Está en la página 1de 120
Juan Pedro Mc Loughlin < ~ Hordde Lecturd Libros para leer en buena Lora iQué placer, leer! jQué placer, leer un libro, interesante, ocurrente, emocionante! jQué placer serio, ir pasando las paginas de un cuento de misterio! iQué diversién, descubrir cémo bailan las palabras de una adivinanza y dejar que vengan los chisporro- teos de los trabalenguas! Hora de Lectura es una coleccién para leer en buena hora. Para que disfrutes de autor: argentinos contem- pordneos y descubras el universo literario. Para que salgan los libros de los rincones polvo- rientos y olvidados, y se vuelvan protagonistas de un placer compartido. Los libros de la coleccion Hora de Lectura estan estructurados en jugosas secciones que posibilitan un mejor acceso a la literatura. La obra presenta cuentos, poesias, colmos, adivi- nanzas y trabalenguas, que conforman el multifacé- tico rostro de la literatura para los chicos de hoy. Las ilustraciones colaboran con la construccién del sen- tido de los textos y refuerzan el valor estético de la palabra En Apunten... jjuego!, encontramos consignas de comprensi6n, produccién y narraci6n oral que nos permiten generar un espacio de placer compartido en elaula y hacer de la lectura y de la escritura activida- des comunitarias En la secci6n Aqui me pongo a contar, los auto- res hablan acerca de su vida y de su trabajo, en res- puesta a una entrevista que muestra los entretelones y la cocina del oficio de escribir. En Las mil y una hojas, te brindamos datos cu- riosos vinculados con los textos. Para que abras asi algunas de las tantas puertas al mundo que la litera- tura ofrece. jSean todos bienvenidos a esta propuesta para dis- frutar de la buena literatura en una profunda y crea- tiva Hora de Lectura! eQuién se anima a bajar al sétano? Juan Pedro Mc Loughlin Capitulo | La banda de la “R” A Rodrigo se le quedé la sonrisa congelada en la boca. Rafael siempre habia sido un bromista. Y nunca se lo podia tomar en serio, Por eso Rodrigo se habia rei- do de ese disparate. Pero cuando lo pensé un poco se dio cuenta de que no tenfa gracia lo que decia. Era una tonteria. Encima su amigo se hizo el ofendido y se fue. —Rodolfo es un robot —habia dicho Rafael—. Yo sé que Rodolfo es un robot —eso fue lo que habia di- cho. Muy serio. Y después se fue Rodolfo, Rafael y Rodrigo se llamaban a si mismos “la banda de la R”. Eran muy amigos, desde el jardin. No el de la es- cuela sino desde el jardin de la casa de Rodolfo. Alli 8 Juan Pedro Mc Loughlin habian iniciado su amistad. Durante ese mismo aio, cuando Rodolfo entré en el séptimo B, un dia los invi- t6 a su casa y en vez de ira jugar con la compu, como ellos esperaban, los Ilev6 al jardin. El que esta en el fondo de la casa y parece una selva. No tiene flores, sino enormes Arboles, plantas que crecen en desorden y al final, una escalera que baja a un sétano. Y ahi Rafael y Rodrigo descubrieron un mundo. Un mun- do més fascinante que el de los jueguitos de la com- pu. El mundo de las raras construcciones de Rodolfo. —Funciona a bateria —decia ahora Rafael —jQuién? —preguntaba Rodrigo. —Rodolfo... Rodolfo funciona a bateria —insis- tia Rafael —Si vas a seguir delirando me voy a comer el he- lado solo —amenazaba Rodrigo. —Creo que las que usa le duran tres horas, por eso a media magiana tiene que pedir permiso para ir al bafio. No te diste cuenta? Siempre a la misma hora Debe llevar un “cargador” en la mochila. Viste como —Rafael solo se interrumpia para lamer gustoso su helado de se puso furioso un dia cuando se la escondi chocolate. 10 Juan Pedro Mc Loughlin —Numero uno, cualquiera se pone furioso con esas. fastidiosas tonterias que vos llamas bromas. Nimero dos, Rodolfo ya nos explicé que tiene un problema en los rifiones que lo hace orinar seguido. Namero tres, si querés hacerme una cargada cambia de méto- do. Usas siempre tu cara de piedra y de a poquito le vas metiendo al otro en la cabeza lo que querés que se crea. Pero esta vez no voy a caer. —Y dicho esto Rodrigo atacé furioso su chocolate con almendras —Observa, simplemente observa —fue lo ultimo que dijo Rafael antes de darse media vuelta, arrojar el cucurucho al tacho y abandonar la heladeria. —Es parte de su método —se dijo Rodrigo—, dice la tiltima palabra y te deja pensando. Pero esta vez no “compro”. —(Por qué me mirds asi? le pregunté Rodolfo cuando regresé del bafo. —Siempre vas al bafio a las once. ¢Por qué no ha- cés pis en el recreo? —repregunté Rodrigo. —Porque me vienen las ganas ahora. Mejor segui- mos con el trabajo, dale. Rodrigo giré la cabeza y se encontré con la mira- da de Rafael, quien le hizo un gesto como diciendo 2Quién se onima a bojor al sétono? n “qué te dije?”. Entonces se fastidié por haber entra- do en el juego y hasta el mediodia se olvidé del tema Pero cuando la maestra le pidié a Rodolfo que llevara los trabajos a la Direccién porque la directora queria verlos, sintié que la curiosidad lo recorria de pies a ca- beza. La mochila de su amigo, colgada por las correas al respaldo del asiento, era una tentaci6n irresistible. Un par de minutos, quizds era eso todo lo que tenfa Revisar la mochila en busca del “cargador”. Pero no podia ser tan idiota. Rafael habia logrado entrampar- lo, Sin mirarlo ya adivinaba la sonrisa burlona a tres bancos hacia la izquierda. No aguanté més. Estiro el brazo y palpé los bolsillos. Algo cuadrado, sélido, qued6 aferrado a su mano. No era una cartuchera, ni un alfajor, ni.. —,Necesitas algo? —preguntaba Rodolfo parado al lado del banco. Rodrigo sintié que el estémago se le abria en dos. —De la mochila gnecesitds algo? —repitié, muy serio, Rodolfo. —No, es que, se me perdié un marcador y... dale, vamos que ya estan formando —al levantarse Ro- drigo pasé frente a Rafael y le clavo el codo en el hombro. Es que el otro estaba doblado en el banco 12 Juan Pedro Mc Loughlin tapandose la cara en un intento por sujetar las carca- jadas que se le escapaban de la boca —2Y por qué no usa pantalones cortos? Porque es arquero y no quiere rasparse las rodillas —2Y por qué siempre se pone camisas de manga larga? —Porque me conté que se quemé de chico un bra- zo y le da vergiienza que le vean las marcas. —2¥ por qué nunca se quedé a dormir en nues- tras casas? —jA ver! jjA ver!! Por qué? gPor qué seftor “veo- fantasmas-en-todos-lados”? —los gritos de Rodrigo sobresaltaron a dos personas que caminaban por la vereda de enfrente. —No debe usar pantalones cortos ni remeras sin mangas porque se le notarfan los tornillos de las arti- culaciones, Y no se queda a dormir en nuestras casas porque a la noche lo deben desactivar. Simplemente por eso —argumenté Rafael como la cosa mas natu- ral del mundo. Rodrigo se lo qued6 mirando. Penso en insultarlo y no pudo, Quiso reirse y no supo. Y al volver a uti- lizar la voz se sorprendié diciendo: 2Quién se onima a bojor al sétono? 3 —2Y vos desde cudndo sospechés que es un robot? —Desde el primer dia que visitamos su sétano Cuando nos mostré sus construcciones. {Te acordas de ese dia? —pregunt6 Rafael. Como para olvidarlo. Rodrigo no lo dijo pero lo pensé. Como para olvidarlo. Habia sido fantastico, increible, magico Capitulo Il El sétano Lo primero que vieron el dia que bajaron al sotano fue el desorden. A Rodrigo le gusté. Es que su pieza era muy orde- nada. Y no por su voluntad. Sino por la de su mama que siempre lo tenia al trote con el tema del orden jComo le gustaria tener todo tirado por cualquier lado como en ese sdtano! A Rafael no le gust. Se parecfa a su pieza, en la que nunca podia en- contrar lo que buscaba. Y cuando se ponfa manos a la obra y ponia algo de orden, a la media hora estaba nuevamente todo patas para arriba. Parecida a ese s6- tano. Bueno, no tanto, Telas de araia por todos los rincones. Batiles amontonados uno arriba del otro. 16 Juan Pedro Mc Loughlin Mantas oscuras que cubrian muebles que sugerfan brazos y piernas escondidos y endurecidos. Y mucha oscuridad — {No se puede encender una luz? —fue lo prime- ro que dijo Rodrigo al llegar al ultimo peldaiio de la escalera. Rodolfo habia encendido tres velas que ya estaban apoyadas en un candelabro triple Bueno, gdénde esté el muerto? —bromeé Rafael sacando una polvorienta manta que dejé al descubier- to un cofre de madera. —Si quieren empezar por aqui, vean —Rodolfo abrié la tapa del cofre. Y ahi fue que tuvieron la primera sorpresa Rodrigo y Rafael no se animaban a tocar nada. Fue Rodolfo el que tuvo que sacar esos objetos de aden- tro del bau, —Maravilloso. ¢Qué son? —pregunté Rodrigo. —Y de qué son? —agregé Rafael —De metal. Dale, aytidenme a sacar las piezas, dale que no muerden Eran barras de hierro que sujetas unas a otras con tornillos formaban extrafias figuras de seis, ocho y hasta doce patas. Juan Pedro Mc Loughlin Los dos amigos empezaron a manipular las formas engarzadas que ahora parecfan animales prehistéri- cos, ahora arafias de acero y ahora seres extraterres- tres {Con qué los armaste? —quiso saber Rafael. —Con el “Mecano”, un juego que tuvo mi viejo de chico. Y lo tiene nuevito. El es muy cuidadoso. Son cientos de piezas que uno puede combinar a gusto. Son fantsticas —se entusiasmé Rodrigo. —Y eso que no vieron lo mejor, miren —Rodolfo se encaminé a un armario que estaba incrustado en la pared—. A ver, cierren los ojos. Sus amigos obedecieron y el duefio de casa soplé sobre las velas y la oscuridad fue total. Se escuché el girar de una Ilave, el chirrido de unas puertitas y la voz de Rodolfo que ordenaba: —iYa, dbranlos! —Rafael y Rodrigo quedaron por un largo minuto con los ojos como platos, con las pestaiias rigidas sobre las érbitas, para evitar perder- se una milésima de segundo del espectaculo que es- taba sucediendo en ese pequefio cuadrado iluminado. Capitulo Ill El robot No era una tele. Pero todo el armario era luz y se podian ver las piezas moviéndose de aqui para alla, dentro del cuadrado. El sétano, dominado por la penumbra. Rafael y Rodrigo, atrapados mirando el armario. Y Rodolfo extasiado mirandolos a ellos. —Solo le falta miisica —dijo Rafael. —No, tiene musica propia —contradijo Rodrigo. Y era cierto. En el silencio del sétano, impercepti- bles sonidos de piezas que giraban rozando entre sf podian ser escuchados por un ofdo atento. Pero la fies- ta estaba en los ojos. Ojos que veian un mundo en mi- niatura de formas metalicas en movimiento. Una griia trasladaba un torso de acero que agitaba los brazos. 20 Juan Pedro Mc Loughlin Una escalera mecdnica subia y bajaba dos cilindros delgados con forma de piernas. Un ascensor sin puer- tas ascendia y descendia Ilevando una cabeza que emitfa luces rojas, verdes y amarillas, ¥ para comple- tar el cuadro, una rueda giratoria colgaba del techo del armario y sostenia una docena de anillos de co- lores, Griia, escalera, ascensor, rueda, se movian y se entrecruzaban sin tocarse y cuando parecfa que esta- ban a punto de chocarse todo giraba a la perfeccién Hasta que Rodolfo se acercé al armario e invadié con un brazo el interior. Tomé las piernas, el torso, la ca- beza, los anillos, Luego unié todo en un par de movi- mientos y deposité el objeto recién ensamblado en la base del mueble. De pronto se detuvieron grtia, esca- lera, ascensor y rueda. Se apagé la luz interior y solo quedo desplazandose con movimientos entrecorta- dos, torpes pero ritmicos, de aqui para alla, un pe- quefio robot. Su cuerpo de metal estaba cubierto de circulos y en su pecho, a medida que avanzaba y ellos retrocedian, titilaban dos ntimeros: el ocho y el nue- ve. Hasta que de un momento a otro se frend, hizo una pequefia reverencia y se apago La oscuridad ocupé todo el sétano. El silencio no, porque ya estaba desde antes. Ninguno de los tres 2Quién se onima a bojor al sétono? 21 integrantes de la “banda de la R” podia verse uno al otro. Solo empezé a oirse, al cabo de dos 0 tres minu- tos, primero un eve palmoteo y después un estruen- doso aplauso a cuatro manos —Quiero saber qué les pasa conmigo. Rafael y Rodrigo se miraron —Porque algo les pasa —Rodolfo hablaba despa- cio, muy despacio. —Es que tltimamente estas atajando bastante mal. Ayer te comiste dos de los tres goles que nos hi- cieron y... —No me vengas con mentiras —Rodolfo lo cruz6 a Rafael con voz firme—. Hace un tiempo que estan raros. A vos Rodrigo, te pesqué intentando revisar mi mochila. ;Qué pensabas encontrar? Rodrigo no contesté y Rodolfo le tiré la mochila contra el cuerpo. —Abrila, dale, busca tranqu Rodrigo primero se quedé quicto y después, lenta- o. mente, levanté la mochila del suelo y se la devolvi6. Rodolfo se la colocé en la espalda y buscé la puerta de salida de la escuela. Antes de irse les grit: —Esta tarde buisquense un buen arquero, yo no voy. Juan Pedro Mc Loughlin —Buen truco —dijo Rafael—, sacé el cargador an- tes y quiso demostrarnos que no habia nada raro en la mochila. Muy buena actuacién para un robot. Esta muy bien programado. ‘Creo que muri la “banda de la R” —se lament6 Rodrigo mientras veia como Rodolfo cruzaba la ca- lle—. Y todo por tus tonterias. Y por mi culpa tam- bién, porque me “engancho” Yo solo hago deducciones. ;Sabés qué es el papa de Rodolfo? —No. —Cientifico —2Y por eso va a construirse un hijo robot? —pro- test6 Rodrigo—. Mi viejo tiene un bar y yo no soy una empanada —Bueno, mds 0 menos —sonrié Rafael. —Esto ya no es gracioso. Creo que tendriamos que pedirle disculpas. —2Y si en lugar de pedirle disculpas nos sacamos las dudas? Si, no me mires asi. Esta noche. Entramos por el fondo. La casa de Rodolfo termina en la obra en construcci6n. —2Y cémo trepamos la pared? gComo el hombre arafia? —se burlé Rodrigo. 2Quién se onima a bojor al sétono? 23 —Lo tengo todo pensado. El otro dia, cuando es- tabamos jugando en el jardin, encontré una soga, me trepé al eucalipto que est casi apoyado contra la me- dianera y até la soga dejandola caer del otro lado. Rafael utilizaba una hoja y una lapicera para sefia- lar los lugares. —Pero gvos estas loco? —Ia indignacién de Rodri- go era sincera—. Mira si la encuentra alguien y se les mete en la casa. —Tranquilo, tranquilo, pensé en todo. La dejé caer detras de una enredadera que cubre la pared de los dos lados. Nadie la puede ver. —Ni el razonamiento ni la sonrisa de Rafael tranquilizaron a su amigo— Dale. Animate. Asi termina todo esto. Y salimos de dudas. —Yo no tengo dudas —se afirm6 Rodrigo. —Yo tampoco. Es un robot —contraatacé Rafael. —Basta. Por mds que entremos por el jardin no vamos a poder meternos en las habitaciones. Deben cerrar las puertas a la noche. —Rodrigo se defendia con argumentos. —wNo hard falta. No necesitamos pasar del jardin. Seguro que cuando lo desactivan lo guardan en el s6- tano. Ese es su lugar 24 Juan Pedro Mc Loughlin Rodrigo ya no tenia mas razones de donde afe- rrarse. Y siempre le pasaba lo mismo con Rafael. Lo convencia facilmente. A pesar de sentir un mal pre- sentimiento, otra vez su boca se movié contra su vo- luntad y dijo: —jA qué hora entramos? Capitulo IV Los intrusos Entrar por la obra en construcci6n fue facil. Se po- dian escuchar claramente los ronquidos del sereno dentro de la casilla. Rafael intentaba hacer callar a Rodrigo. Todavia no habian empezado la aventura y ya estaban disc tiendo. —Vamos a poner algo en claro. Si no querés venir, volvete a tu cama calentita. Yo hoy voy a probar que tengo raz6n con mis sospechas. Pero debemos hacer- lo todo en silencio. —Solo te estoy diciendo algo que es razonable. Qué hacemos si la puerta del stano esta cerrada? Sin usar palabras, Rafael sacé del bolsillo de su mo- chila una especie de llave muy extrafa 2Quién se onima a bojor al sétono? 27 —1Qué es? —Se llama ganztia. 4De dénde la sacaste? —{Vas a preguntar cosas toda la noche o...? En ese instante interrumpieron los ronquidos que venian de la casilla. Rafael se llevé un dedo a la boca y arrastré a Rodrigo unos metros més adentro. Sacé de la mochila una linterna y avanz6 esquivando pilas de ladrillos y maderas amontonadas. Asi anduvieron en- tre tropezones y maldiciones hasta que se dieron con la pared que anunciaba los fondos de la casa de Rodol- fo. El haz de luz trepé por la enredadera. —La soga —susurré Rodrigo—, no la veo. —Tranquilo —Rafael movia la boca de la linterna de ac para alla hasta que esta se detuvo en un punto fijo—. jAhi esta! —Shhhh, ahora sos vos el ruidoso —Rodrigo no habia dejado de mirar cada tanto hacia atras y cada vez que lo hacia le parecia ver emerger de la oscuri- dad la figura del sereno que avanzaba con un cuchi- Ilo en la mano. Pero nunca esas sombras imaginarias lograban materializarse —Anda vos —ordené Rafael—, yo te cubro. —2¥ por qué yo primero, eh? Juan Pedro Mc Loughlin —Porque sos el mas lento. Dale, us4 mis hombros como plataforma. Dale A esta altura Rodrigo tenfa ganas de correr hacia la salida. Pero entre que no tenia linterna y que podia encontrarse con ese sereno que ahora veia con un ha- cha esperandolo detras de unas bolsas de cemento, no dudé més y puso un pie sobre el hombro de Rafael Hizo equilibrio sobre la espalda de su amigo y busc6 a tientas la soga. Primero arrancé dos 0 tres hojas de la enredadera y cuando ya estaba a punto de caerse de espaldas la encontr6. Se aferré con ganas y empezé a trepar por las irregularidades de la medianera. Sus ro- dillas raspaban contra los ladrillos desparejos y ya es- taba por dejarse caer cuando con una mano alcanzé la cima. Si 2 dio impulso con las tiltimas fuerzas y se sen- t6 con una pierna a cada lado. No habia terminado de omodar su respiracién cuando sintié que la cuerda se tensaba y un bulto movedizo ascendia velozmente. —Correte —le dijo Rafael casi derribandolo. Ya estaban los dos ah arriba. Miraron el cielo. La noche sin luna los ayudaba a pasar desapercibidos, pero cubria todo lo que los rodeaba con un manto impenetrable. Las estrellas, esquivando nubes, les ha- cian guifios sobre sus cabezas. 2Quién se onima a bojor al sétono? 29 Rodrigo miré a ambos lados. De uno, la obra en construccién, con un posible sereno estrangulador acechdndolos. Del otro, la casa de Rodolfo, donde iban a buscar a un amigo robot que estaria desacti- vado en el stano del jardin. Ahora dirigio la mirada hacia Rafael quien, inexplicablemente, a caballito de la pared, le sonreia. Y con una frase, Rodrigo rompié tanto silencio: Todo esto es una locura —... muy divertida —rematé su amigo. ry 8 El descenso por el eucalipto fue fa —Muy bien —dijo Rafael cuando tocaron tierra firme—, a descubrir la verdad. —Sienel tano no hay nada raro nos volvemos en- seguida —Rodrigo sujetaba a su amigo por un brazo. — Estas temblando? —Es que hace frio y no traje abrigo. —Toméa —Ratael sacé de su mochila una campe- ra—, la traje por si lovfa. —Pensaste en todo. Y si algo sale mal, jtenés un plan dee ape preparado? —Dale, no te hagas el tonto, ponete esto y vamos. —Deja, guardalo. No tengo frfo, tengo miedo. Y no me cuesta reconocerlo. En cambio vos ests fresco 30 Juan Pedro Mc Loughlin como una lechuga. Dale. Vemos que en el stano esta todo bien y volvemos —y Rodrigo le arrebat6 la lin- terna a Rafael y empez6 a buscar el caminito de lajas El jardin estaba totalmente a oscuras. El unico fa- rol, al lado de la palmera, apagado. Rodrigo hizo rebotar el haz de luz por la pared de una piecita donde guardaban herramientas inutiles, porque en ese jardin nadie hacia nada. Habia que te- ner cuidado con no tropezarse con las raices de los ar- boles que escapaban de la superficie de la tierra. Por fin descubrié la escalera que Ilevaba al sétano. Jn sétano al final de un jardin —susurraba a sus espaldas Rafael—, gnunca te parecié muy raro? —Deja de agregarle misterio al misterio, pibe, y ba- jemos con cuidado, mir que algunos de los escalones estan podridos —ahora era Rodrigo quien, para sacu- dirse el miedo, habia tomado la “jefatura” del opera- tivo. El redondel de luz recorrié la puerta—. Mird, no vamos a necesitar tu... gc6mo era? anzuia, —La puerta esta abierta —cuando Rodrigo la em- pujé suavemente con la punta de los dedos se extrai6 de que no rechinara como en las peliculas. —Dale —lo animé Rafael—, entremos y busquemos. 2Quién se onima a bojor al sétono? 31 — Qué buscamos? —Dale, entré de una vez. En algdin lugar esta. Si, ya sé. E nuestro amigo Rodolfo desactiva- do —y sabiendo que estaba haciendo un disparate, Rodrigo atravesé el umbral de la puerta casi empuja- do por la impaciencia de Rafael. —Apagé la linterna —(Estds loco? Acd adentro no se ve nada ‘Apagala te digo —la orden de Rafael fue dicha en un susurro, pero con firmeza—. Nunca pensaste por qué acé abajo no hay luz eléctrica? —A ver sefior “sabelotodo”, gpor qué? —contra su voluntad Rodrigo apagé la linterna y sintié un esca- lofrio cuando lo envolvié el manto negro de la oscu- ridad total —Porque deben tener en algtin lugar sensores tér- micos. El calor de la Juz encenderd una alarma en la casa si alguien invade este lugar ilumindndolo. —Rodolfo prende velas cada vez que venimos acd, geso no es luz? Con un calor demasiado débil para afectar los sensores —Ratfael. —jQué? 32 Juan Pedro Mc Loughlin —Vos ves mucha television. —Y son esas velas las que ahora vamos a encon- trar y encender. —ZY c6mo Ilegamos a ellas si no vemos nada? Tanteando las paredes. Recuerdo que estaban en un Angulo del cuarto. Siempre las deja en el mis- mo lugar, junto a los fésforos. Dale, afirmate en mis hombros y seguime A pesar de haber pasado varios minutos, los ojos no se habjan adaptado a la oscuridad. Es que estaban bajo tierra, habian cerrado la puerta de entrada y no se distinguia ninguna forma. Aferrado a los hombros de Rafael, Rodrigo arrastraba lentamente un pie de- tras del otro. Le parecié interminable el camino hacia ese rinc6n. Hasta que su amigo se detuvo y exclamé ahogadamente: —jLlegamos! Una Ilamarada surgié entre las manos de Rafael. EI £6sforo encontré la primera vela, enseguida la se- gunda y finalmente la tercera completé el candelabro de tres puntas que habian conocido el primer dia que bajaron a ese sotano. —Ahora a revisar todo este lugar —con ese artefac- to en la mano, Rafael parecia un espectro. Su sombra 2Quién se onima a bojor al sétono? 33 se movia mas rapido que el cuerpo y en un momento se arrastraba por el piso polvoriento y al siguiente se alargaba contra el techo interminable—. Dale, no te quedes ahi, yo ilumino los lugares y vos levantd las telas o abri las tapas. Y asi se pasaron media hora revisando bates y ar- marios, canastos y estantes. —jConforme? —pregunt6 Rodrigo sujetando el candelabro. La cera se iba acumulando en cada porta- vela y las llamitas lastimaban los ojos si uno las mi- raba fijamente. —wNo, en algtin lugar tiene que estar. —Acepta que te equivocaste. Ya ni como broma causa gracia. Vamonos. —Esperd —Rafael salté desde una silla destartala- da que habia usado para descansar un minuto—. Te —y muy decidido le sacé a Rodrigo de un tirén el candelabro y se dirigié al armario que Rodolfo les habfa mostrado con tanto orgullo. Dio un giro en la cerradura y abrié voy a mostrar para qué va a servir la ganztia las puertas. Inmediatamente se iluminé6 el cuadrado y todo el mecanismo que ya habian visto aquella tar- de se puso en funcionamiento. —;Para qué hacés esto? 2Quién se onima a bojor al sétono? 35 —Acé debe estar la clave. Miremos bien —otra vez se desarroll6 ante sus ojos el silencioso espectéculo que los habia maravillado aquel primer dia. Grtia, es- calera mecdnica, ascensor, rueda giratoria y toda la maravilla de las piezas en miniatura ensambladas que rotaban, subian y bajaban en un caos organizado. Ra- fael tomé las partes del robot. —jCémo se unjan estas cosas? ,Y funciona asi, sin pilas? —Rafael luchaba por encajar la cabeza en el tronco y este en las piernas y acertar en la coloca- cién de los anillos alrededor del cuerpo. —jQuerés que te ayude? —una voz gruesa hizo pegar un salto a los dos amigos. Las partes del robot cayeron al piso y los anillos rodaron y se perdieron entre las sombras. Solo se podia ver un enorme bul- to en el lugar donde habian surgido esas palabras, la entrada del sétano—. Te pregunté si necesit4s ayuda EI bulto se movié con lentitud. Se ubicé detras del candelabro que Rafael habia puesto sobre un estan- te antes de abrir el armario. Un rostro severo apare- cié tras la luz movediza. Pelo canoso que continuaba en una barba perita igualmente blanca. Los ojos eran dos huecos por los cuales una mirada fria y oscura no mostraba emoci6n alguna. El hombre se detuvo detras 36 Juan Pedro Mc Loughlin del candelabro. Desde alli miraba fijamente a los dos chicos que conten(an la respiraci6n. Pero lo que mas los intimidaba era que, aferrado por una mano huesu- da, los apuntaba el cafio plateado de un revolver Capitulo V Miedo, mucho miedo Dos chicos paralizados. Penumbra. Un rostro im- perturbable. Tres velas cada vez més cortas. Un re- vélver sostenido por un pulso firme. Miedo, mucho miedo. Y mucho silencio. Toneladas de silencio que hundian aun mas aquel espacio abierto bajo la tierra —Es el sereno —Rodrigo not6 que esas palabras eran rapidamente devoradas por el agujero negro de la oscuridad. —No es el sereno —parecia un eco que negaba, pero era la voz de Rafael —Te digo que es el sereno de la obra. Nos siguié y us6 la soga que dejamos sin ocultar. —Y yo te aseguro que no es el sereno. Es el papa de Rodolfo —aclaré Rafael. 38 Juan Pedro Mc Loughlin La carcajada que soné desde el otro lado del can- delabro no hacia juego con el clima de terror que ha- bia hasta ese momento. Era una risa cristalina, casi infantil, y no tenia las estridencias diabélicas que se podian esperar para la ocasi6n. —Y vos cémo lo sabés, si nunca lo vimos? Siem- pre decian que estaba trabajando cuando veniamos a la casa —Rodrigo solo querfa asegurarse de que no tenfan al sereno apuntandoles —Por la foto que tienen en el comedor. Nunca te fijaste en el portarretrato que esta sobre un mueble? Bueno, un dia cuando tomabamos la merienda lo vi en una foto con toda la familia. Es el mismo —ahora fue una sonrisa la que se dibujé en el rostro que te- nian enfrente y eso animé a Rodrigo—. Ya sé que es muy dificil de explicar nuestra presencia, sefior, pero nosotros somos amigos de Rodolfo. —Los amigos de mi hijo no entran como ladrones alas once de la noche 0, claro... pero ¢podria usted bajar esa arma? De verdad no deberia tener esas cosas en la casa. Son muy peligrosas. —Lo realmente peligroso es que ustedes estén aqui —el rostro se habia vuelto nuevamente severo, 2Quién se onima a bojor al sétono? 39 apenas iluminado por unas débiles llamas que bailo- teaban nerviosas sobre una montafia de cera. Podemos explicarle —titubeaba Rafael. “A ver como te las arreglas para contar tu teoria del robot”, pensaba Rodrigo —Levantalo —ordené la voz mientras una de las lamas se extingufa y el rostro quedé a medio ilumi- nar. Parecfa una mascara de un solo ojo. ZQué... qué? —dudé Rafael —Todo lo que tiraste al suelo, levantalo. Voy a en- sefarte a armarlo. No era lo que querias? —el tinico ojo se proyectaba amenazante, contrastando con la amabilidad de las palabras. Y el revélver que no deja- ba de mostrar su orificio de muerte. Esta bien, sefior, no es momento de juegos, le pedimos que nos deje ir y disculpe tanta. —jDije que levantaras todas las piezas! —la gunda vela se apagé por la rafaga de aire que habian escupido esas palabras. Ahora solo una lucecita timi- da luchaba por sobrevivir sobre una vela totalmente derretida—. jUsé la linterna! Rafael obedeci6. Tardé unos cuantos minutos en juntar todas las partes. Y cuando creia que las tenia todas, la voz volvié a rugir: 40 Juan Pedro Mc Loughlin —jFaltan dos anillos! En todo el sétano se movia solo un redondel de luz hurgando el piso en busca de dos anillitos de colores Dos agujas en un pajar de oscuridad. Al fin aparecie- ron, uno rojo y otro verde. —Ahora esta completo —la voz se habia suaviza- do. Ya no se veia ni ojo, ni media cara, ni candelabro La tercera vela habia dejado de existir—. Deja la lin- terna encendida dentro del armario. Vamos, al traba- jo. Primero poné las piernas contra el torso, Hay una ranura en el centro. Las manos de Rafael temblaban y eso hacia demo- rar el ensamble. Y la voz se ponia cada vez més dspe- ra. Al fin, con las instrucciones repetidas dos o tres veces, el pequefio robot estuvo armado. Faltaba co- locar el anillo verde. —Ahora escuchd con atenci6n. Ajusta el circulo ver- de de metal sobre la cabeza. Y luego deja bailar la mi- niatura sobre el piso del armario, sin apagar la linterna —Si, ya vimos este ntimero, sefior —Ios nervios de Rodrigo estaban a punto de hacerse un nudo—. Es in- creible. No sabe como aplaudimos el dia que su hijo nos lo mostr6. Pero ahora es muy tarde y deseariamos irnos. Asi que sia usted le parece. 2Quién se onima a bojor al sétono? a1 —jSilencio! —la voz sin rostro era un trueno ya pesar de la oscuridad se podia ver el plateado brillo del revélver, siempre levantado, siempre apuntando Apenas Rafael apret6 el anillo verde en la cabeza, el pequefio robot, como aquel dia, empezo a hacer su danza de luces y saltos, Hasta que con una leve incli- nacién, quedé en el mismo borde del armario a cen- timetros de la linterna Y nuevamente el silencio. Y la oscuridad. Salvo por el haz de luz que iluminaba al bailarin, inclinado como esperando los aplausos. Las nerviosas palmadas de Rodrigo cumplieron el deseo del artista mecdnico: —Bravo, es fantastico, maravilloso... ;Es todo?... éPodemos irnos? —la voz se le hacia mas finita con cada palabra que agregaba. —No, no es todo —la negativa parecié salir de lo tinico que se veia, el cafio de la pistola—. Miren bien. Rafael estaba parado esta vez. Y muy cerca. Al lado de la linterna. Y fue el primero que lo vio. Ro- drigo estaba demasiado ocupado con su miedo como para ver algo. Por eso fue Rafael el que exclamé: —jUn botén! jEl robot se inclina sobre un botén! —Muy observador, muchacho, vamos bien. Apretalo. —jQué? a2 Juan Pedro Mc Loughlin —Que lo aprietes —ahora la voz era conciliado- ra, estimulante—. Adelante, no buscabas una clave? Ahi la tenés. Solo que no estaba ex el robot. Sino que él te la sefiala. Vamos. Apretalo. No lo hagas, Rafa —grité Rodrigo—. Ese botén hard volar el sétano. Sia este loco no le importa mo- rir, a mi si, No lo aprietes 0 volaremos todos. —gY yo era el que miraba mucha televisin? —Ra- fael miré hacia el lugar donde seguramente estaba el dueiio de casa—. Lo aprieto si baja ese revélver. Me parece que ya no es necesario. El objeto plateado se movié. Un golpe seco dio cuenta de que habia sido depositado sobre algiin lu- gar. Y sin esperar mds, aun ante la insistencia de su amigo para que no lo hiciera, apreté el botén. Capitulo VI La fuga Rodrigo salié disparando y fue a chocar directa- mente contra la oscuridad. Un tablén de la escale- ra se quebr6 mientras intentaba subir, y el raspén que se hizo en la rodilla lo hizo gritar lastimando a su vez la paz nocturna. Se llev6 la mano al lugar do- lorido y sintié la sangre caliente. Pero no se detuvo. Una vez afuera, trep6 el eucalipto con una agilidad que no tuvo ni tiempo de admirar y se deslizé por la soga del otro lado de la pared. Ya estaba en la obra en construccién. No le importaba la posibilidad de darse de cara con el sereno. Al contrario, lo recibiria como una bendicion. Después de lo que habia visto. O mejor dicho, lo que habia creido ver. Es que el re- volver, la tensi6n, la oscuridad, esa especie de parque 44 Juan Pedro Mc Loughlin de diversiones en miniatura, el pequefio robot, y eso que aparecié cuando se abrié el panel de la pared en el momento que Rafael tocé ese botén. No, era de- masiado. Ahora, ya en la vereda y corriendo sin pa- rar, deseaba llegar rapidamente a su casa. Tenia que entrar sin ser visto, como habia salido. Tenia que irse ala cama. Y ala mafiana todo serfa como siempre Por suerte en casa ya estaban durmiendo. Entr6 con las zapatillas en la mano sin saber por qué Pas6 por la cocina, abrié la heladera y sacé una ja- rra con agua. Tenia la boca seca, la garganta hecha un nudo, el estémago pegado. El liquido frio calmé la sed y ablandé los nudos. Pasé por el bafio. Se lavé con jabén la rodilla las- timada. Parecia que lo de la herida no era para tan- to. Aguanté el algod6n con alcohol mordiéndose los labios para no gritar. Se puso una gasa apen sujeta con dos tiritas de cinta adhesiva y se sintié aliviado. Al fin Ileg6 a su cuarto y sin desvestirse se arrojé sobre la cama. Y al instante, se quedé dormido. El coraz6n le dio un salto y se le estremeci6 todo el cuerpo. Menos la pierna derecha, No la sentia. Se la habian amputado. Dios mio, gritaba Rodrigo sin 2Quién se onima a bojor al sétono? emitir ningtin sonido. No tenia la pierna desde la ro- dilla hasta el pie. Que se la devolvieran, rogaba, y na- die lo escuchaba, porque ninguna palabra salia de su boca. Que se la devolvieran, vociferaba sin voz. Miré alrededor de la cama. Estaba solo. En su cuar- to. Vestido. Con todo el cuerpo apoyado sobre la pier- na derecha. Ahora sentia un hormigueo. Se le habia dormido. Y habia tenido una pesadilla. Recién ahi pensé en Rafael. Lo hab{a dejado solo. Es que cuando su amigo apreté el botén y se abrié un pedazo de pa- red solo tuvo ojos para aquello que aparecié. O lo que creyé que aparecié. Si, no tenia dudas. Ahi, detras de la pared habia alguien algo tendido sobre una espe- cie de camilla. No llegé a ver quién era, pero no habia que imaginar mucho para caer en la cuenta de que se trataba de Rodolfo desactivado. Cerré los ojos y poco a poco volvié a quedarse dormido. No supo qué fue lo que lo desperté. Si la luz que entraba por la ventana 0 los gritos desde el pasillo —Rodri, dale que ya son las diez —decia su mama—. Veni a desayunar de una vez que tenés que hacer las compras. Las compras del sabado, pens6 Rodrigo. Cuando logré abrir totalmente los ojos vio el techo. Y cuando 46 Juan Pedro Mc Loughlin intenté moverse sintio el dolor en la rodilla. ;C6mo explicaria la herida si cuando cenaron estaba entero? Se senté. Le dolfa todo el cuerpo. Miré las paredes marr6n claro de su cuarto. Pero no sintié la sensa- ci6n de protecci6n que creia iba a encontrar después de la noche vivida. Todavia se repetia en su mente el movimiento del panel abriéndose y bajo una luz azu- lada ese robot depositado sobre la camilla. Si, era un robot porque se podian ver bien los tornillos en las articulaciones y en el cuello. No se le vefa la cara por- que estaba vuelta hacia el otro lado y la luz detras de ese tabique era escasa. Pero parecia del tamafio de un nifio. Y no podia ser otro que Rodolfo. —,Por qué el padre, mejor dicho, el fabricante de Rodolfo me habra dejado escapar? —Rodrigo hablo bajo, dirigiéndose a nadie, como para comprobar si tenia voz—. ZY como pude ser tan cobarde y dejar a Rafael solo con ese loco armado? —Rodri, qu hagas las compras —la voz de su madre ahora era rido, veni de una vez que necesito que acompafiada por golpes en la puerta. Por suerte, la se- fora habia perdido la costumbre de abrir y entrar al cuarto desde una vez que Rodrigo se habia enfurecido porque le quitaba intimidad. Se hubiera encontrado 2Quién se onima a bojor al sétono? a7 con una escena que la hubiese inquietado. Veria a su hijo, recostado en la cama, con una pierna acalambra- da, una rodilla mal vendada y una cara donde sobre- salian las mejillas empapadas en llanto. —¢Llamé alguien? Rodrigo masticaba sin ganas una tostada —Pero ponele un poco de mermelada. Rodri, gqué te pasa? Ni tocaste el café con leche. Se enfria —{Llamé alguien? —repitié Rodrigo animandose con un sorbo pequeno, —Nadie jAh si! Llamé el papa de Rafael. Rodrigo quedé con la nariz dentro de la taza. —

También podría gustarte