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Considerada por algunos es pec ialistas como

ÉmHe Durkheim Alianza ed itorial


la obra maestra de su au.tor, Las formas
elementales de la vida religiosa resume el
enfoque durkheimiano y eje mplifica claran1e nte Las formas elementales de la vida religiosa
su visión del mundo soc ia l. En este trabajo

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sobre la religión primitiva , Émile Durkhei;n
(1858-19 17) reali za una exce lente descripción
de la cultura y la soc iedad de los aborígen es
u australianos. Santiago Gonzá lez Noriega seña la
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en su prólogo el interés de esta obra como
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e,: teoría de la «un idad grupa l» y del simbolismo,
u a ié;l vez que destaca algunas de sus tes is
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u básicas, co mo «la búsqueda de un equivalente
funciona l de las viejas re li giones en nuestra s
soc ied ades laicas contemporánea s»
y «·la re lación estrechísima entre la deli mitación
de grupos humanos y el sistema de cree ncias
compartidas por sus miembros que se hace n
..... visibles en símbolos se nsibles». Otra s obras
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de Durkheim en esta colección: Las reglas
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del método sociológico y otros escritos sobre
o filosofía de las ciencias sociales.
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Alianza editorial El libro de bolsi llo
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Índice

Título original: Les formes élémentaires de la vie religieuse 9 Introducción, por Santiago González Noriega
Traducción de Ana Martínez Arancón 23 Bibliografía
Revisión de Santiago González Noriega
Las formas elementales de la vida religiosa
Primera edición: 1993 27 Objeto de la investigación
Tercera edición: 2014

Diseño de colección: Estudio de Manuel Estrada con la colaboración de Roberto 57 Libro primero. Cuestiones preliminares
Turégano y Lynda Bozarth Capítulo primero. Definición del fenómeno religioso
Diseño cubierta: Manuel Estrada
59
Ilustración de cubierta: Peter Nabarlamba rl: Ngalyod (Colección particular) y de la religión
© Dreamtime Gallery, London/Index-Bridgeman Capítulo segundo. Las principales concepciones de
© Peter Nabarlambarl , VEGAP, Mad rid , 2014
Selección de imagen: Carlos Caranci Sáez la religión elemental: l. El animismo
130 Capítulo tercero. Las principales concepciones de la
Reservados todos los de rechos. El contenido de esta obra csüi protegido por la Ley, que establece penas religión elemental: II . El naturalismo
de prisión y/ o multas, además de las correspondiem es indemnizaciones por daños y pe rjui cios, para
qu ienes reprod ujeren, plagiaren, distribuyeren o comuni ca ren pC1bl icamen~c, en_~ocio~ e~1 Pª:_te, una 154 Capítulo cuarto. El totemismo como religión elemen-
obra literaria, artística o científica , o su transfo rmación , interp retación o e¡ecuc1on arusuca f1¡ ada en
cualquier tipo de sopo rte o com un icada a 1ravés de cualquier medio, sin la precep tiva aut0rizac ión .
tal. Historia de la cuestión. Método para tratarla

© de la edición, introducción y notas: H erederos de Santiago González Noriega


© de la traducción: Ana Martínez Arancón 171 Libro segundo. Las creencias elementales
© Al ianza Editorial , S. A. , Madrid , 2014
Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 173 Capítulo primero. Las creencias propiamente toté-
28027 Madrid; teléfono 91 393 88 88 micas: l. El tótem como nombre y como emblema
www.alianzaeditorial.es
213 Capítulo segundo. Las creencias propiamente toté-
ISBN: 978-84-206-8362-l micas: II. El animal totémico y el hombre
Depósito legal: M-33.792-2013
Printed in Spain 233 Capítulo tercero . Las creencias propiamente totémi-
cas: III. El sistema cosmológico del totemismo y la
Si quiere recibir infor mación periódica sobre las novedades de Alianza Editorial,
envíe un correo electrónico a la direcció n: alian zaed itorial@anaya.es noción de género
Capítulo cuarto. Las creencias propiamente totémi- Introducción
cas: IV. El tótem individual y el tótem sexual
274 Capítulo quinto. Origen de estas creencias: I. Exa-
men crítico de las teorías
305 Capítulo sexto. Origen de estas creencias: II. La no-
ción de principio o de mana totémico y la idea de
fuerza
Capítulo séptimo. Origen de estas creencias: III. Gé- Las heridas que la sociedad infiere al individuo son leídas
331
nesis de la noción de principio o mana totémico por éste como cifras de la no-verdad social, como negativo
de la verdad [ .. .]. El origen social del individuo
Capítulo octavo. La idea de alma
Capítulo noveno. La noción de espíritus y dioses se descubre al final como poder de su destrucción.

T. W. ADORNO, Apuntes sobre Ka/ka


463 Libro tercero. Las principales actitudes rituales
465 Capítulo primero. El culto negativo y sus funciones. Sociedad y moralidad en Durkheim
Los ritos ascéticos
503 Capítulo segundo. El culto positivo: I. Los elementos En los forzosamente limitados términos de este escrito, vamos
del sacrificio a centrarnos en la consideración de la tesis básica de Durkheim
538 Capítulo tercero. El culto positivo: II. Los ritos mi- en su sociología de la religión y a señalar algunas críticas de la
méticos y el principio de causalidad misma que nos parecen obvias, aunque distan mucho de serlo
565 Capítulo cuarto. El culto positivo: III. Los ritos re- para los estudiosos de la obra del sociólogo francés. El núcleo
presentativos o conmemorativos de la tesis durkheimiana es bien conocido: la religión no es
592 Capítulo quinto. Los ritos piaculares y la ambigüe- sino una visión confusa de la adoración que la «sociedad» se
dad de la noción de lo sagrado tributa a sí misma, bien en su forma actual, bien en forma de
visión idealizada de sí propia 1, pues en esta cuestión el pensa-
629 Conclusión miento de Durkheim es bastante confuso. Hemos entrecomi-
llado el vocablo «sociedad», por el que tantos estudiosos de la
obra de Durkheim pasan a galope, porque abarca una plurali-
dad de sentidos que propicia el equívoco, cuando no lo provo-
ca interesadamente. Si examinamos el uso de esta palabra en
Formas, nos encontramos con que quiere decir cosas muy dis-
tintas que es teóricamente muy peligroso mantener en la indis-
tinción . Tres son las sentidos del término tal y como es utiliza-
do en Formas, y eso sin contar con los específicos del francés a

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Las formas elementales de la vida religiosa

debido a sus orígenes místicos. En cambio, nosotros vamos a Capítulo séptimo


demostrar que las fuerzas religiosas son reales, por imperfectos
que puedan ser los símbolos con ayuda de los cuales han sido
Origen de estas creencias
pensadas. Y de ahí se deducirá que lo mismo sucede con el
concepto de fuerza en general.

III. Génesis de la noción de principio o mana


totémico

La proposicióry. que hemos establecido en el capítulo prece-


d~nte determina los términos en los que debemos plantearnos
ei2roblema de los orígenes del totemismo. Puesto que todo el
totemismo está dominado por la noción de un principio cuasi
di.vino, inmanente a ~iertas categorías_de hombres o de cosas y
que es pensado en forma animal o vegetal, explicar e~_ta reli-
gión consiste esencialmente en explicar dicha creencia, inda-. 1
gando cómo l9s hombres .han podido decidirse a construir esa
idea, y con qué materiales la han confeccionado.

Evidentemente, no con las sensaciones que podrían despertar


en la conciencia las cosas que servían de tótem, pues ya hemos
puesto de relieve lo insignificantes que suelen ser. El lagarto, la
oruga , la rata, la hormiga, la rana, el pavo, la breca, el ciruelo,

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Las formas elementales de la vida religiosa Libro II, Capítulo 7

c~nzarlos sin nuestra in~ervención , 1~ lama imperiosamente · nos representamos a quien nos la recomienda o nos la prescri-
nuestra cooperación . Exige que, olvidándonos de nuestros be. Por eso la orden ostenta generalmente formas breves, cor-
propios intereses, nos convirtamos en sus servidores, y nos tantes, que no dejan lugar para la duda: en la medida en que es
obliga a toda clase de molestias, privaciones y sacrificios, sin y actúa con sus propias fu erzas, excluye toda idea de delibera-
los que sería imposible la vida social. Así es como a cada mo- ción o de cálculo; su eficacia procede de la intensidad del esta-
ll)ent~ nos vemos forzados a someternQs a reglas de conducta do mental en que ha sido dada . Esta intensidad es lo que cons-
y modos de pensar qqe no hemos 4echo ni querido, y que in- tlli:!Ye lo que llamamos ascendente moral.

t
cluso a veces son contrarios a nuestras inclinaciones e instintos
básicos.
Sin embargo, si 1~ sociedad obtuviera d.e nosotros estas con-
Aquellas formas de actuación a las que la sociedad está tan
fuertemente ligada como para imponerlas a sus miembros, por
ello mismo se encuentran señaladas con la marca distintiva que
cesiones y sacrificios por una constriccipn meramente mate- provoca el respeto . Como han sido elaboradas en común, la vi-
rial, sólo podría despertar en nosotros la idea de una fuerza fí- vacidad con que las piensa cada inteligencia particular reper-
sica, a la que hay que ceder por necesidad, y no de una potencia . cute en todas las demás, y recíprocamente. Las representacio-
moral como la que adoran las religiones. Pero, en realidad, d nes con que las expresamos cada uno de nosotros tienen una
imperio que ejerce sobre las conciencias se inclina menos en el intensidad que no podrían alcanzar los estados de conciencia
sentido de la supremacía física, de cuyo privilegio goza, que ~ meramente privados , pues las fortifican las innumerables re-
la autoridad moral de la que está investida. Si nos doblegamos presentaciones individuales que han servido para formarlas.
a sus órdenes, no es sólo porque esté armada adecuadamente Es la sociedad la que habla por la boca de quienes las afirm,an
para triunfar sobre nuestra resistencia, sino ante todo porque en nuestra presencia; ella es a quien oímos oyéndoles, y la voz
es _objeto de auténtico respeto. • de todos tiene un acento que no podría tener la de uno solo464 .
Se dice que un sujeto, inc\ividual o colectivq, inspfra respeto Incluso la violencia con la que reacciona la sociedad contra las
cuando su represen~ación en la conciencia tiene tal fuerza q~e, tentativas de disidencia, sea mediante la censura o por la re-
automáticamente, suscita o inhibe determinadas actuaciones, presión física, contribuye a reforzar su imperio, manifestándo-
abstracción hecha de cualquier consideración relativa a los efec- se así con particular resplandor el ardor de la convicción co-
tos útiles o perjudiciales de éstas. Cuando obedecemos -ª...fil- mún465. En una palabra, cuando una cosa es objeto de un
guien en virtud de la autoridad moral que le reconocemos, se- estado de opinión, su representación en cada individuo ad-
g7ruos sus indicaciones, no porque nos parezcan acertadas, quiere, desde su origen y debido a las circunstancias que la han
sipo porque la idea que nos ha~emos de esa persona lleva im- hecho nacer, un poder de acción que perciben incluso los que
plfcita cierta e~ergía física, que hace,que nuestra voluntad se no se someten a ella. Tiende a rechazar las representaciones
pliegue, inclinándose en el sentido iodicado. El respeto es la que la contradicen y las mantiene a distancia, y, en cambio,
~mos:ión que experimentamos cua,ndo sentimos esa presión in- mºanda que se ejecut_en los actos que la ponen en pi;áctica, y eso
terior y completamente .espiritual que se produce en 11()Sotros.
Entonces, lo que nos decide no son las ventajas o inconvenien- 464. Véase nuestra Division du travail social, págs. 64 y ss.
tes de la actitud prescrita o recomendada, sino la forma en que 465. !bid., pág. 76.

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Las fo rmas elementales de la vida religiosa Libro II, Capítulo 7

no por una coacción material, ni por la amenaza de ésta, sino Ya que la presión social se ejerce por vías mentales, no po-
simplemente por el brillo de la energía mental que allí reside. dría dejar de sugerir al hombre la idea de que, fu era de él, hay
Tiene una eficacia, debida únicamente a sus propiedades psí- una o varias potencias, morales y eficaces de las que depende.
quicas, y es justamente por ello por lo que se le reconoce auto- Él. debía de representarse esas potencias, en parte, como exte.-
ridad moral. riores a él, puesto que le hablan con tono de mando, y le fuer- ,,·
La opinión , q\Je es algo eminentemente social, es una fuente zan a veces a violentar sus inclinaciones naturales. Sin duda, si
de autoridad, e inclu~o cabe preguntarse si la autoridad no pudiera ver inmediatamente que las influencias que sufre pro-
será hija de la opinión 466 . Se puede objetar que la ciencia es, a vienen de la sociedad , no habría surgido el sistema de las inter-
menudo, antagonista de la opinión, cuyos errores combate y pretaciones mitológicas. Pero la acción social sigue caminos
rectifica. Pero no puede tener éxito en esa tarea si no tiene bas- demasiado retorcidos y oscuros, emplea mecanismos psíqui-
tante autoridad, y no puede obtener esa autoridad si no es de cos demasiado complejos para que sea posible que un observa-
la opinión misma. Si un pueblo no tiene fe en la ciencia, todas dor corriente se dé cuenta de cómo actúa. H.J!.§_ta que no viene
las demostraciones científicas carecerán de influencia sobre los a desvelárselo el análisis científico, el hombre siente que es ma-
intelectos. Incluso hoy, si la ciencia tuviera que oponerse a una nejado, pe.E_o no sabe quién lo maneja. Así que debe construir
corriente muy fuerte de la opinión pública, se arriesgaría a per- pieza a pieza la noción de todas las potencias con las que se
der todo su crédito 467 . cree en relación, y por ahí podemos ya entrever cómo acabó
representándoselas bajo formas que les son extrañas, transfi:
gi¿rándolas coq su pensamie9-to. .
.Pero un dios po es sólo.una _autoridad de la que depen,de.-
466. Es, al menos, el caso de cualquier autoridad moral reconocida como mos; también es un~ fuer za sobre la que se a~oya nuestra fu_er-.
tal por un a comunidad.
467. Esperamos que este análisis y los que le siga n pondrán fin a una falsa za. El hpmbre que obedece a su dios y que, por lo tanto, cree '
interpretación de nuestro pensamiento que ha provocado más de un mal- tenerlo de su parte, aborda el mundo con confianza y con la
entendido. Como hemos hecho de la obligación el signo exterior por el que sensación de una energía redoblada. Del mismo modo , la ac-
pueden reconocerse más fácilmente los hechos sociales, a diferencia de los
de la psicología individual, se ha creído que pensábamos que la obligación ción social no se limita a reclamarnos sacrificios, privaciones y
físic a era lo esencial de la vida social. En realidad, nunca hemos visto en esfuerzos. La fuerza colectiva no nos es com pletamente ajena,
ella otra cosa que la expresión material y perceptible de un hecho interior no nos llega toda de fuera, sino que, como la sociedad sólo
y profundo, completamente ideal: la autoridad moral. El problema socio-
lógico -si se puede decir que hay un problema sociológico- consiste en puede existir en las conciencias individuales y-12.QI..cllas 468 , U.e-
buscar, a través de las distintas formas de obligación exterior, las diferentes ne que penett~ar y organizarse dentro de nosotros; se convierte
clases de autoridad moral que les corresponden, y en descubrir las causas
determinantes de estas últimas. En particular, la cuestión que tratamos en
esta obra tiene por objeto principal encontrar cómo surgió esa Batticular
autoridad moral que es inherente a todo lo religi,gso y con qué e ementos
se formó. Más adelante veremos que, aunque convertimos a la presión 468. Desde luego, esto no quiere deci r que la conciencia colectiva no ten-
social en un a de las características distintivas de los fenómenos religiosos, ga caracteres específicos (sobre este punto, véase «Représentations indivi-
no por ello tratamos de afirmar que sea la única. Mostraremos otro aspec- duelles et représentations collectives», en Revue de Métaphysique et de
to de la vida colectiva, casi opuesto al precedente, pero no menos real. Mora/e, 1898, págs. 273 y ss.).

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Las formas elementales de la vida religiosa Libro II, Capítulo 7

así en parte integrante de nuestro ser, y por ello mismo, lo en- comparten. Eso explica también la actitud tan peculiar del
sancha y lo eleva. hombre que habla a una multitud, al menos cuando llega a ~n~
Hay circunstancias en las que esa acción reconfortante u i- trar en comunión con ella. Su lenguaje tiene entonces cierta
~ vificante de la sociedad queda de manifiesto especialmente. grandilocuencia que resultaría extraño en circunstancias nor-
1t"" En el seno de una asamblea caldeada por una pasión común males; sus gestos ~ienen algo de dominador, e incluso su pen-
nos volvemos susceptibles de sentimientos y actos de los que samiento, ünpacif nte, pierde l¡¡ medida y se deja llevar a tqda
nos sentimos incapaces cuando nos vemos reducidos a nues- clase de extremos. Y es que siente en sí como una plétora des-
tras propias fuerzas; y cuando se disuelve la asamblea, cuan- usada de fuerzas que le desbordan, que tienden a expandirse .'
do nos encontramos de nuevo a solas con nosotros mismos , fuera, y a veces llega a tener la impresión de que está domina-
caemos otra vez en nuestro nivel ordinario, y entonces pode- do por una fuerza moral que le supera y de la que no es más
mos calibrar toda la altura a la que nos habíamos encumbra- que un intérprete. A ese rasgo reconocible es a lo que se suele
d_o. La historia abunda en ejemplos de esta índole. Basta pen- llamar el genio de la inspiración oratoria. Pero este crecimien-·
sar en la noche d~l cuatro de 8:gosto 1', en la que una asamblea to excepcional de las fuerzas es muy real, y se lo debe al pro-
se vio arrastrada de repente a un acto de sacrificio y abne- pio grupo al que se dirige. Los sentimientos que provoca con
gación que cada uno de· sus miembros rehusaba ha~er la su palabra vuelven a él, pero crecidos, amplificados, y refuer-

t
víspera, y del que todos se sintieron sorprendidos al día si- zan así su propio sentimiento. Las energías pasionales que
uiente 469. pone en pie repercuten en él y aumentan su tono vital. Ya no

* P~ o, todos los gru pos políticos, económicos o confesio-


QilltSprocuran que tengan lugar periódicamente reuniones s;n
[ las que sus adeptos puedan dar nueva vida a su fe común, ma-
es un simple individuo q~
personificado.
la: es un grupo encarnado _y

Además de estos estados pasajeros e intermitentes, hayotros1


nifestándola en comunidad. Para reforzar sentimientos que, más duraderos, en los que esa influencia robustecedora de la
abandonados a sí mismos, se apagarían, basta con aproximar sociedad se hace sentir con más continuidad, y a menudo con
y poner en relaciones más estrechas y activas a quienes los rµayor brillantez. Hay períodos históricos en los que, por in-
fl,µencia de algun.a gran sacudida colectiva, las int,eracciones
sociales se vuelven mucho más frecuentes y activas. Los if\divi:
'' «La noche del cuatro de agosto»: Dut'. kheim se refiere al 4 de agosto de duos se buscan y se reúnen más. Resulta de ello una eferves-
1789, ·en la que los representantes del clero y la nobleza franceses en la
Asamblea ·Nacional promovieron la abolición de los diezmos y privilegios cencia general, característica de las épocas reyg]ncjonarias_o
feudales, la liberii.ción de los siervos, la igualdad de impue,stos, la abolición c~ as . Y esta mayor actividad tiene como efecto un estí-
de los privilegios y la admisión de todos los ciudadanos a cualquier empleo mulo general de las fuerzas individuales. Se vive más intensa-
civil o militar.
469. Así lo prueba la extensión y el carácter apasionado de los debates en mente y de forma distinta que en tiempos normales. Los cam-
los que se dio forma jurídica a las resoluciones de principio, tomadas en un bios no son sólo de matiz o de grado: el hombre se hace
momento de entusiasmo colectivo. Tanto en el clero como en la nobleza, diferente. Las pasiones que lo agitan son de tal intensidad que
más de uno llamó a esta célebre noche la noche de los engaños o, como
Rivarol, la San Bartolomé de las propiedades. (V. Stoll, Suggestion und sólo pueden satisfacerse mediante actos violentos, desmesura-
Hypnotismus in der Volkerpsychologie, 2.' Aufl., pág. 618.) dos: actos de heroísmo sobrehumano o de barbarie sanguina-

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Las formas elementales de la vida religiosa Libro II, Capítulo 7

~ - Así se explican, por ejemplo, las Cruzadas47 º y muchas es- moral depende de una causa externa, pero no nos damos cuen-
cenas, sublimes o brutales, de la Revolución francesa 47 1. Allí ta de dónde reside esa C@.Sa ni de cuál es su naturaleza. Nor-
podemos ver cómo el más mediocre o inofensivo de los bur- ;;;lmente, la concebimos bajo el as pecto de un poder moral
gueses, influido por la exaltación general, se transforma en hé- que, aun siéndonos inmanente, representa en nosotros algo
roe o en verdugo 472 . Estos procesos mentales son del mismo distinto: la conciencia moral, de la que, por otro lado, la mayo-
t!J2.o que los gue están en la base de la religión , hasta el punto ría de los hombres no tiene una imagen muy clara si no es C.Qll
de que los propios individuos suelen representarse la presión a la ayuda de símbolos religiosos.
- Además de estas fuerzas en estado libre, que renuevan con-

t
la que ceden en términos expresamente religiosos. Los cruza-
dos creían en la presencia de Dios entre ellos, ordenándoles tinuamente las nuestras, hay otras que residen en las técnicas y
partir a la conquista de Tierra Santa; Juana de Arco creía obe- tradiciones de todo tipo que utilizamos. Hablamos una len-
decer voces celestiales 473 . gua que no hemos forjado nosotros; nos servimos de instru-
Pero esta acción estimulante de la sociedad no sólo se hace mentos que no hemos inventado; invocamos derechos que no
sentir en esas circunstancias excepcionales; por así decirlo, no hemos instituido; a cada generación se le transmite todo un te-
hay un solo instante de nuestra vida en el que no recibamos del soro de conocimientos que ella no ha amasado, y así sucesiva-
exterior algún flujo de energía. El hombre que cumple con su mente. Estos beneficios variados de la civilización se los debe-
deber encuentra, en las manifestaciones de todo tipo que le :· mos a la sociedad, y aunque, por lo general, ignoramos de
transmiten la simpatía, la estimación y el afecto que le brindan · dónde proceqen , al menos sabemos que no sop obra nuestra.
~us semejantes, una impresióQ. reconfort~nte de la que normal- Pero. son precisamente ellos los que otorgan al hombre su fiso-
• mente no se da cuenta, pero que le sostiene. La irpagen que la • nomía propia entre todos los demás seres; pues el hombre s_ólo
so,ciedad tie11e de él refuerz_a la imagen que tiene de sí mismo.· es hombre por el hecho de estar civilizado. Así que no puede
Como está en armonía moral con sus contempo,ráneos, .tieqe evitar el sentimiento de q~e existen fuera de él causas eficien-
· más confianza, valor y audacia en la acción, como el fiel que t~s que le proporcionan los atributos característicos de su na-
' cree sentir los benevolentes ojos de su Dios vueltos hacia él. S.e
produce a,5í una especie de constante sostén de nqestro §!:r
turaleza, y una especie de potencias penévolas que le ayudan,
le protegen y garantizan su privilegio. Necesariamente, debía
moral. Como varía por muchas circunstancias externas, de- asigna.r a estas potern;ias una dignidad que estuviera en rela-
p_e ndiendo de que nuestras relaciones con los grupos sociales ción con la alta estima de los bienes que se les atribuían474 .
que nos rodean sean más o menos_activas y de cuáJes sean estos
grupos, no podemos por menos que percibir que e~e tonus
474. Ése es el otro aspecto de la sociedad , que, además de imperativa, nos
470 Véase Stoll, op. cit., págs. 353 y ss. parece buena y benévola. Nos domina y nos ayuda. Si hemos definido el
471. Ibid., págs. 619 y 635. hecho social atendiendo más a la primera de estas características que a la
472. Ibid., págs . 622 y ss. segunda, se debe a que es más fácil de observar, ya que se traduce en signos
473. Los sentimientos de miedo o de tristeza también pueden desarrollar- exteriores y visibles, pero, desde luego, nunca hemos pretendido nega r la
se e intensificarse por influencias parecidas. Como veremos , corresponden realidad de la segunda (véase Regles de la méthode sociologique, prefacio a
a t9do un aspecto de la vid¡¡ religiosa (véase lib. II, cap. V). la 2." ed. , pág. 20, n. 1).

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Las formas elementales de la vida religiosa Libro II, Capítulo 7

De manera que el medio en el que vivimos se nos presenta hecho de que, a menudo, ha consagrado así a hombres que,
como poblado de fuerzas , a un tiempo imperiosas y tranquili- por sus propios méritos, no tenían ningún derecho a ello. Ade-
za~ora;, augustas y bienhechoras, ·con las q~e nos relaciona- más, la simple deferencia que inspiran los hombres investidos
mos. Como ejercen sobre nosotros una presión de la que so- de altas funciones sociales no difiere, por su naturaleza, del
mos conscientes, necesitamos localizarlas fuera de nosotros, respeto religioso. Se traduce en los mismos movimientos: uno
somo hacemos con las causas objeÚvas de nuestras sensacio- se mantiene a distancia de un alto personaje; le aborda con
nes. Pero, por otro lado, los sentimientos que nos inspiran son precaución y, al hablar con él, emplea otro lenguaje y otros ges-
de diferente naturaleza de los que experimentamos por l¡s t9s que los que le si~ven para comunicar.se con el común de los
simples cosas sensibles. Mientras que éstas quedan reducidas a mortales. El sentimiento experirµentado en tales circunstan-
sus características empíricas, tal y como se manifiestan en la cias está tan próximo al sentimiento religioso, que muchos
experiencia normal, en tanto que la imaginación religiosa no pueblos los confunden. Para explicar la consideración de la
viene a metamorfosearlas, no sentimos por ellas nada que se que gozan los príncipes, los nobles o los jefes políticos, se les
parezca al respeto, y ellas carecen de todo lo necesario para hª atribuiqo a veces un carácter sagrado. Por ejemplo, en Me-
elevarnos por encima de nosotros mismos. Así que sus repre- lanesia Y. Polinesia se ~ice de un hom~re influyente q~e tiene
sentaciones nos parecen muy distintas a las que despiertan en mana, y su influencia se atribuye a dicho mana 475 . Sin embargo,
nosotros las influencias colectivas. Unas y otras forman en = idente que debe su situación únicamente a la importancia
nuestra conciencia dos círculos de estados mentales, diferentes que le presta la opinión pública. Así, el poder moral que con-
y separados como las dos formas de vida a las que correspon- fiere la opinión y aquel del que están investidos los seres sagra-
d~ . Por consiguiente, tenemos la impresión de que nos rela- dos tienen, en el fondo, el mismo origen, y están hechos de los
cionamos con realidades de dos clases, diferentes entre sí, y de IT)ismos elementos. Esto es lo que explica que una misma pala-
que una línea de demarcación claramente trazada las mantiene {l bra pueda se.rvir para expresarlos a ambos .
separadas: a un lado queda el mundo de las cosas profa nas u l . Además de hombres, la sociedad consagra cosas, Y. sobre
cu.t;.o el de las cosas sagradas. todo ideas. Basta con que una creencia sea unánimemente
Por lo demás, tanto en el pres<;nte como a lo largo de la his- compartida por un pueblo para que, por las razones expuestas
~ a, hemos visto que la__sociedad fabrica cosas sagradas c;;,Q,n más arriba, quede prohibido ya tocarla, es decir, negarla o in-
cualquier cosa. Si se fija en un hombre y cree descubrir en él cluso ponerla en duda. Ahora bien, la prohibición de la crítica
las principales aspiraciones que la mueven y los medios de sa- es como cualquier otra prohibición, y prueba que nos encon-
tisfacerlas, colocará a ese hombre aparte de sus semejantes y lo tramos ante algo sagrado. Incluso hoy, por grande que sea la .
divinizará. La opinión pública lo investirá de una majestad libertad que nos concedemos recíprocamente, un hombre que .
análoga a la que protege a los dioses. Eso les sucedió a muchos
reyes, depositarios de la fe de su tiempo, y a los que, si no siem-
pre se les convertía en dioses, al menos se los consideraba re- 475. Codrington, The Melanesians, págs. 50, 103 y 120. Además, se consi-
dera generalmente que, en las lenguas polinesias, la palabra mana tuvo
presentantes directos de la divinidad. Y lo que demuestra que primitivamente el sentido de autoridad (véase Tregear, Maori Comparative
es la sociedad la única autora de esta clase de apoteosis es el Dictionary, s.v.).

342 343
Las formas elementales de la vida religiosa Libro II, Capítulo 7

negase totalmente el progreso, que ultrajara el ideal humano la sociedad y sus ideas esenciales se convertían, directamente y
con el que están comprometidas las sociedades modernas, pa- sin transformación alguna, en verdaderos objetos de culto.
recería un sacrílego. Hay al menos un principio que hasta los Todos estos hechos permiten ya vislumbrar cómo el clan
pueblos más adictos al libre examen tienden a colocar por en- puede sugerir a sus miembros la idea de que existen fuera de
cima de toda réplica y a considerar como intangible: el propio ellos fuerzas que los dominan y que, al mismo tiempo, los sos-
principio del libre examen. tienen, o sea, fuerzas religiosas. No hay forma de sociedad con
Esta aptitud que posee la sociedad para erigirse en dios o la que el primitivo se sienta tan directa y estrechamente solida-
para crear dioses nunca resultó más evidente que durante los rio. Los lazos que lo unen a la tribu son más flojos y pueden
primeros años de la Revolución;i:En aquel momento, por in- deshacerse con mayor facilidad . Aunque no la considere de
fluencia del entusiasmo general, cosas cuya naturaleza era to- ningún modo como algo extraño, es con los miembros de su
talmente laica fueron transformadas en algo sagrado por la clan con los que tiene más cosas en común; la acción de este
opinión pública: así sucedió con la Patria, la Libertad o la Ra- grupo le concierne de forma más inmediata, así que es ella
zón476. Se estableció espontáneamente una religión q~ ía también la que deberá expresarse en símbolos religiosos, con
su dogma477 , sus símbolos478 , su~ es479 y sus fies tas 480 . El preferencia a cualquier otro tipo de acción.
culto a la Razón y al Ser Supremo trató de aportar una especi_e Pero esta primera explicación es demasiado general, ya que
de sanción oficial a estas aspiraciones espontáneas. Es cierto puede aplicarse indistintamente a toda suerte de sociedad y,
que esa renovación religiosa tuvo sólo una duración efímera, consiguientemente, de religión. Intentemos, pues, precisar qué
pero también el entusiasmo patriótico, que al principio tenía forma particular adquiere esta acción colectiva en el clan y
en vilo a las masas, se fue debilitando 481. Desaparecida la causa, cómo suscita en él el sentimiento de lo sagrado. Además, en
no podía mantenerse el efecto. Pero aunque la experiencia re- ninguna otra parte resultaría tan fácil de observar ni serían tan
sultara breve, mantiene todo su interés sociológjc;o. Permane- evidentes sus efectos.
c~ el hecho.de que, en un caso determinado, se pudo ver S2.!!!º

III
Por supuesto, Durkheim está hablando aquí de la Revolución francesa.
La sacralización a la que alude era bastante consciente, como muestra el La vida de las sociedades australianas pasa alternativamente
propio vocabulario utilizado por los revolucionarios: «Altar de la Patria», por dos fases diferentes 482 . A veces, la población se dispersa en
«Juramento cívico», «Sacrificio», «Deberes sagrados» o esa invocación , en
La Marsellesa, a la «querida Libertad» para que «combata con sus defen- pequeños grupos, que se dedican cada uno por su lado a sus
sores» (inmediatamente después de haber invocado al «sagrado Amor a la ocupaciones; cada familia vive entonces independiente, cazan-
Patria»). do, pescando y, en una palabra, procurándose la necesaria sub-
476. A. Mathiez, Les origines des cultes révolutionnaires (1789-1792).
477. Ibid., pág. 24. sistencia por todos los medios a su alcance . A veces, por el
478. Ibid., págs. 29 y 32. contrario, la población se concentra y se condensa en determi-
479. Ibid., pág. 30.
480. Ibid., pág. 46.
481. Mathiez, La théophilanthropie et le culte décadaire, pág. 36. 482. Spencer y Gillen, North. Tr., pág. 33.

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