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PROLOGO Aunque por la natural envidia de los hombres haya sido siempre tan peligroso descubrir nuevos y originales procedimientos como mares y tierras desconoci- dos, por ser més facil y pronta la censura que el aplauso para los actos ajenos, sin embargo, dominaéndome el deseo que siempre tuve de ejecutar sin consi- deracién alguna lo que juzgo de comin beneficio, he determinado entrar por via que, no seguida por nadie hasta ahora, me seré dificil y trabajosa; pero creo me proporcione la estimacién de los que benignamente aprecien mi ta- rea Sila pobreza de mi ingenio, mi escasa experiencia de las cosas presentes y las incompletas noticias de las antiguas hacen esta tentativa defectuosa y no de grande utilidad, al menos ensefiaré el camino a alguno que con més talento, instrucci6n y juicio realice lo que ahora intento, por lo cual si no consigo elo- gio, tampoco mereceré censura. Cuando considero la honra que a la antiguédad se tributa, y c6mo muchas veces, prescindiendo de otros ejemplos, se compra por gran precio un frag- mento de estatua antigua para adorno y lujo de la casa propia y para que sirva de modelo a los artistas, quienes con gran afén procuran imitarlo; y cuando, por otra parte, veo los famosos hechos que nos ofrece la historia realizados en los reinos y las repdblicas antiguas por reyes, capitanes, ciudadanos, legislado- res, y cuantos al servicio de su patria dedicaban sus esfuerzos, ser mas admira- dos que imitados o de tal suerte preteridos por todos que apenas queda rastro de la antigua virtud, no puedo menos de maravillarme y dolerme, sobre todo observando que en las cuestiones y pleitos entre ciudadanos, o en las enferme- dades que las personas sufren, siempre acuden a los preceptos legales 0 a los remedios que los antiguos practicaban. Porque las leyes civiles no son sino sentencias de los antiguos jurisconsultos que, convertidas en preceptos, ense- fian cémo han de juzgar los jurisconsultos modernos, ni la medicina otra cosa que la experiencia de los médicos de la antigdedad, en la cual fundan los de ahora su saber. 299 Mas para ordenar las repdblicas, mantener los estados, gobernar los reinos, organizar los ejércitos, administrar la guerra, practicar la justicia, engrandecer el imperio, no se encuentran ni soberanos, ni repiblicas, ni capitahes, ni ciudadanos que acudan a ejemplos de la antigtiedad; lo que en mi opinién procede, no tanto de la debilidad producida por los vicios de nuestra actual educacién, ni de los males que el ocio orgulloso ha ocasionado a muchas na- ciones y ciudades cristianas, como de no tener perfecto conocimiento de la historia o de no comprender, al leerla, su verdadero sentido ni el espiritu de sus ensefianzas. De aqui nace que a la mayorfa de los lectores les agrada enterarse de la va- tiedad de sucesos que narra, sin parar mientes en imitar las grandes acciones, por juzgar la imitaci6n, no sélo dificil, sino imposible; como si el cielo, el sol, los elementos, los hombres, no tuvieran hoy el mismo orden, movimiento y poder que en la antigtiedad. Por deseo de apartar a los hombres de este error, he juzgado necesario escribir sobre todos aquellos libros de la historia de Tito Livio que la injuria de los tiempos no ha impedido llequen a nosotros, lo que acerca de las cosas anti- guas y modernas creo necesario para su mejor inteligencia, a fin de que los que lean estos discursos mfos puedan sacar la utilidad que en la lectura de la historia debe buscarse. Aunque la empresa sea dificil, sin embargo, ayudado por los que me indu- cen a acometerla, espero llevarla a punto de que a cualquier otro quede breve camino para realizarla por completo. Libro Segundo Prélogo Alaban siempre los hombres, y no siempre con raz6n, los antiguos tiempos y censuran los presentes, mostrandose tan partidarios de las cosas pasadas que no sélo celebran lo conocido inicamente por las narraciones de los escri- tores, sino lo que, al llegar a la vejez, recuerdan haber visto en su juventud. Estas opiniones son muchas veces erréneas, y, en mi concepto, se fundan en varias causas. En la primera el no conocerse por completo la verdad respecto a los sucesos antiguos, ignoréndose las més veces lo que podria infamar aquellos tiempos, mientras lo que les honra y glorifica es referido en términos pomposos y con grandes ampliaciones. La mayorfa de los escritores obedecen de tal suerte ala fortuna de los vencedores que, por enaltecer sus victorias, no slo exageran lo que valerosamente hicieron, sino hasta la resistencia de sus enemigos; de mo- do que los descendientes de los vencedores y de los vencidos tienen sobrados motivos para maravillarse de aquellos hombres y de aquellos tiempos y se ven obligados a elogiarlos y a amarlos. La segunda causa consiste en que el odio en los hombres nace, o de temor 0 de envidia, y no lo pueden inspirar los sucesos antiguos, que ni tenemos ni envidiamos. Pero lo contrario sucede con lo que se estd viendo y manejando 300 sin desconocer pormenor alguno, asf los buenos como los desagradables, cosa que obliga a estimar los tiempos actuales muy inferiores a los antiguos, aunque en verdad merezcan los presentes mayor elogio y fama que los pasados. No me refiero en esto a las obras de arte, cuyo valor es tan notorio que el transcurso del tiempo apenas aumenta o disminuye su mérito real y positivo, sino a la vida y costumbres de los hombres, que no ofrecen tan claros testimo- nios. Repito, pues, que es indudable la costumbre de alabar lo antiguo y censurar lo moderno, sin que en ello se incurra siempre en un error, pues a veces, por el perpetuo movimiento ascendente o descendente de las cosas humanas, re- sultan los juicios exactos. Se ve, por ejemplo, una ciudad o un estado bien or- ganizados politicamente por un buen legislador; cuyo talento les hace caminar hacia la perfecci6n: en tal caso los que viven en dicho estado y alaban més los tiempos antiguos que los modernos se engafian, causando su error los motivos antes mencionados. Pero los que nacen en el mismo estado cuando ya se en- cuentra en decadencia y en él predomina el mal, no se equivocan. Reflexionando yo en la marcha de las cosas, creo que el mundo siempre ha sido igual, con los mismos males y con idénticos bienes, aunque variando los bienes y los males de pueblo en pueblo. Asf se advierte por las noticias que de los antiguos reinos tenemos, los cuales sufrieron cambios por la variacién de las costumbres, continuando el mundo lo mismo. La diferencia consistia en que las virtudes existentes al principio en Asiria pasaron a la Media y después a Persia, de donde vinieron a Italia y Roma; y si al imperio romano no siguié ningin otro que fuera duradero y en el que el mundo concentrara las virtudes, en cambio se distribuyen éstas entre muchos pueblos que llegaron a un estado floreciente, como el reino de los franceses, el imperio de los turcos, el de Sol- dan de Egipto, y hoy dfa las naciones de Alemania; y antes de todos éstos los sarracenos, que realizaron tan grandes cosas y ocuparon tan extenso territorio, después de destruir el imperio romano de Oriente. En las naciones y pueblos nacidos de las ruinas del imperio romano conti- nué la antigua virtud, y en parte de ellos atin existe y es digna de las alabanzas que se le tributan. Los que nacen en estos pueblos y prefieren los tiempos pa- sados a los presentes pueden engafiarse, pero quien nace en Italia o Grecia y no llega a ser en Italia ultramontano o en Grecia turco, motivos tiene para quejarse de estos tiempos y preferir los antiguos, porque en los antiguos hay muchas cosas que le maravillan y en los actuales nada le compensa de tan gran miseria, infamia y vituperio; porque ni se practica la religién, ni se cumplen las leyes, ni se observa la ordenanza militar; manchando todas las conciencias los vicios mas repugnantes, vicios tanto més detestables cuanto que sobresalen en los que forman los tribunales, o ejercen autoridad, o preten- den ser adorados. Pero volviendo a nuestro asunto, digo que los hombres se engajian al creer mejores unos tiempos que otros, porque de los antiguos no pueden tener tan perfecto conocimiento como de los presentes. Los ancianos que prefieren los de su juventud a los de su vejez, parece que no debieran equivocarse, porque ambos los conocen bien; y asf seria si los hombres conservaran toda su vida el 301 mismo juicio y tuvieran las mismas pasiones; pero variando aquél y éstas, yno el tiempo, no puede parecerles éste lo mismo cuando llegan a tener otros gus- tos, otros deseos y otras consideraciones en la vejez que en la juventud.*Con la edad van perdiendo los hombres las fuerzas y aumentando su prudencia y su juicio, y necesariamente lo que les parecia en la juventud soportable y bueno, en la ancianidad lo tienen por malo o insufrible; no es, pues, el tiempo lo que cambia, sino el juicio. Siendo, ademés, los deseos del hombre insaciables, Porque su propia natu- taleza le impulsa a quererlo todo mientras sus medios de accién le permiten conseguir pocas cosas, resulta continuo disgusto en el entendimiento humano, desdén por lo poseido y, como consecuencia, maldecir los tiempos presentes, elogiar los pasados y desear los futuros, aunque para-ello no tengan motivo al guno razonable. No sé si debo figurar yo mismo entre los que se equivocan al elogiar tanto en este libro los tiempos de los antiguos romanos y al censurar los nuestros; ycier- tamente si no fuesen tan claras como el sol las virtudes que entonces impera- ban y los vicios que ahora reinan, serfa més parco en mis afirmaciones, teme- toso de incurrir en el mismo error que en otros advierto; pero siendo la cosa tan evidente, me atreveré a decir con toda claridad lo que pienso de aquellos y de estos tiempos, para que los j6venes lectores de mis escritos puedan abomi- nar los actuales y disponerse a imitar los antiguos, si las vicisitudes de la fortuna les dan ocasién a ello; porque es deber de hombre honrado ensefiar a los de- més el bien que por la malignidad de los tiempos y de su suerte no ha podido realizar. Acaso, siendo muchos los capaces de hacerlo, alguno mas amado del cielo pueda ejecutarlo. Y habiendo hablado en el libro precedente de los actos de los romanos rela- tivos a su régimen interior, discurriremos en éste de lo que hicieron para en- sanchar su dominaci6n. 302

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