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Durante el día
un viento frío
secó el barro
secó las ropas
secó la tela de la hamaca.
En vano.
Nadie iría a sentarse allí
junto a los altos yuyos
enhiestos.
Ahora
otra vez noche.
Hace tres días que te has ido.
Todavía están tus libros sobre la mesa
y ya
una casi imperceptible capa de tierra
los cubre.
Antes
cuando tu cara estaba cerca de la mía
mi mirada la recorría como se recorre un jardín
se detenía en cada detalle
–ampliándolo reteniéndolo–
una flor entreabierta
una cerrada
una hoja seca caída
una gota.
Era de esa manera como entrabas en mi vida:
entraba tu ojo más próximo
su color ágata
apenas bordeado por pestañas.
Entraba el perfil de tu nariz
tu mejilla imberbe una
cicatriz una oreja
casi tapada por el pelo castaño
el cuello claro.
Ahora
cuando al atardecer oyendo
cantar a las chicharras toco
mi cuello ya no está el collar.
Recuerdo aquel jardín:
es un jardín que ya no tiene patria.
Una niebla
que no es la del otoño
rodea los objetos
hasta hace un instante cotidianos:
los alimentos de la cena
en la bandeja
junto a los cigarrillos
la taza vacía de té.
Me ahoga.
Es como un millón de plantas infectas
que de golpe crecieran
quitándome el aire.
No.
Como un parásito alojado en mí.
Lo acuno.
Con cada beso que me da
mata un poema.
Compatriotas,
júzguenlas con benevolencia.
I
Ahora lo sé.
Lo que nos ataba
era una cinta de seda.
¿Quién escribe
en una cinta
una historia amorosa?
Ahora es como el rosario
que cae al suelo con estruendo
desde las manos del muerto.
Ahora lo veo.
Esa frágil cinta
era nuestro orden.
Pero cuando la rompiste fue
como haber estado sujetos con cadenas.
¡Cuántas marcas
en mis manos
que hasta hace un año
tejían alegremente!
II
Es octubre.
Tus pasos
ya no resuenan en el patio
donde –¿no es extraño?–
las plantas que hace un año
plantamos juntos
florecen.
Es octubre
y en la modesta
escenografía de mi casa
los roles que me diste
se mezclaron:
He aquí que Yocasta
teje apacible
–la cabeza gacha–
y la pobre Penélope
–borracha–
trata –iracunda–
de seducir a sus hijos.
Mi cuerpo
Y no sé si soy yo
o es mi fantasma
que ha entrado en él
por error.
Todavía lo uso.
Ahora para medir
mi tiempo sin padre.
A veces es tímida
y cubre sólo la base
como una mujer arrodillada
que abraza las piernas de un hombre.
Y a veces –qué deseo
y qué orgullo caben en ella–
cubre no sólo el muro
sino toda la casa.
II
Todo amor nace
a partir de una pequeña confusión.
Nadie puede decir con certeza
si es el muro el que sostiene a su enamorada
o es la enamorada
la que sostiene el muro.
Y todo amor crece
a partir de pequeñas carencias:
La enamorada del muro no florece.
Tampoco el muro.
III
Visto desde afuera
la impresión general es de una gran belleza.
¿Pero quién puede alejarse para mirar
cuando está enamorado?
El muro no ve el hermoso conjunto.
Ve pequeños tentáculos
que se clavan en él.
La enamorada ve el muro descarnado.
“El es el hueso que me da forma.
Yo soy la carne que le da vida”.
IV
Vampiro en el jardín
No hay culpa
en la pasión.
En sí misma
Un muro no habla.
No escribe cartas.
No florece.
“No es eso
hija
lo que te enamora.
No es muro.
Es tu esplendor”.
La aplasté en el patio.
II
Aprender de la dignidad del gato.
Mata la laucha
pero no se la come.
III
Porque ya no hablamos
me creo liberada de nuestra unión.
Es ingenuo.
IV
Cuando pienso en la felicidad que me diste
me pregunto si no me comporté como el perro.
Mira agradecido
al que le tiró un hueso.
V
Molesto
Zumbo.
Pico.
Soy como el mosquito
cuando me enamoro.
No.
El hermoso verano
no ha terminado aún.
Nos queda un mes para estarse en los patios
y descalzarnos
mientras charlamos
de esto y aquello
sin ton ni son.
Todavía habrá hombres de brazos tostados
en las calles
de la ciudad envuelta por la noche
brotada toda
como un lazo de amor.
No.
No me sostengas que no voy a caerme.
Sólo se caen las estrellas fugaces
y yo –te dije–
quiero permanecer.
De allí
esos largos silencios
en nuestras conversaciones.
El nunca
Mi hija no sabe
qué silencio cae sobre la casa
cuando ella sale.
Volví a guardarlo.
La vida es sueño
(la muerte de Kiwi)
Como la erika
que antes de secarse
produce un hijo.
Como el sauce
inclinado
hacia el río quieto.
Manos desconocidas
revolvieron el césped
donde escribí palabras.
Soy hosca
como el cactus.
Del libro Profesión: sus labores (2016)
Yo
no pienso leerlas.
Sólo admiro
la belleza del cofre.
Mis emociones
me inundarán
como un río.
En la tierra hundí
la raíz de una enredadera.
La enredadera empezó a crecer.
Yo
desnuda en el patio de mi casa
me apoyé en un árbol.
Como nadie me ve
nadie más me hará daño.
Si la comemos al mediodía
su olor impregna nuestro aliento hasta la noche.
Y esa tarde
–habitados–
no podemos besar a nadie.
*Frase que me dijo un emisario de Juanele Ortíz, Alfredo Veiravé, de paso por mi casa.
Su pequeña hija
crecía sin ella
prescindía de ella.
Había guardado
un ovillo de lana roja
que desteñía.
2) Como en Bichos en mi casa y Vegetal, comparate en tu poema con un animal o una planta y
desarrollá la comparación.
3) Empezá tu poema con los versos: Ahora lo sé. / Lo que nos ataba / era…
Las consignas son posibles disparadores de escritura: están para romperse. Ojalá te inviten a
escribir mucho. En cada encuentro trabajaremos un solo poema por persona, que no supere
las dos carillas. Elegí cuál querés que revisemos juntes y subilo a la carpeta que te enviaremos
el día anterior.