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CARTA DEL PAPA EMÉRITO BENEDICTO XVI

A LA UNIVERSIDAD FRANCISCANA DE STEUBENVILLE


EN OCASIÓN DEL X CONGRESO INTERNACIONAL
PROMOVIDO POR LA FUNDACIÓN RATZINGER
SOBRE EL TEMA «LA ECLESIOLOGÍA DE JOSEPH RATZINGER»

Es un gran honor y una alegría para mí que en los Estados Unidos de


América, en la Universidad Franciscana de Steubenville, un Simposio
Internacional trate de mi eclesiología, colocando así mi pensamiento y mi
esfuerzo en la gran corriente en la que se ha movido. Cuando comencé a
estudiar teología en enero de 1946, nadie pensaba en un Concilio
Ecuménico. Cuando el Papa Juan XXIII lo anunció, para sorpresa de
todos, había muchas dudas sobre si tendría sentido, es más, si sería posible
en absoluto, organizar las ideas y las cuestiones en el conjunto de una
declaración conciliar y dar así a la Iglesia una dirección para su camino
posterior. En realidad, un nuevo concilio resultó ser no sólo significativo,
sino necesario.
Por primera vez, la cuestión de una teología de las religiones se ha
mostrado en su radicalidad. Lo mismo ocurre con la relación entre la fe y
el mundo de la mera razón. Ambos temas no se habían previsto antes de
esta manera. Esto explica que el Vaticano II amenazara al principio con
desestabilizar y sacudir a la Iglesia más que con darle una nueva claridad
para su misión. Entretanto, la necesidad de reformular la cuestión de la
naturaleza y la misión de la Iglesia se ha ido haciendo patente. De este
modo, la fuerza positiva del Concilio también está emergiendo
lentamente. Mi propio trabajo eclesiológico estuvo marcado por la nueva
situación que se planteó para la Iglesia en Alemania tras el final de la
Primera Guerra Mundial.
Si hasta entonces la eclesiología había sido tratada esencialmente en
términos institucionales, ahora se percibía con alegría la dimensión
espiritual más amplia del concepto de Iglesia. Romano Guardini describió
esta evolución con las siguientes palabras «Se ha iniciado un proceso de
inmensa importancia. La Iglesia está despertando en las almas». Así, el
«Cuerpo de Cristo» se convirtió en el concepto sustentador de la Iglesia,
que consecuentemente, en 1943, encontró su expresión en la encíclica
Mystici Corporis. Pero con su oficialización, el concepto de la Iglesia

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como cuerpo místico de Cristo pasó al mismo tiempo por su punto álgido
y fue reconsiderado críticamente. En esta situación pensé y escribí mi
disertación sobre Pueblo y Casa de Dios en la Doctrina de la Iglesia de
Agustín.
El gran Congreso Agustiniano celebrado en París en 1954 me dio la
oportunidad de profundizar en la posición de Agustín en la agitación
política de la época. La cuestión del significado de la Civitas Dei parecía
estar finalmente resuelta en ese momento. La disertación de H. Scholz
sobre «Glaube und Unglaube in der Weltgeschichte» (Creencia e
incredulidad en la historia del mundo), cultivada en la escuela de Harnack
y publicada en 1911, había mostrado que las dos Civitates no significaban
ningún cuerpo corporativo, sino la representación de las dos fuerzas
básicas de la creencia y la incredulidad en la historia. El hecho de que este
estudio, redactado bajo la dirección de Harnack, hubiera sido aceptado
summa cum laude le aseguraba de por sí una aprobación plena. Además,
encajaba en la opinión pública general, que asignaba a la Iglesia y a su fe
un lugar hermoso, pero también inofensivo. Quien se hubiera atrevido a
destruir este hermoso consenso sólo podía ser considerado un obstinado.
El drama del año 410 (la toma y el saqueo de Roma por los visigodos)
sacudió profundamente el mundo de la época, y también el pensamiento
de Agustín. Por supuesto, la Civitas Dei no es simplemente idéntica a la
institución de la Iglesia. En este sentido, el Agustín medieval incurrió en
un error fatal, que hoy, afortunadamente, ha sido finalmente superado.
Pero la espiritualización completa del concepto de Iglesia, por su parte,
echa de menos el realismo de la fe y de sus instituciones en el mundo. Así,
en el Vaticano II la cuestión de la Iglesia en el mundo se convirtió
finalmente en el verdadero problema central.
Con estas consideraciones sólo he querido indicar la dirección a la que
me han conducido mis trabajos. Espero sinceramente que el Simposio
Internacional de la Universidad Franciscana de Steubenville sea útil en la
lucha por una correcta comprensión de la Iglesia y del mundo en nuestro
tiempo.

Vuestro en Cristo,
Benedicto XVI 
20.X.2022

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