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CAPITULO 12

Cuando dejamos el hermoso palacio del poeta Iezid, faltaba poco para la hora del “ezzan”.
Al pasar por el “marabú” de Ramir oí el suave gorjeo de un pájaro entre las ramas de una
vieja higuera.
- Es, con seguridad, uno de los libertos de hoy –observé-. Reconforta oírlos traducir en
melódicos cantos, la alegría de la libertad reconquistada.
Beremís, sin embargo, en aquel momento nos se preocupaba por el canto del pájaro.
Absorbía su atención un grupo de pequeños que se divertían en la calle, a corta distancia.
Dos de ellos sostenían, por los extremos, un trozo de cuerda fina que debía tener catorce
o quince palmos de extensión. Los otros trataban de trasponer de un salto, la cuerda,
colocada más o menos alta, conforme a la agilidad del saltador.

El total obtenido sería, pues, de 25 denarios. Sin embargo, al llegar a la feria, una duda me
acometió: Si yo vendo primero los melones caros, pensé, peco de imparcialidad, y si vendo
los más baratos primero, encontraré dificultad para colocar los otros. Lo mejor será que
venda las dos partidas, al mismo tiempo.

CAPITULO 13
Cuatro días después, por la mañana, se nos informó que seríamos recibidos en solemne
audiencia por el califa Abul-Aabas-Ahmed Al-Motacen Billah, Emir de los Creyentes,
Vicario de Alah.
Aquella comunicación, tan grata para cualquier musulmán, fue recibida por Beremís y por
mí con verdadera ansiedad.

Varias arcadas superpuestas, formando curvas armoniosas, y sostenidas por altas y


delgadas columnas esculpidas, tenían sus basamentos ornados con finísimos mosaicos.
Pude notar que esos mosaicos estaban formados por fragmentos de loza blanca y
bermeja, alternando con franjas de estuque.

El infiel dirá que se trata de simples coincidencias. Sin embargo, aquel que cree en Dios y
tiene la dicha de seguir las enseñanzas del Santo Profeta Mahoma (¡con Él en la oración y
en la paz!), saben que las llamadas coincidencias no serían posibles si Alah no las
describiese en el libro del Destino. Afirmo, pues, que el calígrafo, al descomponer el
número 504 en dos porciones (220 y 284), escribió sobre la Amistad un poema que eleva a
todos los hombres de alma noble y espíritu claro.
Al oír las palabras del calculista, el califa quedó extasiado. Resultaba extraordinario.
Resultaba extraordinario que aquel hombre contase, de una mirada, las 504 palabras de
los 32 versos y que, al contarlas, verificase que había 220 en negro y 284 en letras rojas.

CAPITULO 14
Después que el jefe Nuredin Zarur –el emisario del rey- partió en busca del calígrafo que
dibujara las 504 palabras de las leyendas de la Sala de Audiencias, entraron en ella cinco
músicos egipcios que ejecutaron, con gran sentimiento, las más agradables canciones y
melodías árabes. En cuanto los músicos hicieron vibrar sus laúdes, arpas cítaras y flautas,
dos graciosas bailarinas djalcianas61, para mayor entretenimiento de todos, danzaron
sobre una gran tarima circular. Era asombrosa la semejanza que se observaba entre las
dos jóvenes esclavas.

Sin embargo, me parece relativamente fácil – añadió el calculista- distinguir a


Iclinia de su hermana Tabessan, basta reparar en la hechura de los trajes de
ambas.
- ¡Cómo! –dijo el sultán-. Por los trajes no se podrá descubrir la menor
diferencia, pues determiné que ambas usasen velos, blusas y mhazmas 67
rigurosamente iguales.

CAPITULO 15
Nuredin no fue favorecido por la suerte al ir a desempeñar su misión. El calígrafo que el
rey quería interrogar con tanto empeño sobre el caso de los “números amigos”, no se
encontraba más en la ciudad de Bagdad.
A relatar las medidas que tomara para dar cumplimiento a la orden del califa, habló así el
noble musulmán:
- Salí de este palacio, acompañado por tres guardias, hacia la mezquita de Otman (Alah la
ennoblezca cada vez más). Me informó un viejo “imman”, que vela por la conservación del
templo, que el hombre que buscaba había, efectivamente, residido algunos meses en una
casa próxima. Pocos días antes, sin embargo, salió para Basora, con una caravana de
vendedores de tapices y velas. Supe también que el calígrafo (cuyo nombre el “imman”
ignoraba) vivía sólo, y que raras veces dejaba la pequeña y modesta habitación en que
moraba. Creí necesario examinar esa habitación, en procura de algún indicio que facilitase
la pesquisa.

CAPITULO 16
Difícil, será descubrir, dada la vaguedad de los documentos antiguos, la época exacta en
que vivió y reinó en la India un príncipe llamado Iadava, dueño de la provincia de Taligana.
Sería injusto, sin embargo, ocultar que el nombre de ese soberano es mencionado por
varios historiadores hindúes, como el de uno de los monarcas más generosos y ricos de su
tiempo.
A todos causó gran alegría el acto de magnificencia del soberano de Bagdad. Los
cortesanos que permanecían en la Sala de Audiencias eran todos amigos del visir Maluf y
del poeta Iezid; era, pues, con simpatía, que oían las palabras del calculista persa, por
quien se interesaban vivamente.

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