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La Jornada Semanal, 

  domingo 11 de diciembre  de 2005        núm.


562
 

Sergio Pitol

Los raros
También los raros. Los "raros", como los nombró Darío, o "excéntricos", como
son ahora conocidos, aparecen en la literatura como una planta
resplandeciente en las tierras baldías o un discurso provocador, disparatado y
rebosante de alegría en medio de una cena desabrida y una conversación
desganada. Los libros de los "raros" son imprescindibles, gracias a ellos, a su
valentía de acometer retos difíciles que los escritores normales nunca se
atreverían. Son los pocos autores que hacen de la escritura una celebración.

Sus colegas, los más ceñudos, los más


virulentos, los que conciben que el mayor
prestigio de una obra se mide por las
tantas medallas que los poderosos hayan
puesto en sus pechos, jamás podrán verlos
con buenos ojos. Es más, los detestan.
Cuando en alguna ocasión oyen o leen un
elogio sobre ellos se descomponen,
utilizan un lenguaje cuartelario, injurioso y
procaz que no se concilia con su ordinaria
dignidad. Los ademanes, gestos y sonrisas con que por lo general administran
cuando se mueven en sus salones se transforman en muecas monstruosas. Al
grado que algunos hayan sido transportados a un hospital, o a una clínica
psiquiátrica, y aun allí, atados en un lecho, con voz sofocada, se las componen
para informarle al doctor o a las enfermeras de que aquellos que pasan por
escritores y a quienes califican de excéntricos eran sólo unos seres
chapuceros, simuladores y embusteros, hasta que, agotados, hacen una
tregua procurada por unas pastillas de varios colores o una inyección
intravenosa, y al despertar del sedante, con voz baja, fatigada, mortecina,
continúan su diatriba, justificando que su cólera no la dirigía tanto a esos
mamarrachos petulantes y farsantes, que no son nada, como a los editores
que publicaban esa escoria, o a los críticos de los suplementos y revistas
culturales que los rodeaban de una publicidad nefasta y, sobre todo, a los
lectores que se dejaban manipular por los anteriores como meras marionetas.

El tiempo, como siempre, se encarga de ordenarlo todo. Seguramente debe de


haber existido excéntricos que creyeran ser escritores geniales cuando sólo
fueron pobres grafómanos sin cultura, imaginación, intuición lingüística, o
simplemente mentecatos y hasta dementes. No pasarían a la historia, y nadie
los reivindicaría. En cambio los sobrevivientes se convertían en clásicos, sin
enemigos, se transformaban en personas respetables. Pero los que están
vivos y comienzan a ser conocidos chocarán con un pelotón de fiscales e
inquisidores.

Yo adoro a los excéntricos. Los he detectado desde la adolescencia y desde


entonces son mis compañeros. Hay algunas literaturas en donde abundan: la
inglesa, la irlandesa, la rusa, la polaca, también la hispanoamericana. En sus
novelas todos los protagonistas son excéntricos como lo son sus autores.
Laurence Sterne, William Beckford, Jonathan Swift, Nicolai Gogol, Tomasso
Landolfi, Carlo Emilio Gadda, Witold Gombrowicz, Bruno Schulz, Stanislaw
Witkiewicz, Franz Kafka, Ronald Firbank, Samuel Beckett, Ramón del Valle-
Inclán, Virgilio Piñera, Thomas Bernhard, Augusto Monterroso, Flann O’Brien,
Raymond Roussel, Marcel Schwob, Mario Bellatin, César Aira, Enrique Vila-
Matas son excéntricos ejemplares, como todos y cada uno de los personajes
que habitan sus libros, y por ende las historias son diferentes de las de los
demás. Hay autores que sin ser del todo "raros" enriquecieron su obra por la
participación de un abundante elenco de personajes excéntricos: bufonescos o
trágicos, demoníacos o angelicales, geniales o imbéciles, al fin y al cabo casi
siempre todos "inocentes".

Los "raros" y familias anexas terminan por liberarse de las inconveniencias del
entorno. La vulgaridad, la torpeza, los caprichos de la moda, las exigencias del
Poder y las masas no los tocan, o al menos no demasiado y de cualquier
manera no les importa. La visión del mundo es diferente a la de todos; la
parodia es por lo general su forma de escritura. La especie no se caracteriza
sólo por actitudes de negación, sino que sus miembros han desarrollado
cualidades notables, conocen amplísimas zonas del saber y las organizan de
manera extremadamente original. Hay un abismo entre el escritor excéntrico y
el vanguardista. Existe una diferencia notable entre la obra de Tristan Tzara,
Filippo Marinetti y André Breton y los relatos de Gogol, Bruno Schulz y César
Aira, por ejemplo. Las primeras tres son de vanguardia, las segundas
corresponden a una literatura muy novedosa en su tiempo por su rareza. El
vanguardista forma grupo, lucha por desbancar del canon a los escritores que
le precedieron por considerar que sus procedimientos literarios y el manejo del
lenguaje son ya obsoletos, y que su obra, la de ellos, dadaístas, futuristas,
expresionistas, surrealistas, es la única y verdaderamente válida. Consideran
que el paso adelante ha iluminado la escritura de su idioma, o aun fuera de las
fronteras, depurando al canon de los autores que ellos desdeñan.
Racionalizan, discrepan, crean teorías, firman manifiestos, emprenden
combates con la literatura del pasado y también con la contemporánea que no
se acerque a la suya. Por lo general eso no les sucede a los excéntricos. Ellos
no se proponen programas ni estrategias, y en cambio son reacios a formar
grupúsculos. Están dispersos en el universo casi siempre sin siquiera
conocerse. Es de nuevo un grupo sin grupo. Escriben de la única manera que
les exige su instinto. El canon no les estorba ni tratan de transformarlo. Su
mundo es único, y de ahí que la forma y el tema sean diferentes. Las
vanguardias tienden a ser ásperas, severas, moralistas; pueden proclamar el
desorden, pero al mismo tiempo convierten ese desorden en algo
programático. Les encantan los juicios; son fiscales; expulsar de cuando en
cuando a un miembro es considerado como un triunfo. Excluyen el placer. Al
combatir contra el pasado o a un presente que repelen su escritura se carga de
pésimos humores. En cambio, la escritura de un excéntrico casi siempre está
bendecida por el humor, aunque sea negro.

Algunos de los raros han conocido en vida fama, gloria, homenajes, premios,
todas las variantes del prestigio, al final de sus vidas; otros no conocieron nada
de eso, pero aun después de morir han dejado una pequeña grey disuelta en el
mundo, que le seguirá siendo fiel y que tal vez sea feliz de saberse tan pocos
para reverenciar a aquella deidad casi desconocida. En fin, un escritor
excéntrico es capaz de marcarle la vida de varias maneras a los lectores para
quienes, casi sin darse cuenta, definitivamente escribía.

Tomado de El mago de Viena, Editorial Pre-textos,


col. Narrativa contemporánea núm. 33, España.
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