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El octubre chileno
Reflexiones sobre democracia y libertad
Colección Actualidad
Santiago
2020
NO COUNTRY FOR LIBERALS? EL ESTALLIDO SOCIAL
CHILENO: UNA INTERPRETACIÓN RAWLSIANA
1. Introducción
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Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno
estallido muestra es que –para bien o para mal– los chilenos rechazan la
visión socioeconómica y de justicia que el liberalismo propone.1
Ahora bien, es evidente que hay distintas versiones del liberalismo,
que difieren principalmente en sus concepciones de justicia. Entre las
formulaciones canónicas de John Rawls y Robert Nozick, por ejemplo,
caben distintos modelos de sociedad, con arreglos socioeconómicos y
principios distributivos muy disímiles. Por ello, no es claro si acaso el
diagnóstico sobre el cual opera la protesta social manifiesta un rechazo
a una forma particular de liberalismo, o bien respecto a todas ellas, en
cuyo caso no cabría sino concluir que la cultura pública chilena –su con-
senso normativo sobre visiones básicas de justicia social–2 yace en otras
alternativas, como pueden serlo el socialismo, el populismo, el corpora-
tivismo, etcétera. En otras palabras, cabe preguntarse si la protesta social
debe interpretarse como intrínseca y fundamentalmente antiliberal en
sus demandas, o si, por el contrario, lo que la calle ha hecho es protestar
frente a “esta” versión del liberalismo, pero que –al menos en principio–
estaría de acuerdo con una versión que le pareciera más justa.
En este ensayo, sugerimos algunos elementos que respaldan esta
última hipótesis. Si bien el movimiento social –en la medida que uno
pueda atribuirle algún tipo de voluntad colectiva y establecer sus con-
tornos de pertenencia– podría terminar apoyando modelos alternativos
fundamentalmente distintos al liberal –como el modelo populista–,
aquí sostenemos que hay una versión del liberalismo que sigue siendo
compatible con la queja central y las demandas de la calle: el liberalis-
mo igualitario de corte rawlsiano. Por las razones que desarrollaremos,
creemos que la protesta social chilena, a pesar de haberse narrado como
un rechazo al modelo de “crecimiento con igualdad” que caracterizó
estos últimos treinta años, puede, no obstante, ser interpretada en clave
rawlsiana. En ese sentido, ella no implica per se un rechazo de la cultura
pública chilena a los principios del liberalismo igualitario.
El argumento, por ende, no es normativo. No diremos que el libe-
ralismo rawlsiano es filosóficamente superior a otras alternativas del
liberalismo. El argumento es, más bien, interpretativo: busca conectar
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No Country for Liberals? / Daniel Brieba y Cristóbal Bellolio
las demandas sociales tal cual son (correctas o no, justas o no) con diver-
sas versiones del liberalismo, para concluir que el liberalismo rawlsiano
–a pesar de lo que podría parecer en primera instancia– sí constituye un
horizonte normativo potencialmente compatible con las demandas por
mayor dignidad, igualdad y justicia que el movimiento ha expresado.
Para desarrollar este argumento, procedemos en tres pasos. Primero,
caracterizamos de manera muy sucinta los contornos principales de la
demanda social que se ha expresado desde el 18 de octubre de 2019
en las calles, y que cuenta –según todas las encuestas disponibles– con
un apoyo mayoritario en la población. A continuación, identificamos
cuatro versiones del liberalismo en términos de la justificación que cada
una de ellas emplea para admitir y legitimar desigualdades de resultados
en la esfera socioeconómica: una libertaria, una utilitarista, una clásica,
y una igualitaria. En el tercer paso, contrastamos las demandas sociales
con estos principios justificatorios de cada versión del liberalismo, y
evaluamos si hay oposición o compatibilidad entre estos y aquellas. Aquí
veremos en qué sentido las demandas sociales son reconciliables con el
liberalismo igualitario, pero no con las otras versiones del liberalismo
antes analizadas.
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4 Sobre la relación y ajuste entre el hecho y la norma a la luz del estallido social, ver
Fernando Atria, “Sobre el acuerdo y el momento constituyente actual: ¿podrá ser
reconocido?” Palabra Pública, n.° 16 (2019): 57-59. Sobre la violencia del mismo
estallido, como síntoma de crisis de la normatividad liberal, ver Cristóbal Bellolio,
“Sobre la violencia”, Revista Capital, 8 de noviembre de 2019; Daniel Mansuy, “El
Estado y la violencia”, El Mercurio, 25 de noviembre de 2019.
5 Sobre las protestas chilenas como parte de un fenómeno mundial en 2019, ver
Robin Wright, “The Story of 2019: Protests in Every Corner of the Globe”, The New
Yorker, 30 de diciembre de 2019. Sobre si acaso forman parte de un “momento po-
pulista” global, ver Cristóbal Bellolio, “Del fin de la historia de Fukuyama al fin de
la excepción chilena”, La Nación (Argentina), 2 de noviembre de 2019, y Daniel
Matamala, “La hora del populismo”, La Tercera, 18 de enero de 2020.
6 Sobre el efecto de las redes sociales en la polarización del debate político, ver
Alina Sîrbu, Dino Pedreschi, Fosca Giannotti, y János Kertész, “Algorithmic Bias
Amplifies Opinion Fragmentation and Polarization: A Bounded Confidence
Model”, PLoS ONE 14 (3) (2019). Sobre nuevas formas de comunicación y erosión
democrática, ver Yascha Mounk, The People Vs. Democracy. Why Our Freedom Is in
Danger and How to Save It (Cambridge: Harvard University Press, 2018).
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7 Esta doble dimensión material y relacional explica incluso que demandas que
parecían contrarias al espíritu de la protesta hayan encontrado finalmente una
forma de presentarse como parte de ella. La satisfacción de la demanda “No+Tag”,
por ejemplo, implicaría una medida regresiva desde el punto de vista tributario
y negativa desde el punto de vista de las externalidades medioambientales. Sin
embargo, visto desde otra perspectiva, se construye desde un dolor económico
objetivo –una tarifa alta o que sube frecuentemente– y una percepción de abuso
por parte de una elite económica: los dueños de las autopistas.
8 Según dicha encuesta, dentro de los tres problemas más importantes a los que
el gobierno debería dedicarle mayor esfuerzo, las principales demandas eran en
pensiones (64%), salud (46%), educación (38%) y sueldos (27%). La delincuen-
cia (26%) bajó así hasta el quinto lugar, desde el primer lugar que había ocupado
en la encuesta anterior (mayo 2019), cuando obtuvo un 51%. Por su parte,
pensiones subió 18 puntos entre ambas encuestas, mientras salud, educación y
sueldos subieron en 12, 8 y 6 puntos, respectivamente. CEP, “Estudio nacional de
opinión pública”, 84 (diciembre de 2019).
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17 Robert Nozick, Anarchy, State and Utopia (New York: Basic Books: 1974).
18 John Locke, Segundo tratado del gobierno civil (Madrid: Alianza Editorial, 2004).
Esta obra fue originalmente publicada en 1689.
19 Locke, Segundo tratado.
20 Amartya Sen, Desarrollo y Libertad (Barcelona: Planeta, 1999), 89.
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21 Adam Smith, La teoría de los sentimientos morales (Madrid: Alianza Editorial, 1997),
333. La primera edición de esta obra es de 1759.
22 Adam Smith, La riqueza de las naciones (Madrid: Alianza Editorial, 1994), 554. La
primera edición de esta obra es de 1776.
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Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno
“In the only cases in which the masses have escaped from the kind of
grinding poverty you’re talking about, the only cases in recorded his-
tory, are where they have had capitalism and largely free trade. If you
want to know where the masses are worse off, worst off, it’s exactly in
the kinds of societies that depart from that. So that the record of history
is absolutely crystal clear, that there is no alternative way so far discove-
red of improving the lot of the ordinary people that can hold a candle
to the productive activities that are unleashed by the free-enterprise
system”.25
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29 “The difference principle permits diverging from strict equality so long as the
inequalities in question would make the least advantaged in society materially
better off than they would be under strict equality”. Julian Lamont y Christi Favor,
“Distributive Justice”, in The Stanford Encyclopedia of Philosophy, Edward N. Zalta,
ed. (Stanford: Winter, 2017). “El principio de diferencia permite divergir de la
igualdad estricta en tanto las desigualdades en cuestión hagan mejor material-
mente a los menos aventajados de la sociedad de lo que estarían bajo una estricta
igualdad” (traducción de los editores). Es decir, el principio establece que solo
son permisibles las desigualdades económicas que favorecen (en un sentido abso-
luto) a los que están peor en la distribución de ingresos.
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Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno
ortodoxo rechaza de plano que exista algo así como un nivel mínimo
material que deba ser provisto a cada persona, así como la idea de que
la falta de acceso a ciertos bienes por parte de algunas personas cons-
tituya una afrenta a su dignidad. Y si no existe una obligación política
de proveer mínimos suficientes, menos la hay de reducir desigualdades
de ingresos o de acceso a bienes. Al fin y al cabo, como los derechos de
propiedad de cada cual son tan robustos, cualquier impuesto con fines
redistributivos es ilegítimo. En palabras de Nozick, “tan fuertes y exten-
sivos son estos derechos que hacen surgir la pregunta respecto a qué, si
algo, el Estado y sus funcionarios tienen permitido hacer”.30
Por su parte, la dimensión relacional de la demanda por dignidad
tampoco es acogida por el pensamiento libertario. La idea de que la
dignidad requiere relaciones estatutariamente horizontales le es ajena;
la dignidad está, más bien, en tratar a todos como iguales agentes
morales, evitando el fraude y el engaño en el trato. Pero ni el clasismo
ni ciertas formas sociales de abuso son, en sí mismos, problemáticos. El
clasismo, el nepotismo o el trato preferencial de algunos sobre otros es
parte del ámbito de la libertad de cada cual. Si quiero contratar a una
amiga o un primo, es mi problema; no hay requerimiento de igualdad
de oportunidades ni nada que se le parezca. Si quiero discriminar a
una pareja del mismo sexo en mi negocio, también es mi problema; la
libertad de contratar no se somete al principio de no-discriminación.
Por su parte, el libertarianismo se opone a las agencias antimonopolio
y su activa “regulación” del mercado. Por lo tanto, el uso del poder
económico para cobrarle más a los consumidores o para coordinarse
con otros oferentes no es en sí problemático, pues prohibirlo implicaría
una intromisión ilegítima del Estado en la manera en que cada uno usa
su propiedad.
Por todo esto, concluimos que no hay reconciliación posible entre el
libertarianismo y las demandas de la protesta social chilena.
b) Liberalismo utilitarista y clásico: Es un lugar común señalar que el
“modelo” chileno se funda en el liberalismo económico, en general,
y en su versión Chicago, en particular. Para este liberalismo, vimos,
lo esencial del libre mercado es que aumenta el bienestar agregado,
aumentando así el bienestar promedio más que el socialismo u otras
formas económicas alternativas. La aseveración de que es el crecimiento
el que permite financiar prestaciones sociales y el gradual aumento de
los salarios, ha proveído por décadas la justificación central para la man-
tención de este modelo y le ha dado su sustento normativo: la promesa
de un win-win.
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31 Elisabeth Anderson, “What is the Point of Equality?”, Ethics 109, n.° 2 (1999):
287-337.
32 El punto se puede hacer al revés: cuando las desigualdades materiales son dema-
siado altas, se abren las posibilidades para la dominación de facto de unos sobres
otros, y ya no es posible sostener las condiciones para la igual ciudadanía. Por
cierto, y como también señala Anderson, en la medida en que haya cortapisas más
eficaces para separar el poder económico del político (entre otras condiciones),
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Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno
aumenta el grado de desigualdad que sigue siendo consistente con la igual ciuda-
danía. Ver Anderson, “What is the Point of Equality?”.
33 Estudios en psicología cognitiva y políticas públicas sugieren que las personas
aceptan o rechazan la evidencia que se les presenta dependiendo de sus visiones
previamente concebidas, lo que se ha identificado como el fenómeno de cog-
nición cultural. Ver Dan M. Kahan y Donald Braman, “Cultural cognition and
public policy”, Yale Law & Policy Review 24 (2006): 149-172. O bien dependiendo
de la posibilidad de aceptación social en la tribu o círculo social de pertenen-
cia, revisar Hugo Mercier y Dan Sperber, The Enigma of Reason (Cambridge:
Harvard University Press, 2019). Asimismo, Steven Sloman y Philip Fernbach, The
Knowledge Illusion: Why We Never Think Alone (New York: Riverhead Books, 2017).
34 Lo que puede ir desde la noción concreta de “vida de barrio”, hasta otras más
abstractas respecto de la densidad del tejido social y solidaridad comunitaria de
otros tiempos.
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Ingreso
B
D
Percentil de la
distribución
colares”, en Jorge Manzi y María Rosa García (eds.), Abriendo las puertas del aula.
Transformación de las prácticas docentes (Santiago: Ediciones UC, 2016), 515-542.
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39 Esto no significa que pasar de B a D sea cosa fácil. Cada país tiene su propia his-
toria y el path-dependence distributivo suele ser muy fuerte. El propósito del gráfico
no es proyectar una política sino describir una diferencia.
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5. Conclusión
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Bibliografía
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