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Tomade bes Revh Onivertilad de Ants AN. eas El amor en la feria de las ilusiones - Una critica al discurso de Florence Thomas— Carlos Mario Gonadlez Restrepo Hluseraciones de Carlos Arango Vieira Poa Mer, or compateo de anes as. "Baas ues proclman estan no on deantcins de la ‘sperienca mls fn dl penser, on sinc, opines elas dees ms angus, sini ns gre del hua slosct de fuera ese re de ets dee” S. Fred" pore de una ison") 1 Asse uestra época a una verdadera pro feracién, por no decir avalancha, de discursos so bre el amor. {Qué dardo ha tocado la carne de esta sociedad como para hacerla volear sobre las ras promesas de su corasén? ZEn qué lugar rende esta vocacién de-hablar del amor, de ha- cerlo publicamente y, sobre todo, de presentarlo investido de poderes salvificos? ;Cual es la verdad Que quiere ser recubierta por esta moderna mito- logia del amor que hoy, a la manera casi de una religion, dispone de encendidos predicadores y en. tusastas seguidores? ;De qué doloroso e ineludible rasgo del ser del hombre huye esta sociedad, cuan do se precipita ansiosamente a los tenderetes de esa multicolor feria, en la que la més variada gama dde oradores le vende la ilusign de que la felicidad, como logro de un Todo finalmente recuperado, es alcanzable, que el amor ese! medio para lograrla ¥ que si antes no se ha conseguido es porque no 58 se ha sabido hacerlo? {De dénde cobra su fuerza esta imagen del amor como solucién de todos los males y dolores que nos aquejan, y que hoy $e Propala, con insignificantes matices de’ diferencia, en el discurso de curas, metaisicos, psicdlogos, edagogos, en fin, en una variada gama que va de Oriente a Occidente, de religiosos a laicos, del mensaje periodistico a la leccién académica? u Sin duda esta “cruzada del amor” que hoy se adelanta con tanto fervor desde lugares tan disi- miles, y que hace depositar en él la tlusion de que Finalmente este ‘valle de lagrimas” habra de tener su redencién en la dicha que nos aguarda como individuos y como sociedades, con tal de que a ello nos sepamos disponer, tiene su origen y su fuerza en una verdad profunda que cuesta acepear ¥ mucho mas asumi: la que nos sefiala como esa esvalida y frigil criatura, que estt escindida con especto a si misma y a su semejante, es decir, ue esta inhabilitada para el orden de la armonia ¥ que tiene que hacer la vida medrando en la dificultad, el malentendido y el sufrimiento que ‘nunca dejan de acecharla en sus relaciones con ln naturaleza, con el préjima y consigo misma. Est verdad que sefiala al ser humano como una cria ova Une Ania 24 tura habitante del malestar (y no como algo ci ccanstancial y pasajero sino como algo que esta en su fundamento mismo como sujeto, lo que no quiere decir tampoco, como lo piensan los cinicos, que no se pueds y se deba propender por cuslificar el malestar que signa la condicién humana), desde siempre ha sido denegada apelando a un recurso por excelencia: Ia ilusion. Mitologias, religiones y metaisicas no han sido sino las formas que ha adoptacio la ilusion de que si es posible la armonia y la reconciiacion definitiva, que el malestar que inos gobierna, efecto de nuestra condicién de su: jeto de la ley, puede ser superado y que Ia falta que nos ha constinuido como seres culturales puc- de ser suturada deparindonos un TodoGoce sin falla. Iusiones que, infortunadamente, no se re- ducen a un anhelo impune sino que suelen tra ducirse a concreciones efectivas de poder que tienen en comin suscitar la experiencia de masa yee espiritu de seeta con sus correlativos cauillos, tribunales inquisitoriales, etc. Otro efecto que pro- duce el primado de la ilusién que deniega uestro malestar, e el paso de una concepcién tigica, que lleva a afitmaé y desarrollae la vida’ con’ sus dificutades sin pedic garante ni garancia trascen- dental para ella, a una concepeisn culpabilizadora Que siempre esta en pos de alguien a quien im- putarle ser el causante del suffimiento que nos ‘cuza y sin cuya intervencién, se supone, habita riamos el paraiso que hemos perdido pero que sigue prometido. En la historia de Occidente este paso es el que lleva de la tragedia griega a la cul pabilizacién cristiana y es el que explica nuestra inclinacién no a preguntar: *;Qué es lo que ha hhecho posible que esto sea”, sino “;Quién es el culpable de que esto haya sida?", es decic, es el que explicn nuestra tendencia no a pensar un con: flicto sino a moralizarto. a La ilusién de que, mas alla de nuestra fragilidad de seres particularmente finitos y de nuestra de- sarmonia de seres escindidos, nos aguarda la “ver- dadera” vida, una vida de plenitud, abrazo y dicha sin sombra, fue sostenida durante siglos por el cristianismo y en ello radioS buena pare de su poll acogida: la ilusion de una reconciliacién total y definitiva aliviaba al hombre del malestar que lo embargaba, haciéndoselo soportable. Pero después del siglo XVIII, para usar una conocida y lapidaria expresion, “Dios ha muerto", es decir, desde en- tonces el hombre occidental ha comenzado a no reclamar causas trascendentales para dar cuenta de sui ser y de su existi, sino a afirmarse en su propia finitud, aunque en el proceso mismo de consuma- cin de este cambio de actitud, ese Dios muerto se intente reponer pasajeramente con Ia infinidad de creencias memfisicas que hoy pululan, tratando de recoger los fragmentos de una concepeién que ha agotado su tiempo de prevalecencia, Por el mismo mecanismo de reposicién, el par raiso que se perdid en el més alld se intents re hacer como ilusién en el més acé, adoprando este pataiso terrenal dos formas a partir del siglo XIX: tuna, colectiva, fue la de la utopia socialista como logro de una sociedad de satisfaccién plena y jus- ticia sin tacha; la otra, personal, fue la del amor de pareja que permitiria Ia realisacién de la vida fen aquel “.y vivieron para siempre feces", La iy.el amor se constituyeron en los surtido- res de la ilusion del paraiso que ya no lograba sostenerse desde la perspectiva religiosa, Los nue: ‘vos paraisos, ahora terrenales, qué dapararian la felicidad al hombre y expulsarian la desdicha de su vida, cobraban la forma de la sociedad satise- cha y de la pareja fliz. Viniendo a ocupar el lugar de Ia religidn no fue extrafio, entonces, que la politica, que agenciaba fa ilusién de la equidad social, se revstiera de muchas de las caracteristcas de aquella: el pnetido, a la manera de una iglesia, como congregacion fratemna; el texto indiscutible, como verdad revelada; el proferalider y su grey: ‘masa; los ortodoxos los herejes, las Adelidades y las excomuniones, las... en fin, semejanzas que contindan y no por arar: simplemence su. mattiz es fa misma: la ilusién de una “otra” vida que elimina la dificula y el conflict y que en tanto tal seria la “verdadera” vida a Ia cual bien valdria Ih pena sacrificarle ésta. Pero lo dicho para la politica vale también para el amor: ser fuente de la ilusi6n renovada de una vida sin sufimiento nit lucha. Y cuando religién 39 ¥ politica asisten a la refuracion de sus modelos de paraisos perfects, las fuerzas de la iusicn, tal como lo muestra Ia proliferacién de diseursos en nuestros dias y las esperantas puestas en ellos, xe concentran en el amor. Pasajes que hemos reali zado en los dos iltimos siglos: del paraiso celeste al paraiso terrenal, y en éste de la utopia colectiva al suefo de la vida cotiiana amorosa como clave de Ia dicha suprema, Y si bien en ef siglo XIX y pare del X las ilusiones colectiva y personal an. f8 que excluzse coexistieron en la forma de pro yecto revolucionatio y Pareja dichosa como sos ten del nuevo valor asig nado a la familia, en la segunda mitad del siglo XK con Ia crisis del mo- delo politico de felicidad social que puso en juego al socalismo rea, el amor " de pareja capitalize para si todas las ilusiones del pa ‘also en la linea de un in dividualismo creciente que lo aposté todo a "la fuera del amor” Vv Decir que la pelitin y el amor han sido los re luctos pare la ilusi6n de la felicidad apart de {a quiebra de fa religion, no invalida la pertinencia de ura y otro y su necesario lugar en la experiencia humana, tanto individual como colectiva, de la misma manera que la critica a la falicidad como | ausencia de conflico no pone en entredicho la | validet de toda empresa humana que depare a la Vida el fruto de la gratficacién. Mas bien se trata de valorizar nociones como amor, politica y felici dad ineegréndolas @ la vida efectiva del hombre, vide que es impensable en su realidad més propia como pudiendo superar ef malesta, el conficta y bn difculad. Toda sspicacign huraana que eandur 4 idealizar la vida como pura armonia, sin lucha ¥ sin suftitiento, niega nuastra mas intima con digion y en consecuencia desaprueba nuestra vide 60 en lo que tiene de mas propior ser expresion del ‘soluble desgarramiento que produce para el su eto el ingreso a ta ley _De'la'misma manera, cuando se dice que hay que afirmar y asumir la vida desde el ineludible mmalestar que la habita, no se hace con ello una @xaltacién del suftimiento a la manera cristiana, como expiacién de una falta, sino que se lo reco. Roce como aquella condicidn que reclama una pos. ura ética de parte del sujeto. Dicho de otra manera: éticamente no se trata de denegar el suft- miento, pero tampoco de aceptarlo pasivamente, de lo que se trata es de cual

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