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Tobie MnCe(o) fonts elton sO Gian LZ \aerata) ‘CULTURAL FUNDACION FUNDACION CULTURAL ZOFRO Presidente: Ing. Luis Urquieta Molleds {NDICE Rodriguez 585, La Paz y 6de Oceubre (Oruro) Tell Fax: 5925288500 5276816 P. Casilla 652 Web: www.zofro.com 4 Email: zofro@zofro.com PROLOGO 5 © Deesta edicién: Fundacién Cultural ZOFRO, zon Preambulo - Recuerdo - Homenaje u Sena Preambulo - Recuerdo - Homenaj Depésito Legal: 5-1-3135- 18 Cuidado deedicién: Julia Gareta 1. Una biblioteca singular a Tapa: Erasmo Zarzuela Chambi 2, Algunas historias fantisticas vividas con libros 53 Portadasde libros: Dr. Josep M. Barnadas 3, Geografia personal: hacerse unabiblioteca(1) 95 Quedanreservados as derechos deautor 4. Geografia personal: hacerse una biblioteca (2) rt para Fundacién Cultural ZOFRO 5. Sobre la mendicidad bibliogrfica como sistema de hacer crecer una biblioteca wy Peseee rieee Neebre dozen 6. Libros para saber y libros para vivir 3 Impreso en Oruro -Bolivia 7. Recuerdos de bibliovecas 77 8. Una vida con libros 247 y. Mendividad bibliogréfica 263 DICITALIZACION C IMPRESION COLOFON 268 imprimitede diet: lose ust hae Fox tse ‘tiracimpresara com “Seo to 77 T Recuerdos de bibliotecas En mi ya larga vida he trabajado en muchas biblio- tecas (y no es menor el nimero de los archives); en unas de forma prolongada o reiterada; en otras, ocasionalmente 0 por muy breve tiempo. No se trata de reunir aqui lo que ha quedado en mi me- moria de todas ellas, sino de concentrarme en los casos que han dejado una impresién més profun- da; 0 quizas, en aquéllos cuyo recuerdo revive de una forma més entrafiable. Y en este orden de cosas, acaso deba empezar por la 'Biblioteca Ecuatoriana’. Entre 1960 y 1962 fui alumno del Instituto de Humanidades Clasicas (perteneciente a la Universidad Catélica Ecuato- riana), en el que alcancé a licenciarme en Huma- nidades Clisicas. Aunque dicha biblioteca no tenia relacién orgénica con el mencionado Institu- to, en mi caso llegé a ejercer una poderosa atrac- cién, alimentada acaso por una volatil imagina- 178 cién casi de adolescente. Después de unos pocos ‘escarceos', la decisién de preparar mi trabajo de licenciatura sobre un tema histérico boliviano (ac- cién de los jesuitas en Charcas durante el siglo XVI) legitimé una presencia mas asiduaen su sala de trabajo. En realidad, fue mi primera 'campafia de trabajo’ en una biblioteca, pues todos sabemos que el método de estudio implantado por el P. Aurelio Espinosa Pélit SJ en Cotocollao no impli- caba un trabajo con bibliograffa, sino que se redu- cia al de los textos originales. De hecho, no dispo- niamos de una sala de lectura adosada a una biblio- teca; la que el juniorado tenia, practicamente slo era accesible al profesorado; a los jévenes estu- diantes, sdlo de una forma excepcional. Pero volvamos a la ‘Biblioteca Ecuatoriana’. La ha- bia fundado también el P. Espinosa Pélit y obedecia a todo un diagnéstico de la situacién del pais y dela tarea que asignaba a la Iglesia, a la Compafiia de Jesiis y, in nuce, a la Universidad Catélica, Por las fechas a que me refiero llevaba una vida que nues- tro maximo bibliégrafo Moreno seguramente ha- bria calificado de “larvaria”: contaba con un solo empleado fijo, el Sr. Granja, a quien el visitante ocasional veia permanentemente inclinado sobre la maquina de escribir; a juzgar“por los montones de 179 libros y periddicos arrimados sobre mesas 0 el sue- lo, se encontraba todavia en una fase de organiza- cidn, lo que no impedia observar las estanterias bastante llenas de libros. Estas estanterias copaban todas las paredes laterales que quedaban entre ven- tana y ventana; ademés, en el centro se habia levantado una especie de muro de madera, con su doble cara de tablas para acoger los volimenes; para los periddicos estaban previstos los pisos infe- riores, que los recibian echados horizontalmente, en su mayoria sueltos, sin empastar. A la derecha de la puerta de entrada habia algunos armarios, que después supe que guardaban los manuscritos que el P. Espinosa también acopiaba, de manera que habria sido mas exacto titular aquella institu- cién 'Biblioteca-Archivo! o 'Archivo-Biblioteca’ pero siempre fue conocido simplemente como 'Ri- blioteca Ecuatoriana’ (ala que, después de la muer- te del P. Espinosa, se le ha afiadido el nombre de su fundador materiale intelectual). He aludido a la ‘idea’ subyacente de la biblioteca, EL P. Espinosa descubrié, al retornar de su larga formacién en el extranjero, que el Ecuador no con- taba con una Biblioteca Nacional propiamente tal; por tanto, que no existia una institucién publica que por ley conservara y reuniera su patrimonio 180 impreso; desesperando de que el estado hiciera en breve plazo lo que no habia hecho en un siglo de vida republicana, decidié emprender una tarea de suplencia; con la idea afiadida de que, haciéndolo, harfa que la Iglesia y la Compafiia de Jestis se gana- ran un importante poroto ante la Patria (lo que no dejaba de tener una importancia estratégica, habi- da cuenta de las tormentosas relaciones que el esta- do y la iglesia llevaban manteniendo desde hacia décadas). Y se lanzé a la tarea, paciente y de largo aliento, de comprar y recibir en donacién cual- quier impreso de interés para la historia nacional. Lo hizo apoyado exclusivamente en la generosi- dad de su madre 0, a veces, en la de la propia Com- pafiia de Jess. Cuando yo me asomé a la biblioteca, ésta Hevaba aproximadamente tres décadas de existencia: care- cia de preparacién tanto para captar en toda su trascendencia el 'disefio! fundacional, como para hacerme una idea del camino recorrido y del que le quedaba por recorrer si queria poder cumplir con la 'misién' asignada por su fundador. En concreto, me limité a aprovechar la limitadisima bibliogra- fia imprescindible para curplir con mi obligacién académica: recuerdo los pocos volimenes enton- ces publicados de la serie documental de Monu- 181 menta Peruana (Roma, 1954-...), a cargo de Antonio de Egaiia SJ; la ‘Historia anénima’ de la Provincia Peruana de la Compaiiia de Jestis (Madrid, 1944), edi- y poca cosa mis... tada por Francisco Mateos S, Por lo demés, no podia esperar encontrar alli mu- cha mis bibliografta especificamente boliviana (y esto, claro, isuponiendo que la hubiera!). Poco fue, pues, lo que pude aprovecharme de aque- Ila biblioteca, No era el momento en mi biografia; pero si provocé en mi vida una profundae iniciti- ca experiencia de trabajo intelectual, lo que expli- ca su peso emblemitico: durante cierto tiempo mantuve la ilusién de llevar a cabo en Bolivia algo parecido alo que el P. Espinosa habia iniciadoen el Ecuador. La vida diria otra cosa y las fantasias ju- veniles quedarian reducidas a las ‘historias de li- bros’ que vengo contando en estas paginas; en lo practico, el lejano suefio quitefio no ha podido te- ner otra realizacidn que lo alcanzado en mi biblio- teca personal, lo que pertenece a otra galaxia. Desde que dejé Quito en 1965, no volvi hasta 1976, pero no tuve ocasién de acercarme a Cotocollao; si lo hice en 1982, retornando de Nueva York. Y por supuesto que quise visitar la Biblioteca Ecuatoriana, de la que entretanto ya sabia que habia sido trasla- 182 dada al otro lado de la calle, en lo que en mi tiempo era el Colegio Loyola (puedo decir 'mi' colegio, pues en él me bachilleré en 1961). La dirigia entonces el P. Julién Brava, amante de los libros, pero sobre todo decidido combatiente a favor de la supervivencia del 'disefio' del P. Espinosa en 1928. Con agrado y cierta nostalgia me paseé por los numerosos ambientes en que habia sido dividida de acuerdo a sus contenidos (manuscritos, libros, periédicos, mapa Posteriormente he mantenido cierto contacto con el P. Bravo, ya sea para hacerle algunas consultas ©, sobre todo, para mendigarle algunos libros del P. Espinosa o sobre él (el propio Bravo ha publica do una breve biografia sobre el eminente huma- nista ecuatoriano); él ha atendido siempre con generosidad mis cartas pedigiiefias. Del 'mitico’ Sr. Granja alguna vez supe que habja pasado a trabajar en el campus de la Universidad Catélica, concretamente en Ia biblioteca de Don Jacinto Jij6n y Caamaiio, arquedlogo e historiador. aM En el verano de 1966 visité Londres: me encontra- ba recogiendo materiales para la tesis doctoral; en la ciudad mi tinica meta era el British Museum, en 183 lacalle Great Russell, en pleno centro de la City. Lo primero que a uno le impresionaba era la rotonda abovedada que servia de principal sala de lectura (en ella habfa pasado muchas horas Karl Marx investi- gando los misterios de la economia ‘capitalista'); mis que en ella yo, sin embargo, trahajé sobre todo en otra sala mucho menor, donde te servian los manuscritos, material principal de mis pesquisas. Naturalmente, antes de poder pedir ningin mate- rial uno tenia que inscribirse y sacar la tarjeta de usuario. No recuerdo nada especial al respecto, salvo la insistente recomendacién de no perderla, pues si en el futuro volvia a trabajar, me serfa nece- saria y, més todavia, el ntimero de registro; en efec- to, en 1981, cuando volvia trabajar en sus salas unas pocas horas, hasté mostrar la antigua tarjeta para que se me abrieran todas las puertas. El sistema ‘inglés’ funcionaba. En 2005 Ilegué por tercera vez a la corte britanica. Ya sabfa anticipadamente que la institucién habia cambiado de sede, trasladindose a un edificio nue- vo, construido exclusivamente para la que desde entonces pasé a Ilamarse British Library, no muy lejos de la antigua sede (donde compartia espacios con las momnias y los papiros egipcios, las tabletas 184 asirias o las lanzas australianas y los khipu andi- nos). Al respecto merecen destacarse algunas cir- cunstancias de su funcionamiento. Y la primera es que llegué a comienzos de noviem- bre y que cuatro meses antes (en julio, sino recuer- do mal) habian tenido lugar los sangrientos aten- tadas en el subterréneo de la ciudad. Bueno, lo sor- prendente y que, por serlo, merece mencionarse, es que ni por la calle ni dentro del flamante edificiv pude percibir el més leve indicio de una especial ‘vigilancia’ y, mucho menos, de atosigamiento 0 acoso por parte de algiin tipo de policia (que sin duda la habia, pero sabia actuar con 'discrecién'). Cuando uno compara esta 'flema’ briténica (me- jor, verdadera profesionalidad) con la neurosis estadounidense en los aeropuertos que tendria oca- sién de padecer pocos meses después, llegas a la conclusidn de que la 'mundializacién' es un came- lo inaplicable a los caracteres de las etnias que pue- blanel planeta, 2 El lunes en que comenzaba mi trabajo tuve que volver a aprender todas las rutinas de su funciona- miento. Antes de las nueve de la mafiana ya se habjan ido reuniendo varias docenas de lectores en espera de que abrieran las puertas. Entrando en el 185 edificio, uno descubre que el primer paso no es re- gularizar la tarjeta, sino dejar la mochila en las 'ca- sillas' situadas en el sétano; el paso siguiente es pre- sentarse en la secretaria de inscripcién. Yo, alec- cionado por la norma antigua, llevaba mi tarjeta; pero al entrar en la sala del caso, encontré un proce- dimiento nuevo, hijo de los nuevos tiempos: cada nuevo lector debia sentarse delante de una compn- tadora y Ilenar sus datos; ante mis titubeos, al ins- tante tuve un empleado a mi lado que me resolvié las dudas; el paso siguiente era sentarte frente a uno de los cinco empleados que atendfa a los nue- vos lectores: en base a los datos que uno mismo habja introducido, se completaba el formulario, que debias firmar; y finalmente alli mismo te saca- ban una fotograffa y en un minuto recibias tu nueva tarjeta ya plastificada. A partir de este momento eras libre de dirigirte a la sala de lectura donde sirvieran el tipo de material escrito que uno deseara. Calculo que, desde el momento que pisé el interior del edificio hasta que pisé la sala de lectura no habrian pasado més de veinte minutos. Lo con- sidero toda una marca de eficiencia. En la sala de lectura de 'Humanidades' uno se sen- taba en el espacio y asiento que mas le gustara; la peticién de libros se hacia también electrénica- 186 mente, desde una de las computadoras disponi- bles, donde uno accedia al catdlogo (accesible tam- bién en internet, desde cualquier lugar del mundo) y hacia los pedidos; entonces empezaba a contarse la marcha atras de espera; la regla eran unos 20 minutos; pasado este tiempo, te presentabas en el mostrador donde servian los pedidos y pronuncia- bas (o deletreahas) tu apellido, el empleado com- probaba si figuraba en los montoncitos de libros que esperaban lector; en caso positive te los entre- gaban; sino, debias seguir esperando. Puedo atestiguar que en la inmensa mayoria de libros pedidos se cumplieron las expectativas, A partir de este momento eras ‘duefio' de aprovechar el material que tenfas delante.

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