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UN LOCO DE MIERDA por Marco d'Alunzio

Me acabo de despertar. Miro el reloj. Son las doce y media del mediodía. Me
despertaron mis gatas Negrita y Malena que se me subieron a la cabeza,
jugando con mi pelo. Menos mal, porque si no seguía de largo, aún con mi
gusto de dejar las persianas levantadas y que entre toda la fuerza del sol.
Duermo tan pesado que casi nada me despierta. Tengo media hora para
bañarme, vestirme, bajar por el ascensor, cruzar el largo de la calle Brasil
que limita el Parque Lezama, y llegar a la parada del colectivo que va a La
Plata, en Brasil y Azopardo, apenas cuatrocientos metros pero estoy con el
tiempo acotado. A las dos y media de la tarde tengo ensayo de tenores en el
Teatro Argentino.
Hace media hora que espero. Es la última parada del colectivo Buenos Aires-
La Plata dentro de la Ciudad. Ya pasaron varios del 129, pero no pararon,
llenos, con gente de pie ocupando todo el pasillo hasta más de la mitad del
colectivo, dejando libres dos o tres metros en la parte trasera, en los que
entraríamos no menos de cinco pasajeros. Pero los cornudos de los
colectiveros no paran. Algunos como que te gozan con la mirada mientras
pasan como a cien por hora rumbo a la última subida de la autopista. Como
reflexionó una compañera de trabajo alguna vez, pareciera que el sistema
democrático no llegó nunca al servicio de colectivos.
Le sugiero a varios de los que como yo esperan viajar, ponernos delante del
próximo ómnibus que venga, no dejarlo pasar hasta que nos abra, y
abordarlo. La gente sonríe tímidamente, pero no dicen nada. A veces me
olvido de que estoy rodeado por ovejitas temerosas en forma de bípedos.
Entonces decido hacerlo yo solo.
Ya es la una y media. Me queda una hora para llegar al ensayo. Si llego a
tiempo, es de puro culo. Del Costera no hay noticias hace rato, pero ahí veo
que en la esquina dobla el ya décimo 129 que, con seguridad, viene con otro
cornudo al volante que tampoco va a parar.
Pero, buenísimo, tengo a favor el semáforo y se detiene en la esquina, sin el
menor atisbo de acercarse a la vereda para que los deseosos y pacientes
posibles pasajeros subamos.
Me acerco al colectivo, me pongo adelante y le hago señas al chofer de que
me abra porque, otra vez, compruebo que en la parte de atrás hay como dos
metros libres.
-Quiero subir, por favor, que atrás hay lugar libre.
-Está lleno- me contesta el tipo indolente.
-Atrás hay lugar.
-Está lleno- vuelve a contestar.
-No. Atrás hay lugar.
-Está lleno, te digo. Correte que tengo semáforo.
-No, no me corro. Ábrame. Subo. Arrancamos.
-¡Correte la puta que te parió!
-¿A quién creés que estás puteando, fercho cornudo?
-¡Correte!
-¡Abrime!
-¡Correte, puta madre!
-¡No me corro nada! ¡Abrí! ¡O te hago mierda el parabrisas!
Sin mediar más, decido no hacer pelota el vidrio, pero le hago concha los
dos limpiaparabrisas, que quedan colgando como cucarachas con las patas
dislocadas.
El tipo se baja puteando, y va a controlar el estado en que quedaron las
escobillas. Mientras el chofer hace eso, aprovecho para subir.
-¡A mí ningún fercho corneta me va a impedir subir en un servicio que es de
uso público!
Miro a los pasajeros a pié sobre el pasillo y los miro sin entender por qué
carajo tienen ese egoísmo de quedarse apretados como sardina, todos
contra adelante, sin importarles que otros tenemos tanto derecho a viajar
como ellos.
-¿Pueden correrse un poco para atrás?
Algunos se dan cuenta que están frente a un alterado, y dejan un poco de
lugar. Hasta hace unos no muchos años, el clásico del chofer mala onda era
“para atráaaaaaaa! para atráaaaaaaa!”. ¿Qué les pasa a los colectiveros de
ahora que no piden lo mismo? ¿Se volvieron todos cagones? Tenía que ser
una generación del yogur…
Al final, quedo entre los de a pié en la parte delantera del pasillo.
El chofer vuelve a subir, se sienta, agarra el volante y me mira un segundo
por el retrovisor, desafiante.
-¿Qué? ¿Contento ahora?- pregunta el idiota.
Le clavo la mirada, pero no le contesto.
Cuando arranca, lo hace a toda velocidad. El semáforo al final de Brasil está
en verde, cruzamos las vías, subimos a la autopista. El tipo, se ve, traslada
la bronca que se morfa al acelerador. En otras circunstancias soy de
quejarme, pero quedan cincuenta y siete minutos para mi ensayo, así que
cuánto antes lleguemos, mejor. También, ignoro el por qué, el peaje está
abierto, así que un contratiempo menos. La autopista, cosa rara, está
semivacía. Lo que ayuda a que vayamos a los piques. Menos de veinte
minutos después estamos a mitad de camino, pasando el peaje de Hudson,
también abierto. Otros veinte minutos y ya estamos en la rotonda de entrada
a La Plata. Faltan diecisiete minutos para el ensayo.
Pienso que lo mejor va a ser bajarme en 32 y 2, donde hay parada de taxis.
Cuando faltan dos cuadras, le digo al chofer:
-Me bajo en calle 2- y me quedo mirándolo fijo a través del espejo. Me
devuelve la mirada y dice:
-¿Qué te pasa? ¿Te hacés el gallito? ¡Ahora no te bajo nada!
Yo quedo muy sorprendido y empiezo a levantar temperatura. Estoy
temblando. Al punto de una explosión psicótica. Le digo suavecito, casi al
oído:
-Más vale que detenga la unidad de inmediato.
-No me detengo una mierda.
-No te hagás el loco, fercho puto, que yo soy más loco que vos. Te pasaste,
hijo de puta.
-Te dije que no te bajo nada.
-¡Abrime la reconcha de tu madre!
-No te abro nada.
-Estamos en calle 3, ¡pará o te parto la cabeza!
-No paro nada
-¿Ah no, la reputa que te remil parió?
Y sin más le manoteo el volante. El tipo se asusta de verdad. El colectivo
empieza a hacer zigzag en medio del bulevar. Hay gente pelotuda que grita
como en las películas de aviones, de esas de cine catástrofe de clase B. Yo
sigo manoteando el volante en dirección a la derecha. Estamos andando a
no más de treinta por hora, así que lo que yo quiero es subirlo a una vereda
y que el tipo tenga que frenar. Por unos momentos doblamos hacia la
derecha. Después, hacia la izquierda. Otra vez a la derecha. Así varias
veces. La gente, verdaderamente requetepelotuda, grita desesperada.
Pienso que son todos una manga de maricas.
-¡Bueno, bueno, bueno! ¡Te bajo en la próxima, loco!- me dice el chofer.
Me viene bien, porque en calle 7, al ser avenida, pasan muchos taxis. Siento
que gané.
La gente sigue a los gritos y los que más, llorando. Pero un tarado, un tipo,
un jovato elegantón, totalmente histérico, empieza a gritar:
-¡Bajaaaaaate la puta que te parióoooooo! ¡Bajaaaaaate la puta que te
parióooooooooo!
-¿Y qué creés que quiero hacer pedazo de trolo pelotudo? ¿Qué son al final
todos ustedes? ¿Personas o ganado, atentos a la voluntad de un fercho
malcogido?
-¡Ahora si que no te bajo nada!- se envalentona el chofer.
Ya estamos cerca de calle 7, y se ve que no va a parar ni para mí ni para
todos los demás que tienen que bajarse ahí.
-¡Vas a ver que sí me bajo, puto!
Cerca de la puerta, está el botón rojo de seguridad de apertura manual, que
desconecta el sistema hidráulico. Tiro del botón, y empiezo a patear la puerta
con la derecha, varias veces. El micro sigue moviéndose. La puerta va
cediendo de a poco. A la par nuestro viene otro colectivo del 129. El otro
chofer desde su micro mira como asustado y sin entender nada. Le grito,
“¡Este hijo de puta no me deja bajar!”. Finalmente la puerta queda totalmente
abierta. Estamos cruzando calle 7 y el micro no se detiene. Una pasajera
grita ordenando detenerse, o que va a llamar a la reguladora de transportes.
Dice que es abogada. Finalmente, el micro se detiene y bajo en la esquina de
la estación de servicio, en 7 y 32.
-¡Reverendo cornudo, flor de hijo de puta! ¡A mí ningún fercho trolo me va a
ganar! ¡Te voy a hacer echar, pedazo de maricón!
Me bajo. El colectivo arranca a mil apenas bajo el último escalón y, también
de una patada, le cierro la puerta. Pero no hace ni treinta metros, que se
detiene de nuevo. Mientras le hago seña a un taxi, veo que un montón de
personas, casi todo el pasaje, se baja del colectivo. Una de dos: o se bajan
en un ataque de nervios, o vienen en masa a cagarme a palos. No puedo
saberlo, porque ya estoy en el taxi.
-Al Teatro Argentino, por favor.
Mientras cruzamos el bulevar 32, mirando hacia atrás, veo que el chofer se
baja corriendo y le hace señas a un patrullero, y a la vez señala en dirección
al taxi en el que estoy ya andando. Efectivamente, unos treinta segundos
después, compruebo que se van acercando un auto patrullero y una moto.
Quedan diez minutos para llegar al ensayo.
El chofer del taxi, un tipo grande, al ver que nos empieza a rodear el auto de
policía por la izquierda y la moto por la derecha, me mira por el retrovisor y,
cagado hasta las patas, me pregunta:
-¿Pep-pep-pero que pasa?
-Nada, nada. Es por mí, seguí manejando tranquilo- le contesto.
-¿¡Pero qué pasa, qué pasa!?
-Nada, en serio, es por mí. Si te hacen señas, detenete y listo. Eso sí,
esperame un minuto, que creo que seguimos viaje sin problemas.
Los canas miran hacia adentro del taxi, tratando de ver quien viene. Yo estoy
con buena pilcha. De traje, aunque sin corbata como siempre, porque no me
gusta. O sea, no soy un fierita. Supongo que eso es una ventaja para con los
de la gorra. Yo los miro con la cara más de pancho que se puedan imaginar.
Hacen una señal sonora.
-Y bueno, paremos- le digo al tachero.
Estamos en 7 y 40, y faltan ocho minutos para el ensayo.
-Bájese por favor- me dice un policía.
Me bajo.
-Buenas tardes. ¿A qué se debe, oficial?
-Buenas tardes, caballero. Tuvimos una queja del chofer de un micro de la
línea 129 y de varios pasajeros, diciendo que usted armó desmanes arriba
del mismo.
-Yo diría que fue al revés. El señor no me dejaba descender por una
discusión que tuvimos.
-¿Pero usted que hizo? Había gente en estado de pánico, llorando algunos-
comenta otro de los policías, con los ojos grandotes y tratando de esconder
como una risa que se le escapaba.
-Nada. Cuando el chofer no quiso detenerse en 2 y 32, le agarré el volante
para obligarlo a parar. Ahí saltaron todas las viejas histéricas y cagones
llorones.
Realmente uno de los canas está al borde de tentarse de risa.
-¿Dónde vive?
-En San Telmo.
-¿Dónde trabaja?
-En el Teatro Argentino de La Plata, señor.
-¿Qué lleva en ese bolso? Muéstrenos por favor.
-Llevo partituras, dos libros, tres CD’s y mis llaves.
Muestro el contenido. Pienso que menos mal que no traje la bayoneta de
Mauser que llevo a a veces. Si no, me detienen seguro.
-Va a tener que acompañarnos a la comisaría.
-¡No veo el por qué, señor! ¿Usted cae en cuenta de que lo que le digo, es
que casi fue secuestro lo que viví dentro del colectivo?
Los canas se miran sorprendidos los tres. Uno, el más viejo, hace una seña
con la cabeza y dice:
-Es todo, caballero. Buenas tardes
-Finalmente, con el taxi, llego a la puerta del Teatro. Diez minutos tarde.
Mientras pago, bajo del taxi, entro al Teatro, bajo la escalera hasta el
segundo subsuelo, donde está la sala de ensayo, ya son las tres menos
cuarto. Estoy muy cargado de adrenalina. Estoy recaliente, dicho en criollo.
Creo que al primero que abra la boca fuera de lugar, le estampo la piña que
no le pude estampar al marica del chofer. Entro a la sala. La cuerda de
tenores está ya cantando. Sin el cuidado habitual de no hacer ruido que uno
tiene al llegar tarde y de sentarme en la fila de atrás, paso delante de todos y
me siento en mi puesto de siempre, al centro, en primera fila, justo delante
del director.
El ensayo se detiene. Yo no digo nada. Me mira, y es como que frunce la
nariz, como si le molestaran las lentes o como tratando de enfocar mejor la
vista. Me dice con voz suave:
-Disculpe, no sé si se da cuenta de que llega tarde.
Contesto seco y con la vista en la partitura, dando a entender que el horno no
está para bollos:
-Disculpe, Maestro, pero tuve un problema con la policía.
Muchos saben que no es la primera vez, ni que será la última.
Ni el Mº M., ni nadie dice nada, excepto tres o cuatro de por atrás que lanzan
como una carcajada contenida.
El Mº M. me sigue mirando. Sorprendido, tal vez. El ensayo sigue.
-Tres antes de cuarenta y siete, con levare.
El Mº M. trata de concentrarse en dar el ataque, pero me mira una última
vez, quizá como diciendo “Al final es cierto. Es… ¡un loco de mierda!”.

DATOS PERSONALES
Nombre y apellido: Gustavo Fabián Monastra
Domicilio: calle 61 Nº2831 e/151 y 152 – CPA 1900 - La Plata
Teléfono: (0221) 15-615-8257
e-Mail: gfmonastra@yahoo.com.ar
Seudónimo: Marco d’Alunzio

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