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Cristo, Sacramento de Dios Padre :

La Iglesia,
Sacramento de Cristo Glorificado

1. La Encarnación es la realización y revelación definitiva de


la gracia, es decir, de la comunicación de Dios en Sí mismo al
hombre : al apropiarse personalmente el Hijo de Dios el ser huma­
no, Dios se da y se revela como Padre al hombre Cristo y en Cristo
a los hombres. La revelación y realización de la gracia en Cristo
son dos aspectos, inseparables entre sí, de la autocomunicación
de Dios al hombre 1.
El misterio de Cristo está en la unión de su carácter per­
sonal divino con su auténtico ser humano : el hombre Jesús es
personalmente el Hijo de Dios. La Filiación divina constituye la
gracia increada de Cristo; en la totalidad corpóreo-espiritual de
su naturaleza humana el hombre Jesús está orientado hacia Dios,
su Padre, con la relación increada de la Filiación eterna2.

1 En el IV Evangelio aparecen identificadas la función reveladora y


la función vivificante del Verbo Encarnado. Cristo da la vida eterna a los
hombres revelándoles su Padre y les manifiesta el Padre dándoles la vida
eterna. La manifestación de la gloria de Dios y la comunicación de la vida
divina a los hombres coinciden (Jn. 1, 4.14.18; 3,16.36 5,20-26.40; 6,46-47;
10,14-18.25-30; 14,6-12; 17,3-8.20-26; 20,31; Cfr. C. H. Dodd, The In­
terpretation of the Fourth Gospel [Cambridge 1958] 318-354; C. K. Barret,
The Gospel according St. John [London 1958] 68; R. Bultmann,, Theologie
des Neuen Testaments [Tubingen 1958] 418-422). [NB. El presente artículo,
cuyo resumen latino fué leido en el « Congressus International^ de Théolo-
gia Vaticani II », Romae 1966, intenta penetrar en el misterio de la Iglesia
a la luz del misterio de Cristo, siguiendo la dirección indicada por el Concilio
Vaticano II. Supone pues el estudio previo de la doctrina cristológica y
eclesiológica del mismo Concilio ; hace ya varios meses terminamos este
estudio, que bajo el título « Das Geheimnis Christi im Geheimnisse der
Kirche nach dem Zweiten Vatikanischen Konzil » será publicado próxima­
mente por la Editorial Herder en la obra de colaboración Volk Gottes, diri­
gida por R. Bäumer y H. Dolch en homenaje a Mons. J. Hofer].
2 Tanto el Jesús de los Sinópticos, como el del IV Evangelio, invoca
a Dios como Padre suyo y vive su relación personal a Dios como actitud
filial ; precisamente en esa actitud del hombre Cristo para con Dios nos ha
sidp revelado su carácter personal divino. Cfr. B. M. Van Iersel, « Der
6 JUAN ALFARO, S. I.

La Encarnación implica la donación personal de Dios al


hombre Cristo como Padre suyo : el hombre Cristo es Persona,
en cuanto Dios es su Padre. Esta autodonación del Padre (tan
real como la Encarnación misma) es la gracia increada de Cristo3;
solamente el hombre Jesús es amado por Dios como Hijo suyo4.
La donación de Dios a Cristo como Padre suyo es el funda­
mento de toda comunicación de Dios en Sí mismo al hombre. La
Encarnación (cuya posibilidad se basa en el misterio personal in-
tradivino) es la Gracia fundamental, de la que depende y parti­
cipa toda otra gracia.
La gracia increada de Cristo comporta necesariamente su gra­
cia creada. La Encarnación (el « hacerse-hombre » del Hijo de
Dios, la « humanización » de lo divino en Cristo) implica la di­
vinización de la Plumanidad de Cristo, que queda constituida en
la Humanidad del Hijo de Dios 5.
El hombre Cristo tiene conciencia de ser el Hijo de Dios;
en la intimidad de su actitud ñlial para con Dios conoce inme­
diatamente su Padre celeste 6. En la experiencia filial del hombre
Jesús y en su entrega absoluta a Dios se realiza y revela la ab­
soluta autodonación del Padre a su Hijo, hecho hombre. La gracia
creada de Cristo (que constituye la divinización de su Humani­
dad) es la expresión-realización de su gracia increada. Esto quiere
decir que la gracia de Cristo, por ser gracia de Encarnación, tiene
estructura sacramental. En Cristo tiene lugar la unión suprema

Sohn » in den Synoptischen J esusworten (Leiden 1961) 165-185 ; J. Schmid,


Das Evangelium nach Markus (Regensburg 1954) 162-165; W. Marchel,
Abba, Père, La Prière du Christ et des chrétiens (Romae 1963) 101-181 ;
J. Jeremias, Abba. Studien sur neutest. Theologie und Zeitgeschichte (Göt­
tingen 1964) 33-67 ; Id1., Le Message central du Nouveau Testament (Paris
1966 ) 10-29.
3 La donación personal de Dios al hombre Jesús, como Padre suyo,
y la Filiación divina de Cristo coinciden. Cristo es el Hijo de Dios, en
cuanto Dios es su Padre, es decir, en cuanto recibe del Padre su mismo
divino ser.
4 Cfr. Me. 1,11; 9,7; Jn. 1,18; 3,16; Ef. 1,6; Col. 1,13.
5 La gracia increada de Cristo es tan única e irrepetible como su di­
vina Filiación, a saber, como la autodonación personal de Dios, su Padre.
Su gracia creada es también única e irrepetible, pues es la repercusión pro­
pia de su gracia increada e incluye la « asunción hipostática » de su Huma­
nidad y la conciencia de la misma, que son cualitativamente únicas. Si se
tiene presente que la gracia creada (aun en su estadio supremo, que es la
visión de Dios) implica la unión personal del hombre con Dios, fácilmente
se comprenderá que la gracia creada de Cristo es tan única e irrepetible
como la misma unión personal del hombre Cristo con Dios, su Padre.
« Cfr. Mt. 11,27; Jn. 1,18; 6,46; 10.15.38.
CRISTO, SACRAMENTO DE DIOS PADRE 7

de lo divino con lo humano (bajo la primacía de lo divino), de


tal modo que lo divino se manifiesta y obra en lo humano, y lo
humano es elevado a signo eficaz de la autocomunicación de Dios 7.
En la Humanidad de Cristo se revela y realiza la donación per­
sonal de Dios al hombre Jesús, su Hijo: la gracia de Dios (que
es Dios mismo en su autocomunicación al hombre) queda « sa­
cramentada » en la Encarnación. Por su misma constitución de
Hijo de Dios, hecho hombre, Cristo es Sacramento (el Sacra­
mento fundamental) ante todo en Sí mismo y para Sí mismo : en
El se hace real y a El se revela la suprema autodonación de
Dios 8.

2. Como misión del Hijo de Dios al mundo, la Encarnación


proviene en ultimo término del amor del Padre hacia los hom­
bres 9. La iniciativa salvifica de Dios, que implica la intención de
dar al hombre participación en la vida divina, radica en la Per­
sona misma del Padre « invisible », Principio fontal de la vida
trinitaria. La comunicación de la vida divina a los hombres debe
pasar a través de su Hijo y de su Espíritu 10.

7 Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. I, n. 8; Const, sobre


la Sag. Liturgiaj c. I, n. 5.
8 La gracia increada de Cristo (autodonación de Dios como Padre suyo)
tiene su signo absolutamente eficaz en su gracia creada (impecabilidad de
Cristo en virtud de la misma Unión Hipóstática) ; la Encamación exige y
garantiza por Sí misma la aceptación de la gracia increada (autodonación
del Padre) de parte del hombre Cristo. El Verbo Encarnado es en Sí mismo
el signo y órgano .supremo de la gracia de Dios. La Encarnación es el
fundamento último de la sacramentalidad de la gracia, es decir, de la vin­
culación de la gracia (que es Dios mismo en su gratuita autocomunicación
al hombre) a lo visible. En Cristo tiene lugar la suprema unión de lo di­
vino con lo humano ; por éso el Verbo Encarnado es el « Analogatum Prin­
ceps » del Sacramento y de los Sacramentos de la Iglesia. La Encarnación
del Hijo de Dios implica la «sacramentación» .suprema y ejemplar de la
gracia divina.
9 Rom. 5,8; 8,28-32; Gal 4,4; Ef. 1,3-12; Jn. 3,16; 1 Jn. 4,9-16.
1,0 La Teología no ha reflexionado apenas sobre el dato revelado de la
«invisibilidad» de Dios-Padre {Col. 1,15; 1 Tint. 6,6; Jn. 1,18; 6,46; Mt.
11,27; 1 Jn. 4,12) y sobre el significado salvifico de la misma. El Padre
salva ,1a humanidad pecadora, enviando al mundo su Hijo y, por su Hijo,
su Espíritu {Gal. 4,4; Jn. 14,16.17.26; 16,13-15); solamente se hace vi­
sible en ,su Hijo, hecho hombre {Jn. 1, 18) y solamente por Cristo Glori­
ficado nos da su Espíritu y nos comunica su vida divina (1 Cor. 15,45;
Jn. 7,39; 16,7). El Padre «invisible» es pues el Principio-sin-principio
de la vida intradivina y de la comunicación de la misma a Cristo y por
Cristo a los hombres. La sacramentalidad de la Encarnación supone la « in­
visibilidad» del Padre: en el Hijo de Dios, hecho hombre, se expresa y
comunica la vida divina escondida en el Padre {Jn. 1,14-18; 5,26).
8 JUAN ALFARO, S. I.

Por la Encarnación Dios se hace Padre de Cristo : la Ge­


neración eterna y el eterno amor del Padre tienen efectivamente
como término personal el hombre Jesús. En su Hijo, hecho hombre,
extiende Dios su amor paterno a todos los hombres11. Por su
auténtico « ser-hombre » el Hijo de Dios queda vinculado con toda
la comunidad humana; su existencia no tiene sentido sino den­
tro de la totalidad de la humanidad. Por éso en la Encarnación
Dios se hace Padre de los hombres en Cristo.
Al hacerse hombre, el Hijo de Dios se apropio nuestro des­
tino de muerte para por su Muerte-Resurrección hacernos parti­
cipantes en su destino de gloria12. 13La Encarnación implica esen­
cialmente la solidaridad del Hijo de Dios con toda la familia hu­
mana. En esta solidaridad radica el valor salvifico de la Encarna­
ción, que es en Sí misma el comienzo efectivo de la salvación de
los hombres y del mundo ls. En Cristo ha dicho Dios su definitivo
« sí » salvifico : ha quedado irrevocablemente fijada la salvación
de los hombres 14.
Como Hijo de Dios, hecho hombre, es Cristo la manifestación
y realización suprema del amor de Dios a los hombres : en El
Dios se ha hecho y se ha revelado Padre nuestro 15.
Por su constitución misma de Hijo de Dios, hecho hombre,
es Cristo el centro de la humanidad en su relación a Dios. La
gracia de Cristo está por sí misma orientada hacia los hombres
y tiende a comunicarles la vida divina, que El mismo recibe del
Padre ; es pues gracia « eclesial », ordenada a vivificar y unificar
la comunidad humana por la participación en la vida divina. El ca­
rácter « encarnacional » de la gracia de Cristo comporta el ca­
rácter « eclesial » de la misma. Como unión personal del Hijo
de Dios con la naturaleza humana, la Encarnación es el funda­
mento supremo de la unidad de la comunidad humana, destinada
en Cristo a la unión inmediata con Cristo mismo y en El con
Dios en su misterio personal16. Pero la Encarnación tiene su fun-

11 Cfr. Ef. 1,6.


12 Cfr. Rom. 1,3-4; 5,12-21; 8,3.17.29; 1 Cor. 15,20-23; 2 Cor. 5,
21; 13,4; Flp. 2, 5-11; Col, 1,18; 1 Tim, 3,16; Tit. 2,13; Act. 26,23;
Heb. 2,10-18; 4,5; 6,20; 10,19.20.
13 CoNC. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. 1, n. 7 ; Const, so­
bre la Sagr. Liturgia, c. V, n. 102 ; c. IV, n. 83 ; Const. Past, sobre la Iglesia
en el mundo actual, c. I, n. 22.
14 Cfr. 2 Cor. 1,19-20; Rom. 8,28-30; Ef. 1,3-14.
is Cfr. Jn. 1, 14-18.
16 La verdad de la Encarnación implica que el Hijo de Dios se apropia
el ser humano en todas sus dimensiones y, por consiguiente, también en su
CRISTO, SACRAMENTO DE DIOS PADRE 9

damento en la Trinidad; por éso la unidad de los hombres en


Cristo se basa definitivamente en la comunión de vida trinitaria,
cuyo Manantial es el Padre 17, 18
Por su misma constitución de Hijo de Dios, hecho hombre,
es por consiguiente Cristo (para Sí mismo y para toda la comu­
nidad humana) el Sacramento fundamental, el supremo signo-eficaz
de la gracia (como autocomunicación de Dios en Sí mismo), de
la íntima unión del hombre con Dios y de la unidad de todos los
hombres por la comunión de vida con Dios, Padre de Cristo y
Padre nuestro, Principio de la unidad y de la vida trinitaria1S.
Al hacerse hombre como nosotros, el Hijo de Dios se apropió
nuestra existencia, sometida a la ley de la muerte. La Encarna­
ción precontiene en sí misma la muerte de Cristo como inevitable
desenlace de su auténtico ser-hombre : en la fragilidad de su
« carne » llevaba Cristo su destino de muerte19. En su indefec­
tible sumisión filial a la voluntad del Padre (impecabilidad del hom­
bre Cristo, radicada en su carácter personal de Hijo de Dios)
estaba precontenida la libre aceptación de la muerte en obediencia
al Padre y en amor a sus hermanos, los hombres. La muerte de
Cristo no fué un resultado casual de la Encarnación, sino el mo­
mento culminante del auténtico « ser-hombre » del Hijo de Dios.
No solamente la muerte, sino la aceptación libre de la misma (en
absoluta entrega de amor al Padre) estaban previamente implica­
das en la Encarnación. La muerte de Cristo pertenece a su con­
dición de hombre « como-nosotros » ; la aceptación filial de la muer­
te corresponde a su carácter personal de Hijo de Dios. Siendo
verdadero hombre, Cristo debía gustar la amargura de la muerte 20 ;

dimensión comunitaria, que es tan fundamental en el hombre como su di­


mensión personal. Al apropiarse esta dimensión comunitaria, el Hijo de
Dios eleva la familia humana a una nueva sobrenatural unidad, cuyo centro
es el mismo Cristo (Cfr. Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia,
c. II, nn. 9. 13; Const. Past, sobre la Iglesia en el mundo actual, Introduc­
ción n. 10; c. IV, n. 45; Decr. sobre el Ecumenismo, c. I, n. 2). La gracia
del Verbo Encarnado tiene necesariamente carácter capital, a saber comuni­
tario y eclesial. Por la misma Unión Hipostática queda elevada la naturaleza
humana individual de Cristo a signo-instrumento de la comunicación de la
vida divina a los hombres (Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. I, nn. 7. 8)
3' la comunidad humana es eo ipso elevada a signo eficaz de la gracia de
Cristo, es decir, al Sacramento que es la Iglesia.
17 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. I, n. 2; c. VII,
n. 48; Decr. sobre el Ecumenismo, c. III, n. 15.
18 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. I, n. 1. 8;
Const, sobre la Sagr. Liturgia, Prooem. n. 2; c. I, n. 5.
Cfr. Rom. 8,3; Heb. 2,14-18; Jn. 1,14.
2° Heb. 2,9; 4,7-9; Me. 14,32-42.
10 JUAN ALFARO, S. I.

siendo Hijo de Dios, debía entregar su vida en filial sumisión a


la voluntad de su Padre. La Encarnación incluía en sí misma el
destino de Cristo a ofrecer el sacrificio de su vida en obediencia
al Padre y por la salvación de los hombres : la función sacerdotal
de Cristo se funda en su constitución misma de Hijo de Dios,
hecho hombre. Su gracia creada (expresión efectiva de su gracia in­
creada) incluía la llamada eficaz a ofrecer al Padre por los hombres
el sacrificio de su propia vida.
La muerte de Cristo representa la fase suprema de la « con­
dición servil » del Hijo de Dios, es decir, de la Encarnación como
apropiación personal de nuestra existencia, dominada por la ley
del pecado y de la muerte '21. En la Cruz alcanzó su expresión y
actuación suprema la solidaridad (descendente) del Hijo de Dios
con la humanidad pecadora. En esta solidaridad radica el valor
salvifico universal de la muerte de Cristo para toda la humani­
dad ; Cristo ofreció al Padre el sacrificio de su vida como Jefe y
Sacerdote único de la comunidad humana 22.
La oblación del Hijo de Dios en la Cruz es el supremo acto
de culto, a saber, la suprema expresión y realización de la su­
misión del hombre a Dios, la confesión suprema de la Trascen­
dencia de Dios.
La entrega absoluta de Cristo al Padre en el acto de morir
es el signo eficaz de la absoluta donación de Dios al hombre Cristo,
como su Padre; en la muerte del Hijo de Dios es plenamente ac­
tuada la donación filial de Cristo en respuesta a la autodonación
del Padre a su Hijo hecho hombre 23.
Entregando a la muerte su Hijo por la salvación de los hom­
bres, significa y realiza Dios definitivamente su gracia. En la muer­
te de Cristo nos da Dios su Hijo y se nos da en su Hijo. La Cruz
es el supremo signo eficaz del amor salvifico del Padre 24.
Cristo ofreció el sacrificio de su vida en un mismo acto in­
diviso de filial sumisión a Dios y de amor a todos los hombres

21 Flp. 2, 7-9.
»2 Rom. 5,6.8; 8,32; 14,15; 1 Cor. 11,24; Gal. 2,20; Ef. 5,2.25;
1 Tim. 2,6; Tit. 2,14; Me. 10,45; Heb. 2,9.14.15; 4,15.16; 5,2.8; 7,27;
9,12; 10,5-10.
23 La sumisión filial de Cristo a la voluntad de Dios en la aceptación
de su muerte fué la expresión-realización humana suprema de su carácter
personal de Hijo de Dios (cfr. Me. 14,36-42; 15,39; Le. 23,46; Mt. 27,54;
Jn. 10,17.18; 14,31; 17,4; 19,30). La donación personal del Padre al hom­
bre Jesús, su Hijo, se hizo definitivamente visible y real en la oblación
amorosa de Cristo al Padre en la Cruz.
24 Rom. 8,32; 3,24; 5,8; 1 Cor. 1,30, Jn. 3,16.
CRISTO, SACRAMENTO DE DIOS PADRE 11

(dimensión « eclesial » de la oblación de Cristo) 25. El amor del


hombre Cristo a la Iglesia es la expresión y realización humana
del amor salvifico del Padre.
La Muerte de Cristo tiene pues, como la Encarnación, estruc­
tura sacramental ; en Ella se revela y realiza la gracia como au-
todonación personal de Dios al hombre Cristo y, en Cristo, a todos
los hombres : es el signo eficaz de la unión filial de Cristo y de
los hombres con el Padre, y de la unidad de todos los hombres en
Cristo y por Cristo en el Padre. La Encarnación y la Cruz re­
presentan dos fases esenciales y complementarias del Sacramento
fundamental, como autocomunicación del Padre invisible en su
Hijo, hecho hombre.

3. Si, como verdadero hombre, tuvo Cristo que padecer la


experiencia de morir, como Hijo de Dios no podía quedar defini­
tivamente bajo el dominio de la muerte. En su libre y absoluta
aceptación de la muerte, quebrantó Cristo el poderío de la muer­
te. La Encarnación estaba orientada por sí misma a la muerte
del Hijo de Dios .y, por la muerte, a su gloriosa Resurrección.
La Glorificación de Cristo representa la definitiva plenitud de la
Encarnación, es decir, la plena divinización del hombre Jesús en
la totalidad corpóreo-espiritual de su ser humano. En su Resu­
rrección pasó Cristo a ser el « Señor » por la participación en la
gloria y en el poder del Padre26. La Encarnación del Hijo de
Dios, su Muerte y Resurrección constituyen la totalidad y unidad
de un mismo misterio, a saber, de la apropiación personal de la
naturaleza humana por el Hijo de Dios.
La pertenencia de Cristo a la comunidad humana, como Jefe
de la misma, confiere a su Resurrección un significado salvifico
universal : Cristo fue glorificado come el Primogénito de los hom­
bres (solidaridad ascendente) 27. Su Glorificación implica la exi­
gencia de dar a los hombres participación en su gloria de Uni­
génito del Padre.
La Resurrección es la fase final del Sacramento fundamen­
tal de la Encarnación como supremo signo eficaz de la autodona-
ción de Dios al hombre Cristo, su Hijo, y en Cristo a toda la
humanidad. En la Glorificación de Cristo tiene lugar la definitiva

25 Me. 10,45; Flp. 2,9; Heb. 4,5; Ef. 5,2.25; Gal, 2,20; Tit. 2,14.
'26 Act. 2,24.36; 13,34; Flp 2,5-11; Rom, 14,9; Heb. 2,9; 10,12; 12,2.
27 i Cor. 15,20.23 ; Col. 1,18; Rom. 6,8; 8,29; Heb. 2,10; 6,20.
12 JUAN ALFARO, S. I.

revelación de su carácter personal divino y la plena realización


de su gracia creada, que corresponde a la gracia increada de su
Filiación divina. En Cristo Glorificado, Imagen del Padre invi­
sible, habita corporalmente la plenitud de la gloria divina. La crea­
ción y la historia tienden hacia El y están sustentados por la po­
tencia de su atracción hacia Sí : El es el centro finalizante y uni­
ficador de la humanidad y del universo128.
Por la Resurrección alcanzó la existencia del hombre Cristo
una duración nueva, que implica la participación en la eternidad
divina 29. 30
Cristo
* Glorificado vive y obra más allá del tiempo y del
espacio; por éso su accin salvifica no está sometida a las leyes
del espacio y del tiempo.
Con la Glorificación de Cristo la historia y la creación han
recibido su dimensión escatològica ; la participación de Cristo,
Jefe de la comunidad humana y Centro de la Creación, en la
eternidad divina implica el destino de la humanidad y del uni­
verso a participar en la duración supratemporal del Resucitado.
En Cristo Glorificado ha comenzado ya la participación del hombre
en la vida eterna intradivina. Si se tiene en cuenta que la En­
carnación tiende por sí misma a la Glorificación del Hijo de Dios,
hecho hombre, se comprenderá que el sentido escatològico de la
historia y de la creación quedó radicalmente determinado por la
Encarnación 80.
La transformación divinizante del hombre Cristo en su Glo­
rificación confiere al Resucitado el poder de enviar a la huma­
nidad el Espíritu Santo 81, que obra internamente en el corazón
del hombre y crea en él una actitud filial para con Dios. Cristo

'28 Col. 1,15-20; 1 Car. 8,6; Ef. 1,9-11; 3,11; Rom, 8,19-23; Flp. 3,
20; Jn, 12,32. Cír. Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. I,
nn. 2.3.7; c. VII, n. 48; Const. Past, sobre la Iglesia en el mundo actual,
c. IV, n. 45.
129 Aunque Cristo tuvo ya en su existencia terrena la visión de Dios
(Mt. 11,27; Jn. 1,18; 6,46), cuya duración propia es la « eternidad par­
ticipada» (cfr. K. J. Peter, Participated Eternity in the Vision of God
[Rom] 1964), su actividad humana estuvo sometida a la ley del tiempo. So­
lamente por la Resurrección gloriosa llegó el hombre Cristo en la totalidad-
unidad de su ser humano a la unión inmediata con Dios (iniciada en la
visión) y a la participacin en la vida eterna intradivina.
30 La visión de Dios fué en el hombre Cristo una consecuencia nece­
saria de la Encarnación (cfr. J. Alfaro, Cristo Glorioso, Revelador del
Padre, en: Gregarianum 39 [1958] 244-250). Por éso el destino del hombre
(y, a través del hombre, de toda la creación) a participar en la vida eterna
de Dios quedé radicalmente fijado por la misma Encarnación.
si Rom, 1,4; 1 Cor. 15,45; Jn. 7,39; 14,16.26; 15,26; 16,7.14.
CRISTO, SACRAMENTO DE DIOS PADRE 13

Glorificado puede obrar por su Espíritu en el interior del hom­


bre (interioridad de la gracia de Cristo) 82.
Como participación en la Gloria del Resucitado, la gracia de
Cristo (por su Espíritu) tiende a transformar el hombre en su
totalidad corpóreo-espiritual y, a través del hombre, la creación
entera ; la presencia del Espíritu de Cristo en el hombre es ga­
rantía de resurrección y orienta la humanidad hacia el encuentro
con Cristo glorificado 83. Por su Resurrección entra Cristo en la
plena comunión de vida con Dios y (por su Espíritu) comunica
a los hombres la vida eterna, que El recibe del Padre.
En la totalidad y unidad de su misterio salvifico es Cristo
el Sacramento fundamental, supremo e irrepetible, de la auto-
comunicación de Dios al hombre y de la unión íntima de los hom­
bres con Dios y entre sí mismos. La unicidad del Sacramento fun­
damental, que es Cristo mismo, proviene de la excelencia mis­
ma de la Encarnación (en su plena realización por la Muerte y
Resurrección de Cristo), que agota cualitativamente la comuni­
cabilidad de Dios al hombre y la capacidad del hombre a parti­
cipar en la vida misma de Dios.
Las tres funciones fundamentales de Cristo (Revelador, Sa­
cerdote, Señor) 34,
32 *inseparablemente unidas entre sí por su común
radicación en la Encarnación, pertenecen a la estructura sacra­
mental de su Mediación salvifica. Revelándose como Hijo de Dios,
revela Cristo a Dios como Padre suyo y Padre de los hombres :
en Cristo nos ha dado Dios el signo supremo de su amor salvi­
fico. La oblación de Cristo al Padre (iniciada en la Encarnación,
realizada en la Cruz, eternizada en la existencia gloriosa del Re­
sucitado) es el supremo acto de culto, del de que depende y re­
cibe sentido todo culto de la humanidad a Dios. Como Señor,
envía Cristo a los hombres su Espíritu y por El les da participa­
ción en su propia gloria y, definitivamente, en la vida misma de
Dios. Adoración perfecta de Dios y significación absolutamente
eficaz de la gracia son los aspectos sacramentales propios de la
Mediación de Cristo desde la Encarnación hasta su Glorificación.

4. La Iglesia surgió como la comunidad de la fe en la Re­


surrección del Crucificado, es decir, como la manifestación-reali­
32 Rom. 8,14-17.23; Gal. 4,4-6; 2 Cor. 1,22; 3,18.
38 Rom. 8,11.23; 1 Cor. 15,22.40; 2 Cor. 1,22a 3,18; 5,1-8; Ef. 1,14;
4,30; Flp. 1,23; 3,20; 1 Tes. 4,17; Jn. 14,1-3; 17,24.
34 Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. I, nn. 3-6 ; c. II,
nn. 9-13; c. TU, n. 21.25; c. IV, nn. 31-35.
14 JUAN ALFARO, S. I.

zación (inseparablemente unidas entre sí) de la potencia salvifica


de Cristo glorioso. La Iglesia naciente fue simultaneamente signo
y resultado de la Glorificación del Jesús histórico, muerto en la
Cruz ; en la experiencia de la presencia vivificante del Resucitado
conoció y dió a conocer a los hombres la existencia del « Señor »
« a la diestra de Dios » as. La Iglesia tuvo pues su origen como
signo eficaz de la Glorificación de Jesús Crucificado.
Cristo Resucitado vive de la vida misma de Dios y ejerce
para siempre actualmente su absolutamente eficaz intercesión sa­
cerdotal ante el Padre; está eternamente presente ante Dios en la
actitud de ofrecerse por la salvación d los hombres y de comu­
nicarles su vida gloriosa (en último término la vida misma divi­
na) 86. De la existencia divinizada del « Señoi » y de su Media­
ción eterna ante el Padre recibe la Iglesia su existencia como co­
munidad visible de la salvación invisible 87. La permanencia eter­
nizada de la acción de Cristo Resucitado es decisiva par la consti­
tución de la Iglesia como signo eficaz de la autocomunicación de
Dios por Cristo a la humanidad 3'8.

3* Act. 2,36-38; 3,6.12-20; 4,1-31; 5,17.18.26-42; 6,3-10; 7,55.59; 8,


12.16; 9,34; 10,43.44; 1 Cor. 6,11; 10,21; 11,21-30; 15,1-19; 16,22.
36 Rom. 8, 34; Heb. 6, 20; 7, 3. 16-28; 8,1-6; 9,12. 24; 10, 12; 1 Jn. 2,1-2.
37 Col 1,18-24; 2, 19; 1 Cor. 10,17; 12,12-28; Ef. 1,22; 4,16; 5,23.
38 El Cristo, que está presente y obra en la Iglesia, es el Cristo Re­
sucitado. La Glorificación de Jesús Crucificado fué revelada a la Iglesia
primitiva en la experiencia privilegiada de la presencia del « Señor » ; en
su extraordinaria vivencia religiosa la Iglesia naciente conoció e invocó al
Resucitado, de Quien recibió el Espíritu (Act. 1,1-11.21-26; 2,32-38; 3,6.
15-21; 4,9-12.30.31; 5,31.32; 7,56-60; 8,12-16.17; 1 Cor. 12,3; 16,22;
Rom. 10,9; Flp. 2,11; 1 Tim. 3,16). La reflexión teológica sobre la pre­
sencia de Cristo en la comunidad eclesial ha descuidado este dato revelado:
se trata de la presencia de Cristo Glorificado. Es la existencia divinizada
del hombre Cristo (a saber, su participación en la vida eterna de Dios)
la que hace posible su presencia y acción en la Iglesia por la misión de
su Espíritu; es la plena transformación espiritualizante de la Humanidad
de Cristo (I Cor. 15,45; Rom. 1,4) la que ha hecho del hombre Jesús «el
Señor », que envía su Espíritu y por El está presente en su Iglesia. So­
lamente por la Resurrección (radicalmente exigida por la Filiación divina de
Cristo) trascendió la Humanidad de Cristo la dimensión del tiempo, y su
existencia y acción pasaron a ser supratemporales. Elevado a la participa­
ción en la eternidad divina, el hombre Cristo puede estar presente y obrar
más allá del tiempo. La presencia supratemporal de Cristo en la Iglesia
proviene radicalmente de su carácter personal divino; pero tiene su funda­
mento inmediato en la plena divinización de la Humanidad de Cristo por
su gloriosa Resurrección. Aun los más recientes intentos de explicar la
Presencia de Cristo en la Eucaristía han olvidado el dato fundamental de
que se trata de la Presencia de Cristo Glorificado, cuya existencia divini­
zada tiene lugar fuera del espacio y del tiempo. No está presente en el
CRISTO, SACRAMENTO DE DIOS PADRE 15

Como la vida de Cristo Glorioso está escondida en el Padre,


de quien recibe eternamente la vida divina y la potestad de co­
municarla a los hombres, así la vida de la Iglesia está escondida
en Cristo Glorioso, de quien recibe la eficacia santificadora. En la
eterna Mediación celeste de Cristo está la razón definitiva de la
existencia de la Iglesia, como Sacramento de la unión íntima de
los hombres con Dios y de la unidad sobrenatural (por la gracia
de Cristo) de la humanidad ^9. La indefectibilidad de la Iglesia,
como comunidad de la fe, de la esperanza y de la caridad, es el
signo eficaz de la infalible intercesión de Cristo Glorioso ante el
Padre. En la Iglesia se hace visible y real desde ahora la salvación
de E humanidad, como expresión y efecto de la gloria del Señor.
La participación de la Iglesia en la función profetica, sacer­
dotal y señorial de Cristo pertenecen a su estructura sacramental.
La Revelación de Cristo vive en la fe de la Iglesia, cuyo tes­
timonio y mensaje dan expresión al misterio salvifico del Verbo
Encarnado. Como comunidad de los verdadero adoradores de Dios,
la Iglesia participa en el Sacerdocio de Cristo ; el culto litúrgico
eclesial da visibilidad a la invisible y eterna oblación celeste de
Cristo, y recibe de ella todo su valor. Con su poder santificante,
recibido del Señor, la Iglesia somete los hombres (y por los hom­
bres la creación) a la gracia de Cristo*40.39Comunidad del culto,
bajo el Sacerdocio único del Resucitado, y, como tal, signo eficaz
de la potencia salvadora del Señor, la Iglesia es el Sacramento de
Cristo Glorioso, que en Ella hace visible y real la comunicación
de la vida divina a la húmanidad.
La institución de la Iglesia, como comunidad visible de la
salvación, es obra de Cristo en la unidad de su existencia terrena
y de su existencia gloriosa. El Cristo histórico funda la Iglesia
en sus estructuras sociales-visibles 41 ; la conciencia de la Filiación
divina en el hombre Jesús es decisiva para el origen y constitu­
ción de la comunidad eclesial42. El Cristo Glorificado funda la

Sacramento eucarístico otro Cristo que el Cristo existente y no existe otro


Cristo que el Cristo Glorioso.
39 Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. I, nn. 6-8; c. II,
n. 9. 14; c. VI, n. 48; Decr, sobre la actividad misionera de la Iglesia
c. I, nn. 4-5.
40 Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. II, n. 12; c. III,
nn. 21-26; c. IV, n. 31.35; c. VI, n. 44; c. VII, n. 48.
41 Me. 3,13-19; 6,7-13; Mt. 16,16-20; 18,18.
42 La divinidad de Cristo es el dogma fundamental del cristianismo, su
auténtica cuestión de ser ó no ser; si Cristo no es el Hijo de Dios, el cris­
tianismo debe renunciar a su carácter absoluto y a su primacía sobre las
16 JUAN ALFARO, S. í.

Iglesia en el aspecto invisible de su eficacia salvifica ; es el Resu­


citado el que de su Espíritu a la Iglesia como principio interno de
vida divina 43. La identidad del Cristo Glorioso con el Cristo his­
tórico funda la unidad de la Iglesia en su aspecto visible y en
su función salvifica. El misterio de la Iglesia se basa en la totalidad-
unidad del misterio de Cristo desde la Encarnación hasta su Muerte
y eterna Glorificación. A la Encarnación pertenecen la historicidad
de la existencia humana del Hijo de Dios y la Glorificación me-
tahístorica del hombre Cristo, en la que la Encarnación llega a su
definitiva plenitud.

5. La misión del Espíritu Santo por Cristo Glorioso repre­


senta la fase definitiva en la constitución de la Iglesia, como Sa­
cramento. Cristo fué constituido Sacramento de Dios por la mi­
sión del Hijo de Dios de parte del Padre; la Iglesia fué consti­
tuida Sacramento de Cristo por la misión del Espíritu Santo de
parte del Resucitado. El Espíritu Santo fué dado a la humanidad
como el Espíritu de Cristo Glorificado.
Con la Encamación misma recibió el hombre Cristo el Espí­
ritu Santo como personalmente suyo; Cristo es personalmente el
Hijo de Dios, de quien procede eternamente el Espíritu Santo. La
presencia del Espíritu Santo en Cristo se funda exclusivamente
en su origen intradivino del Padre por el Hijo y en la Encarna­
ción. Al poseer el Espíritu divino como procedente de El mismo,
el Verbo Encarnado tiene la potestad (radicada en la Encarna­
ción, actuada plenamente en la Resurrección) de darlo a la hu­
manidad. El Espíritu Santo fué enviado por Cristo Resucitado;
pero como la Glorificación de Cristo estaba virtualmente implicada
en la Encarnación, la misión del Espíritu Santo (constitutiva de
la Iglesia) tiene su fundamento definitivo en la Encarnación. La
presencia del Espíritu Santo en Cristo tenía pues carácter e desiai,
en cuanto por la misma Encarnación estaba ordenada a vivificar
toda la comunidad humana.

demás religiones. La fe en la Iglesia, como comunidad visible de la sal­


vación universal, supone la fe en la Filiación divina de Cristo. Si no se
cree que el hombre Jesús fué personalmente el Hijo de Dios y tuvo con­
ciencia de su Filiación divina, no es posible creer que el Cristo histórico
instituyó la Iglesia como sociedad visible de la salvación del mundo. La
concepción católica sobre la Iglesia, como comunidad visible de la gracia,
supone la fe en la Encarnación del Hijo de Dios, a saber, en el carácter
personal divino del hombre Jesús.
43 Le. 24,49; Act. 1,4-S; Jn. 20,21-23.
CRISTO, SACRAMENTO DE DÏOS PADRE Ï7

La misión del Espíritu Santo a la comunidad eclesial supone


la Encarnación y la plenitud definitiva de la Encarnación en la
Glorificación de Cristo. El Hijo de Dios pudo ser enviado por el
Padre, porque recibe del Padre su mismo divino ser (la Encar­
nación supone la Generación eterna intradivina) ; el Espíritu Santo
pudo ser enviado por Cristo, porque procede de El (finalmente del
Padre) y porque Cristo posee el Espíritu como Hijo de Dios
( Encamación-Glorificación).
Como Cristo recibe la vida del Padre, la Iglesia recibe la vida
de Cristo por su Espíritu. Cristo se da a su Iglesia y obra en
Ella por el Espíritu Santo. La acción de Cristo Glorioso y de su
Espíritu en la Iglesia son inseparables ; Cristo obra enviando su
Espíritu y el Espíritu vivifica la Iglesia como enviado por el
Señor 44.
El Espíritu Santo ilumina internamente la Iglesia para que
crea y penetre en el misterio salvifico de Cristo ; la sostiene para
que por la esperanza tienda al encuentro con Cristo Glorioso; le
infunde anhelos de unión íntima con Dios en Cristo. Como Espí­
ritu de Cristo, que proviene de Cristo y conduce a Cristo, suscita
en los hombres la ley del amor como vínculo de una nueva unidad,
que se funda finalmente en la unidad de Cristo con el Padre en
el Espíritu. La actitud filial del hombre para con Dios determina

44 En lugar de oponerse entre sí, la concepción cristológica y la pneu-


matológica de la Iglesia se exigen y completan mutuamente. La misión del
Espíritu Santo, que constituye la Iglesia como Sacramento, depende de la
Encarnación y actúa la dimensión eclesial de la gracia del Verbo Encarna­
do; el carácter capital de la gracia de Cristo es inseparable de su potestad
de enviar a la humanidad su Espíritu vivificante. La acción del Espíritu
Santo sobre la Iglesia tiene su fundamento mismo de inteligibilidad en la
Encamación : la Persona divina del Espíritu Santo es enviada por Cristo
Glorioso como Principio interno de unidad y de vida divina en el Sacra­
mento de la Iglesia, porque la Persona divina del Verbo en la Encarna­
ción se ha hecho Principio interno de unidad y de vida divina en el Sa­
cramento de Cristo. La presencia del Verbo en la Humanidad de Cristo es
personalizante (la Humanidad de Cristo subsiste en la Persona misma del
Verbo) ; la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia eleva la dimensión
personal de cada hombre en su relación a Dios y a los demás hombres (la
gracia comporta la definitiva perfección del hombre como persona : cfr. J. Al­
faro, Persona y Gracia, en: Gregorianum, 41 [1960] 5-30), creando así
una misteriosa unidad personal de toda la familia humana a semejanza de
la Unidad de las divinas Personas (Conc. Vat. II, Decr. sobre el Ectmte-
nismo, c. I, n. 2; c. III, n. 15; cfr. H. Mühlen, Una mystica Persona.
Die Kirche als das Mysterium der Identität des Heiligen Geistes in Christus
und den Christen: eine Person in vielen Personen, München [1964]).
2 — « Gregorianum» XLVIII (1967) Voi. XLVIII.
18 JUAN ALFARO, S. I.

una relación nueva del hombre para con los hombres; la ley su­
prema, que debe regir las relaciones humanas, es el amor 45.
Como enviado por Cristo Resucitado, el Espíritu Santo es en
la Iglesia principio interno de Resurrección y da a los hombres
participación en la vida gloriosa del Señor. La presencia del Espí­
ritu de Cristo orienta la humanidad a la unión íntima con Cristo
Glorioso y, en Cristo, con Dios46. Por éso eleva y diviniza el
hombre en su totalidad-unidad corporeo-espiritual, es decir, en su
relación a Dios, a los hombres y al mundo.
La sacramentalidad de la Iglesia (Sacramento de Cristo) pro­
viene de la sacramentalidad misma de la Encarnación. Como Sa­
cramento del Padre, es Cristo el Sacramento fundamental, a sa­
ber, la manifestación-realización ejemplar del amor salvifico de Dios,
el signo supremo y absolutamente eficaz de la unión íntima del
hombre con Dios.
Al apropiarse personalmente el Hijo de Dios la naturaleza
humana, la divinizó por la comunicación de la vida intratrinitaria
y la elevó a signo eficaz de la autocomunicación de Dios a los hom­
bres. En la Encarnación la comunidad humana fué radicalmente
divinizada (« capitalidad » de la gracia de Cristo) y elevada a signo
eficaz de la gracia de Cristo. La inclusión de toda la familia hu­
mana en la Humanidad del Pii jo de Dios, su Jefe, comportaba su
elevación a signo eficaz de la unión filial de los hombres con Dios
(gracia de Cristo) y de la unidad de la comunidad humana. La
gracia de Cristo, destinada a toda la humanidad, es dada a los hom­
bres, en cuanto son miembros de la familia humana, cuyo centro
de unidad es Cristo. En su Glorificación recibe plenamente Cristo
la potestad de dar a la humanidad su Espíritu, como principio
de vida divina en ella. La misión del Hijo de Dios en la Encar­
nación, que constituye a Cristo en Sacramento del Padre, es el
fundamento de la misión del Espíritu Santo en la institución de
la Iglesia como Sacramento de Cristo Glorioso. 1-a institución de
la Iglesia, como comunidad visible de la salvación, resulta de la
Glorificación de Cristo y, en último término, de la Encarnación.
La unión de lo divino y lo humano, de lo invisible y de lo visible,

45 Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. I, nn. 3-8 ; c. II


nn. 9-14; c. III, nn. 21-27; c. IV, nn. 31.35; c. V, n. 40; c. VI, n. 44;
c. VII, n. 48; Const. Past, sobre la Iglesia en el mundo actual, c. I, n. 22;
c. II, n. 24; Decr. sobre la actividad misionera de la Iglesia, c. I, nn. 4. 5;
Decr. sobre el Ecumenismo, c. I, n. 2.
Ram. 6,5; 8,14-17.24.29; 1 Cor. 15,20.23.49 ; Col. 3,4; Flp. 3,21;
2 Tim. 4,18; 2 Cor. 5, 5.
CRISTO, SACRAMENTO DE DIOS PADRE 19

de lo escatològico y de los histórico, que constituye la sacramen-


talidad de la Iglesia, depende y recibe su misma inteligibilidad del
misterio de la Encarnación, que a su vez se funda en el misterio
trinitario. La Iglesia es Sacramento, porque participa de la unión
de lo divino y lo humano en Cristo, Sacramento por excelencia.
El Concilio Vaticano II ha subrayado fuertemente la analogía exis­
tente entre el misterio de la Iglesia y el misterio de la Encarna­
ción ; es el misterio de Cristo el que funda y hace inteligible el
misterio de la Iglesia 47.
La presencia vivificante del Espíritu Santo en la comunidad
humana tiene su origen en la presencia hipostática del Hijo de
Dios en el hombre Cristo; el Espíritu Santo obra en la humani­
dad como enviado y dado por Cristo Glorioso.
La presencia personal de Hijo de Dios comporta la diviniza­
ción de la naturaleza humana de Cristo, a saber, su elevación a
signo supremo, por sí mismo absolutamente eficaz, de la auto-
comunicación de Dios y de la unión suma posible del hombre con
Dios ; la ausencia de todo pecado en el hombre Cristo, su filial
sumisión a Dios y el carácter eclesial de su gracia están infalible­
mente implicados en la Encarnación misma.
La presencia del Espíritu Santo comporta la divinización de
la comunidad humana, a saber, su elevación a signo eficaz de la
gracia de Cristo (autodonación de Dios a la humanidad en Cristo,
unión filial de los hombres con Dios y unidad de la comunidad hu­
mana en su Jefe, Cristo); la santidad de la Iglesia (la indefecti­
bilidad de su fe, esperanza y caridad) pertenece esencialmente a la
Iglesia misma como manifestación y realización de la potencia
salvifica de Cristo, que por su Espíritu comunica a los hombres
su vida divina. En la fe, esperanza y caridad de la Iglesia se hace
visible y se realiza el amor salvifico de Cristo, que nos da su
Espíritu y se nos da en su Espíritu.
Como el Padre invisible se hizo visible por la misión de su
Hijo en Cristo, así Cristo Glorioso se hace visible por la misión
de su Espíritu en la Iglesia. Como el Padre nos dió su Hijo y
por su Hijo se nos dió en el hombre Cristo, así Cristo nos da su
Espíritu y por su Espíritu se nos da en la Iglesia.
Cristo es el Sacramento por excelencia, porque en El se ma­
nifiesta y realiza la suprema comunicación de Dios en Sí mismo

47 Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. I, n. 8; Const, sobre


la Sagr. Liturgia, c. I, n. 5.
âo JUAN ALFARO, S. I.

al hombre, la suprema unión del hombre con Dios y la suprema


unidad de los hombres entre sí ; es el Sacramento fundamental,
porque toda otra manifestación-realización de la autocomunicación
de Dios tiene en Cristo su razón de ser (en el orden de la ejem-
plaridad y de la finalidad).
La Iglesia es el Sacramento de Cristo Glorificado, porque en
Ella se hace visible y real la gracia de Cristo, a saber, la comuni­
cación de la vida gloriosa de Cristo a la humanidad por el Espíritu
Santo, la participación de los hombres en la vida divina de Cristo
(y por Cristo en la vida intradivina) y la unidad de la familia hu­
mana en Cristo. La sacramentalidad de la Iglesia es el resultado
primordial del Sacramento de la Encarnación (cuya fase defini­
tiva es la Muerte y Glorificación de Cristo) ; por éso es la Iglesia
el Sacrannento primordial, que viene concretamente actuado en cada
uno de los sacramentos particulares 48.
En Cristo Glorificado « habita corporalmente la plenitud de
la divinidad », porque El es personalmente el Hijo de Dios y por
su Encarnación, Muerte y Resurrección ha unido a Sí mismo toda
la humanidad y (a través de ella) todo el universo, para comuni­
carles la vida misma de Dios 49. La humanidad, unida a Cristo y
vivificada por la presencia de su Espíritu, es la Iglesia, « Cuerpo »
y « Plenitud » del Señor, que en Ella comunica su vida gloriosa
a los hombres 50.

6. Solamente en Cristo ha sido revelada y realizada la au­


tocomunicación personal de Dios en Sí mismo al hombre. No co­
nocemos otra gracia que la gracia de Cristo. Toda reflexión teo­
lógica sobre la gracia, que no piensa ante todo en la gracia misma
del Verbo Encarnado y no considera nuestra gracia como parti­
cipación en la gracia de Cristo, es absolutamente ajena al dato

48 Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre !a Iglesia, c. II, n. 11.


49 P. Benoit, Corps, tête et plêrôme dans les Êpîtres de la Captivité,
en: Rev. Bibl, 63 (1957) 34-39; L. Cerfaux, Le Christ dans la Théologie
de S. Paul (Paris 1957) 320-328.
5,0 P. Benoit, a. c., 9-14; H. Schlier, Der Brief an die Epheser (Düs­
seldorf 1962) 9-99; Die Zeit der Kirche (Freiburg/B. 1962) 159-186 299-307;
R. ScHNACKENBURG, Die Kirche im Neuen Testament (Freiburg/B.) 146-164;
L. Cerfaux, La Théologie de l’Église suivant S. Paul (Paris 1965) ; A. Feuil­
let, L’Église, plér&me du Christ d’après Eph. 1,23, en : Nv. Rev. Théol. 76
(1956) 449-472 ; J. A. Robinson, The Body. A Study in Pauline Theology
(London 1952); F. Mussner, Christus, das All und die Kirche (Trier 1955);
L. Cerfaux, Le immagini simboliche della Chiesa nel Nuovo Testamento,
en : G. Baraúna, La Chiesa del Vaticano II (Firenze 1965) 309-313.
CRISTO, SACRAMENTO DE DIOS PADRE 21

revelado. Intentar explicar qué es la grada de Dios, prescindien­


do de su dimensión encarnacional, equivale a situarse totalmente
fuera de la luz de la revelación y, por consiguiente, fuera del
campo de la Teologia.
Tanto en su aspecto increado, como en su aspecto creado, la
gracia de Cristo tiene carácter trinitario. Es el Padre, Principio
fontal de la vida intradivina, el que por la Encarnación envía su
Hijo al mundo y se da realmente como Padre al hombre Cristo.
La gracia creada (repercusión del carácter personal divino de Cris­
to en su Humanidad) orienta el hombre Cristo hacia Dios como
Padre suyo51; la actitud filial del hombre Jesús para con Dios
es la expresión-realización humana de su Filiación divina, es decir,
su respuesta humana plena a la absoluta donación de Dios como
su Padre.
La dimensión encarnacional de la gracia de Cristo se identifica
con su estructura sacramental. Al apropiarse personalmente el Hijo
de Dios apropiándose personalmente la naturaleza humana, ésta
es elevada a signo absolutamente eficaz de la gracia como dona­
ción personal de Dios Padre al hombre Cristo y en Cristo a toda
la comunidad humana. En la totalidad corporeo-espiritual de la Hu­
manidad de Cristo se hace visible y real la gracia increada de la
Filiación divina. En la Encarnación tiene lugar la suprema unión
personal de lo divino con lo humano y la suprema elevación de
lo humano a expresión-realización de la autodonación personal de
Dios, es decir, la «sacramentación» suprema y ejemplar de la
gracia. La Encarnación funda la vinculación de la gracia de Dios
con lo humano y visible, a saber, la sacramentalidad de la gracia.
La suprema autodonación de Dios se revela y realiza en Cristo
mismo (mutua implicación de ambos aspectos ; el Padre se da a
Cristo, revelándose a El, y se manifiesta a El, dándose).
La verdad de la Encarnación implica que el Hijo de Dios
se ha apropiado personalmente el ser humano en todas sus dimen­
siones y, por consiguiente, también en su dimensión comunitaria,
que es esencial en el hombre. Apropiándose esta dimensión social,

51 Si con S. Tomás se admite que la gracia creada de Cristo es el


resultado propio de su Filiación divina (cfr. S.Th., III, q. 7, a. 13 ; q. 6,
a. 6; Comp. TheoL, T, c. 214, n. 428), se debe lógicamente admitir que la
gracia creada del Hijo de Dios no es cualitativamente idéntica, sino cua­
litativamente superior a la gracia creada de los hijos de Dios. La afirmación
de la identidad cualitativa de ambas proviene del olvido de la dimensión per­
sonal de la gracia misma creada, inconscientemente reducida a una realidad
física.
22 JUAN ALFARO, S. I.

el Hijo de Dios la transforma en un nuevo vínculo de unidad de


la familia humana : por su misma constitución de Hijo de Dios,
hecho hombre, es Cristo el Centro vivificante y unificador de toda
la humanidad (dimension eclesial de la gracia de Cristo) 5ß. En
su Hijo, hecho hombre, se da Dios como Padre a toda la comu­
nidad humana, que queda así unificada en Cristo y, definitivamen­
te, en el Padre, Principio originario de la unidad intradivina.
La gracia de Dios tiene carácter encarnacional, porque toda
ella pasa por Cristo; Dios no se comunica en Sí mismo al hom­
bre (y, por el hombre, al mundo) sino por Cristo. Como auto-
donación personal de Dios al hombre, la gracia tiene su realiza­
ción ejemplar y su fundamento mismo de inteligibilidad en la au-
todonación personal del Padre al hombre Cristo por la Encarna­
ción. En su Hijo, hecho hombre, Dios se hace Padre de los hom­
bres y los llama a la intimidad de su vida intradivina. La gracia
de la humanidad resulta de la gracia de Cristo, como participa­
ción de la misma.
Como gracia de Encarnación, nuestra gracia tiene carácter tri­
nitario. Al darnos su Hijo, el Padre se nos da en su Hijo: la
gracia nos hace hijos de Dios en Cristo, su Hijo. Al darnos su
Espíritu, Cristo Glorioso se nos da en su Espíritu: es el Espíritu
de Cristo, el que crea en nosotros la actitud filial para con el
Padre de Cristo, como nuestro Padre52 53.
La gracia increada consiste en la autodonación personal de
Dios según el orden personal int rat r inita rio. Dios no puede darse
personalmente, sino como personalmente existe : el Padre, como
Principio sin principio, que nos da su Hijo y, por su Hijo, su
Espíritu: el Hijo, como dado por el Padre y como El que nos
da su Espíritu : el Espíritu, como dado por Cristo y, definitiva­
mente, por el Padre. Como repercusión de la gracia increada, la
gracia creada orienta el hombre hacia la unión íntima con Dios
en Sí misma, es decir, hacia Dios en el misterio personal de su
vida intradivina : en el Espíritu por Cristo al Padre.
La gracia es pues la comunicación de la vida intratrinitaria,
cuyo Principio fontal es el Padre, por Cristo en el Espíritu; por
éso tiene su origen definitivo en la Fuente misma de la vida di­
vina, a saber, en el Padre, que se nos da en Cristo, su Hijo, y por
Cristo nos da su Espíritu. El carácter trinitario de la gracia coin-

52 Conc. Vat. II, Const, sobre la Sagr. Liturgia, c. III, n. 83.


53 Rom. 8,14-16; Gal. 4,6. Cfr. Me. 14,36.
CRISTO, SACRAMENTO DE DIOS PADRE 23

cide con su carácter encarnacional. Por Cristo es comunicada a


los hombres la vida intradivina : cristocentrismo y teocentrismo tri­
nitario coinciden. Por la gracia está destinado el hombre a la
comunión de vida con Cristo Glorioso y, en Cristo, con la Trinidad.
La dimensión eclesial de la gracia resulta de su dimensión
encarnacional. Por la Unión Hipostática queda Cristo constituido
en Centro de vida divina y de unidad de la humanidad; su gracia
està pues destinada a toda la humanidad y es comunicada a cada
uno de los hombres, como miembros de la nueva comunidad hu­
mana, cuyo Jefe es Cristo. De este modo, al ser elevada la natu­
raleza humana individual de Cristo a signo eficaz de la comunica­
ción de la vida intradivina (es decir, a Sacramento de Dios), la
comunidad humana quedaba radicalmente elevada a signo eficaz
de la gracia de Cristo (es decir, a Sacramento de Cristo). La sa-
cramentalidad de la Iglesia estaba virtualmente contenida en la
Encarnación misma y fué plenamente actuada en la Glorificación
de Cristo (plenitud de la Encarnación). Por la Resurrección pasó
Cristo a ser « espíritu vivificante », que envía su Espíritu como
principio interno de vida de la comunidad de los creyentes : en
la Iglesia se hace visible y real la gracia de Cristo. La « capita­
lidad » de la gracia de Cristo determina la unificación de toda la
humanidad, salvada y divinizada por Cristo ; los individuos par­
ticipan en el misterio salvifico de Cristo, en cuanto pertenecen a
la comunidad visible de la salvación, que es la Iglesia 54.
La misión del Hijo por el Padre y la misión el Espíritu Santo
por Cristo Glorioso fundan el carácter encarnacional y eclesial
de la gracia. Dios no comunica su vida divina a los hombres sino
por Cristo, su Hijo hecho hombre; Cristo no comunica su vida
gloriosa sino por su Espíritu y no da su Espíritu sino en la Iglesia.
Tan universal es el carácter crístico de la gracia, como su carácter
eclesial. La universalidad y unicidad de la Mediación de Cristo
tienen su razón de ser en la suprema excelencia y unicidad del
misterio de Cristo, expresión y realización exhaustiva del amor
de Dios; Cristo es por Sí mismo el Sacramento fundamental.
Como Sacramento de Cristo, la Iglesia tiene una función univer­

54 Por la acción de ,su Espíritu unifica Cristo la humanidad en la co­


munión de una misma vida, que es la de Cristo mismo. Esta unificación
interior tiene su expresión en la unidad de los hombres por la adesión a
Cristo en la fe. La comunidad de la gracia de Cristo es la Iglesia, visible
en la unidad de su indefectible adesión a Cristo y portadora (en esta unidad)
de la salvación del mundo por Cristo. En su unidad visible es la Iglesia la
expresión efectiva de la salvación de la humanidad.
24 JUAN ALFARO, S. I.

sal en la comunicación de la gracia; esta universalidad se basa


en la unicidad mediadora de Cristo y en la misión del Espíritu
Santo a la comunidad visible de los creyentes : enviando su Espíritu,
Cristo Glorioso constituyó la Iglesia en Sacramento universal de
la salvación 55.
Por éso la incorporación del hombre a la Iglesia es absoluta­
mente necesaria para la salvación 56. Esta incorporación es plena,
cuando el hombre está unido con Dios por la caridad y esta unión
logra su adecuado expresión en la adesión del hombre a la vi­
sible comunidad eclesial, cuyo centro unificador es Cristo. Si el
hombre está unido a la Iglesia en sus estructuras visibles (con­
fesión de fe, culto y jerarquía), pero no vive en la intimidad filial
con Dios, no está plenamente incorporado a la Iglesia, que es el
Sacramento de la unión íntima del hombrecon Dios 57. Si en lo
profundo de su libertad acepta el hombre la gracia de Cristo, pero
no expresa suficientemente esta aceptación en la adesión a la visible
comunidad eclesial, tampoco está plenamente incorporado a la Igle­
sia, que es el Sacramento de la unidad de la familia humana bajo
el Magisterio, el Sacerdocio y el Señorío de Cristo (unidad de fe,
de culto y de jerarquía) 58 ; pero su unión con Cristo no será ex­
clusivamente interna, pues toda realización y manifestación hu­
mana de la gracia dice relación al Sacramento universal de Cristo,
que es la Iglesia 59.
La economía de la gracia es encarnacional y eclesial, es decir,
sacramental. La autocomunicación de Dios al hombre comporta la

55 Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. IT, n. 14 (cfr.


Schema Constitutionis De Ecclesia, 1964, p. 49); c. VII, n. 48; c. II, n. 9;
Decr. sobre la actividad misionera de la Iglesia, c. I, n. 5 ; Const. Past,
sobre la Iglesia en el mundo actual, c. TV, n. 5.
56 Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. II, n. 14. — La
necesidad absoluta de pertenecer a la Iglesia visible para la salvación, su­
pone la sacramentalidad de la Iglesia, como signo visible portador de la
salvación, y le universalidad del Sacramento eclesial : la Iglesia no es un
mero signo de la gracia de Cristo, sino un signo trasmisor de la misma
(cfr. Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. I, n. 7. 8).
57 Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. II, n. 14. « Quia
peccatores Ecclesiae non plene incorporantur, etsi ad Ecclesiam pertinent,
Commissio statuit adiungere, secundum Rom 8,9 : Spiritum Christi haben­
tes » {Schema Constitutionis De Ecclesia, 1964, p. 50).
58 Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. II, n. 15 ; Decr.
sobre el Ecumenismo, c. I, n. 3.
59 Conc.Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. I, n. 2; c. II, nn.
13.16; Const. Past, sobre la Iglesia en el mundo actual, c. I, n. 22; Decr.
sobre la actividad misionera de la Iglesia, c. I, nn. 2. 3. 7 ; Declaración sobre
las relaciones de la Iglesia con las religiones no-cristianas, nn. 2-4.
CRISTO, SACRAMENTO DE DTOS PADRE 25

elevación de lo humano a expresión y realización de la gracia di'


vina. La presencia divinizante del Espíritu Santo transforma el
hombre en la totalidad de su ser corporeo-espi ritual, es decir, no
solamente en su orientación vertical hacia Dios, sino también en
su orientación horizontal hacia los hombres y hacia el mundo. La
unión filial con Dios tiene su signo eficaz en la unificación de los
hombres en la comunidad eclesial, cuyo Jefe es Cristo.

7. Con la Resurrección de Cristo no cesa la Encarnación del


Hijo de Dios, sino que permanece para siempre en la existencia
gloriosa del Señor. Con su presencia supratemporal y supraespa-
cial Cristo Glorioso obra por su Espíritu en la Iglesia y en Ella
comunica a los hombres su vida divina; de este modo atrae la
humanidad, y por la humanidad toda la creación, hacia Sí60. La
gracia de Cristo Resucitado es en el hombre principio interno de
resurrección gloriosa y por éso orienta la humanidad hacia la
participación plena en la gloria del Señor; la comunidad eclesial
camina en la fe y en la esperanza hacia el encuentro con Cristo
Glorioso 61.
La Encarnación y, definitivamente, la Glorificación de Cristo
han determinado la dimensión escatològica de la historia y del uni­
verso. Ha comenzado ya ahora la salvación de la humanidad ; pero
todavía no ha llegado a su plenitud ; el « ya-ahora » y el « toda-
vía-no » de la salvación caracterizan el tiempo de la Iglesia y per­
tenecen a su estructura sacramental62 *: como anticipación de la
transformación de la humanidad y del mundo por la participación
en la gloria del Señor, la Iglesia es el Sacramento de la potencia
salvifica de Cristo Glorioso.
Como en la Glorificación de Cristo no desaparece el Sacra­
mento de la Encarnación, sino que llega a su plenitud, así en la
salvación definitiva de la humanidad no cesará la Iglesia como Sa­
cramento de Cristo Glorioso, sino que llegará a su definitiva plenitud.
Cristo glorificado ejercerá eternamente su Mediación entre
Dios y los hombres en su triple función fundamental de Revela­
dor del Padre, Sacerdote y Señor. En la plenitud de su gloria de
Unigénito manifestará a los hombres la gloria del Padre ; en el

60 Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. I, nn. 2. 3. 7 ; c. VI,


n. 48; Const. Past, sobre la Iglesia en el mundo actual, c. I, n. 22.
161 Conc. Vat. IT, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. VII, n. 48-50.
62 Ibid., c. VII, n. 48; Const. Past, sobre la Iglesia en el mundo actual,
c. III, n. 39.
26 JUAN ALFARO, S. I.

encuentro cara a cara con El, « Imagen » perfecta del Padre in­
visible, llegarán los hombres a la unión inmediata con las Per­
sonas divinas y alcanzarán la plenitud de la salvación en la tota­
lidad de su ser corporeo-espiritual63. Como Sacerdote Único se
ofrecerá para siempre al Padre y le presentará la adoración de
los hombres y la sumisión de la creación; en la actitud de su obe­
diencia filial someterá todo el universo al Padre64. Como Señor,
enviará eternamente su Espíritu a los hombres y por su Espíritu
les dará participación en su gloria de Unigénito, es decir, en la
vida intratrinitaria, cuyo Principio es el Padre. La adoración eter­
na del Padre, la revelación y comunicación de la vida divina a la
humanidad salvada, inseparablemente unidas entre sí como tres
aspectos de una misma función salvifica, constituirán la estructura
sacramental de la Mediación eterna de Cristo. El Hijo de Dios,
hecho hombre y, como tal, glorificado, permanecerá para siempre
el Sacramento fundamental de Dios : solamente en El y por El
comunicará el Padre eternamente su vida divina a los hombres.
Cristo Glorioso seguirá siendo el centro vivificante y unifi­
cador de la humanidad; dará eternamente su Espíritu a la comu­
nidad humana y a cada hombre como miembro de esta comunidad.
La dimensión eclesial de la gracia de Cristo resulta necesariamente
de la Encarnación y, por consiguiente, debe permanecer para siem­
pre, como la Encarnación misma. La salvación de cada hombre
tendrá también su dimensión comunitaria en la plena unidad de
todos los hombres por la participación de todos ellos en la vida
gloriosa de Cristo. Entonces alcanzará la Iglesia su definitiva ple­
nitud como Sacramento de Cristo Glorioso, a saber, como expre­
sión y realización de la unión íntima de los hombres con Cristo
(y por Cristo con el Padre) y de la unidad de la familia humana
en Cristo; entonces la humanidad llegará a ser definitivamente el
Pueblo de Dios 65. La solidaridad de Cristo con toda la comunidad
humana alcanzará su expresión y realización suprema : Dios Padre
comunicará su vida a la Iglesia por Cristo en el Espíritu Santo
y por la acción del Espíritu llegará la Iglesia a la unión plena
con Cristo y, por Cristo, con el Padre.
La gloria del Padre resplandecerá en la gloria de Cristo y la

«3 i Cor. 13,10-12; 2 Cor. 5,6-8; 4,4; Flp. 1,23 ; Col 1,15; 3,4;
1 Tes. 4,17 ; 1 Tim. 6,16; Jn. 14,1-3; 17,24; 1 Jn. 3,2.
1 Cor. 15, 28.
65 Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, c. T, n. 2.4.8; c. VII,
n. 48.50.51.
CRISTO, SACRAMENTO DE DIOS PADRE 27

gloria de Cristo se reflejará en la gloria de la Iglesia, vivificada


por el Espíritu de Cristo. La dimensión encamacional (y por con­
siguiente, trinitaria y eclesial) de la gracia permanecerá para siem­
pre. La unidad plena de la humanidad por el Espíritu de Cristo
será eternamente el signo eficaz de la unión perfecta de los hom­
bres con Cristo y de su participación en la vida intradivina : por
Cristo Glorioso y en su Espíritu llegará la humanidad al Padre
invisible, Principio de la vida y de la unidad intradivina.

Juan Alfaro, S. I.
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