenido resume en inglés Francis Lee
Utley en su reseña escrita para la revista Romance Philology,
t. XXVI, pp. 454-456.] Mucho material en Spencer-Schevill, Dra­
matic Works of Luis Vélez de Guevara.
(7) Walter Map, De nugis curialium, ed. Montague Rhodes
James; Anécdota Oxoniensia, Mediaeval and Modern Series,

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I. A “EL CUENTO POPULAR”

t. XIV, Oxford, 1914; p. 91: “De Luelino rege Walensi” (amor en


sueños, pago en sombras; Clemente de Alejandría, Stromata); p.
122: “De contrarietate Parii et Lausi” (con el motivo del mal
aliento para sembrar cizaña entre el rey y el servidor); p. 134:
“De Rollone et eius uxore” (Messer Sticca, Galgano, Minoccia);
p. 174: “Henno cum dentibus” (Melusina); p. 176: “De phantas-
tica decepcione Gerberti” (Lademonia Meridiana le advierte que
vivirá hasta que diga misa en Jerusalén — no la ciudad, sino la
iglesia de Roma, así llamada); p. 217: Godwin enviado a la re­
gente de Dinamarca con carta que lo condena a muerte, sustituye
la carta por una orden de casamiento. Chistosos (1) acertijos con
iniciales: pp. 82 y 260.
(8) Robert Graves, Count Belisarius, Nueva York: Random
House, 1938, p. 101: la mujer del rey de Persia Kobad, madre de
su segundo hijo y sucesor Khosrou, le libra de su prisión, dándole
sus ropas y quedando prisionera en su lugar; muere entre horribles
tormentos. P. 433: a Juan de Capadocia le profetiza un astrólogo:
“My son, the robe of Augustus will one day be put upon you by
the Palace soldiers, and that will be a day of great rejoicing at
Court”. Juan aspira (o se le acusa de aspirar) al Imperio; se le
castiga con confiscación de bienes y condena a tomar órdenes
sagradas. Le visten las ropas de un archidiácono que acaba de
morir, llamado Augusto, y toda la corte, que le aborrecía, se regocija
a sus expensas. P. 511: La temible ballena “Porfirio” asoma en
el Estrecho cuando Teodora aparece en Constantinopla; Belisario
clava un arpón en la cabeza de la ballena sin lograr matarla; ese
día Teodora tiene fuerte dolor de cabeza, que nunca desaparece
del todo. Teodora muere (de cáncer) el mismo día que la ballena.
P. 563: La impresión final de Graves sobre Justiniano, magnánimo
hasta la bobería con enemigos y traidores y cruel con amigos y lea­
les, es que no comprendió la ironía, la paradoja de los consejos del
Evangelio (“since Christian doctrine chiefly instructs how to treat
with sinners..., but gives little indication for the reward of natural
virtue”).
(9) Cf. Stephan Grudzinski, “Untersuchung und Charakteristik
der Sage vom Findelkind, das spáter Kaiser wird”, Z.fí.Ph., XXXVI
(1912), 546-576: Godofredo de Viterbo, Gesta Romanorum, ver-

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siones francesas antiguas, etc.; Walter Benary, “Hervís von Metz


und die Sage vom dankbaren Toten”, ibíd., XXXVII (1913), 57-92,
129-144, y “Zur Sage vom Findelkind”, ibíd., XXXVII, 617-624;
Walther Suchier, “Fablelstudien”, ibíd., XLII (1922), 561-605.
[p. 46] (10) Margarita de Navarra usa con mucha frecuencia
el giro: . .de cuyo nombre no quiero acordarme”. 74: Aposiope-
sis (todo el papel, como Juan Ruiz); 156: Platonismo; 208, 418:
“Le langage castillan”.
(11) Recorte de la reseña anónima de El cuento popular... en
La Nación de Buenos Aires, número del 5 de octubre de 1941.
[p. 17] (12) The Mabinogion, tr. Lady Charlotte Guest [=
Schreiber]. Everyman’s Librarv [1906] — [libro de divulgación
basado en la edición de 1838-49]. Propiedad de Pedro Henríquez
Ureña. Kilhwch y Owen. P. 97: “And his courser cast up four
sods with his four hoofs, like four swallows in the air... And
the blade of grass bent not beneath him, so light was his courser’s
tread as he joumeyed towards the gate of Arthur’s Palace”. [K.
está enamorado de O.; Arturo y sus caballeros salen a conquistarla
= argonauta = héroe y Escuchín Escuchón, Soplín Soplón, Corrín
Corrón, etc.] 102: “During his whole life, a blade or reed grass
bent not beneath his feet, much less did one ever break, so lightly
did he tread”. 110: "Whoso beheld her was filled with her love;
four white trefoils sprung up wherever she tred”. 389: A curious
romance named Brun de la Montagne: “II y des lieux faés [‘en­
cantados’] / és marches de Champaigne, / et ausi en a il en la
roche grifaigne, / et si croy qu’il en a aussi en Alemaigne, / et
au bois Bersillant [Brocelianda, lugar que existe; es hoy “la forét
de Brécilieu”: contiene la “fontaine de Baranton”, y la agitación de
sus aguas está recordada en un juego infantil], par desous la mon-
taigne; / et non por quant ausi en a il en Espaigne, / et tout cil
lieu faé sont Artu de Bretaigne”. Los cuentos más hermosos son
los arturianos: “The Lady of the Fountain” (tema que adoptó
Chrétien de Troyes); “Peredur, the son of Evrawc”; “Geraint, the
son of Erbin” (elaborado por Tennyson). 177. A Peredur, último
sobreviviente de los suyos, su madre lo cría en retiro e ignorancia
de caballerías. Ve pasar unos caballeros y pregunta a su madre
qué son: “‘They are angels, my son’, said she. ‘By my faith’, said

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I. A “EL CUENTO POPULAR”

P., I will go and become an ángel with them’ La editora anota


(p. 393): “Incidents similar to that in the text are of frequent
occurrence in the oíd romances”; y recuerda a san Juan Damasceno
y la colección latina de John Herolt, fraile dominico llamado Dis-
cipulus, fl. 1450. P. 396, argumento del poema titulado Le voeu
du Héron [...].
[pp. 21-22] (13) Lope, El milagro por los celos y Don Alvaro
de Luna, en Obras (Academia, 1890- ), t. X, p. 190b: Cadahalso;
p. 196 b: Pensión de los entendidos en amor.
(14) R. Foulché-Delbosc, ed. “Les Cancionerdlos de Prague”,
RH, LXI (1924), 363-586. NQ 85, “Romance de París” (historia
muy fantaseada, con motivos de romances y cuentos). El duque
tiene orden de exponer a París: “Tomárame por los bracos; / ya
que soltar me quería, / mirando me está la cara, / viendo que me
sonreya. / Como aquesto vido el duque, / huvo de mí gran man-
zilla
[pp. 23-24] (15) Lope, El rey D. Pedro en Madrid: eso es, ser
piedra en Madrid. — Berceo: la promesa de mejoría de la Virgen
= [leyenda griega de los hermanos] Cleobis y Bitón. — La maga
Adeleta (Celestina, vi) anuncia a su hijo Eteroio que se guardase
de Cassano, lugar de Padua; escapando de Milán, pasa por un
lugar que se llama Cassano, y le matan: según Petrarca, Rerurn
memorandarum libri IV, cap. 5, “De vaticiniis”. — D. Alvaro de
Luna y [el equívoco] “morir en Cadalso”: cf. Mosén Diego de
Valera, Memorial de diversas hazañas, y Tirso (¿o Antonio Mira
de Amescua?), en N.B.A.E., t. IV [= Tirso, t. I], p. 288b: profe­
cía del cadalso. — Thomas Wright, A Selection of Latín Stories from
Manuscripts of the Thirteenth and Fourteenth Centuries..., Percy
Soc., Early English Poetry, t. VIII, n’ 119: el diablo asegura a uno
que no moriría hasta entrar en cirotheca, y muere al entrar en
Gante. — Valerio Máximo, Dictorum et factorum memorabilium
rubricae, i, 8, ext. 9.
[pp. 28-29] (16) Calimaco, Himno rv [sigue la cita en griego];
y nota con ejemplos de Frazer (ed. Loeb, p. 96).
[pp. 31-32] (17) Plutarco, Morales, trad, de Diego Gracián, Al­
calá de Henares, 1548, fol. 175 (“De la curiosidad”): “Mas agora
cojno cuentan las hablillas de la bruxa, que en casa está ciega can-

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APÉNDICES

tando y que tiene los ojos guardados en un vaso, y que quando


quiere salir fuera los saca y se los pone y mira con ellos...”.
(18) [Varios estudios sobre el] cuento popular mexicano en
Journal of American Folk-lore, XXV (1912): F. Boas; XXVII
(1914): J. Alden Masón; XXVIII (1915): P. Radin; XXXI (1918):
E. M. Gómez Maillefert.
[pp. 33-341 (19) A. Morel-Fatio. Études sur VEspagne, Premiare
série, París, 1895, I, 122: “Lazarillo m: *¥0, como en otra tal no
me ubiesse visto.. *est un souvenir dune vieille chanson populaire,
qu’on retrouve dans la Niña de Gómez Arias, de Calderón: ‘Señor
Gómez Arias, / duélete de mí, / que soy niña y sola, / nunca en
tal me vi’” [agregar Segunda Celestina, xxxv. p. 435: “Es mocha-
cha y nunca se vio en otra tal”; y Sebastián de Horozco, Cancionero,
ed. A. Martín Gamero, Sevilla, 1874, p. 88]; I, 270: Vida y hechos
de EstebaniUo González, ni, duelo con un albanés [¿M.R.L.?], ca­
beza cortada, juntada y separada al beber. [¿Huella de Apuleyo?]
[pp. 34-351 (20) Baltasar de Alcázar, Poesías, p. 62 y nota: “Ya
es hora de devolver / los cuchillos a sus dueños”. — ¿La lozana
andaluza? Juan del Encina, Plácida y Vitoriano. Lo he leído, creo
que en francés; francamente, creo que es elaboración artística del
motivo de Heródoto y de Las mil y una noches, de la dama que
colecciona despojos. — Himno homérico a Hermes-, Eneida, vm
(Caco); el Conde don Peranzules; Mainete-. caballos herrados al
revés. — Tarquino azotando a las amapolas: É. Foumier, L’esprit
dans l’histoire: recherches et curiosités sur les mots historiques,
París, 1857 (2» ed., 1860), p. 48.
(21) G. París, La littérature fran^aise au Moyen Age, 5* ed.
(póstuma), París, 1914, p. 241: “Nous citerons la belle légende de
L’empereur orgueilleux (dit du Magníficat de Jean de Condé, au
XIVe siécle, et autres versions) qui, s’étant cru au-dessus de la
puissance céleste, vit un ange ou un démon s’emparer de son tróne,
et n’y y remonta qu’aprés une dure pénitence (les Juifs avaient sur
Salomón une histoire de ce genre, á laquelle on trouve un pendant
dans l’Inde)”. Santha Rama Rau, “The Ghost in the Garden”, The
New Yorker [revista semanal], 27 de marzo de 1954, pp. 33 y ss.
Empieza así: “In India you can always recognize a ghost by his
feet, which are attached to his anides the wrong way around, with

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I. A “EL CUENTO POPULAR”

the heels in front and the toes pointing backward. The rest of his
appearance may be entirely normal, and, of Course, since a ghost
doesn’t wish to be recognized, he usually takes the trouble to hide
his feet”. — Pedro Henríquez Ureña, Literary Currents in Hispanic
América, Cambridge: Harvard Univ. Press, 1945, p. 207, n. 2: “In
Santo Domingo there is still a popular belief, among the peasants,
that one may find in the woods of the island wild women with
inverted feet, as described by Pliny. They are called by the Indian
ñame of ciguapas”. Agréguese Mélusine: recueil de mythologie,
littérature poptüaire, traditions & croyances, en 11 tomos, París,
1878-1912, t. IX (1898-99), 77, 118, 140, 187; p. 194: “Sobre pies
o rodillas al revés”.
[pp. 46-47] (22) Giros para callar el nombre de un lugar. Mateo
Alemán, Guzmán de Alfarache, Segunda parte, cap. 8; Quevedo,
El buscón; Margarita de Navarra, Sales españolas, t. II, p. 124;
Francisco Rodríguez Marín, ed. Don Quijote, 1916, t. V, p. 82
(cuento de la Reloja); Juan Eusebio Nieremberg, Obras y días;
manual de señores y príncipes..., Madrid, 1629,1, 139: “En lugar
de España, que por su gran circunspección nunca quiso nombrar
[el P. Gaspar Sánchez, que es quien contó el caso al autor], murió
un cavallero sobervio”; II, 124: “Un predicador en Sevilla, cuyo
nombre se calla por su reputación”. Tomás Moro [= Thomas
More], Lib. i: “Tum principi cuidam cuius et patria mihi et nomen
excidit...” Libro de cosas notables que han sucedido en la ciudad
de Córdoba y a sus hijos en diversos tiempos (fines del siglo xvi):
“Este cavallero era casado en Córdova con una señora muy prin­
cipal, cuyo nombre se dexa por no afrentar sus muchos y calificados
parientes”; apud Juan Rufo, Las seiscientas apotegmas y otras obras
en verso, Soc. de bibliófilos españoles, Serie II, n9 1, 1923, p. lxxv.
Se pueden aducir varios ejemplos del t. XXXIII de la B.A.E. (No­
velistas posteriores a Cervantes, ed. E. Fernández de Navarrete,
II): 522b, [Un ingenio de esta corte,] No hay desdicha que no
acabe: “En una villa, no de las más apartadas de esta ciudad...,
cuyo nombre no digo por ciertos respetos, nací...”; 177b, 186b,
234a, Alonso de Castillo Solórzano, La garduña de Sevilla y anzuelo
de las bolsas; 319b, Vida y hechos de EstebaniUo González. Cito
dos pasajes de Nicolás Gogol en la versión de Constance Gamett:
“...of what town I don’t recollect” (The Overcoat, hacia el co-

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APÉNDICES

mienzo): y, con una alusión a un acontecimiento más bien que a


un lugar: “I am very sorry I cannot recollect what circumstance
it was that led the general of the brigade to give a big dinner”
(The Carriage).
[pp. 48-49] (23) [En letra ajena] Cf. Calderón, De un castigo
tres venganzas, n, en Obras completas: Dramas, Madrid: Aguilar,
1941, p. 85 [ed. 1966, p. 51a]:
Duque Y vos, ¿qué hazéys aquí?
Becoquín: Sigo la ca?a
porque, aunque Dios me dio tan mala tra?a,
me dio buen gusto: a vella
vine.
D.: ¿Que tanto os divertís en ella?
B.: Es cosa singular lo que me agrada.
D.: ¿Quál mejor os parece?
B.: La empanada.
“ ‘De las aves que vuelan / me gusta el chancho, / de las flores
del campo, / las empanadas’ (esto lo he oído o leído no sé dónde;
varios amigos también lo conocen — creen que pudiera ser en al­
guna payada, en ‘Juan Moreira’, ‘Hormiga Negra’ o algo parecido)”.
[En letra de M.R.L.] A. de Moreto, El lindo don Diego, n, ese.
1: “Tan sabia que por su cholla / dixo aquel refrán feliz: / ‘De
las hembras la Beatriz, / y de las aves la olla’
(24) [En letra ajena] Fernán González de Eslava, Coloquios
espirituales y sacramentales y poesías sagradas [México, 1610],
ed. J. García Icazbalceta, México, 1877, Coloquio vn, p. 95a: “Pone
también al amigo, / y aqueste que llaman Sancho, / nombre de
puerco le digo”. Francisco Rodríguez Marín, Dos mil quinientas
voces castizas y bien autorizadas..., Madrid, 1922, s.v.: ‘nombre
que por onomatopeya solían dar al tordo, porque al silbar parece
que dice: Sancho'; fray Juan de Pineda, Agricultura cristiana, diál.
vi, § xi; Francisco de Rojas Zorrilla, Donde hay agravios no hay
celos, y [El] amo criado, i [existe una edición crítica moderna de
Brigitte Wittman, Kólner Romanistische Arbeiten, Nueva Serie,
t. XXVI, 1962].
¡[Continúa, en el revés de la papeleta, en letra de M.R.L.]
Lope de Rueda, Obras, ed. R. Academia Española, 1908,1.1, p. 207

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I. A “EL CUENTO POPULAR”

(‘Los engañados’): “Topado ha Sancho con su rocín”. [Creo que


conviene hacer caso omiso de Sanchopaja que se anotó la autora:
ha de tratarse de un desliz, ya que Rueda usa en Medora (t. I,
p. 289) Salchopaja, cuando un personaje rústico estropea Salsu-
fragia, lo cual recuerda las “prevaricaciones idiomáticas” de Sancho
Panza; cf. A. Alonso, Nueva Rev. de Filología Hispánica, II (1948),
1-20. Y.M.] >
[pp. 52-60] (25) J. P. W. Crawford, “Un episodio de El Aben­
cerraje y una ‘novella’ de Ser Giovanni”, RFE, X (1923), 281-287;
F. López Estrada, El Abencerraje y la hermosa Jarifa; cuatro textos
y su estudio, Madrid, 1957, pp. 72 y ss. — Peribáñez se entrega a
sí mismo para ganar la recompensa ~ Plutarco, “Temístocles”,
§ 29. — Primaleón ap. H. Thomas, Spanish and Portuguese Roman­
ces of Chivalry, Cambridge, 1920, p. 94; más ejemplos en Mary F.
C. Patchell, The Palmerín Romances in Elizabethan Prose Fiction,
Columbia Univ. Studies in Engl. and Comp. Liter., t. CLXIX, Nue­
va York, 1947, p. 37. Sobre la historicidad de Fuentóove/unfl, ver
Claude E. Aníbal en PMLA, XLIX (1934), 657-718. El artículo
de N. Zingarelli, “Stratagemmi leggendarii di cittá assediate”, Arch.
per lo studio delle tradizioni popolari, XXII (1903-4), 193-211, con­
tiene agregados a un estudio anterior de G. Pitré; véanse las obser­
vaciones de P. M[eyer] en Romanía, XXXIII (1904), 459.
(26) Antonio Hurtado, Madrid dramático; colección de leyendas
de los siglos XVI y XVII, Madrid, 1870 — p. 64: También ensayo
de puñalada como en Zorrilla; p. 80: el acusado se entrega como
Peribáñez; más ingenuamente de museo que R. Larreta: “en aque­
llos tiempos” y, con cualquier pretexto, descripción de trapos; p.
178: el Buscapié; p. 322: El mejor alcalde [amigo], el Rey: ¿Mo­
reto?; p. 417: Un paliado ¿P<?. .p. 418: Un interlocutor de Lope
menciona las “leyes físicas”. — A. González Palencia, Historias y
leyendas; estudios literarios, Madrid: C.S.I.C., 1942. Interesan:
“La doncella que se sacó los ojos” (para la leyenda de Santa Lucía);
“Precedentes islámicos de la leyenda de Garín”; “La huella del
león”; “Con la ilusión basta”; “El celoso engañado”.
(27) G. Guastavino Gallent, “La leyenda de la cabeza”, Revista
de Filología Española, XXVI (1942), 42-79.
[pp. 63 ss.] (28) Joan Amades, Folklore de Catalunya, costuras

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APÉNDICES

i creences, Costumari catalá, 1950-52 (reimpreso: Barcelona, 1969);


Francisco Carreras y Candi, ed. Folklore y costumbres de España, 3
tomos, Barcelona, 1931-33; E. Casas (Gaspar), Ritos agrarios: folk­
lore campesino español, Madrid, 1950; M. Ferrer, D. Tejera y J.
F. Acedo, Historia del tradicionalismo español, 13 tomos, Sevilla,
1941-52; J. M. Gómez-Tabanera, Tesoro del folídore español: trajes
populares y costumbres tradicionales, Madrid, 1950; J. Ortiz Echa-
güe, España: tipos y trajes, Prólogo de J. Ortega y Gasset, Barce­
lona, 1933, y varias ediciones sucesivas (orig.: Tipos y trajes de
España, Bilbao, 1930); F. Rodríguez Marín, Cantos populares es­
pañoles recogidos, ordenados e ilustrados por..., 3 tomos, Sevilla,
1882-83.
[pp. 67-69] (29) Plauto, Mostellaria: casa rondada por el espí­
ritu de un huésped asesinado.
[pp. 80-81] (30) [Dato proporcionado por Raimundo Lida en
setiembre de 1951.] “Una que ya no ere en brujas. Un padre que
pedricó dijo que nu es güeno crer en brujas ni hechiceras, pero
que sí las había” (Tepotzotlán). Comentario de R. L.: “No era
broma el epigrama (“¿Crees en brujas, Garay...?”). La una que
ya no cree es una mujer de Tepotzotlán. Lo dijo para poner a salvo
su honorabilidad, después de haber contado una historia de brujas
a una alumna mía de la Universidad, que recoge el vocabulario
de la región”.
[detrás de la última página] (31) A. M. Espinosa [-padre],
Cuentos populares españoles recogidos de la tradición oral de Es­
paña, 2^ ed., 3 tomos, Madrid: C.S.I.C., 1946-47, textos, notas com­
parativas, bibliografía.
(32) P. Sébillot, Le paganisme contemporain chez les peuples
celto-latins, París, 1908. [Parece que la autora aprovechó una tra­
ducción al español, de 1914.]

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APÉNDICE II
AGREGA’DO DE LA AUTORA A "DE CUYO NOMBRE..

(a) B. Lewis, Land of Enchanters [cuentos egipcios], Londres,


1948, p. 100: “A merchant whose ñame I forget...”.
(b) Margarita de Navarra, Heptamerón: passim.
(c) Gabriel Miró, Libro de Sigüenza (en: Obras completas),
p. 502: “En aquella época, un ministro de Gracia y Justicia, de
cuyo nombre no puedo ni quiero acordarme, hizo una convocatoria
para la Judicatura”.
(d) [Encuesta folklórica, Prov, de Santiago del Estero, legajo
420, enviado por el maestro Sr. Maximino Verdugo y Toledano.
Escuela N? 246, Río Hondo] “El rey y la reina de los encantos” [el
motivo de la servilleta, burrito y “macanita” mágicos], al comenzar
la última parte: “Ocupándonos del Chuico [el hermano menor pro­
tagonista], que llevaba sus tres virtuosos objetos, diremos que llegó
a una ciudad (del nombre no me acuerdo, dice el narrador) linda,
pero sus habitantes eran ranas y sapos”.
(e) [Encuesta folklórica, Prov, de Catamarca, legajo 346, en­
viado por el maestro Sr. Bartolomé Villagra, Escuela N9 67, Santa
María]: “Contaba una vez una anciana (Manuela Zenteno) a un
grupo de niños...: En un país que no recuerdo, había al pie de
una montaña un gran lago de agua cristalina que daba origen a
un arroyuelo...”.
[Es de presumir que los datos (d) y (e) hayan sido proporcio­
nados por la Sra. Berta Elena Vidal de Battini. Y. M.]

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APÉNDICE III
AGREGADO A “PARA LA TOPONIMIA ARGENTINA”.

[Conviene tener presente que esta nota provocó una animada


discusión. Véanse en particular los comentarios (o las alternativas)
siguientes: M. Bataillon, “Les Patagons dans le Primaleón de 1524”,
Comptes rendus de l’Académie des lnscriptions et Belles Lettres
(1955), fase. 2, pp. 165-171, y “Acerca de los patagones: Retracta-
tio”, Filología, t. VIII, 1962 [-64], pp. 27-45; J. Corominas, Hispanic
Review, t. XXVI, 1958, pp. 168 sg. (defensa contra una alternativa
propuesta por L. S. M. Deodat); A. Rosenblat, La primera visión de
América y otros estudios, Caracas, [1965], p. 37; J. Torre Revello,
“Lecturas indianas”, Boletín del Instituto Caro y Cuervo, t. XVII,
1963, pp. 1-29, esp. 9. Véase además la breve reseña crítica de A. L.
K[erson] y A. A[latorre] en la Nueva Revista de Filología Hispá­
nica, t. X, 1956, p. 237.
Una versión abreviada de esta nota salió, bajo el mismo título,
en el diario porteño La Nación el 11 de octubre de 1953. Además,
la autora volvió al asunto en su conferencia “Fantasía y realidad
en la conquista de América”, publicada ahora en el Homenaje al
Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”,
en su cincuentenario 1923-1973, Buenos Aires, 1975, pp. 210-220.]

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ÍNDICE ALFABÉTICO

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Índice de nombres (históricos, biblicos, mitológicos, ficticios), seudónimos y
conceptos; de títulos de libros y de voces explicadas-, de categorías, temas
narrativos y tipos humanos; y de zonas folklóricas o focos
de cultura.

Abentofáil 62 Aliscans 22
Acab [personaje bíblico] 127 ALMA EXTERNA 18, 30
acertijo 66, 67, 131 Alonso, Amado 89, 127, 143
Acevedo, Alonso de 125 Amades, Joan 143
adivinación 26 Amadís de Gaula 15, 96, 111, 128
adivinanza 30 Amiano Marcelino 24
ADIVINANZA DE PARECIDO 52 Amico y Amelio [santos lombardos]
ADIVINO PROFESIONAL 34, 73 78
Aedón 20 Amis et Amiles 23, 45, 54
Afanasiev, Aleksandr N. 18, 23, 79 amo y mozo 110, 114, 122
Africa 27 AMOR A LA FAMA 111
Agustín, Aguaitan, Aguaitador 16 AMOR INCESTUOSO 52
agüeros 28 AMULETO 18
águila (herida) 25, 35 Andalucía 16, 24, 40, 42, 47,
Agustín, San 64 116
Aladino (La lámpara maravillosa) Andrómeda 15
85, 86 ANÉCDOTA (ERUDITA, HISTÓRICA) 55,
Alamanni, Luiggi 46 57, 64, 67, 101, 111
Alatorre, Antonio 146 Aníbal 24
Alcalá (Yáñez), Jerónimo de 43, Aníbal, Claude E. 143
103-105, 133 ANILLO (ARROJADO AL MAR, ETC.)
Alcázar, Baltasar de 140 22, 25, 78, 79
Alcínoo 19 ANIMAL CARITATIVO 71
Alegorización 69, 80 animalismo 42
Alejandría 25, 26 Antígono 24
Alejandro Magno, 129, 130 Antiguo Testamento 17, 18, 22, 27,
Alemán, Mateo 105, 111, 115, 141 28, 126
Alemania 40, 45 antihéroe 88
Alfonso X, el Sabio 40, 41, 51, 64, antecedentes (antiguos, orientales)
127 8
Alí Babá 74 Antología palatina 31, 129
Alighieri, Dante 32, 50, 64 Antonino Liberal 29

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INDICE ALFABÉTICO

anuncio previo 115 Atenas 25, 29, 68


APARICIÓN DE MUERTOS 54, 68, 69, Ateneo 29
75 Atenodoro 68
Apolodoro 29, 36 Ática 24, 25
Apolonio 22, 37, 45 Atis 23
APRENDIZAJE (INICIACIÓN), DE HE­ AUDACIA FEMENIL 133
CHICERO, ETC. 32, 113 Aulo Gelio 29, 64
APUESTA 45 avaricia 113, 114, 117, 121
Apuleyo 18, 27, 31, 34, 63, 66, 69, AVE PARADISÍACA 40
71, 72, 87, 122 Avellaneda, Francisco de 47, 51, 52
Aquiles Tacio 87 aventurero 16, 19, 46, 75, 89, 113
Árabe (origen, transmi­ Avesta 32
sión) 32, 41, 85, 102 Ayala, Francisco 109
ÁRBOL 78
ARCA (LLENADA DE ARENA) 128 Baal Sem Tob 33
ARCAZ (DES)CLAVADO 114 BALLENA 32, 137
Arcesilao 126 banquete nupcial 37
ARDID (ASTUCIA, ESTRATAGEMA, TRE­ Barahona de Soto, Luis 17
TA) 16, 20, 23, 25, 34, 48, 58, Barclay, John 68
60, 71, 76, 77, 80, 101, 105, 114, Basset, René 102, 131, 133
133 Bataillon, Marcel 109, 146
Argensola, Bartolomé Leandro de 96 BAUTISMO, BAUTIZO 18
Argentina 17, 27, 28, 42, 46, Beda 64
47, 49, 52, 59, 60, 66, 68, 70, 73- Bedel, Jean 73
80, 116, 129 Bédier, Joseph 20, 35, 60
Argumento principal como marco, el Beidhawi 23
33 Belerofonte 17
Ariosto, Lodovico 25, 48, 77 Belisario, Conde 137
Aristófanes 25, 36, 50 Bella Durmiente, la 18, 24, 41, 44
Aristóteles 24 Bellido Dolfo 132
Arneson, Jon 60 Benary, Walter 138
Ártemis 18 Berceo, Gonzalo de 139
ARTÍFICE EJECUTADO 128 Bemardino de Siena, San 64
ARTÍFICE Y SU DISCÍPULO 32 Bernardo del Carpió 18
ARTÚRICO, TEMA 138 BESO (verbal) DE MANO O PIE 120
Asbjómsen, P. A. 60 Bladé, Jean-FranQois 79
ASESINATO MÁGICO 33 Blancanieves 21, 44
ASESINO PIADOSO 44 BLASÓN 61
Asín Palacios, Miguel 32, 41 Boas, Franz 140
asno 29, 33, 56 Bocea de la veritá 23
Asrael [el ángel de la muerte] 23 Boccaccio, Giovanni 19, 27, 33, 34,
Asturias 25, 34, 41-43, 50, 80 43, 45, 58, 74, 85, 86, 88

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ÍNDICE ALFABÉTICO

bodas 57, 72/75, 77, 79 California [etimología] 95


Boecio 64 Calila e Dimna 26, 27, 33, 39, 56,
Boggs, Ralph Steele 79 132
Boiardo, Mateo María 34 Calimaco 23, 26, 139
BOLSA VACÍA 114 Calpumio 17
Bonilla y San Martín, Adolfo 86, calumnia 21
128 cambio de enfoque 117
Bóreas 16, 17 Cambises 24
Brendán, San 32 campesino (= labrador) 79, 80
Bretaña 19 C a n ad á 102
Brocelianda [lugar fantástico] 138 Cancionerillos de Praga 139
broma pesada 112, 113 Cantare di madonna Elena 45
Bruerton, Courtney 133 caña(veral) 28, 29
bruja 30, 31, 33, 34, 36, 88 Cañizares, Diego de 127, 133-135
Brun de la Montagne 138 Cañizares, José de 130
Buber, Martín 33 CAPA DE DOS COLORES 74
Bucovina 20 capricho decorativo 84
Budge, Sir Emest Alfred Thompson Carilla, Emilio 115
Wallis 130 Caritón 87
BUFÓN 23 Caro de Mallén, Ana 127
BULDERO 121, 122 carolingio, ciclo 78, 79
BUQUES, NAVES 20 Carreras y Candi, Francisco 144
Burley, Walter 136 Carrillo y Sotomayor, Luis de 17
Buscapié, El 143 Cartagena, Alfonso de 67
Byron, Lord (George Gordon) 19 CASA VACÍA Y LOBREGA ( = TUMBA)
119
Cabal, Constantino 28 Casalduero, Joaquín 88
CABALGADURA MÁGICA 75 casamiento con la hija del rey 18
“Caballero, Fernán” 16, 24, 27, 28, Casas, (Gaspar) E. 144
31, 36, 39, 44, 45, 47, 50, 51, 54, cascabel 56
68, 76, 116 Cascáis, Francisco 133
CABALLOS HERRADOS AL REVES 136 Castiglione, Baltasar o Baldassarre
cabra 20, 33, 47, 75, 79 (conde de) 61
CADAHALSO 139 CASTIGO SIMULADO 59
cadáver (rescatado y sepultado, Castigos e documentos del rey don
etc. 53, 75 Sancho 67
Calderón de la Barca, Pedro 34, Castillo Solórzano, Alonso de 131
56-58, 60, 61, 118, 120, 130, 131, Cástor 16
140, 142 Castro, Américo 120
Calenberg, el cura de 55 Castro, Guillén de 126, 132
CALIFA (de LOS CUENTOS ORIENTA­ Catalina (= Caterina) de Médicis
LES) 56 24

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INDICE ALFABÉTICO

Cataluña 47 CIEGO A CABALLO 116


Cejador y Frauca, Julio 110 ciguapa 141
Celestina 110 [véase también Rojas] Cimón 67
celos 34 Cinzio, Ciraldi 50
célticos, relatos 32 Cípselo 21, 23
Cenicienta 66 Ciro 21, 23
(corazón de, nombre del) Clamadés y Clarmonda 128
129, 130 Clemencín, Diego 83
CERTAMEN (DE LADRONES, ETC.) Clemente de Alejandría 137
53, 73, 76, 80 Cleobis y Bitón 139
clérigo 117, 121, 122
Cervantes Saavedra, Miguel de
clero católico 55
El amante liberal 88
Clitofonte y Leucipa 23
El celoso extremeño 50, 89
cochino 56
La cueva de Salamanca 130
Coello, Antonio 126
El curioso impertinente 88
“Collodi, Cario” 32
Don Quijote 8, 31, 34, 44, 46-
COMPAÑEROS DEL PROTAGONISTA 16
48, 83, 85, 86, 88, 89, 111,
complejidad como prueba de la mo-
117
nogénesis 65
Las dos doncellas 88, 129
La española inglesa 19, 88 conclusión disparatada 74
Condé, Jean de 140
La fuerza de la sangre 88, 129
Conde Dirlos, El 19
La Galatea 31, 88
Conde Vélez, El 45
La gitanilla 88, 129
La guarda cuidadosa 118 Condenados en vida [cuento devoto]
La ilustre fregona 88 17
El licenciado Vidriera 88 Conquistadores, Los 65, 66, 93-96
Novelas ejemplares 88 conseja tradicional 52, 89
Pedro de Urdemelas 50, 51 CONSEJERO DEL REY 73-76
Persiles y Segismundo 50, 86, contaminación de dos ciclos 73, 74,
88, 129 76
El retablo de las maravillas 130 Contemptus sublimitatis 43
Rinconete y Cortadillo 88 Continuidad de ciertos motivos 65
La señora Cornelia 88 contrapunto 53
El viaje del Parnaso 129 copla popular 59
El viejo celoso 25, 50 Corán, el 23
Céspedes y Meneses, Gonzalo de CORAZÓN ARRANCADO 33
126 CORNEJA 28
Cicerón 24, 26, 27, 65 Corominas, Juan (o Joan) 146
ciclos de cuentos 16, 35, 113 Correas, Maestro Gonzalo 47, 49,119
Cid, Poema del 28, 126, 128 Corrín, Corrón, Corredor 16, 138
♦< i (maléfico) 36, 73, 75, 110, Cortés de Tolosa, Juan 131
112, 114, 121, 122 lología popular 53

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INDICE ALFABÉTICO

Covarrubias y Orozco, Sebastián de Ch’un Ying Hui [drama chino] 132


128
Crawford, J. P. Wickersham 95, 143 Dalmeyda, Georges 87
Crawley, Ernest 128 DAMA CALUMNIADA 45
creación colectiva 109 Dantin Cereceda, Juan 93
CREACIÓN DEL MUNDO 29 David 28
creencias populares 26 Davidson, J. 104
Crestien (= Chrétien) de Troyes “De cuyo nombre no me acuerdo”
138 83-90
CRIADO INVISIBLE 70 “De cuyo nombre no quiero acordar­
Crisipo 26 me” 46, 89, 90
Crónica general 57 “De cuyo nombre no vale la pena
Crónica sarrasina 128 acordarse” 90
crucifijo vivo 48 Decretales, ms. de las 113-115
Ctesias 32 Dédalo 32
Cubillo de Aragón, Alvaro 125 DEIDADES GRIEGAS 69
Cucaña, el país de 19 Delgadina 22
cuento: alegórico 13; cómico 34; Delicado, Francisco 110, 111
culto 63; de hadas 30; devoto Del Monte, Alberto 109
17; epigramático 111; erudito o demonio 75
literario 43, 121; infantil 47; po­ Demóstenes 64
pular 13, 63, 111; sentimental Deodat L. S. M. 146
34 DESAFÍO DEL LADRÓN AL REY (o VICE­
VERSA) 73, 76, 77
cuervo 78
cueva (del gigante) 19, 41, 70 Deschamps, Eustace 31, 42
CULEBRA 20, 80, 117 DESCUBRIMIENTO DEL CULPABLE 102
culto de santos 79 desengaño (rasgo literario) 112
CUMPLIMIENTO DE LA PROMESA 54 desenlace 114, 117
Cupido y Psique 34, 35, 71, 72, 87, DESIERTO, LUGAR 77
128 desquite final, 80
CURA MILAGROSA 54, 115 detallismo artístico 87
deuda folklórica de obras literarias
Chapman, K. P. 110 109-122
chascarrillos 116, 118 DEUDOR Y DEFRAUDADO 49
Chatterji, Tapamojan 127, 129 DIABLO 68, 79, 80
Chaucer, Geoffrey 135 Diálogo con la muerte 119
Cherokees, los 33 diálogo disparatado (chistoso) 49,
Chile 27, 28, 30, 31, 44, 47, 66, 61, 114
73-80 diálogo platónico 32
“Chilindiía y Chilindrón” 73 DIAMANTE 22
China 31,41,132 Diamante, Juan Bautista 57
chistes 61 dichos populares 26

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INDICE ALFABÉTICO

didácticas, colecciones 65 EMBELESO 41


Diéquidas 45 EMBRIAGUEZ 74, 75
Diez de Gámez, Gutierre 43 Empusa, la [= monstruo mitológico]
DIFUNTO AGRADECIDO 54, 75 36
Dinamarca 60 “En una ciudad había...” 35
Diógenes Laercio 35 ENAMORADO ESQUIVO 33
Disciplina dericalis 25, 33, 43, 47, ENCANTAMIENTO 32, 51
54, 128 Encélado 29
discurso directo (rasgo folklórico) Encina, Juan del [autor de las Églo­
84, 112 gas] 120, 140
disfraz 72, 74, 75 Encina, Juan del [autor de los Dis­
disputa por gestos 42 parates] 130
disyuntiva eludida 74 Eneas 28
Diterico el Lobo 22 engañador, ciclo del 50
divino, temas vueltos a lo 19 ENGAÑO: DE LA TINAJA, DEL PAÑO
dominicos 64 34; DE LOS NOMBRES 20
DONCELLA GUERRERA 44 Engaños, Libro de los... 33, 39, 65
doncella Teodor, la 53 enlace entre dos cuentos 77, 105
DOMA SOBRENATURAL 16 entierro 69
DOS AMIGOS, LOS 77 Enxemplos, Libro de los 25, 39, 40,
DOS LADRONES, LOS 72-77 43, 47, 48, 54, 64, 67, 75
DRAGÓN (CABEZA, LENGUA DEL) 15, Epaminondas 24
16, 45 epigrama 31
dramatización de la historia patria Epiménides de Creta 41
56 EQUÍVOCO SINIESTRO 55
Dryden, John 135 “Érase que se era...” (131)
duende . 30 erasmismo 46
Dukas, Paúl 32 Erasmo, Desiderio 31, 36
Duran, Agustín 45, 129 Eros 129
Esarí 20
Edad Media 63, 64, 67, 72, 78 ESCARBARSE LOS DIENTES EL HAM­
Edipo 23 BRIENTO 118
Egipto 17, 21, 22, 24, 26, 72, escenarios variados 70
75, 84 escenificación 117
Eiximenis, fray Francesch 133 escepticismo 33
ejemplarios 43, 67, 78 Escocia 45, 60
ejemplo [género literario] 63, 64 Escuchín, Escuchón; Escuchador 16,
elaboración dramática del dato folk­ 138
lórico 113, 121 ESCUDERO 117, 118, 121, 122
elementos formales 121 Esdras 47
Eliano, Claudio 27, 35, 36, 132 Eslava, Antonio de 132, 134
Elias 128 Esmerdis 24, 84

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ÍNDICE ALFABÉTICO

Esopo 25, 80 expansión europea 65


ESPADA INTERPUESTA 45 experiencia directa del narrador 88
España 42, 73 EXPIACIÓN DEL PECADO 51
ESPECTROS 68 EXPOSICIÓN DEL NIÑO 15, 138
ESPEJO 16
ESPIGAS FRENTE A RAICES 80 fabliaux, 34, 39, 42, 43, 60, 65, 73,
Espinel, Vicente 102, 120-131, 133 75, 113
Espinosa, Aurelio M. 16, 17, 22, 27, fábula 31, 55
28, 31, 40, 42, 44-46, 68, 70, 71, fabularios 42, 65
76, 80, 144 facecia 111-113
Espinosa, Juan de 133 FAENAS Y TAREAS 71
Espora, Juan M. 59 FALTA DE SUEÑO 74
ESPOSA CASTIGADA 46 Fansler, Deán S. 21, 23, 32, 45, 73
ESPOSO ENCANTADO 30, 43, 63, 69- fantasía, plano de 89
72 faraón 72
Espronceda, José de 40 FARDEL (DES)COSIDO 114
esquema formal (— módulo) 15, fatalismo 23, 24
21, 56, 121 Feacia 19, 20
Esquilache, Príncipe de (Francisco Fedro 65
de Borja) 125 FELICES AMANTES 51
Esquilo 25 Feliciano, Felice 45
Estébañez Calderón, Serafín 39 Felipe de Reimes 128
EstebaniUo'González, Vida y hechos Fernán González, el conde 21
de 34, 47, 140 Ferrer, Melchor 144
ESTERILIDAD CURADA 70 filiación de motivos 37
Estienne, Henri 34 Filipinas, Islas 21, 23
estilización de fórmulas 90 Filie du roi de Hongrie, La 128
estilo folklórico 85 Flavio Filóstrato 36
estoicos 26, 27 Fletcher, Francis 94
Estrabón 29, 35 flor mágica 28
estructura 108-122 Florencia 45
Étienne de Bourbon 43 folklore 7-9, 13, 40, 84, 102, 109
etimología fantaseadora 95 FONDO DEL MAR 70
etiología 16, 20 forma tradicional 59
Etiopía 130 fórmula: inicial del cuento 52, 86,
Etiopía, el rey de 15 89; mágica 32; palaciega (corte­
Eudemo 24 sana) 120; popular 35, 84; sin
Eumatio 87 sentido 131
Eunosto 18 Foulché-Delbosc, Raymond 113,
Eurípedes 27, 69 118, 119, 139
Eusebio, San 79 Foumier, Edouard 140
exorcismo 36 fraile 74, 75

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ÍNDICE ALFABÉTICO

Francia 45, 79 Gómez-Tabanera, José Manuel 144


Francia, Letterio di 48 Góngora, Luis de 17
FRANCISCANO 64 González, Gutierre 120
fraseología 110 González de Eslava, Femando 126,
Frazer, Sir James George 139 142
Fridolin 136 González Palencia, Ángel 50, 89,109,
Frontino 22 119, 127, 143
Fuerzas Unidas [personaje] 16 Gonzalo Custios 18
FUGITIVOS DEFENDIDOS 22 Gorgona, la 16
Gracián, Diego 139
Gaiferos 44 gracioso 55
Galán 25 Granada, fray Luis de 129,134
Galicia 40 Graves, Robert 137
Gallardo, Bartolomé José 120 Gregorio Magno, San 64
ganso 47 Grimm, Jakob y Wilhelm 16,18, 23,
García Gómez, Emilio 62 33, 36, 42, 61, 77, 78, 87
gata 30 Grudzinski, Stephan 137
GATA CONVERTIDA EN MUJER 56 Gruntvig, Svend Hersleb 60
GATO 56 guanaca 75
Gatos, El libro de los 39, 56, 64, 65 GUARDIAS (ESTÚPIDOS, BURLADOS) 74
gauchos 101 Guastavino Gallent, Guillermo 143
Gautier, Théophile 49 Guest, Lady Charlotte 138, 139
Gazetas de Picardía 115 Guevara, fray Antonio de 95, 111,
Gentilidad 62 120
Geraint 138 Guillén de Cervera 126
Gerhardt, Mia I. 136 Cüiraldes, Ricardo 89
Gerineldo 45 gusto popular 57
Gesta Romanorum 25, 40, 42, 64 Guzmán Maturana, Manuel 27, 48,
gigantes 19, 20, 25, 32, 96 66, 70, 71, 76, 77
Gillet, Joseph E. 95
Giovanni Florentino 60 Habrácomes y Antea 87
Ciraldo de Gales 60 HADA OFENDIDA 18
Giros populares 26 Hades 15, 19
gitanos 103 HALCÓN 71
Glauco 36 Halliday, William Reginald 33
goces imaginarios 35 hambre 114, 118
Godofredo de Viterbo 137 Hánsel y Gretel 35
Goethe, Johann Wolfgang von 32 haragán de Utrera, el 42 (cf. hijo
Gogol, Nicolás (= Nikolai) 141 haragán)
Goliardos 65 HAZAÑAS 76, 77
golondrina 35 Heam, Lafcadio 126
Gómez Maillefert, E. M. 140 Heliodoro 87

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1ÑDICÉ ALFABÉTICO

Henríquez Ureña, Pedro 138, 141 humorística, colección 61


Heracles 16, 32 Hurtado, Antonio 130, 143
Hermafrodito 128 HURTO HÁBILMENTE EJECUTADO 73,
HERMANA 71 114
HERMANOS 79, 80 hybris 69
Hernández, José 53
Hernando Balmori, Clemente 113 Ificlo 17
Herodas 26, 33 Iliada 17, 18
Heródoto 8, 20, 21, 25, 27, 32, 33, ilusionismo 117,121
58, 59, 72-84, 83-85, 132, 140 imagen reflejada, la 16
Hewet, John (“Discipulus”) 139 imaginación popular 33
Hesíona 32 imprecaciones 32
HIERBA MEDICINAL 36 inconsecuencia (incongruencia) en el
Hierocles y Filagrio 114 carácter 119, 121
Higino 29, 36 India 23, 33, 58, 69, 102, 105,
hija: del diablo 16, 19, 22, 30; 118, 127, 140
DEL ENEMIGO 17; MAYOR, ME­
Indias, Las 89
NOR 70; DEL REY DE ALCARAZ
indigenismo 66
48 infanta 61
HIJO HARAGÁN 76 Infantes de Lara, los 18
Himno homérico a Hermes 140 infierno 19
hipérbole poética 17 Inglaterra 102
hipócrita 34
Inquisición 121
Hipólito 18 intercalaciones 33
Historia de Messer Dianese 27 interpretación biográfica 90
historia devota 64 interpretación de iniciales 61
histórico, concepción de lo 8 interrelación y graduación 121
historietas 108-122 intervención artística 69
Holcot o Holkot, Robertus 42 inverosimilitud de detalle 113
Holmberg, Eduardo Alejandro 44 Irlanda 18, 30
hombre-lobo 88 ironía 8
hombre-tigre 104 Isabel la Católica 22
Homero 17-20 Iseo 23
HONOR RESTAURADO 57
Isidoro, San 64
honra, protección de la 105, 120, isla (desierta, fabulosa) 32, 53,
133 62
Horacio 65 Isla, padre José Francisco 41, 111
HORMIGAS GUARDADORAS DE ORO 85 Islandia 60
Horozco, Sebastián de 46, 115, 116, Italia 45, 60, 131
132, 140 JABALÍ MONSTRUOSO 18
HUIDA DE LOS AMANTES 22 Jacob 20
humorismo 31 Japón, el 126

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INDICE ALFABÉTICO

JARDÍN 70 Katz, Blanche 135


JARRO, BURLA DEL 114 Keats, John 27,36
jasidismo 33 Kitab al Azkiá 134
Jasón 16 Koch, John 136
Jean de Condé 25 Kóhler, Reinhold 112
Jefté 70 Kremlin, Las torres del 128
Jenofonte 25, 58
Jenofonte de Éfeso [novelista] 34 Ladrón fino, ciclo del 48, 73, 76, 77
Jeremías 41 ladrones 21, 34, 35, 72, 75, 101,
jerga de los marineros [metáforas] 102
130 La Fontaine, Jean de 31, 60
Jerónimo, San 64 lagarto 30, 70
Jerusalén (asolada, restaurada) 41, Lai d’Aristote 43
137 lance tradicional 117
Jesús, Jesucristo 62, 126, 131 Laval, Ramón A. 16, 28, 44, 46, 66,
Jiménez de Urrea, Pedro Manuel 70, 71, 73, 79
134 Lázaro frente a Lazarillo 110
Job, libro de 119 Lazarillo de Tormes 8, 46,105,109-
Jonás 32 122
José 17, 22 LEALTAD PUESTA A PRUEBA 54
Josefo 24, 126 Ledesma, Alonso de 131
joya 30 Lehmann-Nitsche, Robert 66, 67
Juan Damasceno, San 129 LENGUAJE DE LAS AVES 77, 78
Juan de Capadocia 137 “Leomarte” 126
Juan de Galán, don 53 león 56
Juan el Tonto 110 Leonard, Irving A. 95
Juan Manuel, Don 39, 47, 79, 80, lepra 54, 77, 78, 79
86, 120, 129, 130, 132 Lewis, Bemard 145
Juan Soldado, cuento de 16 leyenda 52
Judaismo [alegoría] 62 Leyenda áurea 48
judeo-española, tradición 45 leyendas (devotas) 16, 32
judíos de Oriente 4 leyenda hagiográfica 40
Juliano (emperador) 24 Leyva, Francisco de 47
JURAMENTOS (CUMPLIDOS , BURLA­ Lida, Raimundo 9, 144
DOS) 22 Lida de Malkiel, María Rosa 7-9,
justicia de reyes 56 20-21
justicia poética 21, 29, 57 LIMOSNAS 68, 119
justificación moral de creencias 84 Linceo 16
Justiniano 137 Liñán y Verdugo, Antonio 115
Justino 125, 126 literatura española 13
karma 15 — europea 13
K a s h m i r 104, 105 — grecorromana 13, 15-37

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ÍNDICE ALFABÉTICO

literatura y folklore 13 “Manténgaos Dios” [viejo saludo]


Livio, Tito 66 120
lobizón, el 30 MANZANA ENVENENADA 62
lobo, el 20, 28, 30, 79, 80 MAÑAS DEL DEBIL 19
locales, rasgos 66 Mapes, Walter 60, 136
localización 88, 89 Marciano Capela 29
loco, el 47 marco narrativo 84
lógica ingenua 20 Margarita de Navarra 138, 141, 145
[Longino] 18, 136 MARIDO ENCANTADO 35
Longo 87 Marie (María) de France, 30, 31, 36,
López Estrada, Francisco 143 86
Loreley 44 Marruecos 50, 89
Luciano 31, 32, 33, 68 Martín Fierro 53
Lucio o el asno 33 Martínez Tomer, Eduardo 25
Luna, Alvaro de 139 Masón, J. Alden 140
Masuccio Salernitano 34, 57, 121,
Llano Roza de Ampudia, Aurelio de 132
16, 18, 19, 20, 22, 23, 31, 34, 41, materia histórica 59
43, 47, 50, 52, 61, 68, 71, 79, 80 matrona de Éfeso 31, 87
LLANTO (COMO INDICIO DE CULPABI- Matulka, Barbara 95
, ljdad), el 73, 74 Medea 17
El médico y la muerte [cuento] 24
Mabinogion 125, 138 Méjico 28, 144
Machado de Silva, Félix 115 Meleagro 18
Macrobio 29, 64 Melusina 37
madrastra 21, 26, 34, 53, 66 mellizos 53
MADRE 71 Mena, Juan de 119
MADRE DEL AGUA 44 Menandro 21, 55
Magallanes, Hernando de 96 Mendoza, Diego de 47
magia 41 Menéndez (y) Pelayo, Marcelino
Mahabharata 15 53, 57, 60, 132
Mahieu el Bigamo 42 Menéndez Pidal, Ramón 132
Mainete 140 MENOR DE TRES HERMANOS, EL 22
maíz, el 80 MERCADER AVARO 54
Malaya 26, 29, 128 METAMORFOSIS 37
MALDICIÓN PATERNA 44 Mey, Sebastián 26
malicia del narrador 111 Meyer, Paúl 143
Malkiel, Yakov 133 Midas 28
Malón de Chaide, Pedro 131 Midrash, el 49
Malleus maleficarum 30 Mil y una noches, Las 15, 22, 33,
MANCEBA DEL ABAD 131 51-53, 185, 128, 131, 140
MANJARES 115 [Milton, John] 32

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INDICE ALFABÉTICO

Mira de Amescua, Antonio 139 Muladeoa 58


Miró, Gabriel 145 Murcia 50
Mirtis 18
misas pagadas 68 nabos 79
miscelánea medieval, la 29 narcótico (= droga) 34, 74, 75
misoginia 31, 42 narrador, el 121
mitología 15-17, 29, 44 Narváez, Rodrigo de 133
Moisés 15, 126, 128 NÁUFRAGO, NAVEGANTE 19, 32, 34
“Moliére” [Jean-Baptiste Poquelin] Navarra 41, 42
43 NEGRILLO 119
MONJA 52 Nibelungos, leyenda de los 45
MONO, EL 104 Nicarco 31
monstruos 18, 32, 69, 71 Nicolás de Bozon 64
Montalvo 27 Nieremberg, Juan Eusebio 141
Montesinos, José F. 131 NIGROMANTE 41
Montemayor, Jorge de 27 Nimbavati 58
Montenegro, Ernesto 30, 46, 68, 73, NIÑA CURIOSA 71
76, 80 NIÑA DEL AGUA 44
MORADA DEL PRINCIPE 70 NIÑA SIN MANO 43
moraleja 112 NIÑO ARROJADO AL MAR 22
More, Thomas 141 NIÑO ASESINADO (DEGOLLADO) 28,
Morel-Fatio, Alfred 140 78
Moreto, Agustín 56, 125, 142 NIÑO CONVERTIDO EN ANIMAL 44
Morison, Samuel Eliot 130 NIÑO DORMIDO 20
Morley, S. Griswold 133 NIÑO EXPUESTO 21
MORRAL MÁGICO, EL 15 NIÑO INOCENTÓN Y ASUSTADIZO 119
motes 48 NIÑO QUE NACE DE PIE 18
motivos folklóricos 8, 16, 85, 112, NIÑO QUE SONRÍE AL ASESINO 21
121 NIÑO SABIO 64
motivo narrativo 111 NIÑO SOBREVIVIENDO BAJO TIERRA
MOZO DE ALTO LINAJE, CRIADO ENTRE 29
GENTES BAJAS 54
Nitze, William A. 126
mozo de(l) ciego 113, 117, 119, “.NO QUIERO ACORDARME, NO RECOR­
121 DARÉ” 83
Muchacho corajudo, El 116 NOCHE DE LUNA 36
muerte 119 Nodier, Charles 135
MUERTE APARENTE 34 nombre, apellido y patria del héroe
MUERTO PROTEGE A SU BENEFACTOR, 88
EL 26 Nórdica, tradición 19, 32
MUERTO SE APARECE EN SUEÑOS A SUS Norteamérica 79
ALLEGADOS, EL 27 Noruega 60
MUJER INSULTA AL MARIDO, LA 43 novela (griega, latina) 87

160

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ÍNDICE ALFABÉTICO

novelas de caballerías 88, 89, 95, PÁJARO ENCANTADO (TORTILLA, CA-


96, 117 NARITO) 71
novelística italiana 39, 52, 53 PALACIO (REMOTO, SUNTUOSO) 16,
NoveUino, II 36, 47, 50 70
Nueva Guinea 33 Palacio, Manuel del 40
Nuevo Méjico 73 Palma, Ricardo 34, 39, 50
números prestigiosos 84 Palmerin de Inglaterra 128
paloma 77
Odisea, la 18-20, 33, 63 Panchatantra 26, 132, 134
Odiseo 20, 21 papagayo 69
Odon (o Eudes) de Sheriton 64 papas 79
ODRES DE VINO 34 parábola 63
oficio de Difuntos 119 Paravicino, Hortensio 95
ogros (y ogres as) 20, 35 Parcas, las 18
Oídos Largos .[personaje] 16 paremiología 110
OJOS SACADOS, LOS 20 París 21, 23; [protagonista de un
oler el poste, la esquina [frase hecha] romance] 139
115, 116, 129 París, Gastón 140
Oliveros de Castilla y Artus de Al- Pamell, Thomas 40
garbe 54 parodia 31, 111
olvido voluntario 83, 87 PARTICIÓN DE LA COSECHA 79, 80
Ollantay [drama incaico escrito en Patagón 96
lengua quichua] 59 patagones (etimología popular) 93-
97
onomatopeya 142
Patchell, Mary F. C. 96, 143
oráculo 24
pato 47
Orfeo 16
patraña 88
Oriental, tradición 43,
Pausanias 21, 24, 28, 29
64, 85, 89
pava 47
orientalismo, el bajo 29, 101 payada 142
Ortega y Gasset, José 144 Peau d'áne 22, 52
Ortiz Echagüe, José 144 Pedro, San 22, 79
oso 70, 79, 80 Pedro Alfonso (= Rabí Moisés Se­
Ostes, roi de Frunce 129 fardí) 25
Osuna, Francisco de 48 Pedro de Urdemalas 110, 113
OyEJA CARGADA DE ORO 75 peine precioso 44
Ovidio 17, 23, 32, 33, 132 Pelayo, don 15, 128
Peleo 18
pacto 79 Pepino y Berta 129
Pacha Mama 44 Peranzules, El conde don 140
PAÍS IMAGINARIO 26 Perdicas 23
pájaro puerco 130 Peredur 138

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INDICE ALFABÉTICO

PEREGRINACIONES 71 Polidedes [el malvado rey] 16


Pérez de Montalván, Juan 17, 76, Polideuces 16
130, 135 Polidoro 28
PERINOLA 133 Polifemo 20
peripecias 118 Poliido 36
Perrault, Charles 87 Polo, Gil 27
perr(ill)o (rabioso) 36, 56 Polonia 55, 74
PERRUNO, ROSTRO 96 popularismo 39
Perséfona 19 PORFIADA, MUJER 43
Perseo 15, 17, 128 Portugal 73
P e r s i a 21, 24, 36 Posidón 17, 20
Perú 34, 50 Posidonio 26
PESTE 36 prácticas populares 26
Petrarca, Francesco 139 Prat Gay de Constenla, Concepción
Petronio 29, 31, 87, 88 129
PEZ ENORME 32 predicadores 43, 63, 64, 67
Picara Justina, La 53 prefiguración 117
picaros 72, 102, 103, 105, 113 prenda 78
PIEDAD FILIAL 66, 67 PRENDA MÁGICA 68
PIEDRA, TRANSFORMACIÓN EN 16 prevaricaciones idiomáticas 143
PIEL DE ANIMAL 30, 71 Priestley, Herbert I. 95
PIEL MÁGICA 71 Primaleón 93-96, 135, 143
Piernas de Hierro (personaje) 16 primitivas formas populares 119
Pierres de Provenza y la linda Maga- PRINCESA (PERSEGUIDA, ETC.) 21,
lona 22, 52 52, 53, 72, 75, 77, 79, 112
PIES O RODILLAS AL REVES 141 El príncipe de Hungría 45
Pigafetta, Antonio 93, 96 PRÍNCIPE DE OTRO PAIS 21
PRÍNCIPE ENCANTADO (HECHIZADO)
Pineda, fray Juan de 142
Pinedo, Luis de 118 10, 66, 70
pintura de inspiración folklórica 67 PRÍNCIPE JUSTICIERO 54
Pitre, Giuseppe 60, 143 PRÍNCIPE NIÑO 28
Pizarro [personaje folklórico] 116 Frise d’Orenge 135
Platón 25, 28, 32 prodigio 32, 84, 104
platonismo 138 PROFECÍA CONTRADICTORIA EN APA­
Plauto 144 RIENCIA 48
PLAZO VIOLADO 71 PROHIBICIÓN DE VER AL MARIDO 70,
PLEITO DE LOS SORDOS 31 71
Plinio 29, 36, 66 Providencia universal 26
Plinio el Joven 68 proyección artística del folklore 37,
Plutarco 24, 29, 35, 135, 139, 143 39
Poggio, Giovanni Francesco 34, 43, prueba (fingida) 71, 101, 102
48 psicología popular 18

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INDICE ALFABÉTICO

Psique 69 refranes 43, 118, 130


Pucci, Antonio 44, 102 Reichenberger, Amold G. 8
Puerto Rico 47, 66 religiosas, actitudes 68
Pulci, Luigi 36 Renacimiento 61, 67, 72, 78
Pulgarcito 20 repertorios (folklóricos, de burlas en­
diabladas) 110, 113
¿Qué es cosa y cosa? 52, 131 reproches de moralistas 84
Quevedo, Francisco de 49,130,131, requisitos fijos del cuento 74
133, 141 RESCATE (DEL CADAVER, ETC.) 54,
Quico y Caco 73 72, 73, 75
"Quien no te conozca (entiende) (que) RESTITUCIÓN DE UN DAÑO 65
te compre" 51 RESTOS DE COMIDA IMAGINARIOS 105
Quimera, la 18 RESUCITACIÓN 54
Quiñones de Benavente, Luis 130 REUNIÓN DE LOS ESPOSOS 58
Quiroga, (Juan) Facundo 101, 104, REY MORO 52
133 Reyes, Alfonso 109, 114
QUIRQUINCHO 79 Reyes Católicos, los 59
RÍO SOBRENATURAL 22
Rabelais, Fran$ois 36, 61, 79, 80 Rip van Winkle 41
rabínicas, leyendas 40, 129 RIQUEZA DEL REY 112
racionalismo 29, 31, 84 RITOS RELIGIOSOS 26
Radermacher, Ludwig 127 Rivas, duque de (Ángel de Saavedra)
Radin, Paúl 140 40, 81
Raglan, Lord (Fitz Roy Richard So- ROBADOR DORADO 77
merset) 125-127, 129, 132 Robinson Crusoe 62
Ramayana 21 ROBO DEL CADÁVER 31, 75
Ramírez de Almela, Diego 67 ROBO INGENIOSO 76
Ramírez de Arellano, Rafael 20-22, rocín de madera 130
27, 28, 44, 52, 66-68,70,71,76,78 Rodríguez Marín, Francisco 47, 48,
RANA CASTIGADA 30 85, 141, 142, 144
RATÓN 117 Rojas, Agustín de 110, 130
RATONES, LOS DOS 65 Rojas, Fernando de 95, 111, 139
realismo 20, 109, 112, 113 Rojas, Ricardo 42
REBAÑO NUMERADO 27 Rojas Zorrilla, Francisco de 130,
RECETA MÁGICA 32 142
RECOMPENSA POR LA RESTITUCIÓN DE Roma 137
UN OBJETO PERDIDO 54, 69 román courtois 45
RECONOCIMIENTO 78, 79 Román de Thébes 126
reconstrucción histórica 56 romancero 44, 45, 131
reelaboración pormenorizada 115, romances caballerescos 22
117 romanticismo 39
Reforma, la 64 Rómulo y Remo 21, 125

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INDICE ALFABÉTICO

Romulus 43 S a ntander 42
Rosenblat, Angel 146 Santha Rama Ray 105, 118, 140
Roy, Émile 103 Santo Domingo 141
Rueda, Lope de 45, 142 SAQUEO DE LAS PROVISIONES 76
Rufo, Juan 141 Sargón, rey de Babilonia 15
RUIDOS SOBRENATURALES 68 Sarmiento, Domingo Faustino 101,
Ruiz, Juan 40, 41, 43, 56, 64, 138 104, 133
Ruiz de Alarcón, Juan 56, 125, 130, sátira 109, 111
133 Schevill, Rodolfo 86, 136
Rumania 42, 45 Sébillot, Paúl 144
Rusia 55, 80 Sedecías 128
rústico (villano) 64 Segunda Celestina 140
SEMBRAR CIZAÑA 137
Sabadino d°gli Arienti, Giovanni 34, Sendebar 18
57 Séneca 64, 134
SABIDURÍA SALOMÓNICA 101 SENTENCIA DISCRETA 35
Sacchetti, Franco 23, 31, 34, 102 Sercambi, Giovanni 57
Sachs, Hans 42 Serendippo, I figluoli del re di, 36
Sahará, El 131 serie (o istra) de sucesores 121
Saint-Evremond, Charles de 31 serpiente 36, 37
Saint-Germain 24 Sevilla, Alberto 50
Sakúntala 22 Shakespeare, William 24, 34, 45, 58,
Salas Barbadillo, Alonso Jerónimo de 115
118, 119
Sicilia 45,60
Salazar, Eugenio de 130 Sicroff, Albert A. 112
Salazar y Torres, Agustín de 49 SIEMBRA SOBRENATURAL 16
Salcho-, Sancho-paja 143 Sigfrid 125
Saldaña, El Conde de 16, 17 Simbad el Marino 32
Salomón 22, 23, 140 símiles 32
Sánchez de Badajoz, Diego 120 Simónides 65
Sánchez de Verdal, Clemente: véase Sócrates 25
Enxemplos sofística, la 35
Sancho 130, 142, 143 Sófocles 21
Sancho Panza 48, 49, 143 SOLDADO CARITATIVO 68
SANDALIAS ALADAS 15 Solino 67
SANGRE (BEBIDA) 94 SOMBRA MALÉFICA 28
SANGRE DE HIJOS RECIÉN NACIDOS Soplón, Gran (personaje) 16, 138
78 (Soplín Soplón)
SANGRE QUE MANA DEL TRONCO 28 Sorel, Charles 102, 103
Sannazaro, Giacomo 27, 129 Spencer, Forest Eugene 136
Santa Cruz, Melchor de 126, 129, Spitzer, Leo 90
133 “Stendhal” [Henri Bayle] 35

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INDICE ALFABÉTICO

Stoppani, Bono 36 “Tirso de Molina” [fray Gabriel Té-


Straparola, Giovanni Francesco 22, llez] 60, 75, 95, 104, 115, 126,
48, 71, 76 127, 139
Strowska, Susana 74 TITANES 29
Suchier, Walter 138 TIZÓN 18
suegra 71 Tobías, El Libro de 26
sueños 24, 32, 41, 54, 84 Toldo, Pietro 136
SUEÑO REPETIDO O CONTINUADO 27 Tomín, Tomón, Tomador 16
Suetonio 22 tonsura 74
Sun Wu Kung 41 tordo 142
supersticiones 28, 31, 66, 117 TORO DOMADO 30
supuesta tradición literaria 83 Torquemada, Antonio de 86, 120
sustitución (como treta) 115, Torre Revello, José 146
127 Torres Naharro, Bartolomé de 95
tradición nacional 60
sustitución (de detalles) 66
tradición popular hispanoamericana
13
tabú 35, 71 tradicional anónimo, lo 8
Talavera, Arcipreste de (= Alfonso TRAJANO Y LA VIUDA 50
Martínez de Toledo) 43 trampa 73
talismán 30 transformación de motivos 8
Talmud 22, 32, 41, 55 TRÁNSFUGA TRAIDOR 58
Tapia 77 travesuras 23, 73, 110, 116
TAUMATURGO 36 Tres Consejas 44
técnica de la narración 117, 122 TRES CONSEJOS 46
Tennyson, Alfred 19, 138 TRES HERMANAS CASADAS CON PRÍN­
tensión creciente 118 CIPES 16
Teócrito 26, 28 TRES OBJETOS PRECIOSOS 16
Teodora, la Emperatriz 137 TRIGO 80
TERREMOTO 29 Tristán (Iseo la Rubia) 23, 35, 44,
Tesoro (del rey de Rampsinito), El 45, 126
72, 73, 76 Trueba, Antonio de 39
Thomas, Sir Henry 95, 143 TUMBA COMO CASA HORRIBLE 119
Thompson, Stith 102, 103, 129, 134 Tumba, La (poesía anglosajona)
tiempo transcurrido 40, 41 119
Timoneda, Juan (Joan) de 23, 34, “Twain, Mark” [Samuel Langhorne
36, 39, 43, 45, 54, 61, 67, 85, 88, Clemens] 44
102
tina de brea 73 Ucchangajatdka 21
Tío Miseria, cuento de 16 universalismo de temas folklóricos
tío Ricopelo, el 113 58
tía Ventura, el 77 Urdemalas, Pedro de 20

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INDICE ALFABÉTICO

Urías 18 La Dorotea 125, 132


"Ur-Lazarillo" 117, 118 El duque de Viseo 43
utilización de motivos 8 Ejemplo de casacas 56
Utley, Francis Lee 136 Los embustes de Celauro 45,
UVAS, HURTO DE 114, 119 52
Entremés de la hechicera 34
vaguedad del cuento popular 87 Entremés del remediador 49
Valdés, Juan de 95 La esclava de su galán 56
Valencia 28, 47 La Filomena 17
Valera, Mosén Diego de 139 Fuenteovejuna 57, 59, 143
Valera, Juan 39 La Gatomaquia 87
Valerio Máximo 64, 67, 139 Guzmán el Bravo 87
VALEROSO, EL 68 La hermosura aborrecida 58
Valladolid 42 El infanzón de iUescas 56
Valle Inclán, Ramón de 45 Jerusalén conquistada 125, 126
var(ill)as de mimbre [usadas co­ Don Juan de Castro 27, 53, 54,
mo prueba] 102-103, 130 78
VECINA 71 El más galán portugués 56
Vedel, Valdemar 126 El médico de su honra 56, 133
Vega, Lope de 67 El mejor alcalde, el rey 57, 143
Amar después de la muerte 57 El milagro por los celos 56,139
Amar sin saber a quién 56 El molino 17
El alcalde de Zalamea 56, 57 La niñez de San Isidro 133
El animal profeta y dichoso pa­ El niño inocente de La Guardia
rricida don Julián 52 127, 129
El anzuelo de Fenisa 45 Obras son amores 56
La Araucana 17 Las paces de los reyes 58
La Arcadia 76 Los peligros de la ausencia 55
El asalto de Mastrique 57 Peribáñez y el Comendador de
Audiencias del rey don Pedro Ocaña 57, 76, 143
54, 56 El piadoso veneciano 75
La buena guarda 52 Los prados de leones 126
El castigo sin venganza 56 El príncipe perfecto 56
La Circe 17 Quien ama no haga fieros 69
Con su pan se lo coma 56 La Reina doña María 58, 132
Contra valor no hay desdicha El remedio en la desdicha 22,
17, 21 51, 60
El cuerdo en su casa 57 El rey D. Pedro en Madrid 139
La dama boba 55 El robo de Dina 17
El desdichado por la honra 87 Saber por no saber y vida de
El desprecio agradecido 25 San Julián 34, 132
Dineros son calidad 68 Santiago el Verde 55

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ÍNDICE ALFABÉTICO

La selva sin amor T7 Vieira, Padre Antonio 105,115,118,


Servir a buenos 17 119
Los Tellos de Meneses 52, 56 Vignati, Milcíades Alejo 93
Tragedia del Rey don Sebastián Villalón, Cristóbal de 136
48 Villegas, Antonio de 59, 60
Los tres diamantes 52 Vincent de Beauvais 78
Venus y Adonis 125 Virgen, La 40, 52, 76
El villano en su rincón 57 Virgilio 43
La viuda valenciana 34 Églogas 27, 28
VELAS ENCENDIDAS 75
Eneida 17, 28, 29, 30, 140
VELADOR DE CADÁVERES 34
Geórgicas 28
VELADOR DE LA CASA HECHIZADA 67-
virtuosismo 121
69 Vista Larga [personaje] 16
Vitae Patrum 40
Velasco y Pimentel, Bernardino F. de Vitry, Jacques de 40
(Duque de Frías) 132 Voltaire 31, 40, 135
Vélez de Guevara, Luis 22, 127, VOTOS Y PROMESAS 22
129, 131 VUELTA AL HOGAR 19
VELORIO 74 “Vuestra Merced?’ 120
VELLOCINO DE ORO 16
VELLÓN DEL CARNERO 19 Wagner, Charles Philip 115
V e n e c i a 45 Wittman, Brigitte 142
VENENO 77 Wright, Thomas 129, 139
VENGANZA (DEL AMO, DEL MOZO)
YEGUA MITOLÓGICA 17
114, 115
Venus 71, 72 ZAPATITO 35
VERGEL 40, 41 ZAPATOS DE HIERRO 71
versipellis 30 Zal Saltón, El 15
VIAJE MARAVILLOSO 32 Zeto y Anfión 21
VÍBORA 30, 70 Zayas y Sotomayor, María de 46
vida de campo, el marco de la 55 zorra, -o 56, 79, 80
Vidal de Battini, Berta Elena 7-9, Zorrilla (y Moral), José 40, 52, 56
43, 47, 66, 116, 145 Zingarelli, Nicola 142

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ÍNDICE GENERAL

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Advertencia, por Berta Elena Vidal de Battini, 7

EL CUENTO POPULAR HISPANOAMERICANO


Y LA LITERATURA

I. El cuento popular en la literatura grecorromana, 15

Motivos populares de la ¡liada, 17; El cuento popular en la Odisea, 18;


Motivos populares en Heródoto, 20; El cuento popular en la literatura
ática, 24; Motivos populares en la literatura alejandrina, 25; Cuentos
populares aducidos como ejemplos por los estoicos, 26; Motivos popu­
lares en los poemas de Virgilio, 27; El cuento popular de la novela de
Petronio, 29; Un motivo popular en la Antología Palatina, 31; Motivos
populares en la obra de Luciano, 31; El cuento popular en el Asno de
oro, de Apuleyo, 32; Motivos populares en la segunda sofística, 35.

II. El cuento popular en la literatura española, 39

Un cuento popular en las Cantigas de Alfonso el Sabio, 40; Algunos


cuentos populares en el Libro de buen amor, 41; El cuento popular en
dos obras del siglo xv, 43; El cuento popular en el Romancero, 44;
Motivos populares en el Lazarillo, 46; El cuento popular en las obras
de Cervantes, 46; El cuento popular en el Quijote de Avellaneda. 51;
El cuento popular en el teatro de Lope, 52; Un cuento popular narrado
por Tirso de Molina, 60; Cuentos y chistes populares en el teatro de
Calderón, 60; Un motivo popular adoptado por Gracián, 62.

III. El cuento hispanoamericano y la tradición europea, 63


Cómo ha pasado el cuento de las versiones literarias al pueblo, 63;

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INDICE GENERAL

1. Piedad filial, 65; 2. El velador de la casa hechizada, 67; 3. El esposo


encantado, 69; 4. Los dos ladrones y el ladrón fino, 72; 5. Los dos
amigos, 77; 6. Partición de la cosecha, 79.

DE CUYO NOMBRE NO QUIERO ACORDARME, 83

PARA LA TOPONIMIA ARGENTINA: PATAGONIA, 93

UNA ANÉCDOTA DE FACUNDO QUIROGA, 101

FUNCIÓN DEL CUENTO POPULAR EN EL LAZARILLO


DE TORMES, 109

APÉNDICES

Apéndice I. A “El cuento popular hispanoamericano”, 125


Apéndice II. Agregado de la autora a “De cuyo nombre..145
Apéndice III. Agregado a “Para la toponimia argentina...”, 146

Indice alfabético de nombres, seudónimos, conceptos, títulos de libros, de


voces explicadas, de categorías, de temas narrativos y tipos humanos y
dé zonas folklóricas o focos de cultura, 147.

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Se terminó de imprimir el día 26 de noviembre de 1976 en los
talleres de Américalee, s. r. l.» Tucumán 353, Buenos Aires.
Esta primera edición consta de tres mil ejemplares.

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