Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Que Viva El Rey Angel Santofimia y Toribio Estebanez Novela Parodia Política
Que Viva El Rey Angel Santofimia y Toribio Estebanez Novela Parodia Política
ÁNGEL SANTOFIMIA
TORIBIO ESTÉBANEZ
© 2022 Ángel Santofimia y Toribio Estébanez
Todos los derechos reservados.
que.viva.el.rey.novela@gmail.com
ISBN: 9798357404121
Portada y diseño: Afrendes
A la familia Trapisonda,
un grupito que es la monda
1
9
QUE VIVA EL REY
renovación del cauce del río, que incluía la construcción de una pequeña
zona de embarcaderos que ampliaban el tráfico fluvial del lago, apenas
cinco kilómetros río arriba, e inauguraban su conexión con la ciudad. No
fue difícil prever el valor potencial de las parcelas situadas en aquella
zona, sobre todo para los que tuvieron la suerte de poner sus oídos cerca
del alcalde Mendizábal en aquella memorable cena privada de mayo de
1995 en que decidió desvelar el que, en sus palabras, sería «el plan más
cojonudo desde el de Marshall».
Cada mañana, Venancio Gordo, que no había visto los
embarcaderos ni conocía a nadie que hiciera uso de ellos, atravesaba su
jardín, cruzaba la calle medio deshecha, repasaba con tiza un círculo en
lo que quedaba de asfalto, se situaba en su interior, levantaba el teléfono
y tomaba una fotografía que luego era archivada en una carpeta del
tamaño de un ladrillo. Últimamente, cuando tenía visita, la conversación
solía girar en torno a la creciente y alarmante inclinación del gran álamo
y Gordo exhibía la documentación con la actitud de quien enseña las
fotos de las vacaciones, recreándose en la evolución de la amenazante
masa arbórea.
Había intentado sujetar el gigantesco árbol con una soga, pero
resultó demasiado endeble frente al viento y las precipitaciones.
También había elevado varias quejas en la oficina de atención al
ciudadano sin recibir ni un acuse de recibo. Irritado, se presentó en la
radio local y se pasó la mañana explicando el problema a la entrada del
edificio hasta que le presentaron al encargado de los informativos. Hubo
varias llamadas telefónicas entre el periodista y la secretaria del alcalde
hasta que finalmente pasó el tiempo de las noticias y la radio dio su
jornada por acabada. Venancio Gordo, harto de esperar, acudió a la radio
una vez más, esta vez con un cuchillo mohoso y oxidado colgado del
cinturón, menos apropiado para un apuñalamiento que como agente
infeccioso. El arma y la impaciencia hicieron correr la voz de que un
lunático o, peor aún, un extremista había asaltado la emisora. Al
principio, incluso se habló de un comando formado por tres o cuatro
personas. Se rescató el historial de peleas entre Venancio Gordo y la
familia del alcalde y el presentador alegó que ellos no se iban a prestar a
la causa de venganzas personales. Un policía local lo sacó de allí. No
sirvió de nada explicarle que el asunto no tenía que ver con una venganza,
10
QUE VIVA EL REY
11
QUE VIVA EL REY
—Sí.
—¿Usted no se da cuenta de que esa instalación incurre en un
delito contra la seguridad vial?
—¿Quiere usted pasar, si es tan amable?
Tenía la intención de enseñarle el archivador con las fotos y se
dirigió a la estantería del salón. El otro no dejaba de hacer advertencias.
—Esto conlleva penas de hasta dos años de prisión. No me
enseñe usted nada, yo no he venido para que me cuente su vida. El asunto
irá por la vía penal. He venido para darle la oportunidad de retirar todo
eso antes de que venga la policía.
—Si viene la policía, mejor.
Esa misma tarde una pareja de la Guardia Civil de tráfico se
personó en el lugar y procedió a tomar nota del suceso. Acto seguido,
llamaron a la puerta de Gordo sin recibir respuesta. Se quedaron un
momento observando la casa de arriba abajo y finalmente se alejaron
agitando la cabeza, sin perder de vista la improvisada estructura de
apuntalamiento. A la semana siguiente, Gordo observó a través de la
ventana a un grupo de trabajadores de obras públicas cortando
tímidamente los distintivos fluorescentes. Empuñó una llave inglesa y
salió a espantarlos gritando amenazas de muerte. Más tarde, uno de ellos,
bastante joven, recordaba la impresión de encarar una máquina de
escupir insultos y unos ojos inyectados en sangre. Mientras trataban de
contemporizar, uno de ellos se metió en la furgoneta para telefonear a la
Concejalía. A los cinco minutos silbó a sus compañeros. «Venga, a
recogerlo todo». Gordo observó todas las maniobras sin moverse. Rosalía
le llamaba desde la ventana sin recibir respuesta. Cuando se fueron,
Venancio recogió los distintivos rotos y fue a buscar una grapadora.
—Oye, tú, si vuelve a acercarse alguien más al árbol, me llamas
inmediatamente, ¿está claro?
Por la tarde, dos policías urbanos se personaron en su casa y
Rosalía les explicó que estaba en la parcela. Cuando Venancio los vio
llegar, interrumpió la siembra y se quedó de pie esperando a que se
acercaran. Los dos agentes intentaron hacerle entrar en razón trayendo
a colación que no tendría fácil librarse de la cárcel si seguía con esa
actitud tan recalcitrante.
—Prometo reflexionar sobre ello.
12
QUE VIVA EL REY
13
QUE VIVA EL REY
14
QUE VIVA EL REY
15
QUE VIVA EL REY
16
QUE VIVA EL REY
Ahora no puede dejar esa experiencia atrás. Para Ruiz no hay nada más
ilusionante que un horizonte de rosas empuñadas meneándose. No pasa
mucho tiempo sin que recuerde la salida del mitin de aquel mágico
viernes dieciséis de octubre en que dio el último discurso antes de las
elecciones. El pabellón corría riesgo de derrumbamiento, había gente
encaramada en las gradas, la muchedumbre ansiaba escucharle en vivo.
Nadie quería perderse la oportunidad de participar en aquella campaña
histórica que pondría fin a diez años de un gobierno podrido por la
corrupción. El futuro presidente sentía en su propia carne el rugido
soberano de las masas, ilusionadas por enésima vez ante la expectativa
de un cambio de gobierno, y cada vez le parecía más incomprensible que
un pueblo con aquella fuerza no hubiera reaccionado antes para desalojar
a aquel gabinete del poder.
Su secreto era, pues, la calidez. Su arma, la oratoria. Había escrito
todos y cada uno de los discursos de sus mítines y en todas las ocasiones
dejaba a su fiel jefe de campaña tirándose de los pelos. «Un buen
hombre», dijo en una ocasión en privado, «un ser muy válido, pero
obsesionado con las estadísticas».
—Osvaldo, amigo: más allá de los fríos números hay algo que me
une a la gente y es por eso que llenan auditorios para oírme.
La respuesta de Osvaldo era el silencio y un gesto de admiración,
única reacción posible debido al estrés, el cansancio y el inopinado éxito
de la jornada.
Las palabras del informe bailaban delante de sus ojos y encendió
un flexo. La soledad se palpaba fuera del círculo luminoso de la
habitación. Ni un ruido en una casa normalmente agitada por el bullicio
a esa hora de la tarde. Se asomó a la ventana. El denso jardín trasero de
la Moncloa se perdía ya en la penumbra. Los pasillos también estaban
oscuros. «¡Lorenzo!» se aventuró a gritar por el hueco de la escalera. No
oyó ni el más leve sonido. Bajó la escalera sonriendo, el misterio le
divertía. Le resultaba tanto más agradable por darle pie para apartarse de
la tediosa tarea. «¡Chicos! ¿Dónde andáis?». Al llegar al primer piso cobró
plena conciencia de que estaba solo en la casa y de lo que eso significaba.
Era un presidente del Gobierno desprotegido. El pulso se le aceleró
imaginando individuos cubiertos de pies a cabeza descendiendo por
todas las paredes, introduciéndose por cada hueco de las estructuras.
17
QUE VIVA EL REY
Como no tenía nada claro si sería más seguro situarse en la planta elevada
o bien permanecer en la baja, se quedó sobre el primer escalón,
balanceándose penosamente hacia atrás y adelante sin acabar de
decidirse, procurando amortiguar el ruido de sus pies. Al fin, optó por
subir: en todas las películas los buenos huyen por la azotea. Volvió al
despacho. La luz ya no estaba encendida y Ruiz soltó un leve gemido
angustioso. Moviendo la cabeza en todas las direcciones, se acercó a una
de las ventanas para vislumbrar la presencia de los agentes. Apartó
despacio la cortina desde un lateral para evitar ser detectado. Se trasladó
a la habitación contigua con grandes dificultades, todo lo rápido que
pudo mientras mantenía la espalda pegada a la pared. Observó el área
dominada por las ventanas traseras. Parecía que todo había sido
abandonado. En un rincón de la habitación, una lámina cóncava rosácea
se movía ligeramente. Se acercó. Era una máscara que le resultó muy
familiar. Sus propios rasgos estaban moldeados en el interior. El exterior
llevaba impreso un logotipo en el que se mezclaba la rosa de Democracia
Social con la hoz y el martillo. Su inconsciente en ese momento no
procesó bien aquel símbolo y creyó estar delante del logotipo de Chivas
Regal. Con una sacudida levantó el papel de la cara y el crujido lo aturdió.
Desacopló la nuca dolorida del reposabrazos. Un hilillo de saliva
descendía desde la comisura sobre la tapicería. La luz estaba encendida.
Se incorporó con alivio y lo primero que hizo fue dirigir una mirada al
rincón. Dejó el informe sobre el sofá. «Ya verás que risa cuando… Mejor
no lo cuento. Qué tontería».
Ruiz se asomó a la cocina y ordenó que le subieran una cafetera.
Se aseguró de que la chica veía su sonrisa y no se retiró de allí hasta que
ella se la devolvió. Subió a su despacho habiendo recuperado la
tranquilidad y decidido a dedicar lo que quedaba del día a la reforma
educativa. En cualquier caso, se trataba de un proyecto que necesitaba
mucho tiempo y, ante todo, reflexión. No era cuestión de una tarde ni
tampoco de un examen, sino de un trabajo largo y continuo. Se trataba
de escuchar y aprender, escuchar a la comunidad educativa, a los padres
y también a los niños, los grandes olvidados de la política. Algo tendrían
que decir de un tema que tanto les afectaba.
La tarde siguiente, Ruiz saludó a la secretaria de Organización y
al jefe de su Gabinete con el optimismo inconsciente con el que uno se
18
QUE VIVA EL REY
19
QUE VIVA EL REY
20
QUE VIVA EL REY
21
QUE VIVA EL REY
22
QUE VIVA EL REY
23
QUE VIVA EL REY
24
QUE VIVA EL REY
25
QUE VIVA EL REY
Poco después, Ruiz cerró una carpeta y se levantó para darles una
mano blanda a Santiago y a Carmen. Los dos se dirigieron a la puerta con
gesto satisfecho. «A este en el colegio le metían petardos bajo el pupitre
y alfileres en la tortilla. ¿No te has fijado cómo mira a la ministra
buscando su aprobación? Se le nota a la legua que era la mascota de los
mayores de secundaria», apreció Carmen mientras salían por la puerta.
Juárez se reía sujetándose las costillas imaginándose al presidente de crío,
hablando con voz gangosa.
Una vez solos, la ministra persiguió a su presidente hasta su
despacho. Se deshizo en apreciaciones entusiastas sobre el futuro
acuerdo. Nunca sospechó que el Gobierno pasaría ese trago tan
fácilmente. Le preguntó a Ruiz si pensaba que aquella sería la ley
definitiva, la última ley de Educación del país, aquella que quedaría
escrita en piedra durante generaciones junto a su nombre: ministra
Castilla. Pero el presidente Ruiz recorrió velozmente los pasillos del
Palacio Presidencial pendiente solo de la pantalla de su teléfono móvil.
«Verás como sí», afirmó sin demasiada convicción.
Osvaldo le había apuntado el número de la sede del partido en
Almeida, pero no había manera de encontrar aquel papelajo entre tantos
documentos. Rebuscando, se topó con una revista bélica que llevaba
tiempo queriendo leer. Se puso a ojearla y le dieron casi las dos. Cuando
ya empezaban a pesarle los párpados, se fijó en un post-it adherido a la
pantalla del ordenador. Marcó el teléfono y le pusieron en contacto con
Manuel Centella. Al principio, el concejal se mostró enormemente
sorprendido. Parecía que no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.
«¿Escraches? ¿Qué es eso? ¿De qué pegatinas me hablas?»
—Eso es lo que me han contado. Obviamente, al principio no di
crédito porque no es serio. Me parecería increíble que un
socialdemócrata hiciera esas cosas. De todas formas, yo sé que eres
solvente y versátil y no te tengo que explicar cómo es esto de la política.
A veces hay que hacer sacrificios…
—¿Sacrificios?
—No, a veeeer. Entiéndeme. Aquí nadie va a sacrificar a nadie.
Lo único que digo es que puedes ser útil en muchos sitios.
—Sinvergüenza —susurró Centella.
—¿Cómo dices?
26
QUE VIVA EL REY
27
QUE VIVA EL REY
28
QUE VIVA EL REY
29
QUE VIVA EL REY
30
QUE VIVA EL REY
31
QUE VIVA EL REY
32
QUE VIVA EL REY
33
QUE VIVA EL REY
¿Quieres que hablemos con el secretario del partido en ese pueblo al que
vas? A lo mejor no le hace mucha gracia oírte.
Juan Centella se quedó con ganas de golpear aquella cara mullida
que apestaba a after-shave, pero la mano se le quedó petrificada en el
bolsillo.
Bayón llegó a su casa poco después de que su familia se hubiera
retirado de la mesa. Devoró en solitario un plato de callos y después
entró en la cocina para servirse un cognac con un chorrito de café.
—¿Sabes lo que me ha dicho Juan?
—¿Qué Juan? —preguntó su mujer mientras aclaraba las copas de
vino.
—El chaval de Centella. Pues que le han prometido un puesto en
la lista de no sé qué sitio de mierda.
—Ay, me parece que no le conocí.
—Sí, mujer. Llevaba tres años conmigo. Crías un lechón desde
pequeño y un buen día te dice que se va a que le cuide otro.
La mujer de Bayón se percató de la importancia del tal Juan
Centella cuando su marido aludió a los estudios de la niña. Una de las
pocas cosas por las que estaba dispuesta a escuchar sin interrumpir era,
indiscutiblemente, el porvenir de su hija, que, a punto de acabar la
carrera, no tenía otro objetivo en el horizonte que obtener por la vía
rápida un puesto de becaria en la facultad de Administración y Dirección
de Empresas de la capital provincial.
—Ah, de los Centella. ¿Esos? ¿Los nuestros?
—Sí, hija, sí.
—¿Y ahora qué va a pasar? ¿Se enfadaron contigo? ¿Qué les
hiciste?
—Ya te lo he dicho, Rita. Al chaval le ofrecieron una cosa mejor.
—¿Cómo que mejor?
—Muy arriba en una lista en un pueblo «con proyección» del
Levante —explicó con sorna—. Pa mí que le han prometido darle
Urbanismo o algo así. Pero no te preocupes, no te pienses que los de esa
familia son los únicos que cortan el bacalao. Yo soy un Bayón, no lo
olvides.
Mostrar aplomo ante su esposa era la forma que tenía Bayón de
darse ánimos. Había cultivado la amistad de aquel chico como el hilo
34
QUE VIVA EL REY
35
QUE VIVA EL REY
36
2
37
QUE VIVA EL REY
38
Los autores
303
Índice
1 ........................................................................................................................ 9
2 ....................................................................................................................... 37
3 ...................................................................................................................... 54
4 ...................................................................................................................... 72
5 .......................................................................................................................91
6 .................................................................................................................... 119
7 ......................................................................................................................151
8..................................................................................................................... 193
9 .................................................................................................................... 231
10.................................................................................................................. 244
11 ...................................................................................................................262
12 .................................................................................................................. 289
Epílogo .........................................................................................................297
Los autores ...................................................................................................303