n Acahvalinca
MANGLARES DE CORINTO
[Traduccién de Luciano Cuadra]
Charles William Beebe!
AL AMANECER, el volcdn El Viejo surgié ante nuestra vis-
ta en medio del paisaje nicaragiiense, cubierto todavia por su
nocturno gorro de nubes, mientras que, al norte, el Telica, ya
despierto, arrojaba un humo que se deslizaba lentamente a lo
largo de sus valles y hondonadas. Asf fue nuestra entrada en
la bahfa de Corinto; la cual -era satisfactoriamente pequefia y
se hallaba en el coraz6n de una selva de mangles. Estos Arboles
crecen por todas partes, sostenidos por largas raices que se afir-
man en el resplandeciente barro, o bien se desplazan hacia el
agua durante la marea alta.
El puerto
EI puerto de Corinto es uno de los mis tristes que he co-
nocido. Hasta hace pocos afios tentamos apostados allf algunos
cruceros y varios centenares de marinos, cuando los disturbios
politicos del pais asf lo requirieron. Nuestros marinos provo-
caron una especie de fiebre del oro y trajeron a la poblacién
una prosperidad repentina, en la que se incluyeron dos grandes
hoteles provistos de bares ultramodernos y una plaza de tamafio
poco comtn. Actualmente, la desamparada poblacin nativa es
escasa; las calles se ven durante el dfa cubiertas por una hierba
espesa y, por la noche, su aspecto es triste y su iluminacién
insuficiente. Largas hileras de casas se hallan desocupadas y las
1 Charles William Beebe (29 de julio, 1877-4 de junio, 1962) fue un
naturalista estadounidense, autor de Ser naturalista es mejor que ser
un Rey, En su visita a Corinto y sus alrededores, a principios del
siglo XX, describié los manglares y pericos verdes nicaragiienses
(aratinga holochora strenua).
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tiendas no ofrecen ningtin atractivo.
Ofmos aullar, de pronto, una horrible sirena, pero no se tra-
taba de ningtin incendio ni revolucién, sino de que la funcién
cinematografica iba a comenzar. Asistimos a ella, mas no tarda-
mos en abandonar la sala, Cref que Roland Young, disgustado
también, saldrfa de la terrible pelfcula para seguitnos al bar mas
cercano.
La isla encantada
Mucho se ha escrito acerca de los manglares y de su extra-
fio mundo —hasta yo mismo le he hecho antes— y la trivial y
pegadiza frase “tierra de un solo drbol” es tan conocida como
la de “techo del mundo” que se aplica al Himalaya. Pero, aun
asf, lo extraiio elude toda descripcién, y el foco de esta asocia-
cién de vida vegetal y animal atin permanece ensombrecido por
nuestra ignorancia. Mientras el “Zaca”, nuestro barco-laborato-
tio, se balanceaba en su amarradero de Corinto, nosotros des-
de cubierta, dirigimos nuestras miradas hacia el este, donde el
horizonte presentaba una uniforme extensién verde. Este era el
punto inicial y més exterior de la selva de manglares, y recibia
justamente el nombre de Isla Encantada.
Cuando visité por primera vez esta isla, en el momento de
introducirme en las aguas poco profundas mis pies se hundieron
en un blando depésito, aluvién de nieve de colores abigarrados,
o al menos asf me parecié entonces. Sobre la playa, en toda la
extensi6n a mi alcance, la belleza reinaba absoluta.
A medida que bogébamos a lo largo de los tortuosos mean-
dros ocurrfan cosas inesperadas, como cuando desde una rama
que pendfa sobre nuestras cabezas, algo cayé al agua salpicin-
donos de espuma. La Gnica persona que estaba observando dijo
que se trataba de una culebra muy corta y gruesa; pero, antes
yo habfa visto una iguana en el aire y sabfa que sus patas, es-
trechamente pegadas al cuerpo durante la zambullida, podian
hacerla asemejar en algo a esa descripcién, Esta zambullida,
aerodindmica, gana en interés si tenemos en cuenta que la mis-
ma iguana, al saltar desde la elevada copa de un Arbol infla su
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cuerpo al maximo a fin de amortiguar, el golpe producido por la
cafda. Incidentalmente, esto nos hace pensar que tales hechos
constituyen una parte importante en el comienzo del vuelo de
los pajaros.
Iguanas grandes y pequefias
Después de esta zambullida observamos mas cuidadosamen-
te, y vimos iguanas grandes y pequefias que se asomaban en los
mangles. Se cuentan ellas entre los escasos seres que pueden
darse el lujo de ser personales en lo que respecta al color y al
dibujo. Un dfa, nuestro cazador nos trajo cinco iguanas. En una
predominaba el color negro, en otra el verde, y una tercera os-
tentaba franjas negras y anaranjadas, mientras que la mds gran-
de, de casi 1.50 metros de largo, era completamente marrén.
Una de ellas contenta trece huevos, a punto de ser puestos.
EI alimento de estos animales consiste exclusivamente en
hojas y brotes de mangles. Eran tan prolijos en su alimentacién,
como una ama de casa de Nueva Inglaterra. Una iguana de
gran tamajfio que habla ingerido un total de doscientas hojas,
debja haberlas tragado empezando por el pediinculo y siguien-
do con la hoja misma, con el resultado de que una abundante
porcién de tubo digestivo estaba ocupada por una pila sélida
que podfa separarse en innumerables hojitas intactas.
Estas grandes iguanas debfan Ilevar una vida segura y feliz,
zambulléndose, nadando y teniendo a su disposicién una canti-
dad infinita de hojas de mangle.
Pescadores en el lodo
Cuando bajé la marea, un grupo de pescadores con redes se
introdujo entre los mangles e intenté hacer pie en un banco de
lodo que habfa quedado al descubierto. Los dos primeros hom-
bres se hundieron lentamente, pero con perspectivas evidentes
de hundirse en forma definitiva en el lodo negro y pegajoso.
Fueron sacados de allf con gran dificultad y con acompafia-
miento de epftetos que expresaban una clara desaprobacién de
la experiencia.
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El inico método de hacer posible ef acceso humane a esos
Jugares consistfa eh desplazarse aferrindose a lo que los hot
nicos Hlaman “rafees fuertes, lenticulates, sostenidas en forma
de arco”. Esto pareefa facil; pero si se agreya a esa deseripeiin
Ja suavidad resbalosa de las rafces, su imprevisible propiedad de
ceder, los extremos sueltos de muchas de ellas y la irnposihili-
dad de afirmar sdlidamente el pie, se comprende que el avance
se convierte en empre!
agotadora, penosa e indtil.
Atardecer entre los mangles
La noche obraba un hechizo magico en esa regidn, que des-
cubrimos por accidente. Un atardecer bogibamos por entre el
dédalo de canales exteriores. Los bancos de lodo iban quedan-
do répidamente al descubierto y los pajaros eran cada vez mas
numerosos. Las moteadas gallinetas de agua avanzaban de una
en una, a ligeros saltitos, a lo latgo de Ia orilla, y los chorlitos
hudsonianos iban de dos en dos y de tres en tres. De pronto,
levantaban vuelo hacia un costado, dejando ofr sus maravillo-
sas notas.
Los airones alabastrinos nos observaban pasar sin el mas
leve pestafieo. Una pareja de papamoscas de cola bifureada
aparecié en la copa de un Arbol; al describir cfrculos veloces en
su vuelo, las plumas de su cola flotaban y se curvaban. Un pa-
jaro culebra trep6 torpemente, como un leén marino, a tierra,
y unos cuarenta ibis blancos mostraron su hermosura suprema,
semejantes a largas flémulas blancas contra el oscuro verde,
manchado por el rosa brillante de sus picos y penachos. En
el cielo volaban seis periquitos emitiendo sus chillonas voces
y, m&s arriba todavia, los zopilotes no cesaban de observarnos
concierta oculta y fatfdica esperanza.
Un islote rocoso
Doblamos junto a uno de los dltimos grupos de mangles y
‘Nos aptoximamos a un islote rocoso poblado por gran canti-
dad de altos Arboles, Nos parecié que todos los pijaros fragatas
del mundo estaban posados en esas ramas, con excepcién de
un solo grupo; y las ramas muertas, blanquecinas, revelaban
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que, desde hacta largo tiempo, esa habia sido la vivienda de las
aves.
En ese mismo islote, un grupo aislado de seis arboles peque-
fos servia de refugio a los pelicanos de Corinto. Aunque sus
cuerpos no se tocaban, estaban tan juntos unos de otros que,
desde cierta distancia, los 4rboles parecfan una masa integrada
por siluetas martones, encorvadas hacia arriba, sin pico, pero
‘con ojos que vigilaban por encima del contorno de la espalda.
Cinco pelicanos de color marrén y dos pajaros fragata dormfan
en las ramas més préximas de los mangles, proscritos por la
falta de espacio, lo que en este caso debe interpretarse como
espacio para estar en cuclillas.
A medida que el crepdsculo avanzaba, los resplandores pos-
treros adquirian una maravillosa intensidad, tifiendo de un rojo
vivo las rafces de los mangles, y las nubes de oro y escarlata
daban brillantes reflejos anaranjados y salmones a las aguas de
la bahia. Hacia el norte, divisamos, en ese momento, ocho-
cientas o novecientas siluetas tan negras como el azabache que
pasaban lentamente a través del campo abrasado. Entonces su-
pimos, de una manera inequivoca, que unos mil cazamoscas de
cola bifurcada se dirigian hacia sus moradas, en el corazén de
los mangles hospitalarios.
Gilbert Gaul; “Vandedoras de lores en Corinto" (1892)
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Loros del Amazonas
Pero ni siquiera esto puso fin al magico embrujo de la no-
che. Uno o dos dfas después, a bordo del a", viuna ligera
niebla de puntos que se movfa a gran altura sobre los mangles.
Podfa haber sido una nube de jejenes volando a quince me-
tros de nosotros, o de gallinitas de agua a un cuarto de milla,
o bien una cantidad innumerable de zopilotes pasando a una
milla ms lejos. Mis anteojos de larga vista demostraron que se
trataba de pAjaros. Seguf observando hasta que me dolieron los
ojos, pues nunca habfa visto una cantidad tan grande de seres
con plumas de una sola vez.
Los rayos del sol poniente las tifieron por un momento de
un color esmeralda puro y, luego un millar de meteoros verdes,
desaparecié tras el horizonte de mangles. Supuse que se trataba
de loros del Amazonas.
La noche siguiente, anticipandome a este maravilloso es-
pectaculo, me dirigi a la costa de la distante isla Encantada.
Después de buscar un punto que me permitiera una amplia
visual, me ubiqué cémodamente en la playa. De pronto, sin
que las hubiera visto llegar, las multitudes aparecieron en la
distancia.
Eran cuatro legiones separadas, que se lanzaban lacia atris y
hacia delante y cuyas siluetas se recortaban nitidamente contra
el cielo, Las distintas bandadas Ilegaban casi a fundirse y luego
se separaban nuevamente, en tanto que los rezagados volaban
siempre de dos en dos, de cuatro en cuatro, o de
como lo hacen los loros.
en seis,
IQué cosa mAs curiosa son los 6rganos de nuestros sentide
Cuando tuve a los pajaros dentro de mi foco, contuve la respi:
raci6n para poder ofr claramente el débil grito que surgfa de las
mil gargantas. Pero al mirarlos sin los binoculares, el sonido se
apag6 hasta desvanecerse, aumentando luego cuando volvia a
utilizar los anteojos, Parece imposible registrar simultineamen-
te més de una clase de impresiones sensoriales con la misma
claridad,
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Pericos verdes nicaragtienses
isten mas de doce clases de loros y pericos en esta regién,
iCémo podfa yo cerciorarme de la especie a la que pertenecta
esta legién? Ofrect una recompensa, luego una mayor y, en fin,
una tercera mis generosa atin, No sirvié de nada; nadie osaba
aventurarse entre los temibles manglares en las sombras de la
noche. Pero, como me ha ocurrido con harta frecuencia, esta
vez, también, ocurrié lo mismo.
Nos hallabamos admirando la decadente magnificencia del
bar “Christie”, de Corinto, cuando stbitamente una persona
corpulenta y alegre se acercé para saludarme y me recordé que,
en aiios pasados, yo solfa comprarle pdjaros, cuando estaba or-
ganizando la coleccién de la Sociedad Zoolégica. En los fondos
del bar habla centenares de monitos y loros de rostro triste que
él debfa Ilevar a Nueva York. No contaba con ningan ejemplar
de mis pericos, pero sabfa de un muchacho que habfa atrapado
uno. El p§jaro habla caldo en el agua, después de una lucha
con uno de sus iguales, perteneciente a una gran bandada que
pasaba.
Se hizo venir al muchacho y el pajaro cambié de manos por
la suma de cincuenta centavos. Era sumamente décil y trepaba
sobre las personas, lanzando pequefios gritos de alegria y acep-
tando agradecido cualquier cosa comestible. Era un agradable
animalito que media treinta centimetros y cuyo plumaje os-
tentaba los ms atractivos y diversos tonos de verde, desde el
color del césped hasta el de la manzana. Al regresar al “Zaca”
yo no era, en apariencia, mds que el simple poseedor de una
nueva mascota, pero, interiormente, me desazonaba con la idea
de que mi naturaleza fuera la de un judas. A bordo, Perico se
conquisté inmediatamente la simpatfa general y recibié encan-
tado la aprobaci6n de todos. Sélo los gatos observaban al recién
Ilegado con ojos de Agata y con un ligero estremecimiento de
su hocico.
Lo que yo tenfa que hacer, debfa realizarlo répidamente. Y
asf, mientras el resto de la gente se hallaba bebiendo cocteles,
yo me excusé murmurando alguna mentira, y bajé al labora-
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torio. Luego, cur indo salf de allf, demostré proba
a ablemente un
entusiasmo demasiado repentino y sin motive aparente que lo
justificara. Poco después de cenar, uno de mis ayud
antes, que
posee un olfato agudo para el cloroformo, descubrié mi erimen,
Me convert desde ese momento en un ser aborrecide y des-
preciable y se me recordé, en forma no demasiado gentil, que
hasta los salvajes mis ignorantes consideraban sagrada la vida
de un huésped. Yo aduje algo respecto de los gatos, y agregué
que Perico habfa pasado al otro mundo sin dolor alguno y con
una sonrisa en el pico. Pero nada de esto me valid, Insistf que,
por lo menos, el animalito habla tenido un destino excepcional,
puesto que ahora sabfamos que los habitantes de los mangles
eran Aratinga holochora strenua, pericos verdes nicaragiienses,
de pico color marfil. A lo cual, mi despiadada carcindloga re-
plicé: “ZY qué?”
Charles William Beebe
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Postal del puerto de Corinto (1913).
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