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colecos EEES “Zona de critica Zona de Cficaes una serie dedicada ala critica litraria que oreceré estudio recientes sobre (a literatura ltinoamericana, asi como colecciones de ensayos inditos 0 recoplaciones de textos de los crficosliterarios més importantes de la produccion continental Una vida narrada convoca tanto la escucha como la identificacién: qué podemos compartir de una experiencia que, en su singularidad, replica la eterna travesia del vivir. Este libro indaga en ese afan de apresar el registro fugaz de la existencia que podriamos llamar la tentacién biogrética, tal como se da en la biogratia, a diferencia de otros géneros afines, pero también en las formas innovadoras de la autoficcion, cuando traen al presente memorias traumaticas. Miltiples voces se dan cita aqui, animando una conversacion grupal” desde la reflexion sobre el “giro afectivo", que parece primar como un aire de época, hasta la delicadeza que exige la escucha ante quienes ‘se tornan hacia una infancia herida —la infancia en dictadura—a través de diversas formas de expresi6n. A ello se suman los acentos del arte en su vertiente critica. Voces ~experiencias— que trazan una cartografia sensible para la comprensién de nuestro tiempo. En este libro, como en los anteriores que marcan la prestigiosa trayectoria de Arfuch, los conceptos te6ricos se enlazan con la agudeza del andlisis en una perspectiva transdisciplinaria donde la biografia trae al uedo a clésicos y contempordneos, la autofiocién anida fen voces de hijas e hijos de desaparecidos 0 exiliados, elarte va mas allé de las fronteras y propone un didlogo ‘comin. Un actualizado recorrido por el pensamiento de su autora en el cual la inquietud memorial infringe ‘cdnones y se plasma a su vez en la esoritura, donde se anudan crtica y postica sz £, IMI coleccSr SIEGES “ona de critica Zona ce Crioaes una serie dedicadaalaciica literara que olreceré estudios recientes sobre la itratura latinoamericana, asi como colecciones de ensayos inédits 0 reeoplaciones de lextos de los cicos literaros mas importantes dela producci6n continental. Una vida narrada convoca tanto la escucha como la identiicacion: qué podemos compartir de una experiencia que, en su singularidad, replica la eterna travesia del vivir. Este libro indaga en ese afén de apresar el registro fugaz de la existencia que podriamos llamar la tentacién biogréfica, tal como se da en la biografia, a diferencia de otros géneros afines, pero también en las formas innovadoras de la autoficcién, cuando traen al presente memorias traumaticas. Miltiples voces se dan cita aqui, animando una “conversacién grupal” desde la reflexion sobre el ‘giro afectivo, que parece primar como un aire de época, hasta la delicadeza que exige la escucha ante quienes ‘se tornan hacia una infancia herida la infancia en dictadura- a través de diversas formas de expresion. ‘Aello se suman los acentos del arte en su vertiente critica. Voces —experiencias~ que trazan una cartografia sensible para la comprensién de nuestro tiempo. En este libro, como en fos anteriores que marcan la prestigiosa trayectoria de Arfuch, los conceptos te6ricos se enlazan con la agudeza del andlisis en una perspectva transdisciplinaria donde la biografa trae al ruedo a clésicos y contempordneos, la autoficci6n anida ‘en voces de hij e hijos de desaparecidos 0 exiliados, elarte va mas allé de las fronteras y propone un didlogo ‘comin. Un actualizado recorrido por el penssamiento de su autora en el cual la inquietud memorial inringe ccénones y se plasma a su vez en la escritura, donde se ~anudan ctitca y posta. waco lI Vinvire @duvim —s Iresereisesery La vida narrada —_ Leonor Arfuch f € La vida narrada Memoria, subjetividad y politica & ‘€duvim Avfueh, Leonor La vida narrada : memoria, subjetividad y politica / Leonor Arfuch. aed .- Villa Maria : Bduvim, 2018, 198 p. :20 Mem. - (Zona de Critiea) ISBN 978-987-699-481-1 1. Literatura. 2. Critica Literaria. L Ti DD 801.95, © 2018. Editorial Universitaria Villa Maria ©2018. Leonor Avfuch Chile 251 ~ (6900) Villa Maria, Cérvloba. Argent J-$51 (358) 4590145 swweweduvim.com Edici6n: Alejo Carbonell Mata Enon io “ x ea xr mm -sponsabilidad por las opiniones expresadas en los libros, articulos., es tudios y otras colaboraciones publicadas por EDUVIM incumbe exclusiva- mente a los autores firmantes ¥ su publicaciin no necesariamente refleja los puntos de vista ni del Director Editorial, ni del Consejo Editor w otra autoridad dela UNVM. No se permite la reproduceién total o parcial de este libro. ni su almacenamiento en un sistema informatico, ni su transmision en cualquier forma o por cualquier medio electrénico. mecinice, fotocopia ‘otros métodos, sin el permiso previo y expreso del Editor Impreso en Argentina - Printed in Argentina La vida narrada . Memoria, subjetividad y politica Leonor Arfuch Serie Zona de Critica Directora: Roxana Patifio Indice Prélogo Inflexiones de la critica Capitulo 1. El “giro afectivo”, Emociones, subjetividad y politica El espacio biogrifico El giro afectivo Emociones, ética y politica Epilogo Capitulo II. De biégrafos y biogral la pasion del género Antepasados Contemporineos Actualidad de la biografia Retorno is de la memoria: Capitulo TI. Narrati la voz, la escritura, la mirada La narrativa En torno del lenguaje En torno del sujeto El espacio biogrifico Identidades narrativas Narrativas de la memoria 38 El pais de la infancia Capitulo IV. (Auto) figuraciones de infancia Avatares de la memoria Lo biografico, lo memorial Voces desde la infancia Capitulo V. Memoria, testimonio, autoficcién. Narrativas de infancia en dictadura Las historias La lectura Capitulo VI. El exilio de la infancia: memorias y retornos Escritoras Cineastas ‘Temporalidades de la memoria De la vida en el arte Capitulo VIL, Albertina, 0 el tiempo recobrado Capitulo VIII. Arte, memoria y archivo. Poéticas del objeto Posticas del objeto 1 Poéticas del objeto IT Capitulo IX. Identidad y narracién: Devenires autobiogriificos Boltanski: transitar, dejar huella Emin: poner el cuerpo Final Epilogo. Horizontes futuros de la memoria Referencias bibliogrficas 79 81 83 90. 97 101 104 112 121 122 126 130 MI 149 156 161 166 169 174 181 183 Prélogo La invitacién a publicar un libro es siempre tentadora. Interrum- pe el transcurso de un tiempo indeciso y lleva a definir con fecha cierta qué escrituras podrian cobijarse bajo un titulo en comun. Este libro surgié de esa tentacidn, y de la predisposicién de varios ensayos a entablar una “conversacién grupal’, como dice uno de mis autores citados, en una temporalidad diferida pero no menos acuciante que la del momento en que fueron escritos. Porque todos responden, en mayor 0 menor medida, a una inquietud plasmada cn los significantes que acompafian el titulo: la relacién tensa, osci- lante y sin garantias entre memoria, subjetividad y politica La invitacién es entonces a sumarse a esta conversacién, que traduce a su vez miiltiples voces, en un recorrido que resume en cierto modo mi trabajo de los tiltimos cinco aitos. No es un reco- rrido cronoldgico sino mas bien tebrico y tematico, y las secciones, que parecen obedecer a la famosa triada de Peirce sefializan ape- nas lo que sera sin duda el devenir azaroso de cada lectura. En el primer capitulo, “El giro afectivo...” abordo criticamente ciertas reflexiones actuales de las ciencias sociales y humanidades en particular en el mundo anglosajén- que, en sintonia con cam- bios significativos de las sociedades contemporineas y a partir de postulados de la neurobiologia, sostienen la primacia de afectos y emociones en habitos y comportamientos, en desmedro de lo discursivo, lo cognitivo y lo argumental. Una “sociedad afectiva” donde los medios son protagénicos: talk shows, realities, redes so- ciales, auge de lo auto/biografico, lo intimo y lo subjetivo, voyeuris- branding’ mo y emociones vicarias en la TV, justicia restaurativa, carisma y liderazgo como valores prioritarios. Esta esfera publica 9 Capitulo IIL. Narrativas de la memoria: Ja voz, la escritura, la mirada! La voz, la escritura, la mirada, el recuerdo stibito © la introspec- cién, lo que emerge de pronto para ser olvidado, lo que queda la- tente para un no decir... en ese devenir incierto se despliegan las, narrativas de la memoria, que, como la biografia, evocan ~y re- quieren- la figura sensible de la delicade: Una primera distincién se impone entre plural y singular: “na- rrativas’, que alude a todo lo que puede narrarse, ya sea literatura, historia, crénica periodistica, estados de mundo y del alma, y a= a~ relevante para la investigacion social y también para los estudios literarios. Este es el terreno que invito a transitar, en la certeza de que la teoria, el pensamiento critico -y también la poesia son una ayuda invalorable ante la flaqueza dei andar, incluso alli donde parece que todo esta per- dido. Una perspectiva que permite por cierto abordar las narra- tivas, cualquiera sea su génevo 0 su especie y sobre todo aquellas a de guerras, violencias, atravesadas por la experiencia trauméti dictaduras, Este texto, en una version mas breve, fue la conferencia inaugural del Semi- Internacional Narrutius de la Memoria, que tuvo lugar en la Facultad de bre de 2016. Una vee mas, la figura barthesiana “ronda e inspia este recorrido: la mi- rhucia, la consideracion, la cortesia y hasta la levedad. En Fragmentas de un discurso amoroso, por ejemplo, evoca a Platén, que habla de la delicadeza de 'Mé, la diosa del extravio, cuyo pie es alado y apenas toca el piso. (Barthes, 1993) ‘Ciencias Sociales de la Universidad de Chile el 28 de setie La narrativa Podriamos comenzar diciendo que la investigacién desde la narra tiva requiere ante todo de una posicién de escucha atenta: no sdlo de una imagen sino su profundidad, su fordo, aquello que oculta “tanto como muestra. Una escucha -en el sentido fuerte que le da- mos, siguiendo a Derrida (1987)- como tensién, disposicion hacia ‘el iro, que supone tanto la apertura afectiva, la percepcién de los detalles, como una fundada curiosidad analitica. No es un camino definido de antemano sino mas bien un andar que articula diversos enfoques en el intento de pensar la comple} dad de nuestro tiempo y sus desafios. ;Desde dénde partir en este itinerario En esta perspectiva cobran relevancia los modos de la enunciacién, los sujetos y sus interacciones, las tramas del discurso social, las ideologias, los pequeiios relatos, la memoria, las identidades. afectos, la relacidn entre lo personal y lo colectivo, Me centraré en- tonces en lo que considero esencial para abordar las narrativas de la memoria: una interrogacién en torno del lenguaje, el sujeto, el espacio biogrifico y las “i ivas’, tomando el con- cepto de Ricoeur (1983/84/85). En torno del lenguaje La interrogacién sobre el lenguaje es un paso necesario en toda in- n narrativa. En su dimensién formal como sistema, en su potencialidad semiética, en su variacién sintactica, en su enorme riqueza discursiva. El lenguaje como objeto de la filosofia, como constructor del mundo, como configurativo de la subjetividad, imprime un giro peculiar a la reflexién, atenuando Ia fantasia de aprehensién del hecho “puro” o el afin de alcanzar la plenitud del sentido. Cuando creemos hablar de los hechos, nos advertia el lin- gilista francés Oswald Ducrot (1980), en verdad estamos siempre hablando de palabras sobre los hechos. Y la palabra, més all de su (obligada) pretensién de exactitud, est marcada por la duplicidad, la falta, el desvio, el desvario... La primacia de la dimensi6n sim- bolica como distancia critica de toda afirmacién es, desde esta 6p- tica, inherente a toda indagacién en el campo cultural. Este énfasis en torno del lenguaje no supone dejar de lado el _ ql y las innit na- ina sino, por el contrario, establecer una relacién indisociable con ellos, 0 la metal (1988). Una nocién que no supone una equivalencia entre ambos pero que nos exi- me de la vieja distincién entre “discursive” y “extradiscursivo” asi como también entre “sujeto” y “mundo” como dos entidades que se enfrentarian desde una mutua exterioridad. Sujeto en el mundo: ‘y mundo en el sujeto, podria ser una manera de enunciar el prin- cipio dialégico de Mijail Bajtin (1982), ese vaivén que hace de la -razén ~y de la afectividad— una construccion social al tiempo que una cieadora potencia individual n s precisaniente la afectividad lo que aleja al lenguaje de la es- trecha concepcién de uri “codigo”: Lenguaje como tesoro de la ex- periencia de la humanidad, donde Jos sentidos y los significados han sido amasados con la vida misma de las generaciones. Len- guaje —lenguas particulares~ en cuya puesta en juego puede en- contrarse, segtin nos enseftara Emile Benveniste (1983), tanto el fundamento de la subjetividad y la persona —"Yo/"Tit”- como la fuente del tiempo en su presente —“ahora’— junto a un “aqui” trian- gulacién que delimita la espacio/temporalidad de la enunciacién, haciendo de ella un acontecimiento. En esa definicién de “la sub- jetividad en el lenguaje” ~que es en verdad una intersubjetividad-, 59 la instancia de fa enunciacién es también el momento en el cual la multiplicidad del sujeto se articula fugazmente en una unidad imaginaria cuyo soporte no es el abismo de la interioridad sino una marca gramatical: “Es Ego quien dice ‘ego” nos recuerda Ben- veniste, y en ese acto da testimonio de su identidad (Ibid.: 183) Esta temprana intuicién que es ya una referencia ineludible~ se- jialaba el camino para las definiciones no esencialistas de la identi- dad que priman en el horizonte contemporineo, La dimensién enunciativa es entonces el primer paso para la consideracién de los discursos ~y en particular de las narrativas- esa “toma” de la palabra por la cual la lengua se modula en el uso, hace valer sus reglas formales pero sin reaseguro posible de sus re- sultados. Instancia conflictiva para todo afin de acotar el sentido, limitar sus efectos o evitar la confusidn -todas, potencialmente, buenas intenciones- pero que al mismo tiempo torna apasionante el desafio de la interpretacion. Si la teoria de la enunciacién conlleva una preocupacién ética el discurso como vinculo social, intersubjetivo, donde la referen cia al mundo es co-referencia— esta se despliega explicitamente en la obra filosofica de John Austin (1982), que considero de la mayor pertinencia para toda perspectiva de investigacién analitico- cr tica. En efecto, tanto su concepto de performatividad -la potencia del lenguaje para crear realidades y construir mundos y no me- ramente “representarlos”- como el de fuerza ilocutoria -la accién que supone el decir, mas alla de lo dicho cuestionan no solamente Ja vieja antinomia entre “decir” y “hacer” sino que abren un amplio espacio de indagacién sobre las modalidades de la accién lingiis- tica, que son las que dan forma a los enunciados y definen pre- amente su sentido. Largamente apropiados por las ciencias del enguaje, la filosofia politica, la cr rales y otros dominios de las humanidades y ciencias 50% conceptos no sélo enfatizan el caracter configurativo del lenguaje ~identidades, identificaciones, posiciones, creencias, tradiciones- sino que conllevan una ética del decir —lo dicho puede ser reclama- do en sus términos de obligacién, afirmacién, promesa, juramento, -a feminista, los studios cultu: les, estos 60 conlesién- y sefialan a su vez su conflictividad inherente: la idea de que los enunciados, en su diversa temporalidad, constituyen siem- pre campos de fuerzas en pugna. En torno del sujeto Qué idea de sujeto rige nuestra reflexién? En una perspectiva donde confluyen variables del “giro lingitistico” y el psicoandli se delinea un sujeto constitutivamente incompleto, modelado por el lenguaje, cuya dimensién existencial es dialégica, abierto a (y construido por) un Otro: el Ta de la interlocucién, la otredad mis- ma del lenguaje y del si mismo, un Otro como diferencia radical e inerradicable (Bajtin, 1982). Hablar de subjetividad en este contex- to sera entonces, nuevamente, hablar de intersubjetividad. La concepcién bajtiniana del dialogismo y la otredad es de toda importancia para el campo de las narrativas: la idea de un prota- gonismo simultaneo de los participes de la comunicaci6n, en tanto la cualidad esencial del enunciado es la de ser destinado, dirigirse a un otro, el destinatario -presente, ausente, real o imaginario~ y entonces, atender a sus expectativas, anticiparse a sus objeciones, responder, en definitiva, tanto en el sentido de dar respuesta como de hacerse cargo de la propia palabra y también de responder por el otro: “respondo por ti” Asi, respuesta y responsabilidad -de raiz comiin- se anudan en un plano ético: el destinatario esta primero en el proceso de la comunicacién, mi palabra es para y por el otto Es evidente la potencia de esta concepcién en Cuanto a las na- rrativas de la memoria, el modo en que estas pueden abrirse a la escucha del investigador, el modo en que este puede responder. El desplazamiento que implica respecto de la idea de que un enun- ciador produciria el mismo discurso en cualquier escena de inter- locucién, sin estar condicionado por el tiempo, el lugar, el género discusivo, la expectativa del otro. Por cierto, hablar de simultane’ dad entre participes no supone equivalencia ni olvida la cuestion del poder y tampoco el dialogismo remite a un acuerdo tacito entre jempre diferencias partes: si el otro es una diferencia radical habra ol particulares. Bajtin lo ejemplifica incluso refiriéndose a la mirad: ismo tiempo y en la misma posicién, para ver lo mismo hay que ser la misma persona. (1997: 49) Esta concepcién nos alerta ante la tentacién de equiparar lisa y lana- mente las experiencias de quienes compartieron ciertas condicio- nes de vida y nos habla de unicidad y singularidad, como recaudo ético ante el ser y la palabra del otro. Este protagonismo simulténeo no implica sin embargo estar en el “origen” del sentido. Por el contrario, la concepcién bajtiniana ofrece mas de una coincidencia con el psicoanilisis, en especial en su vertiente lacaniana: la idea de un doble descentramiento del sujeto, respecto del lenguaje, al que no “domina” como un hacedor sino que adviene a él, ocupa un lugar habitado por palabras aje- nas -aunque pueda apropiarse de ellas a través de su combinatoria peculiar, del estilo, la entonacién, la afectividad-; y también des- centrado respecto de su inconsciente, que aparece como un limite interno que impide al sujeto realizar su identidad plena y donde el proceso de subjetivacién ~del cual las narrativas del yo y de la me- moria son parte esencial- no sera sino el intento, siempre renova- do y fracasado, de “olvidar” ese trauma, ese vacio constitutivo. Po- demos encontrar aqui una de las razones del despliegue sin pausa del espacio biografico, esas inntimeras narrativas donde el “yo” se enuncia para y por un otro ~también de manera eliptica, enmas- carada-, un gesto que pone en forma -y por ende, en sentido- esa incierta vida que todos llevamos, ese cadtico flujo de sensaciones, vivencias, imagenes, memorias, cuya unidad, como tal, no existe por fuera del relato. La idea perturbadora de que la vida solo ad- quiere una forma en la narracién. aunque nos ubiquemos al m El espacio biografico Pero 3a qué llamamos “espacio biogrsifico"? En mi definicién, no so- Jamente al conjunto de géneros consagrados como tales -biografias, autobiogra sino tambit s, confesiones, memorias, diarios intimos, correspon- n contemporanea en dencias n a su enorme expan: 2 formas hibridas, estilos y soportes de la mas variada especie: la en- trevista, el testimonio, la autoficcién, la novela biografica, el show televisivo, el documental subjetivo, innumerables practicas de las, artes visuales y por cierto, la creciente mostracién de si en las redes sociales. Una incesante multiplicacién de voces donde los géneros clisicos siguen siendo best-sellers y donde lo vivencial, lo privado y lo intimo se narran en distintos estilos desde el registro hipotético de la “propia” experiencia, y adquieren asi un suplemento de valor: veracidad, autenticidad, proximidad, presencia. (Arfuch, 2002) Esta tendencia, que marca una reconfiguracién de la subjeti- vidad contemporénea nunca habremos visto tal énfasis en dar cuenta “en carne propia” de la eterna travesia del vivir, tal apertu- ra de los espacios mas recénditos de la intimidad— no deja de ser tomitica. Por cierto, los medios de comunicacién, en todas sus variables, tienen mucho que ver con este despliegue, no s6lo por la clisica obsesién de atisbar la vida de los “ricos y famosos” sino también ~y a veces, sobre todo- por la fagocitacién de las vidas co- munes, ya sea en la cr6nica roja 0 pseudoantropologica, en los talk shows, reality shows, 0 en esa intensa vida on ine que transcurre en la web donde nuevas afinidades, relaciones y sociabilidades pare- cen rescatar de la soledad y el anonimato. Sin contar el ya clasico registro de la politica, donde, como lo advirtieran hace décadas distintos pensadores, el carisma, la personalidad y la vida priva~ da, expuestas en el marketing de la esfera publica, priman sobre lo ideol6gico y lo programatico. El privilegio de la voz, el cuerpo, la persona, aparece también en la insistencia en relacionar toda ficcién con la “vida real” ~de novelistas, cineastas, dramaturgos, guionistas-, como si ningu- na creacién pudiera despegarse de lo efectivamente vivido. En la investigacién social, por otra parte, se han intensificado los abor- dajes cualitativos con acentuacién en lo biogrifico -entrevistas narrativas, memorias, historias y relatos de vida, trayectorias pro- fesionales~ muchas veces sin los resguardos tebricos necesarios, tanto respecto del lenguaje ~y su nunca obligada espontaneidad- como del rol configurativo ~y no meramente representativo- de 63 las narrativas en el campo de la subjetividad. En este espacio, el testimonio en todas sus variables y las narrativas de la memoria ocupan por cierto un lugar destacado. 3Por qué tal obsesién por esas presencias en letra o en panta- Ila; por esos yoes que afloran en las mas variadas inflexiones del discurso, por esas vidas de los otros que atisbamos cual voyeurs, con interés mediatico, informativo, compasivo, cientifico, artisti- co, literario y muchos otros etcéteras no tan positivos? Dicho de otro modo, si desde la teoria ~y también desde nuestra practica de avezados receptores~ no puede sostenerse la creencia de que este tipo de relatos nos asegure verdad, transparencia, autenticidad, es pontaneidad, ;qué es lo que ha llevado a ese despliegue sin fin que permite hablar hoy de un espacio, de un giro y hasta de una con- dicién biografica? Aqui s6lo podemos aventurar algunas hipdtesis. Quiza sea el aire de los tiempos que lleva a una biisqueda exacerbada de indi- viduacién en contrapartida de la uniformidad y la monotonia de las vidas en su devenir cotidiano. Pero también podemos pensar en una afirmacién identitaria, en una biisqueda del propio senti- do de la vida a través de esa puesta en orden del relato, donde la repeticién sin pausa de historias singulares entrama a su vez ~de modo ejemplar y ejemplarizador- lo individual, lo social, lo co- lectivo. Asi, la fantasia, a modo de un escenario imaginario, pro- veer una suerte de apoyo positivo, un ideal de completitud y au- torrealizacién especialmente valorable en tiempos de incertezas, donde el futuro -y atin el presente aparecen como imprevisibles. Evidentemente, hay alli un valor biogréfico, como lo Ilamara Bajtin, que impulsa tanto el mercado mediatico y editorial como la indagacién académica. Un plus de valor, podriamos decir, que “no sélo puede organizar una narracién sobre la vida del otro sino que también ordena la vivencia de la vida misma y la narracién de la propia vida de uno; este valor puede ser la forma de comprensién, vision y expresién de la vida propia” (1982: 136). Identificacién especular que me coloca en el lugar del otro -sin confundirme con él o ella~ con mayor cercania que ante un relato 6 de ficcidn, por mas que todo relato de vida sea inevitablemente fic- cional. Es ese valor, esa proximidad que anuda la creencia, si no en los “hechos” (narrados) en el hecho de una existencia, lo que hace de las formas biogréficas, en la indistincién entre “auto” y “bio” grafias ~un yo 0 un otro yo, no hay diferencia sustancial- una ina- gotable fuente de atraccién e identificacién, en preferencia quiz respecto de otras. En efecto, si el interés por las vidas ajenas es un viejo meca- nismo de identificaci6n, cuyo despliegue piiblico provee modelos de conducta y hasta una pedagogia de las pasiones, también pare- ce ser, en nuestro conflictivo presente, un motor de cohesi6n y de control social. Asi, mas alla del voyeurismo y la pulsién esc6pica, las tragedias contemporaneas, “naturales” producto de esa vio- lencia sin nombre que va de la delincuencia comin o las “violen- cias de Estado” (Calveiro, 2012) a la guerra perpetua, han hecho de la categoria de victima una figura reconocible también en el es- pacio biografico. Relatos e imagenes, testimonios, biografias de un trazo, que nos recuerdan todo el tiempo la fragilidad del vivir, las miltiples amenazas que nos acechan en el mas simple devenir co- tidiano y que los medios se encargan de incrementar cada dia bajo el latiguillo infatigable de la “inseguridad”. Vidas precarias, al decir de Iudith Butler (2006), donde esas victimas sufren las mis de las, veces una doble afrenta: la del infortunio o la muerte y la pérdida del nombre en el devenir incesante del numero. Identidades narrativas La dimension ética alienta también en la teoria de la narrativa, que tiene un hito en la analitica de la temporalidad de Paul Ricoeur desplegada en su magna obra Tiempo y narracién (1984) y en otras posteriores. EI filosofo se hace cargo alli de una larga tradicién de la teoria literaria, sin olvido de la lingiiistica, la semidtica, el psi- coanilisis, la historia y por cierto, la filosofia, Aparece asi la idea de un tiempo narrativo como clase peculiar de discurso (Barthes, 1974), un tiempo c6smico, crénico y psiquico (Benveniste, 1983), 65 conceptos que Ricoeur reelaborara posteriormente para llegar a su propia definicién de un “tercer tiempo’, configurado en el relato, una inteligencia narrativa, que crea cierta unicidad del tiempo his- t6rico donde el ser humano puede situar su propia experiencia en un antes y un después. A partir de aqui se delinean algunas coordenadas de lo que po- driamos llamar “el giro narrativo”: la idea de que la temporalidad el tiempo humano- sélo es aprehensible en la narracién; que todo relato supone una “puesta en forma” que es a la vez una puesta en sentido; y por ende, que es la configuracién del relato/la tempora- lidad lo que da sentido tanto a la historia como a la ficcién, al tes- timonio o la autobiografia. Una perspectiva que, de la teoria lite- raria a la filosofia, esta abierta al didlogo con otras disciplinas -la antropologia, la sociologia, la psicologia, la historia, la teoria poli- tica~ sin renuncia a sus propios instrumentos. La narrativa como cercana a la experiencia, como inscripcion, traza, huella, delinea prioritariamente un espacio ético, que es en verdad el norte de su indagacién. Es por eso que no solo en la formulacién del filésofo sino también en otros desarrollos “narrativistas” no necesariamen- identes -los trabajos de Arthur Danto (1989) 0 de Hayden White (1992; 2010), por ejemplo- la narrativa no consiste mera- mente en dar estatuto de verdad o de documento fehaciente a sim- ples anécdotas, sino en valorizar justamente la narratividad -pues- ta bajo distancia critica y anilisis de sus procedimientos- como uno de los modos posibles -y confrontables con todo otro tipo de vestigio 0 registro documental- de aproximarse al conocimiento a través de la practica del relato, la mas extendida y democritica de la humanidad (Barthes, 1974). Si, en tanto postura tedrica, a narrativa recoge el primigenio sentido ético del cuento popular desde sus mas remotas expresi nes, en tanto perspectiva analitica se aleja de toda ingenuidad res- pecto del lenguaje y la comunicacién, la supuesta espontaneidad del decir o la adhesién inmediata a la palabra dicha. Asi, mas alla de la enunciacién y de los mecanismos usuales de andlisis discur- sivo, repara justamente en el componente narrative, es decir, como 66 se cuenta una historia, cémo se articula la temporalidad en el rela~ to, cual es el principio que se postula, como se entraman tiempos miltiples en la memoria, cémo se distribuyen los personajes y las voces, qué aspectos se enfatizan o se desdibujan, qué causalida- des -0 casualidades- sostienen el desarrollo de la trama, qué zonas quedan en silencio o en penumbra... Una tarea por demas revela- dora, que torna significantes aspectos que pasarian, en una lectura poco atenta, totalmente desapercibidos, ‘Aunque parezca obvio, cabe decir que todos estos aspectos también son analizables en la narrativa audiovisual y que el propio concepto de “narrativa” comprende todos los registros significan- tes y no solamente la palabra, Es por eso que un gran relato, como la nacién o la nacionalidad, por ejemplo, puede ser estudiado des de esta perspectiva incluyendo la multiplicidad de sus registros: palabra, imagen, gesto, mito, rito... El ejemplo nos lleva fo azarosamente a un territorio afin en la reflexidn del fildsofo: el de la identidad/identificaci6n, entendida no como un conjunto de atributos inmutables o una esencia, sino como tun proceso abierto a la temporalidad y por ende, a la transformacién yala fluctuacién. Ricoeur propone el concepto de identidad narra- tiva para pensar tanto la identidad personal como la colectiva, dis- tanciandose asi del esencialismo y postulando la figura del intervalo como la mas afin: es en el intervalo entre dos polos hipoteticos, el de la mismidad - el/uno mismo- y el de ipseidad el si mismo/otro- que se despliega la identidad narrativa, que puede oscilar entre am- bos pero sin fijarse nunca, Oscilacién entre el auto/reconocimiento de lo que permanece a lo largo de la vida -el documento de identi- dad o la firma darian prueba de ello- y un deventiz-otro, que mues- tra, en sus innuimeras facetas, la heterogeneidad constitutiva de cada ser, Fsta diversidad en la configuracién misma del sujeto, asi como la articulacién obligada entre la biografia personal y las trayectorias, y memorias colectivas, son de toda importancia para una definicion no esencialista de las identidades, atenta a su cualidad relacional, contingente, al devenir mas que al ser (Hall, 1996), eludiendo crista- lizaciones o definiciones a priori segiin categorias inmutables. 67 Narrativas de la memoria Si de algiin modo las narrativas del yo construyen los efimeros su- jetos que somos, esto se hace atin més perceptible en relacién con Ja memoria, en tanto proceso de elaboracién de experiencias pasa- das y muy especialmente cuando se trata de experiencias traumé- ticas. Alli, en ka dificultad de traer al lenguaje vivencias dolorosas que estén quiza semiocultas en la rutina de los dias, en el desa- fio que supone volver a decir, donde el lenguaje, con su capacidad performativa, hace volver a vivir, se juega no solamente la puesta en forma -y en sentido- de la historia personal sino también su dimension terapéutica -la necesidad del decir, la narracién como trabajo de duelo- y ética, por cuanto restaura el circuito de la inter- locucién quiza silenciado y permite asumir la escucha con toda su carga significante en términos de responsabilidad por el otro. Pero también permite comenzar a franquear el camino de lo individual alo colectivo, la memoria como paso obligado hacia la historia Ese largo camino del decir, esas temporalidades de la memoria, han caracterizado los procesos de elaboracién de las post-dicta- duras, tanto en Ia Argentina como en Chile, con sus similitudes y diferencias, En la Argentina, en la primera etapa, luego del retorno a la democracia (1983), las narrativas fueron netamente testimo- niale vivientes, familiares, testigos y hasta represores, convocadas por una Comisién de notables, que luego se transformaron en pruebas la emergencia del horror en las voces de victimas, sobre- © La CONADER ( ‘onal sobre la Desaparicion de Personas) reunid los testimonios de torturas, violaciones, detencién en campos clan- destinos, fusilamientos, desapariciin de personas, apropiacién de nis na ‘ids en cautiverio ~cuyos padres fueron asesinadas-, saqueos de viviendas y falsificacién de tiulos de propiedad, toda una panoplia delictiva del terroris- mo de Estado comprendida dentro de los erimenes de lesa humanidad. Esos testimonios dieron lugar a un libro, el Nunca kis, y muchos de ellos fueron refrendados luego por los mismos testigos en el historico Juicio a las ex —jun- tas militares que por primera vez en América Latina juzgé y sentencio a pri sién perpetua a fos principales responsables (1985). Después de este Tuici que algunos llamaron “el Naremberg argentino” hubo leyes de “Punto Final y “Obediencia debida” que impidieron el juzgamiento de otros represores y 68 para un tribunal. Fue sin duda el momento de las victimas, don de el atributo “inocentes” se agregaba de suyo, casi sin advertir su redundancia. Mas tarde, con cautela, fueron apareciendo otros re- Jatos, que traian al ruedo la militancia, la prisién, la resistencia 0 el exilio y alejaban la imagen de seres del comiin, sin un fuerte compromiso politico y existencial. Una caracteristica destacable de estos relatos fue su impronta auto/biografica y testimonial: re- latos de vida, memorias, correspondencias, entrevistas, diarios de carcel, recuerdos, confesiones, conversaciones... Con el tiempo, y sin perder el tono testimonial, fueron apareciendo formas diversas de autoficcién, tanto en la escritura como en la imagen, un género hibrido que juega con anclajes biograficos pero sin ataduras con una “verdad” referencial. Vino también la ficcién lisa y Ilana, en la novela, el cine, el teatro, la televisi6n, asi como una interesante ex- perimentacién en las artes visuales y performaticas. Por su parte, |a intensa investigacién académica y periodistica, junto a cantidad de debates y eventos piiblicos ~conmemoraciones, congresos, se- minarios, jornadas~ aporté un enorme caudal de conocimiento y de opinidn. En esta recuperacion de memorias traumaticas afloré también, como era esperable, la de la guerra de Malvinas. En esos géneros diversos, el recurso a la ficcién se presenta- ba a menudo como incapaz de alejarse demasiado de lo testimo- nial, ain en obras sin pretensién autobiogrifica. Como si hablar de ese pasado todavia presente no fuera posible sino recuperando ~idealmente- las voces protagnicas en su inmediatez, en ese “gra- do cero” en el cual, como afirmaba Derrida (1995) “no hay testigo para el testigo”. luego, entre 1989 y 1990, indultos que beneficiaron a cerca de 200 conde nados. En 2003, bajo otro gobierno, comenzaron a haber fallos de incons titucionalidad de esos indultos -favorecidos por la declaracion de la Corte Internacional de La Haya que definia, con valor universal, los “crimenes de lesa humanidad” y su caracter imprescriptible (1998)- y finalmente en 2005, bajo el gobierno de Néstor Kirchner, se derogaron todas las Hamadas “Leyes de impunidad” permitiendo la (re)apertura de Tos juicios, que siguen tenien- do lugar. 69. Por cierto, a lo largo de todos estos aitos y del despliegue acti- vo de la justicia, el horizonte de las memorias no ha sido pacifico. Luego de los efectos del llamado “Show del horror’, en el umbral de la democracia, cuando empezé a revelarse la magnitud de los crimenes, con la aparicién de las fosas, los cadaveres y los restos, como en los campos nazis -revelacién que tuvo un caracter obs- ceno en ciertos medios grificos que habian sido incluso cémplices de la dictadura~ se hizo manifiesta la famosa “teoria de los dos demonios” que trazaba un paralelo entre la violencia guerrillera y el terrorismo de Estado, aunque sin igualarlas por completo. Ese fue incluso el espiritu que animé la convocatoria a la Comisién de notables que recogié los testimonios del Nunca Mas, y el de un gobierno que sin embargo tomé el camino del juicio y del afianza- miento de los derechos humanos, un significante que apenas co- menzaba a tomar cuerpo en el discurso publico.’ A partir de alli la tensin memorial, si pudiera decirse, nunca cedié, aunque sin duda el trabajo de los organismos de DDHH dio sus frutos, aun con disidencias entre ellos, en hacer prioritaria la linea del recono- cimiento publico de los crimenes de lesa humanidad, por sobre los esfuerzos de sectores militares y sus simpatizantes de equiparar- los con los de las organizaciones armadas y darles asi un caracter justificatorio. Cabe recordar aqui que la brutal represidn se dio no solamente sobre formaciones guerrilleras, algunas de ellas ya en las postrimerias de su accionar, sino también sobre una militancia © Segiin Marina Franco (2014), la “teoria de los dos demonios” como tal no existe sino que recoge yen cierlos usos crislaliza~ una serie de sentidos comunes previos incluso al golpe del "76, que se afianzan en el retorno de la democracia ante la necesidad de establecer una relacion entre la violencia guerrillera y la del terrorismo de Estado ~concepto que se define posterior mente con mayor claridad- como paso previo al juzgamiento y la condena de los ex jefes militares en los primeros tramos de la transicion. La autora senala incluso diferencias entre la posicion expresada en el Nunea Mas (Ia represion com “una violencia infinitamente peor...) y los discurso del presidente Al- fonsin, mas anclados en una logica bnaria, aun con la firme resolucion del juzgamiento de los responsables y del afianzamiento a futuro de los derechos ‘humanos con forma de ley. Ver Foro “La ‘teoria de los dos demonios’ en deba te agosto/setiembre 2014, hitp: //memoria.ides.org.ar/archivos/2363 70 intelectual, barrial, estudiantil y sindical de base, no siempre invo- lucrada en la lucha armada. La investigacién académica también tuvo su parte en el escla- recimiento de los hechos y de sus consecuencias en el plano poli- tico, econdémico, social y subjetivo. En ciencias sociales y huma- nidades sobre todo se abordé con fuerza la dimensién narrativa, la recolecciin de testimonios, el dar voz a victimas, deudos y alle- gados, tratando de reponer el clima de una cotidianidad amena- zada, atin para aquellos no estigmatizados por la consigna “algo habran hecho”, Otras investigaciones se centraron en el analisis po- litico e histérico, privilegiando al plano conceptual. De algunas de ellas surgié la caracterizacién de “genocidio” para el caso argentino (Feierstein, 2007), que suscité algunos reparos tedricos que com- parto -preleriria hablar de “practicas genocidas” en todo caso, no asumirla como definicién global-, pero que fue de gran utilidad en Jos juicios, para dar cuenta del grado inaudito de ensafamiento y de crueldad. lego asimismo el momento de las pol as pliblicas de memo- ria, memoriales, monumentos y contra-monumentos, de abrir a la visita los espacios sérdidos del horror, los ex -centros clandestinos de detencion, que fueron campos de concentracién y también de exterminio funcionando en el corazén de las ciudades,° con el pro- pésito de hacer participes del no-olvido a quienes vivieron la época y a su posteridad. Esto permitié un anclaje barrial de la actividad de organismos, asociaciones vecinales y ONG, con la consecuente expansién de la red memorial, y una serie de iniciativas, militantes yartisticas, dentro de la sociedad civil, para producir marcas urba- de museos, nas de recuerdo y homenaje-* Se sum6 a ello la creaci [Apenas un delgado muro separaba, muchas veces, esos lugares de tortura, nto, de la algarabia de la calle, de la vida cotidiana de las vejacion y sufrin gentes, © Entre ells se destacan las baldosas recordatorias frente a domicilios o lu- xgares de desaparicion, asi como diversas placas y semaléticas. La apertura del Parque de la Memoria, en un gran predio a orillas del Rio de la Plata, marcado por el recuerdo de los “vuelos de la muerte’, tambien fue un jalén importante archivos de memoria y centros culturales en distintas ciudades,” que atesoran todo tipo de materiales, incluidos los archivos biogré- ficos que las Abuelas de Plaza de Mayo construyeron, con datos y objetos a su alcance, para entregar a los nietos “recuperados” como una primera aproximacién a la historia de sus padres.® En el devenir sin pausa de las memorias hubo asimismo, y des- de muy temprano, un cuestionamiento, tedrico, ideolégico y po- litico en algunos sectores de la izquierda, a la lucha armada y a las arbitrarias decisiones que tomaron sus cuipulas, especialmen- te la de Montoneros. Ya desde el exilio en México, y a través de la Revista Controversia, editada entre 1979 y 1981, una plana mayor de intelectuales militantes condenaba sin tapujos esas pricticas y las victimas que producian, amén de las muertes de combatientes en acciones aisladas, sin verdadero apoyo popular. En esa linea se inscribe el debate intelectual mas importante sobre esa violencia, de estas politicas. Alli se despliega el Monumento a las Vietimas del Terroris ‘mo de Estado, un muro en cinco partes quebradas, discontinuas, concebido con el criterio de “contra-monumento” ~como una instancia reflexiva y cri- tica, no “restauradora’— que asemeja una gran cicatriz a cielo abierto, donde estan inscriptos miles de nombres, con una estremecedora primacia de afios de juventuid. Varios de ellos se agrupan en el Espacio Memoria y Derechos Humanos, en el extenso predio de la ex ESMA, el mayor centro clandestino de deten cin y exterminio, ubicado en uno de los barrios preciados de la ciudad de Buenos Aires. La apropiactén ilegitima de hijos de desaparecidos, nacidos en cautiverio 0 secuestrados durante losallanamientos de viviendas, entregados alos propios represores o sus familias y en menor medida a otros “adoptadores”, es un de- lito de lesa humanidad que no tiene precedente. En este sentido, las Abuelas de Plaza de Mayo han desarrollado una tarea cicl6pea, casi detectivesca, en la busques (0s a quienes se ha negado el derecho a la identidad. De un calculo aproximado de 500 nietos en esa situaci6n, se han recuperado has- ta ahora 127, usando para la identificacion las mis modernas tecnologias de analisis de ADN. Algunos jovenes, alertados por esa biisqueda y con sospe- cha de no ser verdaderamente hijos de sus familias de crianza se han acerca do por propia iniciativa a las Abuelas, otros fueron intensamente buscados y encontrados a partir de pistas ciertas, hay también casos que se han negado a la identificacion, aunque tiltimamente se sancioné una ley que obliga, cuando hay presuncion, a la confrontaci enfilada también contra las propias filas, que tuvo lugar entre 2004 y 2006, y que toms la forma epistolar en varias revistas especiali- zadas y sitios de Internet, a partir de una encendida carta que el fildsofo heideggeriano Oscar del Barco publicara en una revista de Cérdoba, La Intemperie, con el titulo “No Mataras’, donde expte- saba su arrepentimiento por haber dado apoyo intelectual a una aventura guerrillera en los tempranos aftos “60 y su condena irres- tricta a todo atentado contra la vida humana, cualquiera sea su sig- no o su raz6n. La carta respondia a una entrevista realizada por la misma revista a Héctor Jouvé, uno de los protagonistas y sobrevi- vientes de la guerrilla guevarista, donde este evocaba, y no por pri- mera vez, su rechazo y su conmocién sin sosiego, después de tan- tos aiios-, ante la ejecucién de dos de sus compaferos de ruta por sospechas de inminente traicién o quiebre del nimo combatiente. A partir de esa carta ~que su autor definié como un grito estre- mecido mas que como un planteo de argumentos- se desencade- no una profusa correspondencia entre ex militantes, intelectuales, escritores, psicoanalistas, pensadores, reunida luego en un primer volumen de casi 500 paginas bajo el titulo No Matar. Sobre la res- ponsabilidad (2007), al que se agregé un segundo volumen con cartas y ensayos. Un largo debate, pleno de pasién y también de violencia -de esa violencia de la escritura que tanto Derrida como Barthes percibieran bien-, que puso al descubierto, en el atisbo de cada biografia, viejas heridas, silencios, olvidos, tabiies, agra- vios, decepciones y, como era imaginable, nunca fue saldado. En esa senda, el trabajo de Pilar Calveiro Politica y/o violencia (2005), aparece por el contrario como una consistente articulacién entre experiencia personal y elaboracién critica. Desde otras perspectivas, algunas publicaciones académicas aparecidas por esos afios venian a cuestionar algunos aspectos de la orientacion general que habia tomado el trabajo de la memoria, tanto de parte de los organismos como de ex militantes reacios a ampliar la pregunta por la responsabilidad. Se insinuaba alli tam bién cierta inquietud por la temporalidad, si no habria un tiem- po suficiente para la reconciliacién con el pasado, aunque esto no 3 implicara necesariamente el perdén (Sarlo, 2005; Vezzetti, 2009), Paralelamente aparece la demanda de “memoria completa’, sos- tenida por familiares y sectores mi mente en sus publicaciones (Salvi, 2012)- y que tiende a equipa- rar las victimas de ambos “bandos” sin distincién de instancias ni procedimientos. Esa equiparacién también fue planteada, casi una década des- pués, en un enfatico Testamento de los afios 70 (Leis, 2013) donde, sin arrepentimiento, un ex guerrillero condena las acciones en las. que participé y propone un pantedn igualitario para todas las vi timas, “de un lado y de otro’, cuestionando tanto la caracterizacion de terrorismo de Estado como la de crimenes de lesa humanidad. A distancia notable de la carta de del Barco y en cercania del pen- samiento de los sectores mas retrogrados, la sorpresa que provo- ca esta postura no es tanto la del célebre “colmo” barthesiano, ni su obvio impacto mediatico, sino que haya despertado cierto con- senso en sectores intelectuales considerados como progresistas. Se plantea aqui un serio problema de la critica, que como tal tiene que ponerse a distancia de la adhesin facil o la simple ident emocional con las “buenas causas’, que tiene que atreverse a cues- tionar sentidos instituidos, memorias oficiales, simplificaciones y estereotipos ~como lo hizo Nelly Richard, por ejemplo, que se atre- vid, en su Critica de la Memoria (2010), a enfrentarse a un signifi- cante sacralizado- pero la pérdida del rumbo ideolégico en cuanto aciertas distinciones basicas en el campo de los derechos humanos sefiala un punto limite. nla misma linea de indagacién critica sobre los '70 pero de- jando en claro que el horror del terrorismo de Estado no es equi- parable a la violencia guerrillera, Claudia Hilb, en su libro ;Qué hacemos hoy con los setenta? (2013) plantea, ademas de la condena sobre medios y fines, una disyuntiva en cuanto al camino elegi- do para el juzgamiento de los represores, apoyada en la compara cidn entre Argentina y Sudafrica. En su opinion -una opinion que también se expresa en otras voces~ en nuestro pais se privilegi6 que la verdad -datos que supuestamente podrian ares ~que se expresa clara- acion la justicia antes obtenerse de los militares respecto de desapariciones y nifios apro- piados a cambio de una reduccién de condenas- mientras que, in- versamente, en el pais sudafricano, por mor de la reconciliacién, se antepuso la verdad -en tanto confesién producida en el encuentro entre perpetradores y victimas o ante comisiones ad hoc- ala justi- cia. Argumentacién objetable, no sdlo por la disimetria de los res- pectivos contextos histéricos, sociopoliticos y culturales sino por la suposicién, en el caso argentino, de una hipotética voluntad de verdad en quienes jamas se arrepintieron ~y de lo innoble que re- sulta un “trueque” de esas caracteristicas- y, en el caso sudafricano, de una estimacién idealizada en cuanto a los verdaderos alcances de la reconciliacién a la que se pretendia llegar con esos procedi- mientos.’ Espacios criticos donde, pese a sus diferencias, se rea- firma la idea de reconciliacion, ligada 0 no a la de perd6n, ya sea como culminacién necesaria del tiempo de los juicios 0 como ate- nuacién de antagonismos que trazan lineas divisorias en la socie~ dad respecto del pasado reciente. Lineas divisorias que no hacen sino poner de manifiesto los di- lemas de la memoria, 0 bien la memoria como dilema. No solamen- te por sus “contenidos’, por lo que ella trae al presente de la enun- ciacién, a la vivencia herida de quienes recuerdan, sino también por las modalidades de esa evocacién y las diferencias irreducti- bles de los puntos de vista, que hacen perentorio el plural, meno- rias, y problemitico el concepto mismo de “memoria colectiva’. ‘Tal es la complejidad que entrafa este significante que ni siquie- ra Paul Ricoeur, luego de una larga argumentacién filosofica y de ilisis pormenorizado sobre las Comisiones de Verdad en el mun. do puede encontrarse en Hayner, P. (2008). Respecto de las de Sudatrica, la autora sefala las dificultades y los limites de su funcionamiento en cuanto a alcanzar “verdad y reconciliacién’, ast como la cantidad de crimenes graves {que quedaron impunes gracias a la amnistia, que se promulgo como una al ternativa ala que se podia aspirar, previa ala apertura de las Comisiones. Por su parte, Antje Krog, periodista y escritora sudatricana que cubrio el desarro: Ilo de esas Comisiones, narra esa experiencia, mostrando sus ambiguedades y contradicciones, al tiempo que la pervivencia dolorosa de lo no saldado, en tn libro desgarrador, El pais de mi calavera (2016) confrontar el concepto con su propio creador, Maurice Halbwachs (1992), deja saldada la cuestién, mas bien sugiere, al final del cap. 3 de la Primera Parte de La memoria, la historia, el olvido, la alterna- tiva de considerar una triple atribucién de la memoria: “a si, a los préximos, a los otros” (Ricoeur, 2004: 172) Pero en tanto esas memorias son, por definicién, inagotables, su proliferacién puede producir también un efecto contrario, una saturacién que lleve al limite de lo asimilable. Algo de eso ha suce- dido en Argentina con esta historia que no es todavia “una”: la exa~ cerbacién del testimonio y la autobiografia, el anclaje en el yo no meramente como sostén de la ilusoria unidad del sujeto sino tam- bién como prestigio de la palabra autorizada y justificacién histé- rica por la “propia” experiencia. Si bien esta exacerbacién ha mere- cido anlisis criticos, podria pensarse que en la emergencia quiza excesiva de esos “yoes” se juega precisamente la propia figura de la desaparicién, ese silencio de los destinos, ese vacio de los cuerpos, esa penuria de los documentos -escamoteados, ocultos, destrui- dos- esas identidades apropiadas, que son una fractura irreparable en a idea misma de comunidad. Cémo situarnos, como analistas ~en sentido amplio- ante esas narrativas de la memoria, tanto en su primeridad, si pudiera decir- se, como en sus incontables expresiones actuales, a mis de 40 afios después? ;Cémo definir un interés por el conocimiento y la expe- riencia que emanen de ellas? ;Cémo hacer justicia a la singular dad de cada experiencia? ;Cémo evitar la repeticién estereotipica, elanclaje en la escena traumitica, la “victimologia”? Pero al mismo tiempo, ;Cémo dar hospitalidad a lo nuevo que surge, a las voces que antes no pudieron hablar, por miedo, por vergtienza, porque no habia oidos que pudieran escuchar? ;O a las nuevas voces, las de los hijos, las generaciones que vinieron después y llevan la mar- ca de una época, aunque no hayan vivido en carne propia el dolor ola pérdida2” Es interesante aqui el trabajo del arte, la literatura, la ficcion, la autofic: idm, que permite elaborar el trauma con otros materiales, o construir una in pretender dar respuesta a esos interrogantes, s6lo retomaré algunos aspectos que considero importantes para abordar el de- licado terreno de las narrativas de la memoria, donde también se juega la biografia y la identidad, en particular ésta ultima, en tan- to autoafirmacién, desafio a una época que pretendid, en tantos casos, negarla. En primer lugar, es importante atender a la auto- definicién, que explicita desde donde se habla: victimas, sobrevi- vientes, exiliados, exiliados-hijos, militantes, hijos, nietos, genera- cidn, etcétera, Cémo se ubica cada uno frente a su propia palabra, ycémo traza el arco de sus pertenencias ¢ identificaciones sociales: muchas veces asistimos a agrupamientos caprichosos de experien cias disimiles, hechos desde una exterioridad. En segundo lugar, la consideracién del género discursivo en el cual toma cuerpo esa palabra: entrevistas, memorias, escrituras, presencias mediaticas, performances, testimonios, filmes, practicas artisticas, grupos de reflexi6n... Una distincion capital para la interpretacién, en tanto no se dice lo mismo en uno u otro: cada género discursivo, nos re- cuerda Bajtin (1982), tiene su propio régimen de verdad y su escala ética y valorativa del mundo. Y esti también esa pregunta clave: ;Quién habla alliZ, que con- lleva un sentido de reconocimiento y atribucién, no sélo en cuanto ala identificaci6n en las coordenadas socioculturales sino también ‘escena de reconocimiento colectivo, mas alld de las cargas de la propia me moria: pienso en Laura Alcoba, Raquel Robles, Mariana Eva Perez, Angela Urondo Raboy, Albertina Carri, Marta Dillon, Félix Bruzzone, y otros, en mi pais, y Alejandro Zambra, Macarena Aguilo, Nona Fernandez, Alvaro de la Barta, Diego Ziifiga, Lina Meruane, y tantos otras en Chile. Tiempo de los hijos, mas alld de los datos especificos de su filiacion. Y también de los nietos, que hacen filmes para descubrir quiénes fueron en verdad sus abuelos, como el reciente caso de Mariano Corbacho, con su filme 70 y pico (2016), cuyo abuelo, decano de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad dde Buenos Aires, durante la dictadura, colaboro con la ESMA en la denuncia de estudiantes que luego fueron desaparecidos. Voces a las cuales se agregan ahora las de “hijos de represores” que expresan diversas posturas en relacion ‘asus padres y algunos de ellos ~con primacia de “ellas”~ se declaran tamente en contra de su accionar y se agrupan para construir visiones dil renciadas en el espacio publico, como es el caso de “Historias desobedientes’ psicoanaliticas. El lugar del narrador, esa emergencia de la voz, que asume la enunciacién y es quiz capaz de inducir, con nuevas tona- lidades, esa mitica ronda de la escucha en comunidad cuya pérdida en el temprano siglo XX lamentaba Walter Benjamin (2008). Una escucha atenta a las vacilaciones, los sobresaltos, los silencios, cui- dadosa de no infringir, en aras de “la buena causa” los umbrales de la privacidad y del pudor -memorias de la violencia sobre los cuer- pos que pueden desbordar la normalidad del decir-, y que logre dar hospitalidad y visibilidad a una palabra que desafia las diversas formas, pasadas y presentes, de desaparicién. 78 EI pais de la infancia

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