Está en la página 1de 262

Capítulo 1

Primavera de 1997 (Presente)

“El fatídico día del accidente”

Aquella primavera del año 1991 había sido extrema y sorprendentemente calurosa. El
terrible y catastrófico accidente que sacudió a la célebre y solemne familia Belmonte Sans
tuvo lugar un tórrido sábado 20 de abril de 1991. Ocurrió al mediodía, justo cuando
Tomás Navarro, el chico preadolescente de cabello liso y ojos color café que solía repartir
los periódicos en la bicicleta azul y blanca que le habían regalado sus padres las últimas
navidades, finalizaba su jornada laboral y volvía sano y salvo a su casa.
Los pájaros seguían su canto, todo y cada uno de ellos felices y contentos en sus
copas de nidos que emanaban de entre los árboles, los cuales se mecían suave y
ligeramente con la leve y suave brisa que envolvía aquel fatídico día. Todo aparentemente
imperturbable. Como un día como otro cualquiera. Sin nada ni nadie tener la menor idea
de la terrible tragedia que estaba a punto de suceder en esa barriada, tan pacífica e
inalterada. Condenando a sus vecinos injustamente de por vida. Sin nadie imaginarse todo
el sufrimiento que acarrearía el accidente. Todo el sufrimiento que es capaz de provocar
una pérdida. Porque, en realidad, una pérdida, todo ese dolor que produce, nunca te lo
puedes imaginar hasta que no lo vives en tus propias carnes. Es mucho peor de lo que te
puedas llegar a imaginar.

1
Hoy justo hacía seis años que Catalina y Carolina, la querida madre y la querida
hermana mayor de Daniela respectivamente, perdían la vida en un terrible y mortal
accidente de coche aquella cálida mañana a eso del mediodía, y, de aquella manera, les
dejaba solos y desamparados en la vida a ella y a su querido padre, el señor Maximiliano
Belmonte.
Daniela tenía tan solo doce años cuando eso ocurrió, y sin duda alguna ha sido el
mayor palo y la peor tragedia que le ha dado y que le dará la vida. O eso quería ella pensar.
Sinceramente, no cree que vaya a ocurrirle nada peor hasta el día en que se muera.
Aunque, en realidad, lo que era más triste de todo es que, de forma completamente
inexorable, una parte de su alma y, a la misma vez, un pedacito de su corazón, habían
muerto irremediablemente para siempre también aquel horrible día, y se había marchado
junto a ellas, su madre y su hermana.
Daniela ya no era aquella inocente y alegre que se divertía y se reía con todo.
Había cambiado. Ya no era aquella dulce niña que se levantaba cada día feliz y con todas
las ganas del mundo, con una sonrisa abismal de oreja a oreja. Feliz de tener a una familia
perfecta e idílicamente estructurada, dónde solo reinaba y florecía el amor, el respeto, la
bondad, la confianza y la comprensión. Pero todo eso cambió a raíz del mortal accidente.
Las sonrisas se transformaron en lágrimas, y la felicidad en una profunda agonía. Algo
hizo clic en ella y ya no volvió a ser la misma desde aquel día tan horrible. Ya no era
aquella pequeña niña para la cual cada día era como una trepidante aventura. Ahora se
había convertido en una persona diferente. Ya no tenía el brillo en los ojos que antes
siempre solía tener. Ya no tenía esa ilusión y emoción por la vida. Todo eso se apagó.
Algo se rompió dentro de ella. ¿Acaso había algo peor que perder a dos de las pocas
personas que más te importan, que más te querían en el mundo entero y que daban sentido
a tu vida?
Ella empezó a verlo todo desde una perspectiva completamente diferente. Su vida
ya no era de luz y de color, tal y como siempre había sido. Ahora era de colores sombríos
y de sombras. Ya no veía luz al final del túnel. Ahora lo único que podía ver era oscuridad.
Se había sumergido en una inmensa y eterna oscuridad. Y no podía salir de ahí. En
realidad, no podía ni quería.
Naturalmente, el accidente fue todo un acontecimiento totalmente caótico y
repentino para la familia. Y Daniela todavía se acordaba perfectamente del día en el que
sucedió todo. Con todo su pesar, recordaba impecablemente hasta el último detalle de lo
sucedido y del momento que lo acompañó. Se acordaba absolutamente de hasta lo más
mínimo e insignificante. De la temperatura que hacía aquel día, de la vestimenta que
llevaba puesta, del color de las sábanas de su cama... Aquel día le había marcado tanto,
le había dejado tal huella, que todos esos pequeños detalles nunca se le iban a ir de su
memoria.

2
Todo empezó a eso de las doce de la mañana. Ella se encontraba plácidamente
tendida en la cama leyendo un tebeo. De pequeña su padre solía comprárselos ya que a
ella le gustaban bastante, le distraían y se reía con ellos. Lo cierto es que le entretenían
mucho. Al igual que leer libros. Si no leía tebeos, leía libros. Le encantaba perderse entre
las páginas de un libro, expandir su mente y aprender.
Daniela se encontraba tumbada en su bonito camastro boca abajo, con los pies
arriba, justo delante del a almohada. Aprovechando que era un fin de semana y que sus
padres no iban a trabajar y que ni ella ni su hermana tenían que ir a clases, su madre y su
hermana habían salido de casa por la mañana temprano para ir a hacer un par de recados,
y era ya casi la hora de la comida y todavía no habían regresado de vuelta a casa.
El padre, Maximiliano, por su parte, se había quedado en la casa con su hija
pequeña para estar pendiente de ella y hacerle compañía. A eso de las dos de la tarde, el
estómago ya empezaba a rugirle a la pequeña y dulce Daniela y a pedirle comida con la
que alimentar su pequeño estómago. Ella esperaba expectante la llegada de su madre y de
su hermana mayor, puesto que antes de marcharse, su madre la había prometido que
comprarían algo de comida para llevar a la vuelta.
«Seguro que va a traerme algo que me gusta», pensaba Daniela. Le gustaba que
sus padres compraran comida para llevar los fines de semana. Les fascinaban sobre todo
las hamburguesas con doble queso y bacon. Actualmente, sin embargo, se decantaba
mejor por otras opciones más saludables.
Pobre inocente de ella. No tenía ni la más remota de idea de lo que ocurriría a
continuación. Ni en un millón de años se lo hubiese imaginado. Ni en sus peores
pesadillas hubiera ocurrido algo similar.
De repente escuchó cómo empezó a sonar el teléfono fijo que estaba colocado
justo en la entrada de la casa, y juraba que el corazón se le paralizó por un breve y fugaz
momento. El ruido le sacó instantáneamente del tebeo que tenía entre sus manos y le puso
algo nerviosa.
Lo cierto es que Daniela ya presentía algo malo. Algo muy malo. No sabría
explicar exactamente cómo en aquel momento podía saberlo, pero simplemente lo intuía.
Ella desde siempre había gozado de una fuerte e intensa intuición. Digamos que era una
persona poderosamente intuitiva. Y siempre se fiaba y se dejaba guiar por ella. Su madre
le decía que la intuición era muy poderosa, ya que era el susurro del alma. Era una
pequeña vocecita de nuestra conciencia que nos avisa de determinadas cosas. Era una
verdad desvelada a través de nuestro espíritu más intrínseco y alegórico.
Con el corazón sumamente sobrecogido y consternado, Daniela recordaba
siempre como su madre era un ser tan sabio y especial.
Apenas a los diez minutos de haber sonado el teléfono, su padre interrumpió
súbitamente en su habitación.

3
Con el rostro desencajado.
Con la cara pálida como si acabara de encontrarse con un fantasma y blanco como
la pared.
En ese momento, Daniela se dio cuenta de que nunca antes lo había visto con una
expresión similar en su rostro. Y entonces se sobresaltó. Se asustó. Se asustó mucho.
—Hija —masculló Maximiliano con tono apreciablemente preocupado trémulo
en cuanto abrió la puerta de la habitación de su hija.
Daniela, bastante inquieta y turbada por su parte, observó detenidamente el rostro
de su padre y se preocupó al instante. Era obvio que a su padre algo le inquietaba y
perturbaba, pues tenía el rostro apreciablemente desencajado y sudoroso y las manos no
le paraban de temblar todo el tiempo.
—Papá, ¿te encuentras bien? No tienes buena cara —juzgó Daniela—. ¿Ha
ocurrido algo?
Había algo dentro de ella que le decía que algo trascendental había tenido lugar.
Y, a juzgar por la expresión y el semblante del rostro de su buen padre, intuyó al momento
que no se trataba de nada bueno. Ni si quiera de algo meramente neutral. Tenía que
tratarse sí o sí de algo aterradoramente malo. Y muy en el fondo de su ser, sabía que era
así. Pero los seres humanos, además de ser seres complejos e impredecibles por
naturaleza, estamos llenos de luz y de esperanza a partes iguales, y en aquel momento,
dentro del corazón de Daniela, se podía observar un diminuto ápice de esperanza. La
esperanza de que no hubiese sucedido nada malo.
—Hija, tenemos que hablar. Siéntate, por favor —le rogó Maximiliano
absolutamente estremecido y desolado.
Lamentablemente, las sospechas de Daniela acabaron siendo ciertas. Las palabras
y el tono de voz que había empleado su padre, le confirmaban sin lugar a dudas que no le
iba a contar nada bueno.
El corazón le empezó a latir más rápido de lo habitual y notó que se le aceleraba
diligentemente también la respiración. Contuvo el aliento por un momento.
—Vale —pronunció ella como pudo.
Tragó saliva y las dos manos le empezaron a sudar y a temblar. Aquella maldita
manía la había heredado de su padre. Le pasaba cada vez que se ponía nerviosa y era algo
que no podía controlar.
Se incorporó de inmediato en la cama, dejó el tebeo que tenía en las manos a un
lado y se sentó en la cama tal y como su padre le acababa de pedir.
A continuación, él se sentó a su lado. Le cogió suavemente las manos y se las
apretó. Naturalmente, eran el doble que las de ellas. Él sostenía con nerviosismo y
temblores sus finas y diminutas manos, pero no le miraba a la cara. Era evidente que no
era capaz ni de mirarle a los ojos.

4
—¿Qué ocurre, papá? —inquirió ella.
Daniela intentaba prepararse para lo peor. Pero en realidad el ser humano no está
preparado para esas cosas. Para una noticia mala. Para una pérdida. Para un abandono.
Simplemente, el ser humano no está preparado para la tragedia. Aunque se crea que lo
está, nunca se sabe cómo va a reaccionar un corazón.
Fue hacerle esa pregunta, y su padre rompió a llorar fuerte y desconsoladamente,
como nunca había antes lo había hecho. Estaba totalmente desolado. Completamente roto
por dentro. Realmente devastado. Y ella notó en su interior cómo su corazón se iba
quebrando en pedacitos poco a poco.
El ser humano tampoco está preparado para ver romperse a una persona que
quiere.
Daniela esperó pacientemente a que su padre pudiera hablar mientras le daba un
afectuoso abrazo, mientras él intentaba con todas sus fuerzas no temblar tanto como lo
hacía.
Pero hizo acopio de todas sus fuerzas y lo soltó de una vez por todas.
—Tu madre y tu… tu madre y tu hermana han… tenido un accidente —explicó
entre sonoros sollozos y lágrimas—. Y están muy graves en el hospital. Se encuentran en
estado crítico las dos.
Y ahí fue, en ese preciso instante, después de escuchar aquellas palabras que iban
directa a la yugular, cuando su corazón acabó de romperse por completo. En ese mismo
momento.

5
Capítulo 2

Primavera de 1991 (Pasado)


“Los comienzos de la familia Belmonte”
A principios de finales del siglo XX fue cuando ocurrió la tragedia de la poderosa y
amorosa familia Belmonte. Ellos eran conocidos por todas las personas en aquella ciudad
de Andalucía, en España. Vivían en una gran casa que colindaba con el valle que se
asentaba junto al frondoso bosque Valle de la Tierra.
Los Belmonte eran la típica familia feliz, a los que todo el mundo apreciaba y les
tenía una envidia sana. Juntos eran adorables, y solo hacía falta estar con ellos diez
minutos para percatarse del inmenso y genuino amor que se profesaban los unos a los
otros. El señor Maximiliano Belmonte, el padre, era un rico financiero. La señora Catalina
Belmonte, la madre, se había convertido en una médica especializada en cirugía. La joven
Carolina Belmonte era la hija mayor, y la todavía más joven Daniela Belmonte era la hija
menor.
Maximiliano Belmonte había conseguido un puesto apenas a los veinte años como
asesor financiero y contable, dónde demostró que era el mejor de toda la empresa, y
apenas cinco años más tarde era uno de lo más importantes financieros en una importante
empresa a nivel nacional. Apenas a los veintidós años consiguió hacer una estrategia
financiera que hizo millonaria a la empresa. Realizó una acertada combinación de
ingresos activos y pasivos y alcanzó la libertad financiera, y a las pocas semanas la
empresa se hizo rica, gracias a la gestión que él llevó a cabo.
Maximiliano ejercía un poder sobre aquella hermosa ciudad y era plenamente
consciente de ello. Pero la realidad era que ni todo el poder ni dinero del mundo podrían
corromper a una persona como él. Era humilde, honrado y generoso. Y sobre todo era
trabajador como nadie. Todo el mundo que le conocía le respetaba. Porque él no destilaba
intimidación, sino respeto. Y sus empleados le apreciaban de verdad. Se encontraban
felices, satisfechos y seguros trabajando con un hombre como aquel.
Por otro lado, su excelente mujer lo admiraba con todo su corazón y lo amaba en
demasía. Admiraba su infinita bondad y su determinada diligencia. Él, por la parte que le

1
correspondía, también la admiraba a ella profundamente. Era un admiración mutua y
genuina. Porque el amor, más que tratarse de anhelo y deseo, trataba de admiración. Y él
a su mujer la admiraba por múltiples motivos, pero sobre todo por su carácter afable y su
alma generosa. Y ellos querían a sus dos maravillosas hijas por encima de todo y de todos.
Eran la razón de su felicidad y de su existencia. Carolina, la hija mayor, era una hermosa
jovencita de 18 años que se estaba convirtiendo en una mujer. Tenía unos ojos azul cielo
y unos cabellos rubios igual que su querida madre. Era inteligente, amable, empática y
encantadora. Era toda una verdadera hermosura y extremadamente dulce. Y por otro lado
estaba Daniela, la hija pequeña. Ella era algo más distinta a ellos. Tenía el mismo pelo
negro azabache que su querido padre y los mismos ojos azules que su querida madre, al
igual que su hermana. Daniela era más reservada y escéptica, pero tenía el mismo espíritu
risueño y jovial que su familia.
En la década finales de los 70 Maximiliano había ganado tanto dinero que la mitad
de él lo invirtió para construir la casa de sus sueños, tanto la de él como la de su amada
esposa. Al cabo de seis meses ya tenían construida la casa y en cuanto la vieron se dieron
cuenta de que aquella impaciente espera había merecido toda la pena. Se quedaron
asombrados a la par que embelesados por la belleza de la propiedad. La arquitectura era
de estilo gótico y contaba con más de 600 metros cuadrados. Contaba además con una
asombrosa piscina y un alucinante jardín de 50 metros cuadrados.
Pero todo cambió el 20 de abril de 1991 para esa familia, y desde entonces todo
el ambiente que les envolvían se tornó en colores grisáceos y oscuros. Y nada volvió a
ser lo mismo nunca jamás. La familia Belmonte no volvió a ser la que era. Y la gente a
raíz de entonces empezó a hacerse preguntas. Pensaban que el dinero y el poder traían
consigo cosas algo complejas y siniestras. Todo poder conllevaba un precio, decían. Que
el poder te corrompe. Pero la realidad era que no era así en todos los casos, y la familia
Belmonte era el claro ejemplo de ello. Ni todo el poder ni el dinero logró corromperlos,
porque ellos eran buenos y sabios por naturaleza, y esa inteligente y bondad era la que le
hacía no dejarse llevar por cosas tan superficiales y banales como la riqueza y el poder.
Nunca se dejaron llevar la codicia ni por los privilegios que el dinero le condecían.
En cierta manera, Daniela se sentía algo diferentes a los miembros de su familia.
Ella era buena y generosa, pero también podía ser egoísta y rencorosa si tenía que serlo,
y no le temblaba el pulso ni tenía pelos en la lengua si tenía que poner a alguien en su
sitio o ser grosera con quien tocaba serlo. Su hermana, por el contrario, jamás se le
ocurriría decir una palabra negativa de nadie y, mucho menos, le hablaba de mala manera
a ninguna persona. En eso era en lo que más se diferenciaban ellas dos, según Daniela.
Ella no tenía esa predilección por la benevolencia y esa inclinación por hacer siempre,
cueste lo que cueste, el bien. Daniela desde pequeña había sido una niña muy inteligente,
y desde bien temprano supo la diferencia entre bien y el mal, entre lo correcto y lo
incorrecto. Pero ella difería en la manera de pensar de pensar en cuanto a sus padres y a
su hermana en lo que se refería en ese sentido. Sabía que ellos no iban a inclinarse hacia
el mal ni aunque fuese estrictamente necesario, a diferencia de Daniela, que actuaría desde
el mal si debía de hacerlo. Y por esa precisa razón se sentía un mínimo diferente con
respecto a ellos. Decía que mientras supieras la diferencia entre el bien y el mal, decía
que sabrás cómo actuar en todo momento. Porque saber la diferencia entre el bien y el
mal no significaba precisa y directamente que hicieras todas y cada una de tus acciones
desde el bien porque era lo correcto y lo bien visto tanto moral y éticamente, sino que
sabrás en qué determinadas situaciones y circunstancias hacer el bien o hacer el mal.
2
Tener dudas entre si elegir el bien o el mal y, sobre todo, inclinarse hacia un punto
intermedio, es lo que nos hacía humanos. Porque ella estaba firmemente segura de que,
en ocasiones, no todo en la vida es bueno o malo, sino que a veces la balanza se inclina
más hacia en medio. No todo era blanco o negro. La vida podía tener diversas tonalidades
y era demasiado completa como para limitarla al bien o al mal. O a lo correcto o
incorrecto. ¿Quién determinaba qué era lo correcto o qué era lo incorrecto? Éramos
nosotros mismos quién teníamos que forjarnos esa idea, y actuar a partir de nuestras
propias opiniones personales, sentimiento, valores y principios. Puesto que los principios
eran de lo más importante en una persona, decía Daniela. Porque, ¿qué era entonces una
persona sin principios y sin valores? Eso era precisamente lo que definía a una persona,
además de sus acciones, que era lo mejor podía describir a una persona. A ella le llamaban
la atención las personas con opiniones e ideas firmes y fuertes y, sobre todo, aquellas
personas cuyas acciones concordaban con lo que decían, pensaban y creían. Porque, ¿qué
valor tenía entonces una persona que no cumplía su palabra o que hacía lo contrario a lo
que decía? Para ella no valía nada una persona que no tuviera palabra.
Lo cierto que sentirse un poco diferente era algo que no le incomodaba nada en
absoluto. Ella era una persona solitaria y compleja, aunque en el fondo era romántica y
dulce si se lo sacaban sacar. Siempre decía que lo mejor de ella era únicamente para quien
supiera sacárselo. Porque, ¿para qué malgastarlo con personas pasajeras o personas que
no te hacen bien? Prefería guardarlo y reservarlo expresamente para aquellas personas
adecuadas y que eran merecedores de estar en su vida. Podría decirse que Daniela era una
persona con tendencia a la soledad y, por ende, de pocos amigos, pero poseía un hermoso
fondo tanto emocional como sentimental. No le gustaba mostrarse emotiva ni expresar
sus más sinceros e intrínsecos sentimientos cuando se encontraba en presencia de nadie,
pero en la intimidad era capaz de emocionarse cuando veía florecer la primavera, o
cuando le dedicaban una palabra bonita. Porque en el fondo era una romántica y deseaba
encontrar el amor verdadero, puesto que era fiel creyente de que eso existía después de
ver la relación tan idílica que compartían sus progenitores. ¿Cómo no creer en el amor al
ver a sus padres perdidamente enamorados en el uno del otro y absolutamente felices?
Eran sus propios progenitores el claro ejemplo de que el amor sí que existía realmente.
Cuando se conocieron parecía el típico amor de película, pero la realidad del amor no es
esa. El amor se trata de ser un equipo, de saber sobrepasar juntos las adversidades y
cuidarse mutuamente. Aunque, a decir verdad, después del inmenso desamor que tuvo
Daniela en su época adolescente, el cuál le rompió el corazón, fue a raíz de ahí fue cuando
se convirtió en la chica fría y complicada que era actualmente, le costaba cada vez más
creer en él. Pero encontrar el amor tampoco era algo que ocupara su mente, y el no
encontrarlo no le atormentaba ni perturbaba tampoco su cabeza. Su hermana, a diferencia
de ella, sí esperaba encontrarlo fervientemente.
En una tarde de invierno de principios de los 90, Carolina fue en busca de su padre
para poder hablar con él, el cual se encontraba como de costumbre en las frías tardes de
navidad en el salón enfrente de la chimenea.
—Papá, ¿tú crees que algún día podré encontrar a alguien del que me enamore y
que me quiera como quieres tú a mamá? —inquirió Carolina.
Maximiliano se subió las gafas con el dedo y dejó el libro en la mesita colocada
junto a él. Se tocó ligeramente su bigote, manía que tenía desde que le creció y se lo dejó,
y le dedicó una pequeña sonrisa a su querida hija mayor.
—Oh, claro que sí, cariño —respondió él—. Lo harás.
3
—No quiero morirme sin haber conocido lo que es el amor, ni tampoco sin haber
vivido un amor genuino y verdadero —le confesó su hija.
El padre se percató de cómo le brillaban los ojos a su hija al hablar de aquel tema,
y es que ella, al igual que él y su mujer, era una romántica empedernida.
—Por supuesto que lo vivirás y lo sentirás y serás enormemente feliz, que no te
quepa la menor duda de ello. Casi todo el mundo se enamora al menos una vez en la vida
y acababa encontrando a esa persona.
—¿Pero y si no me pasa a mí? ¿Y si yo estoy dentro de ese pequeño porcentaje
que no logran conocer el amor ni amar jamás a nadie de verdad?
—Eso no será así, cariño mío.
—¿Y cómo puedes estar tan seguro?
Entonces, Maximiliano cogió cariñosamente las finas y bonitas manos de su
querida hija mientras la miraba a los ojos fijamente, y le dijo:
—Porque eres mi hija y te conozco, Carolina. Eres una romántica de la vida y
amas amar y todo lo que está relacionado con el concepto del amor. Claro que encontrarás
a alguien a quien amar y con quien vivir tu vida feliz y plenamente, tal y como lo hacemos
tu madre y yo.
Y al cabo de un tiempo y sin ella esperarlo, encontró a esa persona y vivió ese
amor que tanto anhelaba desde lo más profundo de su corazón, pero ese amor, por
casualidades de la vida, fue sumamente fugaz.
Daniela miraba toda aquella escena de su padre y su hermana desde la puerta del
salón, dónde ellos no la veían y tampoco se daba cuenta de que estaba allí. Ella suspiraba
y reflexionaba sobre lo diferente que era de su hermana.
Un día que se encontraban las dos hermanas solas en la cocina haciendo un pudín
de manzana, Daniela aprovechó para preguntarle a su hermana por aquel tema que seguía
rondando por su cabeza.
—Oye Carol, —dijo—, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Sí, dime.
Daniela no dio ningún rodeo y se lo preguntó directamente:
—¿Por qué estás tan empeñada en encontrar a alguien?
Carolina se dio media vuelta y miró algo sorprendida a su hermana, y le respondió
con otra pregunta:
—¿Es que acaso a ti no te gustaría hacerlo?
Daniela simplemente se limitó a encogerse de hombros.
—Supongo que sí me gustaría —contestó con sinceridad—, pero también me
daría igual no hacerlo.
—Eso lo dices porque aún eres muy pequeña y no tienes por qué preocuparte por
esos temas.
—¿Y por qué se supone que tengo que preocuparme entonces?
—Por ser una niña buena y portarte bien.
Daniela frunció el ceño de inmediato en cuanto esas palabras salieron de la boca
de su hermana.
—¿Ser una niña buena y portarme bien? —inquirió.
—Sí —respondió la hermana—. Bueno, así es cómo nos educan a las niñas.
—Pues vaya asco ser una niña entonces.
Al escuchar esa frase, Carolina le echó una mirada de desaprobación a su hermana
pequeña, y exclamó regañándola:
4
—¡Dani! ¡Ese vocabulario! ¿Qué te tengo dicho?
—¡¿Qué?! ¡Es la verdad! ¡Jamás he escuchado decir a un niño que se tenga que
portar bien y que tenga ser un buen niño! ¿Por qué a nosotras sí?
Aquellas palabras que dijo su hermana pequeña le hicieron reflexionar a Carolina.
Tenía que reconocer que su hermana, aunque fuera relativamente pequeña, pues tenía
solamente apenas once años en aquel entonces y ella diecisiete recién cumplidos, era
extremadamente inteligente e ingeniosa para la corta edad que tenía. Ella también era
bastante lista, pero era una adolescente y no una niña pequeña. Y muchas cosas que
comentaba su hermana le hacían pararse a reflexionar y a cuestionar temas que no se le
hubiera ocurrido cuestionar por ella misma. Como por ejemplo el hecho de que quisiera
una pareja y un amor para toda la vida.
—¿Sabes? Puedes que tengas razón. Nunca lo había pensado desde esa
perspectiva.
—A mí es que me gusta cuestionarlo y debatirlo todo.
—Lo sé. Y eso es lo que te hace una niña tan especial.
Carolina se agachó y le dio un beso con aprecio a su hermana en la cabeza.
—¿Crees que soy especial?
—Claro que sí. Eres la niña más inteligente que conozco.
—Gracias. Eso dicen papá y mamá y mis profesores.
—Es porque es verdad.
—Bueno, tampoco creo que para pensar algo así haya que ser demasiado
inteligente —dijo Daniela encogiéndose de hombros—. Simplemente creo que todas las
personas podemos valer para todo, y que está mal darle unas tareas a las mujeres y otras
a los hombres. Todos somos personas y somos iguales y no deberían diferenciarnos. Las
niñas, las mujeres, no solo valemos para casarnos y tener hijos, sino para muchas cosas
más, al igual que los hombres. Solo digo que no veo justo que por ser mujer o por ser
hombre te correspondan unas tareas o no te correspondan solo por el hecho de ser mujer
o de ser hombre.
—Me siento muy orgullosa de tenerte como hermana. Eres tan madura para tu
edad y hablas tan bien.
—Solo digo lo que me parece lo más lógico y justo.
—Es maravilloso qué pienses de esa manera, y que tampoco quieras casarte y todo
eso también me parece perfecto, pero no deberías juzgarme a mí si yo quiero.
—Y no te estoy juzgando, así que no te sientas juzgada.
—No pretendo ni mucho menos hacer que cambies de opinión, solo me basta con
que te pongas en mi lugar y me comprendas.
Daniela le miró.
—Lo hago, hermanita.
—Es que para mí es muy importante amar y ser amada. Para mí la vida sin amor
no tiene sentido.
Daniela, en el fondo, comprendía a su ansiada hermana mayor. Para ella encontrar
a un buen hombre caballeroso del que enamorarse, vivir un amor verdadero, casarse y
tener hijos junto a esa persona como fruto del amor, era de lo más crucial. Comprendía
que el amor pudiera ser tan importante para alguien, y aún más para una mujer, que desde
hacía años la sociedad patriarcal había asignado a las mujeres el rol de sumisas y de amas
de casa y quedaban relegadas a un segundo plano. Su función se limitaba básicamente a
tener marido, cuidar de la casa y tener bebés. En aquella época, no servían para otra cosa,
5
e incluso veían bien los maridos la maltratasen si no se comportaban como ellos exigían.
Una sociedad caracterizada sobre todo por la desigualdad más brutal, la desigualdad de
género. Los padres de Daniela le habían explicado todo aquello, y eso mismo le hizo abrir
los ojos y darse cuenta de aquella injusta realidad. Por eso no quería seguir el rol que se
le había asignado automática y directamente al haber nacido mujer. No quería hacer
ninguna de las cosas que se esperaba de ella que hiciera. Quería vivir a su propia manera.
Daniela se quedó un momento reflexionando y, de pronto, se acordó de algo que
leyó la ora tarde.
—¿Sabías que la palabra amor procede de la palabra del latín amoris? La a
significa “negación”, y mori significa “morir”. Amor significa de manera literal lo que no
muere.
Carolina sonrió de forma inexorable por aquella expresión tan maravillosa.
—Pues no, no lo sabía. Y me parece precioso. Pero me sorprende que tú si lo
supieras.
Daniela se encogió de hombros.
—Me gusta conocer el significado de las palabras en latín.
—Pues para no ser una romántica, bien que te has tomado la molestia de buscar
lo que significa amor el latín y acordarte.
—Me he acordado porque me gustó, simplemente.
—Eso me recuerda a un poema que leí ayer del último poemario que me compré,
que dice así: “Los que son amados no pueden morir, porque amar significa inmortalidad”.
Es de Emily Dickinson.
—Es precioso. ¿Me lo prestarás algún día?
—¡Pues claro que sí, hermanita!
Y se sonrieron mutuamente.
Aquella frase se le quedó grabada a Daniela en la mente, ya que le llegó hasta lo
más hondo de corazón debido a la profundidad y la belleza que destilaban aquellas
palabras. Desde aquel momento, se interesó más por los poemas. Desde pequeña siempre
le había interesado leer y la literatura, porque nunca se había decidido a leer poemas ya
que aún era bastante pequeña como para llegar a comprenderlos del todo. Pero con el
tiempo y conforme fue creciendo se fue comprando más y más poemas y le encantaban.
Decía que ayudaba a expresar y reconocer tus propios sentimientos y emociones, además
de que ayudaba a la imaginación. Ella se refugiaba entre palabras y libros. Porque las
palabras eran magia. Podían crear vidas. Podían hacerte emocionarte o sentir cosas que
muy pocas veces habías sentido. Los libros te cultivaban la mente y te hacían abrir puertas
y los rincones más recónditos de tu cabeza y de tu imaginación. Porque un libro es un
refugio. Es un abrazo. Es libertad. Es un modo de vivir y de sentir.

6
Capítulo 3

Primavera de 1997 (Presente)

“El fatídico día del accidente II”

Su padre se inclinó suavemente hacía ella y le abrazó. Mejor dicho, se abrazaron los dos
a la misma vez. Ella sabía que él había dado lo que fuera por no tener que pronunciar esas
aterradoras palabras. Notó con su contacto que él estaba temblando.
Y así era. A Maximiliano le temblaba todo el cuerpo. Y mucho. No podía dejar
de temblar.
No estaba muy segura de ello, puesto que todo le daba vueltas, su corazón le iba
a mil por ahora y los latidos de éste sonaban tan fuertes que ni le permitían ni escuchar
sus propios pensamientos, pero Daniela creía que también comenzó a temblar en mitad
de ese tan emotivo abrazo.
Desgraciadamente y como era de esperar, a la media hora de conocer la espantosa
noticia, su madre y su hermana fallecían en el hospital, terminando de esa manera con las
pocas esperanzas que podían tener ella y su padre de que pudieran salir con vida del coma.
Y de ese triste modo, ese día se había convertido en el peor y en el más doloroso de toda
su vida. Al igual que para su padre.
Cuando el médico les dio la horrible noticia, Maximiliano dejó escapar un grito
desgarrador a la vez que desolador, y a su hija le temblaron tanto las piernas que se dejó
caer hasta el suelo, agarrándose de la pierna de su padre con el brazo, con su alma y su
corazón hecho pedazos por completo.
El segundo día más doloroso que había tenido hasta ahora Daniela fue el día del
funeral sin duda alguna. No puedo aguantar ni cinco minutos observando el ataúd. Le
entraban náuseas, mareos y fatiga. Tenía el corazón completamente roto y hecho añicos.

1
Se encontraba todavía en estado de shock y sin poder asimilar del todo que se habían ido.
Que se habían marchado para siempre y que nunca más volverían. Que nunca más
volvería a verlas. Que nunca más volvería a olerlas. Que nunca más volvería a tocarlas.
Que nunca más volvería a sentirlas. Nunca más. Nunca más volvería a tener una simple
conversación con ninguna de ellas, al igual que su humilde y buen padre.
La vida les había rebatado injustamente lo que más querían en todo el mundo, sin
ningún mínimo atisbo de miramiento ni de compasión.
Desde aquel fatídico momento, el cual marcó un antes y un después en su vida.
Daniela se encontraba terriblemente enfadada con la vida. Con el mundo en general. Ésta
no había sido nasa justa. Ni con ella ni con su padre.
A día de hoy todavía le costaba horrores aceptar la compleja realidad, y ya ni
hablemos de superar. Porque se puede aceptar una situación, pero eso no implica que se
pueda superar. Hay cosas que te dejan tal huella que nunca se superan. Jamás en la vida.
Por mucho tiempo que pueda haber pasado. Hay cosas tan grandes que te acaban
marcando para siempre y significan en tu vida un antes y un después.
El día del funeral estaba abarrotado de caras de lástima, de pena y de compasión
por todos los rincones que era posible. Daniela sentía que esas miradas de compasión eran
como finos alfileres que le calaban hasta lo más dentro de su piel y de su organismo. Era
excesivamente asfixiante y angustiante. Ese día verdaderamente espantoso, extenuante y
aterrador. Y por si todo aquello no fuese poco, hacía un temporal de miedo, lluvia, viento
y tormenta, y todo los que estuvieron allí presentes acabaron con una gripe que no se les
fue hasta pasadas dos semanas largas. Desde ese momento, odió los temporales con todo
su ser. De manera inevitable le recordaba y le transportaba a aquel terrorífico día. No es
que le tuviese miedo a la lluvia o padeciese de pluviofobia, pero nunca más volvió a salir
a la calle mientras estuviese lloviendo, excepto si tenía que cumplir con alguna obligación
y no le quedase otro remedio.
Se podría decir que cualquier persona normal y corriente sobre la faz de la tierra
en una situación compleja, delicada y traumático suele buscar apoyo, cariño y compasión
en sus seres queridos para poder soportarlo de una forma más amena y llevadera. Y
Daniela era plenamente consciente de ello. Pero no hacía eso. Ese no era su caso. Ella no
hacía lo que se suponía que tenía que hacer. En situaciones dificultosas, ella necesitaba
estar totalmente sola y aislada. Necesitaba su espacio. Todo el espacio posible. Y cuánto
más, mejor. La compasión, lástima o piedad el único efecto que tenía en ella era que
alimentaba su dolor, pesar y sufrimiento. Y demasiado tenía ya ella con lo suyo como
para tener que aguantar, un día tras otro, caras de misericordia mirase allá donde mirase.
Y fuese donde fuese.

2
Desde ese momento, Daniela se encerró en sí misma. Construyó una especie de
barrera que nada ni nadie podía penetrar. Se aislaba de todo y de todos. Porque si se
alejaba de la gente, no volvería a sufrir de tal manera.
Con respecto a la tragedia, lo que ella se imaginó que ocurrió fue que un maldito
borracho o una maldita borracha no se percató de que iba a demasiada velocidad, no vio
venir a su madre y se la comió con el coche junto con su hermana. Ella aquel día había
perdido a una madre y a una hermana. Pero su padre ese día había perdido a su esposa, el
indudable gran amor de su vida, y a su encantadora y perfecta hija mayor.
Daniela no tenía ni idea de qué habían hecho en otra vida su padre y ella para
merecerse eso, pero no cabía duda alguna de que en esta vida ya lo habían pagado con
creces. Los dos, tanto él como ella, estaban terriblemente condenados. Condenados a vivir
con la pesadumbre en el pecho hasta el último día de sus vidas.
«Nosotros éramos felices. Éramos una familia normal. Con una vida de lo más
normal. Hasta que un desconocido o desconocido decidió meterse por medio y destruir
nuestras vidas y a nuestra familia para siempre. La verdad es que nunca llegué a conocer
a la persona que asesinó que les arrebató la vida a mi madre y a mi hermana. Resulta que
el o la muy cobarde se dio a la fuga rápidamente después ocurriese. Nunca le he pedido
nada a dios —suponiendo que exista, claro está, porque la verdad es que después de lo
que ocurrió me permito ser escéptica ante la idea de la existencia de un Dios bueno,
generoso y todopoderoso que pueda permitir que sucedan semejantes cosas tan
horribles—, pero lo único que le pedía era que el asesino o la asesina se sintiera culpable
de lo que hizo hasta el día de su muerte. Que la culpa desorbitada le devorase las extrañas
desde lo más profundo y hondo de su ser. Y que cada vez que cerrase los ojos se le
apareciese el más bello, puro y angelical rostro de las dos mujeres más importantes de mi
vida. Ya que, evidentemente, la vida no me iba a devolver a mis dos seres más queridos,
al menos que la persona que me las arrebató pagase justamente por el atroz que cometió»,
pensaba aquella joven constantemente.
Entonces, cogió todos esos pensamientos, todas esas emociones tan vivaces e
intensas y las plasmó en su querido diario. Eso era lo que solía hacer. Dedicaba cada día
unos minutos a expresar sus sentimientos a través de las palabras. Cuando sentía que se
ahogaba, las palabras le ayudaban a no terminar de ahogarse. Era una forma de liberarse.
También recordaba que, en esa misma mañana del accidente, cuando se levantó,
su querida madre le preguntó a ella si le apetecía salir a la calle un rato, en vez de
preguntárselo a su hermana. Se lo preguntó a ella y a no a su hermana. Porque ella no
tenía nada importante que hacer y su hermana tenía que estudiar para un examen de
biología que tenía a la semana siguiente.
Pero Daniela se negó. Ella le respondió que no, que le apetecía más quedarse
tirada en la cama relajada y leyendo su tebeo que salir a la calle. Desde pequeña había

3
sido muy casera. Al contrario que su hermana. Lo cierto es que desde siempre habían sido
como la noche y el día. Cuánto la extrañaba. Cuánto las extrañaba. Lo cierto era que aún
las seguía echando tanto de menos que el dolor era insoportable. Todas las noches se
acordaba de ellas y el corazón se le encogía, pero nadie sabía que acostaba llorando todas
las noches.
La cosa era que, como se negó a acompañar a su madre, pues acto seguido ésta
fue a preguntárselo a su otra hija, la cual decidió finalmente irse con ella, ya que no iban
a estar demasiado tiempo fuera y consideró que llevaba el examen al día y que no perdería
un tiempo de estudio excesivo de todos modos.
Y Daniela no dejaba de pensar en eso. Cada día. Después del accidente. Si hubiera
contestado a su madre que sí la acompañaría, su hermana se habría quedado en casa
aquella mañana y a día de hoy seguiría viva. Su madre y ella habrían muerto, como es
lógico, puesto que el accidente fue algo inevitable. Pero en aquel caso hipotético, su
hermana no hubiese fallecido. Se hubiera salvado. Y seguiría estando viva.
«Mi hermana, la chica, novia e hija increíblemente perfecta, hubiera podido seguir
con vida, y no lo hizo por mi maldito culpa», se martirizaba ella.
Muchísimas veces, incluso más de las que sería capaz de admitir, se cuestionaba
en su cabeza si eso hubiese sido mejor. Si hubiera resultado más rentable, por decirlo de
alguna manera, si hubiese muerto ella, la hija fría y testaruda de la familia, y no, Carolina,
la hija óptima e incomparable de la familia.
Cada vez que dicho pensamiento intrusivo le rondaba por su mente, le recorría un
álgido escalofrío por todo su grácil cuerpo.
Incluso hubo una ocasión en el que llegó a tal estado de paranoia que por un
momento sospechó que su padre también hubiese preferido que ese día hubiera estado
ella montado en el coche, y no su hija mayor.
Aunque hasta ahora nunca había llegado a comprobar si esa teoría que rondaba
por su cabeza desde hacía años atrás era una certeza o si se trataba de imaginaciones suyas
debido al shock postraumático que le acarreó lo sucedido.

4
Capítulo 4

Primavera de 1991 (Pasado)

“La cara oscura de las enfermedades mentales I”

Carolina Belmonte Sans siempre había sido la hija ejemplar y modélica que desearía tener
todo padre y madre. Era la hermana que deseabas tener en tu casa y con la que quieres
compartir cómplices secretos y esa complicidad que solo saben tener los hermanos entre
ellos. Era la novia con la que querías compartir tu tiempo y tus anhelos y presentar a tus
padres. Era la prima, sobrina, nuera, cuñada o yerna con la que te apetece encontrarte en
las comidas familiares porque tiene buena presencia, buen corazón y una mente bien
amueblada y cultivada.
Todo el mundo podría considerar a simple vista que su vida era lo más parecido y
similar a una vida idílicamente perfecta. Unos padres que se quieren y que la adoran a
ella y a su hermana.
Y, aunque, bien es cierto que aparentemente gozaba placenteramente de una vida
envidiablemente feliz, la verdad era que nada nunca es lo que parece. Porque nunca es
oro todo lo que reluce. Y no te puedes hacer ni una remota idea de por todo lo que puede
estar atravesando una persona en su vida hasta que decide contártelo. Por eso ella era
amable con todo el mundo. Sabía, lamentablemente por experiencia propia, que la
mayoría de las personas tenemos batallas internas constantes y muchas ni si quiera se lo
contamos a nadie. Y tenemos que luchar solos contra todas clases de demonios internos
que se cuelan intrusivamente en sus cabezas.
Aunque puedas tener una vida de lo más corriente y normal, con nada
aparentemente de lo que tener que preocuparte, todos y cada uno de nosotros tenemos que
luchar con nuestra cabeza día sí y día también. Todos tenemos monstruos internos con

1
los que enfrentarnos prácticamente a diario. Por triste que suene y que parezca nuestra
cabeza puede llegar a ser nuestro peor enemigo. Y, a veces, cuando te vas a dar cuenta,
ya es demasiado tarde. Y todo eso te acaba sobrepasando. Y, lamentablemente, a veces
puede terminar contigo.
Carolina podría estar abierta, extrovertida y divertida con la gente de alrededor y
con sus amigos más íntimos. Pero realmente eso no era más que una mera fachada. Sus
secretos y pensamientos más oscuros e intrínsecos se los reservaba para ella sola y no los
compartía absolutamente con nadie más que no fuera ella misma.
La alarma sonó a la siete de la mañana como todas las mañanas entre semana en
casa de la familia Belmonte Sans. Y, con ello, también empezaba a la misma vez el
tormento que sufría a diario Carolina en silencio. Se levantó de mala gana de la cama y
se fue directa a la ducha. Ella era el tipo de gente que prefería ducharse por la mañana en
vez de por la noche. Por las mañanas le despejaba. Cerró los ojos y dejó que el agua
relajase todos sus músculos.
Después de meterse una ducha fría e intentar calmar sus pensamientos de forma
fallida, se vistió y bajó a la cocina a desayunar con sus padres y su hermana pequeña
Daniela, a la que adoraba con todas sus fuerzas y con cada centímetro de su ser.
—¿Qué tal habéis dormido? —les pregunto el señor Belmonte a sus hijas mientras
su untaba apaciblemente una deliciosa tostada con mantequilla.
—Yo muy bien papi —le respondió su hija Daniela con una enorme sonrisa.
—Me alegro cielo —le dijo él dándole un suave beso en la cabeza—. ¿Y tú,
cariño? —preguntó Maximiliano a su otra hija.
—Eh… ¿yo? Bien. Bien. Bueno, normal. Como siempre —respondió ella
encogiéndose de hombros para restarle importancia al asunto y para que no siguiera
preguntando.
Pero aquello era mentira. Otra de tantas que les decía a sus padres para ocultarles
lo que estaba ocurriendo. Ni en mil años se lo podrían imaginar. Aquella noche, al igual
que las anteriores desde que empezó su semana de exámenes, no había pegado apenas
ojo. Se quedaba casi toda la noche en la vela repasando los apuntes una y otra vez. Y
cuando se daba el lujo de acostarse en la cama, apenas conseguía dormir nada. Su mente
no paraba de dar vueltas y parecía más activa que incluso de día.
Y sintió una leve intensa y visceral. Punzada en el centro del estómago. Le pasaba
eso cada vez que mentía. Odiaba mentir y las mentiras en general y todo lo que aquello
conllevaba, y odiaba todavía el hecho de mentirles a sus padres. Pero no podía evitarlo.
Sabía que era lo que tenía que hacer. No quería preocupar a sus padres, a los que amaba
por encima de todos y de todo. Y, mucho menos, hacerles cómplices de su espantoso
suplicio. Si una cosa tenía clara es que esa guerra tenía que batallarla ella sola. No podía
meter a nadie. No quería que nadie se preocupara más de la cuenta ni sufriese por ella.

2
Eso le haría sentirse peor todavía peor de lo que ya se encontraba. La solución tenía que
encontrarla ella sola. Aunque, por ahora, estaba muy perdida y no tenía ni la más remota
idea de cómo enfrentarse a ello, y mucho menos cómo superarlo.
—Hoy os llevará vuestro padre a clase, ¿vale preciosas? —indicó la madre a sus
chicas preferidas con una cariñosa sonrisa.
Normalmente era Catalina quien llevaba a sus hijas ya que era la que cogía el
coche y de camino las acercaba al instituto. Maximiliano, por su parte, no cogía el coche
ya que su trabajo se encontraba cerca de casa y solía ir andando.
—¿Y eso, mami? —inquirió Daniela.
—Hoy tengo a primera hoy una reunión bastante importante con el jefe y otros
directores de otras empresas, así que hoy debo estar un poco antes en el trabajo. No me
puedo permitir llega tarde o justa en esta ocasión.
—Pues que te vaya genial, mami —le infundió ánimos Carolina a su madre
mientras le acariciaba suavemente la mano.
—¡Eso, mami! ¡Mucha suerte! —exclamó Daniela sonriente.
—Muchas gracias mis vidas. Os adoro.
Catalina se agachó y les dio un beso en la cabeza a sus dos hijas.
—Si te va bien la reunión… ¡¿podrás ser la directora?! —preguntó su hija pequeña
emocionada.
—No te creo, cariño… Aunque si va todo bien, a lo mejor me ascienden y todo.
Quién sabe —respondió ella guiñando un ojo.
—Pues ojalá te asciendan, mami.
—Ojalá, cariño.
La familia terminó de desayunar y el padre las llevó a clases antes de ir a trabajo.
En aquel año Daniela tenía apenas doce años y su hermana dieciséis. Era el primer
año de instituto de su hermana y, para ella, en cambio, era el último. Aunque este año no
lo estaba llevando bien. Era justo cuando empezó su calvario. Estaba deseando que ese
fatídico año acabara por fin.
A los diez minutos de salir de casa, Maximiliano aparcó su Renault negro justo
en la entrada del instituto de sus niñas.
—¡Que tengáis un buen día chicas, luego os veo, os quiero!
—¡Gracias papi, yo también te quiero! —exclamó Daniela despidiéndose con la
mano.
—Adiós papá, te quiero —se despidió Carolina intentando mostrar una sonrisa.
Las hermanas Belmonte anduvieron unos escasos metros más y se despidieron ya
que cada uno cogía por un sitio diferente.
—¡Adiós, Carol! ¡Luego nos vemos! —se despedía alegremente la pequeña
Daniela de su hermana.

3
—¡Hasta luego peque! ¡Que te vaya bien! ¡Te quiero! —le dijo Carolina
lanzándole un beso.
—¡Y a ti! ¡Yo también te quiero! —le respondió su hermana despidiéndose de
ella con la mano.
Las hermanas Belmonte terminaron de despedirse y Carolina se fue encontrando
con su grupo de amigos poco a poco. El primer encuentro fue con su mejor amiga
Margarita. El segundo con su novio. Y el tercero con sus otros tres amigos.
—Hola guapa, ¿qué tal? —le preguntó su amiga Margarita mientras se colocaba
a su derecha e iba andando juntas hasta la clase.
—Bien. Ya sabes, un poco estresada por los exámenes. ¿Y tú qué tal?
—No te estreses, cariño. No merece la pena. Y menos por un examen de Gómez.
Ya sabes que casi toda la clase copia o hace el cambiazo. Mejor dicho, casi toda la clase
excepto tú.
—Yo y también mi novio —puntualizó Carolina sonriendo con orgullo, como si
le enorgulleciera que su chico no sucumbiera tampoco a las trampas.
—Sí, es cierto, si sois la parejita empollona e ideal —respondió su amiga
bromeando.
—Nadie nos llama así —se defendió Carolina rodando los ojos divertida.
—Mi vida, todo el mundo os llama así —aseguró Margarita con un ápice de
humor.
Carolina puso los ojos en blanco y se rieron. Adoraba a aquella chica que le
hacía los días malos, menos tristes, y los días buenos, más buenos. De eso se trataba la
amistad realmente. Una de tus fuentes de apoyo. Una fuente vital. Una fuente de energía
que cuando te caes, estará ahí para levantarte todas las veces que sean necesarias.
Margarita era de las típicas chicas despampanantes que llaman la atención no solo por su
atractivo y atributos físicos, sino sobre todo por su fuerte y única personalidad que
arrasaba con todo y con todos. Era de las típicas personas que o amas con todo tu corazón
u odias con toda tu alma. No había punto intermedio con ella. Su presencia lo invadía
todo. Y conseguía llamar la atención de quien quisiera. Y bien cierto era que se ganara el
cariño de los demás con mucha facilidad. Era muy adorable cuando quería, y realmente
odiosa cuando se lo proponía. También es de las típicas personas que si sabe que te cae
mal, lo hace más a conciencia para que te caiga aún peor. Sus looks, además de su
arrolladora personalidad, tampoco pasaba desapercibido. Aquel día llevaba su pelo
enmarañado y rizado recogido en un moño, una camiseta de tirantes, una chaqueta negra
de cuero, una falda de leopardo, unas medias negras y unas converses blancas.
—Mira, tú relájate —le tranquilizó Margarita—. Te aseguro que no tienes por qué
estar nerviosa. Eres literalmente la más brillante de la clase. Y de todo el instituto estarás
entre las que más destacan. ¡Por dios, si hasta yo desearía tener tu cerebrito!

4
—Lo sé. Y como todo el mundo espera a que apruebe, tengo que estar a la altura.
—Oye Carol, escúchame atentamente. No tienes que estar a expensas de las
expectativas de los demás. Que le joda al resto. Solo tienes que estar a expensas de t-u-s
expectativas. ¿Entiendes? ¿Por qué tienes siempre que satisfacer a los demás? Eso es
tremendamente absurdo, te lo prometo. Olvídate por completo de eso y céntrate en lo que
quieres tú y en tus necesidades.
Ella tenía razón. Sabía que su amiga tenía toda la razón del mundo en ese aspecto.
En temas estudios, era cierto que Margarita no era la más brillante ni por asomo, pero en
temas de la vida era toda una veterana.
De repente Carolina notó como alguien posaba un brazo en su hombro y le
regalaba un suave beso en su mejilla izquierda.
Resultaba que era su guapo novio Ramón, que le están dedicando una tierna,
bonita y deslumbrante sonrisa.
—Buenos días cielo —le saludó su novio con una sonrisa amorosa.
—Buenos días amor —le saludó ella con una sonrisa enternecedora.
Al presenciar aquella escena, Margarita en seguida puso los ojos en blanco y sacó
la lengua colocando dos dedos en ella, simulando como si fuera a vomitar.
La pareja ya estaba acostumbrada a la personalidad tan transparente y descarada
de Margarita.
Ellos dos se miraron y se rieron.
—Hola Marga, tú tan divertida como siempre —le saludó él.
—Hola Ramón. ¿Tú también estás estresado por el examen?
—No —respondió encogiéndose de hombros—. Creo que lo llevo bastante bien.
—Sí. Bueno, en realidad tengo una pequeña ayudita que me dará un empujoncito
para aprobar —dijo él descarado mientras se sacaba un diminuto papelito del bolsillo de
su vaquero.
Margarita soltó una carcajada y exclamó:
—¡Guau! ¡Quién lo diría! El señorito empollón sabelotodo haciendo chuleta.
Por alguna razón le parecía divertido ver como Ramón se dejaba vencer y acababa
cediendo a la inmoralidad, que era lo que hacía prácticamente todos los de la clase. De él
sí que no se lo hubiera esperado jamás.
—Todos caemos como moscas —confesó él algo avergonzado.
Carolina no daba crédito a lo que estaba oyendo. No podía ser cierto aquello.
—¡¿Qué? ¡¿Tú también?! ¿Pero por qué? —le reprochó Carolina sorprendida a la
par que decepcionada.
—Cariño, estoy que no doy abasto. Entre el entrenamiento y las clases de inglés
tengo menos tiempo para estudiar del que me gustaría. Y, sinceramente, tampoco me voy

5
a matar por un sobresaliente. No voy a poner en juego mi salud mental. Y tú tampoco
deberías.
Esas palabras se producían una y otra vez en la cabeza de Carolina y la fatiga
volvió a aparecer en su garganta.
—Eh… Yo no lo hago —dijo ella con un atisbo de nerviosismo mientras tosía
para ahuyentar la fatiga—. Tranquilo. Lo que quiero decir es que es mejor sacar un
aprobado justo limpiamente sin hacer chuleta que sacar un aprobado alto con trampas.
Créeme, te sentirás mejor si juegas limpiamente. Además, no es moral ni ético. No va
contigo. Y, por supuesto, va en contra de tus principios. La verdad es que me sorprende
y me decepciona que vayas a ir en contra de ellos y no te mantengas fiel a ti mismo.
—Ya llegó la reina de la moralidad —Margarita rodó los ojos divertida—. No le
des tampoco la lata al chaval. Él no tiene la culpa en absoluto. En realidad, es una víctima
más de este sistema. Todo es culpa de la nefasta y precaria educación de esta maldita
sociedad de mierda. Si la mayoría de nosotros, las verdaderas víctimas de este sistema
educativo opresor, nos sentimos presionados y nos dedicamos a estudiarlo todo de
memoria para tener que vomitarlo después y nos aprendemos nada realmente, es que algo
está fallando claramente —declaró ella rotundamente convencida.
—Tú cállate que ni estudias y ni estás agobiada —respondió Carolina bromeando.
—Touché. Es que hoy tenías ganas de quejarme sin más —respondió su amiga
escogiéndose de hombros.
Carolina le dedicó una sonrisa a su amiga. Aunque fueran tan diferentes tanto por
dentro como por fuera, conseguían compaginar a la perfección. A veces era cierto de que
los polos opuestos se atraen. Carolina tenía siempre los pies en la tierra, mientras que
Margarita era muy alocada. Carolina era extremadamente responsable y exigente,
mientras que Margarita no se tomaba realmente en serio ninguna responsabilidad.
Carolina tenía la cabeza asiduamente puesta en el futuro, mientras que a Carolina lo único
que le preocupaba era disfrutar del presente y del aquí y ahora. Eran como el Ying y el
Yang, y se compenetraban de una forma extraordinariamente espectacular.
—Aunque estoy de acuerdo con lo que comentas —Carolina parecía reflexiva—.
Si todos sentimos que no estamos aprendiendo todo lo que deberíamos y de la forma
adecuada, es que algo falla.
—Lo digo en serio, ósea, parecemos borregos que no son capaces de pensar por
sí mismos y que ni parecen capaces de poder forjar una opinión propia. Somos simples
borregos que esperan meterse toda una asignatura en la cabeza para luego echarlo todo y
olvidarlo. Es un sin sentido y, por supuesto, contraproducente.
—Es un tema bastante interesante para debatir y reflexionar, aunque si no os
importa seguimos con la conversación en otro momento —intervino Ramón— Oye, cielo,
voy a saludar un momento a los chicos —comentó dirigiéndose a su novia mientras

6
señalaba con la cabeza al grupo de chicos que se encontraba casi al final del pasillo—
Tenemos que aclarar una cosa del próximo entrenamiento. Te veo en clase. Mucha suerte
en el examen.
Se despidió con un dulce y breve beso en la mejilla y se alejó, adentrándose y
desapareciendo entre la multitud para encontrarse con su grupo de amigos del baloncesto.
Ramón, naturalmente, era el capitón del equipo.
—¡Mucha suerte a ti también, cariño! Seguro que lo bordas.
Ramón se giró para mirarla y se lanzaron un beso en el aire.
Margarita puso una cara de asco y Carolina le echó una mirada de desaprobación.
—Bueno… ahora que por fin el romeo se ha ido y nos hemos quedado tú y yo
solas... Suelta por esa boquita —le empezó a decir divertida Margarita a su querida
amiga—. ¿Ya habéis…? Ya sabes.
Ramón era el primer novio formal de su amiga y estaba emocionada y contenta
por ella. Quería que empezara a disfrutar de los enormes placeres que acarrean las
relaciones sexuales, como hacía ella. Estaba segura de que esa forma al menos estaría un
poco más feliz y desestresada y no se agobiaría tanto por todo. O al menos lo veía de esa
manera.
—¿Que si hemos consumado el acto sexual?
—¿Consumar el acto sexual? ¡Dios! ¿Pero de qué película de los años cincuenta
has salido tú? ¿Consumar? ¡Esa clase de palabas debieron de dejar de usarse desde hace
mil años por lo menos! ¿Hola? ¿Siglo XV llamando a Carolina?
—¡Oye, no seas mala!
Carolina intentó parecer ofendida, pero no podía evitar reírse por las ocurrencias
de su amiga.
—Lo siento, pero es que es buenísimo —dijo ella mofándose, y a continuación se
colocó la mano derecha en su oído derecho simulando que fuera un teléfono— ¿Hola?
¿Diga? ¿Sí? Es para ti, te llama Pedro Almodóvar, que dice que quiere contratarte en su
nueva película situada en los años 50 porque piensa que eres tan antigua y anticuada que
quedarías ideal en la película porque no te haría ni interpretar.
—¡Marga! ¡No te pases!
—Lo siento, lo siento —dijo la amiga intentando parecer seria y retenerse la risa—
. Bueno, entonces, ¿qué? ¿Te ha dado ya lo tuyo o no te ha dado lo tuyo todavía?
—¡Pero qué vulgar eres! ¡¿Cómo se te ocurre preguntarme algo así en un sitio
como éste?! ¿Estás loca o qué te pasa? ¡Alguien nos podría escuchar!
—¿Y? Te sorprendería saber lo que hace la gente cariño, ¿es que no ves porno?
Carolina le miró seriamente arqueando las cejas.
—Si es que no sé ni para qué pregunto —dijo Margarita rodando los ojos hacia
arriba.

7
Carolina se limitó a encogerse de hombros.
—Bueno, ¿me piensas responder hoy o mañana?
—Está bien, tú ganas… Pues no, aún no. Aún no hemos encontrado el momento
indicado.
—¡Pero si lleváis casi medio año saliendo! Joder, si es que desde luego que sois
tal para cual.
Y entre broma y más risas, a las chicas se les acercó el resto del grupo, Julio,
Xavier, Sergio y Leire, y se encaminaron todos juntos a la primera clase del día, la cual
era física con el señor Gómez, el profesor que les impartía física desde que entraron en el
instituto.
Todos los alumnos se sentaron en sus correspondientes sitios de siempre mientras
el profesor Gómez repartía los exámenes a los alumnos.
Carolina procedió a leer el examen con toda la concentración que pudo. Lo cierto
era que física era una de las asignaturas que más le gustaba y que mejor se le daba. Le
encantaba todo lo que estuviera relacionado con la ciencia. Pero estaba demasiado
nerviosa aquella vez. La nota que sacase en cada uno de ellos era sumamente
fundamental.
Suspiró e intentó enfocar toda su concentración en el folio que tenía delante de
sus narices. Ese dichoso folio podría hacer la diferencia entre entrar en la carrera que tanto
ansiaba o entre quedarse fuera.
De pronto la bilis se le subió hasta la garganta y sintió repentinamente unas ganas
tremendas de vomitar y echarlo todo fuera. Bueno, lo poco que había comido esa mañana.
Llevaba unos meses comiendo menos de lo habitual y se le iba notando cada vez más. A
cara de los demás no era una diferencia particularmente llamativa, pero ella, que se veía
en el espejo desnuda todos los días, sí que lo notaba. Tenía la cara más chupada, las
piernas más flacas de los que solía tenerlas y los brazos más finos.
Se miró las manos. Estaban huesudas y feas. Se estaba quedando en los huesos, y
lo peor de todo es que no podía hacer nada para evitarlo. Se estaba consumiendo por
dentro. Estaba acabando con ella misma. Y no podía controlarlo.
Desechó este último pensamiento de su cabeza e intentó respirar. Pero no podía. Se
asfixiaba. Los latidos de su corazón iban aumentando por segundos. Ya era demasiado
tarde. Había sido presa de otro ataque de ansiedad. Uno de los tantos que le habían dado
en ese último año.
Las manos le empezaron a sudar tanto que el examen se les resbaló de las manos
y cayó al suelo, sacando a todos sus compañeros de la concentración y el silencio
característico de una clase en medio de un examen.

8
El profesor Gómez, un hombre de pelo pobre y con unas gafas negra de montura
que se colocaban por encima de su nariz aguileña y grande, se levantó de su silla y alzó
la mirada hacia Carolina.
La mencionada se levantó de su silla y miró a su profesor con lágrimas en sus
ojos.
—Yo-o… Yo… —tartamudeó ella con la respiración entrecortada—. No puedo
hacer esto. Lo siento.
—¡Señorita Belmonte! —exclamó el profesor verdaderamente contrariado y
confuso.
El señor Gómez no entendía nada. ¿Por qué se había marchado su alumna más
excelente en un examen en el que se juzgaba el último trimestre, que era el más
importante? Nunca antes le había ocurrido nada parecido con ningún alumno.
Además, él mismo era el tutor de esa clase y pasaba más tiempo con ellos que sus
otros profesores, por lo que podía conocer medianamente bien a cada uno de sus alumnos.
Y, desde luego, conocía bien a Carolina. Su alumna favorita. Elegante, con clase,
responsable, inteligente, culta, educada y disciplinada.
Y, de la persona que se esperaría un comportamiento semejante, sin duda era de
ella. Por eso se quedó a cuadros, sin saber muy bien cómo reaccionar, al comportarse de
la manera diferente de la que siempre se había comportado.
Eduardo Gómez, el profesor, no había tenido mucha suerte en la vida. Cuidaba de
su vieja madre y estaba soltero. La única compañía que tenía en su casa aparte de la de su
madre, era la de sus perros. Y como tenía tanto tiempo libre, lo invertía en planear
excursiones con sus alumnos, powerpoints, vídeos educativos sobre la materia que
impartía… La realidad era que se desvivía por sus alumnos. Y siempre estaba dispuesto
a echarles una mano en lo que hiciera falta. No le importaba en absoluto si tenía que
quedarse en los recreos explicando alguna lección, o quedarse hasta las tantas corrigiendo
exámenes o tareas para que sus alumnos lo tuvieran al día siguiente a primera hora de la
mañana sin falta. Se entregaba por completo a sus alumnos. Era un profesor de diez y con
él los alumnos aprendían de la forma más acertada, de eso estaba seguro.
La enseñanza y sus alumnos eran una parte fundamental en su vida. Pero nunca le
había ocurrido nada parecido con ningún alumno, y menos con la alumna más brillante
de toda la clase. Por eso se quedó absolutamente perplejo y sin reaccionar.
Ramón y Margarita contemplaron la escena desde sus asientos completamente
aturdidos sin entender nada de lo que estaba pasando. Se miraron el uno al otro confusos.
Sin pensárselo dos veces, Ramón Torres, también se levantó de su silla y se digirió
con suma determinación hasta la mesa de su profesor.
—Lo siento profesor, pero me temo que tendrá que suspender a mí también —
dijo él entregándole el examen en blanco.

9
El profesor se quedó estupefacto.
—¡Dos de mis mejores alumnos! ¿Cómo puede ser eso posible? No entiendo nada.
Tampoco he puesto el examen tan difícil, de verdad.
—Mire, nunca había visto a Carolina comportarse de esa manera, así que yo estoy
tan confundido como usted ahora mismo. Lo único que le puedo pedir es que esto no nos
perjudique ni a mí ni a ella. También le pido que le perdone por haberse marchado de
clase. Y a mí por ir marcharme e ir a buscarla. Le ruego que sea comprensivo, pero tengo
que marcharme yo también. Tengo que hacerlo.
—¡No, otro más no! ¡Vuelva a clase, señor Torres! ¡Ni se le ocurra salir por esa
puerta!
—Es mi novia, así que como comprenderá, tengo que saber si está bien o si le
ocurre algo. Lo siento, señor Gómez, pero, en este caso, debo hacer caso omiso a sus
ruegos.
En ese instante, sin importarle nada más que su novia y el bienestar de ésta, cruzó
la puerta y se marchó del instituto. Instintivamente, se dirigió hacia la casa de ella. El
primer lugar dónde tenía que mirar era ahí. Si no la encontraba allí, ya pensaría algo, pero
algo le decía que la encontraría en su casa.
Y ahí era justo dónde se encontraba Carolina. Cuando salió repentinamente por la
puerta del instituto no sabía muy bien qué hacer ni a dónde ir. Pero cuando se acordó de
que su casa estaría vacía toda la mañana ya que sus padres estaban los dos trabajando y
su hermana pequeña en clase, no dudó en dirigirse hacia allí. Como estaba tan aturdida,
no se dio cuenta de que no había cerrado del todo la puerta y se quedó una rajita abierta.
Cuando cruzó la puerta de su casa se encontraba aún peor y su estado de ansiedad
iba a peor. De lo rápido que le iba al corazón sentía que le iba a dar un ataque al corazón
o algo parecido. Cada vez que sufría esos ataques de pánico y ansiedad, lo único que le
apetecía era que le tragase el mundo y desaparecer de la faz de la tierra.
Decidida, subió las escaleras y se metió instantáneamente en el baño. Se puso
frente al espejo y se recogió el pelo en una coleta baja. Se miró al espejo y se observó el
rostro. Cada día que pasaba estaba peor. Su estado físico y anímico iba en decadencia.
Ella era plenamente consciente de ello. Las ojeras iban en aumento al igual que su pérdida
de peso. Mientras examinaba el morado debajo de sus ojos, su piel pálida y pelo sin brillo,
las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas. Llena de furia y de desesperación, empezó
a golpear con fuerza y rabia el espejo, y a consecuencia de esto algunos pequeños trozos
de cristal se rompieron y se cayeron al suelo.
En ese momento entraba Ramón por la puerta de la casa y escuchó los golpes y el
estruendo, lo que le llevó hasta arriba, que era de dónde procedía aquellos golpes. Pero
Carolina todavía pensaba que estaba sola.
Ella, como cada vez que era dominada por la ansiedad. Por el miedo. Por el pánico.

10
Abrió el segundo cajón del lavabo y sacó un paquete de pastillas. De forma
automática, se llevó tres a la boca de un único tirón.
Y, justo en aquel preciso instante, irrumpía súbitamente Ramón en el cuarto de
baño.
Carolina abrió los ojos como platos al verle y se le cayó el tarro de pastillas al
suelo. Su corazón iba más rápido aún si cabe.
—¿Ramón? —pronunció con un hilo de voz.
—¿Carolina? ¿Qué estás haciendo? —inquirió él con voz trémula y la cara lívida.

11
Capítulo 5

Primavera de 1997 (Presente)

“Reencuentros”

A los ojos de Daniela, su hermana mayor era una chica preciosa de 18 años llena de vida
y de alegría. Y le quedaba toda la vida por delante. Toda una bonita vida por vivir. Ella
podía cautivar y enamorar a cualquier persona con su carácter atrevido y arrollador, su
inteligencia y sensibilidad, su sedosa cabellera larga y rubia, y sus dos grandes ojos azules
con tonalidades grisáceas. De hecho, tenía a tantísimos chicos detrás que hubiera podido
estar si quisiera cada semana con un chico diferente.
Y Carolina sabía perfectamente que tenía a demasiados pretendientes, era muy
consciente de ello, pero a ella le daba exactamente lo mismo. Siempre había tenido ojos
solo y únicamente para su chico, Ramón Torres, su novio mayor del instituto.
Después de ella fallecer, el chico iba a ver a Daniela y a su padre con cierta
frecuencia para ver cómo les iba todo y si necesitaban cualquier cosa.
En general, a la joven Daniela, no solían agradarle las personas, pero con Ramón
Torres era diferente. Él le caía bien y disfrutaba de su presencia. No le disgustaba en
absoluto que saliese con su hermana. Todo lo contrario. Era atractivo, carismático, noble,
buen estudiante y deportista. Pero lo que Daniela sobre todo apreciaba era su lealtad y
entrega hacia su hermana. Realmente parecía el chico ideal para su hermana. Fue como
si el destino le hubiese puesto delante de sus narices al chico de sus sueños.
Y, además, lo más importante, siempre le vio muy enamorado de Carolina y que
su corazón le pertenecía a ella.
Desde que salían juntos, él trataba con mucho cariño y amabilidad a la familia.
De hecho, él y Daniela tenían los números el uno del otro y aún tenían contacto de vez en

1
cuando, aunque el contacto que tenían hoy en día ya no era el mismo que antes. Pero a
ella le agradaba encontrárselo alguna que otra ocasión por la calle y conversar con él. Le
ponía contenta ver que, a pesar de todo, hacía conseguido seguir hacia adelante y ser feliz.
«Ojalá yo pudiera ser tan fuerte como él y conseguir superarlo de una vez por
todas y pasar página», pensaba.
Daniela, por su parte, y por el contrario que su hermana, se podría decir que
espantaba a los chicos. No se llegaba a considerar del todo fea, pero suponía que su rostro
pálido como la gélida nieve, sus ojos claros como el cielo azul y su cabello negro y oscuro
como la noche sombría, podía resultar de cierta manera una especie de mezcla llamativa
y atrayente.
Aunque tampoco se consideraba una belleza ni nada por el estilo. Siempre había
pensado que su cuerpo era de lo más simple y sencillo. Consideraba que no gozaba ni de
delantera ni de parte trasera, que estaba bastante delgada y que no llamaba la atención por
sus curvas, puesto que para ella éstas eran nulas. Sin embargo, a pesar de su opinión con
respecto a su apariencia física, sabía que no podía quejarse de la considerable cantidad de
pretendientes que había acarreado hasta ahora, pero no acababa teniendo nada con
ninguno ya que, aparte de tener un gusto extremadamente exquisito y exigente, tenía un
carácter algo complicado y difícil de manejar a veces.
En partes generales, Daniela era una chica bastante difícil, tanto de llevar como
de comprender. Su mente era compleja y enrevesada. Y, además, apenas solo un par de
chicos habían conseguido llamar su atención. Si solo se acercaban a ella por mero interés
sexual y carnal, directamente su interés decrecía enormemente, por mucho que el chico
pudiese gustarle. A lo máximo que había llegado con un chico era a un beso, nada más
allá de eso.
A Daniela le parecía perfecto que una persona, independientemente de su género,
buscara exclusivamente relaciones sexuales, pues cada cual hace lo que quiere con su
vida y es completamente válido y correcto que cada uno disfrute de su total libertad sexual
a su verdadero antojo. Es totalmente correcto. Y es fantástico que se pueda gozar de dicha
libertad, porque al final al cabo el ser humano siempre está en esa busca de la libertad.
Pero, en realidad, ese rollo no iba ni encajaba del todo con ella. Era demasiado reservada
de su intimidad. Y muy celosa de su privacidad. Muchas veces se cuestionaba si era
excesivamente extraña, un bicho raro o algo parecido. Lo cierto es que a veces tenía la
sensación de serlo. Pero también era cierto que le daba exactamente lo mismo si lo era o
no.
En el caso de que un chico no buscara solo un rato para poder desfogarse, no le
parecía lo suficientemente interesante o divertido como para invertir su tiempo y/o centrar
su interés amoroso y sentimental en ellos.

2
En conclusión, su suerte con los chicos era totalmente nefasta. Y las chicas nunca
la habían atraído ni llamado la atención, ni erótica ni románticamente hablando, por lo
que básicamente se podía decir con certeza que, hasta ahora, no había triunfado con
respecto al amor.
Pero la parte buena era que eso no le importaba nada en absoluto. Había centrado
su cabeza durante estos años en ámbitos, desde su punto de vista, muchísimo más
importantes. Francamente, no tener ningún tipo de relación carnal ni amorosa que no era
algo que no le dejase dormir por las noches. No tener relación de ese tipo no te hace ser
un/a fracasado/a o un/a desgraciado. ¿Porque qué significa ser un/a fracasado/a o
desgraciado/a en el amor? Que no tengas un ámbito de tu vida cubierto, por así decirlo,
no quiere decir que ya hayas fracasado. Que no tengas pareja no significa que ya no
puedas alcanzar la felicidad plena por ti mismo. Hay otros ámbitos de tu vida que son
igual de importantes. Es un gran error centrar y focalizar la felicidad de uno en el amor y
en la pareja. Porque, además, hay amores
De repente la gatita de Daniela se subió a su cama y se frotó contra ella, sacándole
inmediatamente de sus cavilaciones.
—¡Miau!
Que su gata se frotase contra ella era su manera de pedirle más comida, por lo que
Daniela dejó su diario a un lado, se levantó de su cama y procedió a llenar su cuenco de
comida después de acariciarla. Su padre la adoptó unos meses después de lo del accidente
y la trajo a casa cuando solo apenas tenía un mes. Era una pequeña gata negra de ojos
azules. Aportó un poco de felicidad a la vida de padre e hija en aquellos momentos tan
difíciles y desafortunados. Era una gatita muy cariñosa y siempre les hacía compañía.
Daniela le puso de nombre Luna porque sus ojos le recordaban a la preciosa y enigmática
Luna llena. Su luna preferida de todas.
Daniela se encontraba ahora mismo echando un vistazo a la página web de la
universidad en la que estaba interesada. Aunque todavía estaba a mitad del último curso
y quedaba bastante meses para la entrada a la universidad, quería estar bien enterada de
todo con antelación. Se estaba informando sobre todo lo que podía. Precios, matrículas,
residencias, clases, asignaturas, profesores, pisos de estudiante y bibliotecas cercanas a la
universidad… etc.
Su hermana iba a ir a esa misma universidad. Era a la que quería ir desde que iba
al colegio. Ella quería ser enfermera. Ayudar a los demás. Estaba segura de que hubiera
sido la enfermera de todas. Hubiera dado lo que sea por poder haberla vista graduarse y
con el uniforme de enfermera. Seguro que hubiera estado preciosa.
Y aquí se encontraba Daniela ahora. Con la misma edad en la que ella falleció e
intentando por todos los medios entrar en esa prestigiosa universidad de la que tanto
hablaba su hermana y a la que hubiera ido si siguiera con vida a día de hoy.

3
Se estaba esforzando al máximo para que su querido padre se enorgulleciera de
ella. Si su hija mayor no iría a esa universidad, al menos le quedaba el consuelo de que
iría su hija pequeña.
En parte, como que sentía que se lo debía como hija suya que era. Francamente,
se sentía un poco en la obligación. Tenía que llenarle de orgullo. Tenía que darle esa
satisfacción. Se lo merecía. Se merecía tener como mínimo una alegría en su vida.
Entonces, indagando e informándose a la conclusión de que se salía
exageradamente de sus capacidades económicas. Ni con todos sus ahorros de lo que había
estado trabajando en estos años podía llegar a pagar un año entero de universidad, y eso
teniendo en cuenta que las aprobara todas del tirón. No sabía cómo se las iba a apañar
para poder ir. Y ahora mismo no le apetecía amargarse pensando en eso.
Se estaba empezando a agobiar y le faltaba el aire. Necesitaba que le diese un
poco de aire fresco de la calle.
La joven sacudió la cabeza levemente y se puso la primero que se encontró en su
armario: camiseta blanca de tirantes, unos pantalones vaqueros cortos y unas converses
blancas. Justo antes de salir de la habitación decidió llevarse una chaqueta ligera de color
azul marino por si refrescaba.
Ella y su padre vivían desde siempre en el sur, donde la zona costera solía ser
agradable y e abarrotaba de gente turista durante el tiempo veraniego. Y a Daniela le
encantaba vivir rodeada de playas y del aire estival. Pero era cierto que por las noches
solía refrescar bastante. Y no tenía ni idea de cuánto tiempo iba a estar fuera.
Se peinó el cabello por encima y bajó las escaleras en busca de su padre.
—Oye, papá —dijo—, voy a salir a dar una vuelta. Creo que iré a la biblioteca
Seguramente vuelva a la hora de la cena.
—Vale, cielo. Ten cuidado —respondió su padre con una tierna sonrisa.
Ella le devolvió la sonrisa y asintió suavemente con la cabeza.
—Sí, papá. Hasta luego.
Justo cuando se dio media vuelta, ya lista para marcharse por la puerta, escuchó
de nuevo la voz aterciopelada de su padre:
—Eh, mi vida, ¿estás bien? —le preguntó él en tono preocupado.
Naturalmente, Maximiliano, al igual que su hija, también se acordaba
perfectamente del día que era hoy. Había pasado seis años justamente desde el accidente.
En un día como hoy, perdía el gran amor de su vida y a su adorada hija mayor. Sabía que
ese día era igual de duro para él que para su hija, que había perdido y a su adorada hija
mayor. Sabía que ese día era igual de duro para él que para su hija, que había perdido a
su querida madre y a su buena hermana mayor. Y en días tan sombríos y oscuros como
aquel, intentaba mimar todo lo posible a su hija.

4
Volvió a girar la cabeza para quedarse justo enfrente de su padre y respondió en
tono suave:
—Sí, no te preocupes.
—¿Estás segura?
—Segurísima.
Ella se acercó hasta él y le dio un suave beso en la mejilla.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo —le aseguró ella sonriendo—. ¿Y tú cómo estás?
—¿Yo? Bien, cielo. No te preocupes por mí. Te voy a hacer la mejor cena del
mundo mundial: pasta gratinada con salchichas y bacon y con mucho queso.
Ya le estaba sonando las tripas de lo mucho que le encantaba esa comida. Desde
que era pequeña aquella había sido su comida favorita. Y su padre siempre se la preparaba
con esmero y cariño, el toque esencial para una comida salga buena y deliciosa.
—¡Mi comida preferida! ¡Qué rico papi! —exclamó ella dándole un abrazo.
—Comida preferida para mi chica preferida.
—¿Y después me prepararás un cuenco de helado con vainilla y chocolate con
sirope de caramelo?
A Daniela le rugían las tripas y se le caía la baba tan solo de pensar en la deliciosa
cena que le iba a preparar su padre.
A continuación, ella puso cara de puchero y su padre no se pudo resistir al encanto
de su hija.
—Por supuesto que sí, cariño. Sabes que no puedo decirte que no si me pones esa
cara.
—Ya lo sé. Por eso lo he hecho.
—¡Eres una tramposa!
Su padre frunció el entrecejo divertido y comenzó a hacerle cosquillas a su hija.
—¡Para, para! —exclamó ella.
Los dos se rieron juntos durante unos segundos.
—Bueno, tengo que irme ya, papi. Te quiero.
—Hasta luego, cariño. Yo también te quiero.
Daniela necesitaba escabullirse de sus pensamientos y que le diese un poco el aire.
Además de todo el dilema de la universidad, hoy hacía ya seis años de lo del accidente.
Todos los años en este día necesitaba estar sola. Todavía era demasiado duro y trágico
para ella.
Cuando salió de su casa, el móvil le vibró en el bolsillo izquierdo trasero del
pantalón. Era su amiga Judith, que le estaba llamando.
—¡Hola nenita! —saludó su amiga entusiasmada—. ¿Qué tal estás?

5
Ese era el apodo con el que le había bautizado desde hace años. Desde que eran
unas adolescentes. “Nenita”.
Su amiga sabía perfectamente que este día no era nada fácil para ella.
Daniela simplemente se limitó a responderle lo siguiente:
—Bien. Ahora voy de camino a la biblioteca. ¿Y tú?
—Aquí hartándome de patatas de paquete. Ya sabes que cuando estoy con la regla
solo me apetece comida basura.
—¿Te apetece venir a mi casa esta noche?
—¿Qué hay de cenar?
—Mi padre hará su deliciosa para gratinada con salchichas, bacon y extra de
queso.
—Mmm, me has convencido. Allí estaré sobre las nueve. No puedo perderme la
famosa pasta gratinada del Maxi.
—No esperaba menos —respondió Daniela satisfecha con una sonrisa— Pues
luego nos vemos.
—Chao nenita. Te quiero.
—Yo también.
Las dos amigas terminaron de despedirse y colgaron la llamada.
Daniela había decidido dar una vuelta por la biblioteca de la ciudad. Le apetecía
mirarse algún libro nuevo. Bajó la cuesta y giró la calle hacia la derecha, dónde tuvo la
interesante y sorprendente casualidad de encontrarse con Torres. Ramón Torres. La
última y la más importante expareja de su hermana Carolina cuando aún seguía con vida
—el otro había sido un tal Diego de su misma clase, pero solo habían durado un par de
meses y la cosa tampoco había sido muy seria—. A decir verdad, Torres era el tipo de
chico en el que se hubiera fijado Daniela si tuviera unos cuantos años más o él unos
cuántos años menos. Y si no hubiera estado involucrando sentimentalmente con su
hermana, evidentemente.
Llevaba el pelo corto hacia atrás, un buen afeitado y un notable moreno. Daniela
suponía que había empezado a ir ya con cierta regularidad a la playa. El chico ya era
moreno de por sí, pero se notaba la diferencia. Y la camiseta de tirantes que llevaba dejaba
a ver lo en forma que estaba. Sin duda, había estado ejercitando su cuerpo los últimos
meses como mínimo.
Llevaba una bolsa larga y negra pegada al hombro, las típicas que se usan cuando
vas al gimnasio. Vestía con ropa deportiva y el sudor brilloso le cubría la frente. Estaba
claro que acababa de salir de entrenar.
En conclusión, se encontraba tan guapo como de costumbre.
Y le estaba dedicando una dulce sonrisa.

6
Capítulo 6

Primavera de 1991 (Pasado)

“La pérdida de lo que fue un verdadero amor de juventud I”

Ramón Torres era de esas personas que conoces y ya a primera vista son capaces de
hacerte transmitir toda la tranquilidad y paz del mundo. Sus ojos siempre profesaban
amor, comprensión y cariño y, por supuesto, nunca mentían.
Él provenía de una familia bastante humilde. Sus padres eran dueños de la
Ferretería Torres y con lo que conseguían ganar sacaban a la familia adelante. Aunque a
veces no lograban llegar a fin de mes con lo que ganaban allí, afortunadamente podían
contar también la ayuda de Daniel, su adorado hijo mayor, con el trabajo que tenía de
profesor de inglés en una academia de idiomas. Lo cierto es que los idiomas se le daban
increíblemente bien a aquel joven. Sabía hablar y entender perfectamente inglés, francés
e italiano y también un poco de alemán.
En su casa convivían seis personas: Guzmán y Susana Torres, los padres; María
Isabel, la abuela paterna; y los tres hermanos: Alicia, la hermana pequeña, Álex, el
hermano mediano, y Ramón, el hermano mayor.
Cuando los padres estaban trabajando en la ferretería, Ramón, que era el mayor
de los hermanos, tenía que hacer cargo de sus dos hermanos, además de su abuela. Por lo
que apenas tenía tiempo para salir con sus amigos, quedar con su novia, entrenar o
simplemente tener un ratito para él solo y disfrutar de sus hobbies como hacía cualquier
persona joven de su edad. Muchas veces sentía que no podía con todo a la vez, pero cada
vez que le entraba ese agobio, tenía que recordarse a sí mismo que sin él la familia se iba
a pique, pues él era el cemento sólido que conseguía solidificar a la familia.

1
En la mañana anterior del catastrófico accidente, los padres de Ramón se
levantaron antes que él para ir abrir la tienda, por lo que le tocaba a él levantar a sus dos
hermanos cuando sonara la alarma, la cual sonaba a las siete y media todas las mañanas.
Con desgana, el joven Ramón se desperezó y se levantó de su camastro. Fue al baño para
asearse y, a la vuelta, les avisó a sus hermanos que ya era la hora de levantarse para ir a
clase.
Cuando bajó a la cocina preparó tortitas con mermelada de fresa y miel y tres vasos
de leche y, cuando había puesto la mesa y se percató de qué sus hermanos todavía no se
habían molestado en bajar, volvió a subir arriba.
Al entrar en el umbral de la puerta de la habitación de su hermana Alicia, él le
espetó:
—¿Pero todavía estás así?
La pequeña de diez añitos aún se encontraba muy perezosa bajo las sábanas, con
la cara soñolienta.
—Es que se está tan bien en la camita —se defendía ella dulcemente bajo un
bostezo.
—Venga, sal de ahí pequeñaja, que te hecho tu desayuno favorito.
De repente, la niña, al intuir a la comida a la que se estaba refiriendo su querido
hermano, se incorporó de un brinco en la cama.
—¡¿Tortitas con mermelada de fresa y miel?! —profirió ella emocionada.
—Tortitas con mermelada de fresa y miel —le confirmó él con una cariñosa
sonrisa.
—¡Bien! ¡Me encantan! —exclamó ella sonriente dando un brinco.
Se echó a los brazos de su hermano mayor y le regaló con un afectuoso abrazo.
Luego le dio un ligero beso en la mejilla.
—Venga, enana, vamos a bajar, que oigo que ya te cruje esa barriguita —le dijo él
mientras le hacía un par de cosquillas en la barriga.
Bajando las escaleras entre más cosquillas y más risas, llegaron a la cocina donde
se encontraron con el otro hermano, a quién pillaron devorando con deleite una tortita de
las que había estado haciendo Ramón.
—¡Eh, que esas tortitas son para Ali! —le reprendió su hermano mayor.
—Pues no lo pongas todo encima de la mesa, porque lo veo y me lo como todo, ya
me conoces —le respondió el hermano mediano con la boca llena de tortita y
encogiéndose de hombros.
—Joder, Álex, tú siempre igual. Ahora como te has comido una tendré que hacerle
otra. O mejor, ¿por qué no se la haces tú?
—¿Yo? ¡Pero si yo no sé ni freír un huevo!

2
—Pues ya vas siendo hora de que aprendas, ¿no crees? ¡Qué has cumplido ya
catorce y no sabes hacer nada! Y yo no puedo con todo a la vez, ¿sabes? A veces me
vendría bien que pusieras un poco de tu parte tú también.
—¡No os enfadéis por favor! —exclamó Alicia con voz trémula—. A mí me da
igual la tortita. Me como la otra que hay y ya está. Pero no quiero que os enfadéis.
La tristeza en el semblante del rostro de su hermanita le conmovió a Ramón. Él se
agachó y la miró a los ojos.
—Tranquila, enana, no estamos enfadados. Solo le estoy diciendo a nuestro
hermano que deje de ser un flojo de una vez.
Al decir aquello, le echo una rigurosa mirada a Álex. Éste, cogió una magdalena
del cuenco que se situaba en medio de la mesa e indicó, como si fuera con él la cosa:
—Yo me subo a mi cuarto.
Y Ramón le volvió a echar una mirada desaprobada.
—Eso, tú pasa de todo. Como siempre haces.
Alicia se sentó y limitó a echar un leve suspiro mientras miraba la tortita. Ramón
se agachó hasta ella y le dio un suave beso en la mejilla.
—No te preocupes preciosa, yo te hago otra —le dijo con una tierna sonrisa.
—¿No te importa?
—Pues claro que no.
—¿De verdad que no?
—¿En serio lo preguntas? ¡Por supuesto que no! Otra tortita marchando para mi
chica favorita.
—¡Ueeee! —bramó la hermanita de lo más contenta.
Entonces, tal y como le había prometido a su adorada y niña de sus ojos, le preparó
otra deleitable tortita con mermelada de fresa y miel y desayunaron y conversaron
plácidamente.
—Bueno, cuéntame peque; ¿qué tal te va en el colegio? ¿se portan bien contigo?
—¡Sí! —exclamó ella mientras se metía en la boca un deleitoso trozo de tortita
con el tenedor—. Claro que sí. Todos son muy buenos conmigo y yo con ellos.
—Muy bien, eso quería escuchar. ¡Que no me entere yo que alguien le hace algo
a mi princesita!
Los dos hermanos se rieron con complicidad.
—¡No! —respondió Alicia sonriente —. Además, si alguien me hiciera algo
tampoco te necesitaría. Puedo defenderme yo solita.
—¡Eso ni lo dudo! —afirmó Ramón divertido—. Pero si te pasase algo, lo más
mínimo, quiero que hables conmigo, ¿vale? Sea lo que sea.
Su hermanita asintió con la cabeza y le dedicó a su hermano una entrañable sonrisa.

3
—De acuerdo. Pero te aseguro que todo el mundo me quiere. Hasta los profesores.
Dicen que soy una niña muy lista y buena.
—Y lo eres, cielo —le confirmó él—. Sé que siempre sacas las mejores notas.
Estoy orgulloso de ti.
—Ojalá papá y mamá también me dijeran eso.
La mirada de tristeza que puso su hermanita le partió el corazón en pedazos. La
cogió su manita e intentó consolarla.
—Oye, aunque papá y mamá no pasen mucho tiempo contigo, te quieren más que
a nada en el mundo y siempre se van a sentir orgullosos de ti. Que no lo digan no
significan que no lo sientan. A veces las miradas y los abrazos dicen mucho más que las
palabras.
—¿Lo dices de verdad?
—¡Por supuesto! ¡Si eres la chica más guay y bonita del mundo! ¿Cómo no te van
a querer?
—¡Si tienes razón!
—Seguro que tendrás a media clase detrás de ti.
—Bueno, ahora que lo mencionas, la verdad es que Óscar Álvarez siempre me está
mandando notitas el muy pesado preguntándome que si quiero ser su novia.
Ramón no puedo evitar soltar una breve carcajada.
—¿Y tú qué le respondes?
—¡Pues le contesto que aún somos muy pequeños para tener novios y esas cosas!
Y que, además, no me gusta en absoluto. ¡No estudia y se dedica a molestar a los demás!
Desde luego, es demasiado lerdo para mí.
Ramón esbozó una pequeña sonrisa y se le quedó mirando a la niña.
—¿En qué estás pensando? —inquirió ella.
—En lo bien que te estoy criando —le confesó él con una sonrisa que denotaba el
orgullo que sentía.
A él le encantaba esos ratitos con su querida hermanita. Esos ratitos donde podía
conversar con ella tranquilamente y escuchar anécdotas sobre sus compañeros y sus
profesoras. Siempre le hacían reír y sentirse bien. Su hermana era una niña de lo más
divertida e inteligente.
Aunque él, en el fondo, sentía un profundo sentimiento de aflicción hacia su
hermana.
Sus padres se tiraban casi todo el día trabajando y solo estaban libres por las
noches, y cuando llegaban siempre estaban demasiados cansados para hacer cualquier
cosa por lo que lo primero que hacían al llegar eran acostarse directamente. Lo que quiere
decir que no tenían tiempo para criar a sus hijos. Y eso significaba a su vez que Ramón,
aparte de hermano, también tenía que desempeñar el papel de padre.

4
Y cada vez que pensaba en ello se moría de pena por su hermana. Él ya había
pasado su etapa de adolescente y a estas alturas no necesitaba que nadie le criase ni
muchísimo menos, pero su bella hermanita necesitaba a alguien que le guiase y la educase
de la forma más adecuada y justa posible. Así que a él no le quedaba otra que asumir el
rol de esa persona.
Cuando Ramón ya estaba desayunado, duchado y vestido, le mandó un escueto
mensaje a la mujer que cuidaba de su abuela por las mañanas para avisarle de que ésta ya
se había despertado y que si venía hoy con algo de antelación si le era posible.
Luego, cuando ya estaban listos los hermanos Torres, el mayor de los tres los
llevaba en su coche a las clases, no sin antes darles su beso de despedida a su abuela antes
de marcharse. Primero pasaron por el colegio y se despidieron de su hermana, y luego se
dirigieron los otros dos hacia el instituto.
A Ramón aquella mañana se la pasó demasiado bastante lenta y tediosa. Estaba
deseando que terminaran ya y empezara la tarde, para poder hacer las tres que más le
gustaban: entrenar, aprender idiomas y ayudar a los demás.
Cuando salió de clases se despidió de su novia y sus amigos y se dirigió hasta el
coche mientras esperaba a que su hermano Álex saliera.
Habían pasado casi quince minutos cuando por fin podía distinguir a su hermano
a lo lejos caminando hacia él. Y en cuanto lo tuvo delante de sus narices, frunció el
entrecejo.
—¿Dónde te habías metido? —profirió Ramón algo molesto.
—Estaba hablando con mis colegas —respondió Álex.
Ramón le echó una mirada austera a su hermano.
—Por si no lo sabías yo estoy aquí esperándote. Y Alicia también.
—Por Alicia no tienes que preocuparte. Ya sabes que se queda con tu tutora
Magdalena mientras nos espera.
—Ya lo sé. Pero no me gusta que se quede tanto tiempo esperándonos.
Álex dejó escapar un sutil soplido.
—¿Qué? —inquirió Ramón mientras le echaba una mirada.
—Creo que la tienes demasiado mimada.
—¿Sabes? Puede ser. Es posible. Pero, sinceramente, prefiero tenerla demasiada
mimada a no hacerle ni caso como haces tú.
—¿Cómo puedes decir eso? —dijo Álex poniéndose a la defensiva—. Sabes
perfectamente que no es así.
—Yo solo te digo lo que veo.
—Pero tú no eres el más indicado para opinar sobre eso. Tú no nos ves por las
tardes. Quien está ahí para ayudarla con los deberes y los exámenes siempre soy yo, y lo
sabes.

5
—¡Pero porque ya sabes lo ocupado que estoy! Entre las clases que imparto en la
academia y los entrenamientos tres veces a la semana, apenas tengo tiempo para estar en
casa por las tardes.
—Claro, y es a mí a quién le toca cuidar de la casa.
—¡Hombre, es que como comprenderás, yo no puedo con todo! —exclamó Ramón
con aire exasperado—. Y, además, si no fuera por mí, en casa no llegaríamos a fin de
mes. Ya sabes que con la ferretería no ganamos mucho.
—Eso no te lo discuto.
—Bien. Yo creo que sacrifiques un poco de tiempo por las tardes tampoco es
mucho pedir, digo yo.
—¡Pero si lo hago! Y a veces pienso que eres demasiado injusto conmigo.
—¿Injusto yo?
—¡Pues sí, Ramón! ¡Sí! ¡Si eres mucho más duro que papá y mamá!
—Álex, por favor, no me tires de la lengua, ya sabes que papá y mamá están
demasiado volcados en el trabajo y pasan de todo.
—Eso no es verdad.
—Sí es verdad. Ahora no te das cuenta y no quieres ver la realidad porque todavía
eres demasiado pequeño, pero con el tiempo te darás cuenta de la realidad. No me
malinterpretes, no te digo que papá y mamá no nos quieran, pero siempre han pasado un
poco de nosotros.
—Ellos se esfuerzan todo lo que pueden y lo hacen lo mejor que saben.
—Pues a veces me da la sensación de que podrían esforzarse un poquito más.
—Eres muy injusto con nosotros. Conmigo y con papá y mamá.
—No, no lo soy, te lo aseguro. Y con el tiempo me acabarás dando la razón. Y
ahora por favor cállate, que vamos a pasar ya por la puerta del colegio, y no quiero que
Alicia nos escuche discutir de nuevo. Ya sabes que le afecta mucho las discusiones.
Cuando llegaron a la casa, Álex fue directo a su hermano y le espetó:
—Una última cosa, Ramón; que sea la última vez que dices delante de mí que no
tenemos unos buenos padres. ¿Me oyes?
A Ramón le sorprendió cómo su hermano podía malinterpretar sus palabras.
—¿Cuándo he dicho yo eso?
—No lo has dicho con esas palabras, pero lo has dado a entender.
—Me parece que no has comprendido bien el concepto.
—No, el que no lo entiende eres tú.
—Pues a mí me parece que el que no lo entiende eres tú —respondió Ramón ya
algo alterado—. Es más, te diré una cosa. Papá y mamá ni siquiera tenían pensado traer
tantos hijos al mundo.
—¿Qué dices?

6
—Lo que oyes. ¿En serio crees que con el sueldo que ganan querían traer tres hijos
al mundo? De hecho, cuando mamá se enteró de que estaba embarazada de Alicia fue un
tremendo disgusto para ella y para papá. Si con lo que ganaban ya les costaba alimentar
a cuatro bocas, imagínate a otra más. Alicia nunca fue deseada.
Entonces, la pequeña Alicia, que se había quedado detrás de la puerta de la cocina
escuchando cómo discutían sus hermanos otra vez, salió de su escondite y salió delante
de ellos.
—¿Mamá y papá no me quieren?
Y una inocente lágrima recorrió su mejilla.

7
Capítulo 7

Primavera de 1997 (Presente)

“La importancia de la lealtad”

—¡Hola Daniela! —le saludó Ramón con su encantadora sonrisa.


—Hola Ramón —le saludó Daniela devolviéndole una pequeña sonrisa.
Él era un chico realmente dulce y cautivador, al igual que la hermana de Daniela.
Ésta última siempre había opinado que los dos hacían una pareja de miedo.
El chico tenía una manera de sonreír hipnotizadora, con sus hoyuelos y su delicada
y simple curvatura. Sus ojos marrones brillantes y enormes no le quitaban el ojo de
encima a aquella joven.
—¡Qué de tiempo que no te veía! ¡Y no sabes lo que me alegra encontrarte! —le
dijo él sin parar de sonreír— ¿Qué tal? ¿Todo bien? ¿Y tu padre?
Daniela esbozó una tímida y escueta sonrisa y le dijo:
—Bien. Los dos estamos bien. Gracias por preguntar. ¿Y a ti cómo te va todo?
—Me alegro mucho —respondió el joven francamente—. Pues yo acabo de salir
de entrenar. Y bueno, estos días de mudanza ya que hace un par de días me he mudado
por fin a una pequeña casita de por aquí.
—¿Te independizas? Guay. Me alegro. ¿Y te vas a vivir tú solo, o con alguien
más?
—Yo solo. Ya tengo las llaves y todo. De hecho, iba de camino hacía allí ahora
mismo, ¿quieres acompañarme? —le preguntó—. Si no estás ocupada, claro.
—Vale —respondió Daniela encogiéndose de hombros—. Me da igual. Pero
tampoco puedo estar mucho tiempo.
—No pasa nada. Con que me hagas compañía un rato me sirve —le dijo él con su
particular amable sonrisa—. ¿Te apetece?
—Vale. Sí —contestó ella sin más.
Daniela le siguió y emprendieron juntos el camino.
Estuvieron conversando animadamente poniéndose al día después de todo este
tiempo sin verse y a los veinte minutos llegaron a la casa del chico.
Durante el trayecto, éste le contó que después de lo de su hermana no había vuelto
a estar con nadie de manera formal. Le confesó que todavía no había conocido a ninguna
chica que se pudiera comparar con Carolina. Daniela, a decir verdad, se había emocionado
por la forma en la que él hablaba de su hermana y el brillo que se le ponía en los ojos cada
vez que hablaba de ella. Se podía apreciar el inmenso cariño que aún le profesaba.
—Lo cierto es que si tuviera novia me mudaría con ella, pero como tampoco busco
nada ahora mismo, pues estaré solito. Aunque en realidad, si te soy sincero, me gusta la
idea. Con mi espacio y a mi rollo.
—Si, entiendo muy bien de lo que hablas. Yo también soy bastante celosa de mi
intimidad y de mi espacio.
—Es agradable hablar con alguien que se parezca tanto a ti. Me resulta muy fácil
hablar contigo.
—Sí, es agradable —dijo Daniela tímidamente—. Y, bueno, entonces, ¿hace
cuánto que no sales con nadie?
—Pues… desde lo de tu hermana, para ser exactos —le confesó él.
—¿No sales con nadie desde lo de mi hermana?
—Así es.
—¿Desde hace seis años?
—Exactamente.
—Pero… ¿cómo puede ser eso posible? Quiero decir, seguro que habrás tenido
muchas oportunidades.
—Tampoco te creas. A ver, no me malinterpretes. De vez en cuando tenía mis
aventuras, pero nunca pasaba nada más allá. Todavía no he sentido por nadie lo que sentí
por tu hermana.
—Algún lo harás. Estoy segura —le aseguró Daniela con una afable sonrisa.
—¿De verdad lo crees?
—Por supuesto que sí. Siempre te he considerado un buen partido.
—Ah, ¿sí?
—Sí. Me encantaba verte con mi hermana. Me gustaba veros juntos. Erais
realmente adorables. Algo empalagosos, pero adorables —añadió Daniela en tono jocoso.
—¡Pues bienvenida a mi dulce y humilde morada! Sé que no es muy grande que
digamos, pero para mí solo está bien, ¿no crees?
—Sí. Está bastante bien. Me gusta.
Y lo decía con total sinceridad. Era cierto que no era para nada grande, pero era
bonita y muy acogedora. He de decir que el chico tenía buen gusto decorando. A la joven
le agradaba su estilo.
Por fuera toda la casa estaba construida de cuarcita de color marrón y blanco. Por
otro lado, en la fachada se situaba un camino de piedras preciosas de mármol de color
crema marfil que te llevaba hasta el umbral de la puerta. La decoración te alegraba la
vista.
—Desde luego tienes buen gusto decorando. Eso no se puede negar.
—Muchas gracias —respondió él con una mirada tímida—. Sé que todavía me
faltan muchos muebles y trastos por poner, tanto en el salón como en las habitaciones —
comentaba alegremente el chico—. Pero por ahora va cogiendo buena forma. ¿Quieres
que te enseñe mi habitación? Es la que mejor tengo decorada ahora mismo. Está arriba.
—De acuerdo —respondió Daniela encogiéndose de hombros.
La habitación tampoco estaba muy amueblada que digamos. Tenía solo la cama,
un par de posters de los Beatles colgados en la pared, justo enfrente de la cama y una
estantería larga y grande vacía. Daniela no tenía ni idea de lo que colocaría ahí. Tampoco
es que lo conociese demasiado como para saberlo. Y lo cierto era que no le interesaba en
demasía en conocerle.
—La cama no es muy grande, pero es muy blanda y cómoda. Deberías probarla
—sugirió él.
A partir de este punto sus sugerencias le estaban empezando a parecer algo
sospechosas y a incomodarle. ¿Sentarse en su cama? ¿Para qué? ¿Con la intención de
qué? Suspiró y rezó mentalmente para que sus sospechas no fueran ciertas y solo fueran
imaginaciones suyas. Que simplemente se había vuelto paranoica y ese chico no se le
estaba insinuando ni estaba intentando nada con ella.
Aunque no estaba entendiendo nada en ese preciso momento, ni cómo había
acabado en compañía de Ramón Torres, ni mucho menos todavía el cómo había
terminado en su cama, accedió a hacerle caso.
—Sí, es bastante cómoda. Aquí cogerás el sueño sin problema —puntualizó
Daniela.
—Se duerme bien, no me puedo quejar.
Intentando cambiar de tema apresuradamente, Daniela focalizó la vista en un
retrato que estaba colgado en la pared justo en medio de los dos posters de The Beatles,
enfrente de la cama y arriba del escritorio. Se trataba de un retrato de Ramón echo con
cartulina.
Ramón alzó la vista y observó el dibujo al que se refería la chica. Sonrió ante el
recuerdo que había detrás de aquel retrato tan especial para él.
—¿Y ese dibujo? ¿Quién te lo hizo? —inquirió Daniela.
—Me lo hizo Esperanza —respondió él aún con la pequeña sonrisa en los labios
a la vez que se apreciaba nostalgia en su mirada—. Era una de las señoras mayores a las
que ayudaba en la residencia.
—¿En una residencia de ancianos?
—Sí. Antes solía hacer en mi tiempo libre talleres en residencias de ancianos.
—Eso te honra mucho como persona y dice mucho de ti. Y el dibujo es realmente
bueno. Y bonito.
—Era toda una artista. Y ese regalo es lo único que me queda de ella.
—Lo siento. Se ve que la apreciabas mucho.
—No te preocupes —respondió él negando con la cabeza—. Bueno, ¿quieres algo
de comer? ¿o de beber?
—No, gracias. Estoy bien así.
—Vale. Yo voy a bajar a por un acuario. Ahora venga —dijo él mientras salía por
la puerta.
Daniela se limitó a asentir con la cabeza y a observar con detenimiento aquella
habitación aprovechando que Ramón estaba abajo. Ella pensaba que una habitación te
podría decir mucho acerca de una persona. Este chico por ejemplo tenía su habitación
generalmente ordenada, limpia y poco vacía. Lo que ella deducía de forma superficial que
era una persona cuidadosa, pulcra y le gustaban las cosas escuetas y que no estuvieran
demasiado recargadas. Era cierto que conocía a aquel de chico desde hacía ya tiempo,
pero nunca lo había conocido en profundidad. Durante la relación sentimental con su
hermana tampoco pasaba por casa, y, cuando lo hacía, Daniela solía estar metida en su
habitación a su completa bola haciendo sus cosas. Y las veces que estaba con él o jugaban
a juegos de mesa en familia, veía alguna película clásica con Carolina o compartían gustos
de música.
Ramón interrumpió los pensamientos de Daniela cuando entró en la habitación
con un acuario de limón en la mano.
—¿Te gusta entonces? —le preguntó él.
—¿El qué?
—La habitación.
—Eh, sí, está bastante bien. Tiene unos colores suaves que me gustan mucho y la
distribución también me gusta. Sorprendentemente está todo perfectamente colocado.
—¿Por qué lo dices?
—Sinceramente no me esperaba que lo tuvieras todo tan pulcro y
meticulosamente ordenado cuando te fueras a vivir a una casa.
—Eso te pasa por subestimarme.
Los dos se miraron y se rieron.
Él se le quedó observando fijamente a los ojos.
—Tienes los mismos ojos que…
—Mi hermana —le interrumpió ella—. Lo sé. La misma tonalidad azulada e igual
de pequeños. Lo sacamos de nuestra madre.
—Tenéis un gran parecido.
—No tanto, en realidad.
—Lo digo en serio. Aparte del parecido físico, tu hermana valía muchísimo y
conseguía cada cosa que se proponía. Estoy seguro de que tú eres igual que ella en ese
sentido.
—Tenemos algunas en común, naturalmente, somos hermanas, pero en lo general
siempre he considerado que éramos muy diferentes. Ella era un libro abierto y muy
transparente y confiada. Yo sin embargo soy un libro cerrado, reservada y desconfiada.
Éramos como muy iguales y distintas a la vez. Es… curioso.
—Es muy curioso, sí. Realmente erais un poco como la noche y el día, pero
compartíais las mínimas cosas para llevaros muy bien.
—Pues quédate con eso. Con los momentos buenos y especiales. Con su risa y su
sonrisa. Es lo que yo hago.
Daniela se estremeció y se sintió abrumada cuando le vino inopinadamente el
recuerdo de su hermana.
—Eso intento —susurró ella.
Ramón la abrazó y la estrechó entre sus brazos. Luego bebió un sorbo de su
acuario mientras ella lo observaba.
Él giró la cara y también la miró. Instintivamente, su mirada bajó hasta los labios
de la chica. Tenía unos labios muy bonitos.
Entonces, se mordió la boca y le preguntó:
—Oye, ¿puedo decirte una cosa?
Daniela temía que la situación no iba por buen camino. Con el agradable ambiente
que estaban creando entre los dos, la conversación se estaba tornando algo incómoda para
ella. Era demasiado intuitiva y sabía por qué camino iba la cosa.
—Sí. Claro —le contestó ella.
—Sin ánimo de ofender a tu hermana ni muchísimo menos… lo cierto es que
siempre me has parecido una chica bastante atractiva. Lo que quiero decir es que me
siento atraído hacia ti.
Entonces, acto seguido, posó cariñosamente su mano en el muslo derecho de la
chica y le echó una mirada de plena lujuria y de deseo.
Le quitó su mano de su muslo bruscamente sin pensárselo dos veces y se puso de
pie de inmediato.
—Yo… eh… oye, yo… no pretendía incomodarte…
—¡Cállate! —le espetó ella echa toda una furia—. Para esto querías llevarme a tu
casa, ¿no? Para poder llevarme a tu cama y acostarte conmigo, ¿verdad? ¿Pero cómo se
te ocurre? ¡No tienes vergüenza ninguna!
Acto seguido, no pudo controlar la rabia. La ira se apoderó por completo de ella
y le acabó propinando un guantazo, y se quedó bien a gusto. El chico se lo había ganado
a pulso. Cuando le sale la rabia es imposible controlarme. Me cuesta bastante controlar
mis emociones.
Echando humo por las orejas salió de la habitación lo más rápido que sus pies le
permitían y se iba dirigiendo hacia la entrada.
Ramón, como era de esperar, le seguía por detrás.
—¡Daniela! —le gritó él—. Yo… lo siento de veras… habré malinterpretado mal
tus señales.
—¿Qué? ¿Pero qué señales? ¡No ha habido ni una puta maldita señal! ¡Ni se te
ocurra intentar justificarte porque no tienes justificación ninguna! ¡Eres un sinvergüenza!
Cada segundo que pasaba iba aumentando la cólera de Daniela.
—Bueno, al querer venir a mi casa y luego a mi habitación… pues yo pensé que…
ya sabes… y lo mío con tu hermana ya pasó hace mucho tiempo…
Hasta que no aguanta más y acaba explotando. Y el furor y la exasperación le
brotaba a través de todos los poros de su piel. Parecía un tomate del color rojo que estaban
tomando sus mejillas.
—Me estás vacilando, ¿verdad? Me tienes que estar vacilando. Mira, hay una cosa
que se llama lealtad y el respeto, y que hay que cumplir pase el tiempo que pase, ¿sabes?
Pero por lo que veo tú no tienes ni idea de lo que te hablo. Y que te quede bastante clarito
que, aunque lleves a una chica a tu casa, eso ya no quiere decir que la chica quiera
acostarse contigo a no ser que ella te lo diga, ¿de acuerdo? Y si no estás del todo seguro
de si ella quiere, pues se lo preguntas directamente. Es así de simple y sencillo, ¿vale?
¿Por qué a algunos hombres os cuesta tanto entenderlo? Es algo super básico de
comprender, de verdad. No sé por qué no os entra en esa cabecita.
Él se quedó bloqueado y callado sin saber muy bien qué decir ni cómo afrontar
aquella incómoda y angustiosa situación. Se sentía horriblemente avergonzado. En cuanto
lo había hecho ya se había empezado a arrepentir lo más grande.
—Tienes razón. No pretendía ofenderte ni a ti y mucho menos a tu hermana. Ha
sido todo un mal entendido. Me avergüenzo mucho. De verdad. Te pido disculpas. Lo
último que quiero es que te sientas incómoda.
—Déjate de tonterías y no me cuentas historias, porque a lo mejor con otra te
sirve, pero conmigo te aseguro que no, ¿o te crees que por ser más pequeña que tú ya eso
quiere decir que sea una ingenua?
—No, yo… no quería…
—Cállate —le interrumpió ella de forma tajante—. No te quiero escuchar más.
Ahora mismo no me interesa nada de lo que tengas que decirme.
Daniela hizo el amago de marcharse, pero Ramón se lo impidió poniéndose justo
enfrente de ella.
—Daniela, por favor, escúchame. Yo… no sé muy bien qué es lo que me ha
pasado. No sé en dónde tenía la cabeza. No tengo ni idea de en qué estaba pensando, de
verdad.
—Oh, te aseguro que yo sí sé en qué estabas pensando.
A Ramón realmente le dolió el tono en el que se lo dijo y la mirada que le echó.
Daniela cruzó la habitación lista para irse de una vez de aquel lugar donde sentía
que sobraba y no estaba a gusto, pero Ramón le cogió el brazo.
—No te haces una idea de lo tantísimo que me arrepiento ahora mismo. Te lo juro.
Tienes que creerme.
—Me da completamente igual que te arrepientas, Ramón. ¿Qué más da que te
crea? Lo hecho, hecho está. Y nada ni nadie va a poder cambiar eso.
—Sí, lo sé, pero…
—Cállate. No te quiero escuchar más. ¿Acaso crees que pidiendo disculpas se va
a arreglar todo, que va a borrar lo que has hecho? ¿Sabes una cosa? Deberías sentirte
avergonzado. Se te debería de caer la cara de vergüenza. ¿Señales? Aunque te hubiese
mandado mil señales, ni se te debería haber pasado todo esto por la cabeza. Soy la
hermana de tu exnovia, la cual está muerta, por si no te acuerdas. No me puedo creer que
le faltes el respeto a mi hermana y a mi familia de esta manera. Para mí, ya no existes.
Así que a partir de ahora yo tampoco existo para ti.
Daniela abrió la puerta de la entrada y salió fuera, donde se encontraba el jardín.
Él se quedó de pie en la puerta de la entrada, con la mirada atónita, perpleja y avergonzada
puesta sobre ella.
—Y que te quede claro que no quiero volver a saber nada de ti. Nunca más en mi
vida. Así que ni se te ocurra escribirme o llamarme, porque no pienso responderte ni na
sola vez —le advirtió ella.
Y, por último, aunque no se sintiera muy orgullosa al haberlo dicho, a
continuación, ella le soltó:
—Cómo me alegro de que ya no estés con mi hermana.
Y al pronunciar aquellas palabras con toda la repulsión y cólera que pudo, dio
media vuelta y se marchó de allí dejando al chico solo, con la palabra en la boca y con el
rostro desencajado. Pero eso a ella no le importó. No podía aguantar ni un segundo más
en ese lugar y con ese chico. Realmente no daba crédito a lo ocurrido. Estuvo todo el
camino a la biblioteca echa toda una furia. Se sentía decepcionada y asqueada. La imagen
tan perfecta e idealizada que tenía de Torres, se le había cambiado por completo. Bajo su
punto de vista, ahora solo era un indecoroso más. Uno de tantos con los que se había
cruzado. Y lo peor de todo es que este indecoroso había estado anteriormente involucrado
sentimentalmente con su hermana. Sencillamente no se lo podía creer. Para ella la lealtad
era algo demasiado crucial y vital. Una de las cosas que te representa como persona. Que
te define como eres dentro y fuera de cualquier tipo de relación, ya sea familiar, amistosa
o amorosa. Además, la lealtad es tan importante tanto dentro de una relación como
después de que termine. Era algo inquebrantable. Una vez que sentías lealtad por alguien,
era algo que no se podía romper. Aunque ya no te llevases con dicha persona. Eso no
importaba. Porque todos los momentos vividos, tanto buenos como malos, todos los
secretos compartidos, y todos aquellos recuerdos que os unen mediante un hilo invisible,
se tenía que quedar únicamente entre tú y esa persona. Simplemente como un signo y
gesto de respeto y cariño por todo aquello compartido.
Capítulo 8

Primavera de 1991 (Pasado)

“La cara oscura del machismo I”

La mañana en la que ocurrió el trágico accidente Margarita Ramos se despertó con unas
notables ojeras y muy hastiada. No había conseguido conciliar el sueño hasta las tantas
de la madrugada a causa de los gritos y de los golpes que propiciaban sus padres, sobre
todo por las noches. Aunque, a decir verdad, la joven estaba más que acostumbrada a esa
fatídica rutina. Ya era algo más que habitual. Desde que tenía memoria, el matrimonio de
sus padres siempre había sido demasiado caótico e inestable. Vivían en un constante bucle
de altibajos todo el tiempo. Con ellos no había punto intermedio. O estaban muy bien, o
estaban demasiado mal. Desde pequeña había sido una víctima de su relación tóxica.
Cuando el padre estaba enfadado lo pagaba con ella o con la madre. Y, ésta última, como
se tiraba mañana y tarde trabajando, no le hacía demasiado caso a su hija ni tampoco se
interesaba mucho por su vida.
Pero aquella noche fue realmente insoportable. Estuvo inundada de gritos que
podían escuchar perfectamente hasta los vecinos de al lado. Pero así eran todas las noches.
Noche tras noche. Día tras día.
Así que, desesperada por no volver a coger el sueño de nuevo, Margarita decidió
levantarse de la cama y empezar el día. Aunque no quería levantarse. No querías
comenzar otro día más. Pero por desgracia para ella, no le quedaba otro remedio.
Se miró en el espejo del atractivo tocador de su habitación y se recogió su castaña melena
rizada y alborotada en una coleta, dejando algunos pelos sueltos por delante. Y, cuando
bajó a la cocina a desayunar, ya se encontraban sus padres sentados en la mesa. Su padre,
Eric Ramos, había sido sargento y desde hacía apenas un año y medio le habían ascendido

1
a teniente. Y su madre, Miriam Ramos, se dedicaba a limpiar casas por las mañanas y por
las tardes.
Su padre, con su melena castaña y corta hacia atrás se encontraba sentado en la
mesa leyendo un periódico. Su madre se encontraba sirviéndole un café a su padre. Tenía
su melena rubia oscura recogida en una coleta baja y llevaba puesto su habitual delantal
de cocina. Cuando Margarita la miró se percató de las visibles ojeras oscuras y moradas
que surgían debajo de la cuenca de sus ojos. Y, además, también se vislumbró en el cuello
de su madre un moratón en forma de arco, como si la hubiesen estrangulado fuertemente.
Margarita no necesitó nada más para saber qué fue lo que pasó anoche exactamente
cuando sus padres se gritaban el uno al otro.
Todos los días en la casa de la familia Ramos eran así. Discutían la mayor parte
de la noche, pero cuando se levantaban a la mañana siguiente, se despertaban como si
nada. A Margarita siempre le había parecido un hecho sumamente surrealista, sin
embargo, ya estaba más que acostumbrada y no le daba importancia.
Al entrar por la puerta de la cocina con semblante serio y cansado, sus padres
alzaron la vista para mirarla.
—Oh, buenos días cariño, ya estás aquí —le saludó su madre con una impecable
sonrisa—. ¿Te ha despertado el ruido que estamos haciendo?
—Mejor dicho, no me han dejado dormir vuestros gritos —repuso ella.
—Cielo, lo siento mucho. Seremos más cuidadosos la próxima vez.
Margarita se sentó y miró a su madre seriamente,
—Sabes que eso no es verdad. Lleváis toda la vida así. No vais a cambiar ahora.
Su madre, Miriam Ramos, le echó una mirada condescendiente y acarició con
suavidad un mechón rizado de su cabellera que sobresalía de la coleta.
—Lo siento, mi vida, intentaremos hablar más bajo por las noches.
—Bueno, Miriam, nuestra hija ya es lo suficientemente mayorcita como para
darse cuenta de que la vida no es todo de color de rosas y que los matrimonios discuten
constantemente —intervino el señor Ramos con brusquedad—. Eso es así. Que se vaya
haciendo a la idea.
—Si voy a tener un matrimonio como el vuestro prefiero morirme sola —
confesó ella escupiendo las palabras.
La señora Ramos bajó la mirada y puso una cara de extrema incomodidad.
—¿Y qué esperas entonces? —le espetó su padre—. ¿Tener un cuento de hadas?
¿Encontrarte con un príncipe azul que venga a rescatarte? ¡Por favor, pon los pies en la
tierra y date cuenta de la realidad!
—¡Yo no busco nada de eso! ¡Si te molestaras en conocerme un poquito, lo
sabrías! ¡No quiero una historia perfecta ni ideal, solo un hombre que me quiera bien y
me respete!

2
—Eh, bueno, cambiemos mejor de tema… —propuso la madre—. Querida, ¿qué
vas a hacer hoy?
—Eso. ¿Te piensas quedar otro día más sin hacer ni el huevo? Porque te
recuerdo que estás de exámenes.
—¿Es que ahora te preocupas mis estudios?
—¿Qué quieres decir? No has dejado de mandarme pullitas desde que has
cruzado esa puerta. ¿Se puede saber qué coño te pasa?
—Mira, papá, a mí no me pasa absolutamente. Al que le pasa es a ti.
—Ah, ¿sí? ¿El qué, si se puede saber?
—¿De verdad quieres saberlo?
—¡Sí, si quiero saberlo! ¡Venga! —exclamó Eric Ramos apretando los dientes.
Margarita se puso de pie y dio un golpe en la mesa con los nudillos.
—¡Pues que te tiras día tras día abusando de mamá psicológicamente y no paras
de macharla constantemente! ¡Siempre le estás echando en cara que apenas trae dinero a
casa y sabes perfectamente que se está matando por encontrar trabajo de lo que sea! No
todo el mundo tiene la suerte de que su padre pueda enchufarle en el trabajo, como hizo
el abuelo contigo, ¿sabes? Ella no lo ha tenido tan fácil para estudiar y para encontrar
trabajo. Y tú eso lo sabes más que de sobra. Y a pesar de ello eres tan miserable de
focalizar tu rabia y frustración contra nosotras.
Le podía sacar también el tema del abuso físico, pero no se atrevió con ese tema.
Sabía que hondar por esos pantanos era demasiado peligroso, y temía que utilizase toda
su agresividad contra ella. Ya había sido suficiente por hoy.
—¡Pero serás niñata! ¡No tolero que me hables de esa forma! —le chilló él sin
miramiento ninguno—. ¡Soy tu padre y te exijo un respeto!
Margarita no aguantaba ni un minuto más allí sentada. Sentía fatiga y estaba
exhausta. Dejó el desayuno, el cual apenas había probado bocado desde que se había
sentado en la mesa, y se levantó de la silla.
—Me voy a la ducha —indicó.
—¡Pero cielo, si te has dejado el desayuno a medias! Come un poco más —sugirió
su madre.
—No tengo hambre —respondió Margarita alejándose de la mesa.
—Déjala, que siga así —intervino el señor Ramos—. Ya verás que bien le va en
la vida.
Al escuchar aquello, Margarita se paró en seco y se dio media vuelta. Se acercó a
su padre y le señaló con la mano furiosamente.
—Mientras me vaya mejor que a ti, me conformaré.
Eric se lo tomó a risa y dejó escapar una risita.
—¿Qué tiene de malo mi vida?

3
—Que tienes una vida patética. Tú eres patético.
Entonces, el señor Ramos frunció el entrecejo y en sus ojos se podía observar la
verdadera furia. Levantó la mano y le propició un guantazo. Margarita no se lo vio venir.
Ella se quedó inmóvil ante él, mientras la madre ahogaba un sollozo con la mano y
aguantaba las ganas de llorar.
Le echó una última mirada a su padre, y velozmente hasta el cuarto de baño de
arriba y se encerró allí. Desde ahí podía escuchar como sus padres discutían a voces
nuevamente.
Ella decidió olvidarse de todo, calmarse y darse una ducha fría para dejar de
temblar. Cuando salió de la ducha y se puso la toalla, se colocó delante del espejo y
observó que la marca del guantazo de su padre seguía allí. Una lágrima brotó de su ojo.
Se la secó con la mano e intentó deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.
No era la primera que su padre le ponía la mano encima, y era plenamente consciente de
que tampoco iba a ser la última vez.
Se puso un camisón y se quedó encerrada en su habitación esperando a que sus
padres se marcharan a trabajar para hacer lo que solía hacer los fines de semana cuando
se quedaba sola en casa.
Así que en cuanto escuchó la puerta de la entrada cerrarse, se levantó de su cama
y fue directa hasta su escritorio para coger su bolso negro. Revolviendo entre sus cosas,
encontró lo que estaba buscando. Al lado de una caja de condones, estaba un paquete de
cigarros, del cual cogió uno y empezó a fumar. No le agradaba el sabor del tabaco, pero
le calmaba siempre los nervios. Después, cogió su portátil y volvió a sentarse en su cama
con las piernas cruzadas. Encendió el portátil y se metió en la página de siempre y
comprobó que el chico con el que hablaba últimamente se había conectado ya. Los días
anteriores solían hacer videollamada sobre esta hora.
Pinchó en su chat y luego le dio al botón de videollamada. Mientras esperaba a
que el hombre se conectara le dio otra calada al cigarro.
Apenas a los cinco segundos, un hombre apuesto de aparentemente treinta años
aparecía instantáneamente en la pantalla. Tenía el pelo corto, estaba afeitado y no llevaba
camiseta. Sus generosos y considerables músculos se podían apreciar a través de la
pantalla.
—Hola preciosa. ¿Qué tal? —saludó el hombre con una deslumbrante sonrisa.
Tenía una voz grave y sensual.
—Muy bien, guapo. Con ganas de jugar, ¿y tú? —confesó ella directamente
mientras se ponía un dedo en el labio de manera lujuriosa.
—Yo hoy también estoy juguetón —respondió él con una sonrisa burlona.
—Pues juguemos entonces, bombón —le propuso ella juguetona.

4
—Estás preciosa hoy, más de lo habitual. Pero estarías mucho más guapa en
sujetador y en braguitas —le sugirió el hombre mientras le echaba una mirada lasciva.
Ella sonrió lujuriosamente a la pantalla y se subió el camisón, quedándose
únicamente en sujetador y en bragas.
Entonces, la puerta de su habitación se abrió repentinamente, y ella se bajó el
camisón lo más rápidamente que pudo e instintivamente bajó la pantalla del portátil y
dejó el cigarrillo a un lado.
Eric le miraba con el ceño fruncido y con un gesto escalofriante y profundamente
severo.
—¿Qué coño estás haciendo? —profirió.
—¿Papá? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿No deberías de estar de camino al trabajo?
—He vuelto para coger unos informes que se me habían olvidado en mi despacho.
Pero esa no es la cuestión. ¿Me puedes explicar que cojones hacías delante del portátil
prácticamente desnuda?
Ella puso un semblante serio y se colocó de pie delante de las narices de su
progenitor.
—¿Se puede saber qué me he perdido? ¿Es que ahora te preocupas por la vida de
tu hija?
—No me vaciles, niña. Soy tu padre y me debes un respeto, ¿te enteras?
—Perdona, pero yo a ti no te debo nada, y mucho menos respeto —escupió— ¿Te
enteras? ¿Por qué tengo que darte algo que tú no me das a mí ni a mamá?
—¡Deja de vacilarme! ¡Puta niñata de mierda!
A continuación, Eric le propinó un guantazo a su hija y le cogió del pelo, tirando
de su cabeza fuertemente.
Margarita gimió y le gritó desesperadamente con lágrimas en los ojos que la
soltara.
—¿Es que te parece bonito? Estar zorreando con tíos por internet ¿eh? ¡Ahora
resulta que mi hija es una pedazo de zorra y yo no tenía ni idea!
Y le dio otro guantazo más. Y otro más. Y un puñetazo en el ojo. Y Margarita no
pudo hacer nada por evitarlo. Sus lágrimas seguían cayendo por sus mejillas. Se sentía
abatida. Ya no tenía fuerzas para seguir peleando con su padre. Además, tenía todas las
de perder con él.
—Y da gracias a que no te rompa el portátil. Porque a la próxima que me toques
los huevos y te vea zorreando, te lo tiro por la puta ventana, que te quede bien clarito. O
mejor aún, cojo un puto martillo y lo destrozo delante de tus narices. Y reza para que no
acabe el martillo también en tu cara.
Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Margarita.

5
Intuitivamente, Eric echó una mirada por toda su habitación hasta que sus ojos
dieron con el cigarro, que aún estaba encendido.
Y una furia más furtiva y peor que la anterior lo dominó. Y se dejó llevar por ella.
La rabia lo cegaba. Y no veía más allá.
—No te es suficiente con ser una cacho guarra que encima también eres una puta
fumeta de mierda.
Margarita no dejaba de temblar. Ese hombre la aterrorizaba más que cualquier
cosa en el mundo. Pero con todo el coraje y atrevimiento que pudo, pronunció:
—Cállate.
—¡¿Que me calle?! ¿¡Que me calle!?
Se fue violentamente hacia ella, se colocó justo enfrente y puso el cigarro en la
parte derecha de la espalda de su hija, abrasándole la piel.
Y mientras le quemaba, sus ojos oscuros y fríos penetraban en ella, intimidándole
con fuerza. Margarita no percibió ni un atisbo de cordura ni de bondad en su mirada. Solo
odio. Y más odio.
Margarita gimió de nuevo y soltó un sonoro chillido. Estaba en estado de shock.
Seguía llorando. Pero ya no notaba las lágrimas. No notaba el dolor. No notaba la
quemazón. No notaba ya nada físico. Solo era capaz de sentir lo emocional. Todo ese
dolor que apretaba su organismo y encogía su corazón era lo único que podía sentir en
ese momento.
Al chillar, Eric tapó la boca de su hija con la mano. Y miraba fijamente sus ojos
color avellana.
—No te servirá de nada que grites. Tu madre no está aquí. No vendrá a socorrerte.
Una sonrisa de lo más malévola se asomaba en el rostro de Eric. Dio tal empujón
a su hija que hizo que se cayera al suelo y, antes de salir por la puerta, le dijo:
—¿Y sabes una cosa? Creo que te equivocaste al llamarme patético. Porque a mí
me parece que aquí la única patética eres tú. Solo hace falta que te eches un vistazo.
El padre seguidamente se marchó de la habitación y ella se quedó tirada en el
suelo durante unos eternos segundos que le parecieron horas, intentando asimilarlo todo.

6
Capítulo 9

Primavera de 1997 (Presente)

“El refugio de los libros”

Daniela se dirigió hacia lo único que sabía calmarla y darle la paz y tranquilidad que
necesitaba, su safe place: los libros. Le fascinaban las historias y la información. Todo lo
que estuviera relacionado con cultivar y alimentar su mente le maravillaba
fervientemente.
Al entrar en la biblioteca, dejó escapar un leve suspiro e intentó tranquilizarse y
aclarar sus ideas y pensamientos. Lo que había ocurrido hace unos minutos le había
dejado muy inquieta.
—Hola señora Villalba —saludó con amabilidad a la bibliotecaria en cuanto la
vio.
Se encontraba leyendo una revista tal y como me esperaba. Al escuchar mi voz,
levantó la vista y me dedicó una de esas sonrisas tan entrañables que solía dedicarme cada
vez que me veía. En mi ciudad casi todo el mundo conocía la gran tragedia que me había
sucedido años atrás. Al parecer, su familia era muy querida por todo el barrio. Y cuando
ocurrió la espantosa tragedia, todo el barrio se quedó conmovido y consternado. Y con
razón. Su madre y su hermana tenían un gran corazón puro, dulce y sincero. Daniela
también lo tenía, por supuesto. Aunque, a diferencia de ellas dos, a Daniela le costaba
más demostrarlo, ya que daba la imagen de ser una persona distante, reservada y fría. Era
como una especie de coraza.
Desde el accidente, la mayoría de las personas de la ciudad se habían vuelto de lo
más afables y encantadores con ella y su padre. Como es natural, también le solían tratar
con lástima y dedicarle miradas de pena y de consuelo. Maximiliano lo sobrellevaba

1
mejor, pero la muchacha cada vez lo soportaba menos. Lo detestaba con toda su alma a
más no poder.
Lo cierto es que la bibliotecaria era una de las mínimas personas decentes que no
le trataba con lástima. Esa era una de las razones por las que le agradaba. Era una de las
pocas personas de la ciudad que era consciente de que ella se estaba convirtiendo en una
adulta y no necesitaba compasión ni consuelo ni misericordia ni nada de eso.
Aparte de que era amable con Daniela sin salirle forzadamente, a Daniela también
le agradaba mucho aquella inteligente señora. Eso se notaba. Incluso se podría decir que
éramos amigas a pesar de la diferencia de edad. La conoce prácticamente desde que tiene
uso de razón y de memoria, por lo que el patente cariño y afecto que se tenían y que la
mujer había tenido desde siempre a la familia Sans era más que evidente. Cuando,
desafortunadamente, se fueron al otro mundo la señora Sans y su hija mayor, la señora
Villalba solía ponerse en contacto con el señor Sans de vez en cuando y, cuando se
animaba y tenía días buenos les hacía a Maximiliano y a Daniela dulces y bizcochos con
todo su enorme amor y cariño. Desde luego, la señora Villalba era de los pocos apoyos
con los que podía contar Daniela en su ciudad.
Los señores Sans llevaba a la biblioteca a sus dos hijas desde que eran muy
pequeñas y les obligaba, por así decirlo, a enfrascarles en los libros. Básicamente, desde
que las dos hermanas aprendieron a poner en funcionamiento su cabeza y supieron
realizar las tres cosas vitales y básicas de cualquier ser humano: hablar, escribir y leer.
Los progenitores de las hermanas Sans querían tener unas hijas cultas, inteligentes e
ingeniosas. Y lo consiguieron, de eso no cabía duda alguna. Se podría decir que gracias
al esfuerzo que pusieron sus padres, las dos hijas se hicieron aficionadas a los libros:
Carolina sobre todo aquellos que eran de enfermería, medicina o ciencia; y Daniela, por
su parte, aquellos que trataban sobre psicología, literatura, novelas clásicas y arte. Pero,
sobre todo, aquellos escritos por mujeres y que hablaban sobre las mujeres en la historia.
También era una aficionada de las novelas de romance. De hecho, una de sus novelas
favoritas de todos los tiempos era Orgullo y prejuicio. Es más, se encontraba en su top 5
de novelas románticas favoritas. No se consideraba una chica obsesionada por el
romanticismo y el amor verdadera ni nada de eso, de hecho, era exactamente todo lo
contrario y lo llegaba incluso a considerar un poco absurdo y ridículo, pero sí que le
llegaba a agradar en demasía las novelas románticas y todo lo que estuviera relacionado
con escritos románticos. Y le gustaban aún más los hombres descritos por mujeres en los
libros.
—Buenas tardes muchachita —le saludó la bibliotecaria al momento de
percatarse de su presencia—. Me alegra mucho verte hoy por aquí. Ya hacía un par de
semanas que no te veía y empezaba a preocuparme por ti. ¿Cómo estás?

2
—Bien, estoy bien —respondió ella sonriente—-. Estas últimas semanas he estado
un poco ocupada. Y hoy está siendo un día un poco raro, si te soy sincera, pero muchas
gracias por preguntar. ¿Y tú cómo sigues de lo tuyo?
Con toda la confianza que la mujer y la joven tenían ya a estas alturas, el tuteo
entre ellas se había convertido en algo inevitable con el paso del tiempo.
La señora Villalba era una señora majísima y maravillosa de unos sesenta años a
la que desafortunadamente hacía como veinte años le habían diagnosticado la enfermedad
de la osteoporosis. Es una enfermedad de los huesos que se caracteriza por el
adelgazamiento y debilitación del mismo. Hace que los huesos se vuelvan frágiles y se
quiebran con facilidad, en especial los de la cadera, espina vertebral y muñeca. Solo en
España ya afectaba a más de tres millones de persona podría desarrollar esta horrible
enfermedad, suele ser más común en mujeres adultas mayores.
Aunque tristemente la pobre mujer bibliotecaria empeoraba conforme pasaban los
años, gracias a los avances y progresos médicos de los que se podían gozar y a toda la
medicación que se tomaba diariamente asignada por su médico, le hacía más o menos
llevadera la enfermedad. Naturalmente, tenía semanas mejores que otras.
La reflexión que Daniela sacaba de eso, junto como mi dilema diario y tragedia
familiar, es que a la gente buena le acaban ocurriendo cosas o situaciones que no merecen
ni de lejos. Así se supone que es la vida, pensaba ella. Nadie, absolutamente nadie, se
libra de las injusticias. Todos y cada uno de nosotros estamos condenados a ellas, por
mucho que nos pueda disgustar y por mucho bien que prediquemos.
—Bien —respondió ella—, hoy gracias a dios tengo un buen día. No me han dado
muchos dolores esta noche. Gracias por preocuparte, querida.
—Me alegra mucho escuchar eso. De verdad. Qué bien que la nueva medicación
te esté haciendo un poco más de efecto —comentó Daniela muy alegremente—. Y
bueno… dime… ¿ha llegado ya? —preguntó la chica impaciente dando palmadas con las
manos.
La bibliotecaria sabía perfectamente a lo que ella se estaba refiriendo. A veces,
cuando tienes tanta afinidad y feeling con una persona, solo era necesario una única
mirada para entenderos.
Desde hacía un par de meses Daniela estaba enganchadísima a una novela de
suspense psicológico que llegaban a las bibliotecas cercas de la ciudad y alrededores
repartidas en varias partes. Se titulaba La criada, la esposa y la amante y trataba sobre
un triángulo amoroso envuelto en un doble asesinato de la esposa y la amante. Estaba a
punto de descubrirse quién era la asesina o el asesino y estaba ansiosa a más no poder por
averiguar quién era. Todo apuntaba a que era la criada en un ataque de celos, ya que se
encontraba secretamente obsesionada por el protagonista, un poderoso, atractivo y
peligroso hombre de negocios.

3
Cada dos semanas aproximadamente solía llegar una parte nueva. Ella ya iba por
la tercera parte, por lo que le quedaba por leer la otra mitad. Y, por supuesto, su buena y
fiel amiga bibliotecaria se lo guardaba cada vez que llegaba, para que fuera la primera
persona en leerlo. Sabía que no podía permitirse pagarlo, así que le hacía un gran favor y
se jugaba su puesto de trabajo dejándole llevar cada parte nueva que llegaba a su casa.
Estaba segura de que si alguien que también trabajara allí descubriese lo que estaba
haciendo, la despedirían por muchos años que llevase trabajando en ese sitio. Y a pesar
de aquello, se la jugaba por aquella por aquella muchacha que tanto quería.
«Estaba en deuda con ella. Lo cierto es que tanto ella como mi familia eran la viva
imagen de que la gente buena existía de verdad y que no era un mero mito. Y que te la
podrías encontrar en cualquier lugar. Aunque lo mismo debe ocurrir con la gente mala,
me imagino. Nunca sabes lo que te puedes encontrar por ahí. A veces se tiene suerte, y a
veces no tanto. Lo que estaba claro es que había que estar en todo momento alerta y tener
cuidado», decía Daniela.
—Mmm… ¡Sí! —le respondió la señora Villalba con una sonrisilla traviesa en
los labios—. Justo antes me acaba de llegar. Estás de suerte hoy, muñeca.
—¡Genial! ¡Por fin! —exclamó entusiasmada chocando las palmas y con una
sonrisa de oreja a oreja.
Entonces la señora bibliotecaria miró con detenimiento hacia ambos lados, para
asegurarse de que nadie estaba les estuviera observando, se humedeció la boca con la
lengua y de un pequeño cajón situando a la izquierda de su escritorio se sacó la tan
esperada novela.
—¡Gracias, Esperanza! ¡Eres la caña, de verdad te lo digo! ¡Prometo compensarte
por todo esto algún día! ¡Hasta luego!
La chica le dedicó una última sonrisa, se dio la vuelta y subió las escaleras. Se
metió en la segunda sala girando a la izquierda, que era dónde siempre solía meterse, ya
que era de las pocas salas que no solía abarrotarse de gente, y se sentó en el primer sitio
que vio libre.
Empezó a ojear la novela y se enfrascó en ella completamente durante poco más
de media hora.
Entonces unas manos se posaron sobre sus hombros y se sobresaltó por un
momento. Daniela se frotó los ojos y se incorporó.
Era la bibliotecaria. Se había colocado delante de su cuerpo de visión y me estaba
hablando.
—Oye, cielo, pronto se va a hacer de noche —le comentó señalando con la mano
hacia una de las ventanas, en la cual se podía apreciar que ya se había ido casi por
completo toda la luz del día. Será mejor que te marches ya. No vaya a ser que te coja la
noche y vayas tú por ahí sola.

4
Daniela realmente valoraba y apreciaba la preocupación de ella hacia su persona,
pues sabía que estaba siendo genuina, pero no le comentó nada al respecto. La mujer
siempre se preocupaba de que a Daniela no le cogiera la noche y se fuera de allí temprano.
—¿Qué? Vaya, he debido de quedarme dormida. ¿Puedes decirme qué hora es?
—Claro, cielo —la señora le echó un vistazo rápido al reloj que llevaba colocado
en su muñeca derecha y alzó la vista para volver a mirar a la muchacha—. Pues ahora
mismo son casi las ocho y media.
—¿Qué? ¿Las ocho y media? —inquirió incrédula—. No me puedo creer que haya
estado durmiendo casi una hora y media y ni me haya dado cuenta.
—Bueno, supongo que estarías muy cansada, querida —le respondió la
bibliotecaria con una cálida sonrisa.
—Sí. Supongo que sí —respondió la chica encogiéndose de hombros.
Sí que llevaba un par de noches sin pegar mucho ojo. Y hoy se había notado más
que otros días. Lo cierto era que tenía ciertos asuntos que no le dejaban dormir y que se
paseaban por su mente hasta las tantas de la noche: la universidad, el dinero, su incierto
futuro… Ella era de las que les daba mil vueltas a las cosas. Sobre todo, cuando se
acostaba en la cama por las noches.
Daniela se despidió brevemente de esperanza, cogió la novela, la metió en su
mochila y salió de la biblioteca, la cual ya le faltaba muy poco para cerrar, aunque luego
abrían otra vez en horario nocturno —excepto los fines de semana, en los cuales solo se
encontraba abierta para los estudiantes de universidad—, desde las diez y media hasta las
dos de la mañana. Daniela normalmente solía ir solo por las tardes como dos o tres veces
a la semana, a no ser que estuviera demasiado aburrida por las noches y no tuviera nada
mejor que hacer y quisiera despejarse un poco de todo y de todos. Aunque estas dos
últimas semanas no había ido. No había salido mucho de casa. No le había apetecido.
Cuando cruzó la puerta de la entrada de la biblioteca se percató en seguida de que
se había quedado leyendo por la mitad de la novela. Justo ahí se debía de haber quedado
dormida. Había soñado brevemente con las cálidas manos de su madre, que le acariciaban
cariñosamente la cabellera. Y con su preciosa y enternecedora sonrisa, la cual nunca más
volvería a ver.
Intentó olvidar el sueño y desechar con todas sus fuerzas ese último pensamiento
de su mente. Porque como pensara en el sueño, entonces se echaría a llorar y no pararía.
Cuando entró por su casa, su cara cambió por completo. Pasó de un semblante
triste a una sonrisa de oreja a oreja automáticamente cuando vio a su amiga conversando
tranquilamente con su padre en el salón. Ya ni se acordaba de que le había invitado a
cenar.
Las dos amigas se abrazaron al verse.
—¡Judith! ¡Ya estás aquí! ¿Has estado esperando mucho?

5
—No mucho. No te preocupes por eso. Además, tu padre es un gran conversador.
—Eso no te lo discuto —respondió Daniela sonriente.
Prepararon la mesa entre las dos y cenaron animadamente, degustando con ansias
la pasta y después el helado, tal y como había prometido Maximiliano. Luego las chicas
se subieron a la habitación y se quedaron hasta las tantas compartiendo risas y secretos
propios de la complicidad entre dos buenas amigas.

6
Capítulo 10

Otoño de 1992 (Pasado)


“La cara oscura del sufrimiento”

El hecho de perder a un miembro familiar bastante importante, aún sobre todo en la niñez,
o incluso en la preadolescencia, como puede ser tu madre, o tu hermana, puede acarrear
muchos desequilibrios, trastornos y traumas.
Ya había pasado un año desde el accidente, y Maximiliano se percató de que la
única hija que le quedaba, la más pequeña, seguía estando realmente deprimida. Apenas
sonreía. Apenas se reía. Apenas comía. Apenas lograba comunicarse con él. Ella ya no se
abría con nadie. Se había cerrado completamente en banda. Se había encerrado en ella
misma.
No hacía las cosas normales y corrientes que hacen las niñas de trece años. No iba
al parque con sus amigos, o a al cine, o a tomar un helado. Se quedaba todo el rato en
casa sin hablar con nadie, estudiando, escuchando música o escribiendo.
No había sabido cómo enfrentar lo ocurrido. Y estaba claro que necesitaba ayuda
psicológica. Porque no sabía cómo se podía seguir hacia adelante si dos de las personas
que más amabas en el mundo no iban a regresar nunca más.
No sabía cómo se suponía que tenía que superarlo. Y seguir con la vida como si
no hubiera pasado nada. Como si tal cosa. Como si no le hubiesen arrancado un pedacito
de su alma y de su corazón, los cuales nunca podrá recuperarlos. Como si no sintiera
vacía. Con una presión constante en el pecho que la ahogaba y le dificultaba respirar.
Y tenía que levantarse un día más. Tenía que ir a clases. Tenía que actuar con los
demás con normalidad. Tenía que hacer vida normal. Tenía que hacer como si nada
pasara. Como si no hubiera perdido a las dos personas que más quería en el mundo. Como
si no sintiera que se ahogaba a cada momento. Como si no sintiera ese dolor agudo y
constante en el pecho. Como si no sintiera que todo su cuerpo le pesaba. Como si no
tuviera que hacer un esfuerzo cada día por levantarse. Como si no deseara cada mañana
no despertar. Y quedarse en un sueño profundo. Para siempre. Para así no sentir nada. Ni
dolor. Ni tristeza. Ni emoción.

1
Con pesar, se levantó a las siete de la mañana cuando sonó el despertador, como
todas las mañanas.
Se metió directamente en el baño para enjuagarse la cara y asearse. Se echó un
vistazo en el espejo y se quedó contemplando su propio reflejo durante un instante. Tenía
las mismas cuencas oscuras debajo de los ojos que tenía desde hace un año. No podía
descansar bien. No desde que ocurrió el accidente.
Y también se notaba cada vez más delgada. Pero no le importaba. Le daba igual.
Ya le daba todo igual. Todo, excepto una cosa: los estudios. Se había vuelto una obsesa
del estudio. Se había propuesto ser la número uno de todo el instituto. Y estaba dispuesta
a conseguirlo. Eso era ahora mismo lo único que ocupaba su mente: los estudios.
En el recreo cogió un zumo y un bocadillo, como hacía habitualmente. Aunque
apenas probó bocado.
—¿No te vas a comer el bocadillo?
—No tengo mucha hambre hoy.
—Nunca te veo comiendo nada.
—Ya… es que, últimamente, no tengo hambre. Se me ha cerrado un poco el
estómago.
Su amiga la miró algo preocupada y colocó su mano encima de la de Daniela.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó.
—Sí, sí. No es nada —respondió Daniela negando con la cabeza.
Cada vez que le preguntaban aquello, tenía que mentir. Era más fácil asentir con
la cabeza y responder lo que todo el mundo espera que respondas.
En las clases siguientes se dedicó a dibujar en un cuaderno que se traía cuando se
aburría de las clases. Ya se había estudiado lo que estaban dando aquel día, ya que ella
siempre intentaba ir por delante, por lo que no prestaba atención a las explicaciones de la
profesora.
Ruth, la profesora, se percató de aquello. Ya llevaba varias semanas pendiente de
Daniela. Era una alumna excepcional y brillante, tal y como lo había sido su hermana, a
la cual también le había dado clase.
Ella conocía a la familia Belmonte. Había hablado en bastantes ocasiones con los
padres de Daniela y Carolina, en tutorías y en despedidas de graduaciones. Sabía que era
una familia ejemplar, y que lo ocurrió les destrozó por completo. Y le daba una terrible
pena.
Siguió dando las lecciones hasta que tocó el timbre y se despidió de sus alumnos.
—Bueno, chicos, recordad estudiar para el examen que tenemos la semana que
viene. Podéis iros ya. Todos, excepto Daniela —puntualizó.
La mencionada, que ya había recogido sus cosas y se había dado media vuelta
para marcharse, se giró y la miró algo confundida.
Todos los alumnos se marcharon y se quedaron solo profesora y alumna.
—¿Ocurre algo, profesora? —le preguntó Daniela cuando se acercó a Ruth.
—Quería hablar contigo a solas, Daniela.
—¿Conmigo? ¿Qué problema hay? Entrego todos los deberes y saco las mejores
notas de la clase siempre…
—Tranquila, Daniela, no se trata de eso.
—¿Entonces?
—Me preocupas, Daniela.
—Oh, no, otra persona más, no, por favor.
2
—¿Qué quieres decir?
—Todo el mundo que me rodea me dice que les tengo preocupados. Pero de
verdad que estoy bien.
—¿De verdad que estás bien? Porque, sinceramente, me cuesta creerte.
—Sí. Estoy bien.
—Pues no me resultas muy convincente. Te observo en clase y pareces que estás
como en otro mundo. No prestas atención. Tienes la cabeza en otra parte.
—Es que ya me sabía la lección de hoy.
—Pero no es solo hoy, Daniela. Sé que eres una de las mejores estudiantes del
instituto, pero viéndote así, me da miedo que te hayas volcado demasiado y únicamente
en los estudios y te olvides de ti.
—No, no, le aseguro que eso no es así. Estoy bien, de verdad.
—Bueno, piensa en lo que te he dicho, ¿vale? Solo eres una niña y sé que has
pasado por algo realmente traumático. Pero sigues siendo solo una niña. Y tienes que
hacer cosas que hacen las niñas de tu edad. No estar todo el día en tu habitación
estudiando.
—¿Y si no me gusta lo que hacen las niñas de mi edad? ¿Y si soy demasiado rara?
—Oye, escúchame, no eres rara por no gustarte lo que debería supuestamente de
gustarte.
—Pero es difícil. Porque te cuesta encajar entre la gente.
—Pero eso no tiene nada de malo. Encuentra lo que te guste y te haga feliz y
encajarás. Piénsalo, ¿de acuerdo? Puedes irte.
Daniela se despidió de ella y volvió a casa cerca de las tres.
—¡Cielo! Has llegado hoy más tarde, ¿no?
—Sí, perdona que no te haya avisado. La profesora Ruth ha querido que me
quedara a última hora para hablar.
—Ruth era tu tutora, ¿cierto?
—Sí, así es.
—Una bella persona. Las veces que he tenido el placer de coincidir con ella ha
sido un encanto. ¿Y de qué quería hablar contigo?
—Oh, nada, solo felicitarme por mis buenas calificaciones y que siga así. Eso es
todo.
—¡Sí es que eres la mejor! Qué orgulloso estoy de mi niña.
Maximiliano le dio un cariñoso beso en la cabeza a su hija.
—¿Necesitas ayuda con la comida?
—No, cariño, ya está casi lista.
—De acuerdo. Pues me voy a mi habitación. Avísame cuando esté, ¿vale?
—Sí, cielo.
Daniela se marchó en la habitación con el sentimiento de culpabilidad
golpeándole fervientemente el pecho. Ya había dicho varias mentiras hoy y se sentía muy
mal. Odiaba tener que mirarle a la cara a su padre y tener que mentirle. Pero era por su
bien. No quería que se preocupase de más. No era necesario. Aunque ella estuviese de lo
más hundida. Pero eso era problema suyo. No de nadie más.
Maximiliano, por su parte, también estaba totalmente hundido. En la misma
miseria. Pero lo único que le importaba era que su única hija se encontrase mejor. Era su
única razón de vida. Su única razón de seguir respirando. Lo único que le hacía feliz y
por lo que se despertaba cada mañana.
3
Terminó de colocar la mesa y apartó la comida en los platos y echó el zumo de
naranja recién exprimido en los vasos.
—¡Cariño! Ya está la comida en la mesa —anunció él.
Pero Daniela estaba echada en su cama, escribiendo en una libreta y con los cascos
puestos, por lo que no escuchó a su padre llamándole.
Después de unos segundos sin recibir respuesta, Maximiliano fue a ver a su hija a
su habitación.
Llamó tres veces a la puerta. Ella lo escuchó, se quitó los cascos y le dijo que
pasara.
—Mi vida, ya está la comida.
—Vale, papá. Ahora voy.
Su padre le dedicó una sonrisa y cerró la puerta. Al minuto entraba ella por la
puerta de la cocina, y acto seguido comentó:
—Qué bien huele.
—Te he hecho macarrones gratinados con queso —respondió el padre mientras
se sentaba en la mesa—. Sé que te encantan. También te he exprimido naranja. Sé que te
gusta más así que de cartón.
Daniela hizo acopo de todas sus fuerzas para dedicarle a su padre una sonrisa que
no se viese forzada, y se sentó ella también.
—Gracias papá.
—De nada mi vida. Solo quería que te sintieras bien —le contestó él mientras le
acariciaba suavemente la mano por encima de la mesa—. Pruébalos y dime qué tal me
han salido.
—Están muy buenos, papá, como siempre —respondió ella intentando dedicarle
una pequeña sonrisa.
—¿De veras?
—Sí, de veras. Ya sabes que con esto no te puedo mentir. Se me nota bastante en
la cara cuando algo me gusta y cuando no.
—En eso tienes toda la razón.
Siguieron comiendo los macarrones en silencio. Lo cierto era que el silencio en
aquella casa era algo que se había vuelto más habitual que de costumbre en el último año.
Aunque el silencio entre ellos dos no era nada incómodo. Tenían tanta complicidad que
no les molestaba.
Daniela seguía comiendo con el corazón encogido. Esa comida le recordaba
inevitablemente a los macarrones que le hacía su querida madre con todo el amor, cariño
y dulzura del mundo. Las lágrimas le caían por sus mejillas sin cesar.
Entonces, Maximiliano alzó la cabeza y observó detenidamente el rostro de su hija.
—Pero cariño, ¿qué te ocurre?
—Echo de menos los macarrones de mamá —reconoció ella sollozando.
—Oh, ven aquí, mi vida.
Rápidamente fue hasta su hija y la estrechó furtivamente entre los brazos.
—Tranquila, mi vida, tranquila…
—La echo tanto de menos, a ella y a Carolina…
—Y yo cariño, y yo…
Continuaron llorando y abrazando durante unos minutos más y se pusieron a
recoger la mesa y a recoger los platos. Daniela intentaba apartar la mirada de su padre en

4
lo máximo en lo que era posible. Sus lágrimas seguían derramándose silenciosamente y
no quería que su padre la viese así.
Cuando la cocina ya se encontraba limpia, ella volvió a su cama y siguió llorando.
Se tiraba todo el día deprimida. No sentía ilusión por nada. Ni motivación. Ni ganas.
Así eran todos los días para Daniela después del accidente. Iba al colegio y no
hablaba con casi nadie. Evitaba a la gente. Evitaba tener que hablar y mantener
conversaciones. Evitaba tener que hablar. Evitaba tener que abrirse. Porque sabía que, si
lo hacía, se hundiría todavía más. Por lo que se alejaba de los demás y construyó una
especie de coraza intraspasable. Y así era como se protegía ella misma. Así era como se
protegía de las personas y de la vida.
A Maximiliano le partía el alma y le hundía más aún ver a su hija en ese estado.
Sabía que tenía que ponerle remedio sea como sea. Pero no tenía ni idea de cómo hacerlo.
A las cinco de la tarde llamaron al timbre y Maximiliano fue a abrir algo
extrañado. No esperaba visita.
—¡Señora Villalba! —exclamo Maximiliano sonriente—. Qué sorpresa tan
agradable.
—Por favor, llámame Esperanza. Ya hay confianza —contestó ella con una
sonrisa.
—Pase, por favor.
La señora Villalba se limpió los zapatos en el felpudo y entró en la casa.
—¿Le apetece un café? —le preguntó Maximiliano.
—Se lo agradecería, si es tan amable. Gracias.
—Pues marchando dos cafés. Si quieres póngase en la terraza y nos quedamos
ahí. Creo que apetecerá estar ahí fuera.
—De acuerdo. Perfecto.
A los quince minutos se encontraban en la terraza plácidamente Maximiliano y la
señora Villalba tomándose el café.
—¿A qué debo el placer de su visita?
—Os he traído un regalo a ti y a Daniela.
—Oh, ¿de veras? No tenía por qué molestarse.
—Es un pequeño detalle, en realidad. Y, por favor, tutéeme —le dijo ella
amablemente.
—De acuerdo —respondió sonriendo.
La señora Villalba cogió la pequeña bolsa negra que tenía en sus pies y sacó dos
cajas rojas finas y largas.
—Son dos collares —indicó ella—. Uno para cada uno.
Maximiliano cogió las dos cajitas que le entregó Esperanza y las abrió. Eran dos
collares plateados realmente bonitos y radiantes. Los abrió y los dos traían una fotografía
de la familia y de ella. Estaban los cinco: Maximiliano, Catalina,
—Son preciosos —dijo Maximiliano emocionado—. Es un gran detalle.
Los dos se juntaron en un fugaz abrazo.
—¿Sabes? Me acuerdo de ese día —comentaba Maximiliano sin apartar la vista
de aquella foto—. Me acuerdo que fue un domingo, que era cuando solíamos hacer las
barbacoas y tú viniste encantada. Nos reímos mucho aquel día.
—Sí —respondió Esperanza sin dejar de sonreír—. Yo también me acuerdo.
—Estoy seguro de que a Daniela le encantará.
—Espero que sí —contestó sonriendo tímidamente—. ¿Dónde está, por cierto?
5
—Está encerrada en su cuarto, como siempre. Creo que ni habrá escuchado el
timbre. La verdad es que me tiene algo preocupado.
—¿Qué ocurre? Cuéntame.
—Sigue igual de deprimida —respondió apenado Maximiliano—. Bueno, en
realidad, diría que está peor. Está cada vez más irascible. Y discutimos mucho. Nunca
nos había pasado eso antes.
—Es una situación complicada, Maxi, ya lo sabes. Tienes que ser paciente y darle
algo más de tiempo.
—Lo sé. Yo… yo hago todo lo que puedo, pero, creo que no es suficiente.
Esperanza le cogió la mano a Maximiliano con cariño.
—Con que estés ahí y le des amor, es suficiente. El tiempo se encargará de sanarlo
todo. Siempre lo hace, querido.
—No estoy tan seguro. Ya apenas nos comunicamos. Y es imposible que se abre.
Se ha cerrado completamente en banda Se ha encerrado en ella misma.
—Se ha puesto una coraza. Es normal en este tipo de situaciones. Tienes que ir
poco a poco.
—No sé cómo hacerlo. No tengo ni idea de cómo ayudarla. Estoy desesperado.
—¿No se te ha ocurrido llevarla a un profesional?
—¿Llevarla al psicólogo?
—Exacto. ¿No crees que sería lo mejor? O incluso a un psiquiatra, si está
verdaderamente mal.
—Supongo que sí. Pero no va a querer.
—Es cuestión de hacerle ver las cosas desde otra perspectiva. Con calma y con
empatía ya verás que logra entrar en razón.
—No la conoces tanto como yo, créeme. Es demasiado testaruda a veces.
De lo que no se habían percatado ellos dos es que Daniela estaba escuchando la
conversación. Había salido de su habitación para ir al baño y vio que en la terraza estaban
su padre y la señora bibliotecaria. Se había acercado hasta allí para ir a saludarla, ya que
siempre le alegraba verla y que se preocupara por ella y por su padre, pero se quedó a
medio camino cuando fue consciente de que estaban hablando sobre ella.
No había escuchado toda la conversación, pero si lo suficiente como para saber
que, según ella, estaban conspirando en su contra.
—¡No pienso ir a ningún psicólogo! —vociferó alterada—. ¿Pero de qué vais?
Y con la expresión patente en su rostro de que se encontraba muy dolida, se dio
media vuelta de allí rápidamente.
—¡Hija!¡Espera!
Maximiliano fue hacia ella hasta el centro del salón y la cogió del brazo,
intentando pararla. Esperanza también fue hasta el salón.
—¿Qué hacéis conspirado contra mí?
—¿Qué? Estás malinterpretando las cosas, cielo.
—No, tranquilo que he escuchado todo perfectamente, y si piensas que vas a
mandarme a un psiquiatra, estás muy equivocado. No puedo creerme que me tachéis de
loca —dijo Daniela mirando a los dos.
—¡Eso no así, cielo! —exclamo Esperanza—. Deja que te lo expliquemos.
Y a continuación se escuchó un sonoro portazo.
—Hija, por favor, abre la puerta y habla con nosotros.
—No quiero hablar ahora con vosotros. Dejadme sola.
6
—Creo que será mejor que le dejemos sola.
—Sí, yo creo que también. Bueno, señor Belmonte, no le robo más tiempo.
—Siento toda esta situación.
—No tiene que disculparse por nada. Estáis en un mal momento, es normal que
estéis con las emociones a flor de piel. Es difícil saber manejar una situación así, y más
con una preadolescente.
—Es más complicado de lo que crees.
—Lo sé. En estos días me pasaré de nuevo, a ver si puedo hablar con ella.
—Sí, por supuesto. Cuando esté más calmada seguro que está encantada de hablar
contigo.
—Eso espero.
—Muchas gracias por todo, Esperanza. De verdad.
—No me las des. Para eso están las amigas, ¿no es así?
—Claro que sí.
Se sonrieron con complicidad y se abrazaron
—Que no se te olvide darle el collar a Daniela, por favor.
—Descuida. Ojalá eso le ponga un poco menos triste.
—Ojalá. Esa es la intención.
Esperanza se dio media vuelta y cruzó la entrada.
—Oye, antes de que te vayas, una pregunta; ¿cómo la has visto?
La señora Villalba se giró y le miró con seriedad.
—Tiene unas ojeras bastante pronunciadas y está bastante más delgada desde la
última vez que la vi. La verdad es que a mí también me tiene muy preocupada. Intentaré
pasarme en cuanto pueda, ¿de acuerdo?
—Te lo agradezco de corazón, Esperanza.
Ella le dedicó una dulce sonrisa.
—Ya nos veremos.
Se despidieron y la señora Villalba se marchó a su casa.
Daniela se sintió un poco mal al haberse comportado como lo hizo. La señora
Villalba se había tomado la molestia de visitarla y así se lo había pagado ella. Hablándole
mal y con desprecio. Pero estaba dolida. No se podía creer que hablaran de ella a sus
espaldas, y encima conspirando con que iban a mandarla a un psiquiatra, como si
estuviera mal de la cabeza o algo parecido. Sentía que nadie le entendía. Que no podía
hablar de verdad con nadie. Que no podía abrirse con nadie. Sentía que estaba sola. Que
se había quedado sola. Y ese, sin duda, era el peor sentimiento de todos.

7
Capítulo 11

Primavera de 1997 (Presente)

“Las dos caras del amor I”

La cálida mañana de aquel memorable e inolvidable 23 de marzo de 1991 Maximiliano


Belmonte tenía que quedarse a cargo de su hijo pequeña Daniela, justo en la mañana en
la que su mujer Catalina y su otra hija, Carolina, la mayor, se montaban en el coche para
ir a hacer un par de recados y tenían un accidente. Y en ese mismo accidente,
desgraciadamente, perdían la vida. Y, así, también, de esa manera, se desmoronaba en
pequeños pedazos la adorable familia Belmonte Sans.
La pequeña Daniela tenía tan solo doce años de edad cuando tuvo lugar aquel
sustancial y crucial incidente, el cual hizo que cambiara su vida repentinamente. Y
Maximiliano estaba en el mejor momento de su vida. Era plenamente feliz. Enamorado y
casado con su alma gemela, con dos hijas a las que amaba más que a su propia vida y con
el trabajo de sus sueños.
Padre e hija se vieron súbita y violentamente envueltos en una vida que sentían
que no era la suya. Que no les pertenecía. Que, simplemente, no les tocaba. Ella era una
chica de lo más aparente normal y corriente con una vida aparentemente de lo más normal
y corriente. Hasta ese día de verano que hizo que todo cambiara por ella y para su querido
padre. Los cuatro formaban una familia de lo más entrañable. Pero el destino a veces es
egoísta e inescrutable y tiene caminos para ti que no te podrías imaginar jamás en la vida,
Los señores Belmonte amaban e idolatraban a sus hijas por encima de cualquier
cosa y por encima de todo. Sus preciadas hijas eran lo que más me querían en este insólito
mundo. Eran las princesas de sus ojos. Las trataban como auténticas reinas. Las mimaban
y las consentían. Aunque tampoco en demasía. Desde siempre las habían criado desde la
madurez, la coherencia y la justicia. Desde muy pequeñas les habían proporcionado a
través de su educación unas bases sólidas y correctamente cimentadas para que se

1
convirtieran en unas mujeres dignas, autosuficientes, independientes, trabajadoras y
merecedoras de todo lo bueno que te puede aportar la vida. En esa familia solo reinaba el
amor, la comprensión y el respeto. Digamos que tampoco eran una familia del todo idílica,
puesto que lo idílico es irreal, pero rozaban lo ideal sin lugar a dudas.
Maximiliano y Catalina, el matrimonio Belmonte, eran una preciosa y
encantadora pareja de enamorados. Daba envidia lo felices que eran y lo muchísimo que
se querían y se adoraban. Definitivamente estaban arrebatadoramente locos el uno por el
otro. Cada vez que se miraban, el corazón les susurraba que habían elegido a la persona
adecuada. Sin duda, lo de ellos dos fue amor a primera vista. En su matrimonio
recordaban con mucho cariño y nostalgia la primera vez que se conocieron, fue como si
de una película se tratase.
Una noche de invierno, Maximiliano se sentó con su hija en el patio trasero de la
casa y le contó la historia de amor que vivió con su madre.
Cuando él llegó a su casa después de trabajar y no encontró a su hija ni en su
habitación ni en la planta de abajo, salió a buscarla al pequeño patio que se encontraba
situado en la parte de atrás. Estaba seguro de que la encontraría ahí. Conocía bastante
bien a su hija y sabía que aquel era el rincón favorito de ella, para pensar, dibujar, leer,
desahogarse, llorar…
—¡Hola papi! —exclamó— Qué bien que ya estés aquí. Te estaba esperando.
—Hola, cariño. Hoy he salido más tarde porque he tenido que quedarme a hacer
inventario. ¿Querías hablar conmigo, cielo?
—En realidad solo quería mostrarte esto —respondió ella señalando al cielo—.
¿No te parece que hoy hace una noche preciosa?
Lo que decía su hija era totalmente cierto. Las estrellas habían salido a la luz y su
resplandeciente y bello fulgor lograba iluminar toda la atmósfera nocturna. La apolínea
constelación dejaba un rastro en el firmamento realmente atrayente y memorable. Desde
luego, aquello era digno de contemplar.
Y aunque era finales de noviembre y ya hacía un tiempo hacía golpeado de lleno
el invierno, aquella noche no era especialmente gélida y apática. Se respiraba un ambiente
agradable y el viento que hacía era plácido.
—Pues tienes toda la razón. ¿Sabes? Me recuerda a la noche en la que conocí a
tu madre.
Daniela sonrió. Sabía que sus padres habían estado muy enamorados, por lo que
le haría ilusión oír la historia de cómo se conocieron.
—¿En serio? Pues estaría encantada de oír esa historia.
Maximiliano se percató de que hoy su hija tenía un buen día. Tenía días horribles,
días malos y días no tan malos. Hoy era uno de los últimos. Así que se le encendió la

2
bombilla y tuvo una súbita y repentina idea. Al igual que él, todavía estaba horriblemente
afligida y apesadumbrada por todo lo de menos que echaba a su madre y a su hermana.
—Mira, ¿por qué no hacemos una cosa? ¿Qué te parece si preparamos algo
sencillo y rápido de cenar y nos lo comemos aquí, disfrutando de esta preciosa noche
mientras te hablo de cómo conocí a tu preciosa madre? —propuso él.
—Me parece una maravillosa idea.
Daniela no se encontraba mal de ánimos aquel día, y en ese momento cuando
escuchó a su padre mencionar a su madre no se sintió triste, sino nostálgica. No sintió una
puñalada en el pecho, simplemente sonrió por el bello recuerdo de su madre.
Maximiliano se dio cuenta de que su hija colocó algo en el suelo, apoyado en la
mesa.
—Cariño, ¿qué tienes ahí?
—Oh, eh…. —empezó a decir ella tímidamente—, es un dibujo que he hecho
ahora. El cielo me ha encandilado tanto que no he podido evitar pintarlo. El mundo es
demasiado bonito para no desear pintarlo, ¿no crees?
—Estoy de acuerdo contigo.
Daniela se agachó, cogió el cuadro que acababa de dibujar y se lo enseñó a su
padre. Éste lo contempló con una sonrisa.
—Si te recuerda a la noche a la que conociste a mamá, es todo tuyo. Te lo regalo.
—¿De veras? Es precioso, hija. De verdad.
Maximiliano se acercó hasta ella y le dio un beso en la cabeza.
Entraron en la casa y prepararon una ensalada y pescado a la plancha mientras
charlaban de qué tal le había ido el día a cada uno ya que solo pudieron coincidir para la
hora de comer, como todos los días entre semana, que Daniela tenía clases por las
mañanas y particulares por las tardes, y Maximiliano trabajaba mañana y tarde.
Terminaron de aliñar la ensalada y de colocar los platos en la mesa plegable del patio y
se sentaron a cenar, bajo la luz de la luna y con la suave brisa del viento acariciando
apaciblemente sus rostros y sus finos cabellos.
Cuando ya lo prepararon todo, Maximiliano entró de nuevo en la casa y colocó
un disco de vinilo de The Beatles en el tocadiscos que tenían en una esquina del salón. El
tocadiscos era una de las cosas materiales de su casa que más valor tenían para él. Siempre
había sido un melómano. Era un gran amante de la música y en contables ocasiones se le
venían a la mente aquellos memorables momentos de cuando algunas tardes él y su mujer
bebían una copa de vino y se ponían a bailar lentamente al ritmo del compás del tocadiscos
con canciones de The Beatles, Elvis Presley y Queen, completamente locos y absortos el
uno con el otro.
Y cuando Let it be, la canción favorita del matrimonio Belmonte, empezó a soñar,
Maximiliano se dejó llevar por los recuerdos y sintió un ineludible pinchazo en el

3
estómago. Añoraba lo más grande a su mujer. Y contarle a su hija la entrañable historia
de cuando lo conoció, sin duda era una buena forma de recordarla y honrar su memoria.
Entró otra vez en el patio y se sentó al lado de su hija en el sofá del jardín.
—Bueno, ¿por dónde empiezo? —comenzó a decir él.
Y entonces comenzó la historia…
Cuando Maximiliano era apenas un adolescente de dieciséis años trabajaba en la
vieja tienda de videoclub de su padre para ganarse un dinero para poder pagarse sus
estudios. Él se quedaba a cargo cuando su padre conseguía otros trabajos como albañil o
haciendo alguna chapuza que otra por su barrio. En realidad, la tienda correspondía a su
abuelo paterno Héctor, y éste a su vez lo había heredado de él. Era algo así como una
especie de peculiar tradición familiar.
Una mañana de otoño, su padre, el señor Benjamín Belmonte, tenía que ir a hacer
un trabajo por lo que Maximiliano se tenía que hacer cargo de la tienda por la tarde y por
la noche hasta las doce de la noche de aquel día, ya que entre semana cerraban un poco
más temprano. Lo cierto era que a Maximiliano le resultaba un tanto dificultoso conciliar
la vida de estudiante con su trabajo en la tienda de su padre. También era verdad que sus
padres tampoco se lo habían puesto nunca demasiado fácil… pero pensar que esa era la
única manera para poder mudarse a las afueras de la ciudad y convertirse en un hombre
adulto hecho y derecho e independizado era lo único que le motivaba y que le impulsaba
a seguir en aquella tienda. Sus padres eran muy estrictos con él y también con su hermano
mayor, Jeremías. Aunque éste último ya tenía trabajo y se había conseguido independizar
a principios de año con su novia, y Maximiliano se había tenido que quedar solo con sus
padres ayudando en la tienda familiar.
El que más estricto era, sobre todo, su padre. Su madre era más cariñosa y
comprensiva con él, comparado con su padre. El joven, desde su buena fe, intentaba
comprender a su padre. Éste también había tenido a su vez un padre bastante severo. Y
eso te acaba dejando marca de una forma u otra. Aunque solo si eres una persona débil,
pensaba Maximiliano. Éste podría mil y un defectos, pero era muy fuerte de mente. Y
aunque su abuelo haya sido así con su padre, y éste a su vez haya así con el propio
Maximiliano, éste tenía claro que no iba a seguir con esa estúpida e irracional tradición.
Él iba a ser un padre en condiciones. De esos que sus hijos adoran y se sienten orgullosos
y afortunados. «Quiero ser un apoyo fundamental para ellos, no la razón de sus
problemas», decía él.
Por el contrario, el lema de sus progenitores siempre había sido “las obligaciones
primero, el ocio después”. Tenía que sacar siempre buenas notas sin excepción alguna,
porque si no se ponía más duros de lo habitual con él. Y del tema del dinero que se
olvidase. Si necesitaba dinero tenía que buscarse la vida para conseguirlo. Estaba claro
que no se podía permitir rechazar la oferta de su padre de que trabajase en su tienda. Era

4
su única vía hacia esa ansiada libertad que tanto deseaba. Era la única oportunidad que
tenía y desde luego no podía rechazarla bajo ninguna circunstancia. Además, en aquella
vieja tienda tampoco se estaba tan mal. Cuando no venía ningún cliente (lo cual era
bastantes veces), se dedicaba a estudiar o a hojear libros o periódicos y se le pasaba las
horas volando.
A él lo que más ilusión le hacía era estudiar lo que siempre había querido
(contabilidad y finanzas, tenía por seguro que lo iba a lograr), conseguir un trabajo
estable, conocer a una buena mujer y formar una familia junto a ésta. Su sueño era trabajar
en alguna empresa importante de contabilidad, ir ascendiendo poco a poco y de esa
manera llegar a convertirse en uno de los mejores contables de su país.
A eso del medio día, cuando su padre le había indicado que tenía que quedarse a
cargo de la tienda durante todo el día, se fue a la cocina a prepararse un bocadillo de aceite
y tomate, cogió una cerveza de la nevera, se llevó algunos libros que tenía apolados sin
orden alguno en su escritorio y bajó a la tienda, ya preparado para empezar el día de la
mejor manera que le era posible.
Atendió a un par de clientes antes de la hora de comer y, después de comerse el
delicioso bocata que se había preparado antes de salir de su casa, se dispuso a leer un libro
de ciencias matemáticas (las matemáticas era una de sus grandes pasiones ocultas, aparte
de la música) aprovechando que no entraba ningún cliente. Había días que no paraba en
todo el día de atender a personas y otros días por el contrario que apenas tenía que
levantarse de la silla del mostrador. Aquel día era de lo de los segundos, por suerte para
Maximiliano.
Cuando llevaba un buen rato concentrado libre, completamente ensimismado en
los números y en las matemáticas científicas que tanto le gustaban a él, entraba
repentinamente una chica. Él guardó el libro de forma apresurada para poder atenderla y
prestar toda su atención en ella.
Era una joven y bonita chica aparentemente de su edad. Su ropa era altamente
elegante e impecable.
«Tiene que pertenecer a una clase adinerada», pensó el joven chico cuando la vio
aparecer por la puerta de su tienda.
Con un pelo rubio exótico y rizado y con los ojos color caramelo más fascinantes
con los que se había encontrado en toda su vida, la joven chica se dirigía con seguridad
hacia él.
Sin darse apenas cuenta, Maximiliano se había quedado hipnotizado a la par de
prendado de su dulce aroma arrolladora, su embriagadora sonrisa cautivadora y su rostro
inocuo y afable.
—Buenas tardes —le saludó ella sonriente al entrar en la tienda.
—Buenas tardes, bienvenida —le correspondió él el saludo.

5
Él estaba muy nervioso. Nunca se había encontrado con algo tan bello y hermoso
ante sus ojos y le había pillado totalmente por sorpresa. No sabía cómo reaccionar ni
actuar ante aquella situación, pero que la captase de esa manera y de inmediato, tal y
como había hecho aquella chica… ninguna.
Maximiliano intentaba sonreír para parecer amable y caerle bien, pero los nervios
que le recorrían todo el cuerpo y le daban punzadas desde dentro de su organismo podían
con él.
—Mmm —murmuró ella en un tono bajito mientras echaba un vistazo a los
primeros estantes de películas que se distinguían ante ella—. ¿Me recomiendas alguna
película?
«Joder, no sé ni hablar, va a pensar que soy un tonto».
«Se va a dar cuenta de lo nervioso que estoy y que me he quedado como un tonto
embobado mirándola y voy a quedar en ridículo».
«Madre mía, que vergüenza».
Todos esos pensamientos se agolpaban apresuradamente en la cabeza del joven
Maximiliano.
—Sí. Tú —respondió ella con toda la seguridad del mundo mientras sonreía
amablemente al joven—. Trabajas aquí, ¿no? Supongo que pondrás recomendarme
alguna. Es tu trabajo.
—Eh, sí, claro —respondió él algo aturdido—. Sí, sí. Trabajo aquí. Claro.
—Bien... ¿entonces? ¿qué me dices?
—Pero... ¿te fías de mi criterio?
—Pues no me queda de otra. Eres el que trabaja aquí. Así que supongo que no me
queda más remedio que fiarme de usted, señor... Belmonte —contestó ella fijándose en
la pequeña chapa que estaba colocada en la camiseta blanca e impoluta del muchacho.
Él se río. Le estaba sorprendiendo el atrevimiento de aquella muchacha tan intrépida e
interesante.
—No me trates de usted, por favor —le pidió él—. Me llamo Maximiliano
Belmonte. Maxi, para ti.
—Pues encantada de conocerte, Maxi. Yo soy Catalina Sans —le respondió ella
tendiéndole la mano.
Para él, aquella dulce y fina voz que procedía de la joven era como música para
sus oídos. Nunca antes había escuchado una voz tan femenina y refinada. Nunca había
conocido a una persona tan bien hecha. Y hecha de todo lo que le gustaba a él. Era como
si el destino se la hubiera en su camino para que sus almas se encontraran en un mundo
donde el amor verdadero y genuino era terriblemente escaso.
A continuación, aquellos dos jóvenes se estrecharon las manos. «Además del
nombre y de la voz, hasta las manos las tiene bonitas y bien cuidadas», pensó Maximiliano

6
en aquel preciso instante mientras miraba a la chica a los ojos y se sentía vergonzosamente
intimidado por el destello y el vigor de la mirada de Catalina.
Él llevaba trabajando en aquella tienda desde principios de verano de ese mismo
año, y había ya conocido a todo tipo de clientes. Por allí había pasado cualquier tipo de
persona que te puedas imaginar. Incluso ya había clientes que visitaban asiduamente
aquella tienda y con los que tenía cierta confianza y cercanía. Pero nunca había entrado
por esa puerta una chica tan excepcional y con la energía y vitalidad que desprendía ella,
de eso estaba totalmente seguro.
—Bueno, entonces, señor Maximiliano Belmonte... ¿Qué recomendación tiene
para mí? Me fiaré de usted.
—Pues déjeme advertirle, señorita Catalina Sans —le respondió él con aire
presuntuoso—, que llevo poco tiempo trabajando aquí. Solo estoy los días que a mi padre
le sale otro trabajo y no puede atender la tienda. Así que me temo que tampoco le puedo
ser de gran ayuda, pero puedo intentarlo si quiere.
Además de la fuerza mental, la sinceridad y la humidad eran algo característico
en la personalidad de aquel chico.
No sabía exactamente el por qué, pero esa joven le transmitía una confianza y una
paz inmensa. Si le pidiera que le contase toda su vida ahora mismo, él no dudaría ni un
segundo en hacerlo. Se había quedado completamente prendado de ella.
—Interesante. Me gusta. Supongo que eso significa que aspiras a algo más que
trabajar en una tienda de barrio.
—Sí —respondió Maximiliano—. Claro que sí. Soy un chico con ambiciones en
la vida. ¿Tú no?
—Por supuesto —contestó ella con contundencia—. Pienso que si una persona no
tiene ambiciones y aspiraciones en la vida no tiene nada por lo que motivarse y por lo que
ser feliz.
—Entonces pensamos exactamente lo mismo —repuso él dejando advertir en su
rostro una tímida sonrisa.
Los dos estuvieron conversando alegremente un buen rato más. Y se olvidaron
por completo de las películas. Y de la hora que era. Y de sus obligaciones. Se olvidaron
absolutamente de todo. Se habían quedado plena y absolutamente absortos el uno con el
otro. La magia y la conexión había surgido sin más entre ellos dos. Cuando se miraban,
las chipas resaltaban y en el universo que las palabras que se decían habían creado,
únicamente existían ellos dos y nadie más. Sin darse apenas cuenta, habían creado un
único idioma que solo ellos conseguían entender. Porque eso es exactamente lo que ocurre
cuando logras conectar realmente con alguien. Como si de pura magia se tratase, se crea
un nuevo lenguaje. Un nuevo idioma. Que solo comprendéis tú y esa persona tan especial.
En eso se basa la verdadera complicidad.

7
—Oye, Maxi, me ha encantado conversar contigo y conocerte, pero tendría que
marcharme ya —le anunció la chica.
—¿Qué? ¿Te vas ya? —inquirió el chico decepcionado.
«Mierda. No quiero que se vaya. No se puede ir. No puedo dejarla ir». «Algo me
dice que tengo que conocerla, si no me arrepentiré el resto de mi vida», pensaba Maxi de
forma apresurada.
—Sí —confirmó ella algo apenada—. Tengo que ayudar a mi hermana a
prepararse un examen de inglés para mañana. Ya debe de estar esperándome en casa. Solo
había pasado por aquí para coger una película para esta noche, ya que no tengo nada que
hacer, pero me he entretenido bastante tiempo contigo —le explicó ella con una sonrisa.
—Es una pena, porque la verdad es que siento que podría quedarme horas y horas
hablando contigo y no me cansaría —se sinceró él.
—Pues es curioso porque yo siento lo mismo —se sinceró ella.
Él no podía dejarla marchar así sin más. Con esa horrible incertidumbre de si
volvería a ver a aquella joven que había cautivado su corazón y conquistado su mente en
cuestión de segundos. No podía. Tenía que hacer algo para remediarlo. Y tenía que
hacerlo ya. No tenía tiempo que perder.
Al ver que él no decía nada más, Catalina se despedía del chico de muy mala gana.
Básicamente porque no quería despedirse de él.
—Bueno, señor Maximiliano Belmonte, ha sido un auténtico placer. Ya nos
veremos —le dijo ella.
La joven se dio la vuelta dirigiéndose a la puerta en el momento en el que él le
gritaba:
—¡Espera!
Entonces ella se acercó a él nuevamente.
—¿Sí? —inquirió ella.
—Vayamos a algún lugar. Esta noche. Tú y yo solos —le propuso él sin rodeos.
—¿Qué? —le preguntó ella sorprendida.
Eso sí que le había pillado por sorpresa a la joven Catalina. Pero, por suerte, era
una grata sorpresa para ella. Ese chico le había llamado bastante la atención y le gustaría
seguir conociéndole.
—Has dicho que esta noche te ibas a poner una película porque no tenías nada que
hacer, ¿verdad?
—Sí, así es —Catalina asintió con la cabeza.
—Pues si no estás ocupada queda conmigo. Vayamos a algún lugar tranquilo.
Déjame conocerte más, te lo suplico.
—Yo... no sé si... —respondía ella dubitativa.
—Por favor, di que sí.

8
—Vale —aceptó sonriente—. Está bien. Acepto tu propuesta. Me parece una
buena idea. ¿Por qué no?
—¿De verdad?
En aquel momento, una implacable y genuina sonrisa se dibujaba en el rostro de
Maximiliano, mientras sentía que su corazón rebozaba de profunda alegría.
—¡Pues claro! —exclamó la joven—. ¿Por qué no? Puede ser divertido. Y...
además, yo también me he quedado con ganas de conocerte más —le confirma ella con
brillo en los ojos.
Y lo cierto es que a él también le brillaban notablemente los ojos.
—Me alegra escuchar eso, Catalina. Mucho. ¿Y a dónde te apetece ir?
—Vayamos a la playa —propuso la chica alegremente—. No creo que haya nadie,
y sé de un sitio donde se pueden apreciar con claridad las estrellas. Será bonito.
—No me puedo imaginar un plan mejor que ese.
—¿Te parece bien?
—Me parece perfecto —confirmó él—. Un plan mágico con una chica mágica.
Ella le dedicó una dulce sonrisa de oreja a oreja mientras se sonrojaba.
Entonces se intercambiaron los números de teléfono y quedaron en que ella le
avisaría la hora y el lugar dónde tenía que recogerla, ya que él se ofreció a ir a recogerla
a ella e ir juntos a la playa.
Él también le había indicado que antes de las doce no podría quedar con ella, ya
que era un martes, y entre semana cerraba sobre las doce. Le dijo que intentaría cerrar
media hora antes para salir justo a las doce y quedarse con ella hasta la madrugada. Le
diría a su padre que había tenido que cerrar mucho más tarde y que se quedó más tiempo
de lo previsto haciendo caja y dejar todo impoluto e inmaculado, como muchas veces
antes le había ocurrido. De todos modos, su padre no estaba ahí para poder comprobar o
no si era del todo cierto lo que le explicaba su hijo. No estaba ahí para controlarlo por
suerte para él, ya que le resultaba muy fastidioso tener que estar dando explicaciones de
todo lo que hacía.
Ella, tal y como le había indicado a él que haría, regresó a su casa y le echó una
mano a su hermana pequeña para su examen. Aunque le costaba demasiado concentrarse,
eso sí. Se había quedado embobada con una sonrisa tonta en la cara, pensando en aquel
chico tan atractivo y encantador que le había invitado a salir. A decir verdad, no podía
quitárselo de la cabeza y tenía muchas ganas de verle. No veía la hora de encontrarse con
él otra vez. En seguir conociéndole. Para quitarle todas las capas poco a poco y,
metafórica y espiritualmente hablando, dejarle por completo al desnudo, descubriendo
todos y cada uno de sus miedos, inseguridades, pasiones, ambiciones, pensamientos, ideas
y anécdotas y experiencias de su pasado. Quería saberlo todo de él, al igual que él de ella.
Después de mucho tiempo, se sentía verdaderamente ilusionada. Cuando terminó de

9
echarle una mano a su hermana, lo primero que hizo fue coger su móvil y hablarle al
chico. Y, decidida y más ilusionada que nunca, le envió un mensaje.
Él, por su parte, se quedó el resto del día pensando exclusivamente en ella, en el
inusual aura tan atrapante y atrayente que desprendía. En lo divertida y extrovertida que
era, a diferencia de él, que era más bien un chico reservado y tímido. De hecho, era la
primera vez que invitaba a salir a una chica que prácticamente acababa de conocer. Nunca
antes había poseído el atrevimiento para hacerlo. También es cierto que nunca antes había
conocido a una chica que le gustase de esa manera tan visceral. Estaba todo el rato
pendiente del móvil, esperando que llegara algún mensaje de ella confirmándole la cita
de esa misma noche. No despegaba los ojos del móvil. No podía. No podía permitirse
despistarse y no darse cuenta si le enviaba un mensaje. No veía la hora de verla de nuevo.
Se moría de ganas de estar con ella. En aquel momento pasaba por su mente todas las
situaciones y escenas posibles que podían darse esa noche. Se sentía muy ilusionado. Y
la situación que más ilusión le hacía, era, sin duda, conocer todo el interior de ella, ya que
estaba totalmente de que tenía que tener un interior precioso, incluso más que su exterior,
y eso ya era decir, ya que según él era la chica más preciosa que había conocido. También
estaba seguro de que cuanto más la conociese, más le iba a gustar. Y eso le emocionaba
muchísimo.
De repente, sonó una vibración procedente del móvil de él y lo miró al instante.
Eran las nueve y ella ya le había hablado. Su corazón dio un vuelvo de euforia y
éxtasis.
No cabía en sí de felicidad.
El tan esperado mensaje decía lo siguiente:

«Hola, guapo y misterioso dependiente de la tienda. (Ella le había apodado así


cariñosamente, y a él desde luego no le disgustaba).
Soy Catalina.
Yo estaré lista en cuanto termine de cenar. Así que, si te parece bien, recógeme cuando
salgas de la tienda en San Sebastián, calle 9, puerta 2.
Aquí te espero.
Ansiosa y con muchas ganas de verte».

Aquellas últimas palabras se le quedaron clavadas en el corazón. Aunque, al leer


de nuevo todo el mensaje, se quedó un poco pensativo. Sus sospechas del principio habían
sido confirmadas con ese mensaje. La calle que le había indicado ella era casi al otro lado
de la ciudad, justo dónde comenzaba a resurgir las grandes y lujosas casas de la gente más
adinerada. Por la apariencia de ella tan pulcra y determinada, su caminar con garbo y su

10
forma de vestir tan pija, sabía que venía de buena familia, aunque no se imaginaba que
tanto.
No era ninguna mentira que los dos venían de mundos demasiado diferentes.
Él era de familia humilde y trabajadora, y vivía un barrio simple y precario.
Y ella, por el contrario, venía de una buena familia y provenía de dónde vivía
exclusivamente la gente rica.
Pero él, como buen chico sensible y romántico empedernido que era desde que
tenía uso de razón, sabía que el amor no entiende de esa clase de superficialidades. El
amor no entiende de raza. Ni de género. Ni de sexo. Ni de etnias. Ni de religiones. No
entiende de todo aquello que nos diferencia a las personas y con lo que la sociedad nos
encasilla a cada uno de nosotros. Simplemente, el amor no entiende de etiquetas. Y, desde
luego, no entiende tampoco de clases sociales. El amor lo vence todo. Siempre es así. Y
debe ser así. Nada más que hay que ver todas las personas de distinta raza, sexo o religión
que están juntas a pesar de las adversidades y del que dirán. O aquellos príncipes reales
procedentes de la monarquía que se acaban enamorando y casando de una persona que,
por así decirlo, no pertenece a su mundo. Porque el amor siempre va más allá de todo eso.
Va más allá de todo.
Y realmente esa es la magia del amor. Es similar a una tormenta. Llega
inesperadamente sin precedentes, y cuando llega de verdad, arrasa con todo y no deja
indiferente a nadie. Y te proporciona las fuerzas necesarias para luchar contra lo que sea
que se te ponga por delante. Cualquier tipo de amor, sea el que sea, si es real, puede con
todo. Y eso es lo verdaderamente mágico.
Era cierto que la clase social diferenciaba, distanciaba y encasillaba a aquellos dos
jóvenes. Pero, desde luego, eso a él no le importaba nada en absoluto. De hecho, eso le
dio como una especie de intenso subidón de energía y adrenalina. Ahora más que nunca
tenía que luchar por ella. Para él, aquella situación le suponía todo un reto. Y a él le
encantaban los retos.
Tenía que demostrarle a aquella joven que, aunque claramente no pertenecían a la
misma clase social, ella podría enamorarse perfectamente de él. No era un chico perfecto,
era consciente de ello. De hecho, estaba bastante lejos de la perfección. Era tímido y un
desastre en muchos aspectos. Pero gozaba de determinación, coraje, constancia y, si se lo
proponía, podría llegar a ser muy divertido. Y, sobre todo, contaba con aquellas dos
virtudes más importantes que puede tener una persona, y que no hacía más que demostrar
la gran persona que era: tenía buen corazón y buena fe. Y eso era lo más importante de
todo y lo que te definía y te diferenciaba como persona.
El hecho de la diferencia de las clases sociales para él no le suponía ningún
problema. Aunque no lo pareciese, él tenía bastante confianza y seguridad en sí mismo y
sabía que podía conseguir todo aquello que se propusiera. Y, además, si la chica, siendo

11
del todo consciente de dónde trabajaba y de dónde él procedía, había aceptado a tener una
cita con él, sabía que era una buena señal y que, aquella vez, la suerte por fin estaba de su
lado.
Se echó un breve vistazo a su indumentaria. Llevaba una camiseta básica blanca,
unos pantalones tejanos negros y unos tenis del mismo color que éstos. Menos mal que
iba más o menos en condiciones, porque no podía permitirse pasar por su casa para
cambiarse el atuendo.
Se apresuró a cerrar la tienda lo más rápido que pudo y se dirigió a su coche, un
Renault negro que había heredado de su padre y que se distinguía con dificultad en la fría
oscuridad de la noche, pensando ansioso y deseoso en la gran noche que le esperaba junto
a aquella gran chica. No podía esperar más. Estaba de lo más expectante e impaciente.
Quería verla. Escucharla. Tocarla. Quería, simplemente, sentir el enorme privilegio que
suponía para él la presencia de esa enigmática y preciosa joven de cabellos rizados y de
un color que tenía similitud aparente con el brillante y centelleante oro.
Pero, en el mismo momento en el que se disponía a arrancar el coche, un problema
amenazaba con estropearle la espléndida velada: el motor del coche no arrancaba.
El coche ya era algo viejo y a veces daba problemas, pero nunca le costó arrancar
a la primera tal y como le estaba sucediendo. Maldijo tener que pasarle eso precisamente
en el día de hoy. Para él hoy era el día en el que tenía que salir todo bien.
—¡No! ¡No! ¡No! —blasfemó para sí mismo.
Tragó saliva e intentó tranquilizarse. Intentó arrancar de nuevo el coche. No
obstante, seguía sin hacer nada.
—Por favor, cualquier día menos hoy. Cualquier día menos hoy —repetía él,
preso de la desesperación.
Procedió a intentar arrancar unas cuantas veces más y el motor seguía sin dar
señales de vida. Nada.
—Venga, tú puedes. Yo sé que tú puedes. Por favor —dijo suplicándole al coche
con voz desesperada.
Decidió arrancar una última vez antes de darse por vencido. Y, como si el coche
hubiera escuchado su desesperada súplica, cedió al fin en ese último intento.
Él dejó escapar un suspiro de alivio y en su cara se dibujó una exorbitante sonrisa.
Nunca el sonido del motor rugiendo le había puesto tan contento y feliz como esa vez.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Catalina Sans, allá voy! —exclamó dominado abismalmente por
la euforia.
Sin más rodeos, cogió la primera calle a la derecha y se metió en la segunda
rotonda. Luego se adentró por la autovía. Y, después, cogió otra vez el camino por la
derecha y por fin se dirigió rumbo a las casas más prestigiosas de aquella ciudad andaluza,
justo dónde le había indicado la chica en su mensaje.

12
Para él, ella estaba más guapa incluso que antes aquella noche. La imagen de ella
sonriendo mientras salía de la puerta de su elegante y enorme casa con un vestido de
flores de triángulo invertido hasta las rodillas, unas sandalias con un poco de tacón a juego
y unos mechones recogidos atrás de su cabeza con una horquilla, se le quedó grabado a
fuego en su cabeza para siempre. Si no pensaba que no podía quedarse más prendado de
ella, aquella escena le demostró que estaba equivocado.
Compraron comida de camino a la playa y pasaron una velada de lo más romántica
y especial. Él estuvo de lo más encantador con ella. Le invitó a la cena y le compró unas
flores, las cuales a ellas les fascinaron. Estuvieron hasta la madrugada riéndose, charlando
y contándose anécdotas y secretos de lo más intrínsecos de los que solo ellos dos y la
resplandeciente luna creciente de aquella noche fueron testigo. Se abrieron en canal el
uno con el otro, desnudándose de la forma más hermosa que se puede hacer: desde lo más
hondo de tu alma y desde lo más profundo tu corazón.
A lo último, se dirigieron hacia el mar recóndito y se quedaron de pie en la orilla.
Él se quitó los zapatos y a empezó a jugar con el agua.
—¿Qué haces? ¿Estás loco? ¡Está muy fría! —exclamaba Catalina sorprendida
por la actitud de él. Éste le sorprendía por momentos.
—A mí es así cuando más me gusta. Cuando no hay nadie en el agua. Para mí es
así cuando está perfecta.
—¿Y eso por qué? —inquirió ella curiosa.
—Creo que el mar, al igual que las personas y el cielo, se deja contemplar y
descubrir su verdadero encanto cuando nadie está pendiente de ella —le respondió él.
—Me encanta tu manera de ver la vida y tu manera de pensar. Nunca había
conocido a un chico tan especial como tú.
—Yo tampoco había conocido a una chica como tú.
Ella se acercó lentamente a él con un penetrante brillo en su mirada y en sus ojos.
Ya se había dado cuenta: se estaba enamorado de él tan solo en la primera cita. Era una
locura, pero cada vez que cruzaba miradas con ese joven, las palpitaciones de su corazón
le indicaban que no se trataba de una locura, sino de una mera certeza.
Él se adentró más en el mar y empezó a salpicar agua hacia dónde estaba ella.
—¡Estás loco! ¡De verdad que está congelada!
—¡Ven! ¡Sígueme!
Siguieron adentrándose un par de metros más en el agua y se mojaron, sin
importarle lo tarde de la hora y la humedad o la frialdad del agua. Solo le importaban una
única cosa: le presencia y existencia del otro.
Después de un buen rato en el agua jugando y riendo hasta que le dolieron las
tripas y cuando al fin dieron por sentado que era mejor salir porque si seguían más tiempo
allí metidos sufrirían una hipotermia, se adentraron de nuevo en la arena.

13
—¡Mierda! No puedo ponerme los zapatos. Estoy toda mojada. Mis padres me
van a matar.
—Tranquila, eso no supondrá ningún problema.
El chico se llevó a su mano izquierda los zapatos de él y de ella, y con la otra fue
hacia la chica y la cogió en brazos. Como cuando el hombre coge a su esposa justo cuando
se dan el sí quiero en su boda. Y así, embelesados el uno con el otro, se dirigían rumbo al
coche para dar por finalizada aquella noche, la cual llevarían dentro de sus corazones para
siempre y la cual no querían que acabase nunca.
Se quedaron otro buen rato sentados en el coche esperando a que se secasen un
poco. No podían regresar a casa de aquellas maneras.
Y, entre más risas y más secretos, condujeron hasta la casa de ella.
—Bueno, ya estamos aquí —indicó él con voz calmada—. Es curioso lo rápido
que se me ha pasado la noche.
—Sí, ¿verdad? A mí también se me ha pasado volando.
—Me alegra escuchar eso. La verdad es que me tiraría toda la noche contigo si
pudiera.
—Siento lo mismo. Y nunca antes me había sentido así. Como cuando estoy
contigo. Es difícil de explicar.
—A decir verdad, yo tampoco me había sentido como me he sentido esta noche
en mi vida. Nunca he sentido lo que siento cuando estoy contigo.
Entonces un fugaz silencio inundó el coche y se miraron fija e intensamente.
—¿A qué estás esperando? —le preguntó ella.
—¿Esperando a qué? —inquirió él.
—¿Cómo que a qué? ¿Me estás vacilando?
—Mmm... Lo siento, pero, no sé a qué te refieres.
—¿Es que acaso pensabas irte sin darme un beso?
—¿Un beso? Yo...eh... —masculló él nervioso—. Yo no sabía si tú ibas a querer.
No sabía si yo te gusto como tú me gustas a mí. No quería hacerte sentir incómoda.
—¿Me estás tomando el pelo? Es obvio que me gustas. ¿Crees que me hubiese
arreglado de esta manera si no me gustaras? ¡No tendría sentido! ¿Crees... que me hubiese
metido en el agua a las tantas de la madrugada con un chico que no me gustase? De esa
manera es en la que te he declarado y jurado mi amor eterno.
Los dos dejaron escapar una leve y suave carcajada.
—Yo también te proclamo amor eterno —dijo él divertido, colocando una mano
en su pecho, para darle más dramatismo.
Ella soltó otra carcajada.
—Pues entonces sellemos el trato de la mejor manera posible.

14
Y, justo como si dios hubiese querido juntar a dos almas gemelas justo en el
momento idóneo, terminaron la noche de la mejor de la que se hubiesen imaginado: con
un beso de amor.
—Ojalá esta noche nunca se acabara, Maxi... —susurraba ella contra sus suaves
labios.
Él le cogió de la cara y la miró fijamente.
—No se acabará. Vivirá para siempre en nuestros corazones y en nuestros
recuerdos.
—Así es.
—Para mí ha sido... realmente mágica.
—Ha sido mágica para mí también.
—Y que sepas que estas guapísimo con el pelo mojado y con la camiseta
empapada—le confesó ella a él bajo la luz de la luna.
—Y tú estás preciosa con el maquillaje corrido y con esos mechones de pelo en
la cara—le confesó él a ella bajo la luz de la luna.
Maximiliano jamás había conocido a una mujer como aquella. Divertida,
interesante, risueña, bonita y con una personalidad única y arrolladora. Era la mujer más
especial que había conocido en toda su vida. Le encantaban y les derretían a partes iguales
esos ojos color miel de los que se había enamorado perdidamente en cuanto los miró
aquella misma tarde con puro nerviosismo.
A Maximiliano le parecía una auténtica locura, pero, sentía que Catalina era la
mujer de su vida. De hecho, si esa misma noche ella le hubiese pedido matrimonio, le
respondido indudablemente que sí. «Así de intenso puede llegar a ser el amor cuando toca
a tu puerta y no esperas nada», pensaba él mientras la escucha hablar atentamente,
imaginándose ya una maravillosa y preciosa vida junto a ella y en lo eternamente feliz
que sería a su lado. Él no paraba de pensar en lo preciosa que se veía bajo la luz de las
estrellas en aquella playa. Le parecía un ángel. Aunque esa timidez característica en un
ser le impidió confesárselo.
Después de aquella noche tan mágica y espectacular, se dieron cuenta de que
estaban hechos el uno para el otro y de que el amor los había hechizado por completo. No
tenían escapatoria. Cuando el amor llega a tu vida y te hechiza, como si de un conjuro de
magia se tratara, ya no había nada que hacer. No había ningún remedio. No había vuelta
atrás. Habías caído en sus garras y no había forma existente de salvarse de ellas. Cuando
se embarca en el barco del amor sincero, sano y verdadero, no querrás bajarte nunca.
Tanto a uno como a otro, aquel día, y sobre todo aquella noche bajo las estrellas
y bajo la tenue luz de la luna, les dejó huella, dejándoles también una marca en su corazón.
Cuando llegaron cada uno a su casa, lo primero que pensaron fue en que ese día lo
recordarían el resto de sus vidas. Y, de hecho, así fue.

15
Después de aquella inolvidable noche, siguieron diariamente en contacto y se
siguieron viendo. Aunque les era difícil, y se veían menos de lo que les gustaría realmente,
conseguían compaginar sus responsabilidades escolares y personales con la vida en
pareja. Pasaban todos los fines de semana juntos y ella iba a verle a la tienda todas las
veces que le era posible, y le invitaba todos los veranos a viajar por diferentes países con
su familia. Ésta le trataba como un miembro más, y, al igual que a Catalina, a su familia
no le importaba en absoluto que Maximiliano no perteneciese a la misma clase social que
ellos. Él la trataba como una reina y la hacía feliz día sí y día también, y eso era lo único
que a ellos les importaba.
No podían estar más felices y más enamorados. A los años se casaron y se fueron
a vivir juntos. Era justo lo que estaban deseando desde aquel día en el que se conocieron
y, sin buscarlo, se vieron enredados y derretidos el uno con el otro. Para ellos era tal la
certeza de que estaban con la persona adecuada y de que querían pasar el resto de sus
vidas junto al otro, que no se lo pensaron ni por un momento cuando decidieron cambiar
el rumbo de sus vidas y dar aquellos dos pasos tan significativos, como era el contraer
matrimonio e irse a vivir juntos.
Inevitablemente, con el paso de los años surgieron los frutos de su amor auténtico
y genuino: tuvieron dos hijas preciosas y fabulosas. Primero vino Carolina, una preciosa
bebé de ojos celestes claro y cabellos rubios como los de la madre. Después, a los seis
años, vino Daniela, una hermosa bebé de ojos azules oscuros y cabellos color azabache
como el del padre. Con los años adoptaron a una perra y a un gato y culminaron
satisfechos de forjar la familia Belmonte. Y, de esa manera, fueron creando la familia con
la que siempre habían soñado.
Podría decirse que tenían una vida de ensueño que cualquiera podría desear
perfectamente. La tenían. Hasta aquel día de primavera de 1991. Cuando en un terrible e
inesperado accidente, Maximiliano perdía a la mujer de su vida y a su hija mayor, una de
las dos niñas de sus ojos. Dejando a él a y su hija pequeña solos, devastados en la más
profunda de las penumbras. Desde aquel día, nada volvió a ser lo mismo en la vida de la
familia Belmonte.
Así era el amor. Al principio piensas que todo va a ser de luz y de colores bonitos
y vivos, como un arcoíris, pero cuando menos lo ves venir y menos te lo esperas, todo
eso por lo que creías, todo eso por lo que luchabas, todo eso por lo que te levantabas cada
día, todo aquello que era el fiel y verdadero motivo de tu felicidad, se convierte de repente
en una tormenta, que arrastraba con todo a su paso, y entonces todo se vuelve de colores
oscuros y sombríos. Y te deja sin nada. Sin saber qué hacer ni cómo enfrentarte a ello ni
cómo seguir con tu vida después de eso.
El amor te lo da todo, pero también te puede dejar sin nada.

16
El amor te puede hacer la persona más feliz del universo, pero también la más
miserable y desgraciada de la faz de tierra.
Esas son las dos caras de una misma moneda.
Esas son las dos caras del amor.

17
Capítulo 12

Primavera de 1991 (Pasado)

“La cara oscura de las enfermedades mentales II”

Ramón no entendía nada. Pero entonces bajó su mirada hasta el tarro de pastillas que se
encontraba en el suelo. Y lo entendió todo. Y le dio un vuelco al corazón.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo… cómo sabías dónde estaba? —Carolina se
limpió las lágrimas que caían por sus mejillas.
—¡¿Que qué hago yo aquí!? —gruñó él enfadado levantando las manos—. ¡Esa
no es la pregunta! ¡La pregunta es qué coño haces encerrada en el baño con un bote de
pastillas! ¡Esa es la pregunta!
Y en ese momento fue cuando ella se derrumbó del todo.
—Lo siento. Lo siento mucho. Soy débil —susurró como pudo.
Empezó a llorar desconsoladamente y fue hacia él. Su apoyo fundamental. La
persona que más comprendía y que había demostrado estar ahí para ella cada vez que ella
le necesitaba. Una de sus personas favoritas.
—Oh, pequeña. Tranquila, tranquila, pequeña. Desahógate. Yo estoy aquí para ti,
recuérdalo —le tranquilizaba él mientras le abrazaba, le arropaba en sus brazos y le daba
un beso cargado de ternura y cariño en la cabeza.
—No he logrado superarlo. Ha podido conmigo —confesó ella aún en los brazos
de él.
—¿El qué? ¿Qué ha podido contigo? ¿A qué te refieres? —le preguntó Ramón
verdaderamente asustado.
Necesitaba que ella le contase lo que sea que estaba pasando para poder ayudarla.
Era lo único que le importaba ahora mismo.

1
—Quiero decirlo, pero si lo digo tengo miedo de que se haga del todo real. Ahora
mismo solo está en mi cabeza. Si lo digo, entonces, se hará real —confesó ella temblando.
—No tengas miedo. Me tienes a mí. Sea lo que sea, te seguiré queriendo, de eso
no dudes ni por un segundo.
—¿Lo dices de verdad? —le preguntó ella mirándole a los ojos.
—Claro que sí. No voy a dejarte sola. Ni hoy ni mañana ni nunca. Ten siempre
eso claro —le confirmó él mirándola fijamente a los ojos.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo. Me importas y muchísimo. Eres la chica que más he querido y
que me ha hecho y me hace sentir cosas inefables y maravillosas. Y aunque lo dejáramos
algún día, seguirías importándome y seguiría queriendo estar en su vida. Porque ya eres
pare de mí. Ya eres parte de mi familia. Yo te quiero y estaré aquí para ti pase lo que pase,
nunca te olvides de eso. Te amo, Carolina.
Ramón se estaba abriendo por completo ante ella. Estaba abriendo un corazón
como nunca antes pensaba que lo haría. Pero es que aquella chica era su mayor debilidad.
Cuando se trataba de ella, todo lo demás quedaba relegado a un segundo plano
para él y nada era más importante que ella. Sabía que no iba a querer a ninguna otra desde
que conoció lo espectacular que era. La bondad y la generosidad que florecía desde lo
más profundo de su interior era lo que realmente hizo enamorarse de ella. Dicha bondad
y generosidad, las dos virtudes que más caracterizaban a aquella joven, era fruto de la
correcta educación de la crianza que le habían proporcionado sus padres. Ella no era más
que un mero y perfecto reflejo de ellos. Un espejismo.
Ella era una chica excepcionalmente extraordinaria. Y él se percató de ella nada
más conocerla.
Jamás había reconocido a una chica tan buena, tan prudente y altruista. Se dio
cuenta de que estaba totalmente loco por ella cuando se percató de sus sentimientos tan
nobles y de lo que le transmitía su mirada sincera y honrada. En aquel momento, algo que
nunca había sentido antes crecía en su ser. Y ahí fue consciente de que tenía que pasar
con esa espectacular mujer el resto de sus días. Y cuando todo fue fluyendo como tenía
que fluir y los sentimientos fueron surgiendo entre los dos y él supo que lo que él sentía
era mutuo y correspondido, no cabía en sí de felicidad.
A Carolina le dio un vuelco al corazón al escuchar esas palabras que ese chico tan
espléndido que se encontraba delante de ella le estaba dedicando. Escuchar aquellas
palabras que no era consciente que tanto necesitaba escuchar, le alivió un poco y por
primera vez vio un poco de luz al final del túnel. Por primera vez, vio una pizca de
optimismo.
«Quizás no todo estaba acabado y podría encontrar la salida en este túnel oscuro
e insufrible del que he sido presa sin darme cuenta».

2
«A lo mejor, y solo a lo mejor, hay una pequeña escapatoria a todo esto. Una puerta
de salida, en la que poder entrar y así acabar por una vez por todas con todo eso que ocurre
en mi cabeza».
Esos pensamientos que se fueron adentrando paulatinamente en su cabeza, le
proporcionaban una diminuta pizca de felicidad y, sobre todo, de esperanza.
—Y quiero ayudarte, con todo mi corazón. Necesito que me cuentes que está
ocurriendo. Por favor te lo pido.
Ella se despegó de él y lo miró fija e intensamente a los ojos, dispuesta por fin
para contarle toda la verdad. Dispuesta a soltar todo esto que la tenía sumergida en un
pozo sin fondo. Dispuesta a hacerlo por fin en realidad.
Retrocedió unos pasos y se sentó en la taza del váter. Y soltó un ligero suspiro.
—Sufro… ataques de ansiedad y de pánico —reconoció ella—. Soy demasiado
exigente conmigo misma y me presiono mucho. Tanto que a veces siento que me ahogo
de más y que tengo que ser la mejor en todo lo que haga y cuanto no lo consigo me frustro
muchísimo. Tengo miedo de no estar a la altura de los demás. Tengo miedo de
decepcionar. Tengo miedo de no conseguir el futuro que quiero o de no ser o conseguir
lo que todo el mundo espera de mí. Tengo miedo de no ser lo suficientemente buena.
Tengo miedo de no ser… suficiente.
Él se quedó petrificado a la vez que estupefacto. Se había quedado completamente
bloqueado. No ni la más mínima ni remota idea de qué decir. Se había quedado sin
palabras.
—Y… los ataques cada vez son peores y más constantes —siguió reconociendo
ella—. Va en aumento y no tengo ni idea de qué hacer. No sé qué hacer para pararlo de
una vez. Me está consumiendo por dentro —dijo sollozando entre lágrimas.
—Mi vida, yo… yo no tenía ni la más remota idea de que te sentías así. ¿Desde
cuándo sufres esos ataques?
—Desde hace un año más o menos —respondió ella.
Su chica. Una de las personas más importantes de su vida. Estaba pasando desde
hace un jodido año por una situación realmente horripilante. Estaba atrapada en un
infierno. Ramón se quedó inmóvil y consternado, e inexorablemente el coraje se apoderó
de él.
—¿Qué? ¿Un año? ¿Desde hace un año y nunca se te ha ocurrido decirme nada?
—No la tomes conmigo, por favor. Yo… no sabía cómo contarlo y no quería
preocuparte. No quería a hacer nadie cómplice de mi tormento.
—Cariño, yo estoy aquí. Estoy aquí para apoyarte. Por favor, que no se te olvide.
Estaré aquí a tu lado en todo momento. Acompañándote en los malos momentos y
mejorando los buenos.
—Te quiero —le dijo ella apretándole las manos.

3
—Te quiero —le dijo él dándole un beso en la frente.
Él, desde todo el cariño y la admiración que sentía por aquella fantástica chica, le
dedicó una de esas sonrisas que tanto le reconfortaban y que le decían que todo va a ir
bien, y le secó las lágrimas que brotaban de sus ojos cariñosamente con la mano. A veces,
hay miradas que dicen y transmiten mucho más que las palabras.
—Escúchame atentamente —le empezó a decir él—. Nunca debes estar pendiente
de superar las expectativas de los demás. ¿Qué importancia tienen los demás? Que les
den. Y si no eres la mejor en todo, ¿qué importa? No eres menos válida por eso. Lo que
tienes que hacer es pedir ayuda profesional. Por favor, tienes que prometerme eso.
Carolina se mantuvo dubitativa por unos segundos, pero al final asintió levemente
con la cabeza.
Suspiró hondo e intentó que sonara lo más firma posible lo que dijo a
continuación:
—Está bien. Te lo prometo.
—Me alegra escuchar eso. Es un gran paso, créeme.
Los dos se sonrieron con complicidad y con menos angustia en los corazones.
—Por cierto, me ha encantado eso que me has dicho antes. Me ha parecido
realmente adorable que te abrieras conmigo y me dijeras claramente todo lo que sentías.
—Tenía que decírtelo. Si seguía guardando todos esos sentimientos dentro de
mí… acabaría explotando de un momento a otro —confesó él.
—Si cada vez que vayas a expresar tus sentimientos o emociones sea cuando
ocurra algo grave como esto… La que va a acabar explotando soy yo —dijo ella divertida
en tono burlón.
Él dejó escapar una suave carcajada.
—Tienes razón —dijo él divertido—. Ojalá… te hubiera dicho todo esto en otro
momento.
Carolina le cogió las manos y se miraron a los ojos.
—No importa. Lo importante es que me lo hayas dicho.
—Pues sí. Y ahora solo importamos tú y yo.
—Solo tú y yo.
Se envolvieron en un tierno y amoroso abrazo y, justo cuando pusieron sus frentes
pegadas la una a la otra, de nuevo alguien interrumpió en el baño.
Cuando vieron quien era, los dos se quedaron igual de sorprendidos.
—¿Margarita? —preguntó Carolina separándose de su chico.
—Chicos… ¿podéis explicarme qué cojones está pasando aquí? —inquirió la
mencionada desconcertada—. Que alguno de los dos comience a hablar, pero ya.
En ese instante, Carolina se percató de un pequeño detalle que se le había pasado
por alto.

4
—Un momento… si estáis los dos aquí… ¡eso significa que ninguno de los tres
hemos hecho el examen! ¡Dios mío, qué horror! ¡El profesor Gómez tiene que estar de
los nervios!
—Oye, rubita, intenta relajarte un poco y no me cambies de tema, ¿quieres?
—¿Que me relaje? ¡No! Que me marchara de clase yo solamente, bueno, tiene un
pase… ¡Pero ustedes dos también! ¡Dios! ¡A saber cuál ser el castigo que nos impondrá!
—Tranquilízate, nena. No seas melodramática. No es para tanto.
—¿Que no es para tanto? ¡¿Que no es para tanto?! ¡Somos sus mejores alumnos
y sus favoritos! ¡Ahora mismo estará que no dará crédito!
—Bueno, habla por ti y por tu amado. A mí me odia desde el curso pasado. Pero
no me importa en absoluto —Margarita soltó una suave carcajada—. Además, tampoco
iba a aprobar el examen si me hubiese quedado, y las dos lo sabemos.
Ramón miró a su chica e intentó tranquilizarla.
—Carol, cariño, no es para tanto, créeme. Tú misma has dicho que somos sus
favoritos, así que no creo que nos ponga un castigo duro.
—Eso espero…
—Bueno, ¿podemos hablar ya de lo que está pasando aquí? —espetó Margarita
impaciente—. Porque estoy viendo ese tarro de pastillas y estoy sacando yo sola,
conclusiones precipitadas, así que será mejor que uno de los dos desembuche por la
boquita de una vez.
—No —contestó Carolina tajantemente—. Primero quiero saber por qué os habéis
marchado y qué excusa le habéis metido a nuestro profesor.
—Yo le dije que tenía que irme y que tenía que saber que te ocurría —dijo
Ramón—. También le he pedido que a ti sea a la que menos le perjudique lo que hemos
hecho.
—Yo no le he dicho nada. Simplemente le entregué el examen, le miré y me piré
de ahí —intervino Margarita.
—Madre mía… —balbuceó Carolina sentándose en el váter.
—Yo no podía quedarme ahí sin hacer nada. Tenía que saber qué te pasaba y si
estabas bien. El examen me da igual. Todo me da igual. Excepto tú —le confesó Ramón
a su novia.
A ella le brillaban los ojos y se le derretía el corazón.
—Yo… Tampoco podía quedarme ahí de brazos cruzados. Tenía que irme
contigo. Tengo que estar en tus momentos difíciles. Porque esto es lo que hacen los
amigos de verdad, te acompañan en los buenos momentos, pero aún más en los malos —
le confesó Margarita a su amiga.
Al terminar de escuchar los dos discursos, Carolina sintió que su corazón se
llenaba de amor y de cariño. No podía ser más afortunada de las personas que tenía a su

5
alrededor y que le acompañaban en el camino de la vida. Era cierto que ciertos aspectos
de su vida eran algo caóticos y complejos, pero ella tenía a su lado a personas maravillosas
que merecían la pena y que la apreciaban y la querían de verdad. Y eso es lo más
importante de todo. Por muchas cosas malas y trágicas que te puedan pasar, si tienes a tu
lado a la persona o a las personas adecuadas para acompañarte en ese duelo, entonces
tenías todas las de ganar. Hay batallas que no se pueden luchar solas. Y, desde luego, las
enfermedades mentales era una de ellas, y a ella le estaba quedando bastante claro. Para
ganar una batalla como aquella, solo tenía que poner un poco de su parte y dejarse ayudar
y querer por las personas de su entorno, y ya lo tendría casi todo hecho.
—No me puedo creer lo privilegiada que soy por tener a personas como ustedes
en mi vida. No os puedo querer más —confesó ella sin poder evitar emocionarse.
Margarita se agachó y cogió las manos de Carolina con tremenda ternura. Ramón,
por su parte, se quedó al lado de su novia, casi en el umbral de la puerta.
—Mi vida, sea lo que sea que te ocurre, estaremos ahí contigo, te lo puedo
asegurar —le aseguró su novio.
—No tienes nada por lo que temer, ¿de acuerdo? Estamos aquí a tu lado. Hoy,
mañana y siempre —Margarita besó las manos de su amiga.
—Siempre ahí para ti, pequeña —Ramón le besó la cabeza.
Carolina sonrió brevemente y se secó las lágrimas. Después dejó escapar un leve
suspiro. Tenía que contarle lo que le pasaba también a su amiga. Se merecía saberlo.
—Ramón ya está al tanto de lo que pasa, pero te lo quiero contar a ti también —
empezó a decir Carolina fijando la mirada en su amiga—. Mereces saberlo.
—Soy todo oídos.
Carolina tragó saliva y, mirando a su amiga atentamente a los ojos, fue valiente
otra vez y se lo reconoció todo.
—Desde hace un año me dan ataques de ansiedad y de pánico —tuvo que parar
un momento porque cada vez que lo mencionaba se le hacía un nudo en la garganta—. Y
desde hace relativamente poco tomo ansiolíticos para poder sobrellevar la situación,
porque cada vez se está volviendo más insostenible —declaró con un hilo de voz.
—¿Qué? ¿Te drogas? —le preguntó su amiga directamente, intentando asimilarlo.
—¿Qué? No, no. No son drogas. Bueno, no exactamente.
—¿Y quién coño te las proporciona?
—Un chico que conocí en internet.
Ramón frunció el entrecejo inmediatamente y la miró severamente, pero no dijo
nada.
—Estuve investigado hace unos meses por internet y me encontré con un chico
que tenía un blog explicando su experiencia con la ansiedad y la depresión y entonces vi
que recomendaba y vendía esas pastillas y se las compré. Entendedme. Por desgracia aún

6
soy menor de edad y no puedo comprar ningún medicamente sin la autorización de mis
padres y mucho menos sin receta, y en mi casa no hay ese tipo de medicación… Sé que
es una mierda de excusa, pero en serio que me quedaba otra alternativa… esa o la muerte
—declaró Carolina con los ojos llorosos, sudando y el corazón sobrecogido.
—¿Me estás diciendo que te has fiado de lo que te ha dado de internet que ni
conoces? —preguntó Ramón alterado y sobresaltado.
—No os enfadéis conmigo, por favor. Yo… estaba desesperada. Por favor,
entendedme. Ojalá nunca tengáis que pasar por algo así. Porque hasta que no paséis por
algo así, jamás lo entenderíais.
—Y por eso exactamente estamos aquí contigo. Para poder entenderte y ayudarte.
Hacer todo lo que esté en nuestras manos para que salgas de ahí
—Escucha, Carol —empezó a decir su amiga—. Eres muy fuerte y que te quede
claro en la cabecita que vas a poder con esto y más. Y aunque pienses que ya no te quedan
fuerzas para seguir luchando, saca fuerzas de donde no las hay y enfréntate a tus miedos.
Y derrótalos A todos y cada uno de ellos. Que no puedan contigo. Eres mucho más fuerte
que eso. Lucha. Día tras día. Joder, no pares de luchar hasta que lo venzas, ¿me oyes?
Rendirse nunca es una opción.
—No me rendiré. Os doy mi palabra —afirmó Carolina.
—¿Nos lo prometes?
—Os lo prometo. No me rendiré. Por mí. Por vosotros.
—Eso quería yo escuchar. Y que quede claro que aquí la única que se puede
drogar soy yo, es a la que le pega más, así que no me quites ese puesto —repuso Margarita
con una divertida sonrisa para quitarle tensión al ambiente.
Los tres dejaron escapar una carcajada. Y los tres pensaron lo mismo: qué bien
sentaba reírse después de tanta tensión y estrés acumulado.
—Sois los mejores —aseguró Carolina con una sincera y genuina sonrisa en su
bello rostro—. La verdad es que no sé qué sería de mí sin vosotros.
Margarita tuvo que marcharse, y entonces se quedó la pareja a solas. Y él
aprovechó para hacerle la cuestión que tenía en la mente dándole vueltas desde hace rato.
—Oye, Carolina…
—¿Sí?
—¿Estás completamente segura de que lo has… lo has contado? ¿de que no te
dejas ninguna cuestión en el aire? ¿que no hay otra razón por la que tienes ansiedad?
Ella lo miró con severidad.
—¿Qué? No. No. Me he abierto del todo con ustedes y me he sincerado, y no te
haces ni una idea de lo que me ha costado. Por favor, no te pongas en ese plan y solo
confía en mí.

7
—Lo siento, cariño, yo es que estoy algo nervioso por todo esto, ¿sabes?
Perdóname.
—No pasa nada, cariño.
Pero Ramón no la creía del todo. Intuía que le estaba ocultado algo, tenía ese
presentimiento, pero no sabía descifrar el qué era aquello que le ocultaba, pero prefirió
dejarlo pasar y darle todo el apoyo posible a su novia en esos momentos tan difíciles para
ella.
Después de la prolongada y crucial conversación que tuvo con su novio y su mejor
amiga, dos de las personas que más significaban para ella, su mente dio drásticamente un
giro de 360 grados. Ahora veía las cosas desde otra perspectiva. Eso era justo el empujón
que necesitaba para poder luchar contra su mente. Verlo desde otro enfoque totalmente
diferente.
Aquel día por la noche su hermana pequeña le convenció preparar para cenar una
pizza casera. Se lo pidió con una cara tan adorable que no fue capaz de decirle que no.
Cuando estaban untando todos los ingredientes en la masa y charlando animadamente, su
hermana le salpicó la cara con tomate de frito.
—¡Pero bueno! —exclamó Carolina riéndose.
Entonces, para no dejarlo estar, le echó varios trozos de queso rallado en el pelo
color negro azabache de la pequeña.
—¡Cómo te atreves! —se hizo la ofendida la hermana entre risas.
Y siguieron con la guerra durante unos segundos más, y cuando ya la cosa se
relajó, Carolina se quedó mirando a su bonita y pequeña hermana. Amaba a esa niña. Lo
era todo para ella. Tenía que salir de ese agujero negro e intentar ser feliz. Sobre todo,
por ella misma. Pero también por Daniela. Su persona favorita en todo el universo y a la
que más quería.
Aquel finde y el resto de la semana Carolina se la pasó estudiando y pensando en
cómo iba a comentarle lo que les ocurría a sus padres y pedirles ayuda. El gran paso
decidió darlo justo el sábado, en el fin de semana. Entre semana tenía muchos deberes y
exámenes y no quería concentrarse en otra cosa que no fuera en eso.
Y entonces llegó ese esperado sábado por fin. Carolina estaba realmente
emocionada. Por fin llegó el momento de abrirse en canal y buscar ayuda para poder salir
de una vez del hoyo que ella misma había cavado.
La semana siguiente tenía un examen de química, pero lo llevaba bastante por lo
que decidió salir un rato por la mañana a hacer algunos recados con su madre.
—Oye, mamá, me gustaría comentarte una cosa muy importante… —le confesó
ella llena de nervios.
—¿El qué, cariño? ¿Qué ocurre?
—No sé ni por dónde empezar…

8
—Ya sabes que a mí puedes contarme lo que quieras, cielo. Te escucharé y te
apoyaré en lo que sea. No tengas miedo de contarme nada.
—Sí, sí. Lo sé, mami —contestó ella con una punzada en el estómago debido a
los nervios—. Verás, es que yo…
Y entonces ocurrió la terrible e inevitable desgracia. Un coche que iba mucho más
rápido de lo que debería chocó de bruces con el coche de ellas violentamente.
Y la joven al final no tuvo la oportunidad de abrirse con sus padres. De hablarles
de sus miedos. De aquello que le atormentaba y le hacía la vida un auténtico suplicio. La
vida le arrebató esa oportunidad. Esa oportunidad de ser feliz. Esa oportunidad de
enfrentarse a sus monstruos internos y vencerlos de una vez por todas. Porque ella era
fuerte. Ella podía con todo eso. Si hubiera sobrevivido, estaba seguro de que lo hubiera
conseguido y hubiera podido con todo eso y más. Le hubiera demostrado a la vida que
podía con todo lo que le pusieran por delante.
Pero, a veces, el destino tiene unos caminos inescrutables para nosotros.
Y, hagas lo que hagas, no podrás escapar de tu destino.
Porque es él el que te elige a ti.

9
Capítulo 13

Primavera de 1997 (Presente)

“El día a día”

La familia Belmonte Sans vivía en Visa del monte, muy cerca de las ruinas de la ciudad
que hacía esquina con el viejo centro comercial construido a finales de la década.
En realidad, allí vivían lo que quedaba de aquella familia. Solo el padre,
Maximiliano Belmonte, y la hija pequeña, Daniela Belmonte, ya que la madre, Catalina
Sans, y la hija mayor, Carolina Belmonte, habían fallecido hacía seis años en un terrible
y mortal accidente de coche.
Era viernes por la tarde, justo al semillero del vespertino, justo cuando se había
iniciado la tarde con un sol liberadamente resplandeciente y tórrido.
Daniela Belmonte salía de sus habituales clases y se encontraba un poco
confundida y angustiada. En la clase de historia habían estado conversando sobre el papel
de la mujer desde los años treinta en diversos países. Darse todavía más cuenta de todo el
machismo que había, propio de la sociedad patriarcal que se había impuesto hace miles
de años, fue algo sumamente desalentador. Como era de esperar, eso hizo ponerse a
Daniela bastante furiosa y frustrada con la vida en general. No podía llegar a comprender
la poca estima que se les tenía a las mujeres y toda la inferioridad que se les otorgaba en
numerables aspectos. Desde muy pequeña, en casa le habían enseñado que la igualdad
era algo verdaderamente crucial y que, por supuesto, ningún género era superior o inferior
al otro. Lo cierto es que Daniela se sentía muy orgullosa de ser mujer. Sabía que las
mujeres eran seres fuertes, inteligentes y luchadores. Y, por supuesto, Daniela también se
sentía realmente orgullosa de sus propios pensamientos, valores y principios.
A ella le fascinaba leer y conocer todos los logros que habían conseguido las
mujeres a lo largo de la historia. Aunque, en parte, todo lo que conllevaba aquello también
le hacía sentir algo apenada. Para conocer toda la historia y trayectoria sobre el sexo

1
femenino tenía que leer todas las injusticias y aberraciones que habían sufrido y que,
lamentablemente, seguían sufriendo a día de hoy. Como por ejemplo todas las obras
creadas por ellas y que se les otorgaban a hombres o simplemente tenían que firmarlo
bajo un seudónimo porque el hecho de que las mujeres "crearan cosas" estaba mal visto
o simplemente se les tenía prohibido. O la brecha salarial. O sencillamente algo tan básico
como el derecho al voto, se lo negaban. No se les tenían en cuenta para nada. Todo eso le
parecía tan injusto a Daniela que sentía que la rabia se apoderaba de ella por completo.
Por eso cada vez que se acordaba, le entraba una rabia y un coraje inmenso. Pero no podía
olvidarlo. Sabía que era importante recordar la historia de la humanidad. La historia de
las mujeres.
En cuanto llegó a su casa intentó olvidarse de ello por un rato. Realmente le
frustraba muchísimo aquel tema. Ella cada vez que podía defendía y reivindicaba los
derechos de la mujer de los que durante tantos años les habían suprimido. Y, desde luego,
lo que había descubierto en clase le había afectado, pero procuró no pensar más en eso.
Iba a entrar en su casa y quería estar apacible y estar bien de ánimos. O al menos
intentarlo. No quería pagar su mal humor con su padre ni con nadie.
—¡Hola, papá! Ya estoy aquí —anunció ella cuando entró por la puerta.
Su padre apareció en el umbral de la puerta de la cocina con el delantal puesto y
con una espléndida y enorme sonrisa.
—¡Hola cariño! Ya está hecha la comida. Hoy te he hecho pasta a la carbonara.
Una de tus comidas favoritas.
—Gracias, papi. Me lo comeré con mucho gusto. Hoy estoy hambrienta.
Padre e hija se sentaron a la mesa y empezaron a degustar con esmero la comida.
—Mmm… Está realmente bueno. Estás hecho todo un chef.
—Me alegra escuchar eso. Ya sabes que yo… intento darte todo lo mejor.
Maximiliano posó suavemente su mano en la de su hija y la acarició con
sensibilidad, aprecio y cariño. Ellos dos lo habían pasado realmente mal y aún lo seguían
pasando mal por la horrible e inesperada pérdida de Catalina y Carolina, madre y hermana
mayor de Daniela. Maximiliano se vio repentinamente obligado a preparar comidas que
antes no sabía, o aprender cosas tan simples como la menstruación y las compresas.
Todavía recordaba Daniela con cierta diversión el apuro que pasó su padre la primera vez
que tuvo que comprarle unas compresas. Le compró unas que no eran, pero a ella le
pareció adorable que su padre fuera a comprárselas y le hiciera un chocolate caliente con
nata, como tanto le gustaba a ella, cada vez que sufría el inexorable y angustioso dolor de
la menstruación.
Maximiliano se esforzaba constantemente por ser el mejor padre para su hija. Él,
al igual que ella, había sufrido mucho, y, desde ese horroroso día en el que ambos

2
padecieron la pérdida de las dos mujeres que más amaban, se dedicó en cuerpo y alma a
su querida y amada hija.
Daniela le sonrió y le contestó:
—Lo sé. Y lo estás haciendo genial. No dudes de ello ni por un momento.
Su padre la miró fijamente con visible brillo en los ojos y le dedicó una tierna y
reconfortante sonrisa.
—¿Hoy sales antes del trabajo? —le preguntó él.
—Es viernes, así que no creo. La gente suele ir bastante a esa cafetería los fines
de semana.
—¿Y qué tienes pensado hacer mañana?
—¿Mañana? —inquirió Daniela arrugando la frente y frunciendo el ceño—. ¿Qué
se supone que tendría que hacer mañana?
—¡Venga ya, cariño! Estás de broma, ¿no? ¡Es tu cumpleaños! No pensarías que
se me había olvidado, ¿verdad?
—Claro que no. A ti nunca se te olvidan esas cosas. Aunque, si te soy del todo
franca, casi preferiría que se te hubiera olvidado.
—¿Por qué dices eso, cariño? ¿Es que ocurre algo?
—Papá, no pretendo ser descortés ni pretensiosa, te lo aseguro, pero ya sabes con
suma suficiencia que no celebro mi cumpleaños desde hace años.
—Lo sé, mi vida, lo sé. Pero, cielo, este año es diferente. Este año cumples
dieciocho. Ya eres mayor edad. Mi niña ya se me hace mayor...
El hombre no pudo evitar revolverse con cierta emoción en sus ojos. En ellos se
podría observar cómo las lágrimas deseaban salir, y, Daniela, que el momento se percató
de ello, cogió con cariño la mano de su padre.
—El paso del tiempo es algo inexorable, papá. Pero te prometo que siempre seré
tu niña. Eso siempre perdurará.
—¿Promesa?
Daniela rodó los ojos hacia arriba divertida.
—Promesa.
Entonces, se prometieron el uno al otro de la única forma que habían hecho desde
siempre: unieron sus meñiques y le dieron la vuelta.
—Entonces, ¿no piensas hacer nada mañana?
—No. Ya sabes que no lo celebro desde que...
—Lo sé, cariño, lo sé. No tienes por qué terminar la frase, tranquila.
—Es que... simplemente considero que es una fecha como cualquier otra. Todos
los años cumplo años. No comprendo porque este tiene que ser diferente o... especial.
—Todos los años se cumplen años, eso es bien cierto. Pero no todos los años se
cumplen 18. Es una fecha muy especial, cariño.

3
—Pues francamente no entiendo el por qué.
—Ya dejas de ser una niña para convertirte en una adulta. En una mujer.
Daniela observó detenidamente a su padre y le pareció que se sentía orgulloso.
—Sí —confirmó ella—. Supongo que ya soy toda una mujer.
—Mi querida hija... ya hecha toda una mujercita. Ojalá te hicieras una idea de lo
inmensamente orgulloso que me siento de ti. Eres la hija que siempre soñé tener.
—Oh, papá... Yo también estoy orgullosa de ti. Te quiero.
—Y yo a ti, tesoro.
Maximiliano se secó una lagrimita y se levantó de la silla para ponerse de pie.
—Bueno, cariño, como es tu cumpleaños y te estás haciendo mayor... Te he
comprado una cosita que te va a encandilar. Sé que tu cumpleaños es mañana pero no
podía esperar a dártelo...
Se dirigió hasta el sofá y cogió detrás el cojín un pequeño paquete envuelto con
dedicación.
—Toma, cariño.
Daniela se puso de pie y cogió el paquete.
—Papá, de verdad que no hacía falta que me compraras nada. Te lo agradezco
mucho.
Ella desenvolvió el paquete con entusiasmo y rapidez. Cuando ya pudo determinar
exactamente qué era lo que le había comprado su padre, se entusiasmó aún más.
—¡Es un móvil! —exclamó emocionada—. ¡No me lo puedo creer!
Era un móvil pequeño, negro y con tapa.
—Te lo mereces, cariño.
—Pero, papá, te habrá costado mucho y...
—No importa en absoluto lo que me haya costado, hija —le interrumpió
Maximiliano sonriente—. Lo importante es que tú estés feliz.
—¡Eres el mejor!
Los dos se abrazaron y esbozaron una enorme y deslumbrante sonrisa de oreja a
oreja.
—¡Pues si este te ha gustado, espérate a mañana!
—¿Me has hecho otro regalo más? —preguntó Daniela sorprendida mientras se
apartaba de su padre para mirarlo.
—Es que me sabe mal no poder estar contigo el día de tu cumpleaños. Ojalá
pudiera tomarme un día libre en el trabajo.
—Por desgracia no podemos permitirnos eso. Pero no te preocupes. Ya te digo que
no pensaba hacer nada especial tampoco. Me pondré a leer un libro y me compraré
chocolate.
—Eso siempre es un buen plan.

4
—Desde luego que sí. Sumergirte en las páginas de un buen libro siempre es un
plan maravilloso.
Maximiliano sonrió y asintió la cabeza para darle la razón a su hija, puesto que él
desde siempre había sido un fiel lector. Y, de hecho, siempre les había inculcado a sus
hijas el saludable y maravilloso hábito de la lectura.
Pero recordando el día que era, no pudo sentirse en el fondo un poco apenado.
—¿Pasa algo? —le preguntó Daniela.
—Es que no quiero que estés sola el día de tu cumpleaños.
—Si tengo un libro conmigo no estaré sola. Te lo puedo asegurar. Además, no
tienes nada por lo que preocuparte. Sé cuidarme solita.
—¿Y por qué no llamas a Judith?
—Sí. Puede que la llame. Aunque si te soy sincera, no creo que ni haga falta.
Seguro que se acuerda de que mañana es mi cumpleaños y seguramente ahora mismo
estará en su casa planeando algo.
—Conociéndola, seguro que estará haciendo eso exactamente —confirmó
Maximiliano divertido.
—Casi seguro —Daniela también sonreía.
—Oye, mañana por la noche cuando salga del trabajo si te apetece vamos al cine
y compramos palomitas y una hamburguesa.
—¿Una hamburguesa con doble de queso cheddar y bacon?
—Exactamente.
—Mmm... De acuerdo. Me has convencido. No puedo decir que no a eso.
—Y hoy cuando salga del trabajo si quieres podemos pedir unas pizzas y nos
quedamos hasta las tantas viendo películas. Podemos ver una de miedo.
—Lo de pizza me parece bien. Pero lo de la película de miedo... disculpa que
discrepe, pero eso habrá que discutirlo.
—¿Por qué?
—Nunca me han gustado. Ya lo sabes —reconoció Daniela.
Maximiliano se aproximó hasta su hija y empezó a hacerle cosquillas por la
barriga.
—¿Qué pasa? ¿Que, a mi niña, que ya es toda una mujercita, aún le dan miedo las
películas de miedo? ¿Eh?
—¡Papá! ¡Para! ¡Para!
Los dos no dejaron de reírse hasta que pasó un rato. Cuando ya dejaron las
cosquillas y las risas a un lado, fregaron los platos y los cubiertos y recogieron la cocina.
Daniela se fue hasta su habitación y metió el uniforme el trabajo dentro de su bolso y se
marchó de la casa velozmente. Si no se daba prisa no llegaría a su hora. Y eso no lo se
podía permitir. Necesitaba desesperadamente el dinero y estaba agradecida de la

5
oportunidad que le habían ofrecido en el bar-cafetería Dulce Dulces 80, que se situaba en
la barriada que había antes de llegar al centro de la ciudad. Llevaba trabajando ahí varios
meses ya y aún le seguía costando compaginar el trabajo con los estudios. Pero poco a
poco lo iba llevando mejor y se estaba aprendiendo a organizar de una manera más
resolutiva. Aunque allí solo tenía que aguantar unos meses más hasta que entrara en la
universidad.
Era un bar-cafetería ambientada en los años 70. Tenía mucho éxito y siempre
estaba abarrotada de gente. Daniela trabajaba a media jornada; de tres y media hasta las
siete y media y nunca le daba tiempo de hacer algún descanso.
Cuando llegó al bar-cafetería se encontró con su compañero Albert. Era un chaval
que se mudó de Cataluña al sur de Andalucía. Era alto y muy delgaducho. Tenía el pelo
demasiado largo, las mejillas llenas de acné y aparato en su dentadura. Venía de una
familia humilde y era un chaval muy simpático y enérgico. Le gustaban los cómics de
superhéroes, escribir historias de fantasía y pasar tiempo con Daniela.
—¡Hey! ¿Qué pasa, Dani? —le saludó él con una sonrisa de oreja a oreja.
El chico siempre se alegraba de verla y de compartir las tardes de lunes a viernes
con ella. Con el dinero que ganaba ayuda a su familia en casa. Era un buen chico. A
Daniela le caía bien y le agradaba conversar con él. Conseguía sacarle una sonrisa. Y ya
era eso decir, ya que, que alguien consiguiera sacar a Daniela una sonrisa genuina era de
lo más inaudito. Eso y que le agradase alguien.
—Hola Albert —le saludó ella devolviéndole la sonrisa.
—¡Oye, casi se me olvidaba! ¡Felicidades por adelantado! Espero que pases un día
muy especial. No se cumplen dieciocho todos los días.
Daniela miró a su alrededor y le pidió que se callara. En esa cafetería iba mucha
gente de su instituto y de su clase y no quería que la gente se pusiera a felicitarla. No
soportaba ser el centro de atención. Aunque, para suerte para ella, ese viernes, no fueron
muchas caras conocidas.
—¡Shhh! ¡Que te puede oír alguien! Oye, gracias, pero, ¿cómo sabes que es mi
cumpleaños?
—Me lo ha dicho tu amiga Judith —respondió el chico confuso.
A continuación, señaló a una chica que estaba sentada al fondo. Tenía el cabello
rubio y ondulado y lo llevaba corto por los hombros. Sus ojos castaños se mostraban
afables detrás de sus gafas de montura.
—Maldición. Entonces ella también lo sabe.
—¿Por qué no quieres que tus amigos sepan que es tu cumpleaños? —le preguntó
su compañero todavía confuso.

6
—No me gusta que me regalen cosas —Daniela se encogió de hombros—. Ósea,
sí, está guay y todo eso. Pero no me agrada el hecho de que la gente se gaste dinero en
mí. Es como que me incomoda. Además, ya me conoces, detesto ser el centro de atención.
—Sí, lo sé. Qué rarita eres.
Los dos se miraron, se sonrieron con complicidad y ella le golpeó el brazo con su
codo con suavidad.
—Habló aquí el más normal de todos —le respondió ella con sorna.
—Oye, no te piques, te lo digo a modo de cumplido. Si aquí el primer rarito de
todos soy yo. A mí me gusta que seas rara. Creo que deberíamos fundar un club de gente
rara o algo parecido. Y ambos como fundadores. ¿Qué te parece la idea?
—Me parece que a lo mejor necesito un poco de lo que fumas. Ya sabes, para
desestresarme un poco de los exámenes y demás.
—Qué chistosa. Ya sabes que yo no fumo. Aunque si quieres que lo probemos...
—Albert, estaba de coña.
—Ya, ya. Y yo, y yo. Solo que no me imaginaba mejor forma de probarlo que
contigo.
—Oh, eso es todo un halago. Lo mismo te digo.
Los dos se rieron, pero al instante Daniela se percató de que el semblante de su
amigo se tornó serio y sombrío.
—-¿Ocurre algo? —preguntó.
—Verás, ya sé que no te gusta que te regalen cosas, pero no he podido evitarlo…
Daniela no pudo evitar esbozar una media sonrisa. Le parecía muy adorable que
su amigo hubiese tenido un detalle con ella.
—¿Me has comprado algo? ¿De verdad?
—Es solo un pequeño detalle… mira… lo tengo aquí en el bolsillo.
El chico metió su mano en el bolsillo de sus vaqueros y sacó una pequeña cajita
adornada con un lazo.
—Espero que te guste. Mi hermana me ha ayudado a elegirlo —confesó con cierta
timidez.
Daniela lo abrió con avidez. Dentro de la cajita se encontraban dos pendientes de
plata relucientes y atractivos.
—Son realmente bonitos, Albert. Muchas gracias.
Daniela se acercó a él y lo abrazó.
—Me alegro de que te gusten —dijo él mientras se envolvía en el suave aroma de
Daniela.
Se separaron el uno del otro y Albert se quedó mirando a Daniela con timidez. Se
ajustó las gafas y le dijo:

7
—Menos mal que mi hermana pudo echarme una mano, porque no tenía ni idea
de qué regalarte.
—Dile a tu hermana que tiene muy buen gusto —dijo Daniela cuando se soltaron
del abrazo.
—Se lo diré. Descuida.
—Bien. Ahora vayamos a atender a esta petarda —dijo Daniela señalando a la
chica rubia sentada al fondo.
Albert asintió con la cabeza y sonrió.
—Sí, por supuesto.
Se acercaron a la mesa de la amiga de Daniela y ésta le dijo:
—Buenas tardes. ¿Qué le pongo a la señorita?
—¡Déjate de tonterías y ven a darme un abrazo!
Las dos amigas se fundieron en un fugaz abrazo mientras se reían.
—¡Bueno, cuéntame! ¿Qué vas a hacer mañana? —le preguntó su amiga con
emoción.
—¿Mañana? Nada —respondió Daniela encogiéndose de hombros.
—¿Cómo que nada? ¿Me estás vacilando, cierto?
—Créeme, no te vacilo en absoluto. No tengo pensado hacer nada en concreto.
—¡Dani, es tu cumpleaños! ¡Ya vas a ser mayor de edad!
—Sí. ¿Y qué ocurre? No entiendo por qué todos lo veis como una fecha especial.
—¡¿Me estás tomando el pelo?! ¡Efectivamente es una fecha especial! ¡Yo cuando
ya sea mayor de edad espero celebrarlo por todo lo alto!
—Y a mí me parece perfecto eso. En serio. Pero ya me conoces de sobra. Ya sabes
que yo no lo celebro.
—Lo sé. Y entiendo perfectamente tu motivo, en serio. Pero solo se cumplen 18
una vez en la vida. Para mí implica el fin de la niñez y el inicio de la nueva etapa; la etapa
adulta. ¿No estás emocionada? ¿Ni siquiera un poquito?
—¿Acaso tendría que estarlo? Solo es una fecha. Como otra cualquiera. No
comprendo el por qué tanto alboroto.
—¿Me dejas que te diga una cosa? Creo que a tu madre y a tu hermana les
encantaría que celebraras tu decimoctavo cumpleaños.
En cuanto Judith pronunció semejantes palabras y vio la expresión de la cara de su
amiga, se arrepintió de inmediato. Era plenamente consciente de que se estaba metiendo
en un terreno bastante peligroso y pantanoso. El tema de la madre y de la hermana de
Daniela era un tema muy delicado y complejo. Ésta aún no había superado sus muertes y
Judith lo sabía perfectamente. Al igual que sabía de sobra que cuanto menos las
mencionase, mejor.

8
En cuanto a Daniela, aquellas palabras que le dedicó seriamente su amiga le
dejaron bastante pensativa y reflexiva. De hecho, sabía que tenía toda la razón. Fuera
donde fuera que estuviesen su querida madre y su querida hermana, sabía que les haría
ilusión que celebrara su cumpleaños al menos en esa ocasión y se divirtiera un poco con
sus queridos amigos y su querido padre.
—Perdón. No debería haber dicho eso.
—No te preocupes. No… pasa nada.
Daniela se revolvió en su sitio un tanto incómoda e intentó cambiar de tema de
conversación apresuradamente. No le apetecía seguir hablando de aquello.
—Bueno, ¿piensas pedir ya? Como mi jefe me pille dándole al pico me va a echar
la bronca del siglo por tu culpa —le dijo a su amiga divertida.
Su amiga muchas veces venía a la cafetería para verla. Y aprovechaba para hacer
deberes. En ocasiones venía acompañada de Oliver, el otro amigo de ellas, aunque en
aquella ocasión no fue así ya que el chico no pudo ir porque jugaba al baloncesto.
—¡Es cierto! ¡Es cierto! ¡Perdón! Con tanta cháchara se me ha pasado —cogió la
carta y le echó un vistazo rápido mientras decidía—. Quiero un batido de chocolate con
extra de nata y un sándwich mixto de jamón y queso. Muchas gracias.
—Pues marchando rápidamente para la señorita.
Daniela le sonrió con complicidad a Judith y ésta le lanzó un par de besos en el
aire.
Ella se puso manos a la obra y en menos de diez minutos ya estaba todo preparado
y listo. Se acercó de nuevo a la mesa de su amiga y dejó en ella la bandeja con la comida.
—Aquí un batido y un sándwich para mi clienta favorita.
—Muchas gracias para mi camarera favorita —le respondió ella.
—Que te aproveche. Y oye, muchas gracias por venir a verme.
—No te sientas importante. Si vengo aquí es por la comida tan deliciosa que hacéis.
Se rieron de nuevo y Daniela atendió a una pareja que acababa de llegar. Luego
volvió a su puesto detrás de la barra lista para ponerse manos a la obra con el último
pedido.
Entre Daniela y Albert empezaron a preparar dos sándwiches de jamón y queso
con patatas y dos batidos de chocolate y nata para la mesa seis, donde se habían sentado
la última pareja que había entrado en el local.
Mientras sacaban todos los ingredientes, Albert no podía desviar la mirada hacia
otro objetivo que no fuese su compañera. Desde sus ojos, una chica tan bonita, brillante
e inteligente. Ella se humedeció la boca con la lengua y se colocó en diminuto mechón de
pelo que le sobraba de la coleta detrás de la oreja. La miraba tanto que ya sabía todas sus
muecas y expresiones faciales. Sabía la cara que ponía cuando estaba concentrada. O
como fruncía el entrecejo cada vez que algo le alteraba.

9
Albert siempre se ponía nervioso cada vez que la tenía cerca. Él carraspeó un poco
e intentó sacar tema de conversación.
—¿Sabes? Me cae bien tu amiga. Parece una chica interesante.
—Lo es. ¿Te gusta? Si quieres que haga de Celestina solo tienes que decírmelo y
no tardaré en actuar.
A Albert no le gustaba la amiga de ella en absoluto. Sí que le parecía una chica
guapa e interesante tal y como le había dicho a Daniela, pero ya había fijado sus ojos en
otra persona muy especial. Y por nada del mundo quería que Daniela pensase que él
estaba colgado de alguna otra chica. De hecho, se notaba tanto que le gustaba ella que no
comprendía como Daniela no se había dado cuenta todavía. Era algo realmente evidente.
Pero a lo mejor ella simplemente no le echaba cuenta. Eso, o lo quería dejar correr.
Lo cierto es que la chica le gustó desde que la vio entrar por esa puerta para tener
su primera entrevista de trabajo. Desde ese momento, no se la podía sacar de la cabeza.
Hasta intentó convencer a su jefe para que la contratase a ella y no a los otros candidatos.
Y por fortuna para él, así fue. A la semana siguiente ya estaba Daniela trabajando en aquel
local.
Y desde el primer momento en que se conocieron se llevaron bien. Conectaron
rápido y se hicieron amigos. Aunque a él le gustaría ser algo más que eso.
—¿Eh? —preguntó él angustiado—. No, no. No hace falta. En realidad, me gusta
otra persona.
Albert la miraba fijamente con notable brillo en los ojos y una boba sonrisa.
—Ah, ¿sí? Bueno, sea quien sea es una chica afortunada.
—¿Tú crees?
—Pues claro que sí. Tú vales mucho como persona.
—¿De verdad lo piensas?
—Obvio, tonto. Sino no te lo diría.
—Es que... me cuesta creer que me veas de esa manera. De que me tengas en tal
alta estima.
—Por supuesto que te tengo en alta estima. Eres mi amigo y te aprecio mucho
como persona.
Y esas palabras fueron como una puñalada directa en lo más hondo de su corazón.
Cada vez que recordaba que era únicamente su amigo sus esperanzas se apagaban cada
vez más. Pero nunca del todo. Al menos hasta que Daniela saliera con alguien. Hasta que
llegara ese momento, él tenía posibilidades. O eso se decía él.
—Lo cierto es que ella no sabe que me gusta. Aunque, siendo realista, aunque lo
supiera tampoco creo que se fijase en mí.
—Pues si no se fija en ti es que está ciega.

10
—Sí, supongo —Albert esbozó una tímida sonrisa mientras se encogía de
hombros.
Su turno finalizó a la ocho y media de la tarde como habitualmente, y Daniela
regresó a su casa un poco exhausta. Se puso a estudiar dos horas seguidas y después se
duchó. Más tarde cenó y se puso a leer en el salón, acompañada de su padre, hasta que le
entró sueño y subió a su habitación. Siempre que llegaba la noche y terminaba el día se
sentía realmente agotada. Siempre caía rendida en la cama. Llevaba un ritmo de vida
bastante acelerado y sin parar.
Así era el día a día de Daniela. Durante el día a lo que se dedicaba era a ir a clases,
trabajar tres horas y estudiar por la tarde-noche. Y durante las noches procedía a estudiar
y si le sobraba tiempo libre procedía a leer o ir a la biblioteca. Leía para olvidarse y
abstraerse por completo de la realidad. Por las noches le relajaba muchísimo.
Pero había una cosa que ese día despertó un mínimo interés a Daniela. Y era que
en clase le habían mandado como deberes entregar un trabajo para el lunes sobre alguna
mujer icónica que les inspiraba. Había muchas mujeres que habían hecho historia y que
inspiraban a Daniela. Como por ejemplo Marie Curie, Jane Austen, Virginia Woolf, Clara
Campoamor, Rosa Parks, Frida Kahlo, entre otras. Tendría que hacer una investigación a
fondo para poder tomar una elección y escribir solo sobre una. Todas esas mujeres tenían
una gran historia que contar. Sería difícil tomar una decisión y quedarse solo con una
única historia. Ya que todas esas historias detrás de esas grandes mujeres eran sumamente
inspiradoras y eran merecedoras de ser escuchadas.

11
Capítulo 14

Primavera de 1991 (Pasado)

“La pérdida de lo que fue un verdadero amor de juventud II”

Ramón rápidamente se acercó hasta su hermana pequeña y se agachó para quedar a su


altura y acariciarle con toda la dulzura del mundo su pequeña e inocente carita, la cual
estaba llena de lágrimas.
—Eh, eh, pequeña, no, no. Claro que te quieren. Y más a que nada en el mundo —
le aseguró él mientras la acariciaba con suavidad su cabello corto y castaño.
—¡Pero le acabas de decir a Álex que nunca me quisieron! —exclamó ella dolida.
Se apartó de su hermano con un empujón y se marchó corriendo de la cocina.
—Espero que estés contento. Mira lo que has conseguido —le dijo Álex.
Daniel ignoró el comentario hiriente de su hermano y siguió a su hermanita hasta
su habitación.
—Oye, peque, no estés triste, ¿vale? Lo que tú has escuchado antes no es tal y
como lo piensas. Mamá y papá te adoran. Eres su niñita.
—¡Pero tú has dicho que mamá no quería quedarse embarazada de mí!
—Pero, aunque eso sea así, no significa que no te quieran. Es verdad que no te
estaban buscando, ¡pero cuando te vieron la carita fueron los más felices del mundo!
—Eso solo lo dices para que no me ponga triste.
—Te lo digo porque es la verdad. Te doy mi palabra.
—¿Me lo prometes?
—Prometido.

1
Entonces Ramón le mostró el dedo meñique y su hermanita hizo exactamente lo
mismo, y, entrelazando los meñiques, sellaron una promesa. Para la pequeña las promesas
eran de suma importancia. Si un adulto te hacía una promesa, no podía mentir y tenía que
cumplirla. Al menos eso era lo que hacía acordado con su hermano. Las promesas habían
forjado una especie de vínculo inquebrantable entre los dos hermanos.
Después de una intensa y agotadora hora de entrenamiento, Ramón volvió a su
casa. Cuidó de su abuela y ayudó a su hermana con los deberes del colegio. Álex estuvo
encerrado en su habitación como hacía siempre, con sus cascos y pasando de todo y de
todos.
Al día siguiente Ramón volvió a levantarse temprano y fue a por churros con
chocolate para sus hermanos. Quería al menos pasar ese día en son de paz y sin discutir
con nadie.
Cuando regresó a su casa sus padres ya se habían marchado a trabajar y estaba solo
con sus dos hermanos. Dejó los churros en la mesa y apartó unos cuantos en un plato
junto con un zumo de naranja y lo llevó hasta la habitación de su hermanita pequeña.
—Buenos días peque. ¿Tienes hambre? Te he traído churritos.
Cuando el delicioso y penetrante olor de los churros inundó las fosas nasales de
la pequeña Alicia, ésta se incorporó inmediato en la cama y una deslumbrante sonrisa se
vislumbró en un angelical e inocente rostro mientras miraba la comida.
—¡Churritos! ¡Qué rico! ¡Eres el mejor! —exclamó entusiasmada.
—Quiero que me perdones por lo de ayer. Estuviste triste por lo culpa y te pido
perdón.
—No pasa nada, Ramoncín. Ya está olvidado.
“Ramoncín”. Así era como aquella pequeña había apodado a su hermano. Y a él
le parecía realmente adorable.
La pequeña se inclinó y besó brevemente la mejilla de su hermano. Y a él se le
inundó el corazón de amor en cuestión de segundos.
—Me alegra escuchar eso. Tú desayuna tranquila mientras le doy le doy el
desayuno a la abuela y después hacemos lo que tú quieras, ¿vale, preciosa?
—Vale, Ramoncito —Alicia no dejaba de sonreír—. ¿Quieres un poco?
La pequeña le ofreció comida, pero él negó con la cabeza.
—No te preocupes peque, yo tengo más abajo en la cocina. Eso es solamente para
ti, disfrútalos —le explicó Ramón sonriente.
Le besó suavemente la caballera a la dulce niña y luego bajó a la cocina para
prepararle el desayuno y la medicación a su querida abuela, y antes de la hora de comer
estuvo dibujando con su hermana mientras pintaban, coloreaban y reían.

2
Aquel día a Ramón no le tocaba entrenamiento por la tarde, lo que significaba que
tenía más tiempo libre esa tarde, por lo que después de comer aprovechó para ir a
comprarle un bonito detalle a su novia Carolina, de la que estaba muy enamorado.
Mañana hacían seis meses de relación formal y estable y quería llevarla a comer
a algún sitio especial y tener un bonito y especial detalle con ella. Le acabó comprando
un precioso y pequeño colgante con su inicial en una joyería que hacía esquina con el
centro de la ciudad.
Ya satisfecho y contento con su regalo, cogió el coche y se dirigió hacia al otro
lado de la ciudad.
Llegó hasta a aquel edificio y abrió a la puerta. Y luego se dirigió directamente
hacia la sala de la derecha, que era donde le tocaba hacer el taller para las personas
mayores.
—¡Hola! ¡Ya estoy aquí! ¿Qué tal estáis? —dijo Ramón con una enorme sonrisa
al abrir la puerta.
—¡Ya estás aquí guapo, qué ganas tenía de verte! —exclamó Esperanza con
notable alegría.
—Yo también tenía muchas ganas de verla a usted, Esperanza.
Ramón se dedicaba a algunas tardes a realizar actividades y talleres variados para
personas mayores de la residencia que quedaba a dos calles abajo del centro comercial
que tenía justo arriba de su casa.
Y la señora Esperanza Hidalgo era su paciente favorita. A todos los tenía
muchísimo cariño, pero a ella le tenía un cariño especial. Desde el primer día que se
conocieron se llevaron muy bien. La señora le trataba desde el minuto uno como a un hijo
y él se derretía de ternura por ella. Era realmente adorable y divertida. Lo cierto es que le
encantaba pasar tiempo allí con todos ellos. Poder verlos felices y con una sonrisa al
menos por un rato, le gratificaba y reconfortaba enormemente a Ramón.
—¿Cómo estás, hijo?
—Feliz de verla y de poder estar por fin con ustedes.
—¡Tú tan encantador como siempre! ¿Y qué nos traes hoy?
—Pues hoy os traigo un taller de manualidad. Espero que os guste y os entretenga.
—¡Eso es genial! Ya sabes lo mucho que me gustan las manualidades —comentó
la anciana entusiasmada.
—Lo sé —le respondió con una sonrisa—. Por cierto, quería enseñarle una cosa.
Esto se lo que he comprado a mi novia. Mañana hacemos seis meses que salimos y quería
tener un pequeño detalle con ella.
Del bolsillo de su pantalón se sacó el bonito collar y se lo enseñó a la adorable
anciana.

3
—¡Oh, es precioso! —exclamó ella maravillada—. Qué afortunada es esa chica
por tener a un gran hombre como tú a su lado.
Él sonrió.
—Créame, soy yo el afortunado.
Él y tres compañeros suyos pusieron en marcha el taller. Prepararon todas las cosas
y pusieron música bajita mientras charlaban animadamente con los ancianos y les
ayudaban con las manualidades.
Cuando terminaron el taller, la señora Esperanza llamó a Ramón para que se
acercara a ella.
—Bueno... ¿qué tenemos por aquí? —inquirió él.
—Sé que no es gran cosa, pero quería tener un detalle contigo por lo que bien que
te portas con nosotros y por ser tan amable y agradable siempre.
Y entonces Esperanza le enseñó la manualidad que había realizado. Era un precioso
dibujo con acuarela. Era su rostro. Le había dibujado a él.
En los ojos de Ramón se podía observar un atisbo de ilusión. Se había quedado sin
palabras.
—Vaya, es... es maravilloso. De verdad. Me encanta.
—Me alegro de que te guste.
—¿Cómo no me va a gustar? ¡Si eres toda una artista! Muchísimas gracias,
Esperanza.
Él se agachó y la señora le regaló un cálido beso en la frente. Seguidamente, el
joven le cogió las manos con suavidad.
—Voy a guardarlo con mucho cariño. Ahora vengo —le indicó sonriente.
Ramón se dio media vuelta y se acercó hasta su mochila, donde guardó
cuidadosamente el dibujo en una carpeta roja que traía en la mochila. Y justo cuando ya
cerraba la mochila, escuchó unos sonidos agónicos.
Inmediatamente se dio la vuelta y se acercó velozmente hacia Esperanza, la cual
se encontraba agonizando.
—¡Esperanza! —gimió el chico—. Respira, respira. Intenta respirar, por favor.
La pobre Esperanza no podía respirar y sentía que el corazón se le encogía y se le
paralizaba en cuestión de segundos.
—¡Esperanza!
Pero Esperanza ya no hacía nada. Ya no respiraba. Y el corazón se le había
paralizado del todo. Acababa de sufrir un infarto repentino.
—¡Una ambulancia, por favor! ¡Que alguien llame ahora mismo a una ambulancia!
Uno de sus compañeros avisó rápidamente a una ambulancia y Ramón cogió las
manos de la inerte anciana. No se separó de ella en ningún momento.
—Esperanza... Siempre te llevaré en mi corazón —gimoteaba él sollozando.

4
La ambulancia llegó apenas a los cinco minutos y cuando metieron dentro a
Esperanza, Ramón le preguntó a uno de los dos enfermeros:
—¿Puedo ir con ella?
—Es que han avisado a la hija y ya va con ella. Y solo puede ir uno. Lo siento.
—Ah, de acuerdo... entonces que vaya ella, sí —se resignó decepcionado.
Cuando se habían llevado ya a Esperanza de la residencia, Ramón recogió sus
cosas y se quedó sentado justo enfrente de aquel edificio.
Estaba conmovido y con el corazón encogido observando detenidamente el dibujo
que le había dedicado aquella maravillosa mujer cuando se sobresaltó al sonar su móvil.
Le estaba llamando Daniela, la hermana pequeña de su novia.
—¿Sí, Dani? —preguntó él al descolgar la llamada.
—Ramón, dios, menos mal que me lo has cogido ya. Te he estado llamando desde
hace una hora y no me lo cogías.
Ramón notó el tono de voz lloroso en que le hablaba la pequeña. Y se sintió mucho
más angustiado de lo que ya se encontraba.
—No me he dado cuenta, perdona. Lo tenía en silencio. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
Y entonces Daniela rompió a llorar desconsoladamente.
—¿Dani? No me asustes, por favor. ¿Qué ocurre? ¿Le ha pasado algo a Carolina?
—Sí... —sollozó Daniela.
El chico se quedó completamente inmóvil con la cara blanquecina como un
fantasma. Quería decir algo, lo que sea, pero su propio cuerpo no se lo permitía. Se había
quedado bloqueado. No le salían las palabras.
—Han tenido un accidente de coche ella y mi madre —confesó Daniela abrumada
mientras no dejaba de llorar—. Han fallecido, Ramón. Las dos.
Ahora era él el que sentía que no podía respirar. Que el corazón le dejaba de latir.
Porque realmente ya no tenía ningún sentido que siguiera latiendo y bombeando si el
amor de su vida ya no volvía a estar con él.
—¿Ramón? ¿Estás ahí? —balbució Daniela.
Pero Ramón no contestó porque había dejado el móvil en el suelo. No podía hablar.
No le salían las palabras. No podía respirar.
Su corazón se estaba rompiendo poco a poco en pedacitos muy pequeñitos. Y
desde lo más profundo e intrínseco de su alma, sus entrañas le abrumaban
desmesuradamente de dolor. Le oprimían el corazón. La respiración. Los pensamientos.
Para él ahora mismo nada tenía sentido. Absolutamente nada. ¿Cómo podía seguir
con su vida después de aquello?
¿Qué iba a hacer ahora sin su chica? La que siempre estaba ahí para él. Para sacarle
una sonrisa. Para hacerle reír. Para secarle las lágrimas. Para hacerle mejores los días.

5
Para hacerle ver el lado bueno de las cosas y de la vida. Para hacerle, en general, el chico
más feliz de la faz de la tierra.
Ella era una persona que pintaba la vida de los demás de luz y de colores bonitos.
Ella te enseñaba a apreciar los pequeños detalles. Las pequeñas cosas que, en realidad, no
son tan pequeñas y que nos generaban pequeñas dosis de felicidad.
Pero ahora que ella se había marchado para siempre y no iba a regresar nunca más.
Toda la luz y toda la felicidad se había ido para convertir todo su mundo
únicamente en colores oscuros y sombríos.
Toda su felicidad se había ido con ella.
Ya no tenía ningún sentido seguir luchando.
Seguir batallando en el duelo que es la vida.
Y cuando no tienes motivación para seguir luchando, pero eres plenamente
consciente de que tienes que seguir haciéndolo, ¿cómo se supone que puedes conseguirlo?

6
Capítulo 15

Primavera de 1997 (Presente)


“Un cumpleaños, una confesión y un desamor”

Daniela se despertó al día siguiente con menos mal humor y aflicción del habitual. A lo
mejor tenía que ver que era el día de su cumpleaños. Desde que fallecieron su querida
madre y su querida hermana no lo celebraba. No sentía ya ni el más mínimo interés ni
ilusión por ese día. No quería volver a disfrutar de su día si no podía compartirlo con
todos sus queridos. Sino podía compartirlo con ellas. De alguna manera en su interior
más profundo sentía que era muy injusto para ellas. Y ella lo tenía bastante claro; si no
podría celebrar el día de su cumpleaños con ellas, así como lo había hecho siempre, no
lo volvería a celebrar más.
Además, el día de su cumpleaños era muy cercano al día del accidente. Por lo
que no le entusiasma en absoluto la idea de celebrarlo.
Aunque en realidad lo único que le alegraba del día de hoy es que no tenía que ir
a trabajar. Tenía el día libre, por lo que podría quedarse en casa perdiéndose entre
libros, pensamientos y reflexiones, tal y como le gustaba a ella.
Se puso de pie y caminó lentamente hasta el baño para asearse, el cual se
encontraba justo enfrente de su habitación.
Después bajó sin mucho entusiasmo hasta la planta de abajo. Todo estaba a
oscuras todavía. Cosa que le sorprendió, ya que su padre solía levantarse temprano.
Cuando entró en la cocina y encendió la luz, su padre vociferó:
—¡Sorpresa!
Su padre tenía una sonrisa resplandeciente de oreja a oreja. En la mesa céntrica
se encontraba unas tortitas con crema de cacahuete, churros con chocolate y cruasanes
rellenos de jamón y queso. Además, había también tres paquetes envueltos, y su padre
sostenía en sus manos un pastel con una vela encima encendida.
—¡Papá! —exclamó ella sonriente mientras iba a darle un abrazo.
—Feliz cumpleaños, mi vida. Sopla y pide un deseo.
Daniela acercó su cara hasta el pequeño pastelito y sopló. Tenía claro el deseo
que iba a pedir. Que si madre y su hermana siguieran con vida. Aunque, por desgracia,

1
era en vano. Nada ni nadie les devolvería a la vida. Nada ni nadie les devolvería la
felicidad a Daniela y a su padre.
Deseó volver al pasado. Cuando vivían los cuatro y eran felices. Regresar a ese
tiempo y quedarse ahí para siempre.
Lo cierto era que ella pasaba demasiado tiempo pensando en el pasado.
Recordando su niñez y rememorando los tiempos felices. Cuando aún vivían las dos
mujeres de su vida. Cuando aún vivía envuelta en la inocencia. Porque una vez que te
despiertas de la inocencia y ver toda la horrible verdad de la vida, ya no hay vuelta
atrás. Una vez que eso se pierde, lo ves todo de una manera diferente. Todo tu mando da
un giro de 180 grados. Y ya nada volverá a ser igual. Cuando tienes un choque de
realidad. Cuando te das cuenta de toda la maldad, egoísmo y la avaricia que consume el
mundo, ya no vuelves a ver la vida con los mismos ojos con los que lo veía antes. Por
eso su único deseo era volver. Volver y quedarse eternamente.
—Gracias, papá. De verdad que no hacía falta que prepararas todo esto.
Muchísimas gracias. Te quiero.
Su padre se emocionó de nuevo y se volvieron a abrazar.
—Mi pequeña ya no es tan pequeña...
—Siempre voy a ser tu pequeña.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
—Quiero que seas feliz. Tú eres tan solo lo único que me queda —confesó su
padre conmocionado mientras le acariciaba sumamente el rostro.
—Y soy feliz. En serio. No tienes nada lo que preocuparte.
Daniela no fue del todo franca. Era todo lo feliz que podía ser con su padre. Eso
sí que era cierto. El señor Maximiliano Belmonte hacía todo lo que podía por hacer feliz
a la única hija que le quedaba con vida. Pero en lo más profundo e intrínseco de su
corazón y de su alma, ella sabía que no volvería a ser feliz del todo después de que
aquel fatídico accidente le arrebatase la vida a su hermana mayor y a sí madre. Pero
hacía todo lo posible por que no se le notase. No quería preocupar de más a su querido
padre.
—Vale, cariño. Siento haberme puesto tan intenso. Hoy es un día para estar
alegres.
—Y lo será.
—Te he preparado un poco de todo porque no sabía exactamente qué te
apetecería hoy. Hoy tiene que salir todo perfecto, es tu día, no... no puede salir nada mal
—dijo su padre nervioso.
—Oye, tranquilízate, ¿de acuerdo? Todo va a estar bien. Te lo aseguro.
Daniela se puso de puntillas y besó brevemente la mejilla de su padre.
A continuación procedieron los dos a desayunar y probaron un poco de todos
mientras charlaban y reían.
—Madre mía, no puedo más. Estoy que reviento. Estaba todo buenísimo, papá.
—Puedes abrir ya los regalos si quieres. Me he percatado de que llevas toda la
mañana mirándolos.
—¡Sí! ¡Ya sabes que la intriga me puede! ¡Deseo abrirlos ya!
—Son todos tuyos.
Entonces Daniela esbozó una gran sonrisa y cogió primero el paquete más
delgado.
2
—Encima son tres regalos. Te habrás dejado un dineral.
—Eso es lo que menos importa. Lo único que me importa es que te gusten y los
disfrutes.
—Y estoy segura de aquí será, papá. Bueno, allá voy —dijo felizmente ella
mientras desenvolvía aquel regalo.
Lo que contenía el paquete era un libro. Nada más y nada menos que Una
habitación propia de Virginia Woolf.
—¡No puede ser! ¡Es preciosa! ¡Encima es una edición ilustrada! ¡No puede ser
más perfecto!
—Me llevas dando la tabarra con ese libro desde hace años, así que cuando vi
esa edición sabía que te encantaría y no dudé en comprártelo.
—Me encanta a más no poder. Te aseguro que no podías haber elegido un regalo
más perfecto y maravilloso.
—Me alegro mucho que te guste cariño. ¿Abres el segundo?
—¡Oh, sí! ¡Cierto, perdón! —respondió entusiasmada.
Sin poder dejar de sonreír, cogió el otro paquete que quedaba y lo desenvolvió.
Era un precioso y fresco vestido veraniego de flores.
—¡Es el vestido que vimos cuando fuimos al centro y te dije que me gustó! ¡Te
has acordado!
—Pues claro, cielo. Siempre me acuerdo todo lo que me dices. Y, realmente,
considero que no es extremadamente complicado tener un bonito detalle con alguien si
le escuchas con atención. Se puede aprender mucho de una persona si le escuchas de
verdad.
—No puedes ser más genial y más sabio.
—Oh, cariño, creo que me tienes un poco en un pedestal. Solo intento hacer feliz
a mi niñita —Maximiliano le dio un ligero beso a su hija en la cabeza.
—Lo seré mientras tú estés aquí conmigo —dijo ella cogiéndole la mano a su
padre.
—Tengo otra sorpresa para ti —le anunció su padre sonriente.
—¿Otra? ¿De verdad?
—Sí. Ya lo verás. Prepárate que te voy a llevar a un sitio que te va a gustar.
Daniela abrazó a su padre emocionada y se metió en la ducha. Se puso un
vestido blanco de su hermana y se maquilló suavemente. Cuando bajó al salón ya lista,
su padre la miró asombrado.
—Cariño, estás… espectacular.
—Gracias, papá. Tú también estás muy bien. Te sienta bien el azul.
—Me acuerdo cuando le regalamos tu madre tu y yo ese vestido a tu hermana. A
ti también te queda maravillosamente bien.
Daniela sonrió a su padre, le dio un apretón de manos y salieron de la casa.
Maximiliano le puso una venda en los ojos y llegaron al lugar. Era el restaurante
que frecuentaba siempre la familia y que les encantaba. Era caro, pero aun así él había
hecho un esfuerzo porque su hija fuera lo más feliz posible en su día. Y ahí estaban sus
amigos esperándola. Después de la comida, le tenían otra sorpresa preparada a Daniela:
ir a los karts.
Fue un día muy divertido para Daniela. Estuvieron toda la tarde en los circuitos
de Karts de Jerez y llegaron a casa antes de la hora de la cena.

3
Albert vivía bastante cerca de la casa de Daniela, por lo que hizo su última
parada en la casa de ella.
—Gracias por el día de hoy. Me lo he pasado en grande —le dijo Daniela.
—Me alegro que al final hayas disfrutado de tu día tal y como te merecías.
Menos mal que te pudo convencer tu padre.
—Sí —respondió ella sonriente—. Me alegro de que me convenciera.
—¿Ahora te gusta más el día de tu cumpleaños?
—Mmm… puede ser.
Los dos rieron con complicidad.
—Oye, tengo que decirte una cosa.
—¿El qué?
—Hace un tiempo que quería decírtelo, pero no encontraba el momento. Me
gustas. Me gustas mucho. Desde que te conocí.
—Albert…
—Y sé que no es muto. Pero tenía que decírtelo.
—Yo… Albert… lo siento. Yo… no puedo corresponderte.
—Lo sé. Y no pasa nada. Me has hecho sentir cosas bonitas. Y te lo doy las
gracias por ello. Y me quedo con eso.
—Ya sabes que te quiero mucho, pero no puedo corresponderte cómo tú
quisieras. Sabes que no dejo entrar a nadie en mi vida. Y tampoco en ese sentido.
—Lo sé. Y lo entiendo. No quiero te sientas mal por no poder corresponderme.
—¿Entonces todo bien?
—Todo bien.
Los dos amigos se fundieron en un tierno abrazo. Daniela no podía evitar
sentirse mal por él y por no poder corresponderle.
—Qué cosas eso de los sentimientos, ¿verdad? No tener la potestad de ejercer
sobre ellos ningún mínimo de control… sino todo lo contrario. Ellos te acaban
controlando a ti. Ellos ejercen poder sobre ti. Y no puedes hacer nada para remediarlo.
—Cierto. Ellos mandan sobre ti. Tú no tienes ninguna capacidad de elección.
Pero creo que ahí está lo bonito, ¿no? Esa incertidumbre de no saber quién puede poner
tu mundo interior patas arriba.
—Sí. Supongo que tienes razón.
—¿Sabes? Si se pudiese elegir, si tú pudieses decidir de quién enamorarte,
elegiría a una persona como tú. Ya te lo dije el otro día, cualquier chica sería afortunada
de tenerte a su lado. Y yo soy muy afortunada de ser tu amiga.
—Yo también me siento muy afortunado de ser tu amigo.
Se chocaron los puños y se despidieron.
Daniela se metió rápido en la cama aquella noche. Había sido un día de lo más
entretenido y estaba exhausta de tantas emociones que revoleteaban en su interior. Tenía
sentimientos encontrados dentro de su corazón. Durante todo el día estuvo muy feliz y
rodeada de sus seres más queridos. Sentía el alma y el corazón lleno de amor y de
cariño. Siempre que se encontraba con algún ser querido, aunque solo fuera durante un
rato, se sentía mejor. Sentía como si las energías se le renovaran. Y ahí entonces se dio
cuenta de lo importante que era rodearte de la gente que te hacía bien y, aún más, elegir
adecuadamente a esas personas. Las personas con las que te juntas no son más que un
reflejo de ti. De lo que eres y de cómo te sientes.

4
Por otro lado, durante la noche uno de sus mejores amigos se le había declarado.
Pero ella no tenía la cabeza ahora mismo en las complicaciones del amor, por lo que no
podía corresponderle como él quería. No podía permitírselo. Tenía que estar centrada en
sus estudios únicamente. Enfocarse en sus metas y objetivos y no dejar que nada ni
nadie la distrajera ni la descentrase. No podía dejar que eso pasara. Como tampoco
podía tolerar que alguien entrase en su vida en ese sentido, porque sabía perfectamente
que lo acabaría pasando horriblemente mal. Y no estaba dispuesta a sentir otra vez ese
sufrimiento por un ser querido. Ese dolor intenso que yacía en su interior. Era
demasiado desgarrador. Y no podía. No podía volver a pasar otra vez por lo mismo.
Porque no estaba segura de si sería capaz de sobrevivir si pasaba otra vez por lo mismo.
Porque sabía que, en temas del amor, era ir a la suerte y al azar. Era, sobre todo,
arriesgarse. Porque podías ganar todo. O quedarte sin nada. La simple complejidad del
amor.

5
Capítulo 16

Primavera de 1991 (Pasado)

“La cara oscura del machismo II”

Limpiándose todas las lágrimas que le rodeaban todo el rostro ya a estas alturas e
intentando recomponerse, se levantó como pudo y se echó un intenso vistazo en el espejo.
A lo mejor su padre tenía razón. A lo mejor iba con esa actitud altiva por la vida, pero en
realidad no era más que una niñata ridícula con una vida del todo patética. No. No podía
dejarse manipular por su padre. No podía dejar que sus hirientes palabras hicieran mella
en ella. Aunque tal vez si tuviera razón en una cosa: tenía una vida de lo más patética.
Eso era una verdad evidente. Aquello era del todo cierto. Y necesitaba las drogas para
abstraerse un rato de la miserable vida que tenía. Pero solo su padre tenía culpa de eso.
Había convertido su vida en un horrible tormento. Le llamaba padre, pero en realidad era
que no lo sentía como tal. Ese no era un padre. Nunca había ejercido ese papel, ni nunca
lo haría. Eso Margarita lo tenía más que claro.
Estaba completamente dispuesta a cambiar el rumbo de su vida. Estaba
determinada a hacer cualquier cosa por cambiar la ahogante situación en que
lamentablemente se encontraba.
Se secó las lágrimas y se volvió a meter de nuevo en la ducha. Antes, no sentía
con agresividad la quemazón de la espalda debido al shock, pero ahora, tras los chorros
de la ducha, gemía, gritaba, sollozaba y lloraba. De dolor y de desesperación. Cuando ya
salió volvió a echarse un vistazo en el espejo del baño. Y, naturalmente, ahí estaba la
quemadura. Abrió el cajón que estaba situado a su espalda y se echó una crema para las
quemaduras. Después de la horripilante escena con su escena, se sentía sumamente
asqueada tanto por dentro como por fuera.
Ella ya se había dado cuenta de que vivir en esa casa era literalmente peor que
vivir en cualquier cárcel y de que tenía que salir de ahí en cuando se le apareciese la
mínima oportunidad. Tenía que huir de ese lugar en cuanto pudiera. Por eso, en cuando

1
salió de la ducha y se vistió, se puso en contacto con su amigo Jorge, el chico que le
proporcionaba la marihuana. Le pidió que le consiguiera un trabajo, fuera de lo que fuera.
Estaba tan desesperada que fuera lo que fuese que le propusiese su amigo, cedería sin
lugar a dudas.
Ella sabía perfectamente que él iba detrás de ella, ya que no paraba de mandarle
todo tipo de indirectas e insinuaciones de índole sexual que ella siempre decidía eludir
por completo ya que él no le interesaba ni lo más mínimo en ese aspecto, por lo que
también sabía que él haría lo que ella le pidiera. A veces, y solo a veces, utilizaba sus
armas de mujer y de seducción, las cuales no eran pocas, para conseguir lo que quería.
Como era en este caso. No le agradaba tener que hacerlo, pero en ciertas y determinadas
ocasiones no nos queda más alternativa que hacer aquello que no queremos.
El joven chico, llamado Jorge Manzanares, no dudó en conseguirle lo que ella le
había pedido. Su padre era dueño de un pequeño bar, por lo que habló con su padre lo
más rápido que pudo y se lo comentó, y éste, el cual casualmente necesitaba a alguien
más en su bar, le vino de lujo la oferta que su hijo le estaba comentando por lo que le dijo
que sí de inmediato.
Jorge subió hasta su habitación para coger su móvil y darle la buena noticia a su
amiga lo más rápidamente posible.
—Nena, ¿quieres saber quién te ha conseguido un trabajo como camarera? —le
dijo con aire presuntuoso.
Margarita se estaba vistiendo en aquel momento y se encendió un cigarro.
—Primero, no me vuelvas a llamar nena si no quieres que eche el desayuno y,
segundo, ¡¿en serio?!
—Vale preciosa.
—Preciosa tampoco.
—Me encanta cuando te haces la dura.
—Jorge, como sigas así te cuelgo.
—Perdón, perdón.
Ella rodó los ojos hacia arriba y esbozó una pequeña sonrisa.
—¿Entonces voy a ser camarera? Guay.
—Sí. Y lo mejor de todo es que trabajarás en el bar de mi padre. He hablado con
él y ha aceptado contratarte encantado.
—Guay. Muchas gracias, Jorge. No sé cómo agradecértelo.
—A mí se me ocurre una manera…
—¡Jorge! —le reprendió ella rodando los ojos.
—¡Tranqui! Que estaba de cachondeo, joder —rectificó él—. Si quieres pásate
por mi casa esta tarde y firmas ya el contrato y de paso te doy la marihuana que me
pediste.

2
—Perfecto —respondió Margarita mientras esbozaba una sonrisa y echaba el
humo del cigarro—. Pues estaré en tu casa sobre las cinco.
—Genial. Aquí estaré esperándote.
—Una última cosa; ¿tus padres estarán ahí? Ya sabes… sería un tanto incómodo
que me dieras la maría estando ellos ahí. Sobre todo, tu padre. Si me va a contratar, no
quiero que se lleve una mala imagen de mí.
—Tranquila, por eso no te preocupes. Mi padre está en el bar y mi madre y mi
hermana han salido y pasarán la tarde fuera.
—Vale, mejor. Pues hasta luego entonces. Muchas gracias Jorge, de verdad. Te
debo una.
—No me las des. Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea. Haría lo que
sea por ti y por una sonrisa en tu rostro.
—Tampoco te pases —le dijo ella divertida.
Se despidieron entre risas y, tal y como acaban de acordar, después de comer
Margarita se pasó por la casa de él, la cual se encontraba a dos calles más debajo de la
suya, cerca del centro comercial de la ciudad.
Primero habló con el padre de su amigo y ella intentó estar de lo más encantadora
posible. Aunque eso no se le daba mal. Sabía cómo gustar y agradar a la gente. Además,
caerle bien al que iba a ser su supuesto jefe resultaba algo fundamental. Él fue bastante
agradable con ella y estuvieron conversando cómodamente por un rato mientras el
hombre le explicaba con esmero todo lo que tendría que hacer y que sin falta tenía que
empezar mañana. También firmaron el contrato y fijaron el horario y la retribución, entre
otras cosas. Después se despidieron cuando el hombre tenía que marcharse de nuevo al
bar y ella se reunió con Jorge en su salón.
Cuando se encontraba en el sofá de su amigo, situada a la derecha de éste,
prepararon los porros. Al terminar, ella le comentó con entusiasmo:
—¡Ya empiezo mañana, qué nervios! ¡La verdad es que no me puedo creer que tu
padre me haya contratado seis meses! ¡Y encima cuando no tengo experiencia! Creo por
una vez la suerte está de mi lado.
—Mi padre es un tío de puta madre. Tanto casi como yo, fíjate lo que te digo.
—No te lo niego que no lo sea, pero está claro que mi don de gente ha sido el
empujoncito para que le transmitiese confianza y no dudase en contratarme. Cuando
quiero puedo ser realmente encantadora.
—Un encanto que está para mojar pan.
Ella soltó una carcajada y dio otra calada a su porro.
—Seis meses… —repitió ella ignorando el comentario de su amigo—. ¿Eres
consciente de lo que eso supone si lo ahorro todo? Eso será como dos años de alquiler.
Esto es el principio hacia mi libertad.

3
—¿Tan mal estás en tu casa?
—Mi padre es un capullo borracho y maltratador y mi madre una sumisa
incongruente y demente. Así que, sí, mi situación en casa es insoportable.
—Joder, lo siento. Pero ahora no hablemos de cosas malas, ¿de acuerdo? Tenemos
que estar felices. Ahora tienes trabajo.
Margarita se encogió de hombros.
—Sí. Es cierto. Pero eso no quita los padres de mierda que me han tocado. Menos
mal que soy hija única y no han podido torturar a más víctimas inocentes.
—Bueno, yo creo que tú de inocente tienes poco, preciosa —indicó él mientras le
echaba una mirada fogosa de arriba abajo.
—Joder, no me mires con esa cara de puto salido.
—¿Con qué cara de salido?
—Como si te estuvieras imaginando como me follas.
—Es que eso es justo lo que estoy haciendo.
—¡Jorge, macho! ¡Pero qué pesado estás, joder!
—Joder, Marga. ¿Y qué quieres? No lo puedo evitar. Estás muy buena y me pones
mucho. Venga, nena… ¿por qué no nos olvidamos durante un rato de lo malo, y…?
Él se acercó más ella y le empezó a dar suaves besos por el cuello, pero ella le dio
un fuerte empujón rápidamente.
—¡¿Pero qué cojones haces? ¡Que me dejes, hostia!
—Joder, pero si te acaban de hacer un contrato de trabajo gracias a mí. Creo que
deberías ser un poquito más agradecida con los demás, ¿sabes? No estaría mal.
—¿Qué no soy agradecida? Si ya te he dado las gracias, ¿en qué más idiomas te
lo tengo que decir?
Él se quedó un momento en silencio, como si estuviera reflexionando, y a
continuación, respondió:
—Nada, da igual, déjalo. Voy a traer bebidas, que tengo sed. ¿Tú quieres algo?
—Una coca-cola. Por favor.
Jorge asintió con la cabeza.
—Pues ahora vengo —indicó.
Y, justo cuando el joven chico desapareció por la puerta del salón. Margarita notó
como su móvil vibraba en el bolsillo derecho de sus pantalones vaqueros. Alguien la
estaba llamando. Ella se metió la mano en el bolsillo y sacó su móvil para ver quién era
la persona que le llamaba. Estaba segura de que no se trataba de su padre ni de su madre.
En su opinión, cuando ella estaba de casa, ellos parecían actuar como si no tuvieran una
hija.

4
Resultó que quien la llamaba era Daniela, la pequeña hermana de su mejor amiga,
desde el móvil que tenía. Dicho móvil solo servía para hacer y recibir llamadas, ya que
aún era pequeña y sus padres no querían todavía que usase del todo la tecnología.
Con la niña se llevaba muy bien. Habían congeniado desde el principio. Pero le
extrañó bastante que la llamara ya que nunca solía hacerlo.
—¿Sí, pequeña? ¿Ocurre algo? —inquirió la joven al descolgar la llamada.
—Marga —dijo la niña entre desesperados y sonoros sollozos. Mi hermana y-y
mi m-adre han… han tenido un accidente.
Por su parte, Jorge se metió en la cocina y, ahí dentro, procedió a su ataque. Estaba
algo nervioso, pero decidido a llevar a cabo el turbio y malévolo plan que tenía en su
mente. De una manera u de otro, Margarita tenía que ser suya sí o sí.
Cogió de la nevera una botella de coca-cola y luego dos vasos redondos del
mueble. Cuando ya había llenado los dos vasos de coca-cola, miró apresuradamente a
ambos lados y, cuando comprobó que nadie le estaba observando, abrió una pequeña
puerta de la encimera y sacó una diminuta caja de pastillas.
—Jorge, tengo que irme, mi amiga está en… —empezó a decir Margarita cuando
entró en la cocina.
Se quedó parrada en el umbral completamente paralizada.
Y se quedó con la frase a medias. No pudo terminar la frase porque entonces lo
vio todo. Había pillado al muchacho echando unas pastillas en la bebida en la que intuyó
automáticamente que era la suya. Había pillado a quién se suponía que era su amigo,
drogándola. Se había quedado totalmente estupefacta.
Él, al escuchar la voz de ella inesperadamente, dio un breve brinco del susto y dio
media vuelta hacia ella, volviendo a meter la diminuta bolsa en su bolsillo del pantalón.
—Jorge, ¿se puede saber qué coño estás haciendo? —dijo ella con voz
desquebrajada.
—Yo, e-eh… Te lo puedo explicar, te lo prometo —farfulló él.
Él no sabía exactamente qué decir. Estaba claro que la chica le había pillado con
las manos en la masa. No había forma existente de poder excusarse decentemente. No
había explicación realista que alguien pudiera creerse ante tal situación.
—¿Me ibas a drogar? —le espetó ella—. ¿Ibas… ibas a drogarme para abusarme
de mí?
Él tragó saliva y se quedó mirándola fijamente. No podía justificarse. No podía
recular. Ella se había percatado de todo y ya no había vuelta atrás.
Margarita fue hasta él acusándole con la mano echa toda una fiera.
—¡Ibas a abusar de mí, maldito bastardo desgraciado! —lo empujó enloquecida
y llena de rabia y frustración—. ¡Se suponía que eras mi amigo! ¡Yo confiaba en ti! Eres
un malnacido hijo de puta. Eres una puta rata sucia, y para mí estás muerto.

5
—Marga, por favor… Perdóname, no sabía muy bien lo que estaba haciendo, yo-
o….
—¡Y una mierda que no! ¡Eres un maldito abusador! ¡Cómo te vuelvas a acercar
a mí, te juro por mí vida que te denuncio! ¡Pedazo de hijo de puta!
—Por favor, Marga, escúchame…. —le pidió él desesperado.
Entonces Jorge se acercó a Margarita, pero ella dio un paso hacia atrás. No iba a
dejar que ese abusador estuviera cerca de ella ni le pusiese un dedo encima nunca más en
la vida. Ya le había quedado suficientemente claro la clase de persona que era. Y le dolió.
Le dolió muchísimo aquello. Porque, aunque era él el que le había metido en la mala vida,
le consideraba su amigo. Siempre estaba ahí para ella. Pero eso ya no importaba nada en
absoluto. Ahora se sentía dolida. Se sentía dolida. Traicionada. Asqueada. Rabiosa.
—¡¿Que te escuche?! ¡Tú eres un puto zumbado hijo de puta! ¡Estás mal de la
cabeza! Te hablo de lo mierda que es mi vida, de la situación en la que estoy y, encima
de que te la pela, ¿lo primero que se te pasa por la cabeza es abusar de mí? ¿Pero a ti qué
cojones te pasa en la puta cabeza? ¿Es que no sabes tener la puta polla dentro o qué coño
pasa contigo? ¿Nunca te han enseñado a que hay que respetar a las mujeres, y,
naturalmente a las personas en general? ¿Nunca te han enseñado a que no hay que forzar
a nadie a hacer nada que no quiera?
—Marga, no es así como lo cuentas, a mí sí que me importa lo que te pase y…
—Y una mierda. Eres un puto falso. Siempre lo has sido.
—Eso no es verdad. Por favor, escúchame.
Él se acercó un poco más hasta ella y, entonces, ésta se puso más nerviosa de lo
que ya se encontraba.
—¡Qué no te acerques a mí, joder! ¡Violador de mierda!
Margarita ya había llegado a su límite. No había estado más enfadada en toda su
vida. No había cosa que le diese más coraje en el mundo que las injusticias y los abusos,
ya sean del tipo que sean, y que algunos hombres se crean con el derecho de ponerte la
mano encima o de violarte. Porque a las mujeres nos han visto a las mujeres como el
“sexo débil”. Nos ven frágiles. Muchos nos ven incluso con una muñequita de trapo con
el que se pueden hacer lo que les plazca. Pero ya basta. Eso se acabó. No iba a permitirlo
más.
Y lo que le dijo Jorge le puso más enajenada y colérica todavía aún si cabe. No
soporta oír mentiras. Y él le estaba mintiendo. A él no le importaba lo que le pasase. Lo
único que quería era acostarse. Ya sea buenas alas buenas o a las malas.
Fue tras este último pensamiento cuando Margarita perdió los papeles por
completo.
—¡Cállate!

6
Entonces, sin pensárselo dos veces y actuando exageradamente desde la máxima
impulsividad, la rabia y la cólera que ahora mismo invadía todo su ser, se giró velozmente
hacia la izquierda y cogió aceleradamente una de las sartenes que se encontraban
colocadas en una esquina de la encimera, y de un porrazo seco y con total y envidiable
puntería, golpeó la sartén contra la cabeza de Jorge, el cual se dio media vuelta a casa de
dicho golpe y, al perder el conocimiento, se dio con la pico de la encimera en la cabeza.
Jorge se encontraba tirado de espaldas al suelo, e inmediatamente un charco de
sangre empezó a brotar al lado de su cabeza. Y dicho charco se iba haciendo cada vez
más grande.
Margarita, al visualizar dicha escena, puso cara de espanto y de horror. Le
comenzó a temblar todo el cuerpo de repente y sentía que le costaba respirar. Asustada y
aturdida como nunca antes en su vida, se agachó y se acercó al cuerpo aparentemente sin
vida del chico.
Las lágrimas brotaron sin cesar de sus ojos y salió corriendo de aquella casa. Tenía
miedo. Muchísimo miedo.
Y, justo cuando ya se encontraba fuera, recibió otra llamada de Daniela, la
hermana de su amiga. Su amiga. Quien se encontraba en estado grave en el hospital.
Debido a lo ocurrido, se olvidó por un momento de aquello.
—¿Daniela? —preguntó nerviosa.
—Acaba de venir el médico a hablar con mi padre y conmigo —hizo una breve
pausa—. No han podido sobrevivir. No han sobrevivido al accidente.
Y, al escuchar aquellas palabras cargadas de significado, su corazón dejó de latir
por un instante. Se le paro el corazón. El tiempo se paró también por un momento. Y la
vida. Todo se paró para ella. En aquel instante, ya la vida dejó de tener sentido para
aquella joven. Estaba dispuesta a acaba con su sufrimiento. Con su patética vida. Estaba
dispuesta a acabar con todo de una vez por todas. Ya no le quedaba nada en la vida. No
había ninguna razón por la que pudiese ser feliz ni volver a sonreír. Si desapareciera de
la faz de la tierra, estaba segura de que nadie la echaría de menos.
Su mejor amiga lo era absolutamente todo para ella. Era la persona con el corazón
más puro, bueno e inocente que había conocido. Era todo luz. Era la luz que siempre
conseguía iluminarla en su camino. Era la luz que la iluminaba en medio de la oscuridad.
Y ya no estaba. No la volvería a ver más. No volverían a compartir más secretos. Ni más
noches de pijamas. Ni más fiestas. Ni más risas. Ni escucharía más su voz. Ni sus
regañinas, las cuales odiaba, pero por las cuales ahora mismo daría lo que fuera por
escuchar. Carolina siempre protegía demasiado a sus seres queridos e incluso en
numerosas ocasiones se comportaba más como una madre que como una amiga, pero eso
a Margarita le hacía sentir bien. Mejor que bien. Tenía tantas carencias afectivas que toda
protección y cariño que recibía nunca le parecía suficiente. Y siempre anhelaba más. Por

7
eso cuando su amiga le mostraba, aunque sólo fuera un poco de cariño, se sentía la persona
más afortunada de todo el universo. Su amiga era la persona que mejor la trataba y sabía
llevarla.
Pero todo se había acabado. Y se había acabado para siempre. Ya no habría más
Marga y Carol. Ni Carol y Marga. Eso se había acabado para siempre.
Ahora su vida sí que era realmente patética. Su padre un capullo que las maltrataba
constantemente a ella y a su madre. Supuestamente había asesinado a alguien no hacía ni
cinco minutos. Y por si todo eso fuera poco, su mejor amiga, la única alegría de su vida,
fallecía en el hospital.
El ruido de un autobús acercándose por la izquierda le hizo regresar de sus
pensamientos intrusos.
Entonces, ya completamente decidida y segura con acabar con todo, dio tres pasos
hacia delante.
Justo dónde pasaría el autobús.
Y el resonante ruido de las ruedas del autobús se seguía escuchando.
Y no cesó.
Y no paró por ella.
Y un ensordecedor estrépito se oyó en toda la calle.

8
Capítulo 17

Primavera de 1997 (Presente)


“La importancia del arrepentimiento”

Ramón se tiró el resto del día pensando en lo que le había sucedido con Daniela, nada
menos que la hermana pequeña de su exnovia fallecida. Aunque tenía que reconocer que
ya no era tan pequeña, y que se estaba convirtiendo en toda una mujercita. A decir verdad,
hasta le parecía bastante atractiva. Estaba claro. Si no, no hubiera actuado cómo lo hizo
por la tarde. No sabía que le había pasado. Lo cierto es que él no era así. No era el típico
que aprovechaba a la mínima para entrarle a las chicas y venirse arriba a cualquier
oportunidad que viese, y muchísimo menos con su cuñada. Él siempre había respetado a
las chicas. En todo momento. No era como algunos de sus colegas, que podían llegar a
ser muy babosos con las mujeres. Él no era para nada esa clase de chico. De hecho, eso
le repudiaba y le asqueaba a partes iguales.
Resopló y se pasó la mano por el pelo. Se encontraba tumbado en su cama con las
sábanas deshechas y con la persiana de las ventanas de su habitación levantadas, dejando
entrar a la oscuridad del anochecer que se iba acercando cada vez más a pasos lentos.
Se sentía horriblemente avergonzado. Desearía borrar ese episodio de su cabeza.
De su cabeza y de la ella también, por supuesto.
De hecho, deseaba con todas sus fuerzas que nada de eso hubiese ocurrido. Que
se dormiría y al día siguiente se daría cuenta de que no había sido más que una espantosa
pesadilla. Pero era consciente de que eso no iba a ocurrir. Que, muy a su pesar, el altercado
había sucedido de verdad. No le quedaba de otra que lamentarse eternamente por lo
ocurrido, volver a disculparse por ella y asumir las consecuencias con la cabeza, como el
prehombre hecho y derecho que él sabía que era. Porque eso era lo que hacían las personas
maduras, sensatas e inteligentes. Se hacían cargo y se responsabilizaban de sus actos y
asumían las consecuencias de éstos. No huían del problema. Le hacían frente.
Pero eso ya lo haría mañana. Ahora mismo no le apetecía seguir pensando. Le
dolía fervientemente la cabeza. Cada vez que pensaba en lo sucedido y en Carolina, sentía
que la respiración se le entrecortaba y que se ahogaba en un vaso en el que no podía salir.
Así que, dispuesto, al menos por esa noche, alejarse de sus más oscuros
pensamientos y el dolor punzante que sentía en el pecho que se hacía cada vez más y más

1
grande, abrió su armario y se arregló para salir. Se puso unos pantalones tejanos negros,
una camisa blanca a juego con sus zapatos y una chaqueta de cuero negra.
Fue hasta a un par de copas dónde los fines de semana siempre se ponía muy
ambientado. Solía frecuentar aquel local con su grupo de amigos, pero en aquella ocasión
quiso ir solo. Necesitaba estar solo. Bailar y perderse entre la música y el alcohol sin tener
que pensar en nada ni en nadie. Ir a su completa bola y a su rollo.
Cuando llegó allí saludó a un par de caras conocidas y se pidió un chupito. Él
nunca había sido un gran amigo del alcohol, y mucho menos de los chupitos, pero aquella
noche no se iba a andar con rodeos.
Desde de dos horas de alcohol y de baile, se fue de aquel local. No le apetecía
estar allí ni un segundo más.
Al irse, las emociones y los sentimientos empezaron a embargarle debido a los
efectos del alcohol.
Entonces recordó el día que era. Hoy fue el cumpleaños de Daniela, la hermana
de su exnovia. La jovencita a la que le tenía tanto cariño. El único vínculo todavía
existente con su querida Carolina. Había sido hoy, y no había podido estar con ella en su
día especial, igual que años anteriores cuando salía con Carolina.
Paró en la primera farmacia que encontró y se llevó de allí chocolate.
No sabía exactamente la razón de por qué fue caminado hasta allí. Solo sabía que
la necesidad ardiente e impetuosa que crecía en su interior de hablar con Daniela y de
poder arreglar las cosas al menos cordialmente, era demasiado imperiosa como para
dejarla pasar.
Dejándose llevar por la impulsividad y sin pararse a pensárselo dos veces, cogió
varias piedrecitas diminutas que se encontraba en el asfalto.
Primero tiró una. Luego otra. Y a la tercera veía que la ventana se estaba abriendo,
ya que por suerte para él Daniela aún no estaba dormida. Estaba intentando dormirse,
pero el ruido cesante de sus propios pensamientos no se lo permitían.
Daniela empezó a preguntarse qué era ese ruido que procedía de su ventana. ¿A
quién se le ocurriría hacer ruido a estas horas de la noche? Y, lo peor de todo, ¿quién
osaba a molestarla mientras se dedicaba y se dejaba lleva por el espléndido placer de leer
un libro?
Se levantó de la cama resoplando y de muy mala gana y echó un vistazo por la
ventana. No se podía creer lo que estaban viendo sus ojos. ¿Qué hacía Ramón
—¿Ramón? ¿Pero qué estás haciendo? ¿Te has vuelto loco?
—Buenas noches, Daniela.
—¿Se puede saber qué diablos haces aquí a estas horas?
—Yo… solo venía a pedirte perdón. Por cierto, estás muy graciosa con ese
pijamita.
—Madre mía, y encima vas borracho como una cuba. Lo que me faltaba.
—Mira, Daniela, quiero que sepas que…
—Espera —le interrumpió ella—. Mi padre está durmiendo y no quiero que se
despierte. El pobre siempre llega muy cansado de trabajar tanto. Y como sigamos
hablando se va a despertar.
—¿Y qué sugieres entonces?
—Mejor bajo yo. Dame un momento.
—De acuerdo. Sí.
Ramón asentía con la cabeza mientras se movía de un lado a otro nervioso.
2
Daniela, por su parte, se puso las zapatillas y se movió lentamente hasta la puerta de
entrada, intentado que cada pisada de sus pies fuese prácticamente inaudible.
—Ya estoy aquí.
—Has tardado más de un minuto.
—Joder, es que tenía que moverme despacio para que no se me escuchase. ¿Me
vas a decir ya qué estás haciendo aquí?
—¿Eh? Ah, sí. Eso. Pues…
—Mira, déjalo. No estas tampoco en condiciones. Ya hablamos mañana si
quieres. Vete a casa.
Él la cogió rápidamente del brazo.
—Hablemos ahora. Por favor. Escucha lo que tengo que decirte. Es importante.
—Está bien —respondió Daniela suspirando mientras cruzaba los brazos. Pues tú
dirás.
—Yo… Lo siento. Lo siento de veras. Lo que pasó antes no tendría que haber
ocurrido.
—En eso estamos de acuerdo. ¿En qué narices estabas pensando?
—Eso mismo me pregunto yo. Y me temo que no tengo respuesta para tu
pregunta.
—Me siento como una rata sucia y asquerosa. No me merezco que me dirijas la
palabra. Tú…tú eres lo más cerca que estaré de ella jamás. Tú eres lo único que me queda
de ella. Todavía la echo de menos como el primer día. Es un sentimiento estremecedor
que siento que me hunde cada vez más y más y que no puedo salir de ese bucle.
—Yo también la echo de menos, joder. Cada minuto de mi vida lo hago. Y cada
vez que pienso en ella y en mi madre siento que me muero y en que voy a poder salir de
esto.
—Oh, cariño… ven aquí.
—Ojalá hubiera estado yo en ese coche. Ojalá hubiera muerto yo y no ella.
En ese momento, a Ramón se le cayó el alma a los pies. No podía creerse lo que
estaba escuchando.
—Eh, eh. Daniela, mírame. Oye, mírame. No digas eso ni en broma, ¿me
entiendes? No vuelvas a repetir esas palabras nunca más en tu vida. Por dios, ¿cómo
puedes pensar y sentir semejante barbaridad?
—Porque ella era la chica perfecta. Era la que tiene que triunfar. Vivir, reír y
disfrutar de la vida. Yo no.
—Oye, Dani, no pienses…
—¡Ella se merecía vivir! ¡No yo! —le interrumpe ella desesperada.
—¡Eh! —exclama Ramón mientras la zarandea—. Ya basta, Daniela. No digas
eso. Estas siendo demasiado injusta contigo misma. Lo que estás diciendo no tiene ningún
sentido y solo son burradas. Por favor, entiéndelo. Quiero que lo entiendas… Necesito
que lo entiendas.
—No puedo entenderlo, Ramón. No puedo. No puedo entender las injusticias del
destino. No puedo entender por qué todo es tan injusto. No comprendo por qué vida a
veces es tan cruel. No puedo entender que si existe un Dios todopoderoso permita ese tipo
de cosas.
—Nadie puede explicarlo, cariño. Pero me gustaría pensar que las cosas ocurren
por algún motivo. Que todo tiene su razón de ser.
—Me cuesta creer eso.
3
—Creo que te hará sentirte mejor pensarlo desde esa perspectiva.
—Supongo que… que a veces las cosas suceden porque sí y te acaban rompiendo
del todo por dentro. El dolor te va encogiendo las entrañas poco a poco y se va apoderando
de ti. Y a partir de ahí, no puedes apartar ni canalizar el sufrimiento que te invade y no
eres capaz de pensar en otra cosa.
—Créeme, te entiendo perfectamente.
—Lo sé. Al fin y al cabo, los dos perdimos a alguien que nos importa. Sabemos
qué es lo que se siente.
Él la miró fijamente, con un semblante afable y sincero, y cogiéndole de las manos
con suavidad, le dijo con franqueza:
—Dani, quiero que sepas que eres muy importante para mí y que siempre lo serás.
¿Hacemos que lo del otro día no ocurrió?
—Sí. Creo que será lo mejor.
—Perfecto.
—Tengo que confesar que además de la parte incómoda y rara por el hecho de que
estuviste involucrado sentimentalmente con mi hermana, la otra parte es… que la verdad
no estoy acostumbrada a gustar a nadie. Y cuando ocurre me… bloqueo.
—Pues eres una chica fantástica y maravillosa. Te aseguro que le gustarías a
cualquiera.
—Eso lo dices porque me tienes cariño.
—Te tengo mucho cariño, sí. Pero también sé ser objetivo cuando tengo que serlo.
Y ahora mismo lo estoy siendo. ¿Me crees? —dijo esbozando una sonrisa.
—Tendré que creerte.
—Eres una jovencita muy testaruda, ¿lo sabías?
—Eso también lo sé —contestó ella con una media sonrisa—. No eres el primero
que me lo dice.
Se sonrieron plácidamente.
—Hoy ha sido tu cumpleaños. También he venido hasta aquí para desearte feliz
cumpleaños, aunque sea un poco tarde.
—Muchas gracias. La intención es lo que cuenta.
—Te he traído una cosa.
Ramón sacó de su bolsillo una tableta de chocolate.
—Toma. Sé que este chocolate te gusta.
Daniela lo cogió y una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Gracias. Es un bonito detalle.
—¿Qué tal tu día? ¿Has disfrutado?
—Sí, bastante. He comido con mi padre y mis amigos en un restaurante fantástico
y luego hemos ido a lo Karts.
—Me alegro de que hayas estado feliz.
—Oye, sé que siempre vienes a mi cumpleaños, pero después de lo que ocurrió…
no lo veía adecuado.
—Lo entiendo perfectamente. No tienes que darme ninguna explicación.
—Gracias por venir a verme. Necesitábamos… necesitábamos esta conversación.
Necesitaba oírte pedir perdón y que te arrepentías. No… no quería alejarme de ti teniendo
esa última agracia sensación sobre ti.
—Daniela, te quiero. Y te protegeré, porque es lo que hubiera querido tu hermana.
Y se lo debo. Y a tu hermana siempre la querré.
4
—Siempre la querremos.
—Siempre la recordaremos.
—Para siempre.
—Sí. Para siempre.

5
Capítulo 18

Primavera de 1991 (Pasado)


“Los comienzos de la familia Belmonte”
A principios de finales del siglo XX fue cuando ocurrió la tragedia de la poderosa y
amorosa familia Belmonte. Ellos eran conocidos por todas las personas en aquella ciudad
de Andalucía, en España. Vivían en una gran casa que colindaba con el valle que se
asentaba junto al frondoso bosque Valle de la Tierra.
Los Belmonte eran la típica familia feliz, a los que todo el mundo apreciaba y les
tenía una envidia sana. Juntos eran adorables, y solo hacía falta estar con ellos diez
minutos para percatarse del inmenso y genuino amor que se profesaban los unos a los
otros. El señor Maximiliano Belmonte, el padre, era un rico financiero. La señora Catalina
Belmonte, la madre, se había convertido en una médica especializada en cirugía. La joven
Carolina Belmonte era la hija mayor, y la todavía más joven Daniela Belmonte era la hija
menor.
Maximiliano Belmonte había conseguido un puesto apenas a los veinte años como
asesor financiero y contable, dónde demostró que era el mejor de toda la empresa, y
apenas cinco años más tarde era uno de lo más importantes financieros en una importante
empresa a nivel nacional. Apenas a los veintidós años consiguió hacer una estrategia
financiera que hizo millonaria a la empresa. Realizó una acertada combinación de
ingresos activos y pasivos y alcanzó la libertad financiera, y a las pocas semanas la
empresa se hizo rica, gracias a la gestión que él llevó a cabo.
Maximiliano ejercía un poder sobre aquella hermosa ciudad y era plenamente
consciente de ello. Pero la realidad era que ni todo el poder ni dinero del mundo podrían
corromper a una persona como él. Era humilde, honrado y generoso. Y sobre todo era
trabajador como nadie. Todo el mundo que le conocía le respetaba. Porque él no destilaba
intimidación, sino respeto. Y sus empleados le apreciaban de verdad. Se encontraban
felices, satisfechos y seguros trabajando con un hombre como aquel.
Por otro lado, su excelente mujer lo admiraba con todo su corazón y lo amaba en
demasía. Admiraba su infinita bondad y su determinada diligencia. Él, por la parte que le
correspondía, también la admiraba a ella profundamente. Era un admiración mutua y
genuina. Porque el amor, más que tratarse de anhelo y deseo, trataba de admiración. Y él
a su mujer la admiraba por múltiples motivos, pero sobre todo por su carácter afable y su

1
alma generosa. Y ellos querían a sus dos maravillosas hijas por encima de todo y de todos.
Eran la razón de su felicidad y de su existencia. Carolina, la hija mayor, era una hermosa
jovencita de 18 años que se estaba convirtiendo en una mujer. Tenía unos ojos azul cielo
y unos cabellos rubios igual que su querida madre. Era inteligente, amable, empática y
encantadora. Era toda una verdadera hermosura y extremadamente dulce. Y por otro lado
estaba Daniela, la hija pequeña. Ella era algo más distinta a ellos. Tenía el mismo pelo
negro azabache que su querido padre y los mismos ojos azules que su querida madre, al
igual que su hermana. Daniela era más reservada y escéptica, pero tenía el mismo espíritu
risueño y jovial que su familia.
En la década finales de los 70 Maximiliano había ganado tanto dinero que la mitad
de él lo invirtió para construir la casa de sus sueños, tanto la de él como la de su amada
esposa. Al cabo de seis meses ya tenían construida la casa y en cuanto la vieron se dieron
cuenta de que aquella impaciente espera había merecido toda la pena. Se quedaron
asombrados a la par que embelesados por la belleza de la propiedad. La arquitectura era
de estilo gótico y contaba con más de 600 metros cuadrados. Contaba además con una
asombrosa piscina y un alucinante jardín de 50 metros cuadrados.
Pero todo cambió el 20 de abril de 1991 para esa familia, y desde entonces todo
el ambiente que les envolvían se tornó en colores grisáceos y oscuros. Y nada volvió a
ser lo mismo nunca jamás. La familia Belmonte no volvió a ser la que era. Y la gente a
raíz de entonces empezó a hacerse preguntas. Pensaban que el dinero y el poder traían
consigo cosas algo complejas y siniestras. Todo poder conllevaba un precio, decían. Que
el poder te corrompe. Pero la realidad era que no era así en todos los casos, y la familia
Belmonte era el claro ejemplo de ello. Ni todo el poder ni el dinero logró corromperlos,
porque ellos eran buenos y sabios por naturaleza, y esa inteligente y bondad era la que le
hacía no dejarse llevar por cosas tan superficiales y banales como la riqueza y el poder.
Nunca se dejaron llevar la codicia ni por los privilegios que el dinero le condecían.
En cierta manera, Daniela se sentía algo diferentes a los miembros de su familia.
Ella era buena y generosa, pero también podía ser egoísta y rencorosa si tenía que serlo,
y no le temblaba el pulso ni tenía pelos en la lengua si tenía que poner a alguien en su
sitio o ser grosera con quien tocaba serlo. Su hermana, por el contrario, jamás se le
ocurriría decir una palabra negativa de nadie y, mucho menos, le hablaba de mala manera
a ninguna persona. En eso era en lo que más se diferenciaban ellas dos, según Daniela.
Ella no tenía esa predilección por la benevolencia y esa inclinación por hacer siempre,
cueste lo que cueste, el bien. Daniela desde pequeña había sido una niña muy inteligente,
y desde bien temprano supo la diferencia entre bien y el mal, entre lo correcto y lo
incorrecto. Pero ella difería en la manera de pensar de pensar en cuanto a sus padres y a
su hermana en lo que se refería en ese sentido. Sabía que ellos no iban a inclinarse hacia
el mal ni aunque fuese estrictamente necesario, a diferencia de Daniela, que actuaría desde
el mal si debía de hacerlo. Y por esa precisa razón se sentía un mínimo diferente con
respecto a ellos. Decía que mientras supieras la diferencia entre el bien y el mal, decía
que sabrás cómo actuar en todo momento. Porque saber la diferencia entre el bien y el
mal no significaba precisa y directamente que hicieras todas y cada una de tus acciones
desde el bien porque era lo correcto y lo bien visto tanto moral y éticamente, sino que
sabrás en qué determinadas situaciones y circunstancias hacer el bien o hacer el mal.
Tener dudas entre si elegir el bien o el mal y, sobre todo, inclinarse hacia un punto
intermedio, es lo que nos hacía humanos. Porque ella estaba firmemente segura de que,
en ocasiones, no todo en la vida es bueno o malo, sino que a veces la balanza se inclina
2
más hacia en medio. No todo era blanco o negro. La vida podía tener diversas tonalidades
y era demasiado completa como para limitarla al bien o al mal. O a lo correcto o
incorrecto. ¿Quién determinaba qué era lo correcto o qué era lo incorrecto? Éramos
nosotros mismos quién teníamos que forjarnos esa idea, y actuar a partir de nuestras
propias opiniones personales, sentimiento, valores y principios. Puesto que los principios
eran de lo más importante en una persona, decía Daniela. Porque, ¿qué era entonces una
persona sin principios y sin valores? Eso era precisamente lo que definía a una persona,
además de sus acciones, que era lo mejor podía describir a una persona. A ella le llamaban
la atención las personas con opiniones e ideas firmes y fuertes y, sobre todo, aquellas
personas cuyas acciones concordaban con lo que decían, pensaban y creían. Porque, ¿qué
valor tenía entonces una persona que no cumplía su palabra o que hacía lo contrario a lo
que decía? Para ella no valía nada una persona que no tuviera palabra.
Lo cierto que sentirse un poco diferente era algo que no le incomodaba nada en
absoluto. Ella era una persona solitaria y compleja, aunque en el fondo era romántica y
dulce si se lo sacaban sacar. Siempre decía que lo mejor de ella era únicamente para quien
supiera sacárselo. Porque, ¿para qué malgastarlo con personas pasajeras o personas que
no te hacen bien? Prefería guardarlo y reservarlo expresamente para aquellas personas
adecuadas y que eran merecedores de estar en su vida. Podría decirse que Daniela era una
persona con tendencia a la soledad y, por ende, de pocos amigos, pero poseía un hermoso
fondo tanto emocional como sentimental. No le gustaba mostrarse emotiva ni expresar
sus más sinceros e intrínsecos sentimientos cuando se encontraba en presencia de nadie,
pero en la intimidad era capaz de emocionarse cuando veía florecer la primavera, o
cuando le dedicaban una palabra bonita. Porque en el fondo era una romántica y deseaba
encontrar el amor verdadero, puesto que era fiel creyente de que eso existía después de
ver la relación tan idílica que compartían sus progenitores. ¿Cómo no creer en el amor al
ver a sus padres perdidamente enamorados en el uno del otro y absolutamente felices?
Eran sus propios progenitores el claro ejemplo de que el amor sí que existía realmente.
Cuando se conocieron parecía el típico amor de película, pero la realidad del amor no es
esa. El amor se trata de ser un equipo, de saber sobrepasar juntos las adversidades y
cuidarse mutuamente. Aunque, a decir verdad, después del inmenso desamor que tuvo
Daniela en su época adolescente, el cuál le rompió el corazón, fue a raíz de ahí fue cuando
se convirtió en la chica fría y complicada que era actualmente, le costaba cada vez más
creer en él. Pero encontrar el amor tampoco era algo que ocupara su mente, y el no
encontrarlo no le atormentaba ni perturbaba tampoco su cabeza. Su hermana, a diferencia
de ella, sí esperaba encontrarlo fervientemente.
En una tarde de invierno de principios de los 90, Carolina fue en busca de su padre
para poder hablar con él, el cual se encontraba como de costumbre en las frías tardes de
navidad en el salón enfrente de la chimenea.
—Papá, ¿tú crees que algún día podré encontrar a alguien del que me enamore y
que me quiera como quieres tú a mamá? —inquirió Carolina.
Maximiliano se subió las gafas con el dedo y dejó el libro en la mesita colocada
junto a él. Se tocó ligeramente su bigote, manía que tenía desde que le creció y se lo dejó,
y le dedicó una pequeña sonrisa a su querida hija mayor.
—Oh, claro que sí, cariño —respondió él—. Lo harás.
—No quiero morirme sin haber conocido lo que es el amor, ni tampoco sin haber
vivido un amor genuino y verdadero —le confesó su hija.

3
El padre se percató de cómo le brillaban los ojos a su hija al hablar de aquel tema,
y es que ella, al igual que él y su mujer, era una romántica empedernida.
—Por supuesto que lo vivirás y lo sentirás y serás enormemente feliz, que no te
quepa la menor duda de ello. Casi todo el mundo se enamora al menos una vez en la vida
y acababa encontrando a esa persona.
—¿Pero y si no me pasa a mí? ¿Y si yo estoy dentro de ese pequeño porcentaje
que no logran conocer el amor ni amar jamás a nadie de verdad?
—Eso no será así, cariño mío.
—¿Y cómo puedes estar tan seguro?
Entonces, Maximiliano cogió cariñosamente las finas y bonitas manos de su
querida hija mientras la miraba a los ojos fijamente, y le dijo:
—Porque eres mi hija y te conozco, Carolina. Eres una romántica de la vida y
amas amar y todo lo que está relacionado con el concepto del amor. Claro que encontrarás
a alguien a quien amar y con quien vivir tu vida feliz y plenamente, tal y como lo hacemos
tu madre y yo.
Y al cabo de un tiempo y sin ella esperarlo, encontró a esa persona y vivió ese
amor que tanto anhelaba desde lo más profundo de su corazón, pero ese amor, por
casualidades de la vida, fue sumamente fugaz.
Daniela miraba toda aquella escena de su padre y su hermana desde la puerta del
salón, dónde ellos no la veían y tampoco se daba cuenta de que estaba allí. Ella suspiraba
y reflexionaba sobre lo diferente que era de su hermana.
Un día que se encontraban las dos hermanas solas en la cocina haciendo un pudín
de manzana, Daniela aprovechó para preguntarle a su hermana por aquel tema que seguía
rondando por su cabeza.
—Oye Carol, —dijo—, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Sí, dime.
Daniela no dio ningún rodeo y se lo preguntó directamente:
—¿Por qué estás tan empeñada en encontrar a alguien?
Carolina se dio media vuelta y miró algo sorprendida a su hermana, y le respondió
con otra pregunta:
—¿Es que acaso a ti no te gustaría hacerlo?
Daniela simplemente se limitó a encogerse de hombros.
—Supongo que sí me gustaría —contestó con sinceridad—, pero también me
daría igual no hacerlo.
—Eso lo dices porque aún eres muy pequeña y no tienes por qué preocuparte por
esos temas.
—¿Y por qué se supone que tengo que preocuparme entonces?
—Por ser una niña buena y portarte bien.
Daniela frunció el ceño de inmediato en cuanto esas palabras salieron de la boca
de su hermana.
—¿Ser una niña buena y portarme bien? —inquirió.
—Sí —respondió la hermana—. Bueno, así es cómo nos educan a las niñas.
—Pues vaya asco ser una niña entonces.
Al escuchar esa frase, Carolina le echó una mirada de desaprobación a su hermana
pequeña, y exclamó regañándola:
—¡Dani! ¡Ese vocabulario! ¿Qué te tengo dicho?

4
—¡¿Qué?! ¡Es la verdad! ¡Jamás he escuchado decir a un niño que se tenga que
portar bien y que tenga ser un buen niño! ¿Por qué a nosotras sí?
Aquellas palabras que dijo su hermana pequeña le hicieron reflexionar a Carolina.
Tenía que reconocer que su hermana, aunque fuera relativamente pequeña, pues tenía
solamente apenas once años en aquel entonces y ella diecisiete recién cumplidos, era
extremadamente inteligente e ingeniosa para la corta edad que tenía. Ella también era
bastante lista, pero era una adolescente y no una niña pequeña. Y muchas cosas que
comentaba su hermana le hacían pararse a reflexionar y a cuestionar temas que no se le
hubiera ocurrido cuestionar por ella misma. Como por ejemplo el hecho de que quisiera
una pareja y un amor para toda la vida.
—¿Sabes? Puedes que tengas razón. Nunca lo había pensado desde esa
perspectiva.
—A mí es que me gusta cuestionarlo y debatirlo todo.
—Lo sé. Y eso es lo que te hace una niña tan especial.
Carolina se agachó y le dio un beso con aprecio a su hermana en la cabeza.
—¿Crees que soy especial?
—Claro que sí. Eres la niña más inteligente que conozco.
—Gracias. Eso dicen papá y mamá y mis profesores.
—Es porque es verdad.
—Bueno, tampoco creo que para pensar algo así haya que ser demasiado
inteligente —dijo Daniela encogiéndose de hombros—. Simplemente creo que todas las
personas podemos valer para todo, y que está mal darle unas tareas a las mujeres y otras
a los hombres. Todos somos personas y somos iguales y no deberían diferenciarnos. Las
niñas, las mujeres, no solo valemos para casarnos y tener hijos, sino para muchas cosas
más, al igual que los hombres. Solo digo que no veo justo que por ser mujer o por ser
hombre te correspondan unas tareas o no te correspondan solo por el hecho de ser mujer
o de ser hombre.
—Me siento muy orgullosa de tenerte como hermana. Eres tan madura para tu
edad y hablas tan bien.
—Solo digo lo que me parece lo más lógico y justo.
—Es maravilloso qué pienses de esa manera, y que tampoco quieras casarte y todo
eso también me parece perfecto, pero no deberías juzgarme a mí si yo quiero.
—Y no te estoy juzgando, así que no te sientas juzgada.
—No pretendo ni mucho menos hacer que cambies de opinión, solo me basta con
que te pongas en mi lugar y me comprendas.
Daniela le miró.
—Lo hago, hermanita.
—Es que para mí es muy importante amar y ser amada. Para mí la vida sin amor
no tiene sentido.
Daniela, en el fondo, comprendía a su ansiada hermana mayor. Para ella encontrar
a un buen hombre caballeroso del que enamorarse, vivir un amor verdadero, casarse y
tener hijos junto a esa persona como fruto del amor, era de lo más crucial. Comprendía
que el amor pudiera ser tan importante para alguien, y aún más para una mujer, que desde
hacía años la sociedad patriarcal había asignado a las mujeres el rol de sumisas y de amas
de casa y quedaban relegadas a un segundo plano. Su función se limitaba básicamente a
tener marido, cuidar de la casa y tener bebés. En aquella época, no servían para otra cosa,
e incluso veían bien los maridos la maltratasen si no se comportaban como ellos exigían.
5
Una sociedad caracterizada sobre todo por la desigualdad más brutal, la desigualdad de
género. Los padres de Daniela le habían explicado todo aquello, y eso mismo le hizo abrir
los ojos y darse cuenta de aquella injusta realidad. Por eso no quería seguir el rol que se
le había asignado automática y directamente al haber nacido mujer. No quería hacer
ninguna de las cosas que se esperaba de ella que hiciera. Quería vivir a su propia manera.
Daniela se quedó un momento reflexionando y, de pronto, se acordó de algo que
leyó la ora tarde.
—¿Sabías que la palabra amor procede de la palabra del latín amoris? La a
significa “negación”, y mori significa “morir”. Amor significa de manera literal lo que no
muere.
Carolina sonrió de forma inexorable por aquella expresión tan maravillosa.
—Pues no, no lo sabía. Y me parece precioso. Pero me sorprende que tú si lo
supieras.
Daniela se encogió de hombros.
—Me gusta conocer el significado de las palabras en latín.
—Pues para no ser una romántica, bien que te has tomado la molestia de buscar
lo que significa amor el latín y acordarte.
—Me he acordado porque me gustó, simplemente.
—Eso me recuerda a un poema que leí ayer del último poemario que me compré,
que dice así: “Los que son amados no pueden morir, porque amar significa inmortalidad”.
Es de Emily Dickinson.
—Es precioso. ¿Me lo prestarás algún día?
—¡Pues claro que sí, hermanita!
Y se sonrieron mutuamente.
Aquella frase se le quedó grabada a Daniela en la mente, ya que le llegó hasta lo
más hondo de corazón debido a la profundidad y la belleza que destilaban aquellas
palabras. Desde aquel momento, se interesó más por los poemas. Desde pequeña siempre
le había interesado leer y la literatura, porque nunca se había decidido a leer poemas ya
que aún era bastante pequeña como para llegar a comprenderlos del todo. Pero con el
tiempo y conforme fue creciendo se fue comprando más y más poemas y le encantaban.
Decía que ayudaba a expresar y reconocer tus propios sentimientos y emociones, además
de que ayudaba a la imaginación. Ella se refugiaba entre palabras y libros. Porque las
palabras eran magia. Podían crear vidas. Podían hacerte emocionarte o sentir cosas que
muy pocas veces habías sentido. Los libros te cultivaban la mente y te hacían abrir puertas
y los rincones más recónditos de tu cabeza y de tu imaginación. Porque un libro es un
refugio. Es un abrazo. Es libertad. Es un modo de vivir y de sentir.

6
Capítulo 19

Verano de 1997 (Presente)


“No siempre es una mala señal cuando alguien te dice que tenéis que hablar I”

A raíz del inesperado fallecimiento de la madre de Daniela y de su hermana mayor, su


padre cayó en una prolongada y dolorosa depresión, y se encontraba tan hundido y
perdido que hasta lo despidieron del trabajo que tenía por aquel entonces como contable
en una empresa bastante conocida de la ciudad. Ambas muertes le hundieron por
completo. A ella también consiguió hundirle profundamente.
A día de hoy, no había mañana en la que la joven se levantara y no se le viniera a
la cabeza el recuerdo de ellas dos. Eran de las pocas personas a las que ella amaba y
admiraba de verdad. Eran de las pocas personas que le querían de verdad y con el corazón.
Unos meses más tarde pareció que la vida nos empezaba a sonreírles a su padre y
a ella y, con un poco de suerte, su querido padre pudo conseguir trabajo en una librería
que quedaba considerablemente cerca de su querido hogar. Pero la cosa era que tampoco
ganaba mucho en aquel sitio, y el dinero no nos llegaba para poder vivir decentemente,
así que yo Daniela tuvo que empezar a trabajar también, con tan solo trece años de edad.
Desafortunadamente, no le quedaba de otra. No tenía otra alternativa.
Primero estuvo paseando a los perros de todo su vecindario durante casi dos largos
años, los cuáles he de decir que le pagaban bastante bien. Les daba ternura porque era una
niña pequeña, y a la misma vez también les daba pena por lo ocurrido. Todos nos
conocíamos entre nosotros y había muy buen rollo, y además sabían por el abrumador y
angustioso trago por el que estábamos pasando mi padre y yo, y también sabían que no
estábamos nada bien económicamente, por lo que intentaban compensarme bien y ser
muy amables y agradables conmigo siempre que me veían.
Por otra parte, también estuvo de cuidadora de niños. Aunque, desde su franca
opinión, no fue una muy buena experiencia. Digamos que los niños y ella no terminaban
de llevarse del todo bien. No era lo suyo. Odiaba tener que estar pendiente de otra persona

1
y, más todavía, cuidar de alguien. Ella era demasiado independiente y muy celosa de su
espacio. Aunque no le quedaba otra de trabajar de lo primero que le salía. Era consciente
de lo que necesitaban el dinero ella y su padre.
Después de aquello, éste último le recomendó dar clases particulares ya que, según
él, su hija Daniela, aparte de su otra hija Carolina, era la niña más inteligente y brillante
que había conocido en toda su vida.
Daniela siempre se había considerado una persona muy humilde que nunca
alardeaba de nada, pues le repudian enormemente las personas que hacían eso mismo,
pero tenía que reconocer que en relación con los estudios siempre había sido la que más
destacaba de toda su clase. Por su actitud acertada, su responsabilidad, su constancia, su
trabajo y su inteligencia. Destacó sobre todo a raíz de que su madre y su hermana se
fueran.
Hay personas que cuando tienen depresión o les ocurre alguna tragedia horrible
que marcan un antes y un después en sus vidas, se dejan llevar y se van a lo más fácil para
poder evadirse de su sufrimiento y pesar, como por ejemplo lo típico del alcohol, las
drogas o las pastillas. Ella, por el contrario, decidió volcarse única y exclusivamente en
sus estudios. Y en los libros. Desde luego una manera mucho más sana e inteligente para
poder sobrellevar su pesar. Su padre siempre le decía que lo que más destacaba de ella
eran dos cosas: su fuerte mente y su poderosa inteligencia. Él desde siempre le hacía sentir
que era una chica muy especial. Aunque ella nunca terminaba de creérselo.
Cuando se ponía a estudiar se concentraba únicamente en eso y no pensaba en
nada más, así que se podía decir que era como su manera de aislarme de todo y de todos.
Aunque solo fuera durante un rato. Y lo cierto es que ha acabado la ESO y Bachillerato
con notas excepcionales y con matrícula de honor en todo. Desde muy pequeña ha tenido
muy claro que para mí los estudios eran lo primero y lo cierto es que estaba realmente
orgullosa de todo lo que había conseguido hasta ahora en el ámbito académico.
Todo el esfuerzo al final siempre acaba mereciendo la pena. Siempre. Si te
esfuerzas y le echas ganas, la recompensa llegará tarde o temprano. Eso era lo que mi
padre siempre me decía. Él era, es y será mi mayor apoyo.
Así que después de la recomendación de su padre de que diera clases particulares
en su casa, eso hizo exactamente. Dio a lo largo de dos años y medio clases particulares
en el salón de su casa. De lunes a miércoles de cuatro a seis de la tarde, y los sábados y
domingos de 12 de la mañana a 2 de la tarde. En algunas ocasiones también daba clases
durante la tarde en algunos fines de semana. Esto último solo lo hacía en el caso de que
algún alumno suyo no le hubiera quedado del todo claro alguna lección que le hubiese
explicado anteriormente. Aunque claro, ese tiempo extra que gastaba con ellos también
se lo tenían que pagar de todos modos.

2
Bien es cierto que si hubiese estado en una situación económica mejor ni les
hubiera cobrado en ese último caso, porque adoraba enseñar y disfrutaba muchísimo
haciéndolo. Pero por desgracia no se encontraba en una situación económica aceptable,
por lo que no podía permitirse de ninguna manera el lujo de dar clases y no cobrar por
ello.
Eso de dar clases particulares fue un gran acierto, había que reconocerlo. Ella
ganaba dinero y encima ayudaba a personas que les resultaba difíciles asignaturas como
matemáticas, lengua o inglés. Y fue a raíz de eso cuando se dio cuenta de lo que le encanta
enseñar y ayudar a los demás. Es lo que realmente le llenaba. De hecho, su siguiente
objetivo era llegar a ser profesora de Lengua y Bachillerato en alguna universidad. Esa
había sido siempre ha sido su asignatura favorita y desde pequeña se le había dado muy
bien, y la literatura la adoraba. Se podía pasar literalmente días y días encerrada en su
casa leyendo libros de todo tipo y no aburrirse en absoluto, sino todo lo contrario. Sobre
todo, libros de literatura, poesía y ciencia ficción. Realmente le fascinaban. También le
gustaría dar clases de apoyo a niños con algunas dificultades o discapacidades.
En relación a sus estudios, su situación actual era que hacía tres semanas
aproximadamente hizo la selectividad y su nota fue de 12,9. Fue la tercera nota más alta
de todo el instituto. Su padre hasta soltó lágrimas de emoción y todo cuando se enteró de
la nota. Y de hecho eso le sorprendió y le chocó bastante porque su padre era un hombre
bastante duro y fuerte y era casi imposible verle llorar.
«Al menos se hacía el duro por fuera, porque lo conozco perfectamente y sé que
por dentro era un adorable y sensible osito de peluche, al igual que yo, aunque me cueste
y no me guste admitirlo. Era más probable ver a un burro volando por la ventana que ver
a mi padre soltar una lágrima de su ojo. Solo le he visto llorar en tres ocasiones y fue,
evidentemente, cuando pasó el accidente —pero lo cierto es que obviamente me consta
que ha llorado a escondidas muchísimas más veces—. Desde entonces nunca más. Ni si
quiera la vez que se partió la muñeca accidentalmente —que cuando llegó a casa con la
muñeca destrozada y lo vi me dolió hasta a mí—. Yo era pequeña cuando eso ocurrió y
no recuerdo exactamente cómo se lo hizo, lo único que recuerdo es que cuando vi su
muñeca destrozada se me descompuso todo el cuerpo y me entraron unas ganas increíbles
de echar toda la pota».
Al día siguiente de conocer la nota de selectividad, Daniela fue después de
desayunar a visitar a su madre y a su hermana al cementerio. Ya era una costumbre. Desde
que se fueron, ella siempre iba un día de la semana a verlas, a hablar con ellas y a llevarles
flores bonitas. Naturalmente, les compraba las flores más bonitas de toda la floristería.
No eran merecedoras de menos.
Algunos días iba acompañada de mi padre y otros iba yo sola, ya que en ocasiones
necesitaba tener mi charla personal y profunda única y exclusivamente madre-hija y

3
hermana mayor-hermana menor. Y eso era algo que mi padre respetaba y entendía a la
perfección.
Él me dejaba mi espacio cada vez que necesitaba. Su padre siempre había sido un
hombre bueno, comprensivo y empático, y ella estaba eternamente agradecida de ello.
Con él le tocó la lotería. Y ella sabía perfectamente lo afortunada que era en ese aspecto.
—Buenos días, mamá. Buenos días, hermana. Aquí me tenéis otro día más. Ya
sabéis que yo nunca os fallo —empezó a decir—. No os puedo fallar. No hay día que no
piense en vosotras y que no os eche terriblemente de menos. El dolor no se va, pero me
voy acostumbrando cada día un poquito más. Y cuesta. Cuesta mucho. Mucho más de lo
que me pudiera imaginar y quisiera.
Se empezó a emocionar demasiado. Siempre le pasaba. Era algo sumamente
inevitable.
Daniela era una persona extremadamente reservada.
Fría.
Impenetrable.
Inaccesible.
Indescifrable.
Hermética.
Nunca mostraba sus sentimientos. De hecho, rara vez pasaba.
Aquello era como un acontecimiento histórico.
Como una especie de milagro.
Como el cometa Halley. Un cometa que se dejaba contemplar cada 100 años.
Pues digamos que sus sentimientos eran una cosa similar. Muy extrañaba vez se
asomaban al exterior y se dejaban notar.
Las únicas personas con las que había expresado sus sentimientos eran
exclusivamente sus dos más íntimos amigos y su padre.
Y su madre y su hermana. Obviamente.
Y creía que la razón era que era podía ser demasiado desconfiada. Le costaba
horrores confiar en las personas. Cuando mostraba sus sentimientos, sea a quien fuese, se
sentía vulnerable, frágil y débil. Da igual que fuera algún ser querido la persona a la que
se abriese. De igual manera se sentía expuesta. Y esta era una sensación que le
desagradaba en demasía.
Y Daniela seguía llorado. Y llorando. No podía más. Estaba rota por dentro. Sentía
su corazón, sus sentimientos y sus emociones íntegramente destrozados.
Al rato de desahogarse intentó tranquilizarme. Tenía que relajarse.
—Hoy no quiero estar triste —dijo ella mientras se secaba la lágrima que brotaba
de su cara—. Hoy es un día para celebrar. Tengo que estar contenta. Al menos hoy. He
sacado la mayor nota en selectividad en todo mi instituto. Por fin puedo estudiar lo que

4
quiero, mamá. Papá dice que no se puede sentir más orgulloso de mí. Incluso se emocionó
y todo, y ya sabes que papá nunca llora, es muy duro para eso... Le pasa como a mí, que
se guarda todo adentro, a diferencia de ti. Que siempre me decías que los sentimientos
puros, amables y sinceros es lo más bonito que podemos tener y que hay que expresarlos.
Y supongo que tienes razón. Ojalá pudiera ser como tú, tan dulce, tierna y delicada. Te
admiro, mamá —a estas alturas, tenía ya el rostro empañado en lágrimas—. Estéis dónde
estéis, solo espero que también estéis orgullosas de mí. Estoy segura de que sí. Ojalá
estuvierais aquí conmigo para contároslo en persona y que pudierais darme uno de esos
abrazos de tres que tanto me gustaban a mí... Es lo único que me gustaría ahora mismo...
Es lo único que necesito...
Otra vez se le saltaron las lágrimas. Esta vez no podía dejar de llorar. Aparte de
los de su padre, en los brazos de su madre eran dónde se sentía más segura. Y se lo
arrebataron injustamente. Para siempre. Aunque por suerte todavía tenía a su padre. Y
menos mal, porque Daniela no sabía qué sería de ella si él tampoco estuviera aquí con
ella, a su lado.
Intenté calmarse de nuevo y dio una vuelta. Siempre solía hacer lo mismo. Ya era
algo habitual. Primero iba a visitar a ellas dos, y después se daba una vuelta yo sola
durante un rato antes de meterme de nuevo en mi casa. Necesitaba su momento a solas.
Necesitaba despejarse.
Volvió a su casa a la hora de comer, y cuando terminó de devorar una deliciosa
empanadilla de atún y tomate, una de sus comidas preferidas, junto a su padre y de recoger
la cocina, se subió a su habitación. Estaba leyendo un libro tranquilamente tumbada en su
cama cuando de repente su padre interrumpió en su habitación. Llevaba puesto sus
pantalones vaqueros favoritos, aunque a su hija no le gustaban nada en absoluto, ya que
en su opinión ya estaban bastante viejos y usados, y conjuntado con una camiseta básica
de color negro que le había regalado ella en su último cumpleaños.
Maximiliano siempre había sido un hombre muy atractivo —las fotos de él de
joven que se hallaban en la mesa del salón lo demuestran sin lugar a dudas—, pero era
cierto que en los últimos años está siendo muy dejado con respecto a su aspecto físico.
Ya ni se molestar en arreglarse o en verse bien al menos para sí mismo, y además apenas
se afeitaba y casi nunca iba a la peluquería a cortarse el pelo que, en opinión de su hija,
ya lo tenía un poco largo para su gusto. Maximiliano los ojos marrones oscuros y el pelo
negro como el azabache. Curiosamente tiene un parecido asombroso con el actor
americano Billy Burke, el que hace de padre de Bella en la famosa saga de Crepúsculo, o
a menos eso pensaba Daniela. Cada vez que su hija le decía que se parecían un montón y
que era como su "gemelo en versión americana", le miraba con una cara como si estuviera
loca de remate y le decía como si estuviera ofendido que él era mucho más guapo y joven
que el actor y que no se parecían tanto.

5
Daniela se reía ante su actitud porque se comportaba igual que un niño pequeño.
Lo cierto es que adoraba a mi padre con toda mi alma.
—Cariño, tenemos que hablar —le dijo su padre al entrar en su habitación con un
semblante bastante serio.
De repente un escalofrío recorrió todo su cuerpo y se bloqueó por completo por
unos segundos. Todo su cuerpo se congeló por un instante. Hasta su mente. Si bien no se
equivocaba, la última vez que me dijo esa frase fue para decirme que mi hermana y mi
madre había tenido un accidente de coche y que se encontraban muy graves en el hospital.

6
Capítulo 20

Otoño de 1990 (Pasado)


“Los comienzos de un amor”

Carolina Belmonte siempre había sido una chica que había tratado en todo momento y
aspecto de su vida pasar desapercibida, y lo había conseguido.
Era una chica de lo más sencilla y humilde. No se metía con nadie ni se
inmiscuía en asuntos ajenos que no eran de su incumbencia.
Solía estar siempre en su mundo, sin estar pendiente de la vida de nadie que no
le importase.
Vivía en paz y en tranquilidad. O eso era lo que quería aparentar.
Estaba en clase de historia, una de las asignaturas que más interés la profesaba.
Aunque el profesor, el señor Gutiérrez tenía un carácter algo severo, enseñaba e
impartía sus clases y las lecciones particularmente bien.
Habían terminado en la clase el tema seis, y el profesor les impuso que
realizaran un trabajo en pareja.
—Quiero que realicéis un trabajo exhaustivo sobre alguno de los temas de
interés que hemos estudiado en este tema. Será en pareja y tendréis que preparar
también una exposición.
—¿Y la pareja podemos elegirla nosotros? —inquirió Margarita.
—No. Cada pareja la nombraré yo.
Margarita resopló en modo de respuesta y puso los blancos en blanco.
Carolina observó a su amiga divertida y reprimió una sonrisa burlona.
—Bien —prosiguió el señor Gutiérrez—. Empezaremos por orden alfabético:
Fabiola Águila y Federico García, Alejandra Alarcón y Laura Casanovas, Hugo Blanco
y Margarita Ramos…
—Oye, que me ha tocado con el buenorro de Hugo…
Carolina sonrió y puso los ojos hacia arriba.
El profesor finalizó su nombramiento, pero se le olvidó mencionar a Carolina, y
ésta se percató de inmediato.
—Disculpe, señor Gutiérrez, e indíqueme si no estoy en lo cierto, pero me
parece que no ha nombrado mi nombre.

1
—Pues déjeme que eche un vistazo… —empezó a decir el referido mientras
echaba un vistazo a la lista que tenía escrita—. Tiene razón, señorita, no le he
nombrado, discúlpeme.
—A mí tampoco me ha nombrado, señor Gutiérrez —dijo Ramón Torres.
Fue en el instante en el que el muchacho habló, que las miradas de él y de
Carolina se cruzaron.
—Entonces, problema solucionado. Ustedes dos iréis juntos.
Ramón volvió a mirar a Carolina y ésta le devolvió la mirada, y se sonrieron
mutuamente. Fue un sonrisa dulce, transparente y genuina. De esas que te indican el
inicio de algo.
Tocó el timbre del recreo y las dos amigas bajaron juntas a cafetería.
—Te noto muy subida de ánimos hoy, ¿por qué será?
—Te aseguro que no tiene nada que ver con que me hayan puesto de pareja en el
trabajo al más pivón de la clase…
—Oye, y tú no te quedas atrás… Torres está bastante bien.
—Es… guapo. Sí.
—¿Solo puedes decir eso? Aparte de ti, es el más inteligente de nuestro curso, y
además es el capitán del equipo deportivo de fútbol de tercero. ¿Con qué más se podría
fantasear, acaso?
—Siempre eres tan exagerada… Créeme, no es para tanto como dices.
—Querida amiga, si no te conociera tanto como lo hago, me creería tus palabras
y tu actitud evasiva sin dudarlo.
—¿Qué estás insinuando?
—Pues insinúo que te estás coladita por ese muchacho.
—¡Shhh! ¡Calla o alguien te escuchará y lo tomará por verdad!
—¡Y es que es la verdad! ¿O acaso piensas negármelo?
—¿Por qué tienes qué conocerme tan bien?
—Cielo, no hay nada que a mí se me pueda escapar, ya lo sabes. Además, soy la
única a la que no puedes engañar. Para mí eres como un libro abierto y todo te lo noto
en la cara.
—¡Y qué desgracia para mí! —exclamó con sarcasmo Carolina, y se rieron entre
ellas.
Cogieron la comida y se fueron a sentar en la mesa donde habitualmente comían.
—Qué calladito te tenías lo de Ramón. Menos mal que ya te tengo más que
calada.
—Oye, no se lo digas a nadie, ¿vale? Que esto quede entre tú y yo.
—Prometido.
—Y no es que me guste, en realidad. Solo que me parece un chico atractivo a la
par que interesante.
—Me gusta para ti. Se le ve buen chico. Además, tiene pinta de ser muy bueno
en la cama.
—¡Marga!
Carolina le tiró un trozo de pan y se empezaron a reír.
Torres, por su parte, estaba con sus amigos desayunando y charlando en la mesa
de la esquina de la derecha.
—Oye, ¿con quién te ha tocado en el trabajo de historia? —le preguntó Héctor.
—Con Carolina Belmonte.
2
—Soy malo con los nombres, ya lo sabes. Dime en qué mesa está sentada.
—Está en la mesa del fondo. En la cual hay solo dos chicas sentadas.
Manuel, otro chico del grupo, que estaba poniendo la oreja, dijo:
—¿Cuál es de las dos? ¿La morena tía buena, o la rubia cara bonita?
Ramón le reprendió con la mirada a su amigo.
—Es la chica rubia.
—Es guapa —dijo Héctor.
—Sí, lo es —siguió Manuel.
—¿Estáis insinuando algo?
—Venga, colega, seguro que ya estarás pensando en cómo ligártela —comentó
Manuel.
—Eso. Seguro que ya le has echado el ojo.
—Vale, lo reconozco… Me gusta.
—¿Y por qué no vas a hablar con ella? —preguntó Héctor.
—No puedo hacerlo. Me pone muy nervioso.
—Vaya, sí que te gusta la muchacha.
—Así es.
—Pero si ni si quiera hablas con ella, no conseguirás nada.
—Tienes razón. Iré a hablar con ella.
—Ese es mi chico.
—¡Vamos! —exclamó Manuel.
Entonces, Ramón intentó dejar el nerviosismo y la inseguridad que le consumía
a un lado y fue a por lo que quería.
Lo que estaba ocurriendo a continuación no se lo podía creer los ojos de las dos
chicas. El aclamado Ramón Torres se estaba dirigiendo hacia la mesa donde estaban
Carolina y Margarita con suma decisión y determinación.
El corazón de Carolina empezó a latir con más avidez de lo habitual, y por no
mencionar que se estaba poniendo roja como un tomate y las manos le sudaban. Tragó
saliva y mostró la mejor sonrisa que pudo.
—Hola, chicas, qué aproveche.
—Gracias, Ramón. ¿A qué debemos el placer de tenerte aquí, con nosotras?
Porque nos agrada eso, por supuesto, sobre todo a Carolina, que le caes muy bien.
Carolina no dudó en propinarle lo más sutilmente que pudo una patada por
debajo de la mesa a su amiga.
—Lo que quiere decir es que nos caes bien.
—Gracias, vosotras a mí también. Esto, ¿os importa que me siente un momento?
Me gustaría comentar lo del trabajo con Carolina.
—Oh, por supuesto, faltaría más. De hecho, ponte en mi sitio, si te apetece. Yo
voy a ir a por una botella de agua. Ahora os veo chicos.
—Mi amiga es demasiado… efusiva.
—Es muy simpática. Me cae bien.
—Siempre sabe cómo caer bien. Ojalá poder ser como ella.
—Tú también caes bien. Se te ve muy agradable.
—A ti también.
—Bueno, si te soy sincero, me alegro que nos hayan puesto juntos en el trabajo,
ya que historia es la peor asignatura que se me da y la tengo un tanto atravesada, y sé
que a ti se te da bien.
3
—No se me da mal.
—¿Te parece bien quedar este fin de semana en alguna casa y empezar a
prepararlo?
—Sí, me parece bien. Si quieres que sea en la mía.
—Perfecto. Pues la próxima en la mía, entonces.
—De acuerdo.
—¿Te doy mi número de teléfono y me mandas la dirección por ahí?
—Sí. Genial.
Al regresar su amiga Margarita cuando ya estaba Ramón, le contó lo ocurrido.
—No me puedo creer que te haya dado su teléfono y todo. Si que va en serio. Qué
fuerte.
—Pero, ¿qué dices? Me lo ha dado para que le indique mi dirección.
—Claro, porque no se lo puedes decir en persona, ¿cierto?
Las dos se rieron.
—Está claro que a ese chico también le gustas, te lo digo yo.
—Solo somos compañeros de clase que van a quedar para hacer un trabajo de
clase —se limitó a responder Carolina.
—Pues yo no pienso perder el tiempo como lo haces tú, porque a mi compañero
de trabajo me lo pienso ligar.
Carolina negaba con la cabeza mientras sonreía a su amiga.
Tal y como habían quedado, el sábado se vieron para comenzar el trabajo.
Estuvieron de lo más a gusto el uno con el otro y las horas se les pasaron volando.
Ya era cerca de las once de la noche y se estaban despidiendo en el porche de la
casa.
—¿Sabes? Hace que la historia me guste y todo.
—No es tan aburrida como piensas.
—Es que tú haces que nada sea aburrido.
Ella se sonrojó y desvío la mirada hacia la derecha tímidamente.
Él, por su parte, se le quedó mirando con dulzura, y cogió un mechón de su
cabello y se lo colocó detrás de la oreja con extrema delicadeza. Y a Carolina le derritió
por completo aquel gesto.
—Bueno, me tendría que marchar ya a mi casa. Por cierto, diles a tus padres que
gracias por el buen trato y la deliciosa lasaña de queso y verdura. No pretendía quedarme
hasta tan tarde, pero no le podía decir que no a una rica empanada.
—Me alegro de que te haya gustado.
—Estaba deliciosa. Y recuerda, la próxima en mi casa. Vente temprano y te
preparo una comida.
—Está bien. A ver si sabes cocinar tan bien como presumes.
—Ya verás que sí.
No se querían despedir, pero no les quedaba más remedio. Ella quedó algo penada
por la ausencia de él, pero se consoló en que quedarían para verse el fin de semana
siguiente también, y esta vez en la casa de él. No podía negarse que le hacía especial
ilusión.
Los días fueron pasando rápidamente y por fin llegó el siguiente sábado y Carolina
se encontraba de lo más nerviosa. Se puso un poco de maquillaje, pero que quedase
natural, y una blusa que le dejó su madre. Fue su padre el que le llevó hasta la casa de los
señores Ramos.
4
—Yo conozco a esa familia —le comentó su padre en el coche.
—Ah, ¿sí? —inquirió Carolina con patente interés— ¿Y de qué los conoces?
—Fui con ellos al mismo instituto. Nos llevábamos bien. Hasta iba con el señor
Ramos juntos a estudiar a la biblioteca.
—Me alegra que puedas hablar favorablemente de ellos.
—No podría decir nada negativo de ellos, en realidad. Y, encima, hoy mi hija
queda para hacer un trabajo de clase con su hijo. Increíble las casualidades la vida.
Carolina le regaló una afectuosa sonrisa cariñosa a su padre y se despidió de él.
Ramón abrió la puerta de casa y fue en busca de ella, que estaba llegando ya a la
entrada.
—¡Hola, Carolina!
—¡Hola, Ramón!
«Qué hermosa está con esa blusa de color turquesa, hacen que le resalten sus
preciosos ojos cristalinos y su cabello rubio», pensó él al verla.
«Qué sonrisa tan bella tiene, si es que cada vez que me mira y me sonríe de esa
manera siento como me tiembla todo el cuerpo», pensó ella al verlo.
Se saludaron con dos besos y con una sonrisa que ninguno de los dos podía borrar
de su rostro.
—Espero que no te haya costado encontrar esto.
—No, que va, tranquilo.
Se dirigieron a la puerta y entonces apareció un hombre alto, con el pelo gris y
con una sonrisa impecable.
—¿Esta es la chica tan bonita de la que tanto hablas? —inquirió el hombre.
—Papá, por favor. Solo es una compañera de clase, ya te lo dije —respondió con
reproche su hijo.
—Ya lo sé, hijo, estoy de broma —sonrió y a continuación miró a Carolina—.
Me encanta ponerlo tenso.
Carolina se limitó simplemente a sonreírle. Le agradó aquel hombre. Tenía un
sentido del humor particular.
—Pasemos al salón, por favor —le pidió Ramón.
Ramón le echó una mirada incriminadora y acusadora a su progenitor, y éste
levantó las manos en son de paz.
Los señores Ramos no gozaban de una casa grande y amplia, era más pequeña
inclusive que la de los Belmonte, pero era acogedora y encantadora. Él salón tenía colores
marrones y ocres, y la decoración tenía un aura propiamente familiar y confortable. Eso
le gustó especialmente a Carolina. La habitación más grande que tenían era el salón, pero
no era grande aún así. Todas las demás habitaciones sí eran pequeñas, pero igual de
agradables.
—Tienes una casa realmente encantadora —le manifestó amablemente ella
cuando advertir la casa desde dentro.
—Muchas gracias. No es muy inusitada, pero se vive bien. Por cierto, no hagas
caso a mi padre, él es siempre así con todo el mundo, hasta con quién acaba de conocer
—comentaba Ramón.
—No te disculpes por él, no pasa nada. Estamos haciendo un trabajo juntos, es
lógico que le hayas comentado algo al respecto de ello.
—Sí, claro. ¿Acaso es que tú también lo has comentado?
—Sí. Yo a mis padres se lo cuento todo. Tengo muy buena relación con ellos.
5
—Vaya, qué bien. Eso es muy importante. Ojalá todo el mundo también tuviera
buena relación con sus progenitores.
Carolina notó al instante que esa frase tenía un trasfondo.
—¿Lo dices por algo en especial? —le preguntó ella entonces—. ¿Por algo… en
concreto?
—Oh, no —respondió él negando con la cabeza y puso una sonrisa poco creíble
—. ¿Qué tal si empezamos ya?
—Sí, claro.
Carolina no le creyó del todo, y sintió que quiso cambiar de tema porque no le
apetecía seguir hablando del tema fraternal, así que no hondó más ahí y no le quiso dar
más importancia.
De repente, un chico, aparentemente preadolescente, bajó las escaleras sin
camiseta y gritó:
—¡Oye! ¿Me dejas tu camiseta del fútbol? Voy a echar ahora un partido en el
polideportivo del instituto con los co…
El chico, algo apresurado, cortó inmediatamente en cuanto divisó a Carolina en
medio del salón.
—Discúlpale, Carolina, por sus semejantes formas. Él es mi hermano mediano,
Álex.
—Hola, encantada —le saludó Carolina con la mano.

—Hey, ¿qué pasa? —respondió el chico con aire chulesco mientras terminaba de
bajar las escaleras.
Al llegar abajo se metió directamente en la cocina. Ésta era una cocina americana
y estaba pegada al salón, sin nada que los separase de por medio, por lo que podían seguir
en contacto perfectamente con aquel muchacho atrevido.
Éste cogió una manzana y se apoyó en la mesa, haciendo directamente contacto
visual con los otros dos. Dio un par de mordiscos y los observó divertido.
Carolina reparó en que su cara le resultaba conocida, y sabía que no era porque se
pareciera bastante a Ramón, ya que tenían la misma nariz y los mismos ojos marrones.
Le tenía que haber visto en alguna otra parte.
—Oye, hermanito, cuando traigas a una tía buena a casa al menos ten la decencia
de avisar —dijo Álex mientras no le quitaba el ojo de encima a Carolina.
—Y tú te podrías meter la lengua en el culo de vez en cuando, ¿no crees?
—Es mucho más divertido soltar lo que primero que se te viene a la cabeza sin
pensarlo.
Acto seguido le guiñó un ojo a la chica y le echó una mirada seductora. A Carolina
le estaba demasiado cómica toda aquella situación y, es más, hasta la estaba disfrutando.
—Oye, pues me suena bastante tu cara —le confesó ella, que no paraba de darle
vueltas a aquello.
—Mmm, suerte para mí que lo hayas advertido. Vamos al mismo instituto, aunque
seguramente no te vayas percatado de mi existencia. Las chicas guapas no suelen fijarse
en chicos que van a cursos por debajo del suyo.
—Álex, dime, ¿acaso se te ha perdido algo aquí?
—Sí, te lo he preguntado antes. ¿Me dejas tu camiseta?
—¡Sí, sí, coge lo que te dé la gana, pero haz el favor de subir ya a tu habitación!
Aquí abajo tenemos que estar concentrados para hacer un trabajo.
6
—Voy, hermanito, no desesperes. Menudo carácter. Suerte soportando a éste,
preciosa —dijo, y se dio media vuelta y se marchó arriba.
Ramón cogió un cojín y lo se tiró, aunque Álex lo esquivó hábilmente, y Carolina
no pudo hacer otra cosa que reírse. Esa personalidad extrovertida y carismática le
recordaba al de su mejor amiga Margarita.
—Qué muchacho. Está claro que ha sido igualito a nuestro padre.
—Me ha caído bien. Resulta curioso lo diferentes que sois.
—Creo que los hermanos siempre acaban siendo muy distintos entre ellos, aunque
tengan cosas parecidas ineludiblemente.
—Opino lo mismo.
Esta vez, quien bajaba las escaleras era una niña pequeña.
—¡Ramoncín! ¿Quién ha venido?
La niña miró a Carolina y se sorprendió.
—¿Es tu novia? ¿Tienes una novia?
Ramón bajó para ponerse a la misma altura que la niña, y le contestó con dulzura:
—No, pequeñaja, es una compañera de clase. ¿Te la presento?
—¡Vale! —respondió la niña sonriente.
—Yo soy Alicia. ¿Cómo te llamas tú?
—Encantada Alicia, yo me llamo Carolina.
Carolina se bajó para ponerse a la altura de la niña y le estrechó la mano.
—¡Qué nombre tan bonito! Mi prima favorita también se llama así.
—Muchas gracias. Tú también tienes un nombre muy bonito.
—Eres muy guapa. Creo que deberías ser la novia de mi hermano. Él también es
muy guapo.
Ramón fue hasta su hermanita y le empezó a hacer cosquillas.
—Ehhh, enana, ¿qué estás diciendo tú?
—¡Para, para! —exclamaba la niña mientras se reía.
Después de un par de minutos de risas y cosquillas, la niña se despidió de los dos
y subió de vuelta a su habitación.
—Con que Ramoncito y Ramoncín… francamente no sé cuál de los dos me gusta
más —dijo Carolina con tono burlón.
—¿Qué pasa, tú también quieres una buena ración de cosquillas?
—¡A ver si me pillas!
Carolina empezó a andar al revés, hasta que tropezó y se cayó de espaldas, y
Ramón acto seguido también, y cayó encima de ella. Se encontraban a escasos
centímetros la boca de uno con la del otro, y la respiración de los dos se volvió
entrecortada.
Cuando ya llevaron cerca de una hora realizando el trabajo, a Ramón se le ocurrió
poner algo de música.
—Ya llevamos mucho tiempo seguido con el trabajo, creo que no nos vendría mal
un poco de desconexión. ¿Qué tal si pongo algo de música? —propuso él levantándose
de la silla.
Carolina le sonrió y asintió con la cabeza.
—Me parece una buena idea —le dijo.
—¿Qué música te gusta?
—Me gusta escuchar de todo, en realidad. Aunque mi estilo favorito es el pop.
—Pues estás hoy de suerte, porque el mío también.
7
—Son agradables este tipo de coincidencias. ¿No crees?
—Desde luego. Ven aquí y echa un vistazo.
Carolina fue hasta la parte del salón en la que estaba Ramón y pudo ver a lo que
se estaba refiriendo. Fue toda una grata sorpresa.
Había todo un estante lleno de discos de diversos artistas de todos los géneros.
Los que más resaltaban era Michael Jackson, Backstreet Boys, Madonna, Spice Girls,
Boney M, Oasis, Nirvana, Frank Sinatra… y un largo etcétera.
—Mis padres son unos aficionados de coleccionar clásicos, entre ellos discos de
música. ¿Qué te parece?
Carolina estaba de lo más encantada. Allí se encontraban los clásicos de todas sus
artistas favoritas. Ella, que era una aficionada a la música, los ojos le brillaban como
nunca antes.
—Es… es auténticamente maravilloso. Me he quedado sin palabras.
—Veo que te gusta la música.
—¿Gustarme? Eso es quedarse corto, créeme. Soy una gran amante de la buena
música.
—Define para ti que es buena música.
—Pues aquella que te lograr poner los pelos de puntas, te hace emocionarte y te
teletransporta a recuerdos únicos para ti.
—Creo que no podrías haberlo descrito mejor.
—Pienso que es increíble todo lo que puede hacerte sentirte la música.
—Sí… es como… mágico.
—Así es.
Ella volteó la cabeza y se le quedó mirando. Le parecía una bonita casualidad de
la vida que le hubieran puesto delante a una persona que al parecer entendiera y viera la
música como lo hiciera ella, y, aun, sobre todo, la sintiera como lo sentía ella.
Echaron una larga ojeada a todo el estante, que era incluso algo más alto que ellos,
y, Ramón, echando el ojo a un artista en concreto, inquirió:
—¿Te gusta Michael Jackson?
—¿Bromeas? La pregunta es a quién no le gusta Michael Jackson.
—Tienes razón.
—¡Es el maldito rey del pop!
—Muy cierto eso. Ya sé qué disco poner entonces.
Ramón buscó el álbum de Number Ones del artista y lo colocó en la radio. La
primera canción que empezó a sonar fue “The way you make me feel”.
—Esta es mi canción favorita —dijeron los dos a la vez, y se rieron.
Sin poder apartar la mirada el uno del otro, se dejaron llevar por el seductor y
embaucador sonido de la música y empezaron a bailar, perdidos completamente el uno
con el otro. Como si nada fuera más importante en aquel instante que la existencia del
otro.
El resto de la tarde continuó agradable y entre risas. Cuando ya cada uno estaba
por separado, se dieron cuenta de tres cosas:
La primera, la complicidad que había nacido entre ellos.
La segunda, la atracción indudable e innegable que sentían el uno por el otro.
Y la tercera y última, que no podían dejar de mirarse en cada momento que
pasaban juntos.

8
Capítulo 21

Verano de 1997 (Presente)


“No siempre es una mala señal cuando alguien te dice que tenéis que hablar II”

Al escuchar dichas palabras, Daniela inmediatamente, dejó el libro que estaba leyendo en
ese preciso momento en la cama y se incorporó para poder sentarse.
“Tenemos que hablar”.
Aún retumbaba en su mente.
Tragó saliva. Si tenía que decirle algo malo, esperaba que fuera directamente al
grano y que no se enrollara.
—¿Qué ocurre? —inquirió tensa—. ¿De qué tenemos que hablar”
Maximiliano se sentó al lado de ella y le miró directamente a los ojos. Daniela
también le miró directamente a los ojos. El corazón me iba más rápido de lo normal. Tenía
miedo, mucho miedo, por la noticia que tenía que darle a continuación. Aunque claro está
que cualquier noticia que pudiese darle no iba a ser peor que la que me dio hace seis años.
«Por favor, que no sea nada malo lo que tenga que decirme. Por favor, te lo pido».
Ese fue su último pensamiento justo antes de que su padre abriera la boca.
—No te lo quería decir hasta que no estuviera todo confirmado al 100 %, y justo
ahora mismo acaban de confirmármelo. Y creo que hoy, que estamos los dos contentos
por tu inmejorable nota en selectividad, es el día y momento perfecto.
Maximiliano siempre había sido así. Nunca daba una noticia a nadie si no estaba
confirmada totalmente.
—¿Es algo bueno? ¿O algo malo?
Daniela era de las que siempre van directamente al grano y era muy directa cuando
quiero decir algo. Su padre, por desgracia en ese momento para ella, era justo todo lo
contrario.

1
—Es algo maravilloso —contestó él, luego hizo como una mueca que parecía que
se lo estaba pensando mejor, se encogió de hombros y añadió lo siguiente: Bueno,
supongo.
—Gracias a Dios —musitó Daniela.
Notó como su corazón iba cogiendo su ritmo normal moderadamente. Dejó
escapar un leve y breve suspiro.
—¿Cómo que supongo? ¡Bueno pues suéltalo ya! —exclamó Daniela—. Que me
tienes aquí intrigada. ¿Qué es lo que pasa?
—De acuerdo —respondió Maximiliano subiéndose sus antiguas gafas—. Pues
allá va. ¿Preparada?
—¡Papá! —exclamó ella algo molesta por ir con tanto rodeo con el tema y no ir al
grano directamente.
—Vale. Perdón, perdón —se disculpó él con una sonrisilla traviesa—. Resulta que
me han contratado en una empresa, una asesoría fiscal y contable, para llevar la
contabilidad, la documentación, el papeleo y todas esas cosas, y me van a pagar bastante
bien. De hecho, van a pagarme mucho más de lo que cobro actualmente en la papelería,
que como ya sabes no es mucho —de repente, bajó la mirada hacia el suelo—. Lo malo
es que nos tendríamos que desplazar hasta Villafranca de los Rosales, una pequeña ciudad
de Barcelona.
Él la miraba con demasiada intensidad, como si quisiera analizarle y conocer qué
era lo que estaba pensando. Comprobar si le parecía bueno o malo todo lo que le estaba
contando. Pero ella no decía nada. No le salía ninguna palabra. Simplemente estaba
intentando asimilar en su cabeza todo lo que le estaba contando.
Todo esto le vino de sopetón. No se lo esperaba.
Sin ni siquiera esperar la contestación de su hija, Maximiliano prosiguió su discurso.
¿Pero qué era realmente lo que ella sentía? Desde el fondo de su ser albergaban diversas
emociones, pero no lograba descifrarlas con claridad.
—Mira, cielo, sé que está muy lejos y que tendrías que dejar atrás toda tu vida
aquí, todo lo que has construido aquí, pero Barcelona es una ciudad preciosa. Estoy seguro
de que te gustaría. Y, además, pero podríamos vivir un poco mejor. Me encantaría darte
una mejor vida, cielo, pero si no quieres ir hasta tan lejos respetaré y entenderé
completamente tu decisión. No quiero que te sientas presionada en absoluto. Tómate todo
el tiempo que necesites para para pensarlo claramente, ¿vale, cariño?
«Definitivamente, mi padre es un sol. No me lo merezco. El mundo no se lo
merece».
Él le cogía de las manos con suavidad y cariño. Notaba un hermoso brillo en sus
pupilas y se me encogió el corazón por un momento.

2
Ella sus sentimientos no los tenía demasiados claros, estaban dentro de su
organismo como en una clase de trifulca. En una especie de conflicto interno. Pero lo que
estaba claro es que su padre estaba deseoso de dar ese gran cambio de aires en su vida.
Y si eso a él le hacía feliz, entonces a ella también se lo hacía.
Entonces, Daniela también lo analizó todo fríamente en su cabeza durante unos
segundos, y, realmente, se alegró muchísimo escuchar esa gran noticia. Antes de que su
madre falleciera su padre trabajaba en una empresa como contable. Le alegraba
infinitamente que pudiera volver a su trabajo de siempre. Siempre había estado muy a
gusto ejerciendo como contable.
Abrazó a su padre con notable emoción y le dio un ligero beso en la mejilla. Ella
no solía ser una persona cariñosa, pero con su padre le salía solo.
—¡Me alegro muchísimo papá! ¡De verdad, no sabes cuánto! —exclamó con
notable alegría.
—¿Entonces estás de acuerdo con ir hasta Barcelona? ¿No te importa irte hasta
tan lejos?
—¡Por supuesto que estoy de acuerdo, papá! ¡Cómo no iba a estarlo! Es genial.
Maximiliano esbozó entonces una gran sonrisa. Daniela comprobó que era una
sonrisa de las de verdad. Desde que no estaba su madre con ellos, se había acostumbrado
a ver cómo su padre hacía siempre sonrisas forzadas. Pero esta vez pudo distinguir que
sonreía genuinamente, y últimamente apenas lo veía hacerlo, por lo que le dio mucha
alegría.
—¿Y cuándo tendríamos que mudarnos entonces? —inquirió ella—. ¿Y a qué
casa? ¿Ya la has mirado? ¡Cuéntamelo todo, no te dejes ni un detalle suelto!
—Me encanta verte así de emocionada, mi vida —le dijo él dándole un beso en la
cabeza—. Pues sería dentro de un mes, más o menos. Claro que, hasta entonces, seguiré
trabajando aquí en la papelería. Y en cuanto a la casa... ¿te acuerdas de que tu primo
Miguel, el hijo de tu tío Fran, tenía una casa allí en Barcelona con su mujer?
Daniela asintió con la cabeza.
Su tío Fran era el hermano pequeño de mi madre. Eran tres hermanos varones:
Roberto —el hermano mayor padre, el hermano mayor—, Lorenzo —el hermano
mediano— y Fran —el hermano pequeño. Y luego estaban las dos hembras: Catalina y
Anastasia.
Sus tíos maternos estuvieron muy involucrados con ellos después de lo del
accidente Estaban todo el día pendiente de ellos para que no les faltara nunca de nada y
les mostraron en todo momento su cálido apoyo. Y con respecto a su único tío paterno,
Jeremías, también. Aunque éste era mucho de ir a su rollo, siempre mostraba
preocupación y apoyo hacia ellos.

3
—¿Hija? ¿Estás? —decía su padre mientras le devolvía a la realidad y, por lo
tanto, también, lejos de sus pensamientos.
—Sí, sí. Perdona, estaba en mi mundo. ¿Por dónde íbamos?
—Bien. Pues total, la cosa es que estuve hablando por teléfono con mi hermano
los otros días y resulta que Miguel ya no vive ahí y que esa casa la quieren poner en
alquiler —le comentó su padre—. Yo le comenté la situación con pelos y señales y le
parece una idea fantástica que nos quedemos ahí. Me ha dicho que está en una buena
barriada y que los vecinos son todos muy majos. Se alegra muchísimo por mí. Bueno, por
nosotros. Tú ya le conoces. Ya sabes que tu tío siempre está dispuesto a ayudarnos y a
echarnos una mano en lo que hiciera falta.
Daniela no se podía creer todavía nada de lo que le estaba contando.
—Entonces dentro de un mes comienza la aventura. Qué fuerte... ¿Y viviremos
siempre en esa casa?
—Pues realmente no lo sé. Por ahora supongo que solo será temporal, y si me va
bien allí pues comprar una si podemos, en vez de vivir de alquiler.
—Me parece todo genial, papá. ¡Es la mejor noticia que me podrían haber dado
hoy! ¡Bueno, la segunda noticia mejor dicho!
—No sabes cuánto me alegra que estés igual de feliz que yo. Todavía no me lo
creo del todo. Hija, para mí esto es como un sueño hecho realidad. Creo que… creo que
después de lo tu madre y tu hermana —dijo mientras cogía las manos de su hija—, la vida
nos está diciendo que nos quiere dar una segunda oportunidad. Siento que es como una
señal del universo.
—Me encanta que lo veas de esa manera. Es muy bonito.
—Bueno, creo que nos tenemos ser felices de nuevo.
—Por supuesto.
Daniela le dio un pequeño apretón en las manos.
—Te quiero, papá —le dijo.
—Y yo también a ti, cielo.
Y su corazón se encogió una segunda vez.
Maximiliano le dio un beso en la frente. Luego se levantó y se fue, cerrando la
puerta detrás suya.
Normalmente, cuando alguien te dice que tenéis que hablar, casi siempre es una
mala señal.
O no.

4
Capítulo 22

Primavera de 1991 (Pasado)


“Todo lo que puede soportar un corazón”

Ramón había perdido a dos personas importantes para él. al mismo tiempo. Casi
prácticamente a la vez. El sufrimiento y el pesar inundaba su día a día, y no sabía qué
hacer con tanto dolor en su interior.
Al día siguiente fue el tanatorio, y fue desolador ver a una familia destrozada, pero
no tanto como verse a sí mismo destrozado por completo.
Le extrañó en demasía no visualizar allí a Margarita, la mejor amiga de su novia.
Y lo más peculiar de todo es que los intentos por contactar con ella fueron en vano.
De hecho, ahora que lo pensaba, no sabía nada de ella desde hace días. Ni si quiera
pudo hablar con ella cuando ocurrió el accidente.
Y lo más curioso de todo es que había una vocecita que le susurraba que algo
había tenido que haber sucedido.
Que no tenía ningún sentido que una chica no se indignase a ir al entierro de la
que era su mejor amiga. No tenía lógica ninguna.
Y mucho menos cuando él sabía de primera mano cómo era la relación de amistad
de ellas dos. Se querían muchísimo. Margarita, sin duda alguna, adoraba a su querida
amiga.
Por eso era tan inaudito que una persona no fuera a despedirse por última vez a la
persona que más había amado. Ramón, sencillamente, no se lo podía imaginar.
Cuando ya se acabó el funeral y no quedó nadie, Ramón aún no se había
marchado. Él se quedó allí. Necesitaba quedarse ahí a solas. Para poder despedirse de
Carolina sin que ningunos ojos mirasen. Sin que ningunos oídos escuchasen. A solas y en
la completa intimidad.
Se sacó una carta de su bolsillo, la desdobló y empezó a leerla en voz alta:
—Aún no puedo procesar que te hayas ido. Todo esto es… demasiado para mí.
Te escribiré cartas como hoy. Te las escribiré todos los días, te lo prometo mi vida. Así
es como si no te hubieras ido del todo, ¿no? En cierta manera, así podré comunicarme
contigo, lo sé. Como también sé que me estarás escuchando ahora mismo estés donde
estés. Porque, aunque te hayas ido, no lo harás jamás de mi mente ni de mi corazón. Ayer

1
te compré… te compré un collar porque hoy hacíamos medio mes. Sé que para mucha
gente le parecerá poco tiempo, pero para mí poder disfrutar de un día más contigo es
motivo de celebración y de felicidad. Hoy, el día de tu funeral, haríamos medio año. Un
año lleno de dicha, de intensidad y aprendizaje. Contigo he podido aprender muchísimas
cosas. He aprendido a quererme y a valorarme más a mi persona. A ver las cosas desde
un modo más bondadoso. Me has hecho querer ser mejor persona cada día. Por ti. Por mí.
Por nosotros. Has hecho que quiera levantarme cada día con una sonrisa, cuando antes de
conocerte no quería ni levantarme por las mañanas. Tú me has hecho ser mejor. Has hecho
que me conozca mejor a mí mismo. Y solo pudo estar agradecido de todo corazón contigo.
Desde que te conocí te admiré. Porque, el amor, más que cariño, creo que es, sobre todo,
admiración. Admirar a la persona que tienes al lado. Y yo te admiraba como mujer y
como ser humano. Admiraba tu franqueza. Tu benevolencia. Tu determinación. Tu
amabilidad. Tu corazón. Eres el ser humano más puro que he conocido y que conoceré en
toda mi vida, de eso estoy completamente seguro. Y sé que te echaré de menos y te
recordaré hasta el día en que deje de respirar. Pero también confío en que algún te
recordaré y ya no dolerá. Solo habrá paso para sentimientos positivos y buenas
sensaciones. Te recordaré con nostalgia, pero también con amor y cariño. Pero ya no con
tristeza. Ya no me dolerá el corazón ni el alma como si me las estuvieran arrancando
desde dentro de mi ser. Ya no será tan insoportable el dolor. Y ojalá que ese día llegue
más pronto que tarde. Y ojalá también que nunca te olvides de mí, estés donde quiera que
estés, porque yo nunca podré olvidarme de ti. Podríamos haber tenido toda una vida para
amarnos. Toda una vida para ser felices el uno con el otro. Pero, la vida a veces es
caprichosa, y no lo quería así y te arrebató de mi lado injustamente. Pero la vida también
fue la que te puso en mi camino, así que no puedo reprocharle nada. Porque eres lo mejor
que me ha pasado en toda mi vida y nunca podré estar lo suficientemente agradecido con
el destino por habernos juntado. ¿Sabes? ayer también perdí a una amiga. Se llama
Esperanza. Ojalá os encontréis allí arriba. Estoy seguro de que os llevaríais de maravilla
y de que a Esperanza le haría mucha ilusión conocer a la mujer tan maravillosa que me
hacía inmensamente feliz. Te quiero. Hoy, mañana y siempre. Y no habrá un solo día que
deje de hacerlo.
Entonces, al terminar de decir su discurso, cogió el bonito collar que le había
comprado de su bolsillo y se agachó para dejarla al lado de las flores que le había traído
a su difunta amada.
Después, se dirigió al ataúd de su suegra, que estaba al lado del de Carolina, y le
dejó unas flores también. También lo sentía muchísimo por ella. No tuvo mucho tiempo
para conocer demasiado a aquella mujer que era su suegra, pero lo que conoció de ella le
fue suficiente para saber que era una mujer admirable y benévola, al igual que su hija.
Eran como dos gotas de agua.
Justo cuando había dejado caer las flores, le sonó el teléfono. Le estaba llamando
la madre de Margarita.
—Sí, ¿señora Ramos?
—¡Ramón! Hijo, qué bien que me lo hayas cogido —dijo la mujer con voz trémula
y sollozante.
—¿Qué ocurre?
—Mi hija tuvo ayer tenido un accidente y se encuentra en el hospital. La ha
atropellado un autobús.
«No. Otra vez no. Por favor. No podré superar otra pérdida», pensó él.
2
—¿Qué? ¿Cómo está? ¿Está estable?
—Le han hecho pruebas esta mañana y ahora mismo está despierta. Dice que
quiere verte cuánto antes.
—Dígame la dirección y voy directamente para allá.
—Estamos en el hospital del centro.
—Pues ya salgo para allá.
—Muchas gracias, hijo. Por cierto, siento muchísimo lo de Carolina. Qué
desgracia más horrible. Era una bella y dulce joven con un futuro prometedor. La queríais
mucho.
—Todo el mundo la quería. Era muy especial. Yo aún lo estoy asimilando, si le
soy sincero.
—Lo siento, mucho, de veras. Ya sabes que aquí nos tienes a Margarita y a mí para
lo que necesites. Las puertas de mi casa están abiertas.
—Se lo agradezco de corazón, señora Ramos.
Ramón dejó el cementerio y se fue rápidamente para el hospital para ver a su
amiga.
Preguntó apresuradamente en recepción en qué habitación se encontraba
Margarita y subió corriendo las escaleras. El corazón le iba a mil. Solo deseaba ver a su
amiga estable. No podía perder a otra persona más. No hoy. No lo soportaría.
En la entrada se encontró con los padres de ella. Estaban abatidos y apagados.
—Hola, señores Torres.
—Hola, hijo, muchas gracias por venir. Está deseando hablar contigo.
—¿Qué es lo que ha pasado?
—Ella estaba cruzando y el autobús menos mal que no iba demasiado rápido y pudo
frenar a tiempo antes de que se la llevase por delante, pero le dio y la tiró al suelo y tiene
heridas superficiales y un traumatismo interno.
—Bueno, gracias a dios que no ha sido demasiado grave.
—Sí, tenemos que estar agradecidos con el de arriba por no haberse llevado todavía
a mi niña.
Ramón asentía con la cabeza.
—Oye, muchacho, siento mucho lo de tu novia. Me lo acaba de contar mi hija. No
hay derecho a estas injusticias.
—Yo… yo aún no me lo creo.
—Sé fuerte, muchachito, sé fuerte. Es lo único que podemos hacer.
El hombre le dio una suave palmada en el hombro.
—Bueno, tómate el tiempo que necesites para hablar con mi hija, ¿de acuerdo?,
nosotros iremos abajo a la cafetería a tomar un café.
—De acuerdo. Gracias —respondió el chico sonriéndole a los dos.
Ramón abrió la puerta y se encontró con una Carolina totalmente diferente. La
mirada, sus gestos, su ánimo. Todo parecía haber cambiado en ella.
Se encontraba mirando por la ventaba, que la tenía a su izquierda. Tenía algunas
heridas en la cara y la pierna derecha escayolada.
—Margarita —susurró él.
Entonces ella le miró y no puedo resistirse echarse a llorar. Él fue hasta ella
ávidamente.
—Oh, ven aquí. Tranquila, tranquila.
Él consolaba él mientras le apoyaba la cabeza en su hombro y le acariciaba.
3
—Se ha ido, Ramón. Se nos ha ido. No me lo puedo creer. No puedo creérmelo.
No puedo.
A él se le cayeron también un par de lágrimas.
—Lo sé. Yo tampoco me lo creo. Es surrealista.
—Dime, ¿por qué la vida es tan injusta? ¿Por qué la vida siempre se ceba con quién
menos se lo merece? ¡No lo entiendo! ¡No puedo comprenderlo!
Margarita estaba al límite de perder los nervios y volverse loca.
—Yo tampoco puedo verle el sentido.
—Mi vida ya no tiene sentido
—Ella era la que le daba sentido a todo, ¿verdad?
—Exacto.
Ella giró la cabeza y le miró seriamente con las lágrimas cayéndole sin cesar por
las mejillas, que las tenías rojas. Los ojos se la habían hinchado de tanto llorar y no podía
dejar de temblar.
—¿Qué se supone qué vamos a hacer sin ella? —preguntó ella sobrecogida.
—No tengo ni idea —respondió con él con sinceridad.
A continuación, fue él el que se echó a llorar y enterró su cara en el hombro de su
amiga. Ella le acarició suavemente el cabello sin poder dejar de llorar.
—Nunca podré olvidarla —confesó él.
—Ya lo sé. Creo que yo tampoco podré —confesó ella.
Se quedaron unos segundos en silencio, pegados uno al otro, dándose todo el apoyo
y el consuelo que les era posible el uno al otro.
—Estamos bien jodidos —dijo ella.
—Así es —confirmó él—. Joder, no paro para disgustos en estos días. No creo que
mi corazón aguante uno más.
—Lo siento.
—No digas eso. Son accidentes que ocurren.
Ella apartó la mirada y la desvió hacia la ventana de nuevo.
—Es que… en realidad… lo mío no fue un accidente —confesó.
—¿Qué? —inquirió él confuso—. ¿Qué quieres decir con que no fue un accidente?
A ella le costó unos cuantos segundos en soltarle la respuesta.
—Yo fui la que saltó a la carretera.
—¿Qué? —preguntó él atónito.
Estaba totalmente perplejo a lo que estaba escuchando sus oídos. Se había quedado
sin palabras y no estaba entendiendo nada.
—Sí, Ramón, quería que me atropellaran. Eso fue lo que pasó.
—Pero… ¿por qué? Yo… no… no entiendo…
Ramón en aquel momento no podía encontrarle sentido a nada y su cabeza no
paraba de dar tantas vueltas que hasta estuvo a punto de marearse incluso. ¿Por qué vida
estaba empeñada en ponérselo todo tan difícil?
—Fue minutos antes cuando me enteré de lo que Carolina.
En ese momento, el semblante del chico cambió radicalmente, porque ya lo
entendió todo.
—Querías suicidarte —dijo.
Ella se lo confirmó asintiendo con la cabeza.
—Quería morir. Y aún lo deseo.
Ramón se quedó sin aliento e inquirió estupefacto:
4
—¿Por qué?
—¿Qué sentido tiene seguir en esta vida si no puedo compartirla con la persona
que más quiero?
—Tienes a más personas a las que querer y con la que disfrutar de la vida.
—Ojalá hubiese muerto.
—Oye, no digas eso ni en broma, ¿me escuchas? Eres una persona muy valiosa y
estoy seguro que si te lo propones conseguirás grandes cosas en la vida. Aún nos queda
mucha vida por vivir, somos muy jóvenes aún. No podemos dejarnos derrotar, ¿de
acuerdo?
—Es que a veces me siento muy sola. Antes la tenía a ella. Ahora no me queda
nadie.
—Eh, eh, no estás sola. Me tienes a mí.
—Muchas gracias, Ramón. De verdad. Gracias por venir a verme y consolarme.
Eres la mejor persona que conozco.
—Eres mi amiga, ¿no? No podía hacer menos.
—Tenemos que apoyarnos mucho mutuamente, ¿vale? Para poder superarlo
juntos. A ella le gustaría vernos así. Unidos.
Ramón asintió con la cabeza.
—Conmigo puedes contar cada vez que lo necesites, de eso no lo dudes —le dijo.
Se cogieron de la mano y la estrecharon.
—Bueno, tengo que irme ya. Iré a verte en estos días en cuanto tenga un hueco
libre, ¿de acuerdo?
—Vale —le dijo ella sonriente.
Ella le cogió una última vez de la mano y se la estrechó.
Él se puso su chaqueta negra y se dirigía a la puerta hasta que escuchó de nuevo
la voz de Margarita, que le dijo:
—Ramón, antes, de que te vayas, me gustaría decirte una cosa.
—¿El qué?
—Me alegra que Carolina haya podido conocer el amor contigo. Has sido la
persona perfecta para ella. No me la podía haber imaginado con nadie mejor que contigo.
Gracias por haberle hecho tan feliz.
Ramón sentía que se iba a romper de un momento a otro de tantas emociones que
estaba sintiendo últimamente. No sabía todavía ni cómo podía mantenerse en pie. Pero
tenía que mantenerse entero de una pieza, era consciente. No podía desmoronarse. No
podía permitírselo. Tenía que seguir cuidando de su familia costase lo que costase.
Aunque todo su mundo se desmoronase. Aunque lo único que quería era no seguir
respirando y que todo el sufrimiento que estaba sintiendo terminase de una vez por todas.
—Oh, ven aquí —le dijo él.
Fue hasta ella y la abrazó.
—Tus palabras me han llegado al corazón.
Ella le sonrió.
—Esa era la intención —le dijo ella.
Se despidieron y, cuando Ramón fue a abrir la puerta, se le cayó una lágrima con
el corazón encogido.

5
Capítulo 23

Verano de 1997 (Presente)


“Empezar de nuevo”

Al día siguiente Maximiliano y Daniela fueron al centro comercial a mirarse algo de ropa.
Ella quería que su padre se mirase y se comprase más ropa que ella, ya que considera que
a él le hacía más falta, pues hacía como dos años que no se compraba nada.
«Era increíble lo poco que se cuidaba este hombre a veces».
En realidad, le obligó Daniela a ir al centro comercial, porque él ni si quiera quería ir.
Éste estaba preparando apaciguadamente unos espaguetis con almejas para los dos
cuando su hija inició la conversación al entrar en la cocina.
—Hola papá.
—Hola cielo.
—Oye, papi, ¿no crees que ya tienes el pelo demasiado largo? —le soltó ella como
quién no quiere la cosa.
Su plan era que se cortara el pelo y que se arreglara un poco más en general. Y
tenía muy claro que no iba a parar hasta conseguirlo. Era de esas personas que cuando se
proponen una cosa no se rinden hasta conseguirlo. Soy la persona más persistente y
cabezona que conozco.
—¿Demasiado largo? —inquirió él extrañado—. No sé. Yo lo veo bien como está.
A mí me gusta.
Él se encogió de hombros.
—¿En serio? —le pregunté arqueando las cejas.
Daniela no se podía creer que se vea bien con ese aspecto de vagabundo.
«¡Con lo bien que estaría si se arreglara un poco más! Daría un cambio brutal».
—¿Qué ocurre? ¿Tú lo ves demasiado largo?
—Sí, bastante —respondió su hija sin rodeos—. Siento tener que decirte esto,
pero, pareces un vagabundo. Te lo juro.

1
—¿De verdad?
Maximiliano dejó de cocinar y fue rápidamente a mirarse al pequeño espejo
blanco que tenían colocado en la entrada.
Su hija le siguió hasta la entrada y se colocó justo detrás de él.
Él se limitaba a observar su rostro con detenimiento.
—Tal vez... tal vez tengas razón —comentó el hombre mientras se tocaba
suavemente el cabello.
—Haber, que tampoco estás del todo mal —le indicó Daniela apresuradamente
para evitar que se ofendiera lo más mínimo—. ¿Pero no crees que estarías mejor con el
pelo un poco más corto?
Él no apartaba la vista del espejo ni por un segundo. Y mantenía el ceño fruncido.
A Daniela le resultaba extraño verlo con esa mueca en su rostro. Su rostro era
normalmente apacible y sosegado, siempre manteniendo una sonrisa en su cara. Aunque
por dentro se estuviese muriendo, siempre mantenía una sonrisa intacta e implacable y
quería aparentar que estaba bien.
—Pues... puede que tengas razón.
—Yo creo que te hace falta un cambio de look. Papá, ¿hace cuánto que no vas a
comprarte ropa?
Esta vez su padre se dio la vuelta para mirarla a los ojos. Se quedó pensativo un
momento pensando en la respuesta.
—Pues hace ya bastante, ahora que me lo mencionas —contestó él.
—¿Lo ves? Tienes que mimarte un poco de vez en cuando. Mira, hoy vamos los
dos al centro comercial y nos compramos algo de ropa, ¿qué te parece? Y así salimos y
damos una vuelta. Que hoy no tenemos nada que hacer.
Hoy era sábado y los sábados era el único día de la semana en el que su padre no
trabajaba en la papelería por la tarde, por lo que Daniela pensó que era el día perfecto
para poder ir juntos al centro comercial ya que tenía todo el resto del día libre. Además,
ella ya había dejado de dar clases particulares desde que empezó a prepararse para la
selectividad, así que en estos días de principios de verano no tenía nada que hacer
realmente. Estaba totalmente libre también.
—La verdad es que no me apetece mucho ir al centro comercial —le dijo su padre.
—Papá, desde que murió mamá no cuidas tu aspecto en absoluto. Y no sales
apenas. Solo vives por y para el trabajo. Vas de la casa al trabajo y del trabajo a la casa.
En cuanto pronuncié a su madre, su padre le miró con atención. Ahora estaba
poniendo toda su atención en lo que ella decía.
—Y eso no puede ser —seguí yo—. Así que hoy, quieras o no, te vas a hacer un
cambio de look, ¿de acuerdo? Ya verás lo guapo que vas a quedar.
Él simplemente se encogió de hombros.

2
—De acuerdo. Tú ganas. Iremos al centro comercial y me cortaré el pelo. A lo
mejor hasta me viene bien y todo.
—¡Bien! Créeme, me lo agradecerás. Y ese pelo también me lo agradecerá, hazme
caso —indicó Daniela señalando—. Tu confía en mí.
Los dos volvieron a la cocina y su padre siguió cocinando los espaguetis.
—Yo confío en ti cariño. Pero recuerda que tampoco podemos gastar mucho —
advirtió él.
—Lo sé. Solo compraremos unas cuantas cosas. No gastaremos mucho, no te
preocupes.
Después de comer los deliciosos espaguetis de su padre, se fue inmediatamente a
la ducha y luego se preparó. Se vistió, maquilló un poco y por último se peinó su pelo liso
y negro. Eligió unos pantalones vaqueros largos ceñidos, una blusa azul y blanco y unos
zapatos con plataforma, y de pendientes unos aros color plata.
Cuando ya había terminado de prepararse, Daniela se dirigió hasta el salón, que
era donde le estaba esperando su padre. Él se había puesto una camisa azul cielo y unos
vaqueros azules normales.
«Al menos esta vez había elegido bien», pensó ella al verlo.
—Tienes un estilazo vistiendo, ¿nunca te lo había dicho antes? —dijo su padre al
verla ya arreglada.
—Gracias, Billy —bromeó su hija.
Él giro la cabeza para mirarme mientras esbozaba una media sonrisa.
—Eso lo heredaste de tu madre.
Él se levantó del sofá y se puso enfrente de ella, y ésta lo miró sin saber a qué se
estaba refiriendo exactamente.
—¿A qué te refieres? —le preguntó.
—Ella también sabía vestir muy bien. Me encantaba su estilo —se le escapó una
pequeña sonrisa—. Ah, y no vuelvas a llamarme a Billy o tendré que tomar medidas al
respecto —bromeó él.
—Está bien, está bien —contestó ella divertida levantando las manos.
Y entre risas, se metieron los dos en el coche en dirección al centro comercial.
Mientras su padre encendía la radio para escuchar algo de música, ella le miró y se di
cuenta de la relación tan fantástica que tenían los dos. Le encantaba bromear con él. Ella
le chinchaba a él con alguna tontería y él le chinchaba a ella. Y si no le chinchaba se ponía
a la defensiva, pero era muy divertido porque nunca se lo tomaba en serio realmente. Así
era la relación de ellos dos. Para mí ella como un mejor amigo, porque siempre se le
contaba todo. A él le contaba todos sus secretos y todos sus problemas. Él le transmitía
toda la confianza del mundo, y qué mejor que a un padre o a una madre para contarle
todas tus cosas. Nunca le había ocultado nada y esperaba que nunca llegase el momento

3
en el que tenga que ocultarle algo porque si no se sentiría bastante mal y bastante culpable.
Aunque fuera una cosa sin importancia. Realmente se sentiría como si lo estuviera
traicionando.
Y además de la inmensa y palpable infinidad que compartían padre e hija, ésta era
la viva imagen de su padre físicamente. Compartían la misma estructura de cuerpo, cuerpo
fino y delgado, y el mismo pelo, idéntico color y textura, la misma sonrisa con hoyuelos
y la misma nariz pequeña y respingona. Su hermana, sin embargo, era la viva imagen de
su madre, con quién sentía más afinidad.
Cuando llegaron al centro comercial, el tiempo se le había pasado realmente
rápido a Daniela y apenas se había dado cuenta del viaje. Había estado totalmente
ensimismada en sus pensamientos y escuchando la música del coche relajadamente.
Llegaron al centro comercial a eso de las cuatro y media de la tarde y estaba
abarrotado de gente, lo típico de un sábado por la tarde. Aunque el ambiente era bastante
agradable y fresco.
Primero fueron a mirar ropa para su padre, y luego para ella. De la primera tienda
en la que entramos compramos dos camisetas que le favorecían bastante con su tono
blanco de piel. Luego, en la siguiente tienda estuvieron mirando unos bañadores. Ya
llegaba el verano y los bañadores que tenía su padre eran ya de hace unos cuantos años,
así que le hacía falta comprarse un par de ellos por lo menos.
—¿Qué tal este? —preguntó Maximiliano enseñándole un bañador amarillo
bastante simple.
—Creo que el amarillo no te sienta muy bien. Busquemos otra cosa mejor.
Y en efecto, el amarillo era un color que no le sentaba nada bien. Daniela lo pudo
comprobar la vez que estaba echando un vistazo al álbum dónde guarda él sus fotos de
cuando era joven. En algunas fotos salía con ropa de color amarilla y, mi padre, que es
muy blanco de piel, el amarillo le hacía todavía mucho más pálido.
Daniela siguió echando un vistazo cuando vi un bañador rojo bastante bonito y
apañado.
—¿Y te gusta este? —le preguntó a su padre.
—Sí, no está nada mal.
Los bañadores estaban a un precio bastante asequible así que al final se acabó
comprando tres. El rojo, otro azul y el otro gris con los filos rojos. A Daniela el que más
me gustaba sin duda era el rojo. El rojo siempre ha sido su color favorito. Igual que el de
su madre. Las dos compartían los mismos gustos en la mayoría de las cosas.
Después de comprar los bañadores, se metieron en otra tienda más y se compró
un chándal de imitación de Adidas y unos pantalones vaqueros.
—¿Te apetecen unos buñuelos con nata y chocolate? —sugirió Maximiliano.
—¿Sí, por favor! Ya estaba empezando a tener hambre.

4
—Yo igual, cielo.
Se dirigieron hacia el puesto donde vendían los buñuelos y compraron dos cajitas,
uno para cada uno. Siempre que iban a centro comercial tenían que pararse a comprar
buñuelos con chocolate. Les encantaba.
Además del referente al aspecto físico, otra de las cosas que había heredado de su
padre era el buen gusto por la comida. A los dos les encantaba comer, comer y comer. Y
tenían exactamente los mismos gustos. Les gustaban lo mismo y odiaban las mismas
comidas (poca, en realidad, porque les gustaba comer casi todo). Y también tenían el
mismo metabolismo. Por mucho que comían, siempre seguían en el mismo peso e igual
de delgados.
Cuando terminaron de comerse los buñuelos al fin llegó el turno de Daniela. Era
plenamente consciente de que no se podía gastar mucho dinero así que solo entraron en
dos tiendas más. Se acabó comprando un top de color rosa pastel y una falda vaquera
blanca.
En la segunda tienda en la que entraron se enamoró perdidamente de unos
preciosos y relucientes pendientes, que combinaban a la perfección con el top rosa
veraniego que se acababa de comprar en la tienda de al lado. Eran de un rosa clarito y por
el filo plateado.
—Mira, papá, son preciosos. Me encantan.
—Sí, son muy bonitos. Creo que te sentarían muy bien.
—Sí, ¿verdad? Yo creo que también.
Entonces, a continuación, miró la etiqueta para ver el precio y, al verlo, se quedó
un poco desilusionada. No era barato en absoluto.
—Pero son muy caros. No me los puedo comprar —comente yo apenada.
—Lo siento, cariño.
—Da igual, en casa tengo otros pendientes que me pegan también con el top.
—¿Estás segura?
—Sí, sí. No te preocupes.
—Bueno, vamos a seguir mirando. A lo mejor te gustan otros que sean más
baratos.
—Tienes razón. Voy a seguir mirando.
Siguieron mirando apenas veinte minutos más pero no encontró ninguno que le
gustase tanto como el que había visto antes.
En cuanto salieron de la última tienda, Daniela le dijo:
—Bueno, supongo que sabes que toca ahora, ¿verdad?
—No. ¿El qué?
—¡Sesión de peluquería! —exclamó con ella con emoción y entusiasmo.

5
Su padre dejó escapar un ligero suspiro. Estaba claro que ir a la peluquería a cortarse
el pelo no le agradaba nada en absoluto.
—¿De verdad es necesario? —le pregunto él, resoplando.
—Sí, muy necesario. Además, me has dado tu palabra, así que tienes que
cumplirla —señaló ella—. Siempre me has enseñado eso. A ser una persona de palabra.
—Es cierto. Tienes razón, pequeña. Cumpliré con mi palabra. Como siempre
hago.
Salieron del centro comercial y se montaron directamente en el coche. Había un
tema que no dejaba de rondar por la cabeza de Daniela. Y si no lo soltaba acabaría
explotando tarde o temprano. Ella era así. Si algo le perturbaba o le inquietaba,
Así que decidió soltarlo de una vez.
—Oye, papá, ¿puedo hacerte una pregunta? —dijo ella.
—Por supuesto, cielo —afirmó él con la cabeza—. ¿Qué ocurre?
—¿Por qué ya no te arreglas como antes? ¿por qué ya no te importa tu aspecto en
absoluto?
Él la miró fijamente unos segundos y frunció el ceño confundido.
—¿A qué te refieres, cariño?
—Me refiero a que cuando mamá estaba viva ibas todos los meses a la peluquería
y siempre te vestías super bien y super elegante. Siempre estabas pendiente de tu imagen.
De cuidarla. De cuidarte. Y ahora es como todo lo contrario. ¿Por qué ya no te molestas
en vestirte un poco mejor, por ejemplo? ¿Es que no quieres que ninguna mujer se fije en
ti? ¿ni siquiera una mujer que pueda parecerte bonita?
Maximiliano se puso tenso. No quitaba ni por un momento la vista de la carretera.
Se quedaron unos segundos en silencio hasta que finalmente él respondió:
—Supongo que ya me da igual que las mujeres se fijen en mí o no.
—Pues yo creo que no debería darte igual. En algún momento tendrás que abrir de
nuevo tu corazón a alguien, ¿no crees?
Después de otro largo y rígido silencio, él respondió desde toda la sinceridad de su
alma:
—Todavía no quiero que llegue ese momento.
Ella sabía perfectamente que a su padre le incomodaba bastante ese tema. Pero no
podía quedarse callada. Realmente estaba muy preocupada por él. No quería que se echase
a perder. Ella considera que podría sacarle mucho partido a su físico, y estaba dispuesta
a ayudarle.
—Papá, yo entiendo que todavía estés mal por lo de mamá. Es lógico. Pero ya han
pasado seis años. Seis años.

6
—Pero el tiempo parece que no pasa y yo no avanzo tampoco. Dudo que encuentre
a una mujer como tu madre. Era la mujer más maravillosa que he conocido en mi vida. Y
la que me dio dos hijas igual de preciosas y maravillosas que ella.
—Sí que era la más maravillosa…
—Lo era…
—Pero mírate, papá. Eres un hombre muy atractivo. Seguro que hay un montón de
mujeres ahí fuera que merecen la pena y que les gustaría conocerte —señaló ella—. Lo
único que digo es que te mereces ser feliz. Te mereces ser muy feliz. Y a mí me encantaría
que conocieras a una mujer y que te hiciera feliz. Que fuerais felices los dos.
—Y llegará esa mujer, cariño. Llegará algún día. Y mucho antes de lo que te
imaginas. Te lo prometo. Pero por ahora estoy bien como estoy. Te doy mi palabra.
—Está bien. Yo solo estaba un poco preocupada por ti. Solo quiero que estés bien
y que seas feliz.
—Y lo soy. Estás conmigo, ¿no? Eso es lo único que importa. Tú eres todo lo que
necesito para ser feliz.
Y acto siguiente su padre le estrechó la mano. Y no se dijeron ni una palabra más
en el resto del trayecto. Solo se limitaron a escuchar la música que sonaba en la radio.
En la peluquería había dos personas por delante de ellos, así que tuvieron que
esperar un rato. El establecimiento era algo pequeño, pero estaba bastante bien en general.
El diseño era moderno y la música que se escuchaba eran éxitos de los años ochenta y
noventa.
Mientras esperaban sentados, Daniela le pidió a su padre que le dejara que ella le
indicase el peinado a la peluquera, y a él tampoco le parecía una mala idea.
Había dos peluqueras en la sala. Una era de mediana edad y llevaba unas gafas
grandes de color azul eléctrico. Era un poco más bajita que Daniela. La otra era algo más
joven, y era alta y delgada.
Cuando por fin llegó su turno, les atendió la peluquera más joven. Daniela le indicó
el peinado que quería que le hiciera a mi padre.
—Hola —la saludé Daniela sonriente a la peluquera joven, y ésta también le
devolvió el saludo—. Quiero que le haga un buen corte de pelo a mi padre, que ya lo tiene
demasiado largo. Pero también que tenga un poco de flequillo. ¿Sabe lo que le digo? —
le decía mientras le hacía indicaciones con las manos.
—Vale. Perfecto. De todos modos, a medida que yo le vaya cortando el pelo tú me
vas guiando si quieres.
—De acuerdo. Genial.
La peluquera se recogió su larga cabellera rizada y morena en una coleta y le pidió
a Maximiliano que se sentara en la silla, ya lista para lavarle el cabello. Cuando empezó
a cortarle el pelo, Daniela le fue indicando que le dejara más pelo por arriba que por abajo,

7
y que le sacara también un poco de flequillo por los lados. Estaba muy segura que ese
cambio de look le iba a quedar de escándalo.
—Papá, estás genial. De verdad te lo digo. Estás muy guapo —le dijo ella ilusionada
cuando se montaron en el coche.
—Muchas gracias, cielo. Yo también me veo muy bien —le correspondió él con una
sonrisa en la cara.
—Te favorece muchísimo el pelo así.
—Sí, desde luego. Estoy bastante contento.
—Me alegro mucho, papi.
Esta vez hizo Daniela la cena, y preparó la comida favorita de su padre. Una
bastante sencilla, pero deliciosa: patatas fritas con huevo frito y salchichas. Él le dijo que
la comida le había salido de escándalo. En realidad, no sabía si lo decía de verdad o
simplemente por decir, porque siempre se lo decía cada vez que cocinaba ella. A él
siempre le gustaba hacerle cumplidos.
Después de cenar, Daniela estuvo leyendo un rato en su habitación, como de
costumbre, y a eso de las doce y media le empezó a entrar sueño y dejó de nuevo el libro
en la estantería que tenía al lado del escritorio. Ahí era donde colocaba todos sus libros y
su maquillaje. Siempre le gustaba leer un poco antes de irse a dormir. Le relajaba en
demasía.
Alguien llamó a su puerta justo cuando estaba destapando la cama.
—Toc, toc, ¿puedo pasar? —preguntó su padre.
—Claro. Pasa, papá.
Éste entró silenciosamente y cerró la puerta detrás de él.
—¿Ya te vas a dormir?
Ella afirmó con la cabeza.
—Sí. Me muero de sueño.
Él entró con lentitud y se sentó al lado de su hija en la cama.
—Solo venía para agradecerte lo que has hecho hoy por mí. Te agradezco mucho
que te preocupes tanto por mí.
—Oh, papá, no hace falta que...
—En serio, no sé lo que sería de este viejo cascarrabias sin ti.
—Venga, no te llames así. Sabes que eres el padre más adorable y guay del
mundo.
—¿Lo dices de verdad?
—Pues claro que lo digo de verdad. Te lo prometo.
—Te quiero mucho. Buenas noches, descansa.
—Hasta mañana. Yo también te quiero mucho papá.

8
Y justo antes de marcharse de la habitación, Maximiliano se despidió de su hija
con un ligero y fugaz beso en la frente.
Y Daniela se metió en la cama pensando en lo afortunada que era al tener a su
padre. En realidad, desde siempre ha sabido que tenía al mejor padre del mundo.
Deseó, desde lo más profundo de su corazón, que su padre le durase para siempre.
También deseó por un breve momento que aquella calurosa mañana de 1991
hubiera sido ella la que estuviera montada en el coche, en vez de su hermana Carolina.
Tras este último inquietante e intrusivo pensamiento que se coló por su cabeza,
cerró los ojos y se quedó dormida a los pocos minutos sin apenas darse cuenta.

9
Capítulo 24

Primavera de 1991 (Pasado)


“La dificultad de poder perdonar”

Margarita se encontraba tirada en el suelo después del atropello. Pero seguía viva y seguía
respirando, por desgracia para ella.
El hombre del autobús salió inmediatamente de éste, salió a socorrerla y llamó
rápidamente a los servicios de emergencia.
La ingresaron de urgencias y estuvieron un par de horas haciéndole pruebas.
Cuando recobró la conciencia y pudo despertarse, divisó los rostros desencajados de sus
progenitores.
—Mamá. Papá.
—¡Hija! Oh, hija… —dijo la madre entre lágrimas.
—Margarita…mi niña bonita… Mi Margarita… Mi vida… pensábamos que…
pensábamos que te perdía… —dijo el padre entre sollozos.
—¿Qué ha pasado?
—Cariño, has sufrido un accidente. Te ha atropellado un autobús.
—¿No recuerdas nada, cielo?
Margarita negó con la cabeza.
—¿Qué me ha ocurrido en la pierna?
—Te la has fracturado y también has tenido una fuerte contusión en la cabeza.
—Sí, me duele mucho la cabeza.
—No te preocupes, cariño, te vas a poner bien.
Su madre le acarició la cabellera con afecto.
—Cielo, yo me tengo que marchar al trabajo, pero tu padre se quedará aquí
contigo, ¿de acuerdo?
—Vale, mamá. Vete tranquila- No pasa nada.
—¿Necesitas que te traiga algo antes de que me vaya cariño? ¿Tienes sed o
hambre?
—No, estoy bien, gracias, mamá.
—Vale, cielo, en cuanto salga paso a verte.
—De acuerdo, mamá. Adiós.
La madre se marchó y se quedaron padre e hija a solas.

1
—Hija, quería… quería poder hablar contigo a solas.
Margarita se incorporó en la cama y le miró fijamente a los ojos con frialdad.
—Creo que tú y yo no tenemos nada de qué hablar.
—Margarita, por favor, no seas así, te lo suplico. Solo dame la oportunidad de
escucharme.
—No tengo ganas ni fuerzas para escucharte.
—Solo te pido que escuches mis disculpas. Que escuches lo que siento.
—Pero, ¿qué te crees? ¿De verdad te piensas que me importa, aunque sea un
mínimo, lo que tengas que decir o cómo te sientas? ¿De verdad te crees que puedes venir
aquí pretendiendo que te perdonemos como si no hubiera pasado nada?
—Tienes toda la razón. Sé que no me merezco que me perdonéis ni tu ni tu madre
por todo el daño que os he causado.
—No te lo mereces. Por muchas cosas que digas o por muchas cosas que puedas
hacer para intentar ganarte nuestro perdón y nuestro afecto, nunca lo conseguirás.
—Nunca mereceré tu clemencia. Soy el primero que lo sabe, créeme.
Ella le miró en silencio.
—Sé que soy un monstruo —dijo él.
—Sí, papá. En efecto, lo eres —dijo ella.
—No sabes cuánto siento que me veas así. Como un monstruo.
—Y no sabes lo que yo siento tener a un monstruo como padre.
Esas fueron las palabras que más le dolieron y que se le clavaron en el corazón y
en el alma a Eric Ramos.
—Me lo merezco —reconoció él—. Me merezco todo ese odio. Suéltalo si así te
quedas más tranquila.
Ella le miró fijamente a los ojos y a continuación le dijo con toda la firmeza que
pudo:
—Nunca podremos perdonarte. Yo no, al menos. Lo sabes, ¿verdad? Hay cosas
que por más que lo intentes, no puedes perdonar.
—Hija, por favor, yo…
—A mamá a lo mejor la puedes manipular y engatusar a tu antojo, como siempre
lo has hecho, pero conmigo ni lo intentes.
Eric se rompió y empezó a llorar.
—Margarita, escúchame por favor. Te quiero, hija. Aunque pienses todo lo
contrario, es la verdad. Cuando me enteré de lo que te pasó yo… yo… yo me volví loco.
Por poco me da algo. La idea de perderte fue… insoportable. Aterrador. Al fin he podido
darme cuenta de lo que tenía y no supe verlo. Una hija preciosa y una buena esposa. Una
familia. Y yo la destrocé.
Margarita se echó a llorar también.
—Papá, no… no puedes hacerme esto. Por favor —le suplicó ella.
—Lo siento, hija. Lo siento por absolutamente todo —se disculpó él.
—Francamente, papá, no comprendo como pretendes que te perdonamos si no
eres capaz ni de perdonarte a ti mismo.
Él le cogió de las manos.
—Vosotras podéis ayudarme a hacerlo. Confío en ello.
Margarita desvió la mirada y se soltó de las manos de su padre.
—Pues no cuentes conmigo, ya te lo he dicho —dijo con rudeza.
—Por favor, hija. Te quiero. No podría vivir si te pierdo.
2
Eric seguía sollozando y hundió la cabeza en las piernas de su hija.
—No puedo, papá. No puedo perdonarte.
A Margarita también se le cayeron unas cuantas lágrimas.
Siguió en el hospital un par de días más y ya pudo irse a su casa. Lo primero que
hizo fue visitar las tumbas de su mejor amiga y su madre.
—Te echaré de menos cada día de mi vida.
Margarita se agachó y dejó la carta que escribió para su querida amiga del alma,
que decía así:

Francamente, nunca me hubiera podido imaginar que tendría que escribir esto. Ni en
mis peores pesadillas hubiese imaginado lo que ha ocurrido y que tuviera que escribirte
una despedida. Despedirme de mi mejor amiga creo que ha sido lo más doloroso que he
tenido que hacer en la vida. Otra de las cosas más dolorosas por las que he tenido que
pasar últimamente también ha sido denegarle el perdón a mi padre, el cual nos
maltrataba a mí y a mi padre desde hace años. Tú no lo sabías, y ahora me encuentro
arrepentida de no habértelo contado en vida. Sé que tú me hubieras apoyado y ayudado.
Porque siempre lo hacías. Siempre te entregabas a los demás. Porque así era tu forma
de ser, tan benevolente, condescendiente y bondadoso. Sin lugar a duda, tú eras la luz
que necesitaba en mi vida, y sin ti, ahora toda mi vida se ha convertido en oscuridad, y
temo perderme en ella para siempre. Así que he decidido irme. Marcharme de este lugar
para no volver. Sé que tú no hubieras aprobado mi decisión, que me hubieras dicho que
me quedara y me enfrentase a mis problemas y a mis miedos. Pero temo decepcionarte
una vez más y tener que decirte que no puedo quedarme aquí. Ya sabes que yo soy de las
que huyen, por el contrario que tú, que eres de las que se quedan para pelear. Quiero
irme a un lugar muy lejano y perderme allí. Que nadie conozca mi historia. No verme
condicionada ni marcada por mi pasado. Porque, siendo realistas, ¿quién se quedaría al
lado de una chica con un pasado tan oscuro y con tantos miedos y problemas? Me da
miedo que alguien pueda conocerme de verdad y me rechace, pero creo que me da más
pavor aún que decidan quedarse y tener que hacerle frente. A que me quieran y a que me
elijan. Quiero convertirme en una nueva Margarita. En otra persona completamente
diferente. Para dejar todo mi pasado atrás y así nadie pueda juzgarme y jugar con ello
en mi contra. Creo que es justo lo que necesito. Conocer nuevos sitios, nuevas personas
y, sobre todo, conocerme mejor a mí misma e intentar sacar mi mejor versión. Me pesa
bastante dejar aquí a mi madre, pero debo pensar en mí misma por una vez. Sé que puede
sonar un poco egoísta, pero creo que en ocasiones es necesario serlo. También me da
una pena terrible dejar aquí a Ramón, tu querido novio. Le tengo mucho afecto y es el
único apoyo que tengo ahora mismo. Me alegra que hayas podido conocer el amor con
una persona como él. Al igual que tú, tiene un buen corazón y un alma pura, y no se
encuentra a gente así todos los días. Intentaré mantener el contacto con él y apoyarnos,
porque sé que es lo que a ti te gustaría. Como yo, también te echa terriblemente de menos
y aún no puede creerse que te hayas ido para siempre. Yo, si te soy sincera, tampoco me
lo creo. Fue algo tan inesperado… aunque supongo que así es cómo ocurren las cosas.
Cuando menos te lo imaginas. Debo confesarte que cuando me enteré de tu marcha, no
quise seguir viviendo más. No le veía el sentido a la vida. Tú eras la única persona que
tenía y la vida te había arrancado de mi lado sin ningún tipo de miramiento ni piedad.
Pero intentaré seguir adelante por ti, porque si pudieras verme, sé que eso te haría feliz.
Sé que tú eres una persona religiosa, y aunque yo no pueda perdonarle a Dios lo que ha
3
hecho si es que existe, rezaré por ti. Porque nuestra amistad no es de las que se olvidan,
si no de las que perduran para el resto de la eternidad. Porque hay cosas que no mueren,
como el amor en cualquier ámbito, y yo siempre sentiré amor por ti,
Tu querida amiga Marga,
Por y para siempre.

Dejó la carta y se levantó. Allí fue dónde quedó con Ramón después de despedirse
de su mejor amiga. En cuanto se vieron los dos amigos se dieron un abrazo y se fueron a
sentar en un banco.
—No sabes cuánto me alegra verte bien.
—A mí también me alegra verte.
—Dime, ¿por qué querías quedar tan urgentemente?
—Quería decirte que me voy. Me marcho de la ciudad para siempre.
Él se la quedó mirando bastante sorprendido.
—¿Qué? ¿Cómo que te marchas?
—Esta ciudad me trae recuerdos y es demasiado doloroso. No puedo seguir aquí.
—Por favor, Margarita, quédate —le pidió él casi con desesperación—. No tengo
a mucha más gente aquí. Te necesito aquí conmigo.
—Ramón, si me quedo, me seguiré aferrando al pasado y nunca podré superarlo.
—Pues apóyate en mí. Apoyémonos. Podremos ayudarnos mutuamente.
—Ya está decidido, Ramón. Es lo mejor para mí, lo sé.
Ramón se limitó a asentir con la cabeza. En el fondo comprendía la razón de su
decisión.
—¿Sabes? —empezó a decir él—. Cuando me confesaste en el hospital que te
intentaste suicidar y que ya no querías seguir viviendo porque para ti ya no nada tenía
sentido, me quedé como… bloqueado. No entraba en mi cabeza como una persona llena
de vida y de futuro como tú y con una vida de los más normal y satisfecha quisiera
terminar con su vida.
—¿Por qué te pareció tan inaudito?
—Es que yo no puedo permitirme pensar así. Tengo a personas a quiénes cuidar,
y cuando tienes esa responsabilidad, no puedes ser egoísta y pensar solo en ti. Debes
pensar más en los demás que en ti mismo.
—Entiendo lo que dices. Es muy noble por tu parte ser así.
—¿El qué es noble, exactamente?
—El sacrificarte por los demás.
—A veces uno no tiene otra opción más que esa.
—Sí. Tienes razón. Pero eso no quita que sea un acto de bondad. En el fondo creo
que te admiro.
Los dos se dieron un fuerte abrazo. Ella puso la mirada fija en el cielo.
—Mi padre maltratador vino al hospital intentando que le perdonara.
Ramón la miró y puso los ojos como platos.
—¿Tu padre te maltrataba?
—Sí —confesó ella sin poder mirarle a los ojos—. Durante años. A mí y a mi
madre.
—Dios mío, eso es horrible. Lo siento muchísimo. Ahora entiendo perfectamente
que desees irte.

4
Margarita posó la mirada ahora hacia el suelo, y acto seguido soltó con voz
trémula:
—No pude perdonarle, ¿sabes? Lo tenía delante de mí llorando destrozado y no
he podido.
—No te castigues por ello, Margarita. No tenemos por qué perdonar a todo el
mundo que nos hace daño.
—¿De verdad lo crees?
—Claro. En esta vida hay cosas imperdonables.
—¿Qué cosas, según tú?
—Las enfermedades de la vida. La pederastia, la pedofilia, el abuso, el maltrato,
el asesinato. La maldad en general.
—No entiendo por qué tiene que existir esas atrocidades.
—Yo tampoco logro comprenderlo.
Se quedaron un momento en silencio.
—Oye, no tienes por qué perdonar si no quieres. La gente sabe lo que hace en
todo momento. Y todo acto tiene sus consecuencias. Tiene que ser así.
—¿No crees que todo el mundo merece ser perdonado?
—No. No todo el mundo. En mi más humilde opinión, solo los que se arrepienten
de verdad y cambian. Aunque, en algunos casos, creo que tampoco.
—¿Y si mi padre se arrepiente de verdad?
—Supongo que depende.
—¿De qué?
—No sé qué responderte a eso. Lo que sí sé, es que el daño, una vez que se hace,
ya está hecho y no se puede dar marcha atrás. Cuando se hace, no se puede borrar.
—No te tortures, ¿de acuerdo? No puedes hacerte eso. No te martirices.
—¿Y qué me aconsejas?
—Te aconsejo que dejes el tiempo pasar. El tiempo es la mayor ayuda posible en
estos casos.
—¿Cómo podrá ayudarme?
—Te hará verlo todo desde otra perspectiva. Y, quién, sabe, quizás, algún día, ya
no sientas rencor en tu corazón.
—¿Crees que eso puede ser si posible? ¿No guardarle ni una pizca de rencor a la
persona que te ha traumatizado y que ha hecho de tu vida un infierno, tanto, que,
innumerables veces has deseo su muerte?
Los dos se miraron a los ojos.
—Sí que creo que sea posible. El tiempo lo calma todo.
—Ojalá así sea.
—Y, a lo mejor nunca le perdonas, pero sí que logras sacar todo el odio y el rencor
de tu corazón. Y, al fin y al cabo, eso es lo más importante.
—Ojalá lleves razón.
—¿Es estrictamente necesario que te marches?
—Me temo que sí.
—¿Dónde te irás?
—No lo sé —respondió ella—. Allá donde el viento me lleve, supongo.
—¿Sabes? Te noto algo diferente. Como más… apagada.
—Supongo que los golpes que te da la vida te acaban cambiando quieras o no.
—Sí, supongo que sí. Te echaré de menos.
5
—Yo a ti también.
—Intentaré llamarte a menudo, ¿de acuerdo?
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
Entonces, los dos amigos se dieron un último abrazo y un último adiós:
—Hasta la vista —dijo él.
—Hasta la vista —dijo ella.

6
Capítulo 25

Verano de 1997 (Presente)


“Algunas decisiones son difíciles de tomar”

Como la joven Daniela siempre se tiraba la mayor parte del tiempo dedicándose a sus
estudios y a sus obligaciones, y cuando no estaba estudiando estaba trabajando para que
tanto su padre como ella, pudieran vivir un poquito más desahogados, pues no pisaba
mucho la calle y prácticamente su vida social en el último año había sido totalmente nula.
Muy pocos fines de semana salía por ahí de fiesta con sus amigos o simplemente salir a
dar una vuelta. La realidad era que ni apenas tenía tiempo para ella misma.
Y hablando de los amigos, podría decirse que amigos y conocidos tenía muchos,
pero en realidad con quién más confianza tenía y con quién se sentía que podía ser ella
misma con total transparencia eran solo con dos personas. Se llamaban Judith y Roberto.
Los conoció en la ESO y desde entonces hemos sido inseparables. Hemos estado juntos
toda la ESO y Bachillerato.
Su querida amiga Judith era una chica de constitución delgada y era igual de alta
que ella. Tenía el pelo liso de un color rubio ceniza y lo llevaba más o menos por los
hombros. Era una chica lista, apasionada y le encantaba la moda. Su propósito en la vida
era llegar a ser una gran diseñadora de moda. Por otra parte, mi querido amigo Roberto
era un chico deportista, divertido, con un pelo negro y sedoso y nos sacaba a Judith y a
mí por lo menos una cabeza y media. Le encantaba todos los deportes y las chicas rubias,
altas y con un trasero bien respingón. Mi amigo era de los típicos que están cada semana
con una chica diferente, pero era un chico excepcional y único que siempre estaba ahí
para echarte una mano en todo lo que podía. Los tres nos conocíamos desde la infancia y
éramos prácticamente como hermanos.

1
Había pasado ya caso un mes desde que su padre le había dado la noticia de que
tenían que mudarse hasta Villafranca de los Rosales. Un mes intentando mentalizarse de
que dentro de unos días su vida no será igual. Todo cambiará. Un mes intentando hacerse
a la idea de que tenía que dejar toda su vida aquí. Y todavía no lo había conseguido. Un
mes intentando estar todo lo ocupada posible para no tener que discurrir demasiado en el
intenso pero breve pinchazo que le daba el estómago cada vez que pensaba en todo eso.
Justo ya pasado mañana era el día. Faltaban solo un par de días para que se fueran
a otra ciudad, y el día de antes se iban a dedicar a hacer las maletas y todo el rollo ese,
por lo que iba a estar ocupada, así que esta tarde había quedado con sus dos mejores
amigos en ir a merendar a su cafetería favorita que quedaba por el centro de la ciudad y
luego dar una vuelta por esa zona para poder despedirse de ellos en condiciones. Allí
ponían unos batidos riquísimos y realmente les fascinaba ir a ese lugar.
Cuando Daniela llegó a la cafetería su amiga Judith ya estaba ahí esperándole
justo en la puerta. Tan puntual como de costumbre. Estaba hablando por teléfono con
alguien, pero en cuanto me vio llegar a su amiga se despidió de esa persona y colgó la
llamada. Le saludó sonriente con la mano a Daniela y cuando ya estaban lo
suficientemente cerca, se dieron un afectuoso abrazo. Una de las cosas que más me
gustaban de mi amiga es que era muy cariñosa y afectuosa. No le importaba para nada
expresar sus sentimientos y mostrar cariño hacia los demás. Daniela, por el contrario, casi
nunca solía mostrar cariño o mis sentimientos hacia los demás. En ese aspecto era bastante
fría y seca, ya que desde siempre le había costado horrores mostrar cariño. Siempre decía
que esa parte de su ser el cual se encargaba de expresar y mostrar sentimientos hacia los
demás la tenía algo atrofiada. Pero naturalmente, con sus seres queridos y amigos más
allegados, a las personas a las que más les tenía afecto y cariño, le costaba un poco menos
ser cariñosa, pero nunca había conocido a alguien con quién no le costase nada en
absoluto. Supongo que aún no había conocido a su persona especial, esa persona que
miras y te derrite por completo. Esa persona que marca un antes y un después en tu vida.
Aunque no tenía ni la más remota de que más pronto de lo que se imaginaba la encontraría.
Porque esas cosas siempre ocurren de esa manera, cuando menos lo estás buscando, pero
más lo necesitas.
—Vamos a ir cogiendo sitio mejor, ¿no? Ya sabes que Roberto siempre suele
tardar —le sugiere Judith a su amiga.
—Sí, tienes razón —responde Daniela—. Será mejor que vayamos cogiendo sitio.
Las dos amigas entraron en la cafetería y miraron cuántos sitios hay libres. Dentro
había 4 parejas sentadas y fuera una madre con su hija pequeña. No había mucha gente,
pero el ambiente era cálido y reconfortante. Este siempre ha sido mi sitio favorito para
merendar desde que Daniela tenía memoria. Solía venía venir mucho a aquel lugar con

2
ellos dos y con mis padres cuando era más pequeña. Los batidos de esta cafetería me
encantan desde que tengo uso de razón.
—¿Es muy importante eso que tienes que contarnos, Dani? —le preguntó Judith
justo cuando se sentaron.
La mencionada se quedó pensativa durante unos segundos, sin percatarse en
absoluto que su amiga estaba hablándole. Se quedé pensando en lo diferente que iba a ser
su vida cuando se mudara de ciudad. En el giro de 360 grados que iba a dar. En la de
gente nueva que iba a conocer y en lo diferente que iba a ser todo en general. A ella nunca
le han dado miedo los cambios, pero por dentro se sentía extremadamente rara. Es cierto
que cuando su padre le dio la noticia, lo único en lo que pensó era en que vivirían algo
mejor, en una bonita ciudad —ya le había echado un ojo por internet— y en que su padre
tendría su trabajo de siempre, pero realmente no había sido consciente en ese momento
de todo lo que tenía que dejar atrás. Pero, al fin y al cabo, tenía que hacerlo por su padre.
Él se lo merecía. Los lo merecíamos los dos.
—¿Dani?
Su nombre era Daniela, aunque la gente de más confianza, como eran su familia y
sus mejores amigos siempre solían llamarle Dani. Algo más corto, simple y personal.
Su amiga chasqueó los dedos de las manos justo delante de su cara para que le
prestara atención de una vez.
—¡Ay, disculpa! —exclama Daniela—. Estaba en mi mundo. Perdóname.
Judith soltó una suave carcajada.
—Ya me di cuenta. ¡Siempre te pasa lo mismo!
—Sí, es cierto. Disculpa.
—No te preocupes.
—¿Qué era lo que me habías dicho?
—Que si es muy importante lo que tienes que decirnos a Roberto y a mí.
Todavía no les había dado la noticia. Todavía no les había dicho que se marchaba.
Todavía no se había sincerado con sus dos mejores amigos. Lo único que les había dicho
es que tenían que quedar urgentemente porque tenía que decirles una cosa muy importante
y que tenía que hablarse en persona sí o sí. Daniela odiaba hablar por el móvil. Prefería
mil veces antes el cara a cara y hablar las cosas en persona. Por un aparato le parecía todo
mucho más frío.
—La verdad es que sí. Es importante —respondió ella.
—¿Es algo bueno o malo? —preguntó la amiga directamente—. La verdad que
por teléfono me dio la sensación de que era algo más bien malo.
—No te voy a mentir, es algo malo.
—Dani, no me asustes por favor. ¿No estarás embarazada, verdad?
—Como no me haya preñado el espíritu sano, no sé quién.

3
Judith se echó a reír por el comentario sarcástico. Daniela era así. A veces usaba
la ironía y el sarcasmo. Le salía de manera natural. Pero llevaba unas semanas que estaba
más seria de lo habitual. Cuando pasaba por la fecha del fallecimiento de su madre y de
su hermana, se volvía más rara y más distante.
—¿Sabes? Echaba de menos ese sarcasmo tuyo —le dijo su amiga sonriente.
—Ya me conoces —le respondió Daniela devolviéndole la sonrisa.
—Bueno, tenía que preguntarte lo de si estabas embarazada. Llevamos unos días
sin hablar mucho.
Daniela hizo una especie de mueca. Se sentía un poco culpable por alejar a sus
amigos y distanciarse cada vez que se encontraba mal, pero no podía evitarlo. Esa era su
forma de ser. De forma habitual y general necesitaba su espacio, pero cuando no se
encontraba bien lo necesitaba mucho más todavía.
—Es cierto. Pero sabes que yo te lo cuento todo. Todo todito todo.
—Bueno, eso es verdad. ¿Entonces qué es? ¿No puedes darme ni una pista?
Daniela negó con la cabeza, y justo en ese momento entró Roberto por la puerta,
el otro amigo de las chicas. Rápidamente encontró con la vista y ellas le saludaron con la
mano.
—Hola nenas. Siento la espera —dijo el sentándose a la izquierda de Daniela.
—No te preocupes, ya es costumbre esperarte —dijo Judith encogiéndose de
hombros.
—Cierto. Lo siento.
Un hombre de mediana edad, con el pelo canoso y bajito se acercó a la mesa de
los chicos para tomar nota. Llevaba unas gafas un poco antiguas y justo antes de hablar
se humedeció la boca con la lengua.
—Buenas tardes. ¿Qué os pongo?
—¡Buenas tardes! Yo quiero un batido de fresa con nata y arándanos por encima,
por favor —le indica Judith.
—Para mí un batido de kinder con nata y chocolate por encima, gracias —dice
Daniela a continuación.
—¿Y para el caballero? —preguntó el camarero, y esta vez volvió a humedecerse
la boca.
Roberto se quedó pensativo unos segundos, y ya luego dijo:
—Un batido de chocolate con nata y sirope por encima y un sándwich mixto con
patatas.
—De acuerdo —dijo el camarero a la misma vez que se daba la vuelta para irse.
Cada vez que los chicos iban a aquel sitio siempre pedían lo mismo. Cada uno
como ya que tenía su batido favorito asignado.
—Madre mía Rober, te vas a poner las botas —comentó Judith.

4
—Mi cuerpo es un templo y hay que alimentarlo bien, ¿no creéis, nenas?
Después de un rato de cachondeo y de risas, llegó ya la hora de ponerse serios.
Cuando salieron de la cafetería fueron a dar una vuelta y les contó sin rodeos la gran
noticia. Les contó que se iba a mudar con su padre a Barcelona y que no tenía ni idea de
cuando iba a poder bajar a verlos o si quiera si iba a poder bajar alguna vez. Al principio
no se lo tomaron nada bien y se pusieron bastante mal con toda la razón del mundo. Judith
no paraba de llorar y de darle fuertes abrazos una y otra vez.
—Bueno, tú tranquila, no te preocupes, ¿vale? En cuanto podamos, Rober y yo
cogemos un tren y vamos a verte, te lo prometo —le dice Judith entre lágrimas.
—Exacto. En cuanto menos te lo esperes ya nos tendrás allí arriba dando por culo.
Te doy mi palabra —le dijo Roberto mientras le abrazaba.
—Os quiero muchísimo, chicos —dijo ella—. En serio, sois los mejores.
Se dieron un cariñoso y largo abrazo grupal y ya Daniela comenzó a llorar como
si no hubiera un final. Su amiga Judith le acariciaba con suavidad el pelo e intentaba
secarle las lágrimas que recorrían su mejilla.
—Y si te enrollas con alguno o lo que sea quiero ser la primera a la que se lo
cuentes, ¿de acuerdo? Soy tu mejor amiga y tengo ese derecho.
Daniela soltó una breve carcajada y se secó las lágrimas que seguían brotando de
su ojo.
—Por supuesto. No vamos a perder el contacto. Nos llamaremos todos los días y
nos pondremos al día.
—Quiero que me lo cuentes todo todito, ¿vale? Entre nosotros no puede haber
secretos de ningún tipo. Esa es una de nuestras reglas, ya lo sabes.
—Claro, por supuesto que lo sé. Pero eso de que tenga algo con algún tio no creo
que pase hasta dentro de mucho.
—Bueno, nunca se sabe nena —respondió su amiga escogiéndose de hombros con
una sonrisa traviesa.
Se dieron un último abrazo grupal y se despidieron.
—Te quiero mucho, morena —le dijo su amigo Roberto.
—Nos veremos muy pronto. ¡Te quiero! —le dijo su amiga Judith.
Daniela les dedicó un último te quiero antes de marcharse. Estuvo todo el camino
de vuelta su casa con las lágrimas saltadas y llorisqueando como una niña pequeña. Sabía
que iba a echarlos terriblemente de menos, pero también sabía que irse era lo correcto y
era lo que tenía que hacer, al fin y al cabo. Tenía que hacerlo por su padre. Y no tan solo
para su padre, sino también por ella misma. Quizás un cambio de aires no le viniese mal.
Quizás un cambio de aires no les viene nada mal a los dos. Y ella confiaba en so. Porque,
para bien o para mal, ya no había vuelta atrás. Las decisiones ya estaban tomadas y no se
podía recular.

5
—Hola, papá. Ya estoy en casa —anunció ella sin mucho entusiasmo al abrir la
puerta con sus llaves de casa.
Su padre, que en ese momento estaba en la cocina tomándose un café, fue a
saludarla. Todos los días solía hacerse un café a estas horas, sobre las ocho de la tarde.
—Hola, cariño.
Solo le sirvió observarla apenas unos segundos para darse cuenta de que su hija
no estaba muy bien. Se lo notaba todo en la mirada. Todo se lo notaba en la mirada. Si le
estaba mintiendo, aunque fuera en lo más mínimo, si estaba triste, si tenía algún
problema... todo, absolutamente todo. Para él era tan transparente como el agua del mar.
Y lo curioso es que a ella me pasaba lo mismo con él. Se conocían tan bien el uno al otro
que solo era suficiente que se miraran unos segundos para saber lo que les ocurría el uno
al otro por dentro.
Y Daniela odiaba eso. Odiaba ser tan transparente. Sentirse expuesta. Sentirse
vulnerable. Sentirse tan abierta en canal. Ella siempre había sido reacia a mostrar sus
sentimientos y sus emociones, y a raíz del accidente eso se intensificó potencialmente.
Cogía todos sus sentimientos, los canalizaba y los guardaba en un cajoncito del que solo
ella tenía la llave. Bueno, ella y su padre. Pero para Daniela, su padre era su persona
especial.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó el padre con aire preocupado.
—Yo... no sé...
—Venga, mejor vayamos al salón y charlemos tranquilamente.
—Sí, mejor.
Se dirigieron hacia el salón tranquilamente y se sentaron los dos en el sofá.
—Intuyo que ha sido una despedida muy triste, ¿no? —comentó el padre mientras
dejaba su café recién hecho en la mesa.
—La verdad es que sí. Hoy me he dado cuenta de que odio las despedidas con
toda mi alma.
—A nadie le gustan las despedidas, mi vida. A nadie le gusta despedirse de la
gente que quiere. Duele, pero es algo inevitable. Con el paso del tiempo te darás cuenta
de que las mayorías de las cosas que duelen son cosas que no podemos evitar. Y lo que
no podemos evitar ni cambiar, no nos queda otra que aceptarlo y afrontarlo lo mejor que
podamos.
—Lo sé. Siempre tienes toda la razón del mundo. Eres el hombre más sabio que
conozco. ¿Te lo había alguna vez?
—Montones de veces. Pero nunca me cansaré de escucharlo.
Maximiliano se acercó más a su hija, juntó sus manos con las de ella y las besó.
—Ay mi niña pequeña…
—Ya no soy tan pequeña, papá —refunfuñó ella.

6
—Eso no importa. Para mí siempre serás mi niña pequeña.
—Realmente no tienes ni idea de lo triste y angustioso que puede ser algo hasta
que lo vives en tus propias carnes.
Él asiente con la cabeza sonriente, se inclina para coger su café y da un pequeño
sorbo.
—Tú misma lo has dicho, cielo. No podemos ser conscientes de lo duro que es
algo hasta que no lo vivimos nosotros vivimos. No podemos saber lo que puede llegar a
sufrir alguien hasta que no nos ponemos en su piel. Por eso nunca debemos juzgar a nadie.
No podemos saber lo que alguien puede estar batallando internamente.
Daniela asentía con la cabeza dándole la razón a su padre.
—Exacto. Siempre tenemos que intentar empatizar con los demás.
—Eso siempre, cariño, siempre —confirmó Maximiliano sonriente—. Bueno,
entonces, cielo, ¿cómo te encuentras?
—Pues si te digo la verdad… no lo sé con exactitud. Es algo extraño.
—¿El qué es extraño?
—Mis sentimientos. Son como una mezcla de tristeza y emoción. Estoy triste
porque me alejo de mis mejores amigos y de esta casa y de todo en general. Pero a la
misma vez estoy algo emocionada por mudarme y cambia de aires.
—Te entiendo. Es totalmente normal. Mudarse a otra ciudad siempre es una
emocionante aventura. Nunca sabes lo que te puede deparar.
—Exacto —respondió Daniela encogiéndose de hombros.
—Entonces... ¿tienes ganas de mudarte?
Daniela tragó saliva y se mordió el lado inferior del labio con tensión y nervios.
—Lo cierto es que sí. Quiero conocerte a gente nueva, y bueno, Barcelona tiene
pinta de ser muy bonita.
—Estoy seguro de que Barcelona te va a encantar. Es preciosa. Además, también
creo que esto nos vendrá muy bien a los dos.
—Yo también lo creo. Tengo un buen presentimiento. Además, estoy segurísima
de que te irá de lujo en tu nuevo trabajo.
—No sabes cuánto me alegra escuchar eso. Para mí es muy importante que me
apoyes en esto. Tu apoyo es fundamental para mí. Ya lo sabes.
—Lo sé, papá. Cuenta con todo mi apoyo.
El padre se inclinó hacia ella y le dio un pequeño y suave beso en la cabeza. Uno
de esos detalles que hacen que se te derrita el corazón. Le encantaban los besos tanto en
la frente como en la cabeza. Demuestran únicamente amor y ternura y le daba rabia que
algunas personas no sepan darle importancia a ese tipo de besos.
Pero esta vez, aquel beso, en vez de hacer que se le derritiera el corazón, hizo que
le diera un pequeño pinchazo. Un pequeño pinchazo de culpabilidad. Un pequeño pero

7
potente dolor en el pecho. Aquello que le dije era mentira. Bueno, en realidad, no todo.
Solo en parte. Es cierto que muy en el fondo de ella, sentía algo de emoción, curiosidad
o excitación o como quieras llamarlo, por tener una vida nueva. Pero lo cierto era que lo
veía todo mucho más negativo que positivo. Ni tenía un buen presentimiento ni tenía
ganas de mudarse hasta la otra punta del país ni tenía ganas de conocer a gente ni de hacer
amigos nuevos. Pero se sentía en la necesidad de mentirle. Solo era una pequeña
mentirijilla sin importancia, así que ella que tampoco pasaba nada realmente. A él le hacía
muchísima ilusión mudarse, se lo podía notar en los ojos. Y no podía arrebatarle esa
ilusión. Aunque quisiera no podía.
Sobre eso de las diez de la noche pidieron unas pizzas a domicilio y se quedaron
viendo una película de comedia en el salón hasta las dos. Adoraban ver películas de
comedia juntos. Tenían como una tradición de ver una película a la semana y así
compartían tiempo de calidad en familia. Cuando vivían Catalina y Carolina hacían lo
mismo. Y Daniela y Maximiliano seguían haciéndolo a día de hoy. A veces, hay
tradiciones que nunca pasan de moda y que se quedan siempre en lo más hondo de tu
corazón.
Daniela se quedó dormida inevitablemente en el sofá, y ahí mismo se quedó hasta
que se despertó a la mañana siguiente.
Se levantó con un dolor de espalda impresionante por culpa de haberse quedado
toda la noche en el maldito sofá. Lo primero que hizo al levantarse fue darse una ducha,
pero ni siquiera una relajante ducha caliente consiguió aliviarle el malestar que sentía por
dentro. Era como una clase de pinchacito en el estómago que no se iba. Estuve casi todo
el triste. Haciendo maletas, echándole una mano a mi padre, escuchando música triste y
soltando lágrimas a lo escondido. Siempre que me encontraba triste me ponía música
triste. Supongo que el corazón humano siempre necesita sentirse comprendido. Aunque
fuera solo un poco.
De repente cuando llegó la noche le entró todo el bajón sin más. Sus propios
sentimientos la ahogaban en un pozo sin fondo y respiraba con dificultad.
Ya no podía aguantar más. Cogió el teléfono y llamó a su amiga Judith.
—Hola. ¿Estás ocupada?
—¡Hey! No, que va. ¿Por qué lo preguntas? Estoy en el salón con mi hermano
viendo como pierde en el Mario Bros. ¿No es increíble que pierda en ese juego
facilísimo? ¿Cómo puedo tener un hermano tan inepto?
—¡No es el Mario Bros, joder! — se escuchó desde el teléfono una voz masculina
y aguda de fondo y Daniela reconoció inmediatamente que se trataba del hermano
pequeño.
—¡Oye, Hugo, no digas palabrotas, niñato!

8
—¡Es que me pones de los nervios! ¿Cómo puedes ser tan lerda? ¡Es que para ti
todos los videojuegos son el Mario Bros! ¡Es el Resident Evill y no estoy perdiendo, para
tu información! ¡En casa solo tengo ese y el Final Fantasy! ¡El Mario Bros nunca me ha
gustado!
—Ya le estás escuchando de fondo verdad, ¿verdad? —le dijo su amiga—. Mira
que es pesado.
—¡Pesada serás tú! —le grita el hermano.
—¡Cállate! —le grita la amiga su hermano.
—¡Judith! —le grita Daniela desde el teléfono.
—Perdona, perdona. Dime.
—¿Te importaría venir ahora a mi casa? —le preguntó.
—¿Ahora de ahora?
—Sí. Ahora mismo. Estoy mal. Y necesito que vengas. Necesito hablar contigo.
—Vale. No me digas más. Me preparo y voy. En menos de media hora estoy allí.
A los 20 minutos ya estaba en la puerta de su casa. En cuánto abrió la puerta se
echó a los brazos de Daniela.
—Hola nenita —le saludó Judith.
—Hola —le saludó Daniela llorisqueando un poco.
Se soltaron del abrazo y subieron hasta la habitación de Daniela. Estando ya allí,
se sentaron en la cama, justo enfrente la una de la otra.
—Bueno, ¿qué tal estás? ¿cómo te ha ido el día de hoy? —inquirió Judith.
—Bien. Bueno, en realidad, no tan bien —rectificó Daniela—. He estado
prácticamente todo el día ayudando a mi padre con todo eso de la mudanza y haciendo
las maletas. He acabado agotada.
—Y tú... ¿cómo estás? Eso es lo que yo quiero saber.
Se quedaron unos segundos en silencio y Daniela dejó escapar un leve y suave
suspiro.
—No lo sé —confesó ella—. Cuando mi padre me dio la noticia me puse contenta
por él porque sabía que era lo mejor para él. Quise autoconvencerme de que era una idea
fantástica y que era lo mejor que nos podía pasar ahora mismo. Ya sabes, cambio de aires,
casa nueva, amigos nuevos... Pensaba que sería guay. Pero realmente ahora no sé si quiero
irme. No sé qué es lo mejor y qué es lo que me conviene, pero sea lo que sea ya no puedo
echarme atrás. La decisión ya está tomada. Y sería demasiado egoísta por mi parte decirle
ahora que nos quedemos. Ya está todo listo y a él le hace mucha ilusión. No... no puedo
hacerle esto.
Entonces no pudo retenerlas más y las lágrimas salen disparadas de sus ojos sin
cesar.

9
Su amiga le dio otro abrazo. No le dice nada. Se queda callada, pegada junto a
Daniela y pasándole la mano con cariño por la espalda.
Y en ese momento es cuando Daniela empieza a llorar aún más fuerte todavía.
—Eh, tranquila, ¿de acuerdo? Tranquila —le dice Judith.
—Sé qué es lo mejor para mi padre —dijo Daniela cuando dejaron de abrazarse—
, sé que irnos es lo que le haría feliz, pero no tengo ni idea de lo que es mejor para mí. No
sé qué es lo que me va a hacer feliz o lo que no. Y por eso estoy algo asustada. No tengo
nada claro, ¿sabes? Pero tengo que pensar en él, no en mí. Él se lo merece, ¿sabes? Se
merece un trabajo mejor. Se merece una vida mejor. Se merece todo lo mejor.
Judith asentía suavemente con la cabeza todo el tiempo y le acariciaba el brazo
con ternura.
—Dani, escúchame. Eh, mírame —le dijo su amiga mientras se secaba las
lágrimas—. Los dos os lo merecéis, ¿vale? Los dos os merecéis una vida mejor. Los
nuevos cambios siempre asustan. Por eso es normal que estés así. Es totalmente normal,
¿vale? Así que no te sientas mal.
Daniela asiente con la cabeza.
—Oye —empezó a decir ella—, dime la verdad.... ¿tú... tú crees que soy egoísta
por no querer irme y querer quedarme aquí?
—¿Qué? No. Para nada. No digas tonterías. Yo... yo te entiendo perfectamente,
¿vale? Simplemente estás algo asustada. Es comprensible. Y está bien.
—También hay otra razón por lo que no quiero irme —le confesó Daniela—. No
quiero dejar de visitar a mi madre y a mi hermana. Aquí puedo ir a verlas y hablar con
ellas todas las semanas. Y... esta casa. Esta casa me recuerda a ellas. Tengo muchísimos
recuerdos de cuando era pequeña aquí con ellas, ¿sabes? Y creo que dejar esta casa me
rompería un poco más el corazón. Esta casa es lo que único que hace que puedo aferrarme
un poco a ellas. Es lo único que me queda.
Ella intentaba dejar de llorar con todas sus fuerzas, pero no podía. Sencillamente
no podía.
—Y ya sé que dije que lo tenía superado —sigue diciendo Daniela—. Pero no es
verdad. Lloro cada vez que voy a verlas. Lloro cada vez que las recuerdo. Soy una débil.
—No, no eres débil. Eres la persona más fuerte, madura e inteligente que he
conocido en mi vida. Y sé que pensarás que de las típicas cosas que se dicen en momentos
como este, pero no, yo te lo digo totalmente en serio.
—Te quiero. Gracias por ser cómo eres y por aguantarme siempre. Eres la mejor,
en serio.
—Yo también te quiero. Y gracias a ti.
Las dos amigas se envolvieron en otro afectuoso y cálido abrazo.

10
—Mira, sé que es duro y que a lo mejor no lo superes nunca, y eso está bien, ¿de
acuerdo? Así es la vida de jodida. Hay traumas, personas o situaciones que uno no logra
superar nunca, pase el tiempo que pase. Porque te calan en lo más profundo y fondo de
tu ser. Pero te acabas acostumbrando con el tiempo. Y aprendes a sobrellevarlo, y eso es
lo que importa. Por desgracia en esta vida hay cosas que nunca dejan de doler por mucho
que quieras y por mucho que lo intentes, pero acabas aprendiendo a vivir con ello. Ahora
a lo mejor no, ni dentro de un mes tampoco, pero con el tiempo acabarás sobrellevándolo
y mirarás atrás y las recordarás solo con amor y ternura, y no con tristeza y nostalgia.
Judith le cogía la mano y no se la soltaba.
—Además, estoy completamente segura de que ellas querrían que os fuerais y
empezarais una vida mejor. Ellas querrían lo mejor para ustedes sin duda. Y yo, por
mucho que me duela no verte tanto y tenerte a tanta distancia, yo también quiero lo mejor
para ti. Y creo que estáis haciendo lo correcto.
—¿De verdad crees que sería lo correcto?
—Sí —respondió Judith con una reconfortante sonrisa—. Estoy segura. Mira,
vamos a hacer una cosa, ¿de acuerdo?
—Y no me mires así, vamos a apuntar los pros y los contras y así verás que te sale
más rentable irte, hazme caso. Estoy segura de que va a haber más pros que contras.
Y eso hicieron exactamente. Cogieron dos papeles y en uno pusieron los pros y
en otro los contras.
Y quedó tal que así:

Pros: Contra:

1. Más dinero. 1. Menos dinero.

2. Una vida mejor. 2. La misma vida.

3. Gente nueva y amigos nuevos. 3. Sin nuevos amigos.

4. Cambio de aires.

—Vale. Tenías razón. Va ganando los pros.


—¿Lo ves? Te lo dije. Yo nunca me equivoco.

11
Capítulo 26

Otoño de 1992 (Pasado)


“La importancia de dejarse ayudar”

Aquella noche Daniela tuvo otra de sus horribles pesadillas que tenía desde que
fallecieron su madre y su hermana. Se levantó con sudor y con el pulso a mil por hora.
Había soñado de nuevo que ella también se encontraba en el coche con ellas dos cuando
ocurrió el accidente. Era su pesadilla recurrente. Y muchas veces, cuando despertaba,
deseaba que el sueño hubiera sido real. Que ella también se hubiese ido con ellas a la otra
vida, porque así no tendría que sufrir en esta.
Era otro día infernal en el que Daniela tenía que ir a sus clases diarias. Cuando
hubo finalizado el descanso del recreo y ya todos sus amigos comieron menos ella, se
dirigieron todos a clases.
—Voy al baño un momento, os veo ahora en clase, ¿de acuerdo? —les comentó
ella a sus amigos.
Se metió en el segundo servicio y echó el pestillo. A los segundos, escuchó como
entraban dos chicas. Reconoció las voces. No iban con ella a clase, pero si sabía quiénes
eran. Eran Emma y Julia, la primera morena y la segunda rubia. Daniela no tenía apenas
trato con ellas, pero sí que habían hablado en varias ocasiones lo suficiente como para
saber que no les simpatizaba en demasía.
—¿Has visto hoy a Daniela en el recreo? ¿Has visto que pinta tenía?
Daniela escuchó atentamente cuando se percató de que estaban hablando de ella.
—Qué espanto de chica. Solo sabe vestir con colores oscuros.
Entonces Daniela comenzó a sentir un dolor agudo en la barriga.
—Casi parece una vagabunda.
—¿Verdad? Antes no era así. Creo que lo del accidente de su familia le ha
afectado demasiado a la cabeza.
—Ya te digo. Desde hace un año se ha vuelto una rarita y una anoréxica.
—Sí, es verdad. No habla con casi nadie. Parece como ida.
Daniela no pudo aguantar más. No tenía ninguna necesidad de soportar aquello.
Así que, salió del baño y, con toda su fuerza y rabia interior, le propinó un puñetazo a
cada una en la nariz, lo cual le pilló de sorpresa a las dos chicas.
—¡Tia! ¿Pero de qué coño vas?

1
—¡Estás loca, joder! ¡Creo que me has roto la nariz!
—¡Te vamos a joder!
Las dos chicas se largaron rápidamente del baño y fueron directamente a la
directora a contarles lo ocurrido. Daniela era plenamente consciente de que le iban a poner
un buen castigo, pero lo cierto es que a ella no le importaba nada en absoluto. No se
arrepentía. Le ponía de muy mal carácter las injusticias, y no iba a tolerar una injusticia
sobre ella ni muchísimo menos. No se iba a quedar parada ni de brazos cruzados mientras
permitía que le humillasen.
—Señorita, ha infringido usted gravemente las reglas del centro.
—Soy consciente de ello.
—¿No le importa?
—Si le soy del todo franca, no demasiado, en realidad.
—Explícame lo que ha pasado.
—¿Para qué? Si ya lo sabe. Se lo habrán contado Julia y Emma.
—Sí, me han contado su versión. Ahora quiero escuchar tu versión de la historia.
—No merece la pena. No creo que eso haga indultarme del castigo que me vaya
a imponerme.
La tutora de Daniela llamó a su padre y le comentó la situación. Su hija estaba
como ida. Aunque sacaba buenas notas, no atendía en clase. Y había pegado a dos
compañeras. Tenía que ser expulsada. Así que, la profesora Rosa y tutora de Daniela,
contactó con Maximiliano y le citó en el instituto.
Cuando llegó al despacho de la directora, allí se encontraban también Rosa y su
hija Daniela.
—Buenos días. Soy Maximiliano Belmonte, el padre de Daniela.
—Buenos días, señor Belmonte. Yo soy la directora Ortega. Coja asiento, por
favor.
—Gracias.
Maximiliano se sentó en el otro asiento que estaba al lado del asiento de su hija y
él le estrechó la mano.
—Bien, señor Belmonte, le he citado aquí para comentarle sobre la actitud que ha
tenido hoy su hija.
Él echó una mirada a su hija y miró de nuevo a la directora.
—¿A qué se refiere?
—Su hija ha agredido hoy en el recreo a dos compañeras de clase.
—¿Que ha hecho qué?
Maximiliano se quedó completamente atónito.
—¿Lo hiciste? —le preguntó a su hija.
—Sí. Lo hice. Y la verdad es que no me arrepiento de ello —respondió ella con
rudeza.
La directora la miró seriamente y le pidió lo siguiente:
—Daniela, vuelve a clase, por favor. Necesitamos a hablar con tu padre a solas.
—Como puede ver, está adoptando una actitud que nos preocupa bastante. Y no
es solo por el altercado de hoy. Lleva así ya un tiempo.
—¿Qué le notan?
—No atiende en clase y sus notas han bajado en todas las asignaturas.
—Sufrió un trauma. Es pequeña, aún.

2
—Lo sé. Conozco lo que ocurrió. Y créame que la entiendo. Los entiendo. Usted
y ella han pasado por una cosa horrible, pero, como usted comprenderá, como directora
de un centro educativo no puedo tolerar ese tipo de comportamientos agresivos.
—Pero.. mi hija no es una chica agresiva. No lo es. Nunca lo ha sido. Yo… yo lo
he intentado, de verdad. Pero creo que mi apoyo no es suficiente
—Dígame, ¿no se ha replanteado llevarla a terapia?
—Pues… no. Nunca se me pasó esa idea por la cabeza, ahora que lo menciona.
—Es completamente normal que no se le haya ocurrido. Tenemos hoy en día muy
estigmatizado el tema de la salud mental y del psicólogo. Se piensa que la gente que va
es que está loca, y no es más lejos de la realidad.
—Tiene toda la razón.
—Si tienes un dolor físico, vas al médico. Y si lo que te pasa es más bien algo
psicológico, pues vas al terapeuta.
—Pues sí, es así. Creo que lo mejor será que la lleve. Sinceramente, no sé que otra
cosa hacer. Estoy desesperado. Llevo así un año. Que se encierra en ella misma, no se
abre conmigo, es menos comunicativa. Quiero decir, nunca ha sido una niña
extremadamente abierta y extrovertida, pero, todos esos rasgos como que se les ha
potenciado a raíz del accidente.
—Entiendo. Es una situación bastante delicada, y yo la única solución que veo es
la que le digo.
—Estoy de acuerdo con usted.
—Perfecto. Eso ya es un gran paso.
—Aunque me temo su opinión. No creo que vaya a dar su brazo a torcer tan
fácilmente.
—Es testaruda, sí. Pero también sabe ser racional, así que seguro que entra en
razón.
—Eso espero. Muchas gracias, directora.
—Gracias a usted.
—Siga manteniéndome informado acerca de Daniela.
—Por supuesto. Nos preocupa a todos y haremos todo lo que esté en nuestra mano.
Después de comer, Maximiliano se dirigió con determinación hasta la habitación
de su hija. Dispuesto a ofrecerle una salida y a tratar el tema con la mayor delicadeza
posible.
—Cariño, creo que... creo que debemos a hablar.
—Si vas a darme un sermón, paso. Ya sé que desde fuera todos lo veréis mal, pero
se lo merecían y no me arrepiento.
—Solo quiero entender por qué lo hiciste.
—Fui al baño y las escuché. Escuché como hablaban de mí. Decían que era un
bicho raro, que, que… el accidente me había afectado demasiado a la cabeza, que estaba
como ida y que era una rarita.
Daniela se echó a llorar y su padre la abrazó.
—Lo siento muchísimo, cariño.
—La gente puede llegar a ser muy cruel. No lo comprendo.
—Algunas personas son infelices e intentan que los demás también se sientan así
para suplir su vacío.
—Eso es muy injusto.
—Lo sé, cielo, lo sé —le dijo él mientras le acariciaba dulcemente el cabello.
3
—Estoy muy mal, papá.
—Lo sé.
—Eh, mírame. Necesitas ayuda, cariño.
—¿Qué quieres decir?
—Que creo que te vendría bien ayuda profesional, cielo.
—¿Tú crees que podría servirme de algo?
—Desde luego. Mira cómo estás. No puedes seguir así, cielo. Me mata por dentro
verte de esa manera.
—No sé si será buena idea, papá…
—Hazlo por ti, hija. Hazlo por mí. Hazlo por nosotros —le cogió de las manos.
—Está bien, papá. Lo haré por nosotros.
—Con lo que lo intentes yo me conformo.
Le dio un beso en la frente a su hija y le mostró una sonrisa de lo más sincera.
—¿Quieres que vaya contigo?
—No tienes por qué hacerlo.
—No quiero que pases por eso sola si no quieres. Si quieres que te acompañe, lo
haré encantado. Si, por el contrario, prefieres hacerlo sola, también me parecerá bien. Ya
sabes que solo tienes que decírmelo.
—Iré yo sola.
—¿Estás segura?
—Sí. No te preocupes. En esto prefiero no involucrarte. Quiero hacerlo yo sola.
—De acuerdo cielo. Como tú prefieras.
Daniela sabía que su padre se estaba esforzando cada día para que la situación en
casa no fuese tan deprimente y por sacarle una sonrisa. Y ella estaba agradecida. Así que
tuvo claro que tenía que ir al psicólogo. Como dijo él, tanto por ella como por él.
Así que el sábado por la mañana se levantó temprano, se preparó y su padre la
llevó en coche al psicólogo.
—Te recojo dentro de una hora, ¿vale, cariño?
—De acuerdo, papá. Hasta luego.
—Daniela —pronunció su padre cogiéndole del brazo—, quiero que sepas que
estás siendo muy valiente y que estoy muy orgulloso de ti.
Aquellas palabras derritieron el corazón de la joven.
—Te quiero.
—Y yo a ti. Adiós, cariño.
Las palabras de su padre no dejaban de sonar en su mente. Se secó las lágrimas,
suspiró, intentó mostrarse serena y entró en el edificio.
Anduvo hasta el mostrador y allí la atendió una mujer morena con gafas y pelo
corto.
—Buenas tardes, tenía cita con el Doctor Simón Santiago.
—Buenas tardes. La sala del Doctor Santiago está en la planta dos, subiendo las
escaleras a la derecha.
—Gracias —respondió amablemente Daniela intentando sonreír.
Cuanto más se acercaba a la puerta, más acudía la ansiedad dentro de ella. No
quería tener que pasar por eso. Deseaba con todas sus ganas tener que evitarlo. Pero
cuanto se sentó en la silla de la sala de espera y tuvo tiempo para reflexionar, al final llegó
a una muy acertada conclusión. Se dio cuenta de que en la vida todos tendremos que pasar
por determinadas cosas o situaciones que no son agradables a nuestro parecer, pero que
4
aun así son muy necesarias. Superar el dolor no era fácil. Aquello lo sabía de sobra. Para
poder superarlo, primero tendría que abrirse en canal, mostrar y expresar sus sentimientos,
y eso a ella le daba realmente pavor. No se abría en general con la gente de su alrededor,
le costaba horrores, por lo que era consciente de que abrirse a alguien que no conocía y
que no tenían nada de confianza, iba a ser casi misión imposible.
Cuando llegó el momento de su turno, soltó un largo suspiro y abrió la puerta.
Un hombre de poco pelo y con unas gafas negras de pasta asomaba tras la mesa.
Él le sonreía. Era una de esas sonrisas afables, de las que te inspiran confianza.
—Hola.
—Buenas tardes señorita Belmonte. Tome asiento, por favor.
—Puede llamarme Dani. Se lo agradecería.
—De acuerdo, Dani. Encantado de conocerte, yo soy Simón Santiago.
—Pues encantada, señor Santiago.
—Bueno, Dani, cuéntame; ¿es la primera vez que vienes a terapia?
—Ya sé que mi padre le ha puesto al tanto de todo. No soy tonta. Así que, por
favor, ahorrémonos preguntas innecesarias.
—Vaya, veo que tienes carácter.
—Sí, lo saqué de…
—¿Ibas a decir de tu madre?
Daniela tragó saliva y respondió:
—Sí.
—Mira, es completamente normal que no quieras hablar de ella ni de tu hermana.
Hablar de un suceso traumático siempre supone un mal trago y es muy doloroso. Créame,
yo mejor que nadie le puedo entender.
—¿Ha pasado usted por algún suceso traumático en su vida?
—Perdí a mi hermana hace cinco años.
—¿Qué le ocurrió? Perdone, estoy siendo demasiado grosera. Supongo que no
querrá hablar del tema.
—Hagamos una cosa; ¿si te lo cuento me prometes que intentarás abrirte conmigo?
—Vale. Lo intentaré. Aunque no te prometo nada.
—Me vale.
El doctor esbozaba una implacable sonrisa, y le congratuló percibir un atisbo de
sonrisa en el rostro de Daniela. A ésta le estaba cayendo bien aquel hombre.
—Mi hermana falleció a causa de malos tratos por su marido.
Daniela se sintió muy mal al escuchar esas palabras. El machismo era un tema que
le hacía hervir la sangre. Y notar el sufrimiento en los ojos de aquel buen hombre le hacía
sentirse todavía peor.
—Lo siento mucho.
—No te preocupes —le tranquilizó él sonriente—. Pero no estamos aquí para
hablar de mí, sino de ti.
—Me incomoda bastante hablar de mí.
—Pues justo para eso estamos aquí. Para trabajar ese tipo de cosas. Va a ser difícil,
no te voy a engañar. Porque además intuyo que no me lo vas a poner nada fácil, pero lo
más importante de todo es que pongas de tu parte. Te diré una cosa: yo te puedo ayudar,
te puedo ofrecer las herramientas para salir del hoyo y ver todo desde otra perspectiva,
pero estar bien solo depende de una única persona: tú. Tú eres la que decide estar bien o
estar mal.
5
Daniela se mordía el labio por dentro mientras le escuchaba muy atentamente. No
sabía qué pensar exactamente sobre aquello que le estaba contando. Lo único que sabía
es que no quería estar mal. Ese sentimiento de nostalgia se convertía en angustia, y la
angustia en asfixia, y sentía que se ahogaba cada vez más. Se ahogaba en un pozo sin
fondo.
—También te diré otra cosa: Tienes que tener paciencia. Me temo que esto va a
ser un proceso largo.

6
Capítulo 27

Verano de 1997 (Presente)


“Bienvenidos a Villafranca de los Rosales”

A eso de la medianoche ya se marchó Judith de la casa de su amiga Daniela. A esta no le


entraba el sueño y aunque se acostase sabía que no iba a quedarse dormida tan temprano,
así que bajó al salón y se dispuso a ver una película con su padre hasta las tantas, y se
quedó dormida en el sofá de nuevo.
Se despertó sobre las once de la mañana y el dulce y rico olor a tortitas y a
chocolate recién fundido fue invadiendo sus fosas nasales poco a poco hasta llegar a
despertarla del todo.
Se levantó del sofá y fue hasta la cocina, donde se encontraba su padre haciendo
tortitas para desayunar.
—¡Mi desayuno favorito! ¡Tortitas con chocolate! Te adoro, papá —le dijo ella
mientras le abrazaba por detrás.
—Mañana ya nos mudamos, hija. Quiero que empieces tu último día en esta ciudad
día lo mejor forma posible.
—Así empiezo de lujo vaya. Pero qué buena pinta, se me hace la boca agua.
Su día básicamente fue a ayudar a su padre a limpiar la casa, hacer maletas e ir a
hacerle una visitilla a su bibliotecaria favorita. Tenía que despedirse de ella antes de
marcharse de este lugar.
A eso de las nueve de la noche ya se encontraba en la biblioteca. Fue a esa hora
porque era cuando la gente solía marcharse a sus casas o a donde fuera y de ese modo
podrían charlar con intimidad la señora Villalba y ella.
En cuanto se encontró con ella le explicó todo. Entonces Daniela se percató de que
la mujer tenía un semblante algo triste.
—Así que ya te me vas mañana... te echaré mucho de menos, pequeña —le dijo
melancólica.
—Me gusta que aún me sigas llamando así. Aunque ya sea mayor de edad —le
dijo Daniela divertida con una sonrisa.
—Hay cosas que nunca cambian. Pase el tiempo que pase.
—Supongo que no.
—Para mí aún sigues siendo mi pequeña.
A continuación, se unieron las dos en un abrazo.
—Te quiero mucho.
—Y yo a ti.
—Y eres muy importante para mí. Lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé, lo sé. Y tú también para mí, pequeñaja.
La mujer le dio un cariñoso beso en la frente y se quedaron unos segundos
mirándose silenciosamente con complicidad.
—¿Tienes ganas de mudarte? Y quiero seas totalmente sincera conmigo. Ya sabes
que a mí me lo puedes contar todo.
—Pues lo cierto es que me chocó bastante la noticia al principio. Pero luego estuve
reflexionando y llegué a la conclusión de que es lo mejor. Creo que nos conviene bastante
a mi padre y a mí. Creo que un cambio de aires es justamente lo que necesitamos.
La señora le cogió cariñosamente de la mano.
—Cariño, me alegra mucho que lo veas de esa manera. Yo opino lo mismo.
Mientras que no te olvides de esta vieja... me parece correcto.
—Sabes que no podría olvidarme de ti ni aunque quisiera.
Se echaron unas pequeñas risas.
—¿Entonces esto es un adiós? —preguntó la mujer.
—No —respondió Daniela mientras negaba rotundamente con la cabeza y le cogía
las manos con las mías—. Es un hasta pronto. Y seguiremos en contacto, por supuesto.
No creas que vas a librarte de mí tan fácilmente.
—Vaya, y yo que quería ya perderte de vista... no me libro ni a las de tres... —
bromeó la bibliotecaria—. Anda, ven aquí canija y dame un abrazo.
—Yo también te echaré mucho de menos —le dijo Daniela mientras se volvieron
a abrazar.
Estuvieron conversando un ratillo más y ya se marché a su casa. Se fue con las
lágrimas los ojos y con el corazón algo encogido. Está claro que despedirse de las
personas que quieres y amas con todo tu corazón, aunque sepáis que os volveréis a ver en
un tiempo, siempre resulta doloroso.
Al día siguiente su padre y ella se levantaron temprano. Después de un rico y dulce
desayuno, se fue a la ducha y se dispuse a vestirse para el largo viaje que le esperaba. Se
puse una camiseta blanca de manca corta pegada, unos shorts cortos y unas converses
blancas. Algo básico y cómodo. Lo ideal. Luego se puse cacao para los labios y brillo de
labios (ya que siempre los tenía muy secos) y un poco de rímel y de colorete. Estuvo hasta
la hora de comer terminando de hacer maletas. A eso de las tres y media estaban ya del
todo listos y al fin se fueron camino rumbo a Barcelona.
Fue raro, pero fue montarse en el coche y Daniela dejó de estar tan triste y
melancólica. Solo pensaba en lo bonita que era Barcelona y en lo emocionante e
inquietante que iba a ser seguramente irse a una ciudad tan lejana. Sabía que su vida iba
a cambiar por completo. Y, en el fondo de su ser, tenía un pequeño presentimiento de que
le iba a venir bien un cambio de aires.
Su padre puso música en el coche para que el trayecto fuera algo más ameno. Tanto
a él como a ella padre y a mí les encantaba la música de los años ochenta, así que fue esa
la música que pusieron durante todo el viaje.
—Tranquila cariño, todo irá bien —le dijo el padre mientras ponía por unos
segundos su mano en la rodilla izquierda de su hija para aportarle un poco de tranquilidad.
Daniela giró la cabeza para mirarle y le sonrió a modo de respuesta.
Sobre las siete de la tarde llegaron por fin a su destino: Villafranca de los Rosales,
Barcelona. Cogimos unas cuantas maletas del maletero y nos dirigimos hacia lo que iba
a ser nuestra nueva casa. Una sensación de nervios y de adrenalina recorría todo mi cuerpo
ahora mismo. Ahora mismo solo habitaban esas dos emociones en mi cuerpo. El
pinchacito en el estómago que me había estado acompañado todo el mes, ya había
desaparecido. Ya no estaba.
Una mujer de unos cuarenta años aproximadamente y una niña pequeña de unos
diez años más o menos, la que parecía que era su hija, salieron de la casa que estaba justo
a la izquierda de la de ellos. La niña era realmente bonita. Tenía unos ojos enormes
grisáceos, unas cejas perfectas y una melena rubia larga y lisa digna de envidiar. Se
parecía muchísimo a su madre, la cual los miró y caminó con determinación hacia ellos.
—Perdonad, ¿vosotros sois los nuevos vecinos? —nos preguntó.
—Sí, así es —le respondió Maximiliano asintiendo muy sonriente con la cabeza—
. Yo me llamo Maxi. Un placer conocerla.
Los dos se estrecharon la mano con una amable sonrisa en los labios.
—Lo mismo digo. Yo me llamo Victoria, y esta es mi hija Elena.
—Tengo boca para presentarme, ¿sabes?
Al decir eso, la niña se dio media vuelta y se metió en un Audi grisáceo.
—Disculpad a mi hija pequeña. A veces tiene muy mal carácter. No sé de dónde
lo habrá sacado.
—Oh, no te preocupes. Son cosas de críos a las que tampoco hay que darles
demasiada importancia—matizó Maximiliano amablemente encogiéndose de hombros.
Los dos se sonrieron de nuevo.
—Bueno, y supongo que esta chica tan guapa tan guapa será su hija, ¿estoy en lo
cierto? —dijo la señora señalando a Daniela con el dedo.
—Así es. Es mi guapísima hija Daniela —respondió el padre con orgullo.
—Prefiero que me llamen Dani —le saludó Daniela con una escueta sonrisa, y le
estrechó la mano—. Y muchas gracias por el halago, señora. Usted también es muy guapa.
No era uno de esos cumplidos que dices simplemente para quedar bien, aunque en
el fondo no creas lo que dices. Era uno de esos cumplidos que realmente sí que lo piensas.
Lo cierto es que estaba siendo totalmente sincera. La mujer se veía que tenía más o menos
la edad de su padre, pero se conservaba estupendamente. Tenía una melena rubia larga y
sedosa y unas curvas muy atractivas. Una sonrisa impecable y unos ojos brillantes y
azules. Tenía una mirada desenfadada y amable, esas de las que te inspiran confianza y
tranquilidad.
La mujer le dedicó a Daniela una gran y agradable sonrisa.
—Encantada cielo, y muchas gracias. Pero, por favor, no me trates de usted.
Todavía estoy en la flor de la vida —dijo ella bromeando—Y bueno, contadme, ¡vais a
quedaros a vivir aquí? ¿o solo vais a estar temporalmente?
—Pues de momento nos queremos quedar aquí —le respondió Maximiliano.
—¡Qué bien! Os aseguro que aquí vais a sentiros muy a gusto.
Daniela dejó escapar un suave y ligero suspiro y luego dijo:
—Eso espero.
—¡Y más con nosotros como vecinos! Mirad, ¿qué os parece que si venís esta
noche a mi casa a cenar y así nos conocemos más? ¿Os apetece?
Maximiliano le echó una mirada a su hija Daniela como buscando su aprobación.
Era evidente que él quería ir, así que ella asintió con la cabeza. Francamente, a ella no le
hacía especial ilusión aquella cena, con personas que no conocía, pero sabía que a él sí le
hacía y eso era lo que le importaba. Así que acepté ir por él. Él ya había hecho demasiadas
cosas por ella. Era el momento de hacerlas ella por él.
—Claro. Estará bien —dijo Daniela asintiendo con la cabeza para que sonora
convincente.
—Sí, por qué no. Creo que podría ser divertido —comentó el padre.
—¡Claro que sí! Y además así aprovechamos y nos conocemos mejor. A mí me
encanta conocer gente nueva y hacer nuevos amigos y más si vivimos tan cerca —
comentaba la mujer con entusiasmo.
—Sí, supongo que siempre es bueno conocer gente nueva, y, cómo tú dices, aún
más si convivimos al lado el uno del otro. —añadió Maximiliano.
—Por supuesto. Además, también conoceréis a mi hijo mayor. Podéis hacer
buenas migas tú y él —dijo ella refiriéndose a Daniela.
—Sí. Claro —respondió Daniela no con mucha emoción.
Aunque no estaba muy convencida del todo. No se le daba muy bien eso de hacer
amigos.
—Pues perfecto entonces. ¿Sobre qué hora vamos? —pregunta Maximiliano.
—Pasaros a eso de las nueve si os viene bien.
—Vale, perfecto —le sonrió él amablemente—. Pues allí estaremos a las nueve.
—¡Genial! Pues luego os veo entonces, estaré encantada de conoceros —dijo la
mujer con una gran y deslumbrante sonrisa—. Ah, y, por cierto, bienvenidos a Villafranca
de los Rosales.
Capítulo 28

Otoño de 1990 (Pasado)


“La amistad siempre va primero”

Carolina se encontraba en su habitación con su mejor amiga Margarita haciendo los


deberes de Historia. Era un miércoles de puente y tenían tres días sin clases por delante,
por lo que habían aprovechado para quedar para estudiar y ponerse al día.
Carolina, como era lógico, estaba deseando contarle a su amiga todo lo ocurrido
en cuanto a él. Le contó con lujo de detalles las tres ocasiones en las que se reunieron en
casa de cada uno y lo a gusto que se sintieron el uno con el otro. No pudo evitar abrirse y
contarle a su amiga lo que sentía hacia ese chico que se estaba convirtiendo tan especial
para ella.
—La tercera vez quedamos en su casa y me preparó una lasaña de muerte —le
estaba explicando Carolina—. Sabe cocinar como los dioses, te lo prometo.
—¿Sabes? —empezó a decir Margarita—. Me gusta bastante para ti. Aparte de
que sabe cocinar, es guapo e inteligente. Además, no es un capullo como la mayoría de
cuarto curso.
—Ya, eso es lo que más me gusta de él. Se le ve como… diferente.
Margarita se incorporó en la cama y dio un brinco.
—¡Ósea, que reconoces que te gusta! —exclamó.
—Vale, sí. Me gusta. Me gusta mucho.
—Y tú a él también le gustas mucho.
—Eso no lo puedo determinar con certeza.
—¡Oh, vamos! ¡No seas modesta! ¡Cualquiera en su sano juicio perdería la cabeza
por ti!
—Eso solo dices porque eres mi amiga y me quieres.
—Pues por eso. Te quiero y soy sincera contigo. Es la verdad. Eres preciosa,
carismática y bondadosa, ¿quién no desearía estar con una chica así?
—Tú también lo eres.
—Lo sé. Por eso somos amigas.
Las dos amigas se rieron y a continuación empezó a sonar el teléfono de Carolina.
—¿Quién te llama? ¿Tu amado?

1
Carolina miró a su amiga y le sacó la lengua a modo de contestación. En efecto,
era Ramón quien le estaba reclamando.
—Hola Ramón.
—Hola, Carolina. Ehhh, quería preguntarte si…—comenzó a decir con patente
nerviosismo—, si este viernes te apetece ir a cenar a la nueva pizzería que han abierto en
el centro.
A ella le sorprendió muy gratamente aquella inesperada e imprevista invitación,
y aquello le hizo esbozar una sonrisa.
—Sí, claro. Me apetecería mucho.
—Perfecto. Pues te recojo en tu casa a las nueve. ¿Te parece bien?
—Sí. Genial. Pues hasta el viernes.
—Hasta el viernes.
Margarita se le quedó mirando a su amiga con intriga y esperando una respuesta.
—¿Y bien? —inquirió.
—Hemos quedado el viernes.
—¡Eso es genial! —exclamó la amiga con emoción—. ¡Asegúrate de ir depilada!
—¡Marga! ¡No seas descarada! —clamó Carolina mientras le tiraba un cojín.
El viernes por la noche Carolina se encontraba de lo más impaciente y nerviosa.
Se puso una blusa de color turquesa, unos vaqueros azules y unas converses
blancas. Iba a tener su primera cita y no quería que nada saliese mal ni estropease lo que
tenía que ser una velada fantástica y espectacular.
Aquella era noche de luna llena y parecía que prometía. Carolina sonrió cuando
miró por la ventana y observó la belleza de la luna.
Ramón fue puntual como siempre solía hacerlo. Él le abrió la puerta del coche a
Carolina para que se montara, un acto que a ella le encandiló.
—Gracias. Es un placer tratar con hombres tan caballerosos —le dijo ella.
—Y para mí es un placer tratar contigo.
—Lo mismo digo.
Condujeron plácida y agradablemente hasta el centro de la ciudad escuchando
música de los 70, la música favorita de aquellos dos jóvenes.
Ramón le sacó la silla hacia adelante en la que ella iba a sentarse.
—Muchas gracias —le dijo ella sonrojada.
—Me alegra mucho que hayas aceptado mi proposición.
—Estoy muy cómoda contigo. Me gusta pasar tiempo contigo.
—A mí también. Si te soy sincero… llevabas tiempo llamándome la atención.
—¿Qué te llamó la atención de mí?
—Me llamó la atención lo amable y lo inteligente que eres. No voy a negar que
eres atractiva, evidentemente, porque eso ya lo sabrás de sobra, y eso también me atrajo
de ti. De hecho, creo que eres la persona más bonita que he conocido en mi vida. Y, estoy
seguro, de que si te conozco como eres por dentro, también descubriré que lo eres por
fuera.
Ella se estaba sonrojando cada vez más.
—Me has dejado sin palabras. No sé qué responderte a eso. No estoy
acostumbrada a que me hagan piropos de tal grado.
—Y, además, eres modesta.
—Hay que ser humilde en esta vida.
—Concuerdo totalmente contigo.
2
—Brindemos por ti y por mí. Por tú y yo. Por la gente buena en el mundo.
—Brindemos.
Cada uno cogió su coca-cola y brindaron. El resto de la velada la pasaron
charlando todo el rato sobre diversos temas. De planes de futuros que tenía cada uno, de
sus metas, de sus hobbies, de sus gustos... Y no se aburrieron ni un solo segundo.
Ya estaban saliendo del restaurante e iban de camino al coche de él.
—La cena ha estado muy bien. Me he divertido mucho contigo.
—Yo contigo también me divierto mucho —comentaba ella alegremente—. Si
quieres podemos repetir el siguiente finde. Si te parece bien, claro.
—Sí. Me parece bien. Es una buena idea —respondió ella sonriente.
—Hace bastante fresco. ¿No tienes frío? —le preguntó él.
—Pues un poco, sí —reconoció ella tímidamente.
—Toma mi chaqueta.
El chico se acercó a ella y se la puso por encima amablemente.
—Te sienta muy bien.
Entonces Ramón se le quedó mirando y se acercó hasta ella con la intención de
besarla, que era lo que llevaba queriendo hacer toda la noche, pero los interrumpió el
sonido de una llamada.
—Discúlpame. A lo mejor es importante.
Sin duda Carolina pensó que tenía que se importante ya que quién la llamaba era
su mejor amiga, que sabía perfectamente que estaba en una cita, por lo que se atrevería a
molestarla si no era una urgencia.
—¿Sí, Marga?
—Carol… —dijo ella sollozando—. ¿Puedes verme ahora?
—Eh, sí, claro. ¿Qué te ocurre?
Carolina se echó a llorar.
—Tranquila, Marga. Dime dónde quieres que quedemos y voy a verte.
—¿Puedo ir a tu casa?
—Sí, claro. Yo voy a salir ya para allá, si quieres ve saliendo de tu casa.
—Vale. Siento molestarte, de verdad. Sé que tienes que estar pasándotelo bien en
tu cita.
—No te preocupes por eso. Ahora nos vemos. Intenta tranquilizarte, ¿vale? Todo
irá bien.
—Vale —dijo Margarita entre trémulos sollozos—. Ahora te veo.
Colgaron las dos amigos y Ramón inquirió un poco curioso y confuso a la vez:
—¿Puedo preguntar qué ocurre?
—Me ha llamado mi amiga porque está mal y tengo que irme con ella.
—Comprendo. Ve con ella, entonces. Te necesita.
—¿No te molesta que me marche así, de repente?
—No, claro que no. Tienes una buena justificación para ello. Los amigos siempre
van primero.
—Te lo compensaré el siguiente fin de semana.
—Estoy deseando que llegue ya.
—Yo también.
Carolina llegó a su casa y le estaba mandando un mensaje a su amiga para avisarle
de que ya había llegado cuando de repente se sobresalta al escuchar unos golpes
procedentes de su ventana. Cuando gira la persiana ve a su amiga allí.
3
—Eh, ten cuidado. ¿Cómo se te ocurre subir por aquí?
Entonces, es cuando Carolina se percata de la apariencia de su amiga ahora que
podía deslumbrarla con más claridad y más de cerca. Tenía el ojo morado y medio labio
partido.
—Margarita —dijo Carolina contiendo el aliento.
Su amiga fue hasta ella y se fundieron en un intenso abrazo.
—¿Qué es lo que ha pasado?
—No… no quiero hablar de ello.
—De acuerdo. Vamos al baño a curarte.
Carolina empezó a curarle el ojo con cuidado y delicadeza, y Margarita
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro.
—¿Crees que podrías perdonar algo muy… muy malo?
—El perdón a veces resulta complicado. Pero tenemos que aprender a exculpar.
Creo que es importante.
—¿Por qué crees que es importante perdonar?
—El rencor no nos trae nada bueno. No merece la pena. Guardar sentimientos
negativos dentro de nosotros no nos hará ningún favor.
—¿Y crees que se puede perdonar sin que te pidan perdón?
—Lo que yo pienso es que, si quieres liberarte de pensamientos y sensaciones que
te provocan sufrimiento, lo mejor es que aprendas a perdonar, aun si no te han pedido
perdón. Porque, en realidad, el perdonar, se trata más de ti que de la otra persona.
Perdonas para sentirte bien. Para dejar y soltar todo lo negativo y todo lo que te crea
malestar. Perdonas por tu salud mental y tu tranquilidad. Incluso creo que incluso a veces
perdonarse a uno mismo es mucho más difícil que perdonar al prójimo.
—¿Qué?
—Admiro mucho tu manera de pensar.
—Solo se trata de verlo todo desde una perspectiva distinta.
—Pero yo no puedo pensar así. No puedo ser como tú. Tú tienes una personalidad
dulce e indulgente y siempre estás dispuesta a perdonar a los demás. Eres buena con todo
el mundo y piensas bien de todo y de todos. Te sale solo. Y eso es lo que te hace ser única.
—Me ves con demasiado buenos ojos. No soy perfecta.
—Para mí sí lo eres.
Carolina le sonrió, y le dio un breve pero cariñoso beso en la frente.
—Lo eres todo para mí. Lo sabes, ¿verdad?
—Tú también lo eres todo para mí.
—Lo digo muy en serio. Si tú no estuvieras en este mundo, creo que yo también
me iría de él.
—Eh, no digas eso —le dijo Carolina mientras le secaba las lágrimas—. Tómate
el tiempo que necesites para contarme lo que te ocurre, ¿de acuerdo? Sabes que soy la
persona con la que puedes hablar y con la que puedes contar para todo. Yo siempre te
apoyaré y respetaré tus decisiones, no te juzgaría.
—Ya lo sé. Pero… no… no puedo contártelo.
—No pasa nada. No tienes que sentirte presionada a contar nada que no quieras.
—Gracias.
Margarita abrazó a su amiga y lloró en sus brazos.

4
En realidad, Carolina era consciente de lo que ocurría. Siempre había sido muy
sagaz. Solo había que sumar dos más dos, y a ella se le daba bastante bien atar cabos.
Estaba al corriente del carácter violento del padre de su amiga. Más de una vez
había visto a la madre tapándose muy torpemente los moratones del cuello. Y, Carolina,
que era una persona fuertemente observadora, se había percatado de ello desde hacía
semana atrás.
Lo que ocurría era que no veía necesario decirle nada a su amiga. No quería
incomodarla. Al fin y al cabo, si no le había dicho nada era por algo. Y si ella le sacaba
el tema, a lo mejor Margarita se escondía aun más de lo que ya lo hacía.
El padre, por su parte, sabía cubrir demasiado bien lo que era. De cara a la gente
de la ciudad era un hombre divertido, carismático y protector. No conocían su otra parte.
Su parte oscura. Incluso le había salido un par de veces. Uno no puede esconder lo que
realmente es todo el rato. En algún momento tienes que dejar salir a tu verdadero yo. Tu
yo más oscuro.
Las dos amigas se quedaron en compañía de la otra durante un rato más hasta
que Margarita consiguió calmarse. No necesitaba consejos ni palabras tranquilizadoras,
solo quería saber que no estaba sola. En aquel momento, únicamente necesitaba estar a
compañía de alguien que quería. Que no estaba sola en ese infierno en el que se había
convertido su vida.

5
Capítulo 29

Verano de 1997 (Presente)


“La primera cena con los vecinos I”

Maximiliano y Daniela se despidieron de la amable y encantadora mujer y de su hija


pequeña y se metieron en la que iba a ser su casa a partir de ese momento.
—Es muy guapa la nueva vecina, ¿verdad? —inquirió Daniela—. Tiene un pelo
bonito y además es muy encantadora… ¿pero a qué es guapa?
—Eh, sí… bueno —respondió su padre sonrojándose—. Es atractiva, sí. De eso
no cabe duda alguna.
Se puso un poco nervioso y se ajustó sus gafas.
—Venga, papá, no te pongas nervioso. Tú también eres muy guapo.
—Gracias por el halago hija, pero… esa mujer tendrá su familia. Tendrá a su
marido.
—Bueno, a lo mejor es madre soltera. No lo sabemos.
—Pero tampoco sabes si no lo es.
—Pero si lo es… tienes que entrarle. Ya sabes a lo que me refiero. Y si quieres yo
te puedo echar una mano.
—¿Qué? ¡No, no! Está claro que esa mujer ya tendrá una bonita familia. Y si no
es así… bueno, tú no te preocupes por mí.
—Vale, bueno… yo solo intentaba ayudar —contesto yo resignada encogiéndome
de hombros.
—Lo sé, cielo, lo sé. Y te lo agradezco.
El padre le dedicó una sonrisa y no volvieron a hablar más del tema. Dieron por
finalizada aquella conversación. Realmente tampoco hacia nada más añadir.
Maximiliano ya le había enseñado a su hija en su momento un montón de fotos
por internet de la casa, por lo que Daniela ya tenía una idea de cómo era más o menos. Y
ya si en fotos le agradó en demasía, verla en persona le cautivó muchísimo más. No era

1
ni muy grande ni pequeña, para ella tenía el tamaño perfecto. El salón y su cuarto eran las
habitaciones más grandes de la casa.
Estuvieron vaciando las maletas y poniendo cada cosa en su correspondiente lugar
cerca de dos horas y media. Acabaron los dos agotados, tanto, que cuando decidieron ya
terminar por hoy, lo primero que hicieron fue sentarse en el sofá.
—Hija, sé que estás muy cansada ahora mismo, y, créeme, yo lo estoy igual que
tú, pero todavía falta por hacer una cosa más.
—¿El qué? Papá, estoy muy cansada, espero que no sea ninguna tontería.
—Lo sé, cariño, lo sé. Pero nuestra vecina nos ha invitado a cenar a su casa, y
estaría muy feo por nuestra parte si vamos con las manos vacías, ¿no crees?
Daniela sabía que su padre tenía razón. La mujer había sido realmente amable con
ellos y encima les había invitado en su primer día en aquella ciudad a cenar en su casa.
Qué menos de su parte que traerles algo. Al menos para quedar bien con ellos y dar la
imagen de ser unos vecinos gentiles y generosos. Y lo cierto es que eso último les
interesaba bastante a su padre y a ella. No conocían a absolutamente a nadie aquí, y le
vendría muy bien hacernos amigos de los vecinos. Aunque estos últimos fueran unos
esnobs estirados y no pegasen demasiado con ellos.
—Ahora que lo pienso, tienes razón —comentó Daniela—. ¿Y qué quieres
traerle?
—Un postre sería lo suyo, ¿no crees? Yo lo haría, pero ya sabes que los postres y
los dulces no son mi especialidad.
—Supongo que un postre estaría bien —dijo ella pensativa.
—¿Qué postre se te da mejor hacer?
—Creo que la tarta de queso.
—¡Cierto! Eso te sale muy rico —el padre miró su reloj durante un par de
segundos—. ¿Crees que podrías hacerlo en media hora más o menos?
—Creo que sí —asiente ella.
Daniela se dirigió hacia la cocina y se puse manos a las obras. En veinticinco
minutos ya estaba hecha su famosa y deliciosa tarta de queso.
—¡Ya he terminado, papá! —gritó ella desde la cocina con la intención de que le
escuchase.
Pero no hubo contestación alguna, lo cual le dejó bastante extrañada.
Como no obtuvo ninguna respuesta, decidió salir de la cocina e ir hasta el salón.
Allí se encontraba su querido padre durmiendo. Se veía que estaba realmente
agotado del viaje. Pensaba en no despertarle todavía y dejarle descansar durante un rato
más, hasta que miró al frente un momento y observó el reloj de pared que tenían justo
arriba de la televisión.

2
Faltaban solamente cinco minutos para que dieran las nueve. Y habían quedado
justo a las nueve en punto en ir a la casa de Victoria.
—Papá, despierta. Ya casi son las nueve y tenemos que irnos —le dijo Daniela
mientras le daba suaves golpecitos en el brazo para que se despertase.
Al parecer poco a poco se iba despertando y abriendo los ojos.
—Papá.
Maximiliano se incorporó en el sofá y se frotó los ojos.
—Vaya, hija, me he quedado frito. ¿Qué hora es?
—Quedan cinco minutos para las nueve. Ya mismo tenemos que irnos.
—¿Ya son casi las nueve? Vaya, sí que he dormido —comentó mientras se
levantaba del sofá y se ponía en pie—. Voy a ir al baño para peinarme al menos.
—Yo me voy a arreglar un poco más. En un momento estoy lista —se da media
vuelta y empieza a caminar justo cuando se acuerda de algo—. Ah, y la tarta de queso ya
está lista en la cocina.
—Perfecto, cielo, eres la mejor —contestó el padre acercándose a ella y, cuando
ya está lo suficientemente cerca, le da un ligero beso en la mejilla.
Daniela subió las escaleras y fue hasta lo que era ahora su nueva habitación. Iba
vestida bastante básica, así que decidió cambiarse de ropa y ponerse algo un poco más
arreglado. Abrió el armario y cojo una blusa de rayas azules y blancas y unos pantalones
vaqueros largos. Se viste lo más rápido que le es posible y se echa un poco más de rímel
y un gloss que le deja los labios con un tono rosita que le gustaba mucho. Se echa su
perfume preferido de vainilla, se peina un poco por encima y, por último, se puso unos
zapatos blancos que tienen un poco de plataforma. Ya tenía pelo arreglado así que solo
se pasó el peine por encima y listo. Iba muy arreglada ya que quería causarles una buena
impresión a los que iban a ser sus nuevos vecinos durante un tiempo indefinido.
—Ya estoy lista —anuncia ella cuando terminar de bajar las escaleras.
Coge su móvil del bolsillo del pantalón, lo desbloquea y mira la hora que es.
—Son las 9 y diez. Tenemos que ir saliendo ya, nos estarán esperando —dijo
mientras dejaba el móvil en la mesa.
—¿No te vas a llevar el móvil?
—No, voy a dejarlo aquí —contestó—. Si vamos a conocer a nuestros vecinos no
voy a estar todo el tiempo pendiente del móvil.
—De acuerdo, cariño. Como quieras. Bueno, yo me llevo el mío por si acaso. Ya
sabes que siempre me gusta llevarlo encima.
Salieron de la casa y se dirigieron hacia la humilde morada de sus nuevos vecinos.
Aunque de humilde tenía bien poco, porque tenían un pedazo de chalet de ensueño.
De repente, Daniela cayó en algo.
—¡Mierda! —exclamó—. ¡La tarta!

3
—¡La tarta! ¿Cómo no te has acordado, cielo?
—No lo sé. Ya sabes lo despistada que soy a veces.
—Venga, ve rápido a por ella. Te espero dentro de la casa.
—De acuerdo. No tardo.
Fue lo más rápido que las piernas le permiten hasta su casa y se mete directamente
en la cocina para coger la tarta de queso.
Cuando por fin se encuentra en la entrada de la casa de sus vecinos, se percata de
que la puerta estaba media abierta. Supone que su padre la había dejado así para ella.
Titubeó en si llamar primero y esperar a que alguien le diese permiso para poder entrar o
si entrar directamente.
Al final optó por las dos cosas: dio un par de toques en la puerta para que lo
escucharan y entró directamente.
—Ya estoy aquí, papá —anunció al cerrar la puerta detrás de ella.
Fue avanzando lentamente por el pasillo cuando de forma totalmente inesperada
aparece un chico aparentemente más o menos de su misma edad, el cual le sacaba como
una cabeza y media, interponiéndose en su camino y de buenas a primeras la mitad de mi
deliciosa tarta de queso acaba por toda su camiseta lisa de color gris.
«Ups. Mierda. Esto tiene muy pero que muy mala pinta», pensó.

4
Capítulo 30

Verano de 1991 (Pasado)


“Las etapas de una relevante pérdida”

Con la pérdida de su novia y con la marcha de Esperanza, Ramón se sentía más solo que
nunca. Ya no le quedaba nada ni nadie. Se sentía tremendamente solo. Ahora conocía lo
que era ser un alma solitaria.
Cada vez que se quedaba encerrado en su habitación, cuando se quedaba pensativo
y mirando las paredes, observaba el único cuadro que tenía colgado en su habitación, el
que le hizo Esperanza. también recordaba mucho a Esperanza, la anciana que logró
hacerse un hueco en su corazón y que también se fue de su vida.
La realidad es que nunca se había sentido tan solo como hasta ahora y con el
corazón tan desamparado y desolado.
Era la peor etapa de su vida sin lugar a dudas. El peor momento de toda su vida.
Deseaba con todas sus fuerzas que todo fuera como antes. Regresar al pasado. A cuando
era feliz con novia. Cuando había estado lo más cerca de conocer la verdadera dicha y
felicidad. Suponía que el cielo tenía que ser algo así. Quedarse eternamente en el
momento más feliz de tu vida. O al menos él esperaba que fuera así.
Su vida había dado un giro de 180 grados de una forma extremadamente
vertiginosa. Pero ya no tenía miedo. Porque sabía que la vida no podía ir a peor. Ya no
estaba asustado, porque lo peor ya había pasado. El terror que había sentido estas semanas
anteriores se había desvanecido para dejar paso a un a la ira, la aflicción y a la frustración.
Lo peor de todo es que todavía seguía en la negatividad, la primera etapa por la
que se pasa cuando se pierde a un ser querido importante. Es una reacción que se produce
de forma muy habitual de forma inmediata después de la pérdida.
“Aún no me creo que esto sea verdad”. “Aún no me creo que se haya ido”. “Es
como si estuviera viviendo una pesadilla”, pensaba él.
Se encontraba sumergido en la negatividad total. Estaba envuelto en la
incredulidad e irrealidad.
No había un momento del día en el que no se acordarse de su querida y amada
Carolina. Sabía que nunca podría olvidarse de ella. Estaba completamente seguro de que
la llevaría en su mente y en su corazón para siempre. Porque una persona que destaca por
encima de los demás, que es especial para ti, y que, sobre todo, tiene un corazón y un
alma pura, se te queda grabado en la cabeza para el resto de la eternidad.
Porque no siempre se conoce a personas con un buen corazón, en realidad, a pocas
personas vas a conocer que lo sean y, menos probable aun, que lleguéis a tener una
conexión genuina. Y ellos dos la habían tenido. Se habían elegido entre millones de
personas. Y habían conocido lo que era el amor verdadero. Y por eso Ramón tampoco la
olvidaría. Sabía que nunca podría volver a sentirse así con nadie. A lo mejor si se
enamoraría de nuevo, pero sería diferente. No sería con la misma intensidad característica
de ese primer amor. Ese que llega y arrasa con todo. Ese que te hace tener la sensación
de que hay algo más importante que tú. Ese que te saca de tu realidad y te hace verlo todo
con otros ojos. Con los ojos del amor.
De forma imprevista e inesperada para él, alguien tocó a su puerta, sacándolo de
tus pensamientos.
—Ramoncín… ¿puedo pasar? —le preguntó su hermanita, que se quedó parada en
la puerta.
—Claro, peque, pasa —le dijo él.
Ella a su hermana y él la cogió y la puso en su regazo con delicadeza.
—¿Estás llorando? —le preguntó ella.
—No, cielo, no estoy llorando.
—¿Y te sientes triste?
Él asintió con la cabeza.
—Sí —contestó—. Eso es algo inevitable. Cuando alguien se va, estás triste
porque le echas de menos.
—Yo también estoy triste porque la echo de menos.
—Lo sé, pequeña. Sé que la querías mucho, y a ella a ti también te quería
muchísimo.
Alicia esbozó una sonrisa tierna.
—Pero en verdad no tenemos por qué estar triste. Papá dice que ella ahora está en
el cielo, que es el lugar más bonito del mundo. Y está allí feliz con la gente que quiere y
que también ha muerto, como su madre y sus abuelos.
—Tienes razón, enana. Ella ahora estará ahí arriba echándonos de menos tanto
como nosotros le echamos de menos a ella.
—¿Quieres irte al cielo para poder estar con ella?
—¿Por qué pregunta eso?
—Es que yo no quiero que tú también te vayas al cielo tan rápido como Carolina.
—Eh, enana, no tienes por qué preocuparte por eso ahora, ¿vale? Eso no va a pasar.
Yo estaré siendo el típico hermano pesado y protector hasta que sea viejito, ¿de acuerdo?
—Eso espero.
Alicia abrazó a su hermano con firmeza y cariño.
—Siempre estaré contigo, ¿vale? Yo nunca te dejaré. Estaré contigo el día de tu
boda y para cuidar de tus hijos cuando te vayas de viaje con tu pareja. Estaré ahí para
levantarte cuando te caigas y para estar apoyándote cada vez que lo necesites.
—¿Me lo prometes de verdad? —le preguntó ella sin evitar emocionarse.
—Te lo prometo de verdad —le respondió él.
Él le dio un ligero beso en la frente.
—Gracias por preocuparte tanto por mí como lo haces, pequeñaja.
—Es que no quiero verte triste. Me pone triste a mí también.
—No pasa nada por sentirnos triste. Es normal porque es imposible estar siempre
bien, y es importante que entiendas eso.
—Pero yo no quiero sentirme triste. Yo quiero estar siempre contenta y feliz.
—Piensa que, si nos sentimos felices todo el tiempo, no sabríamos valorar
sentirnos así. Sin embargo, al saber lo que es sentirnos tristes, apreciamos el sentirnos
felices. Sin los malos momentos no sabríamos valorar los buenos momentos.
—Qué listo eres. Estoy muy orgullosa de tener un hermano como tú. Ojalá algún
día pueda ser tan inteligente como tú.
Ramón acarició suavemente el rostro de su querida hermana y le aseguró con una
pequeña sonrisa:
—Lo serás, pequeña. Lo serás.
La siguiente etapa es la ira. Al irse la negación, el primer contacto que podemos
tener con nuestros sentimientos y nuestras emociones puede ser en forma de rabia y de
cólera. Se empiezan a activar los sentimientos de frustración y de impotencia. Ese
sentimiento de resentimiento de que la muerte es algo irreversible e inexorable y que te
ha arrebatado a alguien que amas.
Ya había pasado casi un mes desde el fallecimiento de Carolina y su madre, y
ahora Ramón solo estaba lleno de furia e irritación. Desde luego, estaba en su momento
más susceptible por el que había pasado.
Se encontraba en el escritorio de su habitación intentando resolver un problema
de física y química. Pero sencillamente no podía resolverlo. No podía concentrarse. Con
toda su frustración, arrolló el folio y lo tiró al suelo. Se dio por vencido con los deberes
por hoy. Así que lo hizo fue salir a correr para poder despejarse, que siempre lo conseguía.
Se puso los cascos y corrió por una hora.
Justo cuando llegó a su casa, se enfrentó a su hermano Álex y descargó todo su
odio hacia su persona cuando se percató de que no les había hecho caso a sus padres.
—¿Qué es esto? ¿No has puesto la lavadora ni has fregado los platos?
—No, no me ha dado tiempo.
—¿Que no te ha dado tiempo? ¿Que no te ha dado tiempo? ¡Literalmente es lo
único que te habían pedido papá y mamá en el día de hoy! ¡Y ni si quiera te has indignado
a hacerlo joder!
—Oye, cálmate, ¿quieres? No hace falta que me grites. No te pongas como un
puto loco.
—¡Pues sí, me pongo así porque nunca haces caso a lo que se te dice y ya estoy
harto! ¡Yo estoy todo el maldito día ocupado! ¡Hoy me he tenido que quedar cuidando de
la abuela por la mañana y no he parado en toda la tarde de hacer cosas en casa y de
entrenar!
—¡Eh, que aquí no eres el único que hace cosas! ¡Yo también las hago! ¡Lo que
pasa es que tú te pasas todo el día entumecido en tu mundo! ¡Estás todo el día deprimido
y ya no hablas con nadie desde que murió tu novia!
Ramón le empujó y le propinó un puñetazo, que le dejó sangrando por la boca a
su hermano.
—¡Álex! —exclamó la pequeña Alicia.
Alicia acababa de entrar en la cocina y había tenido que ver como sus dos
hermanos se peleaban y estaba triste y asustada.
Entonces, Ramón se dio cuenta de lo que acababa de hacer. Había pegado a su
hermano, algo que nunca se le habría ni pasado por un segundo por la cabeza realizar
semejante acto. Además, y por si eso no fuera poco, su hermanita lo había presenciado
todo y estaba totalmente horrorizada.
Se sentía como un monstruo. ¿Qué había hecho? Se sentía abrumado. Se sentía un
hermano espantoso. ¿Cómo podía haber hecho aquella atrocidad? ¿Cómo había podido
ponerse agresivo con su hermano? Aunque lo sacara de sus casillas innumerables veces
y casi todos los días prácticamente, lo quería muchísimo. Por mucho que te puedas pelear
con tu hermano, lo sigues queriendo igualmente. No hace que le aprecies menos. Y al ser
él el hermano mayor, tenía que actuar como tal, y a veces era necesario que se comportara
con dureza. Aunque nunca se le había ido la mano. De hecho, él era todo lo contrario a lo
que se dice ser una persona agresiva. Es más, jamás en su vida había actuado con
agresividad. No recuerda ninguna situación pasada en la que hubiera actuado de dicha
manera.
La siguiente etapa era la negociación. Esta es una de las fases del duelo de la
pérdida más desconocidas, en la que la persona empieza a fantasear con situaciones que
no son reales.
Ramón iba todas las semanas a ver a su amada fallecida, y no fallaba ninguna
semana. Se lo debía. Y cada vez que iba a verla, le traía un bonito ramo de flores.
—¿Sabes? Ya creo que casi he asimilado que te has ido. Lo único que hago ahora
mismo es imaginar como otra realidad alternativa. Imaginarme qué hubiera pasado si
siguieras aquí conmigo. Si no hubiese ocurrido nada de lo que pasó. Seguro que nos
hubiéramos casado, porque eras tú mi único amor, y sé que son suma certeza que nunca
podré enamorarme de la manera en la que lo hice contigo. Si no hubieses fallecido,
seguramente también hubiésemos formado una familia. Creo que nada me hubiera hecho
más feliz que haber podido formar una familia a tu lado. A los dos nos gustan los animales
y siempre habíamos querido tener uno o dos hijos. Si hubiera sido niño, le hubiésemos
puesto Óscar, y si hubiera sido niña, María. Seguramente hubieran sido los mejores niños
del universo. Guapos, inteligentes y fuertes. También hubiese deseado que se parecieran
mucho a ti, para así también poder verte a través de nuestros hijos.
La otra etapa que precedía era la fase de la depresión. En ella ya no se fantasea
con realidades paralelas, sino que nos volvemos a centrar en el presente y la persona se
queda con una profunda e intensa sensación de pesar y de vacío. Ramón se sentía más
solo que nunca en esta etapa. Se encontraba más taciturno y más susceptible que de
costumbre. El dolor le estaba consumiendo por dentro. Cada vez que le hablaba sus
padres, contestaba con irritabilidad y cortante. Ya no tenía ni fuerzas ni para comunicarse.
No quería hablar. No quería sentir. No quería vivir.
—Hijo, llevas todo el día en la cama y ni si quiera has querido comer.
—No quiero salir de la cama.
—¿Podrías comprarle lápices de colores a tu hermana? Tu padre y yo nos tenemos
que ir corriendo ya al trabajo.
Ramón ni si quiera contestó.
—Por favor, hijo. Tus hermanos te necesitan. Tus padres te necesitan —su madre
casi empezó a sollozar de ver a su hijo en ese estado—. Yo te necesito.
Y aquellas palabras, fueron las que le hicieron ese click en la cabeza.
Se vistió rápidamente y se puso lo primero que vio. Al bajar al salón y coger las
llaves de casa, observó el pequeño marco que se encontraba en la mesa de la entrada y
que estaba justo al lado de sus llaves. Era una foto de él, Carolina y Daniela. Los tres
sonreían a la cámara y se veían felices. Hacía tiempo que no tenia contacto con Daniela.
Realmente la apreciaba y le puso algo triste el darse cuenta de que no sabia nada de ella
últimamente. Ella siempre había sido muy buena y atenta con él. En realidad, a lo mejor
es que no estaba tan solo como se pensaba. Aquel día, decidió hacerle una visita. Cuando
llegó a su casa, estaba hasta nervioso en el momento de tocar el timbre. Al minuto, fue
ella la que abrió la puerta.
—Hola, Daniela.
—Ramón —dijo ella con sorpresa—. Hola, pasa.
—Gracias.
—Veo que te has dejado barba —comentaba ella divertida.
Los dos rieron y pasaron un rato agradable conversando y desconectaron un poco
de todo.
Y entonces llega la última fase, la aceptación.
Capítulo 31

Verano de 1997 (Presente)


“La primera cena con los vecinos II”

El chico se le quedó mirando sorprendido y a la misma vez muy muy enfadado.


Tenía la frente completamente arrugada y parecía que le iba a comer con la
mirada. Es más, si pudiera haberlo hecho, estaba muy segura de que le hubiera comido
en ese mismo momento sin pensárselo ni un segundo.
Sus intensos ojos color caramelo seguían clavándole la mirada fijamente. El chico
que tenía justo delante de ella tenía ahora mismo cara de muy pocos amigos.
—¡Estúpida! ¡Pero qué cojones haces?! ¡Mira cómo me has puesto! ¿Qué te pasa,
estás ciega o qué? —le dijo el chico levantándole la voz.
Era un chico alto y se notaba que estaba en forma por los músculos que le
sobresaltaban por los tirantes de la camiseta. De piel era muy blanco y tenía unos ojos
marrones bastantes intensos y atractivos. Tenía el pelo algo ondulado y unos labios
gruesos. A juzgar por su apariencia diría que era algo mayor que yo.
—Es que no te he visto —le aclaró ella con gesto severo—. No te he tirado la tarta
queriendo, si es lo que piensas. Y a mí no me vuelvas a hablar así. No sé quién te has
creído que eres para hablarme de esa manera.
—Me la suda si ha sido queriendo o no. Lo has hecho y punto. Ya puedes estar
pidiéndome disculpas.
Daniela se echó a reír.
—¿Perdona? ¿Cómo has dicho?
—Te he dicho que me pidas perdón. Joder, chica, además de ciega y torpe,
¿también eres sorda? Vaya, veo que lo tienes todo.
El chico ya le estaba poniendo de los nervios. Muy poco le faltó para meterle un
guantazo en toda la cara, que bien merecida la tenía según ella. Pero intentaba guardar la
calma todo lo posible. Por su padre y los vecinos.

1
—Mira, pedazo de idiota, a mí no me hables así, no sé quién te has creído —le
indicó Daniela con tono amenazante a la vez que le señalaba con el dedo—. Y ni soy
ciega ni torpe ni sorda para tu información.
Como vio que ella iba a seguir hablando, el chico se cruzó de brazos y le escuchó
atentamente.
—Evidentemente, —prosigue ella—, te hubiera pedido perdón si no me hubieras
hablado de tan mala manera, porque a diferencia de ti yo sí que tengo educación y buenos
modales. ¿Y sabes qué más te digo? Que me importa una puta mierda tu estúpida
camiseta. Lo único que me importa ahora mismo es que me he tirado media hora
preparando la dichosa tarta para nada. Y todo por tu culpa.
—¿Ah, que eso es lo único que te importa? ¿Y encima me echas a mí la culpa? Es
que esto ya es acojonante.
—Pues claro que sí. Como te he dicho, que tu camisetita se haya manchado me
importa una mierda. Y sí, obviamente has tenido tú la culpa por chocarte conmigo.
—¿Sabes una cosa, niñata estúpida? Esta camiseta, sí, la que llevo puesta y la que
tú me has manchado, me la vas a limpiar tú, ¿te enteras? Y si no consigues que salga todo
lo limpia que quiero, me la vas a pagar, que te quede muy clarito.
A continuación, Daniela se echó a reír de nuevo. Las respuestas de este chico le
estaban sorprendiendo por segundos.
—Qué chiste más bueno. Pero ahora mismo no estoy de humor para bromas.
—No estoy de broma. Lo digo en serio. La camiseta me la vas a limpiar tú. Tú me
la has manchado.
—¡Pero...!
Entonces, en ese instante Maximiliano y Victoria, su nueva vecina y la que supuso
que sería la madre de aquel chico tan maleducado e impertinente, aparecieron delante de
las narices de ellos dos.
—¿Se puede saber que está pasando aquí? —pregunta Victoria, y de repente baja
la vista hasta la camiseta de su hijo—. ¡Pero Lucas! ¿Qué te ha pasado en la camiseta?
—He tropezado antes con él y sin querer le tiré la tarta encima. He hecho la tarta
para nada —explica Daniela resignada.
—Y ni si quiera me ha pedido perdón la estúpida —intervino el muchacho.
—¡Lucas! ¡No le hables así a nuestra invitada! ¡Encima que nos ha traído una
tarta, así se lo pagas! —le regañó la madre—. ¡Tienes cinco minutos para cambiarte de
camiseta y bajar a cena con nuestros invitados! ¡Así que venga! ¡Y ni se te ocurra
rechistarme!
Lucas se quedó mirando a Daniela por unos segundos. Unos segundos que para
ella fueron realmente eternos. Desde lo más profundo de su mirada pude apreciar la rabia

2
y el coraje que sentía en ese momento. No sabría descifrar exactamente si hacia ella o
hacia la situación. O hacia las dos cosas.
Daniela supo lo que el chico estaba pretendiendo. Estaba intentando intimidarme
con la mirada. Ella agaché la mirada un momento y se percató de que tenía puesta la mano
izquierda como un puño. Y volvió a mirarle. Le echó una mirada desafiante. Si pensaba
que le iba a intimidar estaba demasiado equivocado.
Sin decir absolutamente ni una palabra, se dio media vuelta y subió las escaleras.
Y al cabo de unos largos segundos se escuchó un portazo.
—Disculpad a mi hijo mayor. A veces es un maleducado y no sabe comportarse.
—No se preocupe —le tranquilizó Daniela—. Se ha manchado toda la camiseta,
en realidad es lógico que esté algo enfadado, pero de verdad le digo que ha sido sin querer.
—Por supuesto, querida. No te preocupes por eso. Y muchas gracias por haber
traído una tarta para nosotros. Aprovechemos la mitad que queda, que seguro que está
deliciosa.
—Muchas gracias —le sonríe—. Espero que esté buena y que os guste.
—Seguro que sí, cielo —dijo la mujer mientras le acariciaba el brazo con
ternura—. Y, por favor, cielo, tutéame.
Daniela le sonrió y asintió con la cabeza.
—Bien, pues voy a avisar a mi marido para que venga a saludaros y así os
conocéis. Yo de mientras voy a terminar de poner los cubiertos.
Cuando Victoria se giró y dio media vuelta para dirigirse al salón, mi madre y yo
nos miramos y él me echó una mirada como diciendo “Te lo dije”. Como era de esperar,
la hermosa y deslumbrante mujer sí que tenía marido.
Entonces, del salón salió un hombre alto y corpulento. Llevaba el pelo corto
peinado hacia atrás y la ropa impoluta. Vestía un traje elegante y su mirada era
intimidadora. Tenía los mismos ojos verdes y atrapantes que su hijo y la misma intensidad
y fogosidad en la mirada.
—Buenas noches —les dijo el hombre a los dos invitados—. Bienvenidos a los
dos. Yo soy David, David Miranda. Encantado de conoceros.
—Encantado David, yo soy Roberto Salgado —se presentó mi padre mientras se
tendían la mano.
—Yo soy Daniela, encantada —le dije mientras nos dábamos la mano.
El hombre le dedicó una sonrisa a Daniela y luego se dirigió a su padre:
—Permítele que le diga que tiene usted una hija realmente guapa.
—Gracias —le dijo Daniela algo sonrojada.
No sabía que más responderle. Me había pillado de sorpresa su agradable y
simpático comentario. No estaba acostumbrada a recibir tantos piropos en un periodo de
tiempo tan reducido.

3
—Muchas gracias, señor Miranda. Su familia también es toda una belleza —le
contestó Maximiliano.
Daniela opinaba lo mismo que su padre. Tanto su mujer como su hija eran dos
mujeres bonitas, y su hijo… bueno su hijo, pues no estaba mal tampoco, pensaba ella. Y
ahora entiendo porque los dos hijos eran tan guapos. Habían tenido bastante suerte con
los genes. Gloria era una mujer bellísima y David era un hombre muy apuesto.
Sin embargo, ella no opinaba lo mismo que el señor Miranda con respecto a su
apariencia física. No sabía qué le habrán visto él y su mujer. No consideraba que fuera
guapa en absoluto. Y por mucho que se lo dijeran, su perspectiva no era diferente ni iba
a cambiar.
—Ya me ha contado mi mujer lo ocurrido. Me gustaría pediros perdón en nombre
de mi hijo mayor, estamos muy avergonzados por su desacertada actitud. Nos han salido
un poco rebeldes los críos —añadió David para quitarle un poco de hierro al asunto.
—Fue un mero accidente. Pero él se molestó muchísimo. No entiendo el por qué.
—A veces no podemos llegar a comprender los comportamientos de los jóvenes.
—Se ha comportado de una manera totalmente irracional.
—Yo me disculpo nuevamente.
—No tiene por qué disculparse en absoluto.
En realidad, la tarta como que le daba un poco igual a Daniela. Bastante, de hecho.
Lo que más coraje le dio no fue haber perdido media hora de mi vida preparando
el pastel ese, sino la forma en la que me hablaba ese chico aun sabiendo que lo que pasó
fue totalmente sin querer. Porque yo creo era más que evidente que no iba a tirarle una
tarta queriendo a un desconocido. Todavía no estoy chiflada de la cabeza. O eso creo.
Intentó tranquilizarse y olvidar el pequeño altercado. Lo único que quería en ese
momento era quitarse de la cabeza el altercado ocurrido y pasarlo bien con su querido
padre y sus nuevos vecinos. Entraron en el salón y en la mesa del fondo estaban sentados
el esposo de Victoria y la niña pequeña. La mesa era bastante larga y amplia y ya estaba
puesta la cena. La cubertería era preciosa y se notaba que era de las más buenas y caras.
Al parecer esta familia tenía solo lujos, opinó Daniela.
De repente se oyó abrirse una puerta y la voz grave de Lucas aparece:
—¡Tú también vas a cobrar enana! —exclamó él divertido.
Y de pronto aparecieron por las escaleras él y su hermana pequeña. Él la cogía
por el brazo y ella tenía la nariz y los mofletes manchados de mi tarta. Estaban jugando y
divirtiéndose. Realmente fue una escena muy tierna.
—¡Y te he dicho ya que no entres más a mi cuarto sin avisar! —le regaña él con
suavidad.
—Ya… Es que siempre se me olvida —dice ella cogiéndose de hombros.
Él bajó las piernas para ponerse a la altura de ella.

4
—Bueno, no pasa nada enana, pero que no vuelva a ocurrir. ¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
Él movió la cabeza, le dedicó una pequeña sonrisa y subió de nuevo para su
habitación. Elena, por su parte, cogía lo que podía del resto de tarta que quedó
desperdigada por la camiseta de su hermano y se lo llevaba a la boca. Bajó las escaleras
y miró a Daniela.
—Está muy buena. ¿La has hecho tú? —le preguntó la niña.
—Sí —respondió Daniela—. Gracias. ¿Podrías decirme dónde está la cocina?
—¿La cocina para qué?
—Para meter la tarta en la nevera y que se enfríe un poco mientras cenamos. Que
aún sigue algo caliente.
—Vale. Sígueme.
—Vale.
La cocina era espectacular. Toda la casa lo era en sí. El suelo y los muebles eran
de mármol blanco y la nevera era blanca y moderna. La cocina estaba conectada con el
salón, lo cual le daba un toque muy chic y top a la casa. La casa era pura fantasía. El salón
era enorme. Contaba con un sofá chaiselongue de cuerdo blanco, dos sillones también de
cuero y una televisión grandísima.
Daniela metió el bizcocho en la nevera y la cerró. La niña se le queda mirando y
dice:
—Por cierto, gracias por mosquear a mi hermano y mancharle de tarta. Ya me vas
cayendo bien.
Sin querer a Daniela se le escapa una risita.
A los cinco minutos de comenzar a cenar, aparece el irritante Lucas por el salón.
Se sentó justo delante mía. Tenía la cabeza agachada todo el tiempo con la mirada clavada
únicamente en su plato. No decía nada. Se mantenía callado todo el tiempo. No mostraba
ningún tipo de interés en entrar a la conversación y en socializar con nosotros. Solo
levantaba la cabeza cuando iba a comer, y cada vez que la levantaba se detenía unos
segundos para mirarme. A lo mejor otra persona no se percataría de ello, pero yo, entre
que me doy cuenta del más mínimo detalle porque soy demasiado observadora y que este
chico me había llamado mucho la atención por alguna extraña razón que ni yo misma
conocía, pues sí que me percaté de que me miraba mucho disimuladamente. Y he de decir
que yo a él también.
Se podría decir que las miradas disimuladas entre los dos eran algo mutuo.
Aunque no entendía muy bien porque le miraba tanto. Daniela a él le miraba porque le
había llamado mucho la atención. Su mirada. Sus ojos. Su boca. Su delgado cuerpo, pero
a la vez en forma. Me había llamado la atención él en general. A lo mejor él le miraba
porque también le había llamado la atención.

5
En cuanto a la hermana, era todo lo contrario a él. Hablaba por los codos con todos
ellos y les hacía reír con sus ingeniosos comentarios. Tenía mucho carácter y mucha
personalidad. Se notaba que de mayor iba a ser una bomba explosiva. Sin duda alguna
iba a ser una de estas mujeres que su presencia no pasa desapercibida. Aunque Daniela
por ejemplo era lo contrario. Y le gustaba. Tenía su carácter, había que reconocerlo, pero
me gustaba pasar desapercibida. Odiaba ser el centro de atención.
La cena había estado riquísima. De primer plato sopa de picadillo, de segundo
solomillo al ajillo con patatas y de tercero unos raviolis acompañadas de salsa pesto. De
picar había dos platos con queso y otros dos con jamón. Y, por supuesto, la tarta había
triunfado por todo lo alto. No quedó ni un solo trozo —aunque he de mencionar que
Lucas, tal y como era de esperar, ni probó ni un pequeño trozo de mi tarta—. Y, además,
el matrimonio era muy amable y divertido con ellos. Con unos vecinos así daba gusto
mudarse.
Durante la cena estuvieron hablando sobre por qué Daniela y su padre y yo se
habían mudado hasta aquí y salió el tema de que ella estaba buscando trabajo para poder
pagarme sus estudios.
—Quiero decir —comentaba Maximiliano— ojalá pudiera costearle a mi hija una
carrera, es lo que más deseo ahora mismo, pero por desgracia no me es posible. Por eso
va a empezar a buscar trabajo por aquí, a ver qué le sale —comentaba mi padre mientras
me miraba y me acariciaba la mano con ternura.
—A ver si tengo algo de suerte —añadió Daniela cogiéndose de hombros.
—¡Pues querida, sí estás de suerte! —exclamó Victoria con una sonrisa de oreja
a oreja—. Yo estoy buscando una niñera para mi hija para cuando mi marido y yo estemos
fuera, ya que por tema de trabajo y demás solemos estar bastante fuera. Y Lucas se va
muchas tardes a la biblioteca a estudiar. Así que si quieres puede ser tú esa niñera que
estamos buscando.
Lucas, que no había soltado ni una sola palabra por la boca durante la cena, dijo
con resignación e indignación:
—¡Qué?! ¿Estás de broma? ¿En serio piensas contratar a esta como niñera? ¡Pero
si acabas de conocerla!
—¿Y qué pasa? Es una niña muy agradable y se le ve muy buena, y, además,
viven aquí al lado. Todos son ventajas.
—¡Pero mamá! ¿Tú estás escuchando? ¡Es una locura ¡No la conoces! ¡No los
conoces absolutamente de nada!
—¡Lucas! ¡Ya puedes estar cambiando este tono! —le regañó su padre—. No te
lo voy a permitir. Respeta un poco. Tanto a tu madre como a mí nos parece una buena
idea. La vemos una chica centrada y cualificada. Así que no hay más que hablar. Más te
vale que te comportes como debes.

6
—¡Pero papá! ¡Es ilógico! —seguía replicando Lucas.
—Acepto. Seré la niñera de su hija —asintió Daniela firmemente ignorando por
completa las impertinentes e innecesarias palabras de Lucas.
Y le echó una sonrisa pícara y con algo de malicia a Lucas. Esto tiene pinta de
que va a ser muy pero que muy divertido, pensaba ella.
—¡Genial! —exclama Victoria la mar de contenta—. ¿Mañana mismo podrías
empezar?
Lucas miró a sus padres y a Daniela de mala manera, se levantó de la mesa con
notable irritación y se marchó.
—Por supuesto —le responde Daniela—. Estamos en verano y soy nueva aquí y
no conozco a nadie, por lo que no tengo nada que hacer.
—Eso es perfecto, entonces. Te has convertido en nuestra nueva niñera de
confianza —le dijo la señora Miranda.
—Bienvenida a la familia, señorita Belmonte —le dijo el señor Miranda.
—Gracias a ustedes por darme esta oportunidad. Gracias por darme un voto de
confianza.
A continuación, acordaron los horarios y la retribución y se intercambiaron los
números de teléfono. El horario iba a ser de lunes a jueves de 4 a 9 y aquellos fines de
semana que saliera fuera con el marido y los hijos. Cada día iba a pagarme 50 € y los
fines de semana 60 €. Desde luego no podía quejarse. El trabajo iba a estar bastante bien
pagado.
Si Daniela hubiera sabido que tendrían unos vecinos tan alegres y agradables y
que ya el primer conseguiría un trabajo y tan fácilmente, ni de lejos se hubiera pensado
tanto lo de venir hasta aquel lugar. Hubiera sabido la respuesta del tirón.
Siguieron charlando animadamente y a eso de las doce y media de la noche se
tomamos una copa de vino. No soy muy fan del alcohol, por no decir nada, pero una
copita de vino de vez en cuando nunca viene mal. O eso dicen.
Maximiliano y su hija se marcharon a eso de la una y media a la casa.
—Que bien que ya hayas encontrado trabajo, cielo. Me alegro muchísimo —
comenta el padre cuando entramos a la casa.
—Yo también me alegro. Sé que no es el mejor trabajo del mundo, pero me pagan
bastante bien, y está claro que con Elena no me aburriré.
—Ahí tienes razón. Se le ve una chica con carácter —dijo Maximiliano divertido.
—Sí, la verdad. Y eso me gusta. Me dará mucha guerra, eso está claro, así que
estaré bastante entretenida. Además, este trabajo solo será durante el verano.
—Sí. Es cierto. Creo que te viene perfecto.
—Sí. Yo también lo creo. Y, lo más importante, podré ahorrar para mis estudios.
¡Y podré estudiar en la universidad!

7
—No sabes cuánto me alegro, mi vida.
Maximiliano le dio un tierno abrazo a su hija y un beso en la frente.
Luego se dieron las buenas noches y se subieron cada uno a una habitación
correspondiente para poder dormir y descansar.
Para los dos hoy había sido un día bastante entretenido y a la vez extenuante.
Literalmente no habían parado en todo el día. Primero un viaje en coche, luego vaciar
maletas y colocar todo en su sitio. Y, por supuesto, la cena. Aquella… interesante y
entretenida cena.
La parte buena (bastante buena, de hecho) era que había conseguido un trabajo de
pura casualidad y suerte nada más el primer día de llegar (algo que no me imaginaría ni
en mis mejores sueños), y encima los señores que me lo habían ofrecido se veían un
encanto. Además, era un trabajo sencillo y tranquilo, pensó.
La parte mala (aunque no tan mala en realidad) es que, el hijo de esta última, es
decir, mi vecino, era un completo cretino impertinente, y encima tenía que trabajar en su
casa, lo que significa que tendría que estar viéndole casi constantemente. Prácticamente
casi a diario, pensó.
Pero podré soportarlo, pensaba ella.
O al menos eso esperaba.
Porque lo cierto era que no le quedaba de otra.

8
Capítulo 32

Verano de 1991 (Pasado)


“La desacertada idea de ocultarle un secreto a tu amigo”

Había tomado una decisión y estaba totalmente segura de ella, ya que Margarita no era
de las que tomaban una decisión y se arrepentían. Y, el saber con certeza que no iba a
arrepentirse le hacía sentirse un poco aliviada en parte en el sentido de que sentía que
estaba haciendo lo correcto y lo que le convenía.
Pero había una cosa que no se la podía quitar de la cabeza. Jorge Manzanares, el
chico al que había matado semanas atrás. Y no se lo había contado a nadie. No podía
hacerlo. Porque, si lo hacía, ¿qué percepción tendría los demás de ella? ¿Quién podría
seguir queriendo a una asesina?
Por la tarde, después de terminar de preparar las maletas para irse pasado mañana,
le hizo una visita a su fiel amigo. Necesitaba verlo y hablar con él.
—¡Hola! —exclamó ella cuando su amigo la abrió la puerta—. ¡Sorpresa!
—¡Margarita! ¡Pero menuda sorpresa!
—Lo sé —dijo ella sonriente—. ¿Puedo pasar?
—Sí, sí, por supuesto.
Cuando se tuvieron más cerca se abrazaron.
—Creo que eras la última persona que esperaba que viniese. ¿Qué estás haciendo
aquí?
—¿Por qué no preparamos algo de comer y nos ponemos al día?
—Sí, perfecto. Iba a preparar ya la cena, de hecho.
—¿Qué te apetece?
—¿Hacemos unas fajitas con verduras?
—Me has leído la mente. Además, siempre suelo comprar fajitas.
—Hoy estoy de suerte.
Pusieron todos los ingredientes que iban a necesitar en la encimera y empezaron a
cortar verduras, cada uno una diferente.
—Oye, siento haberme presentado aquí de sopetón sin avisar ni nada.
—No te preocupes. Aquí puedes venir siempre que quieras.
—Te lo agradezco de veras.

1
Cuando Margarita esas palabras ella giró la cabeza para mirarle, y al no tener la
vista ni en su mano ni en el cuchillo, se cortó accidentalmente mientras estaba intentando
cortar la cebolla. Ramón se percató al momento de lo ocurrido.
—¡Marga! Oh, dios, estás sangrando. ¿Estás bien?
Pero Margarita no respondió. Se puso blanca como un fantasma y palidecía,
porque en el mismo momento en el que vislumbró la sangre chorreando y cayendo al
suelo, se le vino a la cabeza la imagen de Jorge tirado en el suelo mientras la sangre
brotaba sin cesar de su cabeza y se hacía un charco cada vez más grande y más grande.
El pecho se le comprimía y la respiración se le entrecortaba.
—¡Marga! —exclama Ramón mientras le zarandeaba asustado.
—Ramón.
—Joder, qué susto. Te estaba hablando y no me escuchabas. Parecías como…
ausente.
—Tengo que ir al baño.
A Ramón le pilló por sorpresa aquella contestación. Además, le dio la sensación de
que su amiga estaba un poco como ida y eso le dejó algo turbado.
Entonces, Margarita se alejó de su amigo y fue corriendo hacia el cuarto de baño.
Lo primero que hizo fue encender el grifo del lavabo y acto seguido levantó la taza
del váter para vomitar. Deseó que el agua amortiguase el sonido del vómito, ya que no
quería que su amigo lo supiera.
Se enjuagó la boca y observó la herida de su dedo. Era algo profunda.
—Mierda —balbuceó.
Se enjuagó el dedo herido con bastante agua y se puso a buscar una tirita. Miró
primeros los cajones de abajo, pero no la encontró. Después, buscó en el estante izquierdo
de la parte de arriba y allí las encontró.
—Bingo —dijo.
Se puso la tirita y salió del baño de forma apresurada.
—Ya estoy aquí —anunció ella al entrar en la cocina.
—¿Qué tal tu dedo? Te has hecho un buen corte —le dijo Ramón mientras seguía
ponía a hervir las verduras.
—No te preocupes, ya me lo he curado. Estoy bien —contestó ella.
Margarita colocó los platos y los vasos en la mesa. Se quedó apoyada en la
encimera al lado de Ramón y se le quedó observando.
—¿Qué? —inquirió él curioso.
—No puedo creerme que te hayas dejado la barba. No te pega nada —le contestó
divertida.
—Oye, pues yo creo que me da un toque más adulto.
—En realidad con tanto pelo y tan largo pareces un vagabundo.
Ramón una zanahoria y se la tiró a Margarita de broma.
—¿Quieres dejar de meterte conmigo? —preguntó él divertido.
—Sabes que solo estoy tomándote el pelo. Estás guapo igualmente, aunque
parezcas un vagabundo y todo.
Él la miró divertido.
—Tú estás muy guapa también con ese corte de pelo —dijo.
—Te equivocas. Te da un toque más bien vagabundo.
Ramón le empezó a tirar más verduras y entre risas y bromas, terminaron de cocinar
las fajitas y se sentaron a la mesa a comer.
2
—Bueno, cuéntame, ¿cómo tú por aquí? Pensé que ya estarías de camino a la otra
punta del mundo —comentó Ramón divertido.
—Al final he decidido atrasar un par de semanas mi vuelo de ida —respondió
Margarita escuetamente.
—¿Y eso?
—Quería pasar más tiempo aquí, simplemente. Sé que voy a echar mucho de
menos todo esto. No es fácil marcharte de la ciudad en la que has crecido.
Él dejó la fajita en su plato y la miró fijamente a los ojos.
—¿Por qué tengo la sensación de que quieres contarme algo, pero no sabes cómo
decírmelo? —le preguntó.
—¿Qué? ¿Pero qué hablas? No digas tonterías.
—Marga, mírame. ¿Hay algo que quieras contarme?
—No, no. ¿Qué te iba a estar ocultando? Por favor, no seas paranoico.
—No soy paranoico —contestó él—. Soy demasiado intuitivo.
—Oye, si te pasara algo, me lo dirías, ¿verdad?
—Sí, claro que sí. ¿Por qué no iba a hacerlo?
—Mira, lo siento, pero no puedo creerte. Creo que me estás mintiendo. Te noto
bastante rara.
—¿Rara?
—Sí. Primero te presentas aquí sin avisar cuando nunca antes lo habías hecho.
Luego, te encierras en el baño corriendo con la cara blanca como un fantasma. Sé eso no
ha sido por la sangre, porque sé que no te da miedo. Y, además, me parece extraño el
hecho de que estuvieras tan segura de irte de la ciudad cuánto antes y no te hayas ido
todavía.
—Ramón, estoy bien, de verdad. He ido al baño simplemente para curarme el
dedo.
Pero el chico no se lo terminaba de creer, y en el fondo sentía que su amiga no
estaba siendo totalmente sincera con él y había algo que no le había confesado. Pero lo
dejó pasar por esa noche. Cuando ella vea el momento lo contará, pensó él.
A la noche siguiente, Margarita se presentó de nuevo en casa de los Torres, y
actuaba de una manera agitada y nerviosa.
Esta vez fue también Ramón el que le abrió la puerta, por suerte para ella.
—Ramón —pronunció con seriedad—. He hecho algo horrible.
Él contuvo el aliente un instante, y a los segundos reaccionó.
—¿Cómo que has hecho algo horrible? —inquirió muy confuso.
—Tenías razón la otra noche.
—¿Qué quieres decir?
—Que te mentí. Sí que te estoy ocultando algo. Y necesito contárselo a alguien,
porque no puedo más —confesó ella entre lágrimas.
Él le dio un fuerte abrazo y le acarició el pelo con cariño.
—Vamos a dar una vuelta. ¿Quieres?
Ella asintió la cabeza.
—Cuéntame qué ha ocurrido —le pidió su amigo.
—El día que falleció Daniela… me ocurrió algo.
—¿Qué te pasó?
—Por la tarde quedé con un amigo. Bueno, en realidad era mi camello.
—¿Qué? —le interrumpió incrédulo—. ¿Fumabas maría?
3
—Mira, eso ya no importa, ¿vale? Lo dejé cuando ocurrió lo del accidente. Pero
eso da igual. Lo que te estaba contando es que estuve en la casa de este chico y…
—¿Qué ocurrió, Marga? Me estás asustando.
—Él siempre había estado intentando tener algo conmigo, y, bueno, yo pensaba
que era lo típico del típico baboso pero que lo tienes como amigo porque es buena gente.
La cosa es que esa tarde él… él intento forzarme para mantener relaciones con él.
Al escuchar aquello, Ramón se paró en seco.
—Lo siento muchísimo, Marga.
—Lo peor de todo no fue eso. Lo peor de todo era que él, a quien consideraba mi
amigo, intentó drogarme para hacérmelo. Intentó abusar de mí a cualquier precio. Y yo…
yo estaba tan enfadada que… que…
—¿Qué fue lo que hiciste?
—Estábamos en la cocina y le pillé con las manos en la masa. Él se encontraba
ahí de pie, poniéndome droga en mi bebida y yo lo vi todo. Intentó justificarse y excusarse
y eso fue lo que me hizo ponerme más furiosa aún. Entonces yo, sentía tanta rabia dentro
de mí que tenía que expulsarla como fuera y… y yo… cogí lo primero que tuve a mano,
una sartén y le golpeé la cabeza con ella con todas mis fuerzas.
Él se quedó sin palabras y completamente alucinado y estupefacto.
—¿Le mataste? —pronunció.
—Sí —respondió con ella con toda la firmeza del mundo—. ¿Y sabes qué? Que
no me arrepiento.
—¿Lo dices en serio?
—No me mires como si fuera un monstruo. Sé que lo que hice es algo horrible.
Una atrocidad. Pero debía hacerlo. Tenía que protegerme. Y voy a poner mi protección y
mi integridad por encima de todo, ¿entiendes? Sí, yo hago algo espantoso, pero lo que el
tío ese hizo y quería hacer es mucho peor de lo que yo hice. Se esperaba que por ser una
mujer no iba a saber defenderme, pues estaba de lo más equivocado. Estoy cansada de
que algunos tíos nos vean solo agujeros donde meterla e intenten aprovecharse de
nosotras.
Él apoyó sus manos sobre los hombros de ella y la miró fijamente a los ojos.
—Oye, quiero que me escuches —le comenzó a decir él—. no te estoy juzgando,
y siento mucho si te has sentido juzgada porque no ha sido para nada mi intención. Siento
muchísimo por lo que tuviste que pasar. Y entiendo y defiendo completamente tu postura.
Pase lo que pase, estaré de tu lado. Siempre. No lo olvides, ¿vale?
Margarita se echó a llorar y lo abrazó.
—No sabes cuanta falta me hacía escuchar esas palabras. Tener a alguien que me
apoyara y me entendiera.
—Tranquila. Siempre me tendrás a mí.
—Estoy en un gran problema, Ramón.
—¿Qué más no me has contado? ¿Los padres saben que eres tú? ¿
—No, ese no es mi problema. Ya me encargué de solucionar aquello. Los padres
saben que fui la última persona a la que su hijo vio antes de morir. Yo me tuve que hacer
la sorprendida y decirles que no sabía nada y que estuve solo un rato en la casa de ellos
con Jorge y me fui pronto. Ellos acabaron creyendo mi testimonio y que simplemente fue
un accidente y se mató. La policía, por suerte, también cree que fue un accidente.
—No entiendo. ¿Entonces cuál es el problema?
—Los amigos de él me están buscando. Saben que no fue un accidente.
4
—¿Y qué quieren hacer? ¿Ir a la policía?
—No. Mucho peor. Quieren terminar lo que Jorge empezó y luego acabar
conmigo.
El muchacho reflexionó durante unos instantes.
—Y has venido a mí en busca de ayuda —dijo él—. ¿Pero cómo podría yo
ayudarte?
—He venido a ti porque quiero que me ayudes a morir —respondió ella.

5
Capítulo 33

Verano de 1997 (Presente)


“La primera vez siendo niñera”

Después del día tan largo e intenso que tuvo Daniela, se dedicó cerca de una hora a escribir
en su diario. Era una costumbre que tuvo a partir del año siguiente del accidente. Lo cierto
es que a través de las palabras le cuesta menos expresar lo que siente y todo lo que pasa
por su cabeza. De esa manera aclaraba un poco sus ideas y también se desahogaba.
Lo primero que hizo al levantarse a la mañana siguiente fue terminar de vaciar las
dos maletas que le quedaban y colocarlo todo en su correspondiente sitio. Luego se dio
un relajante baño con espuma y con música de fondo el cual se alargó durante una media
hora. Bendita media hora con música clásica de fondo. Ella era una apasionada de la
música clásica. Siempre que quería relajarse y desestresarse la música clásica era su mejor
opción para poder conseguir llegar a dicho fin.
Después de todo el día de ayer necesitaba sí o sí un baño para lograr relajarse y
eliminar tensiones. Tenía demasiado estrés acumulado. Y pensar que hoy volvería a ver a
su agradable y simpático vecino le estresaba todavía aún más. Se estresaba y se enervaba
a partes iguales.
Y no tan solo tenía que verle hoy, si no de lunes a jueves todo el maldito verano,
pensaba ella. Menudas vacaciones de verano me esperaban a mí.
Cuando fue a la cocina para desayunar se percaté rápido de que en la nevera había
una nota de su padre. De inmediato fue a ver qué era lo que ponía.

He ido a trabajar y volveré a la hora de comer. Te he traído churros. Están en la encimera


al lado de la cafetera. Te quiero.

Es verdad. Hoy era su primer día de trabajo. Seguro que le va fenomenal. No me cabe
duda alguna, pensó.

1
Efectivamente había una bolsa con churros grandes y pequeños justo al lado de la
cafetera negra. Su padre desde siempre le ha mimado mucho y a día de hoy todavía lo
sigue haciendo. Y a ella le encanta que la mime. Como lo quería.
Después del delicioso desayuno se dispuso a limpiar un poco la casa. Su casa, al
contrario que la de los ricos de mis vecinos, no era un chalet por desgracia, pero tampoco
estaba nada mal. Era grande y bonita tanto por dentro como por fuera. Por fuera era todo
de color blanco y los filos de la ventana eran de un color grisáceo. Tenía dos plantas. En
la planta de abajo se encontraba la cocina, el salón, un cuarto de baño y unas escaleras
para bajar al sótano, y en la planta de arriba estaban las habitaciones de Daniela y
Maximiliano y otro cuarto de baño más.
Cuando llegó su padre a las tres de la tarde de trabajar, Daniela ya tenía hechas
unas lentejas con verdura y arroz. Su padre adoraba sus lentejas. Es más, incluso decía
que era el plato que más bueno le salía.
En la otra casa no solía cocinar ella, solo alguna que otra vez, pero en este caso
como la que tiene más tiempo libre por las mañanas soy yo, supongo que en este caso sí
que le toca a ella ser la cocinera.
Su padre entró por la puerta de la casa y dejó su chaqueta y su maletín colgado en
el perchero marrón que tenían en el umbral de la entrada.
—¡Hola, papá! He hecho lentejas para comer.
—Qué rico, cielo. Ya sabes que adoro tus lentejas —le dice mientras le besa con
cariño la cabeza.
Fueron los dos hasta la cocina y se dispusieron a comer.
—¿Qué tal tu primer día de trabajo? —le preguntó Daniela.
—¡Pues muy bien, cariño! Mejor de lo que me esperaba. Ya he conocido a todos
mis compañeros y son todos bastante majos. Hay un buen ambiente, y menos mal, porque
eso era lo que más me preocupaba. Cuando hay buen ambiente de trabaja siempre se rinde
mucho mejor.
Daniela le dedicó una dulce sonrisa y asintió. Se alegraba enormemente por él.
—Me alegro muchísimo por ti, papá. Es fantástico. ¿Y tus superiores? ¿Lo has
conocido ya?
—Sí. Tengo varios jefes. Uno del departamento de Contabilidad, y los directores
de la empresa, que son dos hermanos. Muy amables también.
—Qué bien, papá. Seguro que te va genial allí.
—Gracias cariño.
Él le estrecha la mano con complicidad.
Hablamos un poco más y terminamos de comernos las lentejas. Cuando ya limpiamos y
recogimos todo, le indiqué:
—Bueno, yo me tengo que ir ya a la casa de los vecinos a cuidar de la niña.
Deséame suerte.
—Seguro que te va a ir muy bien. Hasta luego cielo. Ya después me cuentas qué
tal.

2
Se despidió de su padre dándole un ligero beso en la mejilla derecha y salió de su
casa rumbo a la casa de sus nuevos vecinos.
Llamó al timbre una vez.
Y luego otra vez porque nadie le abría la puerta.
A los diez segundos del segundo timbre, notó como la puerta al fin se abre.
—Ah, eres tú otra vez —le dijo Lucas de mala gana rodando los ojos.
Estaba claro que no estaba muy contento de volver a verme. Desde luego que el
sentimiento era algo mutuo, pensó ella.
—Sí, soy yo. Yo también me alegro de volver a verte vecino —le dijo
sarcásticamente mientras hacia una sonrisa forzada.
Él le echó una mirada incrédula.
—Es sarcasmo. ¿En serio eres tan tonto como para no pillarlo? ¿Puedo pasar?
—No. No puedes pasar.
—¿Perdona?
Lucas se puso justo en medio de la puerta para no dejarla pasar. Le sacaba más de
una cabeza así que era imposible que ella pudiera con él. Pero le daba completamente
igual el hecho de no poder con él. Con solo pegarle un guantazo o un puñetazo ya ñe daba
por satisfecha. No sé quién se creía que era, pero no iba a permitir que me tratase de esa
forma ni en broma, pensaba.
—Mira niñato, o me dejas entrar o vas a probar mi querido puño.
Se echó a reír. Le cogió del brazo derecho y se dio la vuelta dejándole totalmente
inmovilizada. Ella dejó escapar un gemido de dolor.
—¿Cómo has dicho?
—¡Suéltame, imbécil! —le grita histérica—. ¡Me estás haciendo daño!¡Para!
Le soltó y Daniela fui para él y le pegó un guantazo sin pensárselo ni dudarlo ni
un segundo. Él a continuación hizo una pequeña mueca de dolor.
—Así no es como se trata a una mujer. Eres un imbécil.
—Podría haber apretado mucho más fuerte pero no quería hacerte demasiado daño.
Pareces algo frágil.
—Lo parezco, pero te aseguro que no lo soy en absoluto.
Se le escapó una sonrisa pícara y se metió dentro de la casa. Daniela puso los ojos
en blanco y se colocó justo detrás suya mientras entraban los dos en la casa.
—Y, además, si tú no eres una mujer —le indicó él—. Eres una niña.
—Perdona que te diga, pero ya no soy ninguna niña. Ya tengo 18 años para tu
información.
—Pues ya está. Lo que yo te decía. Eres una niña todavía.
—Lo que tú digas —dijo Daniela poniendo los ojos en blanco y cruzándome de
brazos—. Anda que empiezo bien mi primer día de trabajo. ¿Dónde está tu hermana?
—Está ahora en el salón viendo la televisión.
Entraron los dos en el salón y la niña pequeña se levanta del sofá, viene hacia ellos
y se cruza de brazos.

3
—Hola pequeña —le saludó Daniela sonriente—. Hoy me toca cuidar de ti, ¿qué
quieres hacer esta tarde?
—Mira, cielo, tampoco hace falta que cuides de mí. Por si no te has dado cuenta
ya no tengo tres años —dijo ella rodando los ojos.
Daniela se quedó atónita con su contestación.
—Bueno, pero aún eres pequeña, solo tienes ocho años —puntualizó.
—Tengo casi diez, listilla —señaló ella rodando los ojos hacia arriba.
Daniela puso los ojos en blanco por un momento. Ya se le empezaba a agotar la
poca paciencia que tenía.
—Bueno, lo que sea, lo mismo es. La cuestión es que, te guste o no, mi trabajo es
cuidar de ti por las tardes. Y es lo que hay. Así que tendremos que adaptarnos te guste o
no.
—Pues no me gusta.
—Genial, esto mejora por momentos. ¿Por qué me habrá tenido que tocar una
niña repelente? —dije yo sarcásticamente en un tono bajito mientras dejaba escapar un
leve suspiro.
—Perdona, ¿qué has dicho?
—Nada, nada —responde Daniela rápidamente— Oye, ¿por qué no me das una
oportunidad? Quién sabe, a lo mejor hasta te acabo cayendo bien y todo.
—¿Es que acaso tengo otra opción? —inquirió la niña rodando los ojos.
—Pues me temo que no —responde Daniela divertida—. Pero míralo por el lado
positivo, podamos hacer lo que tú quieras.
—¿Lo que yo quiera?
—Sí. Exacto. Siempre y cuando no sea peligroso ni muy caro, obviamente —
señaló Daniela. Lo cierto era que no se fiaba de ese pequeño demonio que estaba delante
sus narices ni lo más mínimo.
—De acuerdo —respondió ella frotándose la barbilla como si estuviera
maquinando algún plan maquiavélico. Realmente creo que me daba más miedo la niña
que el hermano.
Al cabo unos segundos eternos que me parecieron horas, al fin se decidió por la
respuesta.
—Quiero que venga mi amiga Alicia a jugar hoy conmigo. Busca la lista de
contactos que está en la libreta azul de la cocina y telefonea el número de su madre.
Lucas salió por la puerta y se quitó de en medio rápidamente y a Daniela le tocó
llamar a la madre de la tal Alicia para que se viniera esta tarde a jugar con Elena.
—Voy arriba a mi habitación. Cuando venga Alicia avísale de que estoy arriba
esperándola.
—Vale, pero… ¿no quieres esperarla aquí conmigo? Y así hablamos y nos vamos
conociendo.
—No. El simple hecho de tu mera presencia me causa molestia e irritación. Adiós
—le soltó la niña diciéndome adiós con la mano con una sonrisa malévola en su rostro.

4
Daniela se encogió de hombros y suspiró. Realmente tampoco le molestó en
demasía aquella respuesta. Supongo que ya se estaba acostumbrando a su habitual y
continua impertinencia.
Mientras esperaba a que viniera la supuesta amiga de Elena, me acomodé en el
agradable y suave sofá blanco rinconero y me puse a leer el libro que había traído
conmigo. Menos mal que caí en el último momento antes de salir de casa de llevarme un
libro. Cuando ya me había sumergido por completo en la historia, tocaron a la puerta y se
levantó para abrir. Eran Alicia y la madre.
En el umbral de la casa se hallaban una exuberante mujer rubia de pelo rizado y
ojos grisáceos. A su lado se asomaba una niña pequeña rubia también y con el pelo liso y
corto. Madre e hija tenían los mismos ojos llamativos y la misma nariz pequeña y
puntiaguda.
—Hola, soy Estela, la madre de Alicia. Tú serás la niñera, ¿verdad?
—Sí. Soy yo. Hemos hablado antes por teléfono.
—¡Sí! Exacto. Bueno, pues aquí te dejo a mi pequeña florecilla.
—Vale.
—No dejes que se meta en la piscina, no le he traído bañador ni bikini… Y no le
des de comer frutos secos, no le sientan bien.
—Vale.
—¡Ah! Y no le des chocolate. Tampoco lo digiere bien.
—Vale.
—Eso es todo. Sobre las ocho pasaré a por ella.
—Vale.
Se despidieron y, Daniela, sin apenas darse cuenta y de forma casi imperceptible,
observó como Alicia ya se había adentrado en la casa con elegancia y timidez.
—Hola guapa —le saludó ella—. Yo soy Daniela, tu niñera esta tarde. Estaré
pendiente de ti y de Elena.
—Guay. Yo soy Alicia, encantada —dijo sonriente con un tono de voz dulce y
agudo mientras le estrechaba la mano.
Le sorprendió gratamente la amabilidad y la educación de la niña, y le devolvió
el saludo.
—Por cierto...tu madre es un poco exigente contigo, ¿no?
—Bueno… Puede ser. Es que ella se preocupa mucho por mí. Quiere que coma
sano y muchas cosas.
Daniela se arrodilló para estar más o menos a su altura y le dijo lo siguiente:
—Mira, hagamos una cosa. Tú te portas bien toda la tarde y te dejo comer lo que
te apetezca sin que tu madre lo sepa.
—¡Sí! ¡Guay!
—Será un pequeño secreto entre nosotras. ¿Trato hecho?
Daniela le dio su meñique para sellar el trato.
—Trato hecho —respondió la niña juntando su diminuto meñique con el de ella.
Terminaron de sellar el trato y se puse de pie.

5
—Elena está arriba esperándote en su habitación. Dice que tiene muchas ganas de
verte.
—Guay. Yo también tengo muchas ganas de verla. Es mi mejor amiga, ¿sabes?
—Es muy bonito tener una mejor amiga. Consérvala. Merece la pena conservar
las buenas amistades.
—Sí. Ella y yo nos queremos mucho. Nunca nos vamos a separar. Es muy buena
amiga.
—No lo dudo. Tú también seguro que eres una amiga fantástica. ¿A qué sí?
—Sí. Bueno, eso creo. Quiero decir, es lo mínimo que puedo hacer por ella. Se
merece tener a una buena amiga a su lado.
—Es muy bonito eso que dices. Se ve que la aprecias mucho —le dijo Daniela
acariciándole su bonita cabellera—. Bueno, te acompaño hasta arriba. No la hagamos más
de esperar.
—De acuerdo.
La niña se giró dándole la espalda y comenzó a andar hacia la escalera.
—Por cierto, Daniela, me gustan tus ojos. Son muy bonitos.
—Gracias. Los tuyos son también muy bonitos, Alicia.
—¡Gracias! Aunque diría que me gustan más los tuyos. Además, eres muy guapa.
Ojalá de mayor sea tan guapa como tú.
—Bueno, estoy segura de que lo serás más.
—¡Espero!
Subimos hasta arriba y me paró justo en la puerta de Elena.
—¿No entras con nosotras?
—¿Yo? Oh, no, eh… Mejor os dejo intimidad. Si necesitáis lo que sea estoy abajo.
—Vale, como quieras —le dijo con notable decepción en su rostro—. ¡Pues hasta
luego! ¡Un placer conocerte!
—Lo mismo digo.
Veo como entra en la habitación y la cierra tras de sí.
Me doy media vuelta y bajo las escaleras, y justo cuando ya las he bajado, me
percato de un detalle.
El dinero.
El dinero que le correspondía hoy.
Por su jornada de trabajo.
Victoria le había comentado el día anterior que el dinero se lo dejaría encima de
la mesa de la cocina, así que en cuanto se acordó se fue directa hasta la cocina para echar
un vistazo por si estaba el dinero y cogerlo.
Pero no había absolutamente nada.
No había ni rastro de los cincuenta euros que deberían estar encima de la mesa.
Lo que le extrañó en demasía. Aquí había algo que no le cuadraba.
Vuelve a subir las escaleras de nuevo e interrumpe en la habitación de Elena.
—Oye, Elena, ¿sabes a dónde se ha ido tu hermano?
—Pues seguramente estará en la piscina con la novia.

6
—¿En la piscina con la novia? —inquirió ella algo asombrada—. ¿Y dónde tenéis
la piscina?
—Está detrás de la casa.
—Vale. Bueno, si necesitáis algo ya sabéis dónde estoy.
Las dos afirmaron ligeramente con la cabeza sin ni si quiera volverse para
mirarme. Los dibujitos que estaban echando en la televisión captaban toda su atención.
Daniela salió rápidamente de la casa y dio toda la vuelta hasta encontrarse con la
piscina.
Efectivamente, allí estaba Lucas morreándose con una chica, pensó Daniela.
Parecía que le estaba metiendo la lengua hasta el esófago y metiéndole mano todo lo que
podía. Realmente era muy desagradable ver todo aquello. Desagradable e incómodo. Una
verdadera pena no poder arrancarme los ojos en este preciso momento. Hubiera dado lo
que sea por no presenciar aquella escena.
La chica se percató de que ella estaba allí y entonces pararon de morrearse. Al fin,
pensó Daniela. Al menos ahí tuvieron un poquito de decencia y educación.
—¿Sabéis? Sinceramente creo que os llevaríais el premio al beso más asqueroso
que he visto en mi vida —soltó ella.
Realmente no supo muy bien por qué dijo aquello. Suponía que era porque era
una persona demasiado impulsiva y siempre decía lo primero que se le viniera a la cabeza.
Reflexionó que eso era algo que debería trabajar más.
No podía ser tan impulsiva. No podía soltar cada cosa que se le venga a la mente.
Podría meterse en un buen lío cualquier día de estos, pensó.
—¿Perdona? ¿Y tú quién coño eres? —preguntó la chica con notable cara de asco.
Era una chica con una melena negra larga y ondulada. Era muy morena de piel y
gozaba de una figura digna de envidiar. Daniela tenía que reconocer que la chica era
realmente atractiva.
—Yo soy Daniela, pero creo que nos podamos ahorrar las presentaciones. Solo
quiero a hablar con Lucas un segundo.
—Es la niñera de mi hermana. Ahora vuelvo, ¿vale? —le dijo Lucas a su supuesta
novia.
Cuando salió de la piscina se enrolló una toalla entre las piernas, miró a Daniela
sin decirle ni una sola palabra y le cogió del brazo no demasiado fuerte llevándole hasta
la puerta de la casa.
—¿Se puede saber qué hacías en la piscina? —le preguntó al llegar a la puerta.
—Pues te estaba buscando.
—Ya, eso ya lo sé. No ibas a buscar a mi novia si ni si quiera la conoces —dijo él
sarcásticamente—. ¿Y para qué me buscabas si se puede saber?
Daniela rueda los ojos. Se deja de rodeos y va directamente al grano.
—Tú has cogido los 50 € que había en la cocina, ¿no es cierto? —le acusó ella sin
pelos en la lengua.
—¿Qué? No sé de qué me estás hablando.

7
—No me tomes por tonta, porque de tonta no tengo ni un pelo, ¿de acuerdo? Tu
madre me dijo ayer que me iba a dejar los 50 € en la mesa de tu cocina. Y he ido a mirar
y no estaban. Y sé perfectamente que has sido tú.
—¿Y por qué lo sabes? ¿Acaso tienes pruebas?
—Eh, pues…
—Me estás acusando injustamente sin pruebas —indica él cortándole.
—Vale. No tengo pruebas. Pero sé que has sido tú.
—¿Y por qué lo sabes?
—Por qué sí. Lo sé. Te conozco.
—No me conoces. Créeme, no me conoces nada en absoluto.
Daniela le fulminó con la mirada.
—A no ser que quieras conocerme, preciosa…
—No. La verdad es que no quiero. ¿Podemos volver al tema de antes, por favor?
—Te quedan genial esos pantalones —dice haciendo caso omiso a lo que acababa
de decirle ella—. Aunque, si te soy sincero, estarías mucho mejor en bikini. ¿Por qué no
te pones uno ahora y te vienes a la piscina con nosotros? Ya verás que lo pasamos bien…
Lucas le sonrió morbosamente y empezó juguetear con un mechón de pelo de ella.
—Sí, en esto estaba yo pensado. ¡Que me des mi dinero ya! ¡¿O es que no te
enteras?
—Mira, Daniela, a mí no me cuentes tus movidas. A lo mejor se le ha olvidado
poner el dinero. Habrá sido simplemente un despiste tonto. Así que a mí no te quejes
porque yo no he hecho nada. Eso díselo a mi madre. Yo no quiero saber nada.
—Pues yo no te creo para nada —señaló Daniela—. También me dijo que podía
bañarme en la piscina cuando quisiera. Es más, hasta me he traído un bikini debajo de la
ropa por si me apetece bañarme. Así que, pensándolo bien, me voy a meter en la piscina.
Su semblante cambió por completo. Ahora parecía que no le hacia ninguna gracia
la idea de que ella se metiera en su piscina.
—¿Qué? No. Ni hablar.
—¿Cómo que no? Si has sido tú el de la idea. Me lo acabas de decir hace un
momento.
—Bueno, pues he cambiado de idea.
—Pero, ¿qué te importa? No os molestaré. De verdad. Iré a mi rollo.
—Te he dicho que no. No vas a bañarte en la piscina si yo no quiero. Es mi piscina
y yo decido quién se mete y quién no. Y… ¡sorpresa! Tú estás dentro de las personas que
no quiero aquí.
—¿Se puede saber por qué eres tan bipolar conmigo?
—No lo sé. Me sale solo —respondió encogiéndose de hombros, como si quisiera
restarle importancia.
Lo que más le perturbaba de Lucas eran sus cambios de actitud con respecto a su
persona. No concebía en su cabeza cómo una persona podía ser tan bipolar.
A veces parecía que coqueteaba con ella a más no poder, y, de hecho, en ocasiones
le echaba miradas fogosas y de puro deseo, y otras veces, por el contrario, es como si le

8
repudiase por completo. Era algo que no llegaba a comprender ni lo más mínimo y que le
tenía bastante confundida.
—Voy a subir a por el bikini —le indica ella.
—No. Ni se te ocurra —le advierte él.
—¿Por qué? —inquirió ella—. ¿Qué más más te da que yo me meta?
—No sé tú, pero yo no dejo bañarse en mi piscina a desconocidos.
—Pero es que yo para ti no soy una desconocida.
—Sí, sí que lo eres.
—No, no lo soy. Soy tu nueva vecina y la niñera de tu hermana pequeña.
—Pero eso da igual. Mira, yo no quiero que te bañes y punto. Además, me
manchaste de tarta mi camiseta y aún te la tengo guardada.
—Tú di todo lo que quieras, pero esta es la casa de tus padres, no tuya, y si me
dejan bañarme en la piscina, me bañaré si a mí me apetece. ¿Te has enterado o te lo vuelvo
a repetir?
—Escucha maldita niñata impertinente —empezó a decir a muy pocos
centímetros de ella. No entendió porque tenía que acercarse tanto—. Mientras yo esté
aquí, harás lo que yo diga. ¿Te has enterado o te lo vuelvo a repetir?
Daniela esbozó una pequeña sonrisa y le dijo:
—Eso ya lo veremos.
Ella le dejó con la palabra en la boca y se dio media vuelta.
Entonces escuchó su voz.
—Niñera. Ven. Vuelve.
Daniela se giró y volvió hasta dónde él se encontraba.
—¿Qué quieres? —le preguntó ella cruzándose de brazos.
—Ven conmigo —responde él.
—¿A dónde?
—A mi habitación.
—¿A tu habitación para qué?
—Tú ven.
—No. Ni lo sueñes.
—Joder, mira que eres cabezota. Que va a ser solo un momento. Ven, anda.
Ella puso los bancos y suspiró.
—Vale —le dijo.
Subieron juntos hasta su habitación en completo silencio. Él iba delante de ella y
le dejó entrar primero.
Era la primera vez que entraba en su habitación por lo que intentó fijarse en todos
los detalles. Se puede conocer mucho acerca de una persona a partir de su habitación.
Estaba algo desordenada, aunque menos de lo que se imaginaba ella de lo que estaría.
Tenía la cama deshecha en la esquina izquierda de la televisión y justo enfrente se
encontraba una televisión mediana de plasma. Al lado de ésta, se hallaba un mueble con
diversos cajones. Y a la derecha de la cama, al lado de la puerta, estaba el armario.

9
Cuando ya pudo echar una ojeada a toda la habitación, se puso enfrente de él y se
cruzó de brazos.
—¿Y bien? —preguntó ella.
Él se dio media vuelta dándole la espalda y se dirigió hacia la mesa de su
escritorio. Abrió un cajón y saco algo que no pudo determinar de lo que se trataba con
exactitud.
Le enseñó la mano y a continuación le entregó un billete de 50 euros. Su billete
de 50 euros.
—No le digas nada a mis padres de que lo yo lo había cogido, ¿vale? —le ordenó
él—. No quiero malos rollos.
—Sabía que lo tenías tú. Y no me vuelvas a llamar niñera. Tengo un nombre y
muy bonito, por cierto. Me llamo Daniela, aunque prefiero que me digan Dani.
—Lo que tú digas. Pero no digas nada, ¿vale?
—Si no vuelves a hacer eso o algo parecido te prometo que no diré nada, te doy
mi palabra.
—Estupendo. Yo también te doy mi palabra de que no volverá a ocurrir.
—Genial.
Se quedaron unos segundos mirándose fijamente el uno al otro.
—¿Y se puede saber por qué cogiste el dinero? Porque sinceramente no creo que
te hiciese falta.
—La verdad es que no. Me encanta fastidiar. Solo hice para joder un poco.
Y, sin dejarle decirle nada más, se giró para coger unas llaves y un caso de moto.
—¿Y tú dónde vas ahora, si se puede saber? —le preguntó ella.
—A llevar a mi novia a su casa y luego a la biblioteca a estudiar. O al menos a
intentarlo. Tengo asignaturas pendientes.
—Vale. Pues hasta mañana, Lucas.
—Hasta mañana, Danielita.
—¡Te he dicho que me llames Dani! —le gritó Daniela justo antes de que se
marchara por la puerta—. ¡Ni se te ocurra volver a llamarme a Danielita o te juro que te
arrepentirás!
—Estoy temblando del miedo —dijo de manera sarcástica.
Daniela se cruzó de brazos con el ceño fruncido y él se echó a reír como si verla
molesta fuera lo más divertido del mundo y cerró la puerta detrás de él. Ella se quedó
completamente quieta observando la puerta durante unos segundos.
—Estúpido niñato —dijo ella para sí misma.

10
Capítulo 34

Primavera de 1991 (Pasado)


“Los comienzos de la familia Belmonte III”
Desde muy pequeña, Daniela, la hija pequeña del matrimonio Belmonte, había sido un
espíritu solitario, por el contrario que su hermana mayor Carolina, a la que siempre le
había gustado estar acompañada de personas la mayor parte del tiempo.
En realidad, en cuanto al carácter y a la personalidad, eran como el día y la noche.
Completamente diferentes, pero igual de complejas. Daniela prefería la compañía de un
libro, mientras que Carolina prefería la compañía de su amiga o su pareja. A Carolina le
encantaba hablar y debatir sobre cualquier tema, mientras que Daniela era algo más
retraída y taciturna, y prefería escuchar y observar a la otra persona antes que estar
hablando ella. Daniela estaba ocasionalmente a la defensiva, mientras que Carolina tenía
un carácter más afable. Carolina era de carácter tranquilo, pacífico y amigable, mientras
que Daniela tenía un espíritu y carácter guerrero y solitario. Daniela era un alma
incomprendida que desconfiaba de todo y todos, mientras que Carolina confiaba de
entrada en la gente y era una amante de la vida.
Por ende, Daniela tenía menos amigos que su hermana, ya que, además, al ser de
forma general tan escéptica y desconfiada de las personas y del mundo, no se terminaba
de fiar de la gente que le acercaba ya que desconfiaba de si se acercaba por ella por quién
era su familia y por el dinero, así que por eso era tan selectiva y exigente con las personas
que dejaba entra en su vida. Se guiaba a raíz de lo que le demostraban, no de lo que le
decían o le prometían.
Una tarde de otoño y un mes antes de la tragedia familiar que sacudió sus vidas de
un momento a otro, Carolina había salido con sus amigos de compras y a tomar batidos
en una cafetería que había abierto dentro del centro comercial, y, Daniela, por el contrario,
se había quedado en casa leyendo, tal y como era habitual.
Las dos hermanas Belmonte había sido desde siempre dos excelentes alumnas, y
era cierto que las dos eran dos empollonas y les fascinaba aprender, pero Carolina tenía
sus momentos también de diversión y de salidas con sus amigos. Daniela, sin embargo,
casi siempre pasaba el tiempo estudiando o entre libros.
El señor Maximiliano padre subió hasta la habitación de su hija pequeña, que era
la que casi siempre solía quedarse en casa estudiando, leyendo y escribiendo, con la

1
intención de instarle a que saliera, aunque fuera solo un rato con sus amigos y pasara un
buen rato agradable y divertido.
—Toc, toc, ¿se puede?
—Sí, pasa, papá.
—Oye, cielo, ¿por qué no sales más con tus amigos? ¿No te apetece ir al cine o
algo parecido?
—Hoy prefiero quedarme leyendo, papá. Tal vez el finde que viene les invite.
—Como prefieras, cariño.
Su padre se quedó en el umbral de la puerta y se removía con aire intranquilo. Al
reparar en ello, Daniela inquirió:
—¿Pasa algo?
Maximiliano la miró y le respondió mientras se acercaba a ella:
—No, no, es solo que… bueno, que a tu madre y a mí nos gustaría que salieras un
poco más con tus amigos.
—Si ya salgo con ellos.
Su padre se colocó en la cama, justo a la derecha de ella.
—Sí —dijo él—, es cierto, cielo, pero, te pasas la mayor parte del tiempo aquí
estudiando. Y no me malinterpretes, me encanta que seas tan responsable y estudiosa,
pero también
—Vale, papá, intentaré ser más sociable como Carolina, si eso os haría más feliz
a ti y a mamá.
—Mi vida, no digo que tengas que ser con ella. Ya sabes que te adoro y que eres
perfecta tal y como eres, pero tampoco quiero que te pierdas todo lo que hay ahí fuera y
lo que suelen hacer las niñas de tu edad. No quiero que te quedes aquí encerrada en casa.
Quiero que salgas a la calle con tus amigos y te diviertas.
—¿Y qué se supone que hacen las niñas de mi edad?
—Pues ir con tus amiguitos al cine, o a la bolera, o al parque…
—¿Al parque? —la interrumpió ella—. Papá, por favor, que tengo once años, no
cinco. Y no vuelvas a repetir la palabra “amiguito”, queda demasiado infantil.
A Maximiliano no le sorprendió en absoluto la manera y el coraje de hablar que
tenía a su pequeña y amada Daniela, pues siempre había sido así y ya estaba más que
acostumbrado, además de que aquello le hacía especial y única y la caracterizaba.
—Vale, vale. Mira, cariño, el que leas y te estés convirtiendo en una niña tan
inteligente y culta nos llena de orgullo a mí y a mi mamá, pero también se pueden aprender
cosas allá fuera y de las personas. Cosas que no aprenderás si te quedas aquí leyendo
libros y estudiando.
—Bueno, puede que tengas razón. Intentaré salir más y ser más sociable, te lo
prometo.
—Eres la mejor, cariño, Te quiero.
—Yo también te quiero, papá.
Al marcharse su padre de su habitación, Daniela estuvo reflexionando seriamente
acerca de las palabras que le había dicho su padre. Era consciente de que no era lo que se
diría una persona sociable, y tampoco se consideraba ni demasiado habladora y
extrovertida, pero decidió que haría un esfuerzo por sus padres. Además, pensó que podía
que tuvieran razón en el fondo.
Los libros les ayudaba en demasía en sus momentos de soledad y de
incomprendida, por lo que los consideraba la mejor compañía que podía tener y con la
2
que invertir su tiempo libre, pero unos verdaderos amigos también podrían ser una
compañía acertada y excelente. Que ella fuera un alma solitaria no significa que no tuviera
amigos ni muchísimo menos que no los apreciara ni valorara. De hecho, ella hasta incluso
los consideraba como parte de su familia y les daba mucha importancia. Para ella los
amigos son la familia que eliges tú, y por eso era tan selectiva y elegía muy
meticulosamente.
Ella contaba con un reducido círculo de amigos, y no era de extrañar sabiendo que
siempre prefería calidad a cantidad.
Sus amigos sabían que Daniela tenía un carácter solitario, reservado y retraído, y
que en ocasiones tenía tendencia a aislarse un poco de todo y de todos, pero ellas la
querían tal como era y respetaban su privacidad y su tiempo a solas.
Tenía a sus buenos amigos Judith, Roberto, Álvaro y Vanessa y los quería con
todo su corazón. Judith era su mejor amiga desde que se conocieron en el colegio y
seguían juntas desde entonces. Nunca se habían separado. Era con la amiga con la que
más conexión había sentido desde el minuto uno. Desde que eran pequeñas jugaban juntas
en el recreo a diario y se solían juntar los fines de semana en la casa de una o de la otra.
De hecho, habían llegado a tener tal amistad que los padres de las dos llegaron también a
crear un vínculo de amistad, aunque no tan cercano como el de ellas dos.
Luego estaba por otro lado su buen amigo Roberto, que era también de sus
mejores amigos. Era divertido, jugaba al fútbol y le gustaba atraer a las niñas y tontear de
vez en cuando con ellas. Aunque era un poco desastre con respecto a los estudios, Daniela
y Judith le querían igualmente y les ayudaba con las tareas de clase y los exámenes. Él
siempre era agradecido con ellas e incluso llegaba a ser detallista. Cuando le echaban una
mano en algún examen y lograba conseguir aprobar gracias a ello, les compraba chuche
o un peluche. Se compenetraban muy bien los unos a los y hacían un trío de amistad
bastante proporcionado y peculiar.
El matrimonio Belmonte querían proporcionarles a sus hijas la mejor vida posible,
y tenían la intención de enviarlas a un internado para gente adinerada. Básicamente
querían invertir un dinero para que sus dos pequeñas pudieran gozar de la educación más
óptima. Pero las dos hermanas Belmonte habían querido asistir a un instituto público y
no a uno privado, a pesar de lo que les hubieran gustado a sus padres, que hubiesen
querido inscribirlas en un buen instituto prestigioso y célebre. Al final, ellos decidieron
satisfacer los deseos de sus hijas, ya que hacían todo lo que estaban en sus manos para
hacerlas felices y dichosas. Y acabó resultando una adecuada elección, debido a que tanto
Daniela y Carolina conocieron a unos buenos amigos y, de hecho, Carolina conoció el
verdadero amor en un compañero de clase.
Durante la época del colegio si las inscribieron en uno público,
El día que tuvieron dicha conversación, esta fue tal que así:
—¿Entonces quieres ir a un instituto público? —les preguntó Catalina a sus hijas.
—Sí. Creo que será lo mejor —respondió
—¿Estás seguro, cielo? —preguntó Maximiliano.
—Sí, papá. He pasado mi infancia en un colegio público y he estado muy cómoda
y feliz. No quiero ir a un internado lleno de gente pija y mimada.
—Pero no todos serán así, cielo.
—La mayoría sí. Sabéis de sobra que nunca he empatizado con ese tipo de gente.
Meterme en un sitio llena de gente que detesto no creo que sea una buena idea. Además,
si voy a un instituto público, tendré la oportunidad de con el tiempo saber quien se acerca
3
por interés y quien no. Si me junto solo con gente rica, no tendré esa oportunidad. No
tendré esa habilidad para identificar a la gente interesada de la que no.
—Si lo tienes tan seguro y es lo que quieres, pues eso haremos entonces.
—¡Muchas gracias, papá, mamá! ¡Sois los mejores!
Al final todos acabaron contentos y satisfechos con la decisión. Daniela, por su
parte, al ver lo bien que se sentía y que le iba a su hermana mayor en un instituto colegio
público, tomó también la misma elección y decidió seguir sus pasos. Además, ella
también se sentía muy cómoda en el colegio público en el que se encontraba, así que
estaba segura de que le iría igual de bien en un instituto también público.
El 23 de abril, tres meses más tarde del evento benéfico, por fin llegaron las dos
semanas de vacaciones en el Caribe para el feliz matrimonio, y llegó también con ello el
momento de despedirse de las niñas. Maximiliano estaba bastante nervioso e inquieto por
tener que separarse de sus chicas preferidas. Nunca había estado tanto tiempo lejos de
ellas, y le estaba costando lo más grande. Estaba haciendo un esfuerzo enorme por no
llorar delante de ellas. Cuando ya llegó la hora de tener que marcharse a coger el avión,
Maximiliano les dijo a sus hijas:
—Bueno, chicas, os llamaré mañana, tarde y noche, ¿de acuerdo? Y llamadme
si necesitáis lo que sea, ¿está bien? Lo que sea. Me da igual que sea una tontería y también
me da igual la hora, ¿de acuerdo?
—¡Sí, papá! —exclamó Carolina—. ¡Tranquilo, no pasará nada!
—Te quiero, rubita. Cuida bien de tu hermana, ¿vale tesoro?
—A ella no necesita que la cuiden.
Maximiliano contempló a su hija pequeña, su debilidad, y entonces la cogió en
brazos y le dio un par de vueltas mientras los dos se reían.
—¡Es cierto! ¡Mi pequeña ya es de lo más independiente! —exclamó
Maximiliano sonriente.
—Eso intento —respondió Daniela divertida—. Y, por cierto, ya no soy tan
pequeña. Cada vez me va quedando menos para cumplir los trece.
—No me lo recuerdes… mi niña ya toda una jovencita… —comentó
Maximiliano con melancolía y pesar.
—¡Maxi! —exclamó su mujer—. ¡No empieces! ¡Que llegamos tarde!
¡Tenemos que irnos ya!
—Es cierto, es cierto, perdón —se disculpó él de forma tímida y apresurada
mientras se ajustaba las gafas—. Mis chicas, recordad que tenéis cuidado de quemaros
con el horno ¿vale? … y tenéis que comprar leche, huevos, lechuga, que no queda mucho
en la nevera, y también algo de verduras, porque tendréis que alimentaros bien
evidentemente y comer un poco de verduras, claro…
—¡Maxi! —le volvió a regañar su mujer—. ¡Ya nos llamarán las chicas si
necesitan algo! ¡Vámonos!
Él se despidió de nuevo rápidamente.
—Hasta pronto, mis chicas. Os echaré mucho de menos.
—Yo también os echaré de menos.
El matrimonio abrazó de nuevo a sus hijas, cogieron las maletas otra vez y se
dirigieron a la puerta.
—¡Adiós, chicas! ¡Os queremos! —dijeron los padres a la vez.
—¡Y nosotras a vosotros! —dijeron las dos hijas a la vez.

4
Justo en aquel momento, las dos hermanas Belmonte se quedaron
completamente solas en la casa.
—¿Has visto que papá estaba casi llorando? —advirtió Carolina.
—¡Sí! —exclamó Daniela—. ¡Pero qué hombre más sensible! ¡Está claro que
tú y yo hemos salido a él!
—¡Ni que lo digas!
—¡Está claro que no puede vivir sin nosotras!

5
Capítulo 35

Verano de 1997 (Presente)


“Mi segunda vez siendo niñera”
A eso de las ocho vinieron a recoger a la amiga de la pequeña Elena, y Daniela tuvo que
esperar hasta que vinieran los padres de ésta a las nueve para poder marcharse a su casa.
Al parecer el matrimonio trabajaba en la misma empresa, aunque tenían diferente cargo,
por lo que entraban y salían a la misma hora.
Al día siguiente le tocó otra vez hacer de niñera en casa de sus vecinos. Cuando
pegó a la puerta Lucas le abrió de inmediato.
—Bien, eres tú. Te estaba esperando. Venga, pasa —le dijo a ella instándole a
pasar.
Lo que aquel le dijo le dejó un poco desconcertada. ¿Esperándole? ¿Desde
cuándo? Y sobre todo… ¿para qué? Si ella estaba segura de que no quería verla ni en
pintura.
—¿Esperándome a mí? —inquirió inquieta—. ¿Para qué?
—Porque quería decirte una cosa. Bueno en realidad dos, así que escúchame muy
atentamente, porque quiero que te quede todo muy clarito.
—Pues dime. Te escucho —le responde encogiéndose de hombros.
—Lo primero es que voy a estar arriba con mi novia así que bajo ninguna
circunstancia entres en mi cuarto —le advirtió—. A no ser que sea una cuestión de vida
o muerte. ¿Te ha quedado claro?
—¿Pero tú no tienes que irte a estudiar? ¿Te vas a quedar toda la tarde aquí?
—Sí, tengo que estudiar bastante. Pero hoy como que paso.
—¿Entonces para qué narices hago de niñera si tú estás aquí? Tu hermana
entonces no necesita a una niñera. No me necesita.
—Y ahí va la segunda cosa: aunque vaya a estar en mi cuarto mis padres creen
que estoy en la biblioteca y en clases particulares. Pero no pueden saber que me quedo en

1
mi casa y que no voy, ¿de acuerdo? En realidad, no necesitamos ninguna niñera. Tú estás
aquí como de paripé.
—Ya veo que no. Que fuerte me parece lo que estás haciendo. ¿No te entra nada
por el cuerpo sabiendo que estás engañando a tus padres de esa manera? Encima es que
lo que estás haciendo solo te perjudica a ti. Te estás perjudicando tú solito. Es que encima
de comportarte como un capullo, resulta que también eres tonto.
Él se encoge de hombros como si tal cosa.
—La verdad es que me da completamente igual. Lo llevo haciendo desde hace ya
bastante tiempo y sé que no me van a pillar así que. No me importa. Hace ya bastante
tiempo que paso de todo y todo me da igual.
—Vaya, eres todo lo que yo llamaría un partidazo —dice Daniela irónicamente.
Él se limita a reír.
—Y también todo un ejemplo a seguir —sigue ella.
—Veo que eres muy sarcástica, ¿eh?
—Se podría decir que sí. Me gusta usar el sarcasmo de vez en cuando. Nunca
viene mal.
—Bueno, escúchame. Volvamos al tema de antes. Sé que tú necesitas el dinero, y
yo no pienso estar de niñero de mi hermana. Así que este será nuestro trato, ¿de acuerdo?
Yo dejo que tú ganes dinero, aunque en realidad no sea necesario y a cambio, no les dices
nada de lo que te he dicho a mis padres. ¿Trato hecho?
Me quedé callada unos instantes pensando en la respuesta que le iba a dar. En realidad,
me convenía seguir trabajando y ganando dinero, y lo que hiciera Lucas con su vida me
importaba bien poco y no era para nada de mi incumbencia.
Así que, pensándolo bien y siendo objetiva, el trato le convenía en demasía.
—De acuerdo —le respondió Daniela firmemente—. Sí, necesito el dinero, y lo
que tú hagas con tu vida la verdad es que me importa un comino, así que sí, acepto.
Él le dio la mano y ella se la estreché. Así es como se cierran todos los tratos
supongo, pensó.
—Perfecto. Será nuestro pequeño secreto.
Después de cerrar aquel trato, se dio media vuelta y empezó a subir las escaleras.
Entonces ella cayó en una cosa.
—¡Espera! —exclamé.
En ese momento él se dio la vuelta para mirarla.
—Si me dejas bañarme en tu piscina te doy mi palabra de que no les diré nada de
nada a tus padres.
—Mira, haz lo que quieras. Mientras no les digas nada a mis padres me vale.
—Vale. Perfecto.
—¿Eso era todo?
—Sí, eso era todo —le respondió ella.
—Vale. Venga, hasta luego Danielita.
Esta le hizo un corte de manga y se echó a reír. Ella también me eché a reír. Su risa
era contagiosa y he de decir que tenía una sonrisa muy bonita, pensó Daniela. Una de la

2
más bonitas que he visto en mi vida, me atrevería a decir. A lo mejor no es tan capullo
como yo pienso. En el fondo me gustaría pensar que no lo es. Si no menudo desperdicio
de chico. Con un cuerpo realmente admirable y una sonrisa preciosa y tan capullo a la
vez. A veces me da la sensación de que es solamente una fachada.
Lucas se encerró en su habitación y Daniela bajó al salón con la compañía de Elena. Le
mandó a la cocina a hacer —cita textualmente sus palabras— “un batido altamente
nutritivo y bajo en calorías, perfecto para mantener mi línea”. A veces esta niña le dejaba
completamente atónita y estupefacta por su amplio vocabulario y su manera tan madura
de hablar. Físicamente obviamente no, pero mentalmente parecía de 15 años o incluso
más.
En otras palabras, le ordenó hacerle la merienda mientras ella se encontraba
tranquilamente sentada en el sofá del salón, pasando completamente de Daniela e
ignorando de forma total y absoluta su presencia.
Justo en el momento que había finalizado de colocar de forma ordenada todos los
ingredientes que le había ido indicando Elena, empieza a escuchar unos gemidos que
parecía que provenían de arriba.
Ella no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. No podía ser verdad.
Claro que, delante de la niña, hizo como que no pasaba nada e intentó hacer caso
omiso al ruido tan irritante que escuchaban mis oídos. En mi interior rezaba mentalmente
para que ella no escuchase nada.
Pero el ruido no cesaba y ella ya se sentía demasiado incómoda. No podía
concentrarse.
Elena se acercó hasta la cocina y se sentó en un taburete alto, quedando pegada en
la encimera de la cocina y colocándose justo enfrente de ella.
—¿Por qué pones esa cara? —me pregunta ella haciendo una mueca.
—¿Qué cara? ¿A qué te refieres?
—Pues a la cara que estás poniendo ahora mismo. Como si no hubieras escuchado a
dos personas tener sexo en tu vida.
Daniela la miró sorprendida.
—¿Pero tú como sabes esa palabra?
—Ya soy mayor. Me bajó la menstruación hace un mes y soy la única chica de mi
clase que le ha bajado ya, por lo que significa que ya no soy una niña pequeña y ya estoy
entrando en una tapa más adulta. Ya entiendo de esas cosas, no sé de qué te sorprendes
—Vale… —respondió Daniela intentando asimilar su respuesta— Y… ¿no te
molesta?
La niña se encogió de hombros.
—Al principio cuando lo escuchaba y no entendía lo que era, no. Luego, cuando ya
lo fui entendiendo, pues un poco. Ahora supongo que me da igual porque ya me he
acostumbrado.
—Vale que a ti te de igual, pero a mí no. Tu hermano me va a escuchar.
—Estás flipada si piensas que: uno, te va a hacer un mínimo de caso, y dos, va a
tener en cuenta tu opinión.

3
—Tienes razón. Pero no tengo nada que perder.
Sin pensárselo dos veces, subió las escaleras y se dirigió rumba a la habitación de
Lucas. Debido a los dichosos gemidos sabía perfectamente con la situación que se iba a
encontrar si entraba en la habitación de Lucas. Pero a Daniela le daba exactamente igual.
Estaba en aquella casa y tenía que respetarles tanto a ella como a su hermana. En cuanto
más me acercaba a la puerta más se oían los gemidos. Tenía que reconocer que estaba
algo nerviosa y que en ese momento lo último que quería hacer era atravesar esa jodida
puerta porque sabía lo que había detrás de ella, pero no podía aguantar más toda esa
situación. Este niñato tenía que aprender a respetarle. Tanto a ella como a su hermana
pequeña.
Giré el pomo de la puerta lentamente. Lo que intuía: había echado el pestillo.
Suspiró. Al menos no era tan tonto como se imaginaba. Tocó la puerta un par de veces y
preguntó si podía entrar.
Al cabo de un minuto, Lucas le abrió la puerta. La situación era la siguiente: Lucas
tenía puesto solo un pantalón de chándal y la novia estaba tumbada en la cama y tapada.
De arriba solo llevaba un sujetador blanco de encaje ya que alcanzaba a ver los tirantes
de éste, y supuse que, si arriba llevaba solo eso, abajo llevaría lo que es nada o casi nada.
Y por supuesto, la cama estaba completamente alborotada y deshecha. Lucas parecía un
tomate de lo rojo que estaba y la chica estaba algo despeinada.
—¿Se puede saber qué coño quieres? —le espetó él al abrir la puerta—. ¿Ya no te
acuerdas de lo que te he dicho hace un rato? ¿te lo tengo que poner por escrito? No me
molestes. Por si te habías dado cuenta, ahora mismo estoy algo ocupado.
—¿Se puede saber qué coño estáis haciendo? Bajad el tonito.
—¿Acaso no lo ves? ¿Hace falta que te lo explique?
Señala su habitación y después intenta cerrar la puerta tras de sí, pero Daniela es más
rápida y lo impide con la mano.
—Mira, estúpido niñato, conmigo y con tu hermana deberías cortarte un poco. Al
menos dile a tu novia que se calle la maldita boca.
—Ella gritará todo lo que quiera, y yo también. Para eso estamos en mi habitación y
en mi puta casa.
—Es cierto, es tu casa y prácticamente puedes hacer lo que te venga en gana, pero
también deberías tener un poco de consideración y de respeto. Estás siendo un completo
egoísta.
—A ti lo que te pasa es que estás envidiosa —me suelta.
—¿Yo? ¿Envidiosa? —se echó a reír—. ¿De qué, si se puede saber?
Lucas se le fue acercando demasiado. Tenía su cara a cinco centímetros de la de ella.
Comenzó a ponerse nerviosa. El hecho de tenerle tan cerca hizo que todo su cuerpo se
tensase de un momento a otro.
—Sí. Envidiosa y celosa. De que estemos los dos follando y tú no. De que la toque
a ella y no a ti. De que la folle a ella y no a ti.

4
El hecho de que sea tan directo y tan brusco le pilla totalmente fuera de juego. Desde
luego, Lucas era toda una caja de sorpresas. Te puedes esperar cualquier cosa de él. Nunca
lo ves venir, pensaba ella.
Levanta su brazo izquierdo y comienza a acariciar lentamente y con suavidad su
brazo desnudo.
No sabía a qué estaba jugando exactamente, pero de lo que estaba totalmente segura
era de que no iba a seguirle el rollo ni por un segundo.
Yo no me lo pienso y le propino un guantazo.
Ella se asombra cuando se percata de que en su cara se dibuja una sonrisa traviesa y
morbosa.
—¿Sabes qué? No deberías haber hecho eso —le dice él.
—Ah, ¿no? ¿Y eso por qué?
—Porque que me peguen me pone muy cachondo —responde.
Le pilla por sorpresa de nuevo su atrevida respuesta y se queda un poco descolocada.
Nota cómo se le encienden las mejillas y cómo su furtiva mirada penetraba con la
suya.
Pero Daniela no tarda demasiado en reaccionar y contraataca.
—¿Y tú sabes qué? Hoy empezaba a pensar que no eras tan capullo como yo creía.
Pero ya veo que estaba equivocada. Porque además de ser un capullo integral, también
eres un misógino por lo que veo. Me das asco.
A él parece que no le ofenden ni lo más mínimo mis palabras, sino todo lo contrario,
parece que le divierte.
—Venga, Danielita —dice poniéndose de nuevo cerca de ella—. Dime que no te da
morbo toda esta situación.
Cuando vuelvo a tenerle tan cerca todo mi cuerpo se tensa y se contrae de nuevo.
Estaba tan nerviosa que no sabía ni que responderle.
Ahora mismo su boca estaba demasiado cerca de la de ella. Entonces su respiración
se entrecortó y contuvo el aliento.
Ningún chico le había puesto nunca tan nerviosa.
Ella era una chica que jamás se deja intimidar por nada ni por nadie, pero con él era
diferente. Conseguía intimidarle y ponerle de los nervios a partes iguales.
Al final dijo lo primero que se vino a la cabeza:
—Vete a la mierda.
Pero justo cuando me voy a dar media vuelta, le suelto en tono irónico:
—Que lo paséis muy bien los dos.
Acto seguido se gira y vuelve a bajar las escaleras. Ya no volvió a escuchar un
gemido más en toda la tarde, lo cual le pareció bastante curioso. Que Lucas le hubiera
hecho caso le había dejado un poco anonadada y algo descolocada.
Intentó dejar toda esta situación tan surrealista que acababa de ocurrirle con Lucas
aparcada en un hueco de su mente y vuelve a bajar a la cocina para seguir haciendo el
batido nutritivo que le había pedido Elena.

5
Antes de subir a la habitación de Lucas, había ya dejado listo todos los ingredientes
bien triturados en la batidora. Ya solo le quedaba darle al botón y que se mezclara todo
automáticamente. Pero justo cuando procedió a darle al botón, la tapadera sale disparada
hacia arriba y todos los ingredientes quedan impregnados en su cara, cuerpo y cabello.
Elena, observando detalladamente toda aquella escena, y sonriendo como si supiera
que eso iba a ocurrir, estalla en carcajadas.
—¡Pero, Daniela, por favor! ¿Cómo usas la batidora sin comprobar que la tapa está
bien cerrada? —dice ella mofándose de Daniela.
—¡Pero si antes de irme la había cerrado bien! ¡Lo había comprobado! ¡No entiendo
nada! —gritó Daniela con toda la frustración que podía.
Entonces Elena seguía riéndose con todas sus ganas.
—Has sido tú, ¿verdad? —le acusó Daniela.
La referida no responde porque sigue riéndose.
—Has aprovechado que me he ido un momento que dejar la tapa desencajada y que
todo saliera volando. Lo tenías todo planeado.
—¡Aleluya! Veo que vas aprendiendo cómo funcionan las cosas en esta casa.
A continuación, Lucas bajó rápidamente las escaleras. Llevaba un móvil en su mano
derecha y subió su brazo apuntándome directamente con el móvil.
—¡A ver, di patata! —exclamó él con una sonrisa de oreja a oreja.
Le dio a un botón y la foto se hizo.
Daniela estaba tan furiosa que ni se había dado cuenta de que estaban cayendo
lágrimas por sus mejillas.
—Pero, tú... ¿cómo?... ¿Cómo has sabido lo que estaba pasando? Si estabas
encerrado en tu habitación con tu novia.
—Gracias a mí —interviene Elena, señalando un teléfono móvil que tenía en sus
manos—. He cogido el amigo antiguo de mi madre para enviarle un mensaje a Lucas y
avisarle para que bajara y te hiciera una foto. ¡Ha sido divertidísimo!
—¿Verdad que sí? Creo que tendríamos que hacer estas cosas más a menudo.
Fue con decisión hasta Lucas y le metió un guantazo. Ya le había metido más de uno,
pero no con tanta rabia y cólera como en aquella ocasión. Él se quedó con la boca abierta.
No se lo esperaba, pero tampoco fue capaz de decirle nada. Simplemente se quedó de pie
delante de ella sin quitarle la mirada de encima.
—Que os quede una cosa muy clarita a los dos —empezó a decir hablando para
ambos, aunque no apartaba apenas la vista de Lucas—. Yo no soy vuestro juguetito de
diversión. La habéis tomado con la persona equivocada, que lo sepáis —dijo con toda la
firme y dureza que le fue capaz a pesar de las lágrimas que seguían brotando de su rostro.
Se secó las lágrimas con la mano y, esta vez, se dirigió exclusivamente a Lucas:
—Y tú, si te aburres, pues mete los pies en agua. O haz lo que te salga de los huevos,
pero sin que tenga que ver conmigo. A mí déjame en paz, ¿te enteras?
—¿Pero tú de qué coño vas? No te permito que uses ese vocabulario delante de mi
hermana pequeña.

6
—Tu hermana ya no tiene cinco años, y tampoco creo que se quede traumatizada
porque, por si no lo sabías, al parecer, estaba bastante informada sobre el sexo. Si no que
te lo cuente ella. Yo me piro. Y que sepáis, que no vais a deshaceros de mí tan fácilmente.
Al decir aquello, me di media vuelta decidida y me marché. No soportaba ni un
minuto más estaba en aquella casa del terror con semejantes dos demonios.
Daniela no era de las típicas que huía en cuanto algo salía mal o no salía cómo lo
había previsto. Nunca huía de mis problemas, pero en este caso la situación le superaba.
Jamás en mi vida le habían humillado de tal manera. Nunca se había sentido tan
humillada.
Llegó a su casa y con los nervios a flor de piel y los temblores atinó a la segunda
para abrir la puerta. Su padre se encontraba en la mesa del salón, concentrado en el portátil
y con sus gafas puestas.
En cuanto Daniela abrió la puerta, él alzó la cabeza para mirarla. Al ver el desastroso
aspecto que tenía, se puso de pie inmediatamente.
—¡Cariño! —exclamó—. ¿Pero… qué te ha pasado? ¿Qué es todo eso?
—Papá, ahora mismo no me apetece hablar. Solo me apetece meterme en la ducha,
quitarme toda esta porquería que llevo encima y quedarme en mi habitación hasta
quedarme dormida.
—Vale cielo, lo entiendo. No te preocupes. Tú límpiate y cuando estés más tranquila
y te apetezca pues hablamos si quieres.
—Gracias papá.
Una de las cosas por la que tenía que estar muy agradecida sin duda alguna es por
tener al padre que tenía. Siempre ha sido muy comprensivo con ella y no le presionaba
nunca. Siempre me daba todo el espacio que yo necesitaba tener, porque sabía cómo era
yo y sabía lo que me costaba expresarme y abrirme. Era muy consciente de que, a
diferencia de mi hermana, yo era más compleja y solía encerrarme en mí misma
constantemente y que solo necesitaba algo de tiempo para poder abrirme, aunque fuera al
menos un poco.
Subió mis escaleras y se dirigió directamente a la ducha. Cuando ya quedó
totalmente inmaculada e impoluta, salió y fue hasta mi habitación para ponerse un pijama.
Lo único que le apetecía hacer era ponerse una película y hartarse de helado, así que eso
fue lo que hizo exactamente. Bajó hasta la cocina y cogió una tarrina de helado de vainilla
y fresa, su sabor favorito, y luego subió a su habitación. Encendió la televisión y del
estante de su tocador en el que había colocado todas las películas en DVD que tenía de
Brad Pritt cogí la primera que pilló. Era uno de sus actores favoritos y todas sus películas
le gustaban, así que le daba lo mismo una que otra.
Cuando llevaba ya mitad de la película, decidió coger el móvil para enviarle un
mensaje a Victoria. Cuando hubiera llegado a su casa se iba a dar cuenta de que Daniela
no estaba y se extrañaría, por lo que tenía que darle algún tipo de explicación de por qué
no estaba trabajando. Se merecía una explicación, aunque fuera una mínima. Siempre le
había tratado con amabilidad y les había dado una buena muy buena bienvenida tanto a
padre como a ella. Y, además, y lo más importante, gracias a ella había conseguido un

7
trabajo tan solo el primer día de llegar a esta ciudad. Y aún no había podido agradecérselo
como se lo merecía. Le había contratado sin apenas conocerle de nada. Había confiado
en ella a ciegas. Había depositado toda su confianza en Daniela. Y ella se lo pagaba de
esa manera. Yéndose a mitad del trabajo.
Sin más preámbulos, decidió escribirle lo siguiente:

“Hola, señora Miranda. Se preguntará por qué le estoy escribiendo… Bien, pues deje
que le explique. Cuando llegue a casa se dará cuenta de que no estoy. Me he tenido que
marchar porque ha habido un altercado, pero no se preocupe, está todo bien. Todos
estamos bien. Elena se encuentra con su hermano en su casa. Besos.”

Lo releyó un par de veces y le dio al botón de enviar.


No iba a negar que hasta le entraron ganas de renunciar al trabajo y dejarlo, pero en
el fondo sabía que no podía dejarlo. No se lo podía permitir. Además, era todo un lujo ese
trabajo. Lo tenía a un minuto de casa prácticamente y le pagaban demasiado bien. Estaba
claro que no podía perder aquel trabajo.
Daniela tenía la esperanza de que, a partir de mañana, Elena y Lucas recapaciten por
lo que le habían hecho. No estaba pidiendo tampoco que sean amables con ella, porque
creía que eso, visto lo visto, sería demasiado pedir. Ella solo pedía que le dejasen en paz
y se olvidasen de ella por completo. Que le ignorasen. Que haga como si no existiera.
Que le dejen hacer mi trabajo en paz y tranquilidad. Creía que no era demasiado pedir.
Ella solo esperaba, sobre todo, que la señora Miranda resulte ser tan compresiva que
mi padre y no me despida por haberme marchado así de repente.
El sonido de su móvil le devuelve a la realidad. Se había quedado totalmente
ensimismada en sus pensamientos. Apenas le estaba prestando atención a la película, y
eso que había puesto “Leyendas de pasión”, que se encontraba entre sus favoritas.
Su móvil había sonado porque le había llegado un mensaje. Era Victoria.
El mensaje decía tal que así:

“Hola cielo. ¿Te importaría explicarme lo que ha pasado? ¿Elena y Lucas están bien,
entonces? Estáis todos bien, ¿no? Por favor respóndeme lo antes posible para quedarme
tranquila. Besos a ti también, bonita.”

La pobre mujer se había quedado algo preocupada después de leer mi mensaje, pensó
Daniela. Es normal. Si es que soy tonta. Básicamente le había dicho que había ocurrido
un altercado sin darle ningún tipo de explicación más, y eso se puede entender de muchas
maneras. El mensaje que le había mandado era bastante ambiguo. Creo que la había liado
un poquito.

8
Capítulo 36

Primavera de 1990 (Pasado)


“Dos almas hechas la una para la otra”

Carolina y Ramón siguieron quedando un par de fines de semanas más para terminar el
trabajo. Cada vez que se encontraban juntos, se intentaban poner lo más cerca posible el
uno del otro y se echaban miraditas. A Carolina cada vez le gustaba más él, y sentía que
era mutuo, por lo que estaba bastante contenta en ese aspecto.
Aunque, por otro lado, empezaba a sentir una gran punzada de dolor en su
estómago. Ella estaba muy agobiada por los estudios. Siempre había sido una chica
demasiado autoexigente y perfeccionista, y eso le estaba pasando factura últimamente.
En realidad, ni sus padres ni su hermana ni sus amigos ni sus profesores ni nadie de su
entorno le exigían en ningún sentido. Era ella sola la que se autoexigía a sí misma. Quería
ser la mejor en todo. Ser la mejor en sus estudios. Ser la mejor en su carrera. Ser la mejor
enfermera que exista.
Pero todo es malo si sobrepasa unos límites. Todo en exceso, como es lógico,
acaba resultando algo negativo, y la autoexigencia no iba a ser menos. Cuando las
personas exigentes se dan cuenta de su fracaso y se dan cuenta de que no pueden lograr
los objetivos y las metas que se han propuesto, se sienten mal, se culpan, se autocastigan
y se dañan por dentro. Esta actitud no conduce al bien, sino que crea emociones
negativas, como la insatisfacción. Además, una persona que se exige demasiado y que
se centra en obtener los mejores resultados, es poco probable que pueda mantener un
buen y adecuado ritmo de trabajo. Tendrá dificultades para cumplir con los plazos, se
encontrará con obstáculos y perderá el tiempo revisando constantemente lo que ya ha
hecho, buscando mejoras una y otra vez. Y eso era lo que le estaba ocurriendo
exactamente a Carolina. Se estaba percatando de que su rendimiento y sus notas, aunque
eran buenas y estaban por encima de la media de la clase, y prácticamente era una de
las alumnas de la clase, no eran suficientes. Ella quería más. Quería ser la que más
destacaba con diferencia.
Llego a tal grado su obsesión por sacar las mejores notas y por ser la que mejor
hacía los trabajos y los deberes, que comenzó a tener ansiedad. Eso lo primero que
experimentó. Y cada día que pasaba, sentía que su estado de ansiedad iba en aumento. A

1
tal punto de que comía y dormía mucho menos de lo que debería una chica de su edad,
que está en pleno desarrollo, para así poder quedarse estudiando y haciendo deberes más
tiempo. Hasta tal punto de que algunos días se saltaba comidas, sin que nadie se diese
cuenta, evidentemente, o incluso semanas de dormir en total solamente diez horas. Se
estaba deteriorando en cierto modo. Y ella lo sabía. Se daba cuenta de las ojeras profundas
que le estaban saliendo, o la palidez habitual que estaba cogiendo su rostro.
Sus padres no se daban cuenta de nada ya que a ella se le daba muy bien fingir.
Ni sus amigos tampoco se percataban. Ella podía ser realmente convincente y una gran
actriz. Aunque ellos sí que se daban cuenta de que se estaba quedando algo más delgada,
ya que eso era algo bastante visible y patente, pero ella simplemente ponía la excusa de
que no tenía mucha hambre últimamente y no entraba en detalles. Sus amigos, que desde
que la conocieron la veía como la chica perfecta, con una familia perfecta y una vida
perfecta, simplemente se limitaban a asentir con la cabeza y no se hacían preguntas ni se
cuestionaban si había algún motivo oculto y complejo detrás de aquello.
Pero, a pesar de todo lo malo, ella intentaba por todas sus fuerzas y por todos los
medios enfocarse en lo bueno. Su familia, sus amigos, su novio… Ella se encontraba muy
enamorada. Cuando estaba con él, sentía que todo lo malo se evaporaba para dejar paso
a solo cosas y sentimientos positivos. Con él todo lo malo dejaba de existir. Con él se
sentía a salvo. Se sentía verdaderamente feliz. Por eso intentaba centrarse en él y en su
relación. Con él se sentía como en una burbuja, y las horas se pasaban volando. De hecho,
nunca eran suficientes las horas que pasaba junto a él. Siempre quería más y más. Ella
sentía que de verdad había sido el destino quién les había juntado y que estaban hechos
el uno por el otro. Y cuanto más tiempo pasaba con él, más se confirmaba en aquella
romántica e idílica idea. De hecho, una vez se lo comentó mientras preparaban una
deliciosa quiché de jamón y queso en la casa de ella a la hora del almuerzo. Conversaban,
debatían y compartían opinión sobre la libertad de expresión.
—Es que, de verdad te lo digo, no soporto a la gente que de mente cerrada y no
intenta abrirse a otras perspectivas, ¿sabes? Que no intenta entender a los demás, quiero
decir.
—A mí también me pone de los nervios ese tipo de personas. La mayoría que son
así, incluso tienen la grosería e hipocresía de creerse altivos y superiores.
—¿No te parece increíble que ya a estas alturas, haya gente con una mentalidad
retrógrada y antigua? —decía Carolina mientras se encargaba de meter la quiché en el
horno.
—Yo tampoco lo comprendo, sinceramente. ¿Sabes? Me pone de los nervios la
gente que está obsesionada con la libertad de expresión y de opinión.
—¿Verdad que sí?
Los dos asintieron con la cabeza a la misma vez.
—¿Las opiniones que son irrespetuosas no se pueden respetar! —exclamaron los
dos con ímpetu y a la vez.
Se miraron y se rieron ligeramente.
—¿Sabes qué? —empezó a decir ella con un brillo patente en su mirada y en sus
ojos—. A veces pienso que estamos hechos el uno por el otro, y que el destino nos juntó
justo por esa razón.
Esas palabras le sacaron a él una gran y genuina sonrisa. Su novia era una chica
muy especial. Él lo sabía desde que la había conocido. Era una chica única e inigualable.
A él le encantaba la idea de que los dos sean unos románticos empedernidos.
2
Efectivamente, tal y como afirmaba ella, sí que parecía de verdad que estaban creados
para conocerse y estar juntos el resto de sus vidas. Eran así como dos almas que el
universo había creado hechas la una para la otra.
—Oh, cariño, son tan bonitas esas palabras. ¿Por qué, sabes qué? Yo también lo
creo. Y cada vez estoy más convencido de ello.
Él la agarró de la cintura con cariño y la besó suavemente.
—Es que… no sé… quiero decir… somos tan iguales y pensamos igual en lo
más básico y crucial y… creo que nos complementamos a la perfección.
—Sí que nos completamos a la perfección —respondió él con una tonta sonrisa
en los labios.
Entonces, Ramón se acercó hacia ella y le cogió de las manos. Le miró
firmemente a los ojos con una limpia sonrisa y le dijo desde lo más hondo de su corazón
y de su franqueza:
—Si te digo la verdad, creo que nunca he sentido una conexión tan real, una
química tan potente y unos sentimientos tan intensos hacia nadie. Carolina… tú eres
todo lo que yo deseaba.
Ella se emocionó y tuvo que contener las lágrimas, porque, lo cierto era que
aquel chico era también todo lo que ella anhelaba.
—Te quiero absolutamente —dijo ella.
—Te quiero absolutamente —dijo él.

3
Capítulo 37

Verano de 1997 (Presente)


“Esto es la guerra”
Daniela le mandó un mensaje a la señora Miranda dónde le comentaba que prefería
explicarle lo ocurrido en persona, así que decidieron hablarlo mañana cuando se viesen.
A ella se la veía una mujer bastante comprensiva, así que en parte eso le tranquilizaba un
poco.
Justo al acabar la película intentó dormirse lo más pronto y rápido posible: uno,
porque estaba exhausta y agotada, y dos, para evitar darle demasiadas vueltas al tema que
le angustiaba demasiado en estos precisos momentos.
Al día siguiente se levantó mucho más temprano de la habitual. Tanto, que
coincidió con su padre, que se estaba preparando para irse al trabajo.
—Hola, cariño, buenos días. No esperaba verte ya despierta. ¿Cómo que te has
levantado tan temprano?
—Buenos días papá —le saludó ella con una sonrisa cuando él le da un cariñoso y
breve beso en la cabeza—. No podía volver a conciliar el sueño de nuevo.
—Eso es bueno. Así puedes aprovechar toda la mañana para tus cosas.
—Sí. Intentaré que sea una mañana productiva.
—Muy bien, cielo. Ahora vamos a bajar para comer algo, que no sé tú, pero yo me
muero de hambre —le dice con una sonrisa divertida.
—Sí, papi, yo también —responde ella devolviéndole la sonrisa.
Bajaron juntos hasta la cocina y prepararon unas tostadas de mantequilla y
mermelada y un zumo de naranja natural para desayunar y empezar de la mejor manera
el día.
Cuando su padre ya se marchó a trabajar, subió arriba y se metió directamente en
la ducha. Se puso una ropa básica y comenzó a realizar las tareas típicas del hogar. Puso
una lavadora de ropa sucia y puso unos cuantos platos y cubiertos en el lavavajillas. Luego
limpió los baños y la cocina, y después se puso con las habitaciones.

1
Al terminar ya con todas las tareas del hogar y con la casa ya lista y terminada, se
percató de que le quedaban todavía dos horas por delante para tener que ir a hacer de
niñera, por lo que decidió salir y relajarse un poco. Se peinó, se puso cacao en los labios
y un poco de rímel, cogió un libro y se marchó a la playa. Por suerte no se encontraba
demasiado lejos de su casa.
Al estar en temporada de playa, lógicamente se encontraba repleta de gentío y de
turistas, por lo que se colocó en la parte de arriba, dónde no estaba tan abarrotada de
muchedumbre y podía estar más a su aire y más tranquila. Estaba en la gloria. El sol
resplandecía en todo su esplendor y los rayos de sol abrasaban placenteramente su blanca
y pálida piel.
Leyó cerca de una hora y volvió a la casa. Estaba tan adentrada en la historia del
libro que se le pasó el tiempo volando. La hora le parecieron minutos. Cuando llegó a
casa se puse a preparar unos raviolis con nata y bacón acompañado de un pan de ajo.
Cuando su padre lo probó todo le felicitó por lo delicioso que le había quedado aquella
deliciosa comida. Daniela había empezado hace relativamente hace poco en el mundo de
la cocina y tenía que reconocer que no se le daba del todo mal. Es cierto que desde
pequeña aprendió a cocina, ya que al quedarse mi padre y ella los dos solos en la casa
tuvieron que apañarse los dos como buenamente pudieron. Prácticamente tuvo que
obligarse a aprender a cocinar. Platos simples y básicos, eso sí. Cuando aprendió a hacer
más platos más serios y contundentes fue hace muy poco.
Cuando terminaron de comer se lavó los dientes y se dispuso a ir a la casa de los
vecinos por fin. Ya le tocaba trabajar. Ya le tocaba hacer frente al problema de ayer. Y ella
estaba del todo preparada.
—Hola, señora Miranda. Buenas tardes.
La mujer le dedica una amplia sonrisa al verle y le invita con la mano a pasar.
—¡Hola, querida! Pasa, pasa. Estás como en tu casa.
Daniela le sonrió amablemente y entró en la casa, y a continuación se encuentra
con Elena y Lucas de morros de pie delante del sofá.
—¿Qué es lo que ocurre? —inquirió.
—Daniela, mis hijos quisieran disculparse por lo de ayer y decirte unas palabras
—oye decir a Victoria colocándose detrás de ella.
Los dos hermanos se miraron entre sí, como si pudieran entenderse solo con una
mirada.
—Lo siento, Daniela. Me comporté mal y no fuimos justa contigo. Perdón —le
dijo la niña pequeña.
Elena le echa una mirada a su hermano y le da un toque con el brazo.
—Perdón —se limita a decir Lucas.
—¿Y qué más? —le dijo la madre.
—¿De verdad es necesario? —pregunta él.
—Sí, hijo. Cuando se tiene un comportamiento inadecuado, rectificar siempre es
lo correcto.

2
Lucas soltó una especie de bufido, como si estar aquí con nosotros pronunciando
aquellas palabras fuese lo último que quisiese hacer.
En el fondo hasta le puedo llegar incluso a comprender. Él no me soporta, al igual
que yo a él, y tener que rebajarse y pedirme disculpas tiene que joderle lo más grande.
Daniela, sin embargo, estaba disfrutando bastante de toda aquella situación. Quería
recrearme de ello todo lo que pudiera.
—Estuvo muy mal lo que hicimos. Espero que puedas perdonarnos. Y… queremos
que te quede.
No sabría determinar exactamente el por qué, pero lo último que dijo le alegró a
Daniela. Sabía que no lo decía de corazón, pero con solo oírlo pronunciar de su boca ya
se daba por satisfecha.
—Acepto vuestras disculpas —respondió ella con una sonrisa condescendiente.
—Entonces todo aclarado, ¿no? —dijo la señora Miranda.
—Por mi sí. Por mí está todo olvidado.
—¡Perfecto! Eres un cielo. Si tienes algún tipo de problema ya sabes mi número.
—Muchas gracias señora Miranda.
La señora Miranda se despidió de ellos y se fue a hacer un par de recados. Ahora
que se encontraban los tres solos, Daniela aprovechó aquel momento para comentarles lo
siguiente:
—Mira, entre nosotros, sé que vuestras disculpas no son sinceras, pero me da igual.
Pienso seguir con mi trabajo, os guste o no.
—Te vamos a hacer la vida imposible, que lo sepas.
—No lo entiendo. ¿Después de lo de ayer no te entran ganas de dejar este trabajo?
—No. No pensaba dejar el trabajo. ¿De verdad que pensabais que ibais a libraros
de mí tan fácilmente?
Y les guiñó un ojo a los dos hermanos.
Daniela pudo notar como Lucas frunce el ceño y la mirada cargada de odio que le
dedica Elena.
—Pues tú lo has querido. Esto es la guerra —dice Lucas.
—Tú lo has dicho. Esto es la guerra —dice Daniela.

3
Capítulo 38

Verano de 1991 (Pasado)


“¿Cómo ayudar a una amiga a morir?”
Ramón no pudo evitar tirarse toda la maldita noche dándole vueltas a su cabeza a
aquella conversación que había tenido con Margarita, que fue tal que así:
—¿Cómo que te ayude a morir? —preguntó él incrédulo a la misma vez que
perplejo.
—Quiero que me ayudes a desaparecer —contestó ella—. Que todo el mundo
crea que estoy muerta.
—¿Por qué quisieras hacer semejante cosa?
—Porque tengo mucho miedo, Ramón. Estoy asustada. Esos tíos quieren ir a por
mí. Quieren matarme. Ya lo han intentado.
A Margarita se le derramaron un par de lágrimas por las mejillas.
—¿Qué? ¿Cómo que ya lo han intentado?
—El otro día fue a comprar al supermercado y, a la salida, cuando volvía de
camino a mi casa, ellos me siguieron. Intentaron acorralarme. Intentaron… intentaron
abusar de mí, Ramón. Menos mal que un matrimonio me vio y pudieron ayudarme. Si
no, no… no sé qué hubiera sido de mí. Hubieran abusado de mí y después me hubieran
matado, Ramón. Como si no fuera una persona digna. Como si no valiese nada. Porque
mi vida no vale nada para ellos, ¿entiendes? Por eso tengo que desaparecer. Ahora que
no hay cargos contra mí ni nadie sospecha, excepto ellos, tengo que hacerlo. Tengo que
irme de aquí cuanto antes. Antes de que acaben conmigo, porque si me quedo es lo que
harán.
—Ven aquí.
Ramon la atrajo hacia él y la abrazó con afecto.
—Te ayudaré —le dijo mirándola firmemente a los ojos.
Se lo había prometido. Le había dado su palabra de que le ayudaría. Pero lo
cierto era que no tenía ni la más remota idea de cómo hacerlo.
Por eso estuvo reflexionando toda la noche. ¿Cómo se ayudaba a una persona a
fingir su muerte? Sí que lo había visto en películas y series, pero, ¿cómo se podía hacer
semejante cosa en la vida real?

1
Además, ¿cuál se supone qué era la mejor opción para hacerlo? ¿Fingir un
suicidio, un accidente o un asesinato? La última opción casi que la descartó al momento,
ya que consideró que aquello sería mucho más agresivo y dramático para familia. La
idea de que le han arrebatado la vida a tu hija, casi pensaba que tenía que ser doloroso
que si lo hacía ella por voluntad propia.
A la mañana siguiente, por motivo de haber dormido tan poco, tuvo que
reponerse con dos cafés. No era un gran amante el café, pero esa mañana la necesitaba
más que nunca. Aparte de que se encontraba extremadamente agotada y eso le daría la
energía que necesitaba, por otra parte, tenía que estar todo lo activo posible para poder
ayudar a su amiga en estos momentos tan difíciles y cruciales.
Cuando estaba preparando la comida para la familia ya que sus padres se
encontraban trabajando como de costumbre, decidió llamar a Margarita por teléfono
para poder reunirse con ella ese mismo día.
—¡Ramón! ¿Qué pasa? —dijo ella al descolgar.
—Hola, Margarita. ¿Te pillo en mal momento?
—No, que va. ¿Por qué?
—Es que quería comentarte una cosa sobre lo que hablamos ayer y me
preguntaba si luego podemos vernos. Es preferible hablarlo en persona, como
comprenderás.
—Eh, sí, claro, por la tarde estoy libre. Yo te doy la dirección.
—Vale. Perfecto. Pues luego nos vemos.
Colgaron y al momento Margarita le mandó un mensaje al móvil con una
dirección. Aquella dirección a él le pareció algo extraña, pero no le quiso dar tampoco
importancia.
A las cinco de la tarde quedaron en verse en el callejón que había atrás del
supermercado del centro, y allí estaban los dos puntuales.
—Oye, ¿por qué hemos quedado aquí? —le preguntó él al verla llegar.
—Ven, sígueme, te lo explicaré.
Sin hablar más y sin más explicaciones de por medio, Ramón siguió a su amiga
hasta a una pequeña casa abandonada apenas a un kilómetro de dónde se encontraban.
Ramón se quedó estupefacto al ver aquello. Alguna ropa de Margarita colgaba de
las perchas del armario, y había un colchón con sábanas y comida por todas partes.
—¿Qué se supone qué esto, Margarita? —preguntó.
—Pues aquí es dónde me escondo.
—¿Aquí? ¿En este lugar?
—Así es.
—Estarás de broma, ¿no?
—No —contestó ella encogiéndose de hombros—. Por aquí nunca pasa nadie y
estoy segura. Muchas veces no llega hasta aquí la cobertura, pero tampoco me preocupa.
Me las sé arreglar bastante bien sola.
Ramón se quedó sin palabras. Estaba cada vez más atónito a medida que su
amigo hablaba.
—Oye, no me mires con esa cara. Sé cuidar muy bien de mí misma. Tranquilo.
Confía en mí.
—¿Y por qué no me dijiste que necesitabas un sitio donde quedarte? Te hubieras
venido a mi casa.

2
—Eso hubiera sido demasiado arriesgado. Además, no quiero involucrar a nadie
más en mis problemas.
—Eh, sabes que yo siempre te echaré un mano en lo que pueda —le aseguró él
cogiéndole de las manos—. Me dan igual los riesgos. Porque eres mi amiga y eso es lo
que hacen los amigos. Las personas asumen riesgos y consecuencias por sus amigos.
—Lo sé.
A continuación, los dos amigos se dieron un abrazaron.
Ramón se sentó en el único sillón que había ahí y su amigo en el colchón justo
enfrente de él.
—Bueno, dime, ¿en qué has pensado? —le preguntó ella.
—Después de darle vueltas toda la noche, he llegado a la conclusión de que lo
más fácil sería fingir un suicidio.
—Te sigo.
—Además, creo que sería mucho más dramático para tus seres queridos el
hecho de que te mataran, y eso sin mencionar que buscarían a un culpable.
—No lo sé. Creo que no me convence.
—¿Por qué?
—¿Suicidarme? Venga ya. Eso no va conmigo. Yo peleo hasta el último aliento
si hace falta. Nadie que me conozca podría creerse que me he suicidado.
Él se le quedó mirando.
—Hace unas semanas lo intentaste —dijo.
—Es diferente. Lo intenté hacer para que pareciera un accidente, no un suicidio.
Margarita desvió la mirada hacia la ventana y dijo:
—Y para mi desgracia me salvé.
—No digas eso.
—Es la verdad.
—No, no lo es.
Ella dejó escapar un suspiro de amargura y aflicción.
—Todo esto es una mierda, ¿sabes? Tener que fingir mi propia muerte… ¿a
quién se le ocurriría? solo a una chiflada de remate como yo.
—No estás chiflada. Solo intentas sobrevivir como puedes a los golpes que te
da la vida.
—Pues que la vida deje de ponerme a prueba a joder, porque ya me estoy
cansando de seguir luchando.
—Oye, sé que lo de Carolina ha sido un shock para todos y que nos está
cambiando en cierta manera, porque los golpes siempre te cambian quieras que no.
Quiero ver a la Margarita que conocí en el instituto. La que no se deja achantar por nada
ni por nadie. La que nunca se rinde ante la adversidad. La que da guerra hasta morir.
Margarita dejó esbozar una pequeña sonrisa.
—Gracias. Necesitaba escucharlo.
—Para eso estoy aquí.
Margarita se puso de pie y dijo:
—Ya lo tengo claro. No voy a hacer que parezca un suicidio. Ni si quiera un
accidente. Quiero que parezca un asesinato.
Ramón la miró seriamente a los ojos, poniéndose también de pie.
—¿Estás segura? —le preguntó.
Ella le miró con toda la firmeza y determinación del mundo.
3
—Nunca he estado más segura de nada en mi vida —respondió ella.

4
Capítulo 39

Verano de 1997 (Presente)


“La desaparición”
La semana siguiente Daniela fue a trabajar de niñera a casa de sus vecinos. Nada ni nadie
le iba a impedir que ella fuera a trabajar, hiciera su trabajo y cobrase su correspondiente
dinero. Ir a la universidad era lo que más le importaba en aquel momento de su vida, y no
estaba en absoluto dispuesta a dejar que ningún obstáculo fuese impedimento para lograse
su objetivo. Era una persona bastante determinada y testaruda con unos objetivos muy
claros.
Cuando Daniela se iba a casa de sus vecinos a hacer de niñera, la pequeña le seguía
intentando hacerle la vida imposible, y algunas veces con la ayuda de su hermano. A
veces le ponían cosas pegajosas en el pelo, otras veces le robaban algo de su bolso y se
lo rompían o lo perdían. Era raro los días que los dos no le tuviesen preparada ninguna
jugarreta. Pero Daniela jugaba, y sabía jugar mucho mejor que ellos. Si ellos le ensuciaban
el pelo con algo pegajoso, ella cogía las tijeras y les cortaba alguna prenda de vestir. Si le
robaban alguna cosa del bolso, ella cogía una cosa de ellos a escondidas y se lo rompía.
Entre los tres la tensión era realmente palpitante y cada vez las venganzas iban a
más, hasta que un día ocurrió un terrible incidente. Era un miércoles y Daniela estaba
pensando respecto a qué venganza contra ella habrían planeado esta vez sus vecinos. Cada
día era como una caja de sorpresa con ellos, pero en el mal sentido. Aunque tenía que
reconocer que con cada venganza eran cada vez más ingeniosos. Pero no iban a poder con
ella.
Cuando Daniela entró en la casa, saludó a Elena, la cual se encontraba sentada en
el sofá viendo la televisión.
—Hola —le saludó.
Elena ni se inmutó ni se molestó en girar la cabeza para mirarla.
—Vaya, veo que sigues sin hablarme. Si no quiere hablar, no hablaremos, como
prefieras.
Daniela se sentó al lado de ella y se pusieron a ver una película en silencio. Al
rato, Elena se levantó.
—¿Dónde vas?

1
—Al baño —respondió Elena con acritud.
—¿Quieres que ponga en pausa la película?
—Me da lo mismo.
Pasaron 20 minutos y Elena no bajaba, y Daniela ya estaba empezando a ponerse
algo nerviosa. A la media hora, subió hasta en el cuarto de baño. Miró en su habitación.
No aparecía por ningún sitio. No había rastro de ella. Ya empezó a preocuparse. No sabía
lo que hacer.
En medio del nerviosismo y del estrés, se le enciende una bombillita. Recuerda
que ayer en la cena, antes de irse, Victoria le apuntó su número de teléfono, y también el
de su marido y el de Lucas. Se lo puso en un papel, el cual lo tenía ahora mismo arrugado
en el bolsillo izquierdo de su pantalón vaquero.
Aunque no quisiese, solo tenía una opción: llamar y avisar a Lucas. Cogió el móvil
de su bolsillo y marcó el número de Lucas con las manos temblorosas. Podría haber
marcado el número de David, el marido de Victoria, pero no supo por qué prefirió hablar
con Lucas.
Que me lo coja por favor, pensó Daniela.
Ese fue su último pensamiento antes de escuchar su masculina voz desde mi
teléfono móvil.
—¿Sí? ¿Quién es?
—Hola, Lucas. Soy yo, Daniela.
—¿Daniela? No conozco a ninguna Daniela. Aunque si estás de buen ver
podríamos vernos —dice él insinuándose.
—¡Pero serás imbécil! —exclamó ella exasperada—. ¡Dios, pero qué paciencia
hay que tener contigo! Soy Daniela. Tu vecina. La niñera de tu hermana.
—¿Y cómo narices has conseguido mi número? ¿Y para qué me llamas? ¿Qué te
ha llevado a pensar que sería buena idea llevarme?
—Tu madre me dio anoche vuestros números. Ya que voy a trabajar en tu casa
necesitaré tenerlos. Pero ese no es el caso. El caso es que te llamo porque creo que es una
urgencia. Sino no te llamaría.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Es mi hermana? ¿Qué ha pasado? Te juro que cómo le haya
ocurrido algo a mi hermana estás muerta.
—A ver, no, no. Tranquilízate, que no ha pasado grave. Simplemente, lo que
ocurrido es que ella y yo estábamos jugando a las cartas y luego subió al baño y como ya
había pasado mucho tiempo y no bajaba pues... eh…
—¡Joder, quieres ir al grano ya!
—Vale. Perdón, perdón. El caso es que no hay ni rastro de ella en la casa. Ha
desaparecido y no tengo ni idea de dónde puede estar.
—¿Qué? ¿Me estás vacilando?
—Ojalá...
—Dani, escúchame. Ve hasta a su habitación y mira si tiene la ventana abierta.
—¿Para qué? Ya he mirado en su habitación y no está.
—¡Dani, hazme caso joder! ¡Dime si la puta ventana está abierta o no!

2
—¡Vale, vale! ¡De acuerdo!
Fue lo más rápido que pudo a la habitación de Elena para comprobar lo que él le
había dicho.
—La ventana está abierta. La ventana está abierta a la mitad —le repitió ella.
—Joder. Voy para allá. No tardo. No te muevas de ahí por si le da por volver. Y
avísame con lo que sea.
Le colgó el teléfono y llegó a la casa en apenas 10 minutos. Aunque no fueron
muchos, esos malditos minutos se le hicieron horrorosamente eternos a Daniela. ¿Dónde
se podría haber marchado esa maldita niña del demonio?,
—Hola —le saludé Daniela en cuánto le abrió la puerta.
—¿Ha vuelto? —le preguntó él.
—Me temo que no —responde ella negando con la cabeza—. Lo siento.
—Joder. Joder. Joder.
Sin pronunciar ni una sola palabra más y ni tan ni si quiera mirarla, subió decidido
hasta arriba y se metió en la habitación de Elena. Daniela simplemente le seguía, sin saber
muy bien qué hacer ni qué decir. Estaba de lo más tensa y nerviosa.
—Se ha escapado por la ventana. ¡Joder!
—¿Qué? ¿Y por qué iba a escaparse? ¿De verdad soy tan mala niñera?
—Mira, no es por defenderte ni de nada de eso, pero dudo bastante que tenga algo
que ver contigo el hecho de que mi hermana se haya ido de casa.
—¿Entonces? ¿Te haces una idea de dónde puede estar?
—Creo que sí —responde él—. Creo que sé dónde puede haber ido. Acompáñame.
—Claro. Voy contigo.
Salieron de la casa y echaron a andar hasta el final de la calle. Daniela no tenía ni
la más remota idea de hacia dónde se dirigían. Ella simplemente le seguía. No sabía qué
narices estaba ocurriendo. Y quería saberlo.
—¿Hacia dónde vamos? ¿Por qué tu hermana se ha ido? ¿Qué está ocurriendo? ¿Y
por qué no quieres contarme nada?
—¡Dios! —exclama él levantando los brazos y se paraba en seco—. ¿Si te lo
cuento cerrarás el pico?
—Prometido.
Él dejó escapar un leve suspiro y, entonces, empezaron a brotar las palabras de su
boca.
—Mi hermana antes solía escaparse de casa a menudo. Ya hacía bastante tiempo
que no lo hacía, y hoy lo ha vuelto a hacer.
—¿Qué? ¿Ya lo había hecho antes? ¿Y por qué?
—Mis padres apenas pasan tiempo en casa, y mucho menos con ella. Ella todavía
era muy pequeña y solía afectarle mucho. Básicamente se escapa para llamar la atención
de mis padres.
—Vaya... lo siento mucho. De veras. No tenía ni idea.
—Lo sé.
—¿Y hacía ya mucho tiempo que no se escapaba?

3
—Pues un par de meses, me parece. Cuando hay época de cole suele estar más
entretenida y más ocupada. Pero llega el verano y nota más la ausencia de mis padres. Y
debido a eso, suele hacer cosas sin pensar en lo que está haciendo ni en las consecuencias
que sus actos puedan acarrear. Y todo para conseguir la atención de mis padres. Algo que,
por supuesto, no debería ni rogarse.
—Vaya… Pobrecita —dice Daniela—. No me imagino ni cómo se tiene que sentir.
—Realmente yo pensaba que ya no le afectaba tanto este tema, puesto que no se
escapaba recientemente. Pero al parecer aún lo pasa mal. Y yo no tenía ni idea. Soy un
desastre de hermano.
—¿Qué? ¿Qué dices? No digas eso. Estoy segurísima de que no es así. Vale que
no seas el vecino más amable y agradable del mundo, pero seguro que eres un buen
hermano. Está claro que te preocupas por ella y que de verdad te importa.
—Ella es lo que más importa del mundo. Si le pasara algo nunca podría
perdonármelo. Es que… ¿cómo mierda he podido no darme cuenta de que estaba mal?
Soy su hermano. Se supone que tengo que darme cuenta de esas cosas y estar con ella.
—Oye, no te eches la culpa. Tú no tienes la culpa de nada. A veces las personas
no saben muy bien de qué manera gestionar sus emociones y sus sentimientos, y debido
a eso les cuesta comunicar a los demás por lo que están pasando. Pero eso no es culpa de
nadie, ¿vale?
—Antes solíamos compartir algunos secretos, ¿sabes? Secretos que quedaban
entre nosotros y nadie más. Ni si quiera se lo contábamos a nuestros padres. Cosas de
hermanos, supongo. Pero creo que ya no confía en mí. O al menos ya no cómo antes.
—No seas pesimista, ¿vale? Estoy segura de que tu hermana te aprecia muchísimo.
Al igual que tú a ella. Y no es por defenderte, pero, creo que eres un hermano guay.
Su boca se torció y esbozó una pequeña pero tierna sonrisa. No podría creer que le
había provocado una sonrisa. Realmente estaba muy tierno cuando sonreía. Su sonrisa era
grande y se le formaba un hoyuelo en la mejilla izquierda.
—¿Sabes? Estás mucho mejor cuando sonríes. Deberías hacerlo más a menudo.
Él echó una risa suave y me apartó la mirada.
—No seas una cursi —me dijo divertido.
—¿¡Perdona?! ¡Pues que sepas que no voy a volver a ser más amable contigo!
Tonteamos un poco más y seguimos caminando. Seguía sin haber rastro de Elena
por ninguna parte.
—Cuando se escapa o suele estar en algún parque o en casa de alguna amiga de su
clase. Aunque normalmente siempre está en algún parque. Ojalá esté cerca.
—Oye, no vamos a parar de buscarla. Vamos a registrar toda la maldita calle hasta
que la encontremos, ¿de acuerdo? Así que no tienes por qué preocuparte. Te prometo que
vamos a encontrarla. Aunque sea lo último que haga. Pero la encontraremos. Eso tenlo
por seguro.
Nos adentramos en el primer parque que nos encontramos.
—Tu busca más al fondo y yo busco por esta parte, ¿vale?
—Vale.

4
Asiento con la cabeza y empiezo mi búsqueda. Después de buscar un par de
minutos por todos los huecos y por todos los rincones que me es posible, veo justo detrás
de los toboganes una melena rubia que me resultaba sospechosamente conocida. Y yo
dejo escapar un largo y sonoro suspiro de alivio. Gracias a Dios que la he encontrado. Tal
y dónde Lucas me había dicho que seguramente que ella se encontraría.
—¡Lucas, la he encontrado! —exclama Daniela aliviada.

5
Capítulo 40

Otoño de 1991 (Pasado)


“Preparando la propia muerte”
Los dos amigos pasaron durante varias semanas las tardes juntos reflexionando cómo
podían planear la muerte de Margarita en el almacén en el que se había metido ésta a vivir
para no ser descubierta por nadie.
—¡Esto es muy complicado! —exclamó ella, exasperada y algo desesperada.
—¿De verdad te pensabas que iba a ser fácil? Marga, vas a fingir tu propia muerte.
¡No es ninguna tontería! Hay que planearlo todo perfectamente bien.
—Lo sé. Lo sé.
—Ven aquí un momento —le pidió él.
Él estaba sentado en el sofá, con su portátil en la mesa y enfrente de él. Le dio un
par de palmaditas a su asiento de la derecha, instándole a que se sentara junto a él, y eso
hizo ella.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —le volvió a preguntar él.
—Segurísima.
—¿Pero has pensado bien lo que vas a hacer? ¿Lo que esto supone e implica?
¿Has pensado en la que gente te quiere?
—¿A la gente que me quiere? Solo te tengo a ti, que sabes que estoy viva, y mi
madre.
—¿Y no has pensado en tu madre?
—¡Por supuesto que sí! —respondió poniéndose a la defensiva! ¡Cada maldito
día, joder! ¡No paro de pensar en ella y en lo que sentirá tras mi muerte! ¿Pero sabes qué?
Ella nunca ha sabido ser una buena madre. Nunca supo protegerme de los malos tratos de
mi padre. Nunca lo hizo. Y jamás se lo podré perdonar, como tampoco podré perdonar a
mi padre por todo lo que nos hizo a mí y a mi madre.
—De verdad que te entiendo perfectamente Margarita.
—No, nunca podrás entenderlo hasta que te ocurra a ti —le dijo ella cortante—.
Pero me conformo con que estés a mi lado, me apoyes y no cuestiones mis decisiones.
—Eso haré. Te lo prometo.
Se miraron fijamente a los ojos. Él le cogió la mano con cariño y le preguntó:

1
—¿Qué es lo que llevamos decidido hasta ahora?
—Nada de suicidio ni de asesinato.
—Entonces quieres que sea un accidente —afirmó Ramón.
—Exacto —corroboró Margarita.
Ramón fijó durante nos segundos la vista en la pantalla del portátil y expuso lo
siguiente:
—En internet pone que la causa más común de muerte natural son las
enfermedades, pero esa queda directamente descartada. Luego están las caídas y los
accidentes de tráfico.
Ella se puso de pie y le dijo:
—Ya lo tengo. Accidente moto.
—¿Tienes moto? —preguntó él al ponerse también de pie.
—Sí.
—¿Y por qué no me lo habías dicho?
—No sé, no había caído.
—¡Pues listo! ¡Ya lo tenemos!
—¡Genial! Ahora queda todo lo demás.
—Has dicho que querías desaparecer primero, irte a otro país y allí tienes el
accidente, ¿no?
—Sí, porque si lo hago aquí será muchísimo más complicado hacerlo. Y tú me
habías comentado que tenías a un familiar forense, ¿verdad? —le preguntó ella.
—Eh, sí, pero de eso olvídate. No creo que se vaya a jugar su puesto de trabajo y
mucho menos por algo así.
—¿Ni con un soborno?
—¿Soborno? —inquirió él incrédulo—. ¿Y cómo se supone que piensas
sobornarle?
—Puedo robarles dinero a mis padres.
—¿Harías eso?
—¿Que si traicionaría al hombre que me ha maltratado durante años y a la mujer
que no hizo nada para impedirlo? Sí. Con los ojos cerrados. ¿Alguna objeción?
—No, ninguna —respondió Ramón levantando las manos en son de paz—. Me
parece perfecto.
—Bien —sentenció Margarita—. Pues hagámoslo.
—¿Entonces accidente de moto?
—Sí.
—Pero, ¿dónde? ¿En otra ciudad? Mi tío forense no tiene jurisdicción en otra
ciudad. Si lo haces fuera de aquí, no podría ayudarnos.
Margarita se quedó pensativa y dubitativa por un momento.
—Tienes razón —dijo—. De acuerdo, pues hagámoslo aquí. En la ciudad.
—Vale. Accidente de moto. Es un accidente, por ende, tiene que haber un cuerpo.
¿Cómo vamos a hacerlo?
—Para eso vamos a sobornar a tu tío.
—No. No va a salir bien. Empezando porque dudo exponencialmente que mi tío
acepte un soborno y ser cómplice de una muerte fingida.
—Vale. Creo que eso de meter a familiares no sería realmente una buena idea.
¡Dios mío, qué complicado es fingir tu propia muerte!
Ramón se volvió a sentar en el sofá y se puso de nuevo con su portátil.
2
—Voy a seguir investigando por internet, a ver si nos viene alguna inspiración
divina.
—Oye, ¿cómo haces para conectarte a internet en este sitio sin cobertura y sin
nada?
—Cielo, tengo el internet pirateado. Además de ser un buen atleta, también se me
dan bien las tecnologías.
—Menos mal que tengo a un amigo como tú.
—Lo sé.
Los dos se miraron y se sonrieron con complicidad.
—¡Bendita seas, Wikipedia! Aquí pone que generalmente, las personas que fingen
su propia muerte, también conocido como pseudocidio, suelen hacerlo simulando
ahogamientos, ya que proporciona una razón plausible para la ausencia de un cuerpo.
—Eso es. Eso nos solucionaría el problema del cuerpo. ¡Es perfecto!
—Ya te digo. Hay un montón de personas famosas que a lo largo de la historia
han fingido su propia muerte. John Stonehouse, un político británico, fingió su propio
suicido por ahogamiento para escapar de dificultades financieras y vivir son su amante,
pero al final lo descubrieron en Australia y lo encarcelaron. ¡Al muy zoquete lo pillaron
con la amante! También está Lord Timothy Dexter, quien fue un hombre de negocios de
Nueva Inglaterra del siglo XVIII que fingió su propia muerte para ver cómo reaccionaba
la gente. ¡Su esposa no derramó ni una lágrima en su lágrima y la azotó por no estar lo
suficientemente triste! ¡Esto es increíble! ¿Te lo puedes creer?
—¡Ramón, céntrate! —exclamó ella—. ¡Esto es importante!
—¡Lo sé, lo sé! —exclamó él—. ¡Perdón! Ya sabes que la historia me fascina.
—Bueno, ya lo tenemos decidido entonces. Muerte por ahogamiento.
El chico asintió con la cabeza.
—¿Dónde? —inquirió.
—En un río. O incluso en la playa. En esta época del año no creo que haya gente
en la playa, por ejemplo. Como mucho solo unos cuantos. Si me pongo en un lugar
apartado y vacío de gente, podré hacerlo sin ningún problema.
—Lo veo factible. ¿Y cuándo piensas hacerlo?
—Tengo que hacerlo cuanto antes. Tendrá que ser este fin de semana. No puedo
esperar más. No me lo puedo seguir jugando.
—Ya lo sé. Pues listo.
Él le miro con seriedad.
—Este fin de semana morirás —dijo él.
—Este fin de semana moriré —dijo ella.
—Eso es dentro de dos días.
—Sí. El tiempo para hacer las maletas.
Entonces ella miró seriamente a su amigo a los ojos y dijo:
—Y para despedirme de mis padres para siempre.
Al decir eso, sintió que se le encogía el corazón. Se iba a despedir de sus padres
para siempre. Eso significaba que nunca más le vería. Ni hablaría con ellos. Ni escucharía
sus voces. Sobre todo, pensaba en su madre. Le iba a dejar sola con el maltratador de su
marido. ¿Cómo iba a hacer eso? Es cierto que su padre se mostraba arrepentido por todo
el mal que les había causado durante largos años a ella y a su madre, ¿pero y si no se
arrepentía verdaderamente? ¿Y si volvía a hacer lo mismo en un tiempo? Ella no estaría
allí para proteger a su madre, aquella mujer débil y enclenque.
3
Muchísimos recuerdos de cuando era pequeña se agolparon en su mente en ese
momento. La mejor época de su vida. Donde los tres eran felices y una familia envidiable.
Sus padres habían estado tan felices cuando Margarita nació. Fue una niña preciosa, feliz
y divertida. Sus padres la adoraban. Les encantaba jugar con ellas y leerle cuentos. Pasar
tiempo con ella en general. Simplemente, era la niña de sus ojos. La niña que siempre
habían deseado tener. Pero todo cambió de golpe. Su padre se fue volviendo cada vez más
violento, infeliz, amargado y agresivo, y su madre se estaba haciendo más pequeña,
retraída, sumisa y taciturna. Su padre mandaba y su madre se quedaba rezagada en la
sombra. Y Margarita se convirtió en la hija rebelde y susceptible. Y ya nunca más
volvieron a ser felices. Durante mucho tiempo, Margarita se preguntaba qué fue el
detonante que hizo que todo cambiara. Qué pasó para que su padre, que siempre había
sido un buen hombre tranquilo y feliz, se volviera amargado y violento.
—Oye, ¿estás bien? Te noto un poco distraída —le preguntó su amigo.
—Sí, sí. No te preocupes —le mintió ella.

También podría gustarte