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LA GENERACIÓN DEL METRO

Vicente Quirarte

Gilberto Owen y Federico García Lorca llegaron a Nueva York con escasa diferencia, en
julio de 1928 y junio de 1929, respectivamente. De entrada, ambos tenían actitudes diversas
y buscaban diferentes cosas en ese espacio común. El granadino, a quien le interesaban
muchas cosas menos aprender inglés, se encerró a dibujar y a escribir los poemas del “otro”
Lorca, contenidos en el libro más sólido del surrealismo español. Owen llegaba con una
herida amorosa, una sed de alejamiento y la avidez de conocerlo todo.

Entre cartas de amor a Clementina Otero y diálogos epistolares con los


Contemporáneos, excursiones a las cataratas del Niágara, atención a marineros que
solicitaban visa, Owen aprendió a querer el ferrocarril subterráneo de Nueva York, cuando
descubrió que era también Contemporáneo. En carta del 22 de abril de 1929 a Xavier
Villaurrutia comenta: “Quisiera presentarte a mi subway. Tenemos la misma edad, dicen unos
carteles que he visto, nacidos tú, él, Salvador y yo en 1904, déjame decirnos generaciones de
subweyes, fácilmente muertos”. Más allá de la confesión y la ironía, la excursión subterránea
es una metáfora generacional: nadie como él gambusino Owen para descifrar el sentido de
ese descenso a las entrañas de la tierra.

En 1935 Novo publica El continente vacío, donde testimonia su estancia en Nueva


York. Allí aprendió, como Owen, “ya para siempre que el subway y la cafetería son estados
de conciencia que trascienden mi ‘implejo’, como le llama Valery”. Novo aun vivió para ver
en 1970 los primeros convoyes del metro, nuevo habitante de nuestra ciudad. Efraín Huerta,
uno de sus más asiduos usuarios, se apresuró a incorporarlo a su inventario poético.
Actualmente ¿quién no ha escrito algún texto sobre el metro? Imposible escapar a la
sensación de mirarse en los otros y parecer parte de una masa pintada por Edvard Munch o
José Clemente Orozco, donde el ángel guardián se ha dormido. Nos dice Owen: “y no hay al
frente una frente que nos justifique habitantes de un eco en sueños/ sino un sonámbulo ángel
relojero que nos despierta en la estación precisa”.
El tren subterráneo que en Londres es un venerable abuelo más que centenario, en
nuestra ciudad se halla en plena juventud. Sus contemporáneos pululan por los túneles de esa
otra ciudad subterránea. Alguna vez, en su cotidiano descenso al Hades que resume las
contradicciones de una ciudad que es el país que es el mundo, se encontraran con los letreros
donde consta que el metro es su contemporáneo. Ya para entonces ese joven sabrá que una
cosa es leer en Ezra Pound su descubrimiento de un rostro anónimo entre la multitud del
metro, y otra la experiencia de descubrir ese rostro que ya no veremos más.

¿Que determinará a esa “Generación del Metro”? ¿Quiénes serán sus héroes y sus
símbolos? Difícil predecirlo. Las cosas cambian a la velocidad con que la calzada de Tlalpan
se vuelve subterránea y la estación Pino Suárez transforma su nombre a Zócalo. Lo enseñaron
las pasiones radicales de los veintes: no hay tiempo que perder. Subirse sobre la marcha al
tren vertiginoso; ser capaces de asir lo que llega es lo único que tenemos en las manos. Así
lo advirtió Turner cuando supo ver y representar el dinamismo de humo, luz y velocidad que
el ferrocarril incorporaba a la pintura, del mismo modo en que Monet hizo de las estaciones
ferroviarias un escenario antes inédito.

Entre nosotros, Ricardo Angúa plasma sus ensoñaciones diurnas a bordo de los
avioncitos que aborda en cuanto el metro lo acoge y lo deja en la estación Portales; sus
demonios que evocan judas en peseros son parte del universo que los viajes reales otorgan a
los viajes imaginarios. Arturo Trejo madura su mitología de un Ulises muy específico: el que
baja en la estación Bondojito y deja el mármol de los andenes para internarse en una terra
incógnita cuyo recorrido es siempre distinto; José Francisco Conde canta a la muchacha del
metro, en homenaje a la muchacha huertiana que “trae la manzana del día en la minifalda”.

La paradoja de Chesterton es más actual que nunca en cualquiera de nuestros viajes


subterráneos. Recordemos la en la versión de Alfonso Reyes: “El artista niega todo gobierno,
acaba con toda convención. Sólo el desorden place al poeta. De otra suerte, la cosa más
poética del mundo sería nuestro tranvía subterráneo”. Es una de las cosas más poéticas del
mundo, responderá quien descubre que el metro es tan joven y amargo, tan veloz e impaciente
como él.
REFERENCIA

QUIRARTE, Vicente. “La generación del metro” en Fundada en el tiempo. Aires de varios
instrumentos por la Ciudad de México. UNAM, México, 2014, pp. 136-138.

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