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Los pingiiinos del seiior Popper Richard y Florence Atwater Iustraciones de Robert Lawson Traduccion de Olga Martin y Paula Botero gaye Yoaiinraceracm, cg, enn, Buenos Ate, ‘Quo, San Jos, San Juan, San Salvador, ema ep: Ae Pee ‘tr Rabe Lawton - Re: Goo nl Nam ‘Sip acm keen To ep ea) 5 Ferm denn Arse, lee, 19619781, Laws, Rbeetit ne sae (CoP code Rg Bs ae Ang A> “in nina Me Apperson (©1938 Tihany Hlrence Arar (©2011 Ed Norm SA. ara Adin Latina ‘Avi Ens 8010 edie fc pba em acta con Lil ron an Crary, New Yr, "Now York EEUU. Torin decor ered Prolite repeal psd corn, ‘orculguer mio, in perm en des ede green Csi Prin Cais Times fo aor Buena Seale Jehode 21! ro etencomecom Ilorin de cue: Robert Lamon Bras deca: ude Anes Gate: hagas And Rtn Grnaor Capitulo 1 Seilwarer Capfrulo tt Lavoren el sire Capitulo I Fuera del Antitico Capfeulo 1V EL Capitin Cook Capieulo V" Problemas con un pingtino Capitulo VI Mis problemas 7 235 35 45 53 ‘Capitulo VIL EI Capitin Cook hace un nido Capra VIL El paseo del pingiino Capitulo IX En la barberfa Capt X Sombras Captulo X1 Greta Capitulo XM és bocas que aientar Capea XI Preocupeciones econémicas Capftulo XIV El sefior Greenbaum Capitulo XV Los Prodigiosos Pingiiinos Popper Capitulo XVI De gira Capitulo XVIL Fama 6 2p 85 a” 9 109 us 123 135 145 Capitulo XVI Vientos de abril Capitulo XIX El almirante Drake Capftulo XX Adids, sefior Popper 153 163 1B Capitulo 1 Stillwater tiembre. En la pequeiia y agra- dable ciudad de Stillwater, el sefior Popper, pintor de casas, volvia a casa del trabajo. Levaba sus baldes, sus es- caleras y sus listones, por lo que avan- zaba con bastante dificultad. Estaba salpicado de pintura y cal, y del pelo y del bigote le colgaban pedacitos de pa- pel tapiz, pues era un hombre més bien desalifiado. Los nifios que estaban jugando le- vantaban la mirada para sonreirle cuando pasaba, y al verlo, las amas de casa decfan: “Ay, Dios, tengo que acordarme de pedirle que me pinte la casa en primavera”. ‘Nadie sabfa qué pasaba por la cabeza del sefior Popper, y nadie imaginé que tun dfa se convertira en la persona més famosa de Stillwater Eraun sofiador. Incluso cuando esta- ba ocupadisimo alisando el pegamento del papel tapiz, 0 pintando los exterio- res de las casas de otras personas, solfa olvidarse de lo que estaba haciendo. Una ver, pint6 tres lados de una coc na de verde, y el otro de amarillo. La duefia de casa, en lugar de enojarse con él y pedirle que repitiera el traba- jo, habja quedado tan contenta que le habfa pedido que lo dejara ast. Y al ver su cocina, las otras sefioras también la admiraban, de manera que, poco después, todo el mundo en Stillwater tenia la cocina pintada de dos colores. La razén por la que el sefior Popper ‘era tan distraido era porque siempre estaba sofiando con pafses lejanos. Nunca habia salido de Stillwater. Pero no era infeliz, Tenia su casita, propia y agradable, y dos hijos, Hamados Janie y Bill. Aun asf habefa sido genial, pen- saba con frecuencia, si hubiera podido andar un poco el mundo antes de co- nocet a la sefora Popper y echar rafces. Nunca habia cazado tigres en la India ni ascendido a la cima del Himalaya ni buceado en busca de perlas en los mares del sur. Pero, sobre todo, nunca habia visto los Polos. Eso era lo que més lamentaba, Nun- ca habia visto esas blancas extensiones brillantes de hielo y nieve. Cusinto le habrfa gustado ser un cientifico, en ver de un pintor de casas en Stillwater, para poder participar de las grandes ex- pediciones a los puntos més septenttio- nales y australes de la Tietra. Y como no podia ir a los Polos, siempre estaba pensando en ellos. Cada vez que ofa que una pelicula sobre estas regiones habia flegado a la ciudad, erael primero en la fila de labo- leterfa,ycon frecuencia se las vefa hasta tres veces. Cada vez que a la biblioteca piiblica Hegaba un nuevo libro sobre el Artico o el Antattico —el Polo Norte yel Polo Sur— el sefior Popper era el primero en pedirlo prestado, De hecho, habia lefdo tanto acerca de los explora- lores polares, que podia nombrarlos a todos y contar lo que haba hecho cada uno, Era toda una autoridad en la ma- teria, De todos los momentos del dia, el que mais le gustaba era la noche. En- tonces podta sentarse en su casa y leer acerca de esas regiones en la parte su- perior e inferior de la Tierra. Mientras lefa, tomaba en sus manos un peque- fio globo terréqueo que Janie y Bill le hhabfan regalado la Navidad anterior y buscaba el lugar exacto sobre el que es- taba leyendo. Y ahora, mientras recorria las calles camino a casa, estaba contento porque cl dia habia terminado y porque era fir rales de septiembre. Cuando lleg6 a la cerca de la pulera ‘casitantimero432dela Avenida Proud- foot, ents. —Bueno, amada mia —dijo mien- tras ponfa sus baldes y escaleras y lis- tones en el piso, y le daba un beso a la sefiora Popper—, la temporada de de- coracién ha terminado. Ya pinté todas las cocinas de Stillwater y empapelé todos los cuartos en el nuevo edificio 3 dde apartamentos de la Calle Elm. No volveré a tener trabajo hasta la prima- vera, cuando la gente quiera pintar sus casas otra vez. La sefiora Popper suspir6. —A veces desearia que tuvieras uno de es0s trabajos que duran todo el afto, y no solo desde la primavera hasta el tone —ijo—. Seri muy bueno te- nerte en casa durante tus vacaciones, claro, pero es un poco dificil barter con un hombre que se la pasa todo el dia leyendo. —Podifa decorarte la casa. —iEso sf que no! —dijo la seftora Popper con firmeza—. El afio pasado pintaste el baiio cuatro veces porque no tenfas nada mas que hacer, creo que ya fixe suficiente. Pero lo que me preocu- paes el dinero. He ahorrado un poco, y supongo que aleanzarii para que nos las arseglemos como lo hemos hecho otros inviernos. De ahora en adelante, nada de rosbif y nada de helado, ni siquiera Jos domingos. —ITendremos que comer fifjoles todos los dias? —preguntaron Janie y Bill, que venfan de jugar afuera. —Me temo que sf —dijo la sefiora Popper—. Ahora vayan a lavarse las ‘manos que vamos comer. Y Pap, guar- da todas esas pinturas, pues no vas a necesitarlas por un buen tiempo. Capfeulo II La voz en el aire sa noche, después de acostar a los pequefios Popper, el se- fior y la seftora Popper se pu- sieron c6modos para disfrutar de una noche larga y tranqui- la. La prolija sala de la casa rniimero 432 de ta Avenida Proudfoot ‘era muy parecida a todas las otras salas de Stillwater, salvo por las fotos de la National Geographic que colgaban de sus paredes. Lasefiora Popper retomésu te- jido mientras el sefior Popper sacaba su Pipa, su libro y su globo. De vez en cuando, la sefiora Poppet dejaba escapar un suspiro, pues pensaba fen el largo invierno que se avecina- ba. iTendrian suficientes frijoles?, se preguntaba. Pero el sefior Popper no estaba preocupado, Mientras se ponfa las ga- fas, se sentia bastante complacido ante la perspectiva de pasar un invierno en- tero leyendo guias de viaje, sin ningtin trabajo que lo interrumpiera. Puso el lobo terriqueo a su lado y empers a Teer. —iQué estas leyendo? —pregunts la seftora Popper. —Un libro titulado Aventuras antdrt cas. Es muy interesante. Habla de todas las personas que han ido al Polo Sur y de lo que han encontrado all. iNunca te cansas de leer sobre el Polo Sur? —No, no me canso. Claro que me gustarfa mucho més ir que leer sobre 41, Pero como no puedo ir, esta es la mejor opeién que tengo. Yo pienso que eso allé debe de lio Ia. sefiora ser_muy aburrido Popper—. Suena muy gris y frfo, con todo ese hielo y esa nieve. No, no —respondié el sefior Popper—. No pensarfas eso si hubie~ ras ido conmigo al Cine Bijou a ver las peliculas de la Expedicién Drake el aio pasado. —Bueno, pues no fui, y no creo que ninguno de nosotros vaya a tener di- nero para ir al cine ahora —respondi6 la sefiora Popper, un poco dura. No ‘era para nada una mujer insoportable, ‘pero se enfadaba bastante cuando esta- ba preocupada por el dinero. Si hubieras ido, amada mia —siguié el senor Popper—, habrias visto lo hermoso que es el Antértico. Pero creo que lo més simpatico de todo son los pingilinos. No es de extrafar ‘que todos los de la expedici6n se la pa- saran tan bien jugando con ellos. Son las aves més graciosas del mundo. No ‘vuelan como las otras aves. Caminan cerguidas, como hombrecitos. Y cuando se cansan de caminar, simplemente se cechan sobre fa panza y se deslizan. Se- rfa buentsimo tener uno de mascota. —iMascotas! —exclamé la sefio- ra Popper—. Primero es Bill con el cuento de que quiere un perro, y luego Janie, rogando por un gatito. 'Y ahora tii con tus pingtiinos! Pero no tendré mascotas aqui adentro, Ensucian toda la casa, y suficiente trabajo tengo ya tratando de mantenerla ordenada. Sin hablar de lo que cuesta alimentar a una ‘mascota. Ademés, ya tenemos el acua- rio con los peces. —Los pingtiinos. son muy inteli- gentes —continué el seftor Popper—- Excucha esto, Mamé, aqué dice que cuando quieren atrapar camarones, todos se aglomeran al borde de un monticulo de hielo. Solo que no saltan de inmediato, porque puede haber al- guna foca esperando para comérselos. Entonces se amontonan y se empujan hasta que hacen caer a alguno para ver sino hay peligro. Es decir, si no se lo ccomen, el resto de ellos sabe que puede lancarse sin correr ningtin riesgo. —iSanto Dios! —exclam6 la sefiora Popper, horrorizada—. A mf me pare- cen unas aves medio salvajes. —Es curioso —dijo el seftor Popper—: que todos los osos polares vivan en el Polo Norte y todos los pin- ailinos en el Polo Sur. Yo creo que a los pingiiinos también les gustarfa vivir en elPoloNortesisupieran como llega allt. A as diez, la seftora Popper bostezs y dej6 a un lado el tefido. —Bueno, si quieres, quédate leyen- do sobre esas aves salvajes, pero yo me voy ala cama. Mafiana es jueves, 30 de septiembre, y tengo que ir a la prime- 1a reunién de la Sociedad Benéfica de Mujeres Misioneras. —130 de septiembre! —exclamé cl sefiot Popper, entusiasmado—. INo es- tars diciendo que hoy es miércoles, 29 de septiembre! ‘Por qué? Si, supongo que sf. (Qué pasa EL sefior Popper puso @ un lado el li- bro de las Aventuras antdrticas y fue a toda prisa a encender el radi —itQue qué pasa?! —repiti6, opr- mmiendo el interruptor—. Pues que es la noche en que empieza la transmisién de la Expedicién Antartica Drake. —Bah, eso? —dijo la sefiora Popper—. No mas que un montén de hombres en el extremo sur del mundo diciendo “Hola, Mam4, hola, Papa”. —iChis! —ordené el sefior Popper, acercando el ofdo al radio. Primero hubo un zumbido, y luego, de repente, una voz apagada lleg6 flo- tando desde el Polo Sur hasta la sala de los Popper. “Habla el almirante Drake. Hola, Mama. Hola, Paps. Hola, sefior Popper”. fiora Popper—. iDijo “Hola, sefior Popper"? “Hola, sefior Popper, en Stillwater. Gracias por su amable carta sobre las fotos de nuestra dltima expedici6n Espere nuestra respuesta. Pero no por carta, sefior Popper. Espere una sorpre- sa, Fin de la transmisi6n”. —iLe escribiste al almirante Drake? Si, lo hice —admitié el seiior Popper—. Le escribt y le comenté lo traciosos que me parecian los pingti- —Increfble —dijo la sefiora Popper, muy impresionada. El sefior Popper alz6 su globo terra queo y encontré el Antértico. —Y pensar que me habl6 desde tan lejos. Incluso mencioné mi nombre. Mami, iqué crees que quisiera decir con una sorpresa? —No tengo idea —respondié la se- fora Popper—, pero me voy a la cama. No quiero llegar tarde a la reunién de la Sociedad Benéfica de Mujeres Mi- sioneras de maiana. B Capfeuto 11 Fuera del Antartico on Ia emocién de que el ale mirante Drake le hablara por la radio y la curiosidad por el mensaje que le habia enviado, el sefior Popper no durmié muy bien esa noche. Se sentia incapaz de esperar para descubrir qué queria decir el almirante. Y cuando lle- 26 la mafiana, casi se lament6 de no tener que ir a ninguna parte, de no te- ner casas que pintar ni cuartos que em- papelar. Eso le habria ayudado a matar el tiempo. —iNo quieres que cambie el papel tapiz de la sala? —le pregunté a la se- fora Popper—. Tengo bastante papel ‘ngimero 88, que me sobt6 de la casa del alealde. No, no quiero —dijo Ia sefiora Popper, resuelta—. A mf me parece ue el que tenemos esté perfectamen- te bien. Hoy es la primera reunién de la Sociedad Benéfica de Mujeres Mi- sioneras y no quiero tener que limpiar ningtin desorden al volver a casa. —Muy bien, amada mia —dijo el sefior Popper décilmente y se senté ccon su pipa, su globo y su libro de Aven tras antértcas. Peto, por alguna razén, ‘no lograba concentrarse en las palabras impresas. Sus pensamientos se desvia- ban una y otra ver al almirante Drake iQue habria querido decir con que le tenia una sorpresa! Por suerte, y para su tranquilidad mental, no tuvo que esperar mucho tiempo. Pues esa tarde, mientras la sefiora Popper estaba en su reunién, y Janie y Bill no habjan regresado del colegio, timbraron a la puerta, “Supongo que no seré més que el cartero. No me tomaré el trabajo de abrir’, se dijo a sf mismo. EI timbre volvi6 a sonar, un poco ‘més fuerte esta vez. Entonces se diri- i6 a la puerta, refunfufiando para sus adentros. El que estaba alli no era el cartero. Era un hombre del servicio de mensa- jerfa exprés, con la caja mis grande que el sefior Popper hubiera visto jams. —IVive aqui alguien de apellido Popper? —Soy yo. —Muy bien, este paquete Iles por servicio exprés desde el Antartico. Ese sf que es un viaje, ino? EL sefior Popper firm el recibo y ‘examiné la caja, Estaba toda cubierta de letreros. “DESEMPACAR DE INMEDIA- TO", decfa uno. “MANTENGASE REFRIGE- apo”, decia otro. Noté que la caja estaba perforada aqu‘ y allé con orifi ios para dejar pasar el aire. Tan pronto tuvo la caja dentro de la casa, el sefior Popper no tardé un se- undo en traer el destorillador, pues, por supuesto, habfa adivinado que esa la sorpresa del almirante Drake. Ya habia conseguido retirar las ta- blas de afuera y parte del empaque, que era una capa de hielo seco, cuando, de pronto, del fondo de la caja de embala- je le leg6 un “Ork” apagado. Se le pars el corazin. El ya habia ofdo ese sonido antes, ino? En las peliculas de la Expe- dici6n Drake. Las manos le temblaban, por lo que a duras penas pudo despegar el dltimo envoltorio, No quedaba la menor duda, Era un pingiino. El sefior Popper se qued6 mudo de felicidad. Pero el pingitino no estaba mudo en. absoluto. Ork —volvi6 a decir, y esta ver extendié sus aletas y salt6 por encima le los restos del embalaje Era un sujeto pequefio y corpulento dle unos setenta centfmetros de altura Aunque era del ramafio de un nifio, crt mucho ms parecido a un hombre- ito, con sit chaleco liso y blanco por » delante y un largo frac negro que se le arrastraba un poco por detrés. Dos redondeles blancos bordeaban sus ojos cn su cabeza negra, que gir6 de un lado a otto para observar al seftor Popper, primero con un ojo, luego con el otto. El sefior Popper habia lefdo que los pingiinos son extremadamente curio- 808, Y pronto comprobé que esto era cierto, pues el visitante apreté el paso ¥y empezé a inspeccionar la casa, Sali6 ppor el corredor rumbo a los cuartos, ‘con su caminadito extrafio y presun- tuoso. Y cuando entré al batio, miré alrededor con una expresion de alegria ene rostro. “Puede ser—pens6elsefior Popper— que todos estos azulejos blancos le re- ‘cuerden ef hielo la nieve del Polo Sur. Pobrecito, tal ver tenga sed”, Entonces empezé a llenar cuidado- samente la bafiera con agua fifa. Esto cera un poco dificil, pues el curioso per- sonajito no dejaba de atravesarse,tra- tando de morder la Have con su pico rojo ailado, Pera finalmente consiguié Ilenarla toda. Como el pingiino seguia inspeccionéndolo toxo, el sefior Popper lo agarté y o eché al agua. Al pingiiino no parecié molestarle, —Timido no eres, eso esté claro —lijo el sefior Popper—. Supongo que ya te habris acostumbrado un poco a jugar con los exploradores del Polo. ‘Cuando pensé que el pingitino yaes- taba harto del bafio, sacé el rapon del desagile. Y estaba preguntindose qué hacer a continuacién cuando Janie y Bill Ilegaron del colegio y entraron co- rriendo. —Papé —gritaron al unfsono desde ta puerta del bafio—. ‘Qué es eso? —Un pingiiino del Polo Sur que me envid el almirante Drake. —IMiren! —dijo Bill—. Esta mar- chando. El pingiiino, en efecto, estabs mar- chando contentisimo. Desfilaba de un lado al otro dentro de la bafiera, ha- ciendo pequerios gestos de asentimien- to con su magnifica cabeza negra. A. ‘veces parecia estar contando los pasos a 2 aque daba: seis pasos @ lo largo, dos pa- s08 2 lo ancho, otros seis pasos a lo lar- 0, y dos mis a lo ancho. —Da pasos muy pequetios para set unave tan grande, —Y miren csimo se le arrastra el abri- guito negro. Casi parece como si le que- dara demasiado grande —dijo Janie. Pero el pingiiino estaba cansado de ‘marcha. Esta ver, al llegar al final dela bafiera, decidié saltar sobre la curva resbalosa. Luego se dio la vuelta y se desliz6 en tobogan sobre su panza blan- cea con las aletas extendidas. Entonces ellos pudieron ver que las aletas eran negras por encima, como las mangas de un frac, y blancas por debajo. —iGuk! ;Guk! —dijo el pingtiino, ensayando su nuevo juego una y otra —iCémo se llama, Paps? —pregun- 16 Janie. —iGuk! jGuk! —Aijo el pingoino, deslizéndose una vez mis sobre su pan za blanca brillante, —Suena como “Cook”, 0 algo ast —tlijo el sefior Popper—. iClaro! Le pondremos Cook, Capitan Cock Capitulo IV El Capitan Cook K\ onerle a quién Capitin Cook? !—pregunté la sefiora Popper, que habia entrado tan silen- iosamente que ninguno de ellos la habfa ofdo. ‘ues al pingtiino —res- pondié el sefior Popper—. Estuba di- ciéndoles —continué después de que la sefiora Popper se sentara en el piso Para recuperarse de la sorpresa— que podrfamos ponerle el nombre del Capi- tén Cook, un famoso explorador inglés _que vivi6 por la época de la Revolucién de los Estados Unidos. Navegé por lu- ares a los que nadie habfa ido antes. No lleg6 hasta el Polo Sur, claro, pero hizo muchos descubrimientos cientifi- cos importantes acerca de las regiones antérticas. Era un hombre valiente y un lider bondadoso. Asf que creo que Capitén Cook seria un nombre muy adecuado para este pinglino nuestro. is en serio? —dijo la sefiora Popper. —iGork! —dijo el Capitén Cook, que habia vuelto a animarse de repen- te, Agitando las aletas, brine6 de la ba- fera al lavamanos y se qued6 alli un ‘momento, mirando hacia abajo. Luego salt at suelo, caminé hacia la seftora Popper v empea6 a picotearle el tobillo. —iDetenlo, Papi! —grité la seora Popper, batiéndose en retirada hacia el corredor. El Capitén Cook iba detrés, seguido a su vez por el sefior Popper y Jos nifios. Ella se detuvo en la sala. Y lo mismo hizo el Capitan Cook, pues habfa quedado encantado con la habi- tacién, Es cierto que un pingilino se ve muy extrafio en medio de una sala, pero una sala también le parece muy extra- fia a un pingtiino. Ni siquiera la sefiora Popper pudo evitar sonrefr al ver el bri llo de curiosidad en los ojos redandos yy extiticos del Capitan Cook, con su frac negro arrastréndose por detris de sus patitas roséceas mientras iba de un sillin al otro, picotesndotos para ver de qué estaban hechos. Luego se vol- te6 de pronto y salié marchando hacia la cocina. —Tal vez tenga hambre —elijo Janie. El Capitiin Cook se dirigié hacia el refrigerador de inmediato. —iGork! —pregunt6, se dio la vuelta ylades la cabeza timidamente, lanzén- dole una mirada suplicante a la sefiora Popper con su ojo derecho. No puede negarse que es tierno —tljo ella—. Supongo que tendré que perdonarlo por morderme el tobillo. Quizé solo lo haya hecho por curiosi dad. Como sea, es un ave linda y pare- ce ser aseada, —iOrk? —insistis el pingiiino, mor- disqueando la manija de la puerta del refrigerador con su pico alargado. El sefior Popper le abrié la puerta, y el Capitan Cook se empiné e incl 16 su cabeza negra lisa y brillante para ver en st interior. Ahora que el sefior Popper no trabajaria hasta después de que terminara el inviero, el retigera- dor no estaba tan lleno como de cos- tumbre, pero el pingidino no lo sabia —iQué crees que le guste comer? —pregunté la sefiora Popper. —Veamos —dlijo el sefior Popper, mientrs sacaba toda la comida y In pponia sobre la mesa de la cocina—. Muy bien, Capitén Cook, échale un vistazo. El pingiiino salté a una silla y de allf al borde de la mesa, batiendo nue- vamente las aletas para recuperar el ‘equilibrio, Después caminé con aire so- lemne alrededor de la mesa y por entre Jos platos de comida, inspeccionéndolo todo con el mayor interés, pero sin to- car nada. Hasta que se quedé quieto finalmente, muy erguido, alz6 el pico para apuntar hacia techo y emitié un sonido fuerte, casi como un ronroneo. —Orverh, overh —gorjes. —Es0, en lenguaje pingiino, quiere decir que est4 muy contento —dijo el. sefior Popper, que lo habia leido en sus libros sobre el Antértico. Pero, al parecer, lo que el Capitén Cook queria expresar era lo mucho 4que le alegraba su amabilidad, no tan- to la comida. Entonces, para sorpresa de todos, salt6 al piso y caminé hacia el comedor. —Ya sé —dijo el sefior Popper—. Deberfamos conseguir mariscos, cama- tones enlatados, o algo ast. O quiz no tenga hambre todavia. He lefdo que los pingilinos pueden pasar un mes sin co- mida, —IMamé, Paps! —grit6Bill—. Ven- gan a ver lo que hizo el Capitiin Cook. El Capitén Cook la habfa. hecho buena. Haba descubierto la pecera so- bre el alféizar del comedor. ¥ cuando la sefiora Popper se lanz6 para apartarlo de un tirén, ya se habfa tragado al dlti- ‘mo de los pececitos de colores. —IPingiiino malo, malo! —o rega- £86 la sefiora Popper, fulminandolo con la mirada. El Capitin Cook agach6 la cabeza con aire de culpabilidad, tratando de verse mas pequefio. —Sabe que ha hecho algo malo —lijo el sefior Popper—. iNo les pare- ‘ce muy inteligente? —Talvezpodamoseducarlo—dijola sefiora Poppet—. Capitén malo, deso- bediente —le dijo, alzando la vor— Los pececitos no se comen. —¥ le dio una palmada en su cabeza negra y re- donda. Antes de que pudiera darle otra pal- ‘mada, el Capitén Cook caminé a toda prisa hacia la cocina, contonedindose ‘como un pato. Alli, los Popper lo encontraron tra- tando de esconderse en el refrigerador, ue avin estaba abierto. Estaba agacha- do debajo de la bandeja del hielo, don- de a duras penas podia entrar y solo ccabfa sentado. Los miraba misteriosa- ‘mente con sus ojos de redondel blan- co desde la penumbra del interior del congelador. —Creo que esa es mas 0 menos la temperatura adecuada para él —dijo el sefior Popper—. Podrfamos dejatlo dormir ahi por la noche. —iPero dénde pondré la comida? —pregunt6 la sefora Popper. —Creo que podrfamos comprar otro reftigerador para la comida —dijo el sefiot Popper. —Miren —dijo Janie—. Se qued6 dormido. El sefior Popper puso el interruptor del control de temperatura en la posi- cin mas frfa para que el Capitan Cook pudiera dormir mas cémodamente, Lucgo dejé la puerta entreabierta, de manera que el pingtiino tuviera sufi ciente are fresco para respirar. —Mafiana llamaré al servicio téc- nico de frigorficos y pediré que man- den a alguien que le haga unos orificios a la puerta, para que le entre el aire —dijo—. Luego podemos poner una rmanija por dentro de la puerta; ast el Capitén Cook podré entrar y salir de su refrigerador cuando quiera. {Vaya por Dios! iNunca pensé que fuéramos a tener a un pingtlino de mascotal —dijo la sefiora Popper— Pero en general se porta bastante bien, yes tan lindo y limpio, que quizé sea un buen ejemplo para ti y para los nifios. Y ahora propongo que nos pongamos ‘manos ala obra. No hemos hecho mas {que mirar al ave. Pap, ime ayudas a evar los fifjoles a la mesa, por favor? —En un segundo —respondis el se- for Popper—. Se me acaba de ocurtit que el Capitén Cook no se sentiré bien sobre la superficie del congelador. Los ppingiiinos hacen sus nidos con guijarros y piedras. Asf que simplemente sacaré tunos cubos de hielo de la bandeja y se los pondré debajo. De esa forma, estaré ‘més eémodo. Capitulo V | Problemas con un pingitino | | dia siguiente fue bastante | agitado en Ia casa ndimero 432 | de la Avenida Proudfoot. Pri- mero, fue el hombre del ser- vicio téenico de frigorificos, después el policia y luego el problema con el permiso. El Capitén Cook estaba en el cuarto de los nifios, mirando a Janie y a Bill armar un rompecabezas sobre el piso. Habfa aprendido a no tocar las piezas después de que Bill le diera una palma- da por comerse una, y no oy6 cuando el hombre del servicio técnico tocé ala puerta trasera. La sefiora Popper habia salido a comprar camarones enlatados para el pingiino, de modo que el sefiot Popper estaba solo en la cocina y debia expli- carle al empleado lo que queria que le hriciera al reftigerador. El técnico de frigortficos puso su bolsa de herramientas en el piso de la cocina, miré el refrigerador y luego al sefior Popper, quien, a decir verdad, no se habfa afeitado atin y estaba un poco desarreglado. —Seiior —dijo—, usted no necesita otificios de ventilacién en esta puerta. —Es mi refrigerador y quiero que le abra unos orificios —dijo el sefior Popper. Entonces discutieron un buen rato. Para lograr que’ el técnico hiciera lo que él querfa, el sefior Popper sabia que simplemente tenia que explicar- le que iba a tener a un pingiiino vivo en el congelador y que queria que su rmascota tuviera suficiente aire fresco, aun cuando la puerta estuviera cerrada toda la noche. Pero se empeciné en no dectrselo. No querfa hablarle del Capi- ‘tin Cook a este empleado antipético, que se haba quedado miréndolo como si creyera que no estaba del todo bien de la cabeza. —Vamos, haga lo que le digo —dijo el sefior Popper—. Le voy a pagar por es0. —iCon qué? —pregunts el hombre del servicio técnico. El sefior Popper le dio un billete de cinco délares. ¥ sintié un poco de tris- tezaal pensar en cudintosfijoles habia podido comprar para la sefiora Popper ylos nifios con ese dinero. Elempleadoexamin6 efbillete,como sino confiaramucho enel sefior Popper. Pero se lo guard6 en el bokillo final- ‘mente, sac un taladro de su bolsa de herramientasehizocincohuequitosfor- mando un delicado disefio en la puerta del reftigerador. —Muybien—dijoelsefior Popper—. Pero no se levante. Espere un momen to, Necesito que haga otra cosa. al al —iAhora qué? —dijo el eécnico—. Supongo que querré que saque la puer- ta de las bisagras para dejar entrar un ‘poco més de aire. £O quiere que con- vierta su congelador en un radio? —No se ponga graciosito —dijo el sefior Popper, indignado—. Esa no es forma de hablar. Aunque no lo crea, s6 lo que estoy haciendo. Mejor dicho, sé lo que quiero que haga. Quiero que pponga una manija adicional dentro de la puerta, de manera que pueda abrirse desde el interior. —Esa —dijo el téenico—: es una ‘dea fantéstica. Quiere una manija adi- cional por dentro. Claro, claro. —! alz6 su bolsa de herramientas. —iNo va a hacerlo? —pregunté el sefior Popper. —Si, s, claro —dijo el empleado del servicio técnico, dirigiéndose a la puer- ta travera. El setior Popper se dio cuenta de que, a pesar de sus palabras de asen- ‘imiento, el hombre no tenfa ninguna intencién de poner la manija interior. —Cref que era un empleado del ser- vicio técnico —e dijo. —Lo soy. Esa es la primera cosa sen- sata que me ha dicho, —Pues qué maravilla de téenico, que ni siquiera sabe cémo poner una ‘mania adicional por dentro de la puer- ta de un refrigerador, —Ah, ique no lo sé? No crea que no sé cémo. Incluso tengo una manija de Tepuesto en mi bolsa de herramientas, ‘y muchos tomillos. Si quisiera, podria mostrarle que sé muybien eémohacerlo, El sefior Popper se llew6 la mano al bolsillo y le dio su tiltimo billete de cin- co dolares. Estaba segurisimo de que la sefiora Popper se enojarfa con él por haberse gastado todo ese dinero, pero no habfa remedio. —Sefior —dijo el técnico—, usted gana. Le pondré la manija adicional, YY mientras lo hago, puede sentarse en esasilla de all, frente ami, donde pue- da mantenerlo vigilado. —Esté bien —alijo el sefior Popper, al tiempo que se sentaba. 3] | El técnico estaba atin en ef suelo, poniendo los sltimos torillos que sos- tenian la nueva manija en su lugar, cuando el pingiino entré en la cocina ‘con sus patitas rosadas y silenciosas. Sorprendido de ver a un desconoci- do sentado en el piso de la cocina, el Capitan Cook se le acereé y empe26 4 picotearlo con cutiosidad. Pero el hhombre estaba aun més sorprendido que el Capitan Cook. —iOrk! —dijo el pingdino. O qui fuera el hombre del servicio técnico, El sefior Popper no estaba seguro de Jo que acababa de pasar cuando se levant6 de su silla un minuto después. Habfa cafdo una lluvia de herramien- tas voladoras, habia sonado un portazo violento, y el hombre del servicio tée~ nico se haba esfumado. Estos sonidos repentinos, desde lue- 180, habfan hecho que los nifios vinieran corriendo. ¥ el sefior Popper les mostré ‘cémo habla quedado el reftigerador, todo remodelado para el pingitino. Se lo enseaié tainbién al Capitén Cook, 2 encerrindolo dentro. El pingiiino noté la nueva y brillante manija interior y la mordié de inmediato con su cutiosidad habitual. La puerta se abrié, yel Capi- tin Cook salié de un salto. El sefior Popper volvié a meterlo y certs la puerta répidamente, para asegurarse de que hubiera aprendido. Al poco tiempo, el pingtiino se habia ‘vuelto bastante habil para salir y estaba listo para aprender a entrar cuando In puerta estuviera cerrada Para cuando el policfa aparecié en la ‘puetta trasera, el Capitsin Cook ya en traba y salfa del reftigerador con tan- ta facilidad como si hubiera vivido en uno de ellos toda su vida. Capitulo VI Ms problemas 1 nifios fueron los primeros en ver al policia. —Mira, Papa —ijo Bill. Hay un policfa en la puerta de atrés. (Te va a arrestat? —Guk —dijo Capitén ‘Cook, caminando con solemnidad ha- cia fa puerta y tratando de asomar el pico por el mosquitero. is la casa niimero 432 de la Avenida Proudfoot? —St—respondié el sefior Popper. —Bueno, supongo que estoy en el lugar correcto —dijo el policia y sefial6, al Capitén Cook—. {Ese bicho es suyo? —St, asf es —alijo el sefior Popper, orgulloso. —i¥ a qué se dedica usted? —pre- ‘gunt6 el policfa con severidad. —Papé es artista —dijo Janie. —Vive con la ropa toda manchada de pintura y cal —dijo Bl. —Soy pintor de casas, decorador —lijo el sefior Popper—. (Quiere pa- —No —dijo el policta- que tenga que hacerlo. —lJeje! —se rio Bill—. El policta le tiene miedo al Capitén Cook. a menos iGaw! —dijo el pingaino, abrien- do de par en par su pico rojo, como si auisiera burlarse del polifa. —iMe dejan hablar? —pregunt6 el policfa— (Qué es eso, un papagayo gi- gante? —Es un pingitino —dijo Janie—. Es ‘nuestra mascota. —Bueno, pues si no es mAs que un ave... —dijo el polica, levanténdose Ja gorra para rascarse la cabeza, medio desconcertado—. Por la forma como ‘me grit6 ef hombre de la bolsa de he- rramientas, pensé que tenfan un leén suelto por aqui dentro. —Maré dice que el pelo de Pap a ‘veces parece como el de un leén—dijo Bill. —Cillate —dijo Janie—. Al policta no le importa c6mo se ve el pelo de Papé. ‘Ahora el policfa se rascaba la bar- billa. Sino es més que un ave, supongo que no habré problema si lo mantiene en una jaula Nosotros lo tenemos en el refrige- rador—dijo Bill —Por mf, pueden ponetlo en el re- frigerador —dijo el policia—. Qué clase de ave dijo que era? —Un pingtino —respondis el sefior Popper—: Y, por cierto, tal vez lo sa- «que a pasear. Esti bien silo levo con una correa? —Veri —Aijo el policta—, honesta- mente, no sé qué diga la ley municipal con respecto a los pingtinos, con o sin correa, en las calles piblicas. Le pre- ‘guntaré a mi sargento, —iSerd que debo sacarle un permi- so} —sugiti6 el sefior Popper. —Pues, sin duda, es To suficiente- mente grande como para necesitar un permiso —dijo el policia—. Le diré qué hacer. lame a la alcaldfa y pregunte ccudles son las normas acerea de los pingtinos. Es un personajito bastante tiemno, debo reconocer. Casi parece bhumano, Buen dia, Popper, y buen dia, sefior Pingtino. Mientras él sefior Popper lama- ba a a alcaldta para averiguar por el permiso para el Capitin Cook, el pin- sino hacfa su mejor esfuerzo por des- conectar el telefono, mordisqueando la ccuerda verde. Tal vez pensara que era tuna nueva clase de anguila. Pero justo entonces la sefiora Popper regress del mercado y abri6 una lata de camaro- nes, de manera que el sefior Popper pudo quedarse tranquil al teléfono. ‘Aun asf, se dio cuenta de que no era facil saber si tenfa que obtener un per- miso para su extrafia mascota 0 no. Cada vez que explicaba lo que queria, le dectan que esperara un momento, y mucho después una vor distinta volvia, a preguncarle qué queria. La llamada se prolong6 un largo rato. Hasta que una ‘nueva vor pareci6interesarse un poco cen el caso. Contento de ofr esta amable vvoz, el sefior Popper volvié a contarle acerca del Capitén Cook. —iEs un capitan del ejército, un ca- pitin de la policia o un capitén de la marina? Nada de eso —dijo el. sefior Popper—. Es un pingiino. al —iPodria repetirme lo que dijo, por favor? —dijo la vor. El sefior Popper se lo epiti6. La vor sugitié que tal ver serfa mejor que lo deletreara. —Ping-iino —dijo el sefior Popper—. Pingiino. —IOh! —dijo la vor—. ‘Quiere de- cir que el Capitén Cook es tun canino? —No, ningiin canino. Pingitino. Es tun ave —dijo el sefior Popper. —iMe esté diciendo —dijo la vor del teléfono— que el Capitin Cook uiere tn permiso para cazar aves? Lo siento. La temporada de caza no em- pieza sino hasta noviembre. Y, por fa- vor, trate de hablar un poco mas claro, sefior... Topper me dijo? —Me Tlamo Popper, no Topper Brit el senor Popper. —St, seftor Potter. Ahora sf lo oigo bastante bien —Entonces escuche —bram6 el se- fior Popper, esta vez completamente in- dignado—, Si ustedes los de la alcaldia ni siquiera saben qué es un pingdino, supongo que no tendtin ninguna nor- ma que diga que haya que registrarlos. No voy a sacarle ningin permiso al Ca- pitén Cook. —Espere solo un momento, sefior Popwell. Acaba de entrar nada més y nada menos que el sefior Treadbottom, nuestro hombre de la Oficina de Na- vegacién de Lagos, Rios, Pantanos y Arroyos. Voy a pasérselo para que ha- ble directamente con él. A lo mejor él conozca a ese tal Canino Cook suyo. ‘Un minuto después, una nueva vor salud6 al sefior Popper. Buenos dias. Esti comunicado con Ja Oficina de Licencias para Automé- viles. ‘Tenfa el mismo auto el afio pa- sado? En caso afirmetivo, ‘cul era el nnimero de la licencia? Habjan pasado la Hamada del sefior Popper a la Oficina del Condado. Decidié colgar. 8| Capitulo VIL El Capitén Cook hace un nido muy mala gana, Janie y Bill tuvieron que dejar al Capitén Cook para ir al co- legio. La sefiora Popper es- taba ocupada en la cocina, ‘un poco atrasada lavando los platos del desayuno, y aunque no- taba vagamente que el pingiiino entra- ba y salfa del reftigerador con mucha frecuencia, esto no le parecié raro al principio. Entre tanto, el sefior Popper habia dejado el teléfono y se habta puesto a afeitarse y arreglarse para hacer honor \ 2] al hecho de ser el duefio de un ave tan espléndida como el Capitén Cook. Pero a pesat de haber quedado desa- tendido por un momento, el pingtino nose habia quedado quieto en absoluto. Debido a la agitacién inusual, y ha- biendo tenido que ir al mercado més temprano de lo normal, la. sefiora Popper no habia tenido tiempo de arreglar las habitaciones. Era una ex- celente ama de casa. Sin embargo, con dos hijos como Janie y Bill y un esposo tan desordenado, era innegable que te- fa que ordenar la casa con bastante frecuencia. El Capitan Cook participaba ahora en los quehaceres. Merodeaba, hurgaba yy picoteaba con minuciosidad por los rincones de todos los cuartos; escu- driiaba en todos los armarios con sus ojos de redondel blanco; husmeaba con su rechoncha figutita por debajo y por detris de todos los muebles, dando pequetios aullides apagados de curiosi- dad, sorpresay placer. Y cada vez que encontraba lo que parecia estar buscando, lo agarraba con a punta negra de su pico rojo lo lleva- baa la cocina y lo metfa en el reftige- rador, contonedindose orgulloso sobre sus patas anchas y rosadas. Hasta que a la sefiora Popper se le ‘ocurrié preguntarse en qué diablos andarfa tan ocupado el pingiiino. Y | ‘cuando lo descubri6, solo aleanzs a gi- tarle al sefior Popper que fuera de prisa aver lo que habia hecho esta vez. El sefior Popper, que lucfa fenome- nal, como notaria més tarde Ia sefiora Popper, se qued6 igualmente asombra- do mirando el interior del refigerador. El Capitén Cook se les umié y les ayud6 a mirar, —Ork, ork —dijo, triunfante. La sefiora Popper se ri, y el sefior Popper dej6 escapar un grito ahoga- do al ver el resultado de los recortidos exploratorios del Capitén Cook por la casa. Dos carretes de hilo, un alfl blanco ¥ seis pieza de un rompecabecas...Una ccucharita de téy una cajade fésforos sin ‘brit... Un rébano, dos monedas de un centavo, unadecincoy una bola de golf Dos cabos de lpi, una carta de juego doblada y un cenicero pequefio. Cinco pinzas para el pelo, una acei- tuna, dos fichas de doming y un calce- tin...Una lima de ufias, cuatro botones de distintos tamatios, siete canicas y una slla diminnta de mutiecas.. Cinco fichas de damas chinas, un pedacito de gallera integral, un vaso de parqués y un borrador...Lallave de una puerta, tun broche y un trozo de papel aluminio arrugado... La mitad de un limén muy viejo la cabeza de una mu fieca de porcelana, la pipa del sefior Popper y la tapa de un reftesco... EL corcho de un frasco de tinta, das torni- llos y la hebilla de un cinturén.. Seis cuentas de un collar de nifia, cinco piezas de un juego de bloques, tun huevo decorativo, un. hueso, una arménica pequefia yuna piruleta mor- dida. Dos tapas de pasta dental y una libretitaroja —Supongo que esto es lo que Hae ‘man un nido —aijo el sefior Popper— Solo que no pudo encontrar ninguna piedra para hacetl. —Bueno dio la sefiora Popper—, ‘quiz estos pingilinos tengan unas cos- tumbres salvajes en ef Polo Sur, pero al feconozco que esta puede ser de gran ayuda en la casa. —iOrk! —dijo el Capitén Cook, y al entrar pavonedndose en la sala, tumbé la mejor lémpara que tenfan, —Papé —dijo la sefiora Popper—, reo que seré mejor que saques al Ca- pitén Cook para que haga un poco de ejercicio. iValgame Dios, pero si estés todo elegante! Te ves casi como un pingiino. EI sefior Popper se habia. engomina- do el pelo y se habfa afeitado las patie las. La sefiora Popper no tendrfa que reprocharle por verse como un leén nunca més. Se habfa puesto una ca- ‘isa blanca con una corbata blanca y Pantalones blancos de franela, y ‘un par de zapatos brillantes de cuero curtido y color granate. Habfa sacado del arcén de ced el viejo frac negro de etiqueta que habia usado en su matrimonio, lo hhabfa cepillado con esmero y también lo llevaba puesto. De verdad se vefa un poco como un. Pingiiino. Entonces se dio la vuelta y se pavones como uno de ellos, para mos- trarle a la sefiora Popper. Pero no se olvidé de su deber para con el Capitin Cook. —Mam, ipuedes darme unos cuan- ‘tos metros de cuerda para tender ropa, por favor? —pregunts. a Capitulo VIN. El paseo del pingtiino i ‘co después, el sefior Popper se dio cuenta de que no era fécil sacar a pasear a un pin- sino. Al principio, al Capitan Cook no le gusté la idea de que lo amarraran a una correa. Pero el sefiot Popper se mantuvo firme. At6 un ex- tremo de la cuerda de tender ropa al sgrueso cuello del pingiino y el otto a su propia mufeca. —iOrk! —dijo el Capitin Cook, in- dignado. Aun asf era un ave muy razo- rable, y cuando se dio cuenta de que de nada le servia protestar,recobré su solemnidad habitual y decidié dejar ue el sefior Popper lo condujera. EL sefior Popper se puso su mejor sombrero de domingo, abrié la puer- ta de la entrada y salié con el Capitén, Cook, contonesndose a su lado con elegancia, —-Gaw —dijo el pingiiino y se detu- vo en el borde del porche para mirar los escalones. EL sefior Popper le haba dejado la cuerda bastante holgada. —iGuk! —dijo el Capitén Cook, y alzando las aletas, se incliné valiente- mente hacia adelante y baj6 los esca- Tones, desiindose en tobogin sobre la panza, Elsefior Popper lo siguié, aunque no de la misma forma. El Capitén Cook se levant6 répidamente y se drigid a la calle, pavonedndose por delante del sefior Popper, voltedndose ripida y frecuentemente y haciendo comenta- tios de satsfaccién ante el nuevo pa norama. Porla Avenida Proudfoot se acerca- ba una vecina de los Popper, la sefiora Callahan, con las compras del merca- do en los brazos. La mujer se qued6 ‘mirando aténita al Capitén Cook y al sefior Popper, que lucfa como un pin- sino grande con su frac negro. —1Santo Dios! —exclamé cuando el pingiino empez6 a investiga las me- dias a rayas que llevaba bajo la bata—. ‘Noes un btiho y tampoco es un ganso. —No —aijo el sefior Popper, alzan- do ligeramente su sombrero de domin- go—. Es un pingtiino antértico, sefiora Callahan. —Aléjate de mf —le dijo la sefiora Callahan al Capitén Cook—. ‘Un bi- cho arfcnido? —No, ningén bicho aricnido —ex- plicé el senor Popper—. Antirtico. Me Jo mandaron del Polo Sur. —Aleje su ganso del Polo Sur de mf enseguida —dijo la sefiora Callahan. Elsetior Popper tiré obedientemente de la cuerda de tender ropa, mientras cel Capitan Cook le daba un picotazo dle despedida a las medias a rayas de la sefiora Callahan. —IDios nos guarde! —exclamé la sefiora Callahan—. Tengo que hablar con la sefiora Popper ya mismo. Esto es de no creer. Me marcho en este ins- tante. —Yo también —dijo el sefior Popper ‘mientras el Capitan Cook lo arrastraba calle abajo, La siguiente parada fue la farmacia cen la esquina de la Avenida Proudfoot con la Calle Main. Alli, el Capitan Cook insistié en explorar la vitr la que habia varios paquetes abiertos de brillantes sales de boro. Evidente- ‘mente, las habfa confundlido con nieve polar, pues empez6 a picotear la vitrina con fuerza De repente, un auto frené con un chirrido contra el bordillo de la acera cn la que estaban, y dos j6venes se ba- jaron de un brinco. Uno de ellos leva- a una cémara —Tiene que ser este —

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