Está en la página 1de 41

Que viva el rey

Que viva el rey


Estupidez y corrupción en el Estado de partidos

ÁNGEL SANTOFIMIA
TORIBIO ESTÉBANEZ
© 2022 Ángel Santofimia y Toribio Estébanez
Todos los derechos reservados.
que.viva.el.rey.novela@gmail.com
ISBN: 9798357404121
Portada y diseño: Afrendes
A la familia Trapisonda,
un grupito que es la monda
1

Muchos metros antes de llegar a la casa de Venancio Gordo, en el límite


septentrional de la ciudad, el asfalto comenzaba a quebrarse y la calzada
se transformaba lentamente en un camino de tierra que moría al borde
de un arroyo de aguas fecales y espumas volátiles. La mayoría de las
pequeñas parcelas de cultivo de la zona habían sido abandonadas y
algunos vecinos usaban los estrechos patios, que preferían llamar
jardines, para plantar unas pocas hortalizas. Todas las tardes, grupos de
niños pateaban balones de fútbol respirando fetidez en una vieja pista de
tenis ceñida de herrumbre. Cuando caía el sol, los chavales volvían a sus
casas desafiando la oscuridad. También en la oscuridad, la gente
empezaba los días de invierno, buscando sus coches con una linterna.
Cuando llegaban las lluvias, una maraña vegetal colapsaba las bocas de
tormenta y los sumideros obsoletos dejando los vestíbulos de los
edificios cubiertos de barro.
Los vecinos escuchaban las noticias sobre la bonanza económica
echando un vistazo por la ventana sin llegar a creerse del todo el paisaje
que veían. Las quejas habían ido aflorando y la situación del barrio era
un tema de conversación que se sacaba cada vez con mayor indignación.
Las reclamaciones habían llegado a rebosar el buzón del ayuntamiento,
pero los vecinos aún no habían reunido la voluntad necesaria para
organizar una protesta conjunta ante la administración. Mientras tanto,
la ciudad crecía a golpe de grúa y desbordaba sus límites con excesos
arquitectónicos. Alguien se vería pronto en apuros para encontrarles
dueño. El oeste de Almeida había sufrido un notable desarrollo desde la

9
QUE VIVA EL REY

renovación del cauce del río, que incluía la construcción de una pequeña
zona de embarcaderos que ampliaban el tráfico fluvial del lago, apenas
cinco kilómetros río arriba, e inauguraban su conexión con la ciudad. No
fue difícil prever el valor potencial de las parcelas situadas en aquella
zona, sobre todo para los que tuvieron la suerte de poner sus oídos cerca
del alcalde Mendizábal en aquella memorable cena privada de mayo de
1995 en que decidió desvelar el que, en sus palabras, sería «el plan más
cojonudo desde el de Marshall».
Cada mañana, Venancio Gordo, que no había visto los
embarcaderos ni conocía a nadie que hiciera uso de ellos, atravesaba su
jardín, cruzaba la calle medio deshecha, repasaba con tiza un círculo en
lo que quedaba de asfalto, se situaba en su interior, levantaba el teléfono
y tomaba una fotografía que luego era archivada en una carpeta del
tamaño de un ladrillo. Últimamente, cuando tenía visita, la conversación
solía girar en torno a la creciente y alarmante inclinación del gran álamo
y Gordo exhibía la documentación con la actitud de quien enseña las
fotos de las vacaciones, recreándose en la evolución de la amenazante
masa arbórea.
Había intentado sujetar el gigantesco árbol con una soga, pero
resultó demasiado endeble frente al viento y las precipitaciones.
También había elevado varias quejas en la oficina de atención al
ciudadano sin recibir ni un acuse de recibo. Irritado, se presentó en la
radio local y se pasó la mañana explicando el problema a la entrada del
edificio hasta que le presentaron al encargado de los informativos. Hubo
varias llamadas telefónicas entre el periodista y la secretaria del alcalde
hasta que finalmente pasó el tiempo de las noticias y la radio dio su
jornada por acabada. Venancio Gordo, harto de esperar, acudió a la radio
una vez más, esta vez con un cuchillo mohoso y oxidado colgado del
cinturón, menos apropiado para un apuñalamiento que como agente
infeccioso. El arma y la impaciencia hicieron correr la voz de que un
lunático o, peor aún, un extremista había asaltado la emisora. Al
principio, incluso se habló de un comando formado por tres o cuatro
personas. Se rescató el historial de peleas entre Venancio Gordo y la
familia del alcalde y el presentador alegó que ellos no se iban a prestar a
la causa de venganzas personales. Un policía local lo sacó de allí. No
sirvió de nada explicarle que el asunto no tenía que ver con una venganza,

10
QUE VIVA EL REY

sino con las responsabilidades de las que el ayuntamiento se desentendía


constantemente.
—No te preocupes, Venancio. Mira que el hijo no es igual que el
padre —le decía su mujer.
Ajeno a estos problemas, el alcalde de Almeida mascullaba
insultos por los pasillos tras una encendida sesión en la sala de plenos
cuando su secretaria le interrumpió para contarle lo que había sucedido
el día anterior con Venancio Gordo. Hacía treinta años que no oía hablar
de él.
—Está mal de los cohetes —concluyó el alcalde—. ¿Hay alguien
con quien se pueda hablar para saber qué le ocurre a ese majadero?
—Con algún hijo.
—Búscalo y entérate de qué le pasa. Yo tengo ya bastante con el
tarado de Centella.
Otro día, al amanecer, Rosalía, con un resto de café tibio en una taza,
observó a su marido picando el pavimento, casi en el medio de la calle.
El hombre apenas explicaba ya nada porque ni siquiera él confiaba en la
efectividad de sus métodos. Cuando la mujer estaba a punto de meterse
de nuevo en casa, la sobresaltó el estruendo de una viga golpeando el
asfalto. Venancio trataba de mantener el equilibrio mientras erguía la
viga de madera. Una vez encajada en el orificio del suelo, se encaramó a
la escalera y acopló el otro extremo en una oquedad del tronco, por
debajo de una de las ramas principales. Con una soga procuró componer
una ensambladura lo más resistente posible. Los escasos vehículos que se
acercaban por allí se veían obligados a sortear la instalación, pero nadie
protestó por el momento. Gordo se había preocupado por hacerse con
distintivos fluorescentes, que alguien le suministró del parque de
bomberos, y un grupo de triángulos de emergencia salpicaba la calzada
anunciando el obstáculo. La persona que se los ofreció también le
advirtió que era muy probable que el material estuviera obsoleto, dado
que llevaba varias décadas olvidado en un almacén.
Todavía dos semanas más tarde, parecía que la solución iba a ser
definitiva cuando un técnico de obras públicas apareció apretando
timbres. Venancio Gordo salió a recibirle antes de que el otro hubiera
puesto los pies en su jardín.
—¿Es usted el responsable del chiringuito?

11
QUE VIVA EL REY

—Sí.
—¿Usted no se da cuenta de que esa instalación incurre en un
delito contra la seguridad vial?
—¿Quiere usted pasar, si es tan amable?
Tenía la intención de enseñarle el archivador con las fotos y se
dirigió a la estantería del salón. El otro no dejaba de hacer advertencias.
—Esto conlleva penas de hasta dos años de prisión. No me
enseñe usted nada, yo no he venido para que me cuente su vida. El asunto
irá por la vía penal. He venido para darle la oportunidad de retirar todo
eso antes de que venga la policía.
—Si viene la policía, mejor.
Esa misma tarde una pareja de la Guardia Civil de tráfico se
personó en el lugar y procedió a tomar nota del suceso. Acto seguido,
llamaron a la puerta de Gordo sin recibir respuesta. Se quedaron un
momento observando la casa de arriba abajo y finalmente se alejaron
agitando la cabeza, sin perder de vista la improvisada estructura de
apuntalamiento. A la semana siguiente, Gordo observó a través de la
ventana a un grupo de trabajadores de obras públicas cortando
tímidamente los distintivos fluorescentes. Empuñó una llave inglesa y
salió a espantarlos gritando amenazas de muerte. Más tarde, uno de ellos,
bastante joven, recordaba la impresión de encarar una máquina de
escupir insultos y unos ojos inyectados en sangre. Mientras trataban de
contemporizar, uno de ellos se metió en la furgoneta para telefonear a la
Concejalía. A los cinco minutos silbó a sus compañeros. «Venga, a
recogerlo todo». Gordo observó todas las maniobras sin moverse. Rosalía
le llamaba desde la ventana sin recibir respuesta. Cuando se fueron,
Venancio recogió los distintivos rotos y fue a buscar una grapadora.
—Oye, tú, si vuelve a acercarse alguien más al árbol, me llamas
inmediatamente, ¿está claro?
Por la tarde, dos policías urbanos se personaron en su casa y
Rosalía les explicó que estaba en la parcela. Cuando Venancio los vio
llegar, interrumpió la siembra y se quedó de pie esperando a que se
acercaran. Los dos agentes intentaron hacerle entrar en razón trayendo
a colación que no tendría fácil librarse de la cárcel si seguía con esa
actitud tan recalcitrante.
—Prometo reflexionar sobre ello.

12
QUE VIVA EL REY

—Quítalo ahora, Venancio.


—Mandar a los perros.
—No seas chuleta.
Los mismos obreros regresaron. Venancio Gordo pudo ver desde
el principio de la calle la furgoneta y el coche patrulla que los escoltaba.
Se bajaron todos y un policía se quedó frente a Venancio, que estaba
sentado sobre el asfalto con la espalda apoyada en la viga de madera.
—Venancio. Haz el favor.
En la cocina, a puerta cerrada, Rosalía lloraba sentada sobre un
taburete. Todavía podía oír las protestas de su marido cuando los policías
lo acarreaban.
—Oiga, si ni siquiera está atado a la viga.
—No nos dejas más remedio que dar parte.
Las cuerdas cayeron sueltas junto a la viga y los agentes no le
permitieron siquiera volver la vista para observar el desmantelamiento.
Se lo llevaron en el coche y Rosalía salió de pronto en medio de la calle
gritando con patetismo: «¡no se lo lleven todavía, dejen que coma algo!».
Apenas nada de esta breve colección de sucesos pudo repercutir
mínimamente en el transcurso de la dramaturgia política, que solo llega
a alterarse por los problemas de la sociedad civil en el momento en que
entran en contacto con ciertas terminaciones nerviosas. En el caso que
nos ocupa, fue la radio local, donde tuvo lugar el incidente que amenazó
con remover las miserias de la política municipal, pero que finalmente
fue sofocado a tiempo. Un rasguño para el sistema, que se protege
cubriendo la irritación con una costra de advertencias. Para entonces,
Gordo entendió que tendría que subir de nivel, lo que exigía quizá una
dosis de locura. Su historia venía a confirmar que la sociedad civil estaba
desconectada de sus verdaderos problemas. El único modo de resolverlos
era volver a conectarlos con ella misma y eso solo era posible
trascendiendo los métodos convencionales. Es cierto que Gordo había
elegido el peor momento para ponerse a llamar la atención. A finales del
mes de marzo los concejales de Almeida solo podían pensar en la
campaña para las elecciones municipales que se celebrarían en pocas
semanas. Cualquier otro asunto tendría que adquirir dimensiones de
catástrofe para que un servidor público se tomara la molestia de
dedicarle un solo minuto. En el ayuntamiento se abordaban

13
QUE VIVA EL REY

negociaciones precipitadas con el objeto de aterrizar dentro de las listas


en el puesto más elevado posible.
El concejal Manuel Centella había salido de la puerta de su
despacho y vio al alcalde avanzando hacia la salida en lo que le pareció
que era una escabullida indigna. Habían acordado una cita a la que el otro
no acudió. Centella prometió desde el fondo del pasillo revisar ciertos
acuerdos y, aunque el alcalde no entendió lo que gritaba, sabía
perfectamente qué le esperaría en aquel pleno.
—¿A ti te dijeron que era fácil ser alcalde?
Gerardo Martín se situó delante de su asiento para disponerse a
presidir la sesión. Miró fijamente al concejal Centella. El alcalde tenía la
determinación de telefonear a Santiago Juárez nada más finalizar el acto.
Manuel Centella se puso en pie y con un gesto rápido se colocó las gafas.
Comenzó su discurso con tono apagado, como de costumbre, la papada
desparramada sobre el pecho.
—Hay tantas cosas que se le podrían achacar a su equipo de
Gobierno, señor Martín. No es por sacarles los colores. Por lealtad
institucional, no me quejé de la peatonalización del paseo marítimo, y
eso que a muchos comerciantes les pareció una mala idea. Dicen que
hasta un veinte por ciento de media descendieron las ventas. En fin, una
chapuza. Porque, además, los residentes que tienen un vehículo grande
no pueden acceder, aunque tengan permiso. Fíjese, no pueden acceder a
su propia plaza de aparcamiento. Entonces alcé la voz y pensé que
rectificarían. Pequé de ingenuo. Pero ahora se sacan de la manga,
señores, una nueva prohibición: quieren impedirnos tirar la basura entre
las veintitrés y las veintiuna horas. No, honorables concejales, no es que
le hayan dado la vuelta al reloj y lo hayan puesto marcha atrás. Es que
estará prohibido tirarla desde las once de la noche de un día hasta las
nueve de la noche del siguiente. O sea, que sólo dispondremos de escasas
dos horas para arrojarla al cubo. Total, que, yo, por ejemplo, después de
pasarme la tarde trabajando en mi oficina…
—Trabajando, ¿o con tu churri? —interrumpió una voz entre el
público.
—¿Yo para qué estoy aquí, para que me falten al respeto?
—Por favor —interrumpió el alcalde—. Tengamos respeto. Es lo
mínimo que se puede exigir. Podemos no estar de acuerdo con el señor

14
QUE VIVA EL REY

Centella, pero lo que no podemos hacer es perder el respeto. Sí, a usted


se lo digo. Si algo representamos yo y los miembros de este consistorio
es el valor del respeto. Respeto y respeto, nada más. También otras
muchas cosas, pero respeto ante todo.
Gerardo Martín tuvo la sensación de que el espontáneo se estaba
derritiendo con el poder de su mirada y la apartó para contemplar de
nuevo a Centella.
—Como decía —prosiguió el concejal—, después de pasarme la
tarde trabajando en mi oficina para resolver los problemas de los
almeidanos, resulta que, si no agarro mi coche y vuelvo a casa a toda
velocidad, no hay forma humana de llegar a tiempo a tirar la basura. Y,
como resulta que es un coche un poco grande, no me dejan pasar. No me
dejan acceder a la plaza de aparcamiento que pago religiosamente.
—¡Pero si vives al lado, animal!
—Y claro, multazo por una cosa u otra. Oiga, señor Martín,
parece que ustedes únicamente piensan en legislar en mi contra. ¿Para
eso usan las instituciones, para extorsionar a sus rivales políticos?
Al finalizar el pleno, el alcalde, atento a lo que se cocía tras la
puerta de su despacho, oyó las lejanas carcajadas de Centella, que, fiel a
su costumbre, acababa de contar un chiste machista. La conversación y
el humor eran una artimaña para librarse del personaje tras una intensa
función teatral. El grupo del pasillo se disolvió y los pasos se perdieron.
Había una manera ortodoxa de apartar a un representante de su puesto:
era la de la fiesta de la democracia, la noche de los abrazos en que se le
ofrece a un político de éxito una salida digna con una derrota de sabor
épico. Pero Martín era consciente de que Centella difícilmente dejaría
de ocupar en su partido un puesto en el elenco de los favoritos. El alcalde
arrojó a la papelera lo que quedaba de chupachups y se lanzó al teléfono
dispuesto a comerse vivo a su propio jefe.
—En las próximas elecciones no puede estar ese anormal.
—No sé cómo pretendes que haga eso.
—Habla con Ruiz.
—Claro, seguro que le divertirá mucho que yo le haga las listas
de su partido.
—Centella se está saltando los pactos a la torera. ¡Ruiz tendrá
algo que decir!

15
QUE VIVA EL REY

Por aquellos días, el presidente del Gobierno, Pablo Ruiz,


permanecía ajeno a las trifulcas en el ayuntamiento de su localidad natal.
De momento, apenas prestaba atención a las elecciones municipales en
ciernes. Maltrataba el mando a distancia del televisor en busca de las
noticias sobre su reciente rueda de prensa y, sobre la mesa, un sorbete
de limón se derretía junto a un informe que su ministra de Educación le
había entregado el mes anterior. «No se puede decir que no se haya
puesto las pilas». Ruiz se prometió leer al menos la página de
conclusiones de las casi cuatrocientas de que constaba el texto. Al menos
se refrescaría la memoria. Hacía rato que Puri no le atosigaba con sus
estadísticas. En boca de aquella mujer cualquier incidente en un rincón
del último centro de formación profesional pasaba a adquirir estatus de
debacle. «Ah, sí, las tasas de escolarización… familias en riesgo de
exclusión. ¿Y qué se supone que he de hacer con todas estas
estadísticas?»
Hay personas que se empeñan en hacerlo todo tan difícil. Servir
a la ciudadanía debería ser algo mucho más simple, salir a la calle para
conocer los problemas reales de la gente. ¿Es que nadie hará un informe
de eso? «¿Cómo lo llamaban…? La casuística. Hay que conocer la
casuística de las personas». Las estadísticas, la información sobre el
papel, sin embargo, no da la medida de los problemas de las personas.
Podemos leer que hay un veintipico por ciento de desempleo. Bien. Eso
no sirve para nada. «Un presidente normal se queda más ancho que largo
cuando le colocan delante ese dato. Las cosas cambian si entra un
desempleado en tu casa y te cuenta que no ha podido comprarles a sus
chavales la última Play». A Ruiz le parece que se ha convertido en un
presidente cálido. Le parece que las estadísticas son frías, pero él es
cálido. Pues bien, a partir de ahora, los ministros tendrán que presentar
informes sobre personas reales, nada de números. Mejor todavía, podía
pedirle a su mujer, cuyo talento para la narrativa era conocido desde el
instituto, que le escribiera los recientes problemas de los ciudadanos
para leer antes de dormir, como si fuera un cuento para adultos. Leer
sobre dramas personales no sólo ejercita nuestra empatía, sino que nos
alienta para trabajar con más ahínco.
Su campaña, precisamente, se basó en la calidez. En eso, la
socialdemocracia siempre ha tenido ventaja frente a los partidos azules.

16
QUE VIVA EL REY

Ahora no puede dejar esa experiencia atrás. Para Ruiz no hay nada más
ilusionante que un horizonte de rosas empuñadas meneándose. No pasa
mucho tiempo sin que recuerde la salida del mitin de aquel mágico
viernes dieciséis de octubre en que dio el último discurso antes de las
elecciones. El pabellón corría riesgo de derrumbamiento, había gente
encaramada en las gradas, la muchedumbre ansiaba escucharle en vivo.
Nadie quería perderse la oportunidad de participar en aquella campaña
histórica que pondría fin a diez años de un gobierno podrido por la
corrupción. El futuro presidente sentía en su propia carne el rugido
soberano de las masas, ilusionadas por enésima vez ante la expectativa
de un cambio de gobierno, y cada vez le parecía más incomprensible que
un pueblo con aquella fuerza no hubiera reaccionado antes para desalojar
a aquel gabinete del poder.
Su secreto era, pues, la calidez. Su arma, la oratoria. Había escrito
todos y cada uno de los discursos de sus mítines y en todas las ocasiones
dejaba a su fiel jefe de campaña tirándose de los pelos. «Un buen
hombre», dijo en una ocasión en privado, «un ser muy válido, pero
obsesionado con las estadísticas».
—Osvaldo, amigo: más allá de los fríos números hay algo que me
une a la gente y es por eso que llenan auditorios para oírme.
La respuesta de Osvaldo era el silencio y un gesto de admiración,
única reacción posible debido al estrés, el cansancio y el inopinado éxito
de la jornada.
Las palabras del informe bailaban delante de sus ojos y encendió
un flexo. La soledad se palpaba fuera del círculo luminoso de la
habitación. Ni un ruido en una casa normalmente agitada por el bullicio
a esa hora de la tarde. Se asomó a la ventana. El denso jardín trasero de
la Moncloa se perdía ya en la penumbra. Los pasillos también estaban
oscuros. «¡Lorenzo!» se aventuró a gritar por el hueco de la escalera. No
oyó ni el más leve sonido. Bajó la escalera sonriendo, el misterio le
divertía. Le resultaba tanto más agradable por darle pie para apartarse de
la tediosa tarea. «¡Chicos! ¿Dónde andáis?». Al llegar al primer piso cobró
plena conciencia de que estaba solo en la casa y de lo que eso significaba.
Era un presidente del Gobierno desprotegido. El pulso se le aceleró
imaginando individuos cubiertos de pies a cabeza descendiendo por
todas las paredes, introduciéndose por cada hueco de las estructuras.

17
QUE VIVA EL REY

Como no tenía nada claro si sería más seguro situarse en la planta elevada
o bien permanecer en la baja, se quedó sobre el primer escalón,
balanceándose penosamente hacia atrás y adelante sin acabar de
decidirse, procurando amortiguar el ruido de sus pies. Al fin, optó por
subir: en todas las películas los buenos huyen por la azotea. Volvió al
despacho. La luz ya no estaba encendida y Ruiz soltó un leve gemido
angustioso. Moviendo la cabeza en todas las direcciones, se acercó a una
de las ventanas para vislumbrar la presencia de los agentes. Apartó
despacio la cortina desde un lateral para evitar ser detectado. Se trasladó
a la habitación contigua con grandes dificultades, todo lo rápido que
pudo mientras mantenía la espalda pegada a la pared. Observó el área
dominada por las ventanas traseras. Parecía que todo había sido
abandonado. En un rincón de la habitación, una lámina cóncava rosácea
se movía ligeramente. Se acercó. Era una máscara que le resultó muy
familiar. Sus propios rasgos estaban moldeados en el interior. El exterior
llevaba impreso un logotipo en el que se mezclaba la rosa de Democracia
Social con la hoz y el martillo. Su inconsciente en ese momento no
procesó bien aquel símbolo y creyó estar delante del logotipo de Chivas
Regal. Con una sacudida levantó el papel de la cara y el crujido lo aturdió.
Desacopló la nuca dolorida del reposabrazos. Un hilillo de saliva
descendía desde la comisura sobre la tapicería. La luz estaba encendida.
Se incorporó con alivio y lo primero que hizo fue dirigir una mirada al
rincón. Dejó el informe sobre el sofá. «Ya verás que risa cuando… Mejor
no lo cuento. Qué tontería».
Ruiz se asomó a la cocina y ordenó que le subieran una cafetera.
Se aseguró de que la chica veía su sonrisa y no se retiró de allí hasta que
ella se la devolvió. Subió a su despacho habiendo recuperado la
tranquilidad y decidido a dedicar lo que quedaba del día a la reforma
educativa. En cualquier caso, se trataba de un proyecto que necesitaba
mucho tiempo y, ante todo, reflexión. No era cuestión de una tarde ni
tampoco de un examen, sino de un trabajo largo y continuo. Se trataba
de escuchar y aprender, escuchar a la comunidad educativa, a los padres
y también a los niños, los grandes olvidados de la política. Algo tendrían
que decir de un tema que tanto les afectaba.
La tarde siguiente, Ruiz saludó a la secretaria de Organización y
al jefe de su Gabinete con el optimismo inconsciente con el que uno se

18
QUE VIVA EL REY

dispone a realizar un largo viaje. Nada más sentarse a la mesa, Josefina


se acercó refunfuñando al perchero y se puso el chal sobre los hombros.
—Espero que para cuando me toque a mí vivir en esta choza
hayas cambiado la instalación —dijo al volver a la mesa.
Ruiz aceptó la broma con una sonrisa que no desapareció en todo
el tiempo que estuvo cuadrando una docena de folios. Entretanto, el café
y el bizcocho se retrasaban. Diez minutos de retraso significaba que
tendría que volver a llamar al servicio. En la comida previa, habían
destacado el poco o nulo grado de seriedad que los gobiernos anteriores
habían demostrado en materia de educación. Ante una mesa ya recogida
y salpicada de migas, los comensales insistieron en su compromiso con
la justicia, con la verdad y con una ley, al fin, alejada de las batallas
ideológicas.
—Yo creo que la educación en este país tiene un problema. Los
niños, ahora mismo, son lo más importante de la sociedad. Debemos
fijarnos en Finlandia. ¿No veis que siempre sacan las mejores notas?
¿Cómo podemos copiar ese sistema?
—Pero sin que sea necesario que aprendan finlandés —aclaró el
presidente.
Josefina Álvarez Pantano era la secretaria de Organización de
Democracia Social, partido que entonces gobernaba en minoría con
Pablo Ruiz al frente. El presidente confiaba en ella para la redacción de
la ley que Ruiz consideraba «el buque insignia» de su flamante Gobierno.
Tenía que ser una de esas leyes de educación que marcaran «un antes y
un después», cosa que hasta entonces sólo se había logrado con
resultados «inversamente positivos».
—Buena idea, presidente. Aunque no me refería tanto a los
contenidos como a su eficacia. Siempre he tenido mucha curiosidad por
Finlandia.
—Pues... yo estuve de Erasmus en Helsinki y no es nada fácil ser
alumno allí.
Finalizada la campaña, Osvaldo Pérez Centella se había
metamorfoseado en el jefe del Gabinete del presidente Ruiz. No podía
evitar una cierta expresión de desamparo cada vez que sus ojos se
encontraban con los de Josefina.
—Le dan mucha importancia a la lengua, ¿verdad?

19
QUE VIVA EL REY

—No solo por eso, señor presidente. Hay mucha exigencia y


competitividad. Pero la clave del éxito está en la administración, que es
muy eficiente. Y además, los centros están muy bien comunicados. Ellos
ponen muchos recursos y los gestionan muy bien. Allí hay un Finnish...
¿cómo era? National Finnish Panel o algo así. Algo que aquí no hay.
Bueno, pues ese panel se encarga de revisar que todo funcione como un
reloj.
—Ajá —dijo Ruiz con entusiasmo—. Una administración
eficiente... ¡cuantas más cabezas pensantes, mejor! Así hay más
probabilidades de que aparezcan buenas ideas.
—Yo conozco a un montón de gente maravillosa que debería
estar aportando su granito a la Educación —zanjó Osvaldo— y, a través
de ella, a la sociedad. Pero esas personas, por desgracia, están en paro.
—Además —añadió Josefina—, ahí hay un caladero, porque ya
sabemos de qué pie cojean psicólogos, educadores sociales, animadores
culturales y titiriteros varios... Ya no digamos si los convertimos en
funcionarios.
—Si pusiéramos a todas estas personas a aportar, entre todos…
Sobre el papel, Osvaldo trazó las líneas maestras del nuevo plan.
—Es de vital importancia la multidireccionalidad, en virtud de la
cual, los colegios se convierten en nodos de una red de
retroalimentación. Cada colegio podría albergar una comisión
transversal de expertos que asegure las buenas prácticas, así como la
interacción y el feedback entre profesionales de la educación.
—Me gusta lo de la multidireccionalidad, pero todo esto es muy
complicado. ¿Cómo vamos a desarrollar tantas cosas? —preguntó Ruiz
un poco agobiado.
—Con el preámbulo es suficiente, de lo demás ya se encargarán
Eduardo y compañía de redactarlo. ¿Para qué, si no, queremos un
Parlamento? En la alta política lo más importante son las directrices.
Cuando se construyó el Canal de Panamá ¿usted quién se piensa que se
llevó el mérito, el que escarbó?, ¿aquel que lo llenó de agua...?
—Bueno... No lo sé, me pilla algo lejos. Supongo que si se llama
así...
—Exacto. Fue el que tuvo la idea. Usted.

20
QUE VIVA EL REY

—Sí, pero esto, ¿ayudará a las personas? Los niños, ¿aprenderán a


ser buenos? Una educación que no forma buenas personas es una
educación que ha fracasado. Yo, por ejemplo, cuando veo a los hijos de
Lola, una amiga de mi mujer... pues pienso en la cantidad de
oportunidades que hemos perdido por no educar en valores. Son unos
monstruitos. Son detestables. Pero no es culpa de ellos. Lo más
importante es inculcar, inculcar emociones, que cuando están en las aulas
se sientan como los seres humanos que son. Desgraciadamente esa es una
sensación que yo apenas tuve cuando fui peque. Cuando no sabíamos el
nombre de un río, o suspendíamos un examen, aunque fuera de una
tontería, de Historia de España, por ejemplo, nos castigaban sin
baloncesto, ¿te lo puedes creer, Osvi? Tú es que eso no lo has vivido
porque ya naciste en democracia, pero con castigos no se puede educar
a la juventud.
—Nada de castigos, señor presidente.
—Muy bien, Osvi, me has convencido —sentenció Ruiz con
gesto algo solemne—. Pues mándaselo a Juárez y a la otra tal que así.
—Ahora mismo.
—¡Ah! —añadió el presidente—, y no te olvides de ponerle a Puri
en copia, así no se me mosquea.
Purificación Castilla se ocupaba de las carteras de Economía,
Cultura y Educación. Había sido necesario concentrar varios ministerios
«tradicionales» para que fuera posible crear otros más modernos y
sociales sin sobrecargar demasiado la Administración. No es plato de
buen gusto que te llame un día el presidente y te pida que te encargues
de algo que no quiere nadie. Es peor aún si la jugada se repite hasta tres
veces, pero, ¿cómo puede haber quien se resista a «ser alguien»? ¿Se puede
uno fiar de las personas sin ambición? ¿Tienen ilusiones o solo quieren
destacar por ser los más mediocres del rebaño? «En política o se es pastor
o se es pasto»; Ruiz había llegado tan lejos pensando así. El presidente
conocía muy bien a Purificación y sabía que era una mujer idealista, de
buena voluntad, optimista y con espíritu conciliador, características
todas ellas idóneas para poder dejarla al margen de las discusiones
importantes. Lo único para lo que la necesitaba preparada era la defensa
de una ley que provocaría previsibles reacciones tanto a la izquierda

21
QUE VIVA EL REY

como a la derecha del Gobierno. Sus cualidades humanas resultarían


eficaces para amortiguar los golpes.
A las cinco, Pablo Ruiz se quedó solo en su despacho y recordó
un asunto del que las labores de la Presidencia le habían apartado. Abrió
de nuevo el portátil, se metió en la Wikipedia, y pinchó en la lista de
presidentes del Gobierno. Descendió un poco y la adrenalina se le
disparó. Ahí estaba su cara, sonriente, coronando esa corbata verde tan
apañada, regalo de su mujer. Satisfecho, mejor dicho, extasiado, cerró de
nuevo el ordenador, se reacomodó en su butaca y dirigió una mirada a su
alrededor. Por nada en el mundo hubiera cambiado esa silla de escay,
donde tantos traseros importantes hicieron grandes cosas por el país
antes que él. Pasados los duros tiempos de la oposición, uno podía ahora
permitirse disfrutar un poco.
Mientras tanto, Santiago Juárez se hallaba aún en su despacho
adaptando al escritorio de su portátil una imagen warholiana de Nelson
Mandela cuando oyó una alerta de correo. «¡Ya era hora!», pensó.
—Jo, jo, se lo han mandado a la ministra en copia. Hay que ser
cutre.
Lo reenvió a sus dos asesores y les pidió que acudieran al día
siguiente a la sede del partido para tratar del tema.
—Bueno, Santi, solo eran dos páginas de brindis al sol —explicó
Carmen.
—Eso por no mencionar que la mitad de las frases estaban
repetidas y que una de cada tres palabras era «interdisciplinariedad».
—Oídme —dijo Juárez—, que quede clara una cosa. Esta ley ni
nos va ni nos viene. Cuando lleguemos nosotros al poder sacaremos una
que nos convenga. Tengo un asuntillo pendiente y esto nos viene como
miel sobre hojuelas.
—Por favor, Santiago, recuerda mi diabetes de tipo 2.
—Ay, lo siento, Alberto, perdona por hacerte sentir inseguro.
—Jefe... —dijo Carmen para intentar aliviar la tensión— ¿de qué
va ese asuntillo pendiente?
—¿Conocéis Almeida?
Apenas quince días después, una tormenta de flashes reverberaba
sobre las caras sonrientes de los equipos de negociación. Las manos,
cruzadas sobre la mesa, se resistían a degustar las bandejas de encurtidos,

22
QUE VIVA EL REY

que daban al ambiente un tufo avinagrado. Purificación no podía ocultar


su desagrado: «a quién se le ocurrió servir esta cutrez». Los cacahuetes
quedaban tan lejos… Ruiz se había decidido a llevarse uno a la boca antes
de que los reporteros gráficos hubieran abandonado la sala, quizá con la
intención de mostrar su lado más humano. Puri giró discretamente la
mirada y después cerró los ojos deseando que se terminara la tortura
fotográfica. Cuando hubieron retratado hasta el último pelo de todos los
presentes, la prensa fue invitada a abandonar la sala.
Juárez, como siempre rígido en su silla, miró directamente a Ruiz
mientras la ministra repasaba las líneas maestras de la nueva ley. El líder
del Partido por la Democracia, sin aflojar el ritmo de su parpadeo, se
inclinó para pinchar una cebollita en vinagre. Como no había servilletas
de papel, se chupó discretamente las puntas de los dedos y después se
metió la mano al bolsillo lentamente para limpiarse. Las palabras de
Purificación continuaron a ritmo de ametralladora, salpicadas por los
crujidos de las verduras en vinagre y los frutos secos. «Sistema
participativo abarcador, los alumnos y alumnas desde los cinco años,
podrán elegir al menos el 30% del currículum escolar. Porque deben
poder tener voz en algo tan importante como son sus propios futuros. El
sistema propondrá una serie de diez unidades didácticas de las que los
alumnos elegirán tres. La elección será revisable durante el curso». Juárez
adornaba las propuestas con un «qué bueno» e incluso un «ole y ole». La
ministra no se detenía: «Evaluación bidireccional. Al igual que el alumno
es calificado por el profesor, es necesaria la implementación de un
sistema que permita la evaluación continua del profesor. Esta medida no
tendrá consecuencias laborales, pero fomentará la implicación del
alumnado en su propia educación...».
—Si todo eso está muy bien, Pablo —dijo por fin Santiago al cabo
de un rato—. Es una ley que nos suena estupenda. La lástima es que uno
se tenga que meter en los pozos negros de la realpolitik. Mirad, Pablo,
Puri... Tenemos ideales parecidos, de eso no me cabe duda. Solo habrá
que perfilar una o dos cuestiones acerca de la ley y está hecho. Lo que a
mí me preocupa va más allá de la ideología y afecta a las personas.
Hablemos de personas, Pablo.
—Hablemos —replicó el presidente.

23
QUE VIVA EL REY

—Hay en Almeida un equipo de gobierno integrado por personas


con pasión por la política que se las ha visto y se las ha deseado para
mantener a la gente ilusionada. Y todo por culpa de un concejal de tu
partido que no para de hacerles la vida imposible con pegatinas,
caceroladas, escraches y no sé qué salvajadas más. Sin embargo, tú nos
prometiste que, en ciertos ayuntamientos, incluido ese, apoyarías
nuestras políticas municipales.
—¿En Almeida?
—Sí señor.
—¿De quién me estás hablando?
—De Manuel Centella.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal del presidente.
—Almeida —intervino al fin Pablo Ruiz—. Cómo me gusta
volver de vez en cuando a mi tierra. Es un hecho que el ser humano no
puede separarse demasiado tiempo de sus raíces…
—Oye, Pablo, que no hay público aquí. Haz el favor de ir al grano.
—¿Me vas a dejar que termine? Pues te iba a decir que ni sabía
quién está en el ayuntamiento. Yo por allí no quiero ir ni de vacaciones.
—Pero bueno, ¿cómo no vas a saber que habías metido a un
Centella en la lista de tu pueblo?
—Ni me acordaba. Además, ¿te crees que tengo tiempo de
revisar cada nombre? En fin. Habla claro. ¿Qué quieres, que lo quite de
ahí?
—Desde luego.
—¿Y qué pasa, que ya has pensado en alguien?
—Hombre, no creas que voy a tener la desfachatez de hacer las
listas de tu partido.
—Ya. ¿Alguna cosa más?
—Oye, Pablo. Esta es condición sine qua non —aclaró Juárez
inclinándose sobre la mesa—. El apoyo a nuestras políticas locales es una
condición irrenunciable.
Carmen alargó el brazo para alcanzar un folio al equipo del
presidente. Purificación lo levantó y leyó rápidamente.
—Ese tío ha asegurado que no va a aprobar los presupuestos en
la próxima legislatura. Gravísimo —continuó Juárez.
—¿Y qué? Solo es un voto. ¿Cuántos concejales tenemos ahí?

24
QUE VIVA EL REY

—Es que no es cosa de uno. Es una peste y la peste se extiende.


—¿A qué te refieres?
—No te hagas el tonto. Estoy al tanto de lo que se traen entre
manos algunos de tus concejales. Centella les está comiendo el coco de
mala manera.
—Yo no sé nada de eso.
—Ese tío está conectado con todo el levante. Le tienes que meter
en vereda. Tenemos un acuerdo en los ayuntamientos y, si los tuyos no
cumplen, tú no cumples.
—Lo miraré —aclaró Ruiz.
—Sé que lo arreglarás, Pablo. Confío en ti. Cambiando de tema,
ese observatorio que tienes pensado crear de Violencia Estructural en los
Centros Educativos suena muy bien. ¿Es idea tuya?
—Sí.
—Queremos la dirección. Tenemos a la persona más preparada,
hizo su tesis en psicopatología del recreo.
Santiago Juárez extendió su brazo derecho y acarició el hombro
de su asesora Carmen del Bosque. Purificación despegó un momento los
ojos de la lista de propuestas para observar a la candidata recién
postulada.
—Estoy impresionado. Aunque igual ya me pides demasiado,
Santi.
—¿Es que ya está adjudicado el puesto?
—Todavía no, pero casi.
—Entonces yo creo que será una gran directora del Finnish
Panel.
—¿Finnish Panel?
Osvaldo levantó tímidamente el dedo y carraspeó:
—No, perdona. Te refieres al Panel de Expertos en Educación.
—Será. Una cosa que sonaba muy bien.
Pablo Ruiz miró a su ministra para tratar de conocer su opinión,
pero la mujer permaneció visiblemente ajena a la conversación.
Continuaba leyendo, abstraída, el húmedo labio inferior colgando,
enrollándose un tirabuzón con el dedo por detrás de la oreja.
—E… está bien, —aceptó el presidente—. El panel. Le haremos
un hueco en el panel.

25
QUE VIVA EL REY

Poco después, Ruiz cerró una carpeta y se levantó para darles una
mano blanda a Santiago y a Carmen. Los dos se dirigieron a la puerta con
gesto satisfecho. «A este en el colegio le metían petardos bajo el pupitre
y alfileres en la tortilla. ¿No te has fijado cómo mira a la ministra
buscando su aprobación? Se le nota a la legua que era la mascota de los
mayores de secundaria», apreció Carmen mientras salían por la puerta.
Juárez se reía sujetándose las costillas imaginándose al presidente de crío,
hablando con voz gangosa.
Una vez solos, la ministra persiguió a su presidente hasta su
despacho. Se deshizo en apreciaciones entusiastas sobre el futuro
acuerdo. Nunca sospechó que el Gobierno pasaría ese trago tan
fácilmente. Le preguntó a Ruiz si pensaba que aquella sería la ley
definitiva, la última ley de Educación del país, aquella que quedaría
escrita en piedra durante generaciones junto a su nombre: ministra
Castilla. Pero el presidente Ruiz recorrió velozmente los pasillos del
Palacio Presidencial pendiente solo de la pantalla de su teléfono móvil.
«Verás como sí», afirmó sin demasiada convicción.
Osvaldo le había apuntado el número de la sede del partido en
Almeida, pero no había manera de encontrar aquel papelajo entre tantos
documentos. Rebuscando, se topó con una revista bélica que llevaba
tiempo queriendo leer. Se puso a ojearla y le dieron casi las dos. Cuando
ya empezaban a pesarle los párpados, se fijó en un post-it adherido a la
pantalla del ordenador. Marcó el teléfono y le pusieron en contacto con
Manuel Centella. Al principio, el concejal se mostró enormemente
sorprendido. Parecía que no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.
«¿Escraches? ¿Qué es eso? ¿De qué pegatinas me hablas?»
—Eso es lo que me han contado. Obviamente, al principio no di
crédito porque no es serio. Me parecería increíble que un
socialdemócrata hiciera esas cosas. De todas formas, yo sé que eres
solvente y versátil y no te tengo que explicar cómo es esto de la política.
A veces hay que hacer sacrificios…
—¿Sacrificios?
—No, a veeeer. Entiéndeme. Aquí nadie va a sacrificar a nadie.
Lo único que digo es que puedes ser útil en muchos sitios.
—Sinvergüenza —susurró Centella.
—¿Cómo dices?

26
QUE VIVA EL REY

—No puedes sacarme de aquí. Llevo en esto desde que te cagabas


en los pañales.
—Tranquilízate un poco. Intenta verlo de forma positiva.
—Positiva tu madre.
—Manuel, no lo entiendes. —Ruiz lanzó un débil suspiro—. A
cambio, estoy dispuesto a encumbrarte.
—¿Ministro?
—Hombre, no te pases. ¿Sabes la cantidad de gente que hay en la
cola para ser ministro?
—Si salgo de aquí no va a ser para caer en la Diputación, ¿eh?
—¿No te gusta la Diputación?
—Pues hombre, teniendo en cuenta que allí están los De la Riva,
espero que no pretendas equipararme con esa morralla.
Las negociaciones con Centella no se resolvieron en una tarde.
El arreglo de ese asunto iba a exigir de Ruiz mucha más paciencia y
dedicación que las conversaciones sobre la nueva ley. Gerardo Martín, el
alcalde de Almeida, se enteró de que Manuel Centella podría aterrizar
en la Diputación Provincial y volvió a descolgar el teléfono: «Que haga
lo que quiera con él pero que me lo saque de la provincia. ¡De la provincia
y de la región!». Juárez, que empezaba a estar un poco cansado del asunto,
telefoneó a Ruiz para aclararle que el sujeto de la disputa no debía
obtener ningún puesto en doscientos kilómetros a la redonda. «Debe de
ser un tipo digno de conocer», pensó.
—Manuel, a ver cómo te digo esto —comenzó Ruiz con la
sensación de quien anuncia una noticia que sabe que no va a ser bien
recibida—. Hay un hueco en la lista del Parlamento de Extremadura.
Centella comenzó a increpar a su jefe de filas. Tuvo que
recordarle quiénes le habían alzado hasta la Secretaría General. Esperó a
que fuera el propio Ruiz quien se atreviera a formular la oferta. Sin
embargo, como el presidente parecía más preocupado por adularlo que
por las cosas prácticas, tuvo que ser él mismo el que se ofreciera a entrar
en el Congreso de los Diputados.
—Oye, no te pienses que eso es tan fácil hacerlo como decirlo.
Además, te tendrías que esperar a las próximas elecciones... falta casi
toda la legislatura. ¿Mientras tanto no quieres hacer nada?
—Si no me pones tú me pone la Inés.

27
QUE VIVA EL REY

—¿Inés? Pero, ¿te vas a cambiar de chaqueta? —preguntó Ruiz


atónito.
—De traje. Y me ha prometido el número ocho de la lista por la
capital, así que lo tengo hecho.
—Vale, dame unos días y te llamo. Tengo que estudiarme tu caso,
Manuel. Sé paciente, ¿vale?
—Que sepas que no voy de farol.
Ruiz no podía ocultarle el asunto por más tiempo a Josefina. Se
la llevó a La cuchara de oro, donde, entre un plato de grelos y unos filetes
de lomo con pimientos, le acabó contando lo que se estaba cociendo en
Almeida.
—¿Me estás diciendo que quieres sacar a Centella del
ayuntamiento?
—Es que no sabes la que está montando. Qué manía tienen
algunos por convertirse en versos sueltos.
—¿Y por qué le prometes nada sin consultármelo a mí primero?
—No pensé que iba a ser tan complicado hasta que me pidió que
lo metiera en el Congreso. Porque resulta que Franca le ha hecho una
oferta para entrar de todas, todas.
—Eh, alto, para el carro. ¿Me estás diciendo que ese tipo, que
lleva metido de siempre en todos los fregaos del partido se piensa ir con
los fachas? ¿Y de qué le conoce esa?
—De cualquier cosa.
—Pues si es verdad, nos va a tener cogidos por las pelotas.
—Mira que eres soez Josefina…
—Eso no puede ocurrir de ninguna de las maneras. Ese tío está
pringao con toda la mierda del partido, hasta las orejas. Se ha metido en
todos los pozos, ¿me oyes?
Josefina se quedó en silencio, pensativa.
—¿Qué podemos hacer?
—Más nos vale ofrecerle algo que le pueda venir mejor y que no
nos cueste tanto. ¿Tú sabes la cantidad de gente preparada que tengo ya
en espera?
—¿De Subsecretario de Estado de algo no le podríamos ofrecer?
—A estas alturas está ya todo copado. Pero tengo una idea mejor,
que tampoco hay que pasarse. ¿Este tío no tenía un sobrino? Pues vamos

28
QUE VIVA EL REY

a colocarlo en el ayuntamiento en su lugar y a él le proponemos un puesto


en el partido y ya está.
Cuando Centella oyó la propuesta, lo primero que hizo fue negar
que él tuviera ningún sobrino.
—Pero Manuel, no me vengas con esas. A tu sobrino Fermín lo
colocamos en la lista para las próximas municipales en un puesto alto y
tú te puedes dedicar al golf. Si te aburres, el partido te pone de secretario
de Políticas Migratorias. A ti te gusta viajar.
Centella soltó una carcajada y murmuró algo incomprensible.
«¿Manuel?». Pero al otro lado de la línea sólo se oían resoplidos.
—En el número cuatro como poco —exigió Centella—, porque
yo estaba en el dos.
—En el cuatro imposible.
—¡Entonces como número uno!
—¿Estás loco?
—Estoy como una cabra, y me vas a poner en el uno.
—Mira, puedo poner a tu otro sobrino, el de Asturias, en el ocho.
Y a Fermín en el siete.
Centella exigió los puestos cinco y seis para sus sobrinos y para
él pidió el segundo puesto en la lista para la Asamblea de la Comunidad
de Madrid. Ruiz se rio estruendosamente pero no pudo ocultar su
inquietud. Colgó sin mediar palabra y se quedó con la cabeza apoyada en
las manos. Parecía que el empeño de Centella era involucrar cada vez a
más y más gente en su exilio. Ansioso por cerrar aquel asunto cuanto
antes y así poder volver a sus olvidadas ocupaciones legislativas, se montó
en el coche oficial y se personó en la sede del partido para reunirse con
el presidente de la filial madrileña de Democracia Social, Ramón Canosa.
—¡Ni de broma!
—Es una emergencia. Ramón, que yo siempre te he apoyado.
—Es demasiado. A este tío aquí no le conoce ni Dios. ¿Cómo
esperas que los militantes vean con buenos ojos a un tío del que no saben
qué bendiciones pueden esperar?
Ruiz bajó la cabeza abatido. Él mismo se daba cuenta de que
había estado pecando de ingenuo. Observó sus zapatos impolutos. «Esto
de la política no es para tanto. Al fin y al cabo, uno termina con los

29
QUE VIVA EL REY

zapatos limpios». ¿Qué importancia debería darles a esas chiquilladas?,


«¿no somos todos amigos?».
—A alguien podría salirle un candidato de la manga —afirmó
Ruiz desviando la mirada— pero yo... no dudaría en apoyarte, claro.
— ¿Me… estás amenazando?
—¿Yo? ¡Pero si crecimos juntos, Ramonchu! ¡Eres como mi
hermano! Oye, que llevo dos días removiendo Roma con Santiago para
desterrar a un tío que ni conozco, hazme el favor.
—A mí, plin. ¿No tienes mandaos que te hagan estas cosas?
—Me gusta ocuparme de las personas de mi partido. Soy así de
altruista. Si por un desconocido me tomo tantas molestias, ¿qué no haría
yo por un amigo de la infancia?
—¿Te vale el puesto ocho? —preguntó Canosa irritado.
—Bueno, menos da una piedra —respondió Pablo con sequedad.
—¡Pues me alegro!
Pablo Ruiz se dio la vuelta para salir. No supo si su zapato había
crujido sobre la losa o si su amigo estaba haciendo pucheros, pero no
quiso darse la vuelta para averiguarlo. «Hay que ver qué fina tienen la piel
algunos».
Volvió a llamar a Centella. Éste, después de un par de objeciones
y de hacerse de rogar, finalmente dio su brazo a torcer. Justo después de
que colgara el teléfono, las dudas asaltaron a Ruiz. No tenía ni idea de
cómo eran esos sobrinos, sólo sabía que eran unos Centella. Volvió a
telefonear al tío. Le había quedado un escrúpulo y quería despejarlo.
Tenía curiosidad por saber si eran revoltosos. Centella, irritado, le
contestó que no y colgó. «¿Sabes lo que me dijeron? —comentó
Josefina—. Centella era el único almeidano del partido en ese
ayuntamiento».
—La democracia es así cuando las cosas se ponen feas. Ya lo
dijo… Churchill —suspiró Ruiz.
Acababa de decidir que ese verano tampoco regresaría a su
pueblo. Almeida había sido un pequeño forúnculo que amenazó con
infectar el buque insignia de su programa electoral, ahora ya solo
representaba para él una pequeña crisis cuyo último acto aún quedaba
por ejecutarse en el otro extremo del país.

30
QUE VIVA EL REY

Después de la situación creada alrededor de Almeida, Josefina


vio claramente que Ruiz no tenía ni idea de cómo se manejaba un partido
y, al verle aparecer con una expresión menos risueña de lo normal, le
comentó de pasada que el baile de concejales y diputados era la cosa más
habitual justo antes de unas elecciones. A veces, los movimientos podían
ser causa de dolores de cabeza, sobre todo en las municipales, donde
siempre hay que satisfacer a decenas de miles de concejales y
procuradores. Ruiz, sin embargo, había acusado la responsabilidad, pero
su caso era excepcional. A su llegada al cargo, la secretaria de
Organización había dirigido el partido dejando que él se concentrara
exclusivamente en la campaña. Ruiz había entrado en la Secretaría
General por la puerta grande y se había ahorrado la preceptiva ascensión
por la escalera de servicio. Esta circunstancia hacía que Josefina fuera
muy consciente de la fragilidad de su jefe. Había triunfado en unas
primarias improvisadas dejando al aparato sin tiempo para reaccionar y,
como consecuencia, estaba prácticamente solo. Su situación al sostener
a un presidente rutilante, pero extraño al partido, le daba una posición
privilegiada en la que podía decidir por sí sola seguir apuntalándole o
dejarle caer. Sin embargo, era necesario hilar muy fino para guardar las
distancias, seguir actuando como contrapeso del jefe del partido y así no
dejarse arrastrar en caso de que Ruiz finalmente cayera en desgracia.
Tenía que dejar abierta esa puerta que le permitiera aparecer a los ojos
de los militantes como su única alternativa. Los movimientos de sillas
iban a seguir produciéndose en la base de la pirámide y lo mejor que
Josefina podía hacer ahora era asegurarse de que los descontentos
reconocieran al culpable y los triunfadores, a su benefactora.
En Caresuego, un municipio perdido en la franja cantábrica, no
era una sorpresa recibir los primeros meses de la primavera con
abundancia de lluvias. Un período de veinte días seguidos de
precipitaciones sin pausa, sin embargo, era una rareza. Juan Centella
corría en dirección a la Casa Consistorial, subiendo por una empinada
calle empedrada de la que la riada se había apoderado casi por completo.
Llegaba tarde al trabajo por culpa del agua y de las dichosas vacas de
Bonifacio, las cuales, huyendo de la tormenta, habían formado asamblea
frente a su casa, resguardadas entre aquellas viejas callejuelas donde los
tejados de unas casas casi tocan con los de las vecinas. Juan se apresuraba

31
QUE VIVA EL REY

calle arriba. Los empapados bajos de sus pantalones le lastraban


formidablemente el paso. Como iba repasando mentalmente lo que le
diría a su jefe por la tarde, no se dio cuenta de que iba derecho a poner
el pie en aquel infame agujero. Estuvo a punto de caerse de bruces, pero
milagrosamente logró sujetarse al marco de una ventana con la mano que
le dejaba libre el paraguas. Casi sin poder recomponerse, continuó hasta
que por fin pudo entrar en el ayuntamiento.
Fue una mañana de mucho papeleo. Como su pequeño
calentador eléctrico no funcionaba, no le quedó más remedio que
quitarse los pantalones y los calcetines, totalmente calados, y ponerlos a
secar en el radiador. Juan se parapetó detrás de su mesa y hubiera cerrado
su despacho con llave de haberla tenido. Tuvo suerte de que nadie, en
tan apurada situación, lo importunara hasta la hora del almuerzo,
momento en que, ya con los pantalones secos, aprovechó para dirigirse a
la Casa del Pueblo con intención de ver a Sancho Bayón, coordinador del
partido en la localidad. Bayón era un tipo sesentón, chaparro, con una
barriga que daba testimonio de su buena vida. Tenía la piel de la cara
completamente grasa y rubicunda y las mejillas ligeramente picadas de
viruelas. Unos despeinados manojos de canas rodeaban su brillante calva
casi a modo de penachos. Su particular mirada de desconfianza con una
mezcla de arrogancia, contrastaba con su habitual tono bonachón.
—¿Te importa si lo acepto? —preguntó Juan
Sancho Bayón lo miró con aire serio.
—Está lejos, ¿eh?
—Sí...
—¡Bah! Claro que no me importa…, ¡pero si es estupendo! Me
alegro mucho por ti.
—Fenomenal entonces. No sabía que te sentaría tan bien.
A Juan Centella se le iluminó el rostro de alegría.
—¡Pero si es una oportunidad de oro!
—Ya te digo.
—No me importa, en absoluto —aseguró sin desprenderse de
una dulce sonrisa—. Ahora, te digo una cosa: no pienses volver ¿eh?
Porque si te sale mal y quieres regresar, pues hombre, tú ya tienes que
buscarte algo de otro nivel. En el fondo, ¿qué más da que me haya
desvivido por ti todos estos años para que pudieras acceder a una buena

32
QUE VIVA EL REY

posición, como la de secretario técnico de Deportes, que era lo que de


verdad te gustaba, no? No solo me esforcé por ti, sino por tu padre, que
estará mirándote desde allá donde esté viendo ahora cómo echas en saco
roto…
—Pero, Sancho...
—Nada, nada. Cuando te hagan la cama seguro que tus nuevos
amigos te buscarán algo. Ellos te lo van a perdonar todo, igual que hemos
hecho nosotros. Como cuando te pillaron empolvándote la nariz en la
playa con aquella guarra.
—Te ha sentado mal, ¿verdad? Pues me quedo.
—Que no, que no. Si yo ya peino canas en esto. Espero que te
adaptes bien. Mucha suerte, Juan.
—Podías haberme dicho que te sentaba mal.
—Pues hombre, el que es tonto es tonto y no hay nada que hacer.
Juan lo miró perplejo.
—Este es mi pueblo y mi gente —replicó enfurecido—. Ni por
asomo te creas que no voy a volver si me da la gana.
—No vas a volver, eso te lo juro por mis hijas.
—No me puedo creer lo que dices. No lo esperaba de ti. ¿Tú
crees que eso caería bien en la ejecutiva del partido?
—Ay, Dios mío.
—Ahora te asustas. Mira qué valiente.
—Je, je. Asustarme… Si es que me haces gracia. Eres muy joven y
no tienes los tiros que yo tengo pegaos. Pues mira, te voy a dar un buen
consejo que te va a librar de muchos problemas, por si vas de listo: si
piensas escalar en el partido yendo de chivato, que sepas que no vas a
durar ni cinco minutos. Hacer carrera en este mundillo está bien pero
hay una regla, solo una, que hay que cumplir: ver, callar y obedecer.
Puedes aprovechar las oportunidades —continuó apuntándole con un
dedo— pero como se te ocurra ir de justiciero te van a caer hostias de
todas partes.
—Yo me debo a mi gente. La gente de mi pueblo. Si me da la
gana volveré.
—Jo, jo, jo. ¿Y qué podrás hacer? Aunque no esté yo, en cuanto
sepan de qué pie cojeas tendrás que buscarte otro trabajo, chaval.

33
QUE VIVA EL REY

¿Quieres que hablemos con el secretario del partido en ese pueblo al que
vas? A lo mejor no le hace mucha gracia oírte.
Juan Centella se quedó con ganas de golpear aquella cara mullida
que apestaba a after-shave, pero la mano se le quedó petrificada en el
bolsillo.
Bayón llegó a su casa poco después de que su familia se hubiera
retirado de la mesa. Devoró en solitario un plato de callos y después
entró en la cocina para servirse un cognac con un chorrito de café.
—¿Sabes lo que me ha dicho Juan?
—¿Qué Juan? —preguntó su mujer mientras aclaraba las copas de
vino.
—El chaval de Centella. Pues que le han prometido un puesto en
la lista de no sé qué sitio de mierda.
—Ay, me parece que no le conocí.
—Sí, mujer. Llevaba tres años conmigo. Crías un lechón desde
pequeño y un buen día te dice que se va a que le cuide otro.
La mujer de Bayón se percató de la importancia del tal Juan
Centella cuando su marido aludió a los estudios de la niña. Una de las
pocas cosas por las que estaba dispuesta a escuchar sin interrumpir era,
indiscutiblemente, el porvenir de su hija, que, a punto de acabar la
carrera, no tenía otro objetivo en el horizonte que obtener por la vía
rápida un puesto de becaria en la facultad de Administración y Dirección
de Empresas de la capital provincial.
—Ah, de los Centella. ¿Esos? ¿Los nuestros?
—Sí, hija, sí.
—¿Y ahora qué va a pasar? ¿Se enfadaron contigo? ¿Qué les
hiciste?
—Ya te lo he dicho, Rita. Al chaval le ofrecieron una cosa mejor.
—¿Cómo que mejor?
—Muy arriba en una lista en un pueblo «con proyección» del
Levante —explicó con sorna—. Pa mí que le han prometido darle
Urbanismo o algo así. Pero no te preocupes, no te pienses que los de esa
familia son los únicos que cortan el bacalao. Yo soy un Bayón, no lo
olvides.
Mostrar aplomo ante su esposa era la forma que tenía Bayón de
darse ánimos. Había cultivado la amistad de aquel chico como el hilo

34
QUE VIVA EL REY

conductor que unía al último ejemplar de la antigua estirpe de pequeños


caciques con las nuevas estructuras de poder. La desolación no se puede
esconder tan fácilmente, sobre todo cuando va acompañada de
remordimientos. El viejo cacique se repetía con amargura que podría
haber manejado el contratiempo con mucha más inteligencia, pero lo
que le irritaba era saber que lo podría haber manejado con humildad, que
es la inteligencia de los vasallos.
—No te preocupes, Rita. No me voy a conformar con ser como
uno de esos que solo tienen poder para adjudicar la construcción de
regaderus.
Sabía que acudir a su jefe directo no le daría, probablemente,
ningún fruto, así que decidió pensar a lo grande. La mejor opción que
pudo encontrar fue una rápida llamada a la Secretaría de Organización
de Democracia Social. Un mes después, Sancho Bayón se presentó para
una entrevista de un cuarto de hora con un personaje gris que dijo ser
subsecretario de Organización Territorial, que le recibió con una
bandeja de embutido cocido y una jarra de naranjada. Después de
felicitarse por la increíble proeza de la nueva Ley Orgánica de Educación,
Bayón destacó una serie de mejoras urbanas en su localidad, tales como
un semáforo que funcionaba con energía solar y que además
proporcionaba la potencia suficiente para abrir las puertas correderas de
la «OMAPEM»
—Qué bueno.
—Es la Oficina Municipal de Atención a las Personas Mayores.
—Sí, claro, claro.
—Entre otras cosas, por ejemplo, citaré la campaña «Hablemos
del mineralismo, ¡cojones ya!». ¿Se acuerda usted del «mineralismo»?
—Hombre, ¿cómo no me voy a acordar? Con lo gracioso que era
Jesús Gil.
—Es una campaña para redirigir los incentivos de la industria
minera del carbón hacia otros yacimientos, como la fluorita. Son cosas
como estas, el entusiasmo, las buenas ideas, el realismo, todo ello son
aportaciones que necesitan las instituciones regionales.
En cuanto se marchó, la secretaria recogió los restos de comida
y el subsecretario telefoneó a su jefa, Álvarez Pantano, para transmitir
sus conclusiones. «Tiene una forma de pedir que parece que da», le dijo

35
QUE VIVA EL REY

como resumen del encuentro. La secretaria de Organización opinó que


a este tipo nadie le debía ningún favor. Muy al contrario, su historial
aconsejaba mantenerlo en un discreto segundo o tercer plano.
—Su problema es que tiene una personalidad muy fuerte —
afirmó Josefina. Era una apreciación que le gustaba añadir cada vez que
debía pararle los pies a alguien demasiado entusiasta.

36
2

En opinión de Marián de Weinkotz, hacerse cargo de una criatura de


doce años en aquella residencia de verano era una pesadilla. La casa
nunca le había parecido cómoda y no dejó pasar la ocasión de hacérselo
saber a su marido. A pesar de su corta edad, la princesa Clotilde solía
recibir visitas continuamente y le gustaba perderse con sus amigas en la
abigarrada agrupación de las habitaciones. A veces pasaban horas antes
de que Marián, al borde de un ataque de nervios, se las encontrara
despachando sus juegos en una buhardilla mohosa o bien ocultas en la
penumbra de una vieja fresquera. La mayoría de las amigas procedían de
alguna rama de la familia que la reina había considerado extinta o
demasiado perdida como para incluirla en el árbol genealógico. Las
numerosas celebraciones, bodas, aniversarios y bautizos las habían
puesto fugazmente en contacto y Clotilde, la menos reservada de todos
los asistentes, se entretenía llenando su agenda veraniega. El rey ya no
podía tratar ningún asunto en sus vacaciones sin que un alboroto de
gritos y galopadas irrumpiera desde cualquier lugar, cosa que a los
visitantes ocasionales les parecía de lo más divertido. Cuando se le
agotaba la paciencia, Cayetano les daba permiso a las niñas para alejarse
hasta donde sus pies las llevaran. Marián, sin atreverse a llevarle la
contraria, les gritaba que permanecieran a la sombra. Después
desenfundaba los prismáticos y las mantenía bajo vigilancia o, si el calor
no apretaba, optaba por seguirlas en la distancia. Algunas veces, Clotilde
se dedicaba a burlar a su madre y se escondía en las escaleras del sótano

37
QUE VIVA EL REY

jugando a despistarla, escondida detrás de la hiedra, animando a sus


amigas a gritar barbaridades con voz impostada.
Últimamente, Cayetano llevaba advirtiendo al Gobierno de que
iba a desentenderse de los asuntos diplomáticos durante el tiempo de sus
vacaciones. El carácter del rey se había oscurecido, se había vuelto algo
melancólico y se paseaba a menudo escudriñando los muebles y las
paredes de la vieja casa. Ahí se hallaba la consola donde el príncipe de
Mónaco se había dejado su reloj justo antes de enseñarle una técnica de
judo bastante chapucera. Cayetano se acordó de la curiosidad infantil
con que había examinado el mecanismo casi tan transparente como una
tela de araña y empleó mucho más tiempo en pensar en ese recuerdo que
el que tardó el invitado en encontrar el lugar en que había dejado
olvidada su pequeña joya. En otra habitación, el heredero de Arabia
había rectificado una fotografía torcida justo antes de salir y hasta le
había guiñado un ojo. De los asuntos que se trataron solo le quedaba
alguna noción. En realidad, siempre se trataba de lo mismo con los
árabes. Todas aquellas cuestiones quedaban reducidas a una colección de
anécdotas en las que hasta las caras quedaban difuminadas. Las fotos
oficiales se guardaban en algún lugar del archivo y jamás se había
preocupado por volver a verlas. Tenía la impresión de que, en aquella
casa, nunca había tratado nada relevante para el país o, si lo había hecho,
no se lo había tomado demasiado en serio. En cualquier caso, Arias Pitín,
el jefe de la Casa Real, le recibiría a su regreso a Madrid dando por hecho
que el curso empezaría en la Zarzuela con el primer desayuno de
septiembre e ignorando lo que hubiera ocurrido los tres meses
anteriores. Ignorando, en definitiva, casi todo lo que ocurriera sin que él
estuviera presente. Por qué Arias permanecía siempre en Madrid y no se
iba de vacaciones era algo que nunca le había preguntado. Había venido
un par de veces a la residencia de verano y siempre renunciaba a pasar la
noche allí. La última vez que lo visitó, el rey lo había dejado en la
penumbra del estrecho vestíbulo mirando el cielo a través de un
ventanuco, esperando el final del chaparrón, golpeando suave y
rítmicamente con el anillo el vidrio de la mesita, haciendo gala de una
paciencia infinita.
Cuando anunciaron a Pablo Ruiz, Cayetano estaba sentado en
una butaca del salón, revisando los álbumes de fotos de la familia. A

38
Los autores

TORIBIO ESTÉBANEZ (seudónimo de Héctor Enrique González) es


escritor, guionista y director de documentales. Es colaborador de
la revista El Catoblepas de Nódulo Materialista y del DiarioRC.
Como director y guionista ha participado en el Festival
Internacional de Cine Golden Apricot de Yerevan 2010 con la
película Outskirts of an exhibition.

ÁNGEL SANTOFIMIA (seudónimo de Ángel González Sánchez).


Nacido en Madrid en 1993, es graduado en Sociología por la
Universidad Carlos III y analista político. Ha colaborado en la
revista El Catoblepas de Nódulo Materialista, en la página web
satírica Le Divine culture (2016) y es creador en Blogspot de
Romani, ite domum! (2012).

303
Índice

1 ........................................................................................................................ 9
2 ....................................................................................................................... 37
3 ...................................................................................................................... 54
4 ...................................................................................................................... 72
5 .......................................................................................................................91
6 .................................................................................................................... 119
7 ......................................................................................................................151
8..................................................................................................................... 193
9 .................................................................................................................... 231
10.................................................................................................................. 244
11 ...................................................................................................................262
12 .................................................................................................................. 289
Epílogo .........................................................................................................297
Los autores ...................................................................................................303

También podría gustarte