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¿Puede escuchar el clamor…? ¿Puede sentir el dolor…?

¿Puede ver

el rostro de los miles y miles de niños, mujeres, jóvenes y hombres…? ¿Puede oír el clamor de la
naturaleza, del mar y la tierra, los

valles y las montañas, los ríos y los desiertos…? A una, toda la Creación clama por la redención de la
maldición. ¡Redención! ¡Salvación!

¡Justicia! ¡Paz! ¡Amor! El hijo de Dios escuchó el clamor… y abrió el

camino. Vino a la Tierra y trajo consigo un reino… inconmovible.

Jesús vino al mundo a proclamar el reino de Dios y su justicia; justicia para los pobres en espíritu, para
los quebrantados de corazón,

para los que viven en miseria, para los enfermos, para los que lloran,

para su creación.

Todo aquel que se acerca a Dios puede sentir el dolor de su corazón por la humanidad. El anhelo de
redención es más fuerte en

el corazón del Creador. Él clama con gran dolor y angustia por la

salvación de sus hijos. Por eso envió a Jesús, el Príncipe de Paz, a

restaurar su reino en medio de los hombres…


En los años que llevo de conocer a Dios, Él me ha ido acercando

cada vez más a su corazón, y su dolor se ha hecho mi dolor. Desde

el principio, he sentido una fuerte pasión por rescatar al perdido, al

que no conoce a Dios, al que no conoce su propósito, su destino ni

su relación con el Padre celestial. Tengo pasión por los millones de

personas que viven en oscuridad, en miseria espiritual, emocional y

financiera, cuando el Padre tiene abundancia de bienes en su casa.

Mi pasión ha sido llevarles las buenas nuevas del Reino, quitarles las

vendas espirituales, para que puedan ver lo lejos que están del

hogar. El Padre está esperando, con los brazos abiertos, que sus hijos

retornen a casa para poner un anillo en su dedo, vestirlos de lino

fino y prepararles un banquete de bienvenida: “…porque éste mi hijo

era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado”.

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