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Ejido, apropiación territorial y globalización.

El caso de Solferino, Quintana Roo (1990-2010)

Santiago Ruy Sánchez de Orellana1

Resumen
Solferino es un ejido selvático situado en el norte de Quintana Roo que ha
transitado de una economía agroforestal a otra diversificada en la cual la
migración, el asistencialismo y el sector construcción juegan un papel central. En
un contexto de promoción de la conservación del medio ambiente y de integración
al espacio turístico regional, las visiones del territorio heredadas de actividades
como la chiclería o las miradas de corte agrarista parecen tener menor injerencia
en el territorio; mientras que las ideologías de la conservación ambiental y los
nuevos imaginarios generados por el turismo como industria global influyen
decididamente en la configuración y transformación del espacio social.

1. -Contextualización

Algunos analistas que abordan la articulación global-local nos han hecho entender
que las transformaciones sociales y culturales se dan en espacios
interconectados, que se insertan en estructuras socio-espaciales que asignan a
cada lugar, distintos roles, capacidades de acción y acceso al poder dentro de un
orden social determinado (Harvey, 1998). De esta manera, el proceso globalizador
no sólo se define por la transnacionalización de los procesos productivos, la
reconfiguración del estado, la influencia creciente de los medios de comunicación
y la difusión masiva de modos de vida y hábitos de consumo sino también se
define como un factor crucial en los procesos de reestructuración del espacio
social (Salas, 2002).

1
Estudiante, Licenciado en antropología. Escuela Nacional de Antropología e Historia
En el caso del México rural, se da en un contexto de cambio en el cual apenas se
empiezan a manifestar con contundencia las medidas que ha emprendido el
Estado mexicano desde los ochenta para reestructurar económicamente y
socialmente al campo: Las reformas constitucionales al artículo 27, la
liberalización de los precios de sus productos; los acuerdos comerciales
precipitados; los cambios en los tipos de programas de desarrollo local que
privilegian el desarrollo social sobre lo productivo, etc.

En Solferino, un ejido situado en noroeste de Quintana Roo la transformación


socio-territorial a partir de las políticas neoliberales se caracteriza por el abandono
gradual de las actividades agropecuarias y de autosubsistencia acarreando una
mayor dependencia hacia el mercado laboral. La economía local parece transitar
de una base agro-forestal a otra diversificada donde la migración, el
asistencialismo estatal y el sector de construcción juegan un papel central en las
estrategias de subsistencia. Paralelamente se ha dado un proceso de
revalorización del territorio bajo nuevos criterios asociados a la promoción de la
conservación del medio ambiente y la integración al espacio turístico regional.
Además de su cercanía con centros y circuitos turísticos, Solferino presenta una
muy baja densidad poblacional y la selva circundante se encuentra en un buen
estado de conservación. Esto lo convierte en lugar proclive a ser sujeto de las
nuevas políticas de desarrollo entre ellas las asociadas al “ecoturismo”, haciendo
surgir necesidades, intereses y expectativas en torno a las posibilidades que
ofrece el mercado turístico y las bondades del desarrollo sustentable.

En los hechos el ejido de Solferino ha jugado el papel de proveedor de recursos


forestales y ha entrado en la dinámica de especulación inmobiliaria que
caracteriza a la región. Hoy en día las tierras ejidales (tanto las parcelas como la
selva en general) están en venta y los derechos ejidales han pasado de ser un
recursos productivo (que otorga derechos de usufructo y acceso a la tierra) a un
recurso comercializable de tipo patrimonial. Detrás de muchos de estos intereses,
están en juego la exaltación de imágenes, acordes a los nuevos criterios del
desarrollo local y los sentidos culturales que imprime el turismo, como “lo maya y
su lazo armónico con la naturaleza” (Soberanis, 2007). Pero las narrativas y
conocimientos que efectivamente configuraron al territorio y a las identidades que
dan sentido a la historia local apuntan hacia otras direcciones.
Solferino es una localidad donde la migración ha sido un elemento constitutivo que
se manifiesta, por ejemplo, en la estructura del asentamiento humano. Este se
compone al centro, alrededor del parque, por las viviendas de las familias de
prestigio (descendientes de los fundadores del pueblo) y en la periferia las de los
“repobladores” que arribaron a partir de los treinta del siglo XX y se integraron de
manera desigual a la vida social local. En efecto, casi todas las familias tienen una
historia de migración y muchas veces, en caso de conflicto, resurgen las
dinámicas de diferenciación que oponen a los “natos” es de decir los originarios de
Solferino y lo “repobladores”, aunque en un sentido estricto si nos remontamos a 2
o 3 generaciones, todas las familias son “colonas”.

2. -Planteamiento: Representaciones espaciales

Espacios como el ejido Solferino y gran parte del campo mexicano son vividos y
valorados por una gama amplia de agentes, ya sean los mismos agricultores,
funcionarios, planificadores, extensionistas, turistas, de manera que se ha tornado
difícil delimitar los usos de cualquier territorio y mucho más especular sobre sus
vocaciones. Pero, ¿Cómo se han transformado las representaciones y las
valoraciones de los diferentes agentes sociales sobre el territorio de Solferino, a
partir de las políticas neoliberales de los años noventa del siglo XX y las dinámicas
de la globalización que rigen la etapa actual?

Para esto, apelamos al concepto de representaciones espaciales ya que se refiere


a las formas como los territorios son concebidos y “apropiados” a partir de
prácticas y relaciones sociales, valorizados desde perspectivas materiales y
simbólicas. Resta decir, que según Emilia Velázquez (2006:46) muchas veces
estas diversas valorizaciones son las que conducen a formas específicas de
ordenamiento y transformación del espacio.
Estas representaciones espaciales no corresponden a diferentes estadios de
desarrollo; todo lo contrario, coexisten, se sobreponen, algunas veces se articulan
y se contradicen. Son el resultado de una coproducción permanente, que implica
por un lado experiencias históricas de individuos y grupos localizados, y por el
otro, cambios económicos y de políticas hegemónicas globales. Como lo han
señalado algunos autores, este acercamiento nos permite entender a las
sociedades rurales o indígenas no como entidades originales, aisladas o
preexistentes alteradas por la expansión del estado moderno y el capitalismo
global; sino más bien abordar la construcción social de las identidades territoriales
(Gupta y Ferguson, 1997).

La idea que se busca desarrollar es que en la actualidad coexisten y se combinan


diferentes modelos de representación del territorio ejidal que corresponden a
nuevas y viejas políticas hegemónicas y a experiencias históricas locales. Uno de
estos modelos concierne a las concepciones y conocimientos heredados de
actividades como la chiclería donde el “monte” es un espacio difusamente
delimitado, habitado por seres sobrenaturales, lleno de peligros y tabúes. Otros
modelos son los propios de visiones agraristas que ven “la tierra” como una forma
de vida y de identidad. Un modelo que ha venido tomando importancia desde
finales de los ochenta se relaciona con el impulso y propagación de la ideología y
de los discursos sobre la conservación ambiental. Finalmente, el modelo más
reciente con un fuerte empuje concierne a los nuevos imaginarios que genera el
turismo como industria global, que se alimenta de paisajes y transforma los
valores y sentidos culturales del espacio, al tiempo que convierte los espacios en
recursos económicos. En general, la tendencia parece conducir a la imposición de
representaciones asociadas al mercado y a los procesos hegemónicos globales,
que llegan a tener una mayor injerencia en el territorio y que influyen por encima
de otros, en la configuración y transformación del espacio social.

3. -Buscando el Solferino Histórico


Si partimos de la idea de que coexisten diferentes representaciones del territorio
ejidal: ¿Qué sentidos se le atribuyen en esas representaciones al medio natural y
a la trayectoria histórica de los grupos que las generan? ¿Qué ideas sobre la
propiedad subyacen en estos modelos? ¿Con qué procesos hegemónicos de
mayor escala se relacionan y qué particularidades adquieren en el contexto local?

Uno de estos modelos concierne a las concepciones y conocimientos heredados


de actividades como la chiclería. Como ya lo señalamos, a principios del siglo XX
el poblamiento de la localidad se relacionó con la explotación de la resina del
chicozapote. Solferino se constituyó como central en lo que había sido una finca
ya abandonada para ese entonces, pero el grueso del trabajo chiclero se realizó
en parajes alejados y de forma itinerante. Examinemos un relato que compartió en
una entrevista Melchor Morales que alude a la época durante la cual los
contratistas chicleros operaban en la zona:

En esos tiempos de la chiclería se pagaba en oro y plata. Algunos


chicleros acumularon muchas riquezas que algunos perdieron en
apuestas y otros las escondieron en el monte. Se apostaba mucho y
siempre se producían rivalidades en las barajas. En esos tiempos,
Solferino era más un campamento que un pueblo2.
Los testimonios acerca de la época suelen insistir en las difíciles condiciones de
aislamiento a las que se enfrentaban los habitantes de Solferino al ser un pueblito
metido en la selva. La carencia de comercios en el pueblo hacía que el dinero que
recibían los chicleros rebasara su posibilidad de comprar bienes. Esto nos habla
de una monetarización incipiente y un control del comercio local primero por parte
de contratistas y administradores del latifundio y más tarde por parte de la
cooperativa. En este contexto se da la historia de don Tacho y don Franco, dos
chicleros que vivieron en Solferino a finales de la década de los treinta del siglo
XX:
Había hace años un hombre que extraía grandes cantidades de chicle al
día, 40 kilos, también tenía mucha facilidad para jugar baraja, Don Tacho.
Tenía una gran fortuna que contaba y limpiaba todos los días mientras le

2
Relación de una entrevista con Melchor Morales (04/IX/2009).
hacía guardia un amigo cercano. Una noche después de esta operación
partió hacia la cantina y venció a todos sus contrincantes en la baraja. Al
aproximarse a la salida y un tal don Franco lo agarró por detrás mientras
otro le daba 12 puñaladas. Tras robar su fortuna, el segundo salió para
siempre del pueblo mientras don Franco se quedó pero a su vez tendría
su merecido3.
La imagen que encontramos en el testimonio indica que Solferino era un lugar
violento, una especie de “tierra de nadie”, donde los hombres solían estar
armados. Pero frente a la carencia de un sistema de justicia intervenían otro tipo
de fuerzas:
Don Franco estaba monteando [trabajando en el monte] cuando sus
perros vieron a un jaleb [tepescuincle] a los lejos. Al acercarse sólo logró
encuevarlo [capturarla en una cueva] y decidió ir al día siguiente en parte
porque era jueves santo y ya era tarde para trabajar. Cuando regresó el
día siguiente y liberó al animal, la tuza corrió y tras ella los perros y él
mismo… Como en aquella época había mucho monte alto, se podía correr
sin que nada te detuviera. Pero justo donde cruzaron los perros había un
montón de [serpientes] cuatro narices que se despertaron con los perros y
cuando don Franco pasó por ahí y las vio ya era demasiado tarde y se
llevó 12 mordidas. El mismo número de puñaladas que Don Tacho había
recibido4.
Este relato es típico de las representaciones a las que nos referimos. Es
después de un homicidio motivado por una ambición vil que irrumpe “el monte”
como una fuerza rectificadora. Aquí el medio natural es concebido como “monte”
es decir un espacio lleno de peligros y habitado por seres sobrenaturales. En este
modelo “el monte” no pertenece a individuos y/o grupos, hay una idea débil de
propiedad; más bien, los “dueños” del monte son los seres sobrenaturales que lo
habitan.

Son representativos de esta concepción, los relatos del monte que evocan la
figura de “Juan de Monte”, el dueño del bosque y de los animales5. Generalmente,
este personaje surge en las narraciones como una fuerza que corrige los abusos
del hombre sobre el medio. A este personaje se le adjudica la capacidad de

3
Relación de una entrevista con Melchor Morales (04/IX/2009).
4
Relación de una entrevista con Melchor Morales (04/IX/2009).
5
Este personaje ha sido registrado en numerosas etnografías en regiones mayas del
sureste mexicano. Por mencionar dos realizadas en Quintana Roo tenemos a Villa Rojas
(1978[1945]) y Ruz (2002).
asumir la forma de animales o personas; de esa manera, engaña a los hombres
para perderlos en el monte como castigo, o para “dar una lección”, a aquellos que
abusaron de los animales y árboles sin “pedir permiso” o sin realizar las ofrendas
de agradecimiento que exigen los dueños del monte.

Otros modelos son los propios de visiones agraristas que ven “la tierra” como una
forma de vida y de identidad. Estas visiones se constituyeron en relación con el
proyecto agrarista del estado mexicano posrevolucionario pero asumen
características específicas en un contexto de frontera selvática. En este modelo el
medio natural es concebido más como un recurso con una inclinación más
productivista que puramente extractiva.

En general estas visiones sostienen que Solferino es una localidad campesina con
vocación agrícola. En ese sentido Ramón Baas Ramírez sugiere que fueron
mejores los tiempos en los que el pueblo producía sus propios alimentos:

Se acababa la chiclería y hacíamos milpa. Aquí se daba bastante maíz,


teníamos cochinos, teníamos gallinas, nunca compramos un huevo, nunca
compramos carne. [Sacábamos] manteca del mismo animal que matábamos.
Así se vivía acá. Teníamos maíz, frijol, ibes rojos, pintos, blancos, se
sembraba calabaza, sandía criolla, sandías grandotas. Ahora tenemos
prohibido tumbar monte alto y las tierras están muy atrofiadas, no dan igual.
La lluvia tampoco es igual, en esos tiempos desde el 3 de mayo ya estaba
lloviendo.6
Este testimonio sostiene una imagen nostálgica ya que valora las prácticas
agrícolas del pasado y ve con recelo la imposibilidad de dar vuelta atrás. Otras
variantes del modelo son más optimistas ya que más que volcarse al pasado
proponen una “vía campesina” para el futuro. Lucas Vicencio, a contracorriente de
la concepción dominante, es partidario de la agricultura mecanizada como forma
de subsistencia para las familias y motor de desarrollo de Solferino:

Yo quiero que mis hijos sean campesinos pero en mejores condiciones. El


agricultor siempre gana por lo menos su jornal, si los precios lo benefician

6
Entrevista con Ramón Baas Ramírez (16/VI/2010).
puede ganar como maestro, ejecutivo o incluso como político. Pero para esto,
la gente debe tomar interés porque no todos podemos ser albañiles. 7
La visión de Lucas Vicencio conceptualiza al campesino como productor y no
como milpero o agricultor de subsistencia. Sus preocupaciones aluden a la
capitalización y productividad de agricultores profesionales o farmers y no a la
agricultura tradicional de tumba, roza y quema que considera obsoleta.

Pero, ¿son “la tierra” y el “monte” concepciones similares del medio natural?
Diferenciar ambas nociones presenta dificultades, una de ellas es que en el
lenguaje cotidiano ambos términos pueden ser usados genéricamente. Si bien,
ambos constituyen anclajes de identidades, en tanto referentes de arraigo y de
experiencias de vida, mientras que el monte se concibe como un espacio silvestre
y un patrimonio comunal, “la tierra” y su derivado “la parcela” son espacios
domesticados y familiares. Aluden a diferentes formas de apropiación material y
simbólica del territorio.

Otra dificultad para diferenciar “la tierra” y el “monte” se refiere a las


particularidades del programa agrario en Quintana Roo y en especial a las
dotaciones cardenistas con criterios forestales. Aunque las características del
reparto agrario en Quintana Roo difieren del efectuado en zonas donde hubo
grandes movilizaciones con demandas agrarias durante la revolución de 1910; los
ejidatarios de Solferino reivindican una herencia más amplia de lucha y sacrificio
por la tierra. Oraciones como “la tierra es de quien la trabaja” aún se escuchan
entre los ejidatarios y es un argumento flexible al que se apela dependiendo de las
situaciones. Se trata más de un recurso ideológico para negociar beneficios que
una norma efectiva.

A partir de las reformas de 1992 se vuelve posible la adquisición del dominio pleno
pero lo más determinantes es que, al dar por terminado el reparto agrario trabajar

7
Entrevista con Lucas Vicencio Hernández (20/XI/2007).
la tierra y vivir en la localidad, ya no son obligaciones para poseer derechos
ejidales. La nueva ley del ejido aunada al abandono relativo de las actividades
agropecuarias parece conducir a una mayoría a abandonar “la tierra” y el trabajo
agrícola como un posible proyecto de vida para el futuro.

4. -Imágenes que intervienen en la construcción contemporánea del lugar


Un panorama de la multiplicidad de voces y representaciones que intervienen en
la construcción contemporánea de Solferino debe empezar por mencionar el
rapport personal del etnógrafo con el lugar. La primera vez que visité Solferino
permanecí tres semanas durante el verano del año 2004. Por medio de un grupo
de amigos, casi todos activistas ambientales de la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales de la UNAM me enteré que una asociación civil había convocado a
jóvenes interesados en contribuir en un proyecto ecologista en el norte de
Quintana Roo8. El “work camp” (una especie de campamento para jóvenes a mitad
de camino entre unas vacaciones baratas y un trabajo de verano) tenía como fin,
sentar las bases de lo que sería una “Eco-Aldea” en un terreno de 15 hectáreas
recién comprado por María Ross, una activista ambiental tapatía y Gwenael Gueit,
un tenista profesional francés retirado. Este matrimonio había ahorrado durante
años para realizar el “sueño” de crear, en medio de la selva, un lugar y un modo
de vida más armonioso con la naturaleza.

Conforme avanzamos en el trabajo las actividades como el censo forestal fueron


acompañándose de otras de sesgo “espiritual”, por no decir “esotérico”. En
diferentes momentos nos exhortaron a participar en diferentes rituales de
agradecimiento a la naturaleza en los que se quemaba incienso y cantábamos
versos que aludían a las bondades de la “madre tierra”. Si bien no tuve mayor
inconveniente en participar, siempre me pregunté qué tenían que ver estos rituales

8. Aquí nos referimos a GAIA A.C, una organización ligada a la universidad La Salle con
fin de que los estudiantes de esa y otras universidades realicen su servicio social. GAIA
sirve de enlace con otras organizaciones que desarrollan proyectos enfocados al
desarrollo sustentable.
de lo que nuestros anfitriones llamaban “permacultura”9 con las creencias y
prácticas de la población local. Más tarde en la investigación, conforme fui
conociendo a más profesionistas y extranjeros que viven en la localidad, siguieron
manifestándose.

Liliana Bernardis una hotelera que vive en Holbox desde hace 20 años es de las
pocas personas que han comprado derechos ejidales y tienen casa en la
localidad. Ella afirma que desde chica tuvo el sueño de tener una casa de campo
donde pudiera tener árboles frutales y plantas, cosa imposible de realizar en
Holbox por los suelos arenosos. Compara a Solferino con Cuernavaca, una ciudad
periférica al Distrito Federal conocida por albergar casas de campo perteneciente
a capitalinos e infinidad de turistas residenciales de distinto origen.

También la historia de Debora Leech, la cantante canadiense que construyó una


zona de campamento en el pueblo, muestra un anhelo bucólico. Ella se presenta
en el sitio de internet del “Camp Buena Onda” (www.campbuenaonda.com) como
una mujer que huyó del frío de Toronto para cumplir su viejo sueño de habitar en
las afueras de una aldea maya. El lema del campamento que codirige con una
alemana, es “Shelter from the Norm”, en ese sentido ofrece, a un precio accesible,
un refugio rústico donde se puede descansar de las normas que impone la vida
moderna y contemplar la naturaleza.

Contrariamente a lo que se puede pensar, esta idea de “refugio” no debe ser


tomada a la ligera. Una forma de pensamiento presente, pero no generalizada,
lleva más lejos las ideas nostálgicas, y juzga tan mal la situación actual que
presagian el colapso inminente de la vida urbana y el mundo globalizado. Alberto
León López, el propietario del único hotel en Solferino, sostiene que por su propia

9. La permacultura es una red y un movimiento internacional de organizaciones que


fundaron ecologistas australianos en los setenta, cuyos principales ejes son la
construcción de hábitats humanos sostenibles y sistemas agrícolas que imitan los
patrones de la naturaleza.
dinámica o por algún cataclismo natural, el sistema mundial está a punto de
eclipsarse. El cancunense de 30 años dejó su carrera en la televisión para
construir una alternativa de vida en Solferino que ve como un posible resguardo
ante un supuesto apocalipsis próximo.

Este tipo de imágenes de “exuberancia natural” y “tranquilidad” intervienen aún en


la decisión de profesionistas de Cancún, Playa del Carmen, Ciudad de México y
algunos extranjeros de adquirir tierras en el ejido. Estos agentes son portadores
de imágenes, de valores y de pautas de conducta que influyen poderosamente en
la construcción del lugar y del territorio (Marín, 2008). Pero el turismo también
influye como ninguna otra economía en la adopción de patrones de relación social
con la gente de fuera (Marín, 2010).

En término generales los fuereños mantienen relaciones cordiales con casi todos
los habitantes de Solferino, pero cuando se trata de transacciones económicas
sale a relucir el carácter desigual de la relación con los de afuera. Por ejemplo,
esto lo observé en la construcción del primer hotel en Solferino donde hubo
intensas discusiones entre el patrón y los asalariados en torno al precio de las
obras y al tiempo de construcción. En mi última estancia en campo pude observar
que el hotel ya estaba avanzado pero los trabajadores habían sido reemplazados
por gente de Yucatán que cobra salarios más bajos. Este tipo de arreglos nos
llevan a cuestionar si es posible llegar a establecer mecanismos que permitan a
los pobladores locales beneficiarse de la derrama económica del turismo.

Pero los grupos locales también promueven imágenes que muestran a Solferino
como un lugar “auténtico” con condiciones naturales y culturales privilegiadas. Los
asesores de organizaciones como Yum Balam ANP y Kanche AC 10 así como los
miembros de los grupos “Pepeenchac”, “El Árbol Sagrado de los Mayas” y “Laak

10. Organizaciones que proporcionan apoyo y asesoría a la Red Comunitaria de


Ecoturismo Puerta Verde.
Obb Kaak” promueven imágenes que buscan mostrar autenticidad como una
estrategia para acceder al mercado turístico. El discurso plasmado en el cartel
informativo que se sitúa en el campamento del Corchal puede ser entendido como
una estrategia de promoción para acceder al mercado turístico regional:
Solferino es una comunidad en la que todavía se pueden apreciar sus casas
estilo maya, así como algunas leyendas, la forma de vivir desde los
antepasados ha dejado a Solferino el conocimiento de la naturaleza, siempre
acompañado de su toque de cultura.

El enaltecimiento de una “cultura maya” ha implicado que los mismos pobladores


reinterpreten algunos aspectos de su historia que ahora merecen ser contados: en
especial los relatos de la chiclería, de la conquista del monte y de la lucha por la
tierra. De esta manera la integración a la economía del turismo ha generado
nuevas preguntas en torno a la identidad y las formas de diferenciación. En este
caso, la insistencia en un pasado maya glorioso no ha desembocado en una
revitalización de rasgos comunitarios, ni en una reivindicación étnica. Sin
embargo, “lo maya” se ha convertido en un concepto más dinámico que además
de ser reinterpretado y revalorizado, es también usado estratégicamente para
atraer turistas y financiamiento.

Desde finales de los ochenta, han venido tomando importancia las visiones del
territorio asociadas a las ideologías de la conservación ambiental. Su impacto en
las políticas públicas ha sido decisivo tanto en la formación de nuevas prácticas de
estado como en la reestructuración espacial de los territorios del norte de
Quintana Roo. En especial, en lo que concierne al importante papel que juegan los
funcionarios de la CONAMP en las localidades del municipio y en referencia al
establecimiento de nuevas formas de apropiación territorial, particularmente
respecto a la consolidación de la APFF Yum Balam y la proliferación de las UMAs
dentro de los territorios ejidales (López Santillán, 2010).

En contraste, con los discursos de rescate de la historia e identidad que


describimos anteriormente, el ecologismo practicado por cooperativas,
extensionistas, funcionarios y biólogos en Solferino, ha modificado radicalmente el
modo de concebir los espacios y los recursos naturales. Así, en discursos como el
del guía de un tour en el que participé en el Corchal refleja una jerarquización del
conocimiento: por una lado, el “acreditado” adquirido durante las capacitaciones
con “expertos”; y por el otro, el dato “folk” o curioso aprendido en la localidad.
Además, en los discursos asociados a la conservación ambiental se tiende a
concebir al medio natural ya no como “monte” o “tierra” sino como “selva”, es
decir, que sus cualidades se definen por criterios científicos11: la biodiversidad, la
presencia de recursos hídricos, especies endémicas, ecosistemas amenazados o
la capacidad de absorción de CO2.

Aunque en sus versiones más románticas las visiones ecologistas valorizan las
formas de tenencia de la tierra que implican colectividades, en Solferino, las
gestiones de los “brokers verdes” no han escapado al proceso más amplio de
privatización de los recursos y los espacios. Al contrario, la determinación de
UMAs o reservas parecen incidir en la fragmentación territorial y en la disminución
de las tierras de uso común. Incluso, en las últimas asambleas algunos ejidatarios
han apelado sistemáticamente a la conservación del medio ambiente como un
argumento para justificar la parcelación. En ese sentido, la conservación ambiental
tiende a convertirse, más que en una convicción, en un recurso para negociar
beneficios personales o familiares. Como lo veremos en el siguiente apartado.

4. -El ejido inmobiliario: ¿Mercado de tierras vs. recursos comunes?

En una sociedad que fue fundada en la confluencia de un proyecto local de orden


comunal, de la formación del régimen de la posrevolución y de la reforma agraria

11 Biólogos y extensionistas han realizado estudios sobre la interacción de los habitantes


y el medio ambiente: el conocimiento y uso de recursos de la selva (la Torre Cuadros e
Islebe, 2003), los cambios de uso de suelo (Dupuy et al., 2007) y un interesante proyecto
de desarrollo participativo para la venta de la palma de chiit (Calvo y González, 2004;
Calvo y Soberanis, 2008).
que promovieron sus dirigentes, el surgimiento del mercado de la tierra tiene tintes
de ironía. ¿Qué futuro le depara al ejido Solferino a tres cuartos de siglo de su
fundación? ¿Qué opinan los mismos ejidatarios de sus necesidades y
posibilidades a futuro?

En este momento los ejidatarios discuten la parcelación de las tierras, que hasta
los años noventa del siglo XX, habían sido mancomunadas. En los últimos cinco
años, diferentes grupos de ejidatarios debaten continuamente el papel de las
autoridades y la organización ejidal en dos direcciones contrarias: La de la
continuidad, es decir, el ejido como institución de manejo de los recursos comunes
o la de la ruptura, el ejido como órgano gestor del mercado de la tierra y de las
parcelas individuales.12 El problema es que ambas direcciones son contradictorias
en la medida de la ya avanzada parcelización que ha ocasionado la reducción
irreversible de los recursos y espacios comunes.

Los que defienden la necesidad de preservar la tenencia mancomunada del


territorio apelan a los sacrificios que implicaron “la conquista del monte” y la
“lucha por la tierra”. En relatos como el siguiente se evoca el sesgo heróico de los
fundadores del ejido:
Entonces [los administradores del Cuyo] convocaron a cuatro líderes Octavio
Chalé, Tráncito Canul, Ángel Baas, Don Tasio Baas a una casa donde
pusieron en medio dos mochilas llenas de oro y plata y un puñado de pistolas
para que eligieran abandonar su lucha o atenerse a las consecuencias. El
sacrificio por la tierra y el bien común no tienen precio. Y ellos pensaron en
sus hijos. Hoy en día la tierra está en venta y no está asegurado el bienestar
13
de las siguientes generaciones .

12
Nótese que ninguna de las posturas aboga por la disolución del ejido, por lo que los que
presagiaron con la reforma de 1992 el fin de esta institución se equivocaron. El ejido
permanece como una opción estratégica que suma más ventajas (inalienables e
inembargables) que inconvenientes (el precio de la tierra se devalúa si no se tienen el
dominio pleno).
13
Relación, plasmada en el diario de campo, de una entrevista con Melchor Morales Baas
(04/IX/2009).
Esta idea de incorruptibilidad y sacrificio se contrasta con al egoísmo y las
envidias que rigen las actitudes actuales.
Y es que el ejido solía ser comunal y la parcelización empezó en el pueblo
para extenderse a las parcelas. Antes podías atravesar cualquier predio y
tomar lo que estaba al alcance de la mano, hoy te sorprenden bajando un
mango o cualquier otra cosa y te vienen a reclamar14.

En estas visiones se muestra una tendencia nostálgica a “mitificar” el proceso de


fundación del ejido pero en relación a una situación presente.

Por otro lado, los que defienden la parcelación tienden a considerar que la venta
de tierras y derechos ejidales se encuentra tan avanzada que se vuelve
insostenible la permanencia del régimen mancomunado:
“El ejido está cambiando en modo que el domino lo tiene cada ejidatario. Por
ejemplo, aplicando la ley: tanto tienes, tanto vales. Nadie saca de ejidatario a
nadie, solos se van saliendo. Entonces cada ejidatario pierde su calidad de
ejidatario conforme se va deshaciendo de una parte del total de sus tierras.
Entonces yo me paro y les digo en las asambleas, hay gente que nomás tiene
medio derecho ya vendieron la mitad de sus parcelas, entonces ¿son medios
ejidatarios? Poco a poco se está dando porque mucha gente está vendiendo y
mucha gente no quiere, la gente está vendiendo sus derechos y no hay nadie
que le diga no pueden estar cortando.”15

Este sector tiende a auto designarse como “conservacionistas” acusando al otro


bando que la reticencia a parcelar se debe a que pretenden “destruir” la selva.
“Para cuidar mejor lo que yo veo es que cada ejidatario agarre su propia
parcela. Hay gente que ya vendió su derecho ejidal y no tiene derecho de
cortar madera en el ejido, a lo mejor sí puede pero dentro de su parcela, la de
sus hijos o la de sus hermanos. En mi caso personal hasta ahorita no he
vendido ni una hectárea pero sí me está afectando el corte de madera.”16

El argumento que sostienen es que hasta que no se parcele todo el ejido una
minoría, sobre todo ejidatarios que ya vendieron parte importante de las tierras
que le corresponden, seguirá explotando para su propio beneficio los recursos
comunes.

14
Relación, plasmada en el diario de campo, de una entrevista con Melchor Morales Baas
(04/IX/2009).
15
Entrevista con Artemio Chalé May (13/XI/2009).
16
Entrevista con Artemio Chalé May (13/XI/2009).
Ante esta confrontación es necesario preguntarse, ¿la postura de la continuidad es
la expresión de una defensa de los valores comunitarios? ¿La parcelación es una
iniciativa guiada por un interés genuino por “conservar”? En los hechos los que
defienden la mancomunidad son líderes ejidales y miembros de la generación de
“hijos de fundadores del ejido” que participaron en las sociedades ganaderas. Sin
descartar a algunos que asumen esta postura por una mezcla de convicción y
nostalgia, un grupo de alrededor de noventa personas (aproximadamente treinta
ejidatarios) tienen intereses económicos. Sobre todo cortadores de madera que
ven oportunidades de negocios en la permanencia de la normatividad actual que
es sumamente flexible.

El régimen mancomunado en nuevas condiciones, no asegura la equidad ya que


los mecanismos que permitieron acceder a la tierra y a los recursos naturales
mediante el trabajo fueron reemplazados por una lógica mercantil de propietarios
individuales. Esto se debe a que, en los noventa, después del fracaso de la
explotación forestal ejidal las autoridades pasaron de ser protagonistas en la
organización y comercialización de los recursos a reguladores permisivos.
Permisividad que ha derivado en la venta generalizada de parcelas y en el
incumplimiento de los permisos forestales por la atomización de la explotación de
los recursos naturales.

Los que defienden la parcelación son un sector mayoritario al que se adhieren los
ejidatarios que realizan trabajos no-agroforestales y/o se desempeñan en espacios
de actividades exteriores a la localidad. En términos generales este grupo ve la
parcelación como un proceso irreversible aunque varían las opiniones sobre la
urgencia de regularizar las parcelas ejidales.

En general, los testimonios de aquellos que se adscriben a esta corriente revelan


un sentimiento de injusticia frente a las experiencias en la administración ejidal de
los recursos comunes. Ya sea que critiquen la sobrexplotación de la selva o la
venta precipitada de tierras y derechos ejidales, los adelantos de esta corriente se
manifiestan en la ya avanzada toma de posesión y delimitación de las tierras que
le pertenecen a cada ejidatario. Lo interesante de estos argumentos es que se
apela a la conservación del medio ambiente como un recurso para justificar la
parcelación más que como una convicción. Después de dos décadas de acciones
“conscientizadoras” de individuos y asociaciones ambientalistas, la postura que
defiende al medio ambiente corre el peligro de acelerar aún más la venta de
tierras.

Estas posturas y argumentos involucran representaciones y valoraciones del


pasado y del presente del ejido. Mientras la primera insiste en el origen popular del
ejido, la otra expresa una inconformidad en la administración ejidal de los recursos
comunes y una defensa del derecho de cada ejidatario de disponer de sus
parcelas como mejor les parezca. La postura de la continuidad recurre a una
visión mitificadora de la conformación histórica del ejido Solferino mientras la
postura de la ruptura critica el desenlace poco democrático de la reforma agraria.
Ambas posiciones corresponden a experiencias históricas locales pero
intrínsecamente aluden a políticas hegemónicas de distintos momentos en la
(re)construcción del Estado mexicano. En especial de la transición de
territorialidades asociadas al régimen posrevolucionario a las nuevas
territorialidades <<post-agrarias>> del mundo globalizado, de la movilidad
creciente de personas, bienes e ideas (Torres-Mazuera, 2009). Esta transición no
es la simple sustitución de lo nuevo por lo viejo sino más bien un proceso de
cambio complejo, negociado y potencialmente conflictivo por su carácter desigual.

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