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Desatame
Desatame
Noe Casado
El compromiso de Ediciones Babylon con
las publicaciones electrónicas Ediciones
Babylon apuesta fervientemente por el libro
electrónico como formato de lectura. Lejos de
concebirlo como un complemento del
tradicional de papel, lo considera un poderoso
vehículo de comunicación y difusión. Para ello,
ofrece libros electrónicos en varios formatos,
como Kindle, ePub o PDF, todos sin
protección DRM, puesto que, en nuestra
opinión, la mejor manera de llegar al lector es
por medio de libros electrónicos de calidad,
fáciles de usar y a bajo coste, sin
impedimentos adicionales.
Sin embargo, esta política no tiene sentido si
el comprador no se involucra de forma
recíproca. El pirateo indiscriminado de libros
electrónicos puede beneficiar inicialmente al
usuario que los descarga, puesto que obtiene
un producto de forma gratuita, pero la
editorial, el equipo humano que hay detrás del
libro electrónico en cuestión, ha realizado un
trabajo que se refleja, en el umbral mínimo
posible, en su precio. Si no se apoya la apuesta
de la editorial adquiriendo
reglamentariamente los libros electrónicos, a
la editorial le resultará inviable lanzar nuevos
títulos. Por tanto, el mayor perjudicado por la
piratería de libros electrónicos, es el propio
lector.
En Ediciones Babylon apostamos por ti. Si tú
también apuestas por nosotros, ten por seguro
que nos seguiremos esforzando por traerte
nuevos y mejores libros electrónicos
manteniéndonos firmes en nuestra política de
precios reducidos y archivos no cifrados.
Gracias por tu confianza y apoyo.
—¡Fuera!
Aidan no podía procesar inmediatamente la
orden. Como un tonto, así se sentía, allí de pie,
apuntando con su arma a una mujer sentada
en el retrete.
—¡Que te largues, coño! —gritó ella de
nuevo.
—Lo... Lo siento. —Cerró la puerta,
aturdido.
Se pasó la mano por la cara intentando
serenarse y miró el arma que aún sostenía
como si fuera una bomba nuclear.
—Imbécil —se dijo guardándosela—. Eres
un jodido imbécil.
Aidan salió del baño intentando no mirarla,
lo cual resultaba imposible, pues era una
imagen demasiado perturbadora; se encaminó
al salón y se dejó caer en el sofá. ¿Cuántas
veces se podía meter la pata? Al parecer,
infinitas.
Llevado por la tensión, el miedo o vete a
saber qué, había sorprendido a Carla en el
cuarto de baño, y para rematar la faena le
apuntaba con la pistola.
Oyó correr el agua y abrirse la puerta.
—¿Se puede saber qué cojones haces aquí?
—le increpó ella.
Aidan se incorporó y la miró. No podía
responder a eso sin ponerse más en ridículo.
Ella estaba que echaba chispas; no era para
menos, se había colado en su casa y
presenciado un momento demasiado íntimo.
Y para colmo de males, ella tan solo llevaba
un short negro con una fina camiseta de
tirantes rosa chicle que le mostraba demasiada
piel, por no hablar de dos pezones erectos que
le apuntaban como misiles teledirigidos. No
podía apartar sus ojos de ellos ni tampoco
pudo controlar que su polla se endureciera.
—Maldita sea —masculló entre dientes.
Carla permanecía de pie frente a él,
arqueando una ceja; era consciente de la
reacción de su cuerpo.
—Ejem —carraspeó cruzándose de brazos
en actitud guerrera, para nada incómoda con
su escaso atuendo.
—Lo siento, ¿vale? —se metió las manos en
los bolsillos del pantalón intentando disimular
su erección.
Carla no dijo nada y se limitó a señalar la
puerta.
¿Por qué demonios tenía que reaccionar así
ante ella? No era la primera vez que la veía.
Bueno, era la primera vez que la veía así, si
bien su vestuario habitual era provocador y
siempre conseguía controlar sus instintos.
Pero... ¿por qué ahora no?
—Si has venido a buscar un agradecimiento
especial por tu brillante actuación de anoche,
vas de culo. —Señaló de nuevo la puerta—.
Fuera. Te mandaré una nota.
—Me temo que no es posible —consiguió
decir—. Te he esperado toda la mañana, debes
acompañarme.
—Me temo que no es posible —le imitó ella.
Caminó hasta situarse tras la barra que
separaba la cocina del salón—. Ahora, si no te
importa, voy a desayunar. Así que muchas
gracias por todo, blablabla y adiós.
¿De qué se sorprendía? Ella no iba a
mostrarse colaboradora ni por asomo.
—Mira, creo que no comprendes la
gravedad de la situación —dijo en tono
amable, aunque sus palabras no lo eran—.
Esos dos tipos que te asaltaron anoche están
detenidos, pero, a menos que prestes
declaración, saldrán en menos de veinticuatro
horas.
—Gracias por tu preocupación. —Puso la
cafetera en marcha pasando olímpicamente de
él.
—Además, esos tipos no aceptan una
negativa así como así, lo más seguro es que
manden a alguien para que los recuerdes.
—¿Y?
—Joder, no puedo creerlo...
Aidan observó impotente cómo ella se
preparaba el desayuno sin ni tan siquiera
prestar atención a su presencia, moviéndose
por la cocina como si tal cosa, poniéndole no
solo nervioso, sino además excitándole.
Unos golpes en la puerta hicieron que Carla
se sobresaltase.
—Quédate ahí —ordenó él—.Yo abriré.
—P-Pero... —un leve síntoma de miedo tiñó
la voz de ella.
Aidan abrió la puerta preparado para
cualquier cosa.
Una mujer rubia, vestida con un obsoleto
traje y de unos cincuentaitantos años entró en
el apartamento como si tal cosa. Le miró de
arriba abajo.
—¿Y usted es...? —volvió a examinarle—.
No, no me lo diga. Un cliente, ¿verdad?
—¿Cliente? —repitió él sin comprender.
—¿Cree que soy tonta? Todos sabemos a
qué se dedica ella. —Miró el reloj—. Da igual,
los ejecutivos son sus víctimas preferidas.
Rápidos y pagan bien.
—Disculpe, señora, pero no la entiendo.
—No hace falta que disimule. —Se situó en
medio del salón y se encaró con Carla—.
Señorita Stone, creo que he sido más que
paciente, he creído sus excusas, pero le
informo de que debe abandonar el
apartamento en veinticuatro horas. Sus
retrasos en el pago del alquiler son
inadmisibles, por no hablar de su profesión.
—Señora Waytt, sé que tiene razón, pero...
—el tono sumiso de Carla sorprendió a
Aidan—. Estoy pasando una mala racha y...
—No admito más demoras. Usted es
incorregible. Desde que se marchó su amiga
no ha estado ni un solo mes al corriente de
pago. Ella era de fiar, usted no.
—Le prometo que....
—Veinticuatro horas. —Se dio la vuelta para
irse pero se detuvo junto a Aidan—. No sé qué
le ven los hombres. —Negó con la cabeza—.
Usted tiene buena planta, no entiendo cómo
paga por estar con ella.
—Señora Waytt —intervino Aidan—. No
me gusta nada lo que está insinuando —su
tono era duro —. Y no voy a tolerar que insulte
usted así a mi prometida y menos aún que la
intimide.
—Pero...
—La señorita Stone va a dejar este
apartamento cochambroso a finales de semana,
cuando esté preparada nuestra casa. Supongo
que dispone de la fianza del alquiler. —Deseó
que así fuera; si no, tirarse un farol carecía de
sentido—. Haga uso de ella y discúlpese.
—Yo... Lo siento, no sabía que usted era...
—Conmigo no, con ella. —Se situó junto a
Carla y la rodeó por la cintura atrayéndola
hacia sí.
—Disculpe, señorita Stone —dijo la señora
Waytt evidentemente sorprendida.
—Y ahora, si nos deja, tenemos cosas que
hablar, cosas que a usted no le incumben.
Carla se separó de él nada más cerrarse la
puerta y le miró enfadada. ¿Cómo se atrevía?
Ella no necesitaba un maldito salvador.
Aidan se apoyó en la encimera e hizo una
mueca de disculpa, pero eso a ella la sentó aun
peor.
—Estarás contento, ¿no? ¿Qué pretendes?
—Él no respondió—. Me lo imaginaba.
Supongo que aquí en la cocina es tan buen
sitio como otro o el señor buenos modales
prefiere el dormitorio.
—Déjalo ya, ¿vale? No busco nada —replicó
ofendido a sus constantes insinuaciones.
—Pues no lo parece. —Ella señaló su
entrepierna. Respiró profundamente antes de
continuar—: Por favor, vete.
—Tienes que acompañarme —insistió él.
—No.
—¿Por qué no, si puede saberse?
—No quiero que nadie sepa lo ocurrido, ¿de
acuerdo?
—Un poco tarde para eso.
—¿Se lo has contado a machoman? ¡Joder, no!
¿Cómo has podido? Mierda, mierda, mierda...
— Tranqui, ¿vale? A pesar de lo que creas,
Luke es un profesional.
—Y tú un lameculos.
—¿Perdona?
—Ya me has oído.
Carla empezó a soltar toda clase de
improperios, principalmente dirigidos a él, de
los cuales chivato era el más suave.
—Cuanto antes acabemos con esto, mejor.
Yo tampoco estoy dando saltos de alegría con
todo este asunto. ¿Quieres que ese tío se vaya
de rositas? Pues yo no, anoche me jugué el
pellejo.
—Ya te he dado las gracias.
—¡Eres imposible! —dijo él empezando a
perder el buen humor.
—Es mi vida, son mis problemas y tú estás
fuera.
—Vas a acompañarme. —Aidan la agarró de
la muñeca colocando su cara a solo unos
milímetros de la de ella—. No vas a dejarme
tirado y cubierto de mierda, y si tienes un poco
de sentido común confiarías más en las
personas que se preocupan por ti. Por lo que
he visto, no tienes mucho éxito solucionando
tus problemas.
A pesar de utilizar un tono cercano a la
burla, el mensaje no lo era ni por asomo.
—Vete a la mierd... —Aidan la detuvo
tapándole la boca.
—Baja de las nubes, y por una vez haz lo
correcto. Vístete, que nos vamos. Ya hemos
perdido demasiado tiempo.
Carla se soltó bruscamente, fulminándole
con la mirada. El muy cretino todavía
mantenía esa cara sonriente... ¿Si le daba un
buen rodillazo la detendría? ¿Con esposas y
todo?
Salió de la cocina, antes de que sus
pensamientos siguieran por ese camino. Vale,
iría a la comisaría, haría la puta denuncia y
después buscaría otro apartamento.
Y se olvidaría de Aidan. Siempre y cuando
su cuerpo no la traicionara.
Se encerró en su dormitorio con un portazo.
Estaba de mal humor, con todos en general,
pero consigo misma en particular. ¿Por qué
ahora? ¿Por qué se había excitado?
Sentada en la cama, se tapó el rostro con las
manos. ¿Cómo iba a salir de todo esto sin que
nadie se enterara? Controló su respiración, o al
menos lo intentó.
—Ponte algo... —Carla le oyó hablarle desde
el otro lado de la puerta— cómodo.
Aidan no quería ni por un momento pensar
en el revuelo que podría causar ella si se
presentaba en la comisaría con su atuendo
habitual.
Carla maldijo, juró y perjuró, una y otra vez.
¿Algo cómodo? Y una mierda.
Mientras sacaba ropa del armario repasó
toda la escena, y se dio cuenta de que su
actitud había sido de lo más maleducada, eso
como mínimo. Si bien Aidan se había colado
en su casa (por cierto, ese tema debía aclararlo),
únicamente era con afán protector, y después
de su actuación con la casera debería estarle
agradecida de por vida. La cara de la señora
Waytt no tenía precio.
Lips are turning blue A kiss that can´t renew I
only dream of you my beautiful...
Carla oyó la música, procedente del salón.
Maldito Aidan... Esa canción resultaba en esos
momentos demasiado angustiosa.
—Apaga eso —ordenó Carla saliendo de su
habitación a medio vestir.
Tiptoe to your room a starlight in the gloom I
only dream of you and you never knew... [1]
— Sing for absolution... Me encanta esta
canción —dijo él sin volverse sosteniendo la
caja del cd en sus manos.
Sing for absolution I will be singing falling from
your grace.
—Apágalo, por favor. No estoy de humor.
Aidan percibió el tono de Carla. Evocaba
demasiados recuerdos, era de dolor, pero
estaba intrigado.
Por lo poco que sabía de ella su música
preferida era el tecno o similar; cuando había
encontrado el disco de Muse junto al equipo
de música se sorprendió y sin pensárselo dos
veces lo puso.
—¿Por qué?
Ella no respondió. Se dio la vuelta y terminó
de vestirse en su cuarto sin protestar.
Quince minutos más tarde, Aidan arrancaba
el coche con Carla sentada a su lado y
asesinándole con la mirada.
Sing for absolution, Muse. A&E Records,
2003
7