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Cualquier cuerpo con masa ejerce una fuerza de atracción, pero los efectos de esta fuerza son más notorios
cuando estos objetos son de un tamaño masivo, como los cuerpos celestes. La ley de la gravedad explica que
los planetas giren alrededor del Sol y que como más cerca de ellos estén, mayor sea la fuerza de atracción, lo
que implica que la velocidad de la traslación sea mayor.
También explica que la luna gire alrededor de la Tierra y que nos sintamos atraídos hacia el interior de la Tierra,
es decir, que no estemos flotando.
Ante esta situación, Newton desarrolló el cálculo diferencial e integral, un conjunto de operaciones matemáticas
con infinidad de aplicaciones y que sirvieron para calcular órbitas y curvas de los planetas durante sus
movimientos en el espacio.
Newton observó que la distancia no era la misma, y que si la Tierra fuera perfectamente redonda como se
pensaba, los valores deberían ser iguales. Estos datos llevaron a Newton a descubrir que la Tierra estaba
ligeramente achatada en los polos como consecuencia de su propia rotación.
Como parte de sus experimentos, Newton vio que sucedía exactamente lo mismo con los prismas, pues la luz
blanca era una combinación de todo el espectro. Esto fue una revolución ya que hasta ese instante se pensaba
que la luz era algo homogéneo. Desde aquel momento, saber que la luz se podía descomponer fue una de las
bases de la óptica moderna.
Hasta ese momento, en la astronomía se utilizaban telescopios basados en lentes, lo que implicaba que debían
ser de gran tamaño. Newton revolucionó el mundo de la astronomía inventando un telescopio que en lugar de
estar basado en lentes, funcionaba mediante espejos.
Esto convertía el telescopio no solo en más manipulable, pequeño y fácil de usar, sino que las ampliaciones que
lograba eran mucho más elevadas que con los telescopios tradicionales.
Es decir, una taza de café se enfriará más rápido si la dejamos en el exterior a pleno invierno que si lo hacemos
durante el verano.
Es decir, un sonido viajará más rápido si se transmite por el aire que si lo hace por el agua. Del mismo modo, lo
hará más rápido a través del agua que si tiene que atravesar una roca.
Leibniz ha sido considerado como el último de los grandes hombres con conocimientos universales. Hizo
importantes aportaciones a la filosofía, la teología natural, las matemáticas, la lógica, la física, la geología, la
paleontología, las técnicas, la automatización, el derecho, la historia, la biblioteconomía, la política internacional
y las religiones, y recientemente se han empezado a publicar sus escritos inéditos sobre lingüística, economía y
ciencias sociales. Autor de la Monadología y del Sistema de la Armonía Preestablecida, su tesis sobre el mejor
de los mundos posibles ha suscitado grandes debates. Descubrió el cálculo diferencial e integral, la dinámica, el
lenguaje binario, el Ars Inveniendi y la máquina de calcular, entre otras invenciones. Deleuze lo ha caracterizado
como el gran pensador del Barroco.
Fue autodidacta, juez, diplomático, bibliotecario y consejero en Hannover y en otras cortes europeas, incluidos el
emperador de Viena y el zar de Rusia. Se interesó por la cultura china y por otras culturas. Fundó la Academia
Alemana de Ciencias en Berlín e impulsó otras instituciones culturales y científicas. Se le considera como uno de
los pioneros del federalismo europeo. Soltero, usó el pseudónimo de Teófilo (amante de Dios). A su muerte dejó
una cantidad ingente de manuscritos inéditos, que todavía no se han terminado de publicar, pese a que la
Academia de Berlín lleva un siglo en la tarea.
El siglo XXI aporta una nueva concepción del mundo y de las cosas que puede ser caracterizada como
tecno-barroca. Dicha concepción incluye el desarrollo de tecnociencias, tecnoculturas y tecnopolíticas, pero
también de tecnopersonas y tecnomundos. Sus motores son la creatividad y la innovación tecnocientífica,
cultural, social y personal. Los tecnomundos resultantes pueden ser entendidos como nuevas formas de
expresión del mejor de los mundos posibles.
Para ello, es preciso repensar lo mejor, y por tanto los valores. Leibniz no escribió ninguna obra sobre su ética,
pero en su sistema filosófico subyace una concepción de los valores que resulta plenamente contemporánea.
Tecnología y valores son los dos grandes temas de nuestro tiempo y el pensamiento de inspiración leibniciana
aporta mucho a ambas cuestiones.