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Nuevas Conferencias del Dr. C.

Jinarajadasa
Vice – Presidente de la Sociedad Teosófica, 1921 – 8

o Algunas palabras de Introducción.


o La Nueva Humanidad de la Intuición.
o La Teosofía y el Destino de la Humanidad.
o El Trabajo de Cristo en el Mundo de Hoy.
o Agentes de Dios: Los Niños

Editado por la Rama H.P.B para


DISTRIBUCIÓN GRATUITA
Lima, Perú
1938

Algunas palabras de Introducción


En el mes de Agosto último, pasó por esta capital (Lima) el Dr. Carlos Jinaradasa, notable filósofo
hindú y miembro conspicuo de la Sociedad Teosófica, quien hacía una jira por Sud América, con el
objeto de dar algunas conferencias en las principales ciudades del Continente. Fue su intención
permanecer algunos días entre nosotros con el mismo fin; pero circunstancias que no es el caso de
mencionar aquí, se lo impidieron y sólo permaneció en Lima unas pocas horas, durante la estada en
el Callao del vapor que lo conducía al Norte, privando a los muchos que le esperaban de satisfacer
el anhelo de escuchar su palabra.
Pero, si no pudo el Dr. Jinarajadasa cumplir su deseo de hablarnos, nos dejó, en cambio, la serie de
conferencias que pensaba dar, adquiriendo la Rama “H.P.B” de la Sociedad Teosófica de esta
capital el compromiso moral de hacerlas publicar, compromiso que hoy cumple modestamente
ayudada con la cooperación de algunas personas e instituciones a las cuales expresa, desde aquí,
su agradecimiento.
No es necesario que hagamos la presentación del Dr. Jinarajadasa. Aún está vivo el recuerdo de su
anterior estada en esta capital, en Abril de 1929, cuando dictara una serie de conferencias que
movieron poderosamente el ambiente intelectual y social de Lima, llenando con una multitud de
ávidos oyentes la sala del Teatro Segura como nunca se había visto antes.
Las cuatro conferencias que hoy publicamos se ocupan de otros tantos tópicos de actualidad vistos
por el eminente pensador a la luz de la filosofía teosófica. Sus puntos de vista son sumamente
hermosos, porque trata de hacernos conocer la manera de encarar los distintos y difíciles problemas
de nuestras época, dentro de las leyes de la evolución, haciendo un llamamiento a la comprensión
de los Hombres de todo país, raza y religión para solucionarlos en todos sus aspectos; religioso,
social, educacional, etc., en un momento de la historia del mundo en que se exacerban por doquiera
los nacionalismos exagerados, las luchas de raza, las competencias económicas y otros problemas
que amenazan con dar al traste con nuestra civilización ya caduca e incapaz de encontrar el camino
que la conduzca a la salvación de la Humanidad que sufre tanto más, cuanto más ha esperado de
esa misma civilización.

Lima, Noviembre de 1938

Los Editores.
La nueva Humanidad de la Intuición

El mundo en que hoy vivimos es un mundo trágico. Cada país tiene sus tragedias nacionales, como
ocurre cuando una guerra subvierte la economía o cuando un terremoto causa la destrucción en
gran escala; pero lo que normalmente queda circunscrito por los límites de una nación es hoy lo
característico del mundo entero. Vosotros, que leéis la prensa diaria, sabéis algo de esta tragedia de
un mundo entero, en trabajoso afán. Por doquier hay paro forzado; la pobreza es un problema
siempre planteado; todas la naciones viven perturbadas por la posibilidad de una guerra, y los
estadistas están perplejos acerca de lo que deberían hacer. Parece como si a la Tierra toda la
hubiese sacudido un violento terremoto y todo el mundo estuviera aturdido sin saber qué hacer.
Y esta trágica situación existe a pesar del general progreso, especialmente en el campo de la
Ciencia. Sobre todo, en las dos últimas décadas se ha producido un adelanto rapidísimo en el ramo
de los inventos científicos y su aplicación. ¿No hemos visto todos la transformación que la radio ha
operado en el mundo? Hoy podemos escuchar las principales emisoras del mundo. Los viajes, por
mar y por tierra, que antes duraban días pueden hoy realizarse en aeroplano en menos de la cuarta
parte del tiempo que antes requerían. La Ciencia ha unificado al mundo. También debemos a la
Ciencia la invención de máquinas de un tipo tras otro que proporcionan toda clase de productos. Tan
es así que hay tal plétora de mercancías que lo que falta son gentes lo bastante adineradas para
comprarlas.
Conviene advertir que esta labor realizada por la Ciencia, de estrechar los lazos entre las naciones,
se ha limitado a estrecharlos materialmente, pero no las ha unido en espiritual amistad, sino todo lo
contrario, puesto que con sus inventos ha fomentado el feroz recrudecimiento de la competencia. El
progreso agrícola e industrial de muchos países produce más de lo que sus habitantes pueden
consumir, y de aquí la necesidad de buscar mercados extranjeros. En consecuencia, ha surgido
entre las principales naciones de Occidente, a las que se agregó el Japón, una rivalidad feroz, pues
cada una de ellas busca nuevos mercados. ¿Cuál será el inevitable resultado de esta brutal
competencia por los mercados? La guerra. Porque en lo sucesivo todas las guerras serán el
resultado del choque de encontradas políticas comerciales. La Gran Guerra de 1914 tuvo por causa
fundamental las rivalidades de ciertas naciones por dividir y subdividir el mundo, como campo de
explotación para sus industrias.
Hoy día el espíritu de competencia es aún más violento que en 1914. El Japón con su vasta
organización industrial, ha entrado en escena. La guerra aparece ahora más espantosa que en
1914, porque la Ciencia nos ha proporcionado explosivos más destructores, aviones de bombardeo
todavía más veloces y gases ponzoñosos que matan horriblemente. Mientras por un lado ha
contribuido la Ciencia al progreso de la Humanidad con sus intenciones bienhechoras, que hacen
posible el crecimiento de dos espigas donde antes sólo crecía una, y detienen los estragos de
muchas enfermedades, por otro lado ha introducido nuevos medios de muerte y nuevas maneras de
atormentar a gentes indefensas.
Tal es nuestro mundo de hoy. Y en este mundo de paro forzoso, de pobreza, del temor a la guerra,
los estadistas piensan qué es lo que deben de hacer. Prueban tal o cual remedio, pero nuestros
sufrimientos no disminuyen y todos seguimos preguntando: “¿Qué camino abierto hay y quienes nos
conducirán a la tierra prometida?”.
Al punto respóndome yo aquí: “No nos conducirán a la Tierra de Promisión los individuos
característicos de nuestro actual tipo de Humanidad”. Os pondré ejemplos: La Sociedad de las
Naciones podría hacer mucho para conducirnos a la Tierra de Promisión; pero la Sociedad de
Naciones tal como es hoy día, con su actual mentalidad y sus actuales representantes, no puede
darnos lo que el Mundo necesita. Ciertamente tiene cada nación estadistas que ofrecen sus
soluciones, pero estas se contradicen unas con otras, República, fascismo, estado totalitario,
comunismo, monarquía constitucional y distintos sistemas de control monetario, son los varios
remedios ofrecidos. Pero ni el actual tipo de republicanismo, ni el de fascismo, ni el de comunismo,
aun en sus más ideales aspectos, pueden curar nuestros males ni proporcionarnos el dichoso
mundo que anhelamos. Tampoco darán este resultado los remedios económicos que se preconizan.
Lo que necesitamos no son nuevos sistemas, sino Hombres nuevos. Necesitamos Hombres que
consideren los problemas desde un nuevo punto de vista, y han de ser Hombres representativos de
un nuevo tipo de Humanidad, la Humanidad intuitiva.
Para comprender las características de este nuevo tipo de Humanidad, es necesario el somero
examen de los tipos de Humanidad hoy existentes. Permitidme, pues, que dedique algún tiempo a
señalar las características de los actuales tipos de Humanidad que no pertenecen a la Humanidad
intuitiva.
Hoy disponemos de abundante documentación con qué reconstruir la pasada historia del género
humano; examinando dicha documentación, vemos que la primera etapa está representada por
Hombres en quienes el apasionamiento prevalece en la solución de todos los problemas. Para el
salvaje, así como para todo aquel cuyas reacciones están todavía en aquella primitiva etapa, sus
juicios y acciones se rigen siempre por la tónica de sus emociones. El “me gusta” y el “no me gusta”
le bastan como método para resolver sus problemas. En esta primera etapa la Humanidad es
pasional.
Ahora bien; una de las formas más hondas de pasión es el patriotismo; pero si el patriotismo es tan
sólo apasionado, entonces fácilmente se convierte en un patriotismo de odio contra todo el que no
está dispuesto a aceptar determinado tipo de patriotismo que un grupo desea imponer sobre todos
los demás. En esta etapa se recurre, como único medio de solución, al argumento violento y la lucha
armada y se rechaza de plano todo intento de estudio intelectual, sosegado y juicioso, de una
diferencia, como si no pudiera ofrecer solución. No se acepta la mentalidad como elemento de juicio.
El escritor inglés Barrie ha representado muy bien este tipo de Humanidad, la Humanidad
apasionada, al describir en una de sus obras a un muchacho que siempre estaba peleando. Este
muchacho, dice Barrie, “era realmente de buena índole y sólo empleaba sus puños porque estaba
completamente falto de imaginación y el pensar le causaba sudor; por consiguiente, la manera más
fácil de hacer valer su criterio era el decir “¡Vamos a pelear!”. Tal es la actitud de las naciones del
Mundo. Sus estadistas podrán pensar un tanto, pero para las masas pensar es un ejercicio
desagradable y difícil. Su imaginación está aletargada. Así, pues, cuando sobreviene una crisis se
levantan en armas contra la dificultad, y su única solución se resume en el grito “¡Vamos a pelear!”.
En esta etapa pasional que caracteriza la conducta de la mayoría de los Hombres, aparecen aquí y
allí un corto número de gentes que señalan una nueva posibilidad, porque son los precursores de la
Humanidad pensadora. Cuando surge una disputa, exclaman: “Esperad un poco. Examinemos el
problema y veamos cuáles son sus elementos”. Cuando la nerviosidad cunde por doquier y las
decisiones dependen de la pasión, de conformidad a los principios ortodoxos del “me gusta” y “no
me gusta”, se levantan unas cuantas voces para aconsejar que se estudie el problema a la luz de la
razón. Pero sólo son unos pocos que desagradan intensamente a sus compatriotas. Se les llama
traidores porque están en completa oposición con lo que decide la mayoría, y la mayoría no se guía
más que por sus pasiones. ¿Qué ocurre entonces? Cuando un Hombre de este nuevo tipo dice:
“Esperad, tratemos de comprender”, lo delatan con pasión sus oyentes. En la India se le expulsaría
de su casta; nadie querría tratos con él, porque se consideraría que había sacudido los cimientos de
la sociedad y convertídose en un ser antisocial. Parecida suerte le esperaría en Occidente; las
formas de ostracismo pueden variar, pero en todas partes la Humanidad pasional está pronta a
sentirse vivamente agraviada por cualquier idea que le parezca que violenta el criterio de la mayoría,
y es, por consiguiente, antisocial, según su módulo de patriotismo.
Aunque la mayoría de la Humanidad obre pasionalmente, los Verdaderos conductores de la
Humanidad, no obran así, porque ya han entrado en la nueva etapa, la etapa de la Mente. Existe
hoy en todas partes del mundo un número considerable de gentes que pertenecen a la Humanidad
pensadora. Son ellos los creadores de nuestras Ciencias y filosofías. Por el proceso mental hemos
logrado dominar las fuerzas de la Naturaleza. Pero este dominio de la Naturaleza no ha sido
completamente beneficioso. Ha introducido un sistema industrial que dio por resultado la
concentración en pocas manos de la potencialidad productora, hasta entonces patrimonio de
muchos productores individuales. El sistema de fábricas, que multiplicó los productos, creó al propio
tiempo nuevas necesidades, sumiendo a millones de obreros en una especie de esclavitud que en
muchos aspectos difiere muy poco de la esclavitud entre los salvajes. El despertar de la Ciencia,
como sus descubrimientos, ha engendrado el espíritu de la agarrotadora competencia. El desarrollo
de la Mente nos trajo cosas buenas y cosas malas; en la actualidad predominan las malas.
Observemos que una característica de la Mente es que divide. La crítica, para la mayoría de las
gentes consiste en notar primero aquello en que disienten y en último lugar aquello en que
concuerdan. La mentalidad abunda hoy por doquier en nuestros estadistas y en los llamados
“dirigentes”; pero su visión mental no les conduce a una política unificadora. Tan sólo el temor les
mueve a unificar temporáneamente su pensamiento. Cuando una nación teme que su existencia
esté amenazada por otra nación, entonces sus dirigentes se unen.
No es que la Mente sea incapaz de unión, sino que para capacitarla ha de ser absolutamente
impersonal. Los científicos se ponen siempre de acuerdo, en su comprensión de las leyes de la
naturaleza, porque no piensan del modo corriente, sino como máquinas intelectuales
desapasionadas, sin enlace alguno con ninguna esfera de emoción. Los científicos se unen porque
están desapasionados y su unión sólo dura mientras se mantienen desapasionados. Desde el
momento en que, pongamos el caso, les invade un sentimiento de nacionalidad, la unidad peligra.
Durante la Gran Guerra los científicos franceses y alemanes se mantenían unidos como
colaboradores en el descubrimiento de la Verdad mientras actuaban única y exclusivamente como
científicos; pero en cuanto uno de ellos se acordaba que era francés o alemán, quedaba disuelta la
unidad, porque la pasión usurpaba el puesto de la Mente.
La inmensa mayoría de la Humanidad está regida por sus pasiones; sólo una minoría pone en
acción la Mente. De esta minoría, cuya mentalidad divide más bien que une, surge de vez en cuando
un nuevo tipo que no pertenece a la Humanidad mental. Le caracteriza el nuevo atributo de vivir en
términos de unidad mundial. Los más esplendorosos representantes de este nuevo tipo son los
fundadores de las grandes religiones. Sean cuales sean los términos que emplee cada Instructor,
todos ellos ven al género humano en su conjunto. Las divisiones de raza, de color, de nacionalidad,
elementos tan esenciales en todos nuestros problemas, no existen para los grandes Instructores;
ellos ven una sola Humanidad y no diversas gentes. Cuando hablan de Dios, es el Dios de todo el
género humano, y no el Dios de una tribu, que elige como suyo a un pueblo en detrimento de todos
los demás.
Permitidme una digresión para decir que si bien las grandes religiones hoy existentes fueron
fundadas por grandes Instructores, no se sigue de ello que su espíritu esté representado en las
religiones que hoy ostentan su nombre. Todos los grandes Instructores proclamaron una era de
Fraternidad y de Paz para el mundo entero, y sin embargo, ¡cuántas religiones hoy día fomentan la
guerra!. Los sacerdotes cristianos bendicen las banderas bélicas; los sacerdotes hinduistas rezan
por el éxito de sus guerreros y los monjes budistas, que se suponen en meditación sobre la manera
de alcanzar el Nirvana, están ocupados en la lucha de los partidos políticos y del nacionalismo. Sin
embargo, existe una forma de religión, nunca contaminada, y que todavía refleja el espíritu de los
grandes Instructores. No es la religión de las jerarquías sacerdotales; es el misticismo de los santos.
Los grandes Instructores tienen por característica común que no hablan a la Mente. Desde luego
que la Mente puede comprender sus enseñanzas, pero la instancia de sus palabras y de su
conducta se dirige a otra facultad que no es la Mente; es la misteriosa facultad de la Intuición.
¿Porqué? Porque en sus enseñanzas y en su conducta revelan su Intuición, no su Mente. Así por
ejemplo, en el caso de Cristo se ha dicho que lo que se predicó no era del todo nuevo; muchas de
sus enseñanzas pueden encontrarse en los profetas de Judea anteriores a su tiempo. Sin embargo,
Cristo hizo para sus oyentes lo que no hicieron los que le precedieron, pues estos se dirigieron a la
Mente de sus oyentes, mientras que Cristo se dirigió a su Intuición. El hecho más significativo en su
obra es que restauró la Intuición en Judea. Esto fue, precisamente, lo que probó que era el Mesías.
Muy bien lo ha dicho el poeta inglés Matthew Arnold: “Lo que dio testimonio de que era el Cristo fue
que restauró la Intuición. Jesús el Cristo encontró a Israel totalmente descarriado, con interminables
disquisiciones sobre Dios, la ley, la Justicia, el Reino, la Vida Perdurable; pero sin Verdadera
penetración de ninguno de estos conceptos”.
Lo mismo ocurría en Benares, en la India, cuando apareció Gautama Buda. Las magnificentes
enseñanzas de los Upanishads eran conocidas y comentadas; por doquier había instructores
religiones que discutían sobre la naturaleza del Absoluto y el camino del Nirvana. Vino el Buda y
volvió a manifestar las antiguas Verdades; pero apeló a la Intuición, y Hombres y mujeres
consideraron la Vida desde un nuevo punto de vista, como si la observaran por primera vez. Le
comprendieron quienes supieron liberarse de la red mental de las antiguas tradiciones, y una vez
libres se dejaron influir por la personalidad del Instructor, por su ternura y universal compasión. Buda
encendía la llama de la Intuición en sus oyentes.
Así ocurre en todas partes siempre que aparece un Gran Instructor. Su obra no consiste en plantear
problemas que la Mente es capaz de resolver, sino que consiste en trascender la Mente y apelar a la
misteriosa facultad de la Intuición. Los Grandes Instructores son los supremos representantes de la
humanidad intuitiva, pues ven la unidad y no la diversidad, y proclaman el gozo de amar y de servir a
todos, sin distinción de raza ni de religión.
Así, pues, los Grandes Instructores representan el nuevo tipo de humanidad a que denomino
Humanidad Intuitiva. Pero vemos otros que también pertenecen a esa nueva humanidad, aunque no
han alcanzado el nivel de perfección de los Grandes Instructores. Son los artistas, pues el artista
actúa mas bien por medio de su Intuición que de su Mente. Los poetas, los músicos, los cantores,
los dramaturgos, los maestros de danza, los pintores, los escultores, los artífices de varios oficios
artísticos, todos éstos experimentan con una nueva forma de reaccionar ante la Vida. Nuestra
reacción habitual es por medio de las emociones o de la Mente, pero el artista trata de reaccionar
por medio de la Intuición. Cada poesía y cada drama, cada sonata y cada canción, cada pintura o
cada estatua, cada danza, ya sea infantil o de un coreógrafo, es, fundamentalmente, una
interpretación de la Vida. Cuando más egregio el artista más profunda es su revelación de la Vida.
Los artistas pertenecen a la Humanidad Intuitiva. Por esto, como artistas, no tienen nacionalidad;
trascienden las líneas que dividen razas y religiones, cuando reaccionan a la Vida con su Intuición.
Tratan de ver la Vida desde el centro y no desde la circunferencia.
Ha llegado ya la hora de preguntar: ¿Qué es la Intuición?
Si es una facultad distinta de la Mente, y no obstante es un medio seguro de juzgar las cosas ¿qué
es pues, esta misteriosa facultad de la Intuición?.
La palabra Intuición se emplea en muchos sentidos; yo aquí me limitaré a la definición que da
Espinoza, el filósofo judío, porque me parece la más próxima al descubrimiento de su Verdadera
naturaleza.
Espinoza nos dice que existen tres etapas en el Conocimiento o cognición. La primera es el
Conocimiento empírico; es el adquirido por el testimonio de los sentidos. Sabemos que el fuego
quema, pero no sabemos por qué. Quema por la combinación química del carbono y el oxígeno.
Sabemos que el Sol sale por la mañana y se pone al atardecer porque nuestros ojos lo dicen, pero
no sabemos por qué, a menos que hayamos estudiado astronomía y sepamos que la tierra gira
sobre su eje. Sin embargo, este Conocimiento adquirido por medio de los sentidos nos dice que el
sol que se pone esta tarde volverá a salir mañana. Toda esta clase de Conocimientos empíricos nos
bastan para la mayoría de las cosas de la Vida cotidiana.
Existe una segunda y más elevada etapa en el Conocimiento, que comienza cuando la Mente
examina, analiza y juzga. Cuando se acopian cuidadosamente los hechos, cuando la observación es
impersonal y ya no se perciben los hechos aislados unos de otros, sino agrupados por categorías;
entonces la Mente puede deducir las leyes que relacionan aquellos hechos; la Mente los coloca en
cierto orden en un proceso que abarca todo el mundo. Tal es el método científico de adquirir
Conocimiento.
Existe una tercera etapa a que puede remontarse la Mente, cuando, reunido todo el material,
relaciona sus partes por medio de leyes. Cuando la Mente contempla los hechos ordenados dentro
de un marco de unidad, entonces resplandece sobre la Mente la nueva facultad de Intuición. La
Conciencia comprende entonces la Verdadera e íntima naturaleza de cuanto la Mente contempla.
Porque existe en lo profundo de la Vida una corriente escondida, oculta para la Mente, pero
perceptible para la Intuición.
El filósofo francés Bergson expone claramente por qué la Intuición es superior a la Mente en la
comprensión de los proceso de la Vida, e insiste en la necesidad de la Intuición para la completa
comprensión. Nuestra Inteligencia – dice Bergson – trata todos los factores que tiene ante sí como si
se tratara de unidades separadas, como si cada uno pudiera dividirse y subdividirse en factores
cada vez más tenues. La inteligencia es excelente cuando se trata con sólidos inertes, pero cuando
trata de explicar la Vida y pensamiento, que no son sólidos inertes ni partículas divisibles, entonces
la inteligencia se extravía, porque propende a tratar todas las cosas como si estuvieran hechas de
materia inerte. El resultado de ellos es que la inteligencia no ve por todas partes más que un
mecanismo sin Vida. Por su propia naturaleza, la inteligencia es incapaz de comprender la Vida, y,
por lo tanto, es necesario que a Intuición venga a llenar las lagunas que deja la inteligencia. Esto es
lo que expone Bergson.
Ahora bien; dice Bergson que esta Intuición es una forma sublimada del Instinto, que para el animal
es un medio de Conocimiento más seguro que el Conocimiento intelectivo. Todos sabemos cuán
maravilloso es el Instinto de los animales. La paloma mensajera trasladada a centenares de
kilómetros de distancia de su palomar, sabe en qué dirección ha de volar. Las anguilas adultas de
los ríos de Escandinavia, de Inglaterra o del Mediterráneo saben que cuando llega la época de la
cría han de dirigirse a determinada región del Atlántico – el llamado Mar de Zaragoza – y allí
emigran todas. Hace un par de años, en el mes de Junio, un gato llamado Bonzo fue trasladado en
automóvil, dentro de una cesta, desde cierta ciudad de Inglaterra a otra ciudad distante 73 millas.
Nunca había salido de la casa donde nació y, sin embargo, tres días después reapareció en su casa
“en magníficas condiciones, las patitas tiernas sin heridas, pelo lustroso, casi grueso y muy alegre
por encontrarse nuevamente en su casa”. Este gato había tenido que cruzar una bulliciosa ciudad, o
bien dar un rodeo por una carretera nueva que se apartaba de la ciudad, había tenido que cruzar un
extenso amarjal y bordear otro. ¿Cómo supo el gato encontrar su camino? Por Instinto.
Los seres humanos hemos perdido la facultad del Instinto; hemos desarrollado la inteligencia, pero a
veces envidiamos la notable habilidad de los animales de saber las cosas por Instinto. Es claro que
el desarrollo la Mente en el Hombre, a medida que salió del animal, representa un avance en la
evolución. Pero es un avance parcial. Este es el tema de Bergson. El siguiente adelanto del Hombre
consiste en desarrollar la Intuición.
Ahora bien; Bergson sostiene que la Intuición está relacionada con el Instinto; que es una forma sutil
y dormida del Instinto. Esto no es mi concepto de la Intuición, pero haremos caso omiso de esto por
el momento. Mientras el Instinto se convierta en acción, dice Bergson, tal como ocurre en el animal,
el Instinto nada más. La inteligencia humana puede a menudo superar el Instinto del animal. Pero el
Instinto está basado en la Vida; no obra de modo mecánico, como si fuera una máquina accionada
por las fuerzas de la materia, porque el Instinto es algo vivo. Por consiguiente, si el Instinto que
reside en el Hombre puede aprovecharse, como un resorte, para dispararlo hacia el Conocimiento y
no hacia la acción, como ocurre con el animal, entonces el Instinto del Hombre puede transformarse
en Intuición. Cuando se opera esta transformación, “la Intuición nos conduce a la Verdadera
interioridad de la Vida con tanto éxito como la inteligencia nos guía hacia los secretos de la materia”.
Permitidme ahora que exponga lo que el teósofo dice sobre la Intuición.
El teósofo mantiene que el Hombre es un ser muy complejo, constituido por siete elementos
llamados Principios. El primero es su cuerpo físico; el segundo es una contraparte más tenue de ese
cuerpo llamado el doble etéreo; el tercero es el Prana, el principio de Vida o vitalidad que mantiene a
ambos unidos. El cuarto principio es el cuerpo de deseo o naturaleza astral. Después sigue Manas o
la Mente; el sexto principio es el es Buddhi: la Intuición; el séptimo y último es Atma, la naturaleza
divina del alma, inseparable de la naturaleza de Dios.
En la enumeración de estos principios, la naturaleza de Buddhi o Intuición ha sido estudiada por los
teósofos, quienes afirman que la Verdadera Intuición no resulta de proceso alguno de la Mente. La
Mente conoce por medio del examen externo de un objeto; la Intuición conoce por su identificación
con el objeto. La Intuición conoce por identificación y no por análisis. Pongamos un ejemplo: para
que la Mente pueda examinar a un individuo, debe recoger material referente al mismo, datos de su
naturaleza física, sus reacciones emotiva, la naturaleza de su Mente y, en lo posible, un compendio
de su pasado. Entonces la Mente establece un juicio sobre el material acopiado. Pero, como todos
sabemos, el juicio mental que los demás forman de nosotros está siempre muy lejos de la Verdad. El
juicio de los demás es a menudo duro e injusto; no nos conocen realmente. Hasta aquí el proceso
mental.
Pero el proceso de Intuición es distinto. De modo misterioso se identifica con el individuo que quiere
comprender. Se identifica con sus pensamientos y emociones. Sabe todo lo que el individuo ha sido
en lo pasado; pero, además, por identificación con sus aspiraciones y ensueños, conoce al Hombre
que por un examen mental no pudo revelar. La Intuición, por lo tanto, llega a un juicio más completo
y exacto del individuo.
Esto explica el misterio de por qué rebosa caridad el juicio de las grandes almas que poseen una
profunda capacidad de compasión, como los insignes santos. No condenan al pecador, porque no
solamente comprenden lo que hizo, sinó también lo que aspiraba a ser. Cristo no condenó a
Magdalena, porque no solamente conocía su desordenada Vida, sinó también las causa de ella.
Cristo dijo: “Sus muchos pecados son perdonados porque amó mucho”.
Cuando lo que queremos comprender es la Vida y no la materia inerte, entonces sólo la Intuición
puede proporcionarnos una comprensión Verdadera. Por lo tanto, cuando Bergson dice que “la
Intuición nos conduce a la Verdadera interioridad de la Vida con tanto éxito como la inteligencia nos
guía hacia los secretos de la Materia”, revela una gran Verdad en cuanto a la forma de operar de la
Conciencia cuando su operación está dirigida por la Intuición.
La Intuición ya ha empezado a manifestarse en alguno de nosotros. Percibimos vislumbres de ellos,
especialmente en lo que se refiere a las personas que nos agradan o nos desagradan a primera
vista sin saber por qué. Me refiero a las ocasiones en que estas impresiones no tienen por base
reacciones emotivas. Cuando la Intuición opera, nuestra impresión de agrado o desagrado, es
serena y exenta de emoción. Es una reacción que no se debe al impulso, que es, en realidad, una
manifestación de nuestra naturaleza emocional o del deseo. Todos podemos recordar ejemplos de
Intuición que se han presentado en nuestra Vida; sabemos de uno u otro modo; pero este
Conocimiento no podemos justificarlo ante la Mente, porque no dispone de todos los factores
necesarios para un examen. Pero nuestra Conciencia, por algún medio misterioso, se ha identificado
instantáneamente con aquellos factores ocultos, y así la Intuición percibe la Verdad.
Esta cualidad de la Intuición la ha descrito Lawrence de Arabia al definir la Intuición como “el
impercibido ante – conocimiento”. Los árabes, entre los cuales actuaba, no llegaban a sus
conclusiones como resultado de una actividad mental, pues Lawrence dice de ellos que “sus
convicciones eran instintivas y sus actividades intuitivas”. Los norteamericanos reconocen esta
facultad de la Intuición y la llaman “hunch”, “el empujón”. Si preguntáis a un hombre de negocios por
qué, en un momento dado, obró de manera inesperada sin que cosa alguna pudiera influir en su
ánimo para ello, os contestará: “fue el empujón”. Es lo mismo que en español se llama una
“corazonada”.
Es bien sabido que la mujer es más intuitiva que el hombre. La carencia de la rígida mentalidad que
caracteriza al hombre le permite a la mujer ser más intuitiva. Es verdad que a menudo el juicio de la
mujer no es más que prejuicio o impulso, pero no me refiero a estos casos al hablar de la Intuición
de la mujer. El impulso repite sus incitaciones una y otra vez si de repente no las obedecemos. En
cambio, la Intuición tiene dos señaladas características: una es que queda indiferente tanto si
obedecemos sus mandatos o no, y la otra es que habla una sola vez. La voz de la Intuición es como
el dictamen del Tribunal Supremo, que pronuncia su sentencia una sola vez y es independiente de
los efectos de la sentencia sobre las partes contendientes. Por lo tanto, conviene estar atentos a los
mandatos de la Intuición cuando habla. La sabiduría de los siglos se encierra en el proverbio
español que dice: “El consejo de la mujer es poco, pero quien no lo toma es un loco”.
Desgraciadamente, la Intuición, ese juez que nunca yerra, no nos habla a todas horas ni a veces
cuando lo necesitamos. Hablará cuando vayamos a hacer alguna acción trivial, y en cambio,
guardará silencio cuando algún acto de trascendencia nos preocupa. No sé por qué será.
Llego ahora a la parte más importante de mi discurso y es: ¿Cómo podemos despertar la Intuición?.
Hay varias maneras y una de ellas es contemplar el Todo.
Si al estudiar un asunto recogemos todos los datos y los presentamos ante la mente, y los
examinamos, y reflexionamos sobre ellos una y otra vez, entonces, a veces, como un relámpago, la
Intuición revela gran verdad. Así le ocurrió a Roberto Mayer, al que debemos la idea de la ley de la
conservación de la Energía. Dice IEM en su obra “Energetics”.
Esta ley no derivó gradualmente, a fuerza de darle vueltas en su mentalidad, del concepto de la
fuerza trasmitido del pasado, sino que pertenece a aquella clase de ideas concebidas intuitivamente,
las cuales, engendradas en otras esferas de orden mental, sorprenden al pensamiento, por decir así,
obligándolo a transferir sus heredadas ideas, de conformidad con aquellas ideas intuitivas”.
Fue en un relámpago de Intuición que Darwin alcanzó la solución del problema relacionado con el
origen de las especies. Darwin, que era un magistrado de campaña (algo así como un Juez de Paz),
guiaba su coche de regreso a casa después de haber asistido a una asamblea de magistrados,
cuando “inesperadamente surgió en su mente el pensamiento creador acerca de la divergencia de
caracteres”.
Fue como en un relámpago que Kekulé vio la explicación de la tetravalencia del átomo del Carbono.
Alfredo Russel Wallace, que descubrió el hilo del origen de las especies al mismo tiempo que Darwin
también concibió en un relámpago su explicación. Desde ese momento en adelante fue cuestión de
apenas unos pocos días de trabajo para disponer el material coleccionado por él durante muchos
años para dar forma a la nueva verdad.
No importa cuál sea el carácter del problema planteado ante la Mente; siempre que la Mente tenga
ante ella combinados todos los factores para formar un conjunto, una totalidad, la Intuición podrá
manifestarse y demostrar cómo todas aquellas ideas forman un conjunto vivo y dinámico en forma
tal que el intelecto nunca pudo prever.
Una segunda y más fácil forma de desarrollar la Intuición consiste en cultivar la benevolencia.
Cuanto más nuestro carácter se incline a la benevolencia y a la compasión y se aparte de criticar a
los demás, tanta más probabilidad habrá de que se manifieste la Intuición. Nuestras emociones, si
bien pertenecen al mundo astral, pueden, sin embargo, relejar la Intuición que proviene de dos
mundos allá. Pero para que esto ocurra es preciso que en nuestras emociones predominen la
benevolencia, la pureza y la serenidad. Así como un estanque de aguas claras y completamente
tranquilas puede reflejar perfectamente la luna, que se halla a miles de kilómetros de distancia, así
también un temperamento emocional sereno y bondadoso se convierte a menudo en espejo de las
grandes intuiciones del Alma que vive en un reino superior al de las emociones.
Un tercero y muy hermoso medio de desarrollar la intuición es la comunión con la Naturaleza.
Damos el nombre de Naturaleza a los montes, las nubes, el mar, las ingentes montañas, los lagos,
las cascadas, los bosques, las praderas. Todo esto no son meros objetos formados de materia, sino
que cada uno contiene una Vida, partícipe de la Vida Universal. Cada uno de estos objetos es un
aspecto del Todo. Así pues, si nos identificamos con ellos nos enlazarán con el significado de la
Totalidad. Para ello es preciso que seamos responsivos respecto de la Naturaleza, que sepamos
simpatizar con todos sus aspectos. Cuando así lo hacemos, al hallarnos en una montaña, o ante un
lago, o a la orilla del mar, bien cuando contemplamos una flor, percibimos suavemente un misterio
exquisito. Es como si una voz nos hablara, en una nueva lengua, del Amor, de la Belleza, de la
Inmortalidad, de Dios.
Cuando pensamos en la Naturaleza, no debemos limitarla a sus aspectos poblados de plantas y de
animales. Un desierto sin una brizna de hierba es también la Naturaleza. También en un desierto,
solo, aislado de todo ser viviente, puede el Hombre comulgar con la naturaleza, tal como Byron lo
describe en estas palabras:
“Endoselado por el azul firmamento,
sin nube, tan claro y bello en su pureza,
que solamente podía percibirse a Dios en el Cielo.”
Un exquisito medio de desarrollar la Intuición es por medio del Arte.
Todo Arte es una recreación, un volver a dar forma a nuestra percepción de la Vida. En nuestra
normal disposición de ánimo, cuando las emociones y la inteligencia dirigen nuestras reacciones, la
Vida se nos presenta como placer y dolor, felicidad o desgracia, éxito o fracaso, acción y objeto de la
acción.
Nuestra Vida es lucha y el drama que representa se desarrolla en un escenario; el nacimiento es el
primer acto y la muerte el último. Nuestra labor como artistas consiste en dar nueva forma a todas
nuestras impresiones emocionales y mentales hasta engendrar algo nuevo. Lo que así creamos
habla de la bondad en el corazón mismo de la maldad, de inmortalidad en el corazón mismo de la
Muerte, de la Divinidad entronizada en la Humanidad del Hombre y de la Belleza que todo lo
envuelve por doquier y en todo momento.
Toda esta transformación puede realizarse únicamente por Intuición. Aprendemos los rudimentos del
Arte de volver a crear la Vida cuando escribimos una poesía, o cantamos una canción, o
representamos un papel en una obra o componemos música. Para hacer todo esto artísticamente
hemos de descubrirnos a nosotros mismos transitoriamente en un nuevo papel, como espectadores
y no como actores en el drama de la Vida, como el Alma Inmortal y no como el cuerpo perecedero.
Debemos conocer la Vida como “Idea” y no solamente como “Voluntad”. A medida que
reaccionamos ante la Vida de un modo poético, artístico, musical, nuestra Intuición crece y con el
crecimiento de la Intuición creamos obras de Arte que revelan significados contenidos en la Vida que
antes jamás se revelaron.
Puesto que el Arte revela lo que es la Vida en términos de Intuición, entre los más insignes artistas
del Mundo se encuentran los grandes Instructores religiosos. Ellos contemplan la Vida desde el
centro y no desde la circunferencia, no la contempla a través de la Mente, sino con la Intuición. Por
consiguiente, ven en primer lugar la Unidad y después la Diversidad. Un Gran Instructor cuando se
dirige a sus oyentes no los ve como Hombres diferentes a él, sino como iguales a él. Levanta al
oyente hasta su propio nivel de perfección y consigue que el pecador sienta que es fácil practicar la
Bondad. A la luz de su bendita presencia, muere todo deseo menos la de parecerse a El. Cuando
Cristo dijo: “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón
y hallareis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y ligera carga”, se dirigía al
Cristo niño que ha de nacer en todos nosotros y apelaba a nuestra Intuición para que dijera:
“¡Quiero!”. Así, pues, a mi entender, no cabe mejor definición de la Intuición que considerarla como
“el principio Crístico”.
El que percibe en sí mismo el nacimiento de este Principio Crístico ya no ve la Vida desde el punto
de vista de la Ciencia ni de la Filosofía, sino desde un nuevo punto de vista. Ve la Unidad de todo
cuanto vive, una Totalidad palpitante de Vida, que crea y vuelve a crear de nuevo, revelando
siempre una nueva Bondad y nueva Belleza. En cada problema que se presenta a la Mente, ve con
relampagueante Intuición el fin antes del promedio; en la tormentosa angustia de una situación
extrema, distingue en un relámpago la vía recta de la vía errada. En todo momento, el principio
Crístico que mora en él muestra “El Camino” en todos los problemas de la Vida, en el comercio, en
la política, en la Ciencia y en sus propias reacciones ante el gozo o la aflicción.
Propongámonos crear la Nueva Humanidad Intuitiva porque establecerá un mundo perfectamente
organizado, en el que todo Ser Humano tendrá, no sólo lo necesario para su sustento y satisfacción
de las necesidades materiales, sino oportunidades para la propia expresión y para descubrir la Vida
en toda su Belleza y Dignidad. Este mundo de nuestros ensueños, no está lejano si al menos
sabemos empezar bien con los niños, pues si logramos hacerlos intuitivos, cuando sean Hombres
alcanzarán el éxito allí donde nosotros hemos fracasado.
Desde luego, esto requiere una completa reforma de la Educación.
Lo que un tiempo dijo Lavisse, sobre la Educación, sigue siendo verdad hoy aun respecto de
nuestros más adelantados métodos: “Un fragmento de Educación se introduce en un fragmento del
niño”.
La educación de los niños hoy es de todo punto mental.
Como Bergson diría, al niño se le enseña a tratar solamente con “cuerpos inertes”. El maestro no le
dice al niño lo que es la Vida como tal Vida, como un proceso que no está inerte ni puede medírsele
por gramos, ni metros, ni litros. ¿Qué se le enseña de la Vida como Sentimiento, como Belleza y
fealdad, como Heroísmo y Abnegación?. Lo más que puede hacer el maestro es presentar estos
aspectos de la Vida, al niño como conceptos, como marbetes intelectuales. Así ocurre que cuando
hemos terminado nuestra educación en la escuela y en Universidad, hemos de reeducarnos para
comprender lo que los hombres son como seres vivientes; para comprendernos a nosotros mismos
como un conjunto desconcertante de Bien y de Mal, de Valor y Cobardía, de Pasado, Presente y
Porvenir.
Si queremos hacer a los niños intuitivos hemos de representar ante sus Mentes pocos factores y
cuidadosamente escogidos y expuestos dentro de un marco de Belleza. Lo que el niño debe decir,
en primer lugar, es “¡Qué hermoso!” y no “Qué lógico”. Hacer que el niño perciba primero la Belleza
en cada problema que se le presente ante la Mente, y así podrá actuar su Intuición. Entonces el niño
ve instantáneamente el fin antes de llegar al promedio, y ni siquiera necesita conocer el promedio.
Para que este completo desarrollo de la Intuición se realice en el niño, se le debe rodear de Belleza,
especialmente en la Escuela. Se le debe enseñar a crear poesía, a pintar, a moldear estatuitas,
inventar, danzas, a escribir dramas y ser actor de ellos. De mil maneras un maestro entusiasta, con
visión del nuevo niño, hijo de la Intuición sabrá cómo modificar y reconstruir la Educación. Si el
maestro es Intuitivo, todo lo demás vendrá por añadidura. El maestro sabio en este asunto, creará
los medios.
Cuando los niños, educados de modo que sepan servirse de la Intuición, lleguen a la virilidad y sean
dirigentes de nación, construirán el nuevo mundo de felicidad para todos. No pensarán según las
antiguas normas de clase o de partido; no sólo percibirán mentalmente el conjunto de la nación, sino
también, con profunda emoción, la unidad nacional y se regocijarán en ella continuamente. Porque
la intuición y la unidad son recíprocamente complementarias. No se encontrarán perplejos e
indefensos ante las dificultades. Así como los gobernantes dicen: “No podemos”, los niños cuando
sean estadistas dirán: “Podemos y queremos”.
Además, puesto que cada nación depende ahora, para su bien y para su mal, de las demás
naciones, los gobernantes intuitivos sabrán que los problemas de una Nación sólo pueden
resolverse satisfactoriamente cuando se consideran en conjunto con los problemas de las demás
naciones. Entonces, la Liga de las Naciones no será una sociedad de pueblos rivales y suspicaces,
sino una hermandad en donde cada miembro se da cuenta que aumenta su fuerza y su inspiración
al trabajar en armonía con todos los demás.
Aunque la idea de Nación seguirá siendo el centro del círculo de las actividades de cada pueblo, se
darán cuenta que la Nación es un círculo dentro de otro mayor que es el Mundo. Los Hombres
sabrán que todo problema nacional es parte de un problema mundial. Su concepto de lo Justo e
Injusto, del Honor y del Deshonor, estará moldado por la percepción de una Conciencia Mundial, de
una Necesidad y de un Plan mundiales.
Mientras esperamos el día en que los niños establezcan el nuevo mundo, podemos hacer mucho
para ponernos inmediatamente en situación de comprender la Vida rectamente y alcanzar tanta
dicha y prosperidad como podamos. Para ello hemos de convertirnos en aquellos niños de quienes
Cristo dijo que “de los tales es el Reino de Dios”. El principio Crístico que subyace dormido en
nuestro interior, despertará cuando nos abramos al influjo de la Naturaleza; cuando creemos obras
de arte en alguna forma, y especialmente cuando sintamos benevolencia hacia todo cuanto vive:
Hombres, aves y bestias.
Cuando seamos intuitivos, comprenderemos por vez primera todo el caudal de potencialidad de
Bondad y Belleza residente en nuestro interior. Entonces no necesitaremos hablar de Dios porque le
conoceremos: no necesitaremos ir a buscarle en la Iglesia ni en el Templo, porque lo habremos
hallado en nuestro Corazón, en nuestra Mente y en la Faz de nuestros prójimos.
El poeta Tensión describe la visión del Hombre intuitivo:
“Veía más allá de la Vida y de la Muerte.
Más allá del Bien y del Mal;
veía más allá de su propia Alma.
Ante él, como abierto pergamino,
estaba la maravilla de la Infinita Voluntad”.
Cuando ante los ojos de nuestra intuición se revele la Voluntad Infinita, como abierto pergamino,
entonces la fuerza de aquella Voluntad y su Sabiduría estarán a nuestro lado para sostenernos,
mientras hagamos nuestra obra.
He aquí el provenir del Hombre Intuitivo en futuros días; pero la misma Inspiración e Iluminación
podemos recibir desde ahora, si juzgamos a los Hombres y a los acontecimiento a la Luz de la
Intuición; si sabemos ver la Belleza por doquiera; si sabemos amarlo todo.

La Teosofía y el Destino de la Humanidad


La vida de cada uno de nosotros está tan llena de ansiedades y tropiezos, que apenas si nos acucia
el deseo de preguntar: ¿Qué es el Mundo?.
Cada cual vive en su propio círculo de deberes, esperanzas y ensueños, círculo que abarca a los
seres más cercanos y queridos, pero que no deja de ser un círculo reducido. De vez en cuando
salimos de él, cuando algún deber nos coloca fuera del círculo de familia y amistades, en el círculo
más amplio de la ciudad: en raras ocasiones entramos en círculo todavía más amplio de la Nación,
cuando apela a nuestro patriotismo para participar en alguna tarea nacional. Pero otras naciones, el
mundo en general, son realidades muy lejanas, de imprecisos contornos. Es verdad que por la
prensa recibimos y leemos diariamente noticias de todo el mundo, pero los lugares en donde
ocurren los acontecimientos están muy lejos y además, tales acontecimientos parecen no tener
íntima relación con nuestras cosas.
Además, nuestra religión contribuye a estrechar nuestro campo visual. En esencia, cada religión es
el evangelio de un advinente mundo celeste, y si se nos imponen ciertos deberes para con el prójimo
y la comunidad en general, es con el objeto de que las virtudes que mediante el cumplimiento de
tales deberes adquirimos, nos pongan en condiciones de ir al Cielo. Así es que, en el fondo, toda
Religión niega que este mundo y sus actividades sean capaces de inspirarnos. Tal vez fueron los
griegos el único pueblo que creía que este mundo y sus actividades estaban íntimamente
relacionados con el mundo del Espíritu. Buscaban lo mejor de este mundo, porque ello
representaba, aunque lejanamente, el Bien Eterno en un mundo espiritual. Así veían en el atletismo
y en los juegos un fin espiritual al mismo tiempo que un fin material de salud y diversión. Eran
grandes entusiastas del cultivo de la vida política, porque para ellos la política era una medio de
producir un tipo de ciudadano no solamente sano, sino instruido, jubiloso e inclinado a la
Espiritualidad.
Si bien estamos ensimismados en nuestras cosas, en realidad ellas están ligadas a las cosas del
mundo en general. Nuestra salud, por ejemplo, depende en primer lugar de la comunidad en que
vivimos, pero también depende de la salud del Mundo. Supongamos que la peste bubónica se
presenta en algún país de donde recibimos ciertos productos como trigo o arroz; el Ministerio de
Sanidad de nuestro país no permitirá que se descargue el grano en nuestros puertos hasta haberlo
desinfectado. Y el costo de todo ello y la demora aumentan el precio que hemos de pagar por el
grano. Cuando en 1918 la epidemia de gripe cundió de país en país, pudimos darnos cuenta de que
ningún país está completamente aislado de los demás. Pero es curioso constatar que, si bien se nos
habló en la escuela del Mundo domo como un todo, la impresión recibida fue puramente mental. En
las lecciones de geografía, aprendimos el nombre de las capitales, los ríos y cordilleras de cada
país, pero estos conocimientos no se adueñaron de nuestra imaginación.
Sólo unos cuantos despertamos a la idea de un mundo en conjunto, cuando nos sentimos
profundamente emocionados ante la tragedia de pueblos indefensos, o cuando crece nuestra
sensibilidad artística y cuando se despierta nuestro interés por la literatura, la poesía, la pintura, la
escultura y otras artes no sólo de nuestro país, sino también de naciones distintas de la propia.
Cuando así nace en nosotros el concepto de la Humanidad en conjunto, de la Humanidad
representada por una escala siempre ascendente de perfección cultural, entonces es cuando
buscamos contestación a la pregunta: ¿Qué hay en el Mundo?.
Generalmente sólo la buscamos en dos fuentes distintas: la Religión y la Ciencia. Ya he dicho que la
Religión no nos explica por qué Dios ha hecho que vaya apareciendo en el mundo una raza humana
tras otra y desaparezcan después, o que algunas civilizaciones alcancen magnífico desarrollo en
ciertos aspectos de la Cultura y no en otros. Este mundo en su conjunto, con su múltiple
desenvolvimiento en mil actividades, en los negocios, la política y las artes, no es de la incumbencia
única de la Religión. La Religión no va contra todas estas cosas, pero quedan fuera del círculo de
sus plegarias, de sus ceremonias y contemplaciones.
En cambio, la Ciencia responde a nuestra pregunta: ¿Qué hay en el Mundo?. Ved el mundo del
pasado dice la Ciencia; y ante nuestra vista despliega museos repletos de antigüedades y nos relata
la Historia del Hombre y la Naturaleza.
Ved el mundo actual, dice la Ciencia y hace desfilar ante nosotros, como en una procesión, todas las
realidades de la Industria, la locomoción, la medicina y las mil y una comodidades que gozamos en
el Hogar y en la Ciudad.
Ved el Mundo del porvenir, dice la Ciencia y entonces nos revela un cuadro desolador; porque algún
día, aunque tarde millones de años, la Humanidad dejará de existir, por que el Sol perderá su calor y
la tierra se convertirá en un planeta helado. Además, sabemos lo que la Ciencia dice del Hombre:
hemos evolucionado del bruto; tal es nuestro pasado. Vivimos en un mundo de lucha, en donde la es
ley la Supervivencia del más apto y en donde, por lo tanto, los más fuertes pasan sobre los cuerpos
de los más débiles a quienes derriban en su marcha hacia la condición de Super Hombres. Tal es
nuestro presente. Y en cuanto al futuro, se extinguirá cuando el corazón deje de latir, como el soplo
apaga la vela.
¿Dónde, pues, hallar una respuesta más satisfactoria que la que nos da la Ciencia? En la Teosofía.
No quiero exponerla como simple especulación de una escuela filosófica más; la Teosofía reclama
para sí el honor de representar las enseñanzas de una no interrumpida estirpe de sabios. Desde
luego que no hay motivo para que la aceptéis únicamente por lo que ella dice de sí. Pero en cambio
sí os pido que examinéis lo que la Teosofía expone, y juzguéis si sus afirmaciones, en general son
razonables, y si os ofrecen una hipótesis que os sirva de punto de partida. Después de todo, este es
el método científico. El científico, al encontrarse ante hechos enigmáticos, construye una hipótesis
provisional sobre ellos. Después prueba la veracidad de la hipótesis aplicándola a los hechos. Su
objetivo es, en primer lugar, descubrir si la hipótesis explica los hechos y en segundo lugar si le
ayuda a descubrir nuevos hechos. No todas las hipótesis le resultan exactas, y cuando no lo son,
construye otras nuevas. Si ninguna le sirve para resolver el problema, el científico espera. Esto es,
exactamente lo que quisiera que hicierais: examinar la hipótesis teosófica y que prescindáis de ella,
si os parece que no explica los hechos.
¿Cuál es la hipótesis que la Teosofía nos presenta en cuanto al mundo? Nos dice que todos los
acontecimientos que ocurren en el mundo, obedecen a un plan preconcebido. Dicho de otro modo,
significa que los hechos históricos no son meras ocurrencias casuales, sino que en su fondo existe
un plan comprensible para el Hombre.
Consideremos los hechos del Mundo: Platón nos entera del más antiguo, al darnos cuenta de la
tradición egipcia, según la cual hubo un tiempo en que floreció una gran civilización cuyo centro
estaba en un continente llamado Atlantis, que ocupaba el lugar donde hoy se extiende el Océano
Atlántico. Según la leyenda, la civilización atlante dominaba el Mediterráneo. Hace unos diez mil
años, una erupción volcánica sumergió aquel continente. Después de Atlantis surgieron nuevos
pueblos, cada uno de los cuales tuvo sus comienzos, su apogeo y su lenta decadencia. Caldea,
Babilonia, Egipto, Grecia y Roma, pasaron a la Historia. India y China siguen existiendo. En el
transcurso de un siglo, el Japón ha alcanzado la categoría de potencia de primer orden y es un
pueblo poderoso. Sabemos que Colón descubrió el Nuevo Mundo y después, lentamente, los
pueblos europeos fueron emigrando hacia Occidente por pequeños grupos, estableciéndose en
América del Norte y del Sur, hasta que, pasados tres siglos, los primitivos habitantes de este
Continente han desaparecido casi por completo y nuevas gentes pueblan ambas Américas. Las
corrientes de emigración no han cesado todavía. Otras corrientes de emigración de Europa se
dirigieron hacia Oriente y hacia el Sur, a Australia y Sud Africa.
La Teosofía afirma que todos estos hechos forman parte de un plan preestablecido. El
descubrimiento del Nuevo Mundo, la aparición de nuevos pueblos y la desaparición de los antiguos,
todo forma parte de dicho plan, como asimismo las diferencias entre lo pueblos que ocasionan
rivalidades y que a menudo terminan en guerras. De igual modo, todo lo que llamamos civilización,
las Ciencias, las Artes, los sistemas económicos y culturales, todos surgieron de conformidad a un
plan.
¿Y quién trazó el Plan? – preguntaréis. ¿Quién ha dominado los acontecimientos de modo que, lo
que parece resultado de la Casualidad, es en realidad el desenvolvimiento de un Plan
preconcebido? Quisiera contestar inmediatamente: “Dios”. Pero no me atrevo, por que demasiado a
menudo la palabra Dios evoca la idea de una personalidad, ya sea, como entre los cristianos, la
imagen de un anciano, de un Padre, o la Trina imagen del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, o tal
vez, como en la India, la imagen de un Dios de múltiples brazos y aún a veces de múltiples cabezas.
Todos estos conceptos de Dios como persona en forma humana, resultan inadecuados cuando
tenemos presente la inmensidad del Universo. Porque al hablar de Dios, queremos referirnos a una
Inteligencia que funciona en toda su plenitud no sólo al margen del Universo, sino también ahora y
aquí mismo con nosotros.
Sin embargo, la esencia misma de la explicación que del mundo da la Teosofía, es de que existe
una Inteligencia operante en todas partes, de conformidad a un plan. Desde el momento ñeque
decimos “Inteligencia” que traza planes antes de actuar, hemos de atribuir hasta cierto punto la idea
de personalidad a tal Inteligencia. Pero, por otra parte, debemos rechazar la idea de una persona en
forma humana, porque ¿cómo podría una forma humana poseer una mente capaz de actuar al
margen del Universo como necesariamente funciona aquí? La palabra más adecuada que podemos
emplear es la de los estoicos griegos: el Logos.
Esta palabra Logos significa a un tiempo el “Verbo” o palabra con que designamos un objeto y el
pensamiento interno que tal objeto representa. Por lo tanto, Logos significa “Razón”. Para los
estoicos, el Universo entero era Logos, es decir, la expresión de la Suprema Razón. Siglos más
tarde, en Alejandría, el filósofo judío Philón concretó la idea de Logos en el significado de Dios, pero
no Dios en forma humana.
Después San Juan proclamó que el Logos, el Verbo, la Razón Divina que sostiene el Universo, el
más alto concepto de Dios de que es capaz nuestra mente, se manifestó en la Tierra en el Cristo.
En la frase latina del Segundo Evangelio de la Misa Romana: “Et Verbum caro factum est”: “Y el
Verbo se hizo Carne”, cuando el sacerdote y la congregación doblan la rodilla al pronunciarla, la
palabra griega Logos está traducida por “Verbum”. Así pues, por varias razones la palabra Logos es
más adecuada porque se aparta de la idea de una personalidad humana, al paso que retiene el
pleno significado de cuantas ideas asociamos a la palabra Dios.
El plan del Logos es el andamiaje o armazón del Universo. La voluntad del Logos crea la nebulosa
de que surgen los astros; y la misma Voluntad creó la primera célula viviente. Los judíos concibieron
ya esta idea, pues en el Antiguo Testamento encontramos estas palabras: “Jehová con Sabiduría
fundó la Tierra; afirmó los Cielos con Inteligencia” (Proverbios 3, 19). Desde el principio del Tiempo,
todas las cosas han sido formadas con obediencia al Plan del Logos; jamás hubo un instante en que
su Voluntad no presidiera cada acontecimiento. A esto se refirió Cristo al decir: “No se venden dos
pajarillos por una blanca? Y uno de ellos no caerá a tierra sin vuestro Padre. Pues aún vuestros
cabellos están todos contados”. (Mateo 10, 29, 30).
Esta nuestra Tierra, que tan grande nos parece, es una insignificante partícula de materia en
comparación con la inmensidad del Universo. Del mismo modo que la Voluntad del Logos penetra
todo el Universo, asimismo penetra esta Tierra. Todo lo que en ella ocurre, desde los movimientos
de los protones y los electrones hasta las emigraciones de los pueblos de un Continente a otro, es
manifestación de la Voluntad y del Plan del Logos. Todo cuanto ha sido, es y será son expresiones e
incorporaciones del Logos.
Ya sé que todo esto parecen meras suposiciones o una hipótesis improbable. Pero veamos cómo se
desenvuelve esta hipótesis una vez aplicada como la aplica el teósofo, quien, al contemplar el
Universo postula lo siguiente:
1. Que antes que el Universo viniera a la existencia, como sistema de energía, materia, acción
y ley, ya existía como pensamiento en la Mente del Logos. Después este pensamiento se
revistió de materia. Por consiguiente, el Universo, desde cada electrón hasta los millares de
astros, está impregnado del pensamiento del Logos.
2. El pensamiento del Logos una vez revestido de materia y convertido en Universo, se dirige
en el sentido de la evolución, es decir, pasando de un estado a otro superior. En cada
tránsito opera la Voluntad del Logos. Los tránsitos de estado no son accidentales, sino que
obedecen al Plan del Logos en dirección a determinado fin. Todo lo que la Ciencia considera
como evolución, es, por lo tanto, la realización del Plan del Logos. No es pues, la evolución,
como dice la Ciencia, un simple proceso mecánico de modificaciones por medio d aciertos y
errores, sino un proceso dirigido por una Inteligencia hacia un fin predeterminado.
3. Todo cuanto existe, desde la más densa partícula de materia hasta el ser más espiritual que
seamos capaces de imaginar; todos los innumerables tipos de organismos que la evolución
ha producido, desde el zoofito hasta el Ángel, no son meras creaciones del Logos: son el
mismo Logos. En general, cuando se concibe a Dios creando el Universo, se le compara a
un alfarero que modela una vasija y, una vez modelada, el alfarero existe
independientemente de la vasija. No es este el concepto teosófico del Logos. El Logos es
dual en su naturaleza. Es al propio tiempo trascendente e inmanente. Empleando el mismo
símil del alfarero y la vasija, el alfarero en su naturaleza trascendente, existe aparte de la
vasija, pues es el artífice que actuó sobre la arcilla para hacer con ella una vasija. Pero si
suponemos que el alfarero tomó la arcilla de su propio cuerpo para modelar la vasija,
entonces habrá unidad entre el alfarero y su vasija. En tal caso podemos decir que el
alfarero está inmanente en la vasija.
De la propia suerte, todo cuanto existe, toda sustancia, desde la más ligera a la más pesada,
todas las modalidades de Energía como la electricidad, la luz, el calor; toda forma de vida
como la de las plantas, los animales y el Hombre, todo es consubstancial con el Logos, en
su aspecto de Divinidad Inmanente. Pero al mismo tiempo, el Logos, como Divinidad
Trascendente, existe aparte de todo cuanto emanó de sí mismo.
4. Puesto que todo cuanto existe es el Logos, puesto que todo cuanto actúa se mueve y
ocurre, son representaciones del Logos, el Universo entero es la auto – revelación del
Logos. Sabemos que el Universo está en contínua mudanza, pero sus mudanzas no son
como las de los ríos que nacen en las montañas y se abren paso a la ventura en su camino
hacia el Mar, sino como las del capullo que se abre en espléndida rosa. Cada pétalo está
plegado en miniatura dentro del capullo, que se abre para manifestar una oculta belleza. De
igual modo el Universo cambia para revelar la naturaleza del Logos, que es Belleza
Absoluta.
5. El Logos no es solamente Absoluta Belleza. Es también la fuente y origen de todo el Amor,
en todas las manifestaciones que somos capaces de imaginar. El Amor de la madre por su
hijo, el Amor del amante por su amada, el Amor del Santo por su Dios, todos estos amores
no son más que símbolos en comparación de la realidad del Logos como Amor. De igual
modo que el Universo entero está saturado de Inteligencia, dentro de la Mente del Logos,
así el Universo entero está saturado de su Amor. A pesar de todo lo que nos parece terrible
en la evolución, la lucha por la vida y su crueldad, a pesar de la aparente indiferencia de
Dios ante los gritos de sufrimiento de la Humanidad, el Amor es la raíz de todas las cosas.
Si el protón y el electrón forman una unidad de los posito y lo negativo no es únicamente
porque la Mente del Logos los mantiene en esta unión, sino también porque están envueltos
en su Amor. Todos los magnos poemas de Amor de los poeta, todos los himnos de devoción
de los Santos, son lejanos vislumbres de la Naturaleza del Logos como Amor.
6. El Logos, que Perfecta Belleza y Amor Ideal, no es una deidad estática, una personalidad
que no actúa y que sólo contempla. El Logos actúa. Del seno de sí mismo ha dado Cuerpo
al Universo y actúa sobre él, hasta que de lo bueno surge algo mejor, y de lo mejor surge lo
óptimo. El Logos actúa sobre su Universo como artista. El escultor, ante el bloque de
mármol, ve con los ojos de la Mente la imagen a que quiere dar nacimiento, y poco a poco
va eliminando del monolito lo que no necesita para su estatua. “Cuanto más mármol
desaparece más crece la estatua”.
7. En su actuación para crear al Perfecto Universo, el Logos necesita del Hombre. El papel que
al Hombre le está asignado, es el de agente del Logos, de ser su instrumento y su
colaborador. Es tal la Naturaleza del Logos del Logos como Belleza y como Amor, que
desea que haya millares de seres que se regocijan en el Amor y la Belleza y que poco a
poco descubran el gozo de la abnegación y del servicio. Así el Logos nos crea a los millones
de almas que formamos la Humanidad. Digo “nos crea” pero no quiero decir con esto que el
Logos nos cree de la nada ni de alguna sustancia que exista aparte de El. La esencia del
concepto teosófico es que el Hombre emana del Logos o lo crea el Logos de su propia
Naturaleza. Somos fragmentos del Logos idénticos a El en todo. Somos unidades, mientras
que El es el Todo. Así como cuando de un montón de leña ardiendo suben las llamas y de
los leños se desprenden chispas que forman parte de la rugiente llama, así cada Alma tiene
su raíz en el Logos. Y el Logos y el Alma del Hombre son siempre una Unidad. Pero al
mismo tiempo el Logos desea que el Hombre perciba su separación, porque gracias al
sentimiento de separatividad, alcanza el Hombre su Conciencia como Ser Individual.
8. El propósito del Logos es que las Almas Humanas sean sus colaboradores, los que con El
actúen, cuando planea el Universo Perfecto. Ahora bien, antes de que el Alma pueda
cooperar con eficacia, es necesario que comprenda el Plan del Logos y que posea
facultades creadoras con qué contribuir al desenvolvimiento del Plan. De ahí la necesidad
de que el Alma, esencialmente divina, pase por un proceso de vidas y muertes y tome parte
en el proceso llamado Evolución. El Alma necesita aprender como el niño aprende en la
escuela en clase tras clase, o como el aprendiz en el taller aprende a realizar una obra tan
perfecta como la de su maestro. El Alma necesita saber cómo obrar rectamente, es decir, de
conformidad con el Plan, y el modo de crear bellamente, es decir, reflejar la Mente del
Logos, que es la clave de cuantos adelantos se han efectuado en el transcurso de los siglos
y que llamamos civilización.
Así pues, la Teosofía proclama que todo cuanto ocurre en el mundo obedece al propósito de
adiestrar a las Almas para que lleguen a ser verdaderos agentes de Dios. Veamos los métodos que
Dios emplea:
A fin de que las Almas que El emana empiecen su educación es necesario que vivan y actúen en un
mundo físico, para lo cual deben vivir en cuerpos físicos. El Logos traza sus planes y labora durante
millones de años para producir el primer cuerpo humano. Aquí viene la Ciencia en nuestro auxilio
para ilustrarnos sobre la forma en que ha obrado el Logos. De nuestro Sol, surgido de una nebulosa,
se desprende una parte que lentamente enfriada se convierte en nuestra Tierra. Los elementos
químicos, oxígeno, hidrógeno, carbono, hierro, azufre y otros, se combinan para crear la primera
materia viva: el protoplasma. El protoplasma se separa en tenues partículas, y alrededor de cada
una se forma una envoltura dentro de la cual se vuelven a combinar los elementos y aparece la
primera célula. La labor del Logos va prosiguiendo por etapas. A los organismos unicelulares siguen
los multicelulares y poco a poco va surgiendo lo que la Ciencia llama la Escala de Evolución:
bacterias, hongos, plantas de esporas, plantas de semillas, insectos, peces, reptiles, aves,
mamíferos, todos van apareciendo por el orden pre - establecido. De los mamíferos surgen los
antropoides. Toda esta labor de Evolución no es más que una preparación, un preludio del
verdadero trabajo que ha de realizar la evolución.
Una vez formados los mejores cuerpos de antropoides, con bastante fortaleza para resistir los
accidentes de la vida salvaje y con cerebros capaces de pensar y de prevenir, entonces las almas
humanas nacidas del Logos, que han estado esperando “en el seno del Padre”, entran en escena.
Toman los cuerpos antropoides y viven en ellos como Hombres primitivos.
Este Hombre primitivo, es a la vez, ángel y diablo. Es ángel porque es un alma inmortal que vive
siempre “en el seno del Padre”, pero es también diablo porque el cuerpo en que ha de vivir está
cargado con los instintos de una larga herencia animal. Los instintos de crueldad, de ciega rabia, de
cruel egoísmo, del Hombre primitivo, no forman parte de la naturaleza del Alma. El ángel ha de
cargar con un diablo y cuando el ángel es débil o está dormido, el diablo toma las riendas. Entonces
el salvaje es puramente animal y su ley es la supervivencia del más apto en una lucha que él acepta
como natural.
Mas para que el Alma realice su trabajo es preciso que predomine el Ángel. Por lo tanto, se inicia la
civilización, por medio de instructores religiosos y estadistas políticos. Los instructores religiosos le
dicen al salvaje que el Amor debe ser la Ley de su Vida, que el Hombre debe regirse por la Ley del
propio sacrificio y no de la competencia. Los instructores tratan de despertar la dormida intuición del
salvaje para que comprenda, pues el salvaje es un alma inmortal y en él reside el Conocimiento de
la Verdad, aunque subyacente en lo más profundo de su Ser. Bajo el mágico influjo del Amor y
compasión del Instructor, el Alma del Salvaje despierta momentáneamente a la Vide y entonces
comprende. Pero la lucha por la vida es intensa, y el odio le rodea por todos lados. Así, pues, no
tarda en olvidar las enseñanzas que del Instructor recibiera y vuelve a caer en una vida de odios y
crueldades.
Pero el olvido no es completo. El Alma que en su interior reside manifiesta su poder en el amor a sus
hijos, o a su compañera, o al amigo, o tal vez en un repentino impulso que le lleve a sacrificar la vida
por su familia o su tribu. El salvaje ha puesto los pies en un camino de la Civilización.
Los legisladores a su vez, instruyen al salvaje en el cultivo de la tierra, le guían por medio de
costumbres y ceremonias que sirven para agrupar en tribus las familias salvajes. Los legisladores
establecen lo que ha de ser ley en materia de propiedad, de agravios inferidos o recibidos, y les
enseñan sencillos medios de curar enfermedades.
Gracias a las enseñanzas de instructores religiosos y de legisladores, se establece un intercambio
de servicios entre los salvajes y de tarde en tarde hay treguas en sus peleas y batallas. Más
adelante surge entre ellos, de vez en cuando, un alma que expresa en cantos sus sentimientos y sus
trabajos, sus alegrías y sus dolores. Otra alma modela el barro o esculpe el hueso y la madera; otra
expresa sus sentimientos por medio de la Danza. Uno tras otro, el ángel interno va refrenando al
diablo que anima la materia corporal del Hombre. Así empieza y así prosigue la Civilización.
Contemplemos el panorama de la Civilización, lo que ha sido y lo que es hoy. ¿Cuáles han sido las
razas humanas? ¡Quién lo sabe! Sólo conocemos las que todavía existen; de las pasadas no
tenemos más noticias que las inferidas de los esqueletos fragmentarios que aquí y allá se han
encontrado en profundas excavaciones. La Ciencia actual nos dice que el globo debió enfriarse para
convertirse en nuestra tierra hará unos dos millones de años. No hay duda que el Hombre ha de
haber vivido en ella desde hace al menos un millón de años. Las enseñanzas teosóficas afirman que
la historia del Hombre sobre la Tierra empezó hace algunos millones de años. Si estudiamos cuánto
datos pueden recopilarse del pasado del Hombre, ¿qué nos dicen?. Un símil de clasificación de
civilizaciones sería compararlas a las clases de una Escuela. Una civilización primitiva viene a ser
como la clase de párvulos; otra, la clase elemental, y así sucesivamente podríamos agrupa las
culturas de los distintos pueblos por clases en orden ascendente.
Si aceptáis la hipótesis teosófica de que las almas progresan por ley de Reencarnación,
columbraréis alguna razón del porqué de la civilización, y el porqué de sus diferentes grados de
desarrollo desde el estado salvaje al del Hombre civilizado. La Civilización es la escuela en donde el
Alma aprende las lecciones que le señala el Logos.
Cuando el Alma entra en el proceso de la Reencarnación, actúa igualmente la Ley del Karma o de
Causa y Efecto, y es fácil comprender su actuación en el terreno moral. “Sembrad una acción y
cosecharéis un hábito; sembrad un carácter y cosecharéis un Destino”. Todo cuanto el Hombre dice,
hace, siente o piensa, produce una reacción. El Karma determina que si un Hombre perjudica a otro
deberá pagar la deuda que contrajo. Perjudicador y perjudicado quedan ligados por el Karma, y
volverán a encontrarse aunque transcurran muchas vidas entre la contracción de la deuda y el
momento de saldarla. Pero también así liga el Amor; amante y amado volverán a encontrarse para
ayudarse mutuamente a lograr más noble vivir. El individuo contrae lazos kármicos con la esposa,
hijos y padres; con amigos y enemigos y con su país en conjunto.
Existe un Karma entre individuos pero igualmente un Karma colectivo de la Nación en conjunto en el
Bien o en el Mal que haya obrado respecto de otras Naciones.
El individuo renace vida tras vida; siembra, cosecha y vuelve a sembrar pensamientos buenos y
malos, buenas y malas emociones, buenas o malas acciones. Pero también renacen las
colectividades. Una Nación que deja de existir no se esfuma como ligera niebla; siglos más tarde
aquella Nación renace en otra raza o pueblo, pero compuesta de las mismas almas que en un
tiempo crearon lazos kármicos entre sí y con la Nación en conjunto, pues los individuos no efectúan
aislados el gran viaje, sino por grupos. Felices quienes pueden tener siempre cerca de los que aman
y mantener a distancia a los que les odian, mientras todos, amigos y enemigos caminamos en
marcha ascendente hacia la realización de nuestra Divinidad.
Al principio he formulado la pregunta: “¿Qué es el Mundo? ¿Qué es el Mundo de hoy?” un mundo
muy triste por cierto. Mientras escribía estas líneas en el mes de Noviembre, leía lo que estaba
ocurriendo en China. En el mes de Junio del año pasado estuve en el Japón y en Julio fui a China.
He recorrido las ciudades en donde las bombas han matado centenares de gentes indefensas. Visité
Shangai, Cantón, Hangchow y Soochow. Tengo motivos sobrados para saber lo que es el mundo en
la actualidad.
Pero existen las verdades de la Teosofía que me iluminan y reconfortan. Primera: todo Hombre,
Mujer o Niño muertos atrozmente, todo soldado de ambas partes contendientes sacrificado por la
grandeza de una Nación, volverá nuevamente a la Vida, no una vez sino muchas. Se les volverá a
presentar toda ocasión de Felicidad que perdieron por su Sacrificio. Y cuando contemplo las
suspicacias de las Naciones, su celos y envidias, su desprecio absoluto de los principios de la
Humanidad, cuando veo que bajo el influjo del Imperialismo o del Temor, premeditan y ejecutan
brutalidades increíbles, sé que existe una Ley de Dios a la que nadie puede oponerse. Quien
siembra el Mal, Mal cosechará. Siempre se hace Justicia, aunque los efectos del Karma tarden
siglos en manifestarse. Hay un proverbio español que dice: “Cada cual es hijo de sus obras” y si es
verdad en los individuos también lo es respecto de las Naciones. La Teosofía nos enseña la manera
de hacernos hermosos y no feos, por nuestras propias obras, la próxima vez que vengamos al
Mundo.
Del mismo modo que para cada Individuo actúa la Voluntad del Logos según un Plan de
Perfeccionamiento para cada pueblo y Nación. Mazzini dijo que Dios ha escrito una palabra en la faz
de cada Nación. Podrán pasar muchos siglos antes de que una Nación en sus muchas
encarnaciones descubra la palabra Belleza y Esplendor que ha de pronunciar para contribuir a la
realización del Divino Proyecto, pero la Paciencia de Dios es Infinita y espera siglos de siglos a que
comprendamos su Plan y nos regocijemos con El para llevarlo felizmente a su plena realización.
Desde el primer día, hace millones de años, cuando las Almas de los Hombres encarnaron en
formas Humanas, el Logos ha laborado en construir la Civilización y llevarla paso a paso a la
Perfección. Nos ha enviado fundadores de religiones, legisladores, gobernantes, poetas y bardos.
Por su Voluntad se han organizado entre los Hombres las distintas profesiones. Todas las acciones
del Logos propenden a despertar el Alma del Hombre, para que se dé cuenta de que su Naturaleza
es consubstancial con la Naturaleza Divina.
Todo linaje de Cultura, toda actividad del Hombre en Religión, Ciencia, Arte, Comercio y
Administración tuvieron su guía. El Logos es Omnipotente, pero no ejerce su Omnipotencia sobre
nosotros. El podría forzarnos a aceptar su Plan, a ser ciegos instrumentos de su Voluntad, pero nos
deja en Libertad de seguir nuestras inclinaciones y apela a nuestra intuición por medio de los
Instructores y Guías que nos manda para que actuemos con él. Pero en nuestro estado actual de
evolución poco comprendemos de su Voluntad y menos nos preocupamos de obedecerla.
Por lo tanto, en el transcurso de los siglos la actuación de los Hombres ha malogrado la Voluntad
Divina; pero poco a poco, a medida que un mayor número de Almas llegan a ser cultas y
espirituales, aumenta el número de las que cooperan con Dios. El Plan de Dios es de que algún día
todas colaboren con El. Entonces se hará su Voluntad en la Tierra, en todas las instituciones
humanas, como se hace en el Cielo.
La Humanidad se encuentra hoy en una etapa en la que mucho bien le podría advenir si las
naciones quisieran comprender más y colaborar con el Plan. Después de largas edades de
preparación, el Logos proyecta hoy dar forma a una Organización Mundial, una agrupación de todas
las Naciones bajo una administración semejante a la de la Sociedad de las Naciones. El Plan del
Logos ha enlazado las naciones entre sí por medio de la Ciencia. El telégrafo, el teléfono, la radio, la
imprenta y muchos otros inventos desarrollados por la civilización han surgido porque el Plan del
Logos les dio origen. El mundo entero está enlazado de tal modo que las Naciones, aun a su pesar,
forman ya una sola entidad económica, cuya prosperidad es la prosperidad de todas ellas, pero cuya
miseria es también la miseria de todas ellas. Hoy día una nación sólo puede ser próspera y feliz si
comparte su Felicidad y Prosperidad con el Mundo entero. La Federación Mundial con que muchos
idealistas sueñan no es más que una sombra que la realidad del Plan del Logos proyecta en la
mente de los soñadores.
Precisamente si hoy la Felicidad de cada uno de nosotros depende de que nos identifiquemos con la
Voluntad Divina, es porque la Voluntad del Logos actúa hoy con intensísima energía. He aquí
nuestra suprema tarea en la Vida. Quien sirve a la Voluntad Divina, alcanza niveles de Felicidad y
Desarrollo que no le son dados a quienes se hacen sordos a sus llamamientos. Aun en la actualidad,
nuestra Vida será un éxito o un fracaso, según seamos o no agentes del Plan del Logos.
A todos se nos brinda tan magno destino. Ante los que ocupan puestos preeminentes desde donde
ejercen el Poder, como los gobernantes y caudillos de las Naciones, se presentan copiosas
oportunidades de servir el Magno Plan.
Uno de estos caudillos, Woodrow Wilson, Presidente de los Estados Unidos, supo aprovechar la
espléndida oportunidad de forjar en su mente la Sociedad de las Naciones. Cincuenta y seis países
aceptaron su ensueño, y en cambio fracasó en su propio país. Su vida es un ejemplo de aquel
pensamiento de otro norteamericano: “Con Dios, un solo Hombre es Mayoría”. Un Hombre, en su
Nación, fue el Agente de la Voluntad del Logos, al paso que millones de sus conciudadanos
desperdiciaron la gran oportunidad. ¿Quién obró al unísono con Dios? ¿Ese Hombre o su pueblo?
No todos ocupamos puestos de poder, y sin embargo, la Voluntad Divina nos invita a realizar su
Plan dentro de nuestras limitadas esferas de acción. En el Hogar, en la Comunidad, en nuestra
profesión, podemos ser agentes de la Voluntad del Logos. Siempre podemos trabajar en pro de la
Unidad y negarnos a prestar nuestro apoyo a cuanto separe a los Hombres o a las Naciones entre
sí. A veces, con una sola palabra pronunciada a tiempo, podemos hacer mucho en apoyo del Plan
de Dios.
Hay un terceto de Dante que describe muy bien lo que hoy es el Mundo y lo que puede llegar a ser
algún día.
Chío ho veduto tutto ´l verno prima
Il prun mostrarsi rigido e feroce
Poseia portar la rosa in su la cima.

(Porque yo he visto durante todo el invierno


el rosal silvestre mostrarse rígido y feroz
pero después ostentó una rosa en la cima.)
Contemplando el Mundo, nos parece como si hoy no hubiera más que espinas en el rosal de la
Vida. Pero hablando como teósofo, quiero deciros que también las rosas forman parte del Plan de
Dios. Lo que hayan de tardar en aparecer depende de vosotros, de mí y de todo el Mundo. Quisiera
que vierais en la Mente de Dios la visión del Mundo cubierto de rosas. Quisiera que os llevárais de
esta Conferencia, como su intrínseco significado, las últimas palabras del terceto de Dante: “La rosa
in su la cima”. (La rosa en la cima).
Tal es la visión que tiene el teósofo del Destino de la Humanidad: la Rosa en la Cima.

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El Trabajo de Cristo en el Mundo de Hoy


Tercera Conferencia dictada por el Dr. Carlos Jinarajadasa
Lima, Perú 1938
Hay quienes sostienen que el Cristianismo ha fracasado, porque, a estar a sus modos de ver, los
fundamentos de la vida civilizada en las naciones cristianas son realmente de origen bárbaro y no,
en absoluto Cristianos.
La verdad es, sin embargo, que el Cristianismo no ha sido ensayado hasta ahora. Yo me aventuro a
afirmar que hay en ello mucho de Cristianismo, pero muy poco de Cristo. ¡Por qué razón es que un
movimiento espiritual comenzado hace dos mil años atrás, con un evangelio de generación para
toda la Humanidad, ha conseguido tan poca cosa? Es porque poco a poco las enseñanzas de Cristo
dejaron de ser comprendidas.
Permitidme que con vosotros examinemos rápidamente lo que ha ocurrido con la concepción del
Cristo, desde los lejanos días en que El apareció en Palestina. Nos encontraremos con que, cuando
El andaba entre sus discípulos era para la mayoría de éstos como un hermano mayor; muy pocos
de ellos pudieron percibir de continuo algo de Su Naturaleza Divina. Como sabéis, después que
murió y reapareció, no fue reconocido al principio por los suyos. Sin embargo, fue tan querido por
sus discípulos porque ellos tenían la intuición de que El representaba la esencia de su Idealismo.
Siguiendo esta misma corriente de antecedentes, encontramos luego que San Pablo, quien nunca le
vió con sus ojos físicos, predicó con intenso fervor la doctrina de la salvación por medio del Cristo;
pero agregó a ella un concepto nuevo: el concepto de que el Cristo es algo así como el modelo de lo
que todo Hombre ha de llegar a ser, pues que San Pablo habla de la idea mística del “misterio que
había estado oculto desde los siglos y edades mas ahora ha sido manifestado a sus santos, a los
cuales quiso Dios hacer notorias las riqueza de la Gloria de este misterio entre los Gentiles; que es
Cristo en vosotros la esperanza de Gloria”. También afirma que todos deberemos alcanzar algún día
“a varón perfecto a la medida de la edad de la plenitud de Cristo”; y que Cristo es, en su
magnificencia, como las “primicias de los que durmieron” . San Pablo introdujo el concepto de que
hay una relación mística entre los Hombres y el Cristo.
Viene luego una evolución tardía en el concepto de la Naturaleza de Cristo; tardía porque algunos
estudiosos afirman que el Evangelio de San Juan es marcadamente posterior a los escritos de San
Pablo. Nos revela San Juan un aspecto cósmico del Cristo. El Cristo se convierte en el “Verbo”, la
Razón Divina, el Logos de los estoicos y de Philón el Judío, “hecho carne”. El Logos de los estoicos,
el Divino Orden del Universo, el Dios que geometriza creando de este modo el Universo, fue visto
por San Juan como cristalizando en la maravillosa personalidad de Aquel que anduvo por las tierras
de Palestina. Semejante concepción, de que la totalidad del Universo en su esplendor y sabiduría se
hubiera reflejado en la personalidad de un Ser Humano, no fue parte integrante de la doctrina de los
estoicos. San Juan aporta al Cristianismo esta concepción del Cristo Cósmico.
En la siguiente fase de su desarrollo, la religión se aparta del Cristo como persona, excepto en lo
que hace a una manifestación mística de El, en la Sagrada Eucaristía. En este momento aparece la
Iglesia en escena y comienza a hablar en su Nombre. Los Sacramentos toman el lugar del Cristo y
se produce la proclamación de que el en el Sacramento de la Eucaristía, el Cristo mismo, Cristo
como Dios, está presente. Más o menos por este mismo tiempo, se agrega el concepto de la Virgen
María como Mediadora ante el Cristo y la Humanidad.
Muy prontamente sigue después de esto otra idea más: la del Sacerdote como intercesor entre el
Hombre y la Virgen María y el Cristo. Se advierte claramente en las enseñanzas de la Iglesia
Católica Romana, que el sacerdote que celebra la ceremonia de la misa y se viste de la casulla que
ostenta una cruz en la espalda, pone algo en cada caso de la Naturaleza del Cristo. Así como Cristo
fue a la vez Dios y Hombre, el sacerdote es también sacerdote y Cristo a la vez.
Vienen luego todos los movimientos de la Reforma que en su esencia fueron tentativas de retornar
nuevamente a la Personalidad de Cristo, aparte de los Sacramentos, aparte de las Iglesias, aparte
de la Virgen María, aparte de los sacerdotes. Desde la época de la Reforma vuelve de nuevo a la
Cristiandad, algo de la aproximación personal del Cristo. Estas enseñanzas no toleran que un
mediador se interponga entre el Alma Humana y el Cristo.
En la Reforma se cometió, sin embargo, el más grande de los errores – dicho esto desde mi punto
de vista, por supuesto – porque los reformadores no se dieron cuenta de que Aquél, que es el Cristo,
puede tener muchos medios para atraernos a El. No advirtieron que todos los Sacramentos y que la
Institución misma de la Iglesia, pudieron haber sido planeados por El, como caminos de
aproximación. Echaron por la borda todo aquello, porque consideraron que todas esas creaciones se
interponían en el camino del Hombre en su aproximación hacia el Cristo. No existió entre los
reformadores la comprensión de que, a medida que una religión se desarrolla, su Fundador está con
ella guiándola; que una religión no es una doctrina expuesta de una sola vez; que una religión no es
como una cisterna de agua donde se reúne el agua recogida de una sola vez; que es mucho más,
algo semejante a una surgente, que con el agua presionando desde abajo, está siempre borbotando
hacia arriba, de modo tal que surgen en cada religión enseñanzas nuevas, modalidades nuevas,
nuevas revelaciones, que son inspiradas por el Fundador. Los conductores de la Reforma, quienes
fundaron el Protestantismo, no comprendieron que Cristo podía posiblemente encontrarse siempre
en la Sagrada Eucaristía; que posiblemente podía existir alguna verdad en la concepción de la
Virgen María como mediadora. Todos estos aspectos del Cristianismo fueron dejados de lado, a
causa de su propósito de alcanzar la realización del Cristo personal.
Ocurrió entonces el gran cambio que es recordado por nosotros, los más antiguos; cambio que
consiste en la impugnación de la total concepción del Cristo, por medio de lo que es llamado entre
los estudiantes, la “alta crítica”. Resumiendo brevemente los resultados de esta “alta crítica”, diré
que fueron de impugnación de la Divinidad de Cristo, pues ellos redujeron a pedazos la idea de la
Inspiración Divina en la Biblia.
Con la eliminación de la idea de la Inspiración Divina con la negación de toda verdad histórica en los
milagros, tendió a desaparecer de las enseñanzas de las escuelas teológicas protestantes, la idea
aceptada hasta entonces, relativa a la Divinidad de Cristo.
Muchos habían, que amando al Cristo más por Su magnificente Humanidad que por Su Divinidad,
no podían convencerse a sí mismos de que hubiera suficiente evidencia histórica para demostrar
que los milagros atribuidos a Cristo tuvieron lugar, y que los diversos atributos con que se asocia la
idea de Dios, estuvieron presentes realmente en la personalidad de Cristo. Pero si bien pudieron
aquellos haber perdido la concepción de la Divinidad, alcanzaron, sin embargo, si es que realmente
le amaron, una todavía más alta compresión, sobre la necesidad que el mundo tiene de Cristo,
ahora más que nunca, no como Ser Divino, sino como magnificente ejemplo humano que reúne en
su naturaleza todos los ideales del Mundo.
Es el aspecto humano de Cristo, como Hombre entre los Hombres, el que ha fascinado también la
mentalidad oriental. Cada uno de nosotros en Oriente, que lee los Evangelios, se siente
absolutamente en su propio ambiente con ellos. Nosotros comprendemos qué fue lo que El trató de
dar con Su mensaje.
Ahora bien; no obstante que el concepto de Cristo como gran ejemplo de una Gloria humana, es
atrayente, existe, sin embargo, una especie de oculto deseo en el corazón de muchos, que lo aman
como el más grande de los Hombres, de sentirlo también en cierta forma como un reflejo de lo
Divino. Observad, en efecto, que todas las grandes manifestaciones que hemos tenido
concernientes a la Divinidad, han ocurrido siempre por medio de alguna especie de Ser Humano. Es
únicamente a través de la grandeza de algún Ser Humano que nosotros nos elevamos hasta la
comprensión de la naturaleza de lo Divino.
Permitidme, ahora examinar la doctrina que han de aceptar muchos profundos pensadores
cristianos, por medio de la cual tratan de encontrar una filosofía de la vida, cual es, que Cristo es el
Gran Ejemplo, un ejemplo que nos inspira a todos en nuestras vidas diarias, por la diaria existencia
que El mismo vivió. De esta doctrina se deriva hoy día una pregunta, que anima el fondo de muchos
movimientos cristianos; pregunta que es como sigue: ¿Podemos en este momento alcanzar al
Cristo? ¿Puede El guiarnos hoy, como hace dos mil años guiaba a Sus discípulos?
En verdad, la respuesta de la Iglesia es, y ha sido siempre afirmativa. Pero para ella, Cristo está en
el Cielo desde Su ascensión, y no en la Tierra. Pero cuando el cristiano filántropo contempla los
problemas del Mundo y sus posibilidades de resolverlos, no piensa en el Cristo de los Cielos, sino en
la necesidad de El acá en la Tierra, para darnos consejos sobre las cuestiones concernientes a
nuestros problemas de la hora presente. ¿Puede Cristo decirnos lo que hay que hacer? ¿Puede El
organizar nuestro idealismo en el mundo de hoy de modo que nosotros demos cumplimiento a Su
voluntad de hacer de Su mundo de aquí abajo un Paraíso? Porque seguramente, si Cristo amó tanto
a la humanidad hasta darse a Sí mismo para salvarla, no habría de limitar Su obra a darse esa sola
vez por ella. Si Su amor es todavía perfecto, como lo fue en aquel entonces, ¿no habría de
descender una y otra vez sobre la Tierra a fin de salvarla? ¿Podéis imaginaros a alguien, de la
naturaleza de Cristo, con su corazón tan lleno de amor, permaneciendo en una especia de Cielo y
consintiendo en que el mundo sea como es? Seguramente que un Ser tan compasivo habría de
anhelar estar con Sus hijos y hermanos, para compartir con ellos sus cargas aquí en la Tierra.
Para mí, la pregunta a la que diversos movimientos cristianos tratan de responder, es la siguiente:
¿Podemos nosotros entrar en contacto con el Cristo, hoy, en esa Ciudad de Lima, en este año de
gracia de mil novecientos treinta y ocho?
Yo me he puesto delante de vosotros para dar respuesta a esta pregunta, y yo no he sido bautizado.
A causa de esto podréis decir muy bien: ¿cómo os atrevéis a tentar una respuesta a esa pregunta?
Yo me animo a contestarla, porque he conocido a Cristo desde que era niño, y a pesar de esto, no
soy cristiano, sino únicamente y en parte budista, porque soy primero y antes que todo un Teósofo.
Es a causa de mi Teosofía, y de mi despertar en la Teosofía desde mi infancia, que siguiendo una
distinta línea de tradiciones, he encontrado a Cristo y lo he estado sirviendo durante toda mi vida.
Ahora bien, yo formularé diversas afirmaciones concernientes a El y Su obra en el mundo,
afirmaciones que pueden ser fácilmente objetadas, por cuya razón os ruego no os sintáis obligados
a aceptar nada de lo que yo voy a deciros. Examinad mi tesis como si se tratara de un cuadro, si hay
en ella algo que rechazáis, poned el cuadro de lado. Pero puede ocurrir que yo abra para algunos de
vosotros una nueva comprensión, relacionada con el gran problema de Cristo en el mundo de hoy.
He dicho que a través de la historia del Cristianismo, ha existido un movimiento de opinión entre las
dos concepciones de Cristo como Dios y como Hombre, algo así como un péndulo que oscilara
entre dos extremos, movimientos que la Iglesia ha armonizado muy sabiamente, estableciendo que
El era ambas cosas: Dios y Hombre. A pesar de esto, resulta dificultoso, para muchos cristianos de
espíritu crítico, comprender de qué modo ambas cosas pueden ser verdad, sobre todo, cuando
observan que las narraciones de los Evangelios no se encuentran sustancialmente confirmadas por
la evidencia histórica.
Existe una afirmación de importancia vital que podéis encontrar en cualquier enseñanza mística,
como también en cierta forma en el Cristianismo, donde San Pablo enseña que la Naturaleza de lo
Divino se encuentra también en nosotros los Hombres. A veces pregunto cuántos de vosotros
tendréis presentes las críticas que los Judíos ortodoxos levantaron contra Cristo cuando Él afirmó
que era Dios. Su respuesta consistió en remitir a Sus críticos a aquellas palabras de los Salmos, que
todos los judíos veneraban. “Yo dije: vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo”
(Salmos 82.6). Es esta enseñanza - que algo de la Naturaleza del Cristo se encuentra en nosotros -
la que San Pablo da cuando habla de “Cristo en vosotros”. Esta enseñanza es bien conocida en la
India, donde se afirma que la naturaleza del Brahman – Divinidad Absoluta – se encuentra en todos
los Hombres.
Esta concepción es fundamental en todo lo que yo he de deciros, con relación a lo que el Cristo está
tratando de hacer en el mundo de hoy. Permitidme en consecuencia dejar claramente establecido
para vosotros, que yo creo que en cada uno de todos nosotros, desde el salvaje más primitivo hasta
el producto más magnífico de la más elevada civilización, existe la Naturaleza de lo Divino, así como
la encina existe en la bellota; pero que en el salvaje, la Divinidad es como un Dios Encadenado, y en
cambio en un Gran Salvador de la Humanidad, es como un Dios que hubiera roto las cadenas.
Desde este punto de vista que desde ya os ofrezco, que lo Divino reside en todos nosotros, en
nuestras vidas con sus alegrías y pesares, con sus victorias y desastres, se convierten en los
laboratorios, los talleres donde nosotros liberamos nuestra Deidad prisionera.
Si vosotros aceptáis ese concepto del crecimiento del Alma, veréis muy pronto que, si lo Divino en el
Hombre ha de ser libertado hasta alcanzar “la medida de la edad de la plenitud de Cristo”, como lo
dicen las palabras de San Pablo, ello no podrá cumplirse en el período de una vida. Debéis admitir
entonces, que la tarea ha de continuar más allá de la tumba, en la Eternidad, o por medio de un
proceso de retorno a esta Tierra, donde se obtienen las apropiadas experiencias para el crecimiento.
Somos pues, dioses en nuestra naturaleza esencial, y a medida que vivimos, nos hallamos muy
atareados en la empresa de liberar de sus cadenas dentro de nosotros a la Divinidad. Ahora bien,
aunque todos nosotros, grandes y pequeños, seamos esencialmente divinos, existe una diferencia
entre nosotros y el Cristo. La diferencia reside en esto: en que entre aquellos que han tenido éxito en
la liberación de la Divinidad que mora en ellos, existen algunos que han elegido voluntariamente la
realización de algún especial acto de sacrificio. Tal acto de sacrificio es de una condición tan
estupenda que la mentalidad del Hombre desfallece al contemplarlo. Es por ellos que es tan difícil
comprender la Naturaleza del Cristo como Hombre y Dios a la vez.
Pero, resumiendo brevemente, quiere ello decir que un Alma Humana – como la de cualquiera de
nosotros – que ha liberado su Divinidad y llegado a la Perfección – como todos hemos de llegar
algún día – sigue todavía más adelante en el desdoblamiento de su Divinidad, y efectúa una gran
ofrenda de sacrificio y amor, de sufrimiento y devoción, con el objeto de ponerse frente a la
Humanidad como un Mediador. Ser un Mediador significa traer hacia acá abajo a su propia
naturaleza: la indescriptible Gloria de la Divinidad; y entonces, velando esas Glorias, manifestarlas
en Humanidad. Es una tarea no menos parecida a la que una madre hace por su hijo en sus
entrañas; ella incorpora a sí misma los productos de la Tierra, los transforma en sangre, y entonces
la envía a través de su hijo para darle lo que necesita para su crecimiento. Por medio de su esfuerzo
el hijo puede vivir hasta crecer lo necesario para convertirse en un individuo separado. De un modo
semejante, Aquel que es el Cristo ayuda a cada Alma: pues mucho tiempo atrás, El optó por realizar
esta magnífica ofrenda de quedar con la Humanidad en condición de un Mediador. Es un vínculo
indescriptible, estupendo, por canto cada uno de los millones de seres humanos vives en El y El es
consciente de todos ellos.
En el mundo actual viven probablemente unos mil quinientos millones de seres humanos. ¿Cuántos
podrían ser los muertos que antes vivieron? Hemos calculado en nuestros estudios teosóficos que el
número de almas que forman nuestra Humanidad alcanzan alrededor de sesenta mil millones.
¿Puede alguno imaginar la naturaleza de la Mente de una persona en cuya conciencia vivan todos
esos sesenta mil millones de almas, de modo que donde quiera que se encuentren – ya sea en el
mundo de los vivos o del otro lado – El conoce sus pensamientos, y en tal grado, que cuando alguno
lo llama o se vuelve hacia El, El responde? Esto parece increíble. Debería ser la Divinidad misma.
Pues bien; es para realizar todo esto, que el Cristo ha trabajado y lo ha alcanzado. Por ello El vive
en la Tierra en un cuerpo de carne, pero tal es la Naturaleza de su Conciencia, que las Glorias de
los Cielos están también presentes en El y lo rodean.
En el instante en que se hace la afirmación de que el Cristo está acá en la Tierra, y que siempre lo
ha estado, la gente pregunta: ¿Dónde está El? ¿Podemos viajar a fin de encontrarle? Se halla tan
aferrada a la idea del concepto material del Alma y sus funciones que piensan que no pueden “ver”
completamente a Cristo ni El a ellos, a menos que ambos se encuentren cara a cara. Aun si
viéramos a Cristo cara a cara ¿cuántos de nosotros habríamos de beneficiarnos por medio de tal
experiencia? ¡Cuántos judíos y romanos lo vieron en Palestina y en realidad “no lo vieron”! Con
excepción de Sus doce discípulos ¿cuál de los santos cristianos lo vio con sus propios ojos? Pues
bien, no viéndolo con sus ojos, lo “vieron”, sin embargo, tan claramente, que llegaron a convertirse
en Sus mensajeros. No, no necesitamos viajar físicamente para “verlo”, debemos viajar con nuestro
Espíritu. Y desde que El nos conoce a cada uno de nosotros, sea que nuestros pensamientos se
vuelvan o no hacia El, el hallazgo del Cristo deja de ser una cuestión de mirar la cara del Cuerpo
que El usa.
Aquí hay algo que como oriental me causa extrañeza, y es oir que algunos cristianos piensen que la
grandeza del Cristo – Su omniabarcante Amor, Su inmediata presencia donde quiera que un Alma
se abre hacia El – pudiera sufrir limitación si El viviera actualmente en un cuero físico como lo hizo
en Palestina.
Ellos pretenden, como sostenía el obispo inglés Wilberforce, que precisamente porque no se
encuentra más en la Tierra, sino que está invisible en el Cielo, desde Su ascensión, es que se halla
más cerca de la Humanidad; pues sienten ellos que para el Cristo la posesión de un cuerpo físico
disminuye Su Divinidad, Su posibilidad de responder a las necesidades de todos los millones de
cristianos.
Todos estos temores son debidos a una falta de comprensión de lo que son en realidad los Grandes
Seres. En la India conservamos todavía las tradiciones acerca de ellos, y sabemos que sus
maravillosos atributos no sufren disminución a causa de que ellos velen su Gloria en beneficio
nuestro, y vivan en formas humanas con el propósito de ayudarnos. Así, en las leyendas budistas, el
Buda se encuentra siempre rodeado de Devas o Ángeles que esperan cumplir Sus deseos. En los
primeros albores de cada mañana, El recorría el mundo por medio de Sus poderes místicos, para
buscar las almas particulares que necesitaran, entre los millones de seres humanos, Su más urgente
ayuda en ese día. En éstos días de radio, ya sabemos cómo, con un aparato de ondas cortas, con
cuántas radio – emisoras podemos sintonizar. Si un simple mecanismo puede ponernos en contacto
con tantas estaciones que emiten sus llamados, ¿no podríamos imaginarnos la existencia de un
proceso en la Conciencia, proceso desconocido para la Humanidad corriente, que los Grandes
Seres poseen, que les permita percibir al instante cada llamado?.
Tal es el Cristo. Que para los propósitos de Su obra a favor de los Hombres, viva en un cuerpo de
carne, ello no influye para nada por el hecho de encontrarse rodeado de Ángeles que cumplen Sus
mandatos, de que miles de altares revelan diariamente Su Naturaleza cuando las palabras de la
Consagración son pronunciadas en la Sagrada Eucaristía, y que cada impetración que va hacia El
es vida por El donde quiera que en el Mundo se produzca el ruego.
Por causa de que El es el Cristo, el Mediador entre Dios y el Hombre, toda la Humanidad es Suya, y
no solamente aquellos que han sido bautizados en la fe particular que El fundara en Palestina. Por
causa de lo que, todos los Hombres se encuentran ligados a El, y El se ofrenda a sí mismo a toda la
Humanidad por medio de aquellos canales que han sido previamente establecidos en el pasado y
que han de establecerse en el futuro. Cada religión es Su religión: el Hinduismo, Budismo, Jainismo,
Zoroastrismo, Judaísmo, Mahometanismo, Cristianismo, El derrama Su amorosa ternura e
inspiraciones a todos con prescidencia de su credo, porque el mundo es Suyo y toda la Humanidad
es Suya, para ser ayudada por El hacia una vida más amplia.
Como una madre cobija a su hijo con un abrazo, así El retiene consigo mismo todas las fes,
pequeñas o grandes ¿Qué importancia puede tener para El las divisiones de religiones y sectas,
siendo que El trae las fuerzas divinas desde lo alto para todas ellas? Así como ciertos aparatos
eléctricos transforman las corrientes de decenas de miles de voltios en otras de menos voltaje, que
nosotros podemos usar sin riesgos, de ese modo el Cristo transforma también los poderes de Dios,
de modo que nosotros podamos asimilarlos. En esto consiste Su sacrificio.
Y estas fuerzas que El transforma para nuestro uso, no son solamente de religión. Las Ciencias, las
Artes, las Filosofías y Misticismos son también el resultado de su acción, destinada a elevar los
Hombres hacia Dios y traer la Divinidad hasta los Hombres acá abajo.
El Cristo está siempre atareado. ¿Pero en qué consiste su trabajo? En liberar el Cristo que mora en
las almas de todos los Hombres. Como Él es el Cristo y está colocado en medio del Camino entre el
Hombre y Dios, como El es el Revelador de lo Divino en tal modo como vosotros y yo no podemos
serlo, El se esfuerza en hacer de cada Hombre a la vez, un mediador, de acuerdo a su agrado. No
fue un simple rapto místico el que tuvo San Pablo cuando dijo “Cristo en vosotros, la Esperanza de
Gloria”. Cuando el Cristo nos mira, se contempla a sí mismo en nosotros y es por ello que el mundo
entero es Suyo.
Su obra es tal, que procura organizar el mundo de modo que etapa por etapa, ciclo por ciclo, el
Cristo que duerme en cada uno de nosotros sea despertado; y hasta tanto los Hombres en todas
partes, en cada religión, cualquiera sea la denominación que se le haya dado, llegue a vivir y ser
consciente de la grandeza de la Divinidad Interna en él. Deseo que percibáis bien la idea de que la
obra de Cristo es la de organizar el Mundo. El Cristo que yo conozco no es un ser sentado en los
Cielos, rodeado de Ángeles, sino uno que está permanentemente esforzándose por organizar
nuestro mundo, usando a este propósito de los poderes de la Divinidad que El ha alcanzado por
medio de su Sacrificio.
En esta obra de organización, hay un aspecto particular al cual deseo referirme; el que consiste en
el trabajo que El ha venido efectuando durante el último siglo. Durante este período, encontraréis
que ha ocurrido una misteriosa unificación de todo el Mundo, por medio de las Ciencias y los
Inventos. Las relaciones internacionales se han desarrollado, uniendo Nación con Nación por medio
del telégrafo y de la radio, por los ferrocarriles y el vapor, por los libros y periódicos , por medio de la
lectura y los viajes. Estas relaciones se mezclan al presente en forma tan estrecha, que cuando se
produce una catástrofe económica en un país, todo el mundo se siente afectado en ella. En otras
palabras: se ha producido una unificación como no ocurrió nunca otra con anterioridad. Es no ha
ocurrido por causalidad. Es el resultado de un gran ensayo efectuado por el Cristo y por quienes
trabajan con El, de producir un tipo de Civilización que será para todo el Mundo cuando los Hombres
lleguen a elevarse por sobre las líneas divisorias de las razas y religiones, y se reconozcan a sí
mismo como hermanos, trabajando con un propósito común a todos.
Cristo ha estado organizando largamente todo lo correspondiente a esta Era que ha de venir.
Idealistas de todas partes han estado soñando con ese futuro; y ese futuro está asegurado, puesto
que Cristo está trabajando para él. Aunque la oposición a Su plan pueda postergar su realización por
una o dos generaciones, es seguro que vendrá, pues El ha puesto Su mano en la obra, en razón del
Amor que siente por todos los Hombres.
Y trabajan conjuntamente con Él, otros seres: los Maestros de Sabiduría y aquellos obreros
invisibles a quienes llamamos Ángeles. Una poderosa tarea se está cumpliendo para toda la
Humanidad y Cristo está con ella guiándola y dirigiéndola. El no es Alguien que está sentado a la
diestra de Dios Padre, limitándose a recibir adoración, sino un ser más atareado, más activo y más
pleno de ocupaciones que el más grande monarca o administrador, puesto que El debe dirigir la
organización del Mundo entero y todos su departamentos, tratando de aproximar entre sí a los
Hombres de variados temperamentos, credos y razas.
Como parte de este trabajo de El, de anunciar la gran civilización que ha de venir, fue fundada en
1875 la Sociedad Teosófica, pues la obra de unificación no puede ser efectuada hasta que no
cambien las ideas del Mundo. Por ello es que la Sociedad Teosófica vino a la existencia, para
realizar su tarea de moldear las ideas del Mundo en el sentido de la Fraternidad Universal.
Mostrando cuáles son las verdades comunes a todas las religiones, la Sociedad ha destruido más
de una barrera que se encontraba en el camino de los Hombres, impidiéndoles trabajar para un
propósito común. Iniciada por dos Maestros de Sabiduría, que son discípulos de Cristo, que
dirigieron el crecimiento de la Sociedad, la Sociedad Teosófica es la precursora de las grandes
conquistas del futuro.
Pero la Sociedad Teosófica no está sola en esta tarea a favor de la Unidad. Existen además otros
movimientos, el más importante de los cuales es precisamente la Liga de las Naciones.
Nacida la Liga bajo grandes dificultades, y en la imaginación de algunos viviendo difícilmente por
momentos, es sin embargo, la única esperanza, en ciertos aspectos del futuro, porque es la tentativa
de llevar al pensamiento mundial el concepto de una Organización Mundial, de un Plan Mundial,
elevando a los Hombres sobre las estrechas ramificaciones de la nacionalidad, hacia la más grande
idea de un Mundo, como un solo todo.
Otro movimiento que tiende hacia la unificación y que es apoyado por el Cristo, el movimiento de los
Boy Scouts.
Por esto digo que el Cristo actúa en todos los movimientos; que Él observa todas las políticas, la
Ciencia y el Arte, que tiene Sus canales en cada país y Religión, que está por encima de todas las
líneas divisorias que nosotros damos a las cosas de acá abajo.
Como todos pueden verlo, los movimientos idealistas se enfrentar al presente con la oposición.
Donde quiera que esta gran tentativa de Cristo, de una federación mundial, una paz mundial, se
manifiesta, líneas divisorias de carácter local entran en actividad y se oponen. Pues aún los
cristianos más devotos, no se dan cuenta que detrás de este gran sueño de un mundo unido, hay
Alguien para quien todo el Mundo es igual, en cuyo corazón moran todos los millones de seres de
las diversas naciones.
La obra de Cristo enfrenta oposición. De este hecho se desprende una lección práctica en esta
conversación mía. Si ello tuviera algún significado para vosotros, habría de ser el siguiente: que
Aquel a quien llamáis Cristo – que yo llamo por éste y otros nombres – nos necesita a cada uno de
nosotros, para alguna parte de Su Obra. Los políticos, los artistas, los estadistas, los instructores
religiosos, los educacionistas, los magnates, los Hombres y las Mujeres de las tareas corrientes de
cada día, todos son necesarios. No hay un solo Ser Humano que no pueda ayudarlo a El, en la gran
obra que ha planeado para esos días del porvenir, cuando nosotros hayamos pasado por sobre las
líneas de la nacionalidad y los credos.
Seguramente no puede haber nada más inspirado para vosotros Cristianos – para vosotros que os
consideráis más cerca de Él – si os pudierais convencer de que Él vive acá en la Tierra, que sabe
que estáis esforzándoos por el Idealismo, que Él apoya todos los grandes proyectos desinteresados,
y que éstos tienen Su promesa de éxito. Vosotros podéis ver que Él está muy cerca, por el
testimonio de algunos pocos en estos días, como aquellos a quienes se da en llamar el “Movimiento
de Oxford”, en cuyas conciencias se ha infiltrado un débil fragmento de la Conciencia de Cristo. Los
Hombres y Mujeres de ese movimiento han comprendido que toda la Vida ha cambiado para ellos.
Vuestra vida también cambiará si, directamente desde vosotros mismos, pudierais llegar a la certeza
acerca de estas cosas.
Existen millares de seres en Occidente, para quienes el Cristo es el símbolo de todo lo más elevado
que ellos puedan posiblemente soñar. Pero a veces, ese símbolo queda simplemente como símbolo
y no desciende hasta aproximarse a los niveles terrestres. Pero si podéis daros cuenta que El es
vuestro Hermano Mayor, vuestro Maestro, vuestra Divinidad, manifestada en vuestras Almas en
tanto que vosotros deseáis que así sea ¿no ha de poder cambiar ello vuestras vidas? ¿Cómo podéis
vosotros tener la seguridad de estas cosas? Os puedo conseguir tan solamente unos pocos
caminos.
Seguramente que es tarea de vuestras propias Iglesias la sugeriros estos caminos. ¿No es así?
Pues bien: las Iglesias no pueden hacerlo. Por lo menos muchas de ellas no lo hacen. O una gran
mayoría de personas lo piensan así. Pero hay además otros medios, y a causa de que yo he
alcanzado la realización de algunas de éstas verdades, sobre las cuales os estoy hablando, es que
voy a sugeriros algunos medios que os pueden servir para efectuar experimentos.
Uno de los medios es, el de tomar parte en este gran sueño de una obra para todos los Hombres,
de un solo Mundo y un solo esquema para todos los Hombres. Es decir, no consentir que ningún
pensamiento de nacionalidad, o de vuestra religión, o convicciones íntimas, pueda cerrar la puerta al
impulso interno de identificaros con todo lo más noble que haya en el Mundo de todas las gentes.
Esto no es cosa fácil. Es hermoso contemplarlo como un Ideal, pero cuando tomáis los periódicos, y
leéis que algo está ocurriendo a vuestro país, la Mente subconsciente relacionada con vuestra
nacionalidad introduce inmediatamente una desviación en vuestro juicio.
Si deseáis permanecer fieles a vuestros propósitos y sacrificar todo lo que sea necesario a favor de
este sueño de un Mundo y una Humanidad, encontraréis que os ocurrirán cosas variadas y curiosas,
hasta que por vuestros propios medios llegaréis a saber que el Cristo “Es” y que El está detrás de
vuestro Idealismo.
Esto constituye un gran experimento. No habréis de encontrar fáciles las cosas. El Reino de Dios no
os abrirá mecánicamente las puertas: debéis tomarlas por asalto. Esta tarea de encontrar al Cristo,
es la más ardua, pero es a la vez la más gozosa del Mundo, la única tarea en la cual vuestro
corazón quedará absorto si es que sabéis en qué consiste vuestro corazón.
El segundo medio es el de identificaros vosotros mismos con vuestra más profunda simpatía
dondequiera que haya dolor. Si alguien sufre entre vuestros semejantes, seguramente que podréis
ayudarle, aunque no tengáis otra cosa que ofrecerle que vuestra simpatía. ¿No dijo Cristo: “De cierto
os digo, que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos a mí lo hicisteis”?.
Poned esto a prueba, haced lo más posible por vuestros hermanos, pero en Su Nombre, con un
nuevo sentido de consagración y veréis lo que ocurre.
Hay todavía otro camino sobre el cual yo hablo constantemente, porque para mí es sumamente
real. Recordaréis el modo como El amaba a los niños cuando estuvo en Palestina. Cuando miraba
sus rostros, tal vez olvidaba de cierto modo misterioso las dificultades que lo rodeaban. Lo mismo
ocurre en nuestros actuales días, pues dondequiera que el niño es contemplado como uno de los
más preciados misterios que este mundo posee, encontraréis que, a veces, otra Persona está
mirando al niño a través de vuestros ojos; y en cierto modo sorprendidos os maravillaréis de “¿qué
es lo que ocurre?” “¡Veo en el niño algo que nunca había contemplado antes!” Esto ocurre porque
Cristo os está mostrando lo que El ve en el niño.
Desde luego existen también medios místicos, que pueden encontrarse en las Iglesias, en sus
grandes ceremoniales. Vosotros podéis encontrarle por medio de ellos, si estas modalidades atraen
vuestros temperamentos.
Pero estos caminos no son los únicos, ni tampoco lo son los que acabo de describir, pues cada
cristiano puede descubrir un camino más y comunicarlo a sus semejantes, como siendo un nuevo
medio para que el gran Amador de toda la Humanidad ha preparado para descender a vivir con los
Hombres.
Para comprender los modos por medio de los cuales Cristo está trabajando para el Mundo, se
necesita una Mente abierta un Corazón abierto. Vuestra mejor guía han de ser vuestros impulsos
internos e intuiciones, si es que buscáis a Cristo.
Es perfectamente cierto que para progresar en el camino hacia Él, no son necesarias Iglesias ni
ceremonias. El ha de hablaros por medio del Cristo en vosotros, y ha de guiaros en vuestro camino.
Pero cualquier camino que toméis, no ha de ser por cierto un camino fácil. Ha de significar sacrificio
tras sacrificio, porque vosotros debéis convertiros en lo que El es. Tendréis que aprender a ver Su
plan para todo el Mundo, tenéis que estar por sobre toda clase de prejuicios como Él se encuentra.
Tendréis casi colocaros vosotros mismos el manto de Divinidad, si es que queréis estar al lado de
Cristo como Su agente y mediador del Mundo. Es un Destino magnífico, pero un Destino que
requiere sacrificio tras sacrificio. Pero cada sacrificio ha de estar pleno de Gozo, pues vosotros
veréis que como resultado de ese sacrificio, avanzáis un paso más cerca de Él, vuestro Maestro.
Si halláis ese sendero, El ha de daros vuestras órdenes de marcha. No han de ser las mismas que
El da a vuestro vecino, que también se encuentre buscando la Verdad. Cristo también tiene Sus
tareas para aquellos que han nacido bajo otras creencias o tradiciones. ¿No dijo El: “También tengo
otras ovejas que no son de éste redil; aquellas también he de traer y oirán mi voz, y habrá un rebaño
y un pastor”? (Juan, 10. 16).
El tiene Su trabajo para vosotros, y para cada Hombre que ama a sus semejantes, pues El está
cerca de todos y está tratando de liberar el Cristo encadenado en todos. Pero, ¿cuándo y cómo ha
de daros El Sus órdenes de marcha? Eso ocurrirá tan sólo entre El y vosotros solos.
Yo puedo daros únicamente el testimonio de que ello ha de ocurrir. Si vosotros tenéis el propósito
serio y decidido de hacer los sacrificios necesarios, habréis de encontrarlo, y entonces vuestra vida
será transformada. En cierta forma, es un sendero de dificultades, pero también lo es de gozos
alcanzados, porque sentiréis el gozo de esforzaros por Su esquema de Su mundo, y conociendo
esto, cuando parezca que fracasáis a los ojos de los Hombres, habréis en realidad triunfado, porque
El se halla detrás de vuestra empresa y de vuestro Idealismo.
Es una vida dura, porque vosotros debéis ser Su testimonio. La palabra griega Mártir, tiene el
significado de Testimonio. Tenéis que ser Su mártir por un Mundo Unido, una Humanidad, un Dios.
Su mártir donde quiera que vayáis, esforzándoos por llevar hacia vuestro corazón al mundo entero
con todos sus millones. Es una vida dura, y a pesar de ello no lo es, pues como dice uno de los
antiguos poetas ingleses:
Sus mandatos no son penosos
tanto como se piensa que lo son;
pues si El me ordena, no me preocupo,
porque El me da fuerzas para ir.
Donde o cuanto, todo es uno;
en Su empresa, no en la mía,
yo nunca iré solo.
“Su empresa, no la vuestra”. Esto significa que vuestras tareas diarias, en la oficina, en la plaza, en
vuestras dificultades y en todo aquello que las mismas traen aparejado, debéis cumplir “Su
empresa”. Recién cuando se produzca esa especie de unión entre vuestra vida y la Suya, es cuando
vosotros no andaréis “solos”.
Y de este modo, hermanos, deseo daros este mensaje, de que yo también lo he conocido, de que
conozco algo del esplendor con que vuestra religión lo rodea al proclamarlo. Pero hay todavía otros
esplendores, y el más grande de ellos es que El cobija en Su pecho a toda la Humanidad, sin
distinciones de credo, sexo, casta o color. En todos ellos El está tratando de liberar al Cristo oculto.
El os necesita, a cada uno de vosotros para trabajar en Su plan a favor de un mundo unido, Su
mundo, que llegará también a ser vuestro Mundo.
Si el deseo más profundo de vuestro corazón no consiste en la Salvación de vuestra Alma, sino en
la abolición del Mal, la Miseria y la Injusticia que llenan de dolor las vidas de nuestros hermanos; si
el Cristo que buscáis no es un Señor y Maestro sentado en el Cielo, sino Alguien que está acá sobre
la Tierra, hacia quien deseáis comprometeros en un servicio gozoso, como lo hicieron antes los
Caballeros cristianos que recorrían el Mundo en Su Nombre. Si no podéis encontrar este Cristo en el
seno de la Iglesia, entonces recorred este Sendero que yo he recorrido. Pues yo puedo daros
testimonio de que, por un paso vosotros déis hacia Él, El dará diez hacia vosotros. Pues más
fervientemente y más ardientemente de lo que vosotros podéis buscarle a El, ¡El os está buscando a
vosotros!.
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Los Agentes de Dios: Los Niños


Cuarta Conferencia dictada por el Dr. Carlos Jinarajadasa
Lima, Perú 1938
La época en que vivimos es notable por el gran número de actividades colectivas que aspiran a
regenerar la Humanidad. Hay hoy día más idealistas y reformadores que tal vez hubo en cualquier
época pasada. En todos los países, hombres y mujeres de alta calidad sienten la vocación de salir
de su limitada esfera de actividades egoístas y entregarse a la tarea de abolir la pobreza, la
ignorancia y la enfermedad en orden social, o a trabajar por la libertad y la democracia en el orden
político. Por todas partes se trabaja en la reconstrucción del Mundo.
Entre los muchos planes de reconstrucción sabemos todos que la Sociedad de las Naciones tiene
por programa llegar algún día a la abolición de la Guerra y consolidar la Paz sobre la Tierra. Tanto si
creemos que la Sociedad de la Naciones logrará sus fines como si no, no podemos hacer caso
omiso de su labor.
Ahora bien, por grande que sea esta labor, se está realizando otra todavía más importante de la cual
la mayoría de las gentes no se han enterado siquiera. Y no se han enterado, porque los informes de
Prensa son escasos sobre el particular, y porque los que a tal labor se dedican no gustan hablar de
sí mismos.
Me refiero a la obra en Pro del Niño.
En la mayoría de los países existen hoy corporaciones dedicadas al bienestar de los niños, que
bastarían para revolucionar completamente la civilización con tal de reunir el dinero necesario para
su acabado desenvolvimiento. Hay dinero para ejércitos y armadas, pero poco para beneficiar a la
infancia; y sin embargo, nadie ignora que como sea hoy el niño, serán mañana la Nación y el
Estado. Si los niños crecen en la ignorancia y el abandono, no cabe duda que la política del futuro
Estado será mezquina, antipática y grosera, pues los niños ignorantes y abandonados de hoy serán
los estadistas de mañana.
Las necesidades de los adultos abruman de tal manera a los estadistas y políticos, que dejan a los
niños fuera de su campo visual. Generalmente el Ministerio de Instrucción Pública es la cenicienta
de los Ministerios que forman el Gabinete de cada país. Si algún Estado presta la atención necesaria
a la Educación de los niños, tal Estado es una excepción.
La falta de visión que en punto a las necesidades de los niños suelen tener aún los más eminentes
estadistas, se advierte en un incidente ocurrido a Pestalozzi, nacido en Suiza en 1746 y muerto en
1827. Con razón se le puede llamar el Padre de la Pedagogía racional. No solamente tenía
Pestalozzi claro concepto de lo que podría ser el niño feliz y sano, sino que sacrificó sus recursos,
sus energías y toda su vida, para introducir la nueva era del Niño. Tan contagioso era su entusiasmo
que de todos los países de Europa acudían pedagogos a estudiar su sistema.
Pestalozzi estaba en Paris, en 1802, cuando Napoleón era dueño de Francia. Napoleón no era
únicamente un gran capitán conquistador, sino también hombre de vastísimos ensueños en pro de la
civilización. Promulgó el llamado “Código de Napoleón”, que en materia jurídica es aún la base legal
de muchas naciones europeas. También fue Napoleón el primero que hablo de los Estados Unidos
de Europa. Pestalozzi conoció personalmente a Napoleón e hizo cuanto pudo por interesarle en un
proyecto de Educación Nacional para Francia. Pero Napoleón respondió: “¡No me queda tiempo
para dedicar al alfabeto!”. El gran Napoleón sólo veía en Pestalozzi un maestro de escuela que
deliraba por los muchachos y proponía lo que, al parecer, sólo eran triviales modificaciones en el
plan educativo de entonces.
Pero imaginemos por un momento que Napoleón, habiendo comprendido a Pestalozzi, lo nombrara
Ministro de Instrucción Pública y pusiera a sus órdenes un grupo de pedagogos dispuestos a
reconstruir la nación francesa con el nuevo tipo de niño establecido por Pestalozzi. ¡Cómo sería hoy
la nación francesa!. Pero Napoleón estuvo ciego ante una gran oportunidad, como la mayoría de los
estadistas contemporáneos están ciegos ante los numerosos proyectos referentes a la infancia. No
obstante, las mudanzas hasta hoy efectuadas en la educación de los niños presagian más amplia y
radical transformación de la sociedad actual que la proveniente del fascismo, comunismo,
socialismo, radicalismo y todos los ismos juntos.
En esta revolución ya iniciada, y que un día se extenderá y dominará el mundo entero, sobresalen
los nombres de tres insignes precursores cuyo pensamiento dirige la gran revolución: Pestalozzi,
Froebel y Montessori. Estos pedagogos tratan de la trina naturaleza física, mental y emocional del
niño.
Pero antes de hablar de ellos he de referirme a la espléndida labor que en algunos países se está
realizando en pro de la naturaleza física del niño. Los cuidados prenatales y postnatales que se
prodigan a la madres, las casas de maternidad, clínicas, dispensarios y hospitales para niños,
colonias veraniegas, tribunales de menores y tantas otras instituciones dedicadas al bienestar de la
madre y del niño merecen toda alabanza y apoyo. Si me limito a considerar al niño como entidad
psíquica, no es por desconocimiento de la magnífica labor que se realiza en los campos antes
mencionados. El hecho de que Municipios y Estados hagan algo – aunque infinitamente menos de lo
necesario – por el bienestar material de la Madre y del Niño, indica que ha despertado la conciencia
colectiva.
No es posible construir un edificio sin trazar antes los planos. El pensamiento del arquitecto es más
importante que los ladrillos y el mortero. De la propia suerte es más importante el concepto del niño
como entidad psíquica que la atención que se preste a su Naturaleza física. Desde luego que ambos
conceptos están íntimamente relacionados; pero si se parte del verdadero concepto del niño, todo
cuanto se haga para su bienestar físico se desenvolverá hacia un fin sabiamente predeterminado.
Pestalozzi, Froebel y Montessori son insignes revolucionarios porque enfocaron su atención en el
niño como Alma, como Ser Psíquico y Espiritual. Los profundos cambios que sus sistemas han
producido en la Educación obedecen precisamente a su punto de vista místico opuesto al concepto
materialista del niño.
Pestalozzi descollará siempre entre todos los reformadores porque amaba al niño. No lo
consideraba como un problema pedagógico, sino como una Manifestación de Dios.
Así, consideraba a su propio hijo y formulaba esta plegaria: “Mi hijo será algún día mi Juez. ¡Oh!
Dios, ayúdame para no manchar con mal alguno un Alma tan pura”. Y percibía el misterio espiritual
del niño al decir: “Los ojos de estos ángeles son el más íntimo gozo de mi Vida”. Tanto amaba a los
niños que ellos correspondían a su cariño, aún cuando los castigaba para su bien. Era tan completa
su compenetración con los niños que ellos mismos reconocían que merecían castigo cuando se
habían portado mal.
Entre los muchos postulados pedagógicos enunciados por Pestalozzi debería inscribirse en el
frontispicio de todas las Escuelas Normales el siguiente:
“No hay materia de enseñanza que valga un ardite, si deprime y entristece el ánimo”.
El vivo y radiante amor de Pestalozzi a los niños le inspiró otro postulado pedagógico, a saber:
“La enseñanza no es lo primordial en la Educación. Lo primordial es el Amor. Porque el Amor es la
eterna emanación de la Divinidad en nosotros. Es el punto céntrico de toda educación.”
Las modificaciones que un buen sistema de Educación produce en el niño, no derivan del sistema,
sinó del maestro. Pestalozzi inició su labor con niños indigentes y casi todos huérfanos, cuyas
facultades no se había preocupado nadie de despertar. Sobre el sistema que empleaba para
educarlos dice:
“No conocía yo ningún sistema, ningún método, ningún arte que no partiera en la forma más sencilla
de mi Amor a los niños. Estaba convencido de que mi cariño cambiaría la condición de los niños tan
rápidamente como el sol primaveral despierta a la vida la tierra después del sopor del invierno. No
me engañaba; antes de la nieve desapareciera completamente de nuestras montañas mis niños
estaban cambiados a tal punto que no se reconocían”.
Froebel empezó como ayudante de Pestalozzi y más tarde añadió ideas propias sobre la Educación
de los niños. Pestalozzi partió del concepto de que las facultades del niño se desarrollan por el
ejercicio. Inventó sistemas de enseñanza en los cuales se estimula continuamente el interés de los
niños. A esto añadió Froebel la idea de que la primera preocupación del maestro ha de ser despertar
en el niño la actividad voluntaria. Froebel ideó los Kindergarten, en los que el maestro es el
jardinero, y el niño, como planta humana, espontáneo, libre y feliz. Es sin duda alguna lo que el niño
debería ser, no el niño sentado en un banco en fila “como hileras de mariposas atravesadas por un
alfiler”, como los comparó la Dra. María Montessori, dirigidos todos sus gestos por el profesor
imbuido de la idea de que el temor es inseparable de la disciplina y la instrucción.
La mayoría de los padres que mandan a sus hijos a los Kindergarten, y tal vez la mayoría de los
maestros que dirigen, no se percatan de cuán profunda filosofía de la vida concibió Froebel respecto
al niño. Froebel estudió cuanto pudo de todos los aspectos de la Vida y la Naturaleza, Ciencia,
Filosofía y Arte, a fin de abarcar la Unidad de la Naturaleza. Para él la Educación representaba el
Sentimiento de la Unidad de la Creación y el Conocimiento de Dios. Por esto dice:
“En la Creación, en la Naturaleza, en el Orden mundo material y en el progreso de la Humanidad,
Dios nos ha dado el modelo de la verdadera Educación”.
Para Froebel, el único Hombre feliz, el único ciudadano que vive rectamente es el que, por decir así,
se mantiene en el centro de todas la cosas de la Tierra y del Cielo. Para la Felicidad del Hombre y
del Ciudadano es necesario empezar por el niño. La finalidad de los Kindergarten no era
sencillamente establecer lugares donde los niños aprenden en feliz actividad, sino sitios donde
empiecen a conocer con sus sutiles sentimientos la Unidad del Hombre con la Naturaleza y con
Dios.
Entre los tres revolucionarios mencionados, Pestalozzi, Froebel y Montessori, sobresale ésta última
porque ha realizado una labor de mayor alcance. En los días de Pestalozzi y Froebel no eran los
conocimientos en todos los órdenes tan amplios como el conocimiento del Hombre y de la
Naturaleza que le sirvió a la Dra. Montessori de punto de partida para su labor.
Montessori parte de un axioma que revoluciona el tradicional concepto del niño que lo considera
como un simple ser viviente, sin carácter ni conocimiento con qué principiar la Vida; y por lo tanto, la
tarea de padres y maestros consiste en imprimir lentamente ese carácter en el niño. Pero el primer
axioma de Montessori es que cada niño tiene ya su carácter y una conciencia dispuesta a funcionar
con tal de que reciba el adecuado estímulo. No es el niño un pedazo de arcilla que con nuestras
manos vamos a moldear en la forma que amorosamente imaginamos. El niño tiene ya su forma
propia, su propia individualidad y sus propias energías potenciales. Por consiguiente, la Educación
no es algo que hacemos por el niño, sino más bien algo que nos abstenemos de hacer, a fin de no
estorbar su individual crecimiento. Para ello conviene primordialmente que comprendamos que el
niño es un Misterio, un secreto que hemos de descubrir. Así dice Montessori:
“He aquí la finalidad de la Educación: primero descubrir al niño, y liberarlo”.
La “Liberación del Alma del Niño” pasa a ser el tema de la Educación; y ello significa, no tanto
enseñar al niño lo que no sabe, ni enseñarle lo que no quiere saber, como guiarle hacia la expresión
de lo que ya sabe. No es que los padres no quieran a sus hijos ni que los maestros preparados en
las Escuelas Normales no tengan el vivo deseo de ayudar al niño. El error está en que se parte de
un concepto equivocado del niño, como cantidad inerte que se ha de despertar a la Vida y la
Comprensión.
Pero Montessori enseña que el niño, aún en la primera infancia, está deseoso de despertar y
comprender: algo más, procura e intenta comprender y actuar. Estos esfuerzos del niño son mal
interpretados y padres y maestros los embarazan y en su deseo de ayudar amorosamente al niño,
entorpecen y aún desvían su natural desenvolvimiento.
Ahora bien, la madre Naturaleza dispuso en la matriz materna un ambiente adecuado par el embrión
físico del niño. Mas el niño tiene también un embrión psíquico. El deber de padres y maestros
consiste en proporcionar ambiente adecuando a la naturaleza psíquica del niño.
El método Montessori se distingue por el énfasis que da a la Vida psíquica del niño. Muy bien dice
Montessori:
“El paso adelante que se ha dado en el cuidado del niño es que no solamente se tiene en cuenta su
vida física, sino también su vida psíquica. A menudo se repite ahora que la Educación ha de
empezar al mismo tiempo que la Vida”.
Montessori demuestra que con frecuencia los adultos impiden el desarrollo psíquico del niño. Le
imponen su patrón y se esfuerzan en obligarle a amoldarse a él. ¿No habéis visto alguna vez a una
madre o a una nodriza llevando a un niño de la mano y andando a su paso normal como persona
adulta, mientras el pequeñín precipitaba sus pasos para alcanzar a la madre o nodriza?. Esto es lo
que ocurre en todo. Los mayores tenemos un ritmo propio para todo, en nuestros movimientos,
pensamientos y sensaciones. Absortos en nuestro ritmo habitual, no nos damos cuenta que el ritmo
del niño es totalmente distinto.
Una notable característica del sistema Montessori es que en la misión del maestro entra una mínima
parte de enseñanza, en el sentido que corrientemente se da a esta palabra. Se ha estudiado el ritmo
del niño en su psicología, las formas de desenvolvimiento de su conciencia, Ciencia toda que el
maestro debe aprender. Pero la función del maestro consiste en proporcionar al niño el material que
necesita para su estudio, estudio que él mismo organizará. El estudiará por su cuenta y en la forma
que más le atraiga o que le resulte más fácil. El maestro no dice: “Niños, ahora vamos a hacer tal
cosa”. En primer lugar, no se exige que todos los niños hagan lo mismo; y en segundo lugar, el niño
no necesita que se lo digan. Tiene un gran deseo de actuar, pero de hacer lo que él se propone, no
lo que el maestro propone. No cabe una exposición más categórica del sistema que la que hicieron
los propios niños de una escuela Montessori con esta frase: “Ayúdame a hacerlo yo solo”.
Solemos quejarnos de que tal o cual niño es distraído, desobediente y revoltoso; pero esto proviene
de que no le hemos ayudado a encontrar lo que le interesa. Dice Montessori:
“Cuando los niños hallan lo que les interesa, desaparece la indisciplina como por encanto, y cesa
por completo la falta de atención mental”.
En el método Montessori es requisito indispensable que el maestro o maestra, padre o madre,
tengan lo que la Doctora llama “la Humildad Espiritual que nos predispone a comprender al niño”.
Cuando el maestro tiene una “actitud mental negativa” respecto del niño ( 1 ), actitud libre de
prejuicios referentes a la naturaleza infantil, su mente se pone en un estado que, como dice
Montessori, “predispone al estado de iluminación que permite recibir la Divina Inspiración”, Así
como San Francisco de Asís en su simplicidad y negativa actitud mental predicaba a los pájaros, los
cuales según la leyenda movían sus cabecitas como si comprendieran la prédica, de la propia suerte
la maestra Montessori, por su actitud mental negativa llega a las fronteras de la Santidad, con la
característica iluminación propia del santo.
Contrta mi deseo no puedo extenderme más sobre al método Montessori; pero quiero llamaros la
atención sobre uno de sus aspectos. En los últimos años María Montessori no solamente está
cercana a la santidad, sino que empieza a ver al niño con los ojos místicos de los santos, tanto del
Cristianismo como del Hinduismo, pues en ambas religiones encarnó Dios en forma del Divino Niño,
Jesús en el Cristianismo y Krishna en el Hinduismo.
Ahora bien, una extraña circunstancia que mi personal experiencia atestigua su realidad, es que al
amar a los niños vemos a Dios de un nuevo modo; y recíprocamente hay una modalidad del Amor a
Dios que nos mueve a amar a los niños. No es por tanto extraño que Montessori diga: “El maestro
ha de procurar ver al niño como Jesús lo veía”. Y ¿cómo veía Jesús al niño?. Ya conocéis el pasaje:
“Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reñían a los que los presentaban. Y
viéndolo Jesús, se enojó, y les dijo: Dejad que los niños vengan a mí y no se lo vedéis, porque de
los tales es el Reino de Dios. De cierto os digo, que el que no recibiere el Reino de Dios como un
niño, no entrará en él. Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía”.
(Marcos 10: 13 – 16).
Recuerdo una hermosa frase que Montessori tuvo conversando conmigo: llama al niño “un piccolo
Mesías”, “un pequeño Mesías”. Este es el maravilloso concepto del niño como revelador de los
Misterios de Dios que ella se esfuerza repetidamente en explicar en su último libro titulado “El Niño”.
Terminaré esta parte de mi conferencia con tres citas más de este libro. Escuchad sus palabras:
1. “Hay algo de místico en la idea de que el diminuto infante tiene vida mental. Esta idea podrá
movernos a contemplar al recién nacido con la misma actitud que en religión contemplamos
al Niño Jesús, como encarnación de Dios presente en el diminuto cuerpo. Así como
podríamos imaginar que el tierno o indefenso cuerpecito del recién nacido esconde un alma
humana, ya más o menos evolucionada, ya desarrollada y sensible, aunque muda”.
2. “Nadie hubiera podido prever que el niño encerraba en sí un secreto de la vida capaz de
levantar el velo que oculta los misterios del alma humana; ni que representaba un factor
desconocido, cuyo descubrimiento permitiría al adulto resolver problemas individuales y
sociales”.
3. “Del vívido relato de los Evangelios se desprende que debemos ayudar al Cristo oculto en el
pobre, en el preso, en el afligido. Pero si parafraseamos la maravillosa escena aplicándola a
los niños, veremos que Cristo ayuda a todos los Hombres en la forma del niño:
- Te amaba y vine a llamarte por la mañana, pero me rechazaste (2).
- Señor, ¿cuándo viniste a casa por la mañana a despertarnos? ¿Cuándo te
rechazamos?
- El niño de vosotros nacido que vino a llamaros era yo. El niño que os suplicó que no
le abandonárais, ¡era yo!.
- ¡Cuán necios somos! ¡Era el Mesías!. Era el Mesías que venía a despertarnos y a
enseñarnos a amar; y no supimos ver otra cosa que la travesura de un niño y así
hemos extraviado nuestro ánimo”.
Ya dije que Pestalozzi inició una gran revolución en el trato con los niños. Después vino Froebel, y
ahora Montessori nos muestra el camino hacia profundas reformas. ¿Se descubrirá algún día un
concepto del niño aún superior al de Montessori? Yo digo que sí: nosotros los teósofos, que estamos
trabajando en pro de los niños, tenemos mucho que agregar a la obra actualmente realizada por
otros.
Probablemente ignoráis lo mucho que los teósofos llevamos hecho en el campo de la Pedagogía.
Existe en la actualidad una importante organización llamada “Nueva Fraternidad de Educación”. Se
ha propagado por la mayoría de los países de Europa y de Norte América, y casi todos los más
notables exponente de pedagogía son sus principales propulsores o forman parte de sus Consejos
Directivos. Publica una revista en tres idiomas y ha celebrado congresos en las principales capitales
de Europa, los dos últimos en Sud Africa y Australia. Pero este poderoso movimiento en pro de la
Nueva Educación nació en Inglaterra a impulso de un grupo de teósofos que crearon la “Fraternidad
Teosófica de Educación”. Por entonces unos cuantos teósofos pudientes dedicaron muchos miles de
libras Esterlinas a la implantación y sostenimiento de escuelas experimentales establecidas por la
citada Fraternidad. Hoy los teósofos sostienen escuelas de la Nueva Educación en distintos puntos
de la India, una en Australia y otra en Nueva Zelandia, pues uno de los primero frutos del estudio de
la Teosofía es la comprensión del niño desde un nuevo punto de vista.
Nuestra contribución especial a favor de la Educación de los niños se halla muy bien descripta en
una frase del último libro de la Dra. Montessori:
“Hay una parte del Alma de los niños que permaneció desconocida siempre, pero que debe ser
comprendida”.
En nuestro trabajo, nosotros aspiramos a descubrir esa parte no descubierta en el Alma del niño.
Nosotros dividimos la Educación del niño en dos partes: primera, la Educación visible que da en la
Escuela; y segunda, una educación invisible dada al niño por padres y maestros. Ellos desconocen
que están realizando esto, pues lo están haciendo inconscientemente y en forma invisible para ellos
y el niño.
En nuestros días, todos comenzamos a comprender el significado de la palabra “vibración”. Nuestra
radio, cuando la afinamos a cierta extensión particular de onda, nos está enseñando que oímos
sonidos, únicamente porque existen ondas que han sido generadas en la atmósfera invisible llamada
el éter.
No solamente lo invisible ha sido descubierto por la Ciencia, sino que lo invisible es usado por la
Ciencia para proporcionarnos beneficios. Voy a recordar la forma como se utiliza lo invisible en la
Agricultura. Las plantas necesitan para su crecimiento, la tierra, el agua y también la luz del Sol. Hay
ciertas vibraciones en los rayos solares que son absolutamente imperceptibles para nosotros,
porque no afecta nuestra retina como color. Estos son los rayos infrarrojos y ultravioletas. Si
concentramos los rayos infrarrojos en las raíces de una planta, o ciertos rayos ultravioletas en las
hojas, obtendremos un notable aceleramiento en el crecimiento de la planta, que no sería posible
con la privación de la ayuda que prestan estos rayos invisibles.
Existen también rayos invisibles que pueden ser peligrosos para nuestras vidas: los rayos X, por
ejemplo, que afectan las células vivientes, especialmente las células de reproducción. Los rayos X
eliminan en cierta forma misteriosa el factor reproductivo de la célula. En los momentos actuales se
llevan a cabo experimentos de laboratorio a fin de descubrir la naturaleza de los “rayos cósmicos”,
rayos que poseen un poder de penetración mucho mayor que el de cualquier otro rayo, y si estos
rayos producen cambios en la organización interna de las células reproductivas de las plantas y de
los animales, lo que daría por resultado la producción de nuevas especies. Como veis, las
vibraciones invisibles tienen una influencia mucho mayor sobre el crecimiento de todos los seres
vivientes, de cuanto habíamos sospechado hasta ese momento.
Cuando, en consecuencia, hablan los teósofos de las influencias invisibles en la Educación de los
niños, no postulan, como podéis verlo, algo extraño a la Ciencia, sino que señalan dentro de los
métodos educacionales aquellos factores invisibles en la Educación, que nadie hasta el presente ha
advertido, con excepción de nuestros maestros teósofos.
Cada objeto está continuamente emanando rayos. El color de las paredes del aula está emanando
vibraciones. ¿Son ellas benéficas o perjudiciales? ¿Un salón cuyas paredes son amarillas ha de
ayudar a los niños a trabajar mejor en matemáticas? Un salón de color verde o azul han de ser
mejores para geografía? Estos no son juegos de imaginación, sino por el contrario, problemas que
requieran una cuidadosa experimentación.
Desearía destacar una idea en el sistema Montessori que acabo de bosquejar brevemente; consiste
ella en que el niño antes de su nacimiento se encuentra constituido no solamente por un embrión
físico que vive en la matriz materna, sino también por un embrión psíquico.
Este embrión psíquico se compone de ciertas facultades que son innatas en el niño. El sistema
Montessori es valioso en razón del concepto de que el niño no es como una página en blanco en la
cual nada se ha escrito, ni como un trozo de arcilla sin moldear; sino que por el contrario el niño, aún
desde que es un indefenso recién nacido, posee un carácter innato. El recién nacido quiere crecer,
quiere hablar, actuar y comprender. El pequeño no constituye una conciencia pasiva, sino por el
contrario, una conciencia activa, por muy débil que ella sea, a causa de la ausencia de la
organización en los comienzos de sus células cerebrales.
El niño, entonces, cuando nace, es ya un individuo. Ahora bien, sabemos que cada niño, aún desde
sus comienzos, pone de manifiesto ciertas tendencias que nosotros calificamos de buenas o malas,
en otras palabras que son sociales o antisociales. Cómo surgen a la existencia del niño estas
tendencias, constituye el problema más fascinante, del que no podré ocuparme por ahora. Estas
cualidades, sean buenas o malas, yacen dormidas en el niño. ¿Podemos organizar un sistema de
Educación, de modo tal, de despertar únicamente las buenas cualidades y no las malas?. En esto
consiste especialmente el experimento que se realiza en nuestras Escuelas teosóficas.
Nos encontramos en desventaja a causa de que los padres no comprenden cómo por medio de las
vibraciones que de continuo emiten, ejercitan una influencia constante sobre el niño.
Frecuentemente, con las mejores intenciones, traen a la actividad los malos gérmenes latentes en el
niño: los gérmenes de la ira, de contrariedad, sexualismo y otros atributo antisociales. Ahora bien, el
embrión psíquico del niño es intensamente sensitivo, y los padres y maestros pueden moldearlo en
forma benéfica o dañosa. Dice Carlos W. Leadbeater, autorizado escritor teósofo, en su libro
“Nuestra relación con los niños”, publicado hace cuarenta y un años:
“Por mucho que se diga no cabe exagerar la plasticidad de este embrión psíquico del niño. Sabemos
que el cuerpo físico de un niño puede modificarse en gran parte si se empieza a ejercitar desde
edad temprana. Por ejemplo, un acróbata, ejercitará a un niño de cinco o seis años, cuyos huesos y
músculos no están endurecidos ni rígidos como los adultos y acostumbrará gradualmente al tronco y
extremidades a tomar fácilmente y sin molestias toda clase de posturas totalmente imposibles para
la mayoría de adultos por mucho tiempo que se ejercitaran. Sin embargo, nuestros cuerpos a la
misma edad no diferían esencialmente del de ese niño y si se les hubiese sometido a iguales
ejercicios hubieran adquirido la misma elasticidad y flexibilidad, a pesa de que hoy, ya
completamente formados, no podríamos por prolongados esfuerzos que hiciéramos, dales la misma
fácil elasticidad que tiene el niño de tal suerte adiestrado.
Ahora bien, si el cuerpo físico del niño es tan plástico y fácil de modificar, muchísimo más lo es su
naturaleza psíquica, que se conmueve en respuesta a cada vibración que recibe, y es altamente
receptiva a todas las influencias, buenas o malas, emanadas de cuantos le rodean. También se
asemeja al embrión físico en que si bien en la infancia es tan susceptible y fácil de modelar, muy
pronto se endurece y adquiere determinados hábitos que una vez firmemente establecidos es
dificilísimo modificar.
Si nos damos cuenta de ello, inmediatamente vemos la suma importancia del ambiente que rodea al
niño en sus primeros años, y la enorme responsabilidad de los padres que tienen la fuerte
responsabilidad de proporcionar al niño para su desenvolvimiento las mejores condiciones que su
situación permita. El infante es como arcilla en nuestras manos que podemos moldear a su voluntad;
en cada momento están despertando a la actividad de los gérmenes de cualidades buenas y malas:
continuamente se están formando aquellas reacciones que condicionarán toda su vida. De nosotros
depende estimular el germen de lo bueno y reprimir el de lo malo. Ni el más amoroso padre es
capaz de imaginar hasta qué punto puede controlar el porvenir de su hijo.
Pensad en los buenos amigos que tan bien conocéis y tratad de imaginar qué espléndidos tipos de
humanidad resultarían si todas sus buenas cualidades estuvieran enormemente intensificadas y
borrados por completo los aspectos menos estimables de su carácter.
Este es precisamente el resultado que podéis conseguir en vuestro hijo si cumplís plenamente con
vuestro deber hacia él; en tan magnífico tipo de Humanidad lo convertiréis con tal de tomaros esa
molestia.
Pero ¿cómo?, diréis; ¿por el precepto? ¿por la Educación?. Sí, desde luego mucho es posible por
estos medios cuando llega la hora, pero tenéis en vuestras manos un poder muchísimo mayor y
aplicable desde el instante de nacer el niño, y aún antes: el de la influencia de vuestra propia
conducta. Esta influencia está hasta cierto punto reconocida, puesto que la mayoría de las personas
civilizadas cuidan de lo que dicen y hacen delante de los niños y sumamente depravado sería el
padre que permitiera que sus hijos le oyeran un lenguaje violento o en su presencia se entregaran a
un acceso de cólera: pero la mayoría de los padres no se percatan de que para evitar el mayor
perjuicio que le cabe causar a sus pequeños, ha de aprender a gobernar sus pensamientos, además
de sus palabras y acciones. Es verdad que por de pronto no se advierte el nocivo efecto que un mal
pensamiento o deseo produce en nuestro hijo, pero aunque no se advierta allí está, y es más real y
más terrible, más insidiosa y de mayor alcance que el daño que la vista natural puede percibir.
Si un padre o madre alberga sentimientos de Ira, celos, envidia o avaricia, egoísmo u orgullo,
aunque no los exprese abiertamente, las vibraciones que estos pensamientos levantan en su
naturaleza emocional influyen eficaz y constantemente en el plástico embrión psíquico de su hijo,
cuyas vibraciones sintonizan con las del suyo, actualizando los gérmenes de estos vicios, los cuales
determinarán los mismos hábitos siniestros que una vez arraigados serán sumamente difíciles de
desarraigar. Sin embargo, esto es lo que ocurre en la mayoría de casos con los niños que vemos a
nuestro alrededor”.
Montessori señala repetidamente que los padres son los responsables de toda tendencia antisocial
manifestada por un niño. Cita numerosos casos de los sutiles sentimientos de orgullo y
resentimiento del padre que quiere dominar y oprimir al niño y de su inconsciente actitud
egocéntrica, todo ello en nombre de su Amor al niño. Agrega C.W. Leadbeater:
“Así, pues, habría de tenerse grandísimo cuidado en todo cuanto rodea al niño, y quienes se
empeñan en alimentar pensamientos groseros e ingratos, deberían cuanto menos saber que
mientras persisten en ellos no están en condiciones de tratar con niños so pena de inficionarlos con
un contagio más virulento que la fiebre. Debería procederse con sumo cuidado en la elección de
ayas y niñeras a cuyo cuidado han de dejarse a veces los niños: aunque huelga decir que mejor
será cuento menos se dejen den manos mercenarias. A menudo las nodrizas y ayas llegan a sentir
hondo cariño por los niños que tienen a su cargo y los tratan como si fueran de su propia sangre,
pero esto no ocurre siempre y en todo caso hay que tener presente que la mayoría de dichas
sirvientas están menos educadas y menos refinadas que sus amos, y por lo tanto, el niño que está
demasiado tiempo en su compañía recibe el constante influjo de pensamientos de orden
indudablemente inferior al nivel de los habituales pensamientos de sus padres. De suerte que la
madre que desee ver a su hijo convertido en Hombre de refinado espíritu y delicados pensamientos,
lo confiará muy parcamente a manos ajenas, y sobre todo vigilará atentamente su propios
pensamientos cuando esté con su hijo.
Su regla primordial consistirá en no alimentar pensamiento ni deseo alguno que no quiera ver
reflejado en su hijo. Pero no basta este negativo vencimiento sobre sí misma, pues
afortunadamente, cuando se ha dicho de la influencia y del Poder del Pensamiento es tan verdad en
lo referente a los buenos como a los malos pensamientos, y por ello el deber de los padres tiene
doble aspecto positivo y negativo. No sólo debe tener el mayor cuidado en rechazar sus propios
siniestros pensamientos para no alimentar cualquier mala tendencia que puede tener su hijo, sino
que debe cultivar un afecto intenso y absolutamente inegoista, puros y nobles pensamientos y
elevadas aspiraciones, que al influir en el niño despierten y actualicen los gérmenes armónicos en él
latentes y determinen las buenas cualidades de que aún carece su carácter.
Pero hay más. No basta que los padres vigilen sus pensamientos, es necesario que dominen
igualmente sus emociones y no se muestren malhumorados, pues los niños se dan fácil cuenta de
las injusticias y se resienten por ellas. Si al niño se le riñe por una travesura que otras veces fue
acogida con risas, queda herido su congénito sentimiento de la inmutabilidad de las leyes de la
Naturaleza. Y cuando alcanza a los padres alguna tribulación propia de la Vida, han de evitar en lo
posible que caiga también sobre los hijos el peso de su dolor; por lo menos en su presencia deben
esforzarse en estar alegres y resignados, a fin de que el velo plomizo de la depresión no se extienda
sobre al aura infantil.
También hay muchos padres, bien intencionados, que adolecen del defecto de preocuparse
constantemente por cosas sin importancia. Están siempre agitados por menudencias y comunican
este mismo estado a los niños. Si pudiesen advertir la inquietud y malestar que todo esto produce en
sus mentes, si pudieran también observar el desasosiego que estas vibraciones levantan en las
susceptibles emociones de los niños, no se sorprenderían de que éstos de vez en cuando tengan
accesos de mal humor y de excitación nerviosa, sino que verían que muchas veces son ellos los
responsables de tales accesos.
Es evidente que la Educación del carácter de los padres que estas consideraciones exigen, es
heroica por todos conceptos, y que en su esfuerzo por favorecer la evolución de sus hijos se
benefician a sí mismos incalculablemente, pues los pensamientos que al principio provocan
conscientemente en provecho del niño, pronto se hacen habituales y con el tiempo formarán el fondo
de la conducta entera de los padres.
Guardémonos de suponer que estas precauciones puedan relajarse a medida que el niño crece,
pues si bien la extraordinaria sensibilidad a la influencia del medio ambiente empieza en cuanto el
ego desciende sobre el embrión y con frecuencia mucho antes del nacimiento, sigue en la mayoría
de casos hasta cerca de la virilidad. Si durante la primera y la segunda infancia está rodeado el niño
de las influencias antes indicadas, al llegar a la pubertad tendrá mucho mejor disposición para
realizar los esfuerzos que le esperan, que sus compañeros menos afortunados a los que no se
prestó especial atención. Pero no hemos de perder de vista que sigue siendo mucho más
impresionable que un adulto, y es preciso continuar la potente ayuda y guías mentales a fin de que
los buenos hábitos adquiridos en pensamientos y acción no cedan bajo la presión de nuevas
tentaciones que con toda probabilidad le asaltarán.
Es natural que en los primeros años de su vida reciba el niño, de los padres, la ayuda indicada, pero
también es verdad que cuanto se ha dicho respecto a los deberes de los padres, se aplica
igualmente a cuantas personas viven en contacto con los niños, y muy en particular a los que
asumen la tremenda responsabilidad del magisterio. La influencia que, en bien o en mal, ejerce el
maestro sobre sus alumnos es incalculable, y según lo ya expuesto, depende más de lo que piensa
que de lo que dice y hace. ¡Cuántos maestros censuran a sus alumnos por tendencias que ellos
mismos provocaron! ¡Si los pensamientos del maestro son egoístas o impuros, verá el egoísmo y la
impureza reflejada a su alrededor y el daño que causan tales pensamientos no se contrae a las
personas a quienes afecta directamente!”.
Citaré solamente otro párrafo de nuestro escritor teosófico, porque se refiere a una relación
fundamental entre padres e hijos:
“Nunca insistiremos demasiado en que la paternidad entraña una enorme responsabilidad de índole
religiosa, por muy irreflexivamente y a la ligera que muchas veces se responsa de ella. Los que
traen a un niño al mundo se hacen directamente responsables ante la ley de Dios de las
oportunidades de evolución que deben proporcionar al Ego, y mucha será la penalidad con que
habrán de cargar si por descuido o por egoísmo ponen obstáculos en su camino o dejan de prestarle
toda la ayuda o guía a que tiene derecho. Sin embargo, ¡cuán a menudo olvidan hoy los padres esta
obvia responsabilidad! ¡Cuántas veces un hijo no es para ellos más que un motivo de fatua vanidad
u objeto de irreflexivo abandono!”.
En su último libro “El Niño”, Montessori señala una muy notable circunstancia, diciendo:
“El Hombre, que hasta ahora ha construido únicamente un mundo para el adulto, debe emprender la
construcción de un mundo para el niño”.
Pero, ¿por qué hemos de ocuparnos con tal preferencia del niño? ¿Y los pobres, los enfermos, los
ciego y los lisiados? ¿Por qué del niño en particular? Por una razón que trataré de explicar: el
mundo en que vivimos es un mundo imperfecto. La inmensa mayoría de las gentes lo acepta tal
como es y no ansían mejorarlo. Pero algunos no podemos sentirnos felices mientras exista tanta
miseria y degradación que podría evitarse. Anhelamos trabajar en alguna reforma. Para ello
necesitamos clara visión y energía. En lo que a clara visión se refiere, existen tantas teorías
reformistas que producen cierta confusión, y por lo tanto, quisiéramos saber cuál de ellas podría
allegar el mayor bien en el más breve tiempo. En cuanto a energía, es tan vasto y abrumador el
problema de la reforma social, que a menudos nos desanimamos, convencidos de que perdemos el
tiempo queriendo hacer algo.
Esa clara visión y esa energía que necesitamos nos la proporcionará el niño. Pues, de un modo
místico, los niños pueden abrir para nosotros un libro de Sabiduría, y de sus caritas radiantes de
Felicidad surgirán rayos de Fortaleza que nos infundirán Valor.
Vivimos en un mundo de acción diariamente agobiados por múltiples deberes y ocupaciones, y
fácilmente olvidamos que este mundo de acción tiene su raíz en un mundo espiritual. Toda
inspiración para hacer lo mejor y ser mejores no la recibimos de este mundo visible y material, sino
de un mundo espiritual, invisible. A veces se le llama a ese mundo “Dios” y se denomina “Religión” al
puente tendido entre nuestro mundo y El.
Existen muchas formas de Religión. En la India antigua vemos que el Instructor representaba al
“Santa Sanctorum” y que quien quiera encontraba a su Instructor, a su Gurú, encontraba a Dios.
Este puente sigue existiendo en la India. En la antigua Grecia, el puente entre el Hombre y Dios era
el Joven. En el Cristianismo de la Edad media, en la época de los trovadores, ese puente era la
Mujer, y hoy día sigue siéndolo para muchos hombres.
De la propia manera, el Niño es hoy el novísimo puente entre Dios y el Hombre. He aquí uno de los
secretos del mundo actual y para revelarlo se hicieron niños Cristo en Palestina y Krishna en la
India.
Si Dios, la indescriptible majestad del Universo y fuente de toda Verdad y Belleza, “se hizo Carne” y
durmió en una cuna y jugó como niño en Palestina y en India, fue para demostrar que en todos los
niños reside algo de la naturaleza de Cristo y de Krishna. Si supiéramos dirigir nuestras miradas en
nuevo sentido y descubrir el “Secreto de la Infancia”, veríamos que los niños son algo más que
niños. Son mensajeros de un reino de Belleza, Fuerza y Sabiduría, y nos pueden llevar de la mano
hasta la cumbre de Pisfah y hacernos contemplar el país de nuestras esperanzas y ensueños.
Si sabéis amar a los niños, o si no los amáis, sabéis al menos contemplarlos maravillados y
deseosos de comprenderlos, estaréis muy cerca de Dios. No es necesario acudir a la Iglesia, o al
Templo o a la Mezquita, para encontrarle, ni es preciso abandonar la populosa ciudad, pues
cualquier niño os dirá dónde está Dios. Yo sé dónde está Dios para mí: los niños me enseñan el
Camino.
Lo mismo puede ocurriros. Si la Religión no os dice nada, dirigíos hacia los niños; en ellos
encontraréis una nueva y exquisita religión que os revelará el mundo en toda su Juventud y Belleza.
¡Oh! Si fuéramos capaces de construir el mundo perfecto para todos! Es cierto que lo lograremos
algún día. Los Agentes de Dios, los niños de hoy llevarán a cabo la grandiosa obra si sabemos
prestarles la ayuda que ahora impetran de nosotros mientras son pequeños. Porque así, cuando
sean Hombres y Mujeres triunfarán en la empresa en que nosotros fracasamos.
Así os revelo este grandioso Misterio de la Vida de hoy día: Los Agentes de Dios – Los Niños”.

-o-o-o-
(1) Esta frase “actitud mental negativa” parece absurda. Pero es esencial en el sistema Montessori que la
mente no imponga, cuando el maestro mira al Niño, sus ideas ya aceptadas. El maestro debe mirar al niño
muy atentamente con una mente despierta, expectante, no pasiva y menos pensando con ideas
particulares. No obstante, la mente así “negativa”, está toda pronta a pensar, inmediatamente que la
Intuición – aquella “Iluminación Divina” – manda un rayo de Luz sobre el asunto.
(2) Se refiere a una escena relatada en el libro. Un niño que se despierta temprano va a besar a sus padres,
pero éstos le riñen. “¿No te dije que no me despertaras por la mañana?” El niño responde: “No te
desperté, sólo te toqué pues quería darte un beso”.

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