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Índice
Staff Capitulo 11 Capitulo 23

Sinopsis Capitulo 12 Capitulo 24


Capitulo 1 Capitulo 13 Capitulo 25

Capitulo 2 Capitulo 14 Capitulo 26


Capitulo 3 Capitulo 15 Capitulo 27

Capitulo 4 Capitulo 16 Capitulo 28


Capitulo 5 Capitulo 17 Capitulo 29

Capitulo 6 Capitulo 18 Capitulo 30 4

Capitulo 7 Capitulo 19 Próximamente


Capitulo 8 Capitulo 20 Sylvia Mercedes

Capitulo 9 Capitulo 21
Capitulo 10 Capitulo 22
Staff
Traducción

Afrodita Atenea
Sirius Gatatea
Darkmoon Rea
Giennah Shiva
Sol Nehesenia
Sirenita Cibernética Saturno
Aurora Fireheart 5
Wings

Corrección
Moonbeam
Lyra

Revisión Final
Madusa

Diseño
Sadira
Sinopsis
EN LA OSCURIDAD DE SU CORAZÓN.

D
espués de quince años de encarcelamiento y soledad, la vida
de Soran Silveri se ve bruscamente interrumpida por la
llegada de una chica descarada, testaruda y de cabello
llameante. No puede rechazar sus peticiones de refugio, pero puede
resistirse a sus súplicas para que le enseñe magia. Si las sospechas que
alberga sobre ella resultan ciertas, aprovechar su potencial mágico
podría significar un desastre. 6
Nelle ha sobrevivido al primer obstáculo de su misión en la isla de
Roseward: convenció al mago caído en desgracia para que la dejara
quedarse. Ahora, si pudiera encontrar su libro de hechizos escondido,
podría regresar a casa a tiempo para salvar a papá. Debería ser bastante
simple.
Pero a medida que se acerca el peligro que acecha a la Isla Roseward,
una situación que alguna vez pareció simple se vuelve más compleja día
a día. ¿Soran puede soportar despedir a la mujer que le ha dado a su
vida un nuevo significado y propósito? ¿Puede Nelle traicionar al
hombre que le ha abierto los ojos a posibilidades que nunca supo que
existían?
Dedicatoria
Este es para Gummy Bear, el gato maravilla desdentado.

7
1

―Mierda.

N
elle miró el paquete de avena y frunció el ceño. No podía
pretender estar sorprendida, ya que desde ayer se estaba
agotando. También sabía lo que encontraría en los paquetes
de azúcar, canela y sal: nada, nada y prácticamente nada.
―Me temo que nos espera un desayuno sin sabor ―murmuró a la 8
criatura enroscándose alrededor de sus tobillos― No te emociones
demasiado.
La criatura se sentó en cuclillas, levantó la cresta azul brillante que le
recorría desde la coronilla hasta el cuello, y abrió la boca para mostrar
una impresionante variedad de dientes afilados, batiendo su única ala
buena. Podría haber estado tratando de sonreír, pero el resultado era
espantoso.
―Encantador ―dijo Nelle, pasando junto a la pequeña bestia
draconiana. Era realmente un wyverno, pero se parecía mucho a cómo
ella siempre se había imaginado a los dragones, con su piel escamosa,
alas correosas y ojos de lagarto, que esto a veces era difícil de recordar.
Caminó tras ella, riendo y arrastrando su ala lastimada detrás de ella.
Mantuvo su distancia del fuego en el hogar, mirando el fuego con
cauteloso malestar. En este sentido, al menos, era muy poco dragonezco.
Pero entonces, considerando que era un ser compuesto principalmente
de pergamino y tinta, tenía todo el derecho a estar inquieto alrededor de
las llamas.
Nelle vertió lo último de la avena en una olla de agua hirviendo
colgada de una barra sobre el fuego, espolvorear con los últimos
preciosos granos de sal y remover.
―No es exactamente apetitoso ― comentó, levantando la cuchara
para ver un pegajoso trozo de avena que vuelve a caer en la olla― pero
llenará el estómago. Sera mejor que no te imagines que vas a conseguir
algo ―añadió, mirando al wyverno con el ceño fruncido.
Sus fosas nasales se ensancharon cuando sus pequeños ojos amarillos
miraron hacia ella, tratando de parecer suplicante a pesar de su
expresión fija.
―Unh uh. ―Nelle negó con la cabeza― Apenas hay suficiente para
el mago Silveri y para mí. Y tú no eres realmente real, como tal, así que
no veo ninguna razón para que te comas mi desayuno duramente
ganado. 9
El wyverno siseó y volvió a fijar la mirada en la olla mientras ella
lentamente agitaba su contenido. Nelle resopló con pesar. La pequeña
bestia la había identificado hace días como alguien con un toque suave.
Sabía perfectamente bien que ella no sería capaz de resistir su patético
lloriqueo por mucho tiempo.
―Jodido gusano ―murmuró, y concentró la mirada en la olla,
decidida a no dejar que se quemara la poca avena que tenían. Necesitaría
cada bocado de energía para el día que tenía por delante, para hoy…
Hizo una mueca y un pequeño escalofrío le recorrió la nuca.
Hoy tendría que regresar a Dornrise Hall.
Ella había sabido todo el tiempo que los suministros que había
saqueado de la gran despensa de la casa hace tres días no durarían. A
menos que quisiera subsistir de una dieta a base de huevos de gaviota,
debía regresar a Dornrise y buscar lo que sea que quedara por encontrar
en la amplia despensa y sótanos de lo que una vez fue una magnifica
mansión.
Pero no había vuelto desde que se enteró de los Noswraith.
La doncella de Espinas.
Una sombra pareció pasar sobre sus ojos a pesar de la brillante luz de
la mañana entrando por las ventanas por encima y detrás de ella. Las
llamas lamiendo la base de la tetera parecieron transformarse en nuevas
formas inquietantes. Rosas. Ardientes rosas que brotaban de zarzas
vivas, retorcidas.
Nelle parpadeó dos veces y volvió a concentrarse en la olla de cobre y
en su cuchara. No servía de nada dejar que su mente divagara en un
territorio tan oscuro. La doncella de Espinas estaba dormida. El mago
Silveri se había quedado despierto toda la noche atándola con su
hechicería y magia. No volvería a acechar la isla hasta el anochecer y
pasaran muchas horas de aquí a entonces. Mucho tiempo para colarse
en la mansión, conseguir lo que necesitaba, y escabullirse de nuevo. 10
Pero no podía negar la helada astilla de terror que se había clavado
firmemente en su corazón.
―Vamos, chica ―susurró Nelle, su voz apenas audible por encima
del fuego crepitante y de la burbujeante avena― ¿Eres una ladrona o
no? No pierdas los nervios ahora.
― ¿Prrrlt? ―Dijo el wyverno, inclinando la cabeza hacia ella con
curiosidad.
―No te preocupes ―respondió Nelle, mirando a la pequeña bestia ―
No es ninguno de tus…
Se interrumpió cuando su oído captó un horrible sonido de raspado,
como el filo de un cuchillo siendo arrastrado a través de la piedra.
Sobresaltada, retrocedió tres pasos, apretado la cuchara en su mano
salpicando pequeñas gotas de avena poco cocida en el piso de piedra
dura.
El sonido se escuchó de nuevo, peor que antes. ¿Estaba equivocada o
venía de la chimenea?
Un chillido agudo dividió el aire.
Nelle gritó y se llevó las manos a los oídos, casi dejando caer la
cuchara. Con un quejido, el wyverno salió corriendo hacia una de las
vigas de soporte y se encaramó a las vigas, donde se sentó y bajó la
cabeza para mirar hacia abajo con ojos temerosos.
― ¡Cobarde! ― Nelle le gruñó antes de dar un paso hacia la chimenea.
¿Se había metido un pájaro o una ardilla para construir un nido más
arriba de la chimenea? Las únicas criaturas vivientes que había visto en
la Isla Roseward eran los wyvernos, un par de valientes gaviotas y un
unicornio seriamente sediento de sangre, pero ella había estado aquí
solo unos días, y era posible...
Con otro espantoso rasguño y un chillido penetrante, algo cayó por la
chimenea en una nube de hollín, golpeó la olla de cobre y la tiró rodando
en la habitación, derramando la avena por todas partes. Una ráfaga de 11
plumaje rojo brillante llenó la visión de Nelle, seguido de un destello de
garras afiladas. Ella se agachó arrojando sus brazos sobre su cabeza,
luego giró en su lugar para ver a la cosa, lo que sea que fuese, golpear la
pared del fondo. Golpeó con un estallido de plumas y cayó casi al piso,
pero se contuvo a sí misma y giró sobre sus alas, mirando hacia atrás en
la habitación.
Brillantes ojos negros se fijaron en Nelle en un rostro extrañamente
humano.
Con un chillido se lanzó directamente hacia ella. Nelle chilló también
y, cogiendo su cuchara, la balanceó con todo lo que tenía. La parte de
atrás de la cuchara conectó con una pequeña cabeza con pico y envió a
la criatura girando hacia el piso. Aterrizó en un montón de plumas,
aturdida.
Nelle no esperó a que se recuperara. Corrió hacia la olla de cobre y,
usando sus faldas para proteger sus dedos del mango caliente, lo hizo
estallar sobre la cabeza del pájaro, derramando el resto de la avena en el
proceso.
Hubo un pequeño grito seguido de un momento de silencio. Nelle
resopló y se quitó un mechón de pelo de la boca.
Entonces la olla comenzó a moverse.
Se deslizó rápidamente por el suelo, arrastrando a Nelle con ella. Nelle
lucho para aguantar, para evitar que se volcara. La criatura hizo una
pausa, luego se sacudió en otra dirección y derribó a Nelle. Ella fue lo
suficientemente rápida para lanzarse a sí misma encima de la olla,
usando todo su peso esta vez, y la mantuvo firmemente plantada en el
piso.
Un golpe terrible aporreó el fondo de la olla, justo donde presionaba
su estómago. ― ¡Oof! ― Nelle jadeó, cada hueso de su cuerpo se
sacudió. Al segundo golpe la tiró rodando hacia un lado a través del
reguero de avena. Ella levanto la cabeza y vio la marca distintiva de un
pico sobresaliendo por el fondo de la olla. 12
Un tercer golpe, y la olla voló, sonando como una campana mientras
rodaba por el suelo de piedra. Un rayo de plumas rojas se disparó contra
las vigas, chirriando. El wyverno, que había observado los
acontecimientos desde su posición en las vigas, pronunció un graznido
aterrorizado y se arrojó sobre Nelle, aterrizando con fuerza sobre su
espalda y aplastándola contra el suelo.
― ¡Bájate, cerebro de Bogart! ― Nelle rugió, tirando del wyverno
sobre su hombro y ganando más de unos pocos rasguños por su
esfuerzo. El wyverno rebuznó de nuevo y escondió su fea cabeza bajo
su brazo como un asustado cachorro. Nelle juntó los pies debajo de ella,
pero tropezó con sus faldas y cayó sentada hacia abajo con fuerza de
nuevo, todo el tiempo estirando su cuello para buscar al monstruo en las
sombras de lo alto.
El repentino crujido de pasos en los escalones llamó su atención.
Todavía tirada en el suelo, con los brazos llenos del tembloroso
wyverno, se volvió a tiempo para ver una figura con túnica y capucha
descender pesadamente a través de la abertura de la escalera de la torre,
una mano plateada presionada contra la pared de piedra para apoyarse.
Tan pronto como su cabeza apareció a la vista, se detuvo y se echó hacia
atrás la capucha.
Un par de ojos gris pálido captaron la mirada de Nelle, mirándola a
través de mechones de pelo largo y blanco. Una barba pálida se alineaba
en una mandíbula fuerte, pero no podía disfrazar la densa red de
cicatrices en su rostro. Sangre recientemente seca encostraba un corte
delgado a lo largo de su pómulo derecho.
―Señorita Beck ― La voz retumbó en un profundo barítono justo
antes de un gruñido.
―Mago Silveri ―respondió Nelle.
El wyverno soltó una risita y ensanchó su cresta.
La mirada del mago se movió lenta y constantemente sobre ella,
notando los grumos de avena que manchaban su vestido y se 13
amontonaba en el cabello suelto que colgaba sobre su hombro. Su
expresión era imposible de leer a través de las cicatrices, pero un destello
en sus ojos podría ser enojo o fácilmente podría ser diversión.
― ¿Es posible, señorita Beck… ―dijo en un tono de gran paciencia
―…que una mañana despierte y descubra que no está amenazando la
vida y las extremidades de mi wyverno?
― ¿Qué? ― Nelle miró al wyverno parpadeando con ojos saltones
hacia ella. Y rápidamente lo apartó de su regazo― ¡No, no es el gusano!
No esta vez. ― Se quitó la falda de debajo de las rodillas y, plenamente
consciente de la desgarbada imagen que había dado, se puso de pie ―
Tenemos un visitante ―dijo, apuntando a las vigas de arriba― ¡Otra de
tus malditas bestias feéricas consiguió pasar a través de las barreras y
me atacó!
― ¿Oh? ― La ceja del mago se elevó. Miró hacia las vigas, buscando
un mejor ángulo de visión, bajó las últimas escaleras hasta la planta baja,
inclinado la cabeza hacia atrás, buscando con los ojos― ¿Qué clase de
bestia exactamente? No veo nada…
Antes de que pudiera terminar, hubo un destello rojo y otro espantoso
chillido.
― ¡Cuidado! ― Nelle agarró al mago del brazo y tiró de él con fuerza.
A un lado justo cuando un misil alado pasó como un rayo sobre su
cabeza. Se tambaleó, envolviendo un brazo alrededor de la cintura de
ella mientras él se esforzaba por recuperar el equilibrio. Una ráfaga de
calor inundó el cuerpo de Nelle, pero eso fue simplemente emoción
debido al monstruo volador. Nada tenía que ver con la proximidad del
mago. Nada que ver en absoluto. Silveri se puso de pie, y ambos se
giraron para ver a la criatura golpear la pared. Y moverse nerviosa, sus
garras raspando profundos surcos en la piedra. El mago balanceó un
brazo, inclinando a Nelle detrás de él mientras lo hacía.
―Ve al armario, señorita Beck ―dijo, con la voz tensa y baja―
Despacio. No llames su atención.
14
― ¿Qué es? ― Nelle siseó mientras obedecía, dando un paso atrás con
cuidado hacia el alto armario contra la pared detrás de ella.
―Un arpín ―respondió el mago.
― ¿Un qué?
―Un ar… ¡Agáchate! ―El mago agarró a Nelle por el hombro y la
empujó al piso. Aterrizando con fuerza sobre sus rodillas, se echó los
brazos por encima de la cabeza mientras se inclinaba sobre ella. Una
serie de gritos horribles amenazaron con estallar sus tímpanos, y la
visión de Nelle se llenó de violentas plumas rojas y destellos garras.
La mano plateada del mago agarró una de las piernas del monstruo.
Sus alas batían su brazo mientras su pico chasqueaba en su cara y las
garras de su pierna libre destrozaban la gruesa tela de su manga.
― ¡Señorita Beck! ―El grito del mago fue apenas audible por encima
del espantoso ruido― ¡Un libro de hechizos! ¡Rápido!
Nelle soltó un grito de reconocimiento y medio gateó, medio corrió
hacia el armario. Abriendo las puertas de un tirón, miró fijamente las
pilas de pequeños libros encuadernados apiñados en los nichos
inferiores sin ningún arreglo particular.
― ¿Cuál? ―ella gritó.
― ¡No me importa! ¡Encuentra algo! ―rugió el mago. El monstruo
había cesado de zambullirse en su cara y ahora lo arrastraba a través de
la habitación, tirándolo sobre la mesa y las sillas. Cayó sobre una de las
sillas, rompiéndola debajo de él mientras aterrizaba con fuerza, pero aún
se las arregló para mantener su agarre. El monstruo chilló de nuevo y le
pico en los ojos.
Frenética, Nelle agarró el primer libro que tocó con la mano,
hojeándolo, pero las palabras eran extrañas, escritas en un idioma que
ella no sabía. Un poder resplandeciente emanó de la página,
hormigueando sus yemas de los dedos. Definitivamente había magia
aquí.
15
― ¡Señorita Beck!
― ¡Ya voy! ―Nelle se levantó de un salto y corrió hacia el mago y el
pájaro o la cosa. Pero, ¿cómo se suponía que iba a lanzar un hechizo
mientras sostenía un monstruo como ese?
Dejó caer el libro al suelo cerca de él y saltó hacia su olla.
Cogiéndola por el mango, la hizo girar en un rápido arco. Un sonido
metálico duro y un grito de dolor le dijo cuándo la olla se conectó con la
plata en las manos del mago, pero también golpeó al monstruo.
El pájaro―cosa emitió un patético gorjeo y se dobló, dejándose caer
piso al lado del mago. Sin embargo, no se quedó abajo por mucho
tiempo. Se sacudió la cabeza y juntó las alas, su rostro humano enojado,
cruel y espeluznante volviéndose para mirar a Nelle, que empuñaba la
olla como un escudo, preparada para defenderse.
Silveri reaccionó rápido. Rodando hacia un lado, agarró el libro de
hechizos y hojeó rápidamente, sus ojos buscando― ¿Qué diablos…? De
todas las opciones disponibles, ¿cómo tomaste este? ― gritó.
― ¡Dijiste que no te importaba! ―Nelle protestó, pero el mago ya
estaba trabajando. Leyó el hechizo en un rápido flujo de palabras que
fluyeron de su lengua, comenzó a dar forma a algo en una mano. Ella no
podía decir lo que era, sólo que había un brillante resplandor de magia
a su alrededor, y parecía que era para lanzarlo como una pelota de niño.
El monstruo chilló, se levantó del suelo y se lanzó contra Nelle. Con
un chillido de terror, levantó la olla y se agachó, apretando sus ojos
cerrados. Un destello de luz atravesó la oscuridad detrás de sus
párpados. Ella escucho un chillido de sorpresa seguido de un ruido
sordo y pegajoso.
Encogida, sin saber qué vería, Nelle miró por detrás de la olla, primero
hacia donde había estado el pájaro―cosa, luego girando su mirada hacia
la pared.
16
― ¿Qué jodidos boggarts? ―gritó, bajando la olla y mirando fijamente
― ¿Es eso baba?
Con las alas extendidas, la cabeza vuelta hacia un lado, el monstruo,
viéndose más patético que feroz, estaba firmemente pegado a la pared
de piedra. Un exudado verde se aferraba a sus plumas y se deslizaban
en lentos y untuosos goteos hasta formar un charco en el suelo. Los
músculos de sus alas de pájaro se esforzaron por liberarse, pero la
sustancia pegajosa la mantuvo sujeta en el sitio.
Nelle se volvió hacia el mago. Este se levantó, se enderezó la túnica y
asumió un aire de gran aplomo magistral, su rostro impasible.
Sosteniendo el libro, él echó a Nelle una mirada rápida justo antes de
cerrarlo con un chasquido.
―Al parecer, señorita Beck ― dijo en un tono frío e imponente ― te
las arreglaste para seleccionar uno de los libros de mis primeros días de
estudiante. Hechizos para los que, debo añadir, no recibí instrucción
oficial. Éstos eran… experimentos extracurriculares.
Ella le miró parpadeando― ¿Así que es un libro de qué? ¿Hechizos
de broma? ―Ella resopló su rostro rompiendo en una sonrisa― ¿Qué
edad tenías exactamente? ¿Nueve?
Silveri tosió y miró el libro, dándole vueltas entre los dedos― Tenía
doce años cuando comencé a crear hechizos viables. Tres años en mi
formación oficial.
―Bien. Eso explica algunas cosas ― Nelle luchó contra el impulso de
reír a carcajadas.
No sería justo para el pobre mago que valoraba tanto su dignidad. En
cambio, centró su atención en el pájaro monstruo pegado a la pared. Esa
cosa había dejado de luchar por el momento. Sus ojos rodaron
salvajemente en su cabeza, lanzándose de ella al mago al wyverno
encogido debajo de la mesa, y de nuevo a ella. De nuevo le sorprendió
lo terriblemente humano que era ese rostro. Eso tenía un pico, grande, 17
curvilíneo y cruel; pero sus ojos, enmarcados por un rosa expuesto en su
piel, no eran en absoluto parecidas a las de las aves, y las plumas tupidas
se formaban sorprendentemente expresivas cejas. En una inspección
más cercana, su torso se veía claramente varonil, con impresionantes
músculos pectorales y abdominales a la vista. Alas emplumadas
brotaban de los hombros donde deberían estar los brazos, y las piernas
eran claramente aviares, con grandes dedos escamosos y garras negras.
Sería un espécimen imponente si no estuviera cubierto de lodo viscoso.
Nelle se acercó un paso más, su labio enroscado ante el hedor que se
levantaba del horrible hechizo del mago. Al parecer, su imaginación de
doce años había madurado para todo tipo de suciedad.
― ¡Boggarts! ―dijo, agitando una mano ante su rostro― Espero que
se evapore cuando el hechizo se agote, porque no voy a limpiar ese
desastre.
―No temas, señorita Beck ―dijo Silveri. Se trasladó al armario y se
agachó para buscar entre las pilas de libros que había dentro― Yo no
me acercaría demasiados si fuera tú. Mis habilidades en el momento de
la invención de ese hechizo no eran totalmente dignas de confianza.
Puede ceder en cualquier momento o reaccionar de formas que no
puedo predecir.
Nelle dio varios pasos apresurados hacia atrás y volvió a levantar la
olla, lista para atrapar cualquier mancha de baba perdida que de repente
pudiera abrirse camino. El pájaro―cosa comenzó con sus movimientos
apresurados y se tensó de nuevo en sus ataduras, pero por ahora al
menos, el hechizo se mantuvo.
― ¿Dijiste que es una arpía? ― Preguntó Nelle, sin dejar de retroceder
hasta que estaba más cerca del mago.
―No. ―Silveri se sentó sobre sus talones, hojeando un libro.
Satisfecho con su contenido, se puso de pie y, todavía hojeando, se
movió hacia el monstruo.
18
―Bueno, ¿qué es entonces?
Él le lanzó una mirada rápida y distraída― Un arpín, señorita Beck.
―Habló como si fuera lo más obvio del mundo. Durante los pocos días
ella lo había conocido, Nelle había llegado a odiar ese tono suyo.
―Bien, voy a morder ―gruñó después de un silencio demasiado
largo― ¿Cuál es la diferencia?
Arqueó una ceja― Debería pensar que es obvio.
―Oh, deberías, ¿verdad?
La comisura de su boca se inclinó, las feas cicatrices en su mejilla se
fruncieron levemente― Una arpía es significativamente más grande, del
tamaño de un águila o más. También son exclusivamente mujeres.
―Oh. ―Nelle miró al hombrecito pájaro. Había trabajado su cabeza
libre de baba y se volvió para mirarlos a los dos, chasqueando el pico
con saña.
― ¿Entonces es una arpía macho?
―No.
Ese parecía ser el final. Nelle se preguntó a medias si el mago
simplemente no sabía nada más. Ciertamente estaba decidido a poner
fin a la conversación, abriendo su libro y enterrando su nariz entre las
páginas de nuevo. Con suerte, se apresuraría con cualquier cosa que
estuviera haciendo. El arpín liberó uno de sus pies, y parecía que ambas
alas se iban a soltar en cualquier momento. Nelle mantuvo su olla de
cobre por si acaso y se deslizó detrás del mago.
― ¡Ah! ―dijo por fin y extendió el libro con el brazo extendido. El
siguiente momento, una corriente de ese extraño idioma fluyó de sus
labios. Mientras Nelle miraba, algo brillante, blanco y agitado se formó
en el aire justo en frente del mago. Se reflejó en sus ojos, convirtiendo los
discos grises en espejos brillantes, y pronto el resplandor fue demasiado
brillante para mirarlo directamente. Nelle volvió la cabeza.
Un chisporroteo de calor hizo brillar el aire, seguido de un fuerte 19
crujido. Nelle gritó sorprendida, se agachó al suelo y se tapó la cabeza
con la olla. Un estruendo reverberante pareció estremecer el suelo bajo
sus pies.
Cuando se atrevió a mirar de nuevo, había una mancha negra en la
pared donde habían estado el arpín y el fango. El horrible hedor a baba
se mezclaba con un hedor sulfuroso.
2

B
oggarts y fanfarronadas! ―Nelle gimió, poniéndose de pie
y dejando que la olla colgara del extremo de un brazo.
―¡
Dirigió una mirada acusadora al mago, que cerró el libro
con un gesto de satisfacción― ¿Por qué ir y hacer eso?
Él la miró, con una ceja levantada.
― ¡No me mires así! Has hecho volar a esa pobre criatura hasta el 20
olvido, ¿y esperas que me calle y siga con mi día, y que limpie tu
apestoso desastre mientras sigo en ello?
―No estás obligada a limpiar nada, señorita Beck. No eres una
sirvienta.
―Bueno, muchas gracias por su gentileza. ―Nelle dejó la olla sobre
la mesa y marchó hacia la puerta. Abriéndola de golpe, respiró
profundamente el aire salado del mar, fresco con el rocío de la mañana
y un toque de lluvia que se avecinaba.
El océano se extendía ante ella hasta un horizonte infinito. Sólo en una
dirección podía divisar algún resquicio en aquel vertiginoso sinfín: hacia
el sur, donde el Evenspire se asomaba tenue pero presente en la
distancia. La única marca visible del mundo mortal, justo en el límite de
la vista.
Nelle inhaló varias veces más antes de soportar girarse y mirar hacia
la habitación. El viento le dio en la cara, y rápidamente se colocó el
cabello detrás de las orejas antes de cruzar los brazos. El mago se
encontraba ante la mórbida pared y parecía estar murmurando otro
hechizo, pasando la mano por la piedra. El hedor ya era mucho menos
potente, ya sea debido al aire fresco o a la magia, Nelle no podía decidir.
―No veo por qué tuviste que aniquilar a la pobre cosa de esa manera
― dijo ― No era tan grande y no parecía especialmente peligroso.
Asqueroso, sí, pero ¿qué daño podría hacer un ave de ese tamaño?
Silveri completó su hechizo sin pausa. Cuando terminó, cerró el libro
y volvió al armario.
Nelle empezó a pensar que no le respondería. Él se agachó, empujó
unos cuantos libros y guardó el volumen con cuidado en su interior.
Sólo cuando terminó y cerró las puertas del armario, se volvió hacia
ella.
―Los arpínes ― dijo ― viajan en bandadas. En enjambres, no como
mis wyvernos, pero cien veces más maliciosos. ¿Has oído que a una
bandada de cuervos se le conoce como cuervos asesinos, señorita Beck? 21
Ella asintió lentamente, sin gustarle el rumbo que estaba tomando esta
conversación.
―En este caso sería arpínes masacradores. Con buena razón.
Su mirada se dirigió casi sin querer a la mancha oscura en la pared,
que el hechizo de limpieza del mago no parecía afectar. Todavía podía
ver el contorno de cada una de sus alas desplegadas con exquisito
detalle.
Ella se estremeció de nuevo y apartó la mirada rápidamente.
―Entonces, ¿dónde está el resto? ―preguntó con una voz más
tenue― Si siempre viajan juntos, ¿por qué sólo hay uno?
―No lo sé. ―Silveri se movió desde el armario hasta la silla rota que
estaba junto a la mesa. La puso en pie, pero se hundió tristemente, una
de sus patas se rompió por completo, la puso boca abajo, apoyando el
asiento en la mesa, e inspeccionó la rotura más de cerca mientras
hablaba― Se reproducen en las montañas de Noxaur durante los meses
desolados, y luego emigran a través del Mar del Hinter a las Islas
Umbrías durante la mayor parte de las estaciones de abundancia. No
estamos lejos de las costas umbrianas en esta época del ciclo, y debemos
esperar que no nos hayamos acercado demasiado a una ruta migratoria
de arpínes. Si hubo una tormenta en el mar, es probable que este arpín
se haya separado de sus compañeros y se refugió solo, aquí en
Roseward.
― ¿Y si no? ―Nelle presionó― ¿Significa esto que tus protecciones se
han roto? Quiero decir, si un arpín logró pasar, ¿no podría haber otros
sobre la isla en algún lugar?
El rostro de Silveri era sombrío mientras la miraba entre las patas de
la silla. Pero dijo ―No es necesario suponer lo peor, señorita Beck. Voy
a inspeccionar las guardas hoy y me aseguraré de que sean seguras.
― ¿Y qué hay de mí? Supongo que tendré que quedarme dentro hasta
que sepamos que es seguro, ¿verdad? No puedo ir vagando por la isla 22
si hay arpínes masacradores esperando para abalanzarse.
La mirada sombría del mago se profundizó, las severas líneas
alrededor de su boca tirando de sus numerosas cicatrices. Nelle lo
observó de cerca, ansiosa por ver qué respuesta daría.
Esta podría ser su oportunidad. Desde su llegada a Roseward cuatro
días atrás, él no le había permitido ni una sola vez quedarse en el faro
sola. Lo que significaba que aún no había tenido la oportunidad de
buscar adecuadamente en la torre.
Si le diera siquiera media hora para ella, entonces tal vez… tal vez...
―Necesitarás algo para protegerte ―dijo por fin. Dejó la silla sobre la
mesa y volvió al armario.
Nelle soltó un suspiro de decepción, pero se apresuró a reprimirlo,
observando con curiosidad cómo el mago una vez más rebuscaba entre
los libros.
Cuando se giró para mirarla de nuevo, con un delgado volumen entre
las manos, ella le lanzó una sonrisa radiante.
― ¿Significa esto que vas a enseñarme magia después de todo?
Su expresión se endureció― Como te he dicho antes, señorita Beck,
no estoy más preparado para enseñar magia que tú para aprenderla.
―Mentira ―replicó Nelle. Sacó la silla que no estaba rota y se sentó
en la mesa, apoyándose en los codos e inclinando la cabeza hacia él ―
Ya puedo ver la magia. Eso es la mitad de la batalla, ¿no? Me dijiste que
habías estudiado durante años para conseguir una vista adecuada, y ya
tengo esa parte cubierta. ¿Qué tan difícil puede ser el resto? Es sólo
escribir.
― ¿Sólo escribir? ―Las mejillas del mago, mortalmente pálidas, se
enrojecieron― ¿Es eso lo que piensas? Que un maestro de la música
sentado ante su instrumento, ¿se limita a pulsar las cuerdas? ¿Es eso
todo lo que hay que hacer?
Nelle puso los ojos en blanco― No quise decir eso. Es que… creo que 23
podría ayudar un poco. Ya te he ayudado un poco, tienes que admitirlo.
No derribaste a ese unicornio tú solo, sabes. Hice mi parte, hice girar tu
espada de fuego, ¡pero bien!
El rubor retrocedió, sustituido de nuevo por esa palidez antinatural.
Silveri asintió lentamente, con el rostro aún sombrío, pero también
pensativo ― Así es ―dijo lentamente. Sus ojos, aunque seguían
enfocados en ella, tenían una mirada lejana― Así es, señorita Beck.
Parecía esperanzador. Nelle esperó, mordiéndose el interior de la
mejilla. Habían tenido variaciones de esta misma conversación varias
veces desde ayer por la mañana, pero esto era lo más cerca que había
estado de convencerlo. Si se esforzaba demasiado pronto, sabía que él
volvería a amurallarse y no haría más que una negación severa y
premonitoria. Así que aguantó la respiración todo lo que pudo,
observándolo.
Sin decir nada, Silveri se acercó a la mesa y colocó el libro frente a él.
Se puso de pie con una mano apoyada para mantener las páginas
abiertas, la otra mano cerrada en un puño y plantada en su cintura. Tenía
un aspecto dramático a pesar de la túnica que lo cubría. Esos densos
pliegues de tela no podían bloquear por completo el recuerdo de Nelle
del torso duro y musculoso que había visto tres días atrás, cuando el
unicornio lo apuñaló y ella se vio obligada a desnudarlo y arrancarle el
trozo de cuerno del hombro.
Y también estaba ese sueño...
Nelle se sonrojó y bajó la mirada. Era una estupidez dejar que sus
pensamientos se dirigieran hacia allí. Después de todo, sólo era un
sueño. Y ni siquiera era totalmente su propio sueño, sino parte de un
peligroso encantamiento lanzado sobre su mente por la mortal Doncella
de Espinas. Si fuera inteligente, expulsaría todo el recuerdo de su mente
por completo y se atrincheraría contra cualquier regreso. Nada bueno
podía venirse los hechizos de un monstruo.
Sin embargo, las imágenes permanecían. Imágenes de brazos fuertes 24
envueltos alrededor de su cuerpo, acercándola. Imágenes de un
hermoso rostro cincelado sin cicatrices ni defectos, inclinado sobre el
suyo. Suaves y sensuales labios explorando su boca, su mejilla, su
mandíbula.
Nelle se aclaró la garganta bruscamente y se sentó en su silla, frotando
la nuca de su acalorado cuello con una mano. El mago, concentrado en
el contenido de su libro, parecía no darse cuenta de ella, y ella se alegró
de ello.
De alguna manera, sentía que, si él miraba hacia ella, inmediatamente
leería donde había estado su mente. Y eso sería insoportable. Él no sabía
el contenido del sueño implantado del Noswraith, después de todo. ¿O
sí sabía? Había admitido que él también había sido atacado esa noche,
pero por supuesto la pesadilla que había experimentado debe haber sido
algo completamente diferente. La gente no compartía sueños.
Sin embargo, algo en la forma en que se negó firmemente a referirse a
los acontecimientos de aquel ataque la hizo preguntarse...
Nelle apretó la mandíbula con fuerza y cruzó ambas manos en su
regazo, haciendo girar sus pulgares. El mago estaba tardando mucho
más en leer el libro de lo que ella hubiera esperado. Sintiendo la
necesidad de llenar el silencio, preguntó― Todos esos libros de hechizos
que tienes guardados ahí, ¿son de tu época de estudiante?
Él levantó una ceja y la miró por debajo de las pestañas.
―Sí. ―Su mirada volvió al libro.
― ¿Incluso ese del rayo? ― Nelle insistió ― ¿Eso es algo que los
Miphates enseñan a los niños?
―Todos los estudiantes de sexto año de la rama mágica de los
Miphates saben cómo componer un hechizo de rayo ―respondió Silveri,
encogiéndose de hombros.
― ¿En serio? ― Nelle hizo un rápido cálculo en su cabeza― La
25
escuela tiene chicos de quince años deambulando por los pasillos con la
capacidad de lanzarse rayos unos a otros de un momento a otro. Eso no
parece muy inteligente, si me permites decirlo.
Puso los ojos en blanco, aún sin mirarla― Las normas y reglamentos
estrictos mantienen a raya a cualquier práctica poco escrupulosa de
magias peligrosas. Además, un conjuro como el que acabas de
presenciar estaría más allá de la habilidad de un chico de sexto año.
Incluso si ellos ponen correctamente el hechizo en sí, no pueden llevarlo
correctamente a la existencia. El estudio de la magia implica capas que
tú desconoces por completo.
―Sí, bueno, ¿de quién es la culpa si soy ignorante? ―Dijo lo
suficientemente alto como para que él la oyera.
Ella se inclinó hacia adelante en la mesa de nuevo, presionando sus
labios en una línea apretada y observando como el mago giraba
lentamente otra página. Sus ojos parecían escudriñar las líneas con
demasiada rapidez para justificar el tiempo que dedicaba a cada página.
A pesar de su ignorancia, en los últimos días había aprendido un par
de cosas sobre la magia. Antes de llegar a Roseward sabía que la magia
mortal implicaba la escritura y el almacenamiento de hechizos. No se
había dado cuenta de que esos hechizos se escribían en un lenguaje
secreto, ni sabía que un hechizo escrito sólo podía conjurarse una vez
antes de que su poder se evaporara y la página en la que estaba escrito
se convirtiera en polvo. Al menos eso parecía con los hechizos más
pequeños que había visto realizar a Silveri.
Él había insinuado que los grandes hechizos duraban más. El hechizo
contenido en el Libro de las Rosas, por ejemplo. Ese era un gran hechizo
en efecto.
Pero Silveri ya no podía crear hechizos. La mirada de Nelle se pasó
estudiando su rostro a la mano recubierta de plata plantada sobre el
libro abierto. No era realmente plata; era nilarium, una aleación de faes.
Años atrás, Silveri había sido maldecido por un poderoso rey de los faes 26
por crímenes mágicos cometidos contra la Tierra de los Faes. Todavía
podía conjurar viejos hechizos, pero nunca más podría escribir nuevos
con esas manos incrustadas. Lo que significaba que su magia tenía un
límite máximo.
No es de extrañar que haya guardado y atesorado todos los libros de
hechizos de sus días de estudiante, incluso de aquellos tontos hechizos
de primer año. Para el trabajo que debe hacer aquí en la Isla Roseward
―proteger al mundo mortal contra la amenaza de la Doncella de
Espinas― requería toda la magia que pudiera conseguir.
¿Cuántos de sus preciados hechizos se había visto obligado a utilizar
tratando de mantener a Nelle con vida estos últimos cuatro días?
Nelle se tomó la barbilla entre las manos, con un nudo de culpabilidad
retorciéndose en su pecho. Pero no tenía tiempo para culpas. No era
como si hubiera venido a Roseward por elección. No era como si
quisiera estar aquí.
Papá, pensó, y el nudo se retorció con más fuerza. Papá, siento mucho
haber tardado tanto. Haré el trabajo, lo juro. Te salvaré...
― ¡Ah! ―La aguda voz del mago Silveri sacó a Nelle de su ensueño.
Él cogió el libro con ambas manos y lo puso delante de él― Esto debería
servir de sobra.
― ¿Qué? ―Preguntó Nelle, girando ligeramente la cabeza hacia un
lado― ¿Qué es?
En lugar de responder, comenzó a leer en aquel extraño idioma. Salió
de su boca, ligero y rápido y fácil, aunque se preguntaba cómo su
garganta y su lengua podían formar algunos de esos sonidos que Nelle
no podía comprender. No sonaba totalmente natural.
La magia brillaba en el aire ante él. Levantó una mano para hacer un
pequeño movimiento de enrollamiento con un dedo. Un filamento
brillante (casi, pero no del todo invisible) se enrolló alrededor de su 27
nudillo. Era tan fino y delicado que lo enrolló casi cien veces antes de
que formara el espesor de un anillo.
Sus palabras terminaron con una última frase imperativa seguida de
un pequeño destello de luz dorada. Nelle apartó la mirada,
parpadeando con fuerza. Cuando volvió a mirar al mago, éste estaba
girando la mano hacia un lado y otro, inspeccionando la pequeña banda
de oro alrededor de su dedo índice. Asintió con la cabeza, satisfecho, y
la colocó sobre su nudillo.
―Aquí tiene, señorita Beck ― dijo, presentándole el anillo, oro
brillante contra la plata de su palma.
Nelle dudó― ¿Qué es?
―Un hechizo de invocación ― El mago lanzó el anillo ligeramente.
Giró en el aire, brillando, y aterrizó en la palma de su mano― Lleva esto
en tu dedo, y un hilo de conexión permanecerá unido a mí. Si te metes
en problemas, sólo tienes que tirar del hilo tres veces, así de esta manera
―demostró, cerrando la mano en un puño― lo haces tres veces y yo
sabré que debo acudir en tu ayuda. ―Parecía satisfecho mientras le
tendía el anillo una vez más.
El labio de Nelle se curvó― Digamos que me encuentro con arpínes
masacradores. Tiro tres veces, y tú vienes corriendo lo más rápido
posible para… ¿qué? ¿Enterrar mis huesos limpios? ¿Así es como
funciona esto?
Su expresión de satisfacción se agrió― Roseward no es una isla tan
grande. Siempre que te refugies a la primera señal de problemas, debería
llegar a ti en el tiempo suficiente.
―Deberías ―repitió ella, y luego asintió― Deberías, sí. De repente
estoy rebosante de confianza.
Sus fosas nasales se encendieron ligeramente― Toma el anillo,
señorita Beck. Es poco probable que más que un arpín haya atravesado
los límites sin atraer la atención de mis wyvernos. De lo contrario, me 28
habrían avisado. Puede seguir su día con confianza. Esto es sólo una
precaución.
Nelle le quitó el anillo de la mano.
Era demasiado grande para cualquiera de sus dedos, así que lo deslizó
sobre su pulgar. Todavía estaba un poco flojo, pero si tenía cuidado, no
se soltaría fácilmente. Lo hizo girar, admirando el trabajo. Desde
algunos ángulos desaparecía por completo, y sus ojos mortales no
podían percibir más que un tenue resplandor de magia donde ella sabía
que debía estar el anillo. Desde otros ángulos era una perfecta pieza de
oro, compuesta por un centenar de delicados hilos entrelazados.
El mago Silveri era un maestro de su oficio.
―Sigo pensando que tiene más sentido que me enseñes a defenderme
―dijo, levantándose de su asiento en la mesa y cruzando la habitación
hacia la chimenea. El wyverno, recuperado del susto, engullía
alegremente la avena fría y a medio cocer esparcida por el suelo―
Desgraciado gusano ―Nelle murmuró mientras buscaba una sartén
plana, que puso sobre las brasas para calentarla.
Huevos de gaviota para desayunar esta mañana. No era una
perspectiva apetitosa sin sal para darles sabor, pero era mejor que nada.
Mientras Nelle observaba el chisporroteo de los huevos, Silveri
murmuraba más magia, usando otro hechizo para reparar la pata de la
silla rota. Terminada esa tarea, puso la silla junto a la mesa, tomó asiento
y cruzó los brazos dentro de las mangas de su túnica observando a Nelle
en silencio mientras ella traía dos platos de madera y servía su comida.
Es extraño, pensó Nelle, lo cómoda que se había vuelto con esta
pequeña rutina matutina. No tanto por los ataques de monstruos y el
caos, sino por el compañerismo un tanto extraño y rebuscado, pero
innegable, de compartir la comida con el severo mago. Le gustaba
pensar que él también se había acostumbrado a su presencia, que incluso
podría agradecer el cambio de su larga soledad.
Quince años de exilio que Soran había soportado solo en la Isla 29
Roseward.
Exiliado de su propio mundo, a la deriva para flotar en las corrientes
del Mar de Hinter entre los muchos reinos de la Tierra de los Faes. Eso
era mucho tiempo para estar totalmente solo para cualquier hombre. No
es de extrañar, en realidad, que fuera un tipo tan melancólico. Teniendo
en cuenta todo esto, había sido notablemente amable y gentil con su
invasora no deseada, aceptando darle refugio y soportando todas sus
burlas y sus preguntas entrometidas con una gracia digna.
Y cada noche luchaba por su protección. Luchaba para evitar que la
Doncella de Espinas se colara en sus sueños y la matara mientras
dormía.
Nelle se estremeció mientras servía los huevos. Después de colocar un
plato ante Silveri, cogió el otro para ella, comieron en silencio, Nelle
usaba el único tenedor disponible mientras Soran picoteaba
delicadamente su comida con los dedos. Sus manos, aunque no eran del
todo inútiles para las tareas básicas, eran demasiado torpes para manejar
utensilios más pequeños.
― ¿Qué vas a hacer con tu día, señorita Beck?
Sorprendida por la pregunta, Nelle levantó la vista. No era propio del
mago hablar de cosas sin importancia durante la comida. La invadió un
cálido resplandor de placer ante esta inesperada atención― Pensé en ir
a Dornrise de nuevo ― dijo ―Traer algunas cosas de la despensa.
―Ya que estás allí, quizás deberías buscarte un vestido nuevo.
El cálido resplandor se atenuó cuando Nelle miró con pesar su
vestido.
Hacía sólo unos días era de un precioso azul, fresco y limpio y de lejos
lo más bonito que había llevado en años, desde la muerte de su mamá.
Ahora el color original apenas podía distinguirse bajo todo el barro y la
suciedad y los tirones y desgarros. Por no hablar de la nueva mancha de
avena añadida.
30
―Sabes qué, señor ―dijo alrededor de un bocado de huevo― quizás
lo haga.
3

A
lgo debía estar mal. De hecho, muy mal si un arpín había
atravesado la barrera protectora de las piedras de guardas.
Con el rostro sombrío y la boca hacia abajo en una línea
dura, Soran caminó a lo largo de la costa sur, cerca del borde de los
acantilados del mar. Ya era bastante malo que un unicornio hubiera
llegado a las costas de Roseward, pero las corrientes del Hinter siempre
acercaban a Roseward a los límites del Reino del Amanecer, donde 31
habitaban los unicornios, y los unicornios eran seres tan poderosos que
generalmente podían abrirse camino a través de protecciones más
fuertes que las de él.
Los arpínes, sin embargo… Soran negó con la cabeza, rechinando los
dientes, incluso cuando se agrupaban no generaban una magia
particularmente poderosa. Si un solo arpín se las arreglaba por su
cuenta, eso significaba que una de las protecciones de la isla debía haber
fallado.
―Y si es así ― murmuró― ¿qué puedo hacer al respecto?
Las protecciones habían sido un regalo de la reina Dasyra de Aurelis
en el momento de la maldición de Soran. El rey Lodírhal había querido
dejar a Soran a la deriva sin escudo contra todos los horrores del Mar
Interior, pero su esposa, una encantadora mujer mortal que se había
apiadado del mago, había insistido en proporcionarle alguna forma de
protección. Lodírhal nunca dio su consentimiento oficialmente, pero la
reina Dasyra no necesitaba permiso para hacer lo que creía correcto.
Y así, se habían colocado piedras de barro alrededor de la
circunferencia de la isla de Roseward, la propiedad ancestral de la
familia Silveri. La propia Dasyra había escrito poderosos hechizos
directamente en las piedras. En el mundo mortal, habrían durado cien
años o más.
Pero Roseward ya no existía en el mundo de los mortales. No del todo,
al menos. Soran se acercó a la primera piedra de guarda. Era un gran
pilar natural de basalto erosionado por los elementos. El hechizo escrito
giraba en espiral desde la parte superior de la piedra hasta su base y
Soran sintió su magia emanada antes de llegar a cinco pies de la piedra
misma. Al principio, su corazón se elevó. Esta guardia, al menos,
todavía era fuerte.
Pero cuanto más se acercaba, más se desvanecía la esperanza inicial.
La magia tenía... fallas. Su pulso zúmbate se cortaba de vez en cuando,
dejando brechas de energía. Era casi instantáneo, pero… ¿lo suficiente 32
para que un arpín lo atravesara?
Soran se acercó a la piedra que era casi de su altura y estaba
densamente cubierta con hechizos. Algunas de las palabras se habían
desvanecido a lo largo de los años, pero aún eran lo suficientemente
claras como para que la magia se mantuviera. Pasando una mano a lo
largo de su patrón en espiral estudió las intrincadas líneas del hechizo
hasta que su mirada captó un lugar donde el viento y el clima habían
erosionado el guión a un nivel peligroso, ¿Era este el problema?
Continuó un poco más, dando un paso alrededor de la piedra para
seguir las palabras. Cuando llegó a la parte que daba al mar, se detuvo
en seco, el corazón le latía con fuerza contra el esternón.
Aquí estaba la causa de las anomalías: una grieta que corría por el
frente de la piedra cortaba directamente tres de las palabras. Todavía
eran legibles, su poder aún no se había roto, pero el daño estaba bastante
avanzado.
Soran mordió con fuerza un improperio. ¿Qué se suponía que debía
hacer ahora? La reina Dasyra era una de los magos mortales más
grandes de la historia y este hechizo fue un trabajo altamente
especializado. En algún momento, casi podría haber sido capaz de
igualar su habilidad, pero ahora…
Se miró las manos, los dedos se curvaron y se tensaron contra el
restrictivo nilarium. La magia dentro de él era tan aguda, tan potente
como siempre. Pero nunca más podría crear nuevos hechizos.
Con un profundo suspiro cayó de rodillas, luego se volvió para
sentarse con la espalda contra la barrera de límites y miró al otro lado
del mar, podía ver el Evenspire brillando en la brumosa distancia. La
bilis amarga le subió a la garganta al verlo, parecía burlarse de él, ese
símbolo de su antigua prominencia, la universidad donde había
estudiado entre los más grandes Miphates de la época, donde había
ascendido en las filas hasta que ni siquiera los más viejos y más sabios 33
de su número podían negar su superioridad. Antes de cumplir los veinte
años, abundaban los rumores de que algún día ascendería a la sede del
Myrdin Supremo, el Miphates de mayor rango en todo Seryth. Antes de
los veinticinco años, había asumido la túnica verde de un clérigo de
Aubron, un honor inaudito para alguien tan joven.
Y lo había arruinado todo con sus dos manos doblemente malditas.
Las sombras revolotearon por encima, Soran levantó la mirada hacia
el cielo medio esperando ver un enjambre de arpínes acercándose. Pero
no, eran sólo sus wyvernos. Sus hermosas creaciones como una joya,
bailando en la brisa del océano sin ninguna preocupación en el mundo,
una sonrisa tiró de su boca, pero se desvaneció casi de inmediato cuando
recordó al pobre wyverno azul que había dejado dormitando en la
chimenea del faro. El unicornio le había desgarrado el ala, dañando el
hechizo que Soran había utilizado para dar vida al wyverno, todos los
intentos de repararlo habían resultado inútiles.
―Si no puedes arreglar el ala de un wyverno, ¿cómo manejarás las
protecciones? ―él susurró. Con un gemido dejó caer la cabeza hacia
adelante, demasiado abatido para ver a los wyvernos revoloteando
sobre su cabeza.
Y si… ¿Y si la chica tenía razón?
La mandíbula de Soran se apretó cuando el pensamiento se deslizó a
través de él, se llevó una mano a la cabeza, sus fríos dedos plateados le
frotaron la sien como si pudiera borrar esas tontas ideas de su cerebro,
pero ellas no se irían.
¿Por qué no intentar enseñarle magia a la chica? Ella ya había
demostrado ser una experta por naturaleza. O, mejor dicho, una adepta
antinatural. Dioses, ¡no debería poder hacer la mitad de las cosas que él
ya la había visto hacer! Podía ver sus hechizos con claridad, sin
entrenamiento previo y en varias ocasiones había manipulado hechizos
ella misma sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, era casi aterrador.
Y solo podría significar una cosa. 34
―Ibrildiana ― susurró.
Pero nelle Beck era una ibrildiana, un cruce entre fae y mortal, una
híbrida. En sus venas fluía una combinación de sangre roja y azul, de
magia mortal y hada, creando algo completamente único e
innegablemente poderoso. Por supuesto, el Juramento prohibía esa
mezcla de razas. En los días de antaño, el "robo de novias" había sido
una práctica común entre los señores de las hadas, particularmente los
reyes y príncipes que buscaban criar poderosos hijos ibrildianos para
servir en sus ejércitos y hogares. A veces, las mujeres fae también
tomaban hombres mortales para engendrar un hijo, aunque esta práctica
era menos común. Pero hubo una época en la que abundaban los
híbridos nacidos de mortales, una pesadilla mortal para sus primos
mortales de pura sangre. La Gran Guerra entre los mortales y los reyes
de Eledria se había librado principalmente para detener la práctica del
robo de novias y la cría de más ibrildianos.
El hecho de que algo esté prohibido no significa que deje de existir. El
rey Lodírhal se había negado a entregar a su novia mortal después de la
firma del Juramento y nadie sabía qué había sido de su hija híbrida. En
estos días, cualquier mujer mortal que se descubriera que llevaba uno
de los hijos de los fae se vería obligada a entregar a los bebés
inmediatamente después del nacimiento, una de las tareas menos
buenas de los Miphates de rango superior era reunir a estos niños. Soran
desconocía su destino y no le gustaba especular.
Pero ni siquiera los Miphates podían encontrar a todos los ibrildianos
nacidos en el mundo mortal.
¿Podría la chica ser realmente de sangre de hada? Cuanto más
pensaba en ello, más le parecía no sólo posible sino probable y el poder
potencial que se desbloquearía dentro de ella era emocionante de
contemplar. Poder suficiente para curar al pobre wyverno herido,
seguro. Poder suficiente para arreglar las tambaleantes piedras de
protección.
Pero ¿Qué más? ¿Qué otras posibilidades podrían explorarse a través 35
de ella?
¿Podría él enseñarle las artes prohibidas de Noswraith?
Soran respiró hondo, echó la cabeza hacia atrás y volvió a mirar al
mar. Enseñarle a la chica tal magia era un crimen, pero eso no le
molestaba mucho, había cometido crímenes mucho peores. Sin
embargo, enseñarle tomaría tiempo, no importa cuánto talento natural
poseyera, tomaría tiempo.
―No puedes retenerla aquí ― susurró― No puedes, no deberías, no
es seguro.
La Doncella de Espinas, había estado callada anoche escondida en su
reino oscuro, pero eso solo podía significar una cosa: Se estaba
preparando. Preparándose, reuniendo sus fuerzas para un ataque más
cruel.
Cuando ese ataque inevitablemente llegara, ¿estaría listo?
Si tuviera ayuda… Si tuviera una compañera en estas batallas
nocturnas…
Soran se puso de pie abruptamente sacudiendo su túnica y
cubriéndose la cabeza con la capucha. Es hora de poner fin a estas tontas
imaginaciones, la chica no podía quedarse y él no podía enseñarle, era
tan simple como eso. La albergaría unos días más y luego la enviaría de
regreso al lugar de donde vino antes de que fuera demasiado tarde.
Con la determinación fija en su corazón, Soran marchó a lo largo del
borde del acantilado dirigiéndose a la siguiente piedra de protección,
debía inspeccionarlas todas antes del atardecer.

36
4
―Hola, gran montón de piedras ― dijo Nelle, apartándose el pelo de
la cara ―Volví.

D
e pie junto a la puerta, ella miró a lo largo de la maleza del
camino hacia Dornrise Hall, que era tan feo y trágico como
recordaba, con sus antiguas chimeneas y frontones ahora
engullidos en un mar de rosales y zarzas muertas.
Nelle se estremeció y el estómago le dio un pequeño vuelco, ahora que
sabía sobre La Doncella de Espinas no podía evitar preguntarse si ese 37
épico enmarañado de espinas podría ser obra del Noswraith. El mago
Silveri insistía en que ella no podía romper sus ataduras y manifestarse
en el mundo físico, no todavía de todos modos. ¿Pero podría estar
influyendo en este nivel de realidad más de lo que él se daba cuenta? El
mago no lo sabía todo, después de todo.
Aun así, le había asegurado que la casa estaba a salvo durante las
horas del día, Nelle miró hacia el sol brillante en el cielo frío, aún no era
mediodía, tenía horas de exploración segura por delante. Además, ¿qué
más iba a hacer con su día mientras el mago deambulaba por la isla sobre
sus asuntos mágicos? ¿Preferiría estar afuera a la intemperie como cebo
vivo para las arpínes?
Girando la pequeña banda de oro en su pulgar, Nelle sacudió sus
hombros y avanzó, habían pasado varios días desde su última visita a la
gran casa, pero recordaba el camino a través de la maraña de zarzas, un
camino estrecho que rodeaba el costado de la casa hasta la puerta de la
cocina. La puerta se abrió fácilmente con su toque, ya acostumbrada a
sus idas y venidas.
Se metió en la cocina en sombras y cerró la puerta detrás de ella para
protegerse del frío. Era extraño lo familiar que se había vuelto todo esto
en tan solo unos días, conocía bastante bien la distribución de la cocina,
este espacio cavernoso podría acomodar fácilmente a un pequeño
ejército de chefs, cocineros asistentes y mozas de la cocina.
Se movió entre las mesas de trabajo y los hornos con rápida confianza,
dirigiéndose directamente a la despensa, todos los días aparecía una
hogaza de pan recién hecho en la panera, una magia de la que Nelle
había llegado a depender y apreciar. A pesar de todo… Era muy extraño.
En su primer día en Roseward ella se asomó al salón de banquetes y
vio un gran banquete extendido en la mesa completamente estropeado,
la mayor parte de la casa había dado paso a la decadencia y la ruina,
pero en esta despensa siempre había pan fresco y los demás artículos
que almacenaban los estantes estaban como nuevos. ¿Silveri había
plantado hechizos para mantenerse bien abastecido antes de que 38
comenzara su encarcelamiento? Pero eso no tenía sentido, ni una sola
vez había venido a saquear los suministros en los quince años antes de
que ella viniera aquí, ¿Alguien más lo había encantado? ¿El rey fae que
lo maldijo, tal vez?
―Un misterio ―susurró Nelle― Otro misterio más.
No es que importara, el pan estaba fresco y, en última instancia, eso
es lo que le importaba, pero antes de llenar su saco de suministros tenía
otro trabajo que hacer.
Era hora de buscar un vestido nuevo.
Dejando las cocinas subió una escalera trasera hasta el nivel principal
de la casa de arriba. Por derecho, debería registrar las habitaciones de
los sirvientes. Después de todo, no era más que una chica de Draggs
Street; no debería ir a saquear los guardarropas de las bellas damas que
una vez vivieron en esta casa.
Pero otra vez ¿por qué no?
Con una leve sonrisa en los labios, Nelle se apresuró a recorrer
suntuosos pasillos hasta la gran entrada principal y la escalera. Había
estado dentro de Dornrise solo dos veces, pero su madre le había
enseñado hace mucho tiempo a memorizar rápidamente el diseño de
cualquier casa en la que entrara. Era casi un instinto, un truco que no
podía olvidar, aunque lo intentara.
Encontró la escalera con sus postes tallados con feos wyvernos
escupiendo rosas y enredaderas por la boca. Como le recordaban
demasiado al wyverno azul del faro, les sacó la lengua mientras se
acercaba.
Justo cuando puso un pie en el escalón más bajo, se detuvo. La piel de
la columna le picaba y los finos pelos se erizaban.
Nelle se humedeció los labios secos, luego, lentamente se volvió y
miró hacia el lugar oscuro en la pared donde apenas pudo vislumbrar
un par de retratos enmarcados en oro, no había suficiente luz natural en 39
el pasillo a esta hora del día para verlos con claridad, porque las zarzas
del exterior ahogaban las ventanas, pero no importaba, sintió la
intensidad de la mirada de ojos grises que la veía desde el retrato de la
izquierda.
Soran Silveri, como lo fue alguna vez.
Nelle se apartó de la escalera y cruzó el pasillo avanzando hacia ese
retrato casi en contra de su voluntad, miró hacia arriba a través de las
sombras tratando de discernir los rasgos de ese rostro. En la penumbra,
era más fácil ver las similitudes entre este joven y el hombre con
cicatrices al que había llegado a conocer en los últimos días. La
mandíbula tenía la misma forma, cuadrada y fuerte y el par de ojos sobre
los pómulos esculpidos, era un rostro atractivo, hermoso, pero no
demasiado hermoso para comprometer la innegable masculinidad del
sujeto.
Por supuesto, podría idealizarse, Nelle se cruzó de brazos y enarcó
una ceja, esta gente elegante a menudo pagaba a artistas para que se
vieran mejor que la realidad, el joven Silveri podría haber sido un tipo
grosero con una mala complexión por lo que sabía, apenas se parecía al
hombre que la miraba desde ese marco.
De alguna manera lo dudaba.
Incómoda bajo ese escrutinio desdeñoso, centró su atención en el
segundo retrato, aunque lo había notado la última vez que visitó
Dornrise, estaba demasiado absorta en el primer cuadro como para
prestarle mucha atención. Debido al ángulo de la luz a esa hora, el
segundo retrato estaba mejor iluminado, aunque todavía estaba
demasiado oscuro para ofrecer más que una impresión.
Era otro joven muy parecido al primero para ser honestos, tanto que
a primera vista podrían confundirse entre sí, pero las arrugas alrededor
de los ojos de este hombre indicaban risa, lo que debería haberlo hecho
parecer más agradable que el otro, que parecía demasiado orgulloso.
Aunque… Nelle inclinó la cabeza hacia un lado y entrecerró los ojos, 40
había algo en la peculiaridad de la boca de este hombre, algo en el brillo
de sus ojos revelaba burla, no alegría. Era al menos tan orgulloso y tan
vanidoso como el joven Soran Silveri, también podría ser cruel.
Nelle dio un paso atrás sintiendo que ya estaba harta de que los dos
jóvenes la miraran. Dándoles la espalda, se apresuró a subir las escaleras
y casi corrió hasta el primer rellano. Sólo ahí, cuando estaba segura de
que estaba fuera del alcance de esas miradas pintadas, se detuvo para
considerar su próximo paso.
Miró hacia el tramo de escaleras de la derecha que finalmente
conducía a la vasta biblioteca donde había pasado varias horas
infructuosas en su primer día en Roseward, pero hoy necesitaba
encontrar las habitaciones privadas de los miembros de la familia, así
que giró a la izquierda y se apresuró a subir al siguiente piso.
Una gruesa alfombra verde se extendía por el centro del amplio
pasillo que tenía ante ella. Olía a moho, así que Nelle caminó sobre el
frío suelo de mármol a lo largo del borde, algo en este pasaje se sintió
extrañamente familiar, ella no había venido por aquí antes, ¿verdad?
No, las dos veces había seguido el tramo de escaleras de la derecha y
había ido a la biblioteca.
Sin embargo, no podía negar esa sensación de familiaridad, ni la
sensación de las enredaderas espinosas arrastrándose por los bordes de
su conciencia.
Temblando, se detuvo, quizás esto era un error. Horas de luz o sin luz,
Dornrise era un lugar encantado, atormentada por su propio vacío,
acosada por las pesadillas de todos los que alguna vez vivieron aquí.
Perseguida por La Doncella de Espinas, atada, pero presente.
La boca de Nelle se secó y el corazón le dio un vuelco en la garganta,
¿Cuánto deseaba ella un vestido nuevo de todos modos? Dio un paso
atrás, pero en ese momento su mirada se posó en una puerta 41
parcialmente abierta, también le resultaba familiar. Algo en ella la llamó,
le hizo señas para que fuera y mirara adentro, la llamada era fuerte,
abrumando incluso sus punzantes miedos.
Cruzando rápidamente la alfombra mohosa, Nelle miró a través de la
puerta hacia la cámara que había más allá, de inmediato esa sensación
de familiaridad se intensificó. La hermosa cama con dosel envuelta en
cortinas de color rosa, la suave alfombra con borlas doradas, el tocador
de nogal junto a una pared, con un espejo de cristal impecable,
ciertamente había visto todo esto antes. Un recuerdo permanecía en su
mente, aunque no podía decir de dónde venía, un recuerdo de esta
misma habitación llena de un resplandor rosado y su atmósfera densa
con el perfume de rosas ardientes. Y ahí, sentada en ese tocador…
Nelle parpadeó, por un instante mientras sus párpados estaban bajos
creyó ver a una mujer joven que estudiaba detenidamente su reflejo en
el espejo, una criatura exquisita, toda de piel oscura y sedoso cabello
negro, vestida con una reveladora bata que dejaba al descubierto sus
hombros y gran parte de su amplio busto. Un relicario de oro con una
cadena colgaba de su garganta, el amuleto ovalado brillaba contra su
piel oscura.
Las pestañas de Nelle se abrieron, la habitación volvió a quedar vacía
y la imagen se esfumó. Un tenue aroma a rosas permanecía, tan tenue
que casi podría haberlo imaginado.
―Mierda ― susurró, estaba dejando que su imaginación se saliera con
la suya, el mago Silveri no le habría dicho que Dornrise estaba a salvo si
no lo estuviera, estaba demasiado nerviosa, ¿Qué pensaría mamá si la
viera ahora?
―Vamos, chica ― murmuró mientras entraba en la habitación ― Si
este no es un lugar para buscar vestidos, entonces no sé qué es.
Efectivamente, cuando abrió las puertas de un enorme armario
encontró más vestidos de los que cualquier mujer podría necesitar, tanto
las cinturas como los escotes eran más bajos que el modo actual entre las 42
damas de moda de Wimborne, pero las telas eran gloriosas. Sedas, rasos
y terciopelos, todos adornados y bordados y con pedrería.
―No necesito adornos ni pedrería ―murmuró Nelle estudiando
vestido tras vestido con ojo crítico― ¡Y seguro como boggarts que no
necesito mostrar todo lo que tengo! ―Levantó un vestido con un frente
tan hundido que se preguntó cómo la dama que lo había usado se las
arregló para mantenerse contenida, su rostro se ruborizó ante la idea de
usarlo en cualquier lugar donde el mago Silveri pudiera verla.
Por fin, sacó un vestido de color púrpura pálido con un escote alto y
redondo, una cintura con cinturón y un corte simple. Era demasiado
flojo para ser completamente práctico, pero en comparación con todo lo
demás en ese guardarropa era positivamente recatado, también podía
entrar y salir sin ayuda.
―Esto servirá ―dijo, para después de una rápida comprobación
asegurarse de que ninguna polilla había mordisqueado la tela durante
los últimos quince años, extendió el vestido sobre la cama, unos minutos
más de rebuscar produjeron un par de botas cálidas y resistentes solo un
poco más grandes, aunque difícilmente coincidieran con el vestido
servirían para vagar por Roseward, también encontró lo que parecía una
capa impermeable.
Después de agregar estos tesoros al vestido en la cama, Nelle hizo una
pausa y consideró, de alguna manera no le gustaba desnudarse y
cambiarse en la habitación de esta extraña mujer, pero ¿qué otra opción
tenía? ¿Llevarlo todo al faro y cambiarse allí con el mago Silveri arriba?
No, definitivamente no.
Nelle tiró apresuradamente de los lazos de su vestido azul y lo dejó
caer en el suelo, su camisola estaba en mejor forma así que la mantuvo
mientras se ponía el suave vestido púrpura.
Era… agradable, tan suave y maravilloso contra su piel, mucho más
agradable de lo que esperaba. ¿Era así como las damas de clase alta
siempre se sentían cuando se vestían con sus hermosos vestidos? ¿Por
qué no estaban felices todo el tiempo? Nelle arregló los pliegues de la 43
falda sintiéndose extrañamente femenina y vulnerable mientras los
agitaba de un lado a otro, ¡Siete dioses! Volvió a sentirse como una chica
de cinco años bailando con un vestido muy nuevo que mamá le compró
con una moneda robada.
Este pensamiento la tranquilizó un poco, ella no estaba aquí para jugar
a disfrazarse.
Tenía una misión, un trabajo que hacer.
Dejando caer las faldas hasta casi tocar el suelo, Nelle se acercó al
tocador y tomó asiento, la luz de dos ventanas sucias cubiertas de zarzas
era demasiado pobre para ver su reflejo más allá de una impresión
nebulosa, una impresión que la hizo fruncir el ceño, su cabello caía en
una masa de rizos enredados sobre su hombro. Pelo de moza, podría
ponerse el bonito vestido y desfilar como una tonta, no cambiaba quién
y qué era ella.
Nelle entrecerró los ojos y se encontró con su propia mirada en el
cristal, se estudió a sí misma durante unos momentos.
― ¿Vas a hacerlo? ―Ella susurró, su voz era suave pero clara en la
habitación silenciosa― ¿Vas a… besarlo?
Después de todo, ese era su trabajo, el mago Gaspar la había enviado
aquí con el propósito de tomar a Silveri por sorpresa con su beso
drogado, la droga Sweet Dreams que había heredado de su madre,
podía dejar inconsciente a un hombre hasta por veinticuatro horas,
tiempo suficiente para que ella buscara en la torre del faro, tiempo
suficiente para encontrar el Libro de las Rosas.
El Libro de las Rosas… que ahora sabía que ataba a La Doncella de
Espinas, ¿Por qué Gaspar deseaba tanto ese hechizo? ¿No entendía que
un ser como La Doncella de Espinas no podía ser controlada?
Terminaría como Silveri, toda su vida tratando de contener al monstruo
de la pesadilla antes de que saliera y destruyera todo.
Nelle negó con la cabeza y se pasó una mano por la cara tirando de la 44
piel debajo de sus ojos cansados. ¿Qué opción tenía ella? Gaspar tenía a
su papá, Gaspar mataría a su papá si ella no regresaba con ese libro en
el tiempo dado, ella debía hacer lo que él quería.
Su mamá le había encargado que cuidara de papá sin importar qué, y
ella se lo había prometido, lo había prometido sobre el cuerpo roto y
muerto de su madre.
Nelle inclinó la cabeza y apretó los dientes, luego volvió a mirar su
rostro en sombras en el espejo, sus ojos estaban brillando, por supuesto
que haría su trabajo, por supuesto que conseguiría el Libro de las Rosas
y volvería a Wimborne, por supuesto que ella besaría al mago Silveri, lo
drogaría, lo dejaría jadeando en el suelo. Ella lo miraría a la cara y lo
observaría a los ojos mientras sentía la droga correr a través de él, al
darse cuenta de lo que había hecho.
Nelle se mordió el labio con tanta fuerza que le hizo salir una gota de
sangre― ¿Quizás sea lo mejor? ―Susurró― Si le quitan el Libro de las
Rosas, ¿no lo liberaría al final? Si se elimina la pesadilla, no tendrá que
seguir luchando contra ella, quizás pueda dejar Roseward entonces,
regresar a su propio mundo, tener una vida propia.
Como si el Rey fae que lo había maldecido alguna vez permitiría que
eso sucediera.
Sus dedos se apretaron en puños― De todos modos, ¿por qué estás
tan preocupada? ―ella gruñó― No lo conoces de nada y lo poco que
sabes de él no le da precisamente mérito, es un Miphato después de
todo. Claro, ha sido amable contigo estos últimos días, pero ¿qué
importa eso?
Podía discutir y racionalizar todo lo que quisiera, la verdad
permaneció: ella no quería besarlo. Eso es… Nelle frunció el ceño y rozó
la parte de atrás de su mano sobre su nariz, ella no quería drogarlo, pero
si surgía la oportunidad debía aprovecharla.
―Mierda ― murmuró de nuevo y de repente alcanzó uno de los
cajones del tocador abriéndolo con tanta fuerza que el espejo traqueteó 45
en su marco, buscó a tientas un peine o unas horquillas, algo que pudiera
usar para arreglar su maraña de pelo, si iba a fingir ser una dama sería
mejor que hiciera un buen trabajo, metió la mano un poco más en el
cajón.
Sus dedos tocaron algo frío, duro, suave. Y una cadena. Curiosa, Nelle
sacó un collar de oro que brillaba incluso en la parte ligera. Era un
relicario, un relicario ovalado grabado con una rosa floreciente en el
frente, Nelle le dio la vuelta entre los dedos varias veces antes de abrirla
de golpe para ver una delicada trenza de cabello dentro del pequeño
marco: cabello negro trenzado con hebras de oro, el lado opuesto tenía
una inscripción delicadamente escrita con una letra precisa. Nelle tuvo
que acercar bastante el relicario a su cara para distinguirlo.
Eternamente tuyo
SS
―SS ―susurró Nelle en voz baja― ¿Soran Silveri? ―Tocó la trenza
de cabello con la punta de un dedo.
Ella se preguntó.

46
5
―Quédate quieto ―murmuró Soran.

E
l wyverno ensanchó su cresta desafiante y miró al mago con los
ojos brillantes. Lanzando un gran suspiro, se calmó, con el
hocico colgando sobre el borde de la mesa, y su ala herida
extendida hacia Soran.
Con una última mirada severa al wyverno, Soran se inclinó sobre su
ala. La vio como un ala, por supuesto: la piel azul pálida y membranosa
atravesada por delicadas venas púrpuras. Pero también vio el hechizo 47
subyacente, el pergamino y la tinta con los que el wyverno había
cobrado vida. Por su propia mano.
El ala estaba muy rota, atravesada por el salvaje cuerno del unicornio.
Y el pergamino en el que estaba escrito el hechizo también se rasgó.
Soran estudió a ambos de cerca, usando sus torpes manos plateadas para
juntar las fibras rasgadas, volviendo a conectar las palabras divididas.
Sería necesario parchearlo adecuadamente, posiblemente reescribirlo, si
el wyverno alguna vez volvía a volar.
Al codo del mago aguardaban un tintero y una pluma. Sólo necesitaba
escribir el hechizo: escribirlo nuevo, escribirlo con claridad, escribirlo
limpio. Ni siquiera todo el hechizo, sólo la parte rota debería ser
suficiente. Una vez podría haber hecho esto en una sola tarde sin sudar.
El ceño de Soran se profundizó. Ya había hecho varios intentos para
realizar esta reparación, por lo que sabía lo que sucedería cuando lo
intentara de nuevo. Sus manos, torpes e ineptas, aplicarían demasiada
presión o muy poca. La pluma se bamboleaba bajo su agarre. La tinta
corría y se secaba. La magia surgiría de él, errática e ineficaz. Incluso
podría empeorar las cosas.
― ¿Prrrlt? ―El wyverno volvió a levantar la cabeza, parpadeando,
sus párpados no estaban del todo sincronizados.
―Lo sé, amiguito ―dijo Soran, recostándose en la silla― Sé que
quieres reunirte con tus hermanos en el aire. Yo… desearía poder
ayudarte.
El wyverno ladeó la cabeza y le chasqueó la lengua, como una
serpiente. Su mirada era claramente acusadora.
Soran lo fulminó con la mirada. ― ¿Crees que no lo he considerado?
Pero hay demasiado riesgo. Además, es posible que ella no pueda
entender la magia. ―Se echó la capucha sobre los hombros y se pasó la
mano por el pelo ― Sería mejor que aceptaras tu suerte, aceptando que
nunca serás lo que alguna vez fuiste. Nunca volverás a volar tan cerca 48
del sol…
El wyverno balbuceó e inclinó la cabeza. Luego, con un bufido, giró
su cuello y comenzó a acicalar las espinas a lo largo de su espalda,
picoteando cada una por turno. En verdad, probablemente no le
importaba si volvía a volar. No era exactamente el más brillante del
rebaño, y tenía una situación agradable aquí, durmiendo sus días junto
a la chimenea, engordando con la comida de la muchacha.
Soran se desplomó sobre el ala rota y el hechizo. Realmente no fue por
el bien del wyverno que había sacado las herramientas de su oficio una
vez más. Quería demostrarse a sí mismo que no tenía miedo de intentar
y seguir intentándolo hasta que de alguna manera, por un puro acto de
voluntad, forzó la habilidad de regreso a sus manos lisiadas, frustrando
la maldición de Lodírhal.
Era sólo otro sueño en vano. Y bien lo sabía.
Enterró su rostro entre sus manos, sus dedos y palmas frías contra su
rostro recién afeitado. Había pasado un largo día marchando por las
costas de Roseward para revisar cada una de las piedras de protección.
Tres de ellas estaban comprometidas, aunque ninguna más que la
primera piedra más cercana al faro. A este ritmo, sólo tomaría unos
pocos ciclos a través del Mar del Interior antes de que la isla estuviera
completamente a merced de cualquier bestia fae curiosa o hambrienta.
Pronto se quedaría sin armas para luchar contra ellas.
La situación no era desesperada. Todavía. Pero no tardaría mucho
ahora.
Levantó la cabeza y miró hacia la ventana más cercana colocada en lo
alto de la pared. El cielo se había oscurecido desde que regresó al faro.
El anochecer se acercaba rápidamente.
― ¿Dónde está ella?
Soran se volvió en su asiento para mirar hacia la puerta. Al darse
cuenta de lo que hizo, murmuró una maldición y volvió a mirar hacia 49
adelante para mirar el ala rota.
No debería estar preocupado. No era asunto suyo cómo ella iba y
venía. De hecho, sería mejor para ambos si ella recobrara el sentido y
dejara Roseward por completo. Mejor aún si no se molestaba en decir
adiós.
Y, sin embargo, aquí estaba, mirando la puerta de nuevo.
Preguntándose, preocupándose… esperando…
La cabeza del wyverno se disparó, los ojos brillantes fijos, la cresta
brillando con alerta.
Había escuchado algo.
Soran se negó a darse la vuelta en su asiento. Arrancó la pluma, la
mojó en tinta y se puso a escribir una vez más. Obligó a su mano a
mantenerse firme, obligó a su cerebro a concentrarse. Consiguió un sólo
golpe fluido.
Pero no lo vio. Aguzó el oído y contuvo la respiración.
Por fin, antes de que pudiera borrar el hechizo y arruinarlo, levantó la
plumilla de la página y simplemente se sentó allí, esperando escuchar el
sonido de sus pasos.
―Eres un tonto, Silveri ―susurró.
Pero cuando la escuchó llamar y girar el pestillo de la puerta, no pudo
evitar que la sonrisa que se dibujó en la comisura de su boca.

Las nubes oscuras llegaron rápidamente cuando Nelle volvió a estar


a la vista del faro. Sus botas nuevas le rozaban los talones, pero al menos
eran más resistentes que las pantuflas que había estado usando. Cuando
cayeron las primeras gotas heladas de lluvia, se metió profundamente
en la capa impermeable, con la esperanza de que protegiera el hermoso 50
vestido púrpura que llevaba; sería una lástima arruinarlo el primer día.
Se detuvo en el acantilado sobre la playa de los wyvernos, su aliento
soplaba en pequeñas nubes que el viento instantáneamente alejó, sopló
lo suficientemente fuerte como para golpear la capucha sobre sus
hombros, arder sus mejillas y despeinar su cabello, el cual se las había
arreglado para aguantarlo con algunas docenas de alfileres. En lo alto,
los wyvernos giraban y cantaban una canción inquietante adaptada al
duro estado de ánimo y el paisaje.
Se apartó de la vista, mirando hacia el faro. La luz brillaba a través de
las ventanas inferiores. El mago Silveri ya debía tener un fuego
encendido.
¿Anticipaba su regreso ahora que se acercaba el atardecer?
Él… ¿La extrañó cuando ella estuvo afuera?
Nelle apretó la mandíbula. No tenía por qué pensar en esas cosas y no
lo toleraría.
Con un pequeño movimiento de cabeza, avanzó rápidamente por el
camino hacia el faro, con una cesta de artículos robados de la despensa
colgando de su brazo. Mientras se acercaba a la puerta, movió la canasta
de su brazo derecho a su izquierdo antes de llamar con fuerza a la
puerta.
― ¡Oye, mago Silveri! ―Ella llamó. Luego puso la mano en el pestillo.
Cedió bajo presión.
―Soy yo, señor ―dijo, abriendo la puerta y entrando en la habitación
iluminada por el fuego― ¡Boggarts, pero hay un viento frío que sopla
desde algún lugar! Va a bajar como el infierno esta noche, o estoy muy
equivocada. Supongo que no habrá pensado en poner la tetera, ¿verdad,
señor? Estoy así de fría, hasta los huesos, y yo... Siete dioses arriba, ¿qué
es esto?
Se detuvo en seco, la puerta aún estaba abierta a su espalda, y miró 51
hacia el espacio oscuro. Su mirada se fijó en el wyverno tendido sobre la
mesa, su nariz estriada entre sus garras delanteras palmeadas, su larga
cola colgando sobre el borde lejano, temblando levemente. Silveri se
sentó en su lugar con una variedad de vasijas y plumas ante él. Las
mangas de su áspera túnica estaban enrolladas más allá de sus codos,
exponiendo las líneas donde el Nilarium plateado pasaba por sus
muñecas y daba paso a la carne humana.
Al oír la exclamación de Nelle miró a su alrededor, su rostro casi tan
inexpresivo como el del wyverno.
―Señorita Beck ―dijo con frialdad.
Nelle hizo una mueca y cerró la puerta detrás de ella.
― ¡No me vengas con Señorita Beck! ―gruñó, cruzando la habitación.
Dejó su pesada cesta en el suelo con un ruido sordo junto a la cola del
wyverno. La bestia levantó la cabeza y agitó su lengua hacia ella con una
amenaza a medias― ¿Qué está haciendo el gusano en la mesa? Nosotros
comemos aquí. Puede que sea una moza de Draggs, pero incluso yo tengo
estándares.
El mago Silveri parpadeó impasible y se inclinó sobre su trabajo una
vez más.
Sostenía lo que parecía una vieja pluma de ganso, sosteniéndola
torpemente entre sus dedos deformados mientras hacía marcas a lo
largo del desgarro en el ala del wyverno.
―Silencio, señorita Beck ―dijo― Esto requiere… concentración…
Su voz se fue apagando como si no pudiera mantener esa corriente de
pensamientos mientras simultáneamente se enfocaba en la tarea en
cuestión. El wyverno echó la cabeza hacia atrás y balbuceó
patéticamente.
―Puaj. ―Nelle levantó las manos, se dirigió a su pequeña cama
empotrada y desabrochó los broches de su capa ― Miserable wyverno
―murmuró. Se quitó la capa de los hombros y la tiró en un montículo
sobre la cama de alfombra― ¡Mira; apuesto a que esa bestia es un 52
desastre de plaga! No me culpes si acabas con fiebre moteada o
podredumbre en los pies o gripe verde o...
Ella se dio la vuelta. Y se congeló.
Silveri seguía inclinado sobre su trabajo. Pero tenía la cabeza erguida
y sus ojos la miraban entre mechones caídos de cabello blanco. Su boca
colgaba parcialmente abierta, su expresión sorprendida.
El calor rugió en sus entrañas y enrojeció por su cuello. Lo cual era
estúpido, por supuesto, así que Nelle rápidamente lo enmascaró con el
ceño fruncido.
― ¿Qué? ―exigió.
Su mano, sujetando torpemente la pluma, flotaba en el aire sobre el
ala del wyverno. El wyverno le lanzó una mirada siniestra y exhaló un
suspiro. El sonido fue suficiente para agitar al mago, quien parpadeó y
negó con la cabeza.
―Señorita Beck ―dijo, y se aclaró la garganta con brusquedad― Yo,
eh. Te ves...
― ¿Desaliñada como un gatito medio ahogado atrapado en el
desagüe? Sí, lo sé.
Las feas cicatrices alrededor de su boca se tiraron como si estuviera
reprimiendo el impulso de sonreír.
―Iba a decir encantadora.
Nelle se quedó boquiabierta. Su mente se agitó en busca de algún tipo
de respuesta. La habían llamado muchas cosas en su vida, cosas lascivas,
la mayoría. Sabía el efecto que tenía en el sexo opuesto. Y lo odiaba.
Madre siempre había sabido cómo usar su atractivo físico como arma,
pero Nelle siempre sintió que sus atributos naturales la convertían en el
objetivo de todo lo que era depravado y perverso en los corazones de
los hombres.
Ningún hombre la había mirado nunca así.
53
Ningún hombre la había llamado nunca encantadora.
― ¡Caramba! ―Dijo y bajó la mirada― Es sólo este extravagante
vestido que arrebaté de la gran casa, eso es todo. ¿Miras ese dobladillo?
Medio arruinado por el barro, estoy segura. Pero supongo que a la
señora que lo poseyó no le importará demasiado.
―No. A ella no le importará. De ninguna manera.
La voz de Silveri era tan suave que Nelle no pudo resistirse a echarle
otra mirada. Había vuelto a mirar al wyverno, pero su mano permanecía
congelada en el aire. Una sola gota de líquido oscuro goteó del extremo
de la pluma y se esparció sobre la mesa. Silveri gruñó y se apresuró a
limpiarlo, pero tenía las manos torpes y dejó caer el trapo secante.
Gruñó, toda la suavidad desapareció de su voz, y arrojó la pluma, con
la punta en primer lugar, en una botella abierta de tinta rojiza.
― ¡Oh, déjame! ―Nelle dijo rápidamente y saltó a través de la
habitación. Se agachó y recuperó el trapo, luego se apresuró a fregar la
mancha de la mesa. Mientras lo hacía, notó el ala del wyverno. El
desgarro había mejorado mucho desde hace tres días. Seguía siendo
irregular y abultado, y ciertamente no servía para volar. Pero había
mejorado.
Sin embargo, lo que más la intrigó fue el patrón de caracteres escritos
en un guion en bloques, que se arrastraba a lo largo de la cicatriz y la
delineaba en ambos lados. Casi reconoció las letras, aunque no del todo.
Pero ella sintió que… se cocinaba a fuego lento. Un zumbido de energía
similar al que había sentido en los grimorios de la quilla de Gaspar.
―Aquí, ¿qué es esto ahora? ―preguntó, señalando la cicatriz. El
wyverno le chasqueó el dedo sin ninguna amenaza real. Ella movió su
nariz― ¡Abajo, tú! ―Volviendo su mirada hacia el mago, se dio cuenta
de repente de lo cerca que estaba junto a él, tan cerca que su brazo casi
rozaba el suyo. Se estremeció y dio medio paso atrás― ¿Está haciendo
magia, señor?
Él gruñó y asintió con la cabeza, sus ojos plateados se giraron
brevemente hacia su rostro y luego se enfocaron en el wyverno. 54
―Estoy intentando, sí.
― ¿Cómo funciona exactamente?
Ante eso, se rio entre dientes, un cálido y bajo estruendo en su pecho.
―No podría empezar a explicar exactamente.
Nelle se estremeció. Con un olfateo, le dio un golpecito en la oreja con
la misma fuerza que había empleado en la nariz del wyverno. Él se
sobresaltó, pero antes de que pudiera protestar, Nelle se dirigió a su
extremo de la mesa, cogió su silla y la arrastró hasta su lado, donde la
dejó caer, se sentó en ella, apoyó los codos y se ahuecó la barbilla.
―Está bien ―dijo― No expliques exactamente. Explícalo
inexactamente. Y usa palabras muy pequeñas. ―Ella lo miró
parpadeando con exagerada maravilla de ojos saltones.
Él tuvo la gracia de parecer disgustado. ―Perdóname, señorita Beck.
No quise ofenderte.
―Ustedes los tipos esnobs condescendientes nunca lo hacen,
¿verdad?
Inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado y se frotó la frente con un
dedo cubierto de plata.
―La teoría detrás de lo que estoy intentando actualmente es
complicada. Pero en términos sencillos, por así decirlo, el wyverno es
una criatura nacida de pergamino y tinta. No digo que la bestia en sí está
hecha de pergamino y tinta, sólo que este fue el medio a través del cual
nació. También es el medio a través del cual se puede curar.
Nelle asintió. ―Yo… creo que lo entiendo.
―No lo entiendes, te lo aseguro.
Ella lo fulminó con la mirada y luego volvió la mirada hacia el ala del
wyverno. El wyverno rio y se movió incómodo bajo su mirada.
55
―Así que, cuando hechizaste a esta pequeña bestia para que naciera,
¿fue algo así como cuando creaste a La Doncella de Espinas?
―El proceso fue similar, sí. A diferencia de convertir las pesadillas en
realidad, los Miphates no prohíben la conversión de los sueños diurnos.
Pero se considera magia baja. Aprendí el truco cuando era estudiante,
por accidente. No fue hasta años más tarde que reconocí rudimentos de
la magia mayor y más oscura en este pequeño hobby estúpido. Entonces
comencé a practicar, produciendo más y más de estos sueños diurnos
hasta que su creación fue como una segunda naturaleza para mí.
― ¿Podrías verlos? ―Preguntó Nelle― ¿De vuelta en el mundo
mortal, quiero decir?
Silveri se encogió de hombros.
―Se manifiestan como formas sombrías en nuestro mundo. Pero son
más felices en Eledria, donde el aire es más ligero. Más propicio para los
seres mágicos.
―Parece que les gusta lo suficiente aquí.
―Sí. Cuanto más Roseward se ha alejado de nuestro mundo, más han
florecido mis wyvernos.
Nelle se mordió el interior de la mejilla pensativa.
―Una vez me dijiste que los wyvernos eran prisioneros aquí. Como
tú. ¿El rey fae también los maldijo?
―No. Yo lo hice. ―Su voz era pesada. Avergonzada― Un año
después de que comenzara mi sentencia, yo estaba… Temí caer en la
locura si me dejaban solo mucho más tiempo. Volví a los libros de
hechizos originales en los que había elaborado a los wyvernos y escribí
enlaces en sus hechizos de creación. Mis habilidades no son las que eran
antes ― extendió las manos arruinadas con las palmas hacia arriba ―
pero tenía el impulso. Obligué a mis dedos a obedecer hasta que cada 56
una de mis pequeñas creaciones estuvo ligada a mí, así como yo estoy
ligado a Roseward. ―Su voz se hundió a un registro más bajo, apenas
por encima de un susurro― Estaban enojados al principio. Furiosos.
Feroces. Pero nos hemos acostumbrado el uno al otro. Y ofrecen mucho
alivio del silencio, de la monotonía.
Él inclinó la cabeza, lanzándole sólo una breve mirada desde debajo
de sus pálidas pestañas.
―Verá, señorita Beck, no soy un hombre amable.
Se hizo el silencio entre ellos, roto sólo por el chirriar del wyverno y
el crepitar del fuego en la chimenea. La mirada de Silveri permaneció
fijamente baja, pero Nelle pudo ver por la forma en que su mejilla llena
de cicatrices tembló que él era consciente de su escrutinio.
¿Cuánta vergüenza podría soportar un hombre? El orgulloso mago
parecía inclinado bajo su peso. Pero Nelle descubrió que no podía
despreciarlo. Después de todo, la vergüenza podría ser una especie de
virtud, aunque sea burda. Este hombre había pasado quince años
mirando su pecado a la cara todas las noches. No podía apartar la
mirada, ni podía fingir ceguera. La experiencia lo había cambiado.
Lo destrozó en pedazos. Las cicatrices que cubrían cada centímetro de
su piel eran sólo los signos más externos de un daño peor en su interior.
Y aún… Nelle frunció el ceño y entrecerró los ojos un poco mientras
estudiaba ese horrible rostro. ¿Estaba realmente tan roto? ¿Estaba más
allá de la reparación? ¿O el destrozo había sido sólo el comienzo de algo
nuevo?
Se aclaró la garganta y negó con la cabeza, mirando al wyverno y la
tinta secándose en su ala.
― ¿Serás capaz de arreglar al gusano? ―preguntó, extendiendo un
dedo para trazar debajo de una de las líneas retorcidas de escritura. El
ala delgada y venosa se onduló bajo su toque.
―No ―respondió Silveri de inmediato― Al menos, no del todo. No 57
con estas manos. Me temo que este pequeño sueño nunca volverá a
volar.
― ¿Y no me dejas ayudarte?
Él no respondió.
Nelle arqueó una ceja. Tal vez fue una tontería al volver a mencionar
esto tan pronto después de su última discusión. ―No me mires de esa
manera. ¿Es realmente una idea tan ridícula?
―Yo… Es decir, señorita Beck… ―Hizo una pausa y se aclaró la
garganta, su frente llena de cicatrices se contrajo como si le doliera― Lo
que preguntas es…
―Sé que no es fácil. No soy estúpida, ¿sabes?
―Nunca dije que fueras…
―No estoy hablando de dominar grandes hechizos. No me considero
una maga en ciernes. Sólo quiero ayudar. Seguramente puedo aprender
a sujetar la pluma y tú me puedes mostrar dónde hacer las marcas.
Puedo practicar. Quizás pueda… No lo sé. ―Ella suspiró, dejó caer la
cabeza entre las manos, repentinamente cansada, y se frotó los ojos,
sacudiendo la cabeza lentamente.
Luego miró hacia arriba de nuevo, apoyando la barbilla en sus dedos
entrelazados.
―Tal vez pueda marcar la diferencia.
Sus ojos estaban sobre ella, estudiándola. Su silencio se prolongó
demasiado.
―Lo siento ―ella susurró finalmente, y comenzó a levantarse.
―Espera.
Su mano se lanzó a la velocidad del rayo. Dedos duros y fríos
agarraron su muñeca. Nelle sintió la fuerza en ese agarre, el poder
58
suficiente para romper sus huesos con un solo giro. Por primera vez en
días, el miedo a este hombre, a este extraño, le atravesó el corazón. Ella
se quedó quieta en su agarre como un ratón congelado en las garras del
búho.
Aun sosteniéndola del brazo, se puso de pie y se alzó sobre ella, al
menos una cabeza más alta. Se encontró frente a la parte delantera
abierta de su túnica, los lazos sueltos de su camiseta… y las cicatrices
que cubrían su pecho en un feo patrón de violencia. Su corazón latió
dolorosamente y se dio cuenta de que no respiraba.
―Se necesita más que un poco de magia en la sangre para hacer a un
mago. ―La voz de Silveri era profunda y oscura como la noche, fría
como el invierno― Se necesita una chispa. El ensildari, como lo llamaban
los Antiguos: la inspiración. Uno lo posee o no. Sin ella, nunca puedes
esperar controlar el poder dentro de ti.
Nelle obligó a sus ojos a moverse, a subir desde su pecho lleno de
cicatrices hasta su garganta, su barbilla y sus labios torcidos y deformes.
Inclinando más la cabeza, todavía no se atrevía a encontrar su mirada.
En cambio, se centró en su frente, en una cicatriz particularmente
espantosa entre sus cejas.
― ¿Puedes saberlo? ―Preguntó, su voz tensa y pequeña― ¿Tengo la
chispa?
La atrajo hacia él, obligándola a dar un paso más. Levantó la otra
mano y le cogió la barbilla entre el índice y el pulgar. Tembló ante el
toque frío del nilarium, pero se preparó, reafirmó la mandíbula y fijó la
frente en una línea dura.
―Mírame ―dijo.
Ella bajó la mirada de su frente a sus ojos. Le quemaron, las pupilas
oscuras se dilataron hasta casi eclipsar los irises plateados. Podía sentirlo
buscando, ahondando en lugares oscuros y secretos dentro de ella,
lugares que apenas sabía que existían. 59
¿Podría leer sus otros secretos también? ¿Podía ver quién era ella
realmente? ¿Podría desentrañar su propósito de venir a Roseward?
La lucha fue demasiado grande. No podía mantener esa mirada. Sus
párpados se agitaron y se centró en su boca. En las cicatrices que
resonaban en sus labios. Aún podía ver su forma anterior bajo la piel
arrugada, el fantasma del hermoso hombre del retrato. Pero las cicatrices
eran tan desfigurantes, torciendo la boca sensual en algo antinatural y
horrible. Aun así…
Se estremeció cuando un pensamiento pasó espontáneamente por su
mente. ¿Cómo sería sentir esos labios en los de ella? ¿Serían los besos
del mago con cicatrices algo así como ese sueño salvaje y sin aliento?
¿Arderían con la misma intensidad mientras simultáneamente se
burlaba con una ternura diferente a todo lo que había sentido antes?
No se necesitaría mucho para averiguarlo. Podía ponerse de puntillas,
colocar su boca contra la de él y descubrir las respuestas a todas estas
preguntas aquí y ahora.
¡No seas estúpida, chica!
Ella se echó hacia atrás, sacando la barbilla de su mano, torciendo su
muñeca contra su agarre. Él la soltó de inmediato y ella se tambaleó
varios pasos lejos de él, casi tropezando con el dobladillo de su falda.
― ¿Bien? ―preguntó, sacudiendo la cabeza. Varios rizos escaparon
de las horquillas y cayeron sobre sus hombros― ¿Qué viste?
Las manos de Silveri cayeron a sus costados. Abrió la boca, la cerró.
Luego se apartó de ella. Con un solo movimiento rápido, recogió el
wyverno de la mesa en un manojo de alas, extremidades y cola y lo
depositó en el suelo. Se puso a trabajar tapando las botellas, limpiando
y taponando la pluma, luego colocó todas sus herramientas en una
cartera y se la colgó al hombro.
60
Sin decir palabra, se dirigió a la escalera, con el wyverno pisándole los
talones.
― ¡No! ―Nelle ladró, sorprendiéndose a sí misma.
Él hizo una pausa, con un pie en el escalón más bajo. No miró en su
dirección.
―No, no, no ―dijo Nelle rápidamente, cruzando los brazos y dando
tres pasos hacia él― No, señor, ¡no puedes hacer todo eso y dejarme sin
nada! ¿Qué viste? ¿Tengo la chispa? ¿La inspiración?
Lentamente volvió la cabeza, encontrándose con su mirada a través
de la habitación iluminada por el fuego.
―Allí… puede haber algo.
Las palabras, aunque dichas en voz baja, resonaron en el aire entre
ellos.
Pero antes de que Nelle pudiera pensar en una respuesta, Silveri
agachó la cabeza y subió las escaleras. Se desvaneció en las sombras
sobre el techo, dejándola donde estaba, con la boca entreabierta, la
cabeza dando vueltas.

61
6
―Es una locura. Sabes que lo es. Sólo una charla loca, nada que tomar
en serio.

U
na y otra vez, Nelle murmuró firmemente las palabras.
Mientras cortaba pan y embutidos para ella y el wyverno.
Mientras estaba sentada frente al fuego, masticando
pensativamente y escuchando los gruñidos del wyverno. Mientras
limpiaba y ordenaba la cocina, guardando los productos que había
traído de Dornrise. Con cada nueva tarea trataba de enfocar su atención, 62
de concentrarse, de no dejar que su mente girara en esta nueva y
emocionante idea.
Pero estaba allí de todos modos, ardiendo en su cabeza como un fuego
recién encendido.
Algo ahí. Tú tienes… Algo ahí.
Afuera, la tormenta finalmente estalló en serio. El trueno rugió como
una hueste de dragones, y la lluvia golpeó las paredes de piedra y la
puerta.
En lo alto, la gran torre del faro gimió, y Nelle no pudo evitar mirar
hacia arriba de vez en cuando, preguntándose si todo se derrumbaría.
Y aún Silveri no regresaba.
―No tienes suficiente hambre para enfrentarme de nuevo, ¿verdad?
―murmuró y guardó el plato de comida que le había preparado. Pues
bien. Si él había tenido suficiente de su presunción y molestia, ella había
tenido más que suficiente de su superioridad y condescendencia. Déjalo
rumiar en su torre solitaria con nada más que una tormenta salvaje como
compañía. Había tenido un día muy largo. Ella se iría tan felizmente
temprano.
Pero primero tenía una tarea final que cumplir.
Mientras el viento y la lluvia sacudían la puerta en su marco, Nelle
sacó un frasco pequeño de entre los otros frascos y paquetes de
suministros de la despensa dispuestos en el pequeño estante. Levantó la
tapa. Vapores picantes subieron para quemarle las fosas nasales, y tuvo
que apartar la cara rápidamente. Una vez que pasó la primera ola, miró
dentro.
Solo quedaban dos dosis de la pomada Dulces Sueños.
―Estúpido ―susurró Nelle. A menudo le había dicho a Madre que
pensaba que los Dulces Sueños era la droga más ridícula que se pudiera
imaginar. ¿De qué sirve una droga que requiere un beso para activarla?
Pero Madre siempre sonreía y decía que para una dama en su 63
profesión era tremendamente útil. Ella misma se había liberado con los
besos cuando salía a robar por las noches.
Nelle suspiró y puso los ojos en blanco. El wyverno se encaramaba allí
arriba, sentado y gordo con el estómago lleno y distendido, la miró con
ojos adormilados y entrecerrados.
Nelle negó con la cabeza con pesar.
―Sería mucho más simple si pudiera agregar esto a su avena de la
mañana y terminar con eso.
El wyverno eructó. Lo que fue una respuesta tan inteligente como se
podría esperar de un wyverno.
―Miserable gusano ―murmuró Nelle y llevó el frasco a la mesa con
ella. Lo dejó y tomó asiento. Durante varios momentos, simplemente se
quedó sentada mirando el frasco, con una mano trazando el patrón de
grano en la mesa.
Luego, de repente, metió la mano en la parte delantera de su vestido
nuevo. Sus dedos encontraron una delicada cadena de oro y sacó el
medallón ovalado para que pudiera verlo.
Ella vaciló. Quizás esto no fue tan buena idea. Se sentía… invasivo de
alguna manera. Si el mensaje en el interior y el cabello rubio trenzado
con el negro habían sido entregados por el mago Silveri a esta dama
misteriosa, ¿realmente tenía derecho a aceptarlo? ¿Y usarlo para el
propósito previsto?
―No importa ―susurró Nelle― No puedes desperdiciar
oportunidades. Solo te quedan dos dosis. Tienes que mantenerlo contigo
para cuando llegue la próxima oportunidad…
Abrió el relicario. Ya se había tomado el tiempo para quitar con
cuidado el cabello trenzado, dejándolo en el cajón del tocador de la
dama. Ahora, usando la punta de su dedo, tomó las dos últimas dosis
de Dulces Sueños y las untó en los marcos del medallón. Quedaba un
poco desordenado, pero encajaba perfectamente.
64
Nelle cerró el relicario y dejó caer el collar por debajo del escote del
vestido. Descansaba frío contra su corazón. Presionó una mano contra
su pecho, empujando el relicario en su piel, tratando de calentarlo
rápidamente. Pero el escalofrío no desaparecía.
Quizás ella no tendría que usarlo. Quizás encontraría algún otro
medio de llevarle el Libro de las Rosas a Gaspar. Quizás…
―Tal vez eres una tonta ―gruñó, luego rápidamente tapó el frasco
vacío y lo devolvió al estante entre los otros suministros.
El trueno rodó siniestramente sobre sus cabezas, pero lo peor de la
tormenta parecía haber pasado. La lluvia caía a un ritmo constante,
golpeando las contraventanas. Corrientes de agua corrían por las grietas
de la pared y se acumulaban en parches en el suelo, pero Nelle decidió
ocuparse de ellas mañana.
Por ahora, se dispuso a quitarse el vestido morado y colocarlo con
cuidado sobre el respaldo de una silla. Luego, envolviéndose en la
delgada manta, se metió en la cama del nido y en la pila de alfombras
de piel. El wyverno se escabulló por una viga de apoyo y se acercó a ella.
Apoyando la cabeza en las alfombras, la miró con burbujeante súplica.
―No es una posibilidad ―gruñó Nelle, sacando la esquina de la
manta de debajo de la barbilla, luego se acurrucó, se volvió de espaldas
al wyverno y al fuego, y estudió el patrón de ranuras y hendiduras en
sombras en la pared de piedra a centímetros de distancia su cara.
Su boca se movió, formando silenciosamente palabras que no se
atrevía a pronunciar en voz alta:
―Algo ahí…
Por supuesto, no significaba nada. No era como si realmente pudiera
esperar perfeccionar el potencial que poseía en algo parecido a la magia
real. Ella era una ladrona. Nunca sería otra cosa que una ladrona, sin
importar cuánto lo deseara o se esforzara.
Dándose la vuelta, hundió la cabeza en las alfombras de piel y trató
de obligarse a dormir. El fuego se apagó; la habitación se oscureció. La 65
lluvia continuó su ritmo constante, y las muchas gotas dentro de la
propia cámara hicieron una especie de coro en la quietud. Algo cálido,
escamoso y ruidoso se subió a su cama, se enroscó en la curva detrás de
sus piernas y roncó.
Y todavía ella yacía allí.
Pensó en Silveri, en lo alto de su cámara de la torre. Inclinándose sobre
su escritorio, protegiendo su sueño de La Doncella de Espinas
reafirmando su hechizo vinculante que se desintegraba lentamente.
Nelle se apretó más, con cuidado de no molestar al wyverno, que se
movía y agitaba un ala membranosa.
Luego, de repente, tiró la manta hacia atrás y se sentó. El wyverno
rodó sobre su vientre, con las garras hacia arriba, la columna vertebral
torcida de manera antinatural y continuó roncando. Pero Nelle miró
desde su nido, al otro lado de la habitación a oscuras. Solamente un
tenue resplandor rojo iluminaba la chimenea, pero una fina franja de luz
de luna entraba por una de las altas ventanas.
¿Luz de la luna? Extraño. ¿Cuándo pasó la tormenta y salió la luna?
Se deslizó fuera del nido y cruzó lentamente la habitación; conocía el
diseño del espacio lo suficientemente bien como para caminar en la
oscuridad. Sus pies descalzos no hacían ningún sonido mientras
colocaba cuidadosamente uno delante del otro, arrastrándose hacia la
puerta. La brillante luz de la luna brillaba a través de las grietas de los
paneles, y no muy lejos escuchó el murmullo del océano.
Caminó hasta la puerta. Vaciló. Inclinándose hacia adelante, apoyó la
oreja en ella. Su respiración se detuvo, atrapada detrás de sus labios
fruncidos y dientes apretados.
Nada. Sólo el océano y el viento.
Ningún crujido de enredaderas, ningún raspado de espinas. Ningún
susurro ligero como una pluma de pétalos suaves se agitaba en una
brisa. 66
Y, sin embargo, Nelle se quedó allí un rato, más de lo que debería.
Por fin soltó el aliento lentamente y susurró: ―Sé que estás ahí.
Síiii…
Sus ojos se abrieron.
Nelle se atragantó y se incorporó sobre el codo, pateando el sólido
peso detrás de las rodillas. El wyverno gruñó y unas garras afiladas se
posaron en su cadera en una advertencia no tan gentil. Nelle no pudo
reaccionar. Se quedó mirando la pared iluminada por el resplandor del
fuego moribundo, su corazón latía furiosamente, golpeando contra su
esternón.
Ella miró por encima del hombro. A través de la habitación.
La puerta estaba cerrada. Cierre rápido.
Todo estaba oscuro y tranquilo salvo por el constante tamborileo de
la lluvia. La luz de la luna no se filtraba por las ventanas. La tormenta
aún no había pasado.
―Un sueño ―susurró Nelle― Solo un sueño.
Se dio la vuelta para mirar hacia la puerta, subiendo la manta hasta
los hombros y debajo de la barbilla. El wyverno se estiró, refunfuñando,
con su feo hocico cerca de su corazón. Parpadeó y mostró los dientes en
un siseo poco convincente.
Nelle rodeó a la criatura con un brazo y lo abrazó, ignorando la
incomodidad de las escamas y las extremidades nudosas. Cuando por
fin se durmió, fue con el sonido de los ronquidos del wyverno y el goteo
de la lluvia al golpear la piedra.

67
Ella se sentó en su cama. Justo detrás de él.
Soran se inclinó sobre el libro de hechizos abierto. Ya llevaba varias
horas en el hechizo. La noche se había vuelto profunda y oscura a su
alrededor. Su candelabro se había quemado hasta la mitad, la cera se
acumulaba espesa en la base de su cuenco de madera. La luz brillaba en
sus ojos.
Pero la luz que vio no era la de las velas. Era la luz de las palabras
ardientes, la magia ardiente, bailando en el aire ante su visión.
Después de todas las sientas de veces que había leído este hechizo,
conjurado esta magia, nunca era más fácil. La gran complejidad requería
un tremendo esfuerzo.
A pesar de las ventanas abiertas a su alrededor, a pesar de las ráfagas
de aire helado y la lluvia torrencial que caía por todos lados, una capa
de sudor cubría a Soran de la cabeza a los pies. Hacía una hora se había
quitado la pesada túnica y aflojado los lazos de la camisa. El cabello
húmedo se le pegaba a la frente y se cuidó de no dejar que gotas de sudor
cayeran sobre las páginas y estropearan la letra manuscrita precisa.
La tormenta duró horas. Por fin, sin embargo, lo peor de la tormenta
se fue, dejando tras de sí una lluvia suave y constante. Sólo entonces
Soran sintió el cambio en la atmósfera.
Sólo entonces sintió su llegada.
No fue inesperado. La noche anterior había estado callada, distante.
Pero sabía que era mejor no esperar que ella se retirara por mucho
tiempo. Se preparó para la batalla, listo para expulsarla mientras
simultáneamente mantenía la complejidad del hechizo en curso. Era una
batalla que había peleado muchas veces. Una de estas noches, su fuerza
se agotaría.
Pero no esta noche.
No mientras Nelle se tumbaba en su cama abajo, confiando en que él
la protegería hasta el amanecer. 68
Para su sorpresa, no se produjo ningún repentino ataque brutal. Una
oleada de perfume anunció la llegada de Noswraith, el denso aroma de
rosas trituradas y ardientes que la acompañaba a todas partes. Sin
embargo, ninguna espina se arrastró a lo largo de las paredes ni se
enroscó en las patas de su silla. Sintió sus movimientos detrás de él,
incluso escuchó el crujido cuando ella tomó asiento en su cama. De lo
contrario, estaba callada. Recatada.
Su pulso se aceleró con pavor.
Durante algún tiempo se las arregló para mantener un enfoque
resuelto en el hechizo. Pero la sensación de sus ojos mirando la parte
posterior de su cabeza fue demasiado. Con un gruñido en la garganta,
Soran dividió su conciencia. Su cuerpo físico continuó inclinándose
sobre el libro, sus ojos leyendo el hechizo, sus labios formando
silenciosamente las palabras. Pero una parte de su conciencia se
incorporó y se volvió hacia la habitación detrás de él.
Se sentaba justo donde él esperaba, encaramada en el borde de su
cama, con las manos cuidadosamente cruzadas en su regazo. Era de
apariencia extrañamente humana. Aunque sólo podía discernir el
contorno oscuro de espinas y zarzas a su alrededor como un halo oscuro,
ella misma tenía forma de carne y hueso. Llevaba un vestido de seda
blanca que dejaba al descubierto sus hombros, los cordones se abrían
parcialmente en su pecho. La falda estaba dividida desde el dobladillo
hasta la rodilla, mostrando sus pies pequeños, sus tobillos
delicadamente cruzados, sus pantorrillas bien formadas.
Tenía los ojos bajos, pero él sabía que ella era consciente de su
escrutinio.
― ¿Qué estás haciendo, Helenia? ―Gruñó Soran Su voz espiritual era
inaudible para el oído humano, pero sus oídos se aguzaron ante el
sonido― ¿Qué quieres?
Ella levantó la cara, levantó sus largas pestañas oscuras. Los ojos
negros brillaron a la luz de la vela.
69
―Lo que siempre quise, mi amor.
Sus labios no se movieron cuando habló. Este cuerpo, después de
todo, era sólo una ilusión.
Ser tuya. Como eres mío. Eternamente.
El yo espiritual de Soran se estremeció y retrocedió. Su cuerpo mortal
se tensó, apretando los puños con fuerza mientras continuaba leyendo
el hechizo, enrollando el encantamiento con fuerza.
―No soy tonto ―dijo― Recuerda, yo soy quien te llamó a la vida. Sé quién,
y qué eres.
―Yo soy tu Helenia.
―Eres una pesadilla. Un Noswraith.
―Yo soy tu Helenia. Y tú eres mi amado.
Ella se puso de pie. La ilusión era tan convincente. Tan perfecta.
Cuando se acercó a él, sus caderas se balancearon de la misma manera
que recordaba. La luz acariciaba sus suaves curvas, tan tentadoras y tan
cercanas.
Abrázame, susurró. Abrázame como lo hiciste una vez.
―No. ―Se puso de pie, se preparó para recibirla y levantó una mano
en defensa.
En este reino no estaba encerrado en una maldición nilarium. Era
completo, humano, capaz de tocar y percibir todo tipo de placeres
sensuales.
Ella se acercó. Las sombras de las zarzas se enrollaban alrededor de
su brazo, en espiral hasta su hombro, pero apenas podía verlas. En
cambio, vio que la mano de ella tomaba la suya y lo atraía hacia ella,
colocando su palma contra su corazón palpitante. Fue tan real. Ella era
cálida, suave y dispuesta.
―Deja de pelear, amor mío ―murmuró acercándose. Su hermoso rostro 70
se volvió hacia el de él, sus labios gruesos y separados. Por el momento,
no podía ver cómo estaban realmente formados por pétalos de rosa.
Sería tan fácil ceder. Sí, moriría por el error, moriría por su debilidad.
Pero, ¿podría ser más deseable alguna muerte?
―Nuestro vínculo es para la eternidad ―susurró.
Luego ella cometió un error crítico.
― ¿Qué puede tener esa muchacha mortal sobre mí?
Soran parpadeó.
Con un gruñido, levantó la mano de su pecho y envolvió sus dedos
alrededor de su garganta.
― ¡Fuera! ―Rugió y, con un sólo giro brutal, le rompió el cuello.
El Noswraith gritó. Las espinas estallaron a través de su piel,
destrozando la ilusión y revelando la realidad. Las zarzas y las espinas
subieron por las piernas de Soran y alrededor de su cintura, envolviendo
sus brazos y cuerpo. Pero su agarre en su cuello roto nunca vaciló. La
hizo caer en el suelo, arrancando sus zarzas de las paredes y
arrancándolas del suelo. Girándose rápidamente, la arrojó directamente
por la ventana más cercana. Sus brazos espinosos arañaron y rasgaron,
cortando su carne, cortando el marco de piedra de la ventana.
Luego cayó, arrastrando detrás de ella sus numerosos miembros
deslizantes.
Con un grito ahogado, Soran echó la cabeza hacia atrás y miró la
página que tenía delante. Estaba sentado en su escritorio, la luz de las
velas iluminaba el texto ante él. La brillante magia del hechizo
incompleto bailaba en el aire ante sus ojos.
Bueno. No estaba roto. No todavía, de todos modos. Las distracciones
de La Doncella de Espinas eran poderosas, pero no había dejado que su
enfoque se alejara demasiado de su tarea. Rápidamente reanudó el 71
hechizo, leyendo cuidadosamente las palabras, formando los complejos
patrones de magia y poder.
La sintió allí en la oscuridad, bajo la lluvia. Arrastrándose por la base
de la torre. Sus manos espinosas y de dedos largos raspaban la piedra, y
de vez en cuando soltaba un gemido bajo y mudo. Pero cuando el
amanecer tiñó el borde del horizonte, ella estaba en silencio.
Soran completó el hechizo y cerró el libro rápidamente.
7

N
elle ya estaba levantada, vestida y ocupada volteando y
apilando pasteles cuando el mago bajó de su torre a la
mañana siguiente. Sus pasos resonaron en la torre mientras
aún estaba muy arriba, y ella lo escuchó descender hasta que estuvo
justo encima de la abertura en el techo con vigas.
Ahí se detuvo, vaciló.
Contó lentamente hasta veinte.
72
Aun así, no vino.
Nelle sacó el último de los flapcakes del fuego y giró la cabeza hacia
la apertura― Sabes, realmente odio cuando haces eso ―gritó.
Unas cuantas respiraciones más, luego se puso en movimiento de
nuevo, su túnica arrastrándose en los escalones detrás de él cuando
apareció. Su capucha estaba levantada y el cabello pálido se derramaba
de debajo de ella en largas bobinas― ¿Hacer qué, señorita Beck?
―preguntó, su voz perfectamente suave y leve.
―Sales de la habitación, misteriosa y abruptamente, mientras creo
que todavía estábamos teniendo una conversación. Como anoche,
quiero decir. Es grosero. ―Nelle deslizó el último flapcake encima de
una pila, cruzó la habitación y dejó el plato sobre la mesa― Siéntate,
señor ―dijo, sus palabras eran corteses y su tono gélido.
Silveri obedeció. El wyverno, que se había quedado acurrucado en
medio de la cama del nido, se levantó, realizó un estiramiento que
parecía imposible y luego caminó como un pato por la habitación para
acurrucarse a los pies de su amo. Lloriqueó lastimeramente hasta que
Nelle colocó una pila de flapcakes frente a él también. Mientras mordía
y gruñía ruidosamente, Silveri, por el contrario, no tocó su comida hasta
que Nelle se sentó frente a él y le dio su primer bocado.
―No están envenenados ni nada ―dijo con la boca llena― No estoy
tan enojada contigo.
Asintió con la cabeza y pellizcó un pequeño mordisco entre el dedo
índice y el pulgar. Sin embargo, antes de comer dijo ―Te pido perdón.
Mi comportamiento anoche fue realmente impropio. Eres una invitada
en mi casa y merece ser tratada con cortesía. Estoy… algo fuera de
práctica.
―Mmm hmm. ―Nelle tomó otro bocado. Ella lo observó de cerca
durante varios momentos, incluso lo dejó comer un flapcake entero
antes de volver a hablar― Entonces, Señor.
― ¿Sí, señorita Beck? 73
― ¿Cuándo empezamos?
Se detuvo. Sus ojos se movieron rápidamente para encontrarse con los
de ella― ¿Empezar qué?
―Sabes qué. ―masticó, tragó. Luego, girando su tenedor alrededor,
simuló escribir a lo largo de la mesa con el extremo romo.
Sus ojos se agrandaron. Al momento siguiente, su frente se arrugó y
dejó caer la barbilla. ―Oh. Eso.
―Sí, eso. ―Nelle apuñaló un pastel― Dijiste que tengo la chispa.
Dijiste que me puedes enseñar. Entonces, ¿por qué no me enseñas? O al
menos probarme. A ver si tengo una habilidad especial.
― ¿Una habilidad especial?
―Ya sabes. Un poco de talento.
Él apretó los labios en una línea, luego los abrió lo suficiente para decir
― El talento está ahí.
―Entonces, ¿por qué no? ―Dejó el tenedor y entrelazó los dedos
sobre el plato, apoyando la barbilla― Afuera es un día frío, miserable y
lluvioso. No quiero andar sola por ahí, y dudo que tú tampoco. ¿Qué
más vamos a hacer con el tiempo libre? No estoy diciendo que quiera
que me enseñes al nivel de Miphates…
―Eso sería imposible.
―Sí. Bueno. Lo entiendo. ―Nelle frunció el ceño sombríamente ― Sé
que no soy algún tipo de poderosos magos. Pero si puedes enseñarme,
aunque sea un poco, quizás pueda ayudarte.
― ¿De qué manera exactamente te propones a ayudarme, señorita
Beck?
―Bueno, el gusano, para empezar. ―hizo un gesto con la mano para
indicar al wyverno, que se había sentado en cuclillas, con el vientre
hinchado y ahora chasqueaba los labios descarnados con satisfacción 74
glotona ― Yo podría ayudar con ese hechizo de curación en su ala.
Silveri asintió muy lentamente. ―Es… posible.
Fue el primer reconocimiento real del potencial que había
pronunciado. El corazón de Nelle saltó de la sorpresa y no pudo evitar
la sonrisa que estalló en su rostro. ― ¿En serio?
Otro asentimiento. ―Sí. En serio.
―En ese caso, ¿qué estamos esperando? ―se levantó de un salto, se
inclinó sobre la mesa y agarró su plato ― ¡Deberíamos empezar de
inmediato!
Frunció el ceño. ―Todavía estaba comiendo eso.
Con un bufido, Nelle volvió a golpear el plato frente a él. Tomó el
último flapcake, con extrema delicadeza a pesar de la torpeza de sus
manos, lo rodó y mordió el final. Continuó tomando bocados pequeños
y precisos, masticando pensativamente y concienzudamente cada vez,
hasta que Nelle pensó que se volvería loca de impaciencia. Justo cuando
estaba a punto de estallar en un torrente de invectivas, vio una
peculiaridad en su boca y un brillo en sus ojos. Sabía exactamente lo que
estaba haciendo.
― ¡Tonto! ―gruñó, le robó los dos últimos bocados del flapcake de la
mano y se lo metió en la boca, mirándolo con ferocidad― Vamos ―dijo,
con la boca todavía llena― ¡Consigue tus plumas y tintas mientras aún
queda algo de luz en el cielo!
Silveri la miró parpadeando. Luego, sus labios llenos de cicatrices se
torcieron hacia atrás, revelando sus fuertes dientes blancos mientras
echaba la cabeza hacia atrás y se reía.

75
El mago tardó bastante más de lo que le gustó a Nelle en bajar sus
suministros de la torre. El armario contenía algunas plumas de repuesto
y hojas de pergamino, pero toda la tinta estaba encima de las escaleras,
junto con los cuchillos de corte, las piedras pómez y otros artículos cuyo
uso Nelle no podía ni empezar a adivinar.
Tenía muchas ganas de empezar, pero Silveri se negó a que lo
apresuraran. Arregló todo pulcramente sobre la mesa y siguió
reorganizándolo levemente. Quizás esta precisión de exhibición tuviera
alguna importancia mágica, pero Nelle sospechaba que era solo la
naturaleza obsesiva del mago lo que lo vencía. Se dejó caer en su silla,
con los brazos cruzados, los dedos golpeando con impaciencia la parte
superior del brazo y contó hasta veinte varias veces. De alguna manera
se las arregló para controlar su temperamento.
Por fin, cuando todo estuvo exactamente como a él le gustaba, Silveri
se volvió― Coloca bien tu silla por favor, señorita Beck ―dijo,
añadiendo apresuradamente en un tono de lo más amenazador― ¡y no
toques nada!
―Correcto. Sin tocar ―murmuró Nelle, colocando su silla en su lugar
habitual en la mesa. El mago había dejado un pergamino en blanco junto
a una larga pluma blanca que sus dedos ansiaban recoger y jugar. Sus
palmas estaban repentinamente húmedas. ¿Cuántos años habían
pasado desde que había escrito una palabra? No desde que Madre
murió, eso era seguro. Y, para empezar, nunca había sido de las que
escribía cartas. ¿Y si se avergonzaba completamente de sí misma?
Pero después de todas esas súplicas y discusiones, no podía echarse
atrás ahora, así que metió las manos debajo de los brazos y esperó,
mirando al mago desde debajo de sus cejas bajas.
El mago ocupó su lugar en el extremo opuesto de la mesa, juntó los
dedos, miró a su alrededor y respiró hondo ― ¿Dónde empezar? ―dijo
suavemente.
Como no parecía dirigirse a ella, Nelle se mordió la lengua. 76
―Magia ―dijo finalmente ― no se origina en este reino. No en
Eledria. No en el mundo mortal. Ni ningún mundo de materia y realidad
física. La magia es la materia de la quinsatra, otro reino por completo. Un
reino sin materia, una dimensión no física que se encuentra tan cerca de
esta realidad como tu carne se adhiere a tus huesos.
Nelle tragó, con los ojos muy abiertos y miró hacia un lado, medio
esperando captar un destello de esta realidad cercana por el rabillo del
ojo. Pero eso era una tontería, así que volvió a centrar su atención en el
mago.
Después de lo que se sintió como un silencio interminable, Silveri
tomó una de las otras plumas que estaban frente a él en la mesa y la
sostuvo por la punta, girándola lentamente primero de una manera,
luego de otra. ― ¿Sabe qué es esto, señorita Beck?
Convencida de que era una pregunta con trampa, Nelle asintió
lentamente, pero se negó a hablar. Para su alivio, el mago continuó sin
preguntar.
―Este es el puente entre la quinsatra y el reino de los mortales. Este es
el instrumento mediante el cual sacamos lo indescriptible del éter de la
irrealidad y lo transformamos en lo físico, lo agarrable, lo concreto.
Mediante este instrumento, el sabio puede transcribir las verdades
secretas del universo en volúmenes de texto sagrado. Con este mismo
instrumento, el mago crea lo que conoces como magia.
Nelle asintió. Esta vez parecía estar esperando una respuesta. Abrió
la boca, vaciló y luego dijo ―Bien. Magia.
Una ceja se deslizó lentamente por la frente del mago. Muy
prolijamente, con mucha precisión, dejó la pluma delante de él y juntó
los dedos de nuevo.
―La magia mortal comienza con la palabra escrita ―dijo― La
capacidad de tomar la nada aireada de ideas, sentimientos y 77
sensaciones, y convertirlos en una forma concreta y comprensible, es
una habilidad claramente mortal. Los faes, aunque sus venas corren con
magia líquida, no entienden el poder de la palabra escrita, no se les
puede hacer comprender cómo se pueden hacer las marcas en una
página, piedra o madera para contener palabras, ideas, mundos y poder.
Esta no era información completamente nueva para Nelle. Su madre
le había explicado mucho de esto cuando era muchacha, y la mayoría de
la gente en Wimborne entendía que los magos mortales usaban escritos
para canalizar su magia, mientras que los faes no. Era un concepto
bastante simple en la medida de lo posible.
O quizás no tan simple. Mientras Nelle estaba sentada frente al mago,
escuchándolo hablar, comenzó a sospechar que existían capas de
complejidad y comprensión que nunca antes había imaginado. La
perspectiva era emocionante. Y aterradora.
―Antes de escribir ―continuó Silveri, reclinándose en su silla y
relajándose en su tema― había lenguaje. Pero ni un solo idioma. Como
sabes, el mundo de los mortales cuenta con cientos de idiomas,
posiblemente más. Muchos, aunque no todos, poseen una forma escrita
que permite a los hablantes de esos idiomas registrar sus ideas y
creencias para las generaciones futuras. Esto es una magia en sí misma,
aunque es posible que no se dé cuenta, señorita Beck.
Nelle siguió asintiendo con la cabeza, esperando parecer inteligente y
pensativa. No era así como esperaba que comenzaran las lecciones de
magia. Por otra parte, ¿realmente pensó que el mago le entregaría un
libro de hechizos y la haría conjurar bolas de baba en los primeros
quince minutos? Ella tomó su barbilla en su mano, el codo descansando
en el borde de la mesa, y se obligó a asimilar cada palabra.
―Pero debes recordar ―continuó el mago― que no existe un solo
lenguaje puro, ningún lenguaje verdaderamente puro, en todos los
mundos conocidos. Cada cultura de la humanidad se esfuerza al
máximo de su capacidad para transferir los pensamientos, ideas, 78
realidades y creencias que existen en el reino de la mente a una forma
comunicable, pero la transferencia, por medio del habla articulada,
siempre será imperfecta. Siempre habrá matices de pensamiento que el
lenguaje no puede articular. No en su sentido más puro. Solo un idioma
se acerca a lo que los Miphates han considerado verdadera pureza. ¿Y
qué idioma es ese, señorita Beck?
Nelle parpadeó, desconcertada. No esperaba ser interrogada en esta
etapa. ―Um, es um… ― ¿Cuál era esa extraña palabra que había usado?
Ya lo había escuchado decirlo una o dos veces― ¿Es el Antiguo Ara…
Araneli? ―arriesgó.
―Incorrecto.
Naturalmente. Nelle apenas pudo evitar poner los ojos en blanco. El
calor enrojeció sus mejillas, pero Silveri no parecía decepcionado o
frustrado. Estaba demasiado interesado, demasiado emocionado por las
revelaciones que estaba compartiendo para notar su vergüenza.
―El único lenguaje casi puro en todos los mundos conocidos ―dijo―
es el lenguaje de las matemáticas. Es el único idioma que comprenden
todas las culturas, todas las razas. Un verdadero universal. Los símbolos
y organizaciones utilizados para formar las ideas expresadas en
matemáticas son los mismos en todos los países de nuestro mundo. A
través de las matemáticas, los hombres y mujeres de ciencia pueden
expresar lo inexpresable, de tal manera que todos aquellos a quienes se
les ha enseñado el idioma puedan comprenderlo con una pureza de
comprensión más allá del debate o la negación.
Una vez más, Nelle se encontró asintiendo sin comprender. Su
entusiasmo se desvaneció cuando el mago siguió hablando. ¿El estudio
de la magia iba a ser como escribir aritmética larga?
Sin embargo, al final, la conferencia de Silveri mejoró. ―En el año
Pre―Promesa Ochocientos Dieciséis, los primeros Miphates de Corintar
descubrieron que el lenguaje de las matemáticas, a pesar de ser el
lenguaje universal que siempre habían buscado, era, en todo caso,
demasiado puro para un estudio exhaustivo de la magia. Entonces, los 79
grandes magos matemáticos comenzaron una nueva búsqueda. Una
búsqueda, por así decirlo, de un lenguaje que pudiera alcanzar el mismo
nivel de universalidad lógica sin comprometer la importancia de los
matices. Una tarea casi imposible, una tarea para la que todos los
lenguajes mortales estudiados eran lamentablemente inadecuados.
―Fue Verof Chon de la Escuela Yian de Miphates quien finalmente se
dirigió a los mundos más allá del nuestro en su búsqueda de un lenguaje
que sirviera a los propósitos de la magia mortal. Fue él quien primero
profundizó en las posibilidades del Araneli Antiguo, una antigua
lengua de los fae desde los albores del tiempo mismo, antes de que los
caminos del hombre y el fae se hubieran divergido por completo,
ramificándose en diferentes reinos, mundos y realidades.
Su primera suposición no estuvo tan equivocada después de todo.
Nelle inclinó la cabeza para ocultar una sonrisa en la palma de su mano.
Silveri continuó hablando sobre Miphates Chon y sus
descubrimientos durante lo que pareció una época. Mientras tanto, la
lluvia golpeaba constantemente contra la puerta y goteaba por las
grietas de las paredes y ventanas, formando un charco por el suelo.
Como Silveri no parecía preocupado por eso, Nelle decidió no estarlo
tampoco. Escuchó con tanta atención como pudo, esperando estar
comprendiendo al menos de las partes más importantes de esta
conferencia.
¿Era esto realmente necesario? Después de todo, ella no estaría aquí
el tiempo suficiente para hacer ningún progreso real en el estudio de la
magia. Gaspar le había dado tres semanas para encontrar y arrebatar el
Libro de las Rosas. Ella ya había usado seis días. ¿Cuántos más podría
darse el lujo de dar a esta búsqueda que, en última instancia, era una
mera desviación de su verdadero propósito?
Por fin, la conferencia del mago llegó a su fin, y él le dijo que tomara
la pluma. El interés de Nelle se aceleró de inmediato… pero retrocedió
de nuevo cuando lo primero que el mago le dijo que hiciera fue escribir 80
su alfabeto, un carácter a la vez. Ni siquiera el antiguo alfabeto Araneli,
solo las mismas letras antiguas que había aprendido de niña.
Sintiéndose como una colegiala tonta, Nelle se tragó sus quejas y se
puso a trabajar dando forma a las letras, una tras otra. Había pasado
algún tiempo desde que había tomado una pluma y su caligrafía dejaba
mucho que desear. Aun así, terminó cada letra, absteniéndose de
agregar florituras, que sabía que solo irritarían al mago.
Silveri recogió la hoja de pergamino y la estudió durante más tiempo
del que creyó necesario. Era como si cada letra individual contara una
historia completa, que analizaba con minucioso detalle. Observó cómo
sus ojos recorrían lentamente la página y, cuando llegó a la última línea,
estaba sudando.
― ¿Bien? ―preguntó cuándo finalmente dejó el pergamino y la miró
de nuevo.
―Bien ―él asintió con la cabeza y su boca torcida se arqueó
pensativamente hacia un lado― No estás del todo sin habilidad. Puede
haber… Algo ahí.
―Ya dijiste eso. Anoche. ¿Recuerdas?
―Sí, bueno, lo vuelvo a decir. Pero no te hagas ilusiones. ―colocó otra
hoja de pergamino frente a ella― Una vez más, señorita Beck.
Pasó la mayor parte de dos horas escribiendo el alfabeto una y otra
vez… Para cuando terminó, su mano estaba acalambrada, su cabeza
daba vueltas y estaba comenzando a reconsiderar la sabiduría de toda
esta idea. Cuando Silveri tomó la hoja más reciente y la estudió, dejó
caer la frente sobre la mesa y gimió.
―Levanta la cabeza, señorita Beck. ―su voz era lo suficientemente
aguda como para hacerla inclinar la cabeza hacia un lado y mirarlo,
todavía con la frente apoyada en la mesa― Ven ―dijo― ya estás
progresando. Es hora de que pruebes un hechizo.
― ¿En serio? ―se incorporó de un salto, la sorpresa recorrió una línea 81
por su columna vertebral― ¿Lo dices en serio, señor? ¿Estoy lista para
probar la magia?
―No ―plantó otro pergamino en blanco frente a ella― No podrías
manejar la magia en este momento, incluso si tu vida dependiera de ello.
Ella resopló y agitó las manos. ―Entonces, ¿por qué emocionarme por
nada?
―Porque, dejando de lado la magia, estás lista para probar un hechizo
escrito. No te veas tan abatida ―agregó, levantando una larga pluma
blanca de un pozo de tinta índigo y colocándola en su poco dispuesta
mano ― No se me permitió intentar escribir ningún hechizo durante
meses cuando comencé mi entrenamiento. Soy mucho más indulgente
que mis amos antes que yo.
―Qué suerte tengo ―gruñó Nelle y se agachó sobre el pergamino―
¿Qué voy a escribir?
―Esto ―Silveri sacó un pequeño volumen de cuero suave de entre
los pliegues de su túnica. Hojeó las páginas, tanteando con los dedos de
nilarium, luego abrió el libro por la mitad y lo levantó para que Nelle lo
inspeccionara.
Frunció el ceño. ―Aquí, eso no es una escritura adecuada, ¿verdad?
―Sabes todas las letras, ¿no?
―Sí… ―asintió con incertidumbre. Ella reconoció la mayoría de los
caracteres del alfabeto familiar. Pero las palabras formadas eran un
galimatías absoluto para ella. ― ¿Es este el Araneli Antiguo?
Aunque esperaba que él soltara otro "Incorrecto", Silveri asintió
solemnemente. ―Por supuesto. Es el idioma que todavía se usa entre los
Altos Fae de Eledria… o una aproximación cercana. Las lenguas de los
faes nunca tuvieron la intención de ser capturadas en forma escrita. Pero
aquí se traduce en crudos caracteres mortales, con algunas adiciones al
alfabeto tal como lo conoces. Cada palabra que ves ante ti rebosa de
esencia mágica, con la pureza del espíritu capturada en los confines 82
físicos, lista para ser transferida de una mente a otra. ¿Puedes sentirlo?
No lo hacía. No de la forma en que había sentido la magia que
emanaba de los grimorios en la quilla de Gaspar. Ni siquiera cuando
había sentido el poder vibrando en los caracteres que Silveri había
escrito en el ala rasgada del wyverno.
Pero odiaba admitir esto, así que se mordió la lengua.
Silveri no se dejó engañar. Tarareó un inescrutable “Hmmmm" y dejó
el libro abierto sobre la mesa frente a ella. ―Pruébalo, señorita Beck.
Tomó la pluma, sacudió con cuidado el exceso de tinta y sostuvo la
punta sobre la página nueva. Por un momento se quedó paralizada, el
pánico engrosó su garganta. Pero realmente, ¿cuál era su problema? No
era como si Silveri esperara algo de ella. No podía decepcionarlo a
menos que se negara a intentarlo.
Se encogió de hombros y se inclinó ante el trabajo, copiando cada
letra. Pensó que tenía cuidado, pensó que era precisa. Pero cuando llegó
al final de la línea, descubrió que había hecho las letras un poco
demasiado grandes y se vio obligada a dividir una palabra y colocar el
resto en la línea de abajo. Oh bien. Siguió adelante hasta que llegó al
final del hechizo.
Silveri no se molestó en recoger la página para inspeccionarla esta vez.
Él se inclinó sobre su hombro, su aliento le hizo cosquillas en la oreja,
una mano plantada sobre la mesa al lado de su brazo en reposo― Hmm
―dijo de nuevo en el mismo tono inescrutable. Luego― De nuevo,
señorita Beck. Justo ahí, en el espacio de abajo ―se puso de pie y se
apartó de la mesa, con las manos entrelazadas en la parte baja de la
espalda. ―La precisión lo es todo, señorita Beck. Todo.
Ella suspiró, pero se dispuso a hacerlo con voluntad. Esta vez se
acercó mucho más el tamaño y la forma de sus letras fue más precisa.
Pero si Silveri se dio cuenta, no dijo nada. Después de otra inspección
rápida, pronunció otro enérgico "Otra vez", y ella volvió a hacerlo. 83
Copió la línea siete veces antes de quedarse sin espacio en el
pergamino. Solo entonces Silveri lo levantó y lo miró, girándolo de un
lado a otro. Ella lo miró, los dos primeros dedos de cada mano frotando
círculos en sus sienes palpitantes. Estaba bastante segura de que sus ojos
se saldrían de sus órbitas en cualquier momento.
Por fin, Silveri bajó el pergamino y la miró de nuevo. ―La precisión
lo es todo ―dijo.
―Sí. Eso dijiste.
―Excepto… ―levantó un dedo― Excepto cuando no lo es.
Ella se dejó caer en su silla y le hizo una mueca. ―Eso no es realmente
útil, lo sabes.
Volvió a dejar el pergamino frente a ella. Ella lo miró con tristeza, y
pasaron varios momentos de silencio antes de que se diera cuenta de
que lo había puesto boca abajo. Ella extendió la mano para girarlo, pero
él dijo ― ¡Ah, ah! ―tan bruscamente que su mano se congeló― Míralo
de nuevo, señorita Beck. Dime… ¿qué ves?
Nelle frunció el ceño y volvió los ojos hacia el pergamino, estudiando
las líneas de galimatías al revés. Al principio no había nada. Nada más
que su propia frustración pesando sobre ella, haciendo que sus ojos se
crucen por la fatiga.
Luego estaba… algo.
Un brillo. Una vibración, un tirón.
Una energía…
Se quedó sin aliento. No podía hablar, pero todo su cuerpo se tensó.
El dolor de cabeza que le había estado golpeando el cráneo se
desvaneció en un instante. ¿Estaba imaginando cosas? Sí, lo era,
ciertamente lo era. Pero tal vez…
Quizás ese era el punto.
Silveri sacó el pergamino de debajo de ella, dejándola mirando 84
fijamente a la mesa. Ella abrió la boca para proferir una protesta, pero él
colocó otra página en blanco frente a ella, su mano plateada plantada
firmemente en el centro de ella.
―Inténtalo de nuevo, señorita Beck ―dijo. Sus ojos estaban a escasos
centímetros de los de ella, su rostro a la altura de ella. Ella lo miró
fijamente, pero apenas pareció verlo. Esa energía aún brillaba en el aire,
invisible, pero completamente distractora― Esta vez no trates de ser
precisa. Escribe lo más rápido que puedas. Tan rápido como puedas, ¿me
escuchas?
No necesitó mirar el libro. Después de copiar siete veces, conocía la
variedad de letras, o al menos lo suficientemente cerca como para
recordar la esencia de ellas. Tomó la pluma que chorreaba tinta, la
sacudió y la mantuvo en equilibrio un momento mientras recobraba el
sentido.
Luego se inclinó ante el pergamino, garabateando lo más rápido que
pudo, descuidando las formas, descuidando las manchas que dejaba en
la página, descuidando todo. Y mientras escribía, sintió vibraciones de
poder elevarse a su alrededor en brillantes corrientes de energía que no
tenía palabras para describir. Podía sentir el hechizo queriendo trabajar,
queriendo tomar forma debajo de su pluma, y se vertió en él,
emocionada con la sensación de tal poder en la punta de sus dedos.
Al final del pergamino, se detuvo y miró. Un grito ahogado se atascó
en su garganta. ― ¡Qué desastre! ―gritó, dejando caer la pluma en el
tintero y llevándose una mano manchada de tinta a la mejilla.
Aunque se habían necesitado siete copias para llenar la última página,
esta única copia ocupaba todo el pergamino. ¿Cómo es posible? Su
visión dio vueltas, tratando de perseguir a los caracteres, que no estaban
en el lugar de la página donde estaban destinados. Parecían huir de su
mirada, moviéndose, escabulléndose, evitando todo intento de leerlos o
seguirlos. Se movieron y… y…
Nelle maldijo y se frotó los ojos con la palma de las manos. Cuando 85
volvió a mirar, los caracteres estaban quietos. Es más, aunque tan
descuidados como había pensado originalmente, no cubrían toda la
página, sino que se extendían a lo largo de solo tres pequeñas líneas en
la parte superior.
Ella debe estar volviéndose loca. Debería estarlo. Porque podría haber
jurado por un momento ahí, un momento breve e infinitesimal, había
vislumbrado una espina dorsal estriada, un arco de ala, una cola larga y
sinuosa.
Definitivamente loca.
Con un suspiro, se dejó caer hacia atrás en su silla y le dio a Silveri
una mirada siniestra. La miró contemplativamente, con un codo en la
mano opuesta, dedos plateados frotando su barbilla afeitada. Trató y no
pudo leer la expresión que brillaba en sus ojos.
―Está bien, puede decírmelo ―dijo, inclinando la cabeza para estirar
su dolorido cuello― ¿Soy un completo fracaso o simplemente un
pequeño fracaso? No te reprimas, señor. No puedo soportarlo.
Abrió la boca. La cerró de nuevo. Se frotó la barbilla con más fuerza
que antes.
Luego, con una voz casi demasiado suave para que ella la oyera, dijo
―Eso fue lo más impresionante, señorita Beck.

86
8
La lluvia amainó cuando se completó la primera lección.

S
oran se acercó a la puerta y la abrió, permitiendo una ráfaga de
aire frío entrar en la habitación, refrescando su rostro enrojecido.
Se detuvo en el umbral, con los ojos cerrados, simplemente
respirando el olor del mar y la frescura del mundo después de una
tormenta. Durante el espacio de varias respiraciones, se concentró en
esas sensaciones.
Pero no pudo bloquear los pensamientos que clamaban dentro de su 87
cabeza. Ella era buena. Ella era más que buena. Ella era un talento
diferente a todo lo que había visto antes.
¡Por los siete dioses, por un momento pensó que ella sacaría un
wyverno de la nada al aire!
Cualquier incertidumbre a la que se hubiera aferrado se desvaneció
por completo. La muchacha era, sin lugar a dudas, una hibrildiana. Un
híbrido. Ella no podía ser menos. No podía adivinar qué tan fuerte era
la tensión de sangre fae en sus venas. Ni siquiera podía saber si más o
menos sangre fae la haría más o menos poderosa. Un poco demasiado
en cualquier dirección podría inclinar la balanza contra ella.
Pero podía sentir la presencia de magia que la mayoría de los mortales
nunca detectarían. Él mismo, aunque bendecido con una sensibilidad
que le había permitido dar vida a pequeños hechizos a una edad
temprana, había requerido años de estudio y entrenamiento antes de
poder percibir la quinsatra con claridad.
Años que nelle Beck se había saltado en una sola mañana.
Abrió los ojos y contempló el océano que se extendía ante él. Mirando
hacia el Evenspire, que era más claramente visible después de la
tormenta. Casi se podría creer que existía dentro de ese mismo mundo.
Una sonrisa se dibujó en la comisura de su boca. ¿Qué dirían sus
antiguos maestros e instructores si supieran que ha encontrado a una
híbrida? ¿Caerían sobre sí mismos en su rabiosa ansia de poner sus
manos sobre la muchacha y el poder potencial que fluye por sus venas?
No. Una ola aleccionadora se apoderó de él, dejando a Soran
temblando de frío. La Promesa prohibía la existencia misma de los
híbridos. En el mejor de los casos, Nelle sería conducida al exilio y la
oscuridad, con la prohibición de mirar otra pluma o pergamino durante
el resto de sus días de nacimiento, prisionera en algún lugar remoto
donde no podría hacer daño al mundo. 88
En el peor de los casos, la matarían de inmediato.
¿Qué estaba haciendo? Soran se pasó una mano por la cara, los dedos
con punta de nilarium se congelaron contra su piel ya helada. ¿Qué le
incumbía a él para ponerla en tal riesgo? Y sin siquiera contarle las
posibles consecuencias.
Pero si lo supiera, ¿todavía estaría tan ansiosa por aprender? ¿Seguiría
mirándolo con esos ojos brillantes, suplicándole que desenmascarara los
secretos del universo tal como él los entendía? ¿Sería capaz de
sumergirse en el estudio y practicar con la misma determinación
valiente que él había observado esta mañana?
¿O haría lo que debería haber hecho la misma mañana de su llegada
a Roseward? ¿Volver a subir a su bote y huir a su propio mundo, sin
mirar atrás ni una sola vez?
Un movimiento detrás de él lo devolvió al presente. Dejó caer la mano
de su rostro y abrió los ojos, pero no se atrevió a enfrentarse a la
habitación en penumbra a su espalda. Escuchó ruidos ajetreados,
sonidos hogareños de la cocina, y no se sorprendió cuando la muchacha
de repente le tiró un codazo.
―Aquí señor. Toda esa escritura le da a uno apetito, ¿no es así? Come.
Soran miró hacia abajo y alrededor, a un plato de pan rebanado y
embutidos fríos. La muchacha lo miró a través de mechones sueltos de
cabello rojo y le ofreció una pequeña sonrisa.
Aceptó el plato y, de mala gana, volvió a entrar, dejando la puerta
abierta. Observó con satisfacción que la muchacha se había tomado el
tiempo de colocar pisapapeles encima de todas las hojas sueltas de
pergaminos; ninguna brisa perdida podría hacerlas volar. También
acercó las sillas a la chimenea para que los dos pudieran disfrutar del
calor del fuego mientras comían.
Por una vez, parecía feliz de dejar que el silencio perdurara. Se 89
sentaron, arrancaron pequeños trozos de pan y carne para llevarlos a la
boca y masticaron en silencio. Las pocas veces que Soran se atrevió a
mirar en su dirección, la encontró estudiando el fuego con atención sin
verlo realmente. Sus ojos tenían una luz, danzante y brillante, que pudo
haber sido un mero reflejo de las llamas. Pero lo dudaba.
Terminaron de comer en silencio. Nelle tomó el plato vacío de Soran
y llevó sus platos a través de la habitación hasta el lavabo. Soran la vio
irse, observó la forma en que la luz del fuego jugaba en los mechones
ardientes de su cabello. La forma en que los suaves pliegues de su falda
caían de su estrecha cintura. La forma en que sus caderas se balanceaban
con gracia inconsciente a cada paso.
¿Cómo podía alguien tan delicada, tan encantadora, ser al mismo
tiempo tan letal? El extraño contraste fue absolutamente cautivador.
Nelle se giró. Soran apartó rápidamente la mirada y miró fijamente el
fuego. Pero sabía que ella lo había atrapado mirándola. Por un minuto
se quedó cerca de la palangana, en silencio y vacilante. ¿La había hecho
sentir incómoda? ¿La asustó? Dioses, ¡qué bestia era! No podía ir a
ofrecerle refugio a la muchacha en un momento y luego mirarla como
una fruta escogida al siguiente.
Regresó por fin a su silla y se sentó en el borde del asiento. ―Entonces
―dijo ella.
Esperó, temiendo que de alguna manera pudieran traicionarlo sus
pensamientos si hablaba.
― ¿Qué sigue? ―continuó por fin― ¿Vamos a probar otro hechizo?
Soran se aclaró la garganta y rápidamente negó con la cabeza― No,
señorita Beck. Eso fue suficiente estudio de magia por una mañana.
Nosotros… los dos necesitamos tiempo para aclarar nuestras mentes y
poder regresar con un enfoque renovado.
―Ah. ―Ella asintió lentamente. Sintió sus ojos mirándolo― ¿Un
paseo entonces?
90
¿Estaba sugiriendo que dieran un paseo juntos? Soran la miró de
reojo. ¡Seguramente ella no deseaba su compañía!
―Yo… ―se aclaró la garganta de nuevo. ¿Por qué tenía la mandíbula
tan apretada? ― Debo inspeccionar las piedras de protección ―dijo y se
levantó abruptamente. Con un rápido asentimiento, señaló la puerta―
Puedes ir a donde quieras, señorita Beck. Solo regresa antes de la puesta
del sol.
Ella permaneció en su asiento por unos momentos, mirándolo desde
debajo de sus pestañas. Lentamente se puso de pie, con la boca en una
línea. ―Muy bien, Mago Silveri ―dijo y se trasladó a su nido, donde
había dejado su nueva capa doblada cuidadosamente sobre las
alfombras de piel. La envolvió alrededor de sus hombros, se subió la
capucha con adornos de piel por la cabeza y caminó hacia la puerta, todo
sin volver a mirarlo.
En el momento en que cruzó el umbral y se movió más allá de su vista,
Soran respiró con más facilidad. Dioses de arriba, ¡qué tonto era! No
debería haber estado de acuerdo con esas lecciones en primer lugar, no
debería haber estado de acuerdo con ningún escenario que lo obligara a
pasar tiempo en su presencia. ¿No le había enseñado nada el encuentro
con La Doncella de Espinas anoche?
―Eres un peligro para ella ―susurró. Las palabras resonaron
sordamente dentro de su cabeza como el sonido de una dolorosa
campana distante.
Apretando la mandíbula, se movió hacia el armario y se inclinó para
rebuscar entre los libros de hechizos del interior. Al encontrar el
volumen que buscaba, lo metió en la parte delantera de su túnica. El
wyverno, que había pasado la mañana dormitando en una canasta junto
al fuego, le chirrió perezosamente mientras se enderezaba.
―No te preocupes, amigo mío ―dijo Soran, levantándose la capucha
y ajustando los pliegues de su larga túnica― Lo sé aún mejor, créeme.
Ella estará a salvo aquí mientras se quede. La protegeré. De mí mismo si 91
es necesario.
El wyverno parpadeó y dejó caer la cabeza, completamente
indiferente. Soran murmuró una maldición en la dirección general de la
criatura y cruzó rápidamente la habitación. Salió a la luz de la mañana,
cerró la puerta detrás de él y se apresuró a asegurar el hechizo de pestillo
secreto. Luego se volvió hacia el mar.
Y vio a la muchacha parada a unos pocos metros de distancia.
Esperaba con los brazos cruzados y los hombros encorvados contra el
viento. Mechones sueltos de cabello rojo salieron por debajo de su
capucha, enmarcando su pequeño rostro pálido.
Ella le sonrió, una especie de sonrisa obstinada con un borde.
El corazón de Soran dio un golpe seco. Pero respiró hondo, controló
su expresión y miró a la muchacha con calma, seguro de que no
traicionaba nada de lo que sentía por dentro. Echando los hombros hacia
atrás, dio un paso hacia ella.
―Señorita Beck ―dijo.
―Mago Silveri ―respondió ella.
Sin saber qué más debería hacer o decir, Soran simplemente giró a la
izquierda por el camino que conducía a lo largo del borde del acantilado
hacia la primera de las piedras de protección. La muchacha se puso a
caminar a su lado, dando dos pasos rápidos por cada uno de los largos
suyos. Su paso empujó su capucha hacia atrás sobre sus hombros, y su
cabello se soltó.
―Todavía no he visto las piedras de protección ―ella dijo después de
unos momentos de silencio― ¿Es esa de ahí? ―señaló el alto pilar en el
borde del acantilado.
Soran le lanzó una mirada rápida, luego volvió a enfocar su atención
hacia adelante. ¿De verdad quería caminar con él? Y si así era, ¿qué iba
a hacer al respecto? Debería dejarla… pero ¿dónde? Roseward no era 92
una isla tan grande. No tenía dónde ir excepto a Dornrise o al pequeño
pueblo abandonado en el puerto. De lo contrario, solo había bosques
cubiertos de maleza que alguna vez habían sido parques elegantes, y
algunos lugares en ruinas donde una vez se levantaron hermosos
edificios periféricos, capillas y pabellones.
Se dio cuenta de que no había respondido a su pregunta. A esas
alturas parecería una tontería decir algo, así que se mordió la lengua. Se
acercaron a la primera piedra de protección de todos modos.
Desviando con cuidado su atención de la muchacha, Soran se acercó
a la piedra y localizó donde comenzaba el hechizo tallado en la parte
superior. Concentrándose, tocó el hechizo con la punta de un dedo y
siguió el flujo de palabras, rodeando lentamente el pilar para seguir su
patrón en espiral hasta que llegó al lugar en el lado de la piedra hacia el
mar donde la grieta rompió una de las palabras en dos, comprometiendo
el hechizo. Allí se detuvo unos momentos, analizando la profundidad
de la grieta, la gravedad de la fractura.
La muchacha apareció a su lado, inclinada hacia la piedra de
protección, con el ceño fruncido y la mirada pensativa mientras
estudiaba las líneas del hechizo. ―Este es el Araneli Antiguo de nuevo,
¿eh? ―dijo ella, mirándolo.
Soran asintió y sacó el libro de hechizos del frente de su túnica.
La muchacha extendió una mano y tocó la piedra, con la palma sobre
la hendidura. Cerró los ojos, el nudo en su frente se hizo más profundo.
―Yo… Creo que lo siento ―dijo después de un momento― Creo que
siento cómo salió mal.
―Puede ver dónde salió mal, señorita Beck ―dijo Soran― La ruptura
se percibe fácilmente. ―Extendió la mano y la agarró por la muñeca,
apartándola de la piedra.
Retiró la mano rápidamente, metiéndola dentro de los pliegues de su
capa. ―Lo sé. Pero hay más, ¿no es así? 93
Soran entrecerró los ojos, estudiando su rostro de cerca. ¿Qué vio ella?
¿Qué percibió ella con esos peculiares sentidos suyos?
―Está bien ―dijo lentamente― Dímelo.
Se giró hacia la piedra de nuevo y casi inconscientemente extendió la
mano. Esta vez, sin embargo, no tocó la piedra en sí. Sus dedos se
entrelazaron en el aire frente a él, como si agarrara hebras de nada y
sintiera cómo jugaban a través de su piel.
―Aquí hay magia ―dijo― Casi puedo… Creo que puedo verla.
Líneas mágicas que surgen de las palabras, si eso tiene sentido. ―Ella
arqueó una ceja hacia él― ¿Es este el hechizo de protección?
Él gruñó. ―Sigue.
―Están rotos. No todos esos. Solo algunas hebras aquí y allá. Como
éste. ―Tiró de una nada invisible, haciéndola girar entre el índice y el
pulgar. Luego olió y negó con la cabeza― Oh no. No puedo entenderlo
del todo. Ni siquiera puedo verlo realmente. ¿Pero estoy en lo cierto?
Ella lo miró de nuevo, su rostro ansioso y posiblemente un poco
asustado.
―Hay un hechizo, sí ―reconoció Soran― Un hechizo de protección,
parte del hechizo de protección más grande que rodea a Roseward. Y sí,
su método para describirlo es correcto. Algunos de los… de los hilos se
han roto. ―Vaciló, casi temiendo aprender la respuesta a su siguiente
pregunta, pero no pudo resistirse a preguntar― ¿Cómo harías para
arreglarlo?
― ¡Oh! Bien. ―Nelle volvió a estudiar el aire que había delante de la
piedra, sin ver más la piedra en sí, concentrándose en cambio en la
magia invisible ― Si pudiera atraparlos, simplemente los ataría. Eso
debería arreglarlos bastante bien, al menos por el momento.
Soran asintió lentamente. Había traído un pequeño hechizo de
curación con él en el libro que había metido en la parte delantera de su 94
túnica. Había pensado en usarlo para reparar la piedra, para reparar la
grieta que dividía las palabras. El resultado sería básicamente el mismo
que propuso la muchacha.
Pero era extraño, tan extraño y tan fascinante, que ella se propusiera
arreglar los hilos mágicos en sí mismos y ni siquiera considerar la piedra
física. Soran solo podía ver los hilos si se concentraba con fuerza. ¿Qué
tan expandida estaba ya su vista mágica, después de una sola mañana
de estudio?
¿Y hasta dónde podría llevarla con el tiempo?
Sacando el libro de debajo de su túnica, rápidamente se volvió hacia
el hechizo que buscaba, cerca de la parte posterior del libro. ―Señorita
Beck ―dijo― Voy a leer esto. Quiero que mires y me digas si puedes ver
el hechizo tomando forma. ¿Harías eso?
Ella asintió solemnemente, apartando el cabello de su rostro azotado
por el viento.
―Muy bien entonces. ―Soran levantó el libro y comenzó a leer la
escritura del Araneli Antiguo. Fue más que una simple lectura, por
supuesto. Era más bien una forma de conexión: una atracción de su
mente hacia las palabras, y las palabras mismas llevaban su mente más
allá, hacia el reino invisible pero siempre presente de la quinsatra,
haciéndola perceptible y revelando la magia que buscaba captar y
comprender, entrar en su propia realidad. Leyó las palabras y, usando
su mente, recogió la magia y la extrajo.
Una pequeña bola brillante apareció en el aire sobre las páginas del
libro. Tenía una cualidad similar a un líquido, ya que se agitaba y
burbujeaba ligeramente. El color no era uno que pudiera nombrarse en
ningún idioma mortal y estaba casi más allá del rango de percepción de
Soran.
Cuando terminó la lectura, la pequeña esfera flotaba en su lugar sobre
su libro, más sólida ahora que el hechizo estaba completo. Soran volvió
a mirar a la muchacha. ― ¿Puedes verlo, señorita Beck?
Tenía los labios entreabiertos y los ojos muy abiertos y absortos― Sí 95
―dijo en voz baja― Sí, lo veo. Y… y yo creo…
― ¿Crees que sabes qué hacer con él?
Ella asintió. Luego cerró la boca en una línea firme y asintió de nuevo
con más convicción.
―En ese caso, sé mi invitada. ―Cerrando el libro, Soran dio un paso
atrás e indicó la esfera con un movimiento de su mano. Sus ojos giraron
para encontrarse con los de él, pero solo brevemente, como si temiera
apartar la mirada de la esfera, temiera que se desvaneciera si lo hacía.
Los músculos de su mandíbula se tensaron.
Dio un paso adelante y agarró la esfera con ambas manos.
Inmediatamente comenzó a correr y driblar, pero ella no pareció
sorprendida por esto. Con unos pocos movimientos rápidos de muñeca,
esparció el líquido por cada dedo hasta que brillaron con el mismo brillo
mágico.
Se volvió hacia la piedra. Soran observó de cerca, preguntándose qué
haría. Él tocaría la grieta y comenzaría el proceso de curación desde el
lado físico de la realidad.
Pero la muchacha tenía ideas diferentes. Extendió la mano en el aire y
alcanzó los hilos de magia rotos. Uno por uno, atrapó cada pequeño
mechón, el hechizo en sus dedos le permitió hacerlo. Ella tomó los
pedazos rotos y los ató juntos, asegurando los nudos rápidamente. Fue
un trabajo feo e incómodo. Ciertamente sin magia pulida.
Un chirrido llenó el aire. Soran desvió su atención de la muchacha a
la piedra y vio que, mientras ella trabajaba, la grieta en la piedra también
se estaba curando, cerrándose tan bien como una costura. Ella pudo
haber hecho las cosas al revés… pero lo hizo correcto. Por los siete
nombres secretos de los dioses, lo hizo correcto.
Nelle dio un paso atrás, le temblaban las manos. Una pequeña serie
de brillos como destellos de luz solar en el agua apareció cuando el
último hechizo se evaporó, la magia regresó a su propio reino. La
muchacha continuó parada ahí, mirándose las manos, mirando sus 96
dedos ahora vacíos.
― ¿Señorita Beck? ―Soran dijo, moviéndose detrás de ella― Señorita
Beck, ¿estás…?
Ella empezó a volverse hacia él. Un gemido escapó de sus labios y sus
rodillas cedieron. Soran fue lo suficientemente rápido para atraparla
antes de que pudiera caer al suelo y golpearse la cabeza.
Con una maldición murmurada, Soran la levantó, un brazo detrás de
sus rodillas, el otro alrededor de sus hombros. ¡Qué tonto era! En su
ansia por ver lo que ella podría lograr, se había olvidado de pensar en
las consecuencias físicas. Ella no tenía experiencia, no había desarrollado
tolerancia para el lanzamiento de magia. Un hechizo de curación
requiere una gran cantidad de energía, especialmente cuando se usa con
una sustancia sin vida como la piedra. No debería haber sido tan
descuidado, tan imprudente.
―Señorita Beck, ¿puedes oírme? ―dijo, mirándola a la cara contra su
hombro. Estaba inconsciente. ¿Estaba ella siquiera respirando?
Con el pánico inundando sus venas, Soran se giró y regresó por el
camino lo más rápido que pudo. Ella se convirtió en una carga incómoda
con todas sus faldas y los pliegues de su capa, pero al menos era
pequeña. Se tambaleó hasta la puerta del faro, murmuró
apresuradamente el hechizo para abrir el pestillo y lo abrió de una
patada, golpeándolo con tanta fuerza contra la pared que el wyverno
soltó un graznido y salió disparado de su cesta, trepando por las piedras
de la chimenea para posarse en la repisa. Ahí batió su ala buena y agitó
la lengua en un prolongado silbido.
Haciendo caso omiso de la bestia, Soran llevó a la muchacha a el nido
y la acostó en la cama tan suavemente como pudo. ¡Sus labios se veían
azules! Al menos hacía calor ahí, fuera de ese viento.
Se levantó, se apresuró al fuego y añadió un leño a las brasas,
avivando apresuradamente el fuego. El wyverno, con la cresta llameante
de preocupación, se arrastró por las piedras de la chimenea y se 97
encaminó hacia el nido. Borboteó, resopló y acarició el rostro de la
muchacha.
―Lo sé. ¡Lo sé! ―Soran gruñó mientras agarraba la tetera de cobre y
la llenaba con agua fresca de la palangana― No debería haber dejado
que ella lo hiciera. ¡Pero deberías haberla visto! ¡Por los dioses, deberías
haberla visto trabajar!
Puso la tetera a hervir y volvió al lado de la muchacha, apartando al
wyverno con brusquedad. Estaba muy quieta, pero su pecho subía y
bajaba con una respiración constante. Ella podría haber estado
profundamente dormida. Y no era de extrañar. Debe estar
completamente agotada.
La habitación parecía incómodamente cálida ahora, así que Soran
desabrochó el broche de la capa de ella en su cuello y con cuidado le
quitó la pesada prenda. Su piel se veía pálida por encima del escote de
su vestido lavanda, pero sus mejillas y labios estaban rosados.
―Ella estará bien ―susurró Soran. El wyverno asomó la cabeza por
su hombro y se rió en su oído― Ella estará bien ―repitió con firmeza.
Sin darse cuenta de lo que hizo, se acercó y tomó una de sus manos. No
podía sentir su piel a través del nilarium. Y todavía…
Miró hacia abajo con cierta sorpresa. Aunque todavía estaba
inconsciente, sus dedos se movieron, entrelazándose con los de él.
Durante algún tiempo solo pudo sentarse ahí, mirando. Mirando esa
conexión diferente a todo lo que él había sentido… en tanto tiempo. Casi
no parecía real. Se sintió como un observador externo al ver este
momento tener lugar entre dos extraños. Solo que esa mano maldita
debía pertenecerle. Entonces debía ser verdad.
Un repentino chisporroteo en la chimenea llamó su atención. Se volvió
y vio hervir la tetera, escupiendo agua al fuego.
Dejar caer la mano de Nelle fue casi físicamente doloroso. Pero era lo 98
mejor. No podía permitirse disfrutar de momentos como ese. Apretó los
dientes con fuerza mientras se movía para sacar la tetera del fuego, sin
tener cuidado de proteger sus manos del mango caliente, ya que no
hacía ninguna diferencia. Al encontrar un paquete de té que Nelle había
traído de Dornrise, se entretuvo echando hojas en el agua caliente para
prepararlo.
― ¡Oye! Suéltame.
Soran se dio la vuelta rápidamente, justo a tiempo para ver a la
muchacha sentarse y empujar al wyverno, que había aprovechado la
ausencia de Soran para acurrucarse sobre su estómago. Protestó con
ruidosos silbidos y batió su ala buena, pero ella lo agarró por la cola y lo
arrojó fuera del nido al suelo. Se sentó mientras lo hacía, e
inmediatamente toda la sangre brotó de sus mejillas.
―Oh, cielos espantosos ―gimió, y se acurrucó, con la cara enterrada
entre las manos.
―Señorita Beck. ―Soran regresó al nido en unos pocos pasos y se
arrodilló a su lado nuevamente. Su mano se cernió en el aire por encima
de su espalda, pero no se atrevió a tocarla de nuevo ― Señorita Beck,
debes permanecer quieta. Sufres de fatiga provocada por la
manipulación de la magia. Es mejor que no intentes hablar o…
―Mierda ―murmuró de nuevo y se apartó el pelo de la cara, mirando
al mago― ¿Lo hice? Creí que sí, pero no lo recuerdo. ¿Lo arreglé? ―sus
ojos ardieron en los de él, brillantes y ansiosos.
Lentamente, Soran asintió. No se atrevió a confiar en sí mismo para
hablar, no se atrevió a dejar que su voz delatara su propia excitación. No
serviría de nada animarla demasiado.
Pero su rostro se iluminó con una sonrisa brillante. Luego cerró los
ojos y bajó la cabeza hacia sus manos, murmurando ―Boggarts.
Soran fue a buscar el té y lo vertió en una taza de madera. Cuando
regresó, ella estaba de nuevo en posición vertical, volteada de modo que
su espalda presionara la fría pared de piedra del nido, sus piernas 99
dobladas en un entrecruzamiento debajo de sus faldas de seda― Bebe
esto ―dijo Soran.
Ella aceptó la taza. Con los ojos cerrados, inhaló profundamente el
vapor y luego exhaló un suspiro. Frunció los labios para soplar
suavemente antes de tomar un sorbo tentativo. Debió haber sido más
amargo de lo que esperaba, porque hizo una mueca, un ojo entrecerrado
a medias. Pero valientemente tomó otro sorbo antes de volver la mirada
hacia él.
―Así que ―dijo, otra sonrisa curvó las comisuras de su boca― ¿Qué
me vas a enseñar a continuación?
9

Los días cayeron en algo así como un patrón.

T
odas las mañanas, Nelle se levantaba antes del sol y preparaba
un abundante desayuno. Silveri se unía a ella a tiempo para
comer y luego, mientras ella limpiaba los platos, él colocaba los
útiles de escritura.

Seguían varias horas de práctica de letras y copiado repetitivo. 100


Durante los primeros dos días, pasó todo su tiempo en esa misma línea
de magia escrita, sin nunca llevarla a buen término, ni siquiera
acercándose tanto como ese primer día. Ella se sintió frustrada y su
precisión sufrió. Así que Silveri le dio nuevas líneas para copiar.

Esto estuvo mejor. Pero también su propia versión de frustrante. Cada


línea comenzaba como un galimatías total para ella y seguía siendo un
galimatías sin importar cuántas veces las copiara. Pero a medida que
pasaban los días, casi comenzó a sentir la sensación detrás de los sin
sentido. Como si una parte de su mente que nunca supo que existía
pudiera estar desbloqueándose.

Al final de cada sesión, Silveri siempre le pedía que escribiera


cualquier hechizo que estuviera practicando de una manera loca y
rápida. La mayoría de las veces esto resultaba en nada más que un
desorden en la página, pero a veces, a veces sentía que la energía
aumentaba. La intuición se intensificó hasta que sus dedos y su mente
pudieron jugar a lo largo de los bordes de la comprensión de esa
yuxtaposición de precisión y locura que componían la magia…

Al mediodía, Silveri declararía que sus lecciones habían terminado y


la enviaría fuera de la torre nuevamente. Así hubiera lluvia o sol, ella se
encontró envuelta en su capa robada y al aire libre, caminando por el
acantilado, con el rostro entumecido por el frío y la mente entumecida
por todo lo que había aprendido o casi aprendido esa mañana.

Una vez, simplemente caminó durante horas hasta que estuvo lo


suficientemente cerca de la puesta del sol para poder regresar con
seguridad a la torre y esperar encontrar la puerta abierta. Unas cuantas
veces se aventuró a regresar a Dornrise para buscar especias o manjares
de la despensa, y otra vez para buscar un vestido limpio. Cada vez que
ella se ofrecía a caminar por los límites con el mago para revisar las
piedras de protección, él se negaba, y se negaba con tal firmeza de tono
que ella no se atrevía a presionarlo. 101

En el sexto día de entrenamiento, Nelle tiró su pluma antes de llegar


a la mitad del hechizo final de la mañana. Le ardían los ojos y le dolía el
cuello, y el entusiasmo que había sentido la primera vez que se dispuso
a aprender magia se había desvanecido a casi nada.

― ¡No lo entiendo! ―ella gimió, presionando la base de sus manos en


las cuencas de sus ojos. Podía sentir la mirada del mago sobre ella. Parte
de ella estaba avergonzada de permitirse un enfurruñamiento frente a
él. Pero a la mayoría de ella ya no le importaba― Cuando empezamos
hace una semana, entendía mejor que ahora. ¿Me he vuelto más estúpida
en los últimos siete días?

Silveri se acercó a la mesa. No miró hacia arriba, pero sintió su


presencia, alta y cálida en su espalda, inclinada sobre su silla y
observando el desorden que había hecho en la página. Dejó caer las
manos en su regazo y, después de una rápida mirada al azaroso intento
de hechizo, volvió la cabeza, fijando su mirada en el wyverno. Estaba
tumbado boca arriba junto al fuego, con la columna torcida en un ángulo
que no debería ser posible. Por otra parte, el wyverno en sí no debería
ser posible, entonces, ¿por qué no debería dormir como quisiera?

El mago guardó silencio durante demasiado tiempo. Finalmente,


Nelle levantó las manos y se levantó de la silla, alejándose de la mesa. –
¡Desearía que no revolotearas! ―murmuró― Siempre acechando y
desaprobando todo. ―caminó varios pasos hacia la cama de su nido
antes de volverse y mirarlo con los brazos cruzados.

Silveri apoyó una mano plateada sobre la mesa, aún inclinada sobre
su silla vacía, estudiando su trabajo. Su largo cabello pálido colgaba
como una sábana sobre un hombro, y la luz de una de las ventanas
superiores brillaba en él de tal manera que casi parecía dorado en lugar
de blanco. Él se había sometido de nuevo hace unas pocas noches a sus
habilidades de peluquería, lo que le permitió raspar el crecimiento de 102
varios días de sus mejillas. La pálida barba que le había vuelto a crecer
formaba un borde en su afilada mandíbula y oscurecía algunas de las
feas cicatrices.

Había tal poder inconsciente en su pose, en la posición de sus


hombros, en la forma en que sostenía sus brazos. A pesar de que se
vestía como un viejo ermitaño loco, en momentos como este era
imposible confundir la verdad de su noble herencia.

De repente él miró hacia arriba y Nelle se dio cuenta de que lo había


estado mirando. Parpadeó varias veces y recortó su expresión en un
ceño severo, agachando la barbilla. Unos mechones de cabello caían
sobre su rostro como un velo.

―Dime directamente ―gruñó― ¿soy más estúpida de lo que era hace


una semana o no?
―No eres estúpida, señorita Beck ―respondió de inmediato,
enderezándose― Tu problema, ciertamente, no es la estupidez.

―Oh, gracias. De todos modos, es un alivio. ―Nelle se encogió de


hombros hasta las orejas― ¿Cuál es mi problema entonces?

―No hay ningún problema. Realmente no. ―el mago agarró la pluma
que ella había arrojado en su ira, se trasladó al otro extremo de la mesa
y se sentó en su lugar acostumbrado. Giró la pluma ligeramente― La
magia no llega rápido para nadie. Ni siquiera los faes que reciben sus
poderes o el control de esos poderes a la vez: un pájaro joven nace con
la capacidad de volar, de remontarse a los confines de los cielos, pero
debe esperar a que le crezcan las plumas. Cuanto más poderoso es el
pájaro, más tiempo tarda. Un pequeño pájaro cantor puede dejar el nido
en unas pocas semanas. El fénix, sin embargo, requiere muchos meses.

Dejó de juguetear con la pluma y giró el extremo plumoso hacia ella,


indicándole que volviera a su silla. Ella captó la indirecta y, con un 103
pequeño suspiro, se movió para sentarse una vez más, apoyando los
codos en la mesa y apoyando la barbilla entre los puños. ―Así que…
¿Qué? ―ella dijo― ¿Mis plumas necesitan un tiempo de crecimiento?

―Para decirlo sin rodeos, sí. ―Silveri dejó la pluma sobre la mesa―
Es mi sospecha que nuestras incursiones iníciales en la magia fueron una
especie de liberación para tu sistema. Desde tu llegada aquí en
Roseward, has respirado la atmósfera de Hinter, que activó el potencial
latente, pero, no obstante, potente en tu sangre. Esos experimentos de
hace una semana fueron como una ráfaga de aire que se escapa de unos
pulmones sobrecargados. Ahora debes desarrollar la fuerza y la
resistencia necesaria para el uso adecuado de la magia.

Nelle suspiró. ¿De verdad había pensado que iba a probarse a sí


misma como una especie de prodigio en una semana de estudio?
Boggarts, había trabajado dos años en la universidad, observando a los
estudiantes de Miphates desde lejos. Había visto las diversas etapas de
su desarrollo educativo: los de primer año con los ojos muy abiertos con
su arrogancia juvenil y grandes sueños. El angustiado rostro de los de
segundo año, todos aplastados por las dudas, muchos de ellos incapaces
de continuar. La tenaz determinación de los de tercer y cuarto año, que,
con el tiempo, se convirtió en la arrogancia de los Miphatos de pleno
derecho como Gaspar. Y como el propio Silveri, la verdad sea dicha.

Volvió a esconder los ojos en las palmas. ¿A qué estaba jugando de


todos modos?

No había venido a Roseward para aprender magia. El tiempo pasaba.


Ya llevaba más de una semana en la isla. Pero, ¿cuánto tiempo había
pasado en Wimborne? ¿Cuántas semanas, días u horas le quedaban
antes de la fecha límite de Gaspar?

―No te desanimes, señorita Beck.


104
La voz de Silveri y el repentino roce de su silla la sobresaltaron. Casi
había olvidado que todavía estaba allí. Nelle deslizó sus manos por sus
mejillas, los dedos tirando de la piel debajo de sus ojos, y le lanzó una
mirada siniestra mientras él cruzaba la habitación hacia su armario, en
el que rebuscó en su interior antes de regresar a la mesa con uno de sus
libros de hechizos en la mano. Parecía uno de los mejores volúmenes, un
poco más grande e impresionante que la mayor parte del alijo. Algo de
años posteriores de estudio, supuso Nelle.

El mago se sentó y hojeó el libro durante unos momentos antes de


volver a mirar hacia arriba. ― Hay una ceremonia ―dijo― por lo
general, se realiza al final del primer año de un estudiante. Un
reconocimiento de su lugar dentro de los Miphates. Lo llamamos
encuadernación de plumas.

Le quitó la pluma desechada, girándola entre el índice y el pulgar.


―Nadie sabe si es cierto o no ―continuó― pero en toda la escuela
Miphates se cree universalmente que un mago puede verter su magia en
una pluma favorita, infundiéndole poder. Con el tiempo, se convierte en
un canal para él, un medio para acceder de manera más efectiva a la
magia dentro de él y dirigirla al mundo físico. Cualquier pluma, por
supuesto, puede tener el mismo propósito básico. Pero una pluma
encuadernada, una que ha servido a su único amo durante años, puede
funcionar como una especie de… ―Silveri hizo una pausa, frunciendo
los labios llenos de cicatrices pensativamente mientras buscaba la
palabra― Una especie de talismán, por así decirlo.

― ¿Como un amuleto de la buena suerte? ―sugirió Nelle.

Silveri asintió lentamente. ― Puedes pensar en ello como tal si lo


deseas. Sin embargo, a diferencia de la típica pata de conejo, hay más
verdad que fantasía en una encuadernación de plumas.

Nelle observó cómo la pluma aún giraba lentamente en los dedos del 105
mago. Era una pluma de ganso blanca, una de varias que había usado
durante los últimos siete días. Ya la habían recortado tres veces, y
después del duro trato que le había dado, difícilmente pensó que duraría
más de uno o dos días.

¿Quizás el proceso de encuadernación de plumas hacía que duraran


más tiempo?

De repente pensó en esa noche oscura no hace mucho tiempo… de esa


interminable subida por el costado del Evenspire hasta la ventana del
duodécimo piso. Pensó en la pluma de Gaspar y en todos los grimorios
llenos de poder apilados sobre su escritorio y alrededor de la habitación.
Pero no la habían enviado para llevarse ninguno de esos.

La había enviado por una pluma. Pluma de cisne negro. Cuando la


había cogido del despliegue de plumas en la pared, no había sentido
ningún poder dentro de él, ninguna energía o esencia antinatural. Nada
como los grimorios, que habían tarareado con poderosa magia.

¿Por qué Gaspar había deseado la pluma tan específicamente? ¿Y por


qué había temido tomarlo él mismo? ¿Por qué se había arriesgado a
contratar a una ladrona para que lo hiciera por él? ¿Era la propia pluma
de Gaspar? ¿O pertenecía a otra persona?

―Sé lo que está pensando, señorita Beck.

La cabeza de Nelle se disparó y sus manos se apartaron de su rostro.


Por un momento, su corazón dio un vuelco. ¿Era posible que el mago
pudiera percibir lo que pasaba por su mente?

Pero su oleada de terror disminuyó de inmediato mientras él


continuaba―: Estás pensando que esta encuadernación de plumas es
una práctica tonta, una superstición colegial. Y quizás tengas razón. Sin
embargo… ―se puso de pie y se acercó a su lado de la mesa. La pluma 106
de ganso descansaba sobre las palmas de sus manos y se inclinó para
presentársela con solemne dignidad. ―Si me permites el honor, me
gustaría realizar la ceremonia de encuadernación de plumas para ti
ahora. Como muestra de mi fe en tus habilidades y de mi… mi
admiración. ―se detuvo un momento y se aclaró la garganta― Mi
admiración por tu disposición a dedicarte a este difícil trabajo. Por la
humildad y determinación que has demostrado durante los últimos
siete días. Y creo que verdadero potencial fluye por tus venas.

Nelle lo miró boquiabierta. Un trueno golpeaba en sus oídos, casi


ensordecedor.

Si él le pedía que se pusiera de pie en ese momento, ella no creía que


sus piernas la sostendrían. ¿Realmente había dicho todas esas cosas? ¿De
verdad acababa de hablar de admiración? ¿Por ella?
Era demasiado. Mucho, demasiado. ¡Y viniendo de él, de todas las
personas!

Una oleada de emociones se apoderó de ella, trayendo un rubor de


sangre rugiendo a sus mejillas. Primero, orgullo unido a pura alegría.
Luego, la pena y el miedo persistente de que todo esto fuera una especie
de broma, de que él se burlara de ella, le contara cuentos tontos para ver
qué tan ingenua podía ser.

Además de todos esos… vergüenza.

Ella inclinó la cabeza, incapaz de mirarlo a los ojos. Cuando abrió la


boca para hablar, no salieron palabras.

― ¿Me lo permitirías, señorita Beck? ―Silveri presionó suavemente,


todavía sosteniendo la pluma― ¿Puedo realizar la encuadernación?

¡No! la voz en su cabeza gruñó con saña. 107

Pero Nelle solo asintió, muda y un poco entumecida.

El mago se arrodilló a su lado y comenzó a recitar las palabras de un


hechizo. Un escalofrío de energía atrajo la atención de Nelle del libro
que estaba abierto en el otro extremo de la mesa, y supo que estaba
usando uno de sus hechizos. No estaba segura de cómo funcionaba. Con
la mayoría de los hechizos que lo había visto usar, había podido
discernir algún sentido de la magia, había podido rastrear la forma o
incluso, en muchos casos, ver el hechizo real como si se manifestara
físicamente ante ella.

En este caso, la magia fue sutil, tan sutil que podría haber sido nada
más que un ligero cambio de presión en el aire. Mientras sus palabras
fluían, la frialdad ―como una brisa, pero no del todo― pareció tocar su
rostro y deslizarse por sus fosas nasales. Respiró profundamente en su
pecho, donde sintió que se enrollaba en hebras frías alrededor de su
corazón. Cerró los ojos, buscando la sensación, tratando de hacerla más
fuerte. Pero cuanto más buscaba, más se desvanecía de su percepción.

¿Estaba haciendo algo mal? ¿Se suponía que debía responder al


hechizo de alguna manera? No le había dicho tanto, pero ¿tal vez
simplemente esperaba que ella lo supiera?

El pánico revoloteó en su estómago, y abrió los ojos, mirando al mago


que tenía delante. Sus ojos estaban cerrados mientras se concentraba en
el hechizo, así que aprovechó la oportunidad para estudiarlo. Cuando
se arrodillaba, su cabeza estaba casi al nivel de la de ella, ofreciéndole
una vista clara de cada horrible fruncimiento y desgarro en su piel.

Incluso los más nuevos, que había recibido la noche anterior en su


batalla en curso con la Doncella de Espinas.

Nelle hizo una mueca, sin prestar más atención a la magia que hacía 108
girar. Su mente revoloteó en otra parte hacia pensamientos peligrosos,
ideas peligrosas.

¿Y si se quedara aquí y se dedicara a este estudio? ¿Qué pasaría si no


se contuviera, sino que realmente se entregara a estas emocionantes
posibilidades, ahondando en los mundos del conocimiento que ahora se
abren ante sus ojos?

¿Y si ella pudiera ayudarlo a atar a La Doncella de Espinas?

Papá…

Y ahí estaba.

Cada fantasía se derrumbaba en nada, cada esperanza, cada idea


tonta.
Gaspar tenía a papá. Nada más importaba.

Silveri llegó al final de su hechizo. Nelle sintió la pequeña sacudida


de la magia completa cuando el hechizo escrito en el libro se rompió y
nunca más se volvió a usar.

El mago la miró e inclinó la cabeza hacia atrás para encontrarla a los


ojos. Ofreció la pluma.

―Todo lo que debes hacer ahora es reclamarlo ―dijo― Si lo deseas,


señorita Beck.

Ella lo deseaba. ¡Oh, cuánto lo deseaba! Extendió los dedos y se cernió


sobre la pluma de ganso con su plumín cuidadosamente recortado
manchado de tinta azul.

― ¿Hará alguna diferencia? ―Preguntó, su voz poco más que un


susurro― ¿Me hará?... ¿Mejor? 109

Sacudió la cabeza― Tú y solo tú puedes hacer la diferencia.

Metió los labios, mordiendo con fuerza. Luego, con la mandíbula


reafirmada con determinación, levantó la pluma, medio esperando
sentir otra sacudida, algún estallido de energía mágica, alguna
sensación de atadura. Pero no hubo nada.

La pluma se sentía igual que antes en sus manos.

Pero Silveri se levantó y dio un paso atrás, con un brillo de satisfacción


en sus ojos.

―Señorita Beck ―dijo― ahora estás oficialmente en camino de


convertirte en una verdadera maga.
Las espirales frías alrededor de su corazón se tensaron. Nelle hizo
todo lo que pudo para ofrecerle al mago una leve sonrisa.

Silveri volvió a enviarla fuera del faro por el resto del día.

No diría mucho. No más palabras de felicitación o explicación por la


extraña ceremonia que acababa de completar.

―Eso es suficiente por una mañana. Toma un poco de aire. Aclara tu


mente. Pero llévate esto contigo.

Diciendo eso, presionó un pequeño libro en su mano, así como su


nueva pluma mágica. Esto la sorprendió más que un poco. Si bien no era 110
inusual que el mago llevara uno de sus libros de hechizos con él en sus
paseos por la isla, nunca le había confiado uno a Nelle. ¿Qué hechizos
contenía? ¿Y por qué pensó que ella los necesitaría?

― ¿De qué me sirve tomar esto? ―Preguntó Nelle, haciendo girar la


pluma entre los dedos― ¿O debo meter una botella de tinta en mi
bolsillo donde quiera que vaya?

Sonrió y negó con la cabeza. ― Parte de la encuadernación de la


pluma incluye un hechizo temporal que permite que la pluma escriba
sin tinta. Se desvanecerá con el tiempo, pero puede restablecerse si es
necesario.

Más preguntas surgieron de los labios de Nelle, pero él no le dio


oportunidad de hacerlas. Apenas dándole tiempo para ponerse la capa,
la escoltó a través de la habitación y el umbral, luego cerró la puerta
detrás de ella con un golpe sordo final. Se detuvo en el escalón durante
unos momentos, mirando el pestillo, deseando que girara, deseando que
el mago abriera la puerta y hablara de nuevo. Ni siquiera estaba segura
de lo que quería que dijera. Algo. Cualquier cosa.

Pero el pestillo no giró.

Nelle se dio la vuelta y se enfrentó a la tarde que tenía ante sí. Con un
pequeño gruñido y murmurado. ― ¡Mierda! ―se puso en marcha.

No fue muy lejos. Lo suficientemente lejos como para que, si Silveri


miraba desde la ventana de su torre, pensara que ella había tomado el
camino hacia Dornrise. Esperó media hora a que la artimaña fuera
convincente antes de volver a la torre. Allí se agazapó detrás de un
bosquecillo de árboles que la escudaba, se arropó con fuerza los pliegues
de su capa para protegerse del viento helado y se dispuso a esperar.

Los minutos pasaron lentamente, medidos solo por los latidos de su 111
corazón. Por fin, con el rostro entumecido y las piernas doloridas por
estar sentada en una posición incómoda, sacó el libro que Silveri le había
dado. ¿Era uno de sus primeros libros de hechizos? ¿Esperaba que ella
leyera algunos de sus viejos trabajos mientras deambulaba por la isla?
No sería una forma tan terrible de pasar el tiempo. Al menos podría
familiarizarse más con los caracteres del Araneli Antiguo.

Pero cuando abrió el libro, encontró páginas en blanco. Frunciendo el


ceño, lo hojeó de principio a fin. En blanco, en blanco, en blanco. Nada
más que en blanco.

― ¡Por los boggarts! ¿Qué es esto? ―ella susurró. Su ceño se hizo más
profundo, sacó la pluma, la estudió desde todos los ángulos, luego miró
el libro de nuevo.

Se suponía que debía… ¿practicar?


―Esto es ridículo. ―cerró el libro de golpe y volvió a guardar ambos
artículos debajo de la capa. Justo cuando lo hizo, escuchó el crujido de
la puerta. Con la respiración acelerada, miró desde su escondite.

Silveri apareció en el umbral de la puerta, con la capucha puesta sobre


la cabeza. Tirando de la puerta rápidamente detrás de él, y sin duda
activando el hechizo de bloqueo, se puso en camino por el sendero del
acantilado hacia la playa de abajo. Nelle miró hasta que su capucha
desapareció de la vista.

Luego, con otro enfático ―mierda― se puso de pie tambaleándose, se


recogió las faldas y se fue tras él.

Once días. Once días había pasado en Roseward. Eso era todo. Sin
embargo, se sentía mucho más tiempo. Caminó por el camino,
manteniéndose lo suficientemente lejos para no atraer la atención de
Silveri. Hace apenas once días había intentado aterrizar en la playa de
abajo y había sido perseguida por los mismos wyvernos que incluso 112
ahora volaban sobre su cabeza. Había estado aterrorizada casi fuera de
su ingenio, apenas capaz de comprender el hecho de que tales criaturas
realmente pudieran existir. Ahora aceptaba su presencia con tanta
facilidad como aceptaría gaviotas o pelícanos que se elevaran en las
corrientes de aire sobre las olas.

Y esa figura encapuchada abriéndose paso por la playa de guijarros…

¿Cómo es posible que solo once días hayan cambiado toda su


perspectiva sobre este hombre? Este hombre lleno de cicatrices,
destrozado, asesino, arrogante, condescendiente y fascinante.

Llegó al final del camino y pisó las duras piedras de la franja de playa,
todavía muy por detrás de Silveri. Caminó cerca del acantilado y los
wyvernos se agolparon a su alrededor. Se rieron y cantaron, y algunos
tiraron de su túnica. Uno le echó la capucha hacia atrás y su largo cabello
rubio fluyó libremente. Se volvió y Nelle captó de perfil el destello de su
sonrisa mientras se reía de los animados wyvernos.

Su corazón se atascó en su garganta. Fue tan extraño. Tan imposible.


Pero innegable.

Cuando sonreía así, ella ni siquiera podía ver las cicatrices.

Estaba demasiado lejos para que ella pudiera oír su voz por encima
del viento y las olas. Lo vio extender una mano. Un wyverno más
pequeño aterrizó en su antebrazo como un halcón, sus alas de
murciélago golpeaban el aire mientras recuperaba el equilibrio. Silveri
le hizo cosquillas suavemente en la barbilla y le pasó un dedo cubierto
de nilarium por la garganta.

Nelle se sentó detrás de una roca donde podría permanecer casi oculta
mientras observaba, luego se envolvió en los pliegues de su capa y
simplemente miró a Silveri. Sus manos estaban acalambradas y su 113
cerebro estaba adolorido, y no podía decidirse a pensar en papá o
Gaspar o Cloven o Sam o cualquier parte de una vida que se sentía
literalmente a un mundo de distancia.

Simplemente se sentó y observó al mago mientras acariciaba a sus


wyvernos, inspeccionando sus alas, garras, crestas y escamas. Observó
más de esas breves sonrisas como rayos de sol, y cada vez se sorprendió
con una sonrisa secreta propia en respuesta.

Se arrodilló frente a un wyverno particularmente grande, un tipo alto


y rojo con una cresta que se arrastraba en ridículos pliegues hasta la
columna vertebral, y una envergadura que tenía que estar cerca de dos
metros y medio. Movió la cabeza de la misma manera que lo hacía el
wyverno azul, pero de alguna manera, logró hacer que la postura
incómoda pareciera digna y noble.
Silveri metió la mano en la parte delantera de su túnica y sacó un
pergamino atado con una cuerda negra. Deslizó la cuerda y desenrolló
la única hoja de pergamino. Incluso desde la distancia, Nelle podía ver
lo frágil y viejo que era, delicado como una hoja de otoño. Vio a Silveri
presentar el pergamino al wyverno, que lo mordió, subiendo y bajando
la cresta tres veces en una especie de comunicación sin palabras.

Luego jadeó cuando el wyverno de repente se llevó el pergamino a la


boca y se lo tragó. Desapareció en un solo segundo.

El wyverno echó la cabeza hacia atrás y lanzó un grito. Los otros


wyvernos se rieron y cantaron, arremolinándose a su alrededor en un
embudo que giraba hacia las nubes. El gran wyverno extendió sus
enormes alas y, con una poderosa combinación de sus ancas, saltó en el
aire, latiendo hacia arriba a través del centro de la bandada, todavía
tronando.

Nelle estiró el cuello para mirar esa cresta roja brillante y la cola que 114
se arrastraba hasta que desapareció entre las nubes. Solo su voz seguía
bajando.

Luego se fue.

Los otros wyvernos se dispersaron a través de las olas y subieron a los


acantilados, sus carcajadas ya no eran una canción armoniosa.

Silveri permaneció arrodillado en la playa, con los hombros hacia


atrás, la barbilla levantada, mirando las nubes por donde se había ido el
wyverno. Parecía más pálido que antes y sus cicatrices parecían más
profundas, más oscuras. Más duro. El cabello le volaba alrededor de la
cara, un velo parcial, pero Nelle aún podía leer su expresión. La pena.

El remordimiento. La resignación.
Por fin, Silveri se sacudió y se puso de pie. Miró hacia arriba y hacia
abajo de la playa de nuevo, su mirada escaneando brevemente los
wyvernos en sus nidos de acantilados arriba.

Luego se volvió y emprendió el camino de regreso por donde había


venido. Hacia Nelle.

Con un pequeño jadeo, Nelle se escondió detrás de la roca, su corazón


latía con fuerza. Por qué no quería que él la viera allí, no podía decirlo.
No era que ella le temiera. Ya no. Tal vez las once de días era un tiempo
demasiado corto para formar una opinión simplemente de carácter, sin
embargo, ella no podía obligarse sentir miedo. Confiaba en Soran Silveri.
Ella conocía el peor de sus pecados, conocía el mal que había causado
en los mundos. Y confiaba en él de todos modos.

Más que cualquier otro hombre que hubiera conocido.

Lo que no dice mucho de la calidad de los hombres en tu vida. 115

Una mueca de pesar tiró de su boca mientras se agachaba para


esconderse, escuchando el crujido de los pasos del mago al pasar. Si se
dio cuenta de su presencia, no dio ninguna indicación y siguió adelante
sin pausa. Ella miró por detrás de la roca y lo vio subir de nuevo por el
sendero del acantilado hacia el faro. Solo cuando él estuvo fuera de la
vista, ella finalmente se levantó y se sentó sobre la piedra, con los brazos
metidos dentro de la capa.

― ¿Qué te pasa, chica? ―ella susurró.

Sacudió la cabeza y miró a través de las olas de copa blanca que


rodaban hacia la playa. A través de la nebulosa línea del horizonte hasta
donde Wimborne debería estar. Buscó la punta del Evenspire, pero no
pudo verlo.
Su viejo mundo, su mundo real, podría casi nunca haber existido.

Si tan solo tuviera tiempo. Tiempo real, no la extraña aproximación del


tiempo que existía en este mundo. Si solo tuviera meses, años por
delante. Años para pasar aquí en Roseward, aprendiendo este extraño
nuevo poder que nunca se había dado cuenta que poseía. Si tan solo
pudiera comprometerse con el estudio, afilando y perfeccionando estas
nuevas habilidades bajo la guía de Silveri.

Si tan solo pudiera quedarse aquí.

Con él.

Sintiendo un escozor en su rostro, levantó una mano para quitarse una


lágrima caliente. Con un gruñido de enojo, la sacudió y apretó los dedos
en un puño apretado.

― ¿Qué te pasa? Eres mejor que esto, más inteligente que esto. Tienes 116
una misión. Sabes lo que tienes que hacer. No eres descuidada. No eres
estúpida. No vas a arriesgar la vida de papá. O la tuya.

Ella no se enamoraría, bajo ninguna circunstancia, por ningún motivo,


del mago lleno de cicatrices de Roseward.

Nelle se puso de pie, tambaleándose un poco sobre las piedras


irregulares. Decidida a dejar atrás sus propios pensamientos, se dispuso
a caminar por la tranquila playa, alejándose del camino hacia el faro,
lejos de Silveri. Los wyvernos dispersos no mostraron ningún interés en
ella, y ella continuó durante algún tiempo sin ver ni oír a otra criatura
viviente.

Entonces un sonido captó su oído. Distante. No muy familiarizado…

¿O sí?
Nelle se apartó el pelo de la cara y miró al cielo. Una bandada de
criaturas oscuras giraba sobre su cabeza, tan densa que no podía
distinguir formas individuales. ¿Eran los wyvernos de nuevo? Los había
visto agruparse así antes.

Solo que había algo diferente en el movimiento, la energía de este


rebaño.

Carecía de la elegante coordinación. Era más frenético que bailar.

El sonido la alcanzó de nuevo, un coro de chillidos, agudos y


penetrantes.

Los ojos de Nelle se agrandaron.

―Unos masacradores ―jadeó.

El corazón se le subió a la garganta. ¡El anillo! ¿Todavía llevaba el 117


anillo de invocación que le dio Silveri? No había pensado en eso en días,
ni siquiera había mirado para ver si el hechizo había desaparecido. Lo
buscó ahora y, para su sorpresa, encontró la pequeña banda dorada de
hilos de hechizo todavía envuelta alrededor de su pulgar. ¿Qué había
dicho el mago sobre activarlo? ¿Tirar de los hilos tres veces?

Levantando su mano, se preparó para tirar. Pero mientras lo hacía,


levantó la mirada hacia la masa de alas que se acercaba arriba. Giraron
en el aire, su extraña masa ondulante se movió como una entidad
mientras cambiaban de rumbo, alejándose de la playa. Miró hacia arriba
a lo largo de la línea de acantilados, buscando cualquier presa que el
enjambre hubiera atrapado.

Y vio a Silveri en lo alto.


10
Soran observó cómo el wyverno rojo se alejaba y se perdía de vista.

H
acía algún tiempo que había sentido la lenta desintegración
de ese hechizo. No habría durado mucho más, y si hubiera
permitido que se desmoronara por completo…

Se estremeció al pensar en su hermoso wyverno desintegrándose


junto con el papel de hechizo de su creación original. La magnífica bestia
le había servido fielmente durante años y siempre había demostrado
118
lealtad, aunque Soran sabía que se había irritado bajo sus restricciones
vinculantes.

La única forma de liberar a un wyverno era presentarle su propio


hechizo, para que se dominara a sí mismo. Una vez que se hacía ese
trabajo, lo que pasaba con el papel de hechizos ya no importaba. El
wyverno era libre de vivir su vida, por larga o corta que fuera.

Soran suspiró cuando las alas carmesíes desaparecieron de la vista,


dejando atrás los límites de Roseward. Sabía que era una tontería, pero
una pequeña parte de él se había atrevido a esperar que la criatura
eligiera quedarse con él. Si no por él, por sus hermanos, cuyas filas se
han agotado una vez más. Su mayor seguridad residía en los números,
después de todo.
Pero el atractivo de los amplios mundos más allá del Mar del Interior
era demasiado grande.

Soran no podía envidiar a la pobre bestia por la oportunidad de


vislumbrar lugares más allá de los confines de su prisión.

¡Qué no daría por tal oportunidad!

Volvió la mirada hacia el cielo para buscar en el horizonte el


Evenspire. Apenas había vislumbrado su punta en la distancia cuando
las nubes pasaban, haciendo que la vista fuera intermitente. Roseward
se había alejado más a lo largo del Ciclo Hinter, acercándose a los reinos
Eledrianos más alejados del mundo mortal.

Soran entrecerró los ojos, forzando su visión un poco más que antes.

¿Cuál era esa línea en el horizonte justo a la derecha del Evenspire?


¿Una ilusión? ¿La primera sombra de una tormenta llegando? O era… 119

―Por los siete nombres secretos ―siseó, sus fosas nasales se dilataron
al darse cuenta. A través de la niebla lejana, casi demasiado lejos para
espiar con ojos mortales, apareció la orilla de una tierra lejana.

Noxaur. El Reino de la Noche.

El miedo bajó por la columna vertebral de Soran, y momentáneamente


lo arraigó al lugar. ¿Cómo era posible? En todos los viajes cíclicos que
Roseward había hecho a lo largo de las extrañas corrientes del Mar del
Interior, nunca se había acercado tanto a Noxaur.

Esto estaba mal. Esto difícilmente podría ser peor. A menos que
estuviera equivocado, a menos que su memoria de los extraños mapas
de Eledria fuera defectuosa, sabía de quién era la orilla que ahora se
esforzaba por ver.
Sus labios formaron silenciosamente el nombre, exhalando en el aire
salado:

―Kyriakos.

Recogiendo su túnica, Soran se dio la vuelta y se dirigió al camino que


conducía al faro. Mantuvo la cabeza inclinada, mirando sus pasos latir
al compás del latido del miedo en sus venas.

La mujer. Nelle. Debía encontrarla. Enseguida.

¡Qué tonto había sido al darle ese libro y esa pluma! ¡Qué tonto había
sido al aceptar enseñarle magia en primer lugar! Todo el tiempo, su
razón le había advertido contra eso. ¿Por qué se había dejado persuadir,
cedido a su ansiosa persistencia?

Debía encontrarla. Rápido. Antes de que ella sufriera por su


debilidad. 120

En lo alto del acantilado, se volvió hacia el faro. Pero no. Ella no estaba
allí. La había enviado afuera, le había dicho que aclarara su mente.
¡Necio, necio!

Ella podría estar en cualquier parte de la isla. Podría estar estudiando


detenidamente ese libro de hechizos en blanco, descubriendo el poder
del hechizo que él había trabajado sobre su pluma de ganso.

Incluso ahora podría estar hilando un encantamiento, enviando


pulsos de poder mortal a través de la quinsatra para golpear los sentidos
de aquellos sintonizados para escuchar tales señales reveladoras.

Con una maldición rechinando entre sus dientes, Soran se volvió


hacia el camino hacia Dornrise. ¿A dónde más podría ir? Caminó
rápidamente, casi corriendo, hasta que llegó al lugar sobre el borde del
acantilado donde, no hace mucho, ella y él se habían enfrentado juntos
al unicornio. El lugar donde ella le había salvado la vida.

¿Cómo le había retribuido su valor? La había puesto en peligro una y


otra vez… Todo porque no podía soportar hacer lo que debía hacerse.
No podía soportar despedirla.

Ahora ya era demasiado tarde. Tendrían que esperar hasta que


Roseward hubiera progresado más a lo largo de su ciclo, acercándose a
tierras mortales una vez más.

Mientras tanto, podrían agacharse en silencio, sin llamar la atención.


Ellos podrían…

Un terrible chillido atravesó el aire.

Soran se detuvo en seco y giró lentamente en la cima del acantilado,


mirando a través del mar hacia las costas de Noxaur. Conocía ese 121
sonido.

El enjambre de arpínes que se retorcía oscurecía el cielo como una


nube viviente.

Cientos de alas y garras centelleantes y picos de rapaces chasqueando


en rostros humanoides voraces.

¿Aguantarían las protecciones? Soran miró, congelado en su lugar,


con las manos apretadas en puños. Había revisado las piedras de
protección de nuevo ayer.

La reparación que Nelle hizo en la primera piedra se había mantenido,


y se había tomado el tiempo de fortalecer los puntos débiles de otras
tres. Pero eso fue ayer. Podrían haber surgido nuevas debilidades de la
noche a la mañana, nuevas grietas en las superficies rocosas, nuevas
rupturas en las palabras del hechizo.

Y se había quedado en casa toda la mañana para darle lecciones de


magia a la muchacha.

Dejando que las defensas de Roseward se derrumbaran.

―Siete dioses ―susurró, casi en oración. Los arpínes masacradores se


acercaban, sus gritos se mezclaban en un coro espantoso y cacofónico.
―Deja que las protecciones aguanten. Déjalas aguantar…

No hubo un destello de luz repentino, ningún destello brillante de


magia. En un momento, Soran se aferró a la esperanza, diciéndose a sí
mismo que el enjambre aún estaba demasiado lejos para saberlo con
certeza.

Al momento siguiente, supo que estaban dentro de los límites. Y se 122


estaban acercando rápido. Hacia él.

Durante el espacio de tres latidos, Soran se quedó de pie, horrorizado.

En algún lugar del fondo de su cerebro se dio cuenta de que había


salido del faro hoy sin un libro de hechizos en la mano. Sin armas, sin
medios de protección. Por supuesto, Roseward no solía ser un lugar
peligroso durante las horas del día. Pero debería haberlo sabido mejor,
debería haberse dado cuenta de que se estaban acercando tanto a
Noxaur. Debería haber…

Muy tarde ahora.

Una oleada de puro terror hizo que su cuerpo se pusiera en


movimiento. Corrió hacia el faro. Con cada paso que daba, su corazón
gritaba: ¡Nelle! ¡Ella está fuera! ¡Está sola!
No podría hacerle ningún bien sin hechizos. No le haría ningún bien
si le arrancaban la carne de los huesos y su cadáver yacía en ruinas
ensangrentadas bajo una masa de arpínes voraces.

Si pudiera llegar al faro… Si pudiera atravesar la puerta, darle un


portazo detrás de él…

Una sombra cayó sobre él como una nube. Nunca llegaría a tiempo.

Con un grito desesperado, se desvió del camino. A lo largo de los


acantilados no había ningún lugar donde esconderse. Era un objetivo
indefenso. Pero si podía alcanzar el crecimiento más denso de los
árboles, los arpínes tendrían que dispersarse en su persecución.

Quizás incluso dejarían de cazar y se desviarían para encontrar presas


más fáciles. Como Nelle.

Escupiendo todas las maldiciones que conocía, Soran siguió adelante. 123
Casi podía sentir esos cientos de garras desgarrándose en la parte
posterior de su cuello, esos picos de raptor rasgándose en su ropa, su
carne. Gritos ensordecedores ahogaron todo, incluso el latido de su
corazón.

En el último segundo posible, Soran llegó a la línea de árboles, un


bosque de pinos, con sus gruesas ramas densamente agrupadas. Se
arrojó a ese refugio, ignorando los rasguños y cortes de esas ramas bajas
a través de su piel. Las ramas de los pinos se cerraron detrás de él y la
bandada de arpínes gritó de frustración. Soran se tambaleó y cayó de
rodillas.

No hubo oportunidad de recuperar el aliento. Un dolor abrasador se


apoderó de su cráneo. Gritó, cayendo al suelo y rodando. Su visión se
llenó de plumas, rostros extrañamente humanoides, picos chasqueantes,
garras centelleantes.
Varios de los monstruos se las habían arreglado para pasar tras él.
Levantó las manos y se tapó los ojos. Garras desgarraron inútilmente la
capa de nilarium y sintió una punzada de extraña gratitud por la
maldición de Lodírhal.

Golpeó y logró pegarle a un arpín, que lo hizo tambalearse contra el


tronco de árbol más cercano. Agarró a otro por la pierna y se lo acercó.
Las alas batían en su rostro y el pico picoteaba salvajemente todo lo que
podía alcanzar. Agarrándolo por el cuello, Soran le dio un giro rápido.
Un hueso se rompió. El arpín cayó en un montón de plumas muertas.

No hay posibilidad de regocijarse con esta pequeña victoria. Dos


arpínes más se abalanzaron sobre su cabeza, buscando de nuevo sus
ojos. En lo alto, más allá del dosel protector de ramas de pino, el resto
de la bandada se había reunido, pululando de un lado a otro mientras
buscaban aberturas. Varios de ellos se abrieron camino a través de las
ramas superiores y bajaron a toda velocidad para unirse a la refriega.
124
Tenía que levantarse. No podía quedarse aquí. Debía encontrar un
arma de algún tipo, encontrar el camino de regreso al faro. Su mente
giraba con ideas a medias, pero los chillidos de los arpínes ahogaban el
pensamiento. Cogió otro arpín y lo clavó en el suelo, rompiéndole la
columna, pero otro le cortó la oreja. La sangre corría por un lado de su
cara y cuello.

El olor enloqueció al rebaño.

¿Era esto entonces? ¿Era así como encontraría su fin? Después de


todos estos años de luchar contra la Doncella de Espinas, ¿iba a caer
preso de una masacre de arpínes? ¡Qué forma tan estúpida y tonta de
hacerlo! Y todo porque no pudo resistir las súplicas de una muchacha
bonita.
Nelle. ¿Qué le pasaría a ella? ¿Encontraría refugio antes de que los
arpínes la atraparan? Incluso si lo hiciera, no habría ninguna diferencia.
Cuando cayera la noche, La Doncella de Espinas regresaría. Sin nadie
que la detuviera, haría pedazos a la muchacha.

― ¡No! ―Soran gritó y se puso de pie. Balanceó los brazos, golpeando


los cinco arpínes que ahora lo acosaban. Sus golpes fueron salvajes, pero
dos de ellos dieron en el blanco y los arpínes chocaron contra sus pies.
Más llegaron a la vez para ocupar su lugar mientras el rebaño se abría
paso entre los árboles.

¿Podría correr? Estaba más cerca del faro de lo que había estado.

Quizás podría lograrlo. Mientras los arpínes luchaban por escapar del
denso bosque, tal vez pudiera correr a través del espacio abierto hacia la
puerta del faro. Quizás…

¿Qué otra opción tenía? 125

Soran se subió la capucha por la cabeza y se obligó a hacer balance


entre el remolino de alas. Tendría una oportunidad en esto. Cuando
saliera de los árboles, debía estar seguro de que estaba apuntando en la
dirección correcta. No habría posibilidad de reagruparse, no habría
posibilidad de alterar el rumbo. Incluso unos pocos pasos significarían
un desastre.

Respiró hondo. Dejándolo salir en una ráfaga de oración.

Luego saltó de los pinos, arrastrando arpínes. Lo desgarraron,


atacando su túnica con cada paso que daba, pero el resto del rebaño no
parecía darse cuenta de lo que había sucedido todavía.

El faro. No estaba lejos. Quizás veinte metros como máximo. Podría


lograrlo. Lo lograría. Debía lograrlo.
Su pie golpeó una piedra. Sus brazos se agitaron; su capucha voló
hacia atrás de su cabeza.

Antes de que incluso golpeara el suelo, sabía que estaba acabado.


Nunca se volvería a levantar.

Todo su esqueleto pareció traquetear con el impacto cuando su cuerpo


golpeó el duro suelo. El instinto lo hizo rodar, lo hizo levantar los brazos
por encima de la cabeza. Escuchó el desgarro de su ropa mientras
muchos picos y garras lo arañaban y le rasgaban hasta la piel. Sus ojos,
rodando de terror, miraron entre sus dedos de nilarium y vislumbraron
el destello de garras listas para arrancarlas de sus cuencas.

Pero también vio un destello de fuego.

No podría ser…

Antes de que el pensamiento pudiera tomar forma completa en su 126


cabeza, el fuego golpeó. No en una ráfaga salvaje, sino en un solo golpe,
tan preciso, tan abrasador, que nunca lo tocó. Pasó directamente sobre
su cuerpo, lo suficientemente cerca como para sentir la ola de calor
pasar. Las arpínes chillaron de agonía, pero sus gritos se cortaron casi
de inmediato. Los cuerpos llovían sobre él, las alas aún batían, las
piernas aún pateaban.

Soran trató de levantar la cabeza, pero otro destello de fuego lo obligó


a agacharse y rodar nuevamente, enterrando su rostro en la tierra,
cubriéndose la cabeza con los brazos.

Más cuerpos chocaron contra su espalda y hombros y cubrieron el


suelo a su alrededor.

Una voz aguda y fina gritó―: ¡Señor! Señor, ¿Te encuentras bien?
Soran levantó la cabeza. La sangre goteaba de cortes en su frente y
cuero cabelludo, corriendo hacia sus ojos. Se limpió la sangre de los ojos
y parpadeó hacia ese rostro pálido y pecoso enmarcado por largos
mechones de cabello rojo.

Nelle se agachó sobre él. Con una mano le agarró el hombro y con la
otra agarraba la empuñadura de una espada hechizada en llamas.

― ¿Cómo…? ―Soran jadeó.

Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, los arpínes volvieron


a tocarlos. La muchacha se puso de pie de un salto, con una postura
amplia y protectora. Con ambas manos balanceó la espada en un furioso
arco de fuego, cortando alas y cuerpos. Un hedor humeante de muerte
y magia llenó el aire, hiriendo las fosas nasales de Soran.

El rebaño viró y se alejó, los gritos ya no eran voraces sino


aterrorizados cuando las criaturas se dirigieron al refugio de los pinos, 127
desapareciendo entre sus ramas. Rodeada de cadáveres de arpínes
muertos, Nelle los vio irse, con la espada todavía lista.

Era imposible. Debe haberse vuelto loco. Debió haber perdido la


cabeza del terror, y en estos últimos momentos antes de la muerte, su
cerebro había conjurado está loca imagen.

Pero, aunque parpadeó, sacudió la cabeza y volvió a parpadear, la


visión no se desvaneció.

Nelle lo miró. El sudor corría por sus mejillas y sus brazos temblaban
por el esfuerzo de la magia que había conjurado. Abrió la boca como si
fuera a hablar, pero antes de que pudiera pronunciar alguna palabra, la
espada–hechizo parpadeó peligrosamente. El hechizo estaba a punto de
romperse.
Soran se puso de pie, tambaleándose para evitar caerse de nuevo.
Cada parte de su cuerpo le dolía, y su túnica colgaba hecha jirones por
sus extremidades.

―Ven ―dijo, tendiéndole la mano a la muchacha― Debemos llegar


al faro.

Ella asintió sin decir palabra, pero no le entregó la espada. En cambio,


tomó la empuñadura con su mano izquierda y deslizó sus dedos en los
de él.

Eso era… no era lo que pretendía.

No había tiempo para discutir. Los arpínes volverían a estar sobre


ellos en el momento en que detectaran una debilidad en su magia.
Haciendo acopio de su fuerza, Soran se puso en marcha rápidamente,
arrastrando a la muchacha detrás de él. Ella mantuvo la espada en
posición vertical, pero él pudo sentir la temblorosa debilidad en su 128
brazo. Este hechizo que había conjurado seguramente estaba mucho
más allá de sus fuerzas.

Aún estaban a diez metros del faro cuando la espada hechizada


chisporroteó y el encantamiento se rompió. Inmediatamente, las arpínes
se levantaron en una masa nublada de los pinos y se abalanzaron sobre
ellos.

― ¡Apúrate! ―Soran gritó y tiró de la muchacha detrás de él. Ella


tropezó y casi se cae, pero su firme agarre en su mano la mantuvo
erguida. Se arrojó a la puerta, empujando a través de la cerradura
mágica. Arrastrando a la muchacha al interior, la empujó para que
cayera de cabeza al suelo. Luego se dio la vuelta y cerró la puerta de
golpe.
Las arpínes se estrellaron contra la madera y la piedra del otro lado
en una oleada de gritos que pareció no terminar nunca.

129
11

N
elle yacía jadeando en el suelo, incapaz de moverse. Escuchó
el sonido de las arpínes chocando, casi esperando oírlos
irrumpir por la puerta para entrar en la habitación. Pero las
protecciones en el faro eran fuertes.
Finalmente, el asalto se disipó y los gritos se desvanecieron, dejando
tras de sí una especie de silencio resonante.
Después de un pequeño esfuerzo por levantar la cabeza, Nelle cerró
los ojos y simplemente se quedó quieta, esperando que el mundo dejara 130
de girar. Le dolían las venas. No sabía que era posible que le dolieran las
venas. Aparentemente lo era. No era una sensación agradable.
Detrás de ella escuchó al mago acercarse, moviéndose con una cojera
tambaleante muy diferente a su habitual paso decidido. No se atrevió a
abrir los ojos, pero sintió el roce de su capa hecha jirones cuando se
arrodilló pesadamente.
― ¿Señorita Beck? ―Su voz era un gruñido áspero. Parecía enojado
― ¿Peronelle?
Sus labios se torcieron en una sonrisa involuntaria. ¿Esta era la
primera vez que la llamaba por su nombre? Ella tragó y trató de reunir
la fuerza para responder. Pero fue demasiado esfuerzo, así que se quedó
ahí.
Con una serie de gruñidos y gemidos, el mago se tendió de espaldas
a su lado. Durante mucho tiempo permanecieron así, en silencio. El
wyverno, que sin duda se había escondido al primer sonido de las
arpínes se acercó, finalmente se arrastró hacia fuera y se contoneó para
olerlos a ambos. Nelle descubrió que poseía la energía suficiente para
gruñir―: Vete, gusano.
Cualquier otra cosa era demasiado esfuerzo. No trató de resistirse
cuando la pequeña bestia se acurrucó a su lado, apoyando la cabeza en
la parte baja de su espalda.
Lentamente, los pensamientos coherentes comenzaron a tomar forma.
Nelle hizo una mueca al sentir las esquinas del libro de hechizos
escondidas en la parte delantera de su capa presionando
incómodamente contra su caja torácica. ¿Y su pluma? ¿Estaba todavía
allí?
¿O la había dejado caer en su loco frenesí en el momento en que
terminó de escribir la espada―hechizo?
― ¿Cómo lo hiciste?
Ella se sobresaltó ante el repentino retumbar de la voz de Silveri. 131
Estaba preguntando por el hechizo, por supuesto. ¿Pero cómo se
suponía que iba a responder?
Con un gemido dolorido, Nelle abrió los ojos y se apoyó en los codos,
apoyando la barbilla en los puños cerrados. Soran yacía a su lado, su
rostro se volvió hacia ella. Podía contar cada nuevo corte añadido a las
cicatrices en sus rasgos. Esas garras de arpínes eran feroces. Sus ojos
grises pálidos la miraron llenos de preguntas.
―No lo sé ―dijo al fin― Cuando vi a las arpínes dirigirse
directamente hacia ti, supe que tenía que hacer algo. Enviaste el libro y
la pluma conmigo, y no se me ocurrió nada más para intentar.
―Fue un buen pensamiento ―dijo el mago y se sentó erguido,
haciendo una mueca y limpiando la sangre de su rostro― Pero no sé
cómo lo lograste, señorita Beck ―continuó― Ninguno de los hechizos
que te he dado para que practiques pertenece a las armas en lo más
mínimo. ¿Cómo supiste crear ese hechizo?
Nelle frunció el ceño, sus cejas se tensaron en un nudo― Yo... recordé
ese hechizo tuyo. La espada de fuego que usaste cuando cazamos al
unicornio. Me pareció que podía recordar el tipo de forma. La... la
energía, por así decirlo.
― ¿Y lo escribiste en Araneli Antiguo?
Esa era una buena pregunta. El ceño de Nelle se hizo más profundo.
No recordaba bien lo que había hecho. No exactamente.
Se puso de rodillas, moviendo al wyverno en el proceso. Graznó y se
arrastró hacia el mago, borboteando irritado. Ignorándolo, Nelle se
sentó con las piernas cruzadas en el frío suelo, rebuscó en los pliegues
de su capa, sacó el pequeño libro de hechizos del bolsillo delantero y lo
abrió por la primera página.
―Mierda ―murmuró.
Por supuesto, el hechizo usado se había consumido. Solo unos pocos
trozos de papel carbonizados todavía se aferraban a la encuadernación.
Unas pocas letras y líneas parciales, escritas de forma tan apresurada 132
que no podía hacer nada con ellas, era todo lo que quedaba de su
hechizo.
Nelle le pasó el libro a Silveri, quien lo estudió con la escasa luz que
entraba por las ventanas― Interesante ―dijo después de un largo
silencio― Esto es… ―Él miró hacia arriba y la miró a los ojos por encima
del libro― Esto es bastante diferente a cualquier hechizo que haya visto
antes.
Gruñendo, Nelle cruzó los brazos alrededor de su cintura― Bueno,
funcionó. Algo así. No duró mucho, pero funcionó, ¿no?
―Ciertamente lo hizo. ― El mago cerró el libro y se lo ofreció.
Nelle no se movió para tomarlo. Ella carecía de energía.
Lo dejó a un lado en el suelo y dijo en voz baja: ―Una vez más,
señorita Beck, descubro que le debo la vida.
Nelle miró su rostro ensangrentado y lleno de cicatrices y luego volvió
los ojos otra vez. El calor se apoderó de sus mejillas y su estómago se
revolvió incómodamente. ¿Qué tan cerca había estado ella de perderlo?
Era difícil de comprender, difícil de creer. El mago Soran Silveri era una
fuerza tan poderosa, una figura de maestría y misterio.
No podía imaginarlo realmente siendo mortal. Vulnerable.
Sin embargo, cuando vio a esa bandada de arpínes girar en el aire,
dirigiéndose directamente hacia él…
Ella se estremeció, agachando la cabeza. Apenas había pensado en lo
que hizo. Era como si el instinto la hubiera hecho sacar el libro vacío del
bolsillo de la capa, la hubiera hecho agarrar la pluma y empezar a
garabatear las palabras, dejando que el hechizo saliera de ella.
Luego corrió por el estrecho sendero del acantilado con todo lo que
tenía, sin prestar atención al peligro que significaría un solo paso en
falso. Sólo cuando llegó a la cima y vio los arpínes reunidos en una nube
tumultuosa sobre el bosque de pinos donde se refugió el mago, se 133
detuvo lo suficiente para leer el hechizo.
Probablemente debería haberla sorprendido la facilidad con la que la
espada se manifestó de la nada, las llamas cobraron vida a lo largo de su
filo. Pero en ese momento no había pensado en nada más que llegar a
Silveri.
Quizás ese era el truco. Quizás todo el tiempo había estado demasiado
concentrada en hacer que la magia hiciera lo que ella deseaba. Quizás si
se hubiera concentrado en cambio en el objetivo, la intención, y no en el
acto en sí...
Nelle gimió y dejó caer la cabeza en su mano cuando otra ola de
agotamiento la golpeó y su cuerpo tembló con las secuelas de la
creación. ¿Quién iba a saber que la magia tenía tanto precio?
―Deberías acostarte ―dijo Silveri.
―Sabes, creo que tienes razón ―asintió Nelle y comenzó a estirarse
en el suelo una vez más. Pero sus grandes manos se extendieron para
agarrar sus hombros y los puso de pie a ambos. Luego la rodeó con un
brazo, sosteniéndola firme mientras la guiaba a través de la habitación
hasta su nido. Los dedos de Nelle buscaron a tientas el broche de su
capa, pero al parecer no lograron manejarlo.
―Ven ―dijo el mago. Sus dedos fríos se posaron sobre los de ella,
apartando suavemente sus manos. Sin resistirse, ella le permitió abrir el
broche, deslizar la capa lejos de sus hombros y dejarla caer sobre la pila
de alfombras debajo.
Ella lo miró, viendo cómo la sangre corría en ríos a lo largo de las
cicatrices y surcos de su rostro. Las heridas que los arpínes habían
infligido ya estaban comenzando a sanar bajo la influencia del aire de
Hinter. Aun así, se veían brutales.
Nelle extendió una mano temblorosa para descansar su palma contra
su mejilla.
134
Escuchó la brusca inhalación de su aliento. Sus pestañas se movieron
en una serie de parpadeos rápidos y de sorpresa cuando se encontró con
su mirada.
Ella quería decir… algo. Disculparse por tardar tanto en llegar hasta
él. Decirle que estaba contenta de haber llegado a tiempo, contenta de
haber hecho un hechizo de alguna manera, incluso si no podía recordar
cómo lo había hecho.
Decirle lo agradecida que estaba de que él todavía estuviera vivo.
Su boca se movió, sin palabras. Vio que su mirada bajaba rápidamente
a sus labios y se concentraba allí. Algo brilló en sus ojos, alguna
expresión. No podía leerlo del todo. Intentó hablar de nuevo, pero se le
cerró la garganta con fuerza.
Sin darse cuenta de lo que hacía, se inclinó hacia él solo una fracción.
El movimiento fue suficiente para romper el hechizo momentáneo.
―Acuéstate, señorita Beck ―dijo Silveri― Has tenido una terrible
experiencia. Los arpínes no pasarán, lo prometo. Puedes descansar
tranquilamente.
Nelle asintió, tragó saliva y dejó caer la barbilla. Luego se hundió en
la pila de alfombras, cubriendo su cuerpo con la manta y los pliegues de
su capa. Estaba dormida casi antes de que cerrara sus ojos.

Se despertó con el sonido de la puerta abriéndose.


Nelle se incorporó en la cama empotrada. Con un revuelo de alas y
escamas y un balido irritable, el wyverno se cayó de ella y aterrizó en
una pila en el suelo, pero ella no le prestó atención. Sus ojos, nublados
por el sueño, parpadearon a través de la habitación para ver a Silveri
delineado por la luz del día cuando cruzó la puerta.
135
Sus ojos pálidos se encontraron con los de ella al otro lado de la
habitación― Ah ―dijo― Estas despierta.
―Acaso tú… ―Nelle se atragantó con su propia voz y tosió
rápidamente para aclararse la garganta― ¿Saliste afuera? ¿Y los arpínes?
Cerró la puerta, cruzó la habitación hacia la mesa y tomó asiento,
sacando un libro de hechizos de la parte delantera de su túnica hecha
jirones. Lo dejó caer sobre la mesa― Ya he lidiado con los arpínes ―dijo
lúgubremente ― Hasta el último de ellos.
Nelle tragó saliva, un pequeño escalofrío recorrió su espalda. El mago
debió haber usado una gran parte de su preciado suministro de hechizos
para acabar con esa flota.
Ella apartó la manta y salió del nido, enderezando sus faldas mientras
se tambaleaba hacia la mesa y se sentaba frente a ella. Sólo entonces se
dio cuenta: la había dejado sola en el faro. Por primera vez, había estado
adentro sin supervisión. ¡Y se había quedado dormida! Podría
maldecirse a sí misma por su propio agotamiento. ¿Quién sabía cuándo
volvería a presentarse una oportunidad así?
Sintiendo los ojos del mago sobre ella, rápidamente negó con la
cabeza. No podía permitirle adivinar lo que estaba pensando― Supongo
que esto significa que estamos flotando en una ruta migratoria más dura
―dijo apresuradamente― ¿Crees que veremos más bestias?
―Es probable, sí. ―La voz del mago era pesada, oscura― Volveré a
ocuparme de las piedras de protección para asegurarme de que estén
fortalecidas, pero… ―Sacudió la cabeza. La capucha se deslizó hacia
abajo sobre sus hombros, exponiendo su rostro a su vista. Las heridas
de las garras de las arpínes se habían cerrado, pero la sangre seca
manchaba su pálida piel. El efecto era espantoso.
Se apartó de ella y estudió las resplandecientes brasas de la chimenea.
Había cierta dureza en la línea de su mandíbula. Como si supiera algo
de lo que no quería hablar en voz alta.
136
―Suéltalo ―dijo finalmente Nelle― No sirve de nada guardarme
secretos. Ahora estamos juntos en esto. Algo peor que arpínes está ahí
fuera, ¿no es así?
Los músculos de su garganta se contrajeron cuando tragó saliva― Las
corrientes del Hinter nos han llevado peligrosamente cerca de la costa
de Noxaur. El Reino de la Noche, como se le llama en tu mundo.
Se formó un hoyo en el estómago de Nelle. Había escuchado muchas
historias sobre el Reino de la Noche; aparecía en todas las historias de
miedo contadas a todos los niños pequeños de Wimborne City, ya
fueran de alta o baja cuna. Historias de un reino donde el sol nunca salía
sino durante tres días al año. Historias de mortales seres, nacidos de la
noche y las sombras: demonios y cambia―pieles, vampiros. Y peor.
Respiró temblorosamente y lo exhaló lentamente― Figúrate ―dijo.
―Las arpínes definitivamente pertenecen a un lugar como ese. ―Se
pasó una mano por la cara. Su cuerpo todavía estaba débil después del
ejercicio por el lanzamiento de hechizos, pero esta sutil emoción de
terror la llenó de energía nerviosa― ¿Supongo que nunca te has
acercado tanto… a este lugar desagradable antes?
Silveri negó con la cabeza― A medida que se aflojan los lazos que
unen a Roseward con el mundo mortal, nos adentramos más en el
Hinter, donde se encuentran los reinos más extraños de Eledria ―Volvió
a tragar y Nelle vio cómo una de sus manos se cerraba lentamente en un
puño ―Nunca debí dejar que te quedaras.
Nelle frunció el ceño, una punzada de irritación interrumpió el
constante zumbido de miedo en sus venas― No sirve de nada
preocuparse por eso ahora. Estoy aquí.
―Sí. Sí, lo estás. ―Silveri se volvió hacia ella, viéndola con toda la
fuerza de su mirada. La luz del fuego se reflejaba en las profundidades
de sus pupilas oscuras― Pasarán al menos varios días hasta que puedas
emprender el viaje de nuevo al mundo de los mortales. El Evenspire está
más allá de la vista, y sin él como guía, estarías en peligro de terminar
en costas oscuras. Debes quedarte aquí. Un poco más. 137
―Bien. ―Nelle se cruzó de brazos y se reclinó en su silla― En
cualquier caso, no estaba planeando ir a ninguna parte todavía.
Cuando parecía que iba a discutir, ella puso su rostro en un ceño
determinado, desafiándolo a hacer su peor intento. Sus ojos se movieron
por su rostro, contemplativos y severos. Sin embargo, pareció pensarlo
mejor que impulsar un altercado y se volvió hacia la chimenea.
―Debes cesar tus estudios de magia.
Aunque su voz era baja, sus palabras resonaron en la quietud.
Golpearon los oídos de Nelle, sonando con fuerza dentro de su cabeza,
y durante unos momentos no pudo creer lo que había oído.
Luego gruñó―: Tonterías.
No miró en su dirección. Cruzando los brazos sobre el pecho, estiró la
pierna derecha frente a él, una pose de alguna manera fácil y combativa.
―Es muy peligroso. Los seres de Noxaur están particularmente
interesados en los mortales. Cualquier rastro de magia mortal en el
viento los atraerá como moscas a las costas de Roseward. Mis
protecciones están comprometidas tal como están.
― ¿Qué hay de tu magia? ―Nelle inclinó la cabeza, su mandíbula
apretada y tensa. ―Tienes hechizos por toda la isla. ¿No son lo
suficientemente malos? ¿Para atraer a los desagradables de Noxaur,
quiero decir?
―Sí. Lo son. ―Silveri asintió lentamente y la miró por debajo de sus
cejas― Pero es bien sabido en todos los reinos de Eledrian que estoy bajo
una maldición establecida por el rey de Aurelis. Incluso los señores de
Noxaur dudarían en cruzarse con Lodírhal. Mantendrán a sus bestias
bajo control si saben lo que es bueno para ellos.
Nelle resopló― No mantuvieron a las arpínes bajo control, ¿verdad?
Y si no hubiera tenido mi libro de hechizos y mi pluma, a estas alturas
serías carroña. ― Sacudió la cabeza ferozmente y se apoyó en la mesa,
apoyando su peso sobre sus codos― No puedes llevarme tan lejos, para 138
entonces cortarme. Trabajé la magia hoy. Magia real. Y salvé tu pellejo
con ella. Tú mismo dijiste que tengo la chispa, la... la inspiración.
Las cicatrices alrededor de su boca se arrugaron en un feo ceño
fruncido― Es por tu propio bien, señorita Beck.
― ¿Sí? Bueno, es por tu propio bien que me niego.
Entonces la miró de frente. Y sus ojos tenían un destello tan peligroso
que ella quiso encogerse de miedo en su asiento, gatear hasta su nido y
esconder su rostro bajo las mantas. Solo una voluntad de hierro la hizo
mantener su posición, inclinándose sobre la mesa y mirándolo
directamente a los ojos.
―Mira ―dijo al fin, rompiendo la tensión en el aire― no soy estúpida.
Prometo dejar de escribir hechizos y conjurar hasta que digas que
estamos de vuelta en aguas más seguras. Pero no volveré a Wimborne.
Todavía no. Y no voy a renunciar a los estudios de magia. No lo haré,
señor.
Con un repentino roce de las patas de la silla, el mago se puso de pie.
Su túnica andrajosa colgaba de sus miembros como un sudario
fantasmal, y con esa escasa iluminación se veía verdaderamente
siniestro. Nelle no podía moverse, atrapada bajo su mirada como un
ratón atrapado por un gato.
Todavía en silencio, se volvió y se dirigió a la escalera. Ella observó,
con el corazón en la garganta, mientras él subía por los escalones y
desaparecía de la vista, luego escuchó sus pasos continuar hasta la torre
de arriba. Cuando incluso ese sonido se había desvanecido, dejó escapar
un profundo suspiro.
― ¡Típico! ―gruñó, inclinando la cabeza y pasándose dedos
temblorosos por el cabello. El cansancio del día volvió con toda su fuerza
y no pudo encontrar la fuerza para levantar la cabeza de nuevo durante
mucho, mucho tiempo.
139
12
¿Qué te dije una vez, hace tanto tiempo? A una mujer no le gusta permanecer
en aguas tranquilas toda su vida. Le gusta un pequeño riesgo, un poco de azar.
Un poco de peligro.

S
oran se inclinó sobre el Libro de las Rosas, reafirmando el
hechizo vinculante. Después del día que había tenido, lo último
que quería era volver a trabajar con esta compleja magia. Pero
no tenía opción.
Tropezó con una palabra y sintió que todo el hechizo vacilaba. Un 140
breve error, uno que corrigió rápidamente.
Pero la Doncella de Espinas sintió la debilidad y se apresuró a
aprovecharla. Se vertió en la cámara de la torre, una masa de
enredaderas deslizantes.
Luego emergió de las onduladas espirales, asumiendo su forma
femenina, tachonada de espinas, y se apoyó contra su escritorio,
cubriéndose de la misma forma en que lo hacía Helenia cuando trataba
de distraer a Soran de su trabajo.
Nunca podrás protegerla, mi amor. No si no desea ser protegida. Estás
librando una batalla que no puedes ganar. Ella extendió una mano de dedos
largos para hacerle cosquillas debajo de la barbilla como si fuera su
mascota favorita. Las yemas de sus dedos dejaron raspaduras ardientes
a lo largo de su piel. Parece que, después de todo, no puedo tener mi
oportunidad con ella.
Soran intentó endurecer su concentración, forzar sus palabras fuera
de su cabeza.
Pero era demasiado astuta. El veneno de su perfume llenó sus fosas
nasales, atrayendo su atención hacia ella.
Con una sacudida, liberó parcialmente su conciencia. Mientras su
cuerpo mortal continuaba inclinándose sobre el hechizo, leyendo las
palabras con cuidadosa precisión, su yo espiritual la miró a la cara. Una
cara tan extraña.
Un rostro tan extraño, hermoso y terrible. Cada característica
esculpida tan exquisitamente a partir de enredaderas entrelazadas y
pétalos de rosa sedosos que casi podría confundirse con la realidad.
Como Helenia cuando la había conocido años atrás.
Ella le sonrió. Y esa sonrisa le resultaba tan familiar que le cortó la
carne.
Veo que tengo tu atención.
141
― ¿Qué sabes, Helenia? ―Exigió Soran, impaciente y abrupto.
¡La, qué rufián! ¿Es este el caballero Soran Silveri, hijo del señor de
Roseward? Se inclinó sobre él, las enredaderas que formaban su cuerpo
se retorcían y se volteaban con cada movimiento que hacía. Los oscuros
pozos que eran sus ojos lo miraron, atrayentes y profundos. Ella agitó
los párpados como pétalos de rosa. Pero claro, siempre me gustó mucho más
tu lado poco caballeroso. Me gustaba el Soran que podía hacerme llorar de miedo
y de éxtasis. Me gustaba...
―Suficiente de esto ―gruñó Soran. Su cuerpo mortal se detuvo ante el
hechizo, las palabras suspendidas en sus labios mientras su mano
espiritual atacaba y la agarraba por el cuello― ¿Qué sabes? Dímelo ahora.
Una lenta sonrisa se extendió por su rostro. Los zarcillos de
enredaderas crecieron de sus hombros y se envolvieron alrededor de su
mano y muñeca, enrollando su brazo. Soran apretó, amenazando con
romper los tallos que formaban su cuello. Las espinas se rompieron
contra la capa de nilarium de su mano.
Kyriakos, ronroneó la Doncella de las Espinas.
Soran apretó la mandíbula y apretó más fuerte― ¿Qué sabes? ―Exigió
una vez más, siseo las palabras a través de sus dientes.
Sé lo que sabes, mi amor. Conozco los miedos que giran por tu mente, las
pesadillas en las sombras de tu alma.
Ella se inclinó hacia él. Más zarzas treparon desde el suelo,
envolviendo las patas de su silla, enrollándose alrededor de sus rodillas,
alrededor de su cintura.
La noticia debe haber llegado a Kyriakos ahora. Habrá oído rumores de magia
híbrida cerca. Él viene…
Con un rugido ahogado, el espíritu de Soran salió de su cuerpo,
arrastrando a la Doncella de las Espinas con él. Mientras su yo mortal se
encorvaba sobre el Libro de las Rosas, su verdadero yo, su yo―alma,
142
rompía las zarzas y las ramas por la mitad, las rompía en puñados de
rosas y las esparcía por el suelo. Pero cada vez, la Doncella de las Espinas
se reformaba, recreaba su figura femenina, seductora y vengativa, con
los brazos siempre extendidos para envolverlo.
No podía caer en sus juegos. No podía permitirse distraerse. Era
demasiado fácil, demasiado natural rendirse a sus instintos violentos,
arrojarse a ese salvajismo. Pero esa no era la forma de vencer a las
Doncella de las Espinas.
Había peleado esta batalla demasiadas veces para ceder ahora.
Soran hizo un gesto con la cabeza con brusquedad, poniéndose
erguido en el escritorio. Las imágenes y sensaciones del reino espiritual
se desvanecieron en las profundidades de su mente.
Aún sentía las enredaderas envueltas alrededor de su cuerpo, las
espinas clavándose en su piel. Pero las conocía por lo que eran: sueños,
pesadillas. No forma parte de esta realidad mortal.
Ella no había escapado de sus ataduras. Todavía.
Con esfuerzo, Soran volvió a enfocar sus ojos, su mente. Las palabras
tomaron forma, la magia se derramó de las páginas del libro de
hechizos. Los trabajó con cuidado experto, reafirmando las ataduras, las
cadenas.
Lentamente, las enredaderas deslizantes se retiraron, saliendo de su
mente y volviendo al reino de pesadilla al que pertenecían. Pero la voz
de la Doncella de las Espinas se demoró más, susurrándole al oído:
Kyriakos se acerca. Viene por ella. Estará en tus costas mañana…

Nelle durmió mal esa noche.


Ella siempre sabía cuándo la Doncella de las Espinas le daba al mago
Silveri una batalla particularmente difícil. En esas noches, Nelle también
143
sentía su presencia, una cercanía oscura y temblorosa que se colaba en
los límites de sus sueños. El sutil tap, tap, tap en la puerta, ansioso por
ser admitido pero incapaz de irrumpir.
Aproximadamente cada hora, Nelle se despertaba con el corazón en
la garganta, se sentaba en su cama y miraba a través de la habitación
hacia la puerta. Pero en el instante en que abría los ojos y recuperaba la
conciencia, la presencia se desvanecía. Lo que significaba que Silveri
estaba ganando la batalla. Mientras reafirmara el hechizo vinculante, la
Doncella de las Espinas no podría manifestarse en forma física.
La sexta vez que se despertó, Nelle no se molestó en volver a acostarse
para dormir.
Todavía estaba oscuro afuera, pero cuando miró por la ventana, vio
un leve tinte gris en el cielo. Seguramente el amanecer estaba lo
suficientemente cerca para estar a salvo.
Moviendo al wyverno, que resoplaba y se retorcía mientras dormía,
salió del nido, se puso la bata sobre su frágil camisola y, en un impulso,
agarró también su capa. No tenía hambre y no tenía ganas de té. Se
sentía... sofocada. Apretada. Se sentía como si hubiera estado sepultada
en esta habitación durante un año o más, aunque sabía que era solo
desde ayer por la tarde.
Lanzando un suspiro, miró primero a la puerta, luego a la escalera que
conducía a la torre de Silveri. Más que nada, quería salir y respirar unas
cuantas bocanadas de aire fresco. Pero el mago había sido claro en sus
advertencias. ¿Y si más arpínes hubieran traspasado las barreras
anoche? ¿O peor?
Se puso la capa alrededor de los hombros temblorosos y se movió para
avivar el fuego. Una vez que tuvo un pequeño resplandor, encendió dos
velas y las puso sobre la mesa. Su luz parpadeante brillaba en la tapa del
libro de hechizos en blanco que Silveri le había dado. Su pluma
encantada yacía a su lado. Silveri debe haberlas recogido del suelo y
haberlas colocado aquí ayer. Ella no recordaba cuándo. 144
Nelle se sentó a la mesa, acercó el libro de hechizos, suspiró y no lo
abrió. ¿Qué sentido tenía? Ayer mismo había sentido una oleada de
verdadero poder estallar en sus venas. Y ahora...
Ahora debía mantener la cabeza agachada. Reprimir todos los
impulsos que abundaban en sus dedos y permanecer en silencio.
Discreta. Aguantando y esperando que el peligro pase sin volverse hacia
ella.
―Tonterías ―gruñó.
¿Este iba a ser su destino en la vida? ¿Agacharse, esconderse y
engañar? Sacudió la cabeza y apartó el libro, casi derribando una de las
velas― ¡Mantén la cabeza recta, chica! No estás aquí para aprender
magia. Tienes un trabajo que hacer. ¡Uno!
Pero, ¿por qué era tan difícil de recordar? ¿Por qué esa vida en
Wimborne parecía tan lejana? Tan… ¿inútil? Incluso el rostro de Papá se
había desvanecido del primer plano de su mente.
Lo qué estaba mal, ¡tan mal! Papá la necesitaba; Papá dependía de ella.
Le había prometido a Mamá que lo cuidaría. Lo había prometido. Ella...
Nelle frunció el ceño. ¿Qué fue ese sonido? Eran... ¿pasos afuera?
No. No puede ser. Quizás todavía estaba dormida. Debía estarlo, y
esta debía ser una de las manipuladoras pesadillas de la Doncella de las
Espinas. Ella la ignoraría y esta desaparecería.
El pensamiento apenas había cruzado por su mente cuando los pasos
llegaron a la puerta. Al momento siguiente, hubo un golpe terrible, lo
suficientemente fuerte como para hacerla ponerse de pie. Si eso era una
pesadilla, ¡era un convincente maldito boggart! Una mano presionó su
corazón, la otra a la mesa para apoyarse, miró a través de la oscura
habitación.
― ¿Hola? 145
Los ojos de Nelle se agrandaron. El aliento se le quedó atascado en la
garganta.
―Hola, ¿hay alguien ahí? ―Otra ronda de golpes, y luego― ¡Por
favor, por favor, respondan!
Esta voz. Ella conocía esa voz. La reconocería en cualquier lugar, ya
sea en sueños o en la realidad.
Pero no podía ser verdad, no podía ser real. Debía ser un sueño, una
pesadilla, debía ser...
Ella ya se estaba moviendo, ya cruzaba la habitación a pasos rápidos.
Casi cayendo contra la puerta, buscó a tientas el pestillo. Resistió su
tirón, poderosos hechizos lo mantenían cerrado.
La voz del otro lado gritó de nuevo, desesperada―: Por favor,
¿alguien puede oírme?
Nelle apretó los dientes y tiró con fuerza. El hechizo cedió. La puerta
se abrió.
Y Samton Rallen Ford cayó en sus brazos.
Ella se tambaleó cuando lo agarró y cayó pesadamente de rodillas,
arrastrándolo con ella. La rodeó con sus brazos larguiruchos,
aferrándose como un niño a su madre. Estaba empapado hasta los
huesos y temblaba como una hoja.
― ¡Gracias a los dioses! ―él gimió― ¡Gracias a los dioses! ¡Gracias a
los dioses, alguien está aquí!
― ¿Sam? ―Nelle tembló.
Una sacudida atravesó su cuerpo. Él tiró de su agarre para parpadear
en la tenue luz antes del amanecer― Boggarts, ¿estoy soñando? ―Dijo
y sacudió la cabeza con fuerza antes de mirarla de nuevo― ¿Eres
realmente tú, pelirroja?
Ella no pudo contestar. Su garganta se cerró demasiado fuerte para
146
decir una palabra. Esto no era un sueño. Él... olía demasiado real. Como
el Sam que siempre había conocido.
Un poco a hollín, un poco salado, pero siempre un poco dulce también
por las hojas de la hierba azucarada que tenía la costumbre de masticar.
Ningún sueño podría recordar ese olor con tanta exactitud. Tenía que
ser él, realmente él.
Nelle lo empujó y le dio una palmada en las manos cuando él la
alcanzó de nuevo. Afuera, el viento soplaba contra los acantilados,
entraba silbando en la habitación y amenazaba con apagar el fuego. Se
quitó la falda de debajo de las rodillas y se puso de pie, rodeando
rápidamente al joven para cerrar la puerta con firmeza, presionar la
espalda contra ella y mirarlo. Él miró hacia arriba a cambio, sus ojos muy
abiertos y redondos, parpadeando aturdido.
― ¿Qué estás haciendo aquí, Sam? ― exigió.
―Yo... vine a buscarte, ¿no es así? ― Sus dientes castañeteaban con
cada palabra. Estaba helado y empapado, y todo su cuerpo temblaba.
Un resoplido inquieto escapó de los labios de Nelle cuando se inclinó,
lo agarró del brazo y lo puso en pie. Cuando él se deslizó, sus rodillas
listas para ceder, ella rápidamente se colocó bajo su hombro,
ofreciéndole todo el apoyo que pudo.
―Aquí, rápido. Siéntate junto al fuego ―dijo ella, ayudándolo a
cruzar la habitación.
No protestó. Con un suspiro de agradecimiento, se derrumbó en el
suelo junto a la chimenea, sin siquiera intentar sentarse en el taburete
hacia el que ella había tratado de guiarlo. Cuando ella se apartó, hizo
como si quisiera agarrarla, pero su agarre no era lo suficientemente
fuerte como para mantenerla a su lado.
―Quítate la ropa ― dijo, su voz un ladrido ronco.
Una sonrisa demasiado familiar apareció en sus rasgos juveniles. La
miró a través de los mechones mojados de cabello oscuro pegados a su 147
frente― No sabes cuánto tiempo he esperado para escucharte…
―Ahórratelo. ―Nelle giró sobre sus talones y cruzó la habitación
hasta el armario, donde Silveri guardaba sus camisas extra. Muchas de
ellas tenían roturas y viejas manchas de sangre, pero Sam no estaba en
condiciones de quejarse. Ella agarró una y se volvió hacia el fuego para
verlo luchando con los lazos de su camisa.
Sus dedos temblaban demasiado para ser útiles.
―Bebé de mierda ―murmuró Nelle y cruzó la habitación pisando
fuerte, cayendo de rodillas a su lado. Apartó sus manos y desató los
cordones ella misma. Lo miró de cerca, sus grandes ojos en cuencas
huecas. Era difícil mirarlo, así que se concentró en aflojar la camisa.
―Levanta los brazos ―gruñó.
Él obedeció y ella le subió la prenda por la cabeza. La luz del fuego
jugaba en su cuerpo, proyectando un cálido resplandor sobre su piel
pálida. La piel suave, joven y flexible se tensaba sobre los músculos
largos y delgados de un ágil ladrón.
La dura vida en las calles de Wimborne solo lo había endurecido a lo
largo de los años, llenando sus delgados miembros con verdadera fuerza
y poder latente.
Nelle no permitió que su mirada se detuviera. Levantó la camisa
limpia y, después de indicarle que volviera a levantar los brazos como
un niño, se la paso por la cabeza y los hombros. Pasó los brazos por las
mangas y levantó la barbilla, lo que le permitió atar los cordones por el
pecho.
― ¿Y mis pantalones? ―preguntó dócilmente.
―Déjalos ―espetó Nelle― Se secarán lo suficientemente rápido.
―Ella desabrochó el broche de su capa y rápidamente se la puso sobre
los hombros.
Sus ojos se abrieron con sorpresa mientras la miraba de arriba abajo,
contemplando el elegante vestido morado. Lo peor que podía llevar 148
después de los acontecimientos de los últimos días, pero se ajustaba bien
a su figura y era, sabía, con mucho la cosa más elegante que se había
visto puesta.
― ¡Vaya, Nelle! ―Exclamó, su voz todavía temblaba levemente por el
frío― No es de extrañar que no tengas prisa por volver con nosotros a
Draggs. ¡Parece que te hiciste rica aquí en la Isla Embrujada!
―No seas estúpido. ―Nelle retrocedió arrastrando los pies y alcanzó
el taburete bajo que tenía detrás. Arrastrándolo más cerca, se sentó en
él, envolvió sus brazos alrededor de su cintura y lo miró fijamente, con
el ceño fruncido en un gesto de estudio.
Conocía a Sam desde que tenía memoria. Habían tenido muchas
aventuras juntos, participando en atrevidos arrebatos organizados por
Madre, aventurándose en las partes más oscuras y peligrosas de
Wimborne City. Había caminado al borde de la muerte a su lado en
numerosas ocasiones. Ni una sola vez en todo ese tiempo había visto ni
siquiera un destello de miedo en su rostro.
Pero ahora... sus rasgos estaban angustiados de una manera que ella
no reconoció.
Incluso cuando sonreía, incluso cuando le lanzaba sus bromas a ella,
una línea oscura de horror subrayaba todo sobre él.
― ¿Qué te ha pasado, Sam? ―Preguntó ella en voz baja― Tienes que
decírmelo.
Trató de sonreír, pero no llegó a sus ojos. Metiendo los pliegues de su
capa más cerca, se inclinó hacia el fuego como si casi pudiera arrojarse
en él para calentarse― Cloven me envió ―dijo al fin a través de sus
dientes castañeteando. ― O, mejor dicho, ese Miphato. El Mago Gaspar.
Una sensación desagradable se apoderó de las entrañas de Nelle. Su
labio se curvó― ¿Qué quiere? Me dio tres semanas, ¿no? Todavía me
queda la mitad de ese tiempo.
149
― ¿Tres semanas? ―Sam inclinó la cabeza hacia ella, sus ojos
brillaban extrañamente― Nelle, ¿no lo sabes?
Esa mirada en sus ojos... supo lo que significaba tan pronto como la
vio.
Ella no quería saberlo, no quería admitirlo. Si se esforzaba lo
suficiente, tal vez podría negarlo, fingir estupidez incluso por unos
momentos más. Si fuera posible, ella le habría impedido decir una sola
palabra más.
Pero Sam continuó sin descanso― Han pasado dos años. Dos años
desde que partiste hacia esta isla abandonada por los dioses. Gaspar
envió a cinco hombres a por ti, seis incluyéndome a mí. Ninguno ha
vuelto. Quería ser voluntario mucho antes, pero Cloven no lo toleraría.
Esta vez insistí, amenacé con...
―Papá. ―Nelle jadeó, luchando por respirar, luchando por preguntar
lo que debía preguntar. Si no hablaba ahora, nunca encontraría el valor.
Ella simplemente se marchitaría y moriría― Dime. ¿Qué le pasó a mi
papá?
Sam la miró parpadeando y abrió y cerró la boca varias veces― No lo
sé. La verdad de Dios, Nelle, no lo sé.
Ella saltó del taburete y le dio la espalda. Las lágrimas llenaron sus
ojos, cegándola, y apenas se dio cuenta de adónde iba hasta que llegó a
la puerta. La abrió, sus manos tanteando desesperadamente para hacer
funcionar el pestillo, para escapar de este estrecho espacio oscuro al aire
fresco.
Pero el viento fresco de la mañana que se precipitó en su rostro no era
fresco. Era un aire extraño. Aire de Hinter. El aire de un mundo al que
ella no pertenecía.
Se secó las lágrimas de los ojos y miró por encima del borde del
acantilado hacia el horizonte, donde el Evenspire debería ser visible.
Aunque el amanecer ya debería estar muy avanzado, todavía estaba
particularmente oscuro. Una densa oscuridad como una cortina de 150
sombra viviente atravesó el mundo.
―Papá ―susurró.
Gaspar le había dicho que, si ella no regresaba en tres semanas, haría
que su padre pagara por sus crímenes. Lo llevaría al Maestro Shard en
la Plaza de la Corrección. Allí, frente a una multitud boquiabierta, le
cortarían las manos a papá. El precio del robo. A pesar de que papá
nunca había robado ni una migaja en su vida.
Nunca sobreviviría. Se desangraría de esas heridas y moriría.
No, ya estaba muerto. Hace años lo estaba.
¿Por qué se había quedado? Lo sabía, ella jodidamente sabía que el
tiempo se movía de manera diferente aquí en Roseward. Ella había
contado los días cuando debería haber estado calculando meses. Debería
haber drogado al mago, robar el libro y escapar hace mucho tiempo.
Debería haber hecho... debería...
Con un gemido, se deslizó en el umbral. El aire helado le agitaba el
pelo y ondeaba sus faldas, pero no le importaba. Ella simplemente miró
hacia esa oscuridad que se avecinaba.
―Nelle. ―Los pasos de Sam se acercaron detrás de ella. Él se arrodilló
y le puso una mano en el hombro. Ella carecía de la fuerza para
encogerse de hombros― No sé si hará una diferencia ―dijo― pero
Gaspar envió un mensaje conmigo. Dijo que si te encontraba te dijera
que los términos de tu acuerdo siguen vigentes. Aún hará el intercambio
si estás preparada para seguir adelante.
Aunque la oscuridad en el horizonte no se disipó, Nelle sintió como si
de repente una luz atravesara las sombras de su alma. Se volvió para
encontrarse con el rostro extrañamente serio y desgastado de Sam― No
me mientas, Sam ¿Es eso realmente lo que dijo?
Sam asintió
― Por el honor de un ladrón, lo juro.
Entonces tal vez... 151
Quizás papá todavía estaba vivo después de todo.
Quizás Gaspar se había dado cuenta o había adivinado las diferencias
horarias entre Roseward y el resto del mundo. Después de todo, era un
Miphato. Comprendía más sobre el funcionamiento de los diferentes
mundos y realidades que la mayoría de los hombres. Tenía sentido.
―Entonces todavía hay tiempo ―susurró Nelle. Dejó caer la cabeza
en sus manos, incapaz de detener las lágrimas que corrían por su rostro
y sus dedos― ¡Todavía hay tiempo!
Durante mucho tiempo estuvo insensible a todo. Apenas notó el peso
del brazo de Sam envuelto alrededor de su hombro, apenas notó cuando
la atrajo hacia él. Finalmente, la tormenta de emoción se calmó y se dio
cuenta de que su rostro estaba enterrado en el hombro de él y su mejilla
presionada contra la parte superior de la cabeza de ella. Parecía estar
murmurando algo, pero ella no podía oír qué.
Sorbiendo ruidosamente, se sentó erguida, empujándolo lejos.
Entonces se puso de pie, con las piernas un poco temblorosas, y se
agarró al poste de la puerta para apoyarse. Sam también se levantó y
extendió la mano para tomar una de sus manos, pero ella se negó a
dársela.
―Yo te ayudaré ―dijo― Nunca me dijeron para qué te enviaron, pero
estoy seguro de que puedo ayudar. Soy bueno para un atraco, lo sabes
―agregó con una sonrisa irónica que era casi como la de antes.
Nelle negó rápidamente con la cabeza. A pesar de la densa sombra en
el horizonte, el rosa había comenzado a teñir el cielo. El amanecer
llegaba rápido ahora. Silveri pronto descendería de su torre.
―Rápido, Sam ―dijo, volviendo a entrar en la recámara. Se apresuró
a cruzar el fuego, donde había dejado caer su camisa empapada y la
levantó.
Espiando su pluma y su libro de hechizos vacío sobre la mesa, los
agarró también y, como no tenía bolsillos, los metió apresuradamente 152
en su pequeño bolso y se lo colgó del hombro. Después de un rápido
vistazo para asegurarse de que no habían dejado señales que pudieran
delatar la presencia de Sam, se apresuró a regresar a la puerta.
―Tenemos que sacarte de aquí ―dijo― No puedo dejar que te
encuentre.
― ¿No puedes dejar que quien me encuentre? ―Sam la miró, el miedo
en su rostro se intensificó hasta un grado sorprendente― ¿Quién más
está aquí contigo, Nelle?
Nelle negó con la cabeza. No había tiempo para explicaciones. Tomó
a Sam de la mano y tiró de él afuera, luego cerró la puerta suavemente.
Su mente giraba con ideas a medias. ¿A dónde podría llevarlo? ¿A
dónde podría ir?
― ¿Dónde está tu bote, Sam? ―preguntó ella, arrastrándolo lejos del
faro.
―En la playa de abajo ―respondió, e indicó la parte superior del
sendero del acantilado, que debió haber usado para subir al faro. Se
detuvo con fuerza, tiró del brazo de Nelle y la volvió hacia él― No
volveré.
Sus ojos eran enormes y demasiado brillantes. Terrores extraños
parecían nadar en las profundidades de sus pupilas― No sabes lo que
hay ahí fuera. No puedes saberlo o no intentarías enviarme.
Nelle le devolvió la mirada, chupando y mordiendo sus labios. Su
viaje a Roseward había sido bastante sencillo. Desde el mundo de los
mortales, la isla parecía estar a solo una milla de la costa de Wimborne.
En realidad, era mucho más lejos. Había remado hacia el mar y
atravesado un velo de realidad hacia este extraño y diferente reino, pero
en total el viaje no había durado más de una o dos horas.
Desde entonces, sin embargo, las corrientes habían llevado a
Roseward más lejos en su ciclo a través de los reinos del Hinter. El viaje
de Sam debe haber sido bastante diferente al suyo. Y, tan cerca como
Roseward ahora estaba de Noxaur y todos los seres oscuros de ese 153
reino…
Aunque un escalofrío recorrió la espalda de Nelle, apretó la mano de
Sam de manera alentadora― Será seguro viajar de nuevo en unos días
―dijo― Tendré que esconderte hasta entonces.
Aunque no podría decir dónde lo escondería. Seguro que no en
Dornrise. La Doncella de las Espinas rondaba esos pasillos por la noche.
No estaría seguro allí después de la puesta del sol. ¿Quizás en el antiguo
pueblo portuario?
Tal vez podría establecer algún tipo de hechizo de protección a su
alrededor para mantenerlo a salvo y escondido. Había visto suficientes
piedras de protección de Silveri, incluso había hecho un poco de magia
en ellas. ¿Podría replicar el hechizo de la misma manera que había
replicado la espada de fuego?
Pero lo primero es lo primero.
―Tenemos que esconder tu bote, Sam ―dijo― Si él... si lo encuentra,
no estoy segura de poder mantenerte a salvo. El amo de esta isla te
enviará de inmediato. Te regresará a eso.
Agitó una mano hacia el océano, hacia la sombra oscura en el
horizonte, volviéndose para mirar mientras lo hacía. Algunos de los
detalles se habían vuelto más claros, revelando una costa imponente que
se acercaba cada vez más.
El propio Reino de la Noche.

154
13

S
oran durmió más de lo que pretendía, agotado tanto por su
batalla con La Doncella de Espinas como por la caza de arpínes
la tarde anterior. No podía recordar la última vez que había
usado tanta magia en un período de veinticuatro horas. Le afectó el
cuerpo y la mente. En el momento en que cerró y abrochó el Libro de las
Rosas, llegó a la habitación, se derrumbó en su cama y cayó en un sueño
profundo durante muchas horas.
Se despertó con el sol en los ojos, haciendo una mueca y gimiendo. Su 155
cuerpo era una masa de dolores y cortes. Las heridas de los arpínes se
habían curado, pero muchas de las laceraciones que La Doncella de
Espinas le había hecho todavía estaban abiertas y sangrando, dejando
feas manchas en su ropa y en las mantas. Se sentó y extendió un brazo,
haciendo una mueca ante la tela hecha jirones de su manga. No se había
cambiado después del ataque de los arpínes y la prenda era más un
trapo que una camisa ahora.
Levantándose con rigidez, se quitó la túnica de donde la había dejado
amontonada al pie de la cama. Careciendo de la energía para encogerse
de hombros, simplemente se la puso sobre su hombro y descendió las
escaleras de la torre. Sus orejas, casi inconscientemente, buscaron
sonidos de movimiento: el ruido de cucharas y sartenes, la charla de
regaños, los balbuceos de respuesta del wyverno.
Todo estaba extrañamente silencioso.
Bueno, eso no era una gran sorpresa. La muchacha aún debía estar
exhausta después del increíble trabajo de conjurar hechizos que había
realizado ayer. Y la situación precaria en la que se encontraban ahora
podría inducirla a un estado de ánimo más solemne y tranquilo, al
menos durante los próximos días.
Esto iba a ser difícil. Soran frunció el ceño, considerándolo. Tendría
que mantenerla dentro tanto como fuera posible. No podía dejarla ir
divagando sobre Roseward por su cuenta en este momento. Una
segunda bandada de arpínes era la menor de sus preocupaciones,
aunque eso sería bastante peligroso. Sin embargo, tendría que revisar las
piedras de protección varias veces al día. Lo que significaba llevarla con
él. No podía dejarla sola en el faro.
Entonces de nuevo, ¿por qué no? ¿Qué era lo que temía exactamente?
El Libro de las Rosas era el único objeto de peligro real que poseía. Nelle,
aunque curiosa por naturaleza, seguramente sabría qué no debía ir a
buscar un libro de hechizos tan peligroso, especialmente ahora que sabía
lo que era. Había tenido sus propios encuentros con La Doncella de 156
Espinas. Estaría cautelosa.
Sí, tal vez sería más prudente dejarla atrás cuando se ocupará de las
piedras de protección. Las protecciones en el faro mismo deberían
ocultarla incluso de las percepciones de los faes más sensibles. Y era solo
por unos días.
Pasarían por Noxaur muy pronto, y luego…
Los pensamientos de Soran se desvanecieron cuando emergió por el
agujero en el techo y miró alrededor de la cámara inferior. Nelle no
estaba allí.
Sacudió la cabeza y miró de nuevo, su mirada se dirigió primero a la
cama del nido. Vio la punta del hocico del wyverno emerger de la pila
de mantas y pieles, pero ni rastro de la muchacha. Su mirada se volvió
de un lugar a otro, a todos los lugares en los que esperaría verla
rebuscando suministros en el estante, derramando agua en el lavabo,
agachándose sobre la chimenea o inclinándose sobre libros y
pergaminos en la mesa. Su mente trató de llenar una impresión
fantasmal de ella, de creer que estaba donde se suponía que debía estar.
Pero ella se había ido.
Un gruñido retumbó en su garganta, Soran miró hacia la puerta. Fue
rápidamente cerrada, pero sintió una alteración en las cerraduras y
protecciones que le había puesto ayer. ¿Por qué no había pensado en
encerrarla? ¡Maldita sea su locura! La había protegido solo contra los
monstruos del exterior. Nunca había pensado en protegerla de sí misma.
Soran bajó de un salto los últimos escalones, dejó caer su túnica sobre
la mesa y atravesó la habitación para abrir la puerta. El aire frío le cortó
la camisa raída y le mordió la piel, pero no le importó. Él miró hacia la
mañana, esperando contra toda esperanza que ella estuviera allí, parada
en el borde del acantilado como la había encontrado varias veces antes.
No estaba. Una vista muy diferente apareció en sus ojos.
Una dura costa se alzaba a menos de una milla de la costa de 157
Roseward. Estéril, desolada, venenosa. Envuelta por una oscuridad más
profunda que la noche. Una línea afilada atravesaba el agua, separando
la luz de la mañana sobre Roseward de la profunda sombra de ese reino.
Una sombra que se acercaba cada vez más.
Tres botes cruzaban esa línea de la oscuridad a la luz, cada vela negra
ostentaba una inconfundible e inolvidable cresta de calavera de perro.
―Kyriakos ― susurró Soran.

― ¿Me veo tan ridículo como me siento en esta cosa?


Nelle miró a Sam, que la seguía por el estrecho sendero del acantilado.
Todavía llevaba su capa robada. Y sí, se veía absolutamente ridículo con
ella. Por un lado, era demasiado pequeña para él, el dobladillo aleteaba
alrededor de sus pantorrillas y las costuras no se ajustaban a sus
hombros. Lo peor de todo, se había subido la capucha.
Y la miraba a través del bonito ribete de piel.
Eso era Sam para ti. Incluso en las circunstancias más difíciles,
siempre encontraba la manera de hacer una broma. Ella solía
encontrarlo encantador.
Ahora era simplemente agotador. Y exasperante.
―Pareces un verdadero idiota ―espetó y volvió a concentrarse en el
camino por delante. El viento azotaba la fina tela de su estúpido y
elegante vestido, y deseó no haberse apresurado a prestarle a Sam su
única capa.
Debería haberlo dejado temblar hasta morir.
Un grito burbujeante estalló a su derecha. Sam soltó un grito de
sorpresa y Nelle se volvió para verlo presionando su espalda contra la
158
pared del acantilado. Sus ojos estaban tan abiertos que el blanco se veía
por todos lados.
― ¡Nelle! ―Jadeó, su voz temblorosa― ¡Nelle, creo que vi un dragón!
Ella resopló―Es un wyverno. Y es inofensivo. Date prisa.
La boca de Sam se abrió para protestar. Pero la expresión de su rostro
pareció convencerlo. Se apartó de la pared y avanzó poco a poco por el
camino tras ella― ¿Qué es un wyverno? ―Preguntó después de un
rato― Suena como una especie de utensilio de cocina extranjero.
Nelle resopló de nuevo y no se molestó en contestar. Si Dios quiere,
Sam no estaría en Roseward el tiempo suficiente como para que
importara el distinguir entre dragones y wyvernos.
Ella miró hacia el cielo. Estaba tan vacío. Por lo general, los wyvernos
llenaban el aire a esta hora, realizando sus danzas aéreas desde el
amanecer hasta el mediodía, cuando se arrastran hacia sus cuevas junto
al acantilado para una siesta vespertina. La inminente proximidad de la
costa de Noxaur debió haberlos obligado a esconderse.
Menos mal, decidió Nelle cuando llegó a la base del sendero del
acantilado. Los wyvernos probablemente se darían cuenta de un extraño
en su tierra e informarían al mago. Al recordar su propia llegada inicial
a Roseward, se estremeció. En ese momento, no podía haber imaginado
nada más aterrador que el enjambre de garras, dientes y escamas que
Silveri había enviado para perseguirla por esta misma playa.
Entonces ella no sabía nada de arpínes.
― ¿Dónde está tu bote? ―Exigió tan pronto como Sam puso un pie en
terreno llano.
Señaló con el dedo envuelto en una capa de terciopelo. Mirando hacia
donde él indicaba, vio una pequeña embarcación muy parecida a su
propio bote en una franja de arena a varios metros de distancia, con la
apariencia de que las olas la recuperarían en cualquier momento.
Obviamente, Sam no se había molestado en asegurarlo antes de subir 159
al faro.
Recogiendo sus faldas con ambas manos, Nelle se apresuró a cruzar
la playa. Las botas que había tomado de Dornrise eran mucho más
resistentes que las pantuflas que había usado cuando llegó por primera
vez y estaban más capacitadas para hacer frente a las piedras afiladas.
Escuchó a Sam jadeando detrás de ella, pero no lo esperó.
Cuando llegó al bote, inmediatamente agarró el costado y le dio un
tirón. Pesaba, pero no demasiado para que ella no pudiera moverlo por
su cuenta. Tiró de él con fuerza, luchando contra las olas que se
arrastraban, y se las arregló para arrastrarlo varios metros tierra adentro
antes de que Sam se uniera a ella.
― ¿Qué estabas pensando al dejarlo así? ―Nelle gruñó cuando se
detuvieron para recuperar el aliento― Podría haber flotado de regreso
al mar, y entonces ¿qué habría sido de ti? ¡Hasta donde sabías, estarías
atrapado aquí para siempre!
Sam se pasó una mano por la frente. La capucha con adornos de piel
le había caído sobre los hombros y Nelle podía ver claramente las líneas
de miedo que marcaban su rostro. Su mirada se giró para encontrarse
con la de ella e intentó sonreír.
― A decir verdad, no estaba pensando mucho en ese momento. Las
cosas que vi ahí fuera… Sabes que soy un fae-bendecido. Tu madre te
contó eso. Puedo sentir el peligro cuando está cerca y siempre me alejo
antes de que ocurra algo malo. Pero cuando estaba en esa agua…
sintiendo lo que estaba sintiendo… ―Miró hacia el mar, se estremeció y
rápidamente desvió su mirada vacía hacia los acantilados― Temí por
mi vida.
Nelle asintió lentamente. Mejor no dejar que se detenga en esos
pensamientos. Volviéndose para estudiar los acantilados, buscó un
lugar donde pudieran llevar el bote donde no fuera obvio. Silveri no iría
a caminar por esta playa en los próximos días; estaría demasiado
ocupado cuidando las piedras de protección cuando se atreviera a
aventurarse. Aun así, no quería arriesgarse a que él espiara el bote por 160
casualidad.
Su mirada se posó en una cueva del mar bajo de la cual el agua fluía
mientras la marea bajaba.
― Tal vez podríamos esconderlo allí ―dijo, señalando.
Sam, con su ensueño roto, miró hacia donde ella le indicaba y asintió
lentamente.
―Quizás.
―No veo un lugar mejor. ―Nelle agarró su lado del bote y miró a
Sam a los ojos― Vamos a llevarlo allí.
Levantó el extremo y los dos se tambalearon varios metros por el
terreno irregular antes de que se vieran obligados a detenerse y respirar
de nuevo. Las manos de Nelle ardían de frío y ya se estaban formando
dolorosas ampollas. Pero estaban casi a mitad de camino de la cueva.
Podrían hacer esto.
―Vamos ―dijo, reforzando sus piernas― ¿Sam?
Tenía la cabeza erguida. Largos mechones de cabello oscuro le
cruzaban la cara, azotados por la brisa del océano mientras miraba al
mar. Temiendo que se hubiera hundido en enervantes recuerdos de su
reciente prueba, ella espetó― ¡Sam! ―tratando de devolverlo al
presente.
Él parpadeó, pero no la miró― Peligro ―suspiró. Luego, más fuerte
― ¡Mira!
Ella se volvió en la dirección que él miraba. Sus ojos se agrandaron.
Tres lanchas se acercaban a través del canal entre Roseward y la orilla
oscura. Sus velas ondulantes eran negras salvo por una enorme insignia
con forma de calavera. Nelle no necesitaba la bendición de las faes para
sentir el peligro inminente.
― ¡Vamos! ―dijo y tiró del bote. Cada instinto le decía que lo dejara
y corriera, pero eso no serviría de nada. Tenían que ocultarlo si querían
tener alguna posibilidad de ocultar la presencia de Sam en Roseward. 161
Las velas oscuras todavía estaban lo suficientemente lejos como para
que los vigías no los hubieran visto, y la cueva estaba cerca.
Impulsado a la acción por la agudeza de su voz, Sam tomó su lado del
bote, y medio se tambalearon, medio corrieron con el peso suspendido
entre ellos. Varias veces el agarre de Nelle se resbaló, y hacía una mueca
cuando se desplomaba contra el suelo pedregoso. Sería un milagro que
el barco estuviera en condiciones de navegar después de este
tratamiento.
La cueva, cuando llegaron, era más pequeña de lo que había pensado,
demasiado baja para que Sam entrara sin agacharse casi por la mitad.
Ahora que estaba mirando el agujero oscuro, no pudo evitar
preguntarse qué más podría haberse refugiado dentro. Alguna criatura
de Noxaur apareciendo en la orilla durante la noche…
¡No! No daría paso a la imaginación.
― ¡Apúrate! ―gruñó y se metió dentro. Sam la siguió y juntos
arrastraron el bote a la cueva. Fueron la mayor parte del camino antes
de que se quedaran sin espacio, por lo que debería estar casi fuera de la
vista.
―Apilaremos rocas alrededor de la entrada ―dijo Nelle mientras se
arrastraba al bote y sobre el banco de remos para volver a la entrada de
la cueva― Date prisa, Sam…
Su voz se apagó mientras miraba hacia afuera.
―Mierda ―siseó.
Los botes ya se acercaban a la orilla. Debe haber habido magia en ese
viento que los empujara a través del canal. Encallarían en cualquier
momento. Ella y Sam no podrían llegar al sendero del acantilado sin ser
vistos.
―Mierda! ―dijo de nuevo, más fuerte esta vez.
― ¿Qué es? ¿Qué ves? ―La voz de Sam era débil a su espalda,
162
atravesada por el terror. Eso, más que nada, convirtió su sangre en hielo.
―Tendremos que quedarnos aquí ―dijo― No hay ningún otro lugar
donde escondernos. Tendremos que esperar a que se vayan de nuevo y
esperar que no nos vean.
― ¿Quiénes son? ¿Quién anda ahí fuera?
Como no sabía cómo responder, Nelle no dijo nada. Se agachó en la
popa del bote, justo debajo del refugio de la entrada de la cueva, con el
pelo recogido en un nudo sobre un hombro para que el viento no lo
hiciera volar como una bandera de señales, y miró.
La proa del primer barco crujió sobre la grava y figuras oscuras
saltaron a los bajíos. Con cuerdas sobre los hombros, arrastraron la nave
más hacia el interior. No estaban muy lejos, pero Nelle no pudo obtener
una impresión sólida de ellos, como si los observara desde una gran
distancia o a través de un cristal transparente. Todos eran muy altos,
podía decirlo, mucho más altos que Sam, más altos incluso que el mago
Silveri. Parecían extrañamente articulados de alguna manera, como si
sus brazos estuvieran formados por demasiados codos y sus piernas por
demasiadas rodillas. Sus espinas eran curvas anormales, con grandes
jorobas en los hombros y una impresión de lo que podrían ser púas que
sobresalían por la espalda. Pero eran demasiado extraños, demasiado
confusos para dar una impresión más clara.
Nelle sabía que debía apartar la mirada, volver a gatear sobre el banco
de remos y acurrucarse en la oscuridad con Sam. Sin embargo, no ver lo
que estaba sucediendo parecía peor que verlo, por lo que se agachó más,
esforzándose por ver qué sucedía en ese tramo de costa rocosa.
Una pasarela descendió desde el costado del primer barco. Más de las
figuras en sombras corrieron y se alinearon a ambos lados, sus formas
encorvadas relativamente erguidas. Pero Nelle no podía prestarles
atención. En cambio, su mirada se dirigió a la figura en la parte superior
de la pasarela.
Una vez que lo vio, fue imposible mirar a ningún otro lado.
163
Medía casi dos metros y medio, no tan alto como los seres de las
sombras, pero era mucho más imponente en pose y comportamiento.
Nada en él estaba encorvado o extrañamente articulado. Estaba de pie
como un maestro, como un rey, con los hombros echados hacia atrás y
la barbilla en alto. Desde aquella distancia era imposible tener una visión
clara de sus rasgos, pero Nelle no dudaba de que fuera
devastadoramente guapo, mucho más allá de la belleza de los hombres
mortales. Lo que podía ver era su tez extraña: oscura, con un matiz casi
púrpura. Su cabello, que le llegaba hasta la cintura, era negro azulado
como un cielo de medianoche. Llevaba una prenda plateada que flotaba
soñadoramente cuando se movía. También descubría su pecho,
revelando la poderosa musculatura de un guerrero.
―Un fae ―susurró Nelle. Esta era la primera vez que veía a un fae, y
no a cualquier fae, sino a un hombre de Noxaur, más espantoso, más de
otro mundo que todos los demás fae que habitaban los reinos de Eledria.
Sabía que eran hermosos. Sabía que eran terribles. Pero ella nunca
había imaginado algo así.
Caminó por la pasarela hasta la orilla, sus botas crujieron fuerte en
contraste con el perfecto silencio de los sombríos esbirros cuyas filas
atravesó sin siquiera mirar, y se abrió camino varios metros tierra
adentro antes de detenerse, con los puños clavados en su cintura, para
mirar a un lado y a otro a lo largo de la playa. Por un momento, Nelle
temió que él viera su escondite.
Pero su mirada pasó sin pausa, volviéndose hacia los acantilados y el
faro de arriba.
De repente levantó una mano, la manga suelta se deslizó hasta su
codo, y chasqueó los dedos una vez con un sonido agudo como el
chasquido de un látigo.
Una espantosa serie de rugidos, aullidos y chillidos brotó del barco.
El terror puro recorrió la espalda de Nelle cuando seis criaturas de
cuatro patas aparecieron en la parte superior de la pasarela: criaturas 164
largas, bajas y enormes que saltaron a la playa y se arremolinaron
alrededor de las piernas de su amo. Eran cosas oscuras como
subordinados silenciosos, pero más sólidos. Ella los habría llamado
perros por la forma en que se movían y los sonidos que hacían. Pero
nunca había visto perros como estos.
Su amo movió su brazo primero a la derecha y luego a la izquierda.
Las criaturas, babeantes y aullando, obedecieron a la vez, tres
arrancando en una dirección, tres en la opuesta.
Los segundos tres vinieron directamente hacia ella.
En una loca lucha, Nelle retrocedió hasta el otro extremo del bote
donde Sam esperaba.
― ¡Sal, sal! ―ella siseó― ¡Tenemos que bloquear la entrada!
Ella no podía ver su rostro. A través de la abertura de la cueva entraba
la luz suficiente para brillar en sus ojos, reflejando su propio terror en
ella.
― ¿Cómo hacemos eso? ―preguntó sin aliento.
― ¡Gira el barco! ―Si pudieran moverlo, ponerlo de lado y girarlo un
poco, podrían bloquear la entrada lo suficiente como para que los perros
no pudieran entrar.
Ella tiró al bote y Sam, viendo su intención, se apresuró a ayudar.
El ruido del raspado y del chirrido de la madera contra la piedra le
golpeaba los oídos, y Nelle solo podía esperar que el viento lo ahogara
para no llamar la atención de los perros.
Una esperanza desesperada. Tan pronto como pusieron el bote de
costado, un espantoso gruñido llenó el aire. Nelle escuchó a Sam
recuperar el aliento. No había visto lo que se avecinaba, pero ese sonido
fue una advertencia más que suficiente. Se pararon, agarrándose al bote
como si se aferraran a sus propias vidas. 165
Nelle observó la estrecha rendija de luz en su lado de la cueva. ¿Era
demasiado pequeño para que pasaran los perros? Tenía que tener
esperanza. No había nada más que pudiera hacer. O…
Sintió la cartera colgando de su hombro y el peso del pequeño libro
de hechizos dentro. ¿Cómo reaccionarían las criaturas como estas ante
una espada llameante?
¿Podría recordar cómo había manejado el hechizo ayer y conjurar un
arma? Estos perros eran mucho más grandes y más formidables que los
arpínes, pero presumiblemente se cortarían y quemarían igual.
El primero de los perros llegó a la cueva. La voluminosa sombra pasó
junto a la abertura.
Luego vio una nariz, una nariz blanca como el hueso, una nariz de
calavera. ¿Era una máscara?
Había carne más arriba del hocico, pero parecía medio pelada, como
un cadáver parcialmente podrido. Resopló ansiosamente. Ningún labio
cubría los colmillos grotescamente expuestos y la saliva goteaba
libremente en cintas largas y brillantes.
El resoplido se convirtió en un gruñido, luego en una especie de
ladrido entusiasta y rugiente. El perro se abalanzó sobre la abertura y
todo el barco se balanceó salvajemente.
Nelle lo agarró y sintió que Sam del otro lado hacía lo mismo mientras
ambos buscaban mantener el bote en su lugar. Su única posibilidad de
supervivencia era mantener bloqueada esa entrada, y era una
posibilidad lo suficientemente pequeña.
El perro arremetió de nuevo una tercera vez. El barco crujió. ¿Se
rompería? ¿Se destrozaría bajo estos ataques? Si iba a escribir un
hechizo, tenía que ser ahora. ¿Pero cómo podía soltar el bote? Sam no
podía aguantarlo solo, pero si esperaba un segundo más, no habría
tiempo, no habría...
166
Una repentina cacofonía de ruido llenó el aire, ahogando incluso los
rugidos sedientos de sangre de la cosa-perro.
Al principio, Nelle no pudo pensar qué podría producir ese sonido.
Entonces se dio cuenta: ¡los wyvernos! ¡Esos eran gritos de batalla de
wyverno! Su corazón dio un salto cuando la luz que fluía a través de la
boca de la cueva se rompió en las sombras parpadeantes de muchas
docenas de alas.
El perro lanzó un rugido furioso y se apartó de la abertura. Siguió una
serie de sonidos escalofriantes, chillidos ásperos de wyvernos y aullidos.
El desgarro de la carne. La rotura de huesos. El coraje de Nelle se hizo
añicos. Cayó de rodillas en el agua poco profunda del suelo de la cueva,
tapándose los oídos con ambas manos.
Pero la tormenta de horror amainó por fin. Nelle se quitó las manos
de los oídos y le temblaban las extremidades con tanta fuerza que no se
habría sorprendido si todo su esqueleto se hubiera roto. Trató de
levantarse, pero no pudo, así que permaneció donde estaba mientras un
doloroso y expectante silencio sonaba en sus oídos.
Haciendo acopio de los pequeños restos de coraje que le quedaban,
Nelle se arrastró hasta la entrada de la cueva y miró hacia afuera. Vio un
montón de… de algo.
A pocos metros de distancia. Al principio no podía reconocer qué era,
no podía entender lo que veían sus ojos. Entonces le vino como un
trueno: el cadáver de la cosa―perro. Una masa ensangrentada
destrozada, trozos de esqueleto expuestos, trozos de carne esparcidos
por la playa.
Su estómago se revolvió. Nelle se llevó una mano a la boca, solo
sofocando el malestar que intentaba aumentar. Temblando, se aferró a
las piedras de al lado y se puso de pie. De nuevo miró por la estrecha
abertura, mirando hacia atrás a lo largo de la playa hacia donde estaba
el hombre fae.
Estaba exactamente en el mismo lugar donde lo había visto por última 167
vez, con los puños plantados en las caderas. El viento jugaba con su
cabello, agitando los mechones oscuros en una tormenta siniestra
alrededor de su cabeza. Parecía estar mirando la mancha que era todo
lo que quedaba de su cosa de perro.
Luego dio un paso en su dirección. Nelle se encogió de miedo,
aterrorizada.
― ¡Kyriakos!
Una voz clara y nítida resonó en la playa, llevada por el viento.
El corazón de Nelle se aceleró de miedo, esperanza y sorpresa
mezclados.
― Soran ―susurró.
Mirando desde su escondite, vio al mago caminar desde el sendero
del acantilado hacia la playa. No vestía túnica, solo una camisa holgada
y andrajosa que no hacía nada para proteger su cuerpo lleno de cicatrices
de los elementos. Su cabello flotaba blanco detrás de él, y levantó un
brazo, su dedo apuntando al alto extraño fae.
―Kyriakos ―gritó de nuevo― ¡llama a tus perros!

168
14

H
abían pasado muchos años desde que Soran vio a un fae
Noxaur. Casi se había olvidado de lo extraños e
impresionantes seres que eran. El espécimen que ahora se
encuentra en su playa era ciertamente impresionante. Hombros
enormes, ojos brillantes, una boca cruelmente curvada en una sonrisa
que era a la vez divertida y disgustada.
El señor de los faes volvió esa sonrisa hacia Soran y arqueó una ceja
con leve sorpresa. 169
Soran caminó rápidamente por la playa, negándose a delatar
vacilación o miedo. Sabía cómo trabajaban los faes. Buscaban el más leve
rastro de debilidad para explotar. Si se movía con demasiado cuidado,
se leería como temor, un rasgo despreciado entre la nobleza de los faes.
Debía hacer esto descaradamente, amenazar con mucha más fuerza de
la que realmente podía reunir.
― ¡Ah! ―dijo el fae. No hizo ningún esfuerzo por hablar por encima
del viento, pero su voz meliflua llegó sin esfuerzo a los oídos de Soran
como el repiqueteo de una cuerda de bajo profundo― Un mortal. Que
pintoresco. Dime, ¿cómo es que sabes mi nombre?
Soran se detuvo y se irguió. El instinto le decía que saludara, que se
inclinara, que hiciera alguna forma de reverencia. Pero ese era un
instinto mortal y uno que odiaba, uno que había luchado por reprimir
durante mucho tiempo. No se humillaría ante los faes.
―Es bien sabido que Lord Kyriakos de Ninthalor gobierna este
territorio de Noxaur bajo la sombra de Twin Peaks ―dijo, mirando a los
ojos del fae sin pestañear― También se sabe que tiene prohibido pisar
más allá de sus tierras por orden del propio rey Maeral Noxaur.
―En efecto ―respondió el señor con plácida indiferencia― Pero
parece que tu isla ha flotado en mis aguas. Lo que te convierte a ti en el
invasor y no a mí. ―Sonrió con una sonrisa felina de sutil crueldad―
Dime tu nombre, mortal, y aún puedo optar por tratarte como un
invitado en lugar de un enemigo.
Soran sabía que era mejor no dar su nombre a un fae, y pudo ver por
la mirada en los ojos de Kyriakos que esperaba una negativa. Sin
embargo, si no tenía cuidado, el señor feérico podría declararlo
descortés y usarlo como excusa para montar un ataque completo. Sus
súbditos sombríos parados en la playa detrás de él y alineados en las
cubiertas de sus tres barcos parecían listos para una pelea. Había
demasiados para que los manejara la tristemente agotada bandada de
wyvernos de Soran. 170
Se irguió más recto que antes―Soy un Miphato de Evenspire, un
mago mortal ―dijo― Y esta es la isla Roseward. Sin duda ha oído hablar
de ella incluso dentro de los límites de su internamiento.
Las fosas nasales del fae se ensancharon levemente― Roseward ―dijo
lentamente, casi ronroneando el nombre― Sí, he oído hablar de la isla
mortal que se separó de su mundo y quedó a la deriva en nuestro Mar
Interior. Estás bajo una maldición, ¿no es así, mago mortal?
―Estoy maldito por el rey Lodírhal Aurelis ―respondió Soran. Las
palabras eran amargas en su lengua, pero las pronunció como
protección― Estoy cumpliendo la condena impuesta por la corona de
Aurelis por mis crímenes contra Eledria.
Los dientes brillaron en una breve mueca, la única muestra de
sentimientos que el fae ofreció. Él no podía provocar a Lodírhal sin traer
la ira de Aurelis sobre su cabeza. Su propio rey no haría ningún
movimiento para protegerlo.
Durante unos momentos permanecieron en un silencio tenso y
contemplativo. Entonces Kyriakos agitó una mano en un gesto calculado
desdeñoso― No tengo ningún interés en los juegos de Lodírhal ―dijo―
Simplemente deseaba investigar esta intrusión en mis costas. Y ahora,
mago mortal, me debes una restitución.
La mandíbula de Soran se tensó― No te debo nada, gran señor.
― ¿No? Supongo que estas criaturas de hechizos son de tu propia
invención ― El fae señaló el cielo sobre ellos donde los wyvernos daban
vueltas en ominosa vigilancia. ―Huelen a magia mortal. Y confío en que
eres el único mago mortal presente.
Soran asintió lentamente.
―Parecería ―continuó el fae ―que tus pequeñas bestias de hechizos
se han divertido destrozando a uno de mis perros, miembro por
miembro. ―Mientras hablaba, dejó caer su mano para descansar sobre 171
la cabeza de uno de los cinco monstruos restantes. Habían regresado
sigilosamente alrededor de su maestro, una formidable manada de
skullars, feos, podridos y absolutamente leales. Miraron a Soran con las
órbitas oscuras de ojos en los que brillaban puntitos de luz roja.
Soran tragó saliva con cuidado, humedeciendo su garganta seca, y se
encontró con la mirada fija del señor fae― Tus perros han invadido sus
áreas de anidación. Mis wyvernos tienen hechizos de defensa escritos en
su esencia. Cuando son amenazados, responden con fuerza.
― ¿Y crees que mis perros representan una amenaza? ―Kyriakos se
encogió de hombros y acarició afectuosamente la cabeza del skullar―
Son bestias curiosas por naturaleza. Si detectan un olor intrigante,
seguramente lo perseguirán. Y creo que detectaron un olor realmente
interesante.
Una inyección de hielo corrió por las venas de Soran. Pero no podía
echarse atrás, no podía ceder ni una pulgada― En nuestro ciclo continuo
a través de los reinos Eledrianos, nos encontramos con muchas criaturas
interesantes ―dijo, manteniendo un semblante estoico― Ayer mismo,
una masacre de arpínes llegó a nuestras costas. No mucho antes, nos
visitó un unicornio.
La sonrisa de Kyriakos se torció de lado en una sonrisa de
complicidad― No me interesan los arpínes, mucho menos los
unicornios. Sin embargo, me llegó la noticia en los fríos pasillos de
Ninthalor de que la magia Ibrildiana se había sentido cerca. Magia
poderosa que combina los mejores atributos de los dones mortales y fae.
Como bien puedes imaginar, tal rumor despertó mi curiosidad. Y
cuando tu isla apareció en mis horizontes poco después, irradiando una
demostración tan profunda de magia mortal, me pareció un lugar
probable para que un Ibrildiano se escondiera. ¿No estás de acuerdo,
mortal?
Soran se permitió un solo parpadeo. Pero en ese abrir y cerrar de ojos
debe decidir entre verdades a medias o una mentira absoluta― No he
visto a un Ibrildiano ―dijo. 172
Una verdad a medias, no una mentira. Después de todo, no había
puesto fecha a la declaración y, sinceramente, aún no había visto a Nelle
ese día.
Kyriakos abrió la boca y una lengua roja asomó, humedeciendo sus
labios carnosos. La luz del sol que luchaba arriba brilló en un colmillo
de lobo.
―Pero estás familiarizado con el término, ¿no es así? ―Dijo
lentamente― En su propio idioma, creo, se llaman híbridos. Criaturas
extrañas y peligrosas, prohibidas por la propia Promesa. Si uno entrara
dentro de su alcance, sería su deber solemne como servidor del
Juramento informar su existencia a la autoridad más cercana. ―Apretó
una mano contra su corazón, largos dedos extendidos sobre su piel
desnuda― Como amo de esta región, es mi deber proteger a Eledria. Y,
como dije, me debes la muerte de mi perro. Una sola palabra de
información y consideraré su deuda pagada.
―No tengo ninguna deuda ―respondió Soran con firmeza. Su cabeza
le dio vueltas con un dolor sutil, y se dio cuenta de que Kyriakos había
estado haciendo un hechizo a través de sus palabras. No se dejaría
engañar por semejante truco. Con un esfuerzo de voluntad, insistió―
Viniste a mi orilla sin invitación y dejaste a tus criaturas vagar
libremente. Mis wyvernos, sintiendo una amenaza, defendieron lo que
es de ellos y de su amo. No hay deuda. De hecho, si regresa a su barco
incluso ahora, consideraré esta descortés interrupción de mi privacidad
como perdonada y no enviaré ninguna palabra a Lodírhal.
Los ojos de Kyriakos se entrecerraron levemente mientras
consideraba la validez de esta amenaza. ¿Qué posibilidades había de
que Lodírhal hubiera dejado los medios para que su prisionero se
pusiera en contacto con él en caso de invasión? El Rey de Aurelis era
ferozmente protector de todo lo que consideraba suyo. ¿Cuánto valor le
dio a un solo prisionero mortal que cumplía una sentencia de maldición?
Ciertamente no mucho, pero… ¿Cuánto estaba dispuesto a arriesgar
Kyriakos?
173
Soran esperó tensamente expectante, viendo estas preguntas jugar a
través de los severos rasgos del fae. Las figuras sombrías que estaban
detrás del señor se movieron sobre sus pies, respondiendo quizás a la
tensión en el espíritu de su maestro. Una sola palabra, un solo
pensamiento de él los pondría en movimiento.
Uno de los skullars gruñó. Otro ladró y dio un paso a toda velocidad.
― ¡Zivath! ―Kyriakos gruñó y el corazón de Soran se detuvo. Luego,
con un suspiro entrecortado, se dio cuenta de que el fae había emitido
una orden de retirada.
Los skullars retrocedieron con el pelo erizado y las espinas huesudas
erizadas. Aunque cada paso era reacio, dieron media vuelta, uno tras
otro, y treparon por la pasarela hasta la cubierta del primer barco. El
arrastrado de pies de los sirvientes sombríos se detuvo y, a otra orden
brusca de su amo, subieron al bote y se prepararon para partir una vez
más.
Kyriakos permaneció donde estaba por unos momentos, sosteniendo
la mirada de Soran. Sus ojos ardían de frustración, pero no de derrota―
Muy bien, mortal ―dijo al fin― No diremos más sobre eso por ahora.
Pero si me llega otro informe de magia Ibrildiana antes de que te hayas
ido del territorio de Ninthalor, no dudaré en proteger a mi gente y mi
reino.
Soran asintió una vez, lentamente.
Con un último destello de un afilado colmillo blanco, el señor fae se
dio la vuelta. Sus ropas plateadas ondeaban detrás de él cuando regresó
a la pasarela y se dirigió a la cubierta de su barco. Tomó posición en la
proa, mirando a Soran mientras sus sirvientes subían por la pasarela y
los últimos seres de sombras que quedaban arrastraban el bote hacia
aguas más profundas, luego trepaban como monos extrañamente
articulados por cuerdas colgando hasta la cubierta.
Soran se cuidó de no bajar la mirada, de no cambiar de postura hasta
que los tres botes giraran y se alejaran, hasta que Kyriakos finalmente se
perdió de vista. Incluso entonces se quedó de pie durante algún tiempo, 174
mirando las velas negras hasta que desaparecieron más allá de la línea
de la oscuridad en el Reino de la Noche.

― ¿Qué están diciendo? ¿Puedes oír?


Nelle se sobresaltó al oír la voz de Sam tan cerca de su oído. No se
había dado cuenta de que él se había deslizado alrededor del bote y
estaba detrás de ella para mirar por encima del hombro.
― ¡Cállate! ―gruñó ella. Por una vez en su vida, Sam no discutió ni
hizo una broma sobre la situación. Eso solo fue suficiente para decirle
que el peligro aún no había pasado, ni mucho menos. Él permaneció
cerca de su espalda, una presencia sólida y cálida. Tuvo que evitar que
su cuerpo tembloroso se recostara contra él en busca de consuelo. Sam
no podía ofrecer ningún consuelo real, después de todo. Estaba
indefenso aquí en Roseward. Dependía de ella protegerlo, protegerlos a
ambos.
Pero ¿qué pasaba con Soran?
Observó al mago mientras se paraba frente a ese alto señor fae. El
viento era demasiado fuerte para que ella pudiera discernir más de una
palabra o dos aquí y allá.
Escuchó a Soran pronunciar el nombre Lodírhal y vio cómo el señor de
los faes reaccionaba a ese nombre. Su porte agresivo cambió casi
imperceptiblemente a una postura defensiva. Esto le dio esperanza a
Nelle. Soran no era superado por completo por este poderoso ser. Vio
que el fae indicaba los restos ensangrentados del perro-esqueleto, y
parecía estar haciendo demandas de algún tipo. Pero Soran no se echó
atrás.
¿Por qué habían venido los faes a Roseward de todos modos? ¿Mera 175
curiosidad? ¿O habían escuchado el rumor del Libro de las Rosas y el
hechizo Noswraith contenido en él? No, no puede ser eso. La magia de
Noswraith era magia mortal, que ningún fae podía crear ni controlar.
Quizás simplemente vinieron para asegurarse de que Roseward no
representara una amenaza para él y los suyos. Si ese era el caso, los
wyvernos no habían ayudado a su causa.
Nelle hizo una mueca, pero lanzó una mirada agradecida al cielo
donde los wyvernos daban vueltas en patrones amenazantes. Les debía
la vida. Otra vez.
Ese perro-esqueleto sin duda la habría hecho pedazos a ella y a Sam.
Ante ese pensamiento, sintió casi inconscientemente el libro de
hechizos dentro de su bolso. ¿Sería prudente seguir adelante y crear un
hechizo ahora, mientras el fae estaba distraído? Aquellos seres sombríos
que acechaban en los bajos y a lo largo de las cubiertas parecían listos
para una pelea. Silveri estaba desarmado. Sería aplastado en unos
momentos, asesinado ante sus ojos.
La mandíbula de Nelle se endureció. No podía permitir que eso
sucediera. No podía simplemente temblar de terror y dejar que él se
enfrentara a esos monstruos solo. Apartó la solapa del maletín y empezó
a sacar el libro de hechizos.
De repente, el señor fae ladró una palabra extraña―: ¡Zivath!
El corazón de Nelle dio un vuelco, segura de que había pedido un
ataque. Pero no… primero los perros-esqueleto, luego los seres sombríos
se retiraron por la pasarela. El señor de los faes se mantuvo firme unos
momentos más antes de volverse y marchar de regreso a su nave.
― ¡Siete dioses! ―Sam respiró. Su mano se cerró sobre el hombro de
Nelle, temblando con fuerza― Se van. ¡Realmente se van!
Nelle le devolvió la mirada― ¿Ha pasado el peligro?
Sam hizo una mueca y apretó los dientes, indeciso
176
momentáneamente. Luego asintió― No estamos… no estamos
exactamente a salvo. Pero no estamos en peligro inmediato.
Nelle exhaló un suspiro de alivio y volvió a mirar hacia afuera,
mirando cómo los botes se alejaban de la orilla. Su corazón, que había
estado acelerado salvajemente desde el momento en que puso los ojos
en aquellas miserables velas, se calmó un poco, hundiéndose desde su
garganta hacia su pecho donde pertenecía.
Si Dios quiere, el fae se había ido para siempre. Él y todas sus horribles
cosas perrunas.
De repente, consciente de lo fría que estaba, Nelle volvió a guardar el
libro de hechizos en la cartera y se abrazó el cuerpo. Más que nada
quería salir de esta miserable cueva húmeda.
Pero el mago Silveri siguió allí de pie, aparentemente insensible al
viento helado, mirando los barcos navegar de regreso a través del canal
hacia la orilla oscura. El sol naciente brillaba en su cabeza, haciendo que
su cabello pareciera más blanco que nunca, pero Nelle no pudo
vislumbrar su expresión desde su posición actual.
― ¿Quién es ese? ―Sam preguntó después de un rato. Se movía y
pateaba con inquietud, sus botas chapoteaban en el agua poco profunda
del suelo de la cueva― ¿Es el tipo maldito? ¿El loco Miphato que todos
dicen que vive aquí?
Nelle gruñó, sintiéndose extrañamente reacia a decir nada más. Se
suponía que Sam no debía ser parte de su misión ni de sus tratos con el
mago Silveri.
Su pregunta, aunque perfectamente natural, se sintió intrusiva.
Además, Soran no estaba loco. Taciturno, sí. Temperamental, sin
duda.
Pero no loco. Al menos, no particularmente.
―Ciertamente envió a esos siniestros tipos a empacar, ¿no? ―Sam
continuó― Debe ser un mago poderoso, eso es todo lo que tengo que
177
decir.
―Sí ―siseó Nelle― Y él te enviará a empacar con la misma rapidez,
así que si no quieres volver a remar hacia eso― agitó una mano para
indicar el agua en la sombra del Mar del Interior ―cerrarás la boca.
Sam la complació y se calló. Él también continuó agarrándose a su
hombro, sus dedos pellizcando más fuerte de lo que le gustaba. Pero
tenía tanto frío que le faltaba la voluntad de ignorarlo.
Permanecieron en esa actitud hasta que, por fin, Soran se apartó del
mar y caminó hacia el sendero del acantilado que conducía al faro.
― ¡Cielos!, pensé que nunca se iría! ―Nelle respiró y se hundió contra
la pared de la cueva, fuera del alcance de Sam. Se pasó las manos por la
cara y luego se echó hacia atrás unos mechones de pelo sueltos sobre los
hombros― Tenemos que esperar un poco. La isla no es tan grande y no
quiero encontrarme con él mientras avanzamos.
― ¿A medida que avanzamos a dónde? ―Preguntó Sam― Espero
que tengas en mente un lugar con un fuego. Y tal vez algo pequeño que
llene el estómago vacío.
Nelle miró su rostro por la luz que entraba por la boca de la cueva.
Su tono era más fácil de lo que había sido, pero los círculos huecos en
sus ojos angustiados aún estaban profundos. Estaban muy juntos, el bote
volcado ocupaba la mayor parte del estrecho espacio, y Nelle sintió la
repentina necesidad de envolverlo con sus brazos protectores como si
fuera un niño. Era una sensación extraña y una con la que rápidamente
luchó.
Miró alrededor de la cueva, deseando atreverse a dejar a Sam aquí por
el momento. No sería tan difícil ir a buscar comida y tal vez un par de
mantas de Dornrise, convertirlo en una especie de campamento.
Pero, ¿y si Roseward permanecía cerca de las costas de Noxaur
durante días y días? Sam no podía quedarse aquí, expuesto a esa
oscuridad. Tenía que llevarlo a algún lugar donde pudiera refugiarse 178
hasta que regresaran a aguas seguras.
Tendría que llevarlo a Dornrise.

En cada paso frío y tembloroso de su viaje por la isla, Nelle esperaba


encontrarse con el mago Silveri. Estaba tan nerviosa ante la perspectiva
de reunirse con él como lo estaría de encontrarse con otros arpínes
masacradores o incluso con el oscuro señor de los faes de la playa.
El momento más aterrador era llegar a la cima del sendero del
acantilado, donde sabía que estaban a la vista de las ventanas de la torre.
Si Soran estaba allí, un vistazo casual sería su perdición.
―Vamos ―instó Nelle, agarrando la mano de Sam. Jadeó por el
esfuerzo de la escalada y no se movió tan rápido como ella también lo
deseaba. ¿Dónde estaba el Sam ágil e ilimitadamente enérgico de los
viejos tiempos? Su viaje a través del Mar del Interior lo había agotado.
No se atrevió a tomar el camino del acantilado que solía usar cuando
viajaba hacia y desde la gran casa. En cambio, cortó en el mismo bosque
de pinos donde Soran había buscado refugio de las arpínes el día
anterior. En el momento en que estuvieron bajo las ramas protectoras,
Nelle respiró con más facilidad. Quizás lo lograrían después de todo.
Roseward no era lo suficientemente grande como para preocuparse
por perderse. Ni Nelle ni Sam, niños de Wimborne nacidos y criados, se
sentían cómodos en los bosques, pero ambos eran ladrones por
entrenamiento y sabían cómo moverse en silencio cuando era necesario.
Sólo una vez Nelle se detuvo en seco, con el corazón en la garganta.
Ella apretó su agarre en la mano de Sam mientras sus oídos se
esforzaban, escuchando nuevamente el sonido que había escuchado a
medias―: ¿Señorita Beck? Señorita Beck, ¿puede oírme? 179
Sintió los ojos de Sam en ella y levantó la vista rápidamente para
encontrarse con su mirada. Arqueó una ceja― ¿Ese es el Miphato?
―susurró él.
Ella asintió.
―Él suena… preocupado.
No se le ocurrió nada que decir, así que asintió de nuevo. Luego―
¡Vamos! ―le instó, y tiró de su mano.
El sonido de la voz del mago se desvaneció; se estaba alejando de su
posición actual, lejos de Dornrise. Sam estaba callado ahora, pero no
sería capaz de contener su lengua por siempre.
Efectivamente―: Entonces, ¿exactamente qué tan amigables se han
vuelto ustedes dos durante estos últimos dos años?
Nelle puso los ojos en blanco y lo arrastró hacia adelante― No han
pasado dos años. No para mí. Solo un poco más de una semana. Y Silveri
no es un mal tipo, en realidad.
Sam resopló― Un gran elogio, viniendo de ti. No pude verlo bien en
la playa. ¿Es guapo?
―No ―respondió Nelle, tal vez un poco demasiado rápido. Ella se
apresuró a agregar ―Está maldito, ¿sabes? Y con cicatrices muy malas.
No es un espectáculo agradable.
―También debe de ser viejo ―reflexionó Sam, apretando ligeramente
los dedos alrededor de los de ella― Esta isla ha estado encantada
durante veinte años si recuerdo bien las historias. Tiene que ser anciano.
Todo ese pelo blanco…
Nelle se mordió la lengua para no señalar lo obvio: ¿no acababan de
reconocer que dos años para Sam no habían sido ni siquiera dos semanas
para ella? Soran Silveri había vivido en Roseward durante mucho
tiempo, pero ¿qué significaba eso? Había envejecido, sí, y había 180
cambiado. Pero él no era viejo. Ni por asomo. Tampoco podía fingir que
era exactamente joven. Más tipo… eterno.
Cuando estuvieron a la vista de Dornrise, Nelle, empujó a través de
una cortina de ramas bajas, exhaló un suspiro de alivio.
Sam silbó suavemente detrás de ella― Si ese enorme lugar no está
embrujado, yo soy un boggart ―dijo.
―Está encantada ―respondió Nelle― Solo que no por fantasmas.
¡Date prisa!
―Espera. ¡Nelle! ―Sam dejó que lo jalara, pero sus pies se arrastraron
mientras se apresuraban por el espacio abierto hacia las puertas
derruidas― Si está embrujado, ¿por qué me llevas allí? Fantasmas o no
fantasmas, no hago cacerías. La idea me da escalofríos.
―Usa tu bendición fae ―dijo Nelle, avanzando con dificultad― ¿Te
parece peligroso?
―Bien…― Sam se quedó en silencio por un momento antes de
admitir finalmente― Bueno, está bien. Se siente lo suficientemente
segura.
―Es segura. Es suficiente. Al menos hasta la puesta del sol.
Ella lo apresuró por el camino, dolorosamente consciente de lo
expuestos que estaban por todos lados. Si Soran hubiera regresado por
este camino, podría verlos en cualquier momento incluso desde una
buena distancia.
Pero llegaron al refugio de las zarzas cubiertas de maleza sin
impedimentos, y Nelle se apresuró por el estrecho sendero que
atravesaba la maraña de la puerta de la cocina.
―Me alegro de que sepas a dónde vas ―murmuró Sam― ¡Es como
una maldita pesadilla por aquí!
Su elección de palabras envió un escalofrío por su espalda. Nelle lo
miró antes de dejar caer su mano y empujar la puerta de la cocina para
abrirla. Entró en el espacio en sombras e hizo una seña a Sam para que 181
la siguiera. Mientras ella cerraba la puerta, él se quedó mirando
alrededor de la cavernosa cocina.
―Con corrientes de aire, ¿no? ―dijo, tirando de los pliegues de su
capa de terciopelo alrededor de sus hombros.
―Hay leña y combustible en abundancia― Nelle lo empujó hacia uno
de los grandes hornos. ―Ve a encenderlo. Encontraré comida.
Sam lucía como si quisiera protestar, pero su bendición fae debe haber
continuado tranquilizándolo, así que asintió e hizo lo que le dijeron.
Nelle se apresuró a ir a la despensa, contenta unos momentos consigo
misma, por breves que fueran.
Necesitaba una excusa, algo que pudiera decirle a Soran para explicar
su ausencia del faro toda la mañana. La despensa tenía más sentido.
Ella podría decirle que había querido abastecerse de sus suministros
mientras se atrincheraban en el faro durante los próximos días. Era una
excusa débil, lo sabía. Él la consideraría una tonta, saliendo corriendo y
arriesgándose a otro encuentro con arpínes por su cuenta, pero… bueno,
él no pensaba que ella fuera la más brillante, ¿verdad? Podía hacerla
pasar por desconsideración, encogerse de hombros y pestañear. Si
interpretaba bien el papel, no haría demasiadas preguntas. Eso
esperaba.
No había traído nada para llevar comida, pero metió lo que pudo en
su cartera junto con el libro y la pluma. Como siempre, había una hogaza
de pan recién hecha en el granero, pero se la llevó a Sam, junto con
algunas salchichas y un puñado de dátiles.
Para cuando salió de la despensa, Sam había logrado encender un
pequeño fuego. Él le sonrió mientras se acercaba,
―Te ves un poco fantasmal con esta luz ―dijo. Luego sus ojos se
fijaron en el pan que tenía en la mano.
―Toma. ―Ella se lo arrojó―No está maldito ni nada. Come.
No necesitaba más insistencia. Mientras él rasgaba el pan, ella 182
encendió su fuego e hizo un lugar plano entre las brasas. Luego buscó
una cacerola y puso las salchichas a cocinar, pasándole a Sam los dátiles
para mantenerlo ocupado hasta que estuvieran listas.
Sólo después de haber dado la vuelta a las salchichas se detuvo a
pensar en el humo que subía por la chimenea del horno. ¿Soran lo vería
desde la torre?
―No se puede mantener este fuego encendido todo el día ―dijo,
hablando por encima del hombro― Pero puedes quedarte aquí hasta la
puesta del sol.
― ¿Y te quedarás conmigo? ―Sam preguntó con la boca llena. Estaba
sentado en el suelo cerca del fuego, con una mano llena de dátiles y la
otra todavía agarrando el extremo del pan. ― ¡Boggarts!, Nelle, no
querrás dejarme solo en esta vieja tumba, ¿verdad?
Ella le lanzó una mirada rápida. Usando un pliegue de su falda para
protegerse la mano, sacó la sartén del fuego. Después de dejar las
salchichas a un lado para que se enfriaran, comenzó a apagar el fuego―
No puedo quedarme. Seguirá buscando hasta que me encuentre, ya
sabes. Podría estar de camino aquí incluso ahora.
El rostro de Sam se endureció. Dejó el pan sobre sus rodillas y le
dirigió una mirada penetrante.
― ¿No me dijiste una vez que no perteneces a nadie? ―Una ceja se
deslizó por su frente― Me parece que le perteneces a este Miphato.
―Él no es así ―espetó Nelle, mirándolo― Él no es Cloven o Gaspar,
él solo… Estará preocupado. Viste esos monstruos en la playa esta
mañana. Roseward no está a salvo en este momento.
― ¿Es seguro alguna vez? ―Sam se inclinó hacia ella. Dejó a un lado
lo último del pan y alargó la mano como para tomarle la mano de
nuevo― Quiero ayudarte, Ginger. Arriesgué todo para llegar aquí, para
traerte el mensaje del mago Gaspard. Y quiero ayudar. Cuando sea 183
seguro viajar de nuevo, vendrás conmigo. Conseguiremos lo que sea por
lo que te hayan enviado. Entre los dos podemos manejar a un mago,
estoy seguro. Y luego nosotros…
Nelle se puso de pie y se apartó rápidamente de él― Me gustaría
recuperar mi capa, Sam.
Él la miró boquiabierto. Luego, cerrando la mandíbula con un
chasquido, movió el broche de su cuello, se quitó los pliegues de
terciopelo de alrededor de sus hombros y se los pasó. Él comenzó a
temblar casi de inmediato, pero por el momento a ella no le importó.
―Siéntete libre de deambular ―dijo mientras se ponía la capa―
Busca una manta o algo. Descansa un poco. Tengo que volver al faro
ahora, pero volveré antes de la puesta del sol.
― ¿Y si no lo haces? ―Preguntó Sam, arqueando una ceja.
Nelle respiró hondo― Si no puedo llegar aquí a tiempo, tienes que
salir tú mismo. Baja al puerto, lo verás desde el borde del acantilado.
Allí hay un montón de edificios antiguos. Lleva contigo cualquier
alimento que puedas encontrar, mantas y demás. Y… y trata de no ir a
dormir.
Él frunció el ceño hacia ella, pálido y tenso en la penumbra que se
abría paso a través de las ventanas de la cocina ahogadas por la brisa.
Luego se puso de pie y le tendió la mano. Su rostro era tan diferente al
viejo Sam que había conocido una vez, que le retorció el corazón al verlo.
―No te vayas ―dijo― Quédate conmigo. Por favor.
Pero ella negó con la cabeza― Tengo que. Es la única forma.
Antes de que pudiera agarrarla, antes de que pudiera pronunciar otra
palabra de protesta, ella agarró su bolso de la mesa de trabajo más
cercana donde lo había dejado y se apresuró hacia la puerta. Se metió en
la maraña de zarzas, cerró la puerta con fuerza detrás de ella y rezó a los
siete dioses para que Sam tuviera el buen sentido de escucharla, solo por 184
esta vez.
15

C
uando Soran vio esa salvaje melena roja en la distancia, el
corazón le dio un vuelco en el pecho. Había caminado casi
todo el camino alrededor de la isla y estaba medio convencido
de que Kyriakos había encontrado a la muchacha y se la había llevado
mientras cazaba infructuosamente por todas partes.
Pero no. No, allí estaba ella, acercándose a él por el sendero del
acantilado con la capucha de su capa de piel hacia atrás y el cabello
ondeando detrás de ella. ¿Era una ilusión? ¿Era un sueño conjurado por 185
La Doncella de Espinas o su propia mente medio loca?
― ¡Señorita Beck! ―gritó.
Ella levantó la mirada, que había estado fija en sus propios pies, y le
ofreció un saludo y una sonrisa. Era tan incongruente, tan ridículo que
solo podía ser real. Seguramente no podría soñar con algo así.
Reprimiendo maldiciones que eran más como oraciones de gratitud,
corrió hacia ella por el camino. No se había detenido a ponerse la túnica
antes de salir del faro, y el viento azotaba la fina tela de su camisa.
Apenas lo sintió. Un cálido rubor de alivio mezclado con miedo e ira lo
calentó desde lo más profundo.
Corrió a través del tramo de tierra entre ellos, y tan pronto como
estuvo lo suficientemente cerca para ver sus rasgos con claridad, ladró:
― ¿Qué crees que estás haciendo?
―Bueno, buenos días a ti también ―respondió ella con una
inclinación de cabeza y encogió un hombro, señalando su cartera―
¿Qué parece que estoy haciendo? Acabo de subir a la gran casa y… ¡Oye!
¿Qué es esto?
Él la había agarrado del brazo, con más fuerza de lo que pretendía en
su prisa, y la había arrastrado fuera del camino hasta el refugio de los
árboles― ¿Has perdido los sentidos? ―gruñó― ¿No viste a Noxaur en
nuestro horizonte? ¿No te diste cuenta de a dónde hemos venido?
―Sí, lo vi ―respondió la muchacha, torciendo su brazo en un vano
intento de escapar de su agarre― Yo lo vi. Por supuesto que lo vi. Y
pensé que probablemente nos encerrarías en el interior durante los
próximos días, y sabía que nos estábamos quedando sin té. No sé tú,
pero no quiero quedarme atrapada en esa habitación con tu pequeño
wyverno maloliente durante días y días sin una bebida adecuada para
tomar. Así que pensé en recoger.
―Fue una tontería. ¡Qué tonta, señorita Beck! ―Soran miró por
encima del hombro hacia la cima del acantilado abierto. ¿Quién podría 186
decir si Kyriakos tenía espías en el agua incluso ahora? Espías que le
informaban sobre una muchacha mortal pelirroja que caminaba a la
vista.
―Mantuve un ojo alerta ―murmuró, sin protestar más mientras él la
arrastraba rápidamente a través de los árboles― No vi señales de
arpínes ni de ninguna otra bestia.
Soran gruñó sin decir palabra. El faro ya no estaba lejos. Una vez que
estuviera detrás de esas puertas, las protecciones deberían ser
suficientes para bloquear cualquier rastro de ella. Duplicó el paso,
obligándola a correr para seguirle el ritmo.
Ella maldijo y gruñó a cada paso del camino, pero él apenas la
escuchó. Todo lo que importaba era llevarla a través de esa puerta; todo
lo que importaba era mantenerla a salvo.
Todo lo que importaba era protegerla durante los siguientes dos o tres
días. Luego la enviaría a casa. Como debería haber hecho hace mucho
tiempo. La enviaría a casa, de regreso a su propio mundo y seguridad.
Y nunca pensaría en ella otra vez.
Una sombra tan oscura como el inminente paisaje de Noxaur pareció
sofocar su corazón. Negando con la cabeza, Soran los apresuró a salir de
los árboles y cruzar el último tramo abierto hasta la puerta del faro. En
cuestión de momentos, estaban a salvo dentro, la muchacha de pie
detrás de él en el medio de la habitación, jadeando con fuerza después
de su carrera, mientras él cerraba la puerta y aseguraba las cerraduras.
Luego se volvió hacia la muchacha y la encontró mirándolo con furia.
―Te haré saber, no aprecio que me maltraten ―gruñó― No soy un
saco de harina para cargar.
Con la boca demasiado seca para hablar correctamente, Soran
simplemente agachó la cabeza.
Cuando intentó pasar junto a ella, dirigiéndose al armario, ella lo 187
agarró del brazo y tiró con fuerza. Podría ser pequeña, pero había más
fuerza en su agarre de lo que esperaba. Él se giró y la miró, sorprendido
por la ferocidad de su rostro.
―Lo digo en serio ―dijo― No te quedes en silencio, melancólico y
malditamente protector sobre mí. ¡Dime qué está pasando! ¿Qué tiene
esta mosca en tu hocico? Dime, o por todos los boggarts y fanfarronadas,
¡saldré por esa puerta de nuevo y lo descubriré por mí misma!
Soran tragó saliva, los músculos de su garganta se contrajeron. Ella
quiso decir lo que dijo. La verdad brilló ferozmente en sus ojos. ¿Y qué
podía hacer él para detenerla? ¿Lanzarla sobre su hombro y llevarla
adentro de nuevo? ¿Atarle de pies y manos y amordazarla como a una
prisionera?
Sus dedos temblaron sobre su brazo. Podía sentir la tensión
reverberando a través de su cuerpo. Su mirada se hundió en esa pequeña
mano que descansaba en su antebrazo, tan enérgica y al mismo tiempo
tan pequeña. Ella era valiente― ¡Dioses de arriba, él sabía que ella era
valiente! ―y ciertamente era fuerte.
¿Pero lo suficientemente fuerte para enfrentar a Kyriakos?
―Tuvimos visitas esta mañana ―dijo lentamente, levantando la
mirada de su mano para concentrarla en sus ojos de nuevo.
Su expresión era dura, ilegible. No pudo medir su reacción.
―Bien ―dijo lentamente― Visitantes. ¿Más arpínes?
Soran negó con la cabeza― La tierra que ves más allá de nuestra costa
pertenece a un señor del reino Noxaur. Un Kyriakos de Ninthalor.
Nelle lo soltó abruptamente y envolvió sus brazos alrededor de su
cintura― Un fae, eh. ―Su voz era lo suficientemente ronca como para
ocultar el leve temblor― ¿Que quería él?
Soran vaciló, sus manos se cerraron lentamente en puños. Pero no
podía ocultárselo. Ella quería la verdad y él debía dársela.
―A ti, señorita Beck. Vino a Roseward buscándote.
188
Todo el color desapareció de su rostro. Ella parpadeó hacia él,
sorpresa verdadera se registró en su rostro, seguida de un destello de
verdadero miedo. Le dolía verlo, pero al mismo tiempo era bueno.
Necesitaba tener miedo. Necesitaba darse cuenta de lo que estaba
pasando.
Pero no podía contárselo todo. No sobre su sangre híbrida. No si iba
a enviarla de regreso a Wimborne dentro de unos días. Si no era
consciente, lo más probable era que pudiera esconderse y mezclarse con
la humanidad como lo había hecho antes de llegar a Roseward.
No, no podía contarle todo. Pero lo suficiente. Le diría lo suficiente.
―Kyriakos es conocido en Eledria por sus gustos peculiares ―dijo
Soran lentamente― Él es un… coleccionista, en cierto modo. Se dice que
dentro de los muros de Ninthalor que ha acumulado un harén formado
por mujeres de todas las razas diferentes de los reinos. Náyades y ninfas.
Faunas y centauri. Incluso goblins, trolls y otras criaturas más extrañas.
Las toma como suyas… sus esposas.
Sabía lo que iba a decir a continuación. Pudo ver un destello de
comprensión en sus ojos muy abiertos. Pero ella quería la verdad, así
que él se la daría.
Él la miró a los ojos con gravedad, negándose a apartar la mirada―
Las mortales son sus favoritas.
Ella asintió. Sus pestañas parpadearon, pero obstinadamente sostuvo
su mirada.
―Después de la firma de la Promesa ―continuó Soran― el rey de
Noxaur ordenó a Kyriakos que entregara a las mortales de su colección.
Él se negó. El conflicto resultante costó muchas vidas, incluidas las de
las esposas mortales de Kyriakos y todos sus hijos.
Todos sus hijos ibrildianos, poderosos usuarios de magia híbrida, a
quienes había convertido en una fuerza de combate letal. Había
requerido todo el poder de los cinco reyes y reinas de Eledria para 189
derribarlos. Pero Soran se los guardó para sí mismo.
―Desde entonces, Kyriakos ha estado atado a sus tierras por
maldición, donde permanecerá hasta que su rey considere oportuno
perdonarlo. Pero dentro de su territorio gobierna sin oposición, un
soberano por derecho propio.
La boca de Nelle se abrió, sus labios se separaron suavemente.
Después de algunos momentos de silencio, se las arregló para soltar un:
―Oh― Dejando caer la mirada, miró a su alrededor, parpadeando con
fuerza― Oh ―dijo de nuevo y se tambaleó hacia la mesa, sacó una silla
y se hundió en ella. Sus hombros se encorvaron, los pliegues de su capa
caían pesadamente como pesos de plomo. Apoyó un codo en la mesa y
hundió la cabeza en su mano.
Soran se acercó. Quería acercarse a ella, tomar su mano.
En cambio, plantó un puño sobre la mesa y se apoyó pesadamente
contra ella― Por favor, perdóname, señorita Beck. ―Su voz estaba ronca
por la emoción que no pudo reprimir por completo― Nunca debí
dejarte quedarte aquí.
― ¿Vas a cerrar tu gran boca agitada? ―Gruñó y lo miró por encima
de los dedos― Yo fui la que insistió en quedarse, ¿recuerdas? Y tampoco
lo lamento, así que no te disculpes conmigo ahora. Solo dime qué
tenemos que hacer para evitar que este, Kyr, Kyria, este tipo fae regrese.
Soran parpadeó y se retiró de la mesa. No debería sorprenderse.
¿De verdad esperaba que la muchacha se derrumbara en lágrimas y
terror? Él todavía tenía que verla de otra manera que feroz ante el
peligro.
Pero esa misma ferocidad podría meterla en problemas.
Sin una palabra, se volvió y se acercó al armario. Abriendo las puertas,
se arrodilló y rebuscó en el interior entre los libros de hechizos,
buscando un volumen en particular que debería contener el trabajo que 190
necesitaba. Sintió la mirada de la muchacha en su espalda mientras se
agachaba sobre sus talones y hojeaba un librito verde, escaneando los
hechizos que contenía.
― ¿Qué es eso? ―exigió.
Él le lanzó una mirada rápida y siguió pasando páginas― Una
precaución, señorita Beck.
― ¿Qué tipo de precaución?
Él no respondió. En medio del libro se detuvo y estudió un hechizo
más de cerca. Luego, con un movimiento de cabeza, se puso de pie, cerró
el armario y cruzó la habitación hasta la puerta principal.
Como si leyera su intención, Nelle se puso en pie de un salto― ¿Qué
estás haciendo? ―gruñó ella.
Volvió a abrir el libro, levantó el hechizo al nivel de los ojos y comenzó
a leerlo lentamente. Pero antes de que hubiera conseguido tres líneas, la
muchacha cruzó la habitación, lo agarró del brazo y tiró de su
concentración. Los débiles rastros del hechizo, que apenas comenzaban
a cobrar vida, flaquearon.
Soran maldijo y miró a la muchacha con el ceño fruncido, quien se
encontró con su mirada sin inmutarse.
― ¿Eso es un candado? ―dijo con los dientes apretados― ¿Me estás
encerrando?
―Me aseguro de que el faro esté protegido contra una posible
invasión.
Sus dedos se clavaron en su brazo― Tienes cerraduras y hechizos y
encantamientos recorriendo todo este lugar. Puedo sentirlos, sabes.
Todos son tan fuertes ahora como siempre. No necesitas más candados.
―Creo que tal vez sí.
191
Su boca se arrugó en un nudo apretado, como si luchara contra la
cadena de palabras viciosas que brotaban de su lengua. Respiró hondo
y soltó el aire lentamente, con las fosas nasales dilatadas.
Cuando por fin habló, su voz era baja― No puedes hacer esto. No
puedes hacerme tu prisionera.
Sus palabras fueron como un golpe en el estómago. Soran casi se
tambaleó― Esa…no es mi intención.
―No puedes encerrarme y llamarlo protección ―insistió― No
puedes.
El fuego pareció iluminar sus ojos pálidos, lo suficientemente caliente
como para quemarlo― No te pertenezco.
El poquito de magia estalló. La mano de Soran tembló. El hechizo en
sí estaba comprometido, pero si recurría a él ahora, podría ser capaz de
salvarlo. Después de todo, era solo una cerradura temporal. Solo hasta
que Roseward sobrepasara esa peligrosa orilla, sólo hasta que Nelle
estuviera a salvo de nuevo. Era por su propio bien.
Pero no pudo ignorar esa mirada en sus ojos.
Si la encerraba en contra de su voluntad, ¿cómo podría ser mejor que
Kyriakos?
Debía confiar en ella. Debía confiar en ella, o de lo contrario…
Soran cerró el libro de golpe y tiró de su brazo libre de su agarre. Se
volvió para mirarla de lleno, cruzando los brazos sobre el pecho― Muy
bien, señorita Beck ―dijo, su voz peligrosamente suave― Pero ten en
cuenta esto: si sales por esta puerta, lo arriesgas todo. Tu vida, tu
libertad. Todo.
Abrió la boca, pero él no esperó a escuchar lo que diría. Pasó junto a
ella, atravesó violentamente la habitación hasta la escalera y se apresuró
a subir a su habitación solitaria. Cualquier cosa para alejarse de esa
mirada acusadora.
192
Cualquier cosa para ocultarle la conciencia del peligro al que la había
conducido tan imprudentemente.

Nelle simplemente se quedó allí, con los brazos alrededor de su


cintura, tratando de evitar que su cuerpo tembloroso se rompiera. Sus
oídos se tensaron tras los pasos que se alejaban del mago hasta mucho
después de que se hubieran desvanecido. Y aún permanecía en silencio,
su mente entumecida, su corazón latiendo con fuerza.
Después de lo que le parecieron horas, pero posiblemente solo unos
minutos, susurró: ―Mierda.
¿Qué se suponía que debía hacer ahora?
Al menos no estaba encerrada. Eso era algo. Se dio la vuelta, su mano
alcanzó el pestillo de la puerta, pero se congeló antes de tocarlo.
¿Realmente iba a salir corriendo del faro otra vez con la advertencia de
Soran todavía sonando en sus oídos?
Las tomas por esposas.
Las mortales son sus favoritas.
Ella cerró los ojos. Pero eso no hizo bien. En la oscuridad detrás de sus
párpados volvió a ver esa forma poderosa que había vislumbrado en la
playa esa criatura extrañamente hermosa con su piel teñida de púrpura
y cabello medianoche. Ser tomada por un hombre así, esclavizada…
No. No, ese no sería su destino. Soran había expulsado a los faes de
Roseward, ¿no? Si se quedaba en el interior detrás de todos estos
hechizos de protección, pronto estarían a salvo de nuevo. Era solo por
un par de días.
Pero ¿qué pasa con Sam?
193
Apretó los dientes y volvió a abrir los ojos, mirando la veta de la
puerta de madera― Está a salvo por el momento ―susurró, tratando de
tranquilizarse a sí misma.
Sin embargo, llegado el atardecer…
Sacudió la cabeza y maldijo en voz baja mientras se giraba para mirar
hacia la habitación. Su mirada se posó por casualidad en el wyverno
encaramado en las vigas sobre la mesa, con su larga cola colgando y
moviéndose como una serpiente. Parpadeó con ojos grandes y balbuceó
suavemente. Ella le hizo una mueca.
―Voy a tener que esperar hasta el anochecer ―Dijo las palabras en
voz alta como para convencerse a sí misma― Tendré que esperar hasta
saber que está trabajando en el hechizo Noswraith, cuando no me estará
espiando por las ventanas. Es la única forma.
Desde que llegó a Roseward, había estado fuera del faro solo una vez
después de la puesta del sol. En su primera noche. Una noche que no
podía recordar sin estremecimientos de horror. La Doncella de Espinas
había estado a punto de atraparla en su trampa.
Nelle apretó la mandíbula. Ella no estaba tan indefensa ahora. Sabía a
lo que se enfrentaba. Y tenía sus propios poderes, por muy poco
entrenados que estuvieran. Además, mientras Soran realizaba el hechizo
vinculante, La Doncella de Espinas solo podía manifestarse en el reino
de las pesadillas, no podía llegar al mundo de la vigilia.
―Entonces, quédate despierta ―dijo― Te quedas despierta y no te
dejes engañar esta vez. Luego, una vez que encuentres a Sam, llévalo al
puerto y mantenlo despierto también.
Si permanecían juntos y mantenían la cabeza baja, podrían evitar a La
Doncella de Espinas durante toda la noche.
¿Y al día siguiente? ¿Cuándo Soran descubriera que se había
aventurado a salir del faro? ¿Cuándo empezara a hacer preguntas que
ella no pudiera responder?
Tendría que lidiar con eso cuando llegara el momento. 194
16
Fue un día largo y lúgubre.

A
lrededor del mediodía, el wyverno se arrastró desde su lugar
en las vigas y presionó a Nelle para que le diera comida.
Aunque refunfuñó durante todo el proceso, estaba
agradecida por tener algo que hacer. Cocinó una olla de avena y la
sazonó con canela hasta que el aroma llenó toda la cámara oscura.
Esperaba que el olor se elevara a la torre de arriba y atrajera a Silveri
hacia abajo. 195
Pero, aunque aguzó el oído por el sonido de sus pasos arriba, él nunca
se movió.
―Mierda ―gruñó y dejó toda la olla de avena en el suelo para el
wyverno. Cuando acercó una silla a la pared y se puso de puntillas para
mirar a través de una de las ventanas altas, no pudo ver mucho. Solo la
extensión oscura que se avecina en el horizonte.
¿Cuánto tiempo permanecería Roseward cerca del Reino de la Noche?
¿Días? ¿Semanas? ¿Horas?
Demasiado tiempo. No importa qué, demasiado tiempo.
―Mierda. ―con otro profundo suspiro, Nelle se quitó de la ventana
para sentarse en la silla, apoyando la espalda contra la fría pared de
piedra, y observó con tristeza al wyverno, que estaba trabajando duro
lamiendo la olla de cobre limpiándola con su larga lengua ágil. Al
principio, el sonido le pareció molesto. Pero a medida que seguía y
seguía, se encontró arrullada por el rítmico raspar. Su cabeza asintió, se
hundió en su pecho…
Se despertó sobresaltada, parpadeando con fuerza. ¿Cuánto tiempo
hacía que se había quedado dormida? El wyverno, hinchado por su
festín, yacía roncando en la chimenea junto al fuego casi apagado.
Parecía satisfecho, mientras que Nelle estaba helada hasta los huesos.
Se sentó con la espalda recta, torciendo el cuello hacia adelante y hacia
atrás. Luego, gimiendo, se puso de pie en la silla y volvió a mirar por la
ventana.
El aliento se le quedó atascado en la garganta.
La oscuridad se había cerrado desde la última vez que miró. La dura
costa extranjera se alzaba tan cerca que el estrecho canal no podía tener
mucho más de una milla de ancho, si acaso. La sombra del Reino de la
Noche se extendía por Roseward, oscureciendo el sol.
¿Esta oscuridad sacaría a rondar a La Doncella de Espinas antes de lo
habitual? 196
¿Aún quedaba tiempo para llegar a Sam?
Nelle saltó de la silla. Sus rodillas temblaron con tanta fuerza que casi
se doblaron debajo de ella cuando aterrizó, pero se preparó y logró
mantenerse erguida. El wyverno se despertó ante sus movimientos
repentinos y se desenrolló de su bola de sueño, levantando su cabeza
con los ojos nublados para gruñirle. Nelle no le prestó atención y se
apresuró a ir a la mesa donde había dejado su bolso para tirar
apresuradamente las pocas cosas que había sacado de la despensa de
Dornrise, el libro de hechizos vacío y su pluma. Abriendo el libro de
hechizos por la primera página disponible, levantó la pluma...
Y vaciló.
Le había prometido a Soran no hacer magia mientras estaba tan cerca
de Noxaur.
Pero escribir hechizos no era lo mismo que conjurar hechizos. Ella
podría escribir el hechizo sin llamar a la magia a la vida y tenerlo listo
en caso de que surja. ¿Qué otra cosa podía hacer? No podía aventurarse
en esa oscuridad sin un arma. No con los señores fae lascivos, los
Noswraith sedientos de sangre y quién sabe qué más acechando la isla.
Escribió rápidamente. Demasiado rápido para tener precisión. Pero
tampoco había sido precisa ayer cuando dio vida a la espada hechizada.
Su desesperación había impulsado su creatividad y el resultado había
sido muy eficaz. Estaba igual de desesperada ahora, y pensó, esperaba,
que el hechizo que tomaba forma bajo su pluma haría el truco. Soran
suspiraba y levantaba la mirada al cielo al ver sus gotas de tinta
salpicadas y letras temblorosas. Pero este no era el hechizo de Soran,
¿verdad?
Ella siguió escribiendo, ignorando sus manchas, ignorando sus
errores ortográficos. Cuanto más se sumergía en el hechizo, menos le
importaba y simplemente dejaba que su energía interior guiara la
pluma. Su visión brillaba alrededor de los bordes como si mirara hacia 197
otro mundo, un mundo extraño y brillante lleno de posibilidades. Todo
lo que tenía que hacer era meter la mano y capturar esas posibilidades
en la página. No con precisión, sino con una especie de claridad
energética. Como la pasión, como la poesía. Como la sensación de caer.
Al final de la tercera página se detuvo, respirando con dificultad,
luego se sentó y miró el desordenado garabato que acababa de crear.
Con un pequeño bufido, negó con la cabeza y se pellizcó el puente de la
nariz. Dispersas a lo largo de sus crudas oraciones había palabras
ocasionales del Araneli Antiguo, palabras que inconscientemente había
aprendido durante su trabajo con Soran. Extraño que ella las eligiera. Sin
embargo, cuando hojeó esas crudas y desastrosas oraciones, se
sorprendió al sentir un convincente sentido de la verdad. Como si el
idioma extranjero le hubiera permitido expresar sus pensamientos de
manera más completa de lo que lo haría su propio idioma.
Tal vez, después de todo, estaba aprendiendo un poco de hechicería
adecuada.
Sin embargo, nada de eso importaba tanto como el hechizo en sí.
Levantó el libro e inmediatamente sintió un cosquilleo en las yemas de
los dedos. Ciertamente había magia aquí, esperando ser liberada. Si
llegaba el momento, debería poder revivirlo. Que no…
Ella no se preocuparía por eso. Todavía no.
Nelle cerró el libro de hechizos y lo guardó junto con la pluma en su
bolso. El wyverno, mirándola desde la chimenea, soltó una carcajada
interrogativa.
― Lo sé ―dijo, haciendo una mueca a la pequeña bestia― Lo sé. Pero
no tengo elección, ¿verdad?
Cuando ensanchó su cresta y bajó la cabeza hacia atrás entre las dos
garras de sus alas, las ascuas rojas del fuego de baja intensidad se
reflejaron en sus pupilas demasiado grandes.
198
Nelle se colgó la cartera al hombro y se ajustó la capa. Echando una
última mirada al camino del wyverno, advirtió―: Ahora te quedas
callado, ¿me oyes? ―y se acercó a la puerta.
Durante la última semana se había vuelto mucho más sensible a la
magia, o al menos más consciente de lo que sentía. Ahora podía sentir
lo potentes que eran realmente los hechizos de protección en el faro. Y
cuando la oscuridad de los faes se cernió, los hechizos se intensificaron.
¿Qué le esperaba al otro lado de esa protección?
Reforzando su determinación, Nelle alcanzó el pestillo, abrió la puerta
y salió a un mundo cada vez más oscuro con un cielo extrañamente
dividido en lo alto. La oscuridad de Noxaur cubría ahora el faro, tan
profunda como el anochecer. Pero no muy lejos pudo ver la clara línea
donde la sombra aún no había llegado, donde la luz del día todavía
dominaba a Roseward.
Nelle se subió la capucha por la cabeza, cerró la puerta con firmeza y
echó a correr hacia los árboles más cercanos. En cualquier momento,
Soran podría mirar por la ventana; debe ponerse a cubierto lo antes
posible.
Una vez que ganó la seguridad de la línea de árboles, sin embargo,
comenzó a lamentar esta decisión. Bajo las densas ramas estaba
intensamente oscuro. Sus ojos siempre habían sido inusualmente
expertos en absorber cualquier luz disponible y expandirla para aclarar
su visión. Madre le había dicho que estaba bendecida por los faes de esta
manera. Ahora tropezó, se tambaleó y avanzó a tientas, casi ciega. ¿Era
así como se sentía la gente corriente después del anochecer? Nunca
había pensado en traer una luz… pero claro, no había contado con las
profundidades de esta Noche antinatural.
Por fin vio un brillo delante: ¡se había puesto al día con la luz del día!
Con un alivio inexpresable, aceleró el paso, luego casi gritó cuando la
luz brilló en sus ojos ajustados a la oscuridad. Ella solo podía quedarse
quieta y sisear maldiciones mientras esperaba que las brillantes chispas 199
detrás de sus párpados dejaran de bailar.
Pero la oscuridad se deslizó detrás de ella. Ella no podía demorarse.
Una sutil sensación de deslizamiento sintió por su espalda. Nelle miró
por encima del hombro hacia el bosque al anochecer. ¿Fueron esas
enredaderas que vio deslizándose por el suelo del bosque? No. Debía
ser su imaginación jugando con ella de nuevo.
Se concentró hacia adelante, se agarró la falda y la correa del bolso y
echó a correr.
Dornrise todavía estaba bañada por la luz del sol cuando se abrió paso
entre la maraña de zarzas. Aunque se negó a mirar atrás de nuevo, sabía
que la noche se acercaba rápidamente. Irrumpió por la puerta de la
cocina y gritó―: ¡Sam!
Algo se movió en las sombras debajo de una de las mesas. El corazón
de Nelle dio un vuelco, luego volvió a colocarse en el lugar que le
correspondía cuando escuchó la voz familiar responder―: ¿Eres tú,
Ginger?
― ¡Oh, gracias a los siete dioses que estás aquí! ―jadeó, tirando de la
puerta casi cerrada detrás de ella como para bloquear la oscuridad que
se avecinaba. La cocina era lo suficientemente lúgubre como estaba, con
solo una ventana ahogada de zarzas que permitía un único rayo de luz
solar.
Se apresuró entre las mesas de trabajo y se arrodilló junto a Sam, que
estaba envuelto en lo que parecía una cortina de terciopelo, frotándose
los ojos con la palma de una mano. Al parecer, ella lo había despertado.
Justo a tiempo.
―Levántate, Sam ―dijo, alcanzando para agarrarlo del brazo―
Tenemos que ponernos en movimiento. No hay tiempo que perder.
El rostro de Sam se rompió en un enorme bostezo― ¿Cuál es la prisa?
¿No dijiste que tenía hasta la puesta del sol? No puede haber pasado
tanto tiempo, solo me quedé dormido… 20
― ¡Usa tu sentido, idiota! Este ya no es tu mundo, ¿recuerdas? Las 0
reglas de la salida del sol y la puesta del sol no siempre se aplican.
Él ahogó su bostezo y la miró a los ojos, frunciendo el ceño. Entonces
sus ojos se abrieron solo una fracción. Su bendición fae estaba en acción:
sintió el peligro.
― ¡Levántate! ―Nelle volvió a gruñir y se puso de pie. Cuando se
volvió para mirar hacia la puerta casi cerrada, vio en el suelo el pequeño
triángulo de luz del sol que brillaba a través de la abertura.
Y lo vio desaparecer. De repente y por completo.
― ¿Nelle? ―La voz de Sam tembló en la oscuridad a su lado.
Tenían que salir. Ahora. O quedarían atrapados en la trampa de
Doncella de Espinas.
Sin decir una palabra a Sam, Nelle saltó hacia la puerta. Su hueso de
la cadera golpeó una de las mesas de trabajo, haciéndola jadear de dolor,
pero siguió avanzando tambaleándose. Sintiendo su camino a ciegas con
los brazos extendidos, forzó cada paso, esperando agarrarse de las
ramas para envolverla en un abrazo irresistible en cualquier momento.
― ¿Nelle? ―Sam llamó de nuevo detrás de ella―Oye, Ginger, ¿estás
ahí?
Sus dedos tocaron paneles de madera y un gemido de alivio brotó de
sus labios. Tanteó rápidamente, buscando la puerta, buscando el
pestillo. Pero no pudo encontrarlo. ¡No pudo encontrarlo!
Nelle se obligó a detenerse, a tomar varias respiraciones largas
mientras se apoyaba pesadamente contra la pared. Allí estaba la puerta.
Ella sabía que estaba ahí. La había dejado abierta y no la había oído
cerrarse.
Apretando la mandíbula, pasó las manos por la pared más
lentamente, más metódicamente que antes. Encontró el pestillo. Cuando 201
intentó girarlo, no se movió.
Un movimiento deslizante le rozó el tobillo.
Nelle se tambaleó hacia la primera de las mesas de trabajo― ¿Sam?
―dijo ella en voz baja― Sam, ¿dónde estás?
Respondió un terrible silencio. No podía oír nada más que su propia
respiración.
Luego, finalmente― Está terriblemente oscuro, Nelle.
Se atragantó con un tembloroso suspiro de alivio. No estaba sola. Él
todavía estaba ahí. La Doncella de Espinas no se lo había llevado a
rastras. Si permanecían juntos, aún tenían una oportunidad.
―Sam, voy a… voy a hacer algo de magia. No grites y no me hagas
preguntas. No tengo tiempo para eso.
Otro largo silencio seguido de un dócil― Correcto.
Abriendo su bolso, Nelle sacó apresuradamente su libro de
hechizos― Boggarts ―murmuró mientras lo habría al hechizo de
espada escrito apresuradamente. ¿Cómo se suponía que iba a leerlo en
esta oscuridad? Miró a su alrededor y vio un leve indicio de luz que
provenía de uno de los grandes hornos. ¿La última llamarada del fuego
en el que había cocinado salchichas horas antes? Tendría que hacerlo.
Corriendo hacia el horno, se arrodilló y extendió el libro para que el
tenue resplandor cayera sobre sus páginas abiertas. Algo brilló en su
pulgar. Sorprendida, miró de nuevo más de cerca, luego dijo un poco―:
¡Bueno, escúpeme en el ojo!
Era el anillo. El pequeño anillo de hechizo que Soran le había hecho
hace más de una semana. Aunque era un poco grande para su pulgar,
había permanecido en su lugar, invisible en su mayor parte y
completamente discreto. Pero la magia que contenía seguía siendo
buena.
Se pellizcó los labios secos entre los dientes. ¿Debería convocar al
mago? Si La Doncella de Espinas estaba aquí, él era el único que tenía la 202
esperanza de detenerla, de contenerla.
Pero si ella lo llamaba, encontraría a Sam. Y ese sería el final. De todo.
Tenía que hacerlo ella misma.
Al presionar el libro para abrirlo, Nelle se inclinó sobre las páginas, su
visión se esforzó por distinguir las palabras. ¿Por qué, oh, por qué había
escrito tan mal? Por eso la precisión era tan importante para el arte de
un Miphato, ¡para que cuando llegara la crisis, pudiera leer su propia
obra!
Pasos se acercaron detrás de ella― ¿Nelle? ―La voz de Sam tembló.
― ¡Cállate la boca! ―Nelle espetó y comenzó a murmurar las
palabras, recordando de memoria lo que en realidad no podía ver. En
unas pocas líneas sintió que la magia funcionaba, sintió la conexión de
poder entre su espíritu y esos caracteres garabateados. La creencia, a
falta de una palabra mejor. La convicción, incluso la confianza.
La empuñadura de una espada apareció en su mano. Lo agarró con
fuerza y siguió leyendo hasta que una chispa de luz parpadeó en la hoja.
La chispa se encendió y las llamas cobraron vida.
― ¡Qué en los boggarts ardientes! ―Sam gritó.
Ignorándolo, Nelle se concentró en completar el hechizo. Las últimas
líneas eran más fáciles de leer a la luz de la hoja de fuego. Aseguró la
magia, como hacer una serie de pequeños nudos para mantenerla en su
lugar. No duraría mucho; podía sentir lo débiles que eran sus ataduras.
Pronto se desenredarían, y la espada hechizada se desintegraría en su
mano, su esencia reluciente regresaría a la quinsatra de la que provenía.
Pero tal vez duraría lo suficiente.
Nelle se levantó y se volvió hacia Sam. Mantuvo la espada baja,
tratando de no parecer demasiado intimidante. La luz de las llamas
parpadeantes bailaba a través de los rasgos de Sam, brillando en el
blanco de sus ojos redondos.
―No tengas miedo ―dijo rápidamente y le tendió la mano libre― He 203
estado estudiando magia desde que llegué.
―Sí. ―Sam asintió con la cabeza, con la mandíbula caída― Sí, así lo
deduje. Boggarts, Nelle, ¡dame una pequeña advertencia la próxima vez!
Ella estrechó su mano extendida― Vamos ―dijo― Tenemos que
encontrar una manera de salir de esta casa. Agárrate de mí, y hagas lo
que hagas, no te sueltes.
Parecía que iba a protestar. Su garganta trabajaba duro, su nuez de
Adán se balanceaba en un trago convulsivo. Luego extendió la mano,
entrelazó los dedos con los de ella y permitió que ella lo llevara
alrededor de las mesas de trabajo y se dirigiera a la escalera en la parte
trasera de la cocina.
Nelle extendió la espada ante ellos como una linterna. Justo más allá
del borde de su resplandor, pensó que vio un movimiento deslizante en
la oscuridad, pero eso pudo haber sido su imaginación. La Doncella de
Espinas no podía manifestarse en el mundo de vigilia. Soran había sido
claro al respecto. No mientras mantuviera las ataduras.
Pero, ¿por qué se sintió tan real?
Sam murmuró y maldijo detrás de ella mientras lo conducía por las
escaleras hasta el piso principal sobre las cocinas. En la puerta, Nelle se
detuvo y blandió la espada, primero en una dirección, luego en la otra,
tratando de decidir qué camino tomar. Algo al final del pasaje de la
derecha brilló y llamó su atención. Bajó la espada y miró a través de la
penumbra.
Era una luz. Una pequeña bola de fuego roja.
Una rosa en llamas.
―No ―susurró.
Los recuerdos de pesadilla llenaron su cabeza de esa primera noche
en Roseward cuando se había quedado dormida en la biblioteca de
Dornrise. Entonces también había habido rosas ardientes. Y cuando los
20
había seguido… cuando las había seguido…
4
― ¡Por este lado! ―gruñó y tiró de Sam detrás de ella, girando por el
pasillo de la izquierda― ¡Rápido!
― ¿Viste eso? ―Sam dijo, su voz extrañamente suave y soñadora―
Pensé que estaba imaginando cosas. Pero fue real, ¿no?
―No. Es solo un sueño. ―Ella le dio un tirón del brazo, girándolo
para enfrentar la forma en que corrían― ¡Mantente despierto, Sam!
Quédate conmigo.
Corrió por el pasillo hasta que de repente vio otra luz parpadeante
delante. Una ráfaga de perfume de rosas ardientes flotó a través de las
sombras, haciéndole cosquillas en la nariz. Rápida como el pensamiento,
Nelle corrió por otro pasillo, arrastrando a Sam tras ella. Continuaron
así hasta que vio otra luz y rápidamente dio otro giro para evitarla.
Este giro los condujo al magnífico vestíbulo delantero y a la escalera.
Sus zapatos resonaban huecos contra el suelo de mármol, y Nelle
levantó más alto su espada llameante, tratando de iluminar el espacio
cavernoso. La luz brilló contra un marco dorado.
A pesar de sí misma, los ojos de Nelle se sintieron atraídos por la
mirada gris pálida del retrato de ese joven. Por un impactante instante
pensó que era real, pensó que él estaba realmente vivo, realmente
presente, mirándola con una decepción tan grave. Sin embargo, pasó el
instante. La imagen a la luz del fuego se transformó en mera pintura
sobre lienzo.
Un escalofrío recorrió la espalda de Nelle. Algo andaba mal con esa
imagen. Dio varios pasos, dejando que la mano de Sam se le escapara.
Echando la cabeza hacia atrás, miró hacia arriba, sosteniendo la espada
hechizada en alto.
Un solo corte largo atravesó la lona y atravesó la garganta del joven.
A la luz del fuego, la pintura de los bordes parecía gotear como sangre.
205
― ¡Nelle!
Sorprendida, Nelle se volvió y blandió la espada. Sam estaba de pie
en el centro del vestíbulo, señalando el camino por el que habían venido.
Ella miró.
― ¡Mierda! ―gruñó ella.
El salón estaba lleno de rosas llameantes. Decenas y decenas de rosas
brotaban de enredaderas que trepaban por las paredes y se arrastraban
por el techo. Más enredaderas se deslizaron hacia el espacio abierto del
vestíbulo, alcanzando los pilares de soporte.
Nelle se apresuró a volver al lado de Sam para agarrar su mano. Dio
tres pasos hacia el otro lado del vestíbulo, pero se detuvo en seco. Ese
pasadizo también estaba lleno de rosas, sus pétalos llameantes
iluminaban brillantemente las ondulantes zarzas que se arrastraban por
el suelo.
― ¿Qué hacemos? ―Sam se atragantó.
―Por este lado. ―Nelle tiró de él hacia la escalera y corrió por el
centro hasta el rellano. Allí trató de girar a la derecha, hacia la biblioteca,
solo para ver más enredaderas y rosas derramarse sobre el borde
superior de los escalones como agua cayendo por un acantilado.
En cambio, giró a la izquierda y corrieron hacia el pasaje de arriba.
Este era el camino a las habitaciones familiares privadas. Estaba oscuro
y silencioso, sin rosas, sin sonido de deslizamiento, sin crujir de ramas.
Una puerta parcialmente abierta llamó la atención de Nelle y arrastró
a Sam a través de ella. Él saltó dentro y ella se dio la vuelta, cerrando la
puerta. Presionó la oreja contra los paneles, escuchando.
Nada. Sin deslizamiento. Sin susurros insidiosos. Nada.
Exhaló un suspiro y se volvió hacia Sam, levantando su espada de
fuego de nuevo para mirarlo. Se paró a unos pasos de ella, respirando
con dificultad. Más allá de él, solo podía ver el contorno de una gran
cama con dosel y otros indicios oscuros de muebles finos. Pero la luz de 206
su hechizo pareció golpear solo su rostro, iluminándolo con un cálido
resplandor. Mechones oscuros de cabello largo caían sobre su frente, y
la camisa prestada que usaba estaba abierta por el frente, todos los lazos
desatados, exponiendo los duros músculos de su pecho.
La vista hizo que el pulso de Nelle palpitara. Pero no con miedo.
Ella frunció el ceño. Algo andaba mal. No debería sentirse así, esta
oleada de calor por sus venas, este repentino mareo vertiginoso. Tenía
miedo, sabía que lo tenía. Miedo de la pesadilla al otro lado de la puerta,
miedo de la oscuridad que abruma a Roseward, miedo de… miedo de…
Ella no podía recordar…
La mano que sostenía la espada tembló. El hechizo se estremeció.
―Nelle ―dijo Sam. Su voz era baja, llena de emoción. Dio unos pasos
rápidos hacia ella, su mano se deslizó alrededor de su cintura― Por fin
―dijo, su rostro flotando justo encima del de ella― Por fin, por fin.
Nelle intentó hablar, intentó protestar. Pero cuando su boca bajó a la
de ella en un beso duro y doloroso, ella se estremeció y dejó caer la
espada-hechizo, que aterrizó con estrépito a sus pies. Sus brazos se
envolvieron alrededor de su cuello mientras la atraía hacia él.
El aroma de las rosas llenó su cabeza.

207
17
Ella venía.
Podía sentir el poder expansivo de ella acercándose.

S
oran estaba de pie en la ventana oeste del faro, mirando a través
de los acantilados hacia la sombra que se avecinaba. La noche se
acercaba cada vez más, muchas horas antes de lo que debería.
Con una maldición en los labios, se volvió hacia su escritorio y tomó
asiento.
208
El Libro de las Rosas yacía ante él, listo y esperando. Casi burlándose
en su perfecta quietud. Apoyó las manos en las correas que lo mantenían
cerrado, pero no abrió la funda. No. No todavía.
¿Podría sobrevivir a la batalla que se avecinaba? Una cosa era reforzar
el hechizo todas las noches. Entonces tuvo tiempo entre el amanecer y el
atardecer para recuperarse antes de que La Doncella de Espinas se
uniera para otro asalto. Pero con la Noche de Noxaur cayendo sobre
Roseward, ¿alguna vez cedería?
Trató de no dejar que su mente vagara hacia Nelle en la cámara de
abajo. No podía permitirse distraerse. Tenía que confiar en que ella haría
caso de sus advertencias. Que permanecería dentro de las protecciones
del faro.
La oscuridad trazó una línea marcada y áspera en el suelo de la
cámara de la torre.
Soran retrocedió ante la brusquedad y rápidamente negó con la
cabeza para aclarar sus pensamientos. Debía prepararse. Debía
concentrarse.
Después de poner velas listas en sus cuencos de madera, centró su
atención en el Libro de las Rosas. Con las manos temblorosas,
desabrochó las correas y abrió la funda.
La Doncella de Espinas se movió.
La sintió profundamente en su reino. La masa poderosa y retorcida de
ella respondiendo a la noche. Sintió su placer cuando ella estiró sus
muchas extremidades, probando su fuerza. Sentía la oportunidad y no
la desaprovecharía. Debía ser rápido y despiadado con su arte de
hechizos si querían tener alguna esperanza de supervivencia.
Haciendo una reverencia a su trabajo, Soran dio vida a las palabras.
Su espíritu, desatado de lo físico, conectado con la construcción física de
los personajes escritos, esas ideas plasmadas en tinta. Y en el espacio
intermedio, la magia irradiaba vida, ardiendo desde la página. 209
Pero algo andaba mal.
Sintió el error casi de inmediato, antes de que hubiera pasado incluso
la primera página del hechizo. La magia estaba ahí y tan fuerte como
siempre. Pero de alguna manera La Doncella de Espinas no estaba
reaccionando como debería.
Extendió las percepciones de su espíritu, tratando de encontrarla
nuevamente. La había sentido cerca cuando la oscuridad se cerró por
primera vez. Pero ahora que la Noche había caído en serio, no podía
sentirla. Se acercó más, buscando a través de los bosques de Roseward,
a lo largo de los bordes del acantilado, pero todavía no sintió nada.
Se acercó aún más y...
Cuando su conciencia se arrastró hasta el borde de Dornrise, la
encontró. Un nudo de poder gruñido se concentró alrededor de la vieja
casa.
― ¡Helenia! ― gritó en espíritu, tratando de llamar su atención.
Ella no respondió. Algo había captado su interés tan completamente
que no tenía atención que dedicarle a él.
Soran parpadeó, volviendo a concentrarse en el hechizo del Libro de
las Rosas que tenía delante. Las palabras brillaron con vida y poder, y la
magia brilló en el aire ante su visión. Pero no funcionó. Algo era
diferente.
Algo interfería con la magia.
¿Qué podía hacer? Sintió a La Doncella de Espinas salir arrastrándose
de su propio reino de pesadilla, arrastrándose hacia este nivel de
realidad. No del todo, sino una hebra a la vez. Si tuviera uso de sus
manos, tal vez podría encontrar una manera de atarla de nuevo, escribir
nuevas capas de complejidad en el hechizo.
Pero como él estaba...
Soran respiró hondo, sus dedos cubiertos de nilarium se curvaron en
210
puños.
―Tendré que luchar ― susurró.
Podría funcionar. Si llevaba consigo la más fuerte de sus armas de
hechizo, podría luchar contra la manifestación física de La Doncella de
Espinas y llevarla de regreso al Reino de la Pesadilla al que pertenecía.
Entonces podría completar la atadura y sostenerla. Al menos durante
unas horas.
Pero una vez que esos hechizos de armas se agotarán, eso sería todo.
Estaría indefenso la próxima vez que ella se abriera paso.
¿Qué otra opción tenía? Sabía que este día llegaría, tarde o temprano.
Pero, ¿por qué debe ser ahora? Cuando estaba en juego algo más que
su vida…
Soran siguió leyendo el Libro de las Rosas hasta que llegó al final de
la quinta página. No tenía sentido intentar terminarlo, todavía no. No
hasta que hubiera expulsado a La Doncella de Espinas de esta capa de
realidad. Detuvo temporalmente el hechizo para que la magia no se
deshiciera. Si era rápido, debería poder continuar donde lo había dejado.
Cerró el libro, lo abrochó y luego lo metió en la parte delantera de su
bata. No se atrevía a dejarlo atrás, ya que tendría que completar la
atadura en el momento en que La Doncella de Espinas se retirara.
Empujó su silla hacia atrás y se agachó ante una de las cajas escondidas
debajo del escritorio. Dentro había libros, libros hermosos,
exquisitamente encuadernados en cuero labrado, no los volúmenes de
colegial que guardaba escondidos en el armario de abajo.
Estos fueron sus mayores hechizos.
Muchos de ellos ya estaban agotados, gastados, pero quedaba un
puñado de hechizos que había estado guardando durante ese tiempo.
Cogió un volumen y rápidamente lo hojeó. Sabía qué hechizos quería.
¿Cuántas veces había revisado este escenario en su cabeza, tratando de
prepararse mentalmente para las batallas que sabía que vendrían? Con 211
mucho cuidado, rompió dos hechizos fuertes de la encuadernación.
Dobló estos y los metió en su túnica junto al Libro de las Rosas.
Luego, cubriéndose la cabeza con la capucha, Soran se levantó y se
dirigió a las escaleras.
El peso de la batalla que se avecinaba sobre su espíritu, inclinó sus
hombros mientras descendía con pasos rápidos. Ni siquiera pensó en
Nelle hasta que se acercó a la abertura del techo. Allí se detuvo por un
momento, presionó una mano contra la pared curva de la torre y
escuchó. Esperaba escuchar sonidos de la cámara de abajo, algún indicio
de su presencia.
Todo estaba en silencio.
Su corazón se aceleró. Sus fosas nasales se ensancharon.
Lanzándose por el último tramo de la escalera, Soran emergió por el
techo y miró dentro de la cámara. El wyverno estaba sentado junto a la
puerta, sus alas se desplomaban abatidas, el largo cuello enroscado
hacia atrás y los pequeños ojos brillantes fijos en el pestillo. Miró a Soran
a su alrededor y emitió un miserable alarido.
― ¡Malditos siete dioses! ― Soran bajó los últimos escalones de la
habitación.
¿Qué estaba pensando ella? ¿En qué malditamente estaba pensando?
¿No había oído nada de las advertencias que le había dado? ¿Qué podría
haberla poseído para aventurarse en esa Noche?
Algo andaba mal. No podía señalarlo con el dedo, pero tampoco
podía negarlo. Ella estaba tramando algo. Qué, exactamente, no podía
empezar a adivinar. Pero no era estúpida, lo sabía bastante bien. A veces
podía jugar a la vagabunda caprichosa, pero él había visto a través de
ese acto hacía mucho tiempo. Sabía cuán aguda era su mente. No
actuaría precipitadamente sin alguna motivación.
Estaba ahí fuera. Sola.
Mientras que La Doncella de Espinas avanzaba poco a poco hacia esta 212
realidad.
―Vuelve ― gruñó Soran mientras empujaba al wyverno lejos de la
puerta.
Se escabulló para esconderse debajo de la mesa, borboteando
miserablemente. Soran abrió la puerta y jadeó ante la explosión de pura
Noche esperando afuera. Más oscuro que la medianoche, casi
impenetrable.
Maldiciendo, volvió a cerrar la puerta y se acercó apresuradamente al
armario. Necesitaba un hechizo de visión para ayudarlo a navegar esa
oscuridad. Agarró un libro y rápidamente lo hojeó hasta que encontró el
hechizo que necesitaba, luego lo levantó y se obligó a mantener la voz
firme mientras lo leía: ― Ilrune petmenor. Mythanar presa sarlenna sior...
Al llegar al final del hechizo, cerró los ojos. Allí, detrás de sus
párpados, vio a la pesadilla superpuesta a Roseward. Estaba oscuro,
pero con un tipo de oscuridad diferente a la Noche de Noxaur. Esta era
una oscuridad fría y brillante, llena de energía y pavor. No había color,
no había vida.
Pero aquí no estaba ciego. Podría navegar por este mundo.
Manteniendo sus ojos físicos cerrados, Soran colocó el librito dentro
de su túnica junto al Libro de las Rosas y los dos hechizos de armas. El
wyverno profirió un pequeño y triste rebuzno cuando Soran se acercó a
la puerta. Deteniéndose con la mano en el pestillo, miró hacia atrás para
encontrarse con los ojos de la criatura.
―Haré lo que pueda― dijo. ―Lo prometo. La traeré de vuelta.
Luego salió y se enfrentó al mundo.
Vista a través de la ondulante visión de pesadilla, la orilla de Noxaur
parecía peligrosamente cerca. Las aguas del canal eran duras y letales.
Pero incluso con los ojos iluminados por la visión de un hechizo, Soran
no podía percibir ningún detalle en ese paisaje, ni ciudades, ni pueblos,
ni indicios de vida. No era más que oscuridad. Un reino de monstruos. 213
Monstruos como Kyriakos.
Reprimiendo una maldición, Soran corrió por el sendero del
acantilado. Los vientos fuertes perforaron su túnica, azotaron su
capucha sobre sus hombros, gruñendo a través de su cabello. Agachó la
cabeza y salió corriendo. A su alrededor, la penumbra de pesadilla del
mundo de los Noswraith hervía de malicia, pero él no estaba dentro de
ese mundo. Podía percibirlo, pero nada que habitara en su interior podía
percibirlo salvo como una sombra tenue y parpadeante. Se cuidó de no
mirar demasiado de cerca a ninguna cosa que se deslizara y se arrastrara
en los bordes de su visión, centrándose en su lugar en su destino: en
Dornrise, en lo alto de su promontorio sobre el mar.
¿Estaría Nelle allí?
Llegó a las ruinas de la gran casa y se lanzó por el camino. Las zarzas
laberínticas de las rosas cubiertas de maleza parecían estremecerse,
silbar y temblar al pasar a través de ellas, pero no hicieron ningún
movimiento contra él y no vio ningún signo activo de La Doncella de
Espinas.
Sin embargo, estaba cerca; sintió su presencia, despierta y ansiosa.
Navegó por el estrecho camino a través de las zarzas hasta la puerta
de la cocina.
Cuando probó el pestillo, no cedió. Enredaderas vivas habían crecido
alrededor del pestillo y las bisagras, cerrándolas con una fuerza como
de piedra.
Soran dio un paso atrás, estudiando las enredaderas. No podía
atravesarlos con sus propias fuerzas. Tendría que usar uno de sus
hechizos.
Metiendo la mano en la parte delantera de su túnica, sacó una de las
páginas dobladas arrancadas de su libro, la desdobló y estudió las
palabras en la extraña penumbra medio iluminada del reino de las
pesadillas. Era un encantamiento poderoso y debería ser suficiente para 214
el propósito que necesitaba.
― Dilaren vamnal ―leyó en voz baja. ― Rel arrea nomot malar.
Las palabras cobraron vida en la página, brillante, casi cegadora. Se
estremeció, pero siguió leyendo hasta el final, su mente y alma
fusionándose con las palabras escritas para atraer la magia a la realidad
física y darle forma de acuerdo a su voluntad.
Garras largas, curvas y afiladas como navajas salieron de las puntas
de sus dedos de nilarium. Casi gritó ante el repentino dolor punzante,
pero eso podría romper el hechizo antes de que se completara. Con un
esfuerzo de voluntad, siguió leyendo hasta el final, terminando el
hechizo. Debía durar, por un tiempo, debía durar.
El papel del hechizo se desmoronó y cayó al suelo en una pila de polvo
a la deriva.
De cara a la puerta, Soran se irguió. El dolor subió por sus dedos
debajo de la capa de nilarium, latiendo a lo largo de sus brazos y a través
de sus hombros y cuello para estallar en la parte posterior de su cabeza.
Pero los hechizos de transformación siempre eran dolorosos. El dolor
simplemente significaba que el hechizo estaba funcionando.
Con un gruñido, rasgó las enredaderas como si fueran telarañas. Al
principio, las zarzas sisearon y se estremecieron y trataron de
defenderse, lanzando nuevos zarcillos para reemplazar a los
desgarrados, pero pronto se retiraron bajo el asalto, deslizándose a lo
largo de la pared.
Soran volvió a agarrar el pestillo de la puerta y entró en la cocina.
Nelle yacía en un montón de faldas en medio del suelo.
El corazón le subió a la garganta y se alojó allí, incapaz de latir. Se
quedó de pie en la puerta abierta como si se hubiera convertido en
piedra, toda la vida, la voluntad y la fuerza desaparecieron de él. Luego,
con una oleada de energía, saltó hacia adelante, dejando la puerta 215
abierta detrás de él, y corrió hacia ella, colapsando sus rodillas. Él la
alcanzó, solo recordando sus garras de hechizo a tiempo para retirarse
antes de que rasgaran su suave carne.
― ¿Peronelle? ― Su voz era casi inaudible. ¿Estaba respirando? No
podía decirlo. Colocando sus manos a cada lado de ella, bajó la cabeza
hacia su pecho, escuchando el latido del corazón. Al principio no podía
sentir uno, pero…
¡Allí! ¡Allí estaba! ligero, pero presente. Todavía estaba viva.
Él retrocedió. Sus dedos se agarraron al suelo y sus garras se clavaron
en la piedra.
―Peronelle ―dijo de nuevo. ― ¿Puedes escucharme? ¡Debes
despertar!
Ella no estaba allí. Su cuerpo podría estar todavía vivo, pero ella
misma no estaba presente. Caminaba en algún lugar del mundo
Noswraith.
Pero La Doncella de Espinas aún no la había alcanzado. Una rápida
inspección de sus extremidades se lo dijo a Soran. No encontró heridas,
ni cortes. Estaba completa, al menos por el momento. Tenía que
encontrarla. Con rapidez.
Haciendo acopio de valor, Soran se levantó. Cuando se volvió hacia
la puerta, vio algo tirado en el suelo no muy lejos. Un libro. Uno que
reconoció.
―No ―suspiró. ― ¡Por favor no!
Se tambaleó por la habitación y se agachó sobre el pequeño volumen
que yacía junto a uno de los grandes hornos vacíos como si se hubiera
caído allí. Era el libro de hechizos en blanco. Cuando le dio la vuelta y
lo hojeó, vio los restos gastados de un hechizo.
Quizás no era lo que pensó. Quizás no lo había hecho, no había usado 216
tontamente su magia a pesar de todas sus advertencias.
Volvió a mirar a la muchacha que yacía a varios metros de distancia.
Probablemente no se dio cuenta de que estaba soñando, no se dio cuenta
de que había dejado atrás su cuerpo físico.
Soran se puso de pie, flexionando los dedos en forma de garra. Ya era
demasiado tarde. En el momento en que Nelle comenzó a realizar ese
hechizo, las ondas de la magia híbrida han llevado a través de la
quinsatra, golpeando los sentidos de todos aquellos en alerta para
detectar una cepa tan peculiar. Kyriakos ya estaría en camino. Incluso
ahora podría acercarse a la orilla de Roseward, viniendo a reclamar su
premio.
Pero nada de eso importaba si La Doncella de Espinas llegaba a ella
primero.
Tragando un gruñido, Soran dejó a Nelle en el suelo y se dirigió a las
escaleras.

217
18
¡Esto está mal! ¡Esto no es lo que quieres!
La voz estalló profundamente en el fondo de su mente, exigiendo
atención.
Nelle escuchó y entendió, pero…

P
ero no se atrevía a creerlo. No con los brazos de envueltos
alrededor de ella, no con sus labios presionados con avidez
contra los de ella, no con sus dedos enredados en su cabello 218
oscuro. Todo en su cuerpo respondió a su toque como fuego corriendo
a través de sus miembros. Su corazón latía salvajemente al mismo
tiempo que el de él mientras inclinaba la cara para besarlo una y otra
vez. Sus manos se movieron hacia el broche de su capa,
desabrochándola y deslizando los pliegues de terciopelo de sus
hombros para aterrizar en una pila en el suelo. Metió los dedos debajo
de su camisa suelta, explorando los duros músculos de su pecho y
abdomen.
Sam emitió un gemido y, antes de que Nelle pudiera prepararse, la
levantó en brazos. La cabeza le daba vueltas y le rodeó el cuello con los
brazos mientras él la llevaba a la cama. El mundo que los rodeaba era
todo sombras, oscuridad.
¡Esto está mal! su mente gritó de nuevo, en el fondo. ¡Esto está mal, esto
está mal! ¡Estás en peligro!
Peligro…
Su corazón dio un vuelco y trató de luchar. Pero Sam la acostó en la
cama y se subió encima de ella, el peso de su cuerpo presionándola hacia
abajo.
La besó de nuevo y sus manos se movieron, acariciando su cuerpo,
explorando la forma de su cintura, sus caderas, escalando sus faldas.
Sintió sus dedos fríos deslizarse por su rodilla, su muslo.
― ¡Sam! ―Ella jadeó y lo empujó, tratando desesperadamente de
recuperar el aliento― Sam, ¿qué estás haciendo?
―Me quieres ―suspiró. Su voz era áspera y extraña. Difícilmente
sonaba como el Sam que ella conocía. Y su rostro, ¿era realmente el
rostro de Sam flotando sobre el de ella en la oscuridad?
―No, Sam ―dijo con firmeza. Sus dedos se apretaron sobre sus
hombros― Así no. No como…
Ella negó con la cabeza, mirando más allá de él, mirando alrededor de
la habitación. ¿Dónde estaban ellos? Este no era el faro. Esto no lo era…
¿Estaban en Dornrise? Ella no podía recordar. Todo era un borrón, un 219
borrón extraño y de pesadilla. Trató de respirar para tranquilizarse. Su
cabeza nadaba con el hedor de las rosas.
Rosas…
Él bajó la cabeza, besando su mandíbula, besando su garganta. Su
mano se movió más arriba de su muslo, dedos ansiosos y helados contra
su piel.
― Veo en tu mente ―susurró― Me quieres. Y te reclamaré.
Con un grito, Nelle lo agarró por la cabeza y le clavó los dedos en el
cráneo. Ella le dio un repentino tirón.
Algo crujió como palos secos.
Con un temblor que sacudió toda la cama, Sam se derrumbó encima
de ella. Era más liviano de lo que debería ser, en absoluto el cuerpo
robusto y musculoso que ella acababa de admirar. Con un estremecedor
grito de terror, Nelle lo apartó.
Se liberó, trató de bajarse de la cama para ponerse de pie. Las espinas
desgarraron su vestido, su piel. Cayó de espaldas al suelo, mirando el
cuerpo en forma de montículo tendido en la cama encima de ella.
Era una masa de miembros retorcidos. Espinas vivas, entrelazadas,
reunidas rápidamente. El cuerpo se estremeció, se sacudió. Empujado
en posición vertical. El rostro de Sam se volvió para mirarla. Solo que no
era un rostro de carne y hueso, sino de pétalos de rosa.
¡Falsa! ¡Desleal!
La voz siseó por el oscuro corte de su boca, ya no era la voz de Sam,
sino la de una mujer, ronca, suave y llena de veneno.
Sé lo que eres. ¡Una bonita mentirosa que volverá la cabeza, volverá su
corazón y lo dejará destrozado cuando termines!
El miedo intentó paralizar sus miembros, pero un roce de enredaderas
220
deslizantes contra una mano fue suficiente para empujar a Nelle a la
acción. Se dio la vuelta, buscando desesperadamente. Su espada-
hechizo. ¿Se rompió? ¿La magia se hizo pedazos cuando la dejó caer, o…
¡No! Allí estaba junto a la puerta. Empujándose sobre sus manos y
rodillas, se abalanzó hacia su arma, pero su rodilla se enganchó en su
falda y cayó de bruces, con un brazo extendido.
Algo se deslizó por su tobillo y le mordió la piel de la pantorrilla.
Con un grito, Nelle se lanzó de nuevo hacia la espada mágica. Las
yemas de sus dedos rozaron la empuñadura, y estiró el brazo tanto que
las articulaciones se tensaron. Quizás su voluntad la atrajo hacia ella,
porque de alguna manera, milagrosamente, sus dedos se envolvieron
alrededor del agarre. La hoja, que se había vuelto opaca hasta
convertirse en un simple resplandor reluciente, cobró vida en llamas y
el hechizo revivió.
Otro grito, más fuerte que el anterior, brotó de su garganta. Se dio la
vuelta y cortó con fuerza, cortando la rama que agarraba su pierna.
Hubo un silbido, un chillido, y la cosa que tenía la forma de Sam
retrocedió hacía atrás contra la cama, sus manos de múltiples dedos
agarraron la ropa de cama, destrozando el viejo bordado.
En lo alto, las rosas florecieron en racimos y estallaron en llamas,
iluminando la cámara con un resplandor rojo infernal. A la luz de esa
extraña luz, la figura de Sam se contorsionó, el tallo de las ramas tirando
y contrayéndose, los pétalos de la cara ondulando hasta que ya no era
Sam quien se ponía de pie a una altura imponente.
Era la mujer, la hermosa mujer que una vez vivió en esta habitación.
La mujer cuyo vestido incluso ahora llevaba Nelle.
Nelle tiró de sus pies debajo de ella, presionando su espalda contra la
pared y sosteniendo la espada frente a ella con una mano. Su otra mano
luchó por el pestillo de la puerta, pero tocó espinas y rápidamente se
apartó. Más ramas se arrastraron por el suelo, alcanzándola. Blandió la 221
espada y cortó varias extremidades, pero más entraron para ocupar su
lugar.
La Doncella de Espinas se acercó, balanceando suavemente las
caderas debajo de su vestido floreado. El extraño y hermoso rostro se
torció en una cruel sonrisa mientras levantaba una mano, señalando con
el dedo. De la punta de ese dedo salió una enredadera que se extendía
hacia Nelle. Nelle blandió la espada, pero la enredadera se retorció y
continuó revoloteando en el aire directamente hacia ella.
Se deslizó alrededor de su cuello, sacando una delicada cadena
escondida debajo del corpiño de su vestido.
Ladrona, dijo La Doncella de Espinas, sosteniendo el relicario de oro al
final de la cadena. El broche se clavó en la parte posterior del cuello de
Nelle. ¿De verdad crees que puedes robar un amor como el suyo tan fácilmente
como robas estas baratijas?
La mirada de Nelle se fijó en ese pequeño relicario, brillante como una
estrella a la luz de esas rosas ardientes. Casi lo había olvidado en la
locura de los últimos días. Su veneno secreto, su arma mortal se
encontraba cerca de su corazón.
La enredadera de La Doncella de Espinas jugueteó con la cadena,
enroscándola. Nelle temió que la soltara de un tirón. ¿Pero podría ella?
Seguramente esto era una pesadilla, y si es así, la cadena era
simplemente una imagen, no una realidad. El collar físico estaba en otro
lugar, en algún lugar con su cuerpo inconsciente…
Donde sea que fuera…
La eternidad es mucho tiempo, susurró La Doncella de Espinas con una
voz de hojas y ramas secas. Puede que sea tuyo por un momento, pero será
mío para siempre. Y no hay nada que puedas hacer para cambiar eso, pequeño
mortal.
Nelle jadeó cuando las espinas salieron de la pared y se envolvieron
alrededor de su cintura, rasgaron la tela de su vestido, se hundieron en 222
su carne. Ella se apartó y cortó con la espada-hechizo, pero La Doncella
de Espinas la alcanzó por detrás.
Ven a mis brazos. Abrázame.
― ¡Tonterías, bruja! ―Nelle gimió y se dio la vuelta, blandiendo la
espada con fuerza. La hoja cortó ramas, flores y llamas por igual.
Cortado a través del delgado cuello que sostiene esa extraña cara de
pétalos de rosa.
La cabeza se volcó y cayó en una masa de enredaderas retorciéndose.
El cuerpo se detuvo por un momento, balanceándose, sin cabeza.
Luego estalló en una masa de ramas disparadas hacia Nelle como
brazos de tentáculo. Le envolvieron las extremidades, la agarraron por
la cintura y el torso y le desgarraron la carne. Perdió la espada-hechizo
en algún lugar de ese enjambre, pero no importó. En un instante, estuvo
atada tan fuerte como para usarla. La sangre manaba de cada parte de
su cuerpo, y sus huesos gritaron cuando las ramas espinosas
comenzaron a tirar, tirar, tirar, estirándola en forma de estrella, lista para
destrozarla.
Solo era un sueño. Una pesadilla.
Pero era demasiado real.
Nelle gritó, su voz se cortó cuando las rosas se metieron en su boca,
bajaron por su garganta, ahogándola.
De repente, un estruendo sacudió toda la habitación. La puerta se cayó
de su marco, aplastando espinas y rosas debajo de ella. Algo pasó, una
sombra que brilló con magia crepitante.
Parecía mirar directamente a Nelle.
Al momento siguiente, la magia brilló en trazos curvos, desgarrando
las ramas y las enredaderas, arrancando las rosas de su boca. Nelle se
dejó caer al suelo y se soltó de repente. Su cuerpo era una masa de
heridas sangrantes y cada hueso se había tensado hasta el punto de
223
romperse. Ella se tambaleó y estuvo a punto de caer.
La sombra la atrapó. Por un momento apretó la cara contra el fuerte
pecho de Soran y aspiró su olor: pergamino, tinta y aire salado del mar.
Fresco y limpio y bloqueando totalmente el hedor a rosas.
Su voz retumbó en su oído―: Peronelle, estás dormida. Ve, encuentra
tu cuerpo vivo. Lo dejaste atrás en las cocinas. Tienes que encontrarlo y
despertar. ¡Con rapidez!
Nelle se apartó y volvió a ver sólo una sombra reluciente. Pero era
Soran. Ella estaba segura de eso. Soran, pero en el mundo despierto. Sus
brazos, que la habían envuelto con fuerza un momento antes, ahora no
podían sostenerla.
¡Peronelle!
Era su voz de nuevo, pero tan lejana, resonando a través de los
mundos.
¡Peronelle, encuentra tu cuerpo!
¡Ve!
El movimiento se retorció por el suelo a su alrededor. Nelle se
incorporó de un salto y vio que los numerosos miembros de La Doncella
de Espinas se reunían en la oscuridad.
Aquí y allá, las rosas florecían y volvían a arder.
Ella huyó. Salió por la puerta, salió al pasillo. Las zarzas se arrastraron
por las paredes, pero corrió a través de ellas, sus pasos golpeando con
fuerza.

Soran estaba en el dormitorio, con los ojos cerrados, viendo con visión
de hechizo.
224
Conocía esta habitación. La conocía demasiado bien. Esa cama con la
que se había familiarizado en tantas noches oscuras y furtivas de
abrazos robados. Ese tocador donde había visto a su amante sentarse y
acomodar su cabello sobre sus hombros desnudos, enviándole sonrisas
burlonas en el espejo hasta que no pudo resistirse a salir de la cama y
tomarla en sus brazos una vez más.
La Doncella de Espinas juntó sus partes rotas, reasumiendo su forma
femenina, y se sentó en ese mismo tocador. Mi amor, susurró, su voz era
una suave y agitada brisa. Qué cerca estamos esta noche. Unos pocos pasos
más y estaré en tu mundo. Entonces, ¡qué maravillas crearemos juntos!
Mientras hablaba, sus miembros espinosos se derritieron,
convirtiéndose en una carne suave y flexible.
Se sentó desnuda en el taburete, con las piernas bien formadas
cruzadas y el pecho cubierto sólo por un gran ramo de rosas en sus
brazos. El cabello caía en una cortina negra por su espalda, ondeando
suavemente cuando se volvió para mirarlo por encima del hombro.
― ¿No me prefieres así? ―dijo ella, sus ojos destellando hacia él desde
debajo de las espesas pestañas oscuras― ¿No es así como me imaginaste
por primera vez?
El embriagador perfume de la cámara jugaba con sus sentidos,
atrayéndolo a creer en el sueño que se había hecho realidad demasiado
rápido. Soran se preparó y levantó las manos, hechizos destellando.
―No he venido a jugar, Helenia ―gruñó, dando un paso hacia ella―
He venido a enviarte de vuelta a donde perteneces.
Ella no se inmutó ante su acercamiento. Levantó la barbilla,
exponiendo su larga garganta incluso cuando él la alcanzó. Las garras
de navaja brillaron, pero él dudó en desgarrarla. Una cosa era destrozar
las zarzas de La Doncella de Espinas, pero esto… ella… ella se parecía
tanto a esa imagen en su memoria.
La imagen de la perfección que tanto tiempo había atesorado y 225
aborrecido.
Dejando caer el ramo de rosas a sus pies, se paró frente a él. Su cuerpo
voluptuoso brillaba a la luz de las rosas ardientes.
―Yo te pertenezco a ti, mi amor ―dijo― En este mundo, juntos.
Eternamente tuya. ― Ella lo alcanzó, sus manos ahuecaron suavemente
sus mejillas, atrayendo su rostro hacia sus labios.
Si no actuaba ahora, perdería toda voluntad.
Con un grito salvaje, le desgarró el pecho, las garras atravesaron la
carne, las ramas, las espinas, hasta el corazón de rosa ardiente. Lo
arrancó y aplastó la flor en su puño hasta que sangre negra, como tinta,
goteó entre sus dedos.
Ella lo miró fijamente, con la boca entreabierta anticipando un beso.
Luego, sin una palabra, se desvaneció, el sueño, la realidad, las
espinas. Todo se convirtió en humo y gasa, desapareciendo de esta
realidad y retirándose a la Pesadilla más profunda a la que pertenecía.
Soran abrió los ojos.
Estaba oscuro en la cámara, envuelto en la Noche de Noxaur. Pero
recordó dónde había guardado Helenia sus velas. Tanteando los
muebles, encontró el cajón, sacó una vela y una caja de fósforos y
encendió una luz. Manteniéndola en alto, buscó en la habitación
cualquier signo de que la Pesadilla se entrometiera en la realidad. Pero
todo era como debería ser.
La cama tal vez estaba un poco desordenada y podría haber algunas
nuevas perforaciones en las paredes y el piso. Sin enredaderas. Sin rosas.
Soran encontró un candelabro y colocó la vela en su lugar. Luego,
sacando el Libro de las Rosas de su túnica, lo abrió al lugar donde había
dejado el hechizo vinculante. No había tiempo que perder. Los
Noswraith pronto se recuperarían y empezarían a buscar otra abertura. 226
Tenía que terminar la encuadernación ahora.

Las espinas y las rosas desaparecieron antes de que Nelle llegara a la


cocina.
Ella exhaló un suspiro de alivio y permitió que su ritmo se ralentizara
un poco.
Soran debió haber detenido de alguna manera a La Doncella de
Espinas, debió haberla atado de nuevo. De lo contrario, seguramente
esas horribles enredaderas ya la habrían atrapado y habrían reanudado
su desgarramiento
Ella tembló y se tambaleó, la sangre fluía por sus brazos, piernas y
pecho. Lo cual era extraño. ¿Por qué iba a sangrar si, de hecho, estaba
incorpórea? ¿No había experimentado antes un sueño como este?
Pero había sido muy diferente. Su primera noche en Roseward, había
flotado a través de estos mismos pasillos en un estado sin forma y sin
cuerpo, y aunque La Doncella de Espinas trató de atraparla muchas
veces, ella no había sido atrapada.
¿Por qué fue diferente esta vez? Era como si el sueño se hubiera
filtrado en la realidad, haciendo que incluso su yo del sueño fuera más
sólido de lo que debería haber sido.
Nelle negó con la cabeza con fiereza. Nada de eso importaba. Ella no
estaba realmente sangrando. Y no lo aceptaría.
Cerró los ojos, inclinó la cabeza y se concentró en todo lo que tenía: se
concentró en forzar a que los cientos y cientos de cortes que ataban su
cuerpo desaparecieran, para que la sangre se secara y se deshiciera en
nada. Primero, su yo espiritual se resistió. Luego, como un músculo 227
acalambrado que se relaja repentinamente, se rindió. El dolor se alivió y
finalmente terminó por completo.
Nelle abrió los ojos, miró su cuerpo y vio todo como debía ser: sus
extremidades laceradas enteras, su vestido hecho jirones remendado.
Incluso el collar de oro estaba escondido debajo de su corpiño donde
debería estar.
Exhaló un suspiro y continuó por los oscuros pasajes de Dornrise.
Todavía necesitaba encontrar su cuerpo físico y despertarlo de alguna
manera. Entonces ella necesitaba encontrar… encontrar…
― ¡Sam! ―jadeó y se llevó una mano al corazón que se estremecía.
¿Dónde estaba Sam? Si no había sido él en el dormitorio, ¿cuándo se
había ido y cuándo había ocupado su lugar La Doncella de Espinas? ¿Era
a él a quien había encontrado durmiendo debajo de la mesa en las
cocinas? ¿O había desaparecido de alguna manera cuando se fue la luz
por primera vez?
¿Ya estaba muerto?
Agarrándose las faldas, corrió tan fuerte como pudo, casi perdiendo
la forma física en su prisa. Se precipitó por el pasillo hacia la estrecha
escalera que conducía a las cocinas y luego irrumpió en ese espacio
cavernoso.
Una forma en forma de montículo yacía en el suelo cerca del centro
de la habitación entre dos largas mesas. ¿Ese era su cuerpo?
Nelle se apresuró a arrodillarse junto a la cosa sombría. Ella apenas
podía verlo.
No es de extrañar que se lo hubiera perdido antes cuando entró en la
Pesadilla.
Si Soran no le hubiera dicho que su cuerpo estaba aquí abajo, no lo
creería ni siquiera ahora. Pero debía ser ella misma. A no ser que…. ¿a
menos que fuera Sam?
Alargó la mano para agarrar lo que parecía ser un hombro. Sus manos
228
lo atravesaron como si nada. Extraño que hubiera podido retener a
Soran durante esos pocos momentos. La línea entre Pesadilla y la
realidad física aún debe estar muy borrosa.
Nelle se sentó sobre los talones y apoyó los codos en las rodillas. ¿Qué
se suponía que ella hiciera? No tenía idea de cómo despertarse. ¿Cómo
lo había hecho Soran la última vez?
Nelle se puso de pie y se dirigió a la despensa, pensando en coger una
botella de vinagre o algún otro líquido de olor fuerte y verterlo sobre el
montículo en sombras. Antes de que hubiera dado más de unos pocos
pasos, escuchó el eco de pasos en la escalera. Ella volteó.
Por un instante fugaz, vio a Soran de pie en la entrada, vestido con
una túnica, canoso y sólido. El instante pasó, y de nuevo él se convirtió
en nada más que una sombra para sus percepciones, aunque tal vez un
poco más distintivo que antes.
Cruzó hasta el montículo dormido en el suelo y se agachó junto a él.
Ella tuvo la impresión de que él estaba controlando su respiración. Esa
voz extrañamente resonante volvió a sonar en sus oídos: ¿No puedes
despertar?
―Lo siento ―dijo Nelle, moviéndose para pararse a su espalda― No
sé cómo despertar por mi cuenta. Lo hiciste la última vez.
Lo que parecía la cabeza de la sombra pareció inclinarse hacia un lado.
¿La escuchó? Eso fue alentador. Quizás. Se apresuró a decir―: Si tienes
algo asqueroso para que beba, tal vez podríamos…
La quietud de la noche se desgarró, su voz se tragó en un aullido
espantoso y ululante. Nelle se atragantó y retrocedió ante las dos formas
sombrías, mirando hacia la oscuridad.
Ese sonido no provenía del interior de Dornrise, sino de allí, en alguna
parte de la isla. No muy lejos. Un sonido que había escuchado antes.
Cuando volvió a sonar, el recuerdo la sacudió hasta la médula: los
perros-esqueleto.
229
Miró la sombra de Soran, su corazón latía salvajemente. Él le había
advertido. Él le había dicho que atreverse a usar su magia mortal
atraería al señor de los faes oscuros de regreso a las costas de Roseward.
Sin embargo, ella había desafiado su voluntad, ignorado sus
advertencias. Y ahora…
¿Qué haría Soran? ¿Qué diría él? ¿La maldeciría por su locura y la
dejaría donde estaba? Incluso cuando el pensamiento cruzó por su
mente, vio su forma en sombras recoger la sombra en el suelo,
pareciendo acunarla en sus brazos. Un acto tan gentil, aunque bastante
peculiar de observar desde esta capa de realidad.
Una punzada de culpa se disparó al centro de Nelle. Culpabilidad por
las mentiras que le había dicho a este hombre, el peligro por el que lo
había hecho pasar. Lástima que todavía se esforzara tanto, arriesgara
tanto para ayudarla.
―Por favor ― susurró, poniéndose detrás de él para descansar una
mano en el espacio donde debería estar su hombro― Lo siento mucho.
No puedo explicarlo. Hay… hay cosas que no puedo decirte, y yo…
Ella se interrumpió abruptamente cuando su forma en sombras se
inclinó de nuevo sobre la figura inmóvil en sus brazos. Una conmoción
atravesó su cuerpo y espíritu. Ella dio un salto, dio un paso atrás, la
sensación atravesó cada miembro…
… y parpadeó abriendo los ojos pesados.

230
19

S
oran bajó tambaleándose por los pasillos de Dornrise,
apoyándose pesadamente contra las paredes. Su batalla con La
Doncella de Espinas no duró mucho, solo minutos, a no ser que
se equivoque. Pero la cantidad de magia que había requerido era mucho
más de lo que estaba acostumbrado a gastar en un solo día. Y la
finalización del hechizo del Libro de las Rosas había minado toda la
fuerza que quedaba.
Más que nada, deseaba caer de rodillas y desplomarse en un montón 231
de miembros sin sentido allí mismo en el suelo. Para dormir durante
doce horas sin interrupción ya que no había dormido hasta tarde, ni
siquiera podía empezar a adivinar cuánto tiempo.
―Nelle ―susurró, volviéndose a erguir, con las garras deletreadas en
su mano cavando a través del yeso en la pared, hasta llegar a la madera
que había debajo. No podía dormir. Todavía no. No hasta encontrarla.
No hasta que se asegurara de que estaba a salvo.
Dado que la visión del hechizo se había desvanecido, caminaba con
los ojos físicos abiertos. Eso apenas importaba. Incluso con la vela que
había sacado de la habitación de Helenia, la Noche de Noxaur era
demasiado intensa para que él pudiera ver algo más allá de unos
centímetros de su nariz. Se abrió paso a tientas y de memoria por los
pasillos hasta la gran escalera delantera, y estuvo a punto de caer varias
veces durante su descenso, la llama de la vela osciló salvajemente.
¿Había encontrado Nelle su cuerpo? ¿Había regresado su espíritu de
caminante de sueños a través de la maraña de zarzas de La Doncella de
Espinas hasta la cocina? Sólo podía esperar que La Doncella de Espinas
se hubiera distraído demasiado con su presencia como para preocuparse
por un pequeño espíritu revoloteante. ¿Había logrado la muchacha
despertarse y huir de Dornrise? Y si era así, ¿había vuelto al faro y a sus
protecciones o…?
¿O Kyriakos ya la había encontrado?
Soran apretó la mandíbula y siguió adelante, el miedo rejuveneció sus
temblorosas extremidades. Por fin se dirigió a la escalera que conducía
a la cocina y se tambaleó por los escalones, jadeando por respirar, con el
hombro apoyado en la pared. Al final de la escalera, se colgó por un
momento del poste de la puerta, su barbilla hundida hasta el pecho.
Algo que revoloteaba en la oscuridad llamó su atención. Un destello
de rojo en la luz de las velas, un resplandor de faldas pálidas.
Parpadeando, Soran miró hacia arriba, con el aliento atrapado en la 232
garganta. ¿Era La Doncella de Espinas? No, no podía ser. Sus ataduras
se mantendrían durante horas todavía.
¿Era Nelle? ¿Estaba despierta? Sosteniendo la vela frente a él, sin
importarle cómo la cera caliente se deslizaba por sus dedos de nilarium,
se abrió paso entre las mesas de trabajo. Incluso con la luz para guiarlo,
casi tropezó con el cuerpo tendido de la muchacha.
― ¿Señorita Beck? ― susurró y se arrodilló junto a ella, poniendo la
vela a un lado. Su luz brilló en su rostro pálido ¿Sigue dormida? O… no.
Ella debe estar viva, ¡debe estarlo! Esa imagen parpadeante que había
vislumbrado debe haber sido su espíritu rondando cerca. Si estuviera
muerta, seguramente su espíritu ya habría seguido su camino.
Se inclinó sobre ella tal como lo había hecho cuando la encontró aquí
por primera vez, presionando su oreja a su pecho. Su corazón latía
débilmente, un pulso distante pero más fuerte que antes. Se sentó de
nuevo con un suspiro. Su espíritu estaba cerca.
― ¿No puedes despertar? ―preguntó, mirando alrededor de la
habitación oscura más allá del resplandor de la vela. Se sentía tan vacía,
pero sabía que no lo estaba. Casi le pareció oír una respuesta. O no la
escuchó, sino que la sintió. Un leve tirón en su mente. Frustrada.
Aterrada. Irritable.
Era Nelle. Definitivamente era Nelle.
Y, obviamente, no tenía idea de cómo volver a entrar en su cuerpo por
sí misma.
Bueno, ya habían hecho esto antes. Si pudiera llevarla de vuelta al
faro, debería poder despertarla con suficiente seguridad. Se inclinó para
levantarla, teniendo cuidado de no cortarla con sus terribles garras.
En ese momento, el aullido de los skullars desgarró la noche.
Mientras un terror helado corría por sus venas, Soran levantó la
cabeza para mirar en la puerta parcialmente abierta al final de la cocina,
sin verla realmente. El ojo de su mente llevó su visión mucho más lejos,
hacia la playa pedregosa, el oscuro oleaje del océano, el canal estrecho. 233
Y la inminente cercanía de las costas de Noxaur.
Casi podía ver los cascos de los barcos negros apoyados en la arena.
Casi podía ver a las figuras oscuras trabajando las cuerdas y aparejos.
Casi podía ver a Kyriakos descender por la pasarela, con sus
mortíferos sabuesos acechando sus talones, ansioso por recibir la orden
de cazar, acosar, destruir.
Cortarían el camino hacia el faro.
Soran no podía respirar. Su mente se quedó quieta, la terrible quietud
de horror abrumador. No había ningún lugar seguro, ningún lugar al
que pudieran correr, ningún lugar donde podrían esconderse en
Roseward. Estaban atrapados.
Con un gruñido, flexionó los dedos cruelmente afilados de su mano
izquierda, cavando el suelo de piedra. El agotamiento de su reciente
batalla se desvaneció en una oleada de rabia repentina. No estaba
indefenso. Todavía no.
Alcanzó a la muchacha, la levantó en sus brazos para que su cabeza
descansara contra su hombro. Sus garras atrapadas en la suave tela de
su vestido, pero él se cuidó de no tocar ni cortar su piel. La luz de las
velas parpadeó a través de su sueño suavizando sus rasgos.
Sentándose sobre sus talones, vaciló solo por un momento. Se sentía
mal, lo que estaba a punto de hacer. Como si… como si se aprovechara
de ella.
Pero el grito de los skullars volvió a sonar. Aún lejos, pero
acercándose.
No pudo vacilar ni un segundo más.
Soran inclinó la cabeza y movió el brazo, atrayendo la cara de Nelle
hacia la suya.
Con cuidado, usando el dorso de un dedo con garra, inclinó su
234
barbilla para que sus labios se separaran suavemente debajo de los
suyos.
Estaban helados al tacto. Tan quietos, tan sin vida. Tan diferente a la
suavidad y calidez que había tratado desesperadamente de no imaginar
durante la última insoportable semana. Pero sintió el aleteo dentro de
ella, un indicio de vida regresando.
Profundizó el beso, abriendo suavemente la boca de ella. Su propia
boca se sintió extraña para él, sus labios tan marcados por las brutales
caricias de La Doncella de Espinas a través de los años. Antes sabía
exactamente qué hacer, cómo tirar y burlarse y tentar con experiencia
sensual. Pero esa era una vida diferente, un mundo diferente. Un
hombre completamente diferente.
Y no importaba. Todo lo que importaba era despertar a la muchacha.
Su cuerpo se sacudió en sus brazos. Una mano fría revoloteó y agarró
el costado de su rostro, dedos enterrándose en su piel y cabello.
Soran se apartó, pero ella se aferró con fuerza, manteniendo su boca
cerca de la de ella.
Por un instante aterrador y emocionante, se preguntó si ella lo atraería
por otro beso. La luz de las velas brillaba en sus ojos, que parpadearon
con asombro mientras lo miraba. Su respiración se cortó bruscamente, y
sus labios se movieron varias veces antes de que finalmente exhalara.
― ¿S-Sam?
Soran frunció el ceño. Trató de retroceder más, pero sus dedos se
hundieron, agarrando su oreja― Señorita Beck ―dijo, su voz más
áspera de la quiso que fuera― Señorita Beck, soy yo. Silveri. ¿Puedes
sentarte por tu cuenta?
Ella lo miró boquiabierta, sus cejas se juntaron con fuerza, sus
pestañas revoloteando. Entonces vio que el reconocimiento se movía en
sus ojos. Ella jadeó, soltó su oreja, y agarró su hombro en su lugar,
empujando y tirando por turnos en su esfuerzo por salir de sus brazos.
Rápidamente la dejó ir. Casi demasiado apresuradamente. Ella casi se 235
cae al suelo, y solo su agarre en su hombro la salvó.
¿Quién había pensado que la abrazaba ahora? Sam... ¿Un amante? ¿De
Windborne?
Soran apretó los dientes y colocó su palma fría sobre su mano. Un
estremecimiento corrió a lo largo de su brazo― Señorita Beck…
El aullido de los skullars conmocionó la noche, rodando por el aire en
ecos amenazantes.
Los ojos de Nelle brillaron para encontrarse con los suyos. Todo su
cuerpo tembló violentamente.
― ¿Eso es… eso es...?
―Kyriakos― confirmó Soran.
Ella tragó saliva. Sus dedos se apretaron alrededor de un puñado de
tela en su hombro― Yo… escribí un hechizo. Lo llamé a la vida.
―Lo sé. ―Soran indicó que su libro de hechizos estaba donde lo había
dejado caer junto a ella antes― Y ahora viene por ti.
Se puso de pie, atrayéndola con él, con una mano descansando
ligeramente sobre su codo, tomando cuidado con sus garras. Ella agarró
el libro de hechizos y lo metió en la cartera a su lado. Sus ojos brillaron
para encontrarse con los de él de nuevo, asustados, y llenos de preguntas
que no se atrevía a hacer.
No era la única; toda una tormenta de preguntas clamó en su cabeza,
exigiendo ser escuchado. ¿Por qué se había aventurado a salir a Dornrise
contra todas sus advertencias? ¿Por qué había traído ese libro con ella,
obviamente preparada para trabajar un hechizo? ¿Qué pudo haberla
llevado a arriesgar tanto?
Pero no había tiempo.
―Rápido, señorita Beck ―dijo― Debemos trancar las puertas.
― ¿Nos… nos vamos a quedar aquí? ―ella tembló. Cuando la soltó y
se movió para agarrar la mesa de trabajo más cercana, ella se balanceó 236
pesadamente, y él temía que colapsara. Pero ella se preparó y se movió
para ayudarlo.
― ¿Qué pasa con el faro?
―Nunca lo lograremos ―respondió Soran mientras arrastraba la
mesa hacia la puerta, sus patas raspando ruidosamente en las piedras
del piso― Los skullars ya están entre el faro y nosotros. Haremos una
parada aquí. Saldré y los enfrentaré. Quiero que bloquees la puerta
detrás de mí. El resto de Dornrise se cierra rápidamente. Debes
adentrarte más en la casa, encontrar un lugar donde esconderte. No el
salón de banquetes, el olor a muerte atraerá a los skullars como moscas.
Quizás la biblioteca o, si puede encontrar el camino, los áticos. Pon
tantas puertas como sea posible entre tú y ellos.
Ella lo escuchó en silencio hasta que llegaron a la puerta. Cuando él
se dispuso salir al patio, la mano de ella agarró su manga.
― Quiero pelear ―dijo. Apenas podía ver su rostro, porque la vela
estaba detrás de ella, pero su voz estaba tensa y temblorosa, y apenas
pudo discernir el brillo de sus ojos― No quiero encogerme de miedo
como un ratón. Yo estaré contigo.
Él negó con la cabeza, trató de quitarle la mano del brazo― No eres
rival para Kyriakos.
Ella se aferró― ¿Y tú sí lo eres?
Sus dedos con punta de garras se tensaron. Ese hechizo seguía siendo
fuerte, por el momento por lo menos. Cuánto más duraría, no podía
decirlo. El segundo hechizo de arma esperaba dentro de su túnica, listo
para ser convocado a la vida. Podría ser suficiente. Debían serlo.
Pero estaba débil. Tan débil. La batalla con La Doncella de Espinas
había tomado tanto de él. ¿Sería capaz de manejar un segundo hechizo?
Soran negó con la cabeza con vehemencia.
― Si valoras tu vida, harás lo que yo digo. Bloquea la puerta detrás de
237
mí. Escóndete lo más profundo que puedas en Dornrise. La Doncella de
Espinas está atada por el momento, así que estarás a salvo aquí. Hay
viejas protecciones en estas puertas para mantener a los fae alejados.
Abrió la boca, preparada para protestar. Con un paso rápido y
arrebatador, él la agarró por el hombro, y los bordes de sus garras se
clavaron en su piel, lo suficientemente afilados como para hacerla
jadear. Él la miró a la cara, tratando de ver sus rasgos, tratando de
obtener una última mirada de ella. Pero estaba demasiado oscuro para
más que una vaga impresión.
―Por favor, señorita Beck― dijo. ―Por favor... Nelle. Por mi bien.
Antes de que pudiera decir o hacer algo más, la obligó a retroceder
varios pasos, dio media vuelta y saltó a través de la puerta. La cerró con
fuerza detrás de él, con la esperanza que ella, sólo por esta vez, lo
escuchara.
Los skullars volvieron a aullar. Ahora estaban cerca, oliendo su
aroma.
Estarían en las puertas en ruinas en unos momentos.
Enderezando sus hombros y metiendo la mano dentro de la túnica
listo para el segundo de sus dos grandes hechizos, Soran atravesó las
zarzas gruñendo, hasta llegar a un terreno más despejado en el que
podría situarse.

Nelle miró fijamente la puerta, el portazo todavía resonaba en sus


oídos. Un leve parpadeo de la luz de las velas bailaba sobre los listones
de madera, pero solo hacía sentir la oscuridad a su alrededor mucho más
pesada, mucho más cerca.
Levantó una mano y las yemas de los dedos se rozaron 238
inconscientemente los labios. Todavía se sentían calientes. Cálido donde
la boca de Silveri se había presionado contra la de ella.
¿Acaso fue real?
Ella negó con la cabeza y parpadeó con fuerza. Todo era tan extraño,
tan brumoso en su cabeza. Imágenes de espinas y rosas en llamas
bailaron detrás de sus párpados, pero se desvanecieron rápidamente
como un sueño.
El grito espantoso de esos perros-esqueleto volvió a atravesar sus
sentidos. Ella se tapó los oídos con las manos y estuvo a punto de caer
de rodillas. Pero no lo haría. No se doblegaría, no se acobardaría ni
temblaría. No cuando Soran estaba ahí fuera, solo contra esos
monstruos.
Estaría a salvo si no fuera por ella. Y ahora… y ahora…
El eco de sus advertencias resonando en sus oídos, Nelle empujó su
mano en su bolso y sacó su libro de hechizos y la pluma encantada. Ella
no dejaría que Soran se enfrentara solo a esos monstruos. Debía pensar
que ella era inútil. Una muchacha mezquina y tonta sin una pizca de
sentido en la cabeza. ¡Los dioses sabían que le había dado razones
suficientes!
Pero si esta era la noche en que iba a morir, seguro que no iba a hacerlo
escondida en un ático.
Usando la luz de la vela para guiar su mano, se puso a trabajar en la
elaboración del hechizo que había recreado dos veces con éxito. Vino
más fácilmente esta vez, incluso con los aullidos de esos perros-
esqueleto sacudiendo su concentración de vez en cuando a menudo.
Maldiciendo amargamente, canalizó su miedo en energía, sacó magia
bruta de la quinsatra, y lo atrapó en forma escrita.
Los aullidos del exterior se convirtieron en gruñidos. Gruñidos
viciosos y sedientos de sangre seguido de aullidos de dolor y rabia.
Nelle miró por encima del hombro a la puerta parcialmente bloqueada. 239
La batalla había comenzado: Soran estaba luchando por su vida incluso
ahora.
Ella no lo dudaba.
Nelle se inclinó ante el hechizo, con la mandíbula apretada, el sudor
corría por su frente por el esfuerzo de la creación. Lo escribió de corrido,
con una letra tan imprecisa que haría llorar a cualquier Miphato
entrenado.
Pero la energía, la magia, se sintió rebosar dentro de esas palabras.
Volviendo a meter la pluma en su bolso, empezó a leer lo que había
escrito. Habló en voz alta, pero los horribles sonidos más allá del patio
casi ahogaron su voz, y varias veces estuvo a punto de dejar caer el
hechizo frágil antes de que pudiera solidificarse. Con un esfuerzo de
voluntad, se abrió paso hasta que sintió que se formaba una
empuñadura sólida en su mano derecha, y luego continuó leyendo las
extrañas palabras hasta que se fundieron con la magia que había
convocado y se convirtieron en realidad.
Una llama brillante parpadeó a lo largo de la hoja afilada de la espada-
hechizo.
Volviendo a guardar el libro en su cartera, Nelle se volvió hacia la
puerta. El llameante hechizo se sintió extrañamente cómodo en su mano
mientras probaba su peso. Miedo martillaba en sus sienes, pero una
sonrisa feroz atravesó su rostro. Con rápidos pasos, se apresuró a la
puerta, tiró de la pesada mesa hacia atrás y giró el pestillo.
Los sonidos de la batalla se intensificaron, casi lo suficiente para
hacerla reconsiderar su plan. Pero ya había convocado el hechizo. No
podía dejarlo caer ahora.
Nelle saltó a las rugientes zarzas, su camino iluminado por las llamas
de la espada. El arbusto parecía más denso, más oscuro de lo que había
sido cuando ella llegó, como si la Noche de Noxaur hubiera fortalecido
sus raíces medio podridas. 24
Ella se abrió paso, tirando de su capa y faldas libres de espinas cada 0
poco paso. Aquí y allá se vio obligada a usar la espada para abrir un
camino para sí misma. Su hoja afilada cortó a través de las ramas como
si fueran nada, y ella progresó mejor. Finalmente llegando al final de la
maraña, miró hacia el espacio despejado entre las puertas en ruinas y el
patio de Dornrise.
Soran estaba allí.
Soran, pero… no era Soran.
Un aura de magia le rodeaba, envolviendo sus miembros. Y la cosa
sombría en ese centro brillante apenas se parecía al hombre que ella
conocía. Su garra en punta se arqueaba en una silueta salvaje, y llamas
azules chispearon como rayos del relámpago de sus ojos, de su boca, de
las palmas de sus manos, chisporroteando con energía reprimida.
Incluso mientras ella miraba, señaló con una mano a un perro-
esqueleto que se acercaba y soltó una explosión. Esto no se parecía en
nada al golpe de cerrojo que había usado contra los arpínes una semana
antes. Era más como una guadaña de pura energía mágica que se
abalanzó sobre el perro y lo partió en dos tan rápido, tan limpiamente
que el monstruo aulló y se retorció durante un rato antes de sucumbir a
la muerte.
Esto era hechicería, auténtica hechicería como Nelle nunca había visto
antes.
Un hechizo realizado por un mago con el poder suficiente a su
disposición para crear un Noswraith.
Nelle se quedó atrás entre las zarzas, sintiéndose de repente muy
tonta. ¿De qué servía su magro hechizo comparado con el poder que
veía ante ella? Tal vez debería retirarse después de todo, soltar el
hechizo, dejar que la magia muera y escabullirse a través de las espinas
antes de que él la viera.
241
Su mano tembló, y la espada llameante parpadeó y titubeó en su
agarre, el hechizo listo para disiparse.
Otro perro-esqueleto se abalanzó sobre Soran por detrás. En un solo
movimiento fluido, se dio la vuelta, cortando con las garras de su mano
izquierda. Unos horribles cortes se abrieron a través de la garganta del
monstruo, pero su impulso lo llevó hasta que se estrelló contra él,
derribándolo.
El perro no estaba muerto. Gruñó, se ahogó, se amordazó y desgarró
a Soran en el pecho, tratando de atravesar los pliegues de su túnica hasta
la garganta. Soran metió una mano de nilarium en la boca del perro,
empujándolo hacia atrás mientras los salvajes dientes rasgaban el aire a
escasos centímetros de su cara. Una oleada de magia se reunió en la
palma de la otra mano de Soran, pero vaciló, se desvaneció. Peor aún,
las garras de las yemas de los dedos empezaron a retraerse lentamente,
y Soran gritó de dolor, ya fuera por los dientes del perro-esqueleto o por
la agonía del hechizo que se había deshecho.
Dos sombras alargadas y bajas se acercaron, con ojos brillantes como
puntos de fuego, y rostros que brillaban con el resplandor de la magia.
Se abalanzaron sobre el mago caído, agarrando su brazo, sus piernas.
Nelle ahogó un grito, ajustó el agarre de su espada y dio tres largas
zancadas entre las zarzas, con la intención de lanzarse a la lucha.
―¡Zivath!
La orden sonó en la oscuridad.
Los perros respondieron de inmediato, tragándose sus gruñidos,
retrocediendo ante la figura desgarrada y ensangrentada que yacía
sobre los adoquines rotos. Nelle retrocedió entre las zarzas y bajó la
espada. No era su intención…
Quería salir corriendo al exterior, pararse sobre la forma arrugada de
Soran y blandir su hechizo en un desafío salvaje.
242
Pero algo en esa voz, algo en esa figura sombría acercándose a través
de la oscuridad de la noche, caminando por el centro del largo camino
de entrada de Dornrise, hizo que sus rodillas se volvieran agua. Ella se
hundió en el suelo.
Las llamas de su espada se extinguieron y el hechizo casi se apagó.
El señor de los fae se movía con una gracia suave y sin prisa, sus
vestiduras plateadas ondeando suavemente tras él. Un resplandor como
la luz de la luna parecía envolver su cuerpo, haciendo que cada uno de
sus rasgos sea perfectamente visible incluso en esa noche profunda.
Nelle, mucho más cerca de él ahora de lo que había estado esa mañana,
vio los detalles de un rostro perfectamente cincelado en un arquetipo
extremo de belleza masculina.
―Bueno, bueno, mago mortal ―dijo el fae mientras se acercaba a
Soran y los perros agazapados― Parece que me has estado mintiendo, a
la manera de los mortales, no debería sorprenderme, pero… ―Inclinó la
cabeza y un largo un mechón de cabello azul medianoche caía sobre su
hombro― Pero estoy decepcionado.
Soran se obligó a apoyarse en un codo, jadeando mientras levantaba
la cabeza para mirar el rostro del señor de los fae. El corazón de Nelle
dio un vuelco al verlo. Se cubrió la boca para contener un sollozo. ¡Pero
estaba vivo! Y su magia no estaba del todo agotada. Débiles rastros del
mortal hechizo azul brillaban en sus manos y ojos.
Escupió una gota de sangre e hizo una mueca, con los dientes
manchados de sangre.
―Te lo he advertido, Kyriakos ―jadeó― Te lo he advertido. El Rey
Lodírhal no tomará a bien tu invasión de su propiedad legítima, ni a su
asalto a quien le debe una obligación de por vida.
El señor de los fae se rio oscuramente y agitó una mano desdeñosa―
No tengo interés en entrometerme con Lodírhal o sus juguetes. Estoy
aquí por el Ibrildian. No intentes fingir ignorancia. Sentí una chispa, una
muy aguda chispa, debo añadir, de la magia Ibrildiana hace apenas unos 243
momentos. Está en alguna parte cerca, ¿no?
Soran tosió de nuevo. Con un tremendo esfuerzo, se puso de rodillas
y se sentó sobre sus talones, con los hombros caídos pero la cabeza en
alto.
―Los habitantes de Roseward están protegidos por las leyes de la
Promesa… ―empezó.
Antes de que pudiera terminar, Kyriakos dio tres pasos y lo agarró
por el pelo de la cabeza, y tiró de su barbilla hacia atrás. Un cuchillo
apareció en la otra mano, una cosa mágica reluciente, no del todo
corpórea, pero mortalmente afilada. La acercó a la garganta de Soran. Su
sonrisa era cruel y brillante en la luz resplandeciente de su propio
cuerpo iluminado.
―Basta de esto ―dijo, su voz suave como la música― No me
importan los mortales o sus juegos. Dime dónde está la muchacha, o te
mataré aquí y ahora. Dejaré que Lodírhal haga lo peor. Algo me dice que
a él no le importará la pérdida de un pequeño mago mortal.
Rápido como el pensamiento, Soran levantó una mano, la
acumulación de magia repentinamente reluciente. Le apuntó a la cara
del señor de los fae. Pero incluso cuando la luz mortal salió disparada
desde su interior, Kyriakos la desvió limpiamente con un brazo,
haciendo a un lado el objetivo de Soran. La explosión se disparó
inútilmente hacia el cielo y se desintegró en un brillo como un millar de
pequeñas estrellas fugaces.
Soran se hundió y habría caído a un lado si no fuera por el agarre del
señor de los fae en su cabello.
Kyriakos rió oscuramente y pasó la punta de su cuchillo por la
mandíbula de su cautivo.
―Ustedes mortales. Tanto poder y, sin embargo, tanta debilidad. Tú
dominas más magia en un solo hechizo de lo que la mayoría de mi gente
puede imaginar… ¡pero sus cuerpos son demasiado frágiles para 24
soportarlo! ¡Qué maldición debe ser simplemente existir para alguien
como tú! ―Se inclinó, acercando su hermosa sonrisa a la cara de
4
Soran― Creo que me agradecerás por sacarte de tu miseria. Entonces
encontraré a la Ibrildiana en mi tiempo libre. Si Lodírhal se queja, le diré
que fuiste tú quien invadió mi orilla.
La boca de Soran se movió, los músculos de su mandíbula se tensaron.
Entonces, con un espasmo repentino, escupió en la cara del señor de los
fae. Kyriakos soltó su agarre y retrocedió un paso, gruñendo. Luego, con
los ojos destellando, levantó su cuchillo, listo para hundirlo en la
garganta de Soran.
Nelle ya estaba en movimiento.
Con un rugido, se lanzó desde las zarzas, y las llamas estallaron
brillantes y rojas a través de la hoja de la espada hechizada. Dos de los
perros-esqueleto agachados se abalanzaron sobre sus pies y se
interpusieron en su camino, pero ella los golpeó salvajemente, cortando
profundamente en el hombro de uno, golpeando al otro a lo largo del
costado de la cabeza. Ambos se retiraron con gritos de sorpresa, y Nelle
cargó, directamente hacia Kyriakos.
Vio que los ojos del señor de los fae se agrandaron, destellando como
los de un gato a la luz de un hechizo. Ella levantó la espada, lista para
bajarla directamente hacia su cabeza. Su corazón latía con una energía
salvaje y sedienta de sangre, y estaba más plenamente viva en ese
terrible instante de lo que nunca había estado antes.
La mano de Kyriakos salió disparada, veloz como una serpiente.
Incluso cuando ella bajó la espada, él agarró la empuñadura, con sus
largos dedos envueltos alrededor de ambas manos. La fuerza de su
brazo era mucho mayor que todo el peso que ella podía poner en su
golpe.
Por un momento se quedaron allí, congelados. Nelle miró a los ojos
más negros y más profundo que la noche que los rodea.
Luego, con un solo movimiento de su muñeca, el señor de las fae 245
arrancó la espada de su mano. La hizo girar en un círculo perezoso de
fuego arrastrado.
― ¿Qué es esto?
Él desvió la mirada de la hoja a Nelle y viceversa.
―Una bonita pieza de hechizo que funciona, aunque no muy…
convincente.
Hizo algo con la mano: un movimiento rápido, un apretón. Ella no vio
qué.
Pero jadeó con un dolor repentino y agudo cuando su hechizo se
dispersó en un solo estallido de luz roja.
Kyriakos levantó su puño, desenroscando lentamente sus largos
dedos.
Un chorro de polvo cayó de su palma a las piedras a sus pies.
Miró a Nelle, y esta vez su sonrisa fue tan serena como la luz de la
luna.
― Es bueno conocerte, hermosa doncella. ―Para su sorpresa y horror,
él barrió un arco elegante, como un bailarín― Tenía muchas ganas de
conocerte. Los rumores se extendieron incluso a Ninthalor de tu
presencia entre los reinos. Cuando por primera vez los escuché, sabía
que tú y yo estábamos destinados a cruzar caminos.
Nelle se quedó quieta, con las manos vacías, los brazos en alto e
inútiles, su boca floja. Sus palabras la inundaron, pero ella apenas las
escuchó a través del latido de su propio pulso. ¡Qué tonta era! ¡Qué tonto
creer que podría hacer frente a un ser como este! ¡Qué tonta fue al pensar
en contradecir sus deseos! Los pensamientos se vertieron en su cabeza
rítmicos y terribles, y una pequeña parte de su cerebro los reconoció
como una especie de hechizo, un engaño.
No importaba. Ella ya estaba perdida.
― ¡Kyriakos! ―Soran ladró, luchando por ponerse de pie. Dos de los 246
perros se abalanzaron sobre él y le agarraron los brazos con sus enormes
mandíbulas, sujetándolo sin romperle la piel― Si te la llevas, romperás
los lazos de la Promesa. ¿Crees que tu rey te perdonará esta vez? ¿Crees
que se conformará con un simple exilio? ¡Harás que la ira de toda Eledria
caiga sobre tu cabeza! Vas a…
―Silencio. ― El señor de los fae extendió un brazo largo y colocó su
mano sobre la boca de Soran, sus dedos se extendieron por su rostro.
Volviéndose, Nelle vio con horror cómo los ojos del mago se volvían
hacia atrás y se desplomaba en un montón insensible.
― ¡No! ―gritó, su mente estallando a través de los hilos enroscados
de engaño. Intentó tirarse al suelo junto al mago, pero Kyriakos la agarró
del brazo y la hizo girar hacia él. Aterrizó con la mano en el pecho
desnudo y musculoso de él, con la cabeza inclinada hacia atrás para
mirar fijamente aquellos ojos que parecían vacíos.
―No más de eso, linda doncella. ―El fae pasó un dedo gentil por ella
mejilla, mandíbula, debajo de la barbilla― Ya no le perteneces. Eres mía.
Con eso, presionó dos dedos entre sus cejas. Nelle trató de luchar,
trató de resistirse, pero la oscuridad la abrumaba con inexorable
finalidad.
Sus rodillas cedieron y se hundió contra el pecho del alto fae, su
última conciencia, el ansioso latido de su corazón contra su mejilla.

247
20

L
os hilos del hechizo de Kyriakos se enrollaron alrededor del
espíritu de Soran, tirando hacia abajo. Se resistió, aferrándose
con todo lo que tenía, aferrándose a la conciencia. Su cuerpo
yacía entumecido, pero no se durmió. Miró a través de unos ojos
apagados y ensortijados y observó cómo Nelle se desplomaba contra el
señor de los faes, como si toda la vida y la voluntad hubieran sido
absorbidas repentinamente de su cuerpo.
Vio cómo Kyriakos la recogía en sus brazos con la misma facilidad 248
que si estuviera hecha de paja. Por un momento, el fae se giró y
contempló a Soran donde estaba tumbado, con la mirada fija.
Un gruñido bajo retumbó en el oído de Soran. Estaba demasiado
entumecido para estremecerse cuando el frío hocico de un skullar le
recorrió la nuca. La bestia gimió, hambrienta de sangre. Kyriakos enarcó
una ceja y luego pronunció una orden corta y tajante. Los skullars
supervivientes se alejaron de su víctima y subieron a toda velocidad por
el camino hacia la puerta en ruinas.
―Mis saludos a Lodírhal.
La voz resonó extrañamente en la cabeza de Soran, palpitando contra
sus templos. Aunque intentaba resistirse, los párpados le tiraban como
pesas de plomo, y no podía soportarlos ni un momento más. Cuando
por fin consiguió abrir los ojos de nuevo, Kyriakos se había ido.
Kyriakos, los skullars... y Nelle.
¡No!
Soran intentó moverse, retorcerse donde estaba tumbado. Pero no era
sólo el hechizo de los Noxaur lo que paralizaba sus miembros. Era el
abuso que se había infligido a sí mismo, el extremo sobreesfuerzo de la
magia más allá de su capacidad de aguante.
Los músculos, acalambrados y tensos, palpitaban y su espíritu pedía
a gritos un descanso, un alivio, pero no podía descansar.
No debía hacerlo.
Una vez que Kyriakos la sacara de la isla, una vez que cruzara a
Ninthalor, una vez que ella estuviese dentro de sus muros… Los límites
de la prisión de Soran se cerrarían a su alrededor como barras de hierro.
Su alma gritó con furia y desesperación, pero su boca flácida no pudo
emitir más que un débil gemido. Volvió a cerrar los ojos y se hundió en
la oscuridad, en el olvido. Tal vez el hechizo de Kyriakos era más fuerte
de lo que había pensado. Tal vez lo mataría, lo sacaría de este mundo.
249
Unos dedos suaves tocaron su mejilla, acariciando.
Mi pobre, pobre amor.
Su alma se tensó. Intentó abrir los ojos de nuevo, pero no pudo. En
lugar de eso, levantó su espíritu y miró sobre el cuerpo mortal que tenía
en el suelo para enfrentarse a la realidad de la Pesadilla que le rodeaba,
la capa de fuego lento que se extendía por todo Roseward.
La Doncella de Espinas se arrodilló detrás de él. Pequeña, frágil.
Todavía atada por el hechizo del Libro de las Rosas, pero presente aquí
en el reino de la inconsciencia. Sus dedos espinosos estaban cubiertos de
pétalos de rosa para suavizar su toque abrasivo. Su rostro era
extrañamente casi humano, y el perfume la rodeaba en una densa nube.
Miró a Soran y le ofreció una sonrisa débil tan parecida a la de Helenia
que casi le detuvo el corazón.
Por fin te ha abandonado, como sabías que lo haría. Te abandonó por otro
hombre.
Las yemas de sus dedos volvieron a acariciar su rostro espiritual esta
vez, en contraposición a la figura que yacía en el suelo. Parpadeó con los
párpados de hojas oscuras en los huecos vacíos de sus cuencas oculares.
Todas las mujeres son infieles. ¿No es esa la verdad que escribiste en el núcleo
de mi ser? Todas las mujeres son infieles, excepto una.
Tu sueño perfecto.
Soran se separó de ella, se puso de pie y se alejó de su cuerpo físico,
dirigiéndose a la puerta. Allí se detuvo, mirando por encima del borde
del acantilado hacia la oscura orilla de Noxaur. Ya parecía estar más
lejos de lo que estaba.
¿Las corrientes del Hinter arrastraban a Roseward hacia delante y
lejos? No tenía mucho tiempo. La densa nube de perfume le alcanzó por
detrás. Un suave susurro de pétalos y hojas de rosa le toco al oído.
La Doncella de las Espinas se paró a su espalda, sus labios se cernieron
junto a su oreja.
250
Todo volverá a ser como antes. Como estaba destinado a ser. Tu y yo. Juntos
por la eternidad.
La mano de ella se deslizó por su brazo, se deslizó hasta su cuello y
jugó con el pelo en la base de su cráneo.
La olvidarás pronto. Olvidarás todas estas cosas desagradables que ella ha
despertado dentro de ti. Y ese maldito libro tuyo finalmente se romperá…
Soran se giró bruscamente para enfrentarse a la aparición.
Con un gruñido, le agarró la cabeza con ambas manos y la aplastó
hasta que los pétalos de rosa estallaron entre sus dedos. Estaba atada. El
hechizo del Libro de las Rosas aún se mantenía firme. No podía luchar
contra él, no podía resistirse.
Se rompió en mil pedazos, trozos de tallo, hojas y pétalos rotos, que
se alejaron con la brisa.
Limpiándose las manos en la parte delantera de la túnica, Soran
regresó a su cuerpo dormido. Tenía que despertarse. No había tiempo
que perder.
Se estaba formando una idea, una que odiaba reconocer, odiaba
enfrentarse a ella. Pero si era la única manera de salvar a Nelle...
Moviéndose con experiencia, Soran volvió a acostarse dentro de su
cuerpo. Era una agonía sentir cómo aquellos miembros paralizados se
cerraban sobre su espíritu, una agonía que se esforzaba por combatir el
encantamiento y su propia fragilidad física.
Con un agobio, abrió los ojos y observó el mundo que le rodeaba, que
no era el mismo mundo oscuro que había dejado atrás. Las sombras de
Noxaur ya se estaban retirando, dejando a Roseward en una profunda
pero no total oscuridad. ¿Cuánto tiempo había dormido? Podrían haber
sido horas; podrían haber sido días.
Tentativamente, probó sus miembros. Los skullars habían destrozado
sus ropas, pero sólo habían conseguido penetrar en su piel. Había
sufrido cosas peores con la Doncella de las Espinas y, recientemente, con 251
el cuerno del unicornio. El aire de Roseward ya había acelerado su
curación, y unos cuantos cortes desfigurantes más no suponían ninguna
diferencia.
Se impulsó hasta ponerse de rodillas. Todo le dolía, pero era el tipo de
dolor que aseguraba la vida y la vitalidad, no la ruptura. El hedor de la
muerte le rodeaba, y cuando se atrevió a mirar a su alrededor, vio los
cuerpos batidos de tres skullars, víctimas de su propia magia.
Temblando, inclinó la cabeza. Durante unos instantes no pudo hacer
más que permanecer donde estaba, inspirando y espirando, con la
barbilla apoyada en el pecho. Luego levantó la vista, con las fosas
nasales encendidas.
De algún modo se puso en pie, de algún modo se puso en movimiento.
Evitando los espantosos restos de un skullar cortado limpiamente por
la mitad, atravesó la puerta y caminó a grandes zancadas por el sendero
del acantilado hasta llegar al camino que bajaba a las ruinas de la ciudad
portuaria de abajo.
Los límites de su prisión no eran impenetrables. Podía pasar, al menos
por un tiempo. Lodírhal lo descubriría, por supuesto.
Pero cualquier consecuencia que el rey de Aurelis le infligiera valdría
la pena si conseguía llegar a Noxaur a tiempo.
Soran deslizó una mano por la parte delantera de su túnica para tocar
la encuadernación de cuero del Libro de la Rosa. Ya había utilizado los
dos grandes hechizos, y el pequeño libro de garabatos colegial sería
totalmente inútil a donde iba. Pero este hechizo… este poderoso hechizo…
Al llegar al final del camino del acantilado, Soran se abrió paso entre
los edificios ruinosos. Le pareció oír algo en el interior de una de las
casitas desordenadas: un arrastre de pies, una puerta cerrada a toda
prisa. Frunció el ceño y se dio media vuelta.
No.
252
Sacudió la cabeza con firmeza y continuó su camino. Si por algún
milagro volvía de esta expedición, entonces se encargaría de los
invasores.
El pequeño bote de Nelle esperaba en la orilla, fuera del alcance
incluso de las caprichosas mareas del Hinter. Soran recogió trozos de
algas y restos de su casco y se aseguró de que seguía en condiciones de
navegar. Para su inexperto ojo, parecía lo suficientemente sólido.
Después de todo, no tenía que ir muy lejos. Sus brazos temblaban y
amenazaban con abandonarlo mientras arrastraba el bote hasta el agua.
¿Cómo iba a encontrar fuerzas para lo que iba a hacer?
Con la mandíbula firme, deslizó el bote hasta el agua, subió
rápidamente al interior y tomó los remos. Ni siquiera Kyriakos estaba
preparado para luchar contra un Noswraith desatado.
21

U
na sensación de perfecta suavidad recibió a Nelle mientras
recuperaba lentamente la conciencia. Una suavidad como
nubes. Nubes aireadas, flotantes, tenues, tiernas contra su
cuerpo cansado. Se inclinó hacia la sensación, con los ojos aún cerrados,
y pensó que tal vez no se despertaría. Todavía no.
Cuando respiró hondo y largo, un aroma picante que no reconoció le
hizo cosquillas en la nariz, nada desagradable. No era el olor a rosas, eso
era obvio, aunque no podía recordar por qué importaba en ese 253
momento. Respiró de nuevo, dejando que la especia le hormigueara la
nariz y la garganta y luego se enroscara en su pecho. Combinado con la
suavidad, fue pura felicidad.
Una música suave y cadenciosa acariciaba su oído, un trino de plata
pura y luz de luna subrayada por cuerdas graves profundas. No se
parecía a ninguna música que hubiera escuchado antes, compleja de una
manera que no podía entender. Si se concentraba demasiado en ello, le
sacudía la cabeza. Pero esta música no requería concentración. Era más
como el zumbido de fondo de la naturaleza misma, la danza lenta y
giratoria de las esferas. Siempre presente, nunca plenamente reconocida.
Dejó que su mente se relajara, dejó que la música se reprodujera en sus
sentidos, reconfortante y excitante por turnos.
Unos dedos tocaron su rostro. Dedos fríos y duros que no encajaban
con la suavidad ni con los olores ni con la música. Se hundieron en su
mejilla, tiraron de la piel alrededor de sus ojos. Nelle frunció el ceño y
volvió la cabeza. Una voz profunda y áspera gruñó una serie de palabras
extrañas.
Los ojos de Nelle se abrieron de golpe.
Un rostro tallado en piedra blanca descascarada se cernió sobre el de
ella. Un rostro espantoso cincelado por una mano inexperta, con
pómulos salientes, mandíbula exagerada y ojillos pequeños y brillantes
hundidos bajo una ceja prominente.
Nelle contuvo el aliento, tratando de gritar, pero su pecho se contrajo
demasiado para permitir que el aire escapara de sus pulmones.
―De un paso atrás, Grork ―dijo una voz meliflua desde el espacio
más allá de esa fea cabeza― Asustarás a la pobrecita.
El rostro de piedra cambió y un nuevo rostro flotó en el campo de
visión de Nelle, apenas menos extraño que el anterior. En lugar de
piedra, parecía estar tallado en madera, pulido de modo que la veta
resaltara en distintos remolinos en cada mejilla. La nariz era
simplemente un leve bulto y dos agujeros como fosas nasales. Pero tenía 254
una boquita delicada y unos ojos enormes y luminosos enmarcados por
largas pestañas blancas como frondosas. La boca se torció, revelando
dientes afilados de color verde pálido.
―Oh, mi querida, querida hermana― dijo la persona de ojos verdes,
con voz suave y claramente femenina― Estamos muy contentos de que
hayas venido. Ha pasado tanto tiempo desde que alguien nuevo se unió
a nuestra familia, nos estábamos sintiendo bastante desolados.
Retrocedió unos pasos, dándole a Nelle una mejor vista de ella.
Definitivamente una mujer, una mujer bien formada de madera viva,
completamente desnuda y, sin embargo, completamente inconsciente
de su desnudez. Tenía cuatro brazos largos y entrelazados que se
ramificaban en más manos de las que a Nelle le gustaba contar. El efecto
general debería haber sido espantoso, pero, de hecho, fue extrañamente
elegante y gracioso.
―Permítame presentarme ―Continuó la mujer de madera. Solo
entonces Nelle se dio cuenta de que no estaba escuchando un idioma
que reconocía. Los sonidos reales que golpeaban su oído eran más como
hojas moviéndose y ramas crujientes, con una corriente subterránea de
tierra profunda y revuelta. Pero de alguna manera se transformaron
dentro de su cabeza, volviéndose perfectamente comprensibles.
― Soy Dirsdaliradeladi, la Segunda Hermana. Y aquí. ― Movió dos
de sus cuatro brazos, extendiendo varias manos para indicar la pila de
rocas que se avecinaba justo detrás de ella―, está Grork ―La palabra
salió como un ladrido áspero ―. Grork es nuestra Quinta Hermana. A su
izquierda, Merledrune, es la Decimocuarta Hermana, detrás de ti está
Valsatra. Ella es la Hermana Diecisiete.
Nelle giró la cabeza, primero a la izquierda, donde estaba una mujer
alta y esbelta de piel rosada y cabello magenta brillante, quien llevaba
puesto un vestido suelto color vino. La mujer no se encontró con la
mirada interrogante de Nelle, sino que miró fijamente al espacio sobre
su cabeza. Parecía menos realista que la pedregosa Grork. Nelle se giró 255
donde yacía para mirar detrás de ella y vislumbró un destello de algo
parecido a una sombra, allí y desapareció de nuevo. Si era o no la
Decimoséptima Hermana, no podía adivinarlo.
―¿Dónde estoy? ―Nelle jadeó.
La sonrisa de la mujer de madera creció, revelando dientes más
afilados. Mientras inclinaba la cabeza hacia un lado, el cabello de oro
blanco cubierto de hojas flotaba sobre su hombro en voluminosas ondas.
― Estás en Ninthalor― Le respondió, parpadeando sus extrañas
pestañas―. La poderosa fortaleza de nuestro renombrado esposo.
¡Bienvenida hermana!
Con estas palabras, extendió los cuatro brazos y estrechó a Nelle en
un abrazo. Nelle sintió la fuerza profunda de esos miembros que,
aunque la sostuvieron con suavidad, podrían haberla hecho pedazos sin
esfuerzo. Se apartó tan pronto como la mujer de madera le dio una
oportunidad y miró alrededor de la habitación, más allá de las figuras
circundantes.
Parecía estar acostada en una cama enorme. Cortinas rojas colgaban
de los postes de la cama negros y pulidos, y la suavidad sobre la que
yacía resultó ser una enorme manta roja hecha con el suave pelaje de
algún animal que Nelle nunca había visto ni oído antes. Una enorme
chimenea ocupaba una pared, su resplandor calentaba incluso los
rincones más oscuros con una cruda luz roja. La cama en sí estaba en el
centro de la habitación, rodeada por ocho paredes en ángulo, todos
pintados de carmesí con intrincados patrones de hojas y flores y… y
Nelle parpadeó y volvió a mirar. Entre esas hojas y flores había figuras
extrañas y fantásticas en varias etapas de desnudez.
Una tercera mirada hizo que un sonrojo rugiera en sus mejillas.
Nelle enterró el rostro entre las manos. Todo se sentía confuso en su
cabeza, y esa música seductora siempre sonando de fondo hacía que
fuera más difícil concentrarse. Vio destellos, momentos en el ojo de su
mente: Soran, su brazo balanceándose en un arco de terrible magia azul 256
que atravesó directamente el cuerpo de un monstruo… una enorme
figura emergiendo de la oscuridad, su piel brillando débilmente con su
propio resplandor natural… brazos poderosos acunando su cuerpo… El
balanceo y el hundimiento de un barco en el agua… miedo, miedo,
miedo.
Nelle gimió y cerró los ojos con fuerza mientras la memoria se
aclaraba. Kyriakos.
El señor fae de Noxaur. La había encontrado, se la había llevado.
La opresión apretó su pecho, y casi se atragantó con la repentina bilis
que le subía a la garganta. Todo empezó a tener sentido: la habitación
roja, la suave manta, las cortinas, las imágenes en las paredes.
Las toma por esposas.
Las mortales son sus favoritas.
Retirando las manos de su rostro, Nelle miró las extrañas figuras que
la rodeaban.
―Usted son… hermanas ―dijo en voz baja― ¿Son esposas y
hermanas?
La mujer de madera asintió y volvió a sonreír, juntando seis pares de
manos con deleite.
― ¡Lo somos, de hecho! Yo, ―Colocó una de sus manos abiertas
contra su pecho desnudo― soy una dríade de los Bosques Nesterin de
Solira, mientras que Grork aquí, ― Agitó tres manos más hacia la
persona de la roca― viene de las Islas Umbría y la mitad troll.
Merledrune, ―Asintió con la cabeza hacia la mujer rosada que estaba al
otro lado de la cama― Nació y se crio en Cylhana, una villa Aureliana.
Y Valsatra es… bien… ―Sus enormes ojos brillaron hacia los lados,
momentáneamente inquietos― Ninguna de nosotras está del todo
segura, para ser honesta. Creemos que puede ser vampyri.
Nelle tragó saliva varias veces. 257
―Ustedes… Fueron todas ustedes… ―No podía formar las palabras,
ni siquiera estaba completamente segura de qué pregunta quería hacer.
Pero la dríade continuó felizmente, sus brazos crujiendo cuando
extendió la mano para tomar las manos de Nelle entre dos de las suyas.
―Aunque podemos originarnos en diferentes reinos, hemos sido
unidas en hermandad por nuestro amor compartido por Kyriakos,
nuestro señor más hermoso y benevolente.
Nelle miró boquiabierta a la mujer. Sus recuerdos de Kyriakos eran
confusos, sin duda, pero estaba bastante segura de que benevolente no
era una palabra que se aplicara al imponente señor fae. Hermoso, sí.
Benevolente, definitivamente no.
Se liberó las manos y, como no le gustaba encontrarse con la mirada
de la dríade, miró hacia abajo. Con un grito ahogado, se dio cuenta de
que solo llevaba su camisola, una cubierta rota, andrajosa, manchada y
totalmente inadecuada en una habitación como esta. Los lazos
delanteros estaban parcialmente desabrochados, y se apresuró a tantear
para atarlos, mientras buscaba alguna señal de su vestido lavanda.
― ¡Oh no, cariño! ―Trinó la dríade, apartando apresuradamente las
manos de Nelle de nuevo. No hubo resistencia a la fuerza de esa
empuñadura de madera. Nelle solo pudo sentarse con los ojos muy
abiertos mientras dos manos más de la dríade desataban los cordones.
―No puedes usar algo como eso. ¡No esta noche! Tenemos algo
mucho mejor para ti.
Como si siguiera el ejemplo de la dríade, la enorme mujer de piedra,
la mitad troll, levantó algo con sus dedos ásperos y romos. Nelle echó
un vistazo y casi se atragantó con su propia lengua. Era una prenda de
algún tipo… ciertamente no un vestido. Negro, brillante y largo, con
profundas aberturas en la parte delantera de la falda casi hasta la
cintura. Y el resto…
―Ni de chiste me pondré eso. ― Nelle se volvió hacia la dríade, que 258
la miró parpadeando con suave confusión.
Con la esperanza de algún signo de simpatía, se volvió hacia la mujer
rosada, pero se encontró con una expresión tan estudiadamente en
blanco que casi podía creer que vio una figura de cera.
La dríade la calló suavemente y tiró del vestido negro con una mano.
― ¿No es el negro el color tradicional de las bodas de tu mundo? Me
parece recordar a una o dos de mis otras hermanas mortales que
afirmaron que preferían el blanco para tal ocasión. Puede que pueda
encontrar uno de sus viejos vestidos, pero… Bueno, ¡sería una lástima!
Valsatra hizo esto especialmente para ti y no creo que desees herir sus
sentimientos.
Una ráfaga de sombras recorrió la parte posterior de la cabeza de
Nelle. Se retorció en su lugar, intentando, pero sin conseguir una
impresión de quien fuera o no detrás de ella.
―No es mi intención herir los sentimientos de nadie ―dijo
rápidamente― Yo solo… No me voy a casar.
La dríade emitió un sonido extraño ante esto, un ladrido áspero, una
especie de ruido que de alguna manera se tradujo en los oídos de Nelle
como una risa tintineante.
―Oh, dulce hermana, ¡Ya estás casada!
―No. ― Nelle negó con la cabeza ferozmente y se las arregló para
liberar sus muñecas del agarre de la dríade para cerrar su vestido abierto
sobre su pecho frío.
―Estoy bastante segura de que recordaría algo así.
La dríade la miró parpadeando lentamente, las frondosas pestañas
cayeron en un movimiento suave. Cuando se levantaron de nuevo, su
expresión era mucho más dura de lo que había sido.
―Nuestro señor te ha reclamado ―dijo con un tono de voz que no
permitía negaciones― Eres su novia. Y esta noche, tus hermanas
259
esposas deben prepararte para recibirlo.
Con esas palabras, levantó la cabeza, levantó varios pares de manos y
aplaudió con elegancia.
― ¡Vengan, hermanas! ¡Comencemos nuestro trabajo!
Muchas manos sacaron a Nelle de la cama y le quitaron la camisola
antes de que tuviera la oportunidad de pensar. Trató de defenderse,
pero la dríade rápidamente le inmovilizó los brazos y las piernas
mientras la mujer rosada se acercaba sigilosamente y le lavaba la piel
con eficacia usando una esponja áspera. La mente de Nelle dio vueltas.
El perfume en el aire la mareó.
Soran, pensó salvajemente mientras alguien, la invisible Valsatra
quizás, arrastraba un peine por los enredos de su cabello. ¿Qué había
sido de Soran? Sus recuerdos eran vagos, pero estaba bastante segura de
que Kyriakos le había hecho algo, lo había dejado colapsado en el suelo.
¿Vivo? ¡Oh, por favor a los dioses, que siga vivo!
La mujer rosa que estaba de pie ante Nelle para limpiarle los hombros
y el cuello se detuvo de repente y levantó una mano delgada.
Temblando, Nelle miró hacia abajo para ver la cadena de frío alrededor
de su cuello.
El medallón ovalado estaba entre sus pechos.
La mujer rosa echó un rápido vistazo a un lado, donde la dríade estaba
ocupada hablando y tirando de los pliegues del traje de boda negro.
Luego, rápido como un destello, abrió el relicario. Sus fosas nasales se
ensancharon levemente cuando el olor acre y quemado del ungüento
Dulces Sueños llenó la habitación.
Sus ojos se encontraron con los de Nelle. Por un momento, su rostro
inexpresivo estaba vivo, brillante. ¿Divertido?
Nelle le devolvió la mirada, su corazón latía en una agonía de
suspenso.
La mujer rosada cerró el relicario justo cuando la dríade apareció en
su hombro. 260
― ¿Qué es eso, Merledrune? ―Trinó ella.
La mujer rosada se encogió de hombros, su rostro una vez más
impasible, y levantó el relicario para inspeccionarlo.
―Quítaselo ― Grazno la dríade, apoyando las dos manos en el
hombro de la mujer.
Ella sonrió a Nelle con su sonrisa puntiaguda una vez más.
―Una novia debe ser renovada la noche que recibe a su esposo.
El estómago de Nelle dio un vuelco. Pero la mujer rosa encontró su
mirada de nuevo y…
¿Fue un ligero movimiento de cabeza? ¿Una advertencia? Sus manos
se deslizaron por la parte posterior del cuello de Nelle, trabajando el
broche, y tiró del collar para liberarlo.
―Estás temblando, pobrecita. ―Tres manos ramificadas empujaron a
la mujer rosada a un lado, y la dríade intervino para tomar su lugar,
aplicando aceites y cremas a la piel pálida de Nelle― No debes tener
miedo. Nuestro esposo valora a cada una de sus esposas como una flor
pura y perfecta para ser cultivada en su jardín. Lo veras tu misma muy
pronto.
Nelle apenas la escuchó. Su mirada se fijó en la mujer rosada a través
de las ramas del hombro de la dríade. Vio a la mujer regresar a la enorme
cama roja. Su largo cabello cubría un lado de su cara, pero lo echó hacia
atrás por un momento, llamando la atención de Nelle.
Luego metió el collar debajo de una de las enormes y mullidas
almohadas.
Con el pulso acelerado, Nelle se mordió los labios y mordió con
fuerza. Sus rodillas se doblaron y se habría caído si la mujer troll no la
hubiera agarrado por los hombros por detrás y la hubiera sostenido en
posición vertical. Se obligó a tomar varias respiraciones largas,
ignorando cómo el aire picante ahora parecía arder en su garganta. 261
Ella no estaba indefensa. No completamente.
La vistieron con la prenda negra casi antes de que ella se diera cuenta
de lo que habían hecho. Se recuperó con un grito ahogado cuando la
dríade apretó los cordones del corsé. Solo entonces miró hacia abajo y
pudo ver su llamado vestido de novia. Las aberturas de la falda llegaban
hasta la cintura, exponiendo los huesos de la cadera, con solo un panel
estrecho y brillante de tela que proporcionaba algo parecido a la
modestia. El corpiño encorsetado levantaba sus pequeños pechos,
haciéndolos parecer mucho más llenos de lo que realmente eran.
Pequeñas flores con cuentas se alineaban en el borde, brillando a la luz
del fuego. Dos correas sueltas caían sobre la parte superior de sus
brazos, enmarcando sus hombros, mangas por nombre si no por
función. Estaba completamente confeccionado con la tela más suntuosa,
más suave incluso que los vestidos que Nelle había explorado en la
habitación de la dama en Dornrise.
Era una prenda que tenía un solo propósito.
―Allí. ― La dríade dio un paso atrás, sus ojos verdes brillaban― Eres
tan adorable, querida. ―Alargó la mano para tomar a Nelle por debajo
de la barbilla― ¡Oh, ha pasado un tiempo desde que tuvimos hermanas
mortales! Las he extrañado tanto. Pero tú… sí que traes de regreso esos
viejos tiempos, ¿no? Espero volver a aprender de tus pintorescos
caminos mortales. ¡Ahora!
Aplaudió enérgicamente con un par de manos, y las otras esposas,
incluida la cosa en las sombras que podría haber sido Valsatra, se
congregaron detrás de ella.
―Nos despedimos ―Dijo la dríade― Por la mañana volveremos a
verte y te presentaremos los caminos de Ninthalor. Tus habitaciones son
tan encantadoras, tan preciosas, sé que las amarás. Mientras tanto,
¡buenas noches, dulce hermana!
Se llevó tres manos diferentes a la boca a su vez, lanzando besos. El
troll levantó una gran mano, moviendo los dedos en algo parecido a una 262
ola lenta y crujiente. La nada sombría parpadeó momentáneamente, casi
visible.
Luego las cuatro se dirigieron a una de las paredes y abrieron una
puerta que Nelle no había visto hasta entonces. Pasaron, pero la mujer
rosa se quedó atrás y lanzó a Nelle una última mirada. Su mirada se
posó en las almohadas de la cama.
Al momento siguiente se fue, cerrando la puerta detrás de ella.
22

N
elle se puso en movimiento y saltó hacia la cama. ¿Cuánto
tiempo tenía antes de que Kyriakos hiciera su aparición?
Incluso ahora podría estar fuera de la cámara, esperando a
que sus otras esposas la desocuparan. Minutos podrían ser minutos,
quizás menos que eso.
Agarró la cadena y sacó el collar, casi tirándolo por la habitación en
su prisa. Sentada en el borde de la cama, con las manos temblando con
tanta fuerza que apenas podía abrir el medallón, lo abrió. El hedor acre 263
de los Dulces Sueños casi abrumaba incluso el perfume picante, pero
Nelle lo inhaló como un incienso celestial.
Solo le quedaban dos dosis. Bueno, una debería ser suficiente. Se pasó
la yema del dedo por la mitad del relicario abierto y rápidamente se untó
los labios agrietados con el ungüento. Se empapó de inmediato y el olor
se evaporó al contacto.
Nelle cerró el relicario y miró a su alrededor, preguntándose dónde
debería guardarlo. ¿De vuelta debajo de las almohadas? No, si
funcionaba como esperaba, querría hacer una escapada rápida. Mejor
tenerlo con ella, pero ¿Qué pasaría si Kyriakos lo veía? ¿Y si hacía
preguntas? Era un riesgo demasiado grande.
Al no tener otra opción disponible, se metió la baratija en la parte
delantera de su corsé. Los cordones estaban lo suficientemente ajustados
para mantenerlo en su lugar. Se enroscó incómodamente contra su
estómago, seguro y a salvo. Solo se encontraría si… si…
―No lo encontrará ―murmuró Nelle, apretando los puños― No lo
hará.
Se levantó de un salto y caminó por la habitación, su corazón latiendo
con adrenalina llena de miedo.
Cuando llegó a la enorme chimenea, se detuvo para mirar el fuego.
Extraño, cómo ardía tan grande y brillante pero no parecía calentar la
habitación, al menos no más de lo agradable. El olor picante parecía
emanar de los troncos.
Todo en esta cámara estaba calculado para la seducción. Lo sintió
trabajar en sus sentidos, adormeciéndola suavemente.
Pero ella no se adormecería. El miedo era su amigo en un momento
como este. Se apartó del fuego, volvió a mirar hacia la cama y apartó la
mirada rápidamente. Su mirada se encendió sobre una colección de
herramientas que se sostenían en posición vertical en un elegante
soporte. Los habría llamado fireirons, solo que sabía que no serían de
hierro aquí en Eledria. Agarrando el mango de un atizador largo, lo 264
desenvainó como si sacara una espada de su vaina. La luz del fuego
jugaba sobre la punta afilada.
Nilarium, supuso. Parecía lo suficientemente resistente. Lo equilibró
en su agarre, luego soltó una amarga maldición.
―Mierda, chica, ¡no estás pensando con claridad!
No podía enfrentarse a Kyriakos con tanta hostilidad. El Dulces
Sueños era su mejor defensa. Mejor besarlo de una vez y acabar de una
vez.
Pero, ¿y si no funcionaba? Él era un fae. ¿Y si fuera inmune a los
venenos feéricos?
Nelle tragó saliva. Luego llevó el atizador a la cama y lo metió debajo
de las almohadas. Saber que estaba allí reforzó su valor.
Cuando volvió a mirar hacia la habitación, las pesadas cortinas que
cubrían una de las ocho paredes llamaron su atención y se apresuró a
abrirlas. El vidrio de la ventana reflejaba la habitación roja hacia ella, sin
ofrecer ninguna impresión del mundo exterior. Apoyó la cara en el
cristal y se tapó los ojos con las manos, pero no obtuvo más que una leve
impresión de muchos tejados puntiagudos y chimeneas debajo y el
ocasional destello de luz de las ventanas largas y estrechas.
―Mierda ―Susurró de nuevo. ¿Podría usar el atizador para romper
los cristales? Posiblemente. Pero, ¿a dónde iría ella desde allí? Desde allí
podría aguardarle una gran caída. A menos que se perdiera su
suposición, tenía unos buenos doce pisos de altura, tal vez más.
Nelle volvió a cerrar las cortinas. Quizás su mejor apuesta era esperar
en la cama. Arreglarse encantadoramente y tentar al señor fae para que
le dé ese primer beso envenenado. Su estómago se revolvió, pero era el
plan más seguro. Ella también estaría en posición de agarrar el atizador.
Con los pies descalzos caminando silenciosamente sobre el piso
alfombrado rojo, regresó a la cama y se arrastró sobre la manta
maravillosamente suave. Se volvió, sentándose erguida para arreglar lo
que había de las faldas negras para cubrir sus piernas, pero aún se sentía 265
demasiado expuesta. Quizás eso era lo mejor. Si el plan era atraer al fae,
sería mejor que se viera seductora. Apoyando un codo en las almohadas
detrás de ella, se pasó el otro brazo por la cadera.
Y ella esperó.
El fuego ardía, su crepitar y chasquido se mezclaba con la distante
música de flauta. El corazón de Nelle calmó lentamente su frenético
latido y respiró con más facilidad. Se sintió un poco mareada y muy,
muy cansada. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que ella había
dormido correctamente? ¿No es un sueño encantado, sino un sueño real
y reparador? No desde su incómodo sueño en la silla del respaldo del
faro.
El faro.
Soran…
¿Qué había sido de él? ¿Yacía muerto sobre los adoquines rotos del
camino de Dornrise? No, no podía creerlo. Simplemente no podía estar
muerto. Todavía no. No hasta que tuviera la oportunidad de volver a
verlo, hablar con él, decirle… ¿Qué? ¿La verdad? ¿Sobre Gaspard, Papá
y su misión?
¿Sobre Sam? ¿Sobre todas las formas en que ella le había mentido y
engañado, todas las formas en que había sentado sutilmente las bases
para la traición?
No. Todo eso no era lo que le diría si pudiera hablar con él ahora. Esas
no eran las confesiones que se derramarían de su corazón si tuviera la
oportunidad. Cerró los ojos, dejando que la extraña música y el aroma
picante de los troncos la recorrieran.
¿Estaba dormida?
La pregunta le vino con modorra, arrastrándose a través de sus
sentidos. ¡Seguramente no se habría quedado dormida! Solo cerró los
ojos para descansar un momento. Pero se sentían tan pesados, y las 266
mantas eran tan suaves, y su cabeza estaba tan cómodamente apoyada
mientras la dulce música sonaba en la parte posterior de su cabeza.
Alguien respiró. Respiraciones profundas y pesadas.
Un pico de conciencia atravesó el cerebro de Nelle. Sus ojos se
abrieron y miró fijamente el rostro finamente cortado de Kyriakos,
flotando a escasos centímetros por encima de ella.
Sus ojos negros se arrugaron alrededor de los bordes mientras su boca
se curvó en una lenta sonrisa.
― ¡Ah! La bella durmiente se despierta.
Nelle levantó bruscamente una mano, la palma de su mano se conectó
con la mandíbula de él en un golpe brusco, haciendo que los dientes de
él crujieran. Él retrocedió, y ella aprovechó la oportunidad para levantar
la rodilla con fuerza contra su estómago, provocando un gruñido fuerte.
Él se echó más hacia atrás, sus brazos se envolvieron alrededor de su
abdomen y ella se apresuró a girar, dirigiéndose al borde de la cama. Sus
manos se deslizaron debajo de las almohadas y encontraron la
empuñadura del atizador de nilarium, arrastrándolo detrás de ella.
Cayó al suelo, consciente de que sus piernas estaban completamente
expuestas, sus faldas atrapadas debajo del señor de los faes. Con un
brusco tirón, las sacó de debajo de él y se puso en pie de un salto,
sosteniendo el atizador con la punta apuntando entre sus ojos.
Observó el atizador, su expresión casi cómicamente bizca.
Luego levantó la mirada para encontrarse con la de ella.
Había dudado un instante demasiado.
Cuando ella golpeó, él ya estaba en movimiento, agachándose a un
lado, saltando de la cama. La luz del fuego jugó con su enorme torso sin
camisa, haciendo que la piel oscura brillara con un profundo matiz
violáceo. Pensó que saltaría sobre ella, pero él simplemente se volvió,
bajó los brazos, dejando su pecho completamente expuesto y vulnerable.
Nelle se impulsó con su pierna trasera y se lanzó, apuntando 267
directamente a su corazón. Puso toda la fuerza de su peso en esa
estocada, y el nilarium brilló brillante y rápido. Pero él se apartó
fácilmente a un lado y cogió el atizador cuando pasó junto a él. La tiró
con fuerza y, cuando ella no lo soltó, lo usó para hacerla retroceder cinco
pasos hasta que chocó contra la pared.
Se inclinó y presionó la barra fría contra su pecho desnudo y agitado.
Era tan alto que tuvo que estirar el cuello para mirarlo, para encontrarse
con esos brillantes ojos negros.
―Mi pequeña esposa está llena de sorpresas, ya veo ―dijo, su voz era
una risa gutural.
Su estómago se estremeció con el sonido, pero no del todo de miedo.
Algo en su voz se mezcló con el perfume que había estado respirando
para provocar un latido sordo en su estómago, extraño y emocionante.
Ella hizo una mueca. Cualquiera que fuera este sentimiento, ¡tenía que
luchar contra él!
No, espera. ¿Qué pasa con El Dulces Sueños? En su conmoción, lo
había olvidado.
Ella no debería estar peleando; no debería resistirse. Debería estirar la
mano, agarrarle la cabeza incluso ahora y acercar sus labios a los de ella.
Pero sus manos estaban inmovilizadas bajo la barra de nilarium.
Kyriakos se inclinó. Ella pensó que él la besaría, lo que sin duda
simplificaría las cosas, pero en cambio, enterró la nariz en la masa de su
cabello amontonado sobre su hombro y respiró hondo.
―Ah. ―Suspiró, y su columna se estremeció de nuevo ante el gruñido
de su voz― ¡Cuánto tiempo ha pasado desde que olí la verdadera sangre
Ibrildiana! No me había dado cuenta de cuánto lo extrañaba, cuánto lo
deseaba.
¿Ibrildiana? Una parte dormida de su mente, detrás del clamor de su
pulso, reconoció la palabra. Lo había dicho antes, en Dornrise. ¿Era una
palabra Eledriana para humana?
El señor fae se echó hacia atrás, su boca se curvó en esa lenta y 268
peligrosa sonrisa.
Luego levantó una ceja.
―Tienes miedo, pequeña. ―Para su sorpresa, soltó el atizador y
retrocedió varios pasos. Privada de su apoyo, estuvo a punto de
deslizarse al suelo, solo para recuperarse a tiempo.
Sacudió la cabeza, todavía sonriendo, y su cabello medianoche fluyó
sedosamente sobre sus anchos hombros desnudos.
―No tengas miedo. Contrario a los rumores, me gusta que mis
esposas estén dispuestas. Ahora mismo tengo otros propósitos en mente
para ti.
Dicho esto, le dio la espalda, obviamente consciente de que ella había
perdido la fuerza y la voluntad para otro ataque, y la dejó sosteniendo
el atizador mientras se acercaba a una mesa que ella no había notado
antes, cerca de la pared opuesta a la chimenea. Murmuró palabras que
ella no pudo oír, espetó una vez, y la luz apareció en la punta de sus
dedos. Sostuvo el brillo parpadeante en dos mechas de velas, que se
encendieron y ardieron intensamente.
Para su sorpresa, Nelle vio su bolso tirado sobre la mesa, y al lado su
pluma y libro de hechizos.
Kyriakos agitó una mano, indicando una silla junto a la mesa.
―Debemos hablar, mi linda esposa ―dijo― Estoy ansioso por
aprender más de tu magia, ya que ya la he visto. ¡Esa astuta espada
mágica tuya! Tan deliciosa. Ven. Siéntate. No tienes nada que temer.
Es posible que los faes no mientan directamente, pero Nelle
sospechaba que esta afirmación no era del todo cierta. Aun así, no podía
quedarse ahí parada con la espalda contra la pared. Si hubiera querido
lastimarla, fácilmente podría haberlo hecho ya.
Nelle bajó el atizador y cruzó la habitación, incómodamente
consciente de cómo las roturas de su falda dejaban al descubierto sus
rodillas y muslos con cada paso que daba. Kyriakos también se dio 269
cuenta, a juzgar por las miradas apreciativas que recorrían su cuerpo de
arriba a abajo.
Pero él le sostuvo la silla y, cuando ella se sentó, ocupó el lugar frente
al suyo. Era demasiado grande para una silla y una mesa, pero se las
arregló para parecer relajado y elegante, no obstante.
―Ahora ―dijo, plantando un dedo largo en la portada de su libro―
háblame de esto.
―Uhm. ―Nelle tosió para despejar el tono áspero de su voz. Los
Dulces Sueños ardían en sus labios, potentes y listos. Pero no era como
si pudiera lanzarse sobre la mesa e intentar atraparlo en un beso. Bien
podría hablar o no.
―Es un libro de hechizos.
―Sí. ―El lord fae volvió a reír y movió su dedo para abrir la cubierta,
pasando las páginas en blanco lentamente, una tras otra― Estoy
familiarizado con el concepto. ¿Pero no están los libros de hechizos
mortales destinados a estar llenos de hechizos escritos? ¿O ha cambiado
el proceso en algún momento de los últimos trescientos años?
―Oh. No. ―Nelle tosió de nuevo― Todavía soy nueva en el… en el
oficio. Solo he escrito algunos hechizos adecuados. Y ya los he usado.
― ¿Es así? ―Una ceja se deslizó hacia arriba― Pero tú has comenzado
tu entrenamiento. Eso es una suerte. Una vez que se ha aprovechado el
manantial de la magia, es bastante fácil aumentar el flujo. Especialmente
en una Ibrildiana.
Ella lo miró y se alejó de nuevo, sin saber qué decir a esto.
―Ese mago mortal ―Continuó Kyriakos― De vuelta en la isla a la
deriva. ¿Era tu maestro? Tu…―Se inclinó un poco, la luz de las velas
brillando en su sonrisa de dientes afilados― ¿Amante?
―Maestro ―Respondió Nelle rápidamente y se pasó una mano por la
cara, apartando mechones de cabello sueltos de los ojos― Teníamos, uh,
apenas comenzamos las lecciones. Hace una semana. 270
― ¡Y sin embargo has avanzado mucho! ―Kyriakos negó con la
cabeza suavemente, tratando de llamar su atención― No te das cuenta
de la verdad, ¿o sí? No sabes lo lejos que has llegado en tan poco tiempo.
Tengo entendido que se necesitan años para que un mago mortal
desarrolle incluso la capacidad de percibir correctamente la quinsatra, y
mucho menos de extraer magia de ese reino. Unos pocos años más o
menos parecen poco para mi especie. Para los de su clase, sin embargo,
creo que el momento es más significativo. ―Se reclinó en su silla y agitó
una mano grácil en su dirección, haciendo que las llamas de las velas
fluctuaran brevemente. ―Para alguien como tú, llegar tan lejos como lo
has hecho en una mera semana es, como ver a un bebé bailando y
cantando dentro de una hora de su nacimiento. ¡Un milagro!
Nelle frunció el ceño. ¿Uno como ella? Pronunció las palabras con
tanto peso, tanto significado. Ella le lanzó una mirada apresurada y
desconcertada antes de bajar la mirada.
―Oh. ―Kyriakos asintió lentamente, cruzando los brazos sobre su
ancho pecho― Ya veo. No sabes lo que eres, ¿verdad?
Antes de que ella pudiera pensar en una respuesta, se puso de pie y
atravesó la habitación para tocar un lugar en la pared aparentemente sin
costuras. Cuando se balanceó, revelando una ventana de hermosas
jarras, fue a buscar una jarra y dos vasos, luego volvió a la mesa y puso
un vaso delante de Nelle, otro en su lugar.
El tapón de cristal tallado tintineó musicalmente cuando levantó la
jarra y removió el líquido rojo oscuro en el interior antes de verterlo. Un
dulce aroma se elevó del vaso, mezclándose con la especia en el aire.
―Un poco de fortificación, querida ―dijo el fae antes de tapar la
botella y volver a sentarse. Levantó su copa en un brindis silencioso y
sorbió delicadamente del borde.
Nelle miró su vaso con inquietud. ¿Qué contenía exactamente? ¿Otra
capa de engaño? Sentía la lengua como papel de lija, la garganta
terriblemente reseca. 271
Ella miró a Kyriakos y le llamó la atención.
―Es vino. ―Respondió a su pregunta tácita― Vino Aureliano de la
región costera de Mylaela. Se dice que se adapta bien a los paladares
mortales. Pruébalo, querida. Lo necesitará para lo que estoy a punto de
decirte.
Cogió el vaso y lo hizo girar ligeramente. Luego, rápidamente, antes
de que pudiera cambiar de opinión, se lo llevó a los labios y bebió un
sorbo. Un dulce aroma llenó su boca, brillante como la luz del amanecer.
Animó e iluminó a la vez y dejó una quemadura levemente amarga. Era
delicioso. ¡Muy lejos de la horrible qeiese de Soran, eso era seguro! Tomó
un segundo y un tercer sorbo antes de obligarse a dejar el vaso.
Kyriakos jugueteó pensativo con la base de su copa.
―Tu maestro nunca te dijo que eres Ibrildiana, ¿verdad?
Nelle negó con la cabeza. Cuando su cerebro emitió un agradable
zumbido, se quedó quieta con cuidado.
― ¿C-cuál es esa palabra? ―Dijo, tropezando un poco con las
palabras― Ibrildiana. Sigues diciéndola, pero no lo había escuchado
antes.
El señor de los faes sonrió, girando su copa en una suave rotación,
haciendo girar el vino.
―En tu lengua, creo, la palabra es Híbrido. Es un término que se utiliza
para describir los cruces entre seres humanos y faes. Como tú.
Nelle lo miró con aire vacilante. Luego frunció el ceño y se sentó un
poco más erguida.
― ¿Qué? ¿De qué estás hablando?
―Es la razón por la que eres experta en magia. Tu sangre es una
mezcla de cepas humanas y fae. No mitad y mitad, debería pensar. A
menos que me pierda mi suposición, uno de tus padres también era
272
Ibrildiano, probablemente tu madre. Es extraño que haya sobrevivido lo
suficiente para procrear. La descendencia de Ibrildiana fue prohibida en
la firma de la Promesa, ¿comprendes?, y muy pocos están vivos hasta el
día de hoy. Mis propios hijos ibrildianos fueron perseguidos hace siglos
y asesinados ante mis ojos. ―Amargura entrelazó sus palabras, sin
embargo, continuó sonriendo. El contraste era desconcertante. ―Así
que ya ves, querida, por qué es tan afortunado que te conozca.
Su corazón se contraía en un nudo cada vez más fuerte con cada frase
que pronunciaba. Híbrido… cruce entre fae y humanos…
Madre.
Por supuesto.
Por supuesto. Debería haberlo sabido hace mucho tiempo.
Por supuesto que Madre era en parte fae.
¿De qué otra manera podría haber sido tan hermosa, tan salvaje, tan
imprudente? Solo un fae podría bailar por la vida en el bajo Wimborne
con tal ímpetu. Solo un fae pensaría que es una broma arrebatar a un
apuesto marido mortal y tenerlo como una especie de mascota todos
esos años, indefenso y completamente cautivado. Tenía perfecto
sentido.
¿Y de qué otra manera había conseguido todos esos tesoros fae de
ella?
Pero eso significaba… ¿Qué significaba? La cabeza de Nelle se
revolvió con preguntas que no podía formular por completo. Sin
pensarlo, se llevó la copa a los labios y tomó otro sorbo. No era humana.
En realidad, no del todo. De acuerdo entonces.
Podría lidiar con eso, ¿no? Seguía siendo ella misma.
―Él… ¿lo sabía? ―soltó de repente, recordando al final no revelar el
nombre de Soran.
― ¿Tu maestro, quieres decir? ―Kyriakos apuró su vaso y lo dejó con 273
fuerza― Tenía que saberlo. Está familiarizado con las complejidades de
la magia; él sabe cómo fluye y refluye incluso a través del más fuerte de
los magos mortales. No podría haberte enseñado durante más de un día
sin darse cuenta de la verdad.
― ¿Por qué?… ¿por qué no me lo dijo?
― ¿Por qué no te lo dijo? Miedo, muy probablemente. Miedo a lo que
podrías hacer, en lo que podrías llegar a ser. Los magos mortales son
todos iguales, ya sabes: bastardos arrogantes, ansiosos por reprimir y
superar a todos los demás en su ascenso a la cima. Es un milagro que no
te haya matado de una vez. Fueron los mortales quienes instaron a la
proscripción de los Ibrildianos cuando se firmó la Promesa. No podían
soportar la competencia, por así decirlo. No podían soportar la idea de
seres que pudieran dominar simultáneamente magia mortal y fae.
Nelle se desplomó en su asiento, apoyando el codo en la mesa y la
frente en la punta de los dedos. Era demasiado. Demasiado.
Por otra parte, no era como si tuviera algún derecho real a resentir a
Soran por mantenerle ese secreto. ¿Cuántos secretos peligrosos le había
ocultado ella a su vez?
Pero este secreto abarcaba su propia naturaleza, quién era ella como
persona.
¡Seguramente ella tenía derecho a tal conocimiento! ¿O era mejor no
saberlo? No saber que su propia existencia era un crimen.
Ella gimió y cerró los ojos, sus dedos frotando círculos duros en su
frente.
Kyriakos se levantó.
―Mi pobre y dulce esposa ―dijo, deslizándose hacia su lado de la
mesa. Antes de que se diera cuenta de lo que estaba pasando, él la rodeó
con un brazo, una mano agarrándola por el codo y la otra sosteniendo
su mano opuesta. La ayudó a levantarse de la silla y ella retrocedió un
paso, inclinándose hacia él. El repentino calor y la proximidad de su
cuerpo despertaron algo dentro de ella, algo afilado y abrasador. Se 274
quedó sin aliento y supo que él la había oído.
―Ven, estás cansada ―Le murmuró directamente al oído― El
descanso está en orden, creo. Un largo descanso agradable. Podemos
discutir más estos temas importantes una vez que haya dormido. Ven.
Solo unos pocos pasos. La cama está esperando.
La guío por el suelo y ella no pudo resistirse. Cuando se acercaron a
la cama, agarró el poste de la cama con una mano. Se apartó de su agarre,
se volvió y lo enfrentó, con la espalda contra el poste.
El señor de los faes le sonrió, la luz del fuego suavizó sus extraños y
hermosos rasgos. ¿O quizás era la influencia del vino?
―Te dije que no tengo ningún deseo en hacerte daño ¿Cierto?
―Murmuró, levantando una mano para trazar un dedo a lo largo de la
línea de su mandíbula.
Ella asintió y tragó.
Inclinó la cabeza, nivelando sus ojos con los de ella, oscuros y atentos.
―Hay una tradición aquí en mi país ―dijo― Una tradición de la
noche de bodas. El novio es libre de darle tres besos a su novia. Solo tres.
Si ella no desea más, él se retirará inmediatamente de la habitación. Un
cuarto beso solo se da si se solicita.
La habitación estaba muy caliente y parecía girar suavemente a su
alrededor. ¿Cuántos sorbos de vino había tomado? ¿Y cuándo la extraña
música se hinchó con tanta profundidad, gruñendo en el fondo de su
pecho? Clavó sus manos en el poste de la cama detrás de ella, usándolo
para sostenerla.
Tres besos. Eso debería ser suficiente.
Suficiente para… ¿para qué?
¡Los dulces sueños! Su mente rugió detrás de la música palpitante. ¡Los
Dulces Sueños, estúpida tonta!
Esta era su oportunidad. Posiblemente su única oportunidad. Si no lo
275
usaba ahora, los Dulces Sueños desaparecerían.
Ella miró a los ojos oscuros del señor de los faes, sintiéndose tan
pequeña, tan vulnerable. ¿Sería suficiente el truco de su madre para
acabar con él? Si es así, ¿qué haría ella?
Y si no…
Kyriakos inclinó su rostro hacia el de ella. Las comisuras de su boca
se curvaron en una sonrisa, destellando caninos blancos y puntiagudos.
Él se inclinó y ella casi podía sentir la forma de sus labios contra los de
ella. Pero no se tocaron del todo.
Flotaron en el aire justo por encima de su boca de modo que ella echó
la cabeza hacia atrás y levantó la cara, frunciendo los labios en un
esfuerzo casi inconsciente por cerrar el espacio entre ellos.
Se retiró a escasos centímetros de distancia, bromeando. Una mano de
dedos largos descansaba sobre su hombro desnudo. Su piel ardió con su
toque mientras él le pasaba los dedos por el brazo, jugaba con la frágil
manga de la nada y luego seguía su brazo de regreso hasta donde su
mano agarraba el poste de la cama en su espalda. Cuando sus dedos se
cerraron alrededor de su mano, ella trató de resistirse. Pero solo por un
respiro. Le levantó el brazo entre ellos, delgado y blanco contra su pecho
desnudo.
Desenrolló sus tensos dedos, uno tras otro, luego le levantó la palma
y presionó los labios contra la delicada piel de su muñeca.
―Uno ―dijo, su voz era un ruido sordo.
Nelle retiró la mano y volvió a agarrar el poste de la cama, segura de
que se hundiría en el suelo si no se sujetaba con fuerza. Su pecho se
sentía apretado y era muy consciente de cómo su pecho expuesto subía
y bajaba con respiraciones cortas y superficiales.
Kyriakos deslizó sus manos a lo largo de sus hombros y su cuello, sus
largas uñas como garras pincharon su carne con un sutil borde de
peligro aún no desatado. Él ahuecó su rostro con suave firmeza. 276
Ahora, pensó ella. ¡Ahora!
Pero, aunque su boca una vez más se cernió sobre la de ella, él movió
su cabeza al final y plantó su segundo beso en su frente.
―Dos ―dijo.
Nelle parpadeó rápidamente. Su rostro parecía nadar ante su visión.
Un pequeño gemido vibró en su garganta. Sonrió, muy consciente del
fuego que agitaba, del efecto de su voz y tacto combinado con la música
y el perfume.
―Un último beso ―dijo, todavía sosteniendo su rostro― ¿A dónde
irá?
Su mirada revoloteó a su boca. Sus pestañas eran largas y espesas,
demasiado exuberantes para ser masculinas. Todo en él era perfecto,
traicioneramente perfecto.
Por eso la letra de tantas canciones antiguas hablaba de mortales que
sucumbían a los seductores fae a pesar de todas las advertencias, la
sabiduría y el sentido común. Una energía embriagadora brilló en esos
pocos centímetros de espacio entre sus cuerpos. Un movimiento en falso
incendiaría el aire.
Su mano derecha se deslizó por la parte posterior de su cabeza. Sus
dedos se enroscaron en su cabello y le echó la cabeza hacia atrás,
inclinando su rostro hacia él. Por un momento sus ojos sostuvieron los
de ella, su boca se detuvo justo sobre sus labios. Pero luego descendió
más, más lejos. Cerró los ojos cuando sintió el más mínimo indicio de
dientes raspando la piel de su cuello, y su espalda se arqueó en
respuesta.
Los dedos de su mano izquierda jugaron con su hombro, se movieron
para jugar con las flores de cuentas a lo largo del borde superior de su
corsé. Plantó su tercer beso en el hueco de su garganta.
Su sangre hirvió, lista para estallar sus venas palpitantes.
277
―Tres ―murmuró contra su carne.
Luego dio un paso atrás, sus manos cayeron a los costados, dejándola
agarrar desesperadamente el poste de la cama. Su boca todavía se
curvaba en esa sonrisa sabia y aterradora. No podía soportar mirarlo, así
que bajó la mirada hacia su amplio pecho. La luz del fuego jugaba a
través de sus contornos, resaltando los poderosos músculos.
―Bueno, ¿dulce esposa? ―Su voz era suave y oscura como la
medianoche― ¿Quieres más besos?
Con un esfuerzo de voluntad, Nelle levantó la mirada para
encontrarse con la de él. Un error. Ella era un ratón atrapado en la
mirada hipnótica de la víbora. Soltó el poste de la cama, se hizo a un
lado, luego se sentó en el borde de la cama y se echó hacia atrás,
mordiéndose el labio inferior por temor a lo que pudiera decir.
Pero ella no necesitaba hablar. Él entendió.
Con un solo paso, se acercó a la cama. Sus brazos la rodearon al
momento siguiente, atrayéndola sobre su espalda. Acarició su mejilla,
su cuello, deslizó su mano por su hombro, su brazo desnudo y por su
cintura hasta la piel expuesta de su muslo.
―Tienes que decirlo ―murmuró, su rostro enterrado en su cabello,
sus dientes jugando con el lóbulo de su oreja― Tienes que decir que
quieres más. Es tradición.
Nelle gimió de nuevo y se volvió hacia él. Sus ojos estaban tan cerca
de los de ella, su aliento caliente en su rostro. Su mano presionó la parte
baja de su espalda, atrayéndola hacia él, y ella rápidamente plantó la
palma y extendió los dedos sobre su pecho desnudo. Vaciló, un destello
de incertidumbre en sus ojos.
―Quiero más ―dijo.
Con un gruñido retumbante rodó sobre ella, plantando un beso fuerte
contra su boca. Ella respondió con amabilidad, envolviendo sus brazos
alrededor de su cuello y se dejó hundir bajo su abrazo. La cabeza le daba 278
vueltas por el peligro, como si saltara desde un alto acantilado solo para
sentir la ráfaga del viento, el terror emocionante atravesando cada
miembro, la caída en la oscuridad. Por un momento, se olvidó.
Entonces sintió que el veneno surtía efecto.
La reacción fue aguda, lo suficientemente dura como para hacerla
jadear y retroceder, sus labios ardiendo con magia repentinamente
activada. Nunca antes había sentido que los Dulces Sueños reaccionaran
así. Pero claro, nunca antes había besado a un fae.
Kyriakos se apartó, sus manos presionadas en la cama a ambos lados
de ella, su largo cabello enmarcaba su rostro. La luz del fuego rojo
brillaba contra los discos negros de sus ojos abiertos, que la miraban,
llenos de conmoción y creciente horror. Su boca se torció en una mueca,
una horrible mutación de su sonrisa.
― ¡Rishva! ―Él escupió. Con un grito ahogado en la garganta, la
agarró por el cuello y cerró los dedos con rapidez. ― ¡Pequeña bruja!
Pero sus palabras se arrastraron y su agarre se debilitó casi de
inmediato, mucho más rápido de lo que Gaspard había reaccionado en
el Evenspire. Nelle lo agarró por las muñecas y apartó sus manos sin
esfuerzo. Sus poderosos brazos temblaron como los de un muñeco de
paja y sus ojos se pusieron en blanco.
Con un suspiro hundido, se derrumbó encima de ella, su gran peso
presionándola contra la cama.

279
23

E
l sudor goteaba en los ojos de Soran, pero no pudo detenerse lo
suficiente para limpiarlo. Sus brazos se agitaban al ritmo,
tirando de los remos, y su cuerpo se estremeció en protesta
cuando lo que le quedaba de fuerza amenazaba con fallar.
El agua estaba turbulenta. El canal, que parecía bastante liso desde la
orilla de Roseward, se había vuelto brutal e inflexible. Las olas agitaron
el bote como un juguete, amenazando con volcarlo en cualquier
momento. 280
No importa cuánto tirara, no hizo ningún progreso. El puerto de
Roseward no se hizo más pequeño. Los destartalados edificios de la
ciudad en ruinas se burlaban de él con sus enormes ventanas
fantasmales y sus puertas vacías.
Pero no sería derrotado. No se rendiría. Kyriakos no triunfaría, no
hoy.
El peso del Libro de las Rosas en la parte delantera de su túnica lo
llenó de una confianza aterradora.
Soran se retorció en el banco del remero, mirando por encima del
hombro hacia la orilla de Noxaur. Pero espera… No. No apuntó
correctamente a la orilla.
De alguna manera, a pesar de todos sus esfuerzos, la pequeña nave se
dirigía hacia el Mar Interior abierto.
Maldiciendo amargamente, Soran tiró de un remo, luchando contra
las olas y la corriente para corregir su rumbo. Alineó el pequeño bote lo
mejor que pudo y volvió a poner su espalda en el trabajo, jadeando,
tirando, cada músculo subiendo y bajando por su columna y a lo largo
de sus hombros gritando en protesta. Sintió que esos gritos se
acumulaban en sus pulmones y finalmente los dejó estallar en su
garganta en un grito salvaje.
Sin embargo, solo uno. No volvería a gritar, por urgente que fuera la
necesidad. Debe guardar el aliento.
Después de lo que le parecieron horas, se volvió y miró de nuevo,
esperando ver la orilla mucho más cerca. Una vez más, su curso se vio
frustrado. La proa de su pequeña embarcación, de la que había estado
tan seguro de que apuntaba bien, señaló de nuevo al mar voraz y que
esperaba.
―Es una maldición. ―Las palabras rechinaron entre sus dientes y la
saliva salpicó sus labios. Kyriakos había dejado una maldición a su paso
para desviar a Soran de su rastro. 281
Soran cerró los ojos, extendió la mano con sus sentidos y sintió la
magia brillando en el aire. No era una maldición particularmente
poderosa, una simple desviación. Juego de niños para un ser de la
destreza mágica de Kyriakos.
Pero sin un contra hechizo a la mano, Soran estaba indefenso contra
él.
En el momento en que envió sus remos empapados, las olas cedieron.
El bote se balanceaba en el agua, alejándose lentamente de su curso.
Podría volver. La maldición no le impediría regresar a Roseward.
Podría regresar y apresurarse al faro, buscar en sus libros de hechizos y
encontrar algo para contrarrestar esa maldición de desvío.
¿Pero se atrevió a arriesgarse? No sabía cuánto tiempo había estado
inconsciente, cuántas horas había perdido. Cada momento era
demasiado valioso si quería llegar a Nelle antes… antes de…
Un gruñido retumbó en su pecho, Soran dio la espalda a la orilla de
Noxaur, bajó los remos y tiró de nuevo. Él no iba a ir hacia atrás. Todavía
no. Él no dejaría que Kyriakos lo golpee. Si la pura voluntad pudiera
romper una maldición, él encontraría un camino a través.
El Libro de las Rosas golpeó contra su corazón al ritmo de su remar.

Al principio, Nelle no podía moverse, no podía pensar. Apenas podía


respirar, aplastada bajo ese enorme e insensato fae. Era todo lo que pudo
hacer para quedarse allí y obligar a su mente a volver a enfocarse,
preguntándose todo el tiempo si ella también sería presa del veneno que
quemaba sus labios y hacía que todo su rostro doliera con magia
poderosamente encendida.
Finalmente, el dolor fue suficiente para devolverla a sus sentidos. Con
282
un gruñido, empujó el hombro del lord inconsciente y lo apartó.
Se deslizó fuera de la cama y se derrumbó desgarbado en el suelo.
Nelle se sentó, mareada, y se agarró al borde de la cama, hundiendo
los dedos en la exuberante manta. Cerrando los ojos, se pasó una mano
por la cara y luego se apartó el cabello de la frente.
¿Realmente se había olvidado de los Dulces Sueños? ¿Realmente se
habría sometido a las seducciones de este fae? ¿Así?
Debió de haberla encantado de alguna manera: el vino, el perfume, su
voz. Pero cuando buscó en el interior, no pudo encontrar signos de
encantamiento. Nada más que su propia lujuria palpitante, salvaje e
inesperadamente despierta. Todo su cuerpo le dolía con un anhelo que
apenas entendía, y se estremeció y se abrazó, deseando, deseando
tontamente no haber aplicado los Dulces Sueños en absoluto.
Después de unas cuantas respiraciones largas y cuidadosas, su
estremecimiento pasó. Respirando para calmarse, lo soltó en un gruñido
bajo. No podía quedarse aquí y esperar a que este peligroso ser
despertara. ¿Cuánto tiempo durarían los dulces sueños trabajar en él?
La dosis que había aplicado dejaría inconsciente a un hombre mortal
durante al menos un día completo. Pero, aunque el veneno había
actuado más rápido en un fae, podría desaparecer antes.
Nelle hizo una mueca y se levantó de la cama, apresuradamente
arreglando sus faldas abiertas alrededor de sus piernas desnudas. Pasó
por encima del señor de los faes y se acercó rápidamente a la mesita
donde estaban su bolso, pluma y libro de hechizos. Una parte de ella
quería detenerse y escribir un hechizo. Quizás otra espada de fuego.
Algo a lo que aferrarse en caso de que alguno de esos perros-esqueleto
acechara fuera de la habitación.
Pero… ella miró hacia atrás al montón de miembros que era Kyriakos.
Aunque yacía perfectamente quieto, podría estar jugando con ella a una
especie de juego del gato y el ratón. En cualquier momento, él podría 283
surgir y su oportunidad de escapar se perdería.
Metió la pluma y el libro dentro del bolso. Pensándolo bien, miró
alrededor de la habitación, vio el atizador de nilarium tirado donde lo
había dejado caer, y también lo fue a buscar. Era mejor que nada.
Con las piernas temblando de terror y la columna rígida y decidida,
marchó hacia la pared que antes había dejado salir a las cuatro hermanas
esposas por una puerta y palpó el espeluznante mural, buscando
frenéticamente alguna grieta o pestillo escondido. Era perfectamente
suave al tacto.
Un nudo de pánico se apretó en su estómago. Nelle volvió a mirar al
Kyriakos caído de nuevo. Ahora que el momento había pasado, toda la
lujuria se había desvanecido, dejando atrás solo el terror. ¡Ella no sería
engañada por un fae! ¡Ella no sería atraída, retorcida y seducida más allá
de su razón! Ella era su propia persona tonta, y saldría de este lugar si
eso la mataba.
Levantó el atizador y golpeó la pared una, dos veces, pero antes de
que cayera el tercer golpe, se abrió de repente y se balanceó hacia afuera.
Nelle se tragó un grito y saltó hacia atrás, blandiendo el atizador en una
postura defensiva.
La mujer rosada con el pelo brillante apareció en la puerta, su rostro
brillando a la luz del fuego. No miró a Nelle. En cambio, miró más allá
de ella hacia la habitación, sus ojos se iluminaron en la forma arrugada
de su noble esposo. Por un instante, su rostro mantuvo su máscara
inexpresiva.
Luego, una sonrisa se extendió lentamente por su rostro y arrugó sus
ojos.
Se volvió hacia Nelle y se llevó un dedo a los labios sonrientes.
―Rishva ―dijo.
284
Nelle se llevó una mano a la boca― Es… ¿Así es como lo llamas?
―preguntó ella con voz tensa― ¿Los dulces sueños?
La mujer asintió y su sonrisa se amplió.
―Es… de mi gente ―dijo lentamente. Las palabras sonaban extrañas,
como si su lengua no fuera adecuada para hablar el idioma de los
mortales. Por un momento, Nelle no entendió. Entonces se dio cuenta:
así fue como la hermana esposa reconoció de inmediato la potente
sustancia escondida en su relicario. Era un brebaje creado en el rincón
de su especie en Eledria.
¿Era esto una pista sobre los orígenes de Madre? La dríada había
dicho que esta mujer rosada era una Vila. ¿Significaba eso que Madre
era en parte Vila ella misma?
Pero no era el momento de desentrañar misterios. Al llamar la
atención de la mujer rosa, Nelle cruzó la puerta. Casi de inmediato se
dio cuenta de su error. Por un instante aterrador y desgarrador, su pie
no encontró piso y giró hacia adelante. Mientras que la habitación roja
había sido brillantemente iluminada, casi de manera estridente por el
fuego ardiente, el mundo fuera de esa habitación estaba oscuro con la
impenetrable Noche. En el momento en que cruzó el umbral, quedó
completamente ciega.
Su pie aterrizó y se tambaleó, agitando el brazo en busca de apoyo.
Una mano de muchos dedos la sujetó por el codo, estabilizándola. ¿La
mujer rosada? Nelle forzó la vista, que siempre se había adaptado sin
esfuerzo a la oscuridad. Aquí, la traicionaron por completo. Incluso
cuando ella se volvió, intentando para echar un vistazo a la habitación
roja, no vio nada. El pánico recorrió sus venas.
La voz fría de la mujer rosada habló en la oscuridad cerca de su oído.
― ¿Por qué detenerse?
―Mis ojos ―susurró Nelle― ¡No puedo ver!
Una pausa. Luego, la suave voz murmuró una serie de palabras que
285
parecieron encender el aire. Nelle parpadeó maravillada al ver que esas
palabras tomaban forma ante sus ojos… no como palabras o letras
escritas, sino como movimientos, vibraciones de energía. Con un grito
ahogado, Nelle volvió a parpadear. Ya no estaba ciega. La magia brilló
en los bordes de su visión, y miró el mundo oscuro a su alrededor
mientras se aclaraba lentamente.
Se pararon en un pasillo estrecho en lo alto de una escalera de caracol.
Un paso más tambaleante y seguramente se habría caído y roto el cuello.
Apretó con fuerza la mano de la mujer rosa.
―Ven ―dijo la mujer rosa y abrió el camino.
Cada paso era perfectamente liso, pulido a la perfección, incluso los
bordes redondeados. Extraños grabados decoraban las estrechas
paredes de la escalera, siguiendo el mismo tema que el atrevido mural
de la sala roja. Dioses, ¿toda esta torre estaba dedicada al único
propósito de la seducción? Nelle se estremeció.
Luego se estremeció de nuevo, esta vez de frío. El aire era amargo
contra su piel expuesta, las piedras heladas bajo sus pies descalzos. No
era exactamente un frío como el invierno; era el frío de un mundo donde
el sol nunca brillaba. ¿Cómo vivía o crecía algo en este lugar?
Al pie de la escalera se enfrentaron a otra pared en blanco. Nelle se
detuvo en seco, frunciendo el ceño, pero la mujer rosa se acercó a la
pared sin pausa, colocó una mano en el centro y murmuró. La magia
volvió a cobrar vida, extraída de la quinsatra, y una puerta se abrió,
revelando un pasaje abovedado bordeado de altos pilares.
―Ahí ―dijo la mujer rosa, retrocediendo y moviendo un brazo para
indicar la entrada― Anda tú.
Nelle asintió, pero no soltó a la mujer rosa. Los ojos sin pestañear de
la Vila brillaban como dos globos plateados, resaltando los contornos
afilados de sus pómulos.
― ¿Vendrás conmigo? ―Preguntó Nelle. Repitió la pregunta dos
veces y agregó varios gestos expresivos con las manos para indicar 286
huida antes de que la mujer pareciera entender.
La mujer rosa negó con la cabeza firmemente y dio un paso atrás,
poniendo distancia entre ellas― No ―dijo ella― No. Yo me quedo…
con… con esposo.
Ella lo decía en serio. No tenía sentido discutir con esa cara rígida. Si
el sentimiento provenía del miedo a Kyriakos o de la lealtad, Nelle no
podía adivinarlo. Si es leal, ¿por qué traicionaría la mujer rosa a su
marido ayudando a escapar a su juguete más nuevo? A menos que
simplemente no quisiera compartirlo con otra esposa.
O tal vez sabía lo que era Nelle: Ibrildiana.
Nelle negó con la cabeza. Ella podría resolver el rompecabezas desde
todos los ángulos durante un tiempo y no estar más cerca de una
respuesta. Mientras tanto, Kyriakos podría despertar en cualquier
momento.
―Está bien, entonces ―dijo, y levantó el atizador de nilarium en una
especie de saludo incómodo― Gracias.
―Los dioses estén contigo ―susurró la mujer rosa. Con esas palabras,
juntó las manos, inclinó la cabeza y dejó que la cortina de su cabello
cayera como un velo sobre su rostro. Su tarea estaba hecha.
Sintiéndose extrañamente despojada, Nelle cruzó la puerta. Solo
había dado unos pasos antes de sentir un movimiento en el aire. Al
volverse, vio que la puerta se cerraba.
Estaba sola ahora. Totalmente sola.
El vestíbulo que tenía ante ella era dos veces más ancho que el
vestíbulo de entrada en Dornrise y mucho, mucho más largo. Incluso
con sus ojos mágicamente abiertos, no podía ver su extremo. Las
ventanas se alineaban en las paredes a ambos lados, pero estaban
demasiado altas para que ella pudiera ver algo más que oscuridad más
allá de ellas.
Seguramente la ninfa no la enviaría por aquí si no hubiera posibilidad 287
de escapar. ¿O estaba cayendo en una trampa?
Privada de opciones, Nelle se deslizó hasta el pilar más cercano,
sintiéndose más segura con algo a la espalda. Era enorme y llegaba hasta
el techo abovedado. Miró hacia arriba, entrecerrando los ojos. ¿Era ese
un patrón de nubes pintado en el techo? Y estaban ellos… ¿Moviéndose?
Con la boca fruncida torciéndose hacia un lado, estudió el pilar en sí.
No era piedra como había pensado al principio, o si lo era, su superficie
había sido perfectamente tallada para parecerse a la áspera corteza de
un pino. Y en su base parecía haber raíces hundiéndose en el suelo de
piedra.
Todo era tan extraño. Tan de otro mundo. Tan imposible. Podría ser
una muchacha de ciudad de principio a fin, pero incluso ella sabía que
los árboles no podían crecer sin la luz del sol.
Por otra parte, esta era Eledria. Quizás todo en este mundo
prosperaba gracias a la magia pura.
Ajustando su agarre en el atizador, Nelle se asomó desde detrás del
pilar.
El largo pasillo parecía estar vacío. Pero ella era una ladrona. Sabía
que era mejor no confiar en las apariencias. Un sexto sentido le advirtió
que no todo era lo que parecía.
Corrió hacia el siguiente pilar, se detuvo y continuó con el siguiente.
De esta manera, corriendo como un ratón de refugio en refugio, cruzó lo
que se sentía como kilómetros de piedra antes de llegar finalmente a la
vista del otro extremo del pasillo.
Era otra pared en blanco. Nelle abandonó el refugio del último pilar y
se acercó lentamente al muro. Tenía por lo menos diez metros de alto y
parecía ser una sola losa de piedra. Piedra plana pulida: sin grabados ni
decoración que no sean vetas naturales.
―Tiene que haber una salida ―susurró Nelle. Ahora había visto dos 288
veces aparecer puertas donde parecía que no había ninguna puerta. Las
puertas mágicas deben ser la norma en Noxaur.
Extendiendo una mano tentativa, apoyó la palma contra la piedra.
Hacía tanto frío que al principio no sintió nada más que un escalofrío
helado hasta los huesos.
En lugar de retroceder, se inclinó, cerró los ojos y envió sus sentidos
buscando lo que había debajo de la superficie de la piedra.
Un zumbido leve y hormigueante respondió a su búsqueda: la energía
mágica yacía bajo su palma, muy similar a la sensación que obtuvo de
los libros de hechizos de Soran.
Toda esta pared estaba llena de magia esperando ser comandada.
Nelle abrió los ojos y dejó caer la mano de nuevo. No conocía un
hechizo para abrir puertas secretas. Y aunque había escuchado a la
mujer rosa pronunciar una orden, no pudo por su vida recordar las
palabras utilizadas. Pero tal vez… quizás…
La magia se originaba en la quinsatra. Para ser utilizado, primero debe
ser atraído a este mundo. Los magos usaban la forma escrita para
convocarla a la realidad física; solo entonces podrían unir sus mentes y
comenzar la manipulación.
Pero esta magia ya había sido atraída a este mundo y atrapada en
piedra. ¿En qué se diferenciaba eso, en realidad, de la magia atrapada
en palabras o papel? Las piedras de protección alrededor de Roseward
contenían escritura de hechizos, ¿no?
Nelle inclinó la cabeza, volvió a colocar la mano sobre la piedra y se
apoyó pesadamente en la pared. La magia hervía a fuego lento bajo su
toque, aumentando en intensidad. Si supiera las palabras del Araneli
Antiguo, ciertamente podría llamarlo a la vida. Pero, en última instancia,
¿qué era el Araneli Antiguo? Solo un idioma como cualquier otro. Una
forma de hacer perceptible el reino incomprensible del pensamiento, la
mente y el alma en una manifestación física. El Araneli puede ser más 289
perfecto que su propio idioma, pero… ¿Cuánto importaba realmente la
perfección?
La precisión lo es todo, señorita Beck… excepto cuando no lo es.
Una sonrisa se deslizó por su rostro. Ella lo entendió. En ese momento
de claridad abrasado por el calor, lo entendió.
―Ábrete ―ordenó con los dientes apretados.
La puerta de la pared se abrió bajo su mano, tan rápido, tan
silenciosamente que casi se cae. Tropezó, se contuvo y miró hacia afuera.
Sus ojos se agrandaron. Un amplio patio se extendía ante ella,
pavimentado con suaves piedras oscuras y rodeado por enormes muros
y edificios altísimos y puntiagudos. Pero ella apenas los vio.
En cambio, su mirada se fijó en los montones y bultos esparcidos por
el patio, apilados uno encima del otro en un enredo antinatural de
miembros. Decenas y decenas de perros-esqueleto.

290
24

N
elle no podía moverse, no podía respirar, ni siquiera podía
parpadear. Un viento se levantó y sopló en sus faldas
vaporosas, susurró a través de su piel expuesta y jugó a
través de su cabello. Finalmente, terminó con su exploración de ella, se
alejó rápidamente y se lanzó entre los monstruos dormidos.
A menos de diez metros de distancia, uno de los perros-esqueleto
resopló en sueños. Su cuerpo se retorció, se estremeció. Su hocico se
levantó lentamente de donde había descansado entre sus enormes patas. 291
Una oleada de terror ardiente inundó los miembros de Nelle. Saltó
hacia atrás desde la puerta, tambaleándose varios pasos hacia el enorme
pasillo a su espalda.
Luego, sin saber apenas lo que hacía, golpeó la mano contra la pared
al lado de la abertura y jadeó―: ¡Cierra! ¡Cierra, cierra!
La magia en la piedra giró bajo su mano, pero la abertura permaneció.
El viento regresó, agitándose entre sus faldas y silbando entre los pilares
de los árboles.
El perro-calavera levantó la cabeza, resoplando. Un destello rojo
parpadeó en las profundidades de las cuencas abiertas de sus ojos.
Ladeó la cabeza y, poseía oídos, sin duda habría aguzado al volverse
hacia la puerta.
En otro momento la vería con seguridad.
― ¡Cerrar! ― Nelle ordenó, y golpeó la pared con la palma de su
mano.
La magia se estremeció como asustada. Entonces la puerta se movió
lentamente, lentamente hacia adentro. Nelle vislumbró por última vez
al perro-calavera que se ponía en cuclillas.
La puerta se cerró felizmente con un clic. El muro de piedra que tenía
ante ella volvía a ser sólido.
― ¡Oh! ―Nelle se volvió y se hundió, solo apoyando las piernas para
evitar resbalarse en el suelo. Su mente dio vueltas por el pánico. ¿Qué
demonios se suponía que debía hacer a continuación? El enorme salón
con pilares se extendía ante ella con la puerta de la torre en el otro
extremo. La torre donde, presumiblemente, Kyriakos todavía dormía
drogado. Ella no podía volver por ese camino.
Pero si había una puerta oculta en esta pared, ¿seguramente también
había otras puertas?
Hizo una mueca, mirando hacia la extensión de la pared en su 292
espalda. Ese patio… ella no había visto mucho de eso. Su visión había
sido casi abrumada por la vista de esos horribles perros. Había visto una
puerta al otro lado… ¿O no? Si cerraba los ojos y se obligaba a recordar,
estaba bastante segura de haber visto una enorme abertura arqueada
que conducía al paisaje oscurecido más allá. ¿Y estaba equivocada al
pensar que había vislumbrado la costa y el mar?
Blandiendo el atizador, Nelle se apresuró a regresar por el pasillo.
Apenas había dado diez pasos cuando un escalofrío de advertencia le
recorrió la parte de atrás de su cuello. Sin detenerse a cuestionar la
sensación, se agachó hacia el pilar más cercano de los árboles y apoyó la
espalda contra él.
Algo estaba aquí. Aquí, en este enorme espacio supuestamente vacío.
Es más, había estado aquí todo el tiempo. Ella lo había sabido de alguna
manera… o sospechado, de todos modos. El vacío cavernoso había sido
demasiado bueno para ser verdad.
Con el corazón apretujado en su garganta, Nelle contuvo la
respiración y aguzó el oído, buscando el sonido de un paso o una
respiración entrecortada o… cualquier cosa.
Todo estaba en silencio, quieto.
Tenía que mirar. Si se quedaba dónde estaba, ese algo se le acercaría
sigilosamente en la oscuridad y la atraparía donde estaba. ¿Matarla? ¿O
arrastrarla de regreso a Kyriakos? No podía decir cuál temía más.
Se apartó del pilar y miró con cautela alrededor del tronco duro como
una piedra. Al principio solo vio más de esos árboles centinela
extendiéndose más allá de la vista por ese enorme pasillo. Dejó salir el
aliento por los dientes, muy lentamente para no hacer ruido. Entonces…
Allí. Ella lo vio.
Una sombra salió de la sombra más profunda proyectada por un pilar
cinco filas más abajo de su posición actual. Se encontraba en el espacio
vacío entre pilares, un ser imponente, de múltiples articulaciones, sin
rasgos discernibles. 293
¿La vio? ¿Podría verla? No tenía ojos por lo que podía decir.
¿Qué tipo de sentidos poseía un ser así?
El ser se balanceaba sobre sus piernas arqueadas. La protuberancia en
sombras que debía servir como cabeza parecía girar de un lado a otro.
Emitía un aire de incertidumbre e incluso una leve ansiedad.
Moviéndose lo más lentamente posible para no llamar la atención,
Nelle se retiró detrás del pilar. Aguzó el oído de nuevo, escuchando
alguna indicación de que la había sentido, que incluso ahora se estaba
acercando.
Arriba.
La palabra apareció espontáneamente en su cabeza.
Arriba. Levantarse. Llegar más alto.
Ese era el sentido de un ladrón hablando. Y haría bien en escuchar.
Nelle miró el tronco del pilar del árbol en el que se apoyaba y dejó que
su mirada se desplazara desde él hasta la ventana de la pared más
cercana. ¿Podría de alguna manera escalar este pilar y llegar a esa
ventana? Pero no había ramas.
Una idea tomó forma en su mente.
Nelle, consciente de que el ser-sombra podría estar tambaleándose
hacia ella, puso una mano sobre el centro. Odiaba hablar en voz alta,
pero no sabía si la magia funcionaría de otra manera. En un susurro bajo,
ella suspiró―: ¡Crece!
Algo sobresalió bajo su mano, un nudo duro que cobró vida de
repente.
Retiró la mano y vio una pequeña rama desplegarse ante sus ojos. No
era mucho, pero se sentía lo suficientemente fuerte como para soportar
su peso. Otras ramas brotaron más arriba, subiendo a la altura del pilar.
Ahogando el grito de alegría en su garganta, Nelle se preparó para 294
trepar.
Algo pesado aterrizó en su hombro.
Un hedor a azufre le llenó la nariz.
Nelle se dio la vuelta y abrió los ojos como platos mientras
contemplaba la sombra sin rasgos distintivos de un rostro. Solamente…
ya no era monótono. Incluso mientras miraba, una boca se abrió, de lado
a lado en lugar de arriba y abajo. Una ola de fuego al rojo vivo se elevó
en el interior y ondeó bajo el exterior oscuro, iluminando rasgos que
eran horriblemente casi humanos, pero al mismo tiempo completamente
inhumanos. Dos ojos de luna ardiente se clavaron en los de ella y un
chillido antinatural rompió el silencio, ahogando el grito de Nelle.
El instinto se hizo cargo. Nelle balanceó su brazo, todavía agarrando
el atizador, y clavó la punta de nilarium directamente en esa boca
abierta.
Los ojos de luna se iluminaron.
Luego, en una explosión de calor y oscuridad que derribó a Nelle
contra el pilar del árbol, el ser explotó. Nelle levantó los brazos para
protegerse la cara, pero solo sintió motas de humedad contra su piel.
Cuando bajó los brazos y se atrevió a mirar de nuevo, estaba cubierta de
pequeñas gotas de líquido negro.
La cosa-sombra se había ido. Donde había estado estaba el atizador
de nilarium, doblado y retorcido como un fideo flácido.
El dolor hizo que Nelle recobrara los sentidos. Tratando de tragarse
un gemido, miró hacia abajo y vio que una de las ramas se le había roto
en el torso. Su corpiño de corsé estaba manchado de sangre. No podía
decir qué tan grave estaba la herida, pero dolía. Ella sabía mucho.
Los pelos de la parte posterior de su cuello se erizaron, y supo que
otros seres sombríos se estaban manifestando en la oscuridad al otro
lado de su pilar.
De ingenio lento pero curioso, perturbado por la repentina 295
desaparición de uno de sus hermanos. Estarían sobre ella en un
momento.
Ella no tenía un segundo atizador.
Simultáneamente girando y empujando su bolso a un lado para
rebotar contra la parte baja de su espalda, Nelle agarró la rama más
cercana y tiró. Ella puso su pie en la rama que la había apuñalado. Estaba
rota pero aún lo suficientemente sólida como para soportar su peso. El
dolor le atravesó el costado, pero el miedo y la adrenalina latieron
atronadores a través de sus extremidades y trepó rápidamente.
Una parte distante de su mente admiraba la forma en que las ramas
convocadas mágicamente habían crecido a intervalos tan uniformes y
convenientes.
Sólo cuando estaba a la mitad del pilar y al nivel de la ventana se
atrevió a mirar hacia abajo. Tres seres-sombra se arrastraban por el suelo
debajo de ella, tan silenciosos que ella no sabría que estaban allí si sus
ojos no se hubieran abierto mágicamente. Parecían confundidos, sin
rumbo. Uno de ellos tropezó con el atizador de nilarium retorcido y se
inclinó para examinarlo. Es todo cuerpo cuidadosamente doblado por la
mitad para llevar la protuberancia en forma de cabeza hacia el suelo.
Luego miró hacia arriba.
Sintió que esos sin ojos la buscaban entre las ramas. ¿Podría verla? ¿La
sentirán? ¿Podría trepar?
Volvió a mirar a la ventana. Era alta, ancha y puntiaguda, con un
alféizar lo suficientemente grande como para que ella pudiera pararse,
y parecía estar abierto, aunque no podía decirlo con certeza.
Ella miró hacia abajo de nuevo. Los tres seres-sombra se habían
reunido alrededor de la base de su árbol. Estaban mirando hacia arriba.
A ella. Estaba segura de eso. En cualquier momento empezarían a subir.
Tenía que cruzar hasta esa ventana. ¿Pero cómo?
Nelle miró la rama que agarraba con la mano izquierda. Apretó su 296
agarre, sintiendo la magia dentro de él, lista y esperando.
― Crece ―dijo― ¡Crece ahora!
La rama se retorció en su agarre. En el instante en que la soltó, la rama
se retorció, se serpenteó y comenzó a brotar del pilar del árbol,
engrosándose a medida que avanzaba. El árbol gimió ante la rapidez del
crecimiento y toda la estructura tembló. Estaba abusando de la magia,
obligándola a crecer tan grande, tan rápido.
Es más, sintió que le pasaba factura a su cuerpo. El esfuerzo de la
creación era suficiente para darle vueltas a la cabeza.
Aferrándose a las otras ramas, apoyó la cabeza contra el tronco de
piedra, respirando profundamente. Cuando pudo soportar mirar de
nuevo, la rama recién desarrollada era tan gruesa como su cintura y se
extendía hasta el alféizar de la ventana.
El árbol se estremeció de nuevo. Luego se balanceó.
Con el corazón saltando, Nelle miró hacia abajo y, para su horror, vio
a los tres seres-sombra trepando lentamente, muy lentamente, sus largas
y articuladas extremidades que alcanzaban y buscaban cada asidero a
medida que llegaban.
Tenía que moverse. Ahora.
Nelle subió a la nueva rama. Se puso de pie, recuperando el equilibrio,
con los dedos desnudos pegados a los contornos retorcidos y anudados
de esa extremidad. En su día había caminado muchas crestas estrechas,
pero las crestas no eran conocidas por balancearse de manera tan
repugnante. Y era un largo camino hacia abajo.
Nelle miró. Sólo una vez más. Como Madre le había enseñado.
Miró y aceptó la distancia, la caída aplastante.
Luego, una vez aceptado, encerró el conocimiento en el fondo de su
mente, de cara al alféizar de la ventana. Salido.
Un paso.
297
Dos pasos.
Tres.
Los seres-sombras estaban subiendo más rápido ahora.
Cuatro pasos.
Cinco.
Llegó a la mitad de la rama. Sus brazos extendidos a ambos lados, su
mirada fija en su objetivo.
Seis pasos.
Siete.
Ocho.
El árbol lanzó un gruñido terrible. La magia surgió a través de la rama,
bajo las plantas de Nelle. La rama se balanceó peligrosamente, lista para
enviarla volando.
Con una oración jadeante, Nelle dobló las rodillas y saltó hacia el
alféizar de la ventana justo cuando la rama se agrietaba y cedía debajo
de ella. Justo cuando el árbol se astilló en su núcleo y se derrumbó con
un rugido horrible y ensordecedor, rompiendo el piso de piedra debajo
y aplastando a los seres de sombra debajo de él.
Todo el salón tembló.
Nelle colgaba suspendida del alféizar de la ventana con la parte
superior de los brazos y los codos enganchados en la repisa, y el cuerpo
y las piernas pateaban salvajemente sobre la caída. Con un sollozo
jadeante, se subió al alféizar. Era más estrecho de lo que había pensado,
pero se las arregló para quedarse allí. Aunque no quería, volvió a mirar
los restos del pobre pilar del árbol.
Los seres-sombras brotaron de los trozos de piedra rotos y se 298
enderezaron, volviendo a temblar en formas casi humanas.
―Mierda! ―Nelle siseó.
Se deslizó por el alféizar hasta que alcanzó el marco, donde pudo
pararse y mirar hacia afuera. El techo de un edificio lateral se inclinaba
a menos de cinco pies por debajo de ella. Era empinado, pero debería
poder trepar hasta su punto más alto. Extendió la mano, sintiendo el
vidrio o algún tipo de resistencia, pero solo encontró un encantamiento
de algún tipo, tal vez destinado a protegerse del viento. Ella podría
pasar, sin hay problema.
Agachada en la cornisa, Nelle se preparó y saltó al techo de abajo.
Aterrizó demasiado fuerte, sus huesos se sacudieron por el impacto. El
material rugoso del techo― ¿loseta? ¿Piedra? ―a sus manos y pies, sus
rodillas y codos. El corte en su costado estalló de dolor. Pero ella no se
cayó. Mantuvo el equilibrio, reprimiendo el dolor detrás de su
mandíbula apretada.
Moviéndose rápidamente, se subió a manos y rodillas,
momentáneamente agradecida por las enormes aberturas en la falda que
permitían un fácil rango de movimiento. Un feo coro de aullidos llenó
sus oídos cuando alcanzó la cima del techo y miró hacia el patio de abajo.
La manada de perros-esqueleto estaban levantados y dando vueltas,
aullando sus feas cabezas. Perturbados por el estrépito dentro del
pasillo, sin duda. Probablemente todo el palacio lo había oído.
Genial. Simplemente genial.
Nelle se puso de pie para apresurarse a lo largo de la cresta, llegó a un
afloramiento retorcido que podría ser una especie de chimenea y se
refugió detrás de él. Respirando con dificultad, hizo un balance de su
entorno. El edificio en el que se encontraba actualmente estaba cerca de
otro que parecía estar cerca del muro límite. ¿Podría saltar de un edificio
a otro y luego usar la pared para llegar a la puerta? No sin exponerse a
la vista desde muchos lados.
¿Qué otra opción tenía ella? 299
Saliendo de detrás de la chimenea, bajó la pendiente empinada del
techo hasta el borde. No más de cinco pies de espacio separaban este
techo del siguiente. Normalmente, eso no sería un problema. Pero con
esta herida sangrante en su costado…
Nelle hizo una mueca y bajó la barbilla, tratando de vislumbrar el
suelo debajo, pero la oscuridad entre los dos edificios era demasiado
profunda incluso para sus ojos mágicos. Por lo que ella sabía, los perros-
esqueleto merodeaban tanto allí como en el patio abierto. O más seres-
sombras, mudos pero obstinados en su búsqueda.
Probablemente no haría ninguna diferencia, pensó sombríamente. Una
caída tan lejos te matará.
Nelle se llevó una mano al costado sangrante. Luego, retrocediendo
poco a poco por el techo varios pies, se puso de pie, corrió cuesta abajo
y saltó, usando el impulso para ayudarle. Aterrizó con un golpe seco y
doloroso, logrando recuperar el equilibrio y no rodar por el borde.
Reprimiendo maldiciones, trepó a la cima del techo, manteniendo su
cuerpo bajo y cerca de las tablillas. ¿Los gritos que escuchó se mezclaban
con los aullidos del perro abajo? No eran voces de animales, pero
tampoco humanas.
Esos seres-sombra no hablaban, lo que significaba que las voces que
escuchó debían pertenecer a algunos de los habitantes fae de Ninthalor.
Ahora estaban alerta.
¿Kyriakos se había despertado? ¿O simplemente habían venido
corriendo en respuesta al choque en el pasillo?
Una pequeña torre estaba en la cima de este techo. Quizás un
campanario. No podía ver ni sentir a nadie dentro, así que subió hasta
él, pensando que podría funcionar como un refugio temporal. Sin
embargo, a medida que subía más alto, vio una pasarela que conducía a
lo largo de la parte superior del techo hasta la torre, lo que significaba
que otros podrían correr fácilmente para atraparla. No era bueno. Pero
si no encontraba un lugar para agacharse y recuperar el aliento,
terminaría mareada. 30
Difícilmente ideal para excursiones por tejados.
0
Llegó a la pequeña torre y se agarró a la barandilla, con la intención
de subir al interior. Justo cuando comenzó a levantar su cuerpo, se
detuvo en seco.
Una campana colgaba de la torre, tal como había sospechado. Plata
brillante. Silencio.
Y a su alrededor, aferrados a las vigas, había cuerpos pequeños y
cálidos suspendidos boca abajo por largos dedos en forma de garra. Alas
emplumadas envueltas como murciélagos alrededor de torsos
extrañamente humanoides y medios cubiertos rostros varoniles, con
pico y extraño.
Arpínes.
Toda una barbada de arpínes.
Nelle se alejó de la torre y volvió a bajar a las tablillas del techo, sin
apenas atreverse a respirar. Lo último, lo último que quería era
despertar a esos monstruos...
―¡Atradir!
Sorprendida, Nelle se volvió y se apartó el pelo de la cara. Cinco
figuras, armadas y con casco, aparecieron al final de la pasarela, la
última emergiendo de una trampilla. Las armas con púas se erizaron en
sus manos.
Uno de ellos le hizo un gesto. Los otros cuatro se lanzaron hacia
adelante, corriendo a lo largo de esa pasarela alta directamente hacia
ella.
Por un instante, la indecisión la mantuvo cautiva.
Luego, con una maldición brotando de sus labios, se levantó de un
salto, trepó por la barandilla hasta el campanario y, sin atreverse a dudar
ni un segundo, empujó la campana con ambas manos. Se balanceó
pesadamente sobre sus bisagras, volvió a girar hacia atrás y luego emitió 301
un bajo, sordo: Boooom.
Cientos de ojos pequeños malvados se abrieron.
El aire se partió con el cacofónico chillido de los arpínes, casi
ahogando el segundo toque de la campana cuando se balanceó hacia
atrás. Los tímpanos de Nelle amenazaron con estallar cuando se arrojó
sobre la barandilla más lejana y cayó de la torre al techo inclinado, donde
golpeó con fuerza y rodó y rodó y siguió rodando, incapaz de detenerse,
incapaz de oír ni sentir nada excepto su descenso demasiado rápido.
Esperaba que el techo cediera, que la caída la reclamara.
Pero se detuvo abruptamente con la espalda contra la pared, aturdida
pero entera. Parpadeó con fuerza, jadeando por el dolor en su costado,
y miró salvajemente hacia arriba por donde acababa de llegar.
Los arpínes pululaban en el aire sobre su cabeza como una tormenta
descendiendo sobre las cinco figuras acorazadas. La campana sonó por
última vez, un subrayado profundo de los gritos, los gritos, los
desgarros y el caos. Los arpínes no podían atravesar la armadura, pero
se dirigieron a los rostros detrás de los visores, chillando con el deleite
de la sed de sangre.
Nelle se incorporó. El techo parecía estar construido contra la pared
del patio circundante, que era demasiado alto para que ella saltara
encima. Pero, girando frenéticamente, vio lo que podría ser una tubería
de drenaje no muy lejos de su posición actual.
Corriendo con una inclinación incómoda a lo largo del techo inclinado
con una mano presionando su caja torácica, con la otra usando la pared
como apoyo, Nelle se dirigió a la tubería, esperando y rezando para que
los arpínes no la notaran. ¡Los dioses de arriba sabían que ella no tenía
ninguna protección corporal!
Alcanzando la tubería, trepó ágilmente por el costado de la pared y se
deslizó entre almenas para caer sobre un parapeto lo suficientemente
ancho como para que tres hombres grandes caminaran uno al lado del
otro. Corriendo hacia el otro lado, Nelle miró por encima del borde. 302
― ¡Siete dioses! ―Ella respiró, sus ojos se agrandaron.
Estaba mucho, mucho más abajo en el exterior: una vertiginosa caída
a lo largo de una pared lisa y pendientes de piedra irregulares hasta un
aterrizaje brutal que apenas podía ver. Un camino estrecho y sinuoso se
abría camino hasta la puerta, y allí la caída tenía solo tres pisos de altura.
Todavía es demasiado grande.
La puerta. Su cabeza giró hacia la izquierda. Tenía que haber una
palanca o una rueda o algo que abriera la puerta. Tenía que haberlo.
Quizás ella podría…
― ¡Atradir!
Nelle se sobresaltó y se volvió. Figuras armadas subieron a la pared
desde varios puntos de acceso y marcharon hacia ella con las lanzas
preparadas. Lanzó una última mirada a la pared, tratando de creer que
podría haber asideros y puntos de apoyo para los pies, tratando de creer
que podría trepar por esa superficie escarpada como una araña
correteando. Era inútil.
Tragando un grito de desesperación, se volvió y corrió hacia el arco
de la puerta, sus faldas delgadas ondeando detrás de ella, sus piernas
desnudas y sus pies desprotegidos gritando en protesta mientras
golpeaban las duras piedras. Antes de dar más de veinte pasos, vio que
más figuras armadas se acercaban desde el extremo opuesto,
interrumpiéndola. Se detuvo, hundida contra una almena.
Eso era todo entonces. Su loca escapada había terminado. Kyriakos
nunca volvería a ser tomado por sorpresa.
¿La arrastraría de regreso a la torre y a esa habitación roja? ¿O la
encerrarían en lo profundo de un calabozo en algún lugar, encadenada
e indefensa?
Con un sollozo atrapado en su garganta, Nelle se apartó de las figuras
que se acercaban y miró hacia el paisaje asolado por la oscuridad. Allí
estaba la orilla, el mar, a menos de un kilómetro de distancia. ¿Y era ese 303
el contorno de Roseward que sus ojos mágicos veían a través de la densa
penumbra? ¿O era solo su ilusión?
El viento del mar sopló en su rostro y, cuando levantó una mano para
apartarse el cabello de los ojos, algo brilló: una pequeña banda de hilos
de oro envuelta alrededor de su pulgar. Una banda de hechizos, casi
invisible, casi olvidada.
―Usa esto en su dedo, y un hilo de conexión permanecerá vinculado a mí.
Nelle apretó el puño, el pulgar y el anillo apretados contra sus dedos
curvados. Era inútil, inútil.
¿Pero qué tenía que perder?
Se acercaron unos pies que resonaban. Las lanzas brillaban en su
visión periférica. Voces ásperas ladraban palabras que ella no entendía.
Nelle cerró los ojos y sintió que el hilo de conexión se extendía desde
el anillo hacia la oscuridad. Hacia ese mar revuelto. Movió la muñeca
tres veces, tirando del hilo. El anillo ardía caliente contra su piel.
Luego, unas manos duras la sujetaron por los brazos y los hombros, y
la vara de una lanza le golpeó la parte posterior de las piernas, dejándola
de rodillas. Inclinó la cabeza y, al menos por el momento, no intentó
luchar.

30
4
25

A
hora que sabía que estaba allí, Soran sintió el reluciente
conjuro, un muro de resistencia flexible pero implacable. No
era particularmente fuerte, pero en ese momento, él tampoco
lo era. Sus poderes, tanto físicos como mentales, se extendieron hasta el
límite y carecía de la fuerza para abrirse paso. Cada vez que pensaba en
encontrar una debilidad, el hechizo se concentraba en esa área y lo
empujaba hacia atrás nuevamente.
El último empujón fue lo suficientemente fuerte como para derribarlo 305
del banco del remero. Dejó caer un remo y se dio la vuelta apenas lo
suficientemente rápido para hundir el brazo en las olas y atraparlo antes
de que se fuera. Lo arrastró de vuelta al bote y se derrumbó, empapado
y jadeando.
Se sentía como una mosca zumbando desesperadamente para
atravesar una telaraña. Solo que era mucho más estúpido que cualquier
mosca. Después de todo, no estaba atrapado. Podía alejarse cuando
quisiera. Tan pronto como estuviese listo para admitir la derrota.
Soran levantó su pesada cabeza y miró hacia la orilla de Noxaur.
Parecía más cerca. Sus esfuerzos por superar el conjuro no fueron del
todo en vano. Pero incluso si lo lograba, ya había tardado demasiado.
No había posibilidad de que llegara a Nelle antes… antes de…
Escupiendo improperios con los dientes apretados, Soran volvió a
subir al banco, fijó el remo en su posición y se puso a remar. Una vez
más, sus sentidos sondearon el conjuro, buscando el próximo lugar
delgado por donde podría atravesar.
Algo tiró de su corazón.
Soran se detuvo, sorprendido, y parpadeó hacia su pecho. Pero no
había nada que ver. Al menos, no con ojos mortales.
Siguió un segundo tirón, más fuerte que el primero. Jadeó en voz alta
ante la sensación de… no del todo dolor, pero similar.
Al tercer tirón, se dio cuenta de lo que era.
Levantando la cabeza, se volvió y miró a Noxaur. Solo que ahora vio
no solo la orilla tenebrosa e imponente, la oscuridad cada vez más densa
de un paisaje envuelto por la noche, sino también algo que brillaba con
la radiante luminosidad de la quinsatra.
Un hilo de hechizo. Una conexión.
¡Siete dioses! Casi se había olvidado de ese anillo.
El hilo se iluminó por el momento, una línea de fuego a través del aire.
30
Cortó directamente a través del conjuro con un desvío invisible, y Soran 6
sintió que el conjuro se deshilachaba en los bordes, cediendo ante una
magia más fuerte.
―Nelle ―susurró.
Su fuerza revivió. Dado que el hechizo no era algo que pudiera verse
con ojos físicos, se giró en su asiento sin dudarlo y remó con fuerza, con
el tirón ardiente del hilo llevándolo directo y correcto.
En cuestión de minutos, el último conjuro se desvaneció.
Tan pronto como desapareció, la Noche de Noxaur se hizo más
profunda. Soran había pensado que no podía volverse más oscuro de lo
que ya era, pero rápidamente descubrió su error. La ceguera total lo
mantuvo cautivo. Tuvo que girar alrededor, remar de regreso a donde
la oscuridad no era tan completa y, todavía mayormente ciego, sacó el
libro más pequeño de hechizos que había traído con él y encontró un
hechizo de visión. Lo leyó rápidamente y exhaló un suspiro de alivio
cuando sintió que sus pupilas se dilataban, absorbiendo y amplificando
incluso los rastros de luz más pequeños.
Cuando volvió a cruzar la línea, la Noche ya no era tan absoluta.
Siguió adelante, siguiendo el hechizo de invocación, y pronto el casco
del bote pequeño crujió en la costa arenosa. Soran saltó, lo arrastró hasta
la orilla y se enfrentó a lo que tenía delante.
Ninthalor.
El infame palacio junto al mar se encontraba en lo alto de escarpados
riscos sobre la costa, asomándose sobre el paisaje. Sus muchos tejados
puntiagudos y sus torres en espiral parecían tallados en los mismos
acantilados, lo que realmente podría ser el caso. Algunos decían que
Ninthalor había sido una ciudadela trol hace mucho tiempo, antes de
que llegaran las hadas y poblaran Noxaur. Muchas historias extrañas y
leyendas oscuras abundaban tanto en Eledria como en los reinos de los
mortales. Kyriakos no era ni el primero ni el más terrible señor en
gobernar esta ciudadela. 307
Pero ciertamente era lo suficientemente malo.
El hilo del hechizo brilló a través de la oscuridad, conduciéndolo
directamente a través de ese paisaje desnudo hasta donde el suelo
comenzó a elevarse en formaciones rocosas. Un solo camino serpenteaba
hasta las puertas de la fortaleza. Nadie podía acercarse a esas puertas
sin ser visto desde las muchas torres de vigilancia. Es posible que los
centinelas ya hayan anunciado la llegada de Soran a su señor.
Déjalos.
Su mano tembló más de lo que le gustaba cuando alcanzó el Libro de
las Rosas. Por un momento, simplemente se quedó de pie con las olas
del Hinter lamiendo sus pies y miró la una vez hermosa unión. La
decoración de hoja de oro de la portada se había desprendido con el
tiempo y el lomo estaba deshilachado en los bordes, el cuero rojo
maltratado, las arrugas casi blancas por el desgaste. Sintió la fragilidad
del volumen como nunca antes lo había sentido… y la inutilidad de
intentar contener tanta magia, tanto poder, en una mera forma física.
Lo que estaba a punto de hacer, ¿sería más de lo que el libro podría
sobrevivir? Solo había trabajado el hechizo de esta manera una vez
antes, en la noche de su creación. Desde entonces, solo había atado y
vuelto a atar su poder interior. ¿Desatarlo significaría el final? ¿Se
desintegraría el Libro de las Rosas bajo la tensión?
Soran respiró lentamente. Luego desabrochó las correas, abrió el libro
a través de su antebrazo y lo sostuvo ante sus ojos mágicos. Solo pudo
discernir las palabras.
Si. Si, si, sí.
Ella estaba ahí. A su lado, sus labios cerca de su oído. Invisible pero
siempre presente.
¡Oh, mi amor, mi amor! Déjame salir. Déjame perderme. Déjame ser lo que
siempre estuve destinada a ser.
308
Él debía tener cuidado. Debía mantener el control. Era un equilibrio,
un equilibrio traicionero. Una palabra leída incorrectamente, un
pequeño desliz en la lengua o en la mente, y todo estaría perdido.
¡No te detengas! Estoy lista. ¡Estoy lista para hacer todo lo que me envíes a
hacer!
Sintió sus manos agarrando sus hombros, ansiosas y tensas. Su sed de
sangre era aterradora.
Soran cerró los ojos. Luego, reafirmando su postura, abrió los ojos y
miró fijamente esas palabras. ¡Dejándolas quemar en su mente, que el
poder brotara de la página como no lo había hecho en todos los años de
su encarcelamiento! Comenzó a leer en voz alta, dejando que las
palabras llenaran el aire a su alrededor, y bajo la influencia de su voz
cambiaron, se retorcieron, se volvieron fieles a su naturaleza.
No vinculante. Un desencadenante.
El reino de las Pesadillas se abrió de par en par, y La Doncella de
Espinas se desbordó para manifestarse en la realidad física.

30
9
26

D
os guardias acorazados arrastraron a Nelle de regreso al
vestíbulo con columnas donde un árbol roto yacía sobre un
suelo profundamente agrietado. Las puertas se abrieron
mucho más anchas que la pequeña abertura que Nelle había hecho
cuando ordenó que se abrieran. Éstos tenían doce pies de altura o más,
y podía ver fácilmente más allá de ellos en el mismo pasillo.
Kyriakos estaba de pie ante las ruinas del pilar, flanqueado por seres-
sombra. Los perros-esqueleto se arremolinaban alrededor de sus pies, 310
gruñendo y salivando mientras los guardias armados arrastraban a
Nelle por la escalera y atravesaban por la puerta. Los guardias
levantaron sus lanzas a modo de saludo y luego las derribaron con un
agudo crujido sincronizado contra la piedra. Nelle colgaba suspendida
entre ellos, sus pies apenas tocaban el suelo.
El señor de Ninthalor vestía una larga túnica abierta de color rojo
brillante. Es curioso cómo podía ver el color incluso en esta oscuridad.
Aunque el hechizo de la ninfa le había abierto los ojos, el mundo había
permanecido principalmente incoloro durante su huida. Pero ese rojo
era inconfundible. Fluyó como calor vivo de los poderosos hombros del
lord fae.
Dio un paso hacia ella, pero tropezó. Uno de los seres-sombras se
adelantó apresuradamente para ofrecer un brazo, pero lo apartó con un
gesto. Nelle se atrevió a echar un vistazo a través de su cabello enredado
y vio que el lado izquierdo de su rostro se hundía como si todavía
estuviera paralizado. Los Dulces Sueños habían desaparecido antes que,
en los mortales, pero todavía no había desaparecido por completo del
sistema de él.
―Pequeña esposa ―dijo Kyriakos. Aunque arrastraba las palabras,
su voz no era menos siniestra. ―Parecería que eres una mujer con más
de un secreto. Rishva… ¡ah! ―Levantó una mano, se frotó la cara
entumecida y se tiró del labio caído. ―Nunca pensé que llegaría el día
en que me derribara un truco de puta. ¡Y de labios mortales, nada
menos!
Nelle lo miró a los ojos. Su respiración se hizo fuerte y jadeante, no del
todo debido a sus recientes esfuerzos. Quería estremecerse, plegarse
sobre sí misma, esconderse. Pero esa no era la forma que Madre le había
enseñado.
En cambio, ella sonrió.
― ¡La, mi señor! ―Su voz salió con un trino brillante. ―Diles a estos
matones tuyos que me suelten y te mostraré otro truco o dos. 311
La mitad de la boca de Kyriakos que aún trabajaba se retorció en un
gruñido. Dio un paso hacia ella, apoyándose pesadamente en un ser-
sombra que lo ayudaba y apartando a los perros-esqueleto de su camino.
Tomando su barbilla en su mano, él tiró despiadadamente de su rostro
hacia el suyo. Ella fijó su sonrisa en su lugar, negándose a mirar hacia
otro lado incluso cuando él le pasó el pulgar por los labios, manchando
cualquier rastro que quedaba de los Dulces Sueños. El borde afilado de
su uña se arrastró sobre su piel.
―Ya te lo dije ―dijo, escupiendo las palabras― prefiero que mi
esposa esté dispuesta. Pero eso no significa que no las acepte como
vengan.
Con esas palabras, presionó sus labios caídos y entumecidos contra
los de ella mientras un gruñido de animal retumbaba en su garganta. No
había nada seductor en ese beso, nada de la sutileza letal de los faes. No
era una promesa, sino una amenaza. Una amenaza que tenía la plena
intención de llevar a cabo.
En el momento en que sus labios dejaron los de ella, Nelle le escupió
en la cara. Su saliva se deslizó sin atención por su mejilla insensible. El
agarre en su barbilla se apretó, clavando las uñas, listo para sacar sangre.
Pero luego, con un gemido, se incorporó, agarrando el brazo del ser-
sombra.
―Vuelve a la torre con ella ―ladró, haciendo un gesto a los guardias.
―Desnúdala y átala a la cama. Asegúrese de que no tenga más trucos
de este tipo ocultos sobre su persona. Estaré solo… ahora.
― ¡Bastardo! ―Gritó Nelle. Lo que quedaba de la valentía de su
Madre se desvaneció, reemplazado por pura furia y miedo. ― ¿Tienes
tanto miedo de pelear conmigo que tienes que atarme como a un
animal? ¡Cobarde, maldito cobarde!
Los guardias la levantaron y la llevaron entre ellos por el pasillo con
columnas. Nelle se retorció en sus manos parecidas a una visera, 312
lanzando insultos y palabrotas por encima del hombro. Sin embargo,
antes de llevarla más de veinte pasos, se congelaron en su lugar. Las
voces estallaron en el patio detrás de ellos. Voces aterrorizadas.
― ¡Khilseith yesphyra! Yesphyra, yesphyra!
Las extrañas palabras resonaron en los edificios del patio y las
paredes, magnificadas cuando otros tomaron el grito.
Luego vino una palabra que Nelle reconoció: ― ¡Noswraith!
Sus ojos se agrandaron.
Las voces se convirtieron en gritos. Kyriakos, de pie al principio del
pasillo, retrocedió desde la puerta abierta y gritó: ― ¡Ciérrala! ¡Ciérrala
ahora! ―Nelle lo vio tambalearse y casi caer, solo atrapado por su
sirviente en las sombras. Cuando las puertas altas empezaron a cerrarse,
vislumbró a hombres con armadura haciendo fila justo afuera, y justo
antes de que las puertas se cerraran de golpe, vio… ella vio…
Vio a tres de ellos levantados en el aire por enormes enredaderas con
forma de tentáculo. Enormes espinas atravesaron la armadura. La
sangre brotó.
Las puertas se cerraron con un ruido sordo. La pared permanecía en
blanco y sólida, sin siquiera la más mínima grieta que indicara dónde
habían estado las puertas.
Y luego…
Grietas. Cientos y cientos de grietas atravesando la pared como si
fuera frágil vajilla.
Kyriakos gritó; los perros-esqueleto aullaron. Los seres-sombras
levantaron físicamente a su maestro y lo llevaron a lo largo del pasillo
arqueado, hasta el otro extremo.
La pared se hizo añicos. El polvo llenó el aire, asfixiante, cegador.
Cuando la visión de Nelle se aclaró, se tumbó junto a un pilar caído,
cubierta de polvo y escombros. Sus oídos retumbaban sordamente, el
313
latido de su pulso casi ahogaba los otros sonidos: gritos, gruñidos,
aplastamientos. Se limpió el polvo de los ojos parpadeantes y temió
brevemente que la magia de la mujer rosa ya se estuviera
desvaneciendo, dejándola ciega en la oscuridad de Noxaur. Pero luego
su visión se aclaró lentamente.
La Doncella de Espinas se acercaba.
De dos metros y medio de altura o más, una criatura de espinas y
rosas, pero completamente femenina, completamente hermosa y
sensual, paseaba por las ruinas de ese salón, con salvajes zarzas
brotando de su cuerpo en densas masas. Más espinas y zarzas treparon
por los pilares, destrozándolos y arrastrándolos hacia abajo uno tras
otro. Gran parte del techo se había derrumbado y una pared entera se
había derribado.
A su alrededor, guardias con armadura cortaban las ramas retorcidas
con espadas que brillaban con una magia brillante y cegadora. Pero por
cada miembro que derribaban, otro crecía en su lugar. Los propios
guardias fueron capturados y arrancados de sus pies en un abrazo
constrictor que clavó espinas como cuchillas profundamente a través de
su armadura en sus cuerpos retorcidos.
¿Kyriakos? ¿Dónde estaba él? Nelle creyó haber vislumbrado un rojo
parpadeante, pero antes de que pudiera determinar si era su captor
hada, algo se deslizó alrededor de su tobillo. Solo tuvo tiempo de mirar
hacia abajo, para ver que el brezo la agarraba.
Para darse cuenta de que estaba a punto de ser aplastada, empalada.
Al instante siguiente, la arrastraron por los ásperos escombros,
pateando y gritando. Intentó inútilmente agarrarse a algo, detener o al
menos ralentizar su avance, pero luego fue levantada por su pierna. Las
faldas largas con aberturas aleteaban hacia abajo alrededor de su rostro,
y las apartó violentamente a un lado, agitando los brazos al azar.
Un rostro exquisito de pétalos de rosa apareció ante su visión.
Ahí, pequeño mortal, dijo La Doncella de Espinas, su voz un siseo de 314
perfume mortal. Te he encontrado. Su extraña boca se rompió en una
sonrisa aún más extraña. Por mucho que me gustaría jugar, tendré que
guardarte para más tarde. Por ahora, mi maestro me obliga a otra parte.
Nelle intentó abrir la boca, intentó gritar. Pero antes de que cualquier
sonido pudiera salir de su garganta, fue medio arrastrada y medio
arrojada de los escombros por esa enredadera que la aferraba. La cabeza
le daba vueltas con violentos destellos. Luego se derrumbó en un
manojo de ramas y el brezo desapareció.
Al principio solo pudo quedarse allí, convencida de que debía estar
muerta. Pero estaba respirando. Y cuando trató de moverse, todavía
tenían posesión de su cuerpo. Se incorporó sobre los codos, haciendo un
conteo de sus heridas. Su costado herido sufrió un espasmo, y sus
brazos, piernas, hombros desnudos y pecho eran una masa de pequeños
cortes. Pero no estaba muerta.
Luchando por ponerse de pie, se balanceó, mirando los horrores en la
oscuridad. La zarza la había dejado caer en el centro del patio afuera del
salón ruinoso. Los cadáveres cubrían las piedras: guardias faes
mutilados casi irreconocibles, perros-esqueleto destrozados, restos de
seres-sombras destrozados y desechados como trapos.
Nelle se dio la vuelta. La puerta. La puerta estaba rota. Rota. Junto con
la mayor parte de la pared.
Con un gemido, Nelle se tambaleó hacia la entrada. Con cada pisada,
su voluntad de vivir revivía. Aumentó su ritmo hasta que estuvo
corriendo más rápido de lo que había corrido antes. Trepó sobre los
escombros, que se agitaban peligrosamente bajo su peso, y casi se cayó
al camino abierto más allá.
Detrás de ella, los gritos y los sonidos de las piedras aplastadas
continuaban llenando el aire. Se tapó los oídos y simplemente corrió.

315

Soran estaba de pie con el Libro de las Rosas en su brazo, sus piernas
reforzadas y sus hombros hacia atrás. El hechizo brotó de las páginas en
las que había sido capturado, canalizado a través de su boca y su mente
hacia este mundo.
Cuando llegó al final del hechizo, sintió la creciente emoción del
poder casi más allá de su capacidad de control. Quería arrancarlo,
partirlo en dos y dejarlo atrás, como una mariposa que sale de su
crisálida.
¡No! Afirmó su postura y se aferró a su cordura, a su dominio. Este
era su hechizo. La Doncella Espina era grande y terrible, pero mientras
el Libro de las Rosas durase, ella le pertenecía a él.
Parpadeó hacia el volumen. El hechizo fue dicho ahora, completo. ¿Y
el libro? Se mantuvo unido. Podía sentir la debilidad, la fragilidad del
papel que quería estallar en llamas mientras la energía de la quinsatra
quemaba a través de las líneas de hechizo tintadas con precisión. Pero
aguantó. Por el momento.
Soran cerró el libro y miró hacia arriba, levantando la mirada para ver
lo que había hecho. Ninthalor todavía estaba en sus escarpadas alturas,
pero el humo se elevaba en una nube. Humo o escombros. Las paredes
se derrumbaron, las torres se tambalearon. E incluso aquí, con el
murmullo del océano a sus espaldas y los vientos del Hinter jugando a
través de su cabello y túnica, escuchó gritos.
― ¿Qué he hecho? ―susurró.
¿Cuántas vidas perdidas?
¿Cuántas muertes se suman ahora al largo libro de cuentas grabado
en su conciencia?
Este era un acto de guerra. Nada menos. La noticia volvería a
Lodírhal. La noticia de este ataque se esparciría por Eledria como la
pólvora. ¿Y cómo respondería el Rey de Aurelis? 316
Rápidamente, era probable. Y con finalidad.
La mandíbula de Soran se apretó. La mano que sostenía el Libro de
las Rosas cerrado tembló. Quizás debería empezar a atar ahora. Intentar
controlarla antes de que este horror empeore.
Pero aún no podía. No hasta que supiera… No hasta que la viera…
No hasta…
¿Le engañaban sus ojos? Sacudió la cabeza y se frotó la cara con la
mano libre. Luego miró de nuevo, la esperanza desesperada crecía en su
corazón. ¿Era esa la delgada figura de una mujer joven que corría por el
tramo de tierra vacío entre la carretera de Ninthalor y la playa desolada?
¿Era ese cabello largo que fluía detrás de ella tan rojo como el fuego,
incluso aquí en la penumbra de Noxaur? ¿Era…?
No esperó a estar seguro. Metiendo el Libro de las Rosas dentro de su
túnica, echó a correr. No se había dado cuenta de que le quedaba
suficiente fuerza en sus extremidades para moverse tan rápido. Sus
largas piernas desgarraron el espacio, enviando regueros de arena, y su
túnica ondeó detrás de él.
¡Era Nelle! Asombrada, sangrando. Pero viva.
― ¡Soran!
Su voz lo alcanzó como un sueño. Y tal vez era un sueño. Quizás había
calculado mal el hechizo, quizás había dejado escapar algo. Quizás esto
no era más que una ilusión plantada en su mente por La Doncella de
Espinas. Un castigo digno por su crimen, si es así.
No le importaba.
― ¡Nelle! ―gritó en respuesta. Sus ojos absorbieron la visión de su
rostro aterrorizado manchado de sangre. Entonces ella estuvo en sus
brazos, presionada contra su corazón. El cuerpo de ella se estremeció,
sacudido por los sollozos, temblando tan fuerte que podría romperse en
sus manos y dispersarse como una nube de pétalos de rosa. La abrazó
más y más fuerte, negándose a dejar que este momento fuera un sueño. 317
―Nelle ―jadeó, una mano sosteniendo la parte posterior de su
cabeza, presionándola contra su pecho. Pero eso no era suficiente. Tenía
que verla, tenía que mirarla a los ojos. Más bruscamente de lo que
pretendía, la empujó un paso hacia atrás, agarrándola por los hombros.
Sus hombros muy desnudos.
Por primera vez se fijó en su atuendo y lo poco que había.
― ¡Soran! ―Nelle lo agarró por la pechera de su túnica. Las lágrimas
corrían a través de la mugre en sus mejillas, y su cabello colgaba en rizos
sobre su frente, en sus ojos. ― ¡La Doncella de Espinas! ¡La Doncella de
Espinas está libre!
―Lo sé ―dijo con gravedad. Aunque era reacio a dejarla ir por miedo
a que se disolviera en la nada, le quitó las manos de los hombros, se
quitó rápidamente la túnica exterior y la arrojó a su alrededor, con los
pliegues cubriendo su carne desnuda. Se miró a sí misma y pareció darse
cuenta de lo que vestía. Un rubor de vergüenza manchó sus mejillas
antes de apretar los pliegues de su túnica en su garganta y mirar a Soran
a los ojos.
― ¿Qué podemos hacer? ―ella dijo. ― ¿Qué podemos hacer?
¡Tenemos que detenerla!
Soran la miró a la cara, pero apenas la veía ahora. Destellos rojos
estallaron en los bordes de su visión.
Ese vestido… Como algo que usaría una trabajadora de burdel.
Era obra de Kyriakos.
Ella no tenía que decírselo. Sabía lo que le habían hecho. Cómo la
habían usado.
Levantó la mirada hacia Ninthalor justo cuando otro de los altos
muros se derrumbaba y caía bajo el asalto de La Doncella de Espinas.
Bueno. Déjalo caer. Deja que todo caiga al suelo y que entierre a los
habitantes en una tumba en ruinas.
318
― ¡Soran! ―Los dedos de Nelle se clavaron en su brazo. Cuando él
no se volvió, ella lo miró a la cara, tirándolo hacia abajo y obligándolo a
mirarla. ― ¡Tienes que detener esto! ¡Tienes que!
Sacudió la cabeza. ―No, no lo sé. No después de… lo que ha hecho…
―Su corazón era una piedra caliente e hirviente en su pecho.
Ella parpadeó hacia él, su rostro mortalmente pálido detrás de la
suciedad y las manchas de sangre. Lentamente, sus ojos se agrandaron
con creciente horror, como si lo viera transformarse en algo hambriento
y horrible allí mismo, frente a ella. Pero eso también era bueno. Dejar
que ella lo viera por lo que realmente era, de una vez por todas.
Déjala ver a la bestia. El monstruo.
―Escapé. ―Nelle negó con la cabeza, su boca se endureció, sus
dientes destellaron. ― ¡Escapé! ¿Me escuchas? Alguien me ayudó a salir
antes… antes de que pasara algo. ¡Alguien que todavía está allí, Soran!
Alguien que necesita tu ayuda.
Sus palabras rodaron sobre él, incapaces de penetrar la dureza de su
mente o el ardor de su corazón. Sacudió la cabeza y comenzó a girarse,
preparado para dirigirse al camino de regreso al bote en espera, para
dejar a La Doncella de Espinas a sus placeres.
Pero Nelle le soltó el brazo. ― ¡Maldito infierno! Mago Silveri, si no
hace algo, ayúdeme, ¡lo haré yo misma!
Él la miró fijamente a tiempo para verla sacar su bolso de su espalda
donde colgaba debajo de los pliegues de su bata. La abrió y sacó su
propio libro de hechizos en blanco y su pluma. Sus ojos brillaron para
encontrarse con los de él por un instante antes de volverse, abrir el libro
y mirar a Ninthalor. Ella vaciló, su pluma colocada sobre la página vacía.
Ella no sabía lo que estaba haciendo. No tenía ni idea de cómo unir un
Noswraith. Y aun así…
Y, sin embargo, había algo que rebosaba en su espíritu, una fuerza a 319
tener en cuenta. Esa magia Ibrildiana, tan extraña, tan antinatural. Tan
innegable.
Ella no podía tener éxito. Pero en su fracaso, podría lograr más de lo
que muchos Miphato poderosos lograron en toda su vida.
Soran extendió la mano y la agarró por la muñeca. Ella se apartó con
un gruñido, se alejó tambaleándose de él e hizo como si fuera a empezar
de nuevo.
―Señorita Beck ―dijo bruscamente. ―Detente. Puedes causar más
daño que ayuda. ―Ella lo miró con expresión feroz y él suspiró. ―Lo
haré. La ataré.
―Hazlo entonces. ―gruñó Nelle, su voz dura, su respiración
entrecortada.
Soran asintió y sacó el Libro de las Rosas de su túnica. Vio que sus
ojos se fijaban en el libro con un intenso interés que no comprendía del
todo. Quizás sintió la magia pulsando a través de esa frágil atadura.
Desató las correas y abrió el libro por la primera página. La magia del
hechizo Noswraith estalló en él, lista para derretir la piel de su rostro. El
libro ya estaba tenso. ¿Podría soportar la presión si leyera el hechizo de
nuevo tan pronto? En todo caso, ¿podría él mismo soportarlo? Todas las
noches trabajaba mucho para reafirmar la atadura de La Doncella de
Espinas antes de que ella escapara. Cada noche era una batalla que no
estaba seguro de poder ganar.
Pero ahora estaba libre. Manifiesta y física. ¿Y él? La debilidad
recorrió su cuerpo exhausto. Ya había empujado sus límites más allá de
todo lo que había creído posible.
¿Y qué hay de Nelle? Ella estaba protegida en ese momento, porque
cuando él leyó el desencadenamiento, había tejido una orden para su
preservación. Pero si fallaba ahora…
320
No fallaría. No podía.
Consciente de los ojos de Nelle fijos en su rostro, Soran comenzó a leer
el hechizo. Silenciosamente esta vez y con diferente énfasis. El mismo
hechizo, canalizado hacia un nuevo propósito. La magia brotó de la
página y se vertió en su mente, brotó de su alma. Lo envió corriendo,
quemando a través de la quinsatra hasta las paredes en ruinas de
Ninthalor, y su conciencia se fue con él.
Vio a La Doncella de Espinas en medio de su trabajo infernal,
regodeándose en sangrientos placeres. Vio a los faes lanzarse sobre ella,
arrojando armas y magia en vano. No podrían detener una pesadilla
viviente. Nada podía detenerla excepto…
―Helenia. ―gritó.
A pesar de que sus muchos brazos desgarraban a sus enemigos y
destrozaban los altos edificios, la figura que estaba en su núcleo se
detuvo. El rostro y la forma femeninos se volvieron, los agujeros abiertos
donde deberían estar sus ojos, buscaron. Y ella lo vio.
Buen encuentro, mi amor. Su voz se oía a través de los gritos de su presa,
brillante y dulce como el canto de un pájaro. ¿Has venido a detenerme ya?
¡Pero acabo de empezar!
―Has hecho suficiente, Helenia ―dijo Soran. Se vio a sí mismo de pie
en el patio en ruinas, rodeado de muerte y destrucción. Su cuerpo físico
seguía parado en el camino, leyendo el hechizo, pero ese cuerpo apenas
importaba.
La Doncella de Espinas se acercó. Mientras sus muchas extremidades
continuaban desgarrándose y destruyéndose, ella lo miró con su mirada
sin ojos y se movió con una gracia susurrante de hojas y pétalos, su
forma volviéndose más como la Helenia que recordaba con cada paso.
Ella se acercó lo suficiente como para extender una mano espinosa hacia
su rostro, pero sus dedos se deslizaron a través de la imagen, porque ella
era física aquí y él no.
321
―Es hora de volver ―dijo Soran. ―Vuelve a mí. Ahora.
Ella sonrió, su rostro encantador y terrible. Vio el rostro humano de
Helenia parpadear brevemente en sus rasgos. Creo que no lo haré.
Ella lo atacó. Esta vez sus dedos, largos, ramificados y con forma de
garras, atravesaron tanto el mundo mortal como el espiritual. Pero Soran
estaba preparado. Aunque su cuerpo físico se estremeció al borde del
colapso, en espíritu saltó ágilmente a un lado y extrajo del reino quinsatra
una soga de brillante y ardiente magia. Con un hábil movimiento de
muñeca, la envió volando sobre su cabeza, alrededor de su cuello y
hombros. Agarrándolo con ambas manos, tiró de él con fuerza y tiró a
La Doncella de Espinas de sus pies.
Ella se estrelló contra el suelo. Todas sus diversas extremidades se
sacudieron y dejaron caer los cuerpos, las piedras y las paredes que
habían agarrado. Ondearon salvajemente, chocando contra las rocas y
derribando los tejados. La Doncella de Espinas se retorció donde yacía,
su cuello se rompió y se reformó, pero incapaz de escapar de esa trampa
brillante.
Ella le gruñó, y su rostro era horriblemente humano entre las zarzas.
Ella escupió hojas podridas de su lengua.
¡Cuidado, mi amor! ella siseó. ¡Te encontraré! ¡Te encontraré!
Soran tiró de la soga una última vez, probando para asegurarse de que
estuviera segura. Luego dio un paso atrás… muy atrás, fuera de ese
patio en ruinas, fuera de esa muerte, destrucción y sangre…
…de regreso a donde estaba su cuerpo físico, todavía leyendo el libro
de hechizos.
Las palabras brillaron cegadoramente en la página, y el sudor corrió
por su rostro, a través de su cabello. Si sus manos no hubieran estado
cubiertas de nilarium, es posible que no hubiera podido sostener ese
volumen pulsante.
Un rugido atravesó la magia pulsante, golpeando sus sentidos con un
322
rayo de terror puro, casi infantil. Soran se atragantó y estuvo a punto de
perder el flujo del hechizo. Rápidamente lo agarró y lo arregló en una
suspensión temporal. Solo entonces levantó la vista de la página. Hasta
Ninthalor.
Hasta donde una retorcida tormenta de zarzas brotaba de las paredes
rotas y se deslizaba, se arrastraba y descendía por el estrecho camino.
Directo hacia ellos.
― ¿Soran? ―Nelle estaba a su lado. Su mano agarró su brazo. ― ¡Ella
viene!
Él asintió. Luego, manteniendo un dedo entre las páginas para no
perder su lugar en el libro, se volvió, agarró la mano de Nelle y echó a
correr.
―De vuelta al barco ―ladró, arrastrándola detrás de él. ―No puede
cruzar agua corriente, no en su forma física. ¡Apúrese!
Nelle jadeó y un quejido ocasional brotó de su garganta. Pero siguió
su paso hasta la orilla oscura, hasta donde esperaba el bote. Detrás de
ellos, La Doncella de Espinas se adentraba en el paisaje, dejando un
rastro de una nociva nube de perfume de rosas a su paso.
Casi cayendo cuando se acercaron al barco, Nelle se agarró al borde,
se preparó y ayudó a Soran a empujarlo hacia las olas.
― ¡Entra! ―Soran gritó, y ella le obedeció de inmediato. Empujó un
poco más y luego saltó. Intentó coger los remos, pero Nelle llegó
primero.
―Lee el hechizo ―dijo sombríamente y echó hacia atrás los pliegues
de su vestido para liberar sus brazos para el movimiento. Se puso a
trabajar remando, tirando con fuerza, dejando espacio entre ellos y la
orilla. Su mirada se fijó más allá de él, por el camino por el que habían
venido. Por el creciente horror de su expresión, supo que La Doncella de
Espinas se acercaba cada vez más.
Soran se inclinó sobre el libro y lo abrió sobre las rodillas. Se 323
estremeció y ahogó un grito cuando la magia violenta lo golpeó de
nuevo, en cuerpo y alma. Pero debía continuar. Aunque todo su cuerpo
amenazaba con colapsar, debía hacerlo. Tomando el hechizo donde lo
había dejado, leyó una y otra vez, las palabras rodaban por su cabeza,
uniéndose a la magia, consumando y creando.
Sintió su presencia, físicamente a su espalda, dando bandazos,
chillando y arrastrándose a lo largo de la costa, extendiendo sus grandes
brazos con desesperada y furiosa necesidad, pero también en su mente,
en su alma. Ella era una pesadilla. Incluso cuando se manifestaba, seguía
siendo una cosa de espíritu.
¡No me atarás! ella siseó en su mente. Sus brazos se enroscaron
alrededor de su alma, gruesos, oscuros y aplastantes. ¡No me encarcelarás!
¡Nunca más!
Ella lo desgarró y él sangró y sangró. Soran trató de concentrarse en
su forma física, para obligarse a darse cuenta de que ella no podía tocarlo
realmente. Pero su cuerpo respondió al asalto a su mente, y riachuelos
oscuros corrieron por su piel.
Las palabras en la página que tenía ante él se volvieron borrosas,
desdibujándose. Creyó oír la voz de Nelle gritando su nombre, pero
quizá no fuera más que una ilusión.
Mi amor, gruñó La Doncella de Espinas en su mente. Mi amor, mi
amor…

324
27

–¡Soran! –Nelle gritó. El fuerte viento del mar le arrancó la voz de la


garganta y la envió estrellándose contra las olas. Observó con horror
cómo el mago, que estaba agachado en la popa del barco, se derrumbaba
lentamente. La sangre se filtró a través de su camisa en varios lugares,
rojo rubí incluso en la oscuridad de Noxaur.

La Doncella de Espinas se retorcía y se agitaba a lo largo de la 325


orilla. Ella era masiva―Tan alta como el pico más alto del techo de
Dornrise y dos veces más ancho. Una masa de pesadilla de maldad
enroscada que nunca perteneció a este mundo. Y en su centro se
encontraba la forma femenina de la propia doncella, pequeña en
comparación con la extensión de sus cientos y cientos de miembros
azotados, pero todavía imponente y terrible.

Caminó hasta el borde mismo del agua, donde la superficie lamía a


sus pies. Sus brazos se extendieron largos y letales sobre las oscuras olas,
ansiosos por atrapar a su presa.

El dolor en el costado de Nelle, donde la rama del árbol le había


perforado la piel, se agudizaba con cada golpe que daba, y los remos
pesaban en sus manos temblorosas. Pero la vista de Doncella de Espinas
alimentó la fuerza que no sabía que poseía. Remaba con ritmo frenético,
poniendo distancia entre el pequeño bote y esa orilla.
Sólo cuando estuvo segura de que estaban más allá del alcance del
Noswraith, envió los remos y, medio cayendo del banco, se acercó al
mago que yacía en las aguas poco profundas en el fondo del bote.

―Soran ― suspiró ella, agarrándolo del hombro y girándolo un poco


para ver su rostro. Era una masa de rayas sangrientas. Había visto
aparecer esos cortes en su piel, uno tras otro, mientras leía el hechizo. La
Doncella de Espinas podría habitar actualmente una forma física, pero
no había perdido nada de su poder sobre las mentes y las almas.

Nelle hizo rodar a Soran un poco más, el bote se balanceaba


peligrosamente con cada movimiento que hacía. Dioses de arriba, ¡será
mejor que no los vuelque aquí en el canal! Sabía nadar bastante bien,
pero ¿hacia dónde nadaría? ¿De vuelta a Noxaur y los brazos de los
Noswraith?

Con un poco más de cuidado, deslizó su mano por su cuello,


presionando sus dedos con fuerza contra la piel manchada de sangre. 326

―Mantente vivo ―susurró― ¡Mantente vivo, mantente vivo,


mantente vivo, estúpido idiota!

Por fin encontró pulso, débil pero presente. Por un momento, su


corazón se elevó.

Pero luego se abrió otro corte horrible a lo largo de su mejilla, como si


lo hubiera cortado un cuchillo invisible. Nelle se atragantó con un
grito. Y se dio cuenta: Soran estaba inconsciente. Pasó al Reino de la
Pesadilla donde Doncella de Espinas podía atacarlo a voluntad. No
tenía medios para protegerse.

Nelle levantó la cabeza, se apartó el cabello de los ojos y miró al otro


lado del agua hacia esa masa danzante de zarzas a lo largo de la
orilla. Había suficiente distancia entre ellos ahora que no podía ver el
rostro de la mujer, no podía leer su expresión. Pero sintió la sonrisa, la
sonrisa de complicidad y triunfo.

― ¡Hoy no, maldita presumida! ―Nelle gruñó.

Se inclinó sobre el mago de nuevo, haciéndolo girar con cuidado hacia


un lado, metiendo la mano debajo de su cuerpo pesado e inerte. Tanteó
la sangre y el agua poco profunda hasta que sus dedos indagadores
encontraron lo que buscaba: un volumen de cuero.

Con un grito de alegría, Nelle sacó el libro rojo de debajo de Soran,


pero el grito murió en sus labios de inmediato. El libro estaba empapado
de sangre y se hundía miserablemente en su agarre. ¿Se derrumbaría
cuando lo abriera? ¿Se habían filtrado todas las palabras del hechizo
escritas en el agua salada?

―No, no, no. ―Nelle se levantó de las rodillas un poco demasiado


rápido, el bote se balanceaba peligrosamente ante su peso 327
cambiante. Sentada en el banco de remos, sostuvo el libro en su
regazo. Sus faldas vaporosas todavía estaban secas en algunos lugares,
y las usó para frotar inútilmente la cubierta empapada. ¿Todo había
terminado ya? ¿Era demasiado tarde? Con oraciones inarticuladas
llenando sus labios, Nelle abrió la tapa.

Una ráfaga de energía mágica cruda estalló en su rostro. Gritando,


casi se cae del banco de nuevo. Solo un instinto desesperado hizo que
sus manos se agarraran con más fuerza a la caratula en lugar de tirar
todo lo más lejos de ella como pudo. Luces y colores brillantes para los
que no tenía nombre llenaron su cabeza.

Esto era magia. Verdadera magia. Todos los otros hechizos que había
presenciado o incluso en los que había participado, no eran nada,
absolutamente nada en comparación.
Este hechizo era como si Silveri hubiera derribado las puertas de
la quinsatra para dejar que toda la magia cruda pasara en una tormenta
devastadora.

Sin embargo, sintió orden en las páginas y las líneas escritas. Y donde
había orden, podía haber control.

Nelle parpadeó y miró a través del resplandor, escudriñó la realidad


física subyacente a la realidad mágica mayor, hasta las palabras
pulsantes brillantemente iluminadas a través del pergamino arrugado y
empapado. La magia no era tan salvaje e incontenible como había
pensado al principio. Aquí había razón, ritmo y rima.

Con cuidado, separó cada página empapada de la siguiente y la giró


con cuidado. Su mente se estiró dolorosa pero ansiosamente mientras
asimilaba la inmensidad de todo lo que sus grandes ojos
contemplaban. Las palabras estaban escritas en Antiguo Araneli, pero
no importaba. Los entendía con un entendimiento completamente ajeno 328
a la razón mortal.

Pasó una página más y llegó al lugar donde terminó el hechizo ―el
momento en que Soran colapsó. La magia estaba inacabada pero aún no
se había desenredado.

¿Se atrevía a intentar completarlo? La conciencia repentina de su


propia insuficiencia casi la enfermó. Apenas una semana de
entrenamiento mágico, una semana de incursionar, de jugar en los
límites de este vasto abismo de poder. ¿Quién era ella para pensar que
podía controlar semejante hechizo? Este era el trabajo de un maestro
mago, un verdadero genio. El trabajo de Soran.

Pero Soran estaba inconsciente. Moribundo. Sangrando en el fondo


del bote.
Déjalo morir.

Las palabras susurradas en el fondo de su cerebro, sutiles y


peligrosas. ¿La Doncella de Espinas? ¿O era su propia conciencia
consciente?

Déjalo morir. Cierra el libro y tómalo. Es por lo que viniste hasta aquí. Cógelo
y vuelve a Wimborne. Entrégaselo a Gaspar. Salva a tu padre.

Tú debes.

Tú debes.

Tú debes…

― ¡No! ― Nelle lloró, sacudiendo la cabeza y rechinando los


dientes. Se agachó sobre la página, sobre el hechizo inacabado, dejando
que sus ojos y su mente se llenaran con el brillo de la quinsatra, 329
dejándolo fluir dentro de ella.

Leyó el hechizo del Libro de las Rosas.

En el momento en que las palabras tomaron forma en su cabeza, se


dio cuenta de su error.

No estaba preparada para esto. ¿Cómo podría estarlo? ¿Cómo podría


alguien?

La oscuridad se cerró, no como la oscuridad de Noxaur, sino una


oscuridad del alma. Un conocimiento pesado, opresivo e implacable del
mal que acechaba en su propio corazón y en el corazón del hombre que
escribió este hechizo. Al principio fue demasiado y amenazó con partirla
en dos.
Pero entonces lo vio: un destello como si estuviera al final de un túnel
estrecho.

El clímax, la conclusión del hechizo vinculante.

Empezó a correr. Ni siquiera estaba segura de cómo correr en este


lugar de almas donde no tenía cuerpo, pero de alguna manera corrió de
todos modos, cada vez más rápido. El túnel era más largo de lo que se
había imaginado, y las paredes se llenaron de ondulaciones invisibles
que sintió más que vio, llenando la oscuridad a cada lado de ella hasta
que los retorcimientos invadieron su mente.

No perteneces aquí, susurró La Doncella de Espinas. Este no es lugar


para ti.

Espinas invisibles azotaron a ambos lados, cortando sus piernas,


cortando sus brazos, su cara. Pero, aunque intentaron agarrarla y
sujetarla, no fueron lo suficientemente rápidos. Se negó a dejar que el 330
miedo la distrajera. Había dolor, pero podía lidiar con el dolor. Su
objetivo brillaba por delante, en el otro extremo del túnel, y ella corrió,
corrió, corrió.

La Doncella de Espinas rugió, y un choque horrible llenó los sentidos


de Nelle. El túnel detrás de ella se estaba derrumbando, demolido por
la furia del Noswraith. Grandes bloques de piedra cayeron por todos
lados y el techo del túnel que tenía delante se hundió.

El terror surgió, y en ese terror, la comprensión ardió: Ella sabía


exactamente qué hacer. Fue tal como mamá le enseñó hace tantos años.

Mira la caída.

Acepta el peligro, la realidad de la caída.


La realidad de las piedras esperando atraparte, para pulverizar tus huesos.

Acéptalo, guárdalo y no vuelvas a mirar.

Nelle redobló su velocidad, volando bastante a través de esa


oscuridad. De repente, el túnel ya no era un túnel. Se convirtió en un
vasto espacio informe, lleno de luz, lleno de colores extraños y nubes
agitadas, un espacio que ella solo había vislumbrado antes como en el
reflejo de un espejo oscuro.

La quinsatra.

Era casi demasiado. Su mente se tensó y sabía que se rompería.

Pero ella sabía la razón por la que estaba aquí: el final del hechizo,
medio atraído hacia el mundo físico pero arraigado para siempre en este,
se retorcía como una brillante cinta de luz, colgando ante ella.
331
Nelle extendió las dos manos y atrapó el hilo. Magia pura surgió a
través de ella, y su cuerpo físico se tambaleó en el banco del bote de
remos, casi tirando el libro de hechizos. Lágrimas de dolor brotaron de
sus ojos, cayeron hacia las páginas abiertas en su regazo, pero se
evaporaron mucho antes de golpear.

Enroscó el hilo ardiente alrededor de sus dedos y muñecas, dándole


la forma que sabía que debía tener. El hechizo ya estaba escrito, después
de todo... Una composición brillante de una mente brillante. Solo
necesitaba seguir el patrón que Soran ya había creado.

Con un grito, giró en su lugar y vio la masa turbulenta de La Doncella


de Espinas cayendo sobre ella, más enorme de lo que la razón podía
comprender. Cientos de brazos se extendieron, miles de espinas
apuntaron directamente a su corazón.
Nelle tiró el hilo, una cosita tan fina y delicada, mientras mantenía un
extremo envuelto firmemente alrededor de su muñeca. Brillando en
marcado contraste con la espantosa masa negra del Noswraith, el hilo se
disparó directamente a la forma femenina que acechaba en la oscuridad,
rodeó la cabeza de La Doncella de Espinas y se colocó alrededor de su
garganta.

Con un giro de las muñecas, Nelle apretó la soga.

Un jadeo agónico atravesó sus pulmones mientras se tambaleaba en


posición vertical en el banco de remos. Sus dedos con los nudillos
blancos todavía agarraban el Libro de las Rosas en su regazo mientras
las últimas palabras del hechizo ardían brillantes ante sus ojos, luego se 332
desvanecían, se desvanecían y se convertían en mera tinta en una
página.

¿Estaba hecho?

Tenía que estarlo.

Nelle cerró el libro de golpe, lo apretó contra su estómago y se inclinó


sobre él, segura de que se pondría enferma. La cabeza le daba vueltas y
los huesos le temblaban con tanta fuerza que casi podía jurar que los
escuchó traquetear. Los cortes acribillaban su cuerpo, arriba y abajo de
sus piernas, pero no creía que fueran profundos. No peligrosamente
profundo, de todos modos. Mierda, ¡terminaría tan llena de cicatrices
como el mago si no tuviera cuidado!
Con ese pensamiento, levantó la cabeza de un tirón, buscando a
Soran.

Quizás fue la postcombustión del hechizo, o quizás la magia que la


mujer rosada había trabajado en sus ojos ya se estaba desvaneciendo. De
cualquier manera, el mundo era mucho, mucho más oscuro de lo que
había sido antes de que abriera el libro. Solo pudo discernir la masa del
mago en el fondo del bote.

¿Y La Doncella de Espinas?

Nelle volvió la mirada hacia afuera, buscando la orilla de Noxaur,


buscando alguna señal del Noswraith. Pero la orilla se había ido. La
oscuridad era tan profunda que no podía ver más allá de uno o dos pies
alrededor del bote.

¿Qué tan lejos en el Mar Interior habían flotado? ¿Y cuánto tiempo


había estado leyendo? Soran pasaba toda la noche todas las noches 333
haciendo esta misma magia. ¿También habían pasado horas para ella?

Nelle se estremeció violentamente y no pudo dejar de temblar incluso


cuando obligó a sus miembros a relajarse, se obligó a dejar el libro en su
regazo y volver a mirarlo. Parte de la encuadernación estaba muy rota y
parecía quemada en todos los bordes.

―Eso no es bueno ―susurró.

Como no le gustaba aferrarse a él por más tiempo, colocó el libro bajo


el brazo inerte de Soran como el lugar más seguro en el que podía pensar
para guardarlo. Comprobó el pulso del mago de nuevo, solo para
asegurarse de que aún vivía, y pensó que parecía un poco más fuerte
que antes. Con suerte, ella le dio un codazo en el hombro y dijo: ―
¿Soran? ― unas cuantas veces, su boca cerca de su oído.
Él no respondió.

Con un suspiro que fue casi un sollozo, Nelle se sentó en el banco.

Aunque ya no sentía frío, todavía temblaba incontrolablemente.

Envolviendo la túnica prestada por el mago alrededor de sus hombros


desnudos, se acurrucó en la tela áspera. Olía a él: pergamino, tinta,
polvo y siempre, siempre el mar, tan salvaje e incognoscible como el
hombre mismo. Aspiró el aroma, reconfortada incluso mientras la
oscuridad se hacía más profunda.

¿Debería intentar remar? Pero, ¿adónde en los nombres de los siete


dioses remaría? Ninguna estrella iluminaba el cielo, ninguna luz de
baliza brillaba en la distancia. Todo estaba terriblemente quieto, los
únicos sonidos eran su propia respiración tensa y el regazo de agua
contra los costados de su bote. Ella podría estar millas en el Mar Interior
abierto ahora. 334

Este era probablemente el final. O el principio del fin. Podría ser un


final que se prolongaría durante un tiempo largo e insoportable. Su
mente cansada aceptó la posibilidad, la realidad. Pero ella no vio
salida. Ni siquiera podía sentir miedo, todavía no. Al menos no estaba
desnuda y atada a esa cama en la habitación roja. Si debía enfrentarse a
su destino, preferiría estar aquí, en la oscuridad. Junto a Soran Silveri.

Si tan solo se despertara. Incluso solo por un momento. Si tan solo


pudiera hablar con ella por última vez. Si tan solo tuviera la
oportunidad de decirle todo lo que no había dicho...

Bien. ¿Por qué no?

Cambiándose del banco, Nelle se arrodilló en el fondo del bote y se


acercó casi a la ceguera hasta que encontró la cabeza del mago.
Ella descansó su mano allí, dejando que sus dedos jugaran con su
cabello largo y enredado. Estaba tan quieto y su piel estaba
helada. Quizás ya estaba muerto. No tuvo el valor de comprobarlo.

―Eres un idiota, lo sabes ―dijo. Su voz sonaba fuerte en sus propios


oídos, pero a la vez pequeña en esa enorme extensión de
oscuridad. ―Eres un idiota por venir por mí así. ¡Y dejar salir a La
Doncella de Espinas! Mierda, señor. Quiero decir, sólo, malditos toros.

Eso no estaba bien. Su corazón estaba apesadumbrado, cargado de


palabras que debían ser dichas. Pero incluso ahora tenía miedo. Una vez
que admitiera la verdad en voz alta, no podría haber marcha atrás, ni
negación.

Sin embargo, si este era su final, ¿qué importaba?

―Nunca pensé... ― Nelle se mordió el labio, luchando contra el


repentino cosquilleo de las lágrimas que ardían en sus ojos, ahogando 335
su garganta. Dejó de jugar con el cabello de Soran y simplemente apoyó
la mano en su mejilla cubierta de sangre. ―Nunca pensé que te
encontraría ― dijo finalmente, en voz baja. ―Cuando salí de Wimborne,
quiero decir. Encontrarte fue lo último en mi mente. No estaba
convencida de que hubiera un 'tú' para encontrar, si soy sincera.

Ella le acarició la mejilla suavemente, sintiendo la línea de su


mandíbula, trazando la forma de su oreja. Lástima que no pudiera
verlo. Sólo una vez más. Trató de sentirse al menos un poco culpable por
el pensamiento, intentó pensar en papá o en mamá. Incluso de
Sam. Pero no. Los amaba, a todos, mucho.

Pero el único rostro que quería ver estaba lleno de cicatrices y


espantoso y…
―Pensarías que soy estúpida ― dijo, oliendo con fuerza para contener
un sollozo. ― ¡Muy estúpida, estoy segura! Después de todo, no ha
pasado mucho tiempo. Al menos no se ha sentido por tanto tiempo. ¡Y
eres una bestia! Un imbécil arrogante con sus aires de sabelotodo y su
'señorita Becks', y realmente debería odiarte, pero la verdad es...la
verdad es, señor...Bueno, de hecho, la verdad es...

En algún lugar lejano, una voz risueña cantó en la oscuridad.

Nelle se quedó helada. Luego levantó lentamente la cabeza y abrió los


ojos como platos.

¿Se había confundido? ¿Lo había soñado? Ella...

La canción se repitió. Un poco más alto, una respuesta a la primera


llamada.

― ¡Wyvernos! ― ella jadeó. 336

Al momento siguiente, se arrastró hacia el banco y agarró los


remos. Adivinando la dirección, metió un remo en el agua, dio la vuelta
al bote y remó. El chapoteo fue demasiado fuerte, demasiado
frenético. Se obligó a reducir la velocidad, a hacer una pausa, a escuchar
de nuevo.

Allí estaba. Una tercera canción. Débil pero distinta.

Nelle ajustó ligeramente el rumbo y se dispuso a hacerlo con


voluntad. Ignoró el dolor en su costado, las muchas laceraciones a través
de su piel, incluso el pánico creciendo dentro de ella, diciéndole que no
lo crea, que no tenga esperanza. No pudo evitarlo. Ella tuvo
esperanza. Desesperada, ferozmente.
Pronto el aire se llenó de cantos de wyvernos, y vio formas que
revoloteaban en lo alto.

― ¡Los veo! ― gritó, su voz frenética con repentina alegría. ―Los veo,
jodidas bellezas, ¡Los veo!

¿Se habían aventurado las pequeñas bestias de hechizos hacia el


Interior, luchando contra sus ataduras en busca de su amo? ¡O tal vez
los términos de su encarcelamiento los unían a él y no a Roseward!

De cualquier manera, habían venido. Ella los siguió, siguió su canción


mientras la espantosa ceguera de Noxaur daba paso a la oscuridad de
una noche nublada. De vez en cuando las nubes se abrían, ofreciéndole
destellos de estrellas e incluso una pequeña franja de luz de luna.

Entonces no estaba oscuro en absoluto. Amaneció en el horizonte,


derramando luz sobre el agua en ondas rosadas y doradas casi
demasiado hermosas para soportar. Nelle se protegió los ojos y se volvió 337
en su asiento. Allí estaba Roseward, mucho más cerca de lo que se había
imaginado. Vio el faro en lo alto de su acantilado y el pequeño tramo de
playa donde había conocido por primera vez al mago de las cicatrices.

Docenas de wyverns volaban en círculos sobre sus cabezas, cantando,


riendo y burbujeando la canción más hermosa que jamás había
escuchado.

Con las fuerzas revividas, Nelle guio el bote hasta la playa,


regodeándose en el momento en que la proa crujía contra la arena y la
piedra. Ella saltó y arrastró el bote lo más lejos que pudo, que no estaba
lejos debido al peso adicional de Soran y su propio agotamiento. Luego
se tambaleó unos pasos hasta que sus piernas simplemente se doblaron
y se derrumbó en las olas.
El agua lamió las rodillas y las pantorrillas, empapando los pliegues
de la túnica prestada por Soran. Se quedó sentada un rato, respirando,
temblando, quizás llorando y riendo también.

Por fin se obligó a incorporarse y se puso en pie


tambaleándose. Soran. No podía dejarlo en ese bote, herido e
inconsciente. Tenía que sacarlo. ¿Quizás podría correr hasta el faro y
encontrar una botella de qeiese escondida en algún lugar? Eso debería
ser lo suficientemente fuerte para reanimarlo. O tal vez ella podría...

― ¿Ginger?

Nelle se giró, mirando a lo largo del tramo de playa. El sol naciente


arrojó un fuerte resplandor en el agua y en sus ojos, por lo que levantó
una mano para protegerse y entrecerró los ojos. Se acercó una silueta
oscura, alta, esbelta y familiar.

―Ginger, ¿eres tú? Te he estado buscando por todas partes. 338

― ¡Sam! ― ella lloró.


28

S
oran yacía en una oscuridad empapado de sangre. Este era el
final. Debía serlo. Se había derrumbado antes de completar el
hechizo, y Doncella de Espinas no tardaría en acabar con él.

Entonces, ¿por qué esto no se sentía como la muerte?

Por supuesto, no sabía exactamente qué esperar de la muerte. La


oscuridad se sentía bastante bien, y tenía sentido que el dolor lo siguiera
339
al más allá. Si los siete dioses eran justos, como afirmaban los teólogos,
su fin eterno debería ser de dolor. Sus crímenes fueron lo
suficientemente numerosos.

Ella es inteligente.

Soran se puso rígido. La fragancia dulce y enfermiza de La Doncella


de Espinas llenó sus fosas nasales. No podía verla en esta oscuridad,
pero su cercanía, su presencia flotante, lo oprimía. ¿Lo había seguido a
esta otra vida llena de dolor? ¿Sería ella su tormento eterno? ¿Nunca
podría escapar de ella, incluso en la muerte? Su alma se estremeció al
pensarlo. Si esto era el infierno, era simplemente un
infierno...cruelmente justo.
No lloriquees tanto. Su voz siseó en su oído como el sonido de un
centenar de hojas deslizándose unas contra otras. No estás
muerto. Estás dormido. Y estoy atada una vez más.

¿Qué? No. No, debía ser una extraña forma de tormento. Sabía que
era mejor no aferrarse a una esperanza tan tonta. No había podido
completar la encuadernación; de eso estaba seguro. Y no había otra
forma de hacerlo...ninguna otra...

No...

― ¿Nelle? ―Susurró el nombre a través de sus labios cortados y


sangrantes.

Doncella de Espinas siseó de nuevo. Sintió una mano suave rozar su


mejilla, sintió los dedos clavarse en su sangre fresca y rezumante.

No pasará mucho tiempo ahora, mi amor. Tu hechizo se debilita. Pronto seré 34


libre... libre... libre... 0
Los ecos de su voz se apagaron, reemplazados por otros sonidos. Olas
rompiendo contra un barco. Remos crujiendo. Viento suspirando y.… y
¿era esa la voz de Nelle?

― ¡Oh, adorables, adorables bestias! ― Sus palabras llegaron con una


especie de ritmo, jadeando al compás del sonido de los remos. ―Retiro
cada cosa desagradable que he dicho sobre ustedes. ¡Sigan cantando!

Otro sonido tocó su oído: canción de wyverno. Fluyó desde lo alto


hacia la oscuridad detrás de sus ojos, y su alma se elevó a pesar de todos
los esfuerzos para evitarlo. No estaba muerto. No todavía, de todos
modos.
Se hundió en un estado entumecido, parecido a un trance, con los ojos
todavía cerrados, su cuerpo frío, paralizado. Todos los demás sentidos
se agitaban con vida, sus oídos llenos de viento y cantos de wyvern, su
nariz con el olor del océano salado, su lengua con el olor a hierro de la
sangre. Cada una de estas sensaciones, tanto agradables como
desagradables, era motivo de alegría. Él estaba vivo. Puede que todavía
haya tiempo para corregir al menos algunos de los errores que había
cometido.

Dejó que este pensamiento flotara en su mente, chapoteando como las


olas. Otras sensaciones flotaban con él, vagas y extrañamente cómodas.

El barco crujió contra la playa de arena, sacudiendo su cuerpo. Hizo


una mueca, el primer movimiento real que había hecho desde que
recuperó la conciencia. Con ese pequeño acto, la vigilia comenzó a
regresar a su cuerpo, arrastrándose y lentamente, pero decidida. Oyó el
ruido de los remos dentro del bote cuando Nelle los dejó caer, escuchó
su chapoteo y resoplido mientras saltaba y arrastraba la pequeña 341
embarcación hacia la orilla. Debería levantarse, debería levantarse y
ayudarla.

Una mano tembló, pero no pudo manejar más que eso, todavía no.

Exhaló lentamente, preparándose para reunir fuerzas para otro


esfuerzo más concentrado.

― ¡Ginger!

Un dardo de sorpresa atravesó la conciencia de Soran. Sus párpados


se agitaron y se abrieron, y se encontró mirando los dedos cubiertos de
nilarium de su propia mano izquierda, cerca de su nariz. Giró levemente
la cabeza, tratando de sacar la cara del agua de sentina.

― ¡Ginger, eres tú! Te he estado buscando por todas partes.


― ¡Sam!

Era inconfundible la voz de Nelle. Su respuesta fue cortante,


sorprendida, un poco confusa.

Sam... ¿Por qué conocía ese nombre? ¿Lo había mencionado antes?

Oh. Si.

Cuando la sostuvo en sus brazos y la llamó gentilmente a su espíritu


errante de regreso a su cuerpo con un beso. Cuando ella le puso la mano
en la mejilla y él pensó que podría atraerlo para darle otro beso, uno de
su propia iniciación. Cuando ella lo miró, todavía medio dormida,
medio aturdida, sus hermosos ojos parpadearon rápidamente en
confusión.

Fue entonces cuando ella lo dijo. Sam.


342
Espera. ¿Qué significaba esto? La cabeza de Soran dolía por la
confusión, y el dolor rugió a través de sus miembros mientras trataba de
recomponerse, de sentarse verticalmente. Pero cuando escuchó a Nelle
hablar de nuevo, se quedó quieto, cerró los ojos y aguzó el oído, tratando
de captar sus palabras.

― ¿Qué estás haciendo aquí? Pensé... ¿Dónde estabas anoche?

― ¿Dónde estaba? ― respondió la voz del extraño. ― ¿Dónde


estabas tú? Dijiste que vendrías antes del atardecer, pero se hizo cada
vez más oscuro, ¡y no estabas por ningún lado! Entonces atrapé un... un
sentido de algo. Algo peligroso, cada vez más cercano. Recordé lo que
dijiste sobre no quedarme en la casa después del anochecer, así que salí
de allí lo más rápido que pude y corrí hacia el puerto. Pensé que me
encontrarías allí. Esperé toda la noche y no dormí, como dijiste. Escuché
todo tipo de alboroto espantoso, más de esos perros-esqueleto, creo, y
temí que te hubiera pasado algo. Quería buscarte, pero para entonces
estaba negro como la brea y no podía ver mi mano delante de mi
cara. Me senté allí en la oscuridad por siempre. En cuanto amaneció de
nuevo, fui a buscarte y encontré algunos de esos perros-esqueleto
destrozados. ¿Era ese el trabajo de tus pequeños dragones otra vez?

A través de toda esta charla, Nelle de vez en cuando emitía pequeños


sonidos y medias palabras, pero no parecía capaz de producir nada
coherente. Cuando la voz del extraño finalmente se apagó, tartamudeó:
― ¿Así que no viste a La Doncella de Espinas en absoluto?

― ¿El qué? No había ninguna doncella; Estoy seguro de que lo habría


notado. ―Solo esos cadáveres de perros-esqueleto ―. Soran escuchó
pasos en la arena, luego, ―Me alegro de verte bien. Estaba tan
preocupado. He estado imaginando todo tipo de horrores que podrían
haberte impedido venir.

Nelle soltó una risa amarga. 343

― ¡No te imaginas ni la mitad!

Soran tragó, un trozo de sangre y sal rodando por su garganta


engrosada. Entonces. Había escondido a un extraño en la isla de
Roseward. Por eso había abandonado la seguridad del faro. Por eso se
había arriesgado a hacer magia a pesar de todas las advertencias que le
había dado, a pesar de la inminente amenaza de Kyriakos.

Por este amigo, este... ¿este amante?

Un nudo de rabia se apretó en el corazón de Soran. Se movió dónde


estaba, rodando de costado, ignorando el dolor punzante de sus muchos
cortes y heridas. Su mano agarró el costado del bote y comenzó a
levantarse.
―No hay tiempo para explicar ahora ―continuó Nelle
apresuradamente. ―Tienes que irte, Sam. Lo digo en serio. No puedes
quedarte aquí. Estamos lo suficientemente lejos de Noxaur ahora,
deberías estar lo suficientemente seguro al regresar. Te ayudaré a
conseguir tu bote, pero no puedes...

― ¿Estás loca? ― La voz del joven se quebró como un látigo. ―


¿Después de todo lo que he visto de este maldito lugar? No me iré a
ningún lado sin ti. No me importa qué negocios hiciste o para qué
viniste aquí...

―Cierra la boca, idiota. Por una vez en tu vida, ¿vas a ...?

Ambas voces, corriendo una encima de la otra con ira y seriedad, se


interrumpieron abruptamente cuando Soran se puso de pie. Se enderezó
en toda su estatura, inseguro incluso mientras lo hacía para que sus
piernas lo sostuvieran. Sus rodillas se doblaron y el bote se balanceó en
la arena hasta que casi se derrumba en un montón indigno. Pero se 34
estabilizó, se quitó los mechones de pelo blanco de los ojos y miró 4
fijamente a las dos figuras que estaban un poco más arriba en la playa.

Estaban muy cerca el uno del otro. El extraño había cogido a Nelle de
la mano y parecía estar intentando atraerla hacia él. Pero ahora se quedó
mirando, sorprendido por el repentino ascenso de Soran, y proporcionó
una vista clara de su hermoso rostro joven, ojos hundidos, mandíbula
fuerte oscurecida por una barba incipiente y cabello largo y negro
recogido en una cola desordenada. El muchacho vestía una camisa
holgada y manchada de sangre que le resultaba familiar.

¿Quién sino Nelle podría habérsela dado?

Atraída por la trayectoria de la mirada del joven, Nelle se volvió


bruscamente y abrió mucho los ojos. Por un momento, un momento tan
breve, Soran pensó que debió haberlo imaginado, una mirada de pura
alegría inundó su expresión, e incluso dio medio paso hacia él.

Entonces la alegría se desvaneció. Todo el color desapareció de su


rostro, y desvió la mirada de Soran al extraño y viceversa, abriendo y
cerrando la boca.

― ¡Señor! ― ella jadeó al fin. ―Señor, puedo explicarlo.

―Sí. ― La voz de Soran era tan fría como el trozo de hielo que parecía
haber reemplazado a su corazón palpitante. ―Sí, estoy seguro de que
puedes.

Su tono la hizo retroceder un paso. Luego se soltó la mano del extraño


agarre y corrió hacia Soran, deteniéndose entre los dos hombres. Soran
no pudo soportar mirarla. En cambio, fijó su mirada en el extraño, quien
respondió con una expresión feroz que casi disimulaba el miedo en sus
ojos. 345

―Esta ...este es mi amigo. ― Nelle cuadró los hombros como si tratara


de convertirse en un escudo viviente. ―Sam.… su nombre es
Sam. Samton Rallen Ford...pero ...sí, eso no importa. Um. Ha venido a
buscarme. Sabía que huiría de Wimborne, sabía que me había metido en
problemas. Yo, eh, siempre le dije que iría a Roseward si alguna vez
necesitaba esconderme, así que pensó que vendría a buscarme. Luego
quedó atrapado en las corrientes del Hinter, ya ves, y se acercó a
Noxaur. Lo pasó mal y vino al faro en busca de ayuda.

―Por supuesto. ― Soran apartó la mirada del joven para estudiar a


Nelle. ―Si es así, ¿por qué no me lo dijiste?

Nuevamente su mandíbula se abrió. ―Él estaba tan molesto, ya ves


―dijo al fin. ―El Mar del Interior estaba agitado entre Wimborne y la
costa de Noxaur. Quería darle la oportunidad de recuperarse un poco
antes de que intentara regresar a casa. Pensé ...Pensé que, si sabías que
estaba aquí, lo enviarías de regreso de inmediato.

― ¿Eso pensaste?

Parpadeó, frunció el ceño y cerró la boca con fuerza como si temiera


lo que pudiera decir a continuación. Pero no debería haberse
preocupado. Sus acciones hablaron lo suficientemente alto. Claramente
proclamaban exactamente lo que ella pensaba de él: indiferente,
insensible. Un monstruo.

¿Y merecía mayor consideración por parte de ella? ¿Él, que a


sabiendas había permitido que la llevaran al mismo camino de
Kyriakos? ¿Él, que había desatado deliberadamente el monstruo más
horrible sobre personas totalmente incapaces de defenderse? Cada
cicatriz que marcaba su rostro daba testimonio de las cicatrices mucho
más horribles de su alma.
34
Ella sabía. No podía ocultarle la verdad. 6
En realidad, no podía decir si le habría dado refugio al extraño si ella
se lo hubiera pedido. Podría haber echado un vistazo a ese hermoso
rostro, podría haber observado un momento de las interacciones entre
los dos, ambos tan frescos, tan vírgenes, tan inconscientemente
hermosos y llenos de promesas, una combinación perfecta en todas las
formas posibles, y encontrar más de lo que podía soportar. Incluso
ahora, si tuviera un hechizo lo suficientemente letal en su persona,
estaría demasiado tentado a usarlo. Para lanzar un rayo directamente a
ese rostro joven y hermoso.

“¿S-Sam?” Nelle había susurrado al despertar al beso de Soran.

¿Qué otra confirmación necesitaba de la relación entre ellos?


Soran miró a sus pies donde estaba el Libro de las Rosas, maltrecho,
pero milagrosamente todavía entero, un borde de su cubierta tocando el
agua de sentina poco profunda.

Se inclinó, lo recogió y se lo puso bajo el brazo. Luego salió del


bote. Su cuerpo rugía de dolor con cada movimiento que hacía. Dio la
bienvenida a ese dolor. Era mucho menos de lo que merecía. Y el aire de
Roseward ya ejercía su magia curativa. Tendría una nueva colección de
cicatrices en su persona para conmemorar sus pecados más recientes.

Nelle se irguió un poco más mientras él cojeaba hacia ella por la playa,
con la barbilla apretada y la garganta apretada mientras trataba de
tragar. No la miró a los ojos, sino que miró hacia adelante, más allá del
joven.

Cuando se acercó a ella, Nelle extendió la mano, casi, pero sin tocar
su brazo. ― ¿Señor?― dijo en voz baja.
347
Soran se detuvo.

―Tu amigo debe irse. Ahora. ―Se atrevió a dejar que sus ojos se
desviaran hacia los lados, buscando su rostro, pero no pudo soportar
mirarla por más de un instante. ―Y deberías ir con él.

Volvió a mirar hacia adelante.

―Ten cuidado de no practicar magia cuando regreses a la ciudad. A


los Miphates no les gustará. Ellos te rastrearán. Sería prudente dejar
Wimborne por completo.

Con esas palabras y nada más, aceleró el paso, ignorando la agonía de


sus miembros rígidos, y se apresuró a la playa, pasando al joven. En lo
alto, los wyvernos bailaron y cantaron, felices por su regreso. Pero
apenas podía oírlos.
La sangre palpitaba en sus oídos, y creyó oír en cambio la voz de
Doncella de Espinas susurrar en la parte posterior de su cabeza: Mi
amor...mi amor...

siempre fuiste destinado a ser mío.

348
29

N
elle miró hacia el mar mientras escuchaba los pasos de Soran
que se alejaban. Al principio solo vio una neblina nadando
de luz del amanecer y sombras indistintas, pero finalmente
se dio cuenta de que la costa de Noxaur ya no estaba a la vista.
En cambio, se enfrentaba a aguas abiertas del Hinter e incluso
vislumbró el Evenspire a través de nubes vaporosas.
Las lágrimas picaron en sus ojos. Ella parpadeó apresuradamente en
respuesta, solo era el viento cargado de sal en su rostro, nada 34
más. Inhalando con fuerza, negó con la cabeza, luchando por ordenar 9
sus pensamientos.
― ¿Nelle? ―La voz de Sam tembló cuando se acercó por detrás. ―
¿Estás bien? ―Su mano descansaba sobre su hombro, cálida y pesada a
través de la áspera tela de la túnica prestada por el mago.
―Bien, Sam. ―Nelle quitó su mano, se alejó uno o dos pasos,
volteándose hacia él. ―Estoy bien ―dijo. ―El mago Silveri tiene
razón. Tienes que irte. Ahora.
Los ojos oscuros de Sam escanearon su rostro, estaban llenos de
preguntas que temía que él hiciera. ―Sí ―dijo lento. ―Él tiene razón. Y
tú deberías venir conmigo.
Un agudo y punzante anhelo la invadió. Un anhelo por extender la
mano y tomar la de Sam, por dejar que la lleve en el bote lejos de
allí. Lejos de todo el miedo, la frustración, el dolor y la tristeza que
Roseward y este extraño, terrible y hermoso mundo habían llegado a
significar para ella. No pertenecía allí. Independientemente de los
mordaces chismes o mentiras que Kyriakos pudo haber dicho sobre su
linaje. Nada de eso cambiaba la realidad.
Ella solo era Nelle. Peronelle Beck de Draggs Street. No era apta para
este mundo de magia y posibilidades terriblemente enormes. Pertenecía
a la gente común: la peor, la más ruda, la más degradada, la
más humana de todas. Pertenecía a un mundo donde las posibilidades
eran tan estrechas como el callejón fétido más cercano, donde la magia
era material de historias y sueños imposibles. Aunque había dolor en su
corazón ante la idea de regresar, también había anhelo.
Era como un canario que de repente se libera de su jaula y descubre
que el cielo es demasiado grande y está lleno de halcones.
― ¿Nelle? ―Sam dijo suavemente, dando otro medio paso hacia ella.
―No puedo.
Padre. 350
En medio de todo lo demás, el miedo, la oscuridad, el loco frenesí de
la lucha, la huida y la desesperación, casi lo había olvidado. Padre
todavía la necesitaba, todavía dependía de ella. ¿Cómo podría volver sin
lograr lo que se había propuesto hacer? Si, después de todo este tiempo,
volvía a Wimborne con las manos vacías, Gaspard se apresuraría a
realizar su venganza.
Ella podría merecer el hacha del Maestro Shard, pero Padre no.
―No puedo ―repitió con más firmeza y se apartó de Sam,
irguiéndose para mirarlo sin parpadear o dudar. ―Todavía tengo
trabajo que hacer.
―Entonces, déjame ayudarte ―dijo Sam de inmediato. En ese
momento se parecía exactamente al viejo Sam, el chico por el que ella
había albergado tanta pasión. Su socio en la rebelión y las locas
intrigas. Él le sonrió, sus dientes destellaron en esa expresión pícara que
ella conocía demasiado bien. ―Lo haremos juntos. Entre los dos
podemos robar cualquier cosa. Podemos ser más listos que ese mago
viejo.
―No. ―La palabra salió como un ladrido cortante. Nelle
rápidamente negó con la cabeza, suavizando su tono. ―Es muy
peligroso. No pondré tu vida en riesgo.
―Si es peligroso, entonces seguramente me necesitas…
―Soran… es decir, el mago Silveri no permitirá que te quedes. No
hay ningún lugar donde puedas esconderte en una isla tan pequeña. No,
Sam. No. ―Sacudió la cabeza de nuevo, con la mandíbula
apretada. ―Tienes que irte.
― ¿Qué hay de ti? ―Sam le tomó la mano, pero ella se
retiró. ―Escuché lo que dijo. Él te dijo que te fueras también.
―Me lo ha dicho antes. Puedo manejarlo.
―Ginger…
351
―Tengo opciones. Tengo poderes a mi disposición que tú no
tienes. Es solo una cuestión de oportunidad.
Sus ojos ardieron. Pudo ver de inmediato qué clase de poderes pensaba
que ella quería decir, y no tenían nada que ver con la magia. Su rostro
se puso sombrío y de repente pareció mucho mayor.
―No me gusta ―afirmó.
―Sí, bueno, no tiene por qué gustarte, ¿no? ―Nelle se cruzó de brazos
y, con un movimiento de cabeza, señaló el barco en la orilla. ― ¿Vas a
tomar este, o arrastramos tu bote de vuelta de la cueva? No tengo todo
el día, así que decide rápido.
Pudo ver más protestas hirviendo en sus ojos. Pero no les dio voz y,
tras una breve discusión, acordaron que, como los dos barcos eran
prácticamente idénticos, tomaría el más cercano.
Tenía miedo de volver a las aguas abiertas del Hinter, y Nelle no podía
culparlo. Pero señaló el Evenspire y explicó de manera confusa sobre el
puente que conectaba a Roseward con el mundo mortal.
Se dio cuenta de que él no entendía ni una palabra, pero cuando dijo:
―Si sigues al Evenspire, llegarás antes de que te des cuenta. Está más
cerca de lo que parece, lo prometo ―pareció aceptar su autoridad sobre
el tema. Esperaba tener razón.
Tan pronto como maniobraron el bote de regreso al agua, Nelle
retrocedió en la orilla, cautelosa con Sam, medio asustada de que
intentara arrastrarla hasta Wimborne, atada o inconsciente. La miró con
tristeza desde el otro lado del bote, agarrando la borda con manos
firmes.
―Bueno, Ginger ―dijo, su voz siendo tan baja que casi fue cubierta
por las canciones de los wyvernos. ―Yo… ―Él tragó, bajó la mirada y
luego miró hacia arriba para mostrarle una de sus brillantes y
descuidadas sonrisas. ―Cuídate. Y vuelve a casa pronto.
352
Ella asintió brevemente, envolviendo sus brazos alrededor de su
cuerpo, presionando los pliegues de la túnica de Soran con fuerza.
―Dile al mago Gaspard que conseguiré por lo que me mando a este
lugar. Y encuentra a mi Padre, Sam. Por favor. Asegúrate de que esté
bien.
―Lo haré. ―Sam asintió con la cabeza y dio un último tirón al bote,
saltó ágilmente al interior y se sentó en el bote de remos. Las fuertes
brisas del mar le acariciaban el pelo y la fina tela de la camisa prestada
mientras miraba por encima del hombro hacía atrás, comprobando el
ángulo de la proa y asegurándose de señalar el Evenspire. Entonces Sam
se puso a remar con una voluntad que pronto ahuyentaría el frío.
Nelle se paró en la orilla y observó hasta que el velo nuboso que
rodeaba a Roseward se lo tragó de repente.
Nelle subió lentamente por el sendero del acantilado hasta el
faro. Estaba cansada, tan cansada que varias veces se detuvo,
reclinándose en las piedras y cerrando los ojos, respirando
profundamente. Pero el aire de Roseward tuvo un efecto revitalizador,
y cuando llegó a la cima del camino, se sintió mejor. Mejor de lo que
razonablemente debería, dadas las circunstancias.
¿Soran la estaría mirando? Levantando el rostro, se protegió los ojos
para mirar las enormes ventanas de la torre superior. Tenía que saber
que ella no se había ido con Sam. ¿Cómo respondería él a su obstinada
desobediencia?
Mil preguntas trataron de apilarse en su cerebro a la vez mientras
caminaba la corta distancia desde el borde del acantilado hasta la
puerta. El Libro de las Rosas… 353
¡Había visto el Libro de las Rosas, lo tuvo en sus manos e incluso había
practicado algunos de los hechizos que contenía! ¿Duraría mucho
más? ¿Sería capaz de quitárselo a Roseward y ponerlo en manos de
Gaspard antes de que se hiciera pedazos?
Luego estaba Gaspard a considerar. Era un poderoso Miphato. Había
estudiado magia prohibida junto a Soran en su día. ¿Podría crear la
nueva unión necesaria para contener a la Noswraith? Él sabría cómo, si
alguien pudiera.
Tenía que hacerlo. Por Padre. Por Soran.
Apretó la mano contra la tela de la túnica del mago, por encima de los
huesos de su incómoda prenda encorsetada, donde el relicario dorado
yacía oculto, presionado contra su piel. Quedaba una última dosis. Ella
no podía ser aprensiva ahora. Si tenía que agarrar a Soran por las orejas
y tomarlo completamente por sorpresa, de la misma manera que
sorprendió a Gaspard en esa noche oscura que se sentía hace tanto
tiempo, que así fuera.
Y más temprano que tarde.
Llegó a la puerta, tocó el picaporte y estaba abierta, para su
sorpresa. En el instante en que la abrió, un rebuzno estridente y
estrepitoso la recibió, y un manojo de escamas y alas se arrojó a sus
rodillas, casi tirándola al suelo. El wyverno azul saltó sobre sus ancas,
chasqueando las mandíbulas y azotando la lengua. Debería haber
parecido feroz… solo que ella no pudo evitar compararlo con un
cachorro demasiado grande y demasiado entusiasta.
―Hola, gusano ―gruñó Nelle, intentando al principio apartar a la
bestia de su camino. Pronto se rindió y se arrodilló en el umbral mientras
el wyverno se lanzaba alegremente a sus brazos, olfateándola con sus
grandes y rígidas fosas nasales y gimiendo de alegría. ―lo sé, lo
sé. Quieres gachas, ¿no? Bueno, no puedo decir más que me vendría
bien un poco de sustento para las costillas. Ahora, si me dejas pasar por
la puerta... 354
Intentó levantarse varias veces, pero se vio obligada a aceptar las
dolorosas demostraciones de afecto del wyverno durante varios
minutos antes de que finalmente cediera lo suficiente como para ponerse
de pie. Incluso entonces presionó contra sus espinillas, puso los ojos en
blanco con adoración hacia ella, hizo ruido con la lengua y, en general,
logró meterse bajo sus pies.
Soran no estaba a la vista, pero claro, no esperaba que lo
estuviera. ¿Había escuchado el saludo ensordecedor del wyverno desde
lo alto de su torre? ¿La estaba ignorando?
Nelle se trasladó a la cama de su nido y deslizó los brazos fuera de la
túnica de mago, dejándola amontonada en el suelo. Al mirar las
copiosas cantidades de piel desnuda expuesta, se estremeció. Mañana
tendría que volver a saquear los guardarropas de Dornrise. Si no se
congela hasta morir primero.
―Hermanas novias de mierda ―gruñó, dirigiéndose al armario. El
alijo de camisas y pantalones de Soran serviría hasta que tuviera la
oportunidad de...
Pasos sonaron en las escaleras. Nelle se volvió bruscamente, con una
mano en la puerta del armario, justo cuando el mago apareció por el
agujero en el techo, descendiendo rápidamente. Tenía la cabeza gacha,
la mirada fija en los pies y sólo cuando llegó al pie de la escalera miró
hacia arriba.
Sus ojos se clavaron en ella con fuerza. Luego cayeron lentamente,
absorbiendo su carne expuesta. La seductora prenda negra estaba
bastante deteriorada después de su salvaje vuelo por Ninthalor. Pero
todavía cumplía su propósito, mostrando cada atributo femenino en su
ventaja más deseable.
Una ráfaga de calor inundó el rostro de Nelle. Su corazón se atascó en
su garganta.
Sin una palabra, Soran se volvió y empezó a subir la escalera de 355
nuevo. Se iría en un momento.
― ¡Espera!
La palabra brotó de sus labios. Sonó con fuerza en la habitación, tan
fuerte que el wyverno salió disparado por la puerta abierta,
murmurando quejas.
Soran hizo una pausa, con una mano apoyada en la pared. Todavía
vestía sólo los pantalones y la camisa suelta y manchada de sangre en la
orilla.
Probablemente había bajado en busca de ropa limpia.
―Por favor ―dijo Nelle en voz baja. Dejando el armario, cruzó la
habitación hacia él. La sangre le palpitaba en la garganta y se sentía
mareada. Mareada, pero de alguna manera decidida. ―Por favor, señor,
no…
―Vi el barco. ―Soran no la miró. Su cabeza inclinada, su cabello
plateado cayendo hasta cubrir el lado lleno de cicatrices de su feo
rostro. ―Lo vi pasar a través del velo. Pensé que lo harías… Pensé…
―Respiró hondo. ―No debiste quedarte, señorita Beck.
―Lo sé ―respondió ella en voz baja. Ella estaba justo detrás de él
ahora, su pie en el escalón más bajo. Ella vaciló, pellizcando ambos
labios entre los dientes. ―Por favor.
Pensamientos parciales, esquemas y planes a medio hacer se
esfumaron de su cerebro, escurriéndose como agua de lluvia, dejando
atrás solo este calor en su pecho.
A lo lejos recordó el relicario de oro escondido en su corsé, pero no
podía pensar en él ni en el veneno que contenía. Ahora no. No en este
momento.
―Por favor ―dijo de nuevo, subió el segundo escalón, levantó una
mano. Apoyándola en su hombro. ―Soran.
Se volvió. Su rostro estaba peor de lo que había sido, las viejas 356
cicatrices talladas con nuevos cortes que el aire del Hinter acababa de
comenzar a curar. Sus ojos brillaban con lo que podría ser furia o podría
ser algo completamente diferente.
Algo caliente, abrasador. Peligroso.
Cuando ella dio otro paso, estaban en el mismo camino. Sus manos se
deslizaron alrededor de su cintura mientras se inclinaba hacia él. Estaba
parado como granito sólido, pero a ella no le importaba. Apoyando la
cabeza contra su pecho, cerró los ojos, escuchó el salvaje latido de su
corazón y simplemente se quedó allí abrazándolo durante un largo,
largo rato. El hedor a sangre llenó sus fosas nasales, pero también olía a
vida, una vida atronadora hirviendo a fuego lento con energía vital.
―No me iré ―dijo, su voz suave pero firme. ―No me iré a ninguna
parte.
Ella sintió el poder en él surgir y supo que pronto estallaría. ¿Estaba
lista para cualquier reacción violenta y apasionada que pudiera
seguir? Tal vez no. Pero ella lo quería, aun así.
Sus brazos se apretaron alrededor de él, preparándose contra
cualquier fuerza que pudiera intentar apartarla. Y de repente sus brazos
se movieron en respuesta, doblándose alrededor de su cuerpo. Una
mano fría cubierta de nilarium se posó sobre su hombro desnudo, luego
se deslizó por su cuello, haciéndola temblar por el frío. Enredó sus dedos
en su cabello largo y enmarañado. Luego inclinó la cabeza y ella
sintió… ¿Era esa su boca? ¿Presionando contra la parte superior de su
cabeza mientras inhalaba profundamente?
Ella levantó la cara, luchando un poco contra la presión de su mano
en la nuca, y lo miró. Su rostro flotaba cerca del de ella, sus labios
deformes y llenos de cicatrices estaban ligeramente separados, a escasos
centímetros de los de ella. Era tan diferente de Kyriakos: tan feo, tan
roto. Frágil y mortal comparado con ese glorioso fae inmortal.
Pero los sentimientos que se hinchaban dentro de ella también eran 357
diferentes a todo lo que había experimentado en medio de las
seducciones de la habitación roja. Ningún miedo apago su deseo. Este
era Soran. Ella lo conocía. Lo bueno y lo terrible. El mago
deshonrado. El profesor paciente. El asno arrogante. El valiente
salvador. El tierno cuidador con el toque suave, que una vez había
anhelado crear belleza y que había visto sus anhelos desmoronarse en la
ruina.
Ella lo conocía. Y tal vez era una tonta, pero… confiaba en él.
Lo deseaba.
Poniéndose de puntillas, Nelle acortó la distancia entre ellos. Sus
labios rozaron suavemente los de él en una invitación tan delicada como
las alas de una mariposa.
―Nelle ―susurró, su voz baja, entrecortada.
―Sí ―respondió ella y levantó la mano para presionar su palma
contra su mejilla. ―Sí, Soran...
Una conmoción como un rayo atravesó su columna vertebral. El mago
exhaló un jadeo horrible, y sus brazos se separaron, sus manos se
cerraron sobre sus hombros desnudos mientras la empujaba
bruscamente lejos de él. Bajó dos escalones tambaleándose, estuvo a
punto de caerse y se apoyó contra la pared para estabilizarse. ― ¡Soran!
―ella chilló.
Ya se había dado la vuelta, ya se tambaleaba varios pasos más por la
escalera, con los hombros encorvados y la respiración
entrecortada. ―No lo haré ―dijo. ―No seré presa de tus ilusiones. Y no
la lastimaré. No lo haré.
Nelle lo miró fijamente. Entonces ella se dio cuenta. ― ¡No, Soran!
―Trató de recomponerse, de seguirlo. ― ¡Soy yo! ¡Lo juro! ¡No soy un
sueño ni una ilusión! Estoy…
―No. ―Él la miró, su rostro medio salvaje detrás de largos mechones 358
de cabello blanco. ―No juegues conmigo, Helenia― Respiró hondo
entre los dientes apretados, sus fosas nasales dilatadas. ―No seré un
monstruo. Ya no.
Se apartó y huyó escaleras arriba, dos peldaños a la vez. Nelle trató de
seguirlo, pero sus rodillas cedieron y cayó pesadamente en la fría piedra,
con las manos aferrándose a cualquier cosa que pudiera sostener como
apoyo. ― ¡Soran! ―llamó una vez más.
Él no respondió. Escuchó sus pasos subir a la torre hasta que escuchó
la puerta distante cerrarse de golpe. Ella se inclinó, escondiendo su cara
entre las manos y lloró.
30

S
i alguna vez se había ganado el derecho a un ataque de llanto
incontrolable, ese era el momento. Con ser secuestrada por un
Fae oscuro, perseguida por monstruos-sombras, perros-
esqueleto y arpínes, casi asesinada por una Noswraith, y dejada a la
deriva en un océano de otro mundo sin esperanza de que alguien la
ayudara… si todo eso no era razón suficiente para que una muchacha
derramara algunas lágrimas, no sabía qué era.
Nelle finalmente se recompuso, sintiéndose vacía, cansada y para 359
nada mejor. Le palpitaba la cabeza. Debería haberlo considerado antes de
que cediera ante todo ese llanto, pensó con amargura, secándose las mejillas
húmedas y luego frotándose las sienes con pesar.
La brisa fría que entro a través de la puerta abierta bailo a través de
su piel desnuda, poniéndole la piel de gallina a su paso y sacudiéndola
de espaldas. Sentada en posición vertical, Nelle se frotó los brazos,
murmuró una maldición a través de los labios, luego se puso rígida y
regresó al armario para hurgar en la ropa de Soran. La mayoría estaban
cubiertos de rasgaduras y viejas manchas de sangre, pero encontró una
camisa y un pantalón en mejor estado que los demás.
Sus dedos se movieron a tientas durante un rato, tratando de
descubrir cómo quitarse el corsé, pero finalmente lo logró. Dejó que todo
el espantoso artilugio cayera al suelo a sus pies y salió de él con un
escalofrío.
Al mirar hacia abajo, captó un destello dorado entre la seda
oscura. Rápidamente se inclinó para recoger el relicario y luego se lo
puso alrededor del cuello. Durante un largo momento simplemente se
quedó allí, sujetándolo con fuerza en su puño, respirando
profundamente.
Luego, con otro rápido movimiento de cabeza, comenzó a vestirse,
haciendo una pausa para inspeccionar la herida en su costado donde la
rama del árbol la había herido parcialmente. La sangre seca le cubría la
piel, pero la herida en sí ya estaba prácticamente curada. Le dolió
cuando levantó los brazos para tirar de la camisa de Soran sobre su
cabeza. Pero solo un poco.
Los pantalones del mago eran demasiado grandes. Encontró un trozo
de cuerda para hacer un cinturón tosco, se ató cómodamente la camisa
ondulante alrededor de la cintura y luego se enrolló las vastas alrededor
de los tobillos. Lejos de estar de moda, pero se sentía bien volver a
vestirse.
En cuanto a la pila de tela oscura en el suelo, Nelle frunció el labio con 36
disgusto. Encendió un fuego en la chimenea y, tan pronto como estuvo 0
lo suficientemente caliente, agregó el corsé y las sedas. Encaramada en
el taburete, usando el atizador para avivar las llamas, vio cómo se
quemaba la prenda. El hedor a seda quemada llenó el aire.
Si tan solo pudiera deshacerse de todos los recuerdos de Kyriakos y la
oscuridad de Ninthalor.
Ibrildiana…
Híbrida…
¿El señor de los faes le había dicho la verdad? ¿O eran sus extrañas
proclamas simplemente otra capa de su penetrante seducción? ¿Había
estado intentando abrir una brecha de duda en su corazón, hacerla
desconfiar de Soran y atraerla más firmemente hacia él?
¿O era real?
Nelle envolvió sus brazos a su alrededor. Sus ojos vieron cómo las
llamas devoraban lo último de la seda y ennegrecían el deshuesado del
corsé. Pero en el ojo de su mente, huyó de La Doncella de Espinas a
través del oscuro túnel y hacia el brillo de la quinsatra. Sintió de nuevo
el poder fluyendo a través de ella mientras trabajaba el increíble hechizo
de Soran, un hechizo que no tenía derecho a mirar, y mucho menos
intentar.
―Ibrildiana ―susurró, y tomó una respiración larga y
cuidadosa. ¿Qué otra explicación puede haber?
Pero, ¿por qué Soran le había ocultado la verdad?
―Porque no se puede confiar en él. ―Las palabras se deslizaron
suavemente, mezcladas con amargura. ―Porque es un Miphato. Un
loco y lunático Miphato. Y tu... deberías saber que no debes confiar en
un hombre como él. Deberías saber mejor que… que…
Cerró los ojos, sintiendo una vez más la sensación de sus labios
presionados contra la parte superior de su cabeza. Y ese momento, un 361
momento de calor y dulzura más allá de cualquier cosa que hubiera
experimentado antes, cuando dejó que sus labios tocaran los suyos y
pensó, realmente pensó que él respondería con la pasión que había
sentido agitando en sus miembros, agitando en su alma.
Tontería. Pura idiotez. Sus aterradoras experiencias la habían hecho
vulnerable, incluso desesperada, y se acercó a él sin pensar. No volvería
a cometer ese error.
Su mano se movió hacia el relicario escondido debajo de la camisa
prestada de Soran. Estaba frío y suave bajo sus dedos. ―Una dosis
―susurró. ―Solo una.
Ella no la desperdiciaría. Y tampoco perdería el tiempo. La próxima
vez que escuchara los pasos de Soran en la escalera, la próxima vez que
mostrara su rostro, haría lo que había venido a hacer.
Nelle se levantó. El fuego estaba demasiado caliente y el hedor de los
huesos del corsé quemados la hacía sentir mal. Se apresuró a cruzar la
habitación hasta la puerta abierta y se quedó allí, mirando el acantilado,
la extensión del cielo, el mar del Hinter. El wyverno azul, que había
estado tomando el sol boca arriba en el umbral de la puerta, se dio la
vuelta, gorjeó y se acercó a ella, rozándole las espinillas. Ella lo ignoró.
En cambio, fijó su mirada en el Evenspire, sintiendo casi como si
pudiera ver el rostro de Gaspar asomando en la distancia. Casi como si
sintiera su mano haciéndole señas.
―Pronto ―susurró. ―Haré lo que vine a hacer. Lo juro.

Fin

362
Próximamente

¿Puede el amor florecer entre las espinas?

R eenfocada y decidida, Nelle planea arrebatar el libro de hechizos


y escapar de Roseward Isle de una vez por todas. Pero cuando
llega una poderosa tormenta mágica, trayendo consigo un
pequeño náufrago de misteriosos orígenes, Nelle y Soran se ven
363

obligados a permanecer agachados dentro del faro hasta que pasa.


Atrapados en espacios reducidos, no pueden esconderse de su
creciente atracción.
Pero el destino está en contra de ellos. Soran sabe que la pesadilla que
creó no permanecerá atada por mucho más tiempo. Debe convencer a
Nelle de que lo deje, de escapar de Roseward antes de que se convierta
en la víctima más reciente de la Doncella de espinas. Y Nelle ve que se
acerca rápidamente el momento en que traicionará a Soran. Él nunca la
perdonará, pero ¿Cómo puede hacer otra cosa? La vida de papá depende
del cumplimiento de su misión.
¿Encontrarán dos almas perdidas su camino a través del enredo de
mentiras y desconfianza? ¿O los desgarrara la sombra de las espinas
sombrías para siempre?
Sylvia Mercedes

S 36
ylvia Mercedes tiene su hogar en la idílica campiña de Carolina
del Norte con su apuesto esposo, su dulce dama y Gummy Bear,
el gato maravilloso desdentado. Cuando no está escribiendo,
4
está seamos honestos. Cuando no está escribiendo, corre detrás de su
niña, limpiando brillantina, tratando de planificar comidas saludables y
preguntándose dónde dejó su teléfono. Mientras tanto, lee una dieta
constante de novelas de fantasía.
Pero sobre todo ella escribe.
Después de una corta carrera en la publicación tradicional (con un
nombre diferente), Sylvia decidió lanzarse al mundo de la publicación
independiente y está disfrutando cada minuto.

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