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Samanta :Schewblin
i•ros en la boca
Al dia siguiente llegué a la jugueterta unos mi- ba con que yo nombrara el articulo para que é1
nutos antes. Las persianas estaban levantadas, asintiera y corriera en su busqueda.
y las luces que ya no hacian falta, apagadas. —Llâmeme por mi nombre —me dijo ese
Sdlo cuando estuve adentro me di cuenta de dia— si Ie parece...
que la decision de dejar a Duvel solo habia sido Los colores, ordenados por su gama, desta-
un tre- mendo error. Ya nada estaba en su caban los artieulos que nunca antes habian lla-
lugar. Si en ese mismo instante un cliente mado la atencion. Las patas de rana, verdes, se-
entraba y pedia el muñ eco de un superhéroe guian por ejemplo a los sapos con silbato que
determinado, encon- trar el pedido podia ocupaban las iiltimas filas del turquesa, mien-
llevarme toda la maiiana. Habia reordenado la tras los rompecabezas de glaciares, que
jupueteria cromâ ticamen- te: modeladores de venfan del marr6n por la base de tierra de las
plastilina, juegos de cartas, bebés gateadores, fotogra- fias, cerraban el circulo uniendo sus
carritos con pedales, todo es- taba mezclado. picos de nieve con pelotas de voley entre
Sobre las vidrieras, en las gé›n- dolas, en las peluches de leo- nes albinos.
repisas: los matices de colores se ex- tendian de Ni ese dia, ni ningun otro por ese entonces,
un extremo a otro del negocio. Pensé que se cerrd el local a la hora de la siesta, y el mo-
siempre recordarla esa imagen como el prin- mento del cierre comenzo a retrasarse cada vez
cipio del desastre. Y estaba decidido a pedirle un poco mls. Enrique durmifi en el local tam-
que se fuera, totalmente decidido, euando no- bién esa noche y otras tantas noches que ie st-
té que una mujer y sus hijos miraban el interior guieron. Mirta estuvo de acuerdo en armar para
del local como si algo maravilloso, que yo no al- él un espacio en e1 depfisito. Los primeros dfas
canzaba a ver, estuviera movié ndose entre las tuvo que conformarse con un colchon tirado
g‹5ndolas. Eran el horario de entrada escolar, a en el piso, pero al poco tiempo conseguimos
esa hora toda la cuadra se llenaba de chicos y una cama. Una vez por semana, durante la
pa- dres que iban o volvian apurados. Y muchos noche, Enrique reorganizaba el local. Armaba
se fueron sumando como si no pudieran evitar escena- rios utilizando las formas de los
de- tenerse frente a la vidriera. Antes del ladrillos gi- gantes; modificaba, mediante
mediodia ellocal estaba lleno: nunca se vendio
agujereadas pa- redes de juguetes apilados
tanto como esa mañ ana. Era dificil localizar los
contra e1 vidrio, la luz del interior del local;
pedidos, pero Duvel resultfi tener excelente
construia castillos que
memoria y basta-
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ccoo mm ii dd aass.. LLee gguussttaabbaa ll aa pequeñ a y moné›tona que apenas atrafa a los
cc aarmn ee,, eell ppuu rréé yy llaass ppaa ss -- tas chicos de menor edad. Poco a poco, las ventas
con salsas simples. Si Ie llevabamos otra cosa, volvieron a bajar y el local comenzd otra vez a
no comia, asi que Mirta empezb a cocinar silo vaciarse. Ya no hizo falta la ayuda de Mirta, que
las cosas que a él le gustaban. dejo de atender e1 mostrador y, otra vez, él y yo
Algiina que otra vez los clientes ie dejaban estabamos solos.
monedas, y cuando junté› lo suficiente compro Recuerdo la ultima tarde que vi a Enrique.
en la jugueteNa un tazdn de plastico azul que No habia querido almorzar y caminaba entre
traia en el frente un auto deportivo en relieve. las gdndolas con su tazdn vaclo. Lo vi triste y
Lo usaba para desayunar, y a la maiiana, al re- solo. Sentla, a pesar de todo, que Mirta y yo le
portar el estado de la cama y el cuarto empezo debiamos mucho, y quise animarlo: trepé la es-
a agregar: ealera corrediza, que no usaha desde que Enri-
—Tambié n lavé mi taza. que me ayudaba en el negocio, y subi hasta las
Mirta me contñ con preocupacifin que una estanterias mas altas. Elegi para é l una loco-
tarde en que Enrique jugaba con un chico, se motora antigua, importada. Era la mejor répli-
aferrd de pronto a un superhéroe miniatura y ca en miniatura que tenia. El paquete decia que
se nego a compartirlo. Cuando e1 chico se echfi se armaba con mas de mil piezas y, si se ie
a llorar, Enrique se alej6 furioso y se encerrd en agre- gaban pilas, funeionaban las luces. Bajé
el depñ sito. con el regalo y lo llamé desde el mostrador.
—Sabé s cuanto cariñ o le tengo a Enrique Camina- ba cabizbajo entre las gdndolas.
—dijo esa noche rni mujer—, pero é sas son co- Cuando volvi a llamarlo se agachb de golpe,
sas que no deberiamos permitirle. como asustado, y ahf se quedfi.
Aunque mantenia su ingenio a la hora de re- —Enrique...
organizar la mercaderia, habia dejado también Dejé la caja y me acerqué despacio. Lloraba
de jugar con los muñ equitos articulados y los en euclillas, abrazâ ndose las piernas.
ladrillos ylos habia archivado junto con los jue- —Enrique, quiero darte...
gos de mesa y las replicas para armar, en las ati- —No quiero que nadie vuelva a pegarme —di-
borradas estanterias superiores. Los juguetes jo. Tomd aire y siguid llorando en silencio.
que aun se reordenaban y estaban al alcance de Pero, Enrique, nadie...
clientes conformaban ya una franja demasiado
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Me arrodillé cerca. Queria tener la caja ahf
mismo, darle algo, algo especial, pero no
podia dejarlo solo. Mirta hubiera sabido qué
haeer, como calmarlo. Entonces la puerta se
abrifi con violencia. Desde e1 suelo vimos,
por debajo de las gondolas, dos tacones altos
avanzar entre los pasillos.
— Enrique...! —era una voz fuerte, autori-
taria.
Los tacones se detuvieron y Enrique me
mird asustado. Parecla querer decirme algo.
—jEnrique!
Los tacones volvieron a moverse, esta vez
di- recto hacia nosotros, y una mujer nos
encontro a la vuelta de la gfindola.
—jEnrique! —se acercfi furiosa—. iCñmo
te estuve buscando, estupido!— gritñ, y le dio
una cachetada que ie hizo perder el equilibrio.
Lo agarro de la mano y lo levanto de un ti-
ron. La mujer me insulto, pateo e1 tazon que
ha- bra caido al piso y se llevo a Enrique casi a
ras- tras. Lo vi tropezar y caerse frente a la
ptierta. De rodillas, se volvio para mirarme.
Después hizo una mueca, como si fuera a
echarse a llo- rar. Al verlo estirar la mano me
parecifi que sus dedos pequeños trataban de
desprenderse de los de la madre que, furiosa,
se inclinaba para alzarlo.