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TERRITORIOS PROHIBIDOS:

LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES EN LAS CIUDADES1

Maite Rodigou Nocetti2

El derecho a la ciudad, a transitarla, a apropiarse de ella, a disfrutarla, por todos


sus habitantes es un derecho vulnerado para gran parte de sus habitantes, y al mismo
tiempo, un derecho que resulta invisibilizado para muchos de ell*s, salvo en relación
a lo que se ha dado en llamar “inseguridad urbana”. La inseguridad urbana se ha
constituido en la actualidad, en uno de los problemas más preocupantes para la
opinión pública y los gobiernos. Los medios masivos de comunicación, y las
conversaciones en espacios públicos y privados dan cuenta de un sentimiento de
inseguridad y vulnerabilidad colectiva ante la violencia y el delito. Esta situación
provoca, en general, formas de pensar y actuar a nivel individual y colectivo que se
remiten a pedidos de mayor seguridad en términos de fuerzas policiales, y de
represión a determinados grupos generalmente estigmatizados -que
coincidentemente son los sectores más carenciados de la sociedad- y no
necesariamente responsables del acto delictivo. El sentimiento de miedo que
acompaña la percepción de inseguridad, en la mayoría de los casos, favorece la
aceptación de propuestas conservadoras y autoritarias que no posibilitan ninguna
transformación de la situación.
Los impactos de la violencia urbana en el aumento de la sensación de inseguridad
de las personas ha implicado en general, una restricción en el uso de los espacios
públicos de las ciudades, especialmente en aquellas zonas donde las ciudades
demuestran físicamente “fracturas” sociales (entre barrios o zonas de un mismo
barrio) y un aumento de medidas de protección individuales en los domicilios
particulares: rejas, alarmas, etc.
1 Este texto es una versión revisada de la ponencia que con el mismo nombre, se presentó en el año 2009 al VI Encuentro
Interdisciplinario de Ciencias Sociales y Humanas, organizado por el Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía
y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba.
2 Investigadora y docente universitaria. Área Feminismos, Género y Sexualidades del Centro de Investigaciones de la

Facultad de Filosofía y Humanidades. Email: maiterodigou@hotmail.com; maite.rodigou@unc.edu.ar

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Los espacios públicos se transforman -en el mejor de los casos- en lugares de
tránsito, o directamente, se evitan y pasan a ser espacios “ciegos” de la ciudad, lo cual
refuerza aún más su peligrosidad. Implica, asimismo, una pérdida de los espacios de
interacción social, donde se construye identidad y pertenencia colectiva,
favoreciendo el aislamiento y la pérdida de las redes sociales.
No obstante, en estas consideraciones no ingresa la inseguridad que afecta
específicamente a las mujeres, que es la violencia de que son objeto las mujeres por
su condición de género subordinado. En general, cuando se habla de violencia hacia
las mujeres inmediatamente se la asocia a la violencia ejercida sobre ellas en el
ámbito familiar o en sus relaciones sexo-afectivas; sin embargo, esta violencia excede
estos ámbitos y relaciones. Se expresa en el espacio laboral, en las organizaciones de
la educación y la salud, en las instituciones del Estado, en los medios de comunicación
masivos, y por supuesto, en las propias ciudades o territorios habitados.
Dichas violencias no son contempladas en general cuando se demanda, o se
formulan políticas públicas de seguridad, o cuando lo han hecho, ha sido bajo una
concepción asistencialista, victimista, delegativa, y con un enfoque que enfatiza la
violencia intrafamiliar (Rainero, Rodigou, Pérez, 2006).
Interesa aquí señalar que existe una especificidad de la violencia hacia las
mujeres en los espacios públicos, en las formas que adquiere y las consecuencias en
la vida cotidiana de las mujeres. Sin embargo, esta especificidad no contradice la
perspectiva feminista que señala la artificialidad de la distinción espacio privado y
espacio público, ya que entendemos que la violencia hacia las mujeres responde -en
sus distintas formas y ámbitos- a una misma situación: la consideración de las mujeres
como sujetos subordinados a un orden patriarcal.
En este escrito, busco dar cuenta del conocimiento producido en la investigación
y la intervención en la ciudad de Rosario, a través de dos proyectos de trabajo,
impulsados por UNIFEM, que fueran realizados por la ONG CISCSA desde el año 2004
hasta la fecha. 3 , y mis reflexiones personales al respecto como coordinadora de
ambos proyectos.

3Los proyectos fueron: “Ciudades sin violencia hacia las mujeres, Ciudades seguras para todos” (2004-2005), financiado
por Fondo Fiduciario contra la Violencia hacia las mujeres UNIFEM, ejecutado por CISCSA (Argentina) y Flora Tristán
(Perú), y “Ciudades sin violencia hacia las mujeres, Ciudades seguras para tod@s”, ejecutado por UNIFEM - hoy ONU
Mujer- e implementado por la Red Mujer y Hábitat de América Latina (2006-2009)

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La violencia urbana que afecta a las mujeres.

En una investigación cualitativa que llevamos adelante en la ciudad de Rosario


en el año 2006 (CISCSA- Red Mujer y Hábitat de América Latina), a partir de las
expresiones de las mujeres en grupos de discusión, además de la violencia que viven
en sus propias casas, reconstruir tres grandes formas de violencia urbana en los
espacios públicos:
 Un mayor grado de violencia -física o verbal- en robos y asaltos, donde las
mujeres señalan la existencia de la amenaza y posibilidad de abuso sexual o
violación.
 Las expresiones cotidianas de violencia sexual en el espacio público como
insinuaciones sexuales, ser miradas como objeto sexual, chistes y burlas, o
conductas invasivas de su espacio corporal como los “apoyos” o frotamientos
en el transporte público.
 La doble victimización ejercida por el propio Estado y en los ámbitos familiares
y comunitarios, ya que en general se las responsabiliza de la agresión recibida
o subestiman la gravedad de la violencia.

La violencia sexual apareció como una de las formas de violencia habituales en el


cotidiano transitar de las mujeres en las ciudades, tanto en referencia a situaciones
vividas como a sus miedos y ansiedades.
Las agresiones verbales con connotaciones sexuales, mal llamados todavía
“piropos”, los “manoseos” o su posibilidad, implican que las mujeres evitan pasar por
determinados lugares, visten distinto, caminan y se paran de forma de ocultar algunas
partes de nuestro cuerpo. El cuerpo se contrae. Sin embargo, no son percibidas ni por
ellas ni por el resto de la comunidad como violencias.4 Como señalamos en un trabajo,

Miradas como objetos sexuales, abordadas en la calle, en el transporte público o


en otros espacios públicos sin su consentimiento, las mujeres viven una serie de

4En la ciudad de México, la violencia sexual en el metro -el medio de transporte público más usado (más de un millón de
usuarios se moviliza diariamente en este transporte)- ha implicado desarrollar medidas como la separación en los andenes
de las estaciones más concurridas, de los usuarios varones y de las usuarias mujeres, por parte de personal de seguridad
del mismo, así como la delimitación de vagones especiales para mujeres y niños.

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situaciones de violencia cotidiana, específicamente de orden sexual, que no son
visibles a la población en general como tampoco a los agentes encargados de la
seguridad, y no son identificadas como delitos (Rainero, Rodigou y Pérez, 2006,
pág. 14 – 15).

La referencia a la violación, como expresión máxima de esta violencia sexual,


aparece en las expresiones de las mujeres como un miedo permanente ubicado en el
espacio público, aunque la misma pueda darse en los espacios privados, y en el caso
de las niñas, sea éste el espacio donde mayormente están expuestas al abuso y la
violencia sexual.
Este temor ha sido construido a través de la socialización diferenciada por
género, donde la familia, la escuela, el trabajo, el ámbito social en general, todavía
señalan roles y normas diferentes para varones y mujeres.
El espacio público aparece todavía como un espacio preferencial para el género
masculino, y de alguna forma vedado para las mujeres. Cuando los mandatos sociales
son de alguna forma, cuestionados, aparece alguna forma de control social para estas
nuevas prácticas, mostrando un espacio que se vuelve hostil o peligroso para las
mujeres.
En este sentido, la alusión a las “caperucitas rojas” de los cuentos infantiles es
paradigmática. Es a las niñas que van solas por el bosque, a las que le pueden pasar
cosas terribles.
El cuento nos dice también, tal como lo analiza Marta Román, urbanista
española, que Caperucita Roja a pesar de haber recorrido siempre el camino, siempre
iba “distraída” y por tanto, cuando tuvo que hacer sola el camino, no logró recordar
cómo era. Se perdió… y finalmente, es atrapada en su buena fe, en su ingenuidad, por
un lobo que se disfraza de abuelita.5
Distintas autoras señalan asimismo un uso del cuerpo y el espacio en los primeros
años de vida de las niñas, más restringido que el de sus pares varones. Las habilidades
físicas y por tanto, la posible vivencia de un cuerpo fuerte, vital y potente, han sido
obstaculizadas en general en los primeros años de vida. Al mismo tiempo, la
exploración de su espacio vital (parques y plazas, el propio barrio) también han sido
limitadas de alguna forma; se las vigila, se las tutela, se las protege en mayor medidas
5 Mapa de la ciudad prohibida. Disponible en https://sv010.basauri.net/berd/datos/Violencia/0.MEMORIA.pdf

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que a los varones, mientras que a éstos últimos se les da más libertad para explorar
el territorio. La tutela y vigilancia se expresa en las distancias permitidas (en los
“permisos” que dan los padres para andar en bicicleta, a las mismas edades, las
distancias son menores para las mujeres respecto de las distancias autorizadas para
los varones) o en las condiciones en que se realizan estas incursiones en el espacio
público (ir acompañadas, por ejemplo). Situación que prosigue con las salidas de
recreación, especialmente las nocturnas o las que implican más de un día fuera de
casa, que hacen las y los adolescentes. Como consecuencia, en la vida adulta, habrá
menor experiencia en el conocimiento de nuestros barrios y nuestras ciudades, y de
transitar por los mismos, por tanto, el territorio que aparece como desconocido, así
como desconocidas las formas de circular por el mismo, genera mayor inseguridad y
temor.
En una encuesta poblacional desarrollada en cinco ciudades del MERCOSUR, las
mujeres demostraron mayor inseguridad que los varones (CISCSA, 2003)6, aparecía
un mayor sentimiento de inseguridad en las mujeres respecto de los varones. Esta
diferencia se explica en gran parte por la socialización de las mismas en cuanto al
espacio público como peligroso, implicando un continuo control y autocontrol sobre
sí y sus acciones cuando transita o permanece en el espacio público (vestimenta,
forma de caminar, actitudes, lugares por donde andar o transitar, entre las
principales), lo que produce limitaciones y restricciones en sus movimientos y
autonomías, especialmente en referencia a determinados lugares y momentos
considerados especialmente “peligrosos” para las mujeres. En la misma encuesta, al
poner a disposición de los y las encuestados/as una serie de afirmaciones acerca de
los comportamientos y roles de las mujeres, un alto porcentaje sostiene aún por
ejemplo que “las mujeres debieran evitar vestirse provocativamente para no ser
agredidas o molestadas en la calle”, “las mujeres no debieran transitar ni permanecer
solas en los espacios públicos para evitar riesgos”, siendo más fuerte el acuerdo con
estas ideas por parte de los varones. Esto contribuye así al control social sobre los
comportamientos, y por tanto, sobre la libertad de movimiento de las mujeres, desde

6 Encuesta poblacional “Indicadores Urbanos de Género”. Investigación coordinada por CISCSA –Centro de
Intercambio y Servicios Cono Sur Argentina- y apoyada por UNIFEM Brasil Cono Sur, con la participación de las áreas
mujer de los gobiernos locales involucrados. Las ciudades en las que se aplicó la encuesta fueron: Mendoza y Rosario
(Argentina), Asunción (Paraguay), Montevideo (Uruguay), y Talca (Chile).

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el estrictamente físico a el social. En el mismo acto, además, se culpabiliza a las
mujeres por los posibles actos de violencia de los que podría ser víctima.
Gran parte de las conductas de evitamiento se explican por una socialización de
las mujeres respecto del espacio público, donde este se muestra por una parte, como
peligroso para las niñas y mujeres y de alguna forma, como “no permitido” de la
misma forma que para los varones. Esto genera que las mujeres ejerzan un continuo
control y autocontrol sobre sí y sus acciones cuando transita o permanece en el
espacio público (vestimenta, forma de caminar, actitudes, lugares por donde andar o
transitar, entre las principales), lo que produce limitaciones y restricciones en sus
movimientos y autonomías.
Ahora bien, el temor construido a través de las socializaciones previas, se ratifica
y se presentifica con cada hecho de violencia cometido contra una mujer, hechos
cotidianos que son conocidos en la trama de relaciones cotidianas porque le pasó a
una vecina, una compañera de trabajo o a través de los medios de comunicación. Esta
ratificación de la posibilidad cierta de la violencia sobre mi persona por el mero hecho
de pertenecer al colectivo de mujeres, impacta amplificando los temores construidos
en las primeras socializaciones. Esta identificación ha implicado también en los
últimos años la enunciación de expresiones tales como “Nos matan”, tanto en las
manifestaciones callejeras masivas de Ni Una Menos como en las redes sociales, que
trasciende el hecho individual y lo vuelve un hecho colectivo.

Impactos de la violencia de género en la vida cotidiana de las mujeres

Son estas violencias que se experimentan o se perciben como amenazas ciertas,


las que ejercen un efecto de restricción en el acceso y uso de la ciudad, y hasta de su
propio barrio, y en este sentido, son limitantes de la ciudadanía de las mujeres en
cuanto condicionan sus posibilidades de participar de la vida económica, cultural,
social y política.
Ante la violencia que experimentan las mujeres o que perciben como amenazas
posibles por su condición de género, las mujeres limitan sus movimientos en la
ciudad, y en algunos casos, abandonan trabajos (perdiendo ingresos y autonomías
económicas), estudios (perdiendo capital educativo que les permita tener otro

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horizonte de vida), o dejan de participar en actividades recreativas, culturales y
políticas, con un impacto negativo en sus proyectos vitales.
Por otra parte, interesa destacar que la violencia dirigida hacia las mujeres no
acaba en el mismo hecho violento, sino que sigue actuando posteriormente. Las
mujeres desarrollan sentimientos de vergüenza, culpa, miedo, que atentan contra su
autoestima y seguridad, al mismo tiempo que modifican su vida cotidiana,
restringiendo sus movimientos en la ciudad y los espacios públicos. (Rainero, Rodigou
y Pérez, 2004)
Si bien se ha observado que el aumento de la violencia urbana o las nuevas
formas en que se expresa, han implicado -en general- cambios en las prácticas sociales
y formas de relacionarse habituales de las personas, en una encuesta que realizó
CISCSA en la ciudad de Rosario en el año 2003, las mujeres señalaron en mayor
medida (más del 14%) que los varones que cambiaban sus rutinas cotidianas ante el
temor a transitar por algunas zonas de la ciudad o en algunos horarios particulares -
la noche. 7 Aunque algunas de estas medidas se refieren al temor de ser víctimas de
arrebatos y robos, como puede ser el dejar de utilizar carteras y bolsos, interesa
señalar que las mismas se acometen en relación a un presupuesto de debilidad física
de las mujeres para enfrentar estas situaciones. Otras conductas de autoprotección y
evitamiento están más vinculadas a otros miedos –el de la violencia sexual- como es
el caso de las salidas nocturnas o de recreación, en donde buscan que ser
acompañadas por alguien, o, cuando su condición económica lo permite, utilizar
transporte privado como taxis o remises, lo que produce limitaciones y restricciones
para vivir la ciudad como un espacio que les pertenece y del cual se pueden apropiar
y circular con autonomía.
Las mujeres evitan transitar por determinados lugares, no hacerlo en horarios
específicos, generalmente de noche o de madrugada, o no realizar algunas
actividades, afectando sus proyectos de vida, tales como estudiar o trabajar, la
recreación, o la participación social y política.
No obstante, en general, la violencia hacia las mujeres en el espacio público
solamente se reconoce en situaciones extremas (violación o muertes), invisibilizando

7 Para más datos, véase el Informe Indicadores Urbanos de Género en el sitio web de la Municipalidad de Rosario:
www.rosario.gov.ar/sitio/desarrollosocial/mujer/indicadores_genero.pdf.

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las diversas situaciones de violencia que alimentan la inequidad y la violación del
derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia.
A pesar de esto, las mujeres siguen realizando sus actividades cotidianas y las
extraordinarias. Sin embargo, es necesario advertir que el tránsito por la ciudad -a
pesar de la inseguridad- lo realizan por aquellas actividades que no pueden dejar de
hacer ya sea por la subsistencia económica necesaria, o por la atención a necesidades
de su grupo familiar (especialmente en relación a la educación y la salud) o de su
comunidad (participación social), siendo menor su participación cuando se trata de
sus propios intereses (educación, recreación o participación). La pregunta es a qué
costo lo hacen, y por qué deben seguir pagando este costo. En otras palabras,
¿cuándo esta esta violencia hacia las mujeres será un problema que preocupe a toda
la ciudadanía, y especialmente al Estado?

¿Dónde y cuándo la ciudad se torna insegura para las mujeres?

Los espacios públicos de la ciudad (calles, plazas, plazoletas, peatonales, etc.) son
construcciones que hacen al diseño urbano de la ciudad, y a la vez, son espacios vivos
ya que son habitados, usados, transformados por las personas y los grupos sociales.
Arquitectas y urbanistas han señalado en distintos trabajos que las ciudades han sido
construidas bajo una división sexual del trabajo que se manifiesta en su diseño,
priorizando la relación del hombre con el trabajo. En la misma línea, los servicios
públicos urbanos han seguido considerando esta concepción, no considerando otras
necesidades que surgen con cada vez mayor emergencia en la medida que las
ciudades crecen en su urbanización: las conexiones a los servicios de salud y de
educación son un ejemplo de este problema.
Es así, que cuando las mujeres expresan cuáles son aquellas características que
hacen a un espacio público inseguro, y que por tanto, temen y evitan utilizar (CISCSA,
2005), consideran ambos aspectos:
Por un lado, las características físico – territoriales de los espacios públicos que
vinculan a una mayor peligrosidad de los mismos, son: la falta de iluminación, la falta
de mantenimiento en espacios públicos (acumulación de basura o crecimiento de
malezas), los baldíos, las zonas de fractura física como son autopistas o vías del
ferrocarril, o los puentes y sus inmediaciones, calles estrechas y sin salidas, la avenida

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de circunvalación en zonas despobladas. En este sentido, es importante señalar que
la mayoría de los asesinatos de mujeres ocurridos en Ciudad Juárez (México) -terrible
exponente de lo que llamamos feminicidio-, se produjeron en los “vacíos” que deja
la trama urbana, en los trayectos que vinculan la zona central y más consolidada de
la ciudad con los barrios suburbanos. En una de las caminatas de reconocimiento
barrial en el Distrito Oeste de la ciudad de Rosario (Argentina), con un grupo de
adolescentes mujeres, nos señalaron: “ese es un caminito que sale a un descampado
donde violaron y mataron a una chica”.
Por otra parte, las características sociales que hacen a la ocupación del
territorio: la ausencia de personas en los mismos (falta de control social) y la
ocupación por parte de grupos de varones con conductas agresivas y/o en situación
de alcoholismo y drogadicción, hacen a la consideración de ser un lugar peligroso
para las mujeres. Especialmente se refieren a ello, cuando por razones de trabajo,
deben pasar por determinados lugares en horarios de la noche o la madrugada. Si los
espacios públicos dejan de ser habitados y disfrutados por las situaciones de
inseguridad que se producen, se transforman -en el mejor de los casos- en lugares de
tránsito, o directamente, se evitan y pasan a ser espacios “ciegos” de la ciudad, lo
cual refuerza aún más su peligrosidad.
Asimismo, la fragmentación de los vínculos sociales y comunitarios hace a la
situación de inseguridad, en cuanto a la falta de conocimiento entre las personas que
habitan el lugar, y un escaso sentimiento de pertenencia e identidad barrial. Agnew
(1987) señala que el concepto de lugar implica la localización de la reproducción
de las condiciones de existencia, la referencia geográfica pero también el
sentido que es asignado por los sujetos. Así diría una de las adolescentes que
realizaron las caminatas exploratorias: “nadie tiene las puertas abiertas ni te abren si
pedís ayuda”, ejemplificando la incidencia del miedo en la solidaridad y el sentido de
comunidad.

Los desafíos…

El Estado y la sociedad deben ser partícipes activos en la construcción de


ciudades inclusivas y seguras, y por tanto, es necesario generar políticas públicas que

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se sostengan en la óptica de derechos humanos integrales y abarcadores, que
incluyan a las mujeres como sujetos de ciudadanía.
Experiencias internacionales desarrolladas desde hace más de quince años,
como las realizadas en ciudades de Canadá, y más recientemente en España, Indica,
Sudáfrica, han logrado poner de relieve la importancia del diseño del espacio público
así como de las características sociales que se evidencian en cómo se habita este
espacio, a partir de acciones conjuntas de diagnóstico e intervención llevadas a cabo
entre gobiernos municipales y organizaciones de mujeres.
Dentro de esta líneas, el Programa Regional de UNIFEM buscó desarrollar en
América Latina experiencias de construcción de ciudad y ciudadanía que incluyeran el
problema de la violencia hacia las mujeres en las ciudades de Rosario (Argentina),
Bogotá (Colombia) y Santiago (Chile). Dentro de estas experiencias, uno de los
objetivos fue transformar los espacios públicos en espacios más seguros para las
mujeres, para lo cual se desarrollaron acciones de diagnóstico participativo, donde las
propias mujeres desarrollaron un conjunto de herramientas como las caminatas
exploratorias y luego se realizaron algunas acciones emblemáticas que buscaron la
transformación del lugar.
En dichas acciones, se han enfatizado, dentro de los elementos que debiera
contemplar una política de seguridad participativa y preventiva que efectivamente
sea inclusiva de la seguridad de las mujeres:
a) Espacios públicos: - por una parte, un diseño de la ciudad que piense y
recupere espacio público, que considere un transporte público que conecte los
lugares en donde transcurre la vida cotidiana de las mujeres, que posibilite espacios
de integración social, –por otra parte, una política que promueva el uso de los
espacios públicos, especialmente de las mujeres, y el desarrollo de actividades que le
den “vida” a los mismos.
b) Políticas Públicas que incorporen la violencia hacia las mujeres, como una
problemática a ser abordada integralmente desde distintos sectores del Estado:
salud, justicia, seguridad, educación, urbanismo, etc.
Sin embargo, el mayor desafío consiste en desestructurar las condiciones
sociales y culturales que generan situaciones de violencia hacia las mujeres, lo que
permitirá construir ciudades posibles de ser vividas por todos sus habitantes. Dentro
de estas condiciones socioculturales, se impone como tarea urgente e imprescindible,

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la desnaturalización de la violencia hacia las mujeres, que la indignación respecto de
cualquier hecho o situación de violencia hacia las mujeres se sostenga, y se objete en
cualquier situación y en cualquier ámbito, o parafraseando una campaña de Bogotá,
Colombia, que “La violencia hacia las mujeres se transforme en un inaceptable social”.

Bibliografía:

AGNEW, J. (1987). Una alternativa teórica acerca del lugar y la política, en Place and Polities. Allen
Unwin Winchester. Londres.

RAINERO, Liliana.; RODIGOU, Maite y PEREZ, Soledad (2004). Ciudades sin violencia para las
mujeres, ciudades seguras para todos. Módulo Capacitación. Material de trabajo.
Coautora con Liliana Rainero y Soledad Pérez. Córdoba: Edic. CISCSA.

RAINERO, Liliana.; RODIGOU, Maite y PEREZ, Soledad (2006): Herramientas para la promoción de
ciudades seguras desde la perspectiva de género. Córdoba: CISCSA / UNIFEM.

CISCSA (2003). Informe Final. Encuesta de Indicadores Urbanos de Género, aplicada en cinco
ciudades del Cono Sur. Programa apoyado por UNIFEM Brasil y Cono sur.

CISCSA (2004). Ciudades sin violencia para las mujeres. Ciudades seguras para todos. Módulo de
Capacitación. Material de Trabajo. Textos: RAINERO, Liliana; RODIGOU, Maite; PÉREZ, Soledad. Ed.
CISCSA. UNIFEM. Córdoba Argentina

CISCSA (2005). Informe de la Investigación cualitativa: Percepciones sobre la violencia urbana hacia
las mujeres en la ciudad de Rosario. Argentina. Programa Regional Ciudades sin violencia para las
mujeres, Ciudades seguras para todos. UNIFEM. Inédito.

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