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El discurso de Lolita: el sexting, las adolescentes y la ley.

Por

Lara Karaian

Abstract
Recientemente, medios nacionales y locales a lo largo de toda Norteamérica nos han
advertido contra los riesgos del sexting -la práctica de enviar, postear o poseer mensajes de textos e
imágenes sexualmente sugestivos, a través de teléfonos celulares o la Internet. En respuesta a este fenómeno,
el fiscal de distrito de Pennsylvania Skumanick, amenazó con presentar cargos por pornografía infantil
contra los adolescentes que fuesen atrapados realizando sexting y contra quienes se rehúsen a realizar una
"re-educación" basada en el género diseñada para enseñarles sobre sus peligros. Tres chicas se rehusaron al
ultimátum, resultando en el caso "Miller vs. Mitchell" (2010), el primer caso que pone en duda la
constitucionalidad de procesar adolescentes por su expresión sexual digital. En este artículo críticamente
consideramos las narrativas cultural y legal dominantes que se intersectan sobre el sexting y
problematizamos con la construcción predominante de las adolescentes femeninas "sexters" como desechos
de la "pornificación" de una generación y como "sexualmente auto-explotadas". La negación cultural y legal
de las narrativas de las adolescentes sobre la expresión sexual digital es considerada a través del análisis
post-estructural de Judith Butler de la sexualidad, el discurso y la censura. Partiendo de dos estudios online
acerca de sexting, de contribuciones a un foro online sobre el tema, y de escritos de la tercera oleada
feminista sobre una re-consideración* [re-envisioning] generacional sobre el riesgo, la respetabilidad y la
privacidad, argumento que esa limitación del "dominio de lo decible" dentro del cual las adolescentes
buscan hablar trabaja paradójicamente para volverlas todavía más objetos sexuales fetichizados, y por tanto
engendrando el mismo daño que la ley criminal busca remediar.

Palabras claves:

Censura, pornografía infantil, expresión sexual digital, "sexting", subjetividad sexual de


mujeres adolescentes.

* La voz inglesa “re-envisioning”, hace referencia a la capacidad imaginativa de la mente, en sentido intelectual y visual/sensible
(envision). No hay una traducción precisa del término, por lo que nos pareció correcto volcarla al español como “re-considerar”, ya
que la definición de “considerar” es “pensar, meditar, reflexionar algo con atención y cuidado” (DRAE); y en un sentido metafórico
hacerse una “imagen” de ese algo y su contexto, manteniendo así el sentido de la expresión original.
Siempre que el texto ofrece una expresión de traducción difícil, o un neologismo inglés, se coloca al lado de la traducción ofrecida
la voz original entre corchetes […].
Introducción: ubicando a Lolita.

Recientemente, la revista Maclean prometía llevarnos “dentro de las peligrosas vidas


vacías de las chicas adolescentes” (Fillion, 2010)*; The Atlantic nos informaba sobre cómo las muchachas
“sobreviven” ser “usadas y desechadas” por “la cultura del enganche” (Flanagan, 2010); y los medios
periodísticos nacionales y locales online por toda Norteamérica han declarado a las adolescentes como
víctimas engañadas y desemponderadas del sexting -"la práctica de enviar o postear mensajes de textos e
imágenes sexualmente sugestivos, incluyendo fotografías de desnudos o semi-desnudos, por medio de
teléfonos celulares o a través de Internet"(Miller v. Mitchell, 4–5)1. Mayoritariamente los medios masivos de
comunicación, los libros más vendidos y la cultura popular representan a las muchachas adolescentes 2 que
han realizado sexting, como careciendo de idoneidad sexual [sexual agency], habiendo caído presas de la
"pornificación" [pornification] de una generación (Durham, 2008; Levine and Kilbourne, 2009; Scott and
Sarracino, 2008). Mientras tanto la movilización de la ley en nombre de las muchachas, y en su protección,
nos genera un poco de sorpresa, en su más reciente forma este proteccionismo -de los adolescentes que
realicen sexting por medio de cargos por pornografía infantil- ha llamado la atención de un creciente número
de académicos que examinan la relación entre el sexting y las leyes contra la pornografía infantil
(Arcabascio, 2010; Calvert, 2009; Goldstein, 2009; Humbach, 2010; Kimpel, 2010; Leary, 2008, 2010)3.
Hasta la fecha, el poder regulatorio efectivo de la ley con respecto a la sexualidad de las
adolescentes se ha desarrollado mayormente en torno al castigo de, y con indiferencia hacia, las
"inexplotables" mujeres jóvenes, incluyendo aquellas que son queer, las discriminadas por su rasa y las que
provienen de hogares con bajos ingresos (Sutherland, 2003). La criminalización del sexting, como sea, ha
avanzado grandemente bajo la rúbrica de "proteger" a las jóvenes blancas, de clase media o alta,
heterosexuales, esas "buenas chicas haciendo salvajadas". La literatura legal emergente sobre esta cuestión
no es sólo crítica respecto de la celosa prosecución judicial de la juventud, una pequeña porción de ellos son
explícitos sobre la importancia de considerar la cultura joven contemporánea cuando se tratan las cuestiones
legales surgidas del sexting consensuado. Habiendo dicho eso, en el contexto social amplio que intenta
informar sobre este debate es frecuentemente tomado como autoevidente el considerar la relación del sexting
con la "sexualización" de los jóvenes en la cultura contemporánea y el debilitamiento de la ley debido al
"efecto Lolita"(Calvert, 2009)4. El "efecto Lolita" se refiere al libro del mismo nombre escrito por M. Gigi
Durham y se refiere al aparentemente "distorsionado y fabuloso conjunto de mitos sobre las jóvenes" y su
sexualidad, que circula ampliamente en nuestra cultura y alrededor del mundo y que funciona para limitar,
menoscabar y restringir el "progreso sexual" de las jóvenes (Durham, 2008: 12). Durham parte del trágico e
infame interés amoroso Humbert Humbert por una niña de 12 años, el narrador pedófilo de la novela clásica
de Vladimir Nabokov de 1955, Lolita, para simbolizar la producción de la cultura dominante de “"prostitots"
-chicas hipersexualizadas” quienes están siendo dañadas en grandes cantidades por hallarse "involucradas en
la esfera de la moda, la imagen y las actividades que las animan a flirtear con un erotismo decididamente
adulto y sexual" (2008: 21). Refiriéndose al trabajo de Durham en su análisis del sexting, Calvert escribe,

* Mantenemos las formas de citado del texto original, así como el orden bibliográfico. Sólo para una mejor lectura hemos pasado
las notas al final a notas al pie de la página, manteniendo la numeración original (nota del traductor).
Notas
Quisiera agradecer a Ummni Khan, Evelyn Maeder, Dawn Moore y Joe Pert por discutir críticamente conmigo sobre estas
cuestiones y proveerme de sugerencias para un bosquejo inicial de este texto. También quisiera agradecer a los dos revisores
anónimos por su profunda consideración de este artículo y sus excelentes sugerencias sobre las formas de mejorarlo.
Cualesquiera errores se encuentren, son míos solamente.
1 Miller v. Mitchell, No. 09-2144, 2010 WL 935766, at *1 (3d Cir. Mar. 17, 2010).
2 Muchachas adolescentes son, a los fines de este artículo, las jóvenes entre las edades de 14 y 17. Alternativamente, me refiero a

las muchachas adolescentes como las muchachas, las jóvenes o las menores.
3 De acuerdo con una historia presentada por USA Today 2009, “la Policía ha investigado a más de dos docenas de adolescentes,

en por lo menos seis estados este año, por enviar imágenes desnudas de ellos mismos a través de mensajes de textos de
celulares, lo que puede conllevar penas por distribuir pornografía infantil (Koch, 2009).
4 La sexualización es puesta entre paréntesis de esta manera, al hacer referencia a la "naturaleza elástica del término" y al hecho

de que "a pesar de la intensidad de la preocupación pública, no sólo hay una carencia sobre el consenso de lo que constituyen
"apropiadas" e "inapropiadas" representaciones de los niños y las personas jóvenes; existe una seria carencia de estudios
metodológicamente coherentes que investiguen las maneras en las cuales los niños y las personas jóvenes realmente usan y
entienden las representaciones de los medios masivos de comunicación" (Albury and Lumby, 2010: 58).
“Las adolescentes que sextean [sext]+ imágenes de ellas mismas a chicos, pueden estar
amenazando su propia sexualidad e identidad de una forma acorde con el efecto Lolita como "una
construcción de la sexualidad que al mismo tiempo explota y limita la expresión sexual y sus
posibilidades y que está deliberadamente focalizada en las jóvenes adolescentes" (Durham, 2008:
34). Esto no significa, evidentemente, que el sexting cause esos daños. Sino más bien que, cuando
llegamos a su extremo lógico, sugiere que el sexting debería ser detenido por la fuerza de la ley
porque su práctica es un indicador de tales daños. El permitir que exista y siga impune es
ratificarlo, validarlo y sancionarlo y, al hacer esto, fomentar una cultura que explota la sexualidad
de las jóvenes” (Calvert, 2009: 25).

Mientras que la perspectiva de Calvert aparece como altamente comprometida en rescatar a


Lolita (predominantemente, pero no de forma exclusiva, del espectro de los pedófilos que acechan buscando
pornografía infantil y su realización), existe otra narrativa cultural de la sexualidad femenina adolescente mucho
menos considerada que creo debería ser parte de cualquier análisis sobre el sexting y la respuesta de la ley a esta
actividad; aquella narrativa que es articulada por Lolita (en toda su heterogeneidad) y la cual cuenta de los múltiples
y complejos deseos de las adolescentes, tanto como de su a veces atemorizante y no completamente indefensa su
ubicación en la cultura contemporánea. Esta necesidad es capturada por los análisis realizados por las feministas de
la tercera ola, sobre la sexualidad y la capacidad sexual de las adolescentes5. Por ejemplo, en sus reflexiones sobre
un curso universitario sobre la retórica que enmarca a las mujeres jóvenes como objetos eróticos, Alyssa Harad
escribe lo siguiente sobre el análisis que sus estudiantes hacen de Lolita:

“Finalmente quedó reducido a una sola cuestión: es Lolita una puta, o fue ella una
víctima?… Podríamos producir evidencia para ambos argumentos. Pero no tenemos un lenguaje,
un marco en el cual Lolita podría haber deseado a Humbert Humbert, jugando con el sexo,
excitada por el poder que ejercía y la atención que ella recibía, y aun así estando absolutamente
sola, sin poder para abandonar su tormento o incluso contar su historia” (Harad, 2003: 89–90).

En este artículo, busco hacer espacio para las narrativas sexuales de Lolita por medio de llamar la
atención a la muerte de las voces de las adolescentes y la negación de su capacidad sexual en los discursos cultural y
jurídico sobre sexting consensuado. Argumento que los discursos hegemónicos legal y cultural respecto del sexting,
incluyendo el enmarca miento del sexting como pornografía infantil, emplea un "mecanismo de censura, que no sólo
circunscribe "los parámetros sociales del discurso hablable, de lo que será y no será admitido en el discurso público"
(Butler, 1997: 132), sino que también reifica a las adolescentes como objetos sexuales, para ser vistas pero no oídas.
Propongo por tanto, concentrarnos en las voces de las adolescentes en este debate, para que así los actores
culturales y legales lleguen a conocer mejor los "perpetuos espirales de poder y placer"(Foucault, 1978: 45)
experimentados por las jóvenes, y para retar la expansión de los poderes punitivos de la ley, el crecimiento
desproporcionado de las leyes estadounidenses sobre pornografía infantil, tanto como su celosa aplicación por los
fiscales estadounidenses.
Este artículo se inicia con un breve repaso de la construcción cultural y legal del sexting. Partiendo
de la posición de que el lenguaje tiene una función performativa, o constitutiva, y no una meramente descriptiva, un
análisis crítico del discurso lingüístico dominante y de las representaciones visuales del sexting en la prensa, online,
en la cobertura televisiva, y en los argumentos y fallos jurídicos. La mayor parte de la cobertura mediática
acumulada para este artículo deriva de la búsqueda realizada sobre el término "sexting", en el motor de búsquedas
Google, en las bases de datos de Factiva y LexisNexis Academic – Canadian, y en los sitios web de las cadenas
televisivas estadounidenses entre 2005 y 2010. Dado que mucha de esta cobertura es alimentada por, y alimenta a,

+
Los términos ingleses “sext”, “sexters” y “sexting”, son neologismos (que expresan la acción de enviar mensajes sexualmente
sugestivos por medios electrónicos, o que designan a quienes realizan esta actividad), por lo tanto no tienen una traducción al
español fijada. A los fines de este documento, traduzco “sext” por sextean (pues expresa un sentido similar a “mensajean”),
mientras dejo sin traducir las expresiones “sexting” y “sexters” (persona que realiza sexting).
5
"Feminismo de la tercera ola" se refiere a la "generación de jóvenes feministas (quienes) deben todavía considerar muchas de
las cuestiones politizadas por la segunda ola, tales como la violencia contra las mujeres, los derechos reproductivos, la igualdad
laboral, la pobreza, el militarismo y los derechos de los niños. Pero el contexto cultural de la tercera ola es bastante diferente:
posmodernismo, post- estructuralismo, post-colonialismo, antirracismo, las teorías queer y trans, junto con el post-feminismo,
el capitalismo global, las corporaciones de medios masivos de comunicación y los avances tecnológicos, hacen que el contexto
de esta generación -así como sus métodos de resistencia -les sean muy propios… Las mujeres jóvenes… ofrecen un nuevo marco
para el entendimiento de los movimientos sociales y el cambio social, nuevas formas de conocer y de ser que son necesarias
para nuestros tiempos"(Karaian and Mitchell, 2009: 65).
la respuesta legal al sexting, también examino los escritos de hechos y los fallos judiciales en Miller vs. Mitchell
[2010], el primer caso que reta la constitucionalidad de las prosecuciones adolescentes por sexting. En la sección
final de este escrito se considera el impacto de los cercados culturales y legales contra las narrativas de las
adolescentes sobre el sexting y se emplea en la análisis post-estructural de la censura y el discurso sexual de Judith
Butler para demostrar cómo los intentos para proteger a las chicas por medio de formas explícitas o implícitas de
censura, las posicionan fuera del "dominio de lo hablable" (Butler, 1997:133), paradójicamente reificando su estatus
como objetos sexuales fetichizados y generando el mismo mal que la ley busca remediar. Finalmente, para
contrarrestar el descrédito hegemónico de las narrativas de las adolescentes sobre estas prácticas, resalto las contra
narrativas de las adolescentes en dos estudios cuantitativos recientes sobre las actitudes de la juventud respecto del
sexting, con contribuciones de las adolescentes a las discusiones online ampliamente dedicadas a este tema y por
medios de los análisis emergentes de las feministas de la tercera ola respecto de cómo la jóvenes consideran el
riesgo, la respetabilidad y la privacidad.
Debe notarse que no alego estar mejor ubicada o equipada para conocer o acceder a la
"auténtica voz" de Lolita o a los "verdaderos" yoes sexuales de las adolescentes, ni sugiero que las voces presentadas
acá sean representativas de todas las adolescentes sobre el sexting. En cambio, habló de los posibles efectos que la
censura puede tener sobre las narrativas contra-hegemónicas, abiertamente ambivalentes y complejas de las
adolescentes respecto su expresión sexual digital. Considero que las voces individuales de las adolescentes como
potencialmente transformadoras, pudiendo llegar a tener un efecto de abajo -arriba en la gran cultura que es tan
poderoso como el efecto arriba -abajo de la ley y otros cambios estructurales" (Bodey and Wood, 2009: 328). En
adición, no es la meta de este artículo, como alguno pudiera temer, el negar la gravedad de la explotación sexual de
la juventud y de las adolescentes en particular. Habiendo dicho esto, el foco aquí está particularmente en el daño de
censura la expresión sexual privada de los jóvenes, un daño que la Corte Suprema de Canadá encuentra "sobrepasa
el tenue beneficio (de prohibir grabaciones privadas auto realizadas) pueda conferir en la prevención del daño a los
niños (…). El objetivo es por tanto establecer el potencial de las narrativas existentes de las adolescentes sobre la
expresión sexual digital consensuada y exponer las hipérboles que las respuestas de la cultura y la justicia respecto al
sexting constituyen en los Estados Unidos.

La construcción cultural y legal del "miedo al sexting".

Mi análisis cualitativo de la cobertura internacional, nacional y local de los medios de


comunicación sobre el sexting, revela la construcción del sexting como una práctica significativa y esencialmente
dañina para la juventud y para las adolescentes en particular. Los casos de sexting son descritos en términos tan
hiperbólicos como "estremecedoramente comunes" (CBS News, 2009), una "epidemia" (Nazarali, 2010; Schulman,
2009) y como "atemorizante" (Maclean’s, 2009). Esta "perturbadora" (Stone, 2009) y "peligrosa senda adolescente"
(ABC 7 News, 2008) es también descrita como comportamiento "riesgoso y alarmante" (LexisNexis Martindale-
Hubbell, 2010) resultando en "trágicas consecuencias" (Barbieri, 2009) tales como la explotación sexual (CBC News,
2009), el encarcelamiento (Koch, 2009), el quedar registrado como delincuente sexual (Feyerick and Steffen, 2009) y
daño emocional y psicológico resultante en suicidio (Kranz, 2009).). Los adolescentes son advertidos acerca de cosas
tales como que no existe el "sexting seguro" (Goldsmith, 2009).) y a los padres se les implora que "peleen contra"
(Reader’s Digest USA, 2009), y para que ayuden a sus hijos a evitar las negativas consecuencias tales como
vergüenza, humillación, la aislación social, depresión, ciber-bullying, ciber acoso, cargos criminales, registro de
ofensores sexuales, encarcelamiento, suicidio y abuso sexual. Sólo una pequeña minoría de la cobertura se refiere a
la práctica en términos menos alarmistas tales como "la forma actual del juego de la botella" (Black, 2009;
Cummings, 2009) o como "flirteo de alta tecnología" (LexisNexis Martindale-Hubbell, 2010).
Como sugerí más arriba, alimentando el pánico moral sobre el sexting un aparente deseo de
proteger a las jóvenes blancas, heterosexuales, de clase media o alta, "respetables" al mismo tiempo de los
predadores sexuales y de sí mismas. Que éste sea el foco es poco sorprendente dado que, como muestra Amy
Hasimoff, de estas jóvenes "se espera que se adecuen al estándar idealizado para la propiedad sexual femenina (y
como tal) sus transgresiones sexuales son vistas como inesperadas, dignas de mención y particularmente
preocupantes" (Hasinoff, 2010:3). Mi revisión de las imágenes que acompañan las noticias en los medios, de la
cobertura legal y ficcional del sexting revela que la figura más frecuentemente reputada como necesitada de
protección es una joven adolescente blanca, delegada, bien vestida, generalmente rubia o de cabello claro y largo.
Esta descripción demográfica de las adolescentes es también presentada en los otros shows diurnos, tales como Dr.
Phil o el Show Tyra Banks, donde el sexting es calificado a la vez como un "alocado sendero adolescente" (…) y como
una "senda atemorizante" (…) y las jóvenes que lo realizan son ridiculizadas por su comportamiento. Por ejemplo, el
episodio de Tyra Banks sobre "sexting adolescente" termina con Banks, una ex supermodelo frecuentemente sobre
expuesta con poca ropa, avergonzando a las jóvenes por decidirse a realizar sexting. Banks procede a explicar
entonces a las jóvenes que ellas son "hermosas en el interior" y que al entender esto ellas deberían evitar participar
en esta práctica objetivante.
Una presentación similar de las adolescentes domina las representaciones ficticias del sexting.
Por ejemplo, en el reciente episodio de "Ley Y Orden: Unidad De Víctimas Especiales" titulado "Crush" (2009),
imágenes desnudas de Kim, una estudiante de secundaria, enviadas a su novio empiezan a circular en su escuela.
Subsecuentemente, Kim víctima de burlas, les han enviadas amenazas de muerte y eventualmente es empujada en
las escaleras. Mientras se encuentra en coma sale a la luz que alguien (su novio, el receptor intencional del sexting
original) ha estado abusando físicamente de ella. Cuando Kim sale del coma y se rehusa a revelar el nombre de su
abusador, el fiscal intenta "protegerla" de una mayor victimización al forzar la a revelar a su abusador o ser acusada
por la posesión y distribución de pornografía infantil. El título del episodio, "Crush"* (Aplastada), entonces toma
múltiples tácitas y explícitas connotaciones negativas; implica que las adolescentes "enganchadas de…" o "muertas
por…" alguien, y que expresen su deseo digitalmente, podrían literalmente exponerse a sí mismas al peso aplastante
de la sanción legal, al acoso que concluye siendo empujada por las escaleras, al abuso físico y a la destrucción de su
"imagen de chica buena".
El salto de la representación cultural a la legal de la realidad es corto e interconectado. Mucho del
pánico moral en torno al sexting es alimentado por la cobertura mediática de la respuesta legal punitiva a esta
práctica. Obteniendo una gran cobertura de los medios encontramos la decisión de la Corte De Apelaciones De Los
Estados Unidos de Miller vs. Mitchell (2010), el primer caso en el que se pone en duda la constitucionalidad de
procesar adolescentes por sexting. Miller vs. Mitchell es el resultado de la respuesta legal al "escándalo" de sexting
que salió a la luz en una escuela secundaria en Tunkhannock, Pennsylvania, en octubre de 2008 cuando personal de
la escuela descubrió fotografías de varias estudiantes adolescentes, semidesnudas y desnudas, blancas,
heterosexuales, de clase media, en varios teléfonos celulares de estudiantes. Dos de las tres jóvenes, Marisa Miller y
Grace Kelly, tenían 12 o 13 años de edad en ese momento, se mostraban de la cintura hacia arriba con sostenes
blancos opacos. Una estaba hablando por teléfono, la otra estaba haciendo la señal de la paz (Miller v. Mitchell, 8).
La tercera joven, Nancy Doe, estaba envuelta en una toalla blanca opaca, justo debajo del pecho, aparentando como
si recién saliera de la ducha (Miller v. Mitchell, 9). Tras enterarse de que estudiantes varones habían estado
intercambiándose las imágenes a través de sus teléfonos celulares, el personal escolar entregó los teléfonos a la
Oficina del Fiscal de Distrito de Wyoming, donde el fiscal de distrito George Skumanick declaró públicamente que
"los estudiantes que posean imágenes inapropiadas de menores podrán ser procesados por "abuso sexual a
menores"" (Miller v. Skumanick, para. 15). Unos pocos meses después de Skumanick envió una carta a los padres de
entre 16 y 20 estudiantes -a quienes aparecían en las fotografías y aquellos en cuyos celulares las imágenes estaban
guardadas, pero no a aquellos que habían distribuido las imágenes- informándoles que cargos por el delito de
pornografía infantil podrían serles imputados, a menos que los menores se comprometieran a un régimen de
libertad condicional, pagaran US$100 de inscripción y completaran un programa educativo, de seis a nueve meses,
desarrollado por Skumanick conjuntamente con el Centro de Recursos para Víctimas y el Departamento De Libertad
Condicional Juvenil (Miller v. Mitchell, 7–8). Si resultaban convictos de estos cargos criminales los menores se
enfrentaban a una sentencia de siete años de cárcel, a tener un prontuario permanente, y a estar sujetos a la ley
Megan de registro (de criminales sexuales) al menos por 10 años y a que sus nombres e imágenes sean mostradas en
el sitio de Internet estatal para criminales sexuales (Miller v. Skumanick, para. 16–17).
Tres familias, conjuntamente con la Unión por las Libertades Civiles Estadounidenses de
Pennsylvania, se rehusaron a aceptar estas condiciones e iniciaron una demanda para obtener una orden restrictiva
temporaria para prevenir que el Fiscal de Distrito imputase contra sus hijas cargos criminales. Ellos alegaban que la
orden de Skumanick era una represalia por su negativa a presentarse al programa de educación en violación de:

“El derecho de los menores a la libertad de expresión acorde con la Primera Enmienda,
siendo su expresión su aparición en dos fotografías;… represalia en violación al derecho de los
menores según la Primera Enmienda a verse libres de cualquier discurso impuesto, siendo el
discurso impuesto el ensayo obligatorio del programa educativo en el que explican cómo sus
acciones fueron erróneas; y… represalia en violación de la Decimocuarta Enmienda, sustantiva al
derecho al debido proceso de los padres a dirigir la educación de sus hijos, siendo la interferencia

*
El término inglés “crush”, significa literalmente “aplastar o machacar algo”. Pero en el lenguaje coloquial entra a formar parte
de expresiones como “crush-on”, que significa “enamorarse” o, en un sentido más metafórico, “perder la cabeza por…” o “estar
loco por…”.
ciertos elementos en el programa de educación que caen dentro del dominio de los padres, no del
Fiscal de Distrito(Miller v. Mitchell, 16–17)”6.

Los litigantes argumentaron que, mientras Skumanick podía personalmente desaprobar el hecho
de que las chicas se permitieran fotografiaran como lo hicieron, en sus palabras "provocativamente" (Walczak et al.,
2009: para. 23), las dos fotografías en cuestión "no fueron hechas por medio del abuso o la coerción de las jóvenes,
no fueron hechas con propósitos comerciales, y no muestran actividad sexual o manifestación lasciva de los genitales
o de la zona púbica (para. 63). Por lo tanto las fotografías eran legales y por ello constituían una expresión protegida
por la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. Al ser consultada sobre esta materia, la corte del
distrito focalizó su revisión constitucional sobre las cuestiones alegadas en segundo y tercer lugar, y las partes no
apelaron el primer alegato a la corte de apelaciones.
Con respecto al reclamo de Jane Doe sobre la autonomía de los padres de acuerdo con la
Decimocuarta Enmienda, la Corte De Apelaciones acordó con ella que las lecciones incluidas en el programa de
educación de un fiscal de distrito que ha "públicamente declarado que las adolescentes que voluntariamente posean
una foto vistiendo un traje de baño violan el estatuto sobre pornografía infantil de Pennsylvania" (Miller v. Mitchell,
23–34).). La corte encontró que "un fiscal de distrito individual no puede forzar a los padres a que le permitan que
imponga sobre sus hijos sus ideas de moralidad y sobre los roles de los géneros… Mientras que podría haber sido
constitucionalmente permitido para el fiscal de distrito en ofrecer esta educación voluntariamente (esto es, libre de
las consecuencias por no concurrir), él no tenía la libertad de coaccionar la concurrencia por medio de la amenaza
con el procesamiento" (Miller v. Mitchell, 23–34). Con respecto a los derechos de los menores la corte encontró que
"la acción del gobierno que requiere establecer un mensaje particular favorecido por el gobierno, viola el derecho de
la primera enmienda sobre restricciones al discurso". La corte condena el requerimiento de que a la menor "se le
pida que explique por qué sus acciones fueron malas (presumiblemente como cuestión moral, no legal)" en el
contexto de un programa que se propone el enseñar "qué significa ser una chica; auto respeto sexual, (e) identidad
sexual" (Miller v. Mitchell, 27). La corte sigue de esta forma cuando declara que "Qué significa ser una chica en la
sociedad actual", puede que sea una inquietud sociológicamente importante, pero en este caso se haya
desconectado de los sistemas de justicia criminal y juvenil" (Miller v. Mitchell, 27).
La construcción notablemente alarmista, reduccionista y moralista que los medios de
comunicación hacen sexting, así como también el fervor con el cual el procesamiento judicial ha sido, al mismo
tiempo, amenazado y realizado, manifiesta las relaciones disciplinarias entre padres, autoridades escolares, fiscales y
adolescentes que no son meramente punitivas, sino que también son productoras del sexting y de los adolescentes
que lo realizan, como objetos para el pensamiento. Mientras que una variedad de la juventud y de la actividad del
sexting ha caído bajo las redes de criminales de la pornografía infantil, lo expresado arriba revela que no todos los
sexters y su expresión digital han sido construidas en los mismos términos. El dominio de estos discursos trabaja
para excluir y desconocer las narrativas propias de las jóvenes adolescentes sobre las complejas dimensiones de lo
social, lo psicológico y lo sexual/erótico de sus propias experiencias y trabaja para reificar en la ley de Nabokov, y
subsecuentemente en la Durham, a Lolita, ese vulnerable objeto de deseo sexual. Es hacia una consideración más
cercana de los procesos y efectos de tal desconocimiento, hacia donde avanzo.

Discurso, censura y la negación de la subjetividad sexual de las adolescentes.

De acuerdo con Judith Butler, la producción de los sujetos toma lugar no sólo a través de la
regulación del discurso del sujeto, sino también a través de la regulación del dominio social del discurso hablable
(Butler, 1997: 133). Entonces, "volverse un sujeto significa estar sometido a una colección de normas implícitas y
explícitas que gobiernan la clase de discurso que será leído como discurso de un sujeto" (1997: 133). Partiendo de la
teoría sobre el discurso y la subjetividad de Butler, intento de mostrar en esta sección, algunos de los procesos por
medio de los cuales los discursos social y jurídico dominantes sobre el sexting han abjurado las perspectivas de las
jóvenes blancas, de clase media y heterosexuales, por tanto han restringiendo el dominio de lo decible y personifican
una forma productiva de poder que las vuelve cada vez más ininteligibles como sujetos sexuales. Como una forma de
contrarrestar este cerramiento, resaltó algunas de las normas y prácticas de censura implícitas y explícitas que han
silenciado las narrativas propias de las jóvenes, luego contrapongo estas con las voces de las adolescentes
encontradas en dos estudios sobre sexting realizados en Internet, en contribuciones sobre el tema en una discusión

6
Skumanick eventualmente decidió no presentar cargos contra Marisa Miller y Grace Kelly. Mientras esto fue declarado
verbalmente, Skumanick no retiró su apelación respecto de estas dos menores y sus madres y por ello sus nombres,
conjuntamente con el recientemente nombrado fiscal de distrito, Jeff Mitchell, quien se hizo cargo de la oficina en enero del
2010, son citados en el nombre del caso (Miller vs. Mitchell, 9, 14).
online, y en los análisis emergentes de las feministas de la tercera ola sobre el riesgo, la respetabilidad y la
privacidad en relación con la expresión y la capacidad sexual de las adolescentes.
Claramente, la censura legal explícita de la expresión sexual digital de los adolescentes es
evidenciada por su clasificación del sexting como pornografía infantil. De acuerdo con Amy Adler, las previsiones
estatutarias estadounidenses y los casos de ley sobre pornografía infantil han expandido la definición de pornografía
infantil en gran medida desde su "descubrimiento" por el público en los años 1970 (Adler, 2001: 230). Las
previsiones estatutarias incluyen el paso del Acta Para La Protección De Los Niños Contra La Explotación Sexual de
1977, el Acta de Protección de los Niños de 1984 y el Acta De Prevención De La Pornografía Infantil de 1996. En
adición, una miríada de decisiones legales desde Nueva York vs. Ferber en 1982, donde unánimemente la Corte
Suprema creó una excepción a la Primera Enmienda al proclamar que la "pornografía infantil" constituye una
categoría del discurso sin protección constitucional, ha trabajado para extender la definición de pornografía infantil.
En el caso de los Estados Unidos vs. Knox la corte del tercer circuito ratificó las penas impuestas a Knox por poseer
videotapes con acercamientos a las zonas genitales de niñas de vestidas. La corte encontró que la definición de
pornografía infantil no requería que el niño esté desnudo. En respuesta, Adler anota,

“Si empujamos la definición en el caso actual hasta el extremo, parecieran verse


amenazadas todas imágenes de niños sin ropas, sean obscenas o no, e incluso las imágenes de
niños vestidos, si es que alcanzan la borrosa definición de "lascivo" u "obsceno". Entonces, la
espaciosa ley ha probado ser un excelente vehículo para la vigilancia de los fiscales (Adler,
2001:240)”.

Mientras que este contexto legal ha promovido grandemente la clasificación actual de los
adolescentes que realizan sexting como "pornógrafos infantiles" y, por tanto, exime a la imaginería sexual producida
consensualmente por ellos de las protecciones sobre la libertad de expresión de la Primera Enmienda, Butler sugiere
que las "formas implícitas de censura (que) pueden ser, de hecho, más eficaces que las formas explícitas de reforzar
el límite de lo hablable" (Butler, 1997:130). La censura implícita consiste de "las operaciones implícitas del poder que
regulan de formas indecibles, lo que permanecerá indecible" (1997:130). De acuerdo con ella, la censura implícita
"excede los límites de la definición legal e incluso desarrolla la ley como uno de sus instrumentos" (1997:128). Con
respecto al sexting, la censura implícita se evidencia en el privilegiar las narrativas sobre el sexting que no son
producción propia de los adolescentes; estas incluyen la intersección de representaciones ficticias de las
adolescentes como seductoras involuntarias (Nabokov, 1955), de discursos médicos sobre el sexting que reemplazan
la capacidad con "alteraciones hormonales" (Zurbriggen et al., 2007), de discursos sociales que construyen una
imagen de las adolescentes como desechos de la creciente sexualización de la cultura popular (Papadopoulos, 2010)
y el rápido desarrollo de la tecnología en la sociedad (Bauerlein, 2008), del discurso feminista mayoritario de la
segunda ola contra la pornografía, que sitúa a las jóvenes como víctimas sexuales que sufren de falsa conciencia a
expensas de la opresión patriarcal (Durham, 2008);, de discursos legales que enfatizan la "auto explotación sexual"
de las adolescentes (Leary, 2008); y de los discursos de los padres, como el testimoniado en Miller vs. Mitchell, que,
a pesar de su confianza en una retórica de la libertad de expresión, crean las imágenes de sus hijas desnudas y
semidesnudas como necesariamente asexuales y por tanto constitucionalmente protegidas. Juntos, estos discursos
generan un cercado implícito a las formas alternativas de conocer y de ser que la juventud expresa cuando hablan
del sexting. Esto es evidenciado en la omisión de las definiciones propias de los jóvenes sobre sexting en los
dominios arriba mencionados; el hecho de que la mayoría de la juventud ni siquiera se refiera al sexting como
sexting, ni siquiera aparece en ninguna de las respuestas sobre sexting documentadas arriba. Aun así, de acuerdo
con la segunda definición más popular en Urban Dictionary (un diccionario online que se autodescribe como "el
diccionario que tú escribes. Define tu mundo"), sexting es "un término creado por los medios para referirse al envío
de mensajes de texto sexualmente explícitos. El término es usado por los adultos que están fuera de la onda, y no
por los individuos que verdaderamente envían los mensajes". El autor de la definición continúa dando el siguiente
ejemplo, "…: "en otras noticias, adolescentes en Hicktown, Pennsylvania, fueron atrapados "sexting" en clases, y
fueron rápidamente reportados a las autoridades locales tanto como a sus padres". Esta definición alternativa se
refiere a hechos que llevan a Miller vs. Mitchell y revelan el proceso por el cual la censura precede a la expresión
cultural y "es en algún sentido responsable por su producción" (Butler, 1997:128). Esto es, estas reglas gobiernan la
inteligibilidad de un determinado discurso y revelan un "campo de posibilidades lingüísticas ya circunscripto "
(Butler, 1997:129). Muestran como el miedo moral alimenta, y es alimentado por, las construcciones que hacen los
medios del sexting ,siendo ellas mismas productos de las determinaciones de lo que es, y de lo que no es, aceptable
en el discurso sexual de la juventud en general y "respetable" para las jóvenes en particular. La definición alternativa
provista por Urban Dictionary entonces apunta hacia una fisura lingüística y actitudinal existente que ha escrito los
discursos privilegiados, incluyendo aquellos de las autoridades adultas tales como los padres, las autoridades
escolares, las feministas de la segunda ola y los actores jurídicos. De esta forma, estas prácticas de censura implícita
pueden ser vistas como no únicamente "dirigidas contra las personas o contra los contenidos de su discurso, (sino
también como) un modo de producir el discurso, restringiendo anticipadamente lo que se volverá o no discurso
aceptable, (y como tal) no puede ser entendida exclusivamente en términos de poder judicial" (Butler, 1997:128).
Una reconsideración crítica de la necesidad de "salvar a Lolita", como inventada por los teóricos
sociales, culturales y jurídicos, es central para las feministas de la tercera ola desde hace mucho; particularmente en
las lamentaciones de la tercera ola sobre el protagonismo que la segunda ola del feminismo tiene sobre el borrado
histórico de la cuestión de la complejidad del poder y el erotismo del sexo, el peligro y el placer. Las voces de la
tercera ola son frecuentemente las de aquella generación mujeres jóvenes quienes al mismo tiempo se beneficiaron
de, y criticaron a, las políticas sexuales y de género de la segunda ola. Numerosas feministas de la tercera ola
abrazan a Butler como resultado de su trabajo sobre género, sexualidad y transformación (1990, 1998, 2004). Las
autoproclamadas miembros de la tercera ola citadas aquí enuncian sus propias preocupaciones sobre el terreno
personal y político dentro del cual ellas deben existir como sujetos sexuales. Por ejemplo, Caitlin Fisher, en su
artículo "La interioridad sexual de los jóvenes: rompiendo el silencio del feminismo sobre los deseos de las
adolescentes", escribe, "mientras entro en mis 30, encuentro dificultoso el proclamar un espacio teorético para la
adolescencia que recuerdo como sexualmente empoderada y eróticamente complicada de maneras en las que el
feminismo con el que crecí no ayudaba a explicar" (Fisher, 2002:54 -55). En un esfuerzo por proveer tal espacio como
perteneciente a las complejas experiencias de sexting de las jóvenes, dos estudios claves de Internet son
considerados aquí, cada uno de los cuales revela un mucho más matizado, placentero y activo entendimiento de las
motivaciones de las adolescentes y la relación con la producción, el consumo y el compromiso con la expresión
sexual digital. Ambos estudios son ampliamente citados en la literatura emergente sobre sexting y aun así son
referidos como fuentes que hablan de la extensión del "problema". El primer estudio, es una encuesta online
realizada en 2008 conjuntamente por la Campaña Nacional para Prevenir los Embarazos Adolescentes y No
Deseados y Cosmo Girl, que resultó en un reporte titulado Sexo Y Tecnología: resultados de una encuesta a
adolescentes y jóvenes adultos. De los 1280 mujeres y varones encuestados indagados, 653 eran adolescentes
(edades 13 -19) y 627 de los encuestados eran jóvenes adultos (20 -26). Descrita como "el primer estudio público de
su clase para cuantificar la proporción de los adolescentes y jóvenes adultos que hayan enviado o posteado textos e
imágenes sexualmente sugestivos" la encuesta establece "una mejor comprensión de la intersección entre sexo y
ciberespacio con respecto a las actitudes y el comportamiento" (2008:1). Para los propósitos de la encuesta,
"imágenes/videos sexualmente sugestivos" incluyen "imágenes o videos personales desnudos o semidesnudos
realizados de uno mismo y que no se hayan en Internet, o fueron recibidos de extraños (como el spam), etc.
Mensajes sexualmente sugestivos (incluyendo) escritos personales de textos, e-mails, IMs, etc. -y no aquellos que
usted pueda recibir de extraños (como spam), etc." (2008:5). El resumen de sus descubrimientos enfatizan en
sobremanera a las muchachas como opuestas a los muchachos en esta cuestión. Esto puede hablar de la audiencia
pretendida de Cosmo Girl; como sea es igualmente posible que, dada una conciencia social general de los dobles
estándares de los géneros, referidos a lo que es considerado sexualmente permisible para cada grupo generalmente,
el reporte busca interrumpir la interpolación de las adolescentes como objetos pasivos sexualizados (2008:1), en vez
de sus contrapartes heterosexuales masculinos, quienes son ampliamente representados como capaces, activos,
presumidos, seguros de sus deseos y necesidades siempre a la búsqueda de sexo y placer (Kimmel, 2005).
De los 653 adolescentes encuestados, el 20% dijo "que ellos habían enviado/posteado imágenes o
videos con desnudos o semidesnudos de sí mismos". El número fue levemente superior para las adolescentes (22%)
comparadas con los muchachos (18%). El estudio también divide a las adolescentes en un subgrupo de jóvenes
mujeres adolescentes (entre las edades de 13 y 16), el 11% de las cuales ha participado en esta actividad. Más
comunes que las imágenes sexualmente sugestivas fueron los mensajes sexualmente sugestivos. De todos los
adolescentes encuestados, el 39% ha enviado mensajes sexualmente sugestivos, incluyendo mensajes de textos, e-
mails y mensajes instantáneos (IM). Ese número fue ligeramente superior para los adolescentes varones (40%)
contra las adolescentes (37%). Ambos conjuntos de números se incrementan a medida que los adolescentes se
vuelven jóvenes adultos (2008:1).
Entre los adolescentes quienes han enviado contenido sexualmente sugestivos, el 66% de las
chicas y el 60% de los chicos dijo que lo habían hecho para ser "divertidos o coquetos" -la razón más común para
enviar contenido sexual; el 52% de las jóvenes lo hizo como "un regalo sexy" para sus novios; el 44% de ambos
grupos dijo que habían enviado mensajes o imágenes sexualmente sugestivas en respuestas a contenido recibido de
ese tipo; el 40% de las adolescentes dijo haber enviado imágenes o mensajes sexualmente sugestivos como "una
broma"; el 34% de las adolescentes dijo que enviaron o postearon contenido sexualmente sugestivos para "sentirse
sexy"; el 12% de las adolescentes se sintió "presionadas" para enviar imágenes o mensajes sexualmente sugestivos.
Casi con cifras similares los adolescentes encuestados piensan que "en gran medida" o "de alguna manera" que la
actividad de enviar mensajes sexualmente sugestivos o imágenes/videos desnudos/semidesnudos de sí mismo es al
mismo tiempo "coqueteo" (61%), "excitante" (49%) y "caliente" (46%) tanto como "peligroso" (67%), "estúpido"
(57%) y "grosero" (39%).
En septiembre de 2009, se realizó otro proyecto conjunto, esta vez entre Associated Press y MTV,
pensado para "cuantificar como los jóvenes son afectados por y responden al sexting, al acoso digital y al abuso en
las citas digitales". Enmarcada como una Encuesta sobre el Abuso Digital, el reporte resultante, titulado Una Delgada
Línea, buscó atraer la atención de la juventud hacia la "delicada línea" que existe entre "lo que puede empezar como
una broma inofensiva" y "algo que puede terminar teniendo un serio impacto en ti o en alguien más"
(www.athinline.org). A pesar de que el estudio mezcla todas las formas de sexting con prácticas negativas tales como
el acoso digital y el abuso en las citas digitales, sus descubrimientos también revelan un entendimiento más
complejo del sexting que el presentado por los medios o por las fuentes legales. La encuesta online entrevistó 600
adolescentes (definidos como aquellos entre las edades de 14 y 17) y 647 adultos (definidos como aquellos entre las
edades de 18 y 24). Los encuestadores encontraron de que tres de cada siete jóvenes reportan haberse vistos
envueltos en algún tipo de sexting desnudo". Aproximadamente un tercio de los involucrados en actividades
relacionadas al sexting, la incidencia sobre todo es mayor entre los 18 -24 años (33%) que entre los 14 -17 años
(24%). Mientras que las mujeres son un poco más propensas a compartir fotos o videos desnudos de sí mismas
(13%), los hombres no están tanto más atrás con una tasa de 9%. Estas fotos desnudas o videos son mayormente
compartidas con un "otro significativo o alguien con interés romántico". Como sea, el 29% de quienes sextean
reportan enviarlos a gente a quienes sólo conocen online y que jamás han conocido en persona. De acuerdo con ese
estudio, "el 11% de los participantes reporta que han sido presionados para enviar una foto o video desnudos de sí
mismos a alguien más". El estudio también reporta que "las personas jóvenes tienen una compleja mirada del
sexting, con respuestas que caracterizan todo desde "caliente" y "confiable" a "incómodo" y "cachondo". Quienes
están involucrados en sexting es más probable que usen palabras como "flirteo", "excitante", "caliente", "divertido"
y "confiable" para describir la práctica, mientras que aquellos que no lo hacen es más probable que usen palabras
como "grosero", "incómodo" y "estúpido".
Sobre todo, la imagen que emerge de estos estudios de Internet habla de las complejas espirales
de placer y peligro que los jóvenes que realizan sexting no sólo experimentan sino que también parecen aceptar. En
alguna medida, entonces, estos estudios pueden activamente interrumpir y problematizar el discurso de la
capacidad mental sobre el que la ley descansa cuando niega a la juventud su derecho a la expresión sexual. Por
ejemplo, el argumento de que la juventud no entiende los riesgos del sexting y por tanto debe ser protegida de este
por medio de criminalización, es desarticulado por el Estudio de Sexo y Tecnología el cual encuentra que el 75% de
los adolescentes y el 71% de los jóvenes adultos acuerda con, y sabe que, enviar contenido sexualmente sugestivos
"puede tener serias consecuencias negativas" y el 79% de los adolescentes y de los jóvenes adultos concuerda con
que "uno debe estar advertido acerca de que los mensajes se sexis y las imágenes/videos pueden acabar siendo
vistas por alguien más que el receptor/es intencional/es" (2008:15) a pesar de esto, ambos adolescentes y jóvenes
adultos (y debe notarse adultos de todas las edades) envían/postean estos mensajes imágenes con alguna
regularidad. Esta forma de hablar de la posibilidad de que el "peligro" ocurra o de los riesgos percibidos del sexting
del que surge placer, o el que exista una re-consideración y rechazo de la comprensión normativa del riesgo, la
respetabilidad y la privacidad, cada uno de los cuales se intercepta con los otros y son entendidas diferentemente
por la juventud de una nueva generación; por ejemplo, según nota la crítica cultural Emily Nussbaum en su artículo
"Diciendo todo", que para una generación de muchachas que han crecido "exponiéndose a ellas allí afuera… los
beneficios de ser transparente hacen que el riesgo valga la pena" (2007:405). Ella va más allá para sugerir que:

“Las personas jóvenes… son las únicas quienes parecen haberse sumido en la realidad de
que una vida verdaderamente privada, ya es una ilusión… Así que puede ser el tiempo para
considerar la posibilidad de que la gente joven que se comporta como si la privacidad no existiera
es realmente gente cuerda… Bajo las circunstancias actuales, una creencia desafiante en
mantener las cosas cerca de su pecho, puede que no lo más inteligente. Puede que haya un
artefacto – pintoresco y naïve, como cierta creencia en que la virginidad mantiene a las señoritas
puras (2007:415)”.

Los jóvenes entonces, de acuerdo con Nussbaum, han expuesto las nociones normativas de
“respetabilidad” y de “ingenuidad” de los adultos quienes piensan que pueden actualmente mantener su privacidad
completamente protegida, quienes siguen abrazados a la noción de que la separación de lo público y lo privado es
clara y necesariamente buena, y que el riesgo de ponerse a sí mismo allá afuera o el de mantener la imagen de chica
buena, no valen la pena. Puede ser entonces, que es a través de tomar este riesgo que la capacidad sexual de las
jóvenes se vuelve conocible. Como señala Butler
“Un sujeto que habla en el límite de lo hablable toma el riesgo de redibujar la distinción
entre lo que es y lo que no es decible, el riesgo de ser expulsado afuera, hacia lo indecible. Porque
la capacidad de los sujetos no es una propiedad del sujeto, una voluntad o libertad inherente, sino
un poder efectivo, que puede ser contenido pero no determinado anticipadamente. Sí el sujeto es
producido en el discurso a través de un conjunto de prohibiciones, entonces esta limitación
fundacional y formativa establece la escena para la capacidad del sujeto. La capacidad se vuelve
posible a condición de la prohibición”. (1997:139)

Aparte de las encuestas y estadísticas consignadas arriba existen unas pocas fuentes, sí es que
alguna, que soliciten comentarios directos de mujeres jóvenes y adolescentes sobre sus comportamientos
relacionados con el sexting y su entendimiento de los riesgos que implica, las nociones normativas de respetabilidad
y privacidad. Al momento de escribir, uno de los fórum online dedicados al tópico era el creado para solicitar
comentarios sobre el episodio referido al sexting del show de Tyra Banks (2009). Dado que Banks expreso su
desapruebo de las jóvenes que sextean, no es sorprendente que los comentarios expresados reflejen en gran
medida su interpretación de esta práctica. A pesar de eso, quienes disentían aprovecharon la oportunidad para
hacerse escuchar sus voces. Por ejemplo, Elizabeth escribió,

“…pienso que muchas chicas de mi edad (15) están haciendo sexting TODO EL TIEMPO y
que no es la gran cosa porque todos lo hacen y puede que no se trate necesariamente de una
fotografía sino que pueden estar discutiendo lo que van a hacer… y porque no son los chicos
hallados culpables por nada de esto??... Yo personalmente jamás he enviado sexting y no planeo
hacerlo nunca, pero todas mis amigas lo hacen y ellas no ven nada de malo con ello”
(http://tyrashow.warnerbros.com/2009/07/sexting.php?page=5#comments)

En otro lado en el sitio, Molly, Emily y Katherine realizan una fuerte condena por la respuesta de
Banks a su invitada. Ellas escriben:

“Somos adolescentes y estamos viendo el episodio sobre sexting. Tyra y la audiencia están
sobreactuando. Mensajearle a un chico cosas sexuales es simplemente otra manera de expresarte
a ti misma. La gente dice estas cosas en voz alta todo el tiempo; qué tiene de distinto, entonces, el
ponerlo en un mensaje de texto? El expresarse a una misma no es una cuestión que deba ser
discutida con tanto enojo… El uso de nuestros teléfonos para expresarnos, verdaderamente
debería ser la última de las preocupaciones de nuestros padres. Esto es ridículo. El tono de Tyra es
condesendiente y no les deja decir a las chicas lo que quieren decir. Ella hace que las chicas se
sientan incomodas. No hay vergüenza en ser una persona sexual”
(http://tyrashow.warnerbros.com/2009/07/sexting.php?page=8#comments)

Cuando narrativas como estas son descalificadas o desconocidas, los dobles estándares basados
en el género y las normas que definen a la chica “respetable” son reíficados a través de la negación de aquello a lo
que Butler refiere como la habilidad de cada uno para “consumar (su) estatus como un sujeto del discurso” (p.133).
Aquí, el doble sentido de consumación, que es, de coronación del estatus como un sujeto y el de la realización de
una relación sexual, son revelados como lingüística y ontológicamente interrelacionados y vueltos reales por el
miedo expresado a que el sexting vaya a llevar a las jóvenes a entablar sexo “real” (léase heterosexual, penetrativo).
Entonces, esto alimenta un discurso que llama a la “abstinencia del sexting”, paralelo al discurso de “abstenerse del
sexo” que prevalece en la cultura estadounidense. Este discurso de abstinencia personifica una forma implícita de la
censura, por medio de su relacionamiento con los mensajes de “respétate!” y “cuídate!”, sólo que ahora para poder
protegernos contra los peligros del sexo, uno debe evitar expresarse en la forma de sexting.
Esta conflación da forma al temario, para grupos separados por sexo, del que está hecho el
programa de educación diseñado para sexters y rechazado por la Corte en Miller vs. Mitchell. Para ambos grupos, el
femenino y el masculino, las dos primeras sesiones se focalizan en la violencia sexual y el tercero en el acoso sexual.
Una de las metas de la primera sesión del programa de las chicas era enseñarles sobre “comportamientos que
fomenten o alienten la violencia” (Miller Exhibit 2, 2 & 5). La cuarta sesión, para las chicas, fue titulado “Identidad de
Género-Fortalezas del Género” y el quinto “Concepto de sí misma”. Este último, declara entre sus objetivos el que
las participantes “ganen un entendimiento de lo que significa ser una chica en la sociedad actual, así como de sus
ventajas y desventajas. Identificar mujeres en la historia que hayan influenciado un avance de los derechos de las
mujeres. Identificar roles sociales y laborales no tradicionales. Aprender cómo las jóvenes/mujeres pueden
sobreponerse a las barreras sociales y alcanzar sus metas” (Miller Exhibit 2, 4). Uno de los fines declarados de la
primera sesión del programa para varones era enseñarles sobre “violencia contra la mujer” (Miller Exhibit 2, 2 & 5).
La cuarta y la quinta sesión para el grupo de los varones se llamaban “La relación entre las ideas sobre masculinidad
y violencia” y “¿Qué pueden hacer los muchachos y los hombres para detener la violencia contra la mujer?”. Los
jóvenes iban a “examinar los mensajes que jóvenes y hombres reciben de la sociedad sobre el concepto de
masculinidad” y “volverse más conscientes de los pensamientos, ideas o reacciones a las imágenes de los medios”
(Miller Exhibit 2, 7). Subyaciendo a la división en la forma en la que el peligro para la sexualidad es construido
diferentemente para los grupos de los chicos y las chicas, hay una censura implícita del deseo y la expresión sexual
de las chicas. Mientras que ambos grupos son alentados resistir las representaciones mediáticas centrales de la
masculinidad y la femineidad, sólo las adolescentes son implícitamente señaladas por invitar a la violencia sexual por
medio de sus comportamientos, léase: su impertinente expresión sexual. A las jóvenes se les requería que viesen el
video “Matándonos con suavidad” (Killing Us Softly), descripto como “un mensaje de los auspiciantes”; mientras que
los muchachos debían ver “Pinta de malo” (Tough Guise), descripto como “un examen de la relación entre las
imágenes de la cultura popular y su influencia sobre el concepto de masculinidad en los Estados Unidos” (Miller
Exhibit 2, 7). Ambos films hablan de la construcción social del género, pero “Matándonos con suavidad” trata
mayoritariamente de la sexualización y objetivación de las muchachas y las mujeres, mientras que “Pinta de malo”
deconstruye la construcción social de la masculinidad que está relacionada con la violencia y la dominación.
Mientras estos videos y sus mensajes son de gran significancia cuando queremos enseñarles a los jóvenes identidad
de género y la necesidad de ser consumidores críticos de los medios de comunicación, permanece el mensaje tácito,
por lo menos para las adolescentes, de que su auto-expresión sexual consensuada no sólo es auto-explotación
sexual, sino que es también una invitación para que otros las exploten sexualmente. Les corresponde, por tanto, las
adolescentes el abstenerse de los comportamientos sexuales que “fomenten y alienten” violencia; las chicas
adolescentes permanecen como guardianas de la propiedad sexual. Ellas deben elegir entre expresar deseo
digitalmente y el derecho a verse libres de la violencia. De esta forma, mientras que asentir a la expresión sexual
digital, es considerada mala para ambos grupos, solamente es moralmente inválida para las adolescentes. En una
forma similar a como los mitos sobre violaciones que sugieren que una mujer pide ser violada cuando lleva una
pollera demasiado corta, la relación implícita y errónea del auto-respecto con la capacidad de una adolescente para
censurar su expresión sexual la sitúa a ella como el problema y como tal cierra todavía más el dominio de su discurso
y por tanto de su subjetividad sexual. Los límites de tal clausura son otra vez capturados en escritos de la tercera ola,
notoriamente en la colección “Si significa si! Visiones del poder sexual femenino y de un mundo sin violaciones”
donde la estrategia imperante de “no significa no” para combatir el asalto sexual es criticada por “frenar la
consideración de cómo la supresión la capacidad sexual femenina es un elemento clave de la cultura de la violación,
y por tanto, cómo fomentar genuina autonomía sexual es necesaria para pelear contra ello” (Friedman and Valenti,
2008: 6).

Conclusión

En “El Busto. Guía para la chica del nuevo orden”, una de las más tempranas compilaciones de la
tercera ola feminista estadounidense, Debie Stoller escribe, “la cultura porno estadounidense está aquí para
quedarse” (Karp and Stoller, 1999: 82). Antes que lamentarse de este hecho, como una feminista de la segunda ola
anti-porno podría, Stoller dice que las mujeres jóvenes necesitan pelear por su derecho a la pornografía. Y, de hecho,
una nueva generación de mujeres jóvenes y chicas adolescentes parecen haber abrazado, en vez de intentar librar al
mundo de, imágenes sexuales que pueden técnicamente constituir no sólo pornografía, sino también pornografía
infantil. Extrañamente, como sea, va este cambio generacional de rumbo o re-consideración de la relación de los
factores de riesgo, respetabilidad y privacidad, hacia las valoraciones culturales y legales del derecho de las jóvenes a
la expresión sexual digital o hacia la valoración cultural y legal imperante sobre la capacidad sexual de las
adolescentes. Esto puede ser, como han argumentado algunas feminista de la tercera ola y pro-sexo, debido a la falla
de la segunda ola de feministas, entre otros, para teorizar el placer juntamente con el peligro (Friedman and Valenti,
2008; Rubin, 1998; Vance, 1984), particularmente para mujeres heterosexuales. Más recientemente esto ha sido
definido en términos la necesidad de teorizar sobre la habilidad de las mujeres jóvenes para decir “si”, al sexo o a las
expresiones sexuales. Así, mientras el artículo de la teórica jurista Katherine Franke “Teorizando el si” no se refiere a
la expresión sexual de la juventud per se, Franke considera que “puede haber llegado un momento intergeneracional
cuando deseemos desacralizar la relación sexo-peligro dentro de la teoría legal feminista –no para ignorar la
importancia de la violencia sexual para la mujer, sino para de-esencializar [de-essentialize] el estatus a priori del sexo
como lugar de peligro para la mujer y limpiándolo definitivamente de tal” (2001: 201). Quizás pueda ser útil acá el
partir del mismo principio que Frank usa para ilustrar su punto de vista. Ella escribe:
“Ahora les pregunto a mis estudiantes cual práctica hallarían más humillante, objetivante u
objetable: tener un jefe varón que, de la nada, te pide (i) que lo beses, (ii) que cuides a sus hijos
por él, o (iii) que seas responsable por servirle café en las reuniones de trabajo. Unas cuantas de
mis estudiantes femeninas eligieron el beso como el encuentro más objetable. Cuando discutimos
sus razones para elegir, no me fue nada fácil achacar su falla para hallar la “respuesta feminista
correcta” a una educación feminista empobrecida o a la falsa conciencia. Antes bien, pareciera
que el sexo se ha vuelto un menos “denso punto de transferencia para las relaciones de poder
(basadas en el género)” para algunas mujeres de una generación más joven que mis pares
feministas y yo” (Franke, 2001: 202–203).

La revaloración de Franke llega a través de un activo escrutinio de, y de la negativa a desoír, las
perspectivas de sus estudiantes. Al volver indecible la habilidad de las adolescentes para decir si al sexting, los
discursos cultural y legal dominantes no sólo han sumido a las jóvenes a una mayor regulación, sino que han
producido a las adolescentes ontológicamente como desconocidos sujetos sexuales. Como tal, un lenguaje o
contexto que les reconozca a las chicas adolescentes la habilidad para desear, para jugar con sexo, emocionarse con
su poder sexual y que aun así simultáneamente reconoce ser influenciada e incluso restringida por fuerzas
hegemónicas es necesario para cualquier valoración legal de, y en respuesta al, sexting. El procesamiento en curso
de las jóvenes que realicen sexting consensual demuestra las consecuencias de no “interrumpir lo indecible”, lo que
es descripto por Butler como “el desplazarse desde el sentimiento de un estar “cayéndome a pedazos” a la
intervención del estado para asegurar el encarcelamiento criminal o psiquiátrico” (1997: 136). Dada la sugerencia de
los teóricos legales de que en luz del “efecto Lolita” “un argumento de alguna forma fuerte puede sacarse de que la
auto-explotación que ocurre en cualquier instancia individual de sexting por una chica adolescente daña a todas las
jóvenes” (Calvert, 2009: 27), la relación entre discurso y subjetividad tal como se relaciona con la expresión sexual de
las jóvenes amerita una revisión crítica. Al hacer esto, lo actores culturales y jurídicos no sol evitarían contribuir a
poner en peligro a las jóvenes al convertirlas en el último objeto de deseo (Kincaid, 1998; Adler, 2001), estos contra-
discursos pueden también funcionar para detener la siempre expandida definición de pornografía infantil que
somete a las jóvenes a las peligros de la sanción criminal y puede presentar una oportunidad para avanzar en nuevos
caminos de saber y ser en el derecho.
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