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Kismet

Unidos por un hilo,


atados al destino

Daphne Inostroza Muñoz


Esta obra es de ficción. Si bien la mayoría de los

personajes corresponden a personas reales no se

representa su sentir o pensar en este relato que

ha salido de la imaginación de la autora.

Título original: Kismet

© Daphne Inostroza, 2019.

Todos los derechos reservados

Queda rigurosamente prohibida sin


autorización por escrito del editor y autor
cualquier forma de reproducción, distribución,
comunicación pública o transformación de esta
obra.

Esta historia se encuentra registrada en el


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de Chile.
Season of Love La Vie en Rose
Interpretada por elenco Rent, el Interpretada por Édith Piaf.
musical. Escrita por Édith Piaf & Louis
Escrita por Jonathan Larson. Gugliemi.
© 1996 Warner Bros. © 1946 Columbia Records.
Todos los derechos reservados. Todos los derechos reservados.

Fuentes de Ortiz Sonreír


Interpretada por Ed Maverick. Interpretada por KURT.
Escrita por Ed Maverick. Escrita por Kurt Schimidt
© 2019 EMI © 2018 Universal Music México
Todos los derechos reservados. Todos los derechos reservados.

Un millón como tú Hasta la raíz


Interpretada por Cami y Lasso Interpretada por Natalia Lafourcade
Escrita por Cami, Lasso, Orlando Vitto Escrita por Natalia Lafourcade y
y Raquel Sofía. Cachorro Lopez
© 2019 Universal Music México. © 2009 RCA Records Label.
Todos los derechos reservados. Todos los derechos reservados.

Quiero darte Codependientes


Interpretada por Cami y Fredi Leis. Interpretada por José Madero y Cami
Escrita por Fredi Leis y Juan de Dios. Escrita por José Madero.
© 2018 WM Spain. © 2019 Universal Music México.
Todos los derechos reservados. Todos los derechos reservados.

He venido por ti
Toditas por ti
Interpretada por Cami.
Interpretada por Cami.
Escrita por Andrés Castro, Cami,
Escrita por Cami y Ximena Muñoz.
Luciano Pereyra y Sebastian Krys.
© 2018 Universal Music Chile.
© 2018 Universal Music Chile.
Todos los derechos reservados.
Todos los derechos reservados.

Si al final tengo tu amor


Interpretada por Emilio. Pajarito de amor
Escrita por Alex Soto, Angela Dávalos, Interpretada por Carla Morrison y
César Ceja, Eduardo Tagle, Kathia Natalia Lafourcade.
Valenzuela, Mario Ponce, Paolo Escrita por Carla Morrison.
Stefanoni © 2010 Cosmica Records.
© 2019 BMI - Broadcast Music Inc. Todos los derechos reservados.
Todos los derechos reservados.
1.
Okay, así fue cómo comenzó todo

Diciembre, 2017

Joaquín Bondoni se despertó en una cama que no era la

suya esa mañana de diciembre. Sus párpados vibraron

antes de abrirse al completo tratando de acostumbrarse al

rayo de luz que entraba por la ventana. En la habitación

había más personas tendidas en la cama y en el suelo.

En cambio, en otro cuarto de esa casa, Emilio Osorio abría

los ojos de golpe cuando le llegaba una almohada desde

algún lugar. La luz ardiente se reflejaba en las paredes

blancas y el hecho de que su cerebro latiera dentro de su

cráneo tampoco le ayudaba mucho.

Estaba crudo. Incluso bebiendo poco la noche anterior se

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había puesto en ese estado que no le agradaba nada.

Con cuidado ambos se levantaron de donde habían

dormido; uno para no despertar a las demás personas que

seguían plácidas a su alrededor y el otro porque sentía que

su cabeza podía estallar. El menor de los chicos tomó una

botella de agua que había dejado la noche anterior sobre el

buró, sin saber bien por qué debía cogerla.

En la casa ya había movimiento a pesar de ser temprano y

fin de semana. Los chicos buscaron el baño, Emilio

necesitaba lavarse la cara para tratar de despejarse, mientras

que Joaquín quería poner un poco de pasta de dientes en

su boca y enjuagarla.

Chocaron miradas en el pasillo, el cual tenía en medio la

sala de baño.

Ninguno de los dos puso atención en el otro porque, ¿qué

más daba?, era otro chico, al cual quizás no vería de nuevo.

Juntos tomaron el picaporte para abrir la puerta, uno

somnoliento, el otro un poco crudo.

—Oh, disculpa —dijo uno de los rizados—. Pásale tú, no

hay problema.

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Los chicos se sonrieron y uno de ellos pasó al servicio

arrastrando los pies.

Dentro, Emilio lavó su cara, peinó sus rizos mirándose al

espejo. Fuera, Joaquín esperaba a que el otro invitado

saliera apoyándose en la muralla al lado de la puerta,

concentrado en la etiqueta de la botella.

—Joaco, ¿qué esperas? —preguntó Renata restregándose

los ojos con sus dedos.

—Hay alguien adentro, solo quería ver si puedo arreglarme

un poco mientras te despertabas y poder irme.

Otro chico moreno apareció por la boca del pasillo,

descalzo y con el pelo azabache revuelto.

—Güey, Emilio, no mames, no te puedes ir sin mí —

replicó el muchacho golpeando el hombro de Joaquín, que

lo miró confundido—. Perdón, dude, es que de espaldas te

pareces demasiado a un amigo.

La chica de pelo rubio iba a hablar cuando la puerta se

abrió, mostrando a Emilio un poco mejor. Roy y Renata

los miraron por un rato, viajando de uno a otro con los

ojos.

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—Sí tienen un aire —rio la rubia.

Entonces, por primera vez Emilio miró a Joaquín con

detenimiento.

No podían parecerse más de lo que se parece la neblina a

un día de sol. Miró las pecas de su rostro suave, las pestañas

gruesas y negras que podían abanicar con un parpadeo, la

nariz de botón y los pómulos de niño para terminar en los

rizos que caían a un lado de su cara.

Joaquín también lo estudió. Los ojos cafés con un brillo en

la mirada, esa que podía leerse, pero todavía no

comprendía en qué lenguaje estaba escrito, la línea de la

mandíbula que comenzaba a afinarse por la edad y muchas

cicatrices pequeñas cerca de su nariz que parecía esculpida

como las estatuas que veía en los libros de historia. A

Joaquín le habría gustado si Emilio no hubiera mofado.

—Están mensos, no nos parecemos en nada —añadió

Emilio—. Roy, vamos, mi mamá no está en casa, pero

tengo que ir con mi papá.

Roy asintió entrando rápido al baño sin importarle que la

mitad del cuerpo de Joaquín estuviera en el umbral de la

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puerta. Renata se regresó por donde había salido

haciéndole un gesto a Joaquín que solo asintió.

Algo en su interior le causaba una extraña curiosidad hacia

el otro chico que estaba en ese pasillo, una extraña fuerza

quizás. O solo quizás algo.

Emilio se recargó en la muralla al lado de la puerta con las

manos sosteniéndole la cabeza. El agua helada no había

sido una solución para aliviar el dolor que tenía su cerebro

encapsulado en el cráneo. La verdad era que no sabía si

estaba crudo o cansado.

Joaquín también se sentó al otro lado del lintel de la

puerta. Estaba un poco enojado por dejarse pasar a llevar

por alguien que le ganaba en edad, pero no podía negar

que Roy imponía, no así su compañía que solo pestañaba

rápido como aclarando sus ideas o tratando de airear su

cerebro. Las manos de Joaquín dejaron de jugar con la

etiqueta de la botella de agua que tenía, aquella que había

tomado por impulso del buró.

—Sí tiene que estar mala la cruda —dijo después de

destaparla y pasársela a Emilio.

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—No bebí tanto, tampoco creas —reclamó un tanto

molesto el otro chico, pero inclinándose para tomar lo que

le ofrecían. El sabor amargo de su boca todavía no se

quitaba y temía comer algo que le sentara más mal que

bien.

—La cruda se da por una deshidratación, porque falta agua

en las meninges, eso es porque el alcohol elimina mucha

agua por eso la gente siente mucha sed —Joaquín miró la

cara de confundido de Emilio y pensó que quizás los

términos que estaba ocupando eran muy complicados para

una mente tan básica—. Olvídalo, solo quería decir que

quizás te falta agua entre las membranas que cubren el

cerebro, por eso deberías beber más.

Algo en el chico se revolvió cuando escuchó la frase, como

si fuera más una orden que una sugerencia por lo que sin

pensarlo o replicar tomó un sorbo largo, casi vaciándola.

Reinó el silencio, porque ¿de qué más puedes hablar con

alguien que no conoces y qué tal vez no volverás a ver?

El amigo de Emilio salió del baño un poco más compuesto

de lo que había entrado. Su mirada se detuvo en Joaquín al

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cual le costaba encontrar el equilibrio para ponerse de pie,

pero tampoco ofreció su ayuda, lo cual, sin saber por qué,

molestó a Emilio.

—Güey, quiero llegar donde mi papá antes que me mente

madres, ¿va? — reclamó haciendo que su amigo dejara de

mirar a Joaquín que desaparecía hacia el baño.

—Oye, ¿no se te hizo súper fresa? —rio el moreno—. Dude,

te miraba con cara de quererte comer. Sí estaba bien joto.

Los puños del chico se crisparon y las aletas de su nariz se

ensancharon. Su madre le había enseñado el respeto, sin

importar las cosas que dijeran de las demás personas eran

eso, personas. Y es que a veces él mismo sin pensar de más

saltaba con algunas de esas palabras, como fresita, joto o

hasta puto, pero era uno de los costos de tener que encajar

con personas que no entendían que había de verdad en su

cabeza, que no entenderían o aceptarían al Emilio Marcos

que él veía en el espejo en las mañanas y al que maquillaba

con autoestima y aceptación. Esperaba algún día encontrar

a alguien que le leyera la mirada y le siguiera los gestos, que

lo guiara a través de las situaciones que no sabía cómo

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sobrellevar, alguien que le diera un hombro dónde

apoyarse y refugiarse. Pero mientras llegaba, agregó:

—Sí estaba bien joto.

Dentro, a Joaquín no le impresionó la actitud de ninguno

de los dos. De hecho, dio el agua del lavabo y se enjuagó la

boca con esmero. Era así, siempre lo había sido. Cuando le

preguntaban a su mamá si estaba preocupada de que su

hijo no tuviera una figura paterna, Joaquín se cuestionaba

si las cosas serían distintas con un modelo masculino. Tal

vez hubiera sido menos consentido, quizás hubiera sido

menos dependiente. Quizás y quizás le parecería menos

joto a la gente.

Emilio afuera de la casa desactivó las puertas del coche de

su madre mientras su amigo se dejaba caer como un costal

en el asiento de copiloto. Se dio dos segundos antes de abrir

el acceso al asiento del conductor para voltear hacia la casa

de grandes ventanales.

El chico de cuerpo fino, delgado, casi debilucho se paseaba

como danzando, entre los caídos de la noche anterior que

yacían en la sala, de camino a la puerta de entrada seguido

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por otros cuerpos que se movían de manera tosca a como

lo hacía el chico de rizos. No hubo miradas, ninguna

chispa prendió un fuego, no hubo amor a primera vista

porque este puede ser platónico y así la cosa no siempre se

logra. No hubo nada, porque solo Emilio era consciente de

lo que veía.

Entonces, como de repente me tomo atribuciones que no

debo, jalo las comisuras de los labios de ambos en una

sonrisa que el otro no ve. Porque así es el Destino.

Ese fue el día donde me di cuenta que Emilio y Joaquín

tenían demasiado en común, me vi en la obligación de

obrar de buena fe. Fue ese mes, fue ese día, pero los venía

observando desde hace años, desde que asigné a Emilio

para ser hijo de quiénes es hijo, desde que junté los hilos

del padre de Joaquín con otra mujer, desde que a los dos

les di la misma aspiración.

Soy más que eso, pero me pueden llamar Kismet. Soy

fortuna, soy parte, soy karma, soy predestinación, soy

destino. Soy a quien culpas cuando las cosas no salen bien

y créanme que estos chicos pueden culparme de todo, y es

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que aun cuando los había visto antes, los había espiado,

incluso cuando tengo muchos millones de vidas que

alterar, me di la atribución de unir sus hilos, ni siquiera

trenzarlos, solo dejarlos juntos, sin anudarlos para que, con

lentitud, si era su gusto, ellos pudieran unirse. Así lo

hicieron, poco a poco y prometo que, aunque soy

traicionero, no hice nada para impedirlo.

26 de noviembre, 2029

El día había llegado. Fuera de la casa de mi madre se

escuchaba el ruido de la lluvia contra el pavimento de la

entrada, a la cual miraba con la vista perdida y sin

conciencia que tenía que salir por la puerta, dirigirme a mi

coche y conducir hacia el Teatro Coyoacán de la Ciudad de

México. El teatro al cual antes iba, pero en una camioneta

de tres filas para una dupla que se había separado hace

años. El teatro que me regaló anécdotas, experiencias y un

alma gemela.

El sentimiento revolvió mi estómago y me dieron náuseas

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de pensar que tenía que comenzar a sonreír a la fuerza

durante casi ocho horas seguidas frente a un público que

me había entregado horas de su día durante casi cuatro

años y que ahora se volvía a juntar. Estaba loco pensando

en lo que se venía y las cosas que podrían pasar mientras

estaba sentado frente a esas personitas. Un líquido ácido

llegó de mi estómago a mi garganta, quemando.

—¿No tenías que salir temprano? —oí a mi madre decir

desde las escaleras, con su lindo acento cubano—. Es lunes,

te pillará el tráfico.

Miré mi muñeca con la nueva pantalla digital que había

adquirido cuando había ido por última vez a Estados

Unidos.

Día lunes 26 de noviembre del 2029.

Debajo de la fecha y la hora se veía una nube negra de la

que caían gotas, como si mostrara mi estado de ánimo de

algún modo en vez del clima. No me volteé a ver a mi

madre, porque si la miraba a los ojos, sabía que buscaría en

ellos hasta sacarme verdades.

—Aún es temprano —dije, tratando de mantener mi tono

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tranquilo.

—¿Estarás bien? Tú sabes que normalmente no voy a estas

cosas, pero puedo ir por ti —susurró mientras pasaba sus

manos por mi cintura para abrazarme por la espalda—. Te

noto despistado, amor. Sabes que eres mi otra parte y

puedo sentir cuando estás sufriendo.

Bajé mi cabeza, chocando de golpe mi mentón con el

pecho y me quedé absorbiendo su calor. Mi madre me

había abrazado de igual manera casi siete años antes,

cuando todavía estaba roto y sentí lo mismo esa vez. Como

si uniera todas las partes. Volteé sereno y la miré a los ojos

para decir:

—Estaré bien.

Al parecer se notaba convencida, porque depositó un beso

en mi mejilla y se dirigió a la cocina.

Por esa actuación me hubieran dado un pinche Oscar,

porque ni yo mismo me creía que al finalizar ese día iba a

estar bien.

Abrí la puerta tomando todo el aire posible y disfrutando

el aroma de la lluvia, regodeándome en lo más hondo por

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los recuerdos que me traían, para ir al coche y meterme en

el tráfico de la ciudad yendo en dirección a buscar a mi

amiga y antigua coprotagonista.

—Ya pensaba yo que no venías —me criticó en cuanto

abrió la puerta del coche de un tirón—. Hasta había

pensado en irme en taxi.

—Alejandra Müller, vamos adelantado por casi una hora,

¿cuál es el apuro? —alegué entre dientes. Sabía que le

cargaba que hiciera eso, por lo que recibí una mirada

asesina.

—Tú no querrás ver a nadie, pero no veo hace mucho a

Niko y me encantaría poder conversar con él un rato.

Ahora último se la pasa viajando y no pudo ir al último

reencuentro —dudó antes de seguir—. Bueno, que

tampoco fue el único.

Miré el espejo retrovisor quitándole importancia al asunto,

aunque de igual manera pasé a subir una de las ruedas

traseras a la banqueta cuando quise retroceder.

Cada cierto tiempo Televisa organizaba una comida para

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reencontrar a los antiguos elencos de las telenovelas o

series de éxito que hacían coincidir con el reestreno o

remake. El último había sido hace siete meses, la segunda

semana de mayo y mentí diciendo que tenía planes con la

disquera para no tener que ir. Como era de esperar a mi

padre no le pareció. ‘El corazón nunca se equivoca’ iba a ser

relanzado al aire después de 10 años de su estreno e iban a

pasar las tres temporadas consecutivas, por lo que se

esperaba que tuviera el mismo éxito que la primera vez.

No fui porque después de 10 años ninguno de los que

participamos en ese proyecto éramos los mismos. Por

ejemplo, mi copiloto ahora estaba por estrenar su primer

protagónico en una teleserie de la misma cadena,

interpretando a una villana, muy lejos de cualquier

estereotipo de mujer débil que se tenía antes.

Mi otro coestrella, Nikolas, viajaba tomando fotografías de

cualquier destino turístico que se les pudiera ocurrir. No se

quedaba quieto por el globo y me mandaba mails sin falta

de su esposa y sus aventuras. Cada tanto volvían, se

quedaban haciendo novelas o promocionando la carrera de

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Elaine, pero no más de unos meses. Incluso nos habíamos

hecho buenos amigos después de terminada la serie,

porque compartíamos con...

Su nombre llegó a mi mente como una avalancha. Helada

y blanca. Pura y devastadora. Sin aviso y dañina. Bastaba

un ruido fuerte o un recuerdo para traerlo de nuevo a mí.

Su rostro, la forma de sus cejas, las pecas de su nariz, las

que se repartían por su sien derecha. Recordaba cada peca

de su rostro porque tuve que memorizarlas, después me di

el trabajo yo mismo de recordar las de sus hombros, sus

brazos y su espalda. Luego, lo memoricé completo y lo

guardé en mi mente como el mejor recuerdo, solo que

nunca lo buscaba, a menos que llegara, porque nunca

debes abrir la caja de Pandora, a menos que quieras sacar a

los demonios.

—Hey, despierta, Emilio —los dedos de Ale chasquearon

frente a mi cara.

—Lo siento, solo pensaba —dije fingiendo una sonrisa—.

Así que, ¿cómo va la nueva novela?

Ale frunció el ceño. Al parecer no soy tan buen actor como

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me han dicho porque su rostro revelaba que no me creía el

interés que ponía. Me evaluó por un segundo dejándolo

correr.

—Pues sabes, tu papá puede ser un dolor en el culo —

sentenció—. O sea, no me malinterpretes, adoro trabajar

con él, pero eso que se meta tanto en la vida de una, no

manches, Emi. Ahora entiendo por qué te fuiste.

Me reí de buena gana con lo último. Había dejado de

actuar con mi padre desde hace casi cinco años y no pude

haber tomado mejor decisión. Incluso cuando luego tuve

que buscar chamba de actor con otros productores que no

me querían por estar encasillado en un personaje gay,

según ellos. Pero los años pasaron y la música seguía siendo

mi pasión más grande, así que no me importaba mucho no

ser actor por un tiempo. Después, me mudé a Argentina y

traté de comenzar otra vez de cero.

—Pues para que veas que no es sencillo ser la musa de

Osorio.

Ale iba a decir algo más, pero frené en seco cuando

llegamos al estacionamiento del teatro. Delante de

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nosotros de un coche negro bajaba un chico alto, un poco

bronceado, de un aspecto vigoroso y alegre. Detrás de él,

una muchacha pelirroja salía con una sonrisa en sus labios

mientras el chico le estrechaba la mano para ayudarla. Mi

copiloto suspiró. Nikolas y Elaine entraron raudo para que

las gotas de lluvia no mojaran sus atuendos muy tropicales

para el clima que teníamos ese día.

—Vienen de Brasil, creo —contesté a la interrogante

silenciosa de mi amiga—. No preguntes, solo sé que

llegaban hoy en la madrugada.

Me estacioné lo mejor que pude. Mis manos estaban

pegajosas apretando el manubrio y las sentía fundirse en él

por la fuerza que colocaba, tanta que mis uñas se clavaban

en mis palmas. Ale las tomó con delicadeza ayudando a

soltarme. Sus ojos cafés buscaron los míos con una mirada

suave y fuerte a la vez.

—Emilio, respira. Son unas horas, luego saldremos de aquí

y comeremos algo cerdo y muy grasiento, quizás con

mucho guacamole del que te caga —susurró. La miré como

si nada y asentí, todavía cuando el estómago lo tenía vacío

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desde la cena de anoche y no sentía nada más que mis jugos

gástricos revolviéndose.

—Estoy bien.

—De acuerdo, aunque sabes bien que no tienes que hacer

esto, ¿va?

Lo sabía. Pero tenía que hacerlo por mí. Por el Emilio que

salió en un día de verano descalzo contra el pavimento

caliente persiguiendo un coche. Al Emilio de hace siete

años al que no podía perdonar, aunque lo viera todos los

días en el espejo cuando me afeitaba.

Fui yo quien buscó mi mirada en el espejo retrovisor. Mis

ojos cafés, mis rizos sin peinar, mi barba y mi bigote que

llegaron con el final de la adolescencia. No había rastro del

chico de 19 años que fui cuando terminó este proyecto. No

había rastro del Emilio Marcos seguro, confiado, amoroso

y divertido.

Abrí la puerta del coche ante la mirada de mi amiga. Ella

hizo lo mismo por su lado y comenzamos a trotar hasta la

entrada trasera del teatro. Dentro el calor del recinto con

su olor a madera y pintura fresca inundó mi nariz. Y

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comenzó el ajetreo de personas de un lado para otro.

Caminé hasta el final del pasillo, siguiendo el olor a café y

chocolate caliente, mientras mi amiga me seguía. Cuando

llegábamos a la puerta ella se adelantó y entró primero, sus

brazos se abrieron para recibir los de Nikolas que la

esperaban con una sonrisa.

Todo él había crecido durante su ausencia. Sus brazos

estaban más desarrollados y su porte ahora imponía, no

como cuando lo conocí que era un chavito.

Recorrí la sala con la mirada desde el suelo. Vi tacones,

tenis rojas, blancas, zapatos elegantes, pero no estaban las

botas que tanto quería ver. ¿Las seguiría usando? ¿Usaba

esas botas cuando nos vimos el último verano? No, claro,

era verano. Los últimos zapatos que le vi eran unas Converse

azules que odió después de comprar porque eran difíciles

de combinar y ahora debían de estar en el fondo de mi

clóset.

Cuando mi mirada se atrevió a subir, distinguí a Pablo,

Santiago y Arath conversando con Gaby, mi madre ficticia.

Reían contentos y pude notar que Arath estaba más

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arrugado, al igual que Gaby. La realidad me llegó de golpe,

porque los había visto por televisión y no notaba sus

cambios como en aquel momento, sin maquillaje o

cámaras.

Arath había vuelto a interpretar a Pancho López después de

unos años que terminamos la serie, creo que en una

historia con Julio y Lupita, pero no recuerdo cuál porque

no la vi y cuando me invitaron a participar no tuvieron que

esperar mi respuesta porque mi otra mitad televisiva la

había negado en cuanto le habían presentado el proyecto.

Gaby por otro lado se había dedicado a papeles pequeños,

que la dejaran descansar y compatibilizar con el teatro.

Suspiré y me acerqué a saludar. La mirada de Arath tomó

la mía, que se sintió intimidada por unos segundos.

—No, si se nos vino el cantante —dijo con el tono de

Papancho, que sabíamos bien todos que detestaba en

secreto—. ¿Cómo dice que está mi chamaco?

Gaby me abrazó por la cintura mientras Pablo y Santiago

asentían con sus cabezas como saludo.

—Haciéndome el tiempo para venir a verlos.

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—No mientas, sabemos bien que tiempo tienes, pero no

quieres venir —sentenció Gaby—. Ni te apareces en las

fiestas ahora, ni una llamada para navidad, Emilio.

Le sonreí a Gaby mientras le colocaba un mechón de pelo

detrás de su oreja. En cierto modo seguía siendo mi mamá,

por lo que sentí el regaño. Ella vio en mis ojos lo mismo

que mi madre biológica había visto en la mañana, por lo

que me estrechó más fuerte, agregando a mi oído:

—Bienvenido de nuevo, hijo.

Después de los saludos y tomar un poco de chocolate

caliente para entibiar mi estómago, me llevaron a un

camerino para poder alistarme. Era el mismo que tenía

antes, cuando comenzamos con la primera ronda de teatro,

cuando tenía uno para mí solo.

Las paredes parecían recién pintadas y las mesas con

espejos y luces se notaban nuevas y de madera café, nada

diferente, comparado con la última vez que había estado

allí.

Toqué con la yema de mis dedos la superficie de una de las

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mesas. Ahí me había sentado un día a ensayar mis líneas y

habían tocado la puerta, al igual que en ese momento, solo

que le daba paso a una menuda chica no a un adolescente

flacucho de 15 años.

—De acuerdo —dijo entrando con una maleta de

maquillaje—. Tenemos que terminar rápido porque mi

compañera acaba de cancelar y tu compañero viene con

retraso, así que comencemos contigo para acabar pronto,

¿va?

Subió su gran maleta al tocador mientras tomaba asiento

para que hiciera su magia.

—Normalmente no me aplican nada más que crema y un

poco de polvo para el brillo —dije.

—¿No quiere un poco de pegamento para la arruga de

entre sus cejas?

La pregunta me descolocó. Hacía mucho no me

maquillaban y no sabía que existía eso, tampoco que me

estuvieran apareciendo arrugas. Relajé la frente y

desapareció a los segundos.

—Oh, supongo que son los nervios —cantó la chica con

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un tonito agudo.

Terminado el proceso de crema y polvo, el camerino volvió

al silencio mientras la chica revisaba su celular.

La pantalla en mi muñeca mostraba que faltaban 20

minutos para las 10 de la mañana, horario donde

comenzaría a grabar el programa de entrevistas, al que

había accedido porque no tenía excusa para no asistir. Mi

cumpleaños 27 había sido hacía unas horas y estaba en casa

de mi madre para celebrarlo, por lo que ninguna mentira

sonaría convincente.

Pensaba en eso mientras jugaba con mi labio inferior

cuando escuché unos pasos firmes afuera del cuarto.

«De acuerdo, no llegará, no es él», pensé. Hasta que la

puerta se abrió de golpe, dejándome cubierto y escondido

a menos que fuera cerrada.

Moví mi silla un poquito para ver al nuevo intruso. Su

contextura seguía siendo fina, delicada, solo que más

marcada y fuerte. Había crecido y la adolescencia había

dejado algunas cicatrices en su cara producto del acné que

había tenido que batallar, dejándome a mí el trabajo para

28
volver a memorizar su rostro como siempre. Vestía casual;

una playera negra y sobre eso una chamarra de tela café,

más abajo, sus icónicas botas y jeans. Como siempre, un

bendito modelo, incluso si se hubiera vestido con una

bolsa de papel.

Se dirigió rápido y sin muestras de ser un patoso al otro

tocador.

—Lamento la tardanza, te juro que el tráfico afuera está de

locos con la lluvia y no pude llegar antes —se disculpó

juntando sus palmas—. Sí me perdonas, ¿verdad?

La chica le sonrió y se acercó para cerrar la puerta,

dejándome al descubierto.

—Por supuesto, Joaquín —dijo mientras buscaba unas

brochas y crema de aspecto verdoso—. Taparé lo de

siempre y luego terminamos, no te preocupes.

Antes de que la chica terminara de hablar, Joaquín cambió

su postura. Lo había sentido.

Esa electricidad que teníamos, la química de nuestros

cuerpos, la necesidad de ser satélites del otro, lo que nos

habían enseñado con horas en el CEA, lo había golpeado

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de la misma manera que me golpeó en el momento que la

puerta fue cerrada. Algo en mí brincó al caer en cuenta que

todavía lo teníamos.

Avancé hacia él, sin saber si besarlo en la mejilla, abrazarlo

o estrecharle la mano. Quería hacer todo de una vez, pero

unos golpes en la puerta y un grito desde afuera me

descolocaron.

—Vayan saliendo los actores que estén listos —indicó uno

de los que supuse serían asistentes de producción.

Luego silencio y mi cuerpo sin ganas saliendo por la

puerta.

30
2.
Postrimería

Último período o última etapa de una cosa o de la vida de una

persona

Julio, 2021

El pie derecho de Joaquín chocaba contra el piso de

manera sincronizada con los latidos de su corazón. Su dedo

pulgar ya no tenía uña a la cual recurrir para ser mordida y

arrancada, al igual que los pedazos de piel de los bordes y

parte de la cutícula.

Estaba nervioso, ansioso, completamente solo; incluso con

su madre, su mejor amiga y su hermana ubicadas unos

metros más allá. Estaba solo en aquel sillón que era

demasiado grande, porque así lo había querido, porque era

31
su decisión, la cual no podía ser robada por un contrato o

cualquier cláusula acordada con promesas de años de estar

esperando algo.

Estaba con una jaqueca que le tomaba desde las mejillas

hasta la nuca, como un casco que cargaba en una cabeza

muy grande. Ajustado, comprimiendo. Cualquier sonido

que entraba a sus oídos era lejano, como debajo del agua,

así como había escuchado la voz de Emilio en la mañana

cuando compartían en la alberca.

Negó con la cabeza al recordar tantas cosas juntas,

memorias que no ayudaban a su jaqueca o al dolor en el

pecho. Movió el anillo de su dedo meñique izquierdo,

sintiendo el peso del metal cobrizo ligero, pero que ahora

parecía más un yugo que un alivio. Se lo quitó para dejarlo

en medio de la mesa de vidrio de aquella sala de la Ciudad

de México. Ahí podía molestar menos tal vez, o quizás

ahora sería otro espectador del circo que estaba por

desatarse.

Alejandra hizo un gesto para mostrarle su celular que no

dejaba de ser acosado por mensajes y alarmas con su

32
nombre.

«Fue mala idea haber colocado una alerta de noticias»,

pensó.

—Es Emilio —gesticuló la morena, pero él hizo caso

omiso.

En ese momento alguien entraba al improvisado estudio

en la sala de la casa de su amiga para dar esa última

entrevista.

El periodista era profesional, pero no cualquier persona del

medio amarillista, pero era alguien en quien Joaquín

confiaba.

—Amigo, sabes que quiero ayudarte, pero esta no es mi

especialidad —se disculpó Gerardo—. Digo, tuve un canal

de videos donde comentaba RuPaul, pero ahora comento

pelis, no es como que sepa cómo hacer una entrevista a

alguien que quiera hacer esto. No soy periodista...

Joaquín lo miró tratando de poner atención, con la mirada

ida y el gesto cansado, sin seguir el hilo de lo que su alto y

rubio acompañante le decía. No le importaba porque

estaba entumecido desde la mañana, mudo, pero con

33
muchas cosas que decir y herido en carne viva. El día no

parecía acabar lo que hacía que vivir los siguientes

momentos le parecieran una calamidad.

Estaba roto.

—Joaco, Geru te está diciendo algo importante —dijo su

hermana agachándose para quedar a la altura de su

mirada—. Es tu decisión, pero podemos buscar otro

medio.

—Estoy listo, necesito encontrar las palabras. Tú coloca la

cámara, veré lo que puedo decir —pronunció de a poco y

despacio. Aclaró su garganta, para agregar con más

seguridad—. Solo di ‘acción’.

Gerardo, Renata, Ale y su madre salieron del campo visual

de la cámara que estaba ajustada frente a Joaquín. Este se

acomodó la playera y su pelo, para ver que el botón rojo

estaba grabando. Estaba congelado aún con las ayudas que

le había dado Em... Su nombre dolía, pero pensó en todas

las veces que lo había guiado en las entrevistas.

—Hola, gente bonita —comenzó con el nudo en la

garganta—. Quizás muchas de las personas que están

34
viendo esto piensen que no es mi estilo o que-e la última

vez que esto pasó no dije nada, pero estoy un poco cansado

de seguir escondido y ocultando cosas. He visto lo que

escriben en las redes, lo que pasó en Twitter y agradezco su

enorme amor y apoyo porque no pensé tenerlos hoy.

Hizo una pausa entre la bruma de sus pensamientos.

—Lo cierto es que incluso cuando no pueda decir mucho

de lo que han visto, sí puedo agradecerles de manera

infinita que hayan logrado que las imágenes no llegaran a

más personas, pero lamento decirles que ahora están en

todas las pantallas de México —encogió sus hombros para

quitarle importancia—, todavía con eso, siento un alivio

porque puedo decir lo que pienso, lo que siento y

desmentir cosas que no son del todo... ciertas.

El chico miró el anillo cobrizo en la mesa de centro. Estuvo

tentado de colocárselo para darse valor, pero desvió su

mirada al tiempo que suspiraba.

—Las fotografías que vieron son mías, soy yo —dijo con

convicción—. Aquel es mi carro, esa es mi cara, esa persona

soy yo. No es ningún tipo de montaje como dijeron

35
algunas personas, no es un boicot, no son fotos trucadas,

antiguas... o actuales —agregó para arreglar su metida de

pata—. Lo cierto es que me cansé de tener que ocultar algo

que estoy seguro que todos sabíamos.

Tomó aire llenando sus pulmones hasta que dolieron, pero

dentro de todo recordó las palabras de su amigo y

compañero de elenco.

«Joaco, necesitas 5 segundos de valentía», escuchó dentro

de su cabeza.

—Soy gay y..., por favor, antes que digan que hago esto

porque quiero quedar bien, quiero decir que es algo que

hace mucho tiempo quería decir, hace mucho tiempo tenía

dentro y llevaba ahí queriendo salir hace más —una

lágrima recorrió su mejilla—. No quiero que piensen que

esto lo oculté porque me avergüenzo porque jamás me

podría sentir mal por algo que soy, que es parte de mí, pero

no podía decirlo por otras cosas que estaban pasando en mi

vida. Les agradezco infinitamente todo el amor y el cariño,

pero por ahora quiero mi tranquilidad y la de mi familia,

por lo que no hablaré de esto hasta que esté preparado

36
porque esta no era la manera en la que quería hacer las

cosas y tampoco es algo que deba hablar mi familia al

respecto, así que estas serán mis últimas palabras del tema

y espero que puedan entender porque las hice de esta

manera y no... —trató de buscar las palabras correctas—,

dar material a la prensa que ha llegado a decir cosas

hirientes o ha acosado a mis amigos y familiares. Ya no

quiero esto, no necesito que se me esté criticando por algo

que no debería o por haberme tomado mi tiempo en algo

que era mi decisión. Lo siento mucho, pero no creo que

sea algo que tenga que ser opinión de todos. Gracias por

entender, por apoyarme y seguir aquí conmigo, porque lo

cuento porque es parte de lo que soy y no me avergüenza

ni un poquito, solo que siento que nuestras vidas

comienzan a morir cuando callamos las cosas importantes

o nos dejamos silenciar algo tan natural como lo que les

cuento ahora.

Como era su costumbre colocó sus brazos cruzados sobre

el pecho y articuló un ‘gracias’ antes que Gerardo terminara

de grabar.

37
Dentro del cuarto todo estaba en silencio. Su familia y sus

amigos lo miraban con asombro por sus palabras. Renata

en su mente pensó que jamás había visto a Joaquín tan

seguro de algo ni tampoco tartamudeando o buscando sus

palabras en su cabeza sin mantener un orden como cuando

le pasaba en alguna entrevista. Algo dentro de su hermano

estaba cambiando en ese momento, pero no quiso hacerle

caso a ese pensamiento.

—¿Crees que puedes subir esto a Twitter en un par de horas?

¿Después de medianoche? —preguntó tomando el anillo

de la mesa de centro para guardárselo en sus pantalones

mientras miraba a Gerardo.

—Pensé que querrías que lo pusiéramos arriba ahora —

dijo su amigo—. Nadie puede obligarte a decir nada.

Joaquín carraspeó, acción no propia de él. Su mamá se

sentó a su lado tomando sus manos entre las de ella,

acariciándolas con amor. Eso era todo lo que necesitaba en

ese momento donde todo parecía caerle a pedazos en una

casa en llamas. Donde sentía su cara arder por haber

llorado más de la cuenta o sus hombros vacíos porque

38
nadie lo estaba abrazando.

Necesitaba tanto el pecho de Emilio, sus manos, sus brazos,

su boca susurrándole cosas al oído. Necesitaba el tacto de

su otra mitad. Necesitaba calmar las ganas de correr a su

carro y conducir media ciudad para oírlo por el citófono

de su casa.

Miró sus pies descalzos, su traje de baño y su playera vieja.

Hacía un par de horas todo era distinto y no había pensado

nunca que todo se iba a ir al tacho de la basura tan rápido.

—Mamá, te amo, pero... —suspiró con el pecho a punto de

estallar.

—Lo sé, amor, lo sé y está bien —dijo acunándolo contra

su cuerpo—. Todo va a estar bien, necesitas tiempo. Yo

hablaré con él mañana.

Ale dejó de ocultar su llanto y aclaró su garganta, para

agregar:

—Puedes quedarte aquí para que nadie te moleste, no creo

que te busquen acá.

El chico asintió entre gimoteos. No había más lágrimas.

El teléfono de Renata comenzó a sonar en medio de la

39
habitación. El timbre de llamada parecía un eco para los

demás, por lo que ella se alejó lo suficiente de la sala para

que nadie la escuchara. Pensó en si deslizar su dedo por esa

pantalla sería un error, pero lo hizo de todos modos.

—Renata, qué bueno que contestas, estoy desesperado... —

hubo una pausa larga del otro lado del teléfono de pura

preocupación—, tu hermano salió de mi casa y no tengo

idea dónde fue, se fue... no tengo idea dónde y está su cara

en todos los canales... no sé dónde fue, iba hecho un loco,

Ren —Emilio tragó saliva para tranquilizarse—. Ren, dime

que está contigo, dime que está bien, ¡dime dónde está!

Renata hizo un puchero al escuchar a su amigo y casi

hermano llorar por el teléfono. Habló con gesto dulce y

calmo, entendiendo lo difícil que debía ser para él todo lo

que pasaba.

—Emi, estamos bien, todos estamos bien, los periodistas

no nos van a molestar, pero es mejor que no lo veas, ¿de

acuerdo? —susurró con un hilo de voz—. No es decisión

tuya esto, él está bien, estamos con él.

—¿Estás en casa? ¿Él está ahí? Ren, por lo que más quieras,

40
déjame hablar con él —pidió con lágrimas en los ojos—.

Voy dónde me digas, Renata, solo dime.

Renata no pudo más. Las palabras de Emilio contra su oído

le causaban más ira y tristeza e incluso con esos

sentimientos encontrados creía que él merecía mejor.

—Emi, voy a cortar, no llames en un rato, ¿sí? —dijo

rápido, escuchando pisadas acercarse—. Te aviso cualquier

cosa, pero no llames, dale su espacio.

Eso fue lo último que yo dejaría que Emilio escuchara de

Renata esa tarde soleada de julio. Y sin creerlo, también fue

lo último que dejé que escuchara de Joaquín por años, al

igual que el resto del mundo.

Miro desde lejos el desastre que he hecho, las madejas de

hilos, aquellas que estuve juntando por casi tres años se han

vuelto un enredo tan grande que no puedo soltarlos. Cada

vez que trato de desatarlas, se tensan y no lo entiendo.

Después de todo soy el puto Kismet, soy todo, soy nada, soy

lo abundante, soy lo escaso, pero no tengo la fuerza

suficiente para que se desaten sus vidas, aunque deben

hacerlo. Hay saltos y fallas y dos corazones destrozados.

41
Veo el desastre, le bajo a mi orgullo para preguntarme qué

es lo que he hecho.

26 de noviembre, 2029

El vaivén de los aviones podía calmar un poco los nervios

que crecían en mi estómago, viajaban por el resto de mi

cuerpo y llegaban a mi cabeza como una corriente eléctrica

para generarme el peor dolor soportable. No entendía por

qué seguía haciendo esto siendo que mis mismas promesas

eran no volver a menos que a fuerza fuera necesario. Como

lo que hacía en estas fechas para honrar a mi abuela en el

aniversario de su muerte, pero no pensé nunca que me

invitarían a otro de los muchos programas que querían

revivir lo que fue Aristemo. Que habíamos sido los

pioneros, que éramos lo que la televisión mexicana

necesitaba, que éramos una revelación a los estereotipos y

una representación de la comunidad. Lo fuimos, era cierto,

pero en los últimos años me había dado cuenta que era más

que eso y que llegaría a ser más dejando un poco de lado

42
las victorias pasajeras.

El avión dio una sacudida, anunciando que el aterrizaje en

la Ciudad de México estaba en proceso. Estaba lloviendo,

por supuesto, no podía ser de otra manera.

Tomé mi mochila para descender cuando se me indicó,

yendo directo a la línea de taxis que había a la entrada del

aeropuerto ahorrándome las esperas de maletas gigantes o

más equipaje. Traía lo necesario, no más lastre que eso.

Solo estaría por un par de horas, no necesitaba todo mi

guardarropa cuando me iba a ir corriendo en cuanto mi

madre me dijera que podía hacerlo.

Lo de la entrevista era cuento aparte. Había accedido

porque mi agente me había dicho que era una buena idea

de llevar un poco de lo que era a la gente que me siguió en

el proceso de forjarme. La realidad era que creía que volvía

por ellos, por las primeras personas que creyeron en mí, y

quizás porque quería ver a los demás para terminar de

cerrar el ciclo y no volver, tal vez, nunca más, aunque a

todos nos doliera. Era una página que no había volteado

del todo y seguía mirándola de vez en cuando.

43
Y no me mentía, porque también quería ver a Emilio.

Suspiré pesado, agrandando lo que más podía mi pecho

para entrar al taxi de la Ciudad de México que me recibía

lloroso.

—Al teatro Centenario Coyoacán, por favor —dije mirando

mi reloj. Según mis cálculos llegaría tarde con el tráfico y

la lluvia.

El chofer emprendió su marcha. Las calles, los carros, las

nubes grises, el sonido y los olores eran los mismos que

había dejado hacía unos años, haciendo parecer que las

calles se mantenían estáticas en el tiempo, para que no me

perdiera de nada, pero al mismo tiempo perdiéndome de

todo. Distinguí mi reflejo en la ventana polarizada del

auto; mis labios estaban partidos, resecos como siempre,

mis cejas pobladas estaban peinadas con dedicación y el

acné con el que había batallado años estaba bajo control.

Mi miedo radicaba en mirarme a los ojos y verlos siempre

con un dejo de regaño.

—¿Le molesta si pongo un poco de música? —preguntó el

taxista en cuanto me ubiqué en el asiento de atrás. Negué

44
al espejo retrovisor a lo que respondió asintiendo.

La voz de quien fuera mi otra mitad, mi complemento, la

amistad laboral, comenzó a sonar entre las paredes del taxi

y quise salir corriendo de aquella pequeña caja de tortura.

Cuando el taxi entró al estacionamiento del famoso teatro

después de casi una hora y media de viaje, me mantuve

sentado, esperando movimiento, esperando valentía o algo

que me dijera que debía irme de ahí, pero no lo hice. La

música se volvió un susurro en el carro cuando el

conductor bajó el volumen de la balada. El sonido dulce

de la voz de Emilio me hizo extrañarlo y recordarme por

qué siempre evitaba escuchar sus canciones. Incluso me

alegró que tuviera un repertorio tan amplio como para que

durara todo el camino con tráfico incluido.

—Joven, ¿se encuentra bien?

—¿Podemos esperar un rato más? —pregunté jugando con

la correa de mi mochila—. ¿Y aparcar más al fondo, por

favor?

El chofer asintió, encendiendo nuevamente el motor para

45
avanzar hasta el fondo del lugar. Cuando encontró el

espacio del estacionamiento más lejano, el chofer subió el

volumen de la radio, donde la música inundó cada espacio

del pequeño coche, como si fuera el calor de un aire

acondicionado, abrasador y abundante. Pude distinguir

otro carro entrando que se detuvo frente a la entrada dando

paso a mi amigo y su esposa pelirroja. Venían vestidos de

manera poco acorde al clima, pero lo dejé pasar, después

de todo, siempre habían sido de su propia onda y de seguro

venían de pasada desde algún lugar del trópico.

Entonces lo vi a él en el coche de atrás. Iba conduciendo

un carro tan grande que antes nos hubiéramos reído de los

complejos de superioridad que podían tener las personas

de coches gigantes. Su mirada iba con la vista al frente, sus

manos en el volante con el gesto sereno, hasta que estalló

en una risa que no le llegó a los ojos. Su acompañante, mi

amiga, también rio, e incluso cuando estaba lejos, su risa

estalló en mi cabeza en un recuerdo de todas esas tardes

hablando de la nada.

Bajé el vidrio para tener mejor visibilidad.

46
No había visto a Emilio en casi siete años ni en fotografías

ni en revistas ni en videos. Era como aquel fantasma que va

detrás de ti en el pasillo sin iluminación cuando corres a tu

cuarto en medio de una tormenta en alguna novela de

Lovecraft o una película de bajo presupuesto. Así de

dramático. Así soy, después de todo.

Vi como Ale tomaba sus muñecas y le decía algo, su aspecto

era pálido, su piel de un tostado envidiable, la mayoría de

las veces, parecía más a una vela aromática, siempre lisa,

siempre perfecta, pero pálida y sin brillo. No había

expresión en su rostro ni una emoción aparte del ceño

fruncido que hacía al espejo retrovisor.

Me pregunté que vería. ¿Una gran autoestima? ¿El ego que

siempre se cargó? ¿Su seguridad disfrazada?

Negué con la cabeza, esas cosas no eran las que Emilio

Osorio Marcos vería en él. Pero sí podía haberlas visto hace

un tiempo.

Cuando salió del carro corriendo con paso ágil hacia la

entrada del teatro, me di cuenta que en la competencia de

crecimiento me había quedado atrás hacía mucho.

47
Calculando había crecido unos diez centímetros más desde

que no lo veía, su postura era distinta, sus hombros estaban

igual de anchos, su espalda, aquella espalda, se notaba

moldeada en mármol, incluso con una chamarra encima.

Pisó los charcos, quizás sin darse cuenta, aunque era propio

de él hacer eso. Jamás se fijó en lo que pisaba, ni que era lo

que dejaba atrás.

Di un respiro y marqué el número de teléfono que me

sabía de memoria, pero no le apreté al botón de llamar en

la pantalla. Dudé. No era una sorpresa tratándose de mí.

Borré todo el número y volví a buscar uno nuevo en mi

agenda de contactos. Su nombre estaba de los primeros.

Sonó dos veces, iba a colgar cuando una melodiosa voz me

recibió como si fuera el cielo.

—Cariño, qué bueno que llamas, ¿ya estás aquí? —

preguntó mi amiga.

—Estoy en un taxi, afuera del teatro, te vi llegar hace poco

y creo que estoy congelado en mi asiento.

El conductor me miró preocupado por el espejo retrovisor,

pero no hizo caso del chico exagerado del asiento trasero.

48
—Dijimos que no dramas.

—Lo sé, lo siento —susurré. Entonces caí en cuenta que

Ale era otra razón por la cual había aceptado. Porque la

extrañaba, porque independiente de todo, la amaba. Me

producía un nudo en el pecho no poder verla, contarle de

mí, que me contara de ella.

—Espera que se vaya a maquillar para la entrevista y entras,

¿va? —dijo con calma—. Luego hablamos un ratito con

Niko y Elaine.

Asentí, aunque no podía verme y me despedí con un beso

sonoro.

Los minutos pasaron lento, tanto que me di el permiso de

abrir una de las puertas para encender un cigarrillo. La

lluvia estaba terminando, pero mis nervios iban en

crecimiento a medida que no recibía noticias de Ale, hasta

que la vi correr a la mitad del estacionamiento y mirar a

todos lados.

Pisé la colilla del cigarro en un charco y pagué el taxi con

la espera incluida.

Cuando Ale me divisó abriendo sus brazos para

49
estrecharme en ellos me sentí de nuevo de 15 años, me

volvió el alma al cuerpo y las ganas de moverme.

—Hueles a tabaco —criticó soltando su agarre—. Me

dijiste que lo dejarías.

El único gesto que hice fue encogerme de hombros.

—Le dije a tu maquilladora que llegarías tarde, así que no

te está esperando, así no tienes que compartir mucho

tiempo con Emilio en la misma parte.

—Ale, no es necesario, lo estoy haciendo bien —dije con

tono tierno, ese que sabía que resultaba con ella.

—Literal preferiste pagar una fortuna para esperar en un

taxi y no entrar para verlo, no sé cómo es estarlo haciendo

bien.

Cuando cruzamos el umbral de la puerta al interior, se

notaba que íbamos con retraso. Maquilladoras con sus

grandes maletas se movían de cuarto en cuarto, tramoyistas

corrían sin cese con sillas y mesas.

Ale soltó mi mano y depositó un besito tierno en mi

mejilla.

—Último cuarto del fondo —fue lo único que dijo antes

50
de perderse en su camerino, de donde salían risas que

reconocí fácil como las de Nikolas. Igual no era difícil de

adivinar, su nombre estaba pegado en grande en la puerta,

junto al de mi amiga.

Caminé con mis botas de cuero firme por el pasillo,

pensando en las cosas que diría, en las que le contaría si

preguntaba algo, en cómo sería mi actitud ante él.

Cuestionándome si todavía tenía ese poder de hacer que

mis brazos se sintieran de gelatina y los cabellos cortos de

mi nuca se erizaran con escuchar su voz. Pensé en que

sentiría él y si podría leerle la mirada como cuando lo

hacíamos antes, si podría ver en ellos lo que veía hace años.

No me detuve frente a la puerta porque de hacerlo puede

que hubiera salido huyendo en la dirección contraria, así

que solo giré la manilla y entré con determinación.

No estaba, por lo que di un respiro interno demasiado

relajante que me permitió disculparme con la

maquilladora que reconocí de inmediato y, para mi suerte,

ella también lo hizo.

Pero cuando se cerró la puerta, pude sentir todo lo que

51
había suprimido de mi cerebro de un golpe. Sentí sus

brazos en mis hombros, sus dedos acariciando mis labios,

el aroma de su perfume como almendras tostadas. Sentí la

fuerza que nos entrelazaba, esa que no permitía que

nuestros caminos se separaran. Sentí el escalofrío recorrer

mi espalda cuando me susurraba al oído. Sentí como

invadía mi cuerpo, como comenzaba a escocer tal cual me

pusieran en una cacerola de agua hirviendo.

Se levantó, pude verlo por los grandes espejos que

recubrían la muralla frente a mí. Estaba a mis espaldas con

su chamarra de jeans, sus pantalones desgastados y sus tenis

viejas. Su porte, que después de ver con detenimiento, no

era tan distante al mío. Si nos abrazáramos mi mentón

quedaría en su hombro, como siempre, como debía ser.

Todavía podría besar mi frente si lo quisiera.

Abrió la boca, pero no dijo nada o quizás no lo oí porque

estaba pendiente de cómo caía su pelo en cascada al lado

izquierdo, como sus rizos, largos como nunca, cubrían su

frente. El tiempo volvió a su normalidad por un segundo.

—Vayan saliendo los actores que estén listos —indicó

52
alguien afuera. Antes de que se lo repitieran, Emilio salió,

con la espalda encorvada, como si su cuerpo fuese

demasiado grande para el cuarto.

Me apoyé en la mesa del tocador frente a mí, tratando de

buscar aire que supe no tenía. Que no sabía si merecía.

«Si te vas, lo destrozarás», resonaba en mi cabeza, una y otra

vez.

En eso lo entendí. La verdad absoluta en este caso sí existió.

53
3.
Te reconocí al instante, ¿cómo no?

Abril, 2018

Emilio Osorio Marcos estaba en la oficina de su padre y

productor a eso de las 10 de la mañana un día lunes. Donde

debía estar, si su vida hubiera sido normal, era en la

escuela, pero ese día era distinto y se lo hice sentir en sus

huesos de adolescente. Se cocinaba algo grande unas

puertas más allá, en el fondo de ese pasillo, donde se

podían ver pegadas las palabras de la segunda parte de lo

que fuera su siguiente proyecto. ‘Mi Marido Tiene Más

Familia’ sería un éxito porque el recibimiento del público

en la primera temporada había sido genial. Juan Osorio

también lo sabía, por eso se veía obligado a tener esa plática

54
con su hijo.

—Es una gran responsabilidad, Emilio, quiero que seas

consciente de esto —dijo sentándose en uno de los bordes

de su escritorio.

—Papá, creo que podré manejarlo —contestó el chico de

unos 15 años, sin pensar el peso de sus palabras.

Emilio había sido creado para ser un artista, heredándole

lo mejor de su madre; su belleza, su talento y la astucia de

su padre. Su cuna, su entorno, todo lo había formado para

estar en este mundo y, en su interior, él adoraba el hecho

de poderlo cumplir, incluso cuando podía ser acusado de

ser el hijo de. Pero lo sabía, eso iba a pasar todavía llevando

solo su nombre antes que el de sus padres.

«Soy Emilio», había dicho una vez, «nací como Emilio y

me quedo con Emilio».

—Sabes que, si esto no resulta, pues no hay más papeles —

dijo serio.

—Señor productor, estoy al tanto de las condiciones y los

deberes de mi personaje —atacó serio, pero cambiando el

tono para agregar—. Y papá, prometiste apoyarme en esto.

55
—De acuerdo, entonces comenzarás con Pablo y Santiago

para ver la evolución que ha tenido Aristóteles y luego

hablaremos de lo que Aurelio te pedirá —terminó el

productor—. Sabes que de todas maneras no debes

descuidar tus estudios ni ninguna de las cosas que tienes

que hacer, ¿entendido?

El chico supo que la conversación con su productor había

terminado cuando llegó ese comentario. Se paró de su silla

y se despidió con un beso sonoro en la mejilla de su padre.

—Ahora anda con Pablo y Santiago, están en la oficina del

fondo —recordó Juan.

Emilio tomó los tres libretos del escritorio y volvió desde

la puerta para llevar dos de sus dedos a la frente y alejarlos

en un movimiento rápido.

—Gracias, chief.

El chico caminó hasta el fondo del pasillo doblando a la

derecha, como lo había hecho un año antes. Sin preverlo,

hice mi magia, anudando los dos hilos sueltos de sus

madejas en la punta.

Mientras Emilio hablaba con su padre, Santiago y Pablo

56
estaban sentados detrás de un escritorio cuando Joaquín

entró. Su madre le había dicho que se quedaría en la

cafetería esperando para no incomodar y él había estado de

acuerdo, quizás porque la plática que tendría con los

escritores no iba mucho con su mamá. O quizás los pasillos

de Televisa todavía le traían recuerdos que prefería olvidar.

—Por la audición tienes que saber más o menos de que

trata el personaje, ¿no? —preguntó Pablo dejando en frente

de él cuatro libretos—. Estos son los capítulos que están

escritos como para que sepas de qué va la historia y si

puedes ver uno que otro capítulo de la temporada anterior

lo agradeceremos porque estamos un poco cortos de

tiempo, además creo que volverás a el CEA, ya estuviste

ahí, ¿no? —antes de que Joaquín respondiera, el escritor

siguió—. Mira, tu papel en sí es de un chico gay.

Hubo un momento de silencio que nadie llenó. Santiago

miró a Pablo rodando los ojos.

—Más que gay es un closetero —dijo con ligereza—. O sea,

neta ni él entiende mucho el pedo y no quiere liarla más

aceptando algo que no sabe, pero que es obvio porque en

57
su interior lo sabe, pero su familia ha pasado por tanto que

mejor dice 'a huevo, mejor no la voy a liar y me quedo

callado un rato más'. La cosa es que la caga, porque se

enamora.

Joaquín asintió. Era más o menos lo que le habían pedido

en la escena de la audición, la cual lo había dejado con un

millón de fibras tocadas por la cercanía que había sentido

con el personaje.

—Claro, en resumen, es eso.

Joaquín continuó asintiendo. Si bien tenía sus preguntas

no quería quedar en evidencia tan pronto, él también tenía

sus dudas, tampoco entendía bien el pedo y por supuesto

se había quedado un rato más callado. Todavía no la había

cagado tanto porque no se había enamorado, pero sí

entendía a Temo.

—Entre nos, sabemos que es un gran paso para a ti y

queremos demostrarte todo nuestro apoyo, si llegaras a

tener dudas con el personaje o cualquier cosa, ven y lo

conversamos —terminó con tono ameno Pablo,

arreglando sus lentes.

58
Joaquín sintió una confianza inexplicable hacia los

escritores de manera automática, como si los llevara

conociendo de años.

—Gracias, en serio, muchas muchas gracias —sonrió

mientras se levantaba de la silla para ir a la puerta.

—¡Eh, Joaco! —gritó Santiago llamando su atención—.

Nos cuidas al Temo, ¿vale?

El chico sonrió más amplio ante eso, sin saber que su

personaje le traería más sonrisas como esa.

Joaquín se distrajo mirando los libretos que tenía en la

mano cuando iba de camino a la oficina del productor,

absorto en sus pensamientos y tratando de no parecer muy

nervioso o emocionado. Quería gritar a vivo pulmón que

la vida le estaba dando un vuelco. Que había logrado algo

grande, cuando un cuerpo sólido chocó con él. Sintió

cómo su cuerpo se fundía con quien chocaba, como un

satélite que orbita a un planeta para terminar como un

carro que va por la carretera, tomando una curva muy

aguda y saliéndose del camino.

Vio papeles caer a su lado, confundiendo el guion propio

59
con el del chico que se mantenía en pie.

—¡Cuidado, menso! —vociferó Emilio, agachándose a

recoger los papeles.

El rizado pudo leer con letras discordantes ‘Cuauhtémoc

López’ en el borde de una de las portadas. Buscó con su

mirada los ojos del otro chico y se quedó así, hasta que

Joaquín fijó su vista en él, analizándolo.

—¿Joaquín? Este... —dudó más de lo necesario.

—Bondoni, Joaquín Bondoni —agregó demasiado rápido

para que sonara separado.

Como si su cuerpo no tuviera voluntad propia, Emilio

estiró su mano para ayudar al chico, que la tomó sin

dudarlo. Entonces, ambos sintieron un alivio en su dedo

meñique derecho, como si por años algo les hubiera estado

jalando parte de su mano. Fue un alivio leve, pero notorio.

Aflojé el nudo de sus madejas, porque hasta me estaba

dando cuenta yo mismo que la estaba cagando.

—Que padre que se conozcan —dijo una voz tras de

ellos—. Emilio, él será Cuauhtémoc López, Temo.

Ambos, con una sincronización que asustó a Pablo, se

60
voltearon para darle cara al escritor y adaptador de la

novela. Santiago que salía de la oficina por el alboroto, los

miró en detalle, de arriba abajo con el ceño fruncido, hasta

que reparó en sus manos.

—Dejen algo para la novela —bromeó con tono

despreocupado tomando un sorbo del café que llevaba en

las manos, a lo que los muchachos reaccionaron

soltándose.

Joaquín tragó saliva de forma sonora pensando que quizás

estaba más ruborizado de lo que pensaba, hasta que reparó

en las orejas de quien tenía en frente. En cambio, Emilio

acomodó su cabello tratando de parecer tranquilo, pero

falló por completo en su intento. ¿Qué era esa sensación de

vergüenza tan poco propia de él? ¿ese rubor involuntario?

¿en qué punto eso había pasado? Sonreí en mi fuero

interno pensando lo que le tenía deparado. Ay, si supieran

ambos.

—Emilio, ¿por qué mejor no entras? —pidió en tono

pasivo agresivo el escritor de lentes dándole una mirada

asesina a su compañero.

61
Pablo les sonrió a ambos, lo que repitió Emilio como

despedida a Joaquín.

—Bueno, se supone que por ahí nos veremos.

—Sí, ahí nos veremos.

Pablo miró la espalda de Joaquín perderse en la curva del

pasillo. Frunció su ceño pensando en todo lo que Temo

podría hacer en ese chico. Pero lo más importante, lo que

el chico podía hacer en Temo.

El adolescente del cuarto observó la gran pizarra blanca

escrita por todos lados en la oficina de los escritores

mientras estos no despegaban los ojos de sus movimientos

asombrados de lo mucho que había crecido en un año.

—Bien, güey, siéntate que tenemos que ponerte al tanto de

todo lo de este otro güey —dijo Santiago, sacando de su

burbuja a Pablo y Emilio.

—En resumen, Aristóteles está más cercano a su familia,

ahora baila y canta, aprendió a tocar el piano y... —hubo

una pausa de parte del escritor de anteojos—, pues es

influencer, de estos bien bajitos de suscriptores, pero igual

algo le hace.

62
El chico siguió mirando la pizarra mientras reparaba en la

línea punteada que unía su personaje al de Temo. Debajo

del nombre ficticio estaba su cara en la fotografía que salía

en su portafolio de presentación a casting de hacía más de

un año, mientras que Joaquín tenía una actual, con sus

rizos alborotados, tomada en una sesión pagada, de seguro.

Le aceleré las pulsaciones cuando lo reconoció. Su nombre

lo medio sabía porque se le había salido a su papá, pero no

había conectado que era el mismo chico del grupo musical

de su amiga ni el de la fiesta de diciembre, el de la botella

de agua y las meninges.

—¿Qué significa la línea? —preguntó mientras con el dedo

difuminaba más el trazo.

Los escritores se miraron.

—No sé si tu papá te lo comentó, pero queremos hacer que

Aris tenga historia con Temo.

—Serán amigos, ¿no? —sonrió suave—. Sería padre porque

no tiene muchos amigos el vato.

—Queremos, o esperamos, más bien, que Temo se enamore

de ti —habló Santi con un tono serio, poco característico.

63
—Dirás de Aristóteles —ambos asintieron—. O sea,

¿Aristóteles es joto?

Los escritores se revolvieron inquietos, entre tanto Emilio

se daba de cabezazos en su mente. Su madre le había dicho

que eso no se decía.

—Es algo que dejamos inconcluso desde la temporada

pasada, por decirlo así, dejamos las bases para una nueva

historia y pos, si resulta, la idea es que se vea el proceso de

adaptación de un personaje gay en televisión, pero tú

tranquilo, que sí o sí, el joto —mencionó Santiago con

tono de reproche— no serías tú, sería Temo. Aristóteles

estaría ahí para ayudarlo, pero no creemos que sea más que

un platónico de parte de él, por eso hay otra línea que sale

del personaje de Joaquín.

El rizado volvió sus ojos a la pizarra para encontrarse con

un chico menudo, de pelo castaño y liso, con unos ojos

verdes grisáceos imponentes, debajo de la fotografía

versaba el nombre de Nikolas Caballero. Hice que el

estómago se le apretara, nada más porque me gusta el

drama.

64
—Igual y no habría problema —dijo eliminando la línea

que unía a Nikolas y Joaquín con uno de sus dedos.

—Siempre está el tema del canal, no podemos llegar y

colocar una pareja de... jotos adolescentes en pantalla.

—¿Por qué dices joto? —preguntó Emilio divertido al

escuchar a Pablo, el correcto, decirlo.

—Nosotros podemos porque somos jotos, tú como hetero

tienes que decir homosexual o gay, son las ventajas de ser

joto —contestó Santiago con un encogimiento de

hombros—. Igual y te ayudaremos para que no la cagues

cuando andes de adolescente curioso por ahí con el Temo,

no te creas que vas a estar solo.

Emilio sonrió mirando la pizarra y los ojos alegres de

Joaquín en la fotografía de su portafolio. Le parecía extraño

que su alegría traspasara el papel brillante, sacándole una

sonrisa a él.

Santiago y Pablo siguieron hablando por lo que parecieron

horas, pero siendo sinceros, ni yo ni Emilio pusimos

atención. En mi caso, porque cada cierto tiempo colocaba

los hoyuelos de Joaquín en la mente de Emilio y este

65
último no escuchó mucho preguntándose qué tanto tenía

que hacerlo reír para que esos hoyuelos resaltaran más.

Trencé un tramo no muy largo de las madejas, no más por

gusto.

26 de noviembre, 2029

Las suelas de goma de mis tenis parecían pegarse al piso

mientras caminaba. Me costaba incluso encontrar las

puertas correctas para llegar al escenario a presentarme

ante esa multitud que me espantaba de haber

decepcionado. Pero más me dolían los ojos de Joaquín

cuando me habían visto corto por el espejo. El tono de sus

ojos avellanados dulces, inocentes, brillantes y vivos no lo

encontré en esos segundos que logré contacto.

Joaquín no era un inocente cuando lo conocí, sí le costaba

entender chistes de doble sentido o poder hablar con las

personas por su timidez, pero decía palabrotas más veces

que yo y también era bueno para las broncas. Quebraba la

alacena completa de platos, esa era la verdad. Pero todavía

66
con todo eso, veía bondad en su mirada, podías sumergirte

en sus ojos y sentirte bienvenido. Excepto ese día.

Arath llamó mi atención cuando estaba metido en mi

cabeza tratando de no suponer nada, cuando todo estaba

más que dicho.

—¿Qué pasa, hijo? ¿Viste a un muerto o qué onda? —

preguntó, llevando su mano a mi nuca, guiándome con él

por el pasillo al escenario.

—No es nada, solo...

—Joaco.

Recordé nuestras conversaciones antiguas, las veces que se

había sentado conmigo a leerme la lista de reglas. Había

roto la primera hace muchos años, lo que hacía que mis

ojos no pudieran verlo por más de unos segundos sin

desviar la mirada.

—Dale su tiempo, piensa en todo lo que ha pasado —dijo

con tono amable—. Ya no son unos chamacos, han

madurado, han cambiado, están haciendo lo que les gusta,

ya verás cómo después de un rato andan como siempre.

Así, bien compadres.

67
Hice un silencio avanzando para ponerme frente a frente

con él. No sé qué vio en mis ojos, pero su gesto se suavizó.

—No mames, Emilio.

—Arath, sabes que no es algo que se perdona así como así.

—Conociéndote, tú tampoco te lo has perdonado, ¿a poco

no? —me cuestionó—. Hablen sus mierdas, Emilio. Esa es

la única manera que pasarás página, no manches, que eso

de andar ahí de arrancadas no se los enseñé.

Antes de responder alguien de producción me pasó un

micrófono ordenándome colocarlo entre mis ropas antes

de salir al escenario porque estábamos con tiempo

prestado.

Poco a poco, todos fueron llegando, entre ellos Nikolas

que me dio un abrazo un poco forzado, pero cargado de

algo que me costó entender. Los escritores, los otros

miembros del elenco fueron llenando las sillas que habían

sido puestas en medio del escenario del teatro, con vista

hacia el público que se iba ubicando entre chillidos de

emoción y risas. Detrás de las sillas estaba ubicada una

pantalla gigante, donde se proyectaba el logotipo de lo que

68
fue la serie, intercaladas con escenas de hacía casi 10 años.

Pero lo que congeló mi corazón fue el último beso que

grabamos.

Mi mano descansaba en su nuca, otra en su cintura

mientras nos acercábamos a la par para chocar nuestros

labios. Habíamos ensayado, por decir lo menos, durante

los últimos años de relación que tuvimos en cuanto a los

besos. Tratábamos de no exhibirnos, pero no nos dábamos

cuenta cuándo gritaban 'corte y queda' la mayoría de las

veces. Y esa fue la última, porque en cuanto mis labios

rozaron los suyos, no era Aristóteles besando a Temo, sino

que era Emilio besando a Joaquín.

Los segundos en la pantalla pasaron lentos recordándome

cada sensación y roce. El tacto de sus labios carnosos contra

los míos, la manera que mis dientes jalaban su boca con

pura necesidad, el roce de nuestras lenguas, esas que en

escena nunca debían salir porque la televisora nos llegaba

a decir que teníamos que bajarle dos rayas a nuestra

intensidad. El calor del momento, nuestras manos

aferradas al cuerpo del otro y una lágrima cayendo por mi

69
mejilla.

—Señor beso se mandaron —dijo Nikolas—. Ni modo,

qué buenos tiempos.

El público rio sacándome de mi trance.

—Chale, quedaron con hambre los Aristemos —continuó

la entrevistadora mientras me sentaba en el que sería mi

puesto por las próximas horas—. Antes que todo,

bienvenidos a este programa —comenzó colocándose

frente a nosotros para las indicaciones con otra chica—.

Esto constará de distintos episodios pero grabaremos todo

hoy para optimizar el tiempo, además que muchos tienen

que regresar a su trabajo, así que comenzaremos con lo que

fue el inicio del fenómeno, donde los necesitamos a todos,

después el impacto que tuvo, donde colocaremos a los

escritores y cómo nació su idea, después la importancia en

la televisión y en que nuevos rostros se interesen en estos

temas —hizo una pausa para mirar la pantalla que le

pasaban—, en ese momento estarán hablando los actores

del elenco y creo que terminaremos con la pareja, que

podrían comentar cómo el proyecto les cambió la vida.

70
Entre las pausas se irán presentando con canciones como

tu disco, Emilio y si Joaquín puede deleitarnos con algo de

The Newsies, otros pueden ir a tener una especie de

conversación con los fans, sin más que decir que todo esto

estaba en su contrato, así que...

—¿Alguna duda? —preguntó el ayudante de producción.

—O sea, nos citaron a todos a la misma hora y resulta que

mi turno es al final —la voz de Joaquín resonó bajo en el

escenario cuando se colocaba al lado de la silla con su

nombre. Vecina a la mía, porque por qué no.

—Tengo un vuelo que tomar y créame que llegar a Nueva

York me urge.

—Serán un par de horas, entre tanto puedes ir y volver

adonde gustes, es un tema de tiempo.

Joaquín frunció más sus labios dando el puchero de enojo.

Ese que conocía bien porque iba destinado a mí la mayor

parte del tiempo.

—Joaco, no empieces de diva —criticó Niko con una

sonrisa, aligerando el ambiente y el puchero de mi

compañero.

71
—Tengo ensayo mañana, no es un ataque de diva.

Se generó un silencio de esos que rompe una risa, pero

nadie la soltó. Al fin, cuando el teatro estaba más ocupado,

Joaquín tomó asiento, dejando todo su cuerpo distante del

mío.

Entendí por qué lo hacía, mal que mal también lo sentí. O,

mejor dicho, también creo que sintió lo mismo. Esa

energía magnética que nos cargábamos estaba cabrona, por

lo que sin previo aviso recargué mi peso acercándolo a él.

Mi vecino de asiento no dijo nada, pero colocó una de sus

piernas sobre la otra cuando hice lo mismo, causando que

el público enloqueciera como siempre. Pero no hubo

gritos, solo susurros demasiado ruidosos y patadas contra

el suelo de emoción.

Ale reparó en el gesto lanzando una risita baja mientras

terminaban de acomodarle el micrófono. A mi lado,

Joaquín peleaba con los cables, tratando de desenredarlos.

Me paré de mi asiento colocándome frente a él para

ayudarlo a ordenar el desmadre que tenía. Rocé sus dedos

con los míos mientras le quitaba la caja que tenía que

72
acomodar en el cinto de su pantalón sintiendo lo helados

que siempre estaban, esa humedad característica de ellas

por la crema que usaba dejándolas suaves comparado con

las mías que eran como tocar cartón o que siempre tenían

los nudillos rotos. Sin palabras siguió mis movimientos

mientras sacaba cables de diestra y siniestra con los dedos

temblorosos. Estaba nervioso, de hecho, parecía que

enredaba más la madeja de cables.

—Ya está —dije.

—No tenías qué.

—¿Quieres un café de Starbucks? ¿Un frappé?

No hubo respuesta. Suspiré de pura frustración. Siempre

que queríamos hablar íbamos a Starbucks, independiente

de si estábamos peleados o solo queríamos pasar un buen

rato. Podíamos manejar horas para encontrar el más lejano

o esperar hasta 10 minutos antes de que cerraran, donde no

hubiera ni un alma para poder quedarnos ahí, sentados al

fondo, con gafas oscuras, detrás de pilares o de grandes

estantes. Recordé mis manos en las suyas, debajo de la

mesa, cómo acariciaba su rodilla y juntaba mis labios con

73
sus orejas para decir cursilerías o depositar besos en su

cuello sacándole risitas suaves. No era tomar café. Ni

siquiera tomábamos café cuando íbamos, nos paseábamos

por todo el menú, pero éramos nosotros, nuestra burbuja,

la jaula de cristal, algo tan frágil que podía ser roto con que

alguien nos viera.

Ese café vio nuestros besos más expuestos y más secretos,

nuestras peleas silenciosas. Nuestras escapadas rápidas para

regresar a casa y poder...

—Vamos a dar inicio, a la de tres —dijo alguien tras las

cámaras.

No había guion, no había director, solo yo, odiándome

porque no tendría un último frappé.

74
4.
Sempiterno

Que durará siempre, que no tendrá fin

Julio, 2021

El calor de la Ciudad de México estaba a tope con el verano

posándose sobre sus cabezas. Los rayos de sol se reflejaban

en la alberca como si fuera un espejo gigante mostrando el

lindo cielo que adornaba ese día de fin de semana, sin

rastro alguno de las lluvias anteriores, ideal para quedarse

acostado bocabajo en una tumbona de teca al borde del

agua disfrutando de los benditos rayos de sol.

Eran aquellas vacaciones de 48 horas que necesitaban y

venían dándoselas desde el día anterior. La piel de Joaquín

se veía tan brillante como el sol mismo cuando Emilio se

75
incorporó un poco para mirarlo. Sus ojos cubiertos por

gafas de sol le daban la excusa perfecta para poder recorrer

su cuerpo y que nadie se diera cuenta que lo veía.

Las pecas de la espalda de su acompañante estaban ahí, en

ese camino que tan bien conocía y que había recorrido con

su boca, besando, mordiendo, marcando, tantas veces que

perdía la cuenta. Sonrió pensando en lo bien que lo

conocía y a esas pecas, y las de su rostro, las de su vientre,

las de sus hombros. Cuánto amaba las pecas de sus

hombros, esas que mordía cuando estaba a horcajadas

sobre él.

—Emilio, no me mires como si se te antojara —dijo

Joaquín sacándolo de su trance—. No tengo cara de carne

asada.

—Menso, obvio no veía eso.

Joaquín se retiró las gafas de sus ojos para mirarlo con cara

de obviedad mientras posaba todo su peso en sus codos,

descubriendo su pecho, también con pecas.

—Siento picazón en el cuerpo cuando me miran y ahora

estoy peor que cuando me pegué la varicela.

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Emilio se sentó a un costado de la tumbona apoyando sus

codos en sus rodillas. Joaquín reparó en sus brazos. Si

Emilio amaba sus pecas, Joaquín amaba sus brazos, esos

que estaban dispuestos para un abrazo o para sujetarse

firme cuando se sentía desfallecer. Los brazos que siempre

rodeaban su cuello y que su hogar eran los hombros de

Joaquín.

—Ahora se le antojó a usted, señor Bondoni.

El mayor, sabiendo del efecto que causaba en su

compañero se levantó por completo estirando los brazos

sobre su cabeza, para luego lanzarse a la alberca de agua

clara.

Joaquín siguió sus movimientos bajo el agua. Y es que lo

cierto es que amar a Emilio se le hacía tan fácil que incluso

le sorprendía que se le hubiera dado tan de buenas a

primeras cuando venía con el corazón roto.

—¿No vienes? —preguntó el moreno llegando al borde de

la alberca, colocando sus brazos mojados sobre este—. El

agua está cabrona, aunque claro, más cabrón estoy yo.

—Ya quisieras, güey, pero paso, no me gustan las albercas.

77
Joaquín volvió a su posición inicial y cerró los ojos

tratando de ignorar a Emilio que carraspeaba saliendo del

agua. Luego, sin aviso, sintió el peso de un cuerpo sobre él.

—¡Menso, me aplastas! —gritó entre risas—. ¡Cabrón, me

vas a dejar todo mojado, pendejo!

Emilio reía acomodando su cuerpo al lado de Joaquín en

la estrecha tumbona.

A pesar de llevar años viendo cómo compartían momentos

y que las hebras que unían sus destinos estaban trenzadas

con saltos y nudos, no pude notar que había crecido más

de lo que me esperaba. Había más saltos dispares que al

principio y podía que se me hubiera perdido más de una

vez el inicio de la hebra de alguno de ellos, pero se veía

sólido.

—No deberías decir tantas palabrotas, ¿qué? ¿acaso con esa

boca besa, señorito? —dijo Emilio mientras su mano

viajaba por el valle de la columna de Joaquín, causando

fuego bajo su tacto.

Joaquín mostró una sonrisa de oreja a oreja al escuchar eso

y es que el chiste se contaba solo, porque por los últimos

78
dos años había besado aquellos labios que tenía en frente,

de todas las maneras que sabía. Se inclinó, dejando que su

nariz redonda se uniera con la puntiaguda de su

acompañante. Acortó distancia lento, no por miedo, sino

porque sabía que esa carrera no la ganaba el más rápido,

sino el que más resistía. La mayoría de las veces ambos

perdían.

Emilio se dejó seducir porque Joaquín jugándole a don

vergas era muy adorable, excepto esa tarde, donde estaba

desesperado por tocarlo.

Cedió, incluso cuando le gustaban los besos lentos, la

desesperación de querer tomarlo de la nuca para besarlo

estaba haciendo estragos en él.

Joaquín le jaló el labio inferior para que dejara pasar su

lengua y supo que él no dominaría la situación incluso

comenzando a besarlo de nuevo. Sus labios chocaban,

impactaban con ahínco, intentando poder rebuscar en el

otro. Cuando Joaquín sintió la humedad de la lengua de

Emilio se sintió en el paraíso.

Con cuidado de no caerse de la tumbona, el menor se

79
colocó sobre Emilio, sin cortar el beso y es que con el

tiempo habían entendido que estaba en la lista de pecados

capitales hacer eso. Faltaba el aire, el calor del sol no

ayudaba, menos cuando las manos de Joaquín acariciaron

los muslos de Emilio. Pero el beso no cambió, seguía

siendo necesitado con ese toque romántico.

—Aguas, Joaco, aguas —sonrió cuando se vio libre de los

labios de Joaquín.

Joaquín le devolvió la sonrisa mirándolo desde su posición.

Su pecho y abdominales estaban en su mejor forma y desde

los años que se conocían se habían definido mucho más.

Además, que estuviera cubierto de sudor, o agua clorada de

la alberca, no ayudaba a lo que tenía en mente.

—Si vas a jugarle a esto, creo que deberíamos ir adentro,

¿no crees?

—Aquí estoy a gusto, muchas gracias —siguió sonriendo

el más pequeño.

—Que hueva ser tú, neta. Básicamente, me estoy

ofreciendo como un tamal y me sales con esa. No tienes

remedio, menso, en serio, la cagaste.

80
—Uy, te corté el rollo —se burló Joaquín con cara de

inocencia—. Lo siento, de verdad.

El rostro de Emilio mostró una línea con sus labios donde

antes había una sonrisa. De un tiempo a esa parte los rizos

de Joaquín habían crecido tanto que cuando se ponían

rebeldes tapaban su frente y parte de sus orejas, haciendo

que el tiempo de los paliacates en su cabello estuviera de

regreso, por lo que Emilio le regalaba uno cada vez que

encontraba un nuevo color. Pero en ese momento, sin

paliacates, el chico pasó sus dedos por el cabello,

revolviendo esos rizos suaves, más definidos que los de él.

—¿Sigues enojado conmigo? —preguntó serio—. Sabes

que puedes decírmelo, mandarme a la chingada o lo que

quieras, no me enojo de vuelta.

El chico a horcajadas sobre él negó con la cabeza mientras

abría la boca para decir algo, pero se arrepintió. Su gesto

también había cambiado a uno triste.

—Anda, lánzalo, aquí lo agarro. Llevas atorado desde ayer,

te conozco y sé que no cancelaste esto porque pues, bueno,

lo habíamos planeado antes de todo, pero puedes decirme,

81
confías en mí.

—No es que esté enojado, es que todavía no entiendo por

qué no puedes dejar ir a Aristóteles, Emilio, es solo eso.

Las manos de Joaquín que descansaban en el pecho de

Emilio viajaron a su cuello, dejando que sus pulgares

delinearan los labios del moreno.

—Porque Aris puede amar a Temo, sin problemas, no como

Emilio, que no puede quererte cómo quieres que te quiera

o cómo quiero quererte.

—Ay, Emilio, que chafa tu respuesta. No podemos estar

siempre así, viviendo a través de ellos, en algún punto

tendrás que hacer algo más, como tu música —los ojos del

mayor se escondieron en la lejanía—. Sian te estaba

ayudando con la guitarra y ahora vi que tu cuaderno de

composición está casi lleno, es volver a empezar.

—Sabes que lo del disco está más muerto que nada —

reclamó Emilio—. El segundo fue de la chingada y

básicamente nadie quiere escucharme cantar de nuevo, la

verdad.

Joaquín arrugó la nariz dándole razón. El segundo disco

82
había sido un completo fracaso, bajo en ventas no había

dado las ganancias necesarias y ahora pocas personas

confiaban en que Emilio pudiera llenar un teatro, menos

decir un estadio.

—No más no era tu estilo, ahí la cagaron —dijo

encogiéndose de hombros—. Igual podemos encontrar

otra disquera, la de Romi, o la de 381. ¿Tu mamá no había

comprado una un día?

—La vendió al día siguiente, además no hay más tratos con

mi mamá o mi papá. Aristemo es tema aparte, se lo pidieron

desde arriba.

Joaquín mostró su puchero tierno, el cual Emilio besó con

delicadeza.

—De acuerdo, hagamos otro año de Aristemo —susurró

con desgano—. Pero sin más fantasmas y por favor que

ahora sí maten a Ubaldo, porque qué duro salió el cabrón.

La risa de Emilio se escuchó hasta los polos, mientras

saltaba en la tumbona, haciendo que Joaquín se sacudiera

también.

—¿Neta? ¿Te cae?

83
—Siempre que seas el que me aplaste.

—Eres un desmadroso, Joaquín Bondoni, y todos que ven

pura inocencia, si supieran que ya ni te queda —bromeó—

. Ya en serio, ¿lo hacemos?

Joaquín frunció sus labios como pensando, sacando sus

actitudes actorales para darle dramatismo a la situación.

—Lo hablo con mi mamá y firmamos, pero este año no

será solo Aristemo, también buscaremos una disquera o

algo para que te pongas de nuevo en lo que te gusta, ¿va?

—Emilio asintió energético irradiando una nueva felicidad

que no veía hacía mucho en él—. Y firmamos la puta

planilla de Recursos Humanos.

El tema de la planilla de Recursos Humanos era que cada

año tenían que actualizar dando cuenta de su relación al

canal. Un papeleo que pocos hacían hasta que era muy

tarde, pero que se había vuelto una costumbre. El

problema es que en la casilla que decía 'carácter de la

relación' ambos siempre marcaban 'saliendo'. De eso, ya

dos años.

—¿Y la uni? Querías irte este año con tu papá, ¿cómo queda

84
eso?

—Pues, mi papá seguirá en Chicago y las universidades allá

seguirán pegadas al suelo, así que aplico el otro año, así me

puedo quedar cerca un poco más.

—Las relaciones a distancia igual y no se me dan mal.

Joaquín levantó una ceja logrando que la risa de Emilio

renaciera en un segundo.

—Y lo otro es que en la planilla podemos marcar ‘novios’,

si quieres —el turno de sonreír fue del menor ante lo que

escuchaba—. Aunque claro, me lo podrías pedir tú

también, digo no hay pedo.

El chico abrió la boca para responder cuando la voz de

Mary los interrumpió. Para Mary verlos así no era nuevo,

los había visto en peores, a Emilio o a cualquier Marcos, la

verdad.

—Mijo, su amigo Emmanuel lleva llamando un buen a su

cel y ahora dice que es urgente —dijo con el teléfono

inalámbrico en una de sus manos.

—Espéreme, Mary, voy a refrescar a esta chulada y voy a

ver qué chingados quiere Textos.

85
Joaquín no alcanzó a reaccionar cuando Emilio lo había

aventado a la alberca como si pesara dos gramos. Cuando

logró salir a tomar aire Emilio reía a todo pulmón,

mientras trataba de hablar por teléfono con un atorado

Emmanuel.

—Quédate ahí, no te muevas ni medio centímetro —pidió

antes de perderse en el interior de la casa.

—Güey, estamos en la verga misma —escuchó por el

aparato—. Tienes que prender tu tele, cabrón. Estamos

igual que antes, estamos en la fregada.

Cuando obedeció a su amigo, Emilio supo que sí estaban

en la fregada. Fue ahí cuando pasó. Un nudo de las hebras

se soltó, logrando que el tejido sólido en el que había

trabajado con anhelo comenzara a sentirse como azúcar en

agua en mi existencia. No tengo manos, por eso no digo

manos. Los saltos eran más amplios y el primer nudo, que

llevaba años se desenlazó, en un efecto que jamás me había

pasado en lo que llevaba uniendo destinos.

La cara del chico frente al televisor era similar a la mía, no

entendiendo nada.

86
Era una silueta, dentro de un carro, su mano en la mejilla

de Joaquín, él usando la sudadera rosa pálido con la

capucha puesta. Joaquín con su chamarra de jeans. El beso,

ese beso que recordaba y le generaba un rubor poco propio

de él, porque estaba en el puesto #1 de los besos que le

había dado a Joaquín. El estacionamiento del Oxxo donde

se habían detenido por helado, un helado que había

llegado aguado porque se quedaron en el coche de Joaquín

en una sesión de besos en medio de la nada hacía dos días

atrás.

—Me lleva la verga.

—Emilio, nadie sabe dónde están, no salgan porque esto

recién se empieza a prender, el fandom lleva horas bajando

cuentas y las imágenes de todos lados —dijo con calma

Emmanuel—. Llegó a la prensa ahora, así que igual y

tenemos tiempo. Llama a tu mamá, a tu hermana y que se

reúnan en la casa antes que esto se prenda, ya sabes cómo

se ponen. Eli y Renata ya están enteradas, pero les

recomendé que no fueran por ustedes. Tenemos que ver

qué hacemos ahora, pero tu papá está en una junta.

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—Es domingo, ¿cómo que en junta?

—Tu papá tiene juntas hasta cuando caga, amigo.

—Solo son unas fotos, diremos que es parte de algo...

—Emilio, es Joaquín en ese auto, no Temo. Lo están

destripando en televisión por lo doble moral que se ve. O

sea, piensa, Joaquín es gay y llama a abrazar la

homosexualidad, pero ¿él no asume la suya? —la pausa de

Emmanuel colocó más nervioso al chico—. Lo otro es que

hablan de Joaquín, todavía no saben que eres tú el otro de

las fotos.

26 de noviembre, 2029

Podía notar el ambiente de tensión que se generaba a mi

alrededor solo porque estábamos en unas sillas de lona con

un teatro lleno. A mi lado Emilio se movía inquieto, como

siempre, sin saber cómo poner sus piernas, en qué usar sus

manos, como mirar al frente sin parecer perdido e

intentando en lo posible no mirarme a mí.

Me di la libertad de recordar sus ojos en los míos, cómo

88
bajaba su mirada a mis labios y el color de sus mejillas

cuando se avergonzaba porque lo pillaba husmeando. No

puse atención a nada de lo que decía Arath sobre lo bueno

que fue trabajar con Alison o Emiliano cuando terminó la

serie y realizaron otra temporada de ‘Una Familia con

Suerte’. Había sido llamado para participar como invitado,

pero lo rechacé por los ensayos y, pues, por no querer ver a

Emilio, al cual sentía como si estuviera sobre mí por el

calor que salía de su cuerpo.

—Es que el mundo necesita más Papanchos —dijo la

entrevistadora sacándome de mi trance.

«El mundo necesita más papás como Arath también»,

pensé.

—Llevar estos personajes, de un hombre adulto, ya con sus

valores y convicciones a la pantalla y colocar el tema de la

homosexualidad en un familiar tan directo como es un hijo

fue una apuesta de parte de la producción y nuestra —

comentó Pablo arreglando sus lentes—. Queríamos que

Pancho representara a que está bien aceptar, a que los hijos

son hijos incluso cuando toman otro camino, cuando

89
desobedecen o cuando su orientación sexual es otra. Por

eso tuvimos a Pancho y Audifaz que eran las dos caras de la

moneda.

—Y Joaquín, ¿qué opinas del papá de Temo? —me

preguntó la entrevistadora, con especial atención a lo que

pudiera decirle. Me hubiera gustado salir pitando de ahí

ante esa pregunta.

—Creo que después de nosotros mismos, son nuestros

padres quien deben aceptarnos, no por ser sus hijos, sino

porque somos seres humanos que amamos, que tenemos,

de por sí, más problemas que el resto en algunas cosas y

como gay un papá como Papancho siempre ha sido algo

que le he envidiado a Temo.

Noté que la cagué cuando la entrevistadora se acomodó en

su asiento con un extraño interés.

—¿Tuviste problemas con tu papá después de declararte

gay? Recordemos que ese día hubo declaraciones de parte

tuya y de él que nos dejaron a todos muy confundidos

sobre su relación.

La mano de Emilio viajó por instinto desde el reposabrazos

90
de su silla hasta mi rodilla. La sentí chocar contra mi

articulación, como siempre, nada nuevo, solo que en ese

momento su apretón fue leve. Mantuvo su vista fija a la

nada, como cuando bromeábamos que se reiniciaba.

El gesto pasó desapercibido para todos porque era

costumbre vernos así, de hecho, me pregunté si alguien no

estaría extrañado que estuviéramos distanciados por tanto

entre nuestras sillas.

—Él estuvo y ha estado para mí mientras tuvimos esos

meses de andar de aquí para allá, que la uni, que la

mudanza, que comenzar de nuevo, pero logramos deshacer

esos roces que tuvimos en su momento —mentí. Llevaba

casi medio año sin hablar con él y más sin verlo.

—Pero siempre has tenido mejor relación con tu mamá.

—No veo a qué va la pregunta —saltó Emilio—. O sea,

Pancho y Amapola fueron los mejores ejemplos de que los

padres tienen un amor infinito por sus hijos, ejemplos

como esos deben ser seguidos por los padres que se

encuentran en esta situación. Ser gay, lesbiana, bi, o

sentirse identificado con otro género en estos tiempos no

91
debería ser visto como algo malo, como un pecado o como

algo que se puede curar. Eso es lo que hicieron estos

personajes, normalizaron amar incondicionalmente,

apoyar, estar en los momentos difíciles, enseñaron a que

ser padres es igual para un heterosexual o para alguien de

la comunidad, o sea, verlos en televisión fue una nueva...

—hizo una pausa buscando la palabra, momento que

aprovechó para mirarme rápido—, visión, cambiar una

mentalidad que podía ser de ayuda, ¿me entiendes?

Ante eso la entrevistadora entendió que el tema privado de

mis padres quedaba ahí. Pero me encogí como niño

pequeño por no haber sido quien terminara de manera tan

sutil el interrogatorio. Me atreví a mirar a Emilio con

detenimiento, su mirada me pegó como una bofetada.

Todavía tenía esos ojos marrones llenos de chispa, sus

pestañas larguísimas y aquella cicatriz debajo de su ceja

izquierda.

«Mierda, Joaquín lo estás mirando con cara de menso»,

pensé.

—Gracias —articulé, a lo que asintió leve. Le mantuve la

92
mirada, esperando leer qué había detrás de esos ojos, pero

no encontré nada.

Si antes Emilio era una laguna de aguas claras y profundas,

en ese instante era un charco de barro poco profundo y que

no sabes que te encuentras en el fondo, pero todavía pude

hacer que sus orejas se colocaran rojizas, al igual que sus

mejillas. Huyó de mis ojos como antes, con una sonrisa

asomándose en sus comisuras. ¿Lo había chiviado tan fácil?

Me imaginé entrando a Twitter para leer 'aw, muero de

ternura. A J le preguntaron por su papá y E cambió el tema

mientras le tomaba la rodilla. Ay, mi ship. Es que sison'.

Me di una palmada mentalmente en la frente.

La entrevista siguió, hablaron del génesis de los personajes

de la serie. Que Carlota tenía el nombre de la abuela de

Santi, que Pablo inventó a Mateo como un antagonista que

cambia su camino y cómo lloró cuando Ubaldo tuvo que

matarlo en el último capítulo de la segunda temporada,

dejando a Diego en una depresión profunda por su amor

perdido. Si me preguntaran a mí, puro cliché.

Emilio sonrió muchas veces, buscó mi mirada, hizo el

93
gesto de tomar mi rodilla o poner su mano en mi hombro,

pero se controló. Al igual que yo, que quise mirarlo como

nos mirábamos antes, frente a frente, sin decir palabra y

diciéndonos todo. Como si mi estómago me jugara una

broma, se me antojó un sándwich de Starbucks con un

Frappuccino Cookies&Cream.

—Bueno, muchas gracias por acompañarnos, en 'Tras la

cámara', especial del fenómeno Aristemo —concluyó la

entrevistadora—. Nos vemos la próxima semana, 10 y

media de la noche por Las Estrellas.

Después de casi una hora de material las cámaras se

apagaron. Las personas terminaron de aplaudir a pedido

del coordinador de piso.

—Vamos a tomar un receso de una hora, para poder seguir

con las demás presentaciones, el público puede pasar al

salón de al lado. Estamos muy agradecidos de que hayan

venido y tendremos algunas sorpresas preparados para

ustedes —se despidió el coordinador haciendo señas a lo

que decía.

En mi mente, pensé en que estaba más seguro en el salón

94
vecino, lleno de fans con preguntas que en ese escenario

con la entrevistadora o en el camerino con Emilio.

—¿Vas? —preguntó dándome el paso, como siempre lo

hacía. Asentí.

Entonces, como parte de la costumbre, Emilio colocó la

palma de su mano en mi espalda baja, siendo el primer

toque real y largo que teníamos desde que había llegado.

«Pinche cabrón», pensé tratando que mi corazón no se

saliera por mi boca. Pero era tarde porque vi por el rabillo

de mi ojo que Emilio ya había escuchado mis latidos. ¿Que

cómo lo supe? Pues, porque su media sonrisa apareció en

su rostro como la mejor obra de arte que existía, esa media

sonrisa que noqueaba parte de mi cabeza y, dijera lo que

me dijera, lo seguiría por toda la vida.

95
5.
Dos chavos en cuatro paredes

Mayo, 2018

Hora uno:

La mirada de Emilio recorría el rostro de su compañero

que tenía en frente. Ambos sentados en sillas de plástico en

medio de un gran salón del CEA no era la manera en la

cual pensaba pasar esa mañana de lunes.

Era el primer día de llamado de foro, con un sol cálido de

no creérselo, que se colaba por entremedio de las persianas.

Pero estaban ahí, mirándose el rostro tratando de

memorizar lo más que podían del otro para el director, que

les había pedido con ahínco que se esforzaran por realizar

ese ejercicio de actuación que tan mal se les estaba dando.

96
Joaquín suspiró de puro aburrimiento. El paliacate que

tenía rodeándole la frente le hacía sudar la cabellera y,

entre nosotros, su trasero ya molestaba en esa silla.

El mayor de los chicos desvió su mirada de la cara de

Joaquín para ver cuánto tiempo quedaba para terminar ese

silencio que lo tenía al borde de volverse loco.

—Llevamos 20 minutos —dijo un tanto cabreado.

Memorizar no era uno de sus fuertes y con desviar la vista

ya había olvidado de qué lado estaban las pecas y lunares

de Joaquín.

—¿Quieres pasar al otro ejercicio? Se supone que tenemos

hasta mediodía.

—¿Ya me memorizaste?

—Es que la neta no es tanto, tienes dos ojos, una nariz, ¿qué

más te invento?

Emilio rodó los ojos haciendo que su encabronamiento

aumentara.

—Mira, no soy de esos que andan metidos en pedos con

compañeros de trabajo, pero siento que te estás tomando

esto muy poco profesional, güey —atacó con tono

97
calmado—. O sea, ponle tantita atención a lo que haces.

Joaquín se paró de su asiento, se volteó dándole la espalda

y comenzó a decir:

—Tienes tres cicatrices redondas y pequeñas. Dos en la

nariz y otra debajo de tu ojo como por afuerita, igual que

una larga debajo de tu ceja, todas del lado izquierdo —dijo

con convicción—. Ah, y la del mentón también, igual que

la de tu brazo izquierdo. Nariz fina, puntiaguda, cejas...

perfectas, supongo. Y creo que tienes un diente de sobra.

Ni Emilio se acordaba de tantos detalles y era su propio

rostro.

—Sí, tengo un diente de más.

Joaquín no se volteó primero porque esperaba que Emilio

dijera algo de sus facciones como ataque y segundo porque

haber estado casi media hora con la mirada fija del chico

en su rostro lo tenía un tanto sonrojado. Sus orejas le

ardían, así que estaba consciente de aquello.

—Chale, lo siento, es que esto ya es difícil. Básicamente mi

papá no quería que hiciera esto, a él no le gusta tanto que

me hubiera metido aquí y pienso que cree que no quiero

98
actuar tanto como lo quiero. Todavía me sigue viendo

como un mocoso.

Emilio también se paró de su silla, apretando el corazón de

esponja que había robado de la oficina de su padre ese día.

El menor agradeció dentro de su cabeza que su madre fuera

su pilar y la que más apoyo le brindaba, no se había dado

cuenta de eso hasta ese momento.

—¿Se te haría más fácil si escribes una descripción de mi

cara? —preguntó tratando de ayudar—. Sería como

aprenderte un texto, parte del guion.

Emilio apretó más el corazón que tenía en su mano. Hizo

un gesto y ambos volvieron a sentarse en las sillas frente a

frente.

—No mames, tienes un chorro de pecas —sonrió

comenzándolas a indicar con su dedo índice. Trazó desde

el final de la ceja derecha hasta unos centímetros de

distancia del borde del ojo para bajar hasta el medio de la

mejilla de su compañero—. Te pareces a esos juegos de

escuela que juntas los puntos y haces un dibujo completo.

—También tengo una cicatriz en la mejilla derecha.

99
—Yo todo en el lado izquierdo y tú todo en el lado

derecho. Qué cosas, ¿no?

Joaquín parpadeó para intentar sacar pensamientos que

pasaban por su cabeza. Se había detenido a mirar a Emilio

durante el recorrido del dedo por su cara. El chico tenía

una piel casi perfecta, sin ningún vello ni un poro tapado

y pensó que cuando le conociera más podría pedirle el

nombre de su dermatólogo. También se dejó llevar por las

pestañas largas que resguardaban unos ojos cafés fuertes e

intensos.

—Joaco, creo que no era tan difícil, solo estaba distraído.

El sonido de las palabras lo sacaron de su letargo. Ay, para

qué me hago el tonto. Anudé una hebra de Joaquín al

tejido de Emilio, así que, si generaba algo más que un

sentimiento de amistad entre estos dos, tomaré completa

responsabilidad de todo. Si termina bien es gracias a mí, si

termina del asco, pues, los culpo a ellos.

Hora dos:

—Entonces, ¿siempre estuviste por aquí?, entre el CEA y

100
grabaciones nunca te vi —dijo Emilio mientras lanzaba la

pelota de nuevo a la pared—. Tu cara no es tan común, te

hubiera visto antes, además creo que compartimos un

chorro de amigos.

—Pues, igual y el canal es grande, los foros de La Rosa y El

Dicho no están en este lado, así que era más difícil.

—Ya, pero la cafetería, o ¿me vas a decir que no comes? —

preguntó recibiendo la pelota en el aire—. O sea, sé que te

he visto antes, te reconocí el día que nos vimos, pero no

creí que te acordaras de mí.

Joaquín sonrió adelantando su cuerpo al rebote de la

pelota contra el muro.

—El de la cruda en la fiesta de Renata —miró con disimulo

a su compañero que torcía el gesto—. ¿No recuerdas que

nos molestaron toda la noche diciendo que nos

parecíamos?

—Güey, estaba pedo, pero no tan pedo y ni nos parecemos,

que Ren y Roy lo superen, a la verga.

El menor lanzó una risa un tanto ahogada por el esfuerzo

de seguirle el ritmo a Emilio con el asuntito de la pelota

101
contra el muro, contra el suelo y contra su cara, que parecía

el lugar favorito del chico para lanzársela.

—Pues, igual tenemos chinos... y listo, paramos de contar

en lo que nos parecemos.

El turno de sonreír fue de Emilio.

—Paremos un rato porque estás a dos tiros de morir.

Joaquín asintió llevando sus manos a sus rodillas para

recobrar el aliento. No era bueno en deportes, tampoco era

de hacer ejercicio, así que sí estaba cansado.

Emilio destapó una botella y se la pasó para que bebiera.

—Si te deshidratas te dolerá la cabeza por la falta de agua

en las meningitis.

—Ah, mamón —dijo rodando los ojos—. Pues, además es

meninges, vato ignorante.

—¿Así que con esa? —respondió chocando su hombro con

el de su compañero—. No creas que soy mamón, porque a

veces me pongo así, pero rápido se me pasa.

Joaquín llevó la botella de agua a sus labios, pero se quedó

mirando fijo a Emilio. Algo en su pecho se sintió extraño

cuando se le acercó a ese punto que él consideraría

102
incómodo en alguna otra persona sin tanta confianza. El

chico miró sus ojos para llegar a posarse en sus labios.

—¿Crees que sí me salió? —preguntó volviendo a su

posición inicial—. Igual creo que puedo ser más

convincente, pero en serio quiero que la promocional

quede excelente.

—¿Perdón?

—Estaba haciendo mi cara de 'hey, me gustas' y tu cara de

'ay, me miras y me asustas' sí estaba buena, como que hasta

te veías tímido.

Joaquín sonrió incómodo. Si el director quería química

actoral cuando los encerró en esa sala antes de su llamado

a maquillaje y vestuario para grabar la primera promo de

la pareja, lo estaba logrando. Su compañero se movía con

más confianza que en los ensayos anteriores, pero para

Joaquín era más complicado. Sí, tenía amigos heteros,

hasta amigas lesbianas, pero con ellos no tendría el

contacto que debía lograr con Emilio en menos de dos

horas. Para Joaquín el contacto físico no era algo extraño,

tampoco algo de lo cual los otros no fueran dignos, pero el

103
tacto de Emilio, que solo le había rozado los dedos cuando

le había pasado la botella, le había dejado un picor dulce

en las manos, como si las necesitara de nuevo y no quería

eso.

Joaquín Bondoni ese día se había levantado de su cama a

trabajar en lo que amaba, no a dejarse llevar por un

sentimiento que tenía reprimido dentro de su ser por

elección propia.

—Y, ¿tienes novia o qué pedo? —preguntó el chico

sentándose contra la pared—. Se supone que vamos a

trabajar juntos, deberíamos conocernos más.

—No, yo en el amor ya valí.

—Ay, güey, ¿cómo así?

—Tenemos como 15 años, la verdad ni idea de que es el

amor. Estamos verdes para eso.

Emilio desbloqueó su celular buscando en su galería una

de las fotos que quería mostrarle. Una chica de rizos

esponjosos, ojos verdes y sonrisa tierna adornó la pantalla.

De repente me acordé del nudo de la novia que no me

dejaba tejer tranquilo.

104
—Llevamos saliendo un tiempo, sí está chula, ¿no?

La sonrisa del menor tambaleó entre sus labios. Era una

chica, una chica mujer. Una chica con pechos, con caderas

y, podía casi asegurarlo, con otras cosas que a Emilio le

fascinaban, como una suave piel y unos tiernos labios para

besar. Algo que él no sería, quizás ni volviendo a nacer.

Vaciló si mostrarle él la fotografía de su último ligue.

¿Cómo reaccionaría si supiera que no era una chica? Quizás

se encogería de hombros, diciendo 'da igual, bro' o se

espantaría. Y es que todavía no olvidaba el comentario que

había hecho Roy meses antes.

Su celular tomaba peso en su bolsillo con esas tres

fotografías que todavía no tenía valor de borrar, no por

sentimentalismo, sino porque lo hacía más real.

—Sí, se ve muy simpática —mintió.

—Es una preciosidad, tiene un genio de puta madre, pero

creo que es solo porque está lejos. Igual y hablamos todos

los días, pero ya vendrá, así que bien por mí —Emilio

guardó su celular sin antes darle una última mirada a la

chica—. Pensé que andabas con Renata Guerra, siempre

105
dice cosas de ti.

Cuando Joaquín iba a contestar, la puerta se abrió dejando

ver al director y el productor que se sorprendieron de

encontrarlos así.

—Sí hicimos los ejercicios —soltó Joaquín como con

culpa—. Todos, solo descansábamos, señor.

—Va, va. Ahora a maquillaje y vestuario, por un corte de

pelo —comentó Juan aplaudiendo para apurarlos—.

Vamos que van con retraso, rápido, rápido.

Ambos salieron del salón, sabiendo que al día siguiente

tendrían que volver a entrar ahí, a ese salón que guardó

risas, anécdotas y algunas peleas. Mismo salón que vio sus

primeros roces, sus primeros acercamientos, la perdida de

la vergüenza, largos ensayos, el inicio de la amistad y la

confusión. El salón que culparon de las calamidades y las

maravillas que siguieron.

26 de noviembre, 2029

Creí que nada podría borrar mi media sonrisa provocada

106
por solo sentir los latidos acelerados de Joaquín con tocarle

la espalda. Su respiración azotaba su cuerpo tan fuerte que

sentía su torso vibrar debajo de mi mano. Por unos

momentos quise creer que nada había cambiado. Ahí

estaba sintiendo el cuerpo de Joaquín con un simple roce

mientras él caminaba abriendo el paso para los dos. Me

sentí tan poderoso, como si hubiera sido un ser supremo

recuperando parte de sus poderes. No mames, ¡qué

sensación!

Como si lo hubieran hecho a propósito mis amigos

caminaban adelante en el pasillo a los camerinos, hasta

llegar a los marcados con sus nombres y entrar en ellos.

Parecía que nadie intentaba mirarnos mucho.

Joaquín y yo, en cambio, estábamos lejanos a aquella

puerta que podía ser nuestra jaula por la siguiente hora si

no encontrábamos a nadie más con quien poder conversar.

—Iré con Nikolas —escuché decir a Joaquín. Era la

primera vez que hablaba dirigiéndose a mí sin tener que

responder algo de la entrevista y quería guardar cualquier

sonido que emitiera. Su voz había encontrado ese tono

107
maduro y casi rasposo.

—Joaco, ¿no te parece que esto es de niños? —pregunté

tomando su brazo con delicadeza—. Ha pasado un chorro.

¿Por qué no salir un rato? Vamos al café de la vuelta, nos

tomamos algo y conversamos, no tiene por qué ser raro o

incómodo. Solo dos vatos por un café.

Con mi dedo pulgar tracé círculos contra su antebrazo,

como antes. Me sentí con 10 años menos y no supe cómo,

si estaba rozándolo siquiera.

—Pues, no sé si podemos salir de aquí, podríamos tener

problemas...

—¿Con quién? —la manera en la que lo dijo me causó

ternura como en otros tiempos—. Mi papá no está aquí,

nadie nos extrañará por unos minutos, Joaquín.

Miró a todos lados como si las murallas le fueran a dar la

respuesta a una interrogante interna. Mi corazón no se

movió ni una pizca en lo que se decidía. El miedo en mi

interior crecía con cada segundo de silencio, y es que

cualquiera fuera la decisión que tomara no estaba del todo

listo para oírla.

108
—Va, vamos, pero sin cosas raras, que te conozco.

—A ver, ¿cuándo te llevé a algún lado mintiéndote?

Supe que recordó algunas veces porque soltó una risita

corta que mantuvo en una sonrisa en sus labios mientras

negaba con la cabeza. Ese era mi gesto favorito de Joaquín.

Sin importarnos que afuera estuviera cayendo una lluvia

fina, y no vistiéramos ropa adecuada, salimos por la puerta

de atrás. Sí, se sentía extraño volver a hacer eso. Llevaba

años sin caminar por esas calles o ir a esos lugares, menos

tener su compañía.

Trataba en lo posible que mi brazo rozara el de Joaquín

cuando caminábamos. Aunque nuestras chaquetas fueran

gruesas quería experimentar esa electricidad entre

nosotros, olvidando los miedos y las posibles heridas que

creía se podrían abrir al terminar el día.

—Así que Nueva York.

—Sí, ha estado bien loco —dijo como si fuera una

conversación que tuviéramos todos los días—. Argentina,

¿no?

Me encogí de hombros quitándole importancia, pero me

109
regaló una sonrisa que hizo que aparecieran sus margaritas

en la parte alta de sus mejillas.

—Los que no iban a irse de México —soltó con un tono de

nostalgia—. Pues, nada nos pasó cómo pensábamos.

Noté el cambio de la conversación, pero no lo quería.

Deseé con todas mis fuerzas congelar el momento,

mantenerme ahí, crear un espacio donde estuviéramos

ambos hablando, no sacándonos en cara que nos fuimos,

que no estábamos juntos, que las cosas no eran como las

habíamos planeado porque de haber sido así, estaba seguro

que seguiríamos siendo lo que fuimos, porque a pesar de

los años esos sentimientos no se iban incluso cuando

intentaba espantarlos y jamás hubiera dejado de mirar a

Joaquín como si fuera arte, como si fuera una pieza

maestra, lo mejor creado por el universo, las galaxias y

todas esas madres. Quería nuestro salón del CEA con tantas

ganas.

—Vinieron cosas más grandiosas, diría Santi.

—Supongo que sí —concordó frenando su paso quedando

frente a mí—. Míranos, casi adultos, tomando las cosas

110
como personas responsables. Casi me siento orgulloso de

nosotros.

Sonreí de mala gana dándome cuenta que había parado de

caminar porque estábamos en la puerta del café.

El lugar estaba cambiado, pareciéndose más a una cadena

independiente que de Starbucks, tenía ese olor a nuez

moscada y nata que nos gustaba.

Hicimos nuestra fila sin decir más. Estábamos en ese punto

donde no tienes qué preguntar porque la puedes cagar o

porque ya no hay más tema. Algo que nunca pensé que me

pasaría con Joaquín, con quien podías hablar del clima, de

los cometas que habitan el cielo, de amores, de películas.

Por meses pensé que siempre tendría de qué hablar con él

solo para tener su voz en mi cabeza, esa voz que pensé

perdida en mi memoria, pero que estaba en esa caja

escondida en algún rincón esperando a que fuera lo

suficiente fuerte para abrirla. Ese día me había permitido

desenterrar tantas cosas que no sabía cómo podría volver a

encerrarlas después de dejar de verlo.

Luego que el barista nos tomó la orden comenzó a preparar

111
las dos bebidas. Un expreso para él, un frappé con extra

crema para mí. ¿Quién es él, que toma expreso cuando

siempre fue de tomar té?

Nos entregaron nuestros vasos, donde él agregó dos sobres

de azúcar, ¿neta?

—Y, ¿sales con alguien? —su pregunta me tomó

desprevenido lo que hizo que colocara más canela de la que

quería en lo alto de mi crema.

—No, ahora no —omití información pendiente de limpiar

mi desastre—. Sí salí con una chava, de una de las novelas

que hice en Argentina, pero no resultó. ¿Y tú?

Fue él quien se descolocó. Como pudo tomó la tapa de un

vaso de medida incorrecta y trató de colocarlo como diera

lugar.

—Allá es distinto, Broadway es más... carnal o lujurioso,

creo. Hay tanto de donde puedes..., ya entiendes, ¿no?

Mordí mi mejilla por dentro. Cuando vi que su tapa no

ajustaría en su vaso lo ayudé como era costumbre,

cambiándola por una de su tamaño y presionándola con

suavidad contra los bordes.

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—Entonces, es un sí.

—Entonces, es un tal vez constante.

Quise apretar mi vaso plástico con tanta fuerza que la

crema sería un recuerdo. Imaginarme a cualquier persona

besándolo, tocándolo, siquiera acariciando una de las pecas

de las que me había adueñado por meses, me dieron ganas

de mandar a la verga todo y a todos. Recordé que

llevábamos más tiempo separados que lo que pudimos

durar juntos. Que sin duda alguien más había sido dueño

de sus besos o sus caricias. Me consolé pensando que las

primeras siempre fueron para mí. Fue una mierda de

pensamiento.

—Lo dices como si fuera algo simple.

—Allá lo es, neta —sonrió con picardía—. Hombres,

mujeres, no hay pudor en los camerinos y las fiestas sí son

locas, fuera de broma.

Tomé un poco de mi frappé, pero no sabía como debía.

Quizás mordí mucho mi mejilla y la mitad de lo que sentía

era sangre en mi boca o era que había perdido la costumbre

de tomar esas mamadas.

113
—Recuerdo cuando hablábamos de eso y te ponías todo

rojo —sonreí con pesar—. Sí estás cambiado.

—¿Por qué? ¿Porque nuestros primeros fajes fueron con la

ropa puesta o no te dejé tocar debajo del pantalón los

primeros meses? —preguntó como si fuera la conversación

más trivial de la vida—. O, ¿porque algunas veces que lo

hacíamos me quedaba con la playera puesta?

Me horroricé atorándome con lo que parecía ser un trozo

de hielo que desvió el rumbo.

—Te pillé en curva.

—Sí, cierto, pero ya no somos críos, ¿no? —asintió a mi

pregunta tomando de su café como si fuera la bebida más

deliciosa, mientras yo seguía atorado con el hielo.

—¿Y el disco? —cambió el tema como si nada—.

¿Compones para ti o comenzaste a vender tus canciones?

Agradecí que cambiara el tema, porque no podía imaginar

a nadie digno de tocarlo, o a más de uno, o una. Ni yo me

consideré digno cuando llegó el momento.

Me estaba volviendo loco y solo porque había insinuado

algo que era bastante normal en un chico de su edad en el

114
mundo que se desenvolvía. Pensé que mi tacto en su piel

estaba borrado por completo, que de mis besos no

recordaba ni el último. Sentí tantos celos de que alguien lo

hubiera tenido como lo tuve. Luego recordé que no tenía

derecho, que tampoco lo tuve porque no le pertenecía a

nadie.

—Está un poco difícil, pero bueno, vamos para adelante en

vez de para atrás, así que da igual.

—Ya tocas la guitarra —dijo y tuve esperanza que lo

hubiera leído, que me hubiera visto en alguna parte—.

Alguien con quien salí un tiempo tenía esas durezas en la

punta de los dedos. Él lleva tocando desde años, por eso lo

digo.

—¿Un ligue?

—Fue hace mucho —mintió. Lo supe porque no me miró

a los ojos y comenzó a mover sus dedos nerviosos contra el

vaso que sostenía.

No mames, no mames, no mames.

—Es chico.

—Obvio que es chico, Emilio, no se te quita lo joto con la

115
edad, o al menos no a todos.

Entendí el impacto de sus palabras en cuanto las

pronunció. Cuando estuvimos nunca nos pusimos una

etiqueta. Joaquín era gay, lo decía, lo sabía, me lo había

confiado tiempo atrás. Yo... a mí me gustaban las chicas y

Joaquín, y quizás otro hombre después de él, pero no le

había hecho caso al sentimiento, porque, aunque fuera

hombre o mujer, siempre sentí que traicionaba esa parte

que se había prometido quererlo con toda el alma, en ese

juramento que me había condenado quizás. Dentro de mí

supe qué era desde que comenzó la confusión en mi mente,

donde el tacto de Joaquín erizaba el vello de mis brazos,

cuando su voz comenzó a ser la única que me calmaba en

medio de una multitud, lo supe cuando lo quise besar

innumerables veces, pero nunca lo dije en voz alta, no por

miedo a no ser aceptado, sino porque jamás lo hice y me

arrepentiría de no haberlo dicho en su momento tal vez

toda la vida. Ya daba igual, no pensaba que me pudiera

enamorar de otra persona que no fuera Joaquín.

—Hey, Emilio —el sonido de su voz me pegó llevándome

116
al presente—. Deberíamos hacernos caso a nosotros

mismos y tratar en lo posible que hoy no sea un mal día.

¿Te acuerdas de cuando cumplí los 18?, podríamos hacer

eso, ¿no crees?

Asentí a lo pendejo. Me gustaba el pensamiento de honrar

a nuestras versiones adolescentes. Tomamos asiento en una

de las mesas de afuera, agradeciendo que estuvieran

cubiertas por una clase de carpa. Joaquín hurgó en sus

bolsillos, sacando una cajetilla de cigarrillos.

—Joaco, no mames.

—¿Qué? No es como si no lo hubieras hecho.

—Güey, hace años y terminé mareado y con la garganta

terrible —tomé el delgado cilindro que colocó en sus

labios unos segundos antes para arrojarlo al suelo—. Neta

entiendo que seas todo liberal y que salgas con quien te

plazca y esas mamadas, pero tu voz es tu herramienta. Eres

artista, eres cantante, no te pongas todo menso.

Joaquín sonrió, sin ninguna molestia aun cuando estaba

seguro que era su último cigarrillo.

—Ay, no te pongas en ese plan. Pues, no fumo y ya.

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Suspiré dejando salir parte de mi ira. Estaba enojado

porque había salido con un tipo que tocaba la guitarra,

pinche datazo que me valía verga. Además, de andar

dándoselas de adulto con un cigarro entre los labios.

—Bueno, ya que te pusiste todo así, mejor nos devolvemos

al teatro, podemos estar más tranquilos quizás si hay más

personas con nosotros.

Pero no quería más personas entre nosotros, no quería

estar en cuatro paredes que no fueran las de nuestro salón

del CEA compartiendo esa conversación que iba mal, por

no decir lo menos. Quería a mi Joaquín de 15 años,

sonriente, humilde, perfecto para mí con todas esas cosas

que lo caracterizaban, contando los gritos y saltos.

—Es que no entiendo ciertas cosas de la última vez que te

vi y no estoy seguro de querer saberlo tampoco, nadie supo

de ti por dos años —susurré esperando una reacción más

propia de él, como que buscara mi mano sobre la mesa para

apretarla o solo desviara la mirada, pero la mantuvo firme,

fija en mis ojos.

—Emilio, han pasado años y no estamos haciendo lo que

118
prometimos —dijo con suavidad—. No vine a México por

la entrevista, vine por mi familia y acepté esto no para

verte, sino que porque son fans y estuvieron ahí para

nosotros y nos siguen apoyando, pero si a algo estoy seguro

que no vine fue para calmar fantasmas, así que el asunto es

este; podemos quedarnos aquí y charlar de cómo ha sido

nuestra vida como dos viejos amigos o desenterrar muertos

que no quiero desenterrar contigo, porque al final, sí te

dejé atrás, sí moví página.

—Thank you, next —canté esa vieja rola—. Disculpa es que

no sé cómo hacer esto.

—Emilio, como con cualquier ex, como cuando seguías

hablando con María —rodó los ojos, divirtiéndome.

—Va, disculpa —inclinó su cabeza aliviándonos a ambos

la carga—. Entonces ¿cuál es la siguiente obra?

Y por unos segundos vi al antiguo Joaquín emocionado,

con los ojos brillantes desbordando alegría. Esa alegría que

me encantaba porque fue la misma que vi el día que fui a

Nueva York a su primer estreno, el primer día donde el

mundo completo supo su nombre sin enlazarlo al mío.

119
6.
Inmarcesible
Inmarchitable, que no perece

Julio, 2021

Dentro del camper se escuchaba el sonido de la lluvia caer

contra el techo. Era la última semana de grabaciones de la

que se creía sería la última temporada de la serie. Muchos

supuestos, pocas certezas.

Emilio descansaba con la cabeza hacia tras en el sillón del

camper mientras con un libreto se cubría la cara. Los gritos

de Joaquín enojado le zumbaban en los oídos con cada

descarga. Eran aquellos que le ponían la voz aguda y con

un volumen elevado que molestaban un poco.

Era bien sabido por él que hacer enojar a su novio nunca

era una opción, pero para su desgracia, esa semana no era

120
la de ellos. La propuesta del fin de semana apartados se veía

amenazada por la lluvia y además por la bomba que había

dejado caer Juan Osorio sobre la pareja. No era grave, no

era contra ellos, pero era un tema que tenían que conversar

y no habían podido por los gritos del menor.

El chico no se cansaría de su novio incluso cuando estaba

enojado o cuando no había querido darle su beso que

acostumbraba al entrar al camper esos últimos dos días.

Con Joaquín tenían un lindo ritual, no importaba donde

se encontraran, siempre el primer contacto del día era

común y corriente; un abrazo por los hombros, un beso en

la sien del menor, una caricia en la mejilla o cualquier otra

que hubieran hecho en los años de relación que llevaban,

pero en cuanto estaban ensayando diálogos o mirándose a

los ojos se sonreían y besaban lento, porque no importaba

si alguien estaba cerca, el primer beso del día era como si

fuera el último que pudieran darse. Tierno, romántico, con

las manos de Joaquín en la cintura de Emilio mientras este

lo sujetaba con gentiliza del cuello.

Suspiró. Pocas veces le había prometido cosas a Joaquín,

121
pero romper la última con solo minutos de haberla hecho,

le destrozó parte de su propio corazón.

«Algún día seré suficiente», pensó.

La puerta del camper sufrió un sacudón y se abrió haciendo

un ruido metálico.

La cara de Joaquín cambió al verlo dentro. Esperaba no

encontrarlo, aun cuando el nombre de su personaje estaba

en la puerta, junto al de él.

—Te hacía en llamado más tarde —comentó tomando la

ropa de Temo de uno de los percheros.

—Vine antes, tenía que aprenderme los diálogos —

respondió incorporándose—. Anoche no pude dormir, no

apareciste de nuevo.

Joaquín se volteó quedando frente a su acompañante.

Cruzó sus brazos en su pecho.

—No me vengas con esa de niño taimado, Joaco. No fue

mi idea y dije que íbamos a discutirlo, ¿qué más quieres

que haga?

—Debo ir a prepararme y la maquilladora llegará en un

rato.

122
Emilio tomó entre sus dedos el dije que colgaba del collar

de Joaquín. Era parte de sus juegos, un tacto leve, algo

pequeño como un roce de dedos, un toque de labios en el

sitio justo y la pelea se habría ido. Y claro, yo podría tejer

un poco más, si no les importa. Muchas gracias.

La respiración de Emilio se torció, aumentando su ritmo,

necesitando entreabrir los labios para darle más cabida al

aire. Medio sonrió mirando los labios de Joaquín y es que

sabía que el punto de partida era la comisura derecha, si le

atinaba ahí, seguir no era problema. ¿Quién podría tener

un punto de gatillo tan cercano a la boca? Pues, Joaquín

Bondoni.

Entonces se inclinó para nivelar sus bocas, liberando un

poco de aire que golpeó los labios de Joaquín.

El escalofrío en el cuerpo del menor fue notorio, eléctrico,

naciendo desde su nuca hasta la punta de sus dedos. Podía

detenerlo, pero no lo hizo.

Emilio se dirigió desde la comisura atacando el labio

inferior, rasgando, cortando con sus dientes. Joaquín

trataba de darle atención al labio superior de Emilio, pero

123
no lograba hacerlo de la misma manera. Entonces, abrió la

boca dándole la bienvenida a una juguetona lengua. Me

sentí mal tercio, de veras.

Sin premeditarlo, el cuerpo de Joaquín chocó contra la

mesa de preparación de maquillaje y peinado. Estaba

atrapado entre un cuerpo que aumentaba su temperatura y

el calor de las bombillas que rodeaban el espejo.

—Aire, necesito aire —pidió en una pausa que le dio su

novio al retirar sus labios y bajar por su cuello.

Emilio se alejó satisfecho, pero no quitó sus manos de la

cintura del chico. Se supo ganador, pero entre nos, jamás

ganaba una pelea.

—No inventes, Emi, tengo que ir a grabar y no puedo ir

todo magullado —rio volteándose a analizar cada

centímetro de sus labios.

—No mordí nada, lo juro.

Pero cualquiera que los conociera sabía que Emilio no

tenía los labios tan gruesos y cereza o que Joaquín no se

podía succionar el cuello solo.

—Va, después de grabar vamos a ir a tu casa, como

124
quedamos; a hablar, pero no puedes hacer eso siempre que

peleamos —dijo acariciándole una mejilla—. No estoy

enojado contigo, pero entiéndeme.

Emilio asintió para después chocar sus frentes.

—Ese hablar que dices, es con ropa puesta, ¿no?

—Te pasas de menso, neta —lo alejó con un empujón en

el hombro—. Ahora vete con Ale para poder cambiarme.

—No es como que no te haya visto, pero bueno.

Tomó su guion para salir en dirección al camper de su

amiga, la cual calculó estaría lista para ensayar sus escenas.

Desde afuera del camper, con el nombre de Carlota, Diego

y Mateo en la puerta, se escuchaban risas animadas. No

tuvo que forcejear mucho para abrir y encontrarse con los

tres actores sentados en el sillón similar al que tenía en su

camper.

—No manches, si no es Osorio Jr. —dijo Nikolas en cuanto

lo vio.

—No lo molesten, ¿no ven la cara que tiene? —lo defendió

Ale riéndose todavía del chiste anterior de Nikolas.

—No se ve muy triste, después de verle la mordida que trae

125
—siguió Eduardo para chocar los puños con el otro chico

que moría de risa.

—Ay, güey no puedo con mi alma, lo juro —agregó el

decolorado limpiando una lágrima imaginaria—. Ya, güey,

¿hablaste con él o qué pedo?

—Básicamente, estamos hasta la verga. ¿Cómo es que

llegamos a joderla tanto en tan poco tiempo?

—Güey, no es que vaya a defender a Joaco, pero sí lo voy a

defender —comenzó el chico de pelo brillante—. Pues

igual y te ha aguantado unas tantas.

—Emiale —dijo Ale.

—Emiko —continuó Eduardo.

—Emiria —terminó Niko. Todos en el camper lo miraron

con cara de quererlo callar—. ¿Qué? Si igual tuvo que

aguantarte en tus etapas perdidas.

—No es eso lo que lo tiene molesto —suspiró Emilio—.

Joaquín quiere hace mucho hacer carrera solo, por eso se

salió de 381, por eso trata de ver posibilidades en el

extranjero. Siento que quiere dejar de ser una sombra.

Ale notó el tono con el que Emilio hablaba. Verlo

126
vulnerable era una de las cosas que la conmovían. Ella sabía

los planes de Joaquín sobre irse con su papá una vez

terminado el proyecto, pero no sabía que Emilio también

estaba enterado.

—Siento que, si se va, una parte de mí se irá con él —

agregó—. Llevamos tanto tiempo juntos, como pareja y

como compañeros de trabajo haciendo lo mismo y

teniendo la misma rutina que se ha convertido en algo

seguro, ¿saben?, es como si no supiera quién soy cuando no

estoy con él, incluso cuando es una noche. Estoy tan

acostumbrado que no deje de moverse ni cuando duerme

que ayer me la pasé en vela por extrañarlo y eso no me

había pasado nunca, con nadie.

Eduardo y Niko miraron a Ale con un gesto de

asentimiento.

—Bueno, Emi, esto ha cambiado de rumbo y ahora vamos

a tener una conversación seria —dijo la chica con

convicción colocándose frente a su amigo—. Eso no debes

sentirlo porque es normal que las personas se separen,

Aristemo no será eterno, eres hijo de padres divorciados, así

127
que lo sabes. Joaquín puede tomar cualquier camino sin

necesidad de preguntarte algo y él puede decidir qué hacer

con su carrera y con su vida sin seguir siendo tu sombra si

así lo piensa. Tú tienes el deber de apoyarlo, como amigo,

pareja y colega. Si él quiere Estados Unidos y puede

conseguir una beca pues se va, tú vas y lo visitas. Tan, tan.

La mano de Niko se estampó en su cara con un ruido

fuerte.

—Ay, Ale, ¿qué hemos hablado de la delicadeza?

El comentario le sacó una sonrisa al rizado.

—Va, va, arreglaré esta mamada y pos, veremos qué

hacemos. Sea como sea, nos amamos, ¿no?

—Pues creo que más que arreglarlo con mamadas,

deberían hablarlo como personas adultas, las mamadas se

las pueden dar después —dijo Nikolas dando golpecitos en

la espalda de Emilio. Las personas dentro del camper

quedaron en silencio con el comentario.

—Eres un tremendo enfermo —afirmó Ale dándole un

golpe en la nuca.

—Ya, ya, yo nada más decía.

128
Nikolas y Eduardo salieron del camper cuando escucharon

unos golpes en la puerta que demandaban que tomaran

posiciones para grabar.

Ale miró a Emilio pensando que si las cosas salían mal sus

dos amigos se verían en una espiral que se haría cada vez

más delgada, llegando al punto donde solo puedes ceder.

No deseaba eso.

Entonces, de manera inconsciente lo abrazó por la espalda.

—Ay, Ale, no es como si fuéramos a terminar. Con Joaco

hemos estado en peores, neta, y solo es un bache y mañana

estaremos bien. No está molesto conmigo, quiere su

espacio y lo entiendo, pero también quiero esto.

—Emi, sabes que creo en el amor verdadero y eterno, pero

creí tenerlo y no fue así, ¿qué pasaría si algún día Emiliaco

se termina?

El rostro de Emilio se quebró por un segundo para

recuperar su sonrisa gigante, mostrando sus grandes

dientes.

—Ay, güey, en el caso hipotético de que pasara, pues yo

creo que seguiríamos siendo amigos.

129
Lo que no sabía mi querido Emilio es que soy traicionero

algunas veces, y las otras veces ni yo mismo sé qué es lo que

estoy haciendo.

26 de noviembre, 2029

Seguí hablando por lo que parecieron horas de la nueva

obra que se venía pronta a estrenar. Broadway había sido

mi sueño desde la primera vez que hice un musical y de

saber qué era en realidad actuar y cantar a la vez. Amaba

todo eso, cada interacción, cómo podías ver a las personas

emocionadas o al borde de su asiento con tus

interpretaciones, algo muy difícil de ver si hacías

televisión. Además, allá era fácil pasar desapercibido a

menos que la gente del medio o fanáticos siguieran tus

pasos en blogs o revistas.

Conversar con Emilio así y de lo bueno que era Broadway

era parte de lo que se podía definir como un sueño, porque

me había pasado mientras dormía y vernos ahí, platicando

de lo más normal incluso cuando se me ocurrió meter la

130
pata y preguntarle si salía con alguien, era una fantasía.

—Entonces, ¡fuiste a Tisch de NYU! —Emilio casi se cayó

de su silla cuando lo repitió—. No mames, no mames, ¡no

mames!

—Sí estuvo durísimo, pero hablas con un Licenciado en

Artes Teatrales e Interpretación.

—No inventes, de ahí salió Lady Gaga.

Su emoción sonó genuina lo que me hizo sonreír, hasta

que reparé en que ese dato se lo había dicho yo, en alguna

de las muchas conversaciones que teníamos de música, esas

que juré por años que no escuchaba.

—Pues, fue difícil entrar, ni te creas —dije con tono de

modestia—. Tuve que hacer dos veces las audiciones y

prepararme con un instructor de voz, aprender proyección

e interpretación y ya después empezar a pedir cartas de

recomendación, supongo que haber ganado dos Glaad sí

ayudó porque hicieron una linda carta, lo que me

sorprendió fue cuando llegó la de tu papá y el canal.

—¿Mi papá?

«Ay, no», pensé.

131
—Pues necesitaba recomendaciones para entrar...

—No manches, ¿mi papá siempre supo dónde estabas?

Algo en el tono de su voz sonaba a molestia y no lo culpé,

la que me dolió fue la que se escuchaba traicionada.

—No, solo le pedí una carta al canal, cuando llegaron las

dos, las agradecí, pero no le pedí a tu papá que escribiera

ninguna, supongo que ellos le pidieron o no sé, Emilio, ha

pasado tanto que da igual —mentí.

—No, sí, igual y tienes razón, puede que hasta no la haya

escrito él —se encogió de hombros y suspiré en mi interior.

—Estaba muy bien escrita, con buena ortografía, así que es

súper probable que no la haya hecho Juan.

Sonrió con pesar. Lo cierto era que Juan siempre supo

dónde estaba. Fue a la primera persona que llamé cuando

aterricé en Estados Unidos una semana después de que salí

de la casa de Emilio, y a la primera que le pedí que no le

dijera dónde iba. Había tomado mi decisión esa tarde y no

dejaría que él tuviera que pasar por lo mismo. Mierda,

cuánto necesitaba un cigarrillo en ese momento.

—Igual siempre fuiste un chingón, cualquier universidad

132
de cualquier lado te hubiera querido.

Me ruboricé porque era lo normal en mí cuando Emilio

decía cosas así. Cuando nos enamoramos, pensé en qué

cosas podría haber visto en mi aparte de los gritos

inmaduros, los granos y siempre estar corriendo de un lado

a otro. Concluí que algo que nos hacía querernos era que

sabíamos el talento que teníamos, que, en el fondo, éramos

el complemento perfecto y el mejor fan del otro. Quise que

esos días volvieran cuando me vi solo en Nueva York en

mis estrenos, cuando dejaba una silla vacía al lado de la de

mi madre y hermana cerca de la primera fila.

—Bueno, hay gente que se hace y otra que nace, por

ejemplo, tú.

Su sonrisa cambió y se amplió haciendo que sus ojos se

estrecharan. Dios, sus ojos.

Dios, ¿cómo iba a poder volver a Nueva York si iba a tener

una dosis gigante de él el día entero?

Dios, ¿cómo logré irme la primera vez?

Su frappé se había convertido en hielo, el popote estaba

mordido hasta más no poder y todavía no había podido

133
terminarme el puto expreso.

—No me ha ido tan bien, después de que me fui a

Argentina las cosas no estuvieron buenas por un tiempo,

pocos me contrataban, no había mucho de donde poder

componer, hasta que de milagro Ricky Martin me quiso

para abrir un concierto benéfico, de telonero y fue eso, un

milagro y un sueño, no mames, la última vez que había

hecho algo así era un mocoso con Cristian Castro —negó

con la cabeza como si no se lo creyera—. Ese día sí me sentí

vivo de nuevo.

Lo supe. Porque se veía majestuoso en ese escenario, o eso

me contaron Ren y Diego, porque no fui capaz de tomar

un avión e ir a verlo. Incluso la entrada todavía descansaba

en algún cajón de mi departamento, junto a los boletos que

había guardado de mis obras que le pertenecían a él.

—¿Siguen hablando?

—¿Con Ricky? —se carcajeó de manera que todas las mesas

se voltearon a verlo—. No mames, Joaco. Si va a Argentina

quizás nos topamos, pero es otro ser, casi inalcanzable.

—Sigue siendo tu amor platónico.

134
Se ruborizó, pero sin duda no esperaba su ataque.

—Te sigue molestando.

Abrí mi boca para decir algo, pero solo sonreí.

—Ya lo superé.

En ese instante me miró con los ojos brillantes, una sonrisa

en el rostro y como 10 años menos. Era mi Emi, el chico

de los chinos, el que creía que vestirse bien era ocupar una

playera de diseños y unos pantalones con estampados con

tenis que no combinaban. El teléfono de Emilio comenzó

a sonar en su bolsillo mientras nos perdíamos en el otro, lo

que hizo que pusiera toda mi atención en el café que estaba

horrible.

—¿Bebé? —dijo al contestar y se me contrajo el corazón—

. Va, va, va, volvemos ahora, sí, va. Nos vemos en un rato.

Colgó la llamada volviendo a colocar su celular en el

bolsillo y lanzando su vaso de frappé al basurero cercano.

—Ale dice que tenemos que volver, nos quieren ahora para

una sesión de fotos y un poco de interacción con los fans.

Se levantó del asiento y, como era normal en nosotros, me

ofreció su mano para ayudarme. A pesar de lo que

135
pudieran pensar su tacto lo conservaba como un tatuaje en

la piel, la idea de tomar su mano, guiar mis dedos entre los

suyos era algo tan natural que mi musculatura la vería

como una coreografía ejecutada a la perfección. En mi

espanto, le pasé el vaso con medio café que me quedaba.

Mi dedo meñique, aquel en el que ocupaba tiempo atrás

un círculo cobrizo, al estar cerca del suyo se sintió aliviado.

Recordé el pinche hilo rojo y todas las mentiras que resultó

ser.

—¿Puedes tirarlo a la basura? Ya no se me antoja.

No manches, Joaquín.

—Claro.

Coloqué mis manos en los bolsillos de mi chamarra por la

tentación de buscarlo. El calor, el tacto, la presión de sus

manos, todo era mi lugar, mi punto de retorno, el puerto

seguro donde se encalla a la perfección, pero no me

pertenecía más.

—Entonces, ¿te quedas hasta cuándo? —preguntó,

sacándome de mi trance.

—Tomo mi vuelo hoy en la noche, vine por esto y por mi

136
abuela...

—Sí, el aniversario de su muerte fue ayer, lo había olvidado

—miró la punta de su zapato emprendiendo el regreso al

teatro—. Lo siento mucho, no pude llamarte ese día.

Supuse que estarías distraído con lo del estreno y además

lo de tu abuela.

Asentí. Mi abuela había muerto el día de mi primera obra

mientras salía al escenario a interpretar un homosexual

interracial en ‘Rent’ y a cantar cómo se mide la vida de una

persona entre que mi mamá elegía el ataúd y hablaba con

la funeraria. No me enteré hasta terminar la obra, cuando

no encontré en la multitud a mi madre ni mi hermana. Ni

siquiera llegué a su entierro por no encontrar boleto.

—Su funeral fue muy lindo, Ren cantó el Ave María y le

salió perfecto —dijo con una sonrisa triste—. Tu mamá fue

fuerte y hasta parecía que ella era la que consolaba a todos,

no mames, ¡qué mujer!

—Tú sí viniste —afirmé con poco volumen.

—Estaba acá por mi cumpleaños, Diego me avisó y, pues,

tu abuelita siempre era la que nos daba golosinas en las

137
tardes, ¿no?

—Papitas y chicharrones —dijimos al unísono, riéndonos.

Reparé en sus palabras.

—¡Ay, Emilio no inventes! —solté con un grito—.

Cumpliste años ayer, ¡no inventes!

Pero me paralicé, no podía abrazarlo porque me iba a

quedar plantado en esos brazos que estaban, aunque fuera

imposible de creer, más anchos de lo que recordaba. No

podía acariciarle su mejilla, porque era un lugar público y

México había cambiado, pero no podía abusar. No podía

besarlo, aunque me moría de ganas.

—Estoy más viejo, nada más.

—¿Para esta edad no ibas a estar casado?

—Ajá, entiendo el chiste —reclamó chocando uno de sus

hombros con el mío. Algo tan nuestro y tan de nadie.

Seguimos nuestro camino hasta la entrada trasera del

teatro. Mi cara ardía por el viento frío que la azotaba y

estaba seguro que del pálido había pasado al rojizo cuando

recibimos el calor del interior después que me abriera la

puerta. Era un caballero, así lo habían educado, después de

138
todo.

—Aguanta —susurró tomando mi codo cuando avancé en

dirección al escenario—. Tienes algo.

No le creía nada, pero me dejé convencer. Con delicadeza,

esa que le habían regalado los años de tocar las teclas del

piano, tomó una hojita de árbol de mi pelo. Mi piel helada

recibió su suspiro y me quedé pensando si podría recibir

más. Si me permitiría a mí mismo reclamar algo.

Estaba tan cerca, tan putamente cerca. Sus ojos vieron los

míos, brillantes, ese límite entre el café y el negro. De

forma automática, mis párpados bajaron lento y mis labios

se entreabrieron, por la impresión, por el impulso, por él.

—Chicos, rápido, que tenemos que ir al salón a ver a los

fans —Ale apareció desde su camerino, logrando que

ambos miráramos en breve a otro lado.

Nos observó con cautela, como lo había hecho esas veces

que sospechaba, pero no sabía. Emilio no ayudó a debilitar

su duda cuando se pasó una mano por sus rizos. Ese gesto

era exclusivo para cuando se sentía expuesto.

—Va, ya vamos —refunfuñé moviéndome sin ganas.

139
—Si no te importa, me gustaría quedarme con Joaquín un

rato, ¿va? —dijo a Emilio con su sonrisa de encanto, esa que

solo guardaba para obtener algo.

Mi acompañante dejó de tocarse el cabello y caminó hasta

el fondo del pasillo para perderse.

—¿Le contaste de tu vida en Nueva York? Porque si no

sabe, deberías siquiera tener tantita ma...

—Ale, nadie sabe —la callé—. Dios, ¡qué enojo el tuyo!

Rodó los ojos, puso sus manos en las caderas y supe que

estaba a poco de juzgarme.

—Joaquín, cuando te fuiste como buena amiga te fui a ver,

estuve contigo, le mentí a Emilio, a Niko, me quedé

contigo hasta que paraste de lamentarte, literal te levanté

del piso, así que no manches, no la friegues —suspiró

cuando bajé mi mirada—. Si quieres arreglar las cosas,

hazlas, pero tienes que saber que volverte a ir después no

será opción, si quieres pasar página, pues, es hora y si, en

alguna parte del corazón, piensas que todo puede volver a

cero, aquí estoy.

Haber crecido en los años que llevábamos separados me

140
permitió poderla abrazar por los hombros para besarle la

frente.

Recordé su visita a Chicago, cuando me dijo que ahí solo

había vientos fuertes y rascacielos.

—Fue solo un resbalón de los que normalmente me pego

—dije comenzando a caminar—, no volverá a pasar.

Ale asintió, aunque con un poco de tristeza en la mirada.

—¿Estás listo? —preguntó tomando el picaporte para

adentrarnos en el salón—. Sí sabes que la mayoría de las

preguntas van a ser para ti, ¿no?

Negué con la cabeza, porque nadie tiene tan buena

memoria. Era imposible que nos siguieran el rastro desde

que nos separamos de Aristemo, además de que tenía más

proyectos, la siguiente obra, había cosas que podía contar

de... No, sin duda alguna, preguntarían de Emilio, México

y por qué me había ido.

Los primeros gritos y risas llegaron del interior, por lo que

calculamos que Niko había contado algún chiste o blooper.

O coqueteaba con Emilio como solía hacer.

Detuve a Ale de abrir la puerta cuando estaban más

141
ruidosas para esperar esa calma posterior, porque así es

cómo se hace una entrada.

Cada uno abrió una de las puertas para dejarnos ver en

medio del salón tomados de la mano. Los gritos

comenzaron desde todos lados, así que me incliné ante

ellos, por costumbre cuando escuchaba aplausos.

Lo que me sorprendió fue un grupo de chicas que estaban

en el fondo sin moverse hasta que me vieron entrar. Se

unieron a los aplausos mientras, con sus cuerpos,

intentaban llegar hasta mi posición entre el tumulto de

gente.

Emilio sonreía respondiendo preguntas a unos dos pasos,

Niko firmaba cosas entre que Ale se emocionaba

recibiendo regalos, pero siempre con alguien de la

producción a su lado. De pronto, el volumen de las

conversaciones se reguló hasta ser más privado.

—¡Hey! ¡Joaquín! ¡Joaco!

—Hola, preciosa, ¿cómo estás?

—¡Joaco, ¿es cierto que fue culpa de Emilio que te fueras?!

Fue de esas frases que justo se dicen en el momento que

142
nadie más habla, además la chica no parecía haber querido

disimular.

Las miradas fueron de mi compañero a mí, como un

partido de tenis por unos segundos. Volteé a verlo,

notando que solo bajaba la vista, pendiente de firmar un

disco.

Cuando se vio con la mano libre la frotó repetidas veces

desde el hombro al medio de su pecho. Yo sabía lo que

significaba.

143
7.
Como el canto de un tritón

Septiembre, 2018

Movió la palanca de cambio desde D a P en lo que el coche

dejaba de vibrar. No sabía con exactitud cómo había

logrado llegar con la dirección que le había pedido a uno

de los choferes del canal y su fiel GPS.

Sus jóvenes ojos miraron el retrovisor y los espejos laterales

para salir del carro sin ser arrollado. El edificio de

departamentos era alto, pero en el segundo piso de esa

torre iba a encontrar lo que buscaba.

Un tablero con números en el portón de entrada estaba

iluminado por una suave luz que ayudaba a distinguir los

botones. Presionó el 207, esperando que sí fuera o probaría

144
en el 204.

—¿Bueno? —dijo una voz alargando la última letra con un

tono simpático.

Le había atinado.

—Joaco, soy Emilio, disculpa la hora... —el chillido del

portón lo interrumpió.

—Sube.

Obedeció pisando peldaño por peldaño arrastrando los

pies. Estaba cansado, era tarde y al día siguiente tenía

escuela temprano, lo que significaba que con toda la tarea

que tenía acumulada menos las horas de sueño que le

quitaba estudiar al otro lado de la ciudad, le quedaban unas

cuatro horas de descanso.

La puerta del 207 se presentó justo en la boca de las

escaleras, cosa que agradeció porque solo quería volver a

sentarse.

Golpeó con sus nudillos un tanto rotos por su batalla

contra el saco de boxeo de su habitación. Esperaba que

Joaquín tuviera un sillón de esos mullidos que te abrazan

como tragándote cuando te sientas en ellos.

145
Un Joaquín de pelo largo y pestañas pintadas le abrió la

puerta. La chica usaba su uniforme de colegio y unos lentes

gigantes.

—¿Y tú? —preguntó extrañada.

—¡Renata, no molestes a Emilio!

Emilio le sonrió divertido a la chica al escuchar la voz de

Elizabeth. Después de todo, en esa casa con la mejor que se

llevaba era con la madre de su compañero.

—¡Joaquín, es Emilio!

—¡¡¡Ya voy!!!

Mientras el chico se hacía espacio para entrar vio cómo su

compañero salía de la cocina. Tenía harina en las mejillas

y el mandil de tela decía 'Kiss the Cook', pero Emilio no

supo qué significaba hasta mucho después.

—¿Perdiste la copia de tu libreto? —preguntó

desorientado—. De nuevo borraste el mail de respaldo,

¿no?

Las frases lo ofendieron un poco, no es como si siempre le

pidiera esas cosas y no compartieran más, pero en

definitiva Joaquín tenía todas las de creer eso porque a

146
pesar de llevarse bien, no habría otra cosa por la que se

aparecería en su casa en día de escuela cuando casi era

media noche. Y es que su relación era puertas adentro del

canal; afuera, jamás.

—¿Crees que puedas salir a caminar?

—¿Mamá?

Elizabeth los examinó a ambos. Algo en su corazón de

madre le decía que el visitante nocturno estaba afligido,

quizás podría haber llorado y el rojo de sus manos no era

normal.

—No más hasta el parque y corto porque mañana hay foro.

—Va, vuelvo en un rato.

Joaquín intentó sacarse el mandil de un tirón, pero solo

logró que el nudo se apretara más. Puso su cara de

frustración para sacárselo por la cabeza, quedando más

espolvoreado de harina y cacao.

—Gracias, señora —se despidió Emilio. Eli, al verlo así, se

acercó para darle un beso en la mejilla y sonreírle con

amabilidad.

—Nos vemos mañana en la tarde, ¿no?

147
El chico asintió. Mañana no iba a poder verla si es que ella

se la pasaba en la reunión que había convocado su padre

con los escritores, publicidad y el resto de la producción,

pero ella no necesitaba saberlo aún.

Joaquín tomó una chamarra de su cuarto que era dos tallas

más grandes de las que ocupaba mientras Emilio bajaba las

escaleras. Parte de él estaba impaciente, otra parte

preocupada y la siguiente, triste.

No hubo sonido más que el de sus pisadas hasta que

llegaron a ese pequeño punto verde y una banca de

madera. Parecía casi poesía que también hubiera una banca

en esta historia.

—Va, ¿qué te traes? —preguntó el chico quedándose

estático frente a la banca.

—Aris y Temo serán pareja.

—No es cierto —dijo abriendo su boca lo más grande que

pudo—. ¡No es cierto! ¡No! ¡Es! ¡Cierto!

Llevó sus manos para tapar su cara brincando emocionado.

Emilio sonrió y es que sabía que la probabilidad de que a

Joaquín no le gustara la idea era baja.

148
—Espérate tantito, ¿cómo lo supiste?

—Hoy mi papá me llamó a la oficina después de grabar.

El menor se dejó caer en el asiento de madera con todo su

peso. Lo que se venía pidiendo desde un tiempo en las

redes sociales había llegado a ser realidad. La idea de los

escritores iba a ser contada.

—Algo más te pasa, tú no vendrías a menos que fuera algo

más —inquirió Joaquín mirando a su compañero.

—Mi papá no quería hacerlo, él no tenía ganas que su hijo

saliera de maricón en televisión —sus labios se volvieron

una línea y el inicio de un puchero—. Esas fueron sus

palabras.

—Pero, Emilio, entonces ¿por qué no lo dejó pasar y listo?

Emilio se sentó guardando distancia de los muslos de su

acompañante. Aun en esa posición no se sintió menos

cansado o adolorido.

—Lo convencí porque... es que no entiendo cómo un

padre te abraza, te besa o dice lo orgulloso que está de ti,

pero al mínimo indicio de algo, que para él no es normal,

chocas con el punto de ruptura —reclamó con ira—. Te

149
jura, promete amarte para toda la vida, pero siempre hay

algo que es como su límite y no lo encuentro justo,

entonces necesito que esto se cuente, Joaco, por los que no

lo cuentan porque nadie les ha dicho a sus papás que son

cosas normales, que esto ya no es la edad prehistórica,

porque quiero... quiero que se pueda querer, ¿entiendes?

Joaquín lo entendía, su papá también tenía sus fallas y él

quería querer sin miedo. Apreté su pecho. Emilio entendía

sin palabras qué era callar, de alguna manera misteriosa,

había leído su cabeza y estaba ahí como héroe anónimo.

—Quizás en la prehistoria no había tanto prejuicio, no

entendían ni cómo funcionaba el fuego.

Emilio rio divertido por la ocurrencia. El sonido de su

propia risa sonó natural en sus oídos, sintiendo que llevaba

mucho sin reír.

Pero, todavía con eso, a la mente de Emilio volvieron esas

imágenes de la amable mujer que le decía a él y su papá

que no era un problema querer bailar o moverse de manera

delicada, que era bueno jugar con cochecitos y con

muñecas, pero también recordó lo que su papá le había

150
dicho que esas cosas no debían gustarle y que tratara

siempre de actuar como un hombrecito.

—Mañana citaron a reunión y le van a preguntar a tu

mamá.

—No creo que no le guste la idea, ella es comprensiva.

Por primera vez en la noche Emilio reparó en Joaquín y

cómo estaba vestido. Una playera corriente llena de harina,

manchones de tonos café y aceite, pero lo que le causó risa

entre todo fueron sus cabellos llenos de polvo blanco.

—Ay, güey, estoy seguro que esto debió quedarse en la

cocina —sonrió limpiándolo un poco.

Joaquín también sonrió colocando su lengua entre sus

dientes.

«Es adorable», hice que pensara Emilio.

—¿Qué más te trae mal?

El mayor acomodó sus rizos. La temperatura comenzaba a

bajar incluso con el verano encima. Ambos se podían dar

cuenta que estaba tenso, lloroso y triste.

—Es María —dijo acomodándose en su asiento para mirar

a Joaquín—. Es que si llamas a alguien esperas a que te diga

151
que está feliz porque conseguiste lo que querías, el papel

que es importante, que es diferente, que te desafía como

actor y ella solo dijo 'ah, qué bien'. Entonces, piensas '¿qué

mierda?'

Emilio dudó contarle toda la historia, como que estuvo casi

media hora tratando de explicarle a su novia que no era

porque él hubiera pedido hacerlo, que no era algo que

estuviera en sus manos, que era más trabajo pero que aún

tendría tiempo para las horas diarias que le destinaba a

conversar con ella de cualquier bobada. Pero no lo

entendió. Porque ella no entendía que era algo bueno para

él y dentro de su corazón Emilio supo que no era la

reacción que esperaba de ella.

Quizás era responsabilidad mía porque la hebra de su novia

no estaba muy tensa en su tejido, o al menos no como la

de Joaquín que, cada cierto momento, la apretaba contra

el telar.

Joaquín quiso colocar su mano en el hombro de su amigo.

No sabía si era correcto porque Temo abrazaba a Aris, pero

él no tenía contacto físico con Emilio a menos que fuera

152
necesario, como en entrevistas. En un gesto que se le hizo

cotidiano, le tomó la mano, aquella que descansaba sobre

su rodilla.

—Entenderá y si no, pues, es más fácil cuando venga y

puedan hablarlo a la cara —su acompañante apretó su

mano.

Por unos segundos pensó en una novia que entendiera su

pasión, lo que era la actuación o el canto para él, que

hubiera gritado de la emoción como Joaquín cuando le

contó, que le hubiera tomado la mano para felicitarlo y

fuera feliz con ello. No entendía por qué le afectaba tanto,

pero lo hacía, porque extrañarla no era lo único que lo

tenía así, sino que también la sentía lejana, como en otro

espacio. En cambio, Joaquín a su lado entendía todo lo que

estaba pasando. La emoción de un nuevo comienzo, el

desafío de lograr lo mejor posible, los nervios de no ser

buenos en su trabajo.

El chico liberó su mano del agarre de su compañero. Y es

que el calor de sus palmas juntas había generado una fina

capa de sudor y erizado los pelos de su nuca.

153
—Sí fue bueno venir a verte, gracias por eso.

—Claro, para eso estamos, ¿no? —Joaquín se levantó para

volver a caminar—. ¿No vienes? Estaba haciendo un

brownie, podemos comer con helado.

Parte de él quería, sin importarle perder horas de sueño

para estar ahí, en una casa con más personas y no tener que

llegar a una vacía y demasiado grande. Negó con la cabeza.

—Le dije a mi mamá que iba por comida. ¿Otro día?

—Claro.

Caminaron de vuelta, se despidieron en el portón del

edificio y Emilio esperó a que Joaquín se perdiera por la

puerta. Recordó la primera vez que lo siguió con la mirada

por los ventanales y sonrió para sí mismo. No podía creer

que con ese mismo chico iba a vivir nuevas cosas. Y qué

cosas, si me permiten decir.

26 de noviembre, 2029

Siempre pensaba en las olas cuando estaba en medio de

una multitud. El ruido del mar de fondo en mis oídos

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sonaba pacífico entre los gritos, los susurros, los aplausos,

lo que fuera. Pensar en el mar como un distractor a todo

para no tener que pedir aire, para no sentirme en una caja

que se cierra por las paredes. Porque el mar es paz y

violencia.

Puede ser calmo como un susurro o violento y ruidoso

como un tumulto de personas coreando tus canciones o

llenándote de aplausos. Solo que el mar no tiene pausa,

siempre está ahí, chocando contra las rocas, aunque entre

el agua siempre podía distinguir su voz...

—¡Joaco, ¿es cierto que fue culpa de Emilio que te fueras?!

—gritó alguien entre la multitud.

Todos los ojos puestos en mí, de repente todos más cerca.

De un segundo al otro, todo más estrecho.

Conté en mi mente.

«Uno. Dos. Tres».

No. No había aire suficiente. «Cuatro. Cinco».

Cuando encontré un poquito lo capturé por mi nariz luego

pasé mi mano por mi pecho, tratando de abrirle camino.

Desde arriba abajo, desde arriba abajo. No podía.

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«Seis. Siete. Ocho».

—¡Ay!, no preciosa, claro que no, con Emilio nunca hubo

un problema —respondió Joaquín con una sonrisa que

supe fue fingida.

—Entonces, ¿por qué? —insistió la chica.

Joaquín caminó hacia mí con un brazo extendido que pasó

por mi hombro.

«Nueve. Diez». La habitación volvió a su velocidad normal

devolviéndome el aire. Había pasado, por el aire o por

Joaquín, pero había pasado.

—Cuando Aristemo terminó quise irme con mi papá, pero

jamás hemos peleado con Emilio, somos buenos amigos,

¿cierto? —continuó mintiendo.

Entregué el disco que me habían pasado para firmar a la

chica y salí del salón casi corriendo. Necesitaba más aire,

necesitaba vomitar porque mis jugos gástricos estaban

haciendo estragos en mi estómago. Necesitaba llorar.

Caminé por el pasillo hacia el exterior. Sentí pasos detrás

de mí, pero no quería esperarlos, quería mi soledad, esa a

la que estaba acostumbrado.

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Cuando me vi afuera inspiré hondo por la nariz haciendo

que mis fosas dolieran por lo fuerte y helado del viento.

Por años había reprimido esa pregunta en mi cabeza. Si era

el culpable de muchas cosas, decisiones, de Joaquín, de lo

que nos pasó.

—Emilio... —comenzó Ale.

—No ahora.

—No manches, ¿neta? —me regañó—. Entra.

—Ya estoy mejor, solo necesito...

—Emilio... —no era Ale. Era el susurro entre las olas—.

Emilio, ven, conversemos si quieres.

Me paralicé porque caí en cuenta que ese día estaba

durando mucho para mi gusto. Porque había visto a

alguien que amaba desde hace años y no me estaba dando

el tiempo de respirar. Llevaba conteniendo el aire desde la

mañana. Quizás desde años.

—Déjame solo.

—Emilio, háblame.

Si llegaba a decir más de dos palabras, no iba a poder parar.

Intenté ser amable, intenté entender. Intenté no llamar por

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días para después descubrir que se había ido, que no estaba

en México, que no iba a volver, para que estuviera dos años

en un silencio que me mataba a diario.

—Te fuiste, güey.

—Lo sé.

—Te fuiste y me dejaste.

—Sí, lo hice.

—¿Puedes decir algo más?

Miré a Joaquín con su rostro pálido, su nariz colorada y

debajo de sus lindos ojos, en donde se tocaban sus pestañas

cuando los cerraba, estaba rojizo. Sus ojos no se quedaban

atrás. Mierda, lo estaba haciendo llorar.

Jadeé. Estaba a punto de quedarme sin aire, mis manos

temblaban, pero estábamos solos en ese estacionamiento.

Solos, los dos, desde que volvimos a vernos.

Caminé hacia él. Mis ojos lo miraron como si no lo

hubieran visto en años y era cierto. Mi corazón se apretó.

Dios, estaba frente de mí y solo quería mirarlo, guardar

cualquier nuevo recuerdo.

Su mirada no bajaba de mis ojos, los mantuve ahí, ya no

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teníamos períodos de vergüenza, ya no había ese rubor en

mis mejillas que había tenido hace 10 años cuando me

estaba enamorando como un loco sin que lo supiera. Su

efecto estaba roto en ese momento. Había vencido su

hechizo.

Descansé mi frente en la suya, mientras tomaba su cintura.

Cerramos nuestros ojos, deleitándonos con el aliento del

otro. Me incliné, sabiendo que no iba a detenerme.

Comencé a sentir sus manos en mi pelo y todo el aire del

mundo volvió a mis pulmones, todo el calor de mi cuerpo

entró a mi pecho.

Quería sus labios en los míos desde que lo había visto

entrar en el camerino. Quería sentirlo cerca, como cuando

éramos solo los dos en nuestros lugares escondidos.

Abrí mis ojos porque siempre había amado cómo sus

labios pedían los míos. Cómo su puchero constante

desaparecía para entreabrir su boca dándome la

bienvenida. Mis labios temblaron antes de rozar los de

Joaquín. Un roce leve, como esos que nos gustaban a

ambos, de la primera capa de piel, antes de fundirnos en

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una sola.

Sus ojos se abrieron también, pero no había lo mismo que

en los míos.

—No puedo —dijo con un susurro—. Tengo novio.

Retrocedí un paso, dejando su cuerpo libre de mi agarre.

De la nada, Joaquín me pareció reactivo, venenoso y

peligroso. De la nada, Joaquín me había terminado de

romper el alma.

—Joaquín, te necesitan dentro —dijo una voz entre el

desorden que sentía en mi interior. Los fragmentos rotos

estaban de nuevo en el suelo. Mi corazón se sentía sangrar

en medio de mi pecho y quería sacarlo con las uñas de ahí,

liberarlo de hueso y carne, terminar de partirlo en dos para

que no sintiera nada. Mi cabeza era tema aparte, porque

necesitaba analizar cada una de las sílabas que Joaquín

había dicho, repetirlas como un disco roto.

—Niko, diles que me den un rato.

—No puedo, güey, se supone que es tu hora de presentarte,

¿lo olvidas?

Miré hacia la puerta donde alguien de la producción llegó

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con sus micrófonos y tablillas con papeles. Joaquín no

quería ir, pero asentí para que fuera. Necesitaba ese

momento de soledad, pero también tenía muchas

preguntas que no podía hacerle en ese instante. Había

esperado casi siete años, creí que podía esperar un poco

más. Pero creí mal.

—Amigo, estás pálido, ¿quieres un vasito de agua? —me

preguntó Niko—. Ven, guapo, te pondremos bien.

Me guio como pudo hasta la sala con comida y bebidas, un

poco antes de su camerino. Buscó entre las mesas una

botella de agua que me pasó destapada, como si fuera un

crío.

—Estoy bien, solo fue la impresión —dije tratando de

calmar su ceño fruncido—. ¿Lo sabías?

—Emilio, no hablo con Joaquín desde hace meses, hemos

estado distanciados porque dije algo que no debía.

—¿Sobre nosotros?

Niko suspiró sentándose a mi lado. Me sentí agotado de

pronto después de la crisis de claustrofobia y la revelación

inesperada.

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—Solo dije que no había pedo si se juntaban en la última

reunión que hubo porque ya había pasado un chorro y se

suponía que no sentían nada por el otro.

Sus palabras me clavaron el corazón de extremo a extremo.

—No me dio la razón cuando se puso furioso y me dijo que

no era mi problema —sonrió con el gesto triste y me

pregunté a cuánta más gente impactábamos con las

decisiones que tomamos.

Bebí de mi botella hasta vaciarla. Llevé de nuevo las olas a

mis oídos, hasta que oí el sonido proveniente del escenario.

—Joaquín va a cantar.

—Sí, güey, pero ni te aparezcas por allá porque están todas

locas, unas J stan medias toxiquitas andaban dando la lata

y después de que llegaste y llegó Joaquín comenzaron con

sus mamadas —lo miré descolocado, no entendiendo

mucho—. Amor, sigo siendo el rey del fandom, me sé toda

esta mierda, así que créeme, la chava que preguntó eso ha

dicho cosas peores en Twitter, pero no hay bronca, ya nadie

le hace caso.

Lo que decía me hizo reír de buena gana.

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—Gracias, en serio.

—Pues, siempre estoy para lo que quieras, amor, no más

no te pierdas, ¿eh? —me palpó el hombro con cariño—. Sí

llevaba extrañándote un montón.

—Sí, güey, ni me digas —su mirada de preocupación me

siguió por toda la habitación.

—Anda, sé que quieres y no soy Ale para detenerte.

Le sonreí cómplice y caminé hasta el escenario otra vez. La

voz de Joaquín me llegaba apagada, pero podía escuchar lo

suficiente.

—Esta canción es una de mis favoritas y fue una de las

miles en las que pensé cuando quise dar mi audición para

entrar a la universidad y pues, me gustaría compartirla con

ustedes.

La música dio inicio entre los gritos. La identifiqué rápido

porque era la que siempre cantaba en el carro cuando

teníamos viajes largos o cuando me quería hacer dormir en

su pecho, además me había dicho mil veces que su sueño

era que la cantásemos a dueto.

—Para eso, no pongas la pista —dije a la asistente de

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sonido detrás de bambalinas—. ¿Trajeron lo que pedí para

mi presentación?

La chica asintió energética mientras me apuntaba una

funda. No era mi propio ukelele, pero tenía que servir. En

el escenario Joaquín miraba desconcertado, hasta que me

vio entrar con el pequeño instrumento de cuerda.

—Bueno, esto es nuevo —dije acercándome a su

micrófono en lo que ponían uno al lado de un taburete

para mí—. Con permiso.

Lancé las primeras notas de La Vie en Rose. Joaquín seguía

con la boca abierta pidiendo una explicación cuando asentí

hacia el dándole el inicio a la balada y es que oírlo cantar

era una cosa, pero verlo...

—Hold me close and hold me fast —inició conquistando

todo a quien lo escuchara, devolviéndome el espíritu a

ratos, quitándome el aliento a otros—. The magic spell you

cast, this is La vie en Rose.

Luego vino la parte en francés y me alegró saber que había

logrado explotar todo ese talento donde había querido

hacerlo toda su vida. Fue en ese momento cuando me di

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cuenta del impacto de su persona en mi existencia. Que en

algún momento llegó para no irse, que era como si nos

hubieran puesto hilos y fuéramos marionetas de alguien.

Que había llegado para ser aquella parte perdida, esa que

necesitaba como un amigo invisible que dejas ir cuando

estás listo.

Me sonrió con complicidad, sintiendo el clic como lo

llamaba él. Pudo ver que mi sonrisa no representaba lo

mismo cuando su canto se quebró en uno de los versos.

Terminé de tocar antes del último, para que todo el teatro

viera lo que era ser cautivado por una voz en medio del

agua salada, incluso cuando te estás ahogando.

—Give your heart and soul to me —silbó con amargura—,

and life will always be, La Vie en Rose.

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8.
Ataraxia

Estado de ánimo que se caracteriza por la tranquilidad y la

total ausencia de deseos o temores

Julio, 2021

Comenzó a ver destellos de colores, suaves, fuertes, difusos

y delineados. Estaba en ese estado donde sabes que estás

dormido, pero no puedes despertar. Se movía entre la

gama de colores infinita, pasando por sombras y grises.

Apretó más el cuerpo al cual se sostenía en aquel estrecho

sofá. Una barba incipiente le arañaba la frente siéndole de

ayuda para poder dejar sus sueños y volver al mundo

terrenal.

Cuando se vio más consciente, siguió buscando ese toque

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rasposo con la cara, acariciando sus mejillas contra los

vellos, disfrutando el roce.

—Emilio, te vas a irritar la cara por gusto —dijo una voz

entre risas—. ¡Ay, güey, me haces cosquillas!

El chico abrió los ojos para mirar a quien compartía con él

el sofá. Joaquín estaba recostado, soportando la mayoría de

su peso y dejando que descansara la cabeza en su pecho

mientras dormía, como lo venía haciendo desde hacía

meses entre las cuatro paredes de ese camerino en Televisa.

En una de sus manos uno de los tantos guiones que debía

estudiar, la otra pendiente de alisar los rizos del chico

adormilado. Si le hubieran preguntado a Emilio que era lo

que más adoraba de Joaquín era que lo dejaba posarse en

su pecho y estar tan cerca de su corazón de manera literal

y metafórica, poder ser débil y valiente con él, ser el

necesitado y el necesario.

—Soñaba con colores.

—Roncabas cuando soñabas con colores, dirás —rio el

menor dejando su libreto a un lado y es que los ojos de

Emilio despertando merecían la atención de todo el

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mundo que los viera. Joaquín pensaba en cómo las

personas que no los habían visto podían tener esperanza en

la humanidad.

—Neta, no ronco.

—Neta, sí. Bastante —Emilio le regaló un ceño fruncido—

. Soy yo quien duerme contigo, sé que roncas.

—Pues tú me quitas las mantas y la colcha.

Joaquín hizo ademán de pararse para irse, pero los brazos

de Emilio lo detuvieron con un agarre más firme. Suspiró.

No era capaz contra ese agarre y quizás, aunque lo fuera,

iba a ceder por la mirada y puchero del chico.

—¿Veinte de diez?

—Veinte de diez.

Emilio sonrió. Con esas palabras podría vivir y alimentarse

por meses si lo dejaban en una isla desierta. Se incorporó

un poco, dejando su cuerpo recostado sobre el de su novio,

ubicándose entre sus piernas. Buscó, con una sonrisa en sus

labios, besarlo en ese largo, pero placentero camino a

destino.

Joaquín lo recibió gustoso. Moviendo sus labios a la

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sincronía, creando otro de los miles de besos que se habían

dado y estaban dentro de los mejores veinte. Pero a Joaquín

la boca de Emilio le pareció diferente.

—¿Qué pasa? —preguntó separándose.

—Nada —contestó desviando la vista por sobre el hombro.

—¿Qué pasa?

—No te pasa que te cansas de estar acá o en casa...

—Emilio...

—Joaco, piensa en que es normal salir con Ale, con Niko,

pero ¿no es normal salir conmigo? —consultó con recelo—

. Hace meses que nadie publica nada de Emiliaco, la prensa

se calmó, el fandom está medio muerto, ¿por qué no

podemos salir los dos de manera normal?

El menor de los chicos se levantó del sillón comenzando a

caminar de un lado a otro del camerino. Hacía meses el

último de los rumores había pasado cuando los habían

encontrado en un restaurante italiano, estaban celebrando

su aniversario y fue algo de tan poca importancia que nadie

lo hizo más grande. Para Emilio esa era la esperanza que el

gato saliera del sombrero, porque quería hacerlo grande,

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quería poder salir al cine, tomar la mano de Joaquín

cuando caminaba por la calle, llegar a alfombras rojas de

su brazo, poder salir con él a fiestas sin tener que pedir a

los demás invitados que no dijeran nada. Pero había algo

más que no lo dejaba poder hacer eso.

—Podríamos ser nosotros quienes dijeran que andamos.

—No podemos...

—Seguiremos dejando indicios —contestó levantando los

hombros—. No podemos decirlo, pero podemos darlo a

entender.

—Emilio, literal hiciste un tweet, en mi cuenta, con un 'Te

amo' y una carita feliz y todavía gente cree que lo escribí

yo.

—Joaco, no podemos... al menos que esperemos hasta el

fin de semana que terminamos de grabar —sugirió con una

sonrisa naciente en su comisura—. Lo haremos poético, en

una carta, en un live, en una historia, grabaremos un video

a lo Caché, no sé, pero podemos hacerlo después de esto.

Joaquín dejó caer su mandíbula. Él solo quería poder ir a

comer o al cine a la luz del día, no a la matinée como

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siempre hacían porque era más temprano haciendo que

toparse con alguien no fuera un problema.

—¿Es en serio?

—Señor Joaquelongo, le amo y por usted todo.

—Te pasas, Marcos —dijo serio—. No me ilusiones a lo

pendejo, que sabes que te creo todo.

Emilio se encogió de hombros divertido.

—Lo prometo.

El menor se levantó de su asiento para colocarse en frente

de su novio que mantenía una sonrisa. Creía que todo era

extremo, así como su novio que con los años podría haber

madurado, pero no cambiado el rasgo de ser impulsivo. Las

promesas de Emilio eran raras, venían sin avisar, pero

jamás faltaba a una.

—Va entonces.

—¡¿Qué pendejada haremos, güey?! —vociferó el chico

tomando una de sus manos—. Así que el viernes, nos

podemos ir a mi casa después de grabar, estamos ahí

juntitos y solitos, porque mi mamá tiene gira, y ya el

domingo, cuando seamos libres, podemos decirlo, claro, si

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quieres todavía.

—Llevo esperando unos dos años, bro. No creo que me

vaya a arrepentir. Lo que me preocupa es cómo se lo va a

tomar tu papá.

Antes de que Emilio dijera que lo de 'bro' era un mal chiste

alguien tocó la puerta del camerino.

—¡Chicos, producción los necesita en la oficina!

Ya nadie abría la puerta, lo que agradecían.

—¿Tan rápido se enteró? —jugó Emilio, ganándose una

mirada asesina de su novio, que tiró de su mano para poder

ir.

Una de las cosas que sí podían hacer era pasearse por los

pasillos tomados de la mano o muy juntos. Era un ritual

llegar en las mañanas, saludar y después soltarse para

iniciar el día, pero cualquier momento muerto, esas manos

volvían a unirse cuan imán.

Emilio tocó la puerta de la oficina de su padre, abrió

esperando encontrarlo solo, pero para sorpresa de ambos,

en la sala estaba Santiago, Pablo, el publicista y el resto de

la producción.

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Antes de entrar soltó la mano de Joaquín y este supo que

no era una visita de cortesía, sino que era de trabajo.

—Tomen asiento, chicos —dijo Juan con una sonrisa de

oreja a oreja—. Estábamos esperándolos porque tenemos

noticias.

Por la cara de Santiago y Pablo no parecían ser del todo

buenas.

—Habrá cuarta temporada de la serie.

«No mames», pensó Emilio.

«No inventes», pensó Joaquín.

La serie había terminado su fase con la segunda temporada,

de hecho, para Joaquín ni siquiera merecía tener una

tercera, menos una cuarta. Las historias estaban cerradas y,

si de algo se habían encargado los escritores, era de darles

los finales que se merecían a los personajes, por lo que una

cuarta temporada, era más relleno. Disfrutaba ser Temo,

amaba a Temo, pero también quería hacer otras cosas.

—La comenzaríamos a producir ahora y ya para el otro año

deberíamos estar listos para empezar a grabar —continuó

Juan mirando a toda la producción—. Claro, sabemos que

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tienen que terminar sus estudios, por lo que

compaginaríamos los horarios...

—Tengo que pensarlo —soltó Joaquín para la sorpresa de

todos—. Hay planes que quiero hacer antes de terminar la

prepa y quiero irme con mi papá un tiempo a probar

suerte, participar en academias, ver la posibilidad de ir a la

uni allá, tengo que pensarlo.

Emilio se volteó a mirarlo con pánico en la cara. Auténtico

pánico. ¿De dónde había salido esa mamada? ¿En qué

momento se lo había dicho?

—Yo estoy dentro, para lo que sea, creo que podemos

hacerlo, ¿no? —dijo Emilio tratando de entender—.

Podríamos hacer calzar los horarios o comenzar a grabar

ahora, renovar el contrato y volver en cuanto tengan los

primeros libretos...

—Emilio para esto necesitamos a los dos —comentó otro

miembro de la producción—, si no es así, pues buscaremos

otro proyecto, Arath dijo que estaba dispuesto a una

segunda temporada de ‘Una Familia con Suerte’.

—Joaquín dirá que sí, ¿no?

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De a poco el ceño de Joaquín comenzó a bajar. Sus cejas

casi se encontraron en medio mientras las aletas de su nariz

se dilataban. Emilio pudo escuchar cómo los dientes le

rechinaron en su boca.

«Estoy cagado», pensó.

—Con permiso —dijo el menor de los chicos yéndose por

la puerta.

Emilio maldijo por dentro. Juan trató en lo posible hacer

un chiste, pero no todos en la sala rieron. El chico se quedó

hasta que le dijeron que podía retirarse para darle tiempo

a su pareja que se calmara.

Antes de abrir la puerta del camerino pidió a cualquier

santo que lo salvara de esa. Movió con lentitud el picaporte

para comenzar a escuchar los grititos agudos.

—¡No quiero decir nada que no me haga ver como un

pendejo, pero todo lo que creo que puedo decirte me hará

ver como uno! —comenzó Joaquín, mientras rodaba el

círculo rojizo en su dedo meñique—. ¡¿Pero qué te pasa

que piensas que puedes hablar por mí?!

—Joaco, yo... —hizo una pausa porque también estaba

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enojado—. ¡No mames, ¿neta no me ibas a decir lo de irte

a Estados Unidos?! ¡¿En qué momento pasó eso?! ¡¿Tan bien

ahora te llevas con tu papá que hasta te quieres ir con él?!

—¡Me la estás volteando!

—¡Por supuesto que te la estoy volteando! ¡Somos pareja!

—¡Ah, sí! Porque somos pareja tenemos que hablar de

tomar decisiones en conjunto, ¿no te parece? —Joaquín

respiró profundo—. Era algo que planeaba contarte esta

semana, no pensé que se les ocurriría hacer otro proyecto

Aristemo. Y ya no soy un niño de 15 años al que tienes que

proteger o hablar por él. Crecí, Emilio, así como tú tuviste

tus planes, también quiero tener los míos y si eso significa

que tengo que ir a algún otro lado para lograrlo, pues, lo

quiero hacer.

—Sabes bien que nunca te dije que no fueras con Blass

cuando te ofreció modelar...

—No lo digo por lo de Blass, pero sí he estado ahí para tus

proyectos, Emilio. Desde el primer disco, hasta el segundo,

la gira, las firmas, cuando se le ocurrió a tu papá otra gira

de teatro, también quiero mis planes, quiero poder decir

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que no quiero... —Joaquín suspiró de pura frustración—.

Lo hablamos luego, ¿va? No tenía que venir hoy y tengo

cosas que hacer, así que... mejor te llamo mañana.

Emilio se ablandó. Odiaba pelear con Joaquín y además

que se fuera enojado con él. Cerró los ojos tomando una

respiración profunda.

—¿No nos vemos en la noche?

—Mejor hoy me quedo en mi casa.

El mayor asintió, Joaquín tomó su mochila para irse. Antes

de salir por la puerta, depositó un beso en la mejilla del

más alto, colocándose de puntita de pies para alcanzarlo.

—Veinte de diez —susurró a su oído.

No lo detuvo, porque solo necesitaba tiempo. Tiempo que

le di de sobra, casi siete años.

26 de noviembre, 2029

Entendí lo qué pasó entre nosotros cuando me sonrió en el

escenario. Su gesto triste, la manera en la que el ukelele se

escuchaba como si pidiera perdón y llorara.

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Emilio lo había sido todo para mí, desde mi compañero de

trabajo hasta la paz de las mañanas en que amanecía junto

a mí o en mi pecho. Emilio fue mi aire, mi segunda parte.

Fue mi cadena y mi llave, porque si no hubiera tenido que

liberarme por él, jamás me hubiera liberado de algo, pero

¿lo había hecho de él, en realidad?

Las personas comenzaron a aplaudir cuando terminé de

cantar. Algunas de pie, otras gritando o pidiendo otra. Puse

una mano en mi pecho, intentando mantener mi corazón

dentro del tórax. Emilio me señaló como solía hacerlo

cuando nos parábamos en un escenario y con pesar hice lo

mismo.

Tomó mi mano. El roce con disimulo de tocar mi hombro,

bajar por mi brazo y sujetar mis dedos entre los suyos.

Cualquier persona vería dos chicos listos para inclinarse

ante una audiencia, pero sabíamos ambos que no éramos

solo eso.

Después de terminar nuestra reverencia, Emilio levantó un

puño para chocarlo contra el mío, lo que hice como

cuando terminábamos de cantar o de presentarnos en el

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teatro. Las personas del público soltaron un suspiro

colectivo que me sacó una sonrisa.

—Bueno, ahora seguiremos con el segmento de los

escritores —dijo una voz conocida por nosotros—.

Haremos una dinámica de preguntas del público y luego

las que tenemos preparadas.

Abandoné el escenario dejando el susurro de la

presentadora atrás, al igual que la imagen de Emilio.

Nikolas y Ale nos esperaban detrás con los brazos cruzados.

Sus miradas decían todo.

—Creo que tienen otra hora por si quieren hablar —

sentenció mi amiga con cara de indignación—. Ya en serio,

siento que por la sanidad mental de ambos deberían

hacerlo.

—¿Solo por la sanidad mental de ellos? —preguntó Niko—

. Güey, casi me dio un ataque cuando a Emilio le dio el

suyo.

Los tres lo miramos con cara de extrañeza.

—Si Joaquín quiere hablar, por mí está bien.

Con las palabras de Emilio todas las miradas cambiaron

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hacia mí. Me comenzaba a picar la cara de tanta agudeza

con la que sus ojos me pedían.

—Va, pero no quiero que nadie se meta, solo nosotros.

Mi antiguo novio asintió con dolor.

—Va, entonces, a su camerino, caballeros, que se nos viene

la mejor hora del día —bromeó Nikolas apuntando el

pasillo como si fuera un programa de juegos.

Ale comenzó a empujar a Emilio para que avanzara por el

pasillo mientras arrastrábamos los pies hacia nuestra celda.

Pensé que no necesitaba una hora para conversar con

Emilio de lo que nos había pasado, pero después de

recordar todo, necesitaba otra vida para recrear todo lo que

habíamos hecho juntos. Necesitaba mi antigua vida, mis

últimos 10 años, para hacerlos a su lado.

—Adelante —ordenó Niko abriéndonos la puerta—. En

un rato más les traigo botanitas, si es que siguen vivos,

claro.

Ale cubrió su rostro con vergüenza y es que al parecer el

único que se estaba tomando eso con humor era mi amigo.

Emilio entró arrastrando sus pies, mientras Ale tomaba mi

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codo, retrasándome un poco.

—Si te vuelves a ir como te fuiste antes, lo volverás a

destrozar, lo entiendes, ¿verdad?

Mi amiga siempre había sido más maternal con mi ex que

conmigo, después de todo, había sido una especie de

tapadera para nuestros encuentros y era su confidente. Sus

palabras me chocaron porque fueron las mismas que me

dijo cuándo la llamé desde mi carro diciéndole cuál era mi

plan para las fotografías del verano del 2021.

Me deshice de su agarre con delicadeza, pero sabía que

parte de ella todavía estaba enojada conmigo. No la

culpaba, también seguía enojado conmigo mismo.

Cerré la puerta detrás de mí, notando que Emilio se

quitaba su chamarra de jeans. Una playera holgada calzaba

con su torso como si hubiera sido diseñada para él, con su

porte de dios griego.

Aron apareció en mi mente, como un reflejo de bloqueo.

Su pelo liso, sus ojos grandes y brillantes, su porte.

Entendí, no tenía que pensar en Emilio de la manera que

estaba pensando.

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—Así que se acabaron las pláticas corrientes, ¿eh? —

comencé tratando de romper el hielo.

La cara de tristeza que vi prometió seguirme hasta el

último día de mi vida.

—¿Dónde estuviste los años que nadie supo de ti? —

preguntó sentándose en el sillón del camerino.

Suspiré porque se prometía como una de las

conversaciones más largas de mi vida.

—Fui a Chicago, con mi papá, terminé la prepa allá.

—Va, va. Y Chicago, ¿no tenía un pinche teléfono?

¿Internet? ¿Mail? ¿Instagram? ¿Ni un puto Facebook?

Me senté en el otro extremo del sillón. Si mal no recordaba

en ese mismo sillón muchas veces nos sentábamos para

ensayar, para hablar, para pelear, para besarnos entre

escenas. Mierda, que difícil era estar entre cuatro paredes

con alguien que siempre estuviste así.

—No quería hablar con nadie cuando me fui...

—Yo no era nadie, Joaquín —midió sus palabras—. O al

menos no creí no ser nadie para ti.

—Emilio, no mames. Fuiste todo para mí.

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Me mordí la lengua, por mentir en pasado y por la

revelación de más.

—¿En algún momento fui suficiente? Para ti, digo.

¿Cómo decirle que era un sueño cumplido? ¿Que era mi

vida, que era el aire que necesitaba cuando me ahogaba en

mis propias estupideces? ¿Cómo decirle que a veces,

cuando me veía atorado con todo, en pleno fango,

escuchaba en mi mente sus palabras, recordaba sus labios

en los míos? ¿Que, aunque me avergonzaba, cuando estaba

con otros lo recordaba a él? ¿Que aparte del romance había

sido mi familia, mi amigo?

Después de un tiempo sin él me debería haber sido fácil

decir que lo había olvidado, que lo había superado, pero

con sus ojos llorosos o alegres, sus sonrisas y sus penas, todo

eso frente de mí, supe que era lo que seguía queriendo, que

no estaba preparado para decir que no lo amaba.

—Siempre fuiste suficiente, fuiste más que suficiente.

Emilio trató de mantenerse entero, pero no pudo. Sus ojos

se llenaron de lágrimas que no tenían peso para caer y las

envió de vuelta lanzando su cabeza hacia atrás. Se quedó

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estático, pensando.

Sé lo que pensó, porque también lo había pensado muchas

veces.

—Después de eso, ¿qué hiciste? ¿te escondiste? ¿te tragó la

tierra?

Suspiré. Aquella pregunta que tenía a flor de labios no

quería asomar. Todavía.

—Me mudé a Nueva York y fui a un tipo de preparación

en Juilliard para personas que querían entrar a programas

de teatro, danza y canto.

—Va, va. ¿Nueva York no tenía teléfonos tampoco?

—Emi...

—¡No! no más Emilio, quiero saber por qué putas no

llamaste ni una sola vez en siete años.

—Pues, ¿por qué no llamaste tú?

—Me la estás volteando —dijo divertido—. Típico de

Joaquín Bondoni, porque voltear las cosas es más fácil que

responder, ¿no?

—No estás pensando lo que dices, hasta ahora he

respondido todo lo que me has lanzado.

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—Ah, ¿sí? —se rio frenético—. Eres un mimado, un niño

taimado, de esos que, si le quitan algo, van y se enojan.

—¿Qué me quitaste tú que estoy tan enojado, si se puede

saber?

—¿Y qué puedo saber yo? No te conozco, porque la persona

que tengo aquí delante, no es el Joaquín que yo conocí.

Fui yo quien intentó con todas sus fuerzas no llorar. El peso

del pasado, de los últimos años me había llegado de golpe

porque no era la primera vez que alguien me decía eso.

Mordí mi labio, pestañeé rápido, hice todo cuanto pude,

pero una lágrima rodó por mi mejilla. Mierda, llevaba años

sin llorar por Emilio.

—Joaquín, no quería... —dijo acercándose a mí en el

sillón. Uno de sus brazos en alto para abrazarme.

Me levanté de un salto, tropezando en el intento de

apartarme. Volví en el tiempo a tener 15 años y necesitaba

su protección, su calidez, la manera en la que solucionaba

todo con abrir su boca y decir un par de palabras. Me quedé

mudo, congelado.

—Bien, bien —escuché a lo lejos la voz de Nikolas

185
entrando—. Traje unas sodas, unas papitas y algunos

chuches que tenían para el almuerzo, pero supongo que no

van a querer salir a comer si están hablando, así que hice

que me prepararan una bandeja con...

Niko reparó en nuestros rostros rojizos, llorosos.

—Gracias, Niko, pero creo que sí nos vendría bien salir un

poco —susurró Emilio tratando de abrirse paso a la

puerta—. Iré a ver a Gaby un rato.

—No, no vas a ir a ningún lado.

—Niko, neta no es tu pedo.

El rostro de Nikolas se desfiguró como se lo había visto en

sus actuaciones. Estaba tan cabreado que parecía que

lanzaba fuego por el color que tomó su rostro.

—No es mi pedo, pero ustedes lo son, así que te sientas,

Emilio que te las voy a decir, pendejo.

186
9.
¿Qué pedo contigo, güey?

7 de febrero, 2019

En la oficina de Pablo y Santiago el clima estaba extraño.

La revelación del chico de rizos tenía a los escritores al

borde de su silla, con el corazón en la boca y el Cristo

también.

Emilio mantenía su cabeza apoyada en la palma de sus

manos mientras estaba sentado en el sillón de dos cuerpos

de la oficina. La pizarra en la que su nombre y el de Joaquín

estaban unidos a mediados del año anterior estaba limpia,

inmaculada, pues el último guion estaba más que escrito.

—O sea, como lo veo desde mi propia experiencia, sí está

cañón —dijo Santiago sentándose al lado del chico—. No

187
sé si te ayuda, pero es algo que normalmente sabes, Emilio.

Pablo seguía con sus manos cubriendo su cara hasta que no

pudo frenar su risa.

—No inventen, cuando le cuente a Luis, se va a querer

morir —comentó para volver a reír.

—Alto shipper Luis Fer, tienes que contarle, no mames.

—Se lo están tomando muy relajado ustedes, pero saben lo

que es tener esta confusión, o sea, neta, cada vez que lo toco

o Aris toca a Temo es como...

—¿Cómo qué? —inquirió Santiago.

—Como si yo quisiera tocar a Joaquín, pero no de la

manera en la que se toca a alguien cuando actúas. Tocarlo

a él es como si todo mi cuerpo lo pidiera, como una

necesidad, unas ganas que no he tenido nunca y cada vez

que sonríe es cabroncísimo, porque en mi cabeza el tiempo

no existe, en serio, está súper complicado, porque acercarse

es, güey, difícil porque pienso en besarlo muchas veces al

día que no debería pensar porque obviamente tengo novia

—terminó apoyando su cabeza en el sillón para mirar el

techo—. No sé qué pedo conmigo, pero me gusta cuando

188
sonríe, cómo me mira cuando piensa que no me doy

cuenta, la manera en la que sus ojos se ponen cuando ve

algo que le interesa o me trata de explicar algo. Es...

confuso.

Desde hace un par de semanas trabajar era un suplicio y es

que de manera fugaz se sentía vacío si Joaquín no estaba.

Si él estaba en locación y Joaquín en foro, necesitaba pasar

por el canal a cualquier cosa, cualquier excusa le servía.

Desde el día en que necesitó contarle de su padre, sus

conversaciones eran profundas, de música, de películas, de

sus padres, de sus madres, de la relación con sus hermanos,

hasta de ropa y él jamás había hablado de ropa con otra

persona.

—Ahora entiendo lo de la química en el show —bromeó

Santi.

—Emilio, creo que tienes mucho que pensar —aconsejó

Pablo—. Al menos a mí me pasó que siempre lo supe, lo

mismo que Santi. Pero has tenido novias, y en lo que es la

bisexualidad no tengo mucho que decirte, soy puramente

gay.

189
—No creo ser bi, eso no es como que me fuera a pasar.

—Pendejo, no es algo que te pase, es algo que eres —

Santiago le dio una palmada en la nuca—. Sabes qué hay

una escena de un beso, ¿no?

—Chingada madre, ¡el beso!

—No creo que te moleste ahora —sonrió ante su propia

idea—. Tu papá quiere que les mandemos el guion el día

antes de la escena, pero si te quedas callado podemos

mandártela ahora y puedes ensayarla... ya sabes, con Joaco.

—¿Cómo voy a ensayar eso con él? Ni siquiera ensayamos

las otras que son normalitas, vamos a ensayar una escena

de beso.

—Es que van a ensayar el beso, no la escena.

—¡Santi, ¿cómo piensas que eso es un consejo?!

—El chico está sufriendo y confundido, yo no más ayudo

—replicó el otro guionista.

—No sabemos si Joaquín es gay, además, en el caso que

Joaquín llegara a sentir cosas por Emilio y él no sintiera

nada, ¿cómo crees que quedaría esto?

Santiago dudó.

190
—Punto para el vato fresa —concordó apuntando con su

dedo a Pablo—. Pues, la decisión la tiene Emilio, si él cree

que puede sentir cosas o es un sentimiento de

sobreprotección normal que se da entre bros, pues allá él.

Emilio llevaba noches en vela pensando en la sonrisa y las

margaritas de Joaquín. Ese era mi trabajo después de todo.

La relación con la novia estaba frágil no por culpa mía, sino

porque la comunicación estaba mal desde tiempo.

—Mándame el guion, puede ser una buena idea o la peor

cagada del mundo.

Pablo negó con la cabeza porque sabía que las miradas de

Temo ahora tenían un toque más de Joaquín, pero también

porque las miradas de Aris no le pertenecían por completo

a Emilio.

En cambio, yo me preparé para lo mejor, esperando

siempre lo peor.

El chico caminaba de lado a lado en ese salón del CEA. En

su mano, su celular permaneció mudo hasta que vibró con

fuerza. Se colocó nervioso al ver el nombre de quien lo

191
llamaba. Había citado a su compañero con la idea de

ensayar aquella escena que había esperado por motivos

ajenos a cualquiera que fuera el desarrollo de su personaje.

—¿Estás llegando? —preguntó antes de saludar. Y es que ya

lo había visto todo el día, además no tenía ánimo de ser

cortés cuando sus nervios estaban más allá de los límites.

—Voy de camino, me zafé de mi mamá.

—Va, va. Corre.

Cortó. Cinco minutos. Diez minutos.

La puerta se abrió de golpe y se cerró de la misma forma.

Tuvo el valor de darse la vuelta para encontrarse con

Joaquín y su mirada de desconcierto.

—Me mandaron el guion de la escena que nos dijeron que

era sorpresa —soltó notando la pregunta silenciosa en sus

ojos curiosos.

—Va, ¿y qué pedo? —la tranquilidad de su acompañante lo

irritó.

—Es un beso. De hecho, habrá dos —explicó reenviándole

el mail de Santi—. Pensé que quizás podríamos ensayar

eso, antes que te vayas a tu casa.

192
—Oh —dijo Joaquín dejando su mochila de goma

transparente en una de las sillas del salón—. No sé si

Aurelio esté de acuerdo.

Emilio escondió las manos en los bolsillos de sus jeans

mientras encogía los hombros.

—Sí me sentiría más seguro si lo hiciéramos aquí primero

antes de hacerlo entre muchos camarógrafos y los

directores, además conociendo a mi papá, pues, va a querer

estar ahí.

Joaquín lo entendía. Juan había estado muy al pendiente

de las escenas bien cuidadas de Aristemo y si el beso se hacía,

era obvio que pediría primera fila. Crucé unas hebras entre

ellas para que Joaquín asintiera.

Emilio y Joaquín abrieron el documento desde su celular,

yendo hasta la parte de los diálogos. El mayor de los chicos

maldijo por lo bajo.

«"Beso apasionado", pinche Santi», pensó.

—No hay indicaciones, ni un 'se inclina con cuidado' o un

'se lanza a chuparle la cara' —criticó buscando más

instrucciones.

193
—Normalmente esas cosas las dice el director, Emilio —

sonrió Joaquín colocándose al frente de su compañero—.

No me digas que es la primera vez que besas a alguien en

una novela.

—No, no, no, no. Aris besó a Yolo y besé a otra chica antes...

¿Tú?

—Pues, en La Rosa les encantan los besos de menores y

heteros, así que sí, bastantes.

Emilio lo sabía, podría ser posible que él hubiera buscado

en YouTube alguna que otra escena de su compañero para

saber.

—Ah, bueno.

Joaquín acortó distancia acercándose con violencia al

cuerpo de Emilio. De un momento a otro, sus ojos

permanecieron cerrados hasta que los abrió Temo,

mostrando su cara gentil e inocente. Emilio guardó en su

mente ese momento como uno de sus más preciados. Fue

magia.

—No sé si puedo tocarte mientras te beso —susurró

acercándose, dejando sus pechos casi juntos—. Supongo

194
que puedo poner mi mano en tu cintura, si no te molesta.

—Estos vatos llevan meses de novios, créeme que Temo

anda pidiendo que Aris le tome algo más que las manos.

Volvió al personaje, pero Emilio se quedó en su piel.

Quería sentir todo, desde el roce de labios hasta lo más

incómodo que podía llegar a ser.

—Va, a la de tres cerramos los ojos y pues...

Joaquín asintió bajando sus párpados cuando Emilio se lo

indicó, los mantuvo así hasta asegurarse que su

acompañante también los hubiera cerrado para volverlos a

abrir. Quería ver como Emilio se inclinaba hacia él, como

demandaba sus labios.

Así fue. Lento, como si fuera a besar una burbuja, Emilio

se inclinó rozando sus labios con los del chico. Depositó

un leve beso ante la mirada de Joaquín que se dejó llevar

por el hormigueo que crecía en su estómago. Emilio se

separó para ver la cara de Joaquín con detenimiento en

menos de medio segundo. Sus pestañas gruesas y tupidas,

sus labios entreabiertos buscando más, el rubor de sus

mejillas, esas pupilas dilatadas. No le sorprendió

195
encontrarlo observando, solo porque se veía como la

octava maravilla del mundo.

Volvió a buscar el labio inferior de Joaquín con todas las

ansias imaginables, se permitió aferrarse a su cintura como

un ancla, mientras él era sostenido por los hombros. A

Emilio nunca le habían parecido unos labios tan dulces

como los de Joaquín.

Estaba besando a un chico, pero el toque era suave.

Estaba besando a un chico, pero sus manos estaban

pegajosas de los nervios.

Estaba besando a un chico, pero se sentía tan bien que

quería besarlo más.

Con un poco más de fuerza empujó los labios de Joaquín,

los suyos se sentían como fuego. Cuando se iba separando,

su acompañante le regaló un último beso, como un aleteo

de mariposa en sus labios. Un escalofrío le nació desde su

espina.

—Wow.

—Sí se sintió convincente, ¿no? —preguntó Joaquín con

desinterés. Un celular comenzó a sonar y agradeció a su

196
madre por salvarlo de ese momento tan incómodo, porque

no podía admitir al frente de su compañero que era el

mejor beso que le habían dado en toda su jodida vida.

—Pues, nos vemos mañana.

—Sí, mañana, en otra escena de escaleras.

Tomó su mochila para salir del lugar intentando no

parecer nervioso. Pero chocó con dos sillas y luego trató de

abrir la puerta al revés.

Cuando Emilio se encontró solo liberó el escalofrío con

una sacudida violenta de su cuerpo.

«¡Pero qué beso, cabrón!», pensó.

10 de febrero, 2019

La figura se movía en la oscuridad, en pleno día, que era

producida por los gruesos cortinajes. El frío de la

habitación estaba dado por el aire acondicionado que

mantenía fresca la sensación. Él mordía con impaciencia

su labio, haciendo que doliera y sangrara, al igual que sus

uñas.

La puerta sonó. Un leve golpe para sacarlo de su trance. No

197
estaba esperando a nadie, tampoco quería ver a nadie.

—Servicio al cuarto —dijo una voz cantarina—. Vamos,

Joaco, abre la puerta. Traigo chuches.

Arrastró los pies en sus pantuflas hasta la puerta, pero no

quería abrirla, hasta que volvieron a golpear.

—Le dije a mi mamá que no dijera que estaba aquí.

—¿Dónde más ibas a estar, menso?

Joaquín abrió la puerta para dejar entrar a su compañero.

Emilio llevaba los brazos rebosantes de paquetes de

golosinas, papas fritas y chicharrones.

Joaquín se mantuvo dando vueltas con aire ausente por la

habitación mientras Emilio dejaba las cosas en una de las

mesitas de la pieza de hotel. Le pareció que su amigo había

ganado unos cinco años en el transcurso de la noche.

Quizás el vuelo a Huatulco o quizás las fotos de la

madrugada, y es que incluso cuando estaba durmiendo, las

alertas de sus aplicaciones seguían ahí en la mañana, como

los mensajes de Emmanuel o de su padre o de hasta la

hermana de Joaquín. Esa noche el más pequeño no durmió

después de que comenzaran a revelarse las fotografías que

198
con tanto recelo guardaba y que jamás pensó que pudieran

salir a la luz, luego tuvo que tomar un avión e intentar que

nadie preguntara nada hasta llegar a su cuarto de hotel para

seguir sintiéndose miserable en el día libre del elenco.

—Mi papá está hablando con tu mamá y están viendo que

hacer —dijo con suavidad—. Eres menor de edad, así que

nadie puede hablar de ti o de... —se interrumpió a sí

mismo—, se supone que tu mamá revisará todas las

preguntas de las entrevistas, o sea, todo será controlado. Ya

no quedan imágenes por algunas cuentas de Twitter o

Instagram, pero siempre pueden volver a aparecer. Además,

surgió otro tema aparte de la serie, así que supongo que tu

mamá después lo discutirá contigo...

—Da igual.

Lo que más le dolía a Joaquín no era las fotografías, era que

la decisión de contar eso dependía de él y nada más que de

él. Levantó la vista intentando regresar las lágrimas,

exhalando por la boca.

—Nunca me lo dijiste —soltó Emilio, a pesar de intentar

morderse la lengua.

199
—No es algo que cuentes en una plática normal, ni

siquiera mi mamá sabía toda la verdad —se excusó el chico

sentándose en el suelo y apoyando su espalda en la cama—

. No es como cuando hablamos de nuestros papás, no es

una cosa que solo sueltes, Emilio.

El chico asintió. Lo entendía a pesar que habían tenido

charlas de banca casi todas las semanas después de grabar,

en el parque cercano del edificio de Joaquín. A Emilio le

dolía el estómago de coraje por lo que le habían hecho.

«En realidad, me preocupa», se dijo, «de verdad me

interesa». Entonces pensó que no era buena idea decirle

que con el beso que se habían dado en el salón del CEA o

que los muchos intentos que habían grabado por la escena

de la graduación, lo tenían confundido, mezclando sus

sentimientos de preocupación y cariño, haciéndolo sentir

extraño ante una sensación que nacía desde su pecho

cuando lo tenía cerca, un calor que le daban sus abrazos,

una ausencia cuando no lo tenía. Que incluso cuando lo

veía todos los días lo extrañaba a ratos, más de lo que podía

extrañar a su novia que estaba en otro país.

200
Emilio se sentó al lado del chico. Extendió su mano con la

palma hacia arriba y movió los dedos, pidiendo la de

Joaquín.

—Somos amigos y puedes contarme estas cosas, Joaco —

susurró como si la habitación estuviera llena de personas

que los pudieran oír—. Puedes contarme todas tus cagadas

y todas las estupideces que creas que no le puedes contar a

nadie, porque eso es lo que he hecho.

El menor le aceptó la mano.

—Va, porque soy gay.

—¿Neta? ¿Me lo juras? ¡No puedo creer eso! —bromeó

imitando el video viral—. Fuera de chiste, es muy tu pedo,

no debes dejar que el resto de las personas te digan qué

hacer o decir o hasta cómo ser. Para todos los que te

conocemos, sabemos quién eres de verdad y eso es lo

importante.

—Gracias, Emilio —suspiró para después alargarlo con

una inspiración profunda.

—¿Te puedo contar ahora yo un secreto? —susurró Emilio

esperando que no se hubiera quedado dormido—.

201
Estuvimos hablando con mi papá y pues, queremos que tu

rola esté en el disco que voy a sacar, junto con Amor

Valiente...

La cara de Joaquín se iluminó de la nada incorporándose

para mirarlo.

—¿Neta, Emilio?

—Chale, solo si quieres.

—Claro que quiero, pero ¿esto no será malo para las ventas

o qué? —dijo con pesar en su voz. Esperaba que alguna vez

no fuera un fantasma el recuerdo de las fotos.

—Para eso falta y un chorro, hay que hacer los arreglos para

que la grabes, hay que firmar el contrato con la disquera

que ya nos quiere y pues, nada, serás mi invitado, a mi

disco.

Joaquín le sonrió, pero sintió el peso de no dormir por

horas. Estaba casi mareado.

—Gracias, Emi. Me alegraste el día.

Con cautela colocó su cabeza en el hombro de su

acompañante y se quedó estático mientras su respiración

se acompasaba. Emilio creyó que podría ponerlo en su

202
regazo y jugar con sus cabellos, pero para su corazón no

fue una opción. Se veía tan indefenso y tan decaído que la

noticia, que pensó lo entusiasmaría, activó el brillo de sus

ojos solo un momento.

Con cuidado lo recostó con una almohada en la cabeza

para dejarlo dormido en el suelo y poder irse.

Salió de la habitación y cerró la puerta, también lo hizo

con la tapa de la caja que manejaba en su mente, donde

metía todas las cosas que quería dejar de pensar o

postergaba por tiempo infinito. Puso ahí sus sentimientos

encontrados porque no era el mejor de los momentos para

hablarlo con Joaquín, también porque San Valentín se

acercaba y tenía la idea de enviarle flores a su novia, como

un detalle. La cerró, pensando en no abrirla jamás, pero no

contaba conmigo.

26 de noviembre, 2029

Me volteé con lentitud para mirar a Nikolas. La vena de su

frente estaba a punto de explotar igual que mi genio.

203
Siempre agradecí que nuestros amigos no se hubieran

metido en ningún tema cuando pasó lo de las fotos y

Joaquín yéndose de la noche a la mañana. Sabía que Niko

y Ale seguían hablando con él, que supieron dónde estuvo

cuando nadie sabía, pero nunca me molestó e intentaba en

lo posible no preguntar por él cuando hablábamos.

—Va, dime algo que me quieras decir, güey —ataqué casi

abriéndome de brazos para que me golpeara.

—Llevas años viviendo una pena de mierda que no te deja

seguir —comenzó, moviendo sus manos como solía hacer

Diego—. En serio, no entiendo cómo te pudriste tanto

como para no poder escribir ni una mierda decente

durante años, fuiste de peda en peda por meses, te tuviste

que ir para poder sentirte mejor dejando todo lo que tenías,

todo lo que eras. Te metiste con cualquier chava que te

ponían por frente para poder hacer ¿qué? ¿demostrar qué?

¿que se te bajó el nivel de joto que tenías?

—¿Y cuál es el problema? —pregunté irritado—. Tú

terminaste con Elaine muchas veces antes de casarte y

nadie te dijo nada, nadie te criticó por estar triste o después

204
volver como si nada.

—La diferencia es que jamás herí a Elaine.

Estaba a punto de responder levantando mi puño cuando

Joaquín me interrumpió alzando su mano, tratando de

calmar los ánimos, al verme con las mías crispadas. Niko

me estaba sacando de quicio y haciendo que reaccionara

más como lo haría Aristóteles que yo mismo. Controlé mi

rabia respirando con calma que no tenía.

—Nikolas, párale.

—No, ni me digas, güey, porque tú sí que la llevas cagando

años.

Joaquín se sorprendió, al igual que yo.

—Te fuiste, desapareciste, dejaste a tu mamá que era tu

mayor apoyo, a tu hermana, no fuiste capaz de llegar a

enterrar a tu abuela cuando murió, te la llevas trabajando,

tienes una mierda de amistades, no tienes tiempo o ganas

de venir a ver a tu familia y cuando lo haces, lo haces con

una carota —Niko comenzó a tomar aire—. Lo sé porque

Renata me lo ha dicho. Y ¿ahora estás con un vato? ¿Quién

es, güey?

205
Me interesé en el tema, por lo que me relajé un segundo

cruzándome de brazos, expectante de la respuesta.

—Se llama Aron Davis.

—No mames, ¿el fotógrafo? —la cara de Nikolas sufrió un

cambio abrupto. De un chasquido había perdido un

aliado.

—Sí, ¿lo conoces?

—Güey, hizo una exposición de naturaleza orgánica y

alguna mamada así hace un año, fuimos con Elaine y

quedamos...

Tosí para hacerme notar.

—Aun así, tiene que ser insoportable —dijo mirándome

con disculpas en los ojos—. Al menos pienso que tu mejor

novio siempre fue Emilio.

Joaquín y yo rodamos los ojos a la par. El cambio de ánimo

de Nikolas me partió la cabeza en dos, de la ira y no

entender qué pedo.

—Bueno, después de eso, mejor me retiro, creo que ya dije

lo que tenía que decir y ustedes pueden seguir en lo suyo.

El celular de Joaquín comenzó a sonar en ese momento.

206
Con enojo sacó del bolsillo su móvil para poder responder,

pero algo lo frenó.

—Es Aron, tengo que contestar —se disculpó—. Debía

llamarlo en cuanto bajé del avión.

Salió comenzando a hablar en inglés que no comprendí

por lo rápido y fluido.

—No mames, Niko, ¿en serio?

—A ver, Emilio ustedes se iban a poner a sacarse cositas y

la verdad es que lo único que tienen que hacer ahora es

despedirse y seguir con sus vidas —suspiró—, tienen que

cerrar este capítulo y seguir. No pueden estar así, mínimo,

no sé, intentar cerrar el ciclo. Ale siempre es la que tiene la

fe y la esperanza que regresen, pero ha pasado un chorro,

no merecen tener eso dentro, menos ahora que parece que

en serio tú estás mejor y a él le gusta el vato. O sea, ¿viste

cómo salió?

—¿Qué pedo contigo, güey?

—Siempre fui sincero contigo. Y ahora, lamentándolo por

los dos, puedes tener la despedida que querías. Tienes

chance de decir adiós, Emilio.

207
Necesitaba hablar con alguien que no supiera todo lo que

había detrás de esta historia. Pensé en ir con Pablo y

Santiago, pedir una vez más un sabio consejo, pero estaban

en medio de miles de preguntas de los fans sobre cómo

debió terminar Aristemo o qué ideas fueron las que

ayudaron a crear el libro que no creí conveniente esperar

más.

Puertas más allá, estaba mi otra madre, a la cual nunca le

confié el secreto que pesaba en mi alma y mente.

Salí ante la sorpresa de mi amigo que gritaba mi nombre,

de seguro pensando que me iba a ir de una vez por todas

de ese manicomio, pero, ante mi propia incredulidad pasé

por el lado de Joaquín que sonreía con nuevos ánimos a su

celular para llegar al camerino de Gaby.

Golpeé un par de veces y deseé con toda mi alma que

siguiera ahí.

—Gaby, soy Emilio, ¿tienes un tiempo?

La puerta se abrió desde dentro mostrándome una mujer

desmaquillada, pero hermosa, de cabellos negros y ojos

verdes, llenos de dulzura.

208
—Ya creía que no vendrías.

209
10.
Nefasto
Que causa desgracia o va acompañado de ella

Junio, 2021

Comenzó sacando un pie por la orilla de las sábanas para

comenzar a tirarlas hacia abajo con fuerza, en lo que gemía

desperezándose. Estiró sus brazos sobre la cabeza,

elongando todo su cuerpo en una línea recta. Eran casi las

1 de la tarde de aquel día sábado. La habitación estaba

iluminada por leves haces de luz que entraban por

entremedio de las cortinas y llegaban a su rostro.

—Hasta que te despiertas —dijo una voz con tono dulce.

Joaquín se volteó para encontrarse con un Emilio de ojos

dormilones y rizos despeinados. Como era de esperar, su

torso sin ropa que lo cubriera y unos calzoncillos rojos y

210
negros. Una sábana delgada no alcanzaba a taparle media

pierna.

—Como siempre, amanecí destapado —alegó acercándose

para estrecharlo entre sus brazos.

—Pues, puedo volver a dormir en el cuarto de visitas, nada

más me dices.

Emilio abrió su boca fingiendo sorpresa, mientras se

colaban sus manos debajo del pijama de franela del otro

chico. Joaquín llevaba años sin dormir en el cuarto de

invitados.

—Ah, ¿sí? Ah, ¿sí? —repetía repartiendo cosquillas por su

torso. Joaquín reía, porque ese era su día, poco antes había

cumplido 18 años y poco antes habían hablado con la

familia al completo de Emilio. Después de años dejaban de

ser un secreto, al menos para una parte del mundo.

El hechizo terminó cuando Joaquín comenzó a toser y

colocarse rojo al atorarse con sus propias risas. Emilio frenó

el ataque, manteniendo sus manos en el vientre de su

novio, tocándolo con las yemas de los dedos en esa piel tan

suave.

211
—Quiero llevarte a comer —soltó el rizado, lo que no

ayudó a Joaquín con su tos.

—Espérate tantito, ¿salir de la casa?

El más alto se levantó de la cama buscando sus zapatillas

de dormir entre las ropas del suelo, mientras no despegaba

los ojos de quien permanecía recostado.

Las sábanas de la cama estaban regadas por la habitación,

no solo por berrinche de Joaquín por la mañana. El rostro

de Emilio se colocó serio, la sonrisa con la que había

amanecido era ahora una línea recta y sus cejas estaban

caídas y fruncidas.

Odiaba no poder salir de casa cuando estaba con Joaquín,

odiaba a la prensa amarillista que una vez los había seguido

en un carro por el centro de México en horario punta al ver

que salían del canal juntos y en el mismo auto, odiaba las

preguntas en los lives de familiares, las consultas

constantes. Pero lo que más lo sacaba de quicio era que no

podía responder lo que quería y que a veces lo

descubrieran.

¿Son amigos en la vida real?

212
Sí.

¿Fuera de escena son amantes?

No, cómo crees.

¿Qué es Emiliaco?

La unión de nuestros nombres.

¿Se aman con locura?

Sí, no mames.

Joaquín odiaba todo eso y además estaba temeroso. Si bien

la serie tenía un fandom que iba en retirada, donde

entraban nuevas personas por los nuevos personajes,

siempre estaba el fantasma de Emiliaco. Amaba lo que

significaba, la unión de su nombre y el de Emilio era

mucho mejor que el primer intento que había hecho el

fandom cuando todavía estaba la novela y generaban

nombres más complicados de decir.

Pero su miedo más grande era tener que decir con todas

sus letras que las teorías, los indicios que dejaban como

migajas de pan, que los likes de Emilio en publicaciones,

eran reales. Que llevaban su tiempo siéndolo. Entendía a

su novio, pero no podían permitirse hacer algo como gritar

213
a los cuatro vientos una relación cuando la carrera musical

de Emilio estaba mal. Juan y publicidad se los habían

dicho. No era fácil ser gay, bisexual o distinto en México.

Si el segundo disco de Emilio no se había vendido tan bien

como esperaban era un indicio de algo, les comentaron. Y

Joaquín era consciente que sin música Emilio se

marchitaría.

Cuando atacaron que Ricky Martin no había afectado su

carrera, o lo mismo con Juan Gabriel, lo que recibieron fue

una mirada fulminante y solo una frase.

Emilio todavía no es tan grande. Y no hablaban de su edad.

—Joaco, no podemos estar pidiendo Rappi cada vez que

queramos hacer algo.

—Emilio, no es necesario pedir Rappi, sé cocinar y te

encantan mis postres.

El chico no lo negó. Pero seguía molesto.

—Quiero poderte llevar a todos lados, quiero poder ir al

cine, al boliche, recogerte en el canal o en tu casa.

—Pues, no se puede.

—Pues, quiero que se pueda, que no sea raro, decir que

214
somos amigos o alguna mierda parecida para poder estar

contigo, no entiendo el miedo ilógico que tienes, neta.

Joaquín se sentó en la cama, alisando las sábanas que lo

cubrían otra vez.

—No se ve bien que hagas esas cosas y nos vemos todos los

días, no mames.

—Ah, pero cuando salimos de México por vacaciones bien

que podemos andar tomaditos de la mano y joteando en

los antros o cuando recibimos el Glaad el año pasado y

andábamos bien emparejados.

—No digas joto, jotería o jotear. Además, ahí nadie nos

juzgaba o conocía tanto, aparte, más exhibidos que en el

primer Glaad al que fuimos no íbamos a quedar.

Emilio comenzó a lanzar el resto de sábanas sobre la cama

al no tener éxito en encontrar sus zapatillas de dormir.

—¡¿Dónde se metieron estas cabronas?! —gritó frustrado.

Joaquín se inclinó por su lado para lanzárselas a sus pies.

—Las ocupé anoche cuando fui al baño —susurró con

tristeza—. Perdón.

Las disculpas no eran solo por las zapatillas y Emilio lo

215
sabía, en sus ojos estaba ese sentimiento de culpa que

siempre aparecía en esas discusiones.

Se agachó apoyado en la cama para quedar a su altura y

poder mirarlo a los ojos.

—Te amo.

—¿Veinte de diez?

Emilio sonrió.

—Va, alistémonos porque saldremos en un rato a

desayunar o, así como vamos, a cenar, supongo —dijo

como ultimátum.

Joaquín rezongó para volver a salir de la cama. Su voz

cambió como la de un dibujo animado.

—Stitch no quiere salir, Stitch quiere pasársela en casa.

Emilio hizo un puchero al escuchar eso tan adorable, pero

se mantuvo decidido porque sabía que Joaquín lo estaba

manipulando con esa voz.

—Saldremos, ya dije.

Su novio lo miró emputado, pero no le dio importancia.

El camino al restaurante fue pacífico, Joaquín eligió la

216
playlist por lo que Emilio solo entendió lo esencial de las

letras. La mayoría eran de obras que no había visto en su

vida de Broadway, ni las que eran películas.

Cuando aparcaron ambos se quedaron con la mirada en el

frontis del local. La piedra que adornaba y el olor a pasta

se sentían desde ese punto.

—Me acuerdo cuando vine con tu familia un fin de

semana.

—Cuando Óscar preguntó tus intenciones —dijo Joaquín

dibujando comillas con los dedos en la última palabra.

—¿Cuánto llevábamos en esos tiempos?

—Creo que cuatro meses.

Emilio levantó las comisuras de sus labios, mostrando la

felicidad que esos cuatro meses se hubieran multiplicado

hasta ser años. Tomó la mano de su novio que descansaba

en el muslo y la besó en el dorso.

—Todo va a estar bien.

Mentía, pero no lo sabía tan bien como yo.

Suspiraron para salir del coche. Antes, cuando salían y todo

lo de Aristemo estaba en auge tenían que ocultarse tras gafas

217
grandes y sudaderas de capucha yendo a lugares apartados.

Pero ese día estaban vestidos normales, con sus jeans y

camisas o playeras de animados diseños.

Entraron para pedir su mesa de siempre, aquella ubicada

en la parte de atrás, cubierta por un biombo amarillo

trasparente, cerca de la puerta de la cocina, donde pocas

personas ponían su atención.

Era su mesa desde hacía meses, aun que cuando llegaron a

ella entendieron que no podría serlo por mucho más. Por

diseño el biombo había sido retirado, manteniendo todo

lo demás, pero quitando la privacidad que brindaba.

Llámenlo juegos del destino.

—Sí está Viviana hoy, ¿no? —preguntó Emilio tratando de

parecer tranquilo mientras se sentaba.

—Viviana está con baja médica, pero su camarero seré yo

—dijo una voz animada y juvenil.

Viviana era su camarera preferida, la que les daba más

palitos de queso si pedían o les rellenaba sus vasos con

cualquier soda que quisieran. Además, era la que le sacaba

la pimienta y chile a las comidas de Joaquín para que no

218
tuviera picazón en la lengua. Pero más que eso, ella sabía

su secreto y lo guardaba por la cómoda suma de un beso

en sus mejillas de persona mayor.

—Supe que envió su orden antes de venir, así que

comenzaré a traer sus platillos —siguió la chica con

ánimo—. ¿Alguna preferencia de orden?

Ambos negaron rápido y energético, hasta que la chica se

retiró.

—No estoy nervioso —comentó Joaquín, jugueteando con

su anillo.

—Joaco, son cosas que pasan y hasta ahora vamos bien,

deja ese miedo tonto que todos nos miran porque nadie lo

hace y porque nadie va a decir nada, somos solo dos vatos

por un plato de fettuccini, no mames —suavizó el

comentario tocando dos de los dedos de la mano de su

novio con disimulo sobre la mesa—. Hacer estas cosas

contigo es lo que quiero hacer siempre. Quiero poder salir

y que no sea por trabajo, quiero que podamos disfrutar de

esto. No te miento diciendo que hay veces donde me

gustaría que todo el mundo supiera, pero estas pequeñas

219
cosas, son las que adoro de lo que podemos hacer. Algún

día no habrá problema en que te ame como quiero y que

todos lo sepan, porque hoy me hubiera gustado llenarte de

flores, llevarte a cenar, poder ir contigo al teatro que sé que

te encanta.

Sin importarle mucho, tomó la mano completa de Joaquín

en la mesa.

Joaquín tampoco era ingenuo o así de miedoso siempre,

aun cuando era soñador y optimista, pensaba que las cosas

malas podían pasar.

Fuera de todo, adoraba los detalles que podían tener el uno

con el otro sin que fuera raro. No mentía, muchas veces a

Emilio le causaba extrañeza ciertas cosas, como quién le

abría la puerta al otro, quién debía pagar la cuenta, cuál de

los dos era el que mandaba en una relación como esa o

quién era la cucharita pequeña en un arrumaco. Pasó

mucho tiempo antes de saber que él también podía ser

consentido y mimado.

—Bueno, en ese caso, gracias por las flores imaginarias y la

linda velada, se escucha muy melosa para ser tú —sonrió

220
Joaquín apretando su mano.

—¿Cómo no? Llevamos su resto de años, eres mi relación

más larga hasta ahora.

—Emilio, no la cagues.

El chico se inclinó olvidando que no estaba el biombo,

pero dejó de avanzar cuando vio a la camarera salir de la

cocina con sus platos. Así, entre miraditas y sonrisas,

pasaron por los platillos hasta llegar al postre.

—Si me gusta bastante esto, estar aquí contigo es bastante

diferente —dijo Joaquín con la boca llena de pudín de

chocolate.

—Obvio, menso, además imagina todas las otras cosas que

haríamos si saliéramos más —respondió Emilio limpiando

con su servilleta la comisura de su novio. Joaquín le regaló

una mirada cargada de amor.

Alguien de una mesa vecina apuntó su celular a la

dirección de los chicos y tomó una imagen, moviéndose

rápido para no ser descubierto, pero lo buena como para

distinguir las dos figuras entre lo borroso.

—¿Puedo pedirte algo? —preguntó el mayor. Joaquín

221
asintió ansioso—. Prométeme que sin importar nada,

siempre estarás al pendiente de lo que quieres, ¿va? O sea,

de todos tus sueños y cosas, que no dejes que alguien te

diga que no puedes hacer algo, sobre todo si soy yo, ¿va?

Fui un poco tonto al pensar que debías hacer algo como lo

que te pedí antes, creo que mi egoísmo me ganó un poco y

creo que eso te ha limitado...

—Hey, estamos bien, eso ya pasó —lo interrumpió

rápido—. Y eso tiene que ver con hoy, ¿por?

—Lo digo en serio, porque obviamente me importas y me

gustaría que lo supieras, básicamente porque en un tiempo

Aristemo terminará y has postergado muchas cosas por

eso... y básicamente por mí.

Lo que no sabía Emilio era que nos estaba leyendo la

mente. A Joaquín porque le habían hecho una propuesta y

a mí, porque podía hacerla realidad.

—No inventes, Emilio. No he dejado de hacer cosas por ti

o por Aristemo, me encanta mi trabajo porque es lo que me

apasiona, y pues, porque tenerte de compañero de trabajo

igual y es chido. Sí estuvo mal lo que nos pasó, pero ya lo

222
superamos, a la verga.

Emilio le lanzó su servilleta al rostro divertido, haciendo

que Joaquín estallara en una carcajada ruidosa. En su

interior, seguía recordando cómo se aferraba a la baranda

de las escaleras y le gritaba sus verdades meses atrás.

Más tarde, en la noche, cuando Emilio dormía tranquilo y

plácido a su lado en aquella habitación iluminada por la

luna, Joaquín se soltó de su agarre para tomar su teléfono

y marcar a ese número que no llamaba tan seguido como

le hubiera gustado.

Timbró dos veces cuando una voz más adulta contestó.

—¿Cómo está mi perro amado? —ese apodo lo odiaba,

pero no ganaba nada en decírselo a su padre.

—Llamaba para preguntar si es que la propuesta sigue en

pie.

—¿Ni un hola para tu padre, Joaco?

—Ay, papá —rio Joaquín.

—Por supuesto que sí, perro. Con tu hermano estamos

esperándote en cualquier momento que quieras y puedes

223
hablarlo con tu mamá para que no crea que te obligué,

pero mi casa es tu casa.

—Lo pensaré entonces.

—Me avisas —dijo con tono ameno—. Y ¿cómo está

Emilio con esto?

Joaquín torció el gesto, porque no sabía cómo iba a estar,

pero pensó que todo lo de la cena podía ser una señal. Miró

su dedo meñique y como el círculo lo rodeaba sin fin.

Y pues, soy Kismet y ni idea tenía de lo que podría llegar a

pasar con eso.

El siguiente lunes fueron llamados a la oficina de

producción. Iban de la mano, como lo hacían siempre

cuando estaban en foro. Daba igual, Televisa era su refugio,

donde todos sabían, pero no decían ni una palabra. El

rumor a viva voz.

Juan los esperaba mirando por la ventana.

—Chango, Joaquín —saludó volteándose para plantarles

cara, con aquellos nombres que usaba cuando algo no le

parecía. Su rostro cambió al verlos de la mano. Con

224
nerviosismo Joaquín desenlazó sus dedos, pero antes que

retirara su mano, Emilio la apretó con más fuerza.

—No sé qué anduvieron haciendo, pero tienen que tener

más cuidado cuando se les ocurra hacer sus... tonteras —

sentenció mostrándoles una foto mal tomada. Se

distinguía la cara de Emilio limpiando la de Joaquín un

poco más borrosa—. Hemos hablado de qué pasaría si se

destapara. Con suerte esto me llegó a mí y no lo postearon

o subieron a alguna parte. Tienen que tener cuidado

cuando salgan, no habíamos tenido estos problemas desde

hace un rato, saben que los ojos de todos siguen en ustedes,

manténganse bajo perfil, chingada madre.

Las últimas palabras fueron acompañadas de un poco

común golpe en su escritorio. Joaquín bajó la mirada, en

lo que Emilio dilataba las aletas de su nariz con molestia.

—¿Me esperas afuera? —susurró Emilio a Joaquín. La

mirada del chico se levantó para observarlo asustado—.

Quiero hablar con mi papá.

El menor asintió. Emilio se inclinó para robarle un roce de

labios, sabiendo que su padre desviaría la vista ante la

225
muestra de afecto. La hebra de Juan en el tejido de Emilio

vibró cuando la trencé un poco más tensa.

—¿Te molesta la foto o que estoy listo para decirle a todos

que salgo con un hombre? —le cuestionó con valor en su

voz—. Estoy listo y convencido de lo que siento. Joaquín

es mi novio, mi pareja y la persona a la que elegí amar sin

importarme si te parece o no, por primera vez tuve la

opción de elegirlo a él y siempre lo voy a elegir a él.

Fuera, Joaquín se mantenía pendiente de lo que se decía

dentro. Escuchaba poco, pero se sentía contento de oírlo

decir eso, hasta que recordó que Emilio hablaba con su

padre y lo doloroso que tenía que ser tener esa

conversación.

—El día que llegue a pasar algo como esto de nuevo, mi

prioridad será taparte a ti, Emilio —dijo con tono

mordaz—. Quiero que sepas eso.

—Ya, va, pues el día que pase eso, no voy a necesitar que

tapes nada. No te preocupes —su tono cambió cuando

agregó—. ¿Algo más que decirme, señor productor?

Juan se sentó molesto en su escritorio manteniendo la

226
mirada firme.

—No, nada más.

Emilio salió por la puerta, a sabiendas que Joaquín estaría

ahí. Se le acercó ofreciendo su mano para volver a foro.

Joaquín no la tomó.

—Prefiero que seamos más discretos, Emilio —dijo con un

hilo de voz—. No quiero que tengas más problemas.

El rizado asintió, pero le pasó uno de sus brazos sobre los

hombros como era costumbre. En ese toque que lo seguía

haciendo sentir seguro y en casa.

26 de noviembre, 2029

Lo primero que pensé cuando vi su nombre en la pantalla

de mi celular fue no contestar. Parecía que hablar de él era

como invocarlo, pero no me sentía seguro de responder

después del desplante de Niko.

—Es Aron, tengo que contestar. Debía llamarlo en cuanto

bajé del avión —mi excusa fue muy pobre, pero nadie dijo

nada cuando salí hablando apresurado.

227
—Hola, precioso, ¿qué tal tu vuelo? —preguntó en lo que

lograba encontrar un lugar del pasillo sin que se escuchara

la conversación de Emilio y Niko—. ¿Ya te encontraste con

Ale?

—Sí, manda muchos besos y abrazos.

—Genial, ¿a qué hora vuelves? Muero por verte. Siento que

llevas años lejos.

Pensé que jamás me acostumbraría a una relación así, de

sobrenombres cursis, de esas que se toman de la mano en

la calle, de poder salir a la cafetería del primer piso del

edificio del departamento para desayunar sin que el

mundo alrededor te mirara con odio o desaprobación. En

parte, Aron había sanado eso en mí.

—También me muero por verte —mentí.

—Así que, ¿te espero para cenar? Podemos pedir thai o china.

—Estaría bien unos tacos de esos malísimos que pides.

—Amor, estás en México, come unos tacos allá. Sal con Ale y

diviértete, puedes llegar hasta el otro viernes, no hay más

ensayos y aunque te extraño una eternidad, puedo vivir sin ti

por unos días. Solo unos pocos, tampoco como para que abuses.

228
Me permití sonreír como estúpido al aparato. Emilio salió

del camerino, tratando de no mirarme, con dirección al

final del pasillo, con Niko detrás, hasta que lo vimos

pararse en frente de la puerta de Arath y Gaby. Necesitaba

su minuto con ella. Lo entendí perfecto.

—¿Qué onda este vato, güey? —preguntó Niko cuando vio

entrar a Emilio al camerino del fondo.

—¿Ese es Emilio? Envíale mis saludos y pregúntale cuándo

vendrá para que salgamos los tres.

Me reí del chiste. Después de lo del camerino lo que menos

quería era tener en la misma habitación a Emilio y a Aron,

pero él no tenía idea, porque mi mayor secreto seguía

siendo Emilio y nuestros años. Mi novio sabía lo poco que

le había contado y lo que pudo saber por medio de todo lo

de Aristemo, que prefería que siguiera siendo casi nada.

Sabía de mis años siendo el otro chico que cantaba con el

hijo del productor y de las fans que viajaban para verme en

Nueva York, sabía de las entrevistas donde nos veíamos

como hermanos, según él.

—No, es Niko, que resulta que conoce tu trabajo.

229
—Ah, invítalo también para que vea la nueva exposición. A la

única que conozco es a Ale y porque vino de sorpresa cuando

estábamos visitando a tu papá al cual me presentaste como tu

compañero de departamento, así que...

Tampoco era una buena idea. Quise buscar entre mi ropa

la cadena que colgaba en mi cuello y juguetear con ella.

—Así que mejor te dejo, tengo que ir a Vanity y después pasar

por People, espero te la pases bien y la próxima me dejes ir,

también quiero mostrarle mis honores a tu abuela y dejar Pan

de Muerte en su tumba.

Su acento al decir ‘Pan de Muerte’ nunca me cansaba,

tampoco que lo dijera mal, pero sí que intentara con tantas

fuerzas integrarse. No iba a desgastarme pensando en

corregirlo.

—Te veo mañana, te...

—Sí, bebé, nos vemos.

Agradecí que no me dejara terminar la frase porque no me

sentí seguro de poder decirlo en ese momento con Niko

haciendo caras en frente.

—¿Ese era el Aron? Se escucha bien... fifí.

230
Llevaba años sin escuchar ese calificativo que me

perteneció por tanto tiempo.

—Tiene verga de oro o ¿qué? —su pregunta estaba fuera de

lugar en tantos niveles, pero se me escapó un hipo al

esconder una risa. Con el tiempo el humor de Niko había

cambiado, pero casi nada, de lo que culpaba en parte a

Emilio.

—Es muy educado y tiene buenos sentimientos.

—Va, entiendo.

Lo miré confundido.

—¿A qué te refieres?

—A que eso era lo que necesitabas, al fin y al cabo, tu

historia de amor es Emilio, él es quién peleó por ti y pues,

hasta con su hermano y su papá para poder estar contigo,

pero este güey es nada más lo que siempre se tiene después

de eso, lo seguro.

Mi mandíbula cayó hasta el suelo con lo que me dijo. Con

Aron las cosas no habían sido fáciles más que nada porque

venía roto y estaba tratando de sanar.

—Es todo lo que podría esperar de una pareja, es

231
comprensivo, esforzado, le gusta su trabajo, tiene un

talento increíble, un corazón de oro y...

—Va, va, ¿y Aron? —lo miré atónito—. Lo digo porque me

estás describiendo a Emilio, o al menos suena bien

parecido.

Mantuve mi cara de sorpresa.

—Niko, neta, sí te estás pasando.

—Joaco, sé que llevamos distanciados un tiempo y que fue

por algo que no es completamente mi responsabilidad,

porque también tienes tu grado de culpa, no te hagas —

rodé mis ojos en lo que cruzaba mis brazos, mostrando

indignación—, pero piénsalo, ese día que te fuiste no fue

justo para nadie, desaparecer por años, estábamos todos

preocupados y no teníamos idea de dónde estabas. Tu

hermana y tu mamá no decían nada y cada vez que te

marcaba estaba apagado, hasta que entendí por qué, pero

no debiste jugar así, había otras formas. Pasaste por una

mierda solo, una mierda que hubiera sido más fácil de

llevar con nosotros. Así que te pido que no te cierres más

porque necesité a mis amigos y bastante. ¿A quién crees que

232
quería llamar cuando me comprometí con Elaine? O, ¿a

quién quería de padrino? Sí nos hubiéramos visto más

como chambelanes, pero te quería en esa iglesia. Los quería

a los dos y los sigo necesitando porque son mi familia y no

porque después de un tiempo comencé a llevarme más con

Emilio dejé de defenderte o estar para ti. Por eso el día que

me llamaste para felicitarme por mi matrimonio fue de los

mejores, porque sentí una parte tuya conmigo.

Dulcifiqué mi mirada. Si el cabrón quería hacerme sentir

mal, lo estaba logrando. Haber estado alejado hizo que me

perdiera muchas cosas, como Niko, la actuación, mi país,

mi familia, mis amigos de toda la vida. Incluso extrañaba a

Diego y sus constantes coqueteos con Renata que

terminaron en un amorío que seguía. Iug.

«Somos quienes dejamos entrar en nuestra vida», recordé.

Ni siquiera mi propio consejo lo estaba llevando a cabo.

—Va, pero sí te mamaste esa vez diciendo eso —repliqué

tratando de zafarme—. Igual que ahora, mi relación con

Emilio... —pensé lo que había dicho y me corregí—, lo que

tuve con Emilio nos pertenece a ambos, nadie más debió o

233
debe meterse.

—Pues, ahí sí te creo, pero no puedes negar que está bien

jodido todo.

—Niko, ¿me lo prestas? —la voz a mis espaldas me recordó

mis primeras crudas, clases de conducción y, en resumen,

las cagadas que cometía.

Arath tenía el rostro serio, como en nuestras miles de

conversaciones. Sí, todo estaba bien jodido.

234
11.
Si no hubiera existido

20 de marzo, 2019

La noche caía afuera mientras que la chica lo contemplaba

como si fuera su adoración. Emilio se sintió cohibido, pero

a la vez no quería articular palabra en medio de ese

exquisito silencio que compartía con María en su

habitación esa tarde.

—¿Qué me miras tanto? —preguntó juguetón.

—¿Sabes que te extrañé? —preguntó la chica poniéndose a

horcajadas sobre él en la cama que compartían frente a una

televisión prendida a la que nadie ponía atención.

Emilio acarició sus muslos con un roce suave.

—No quiero discutir contigo.

235
—Entonces no hablemos más de eso y dejémoslo correr, yo

no digo nada y tú no dices nada y listo —respondió ella

inclinándose para besarlo.

Pero él quería hablar, quería decirle lo mucho que le

gustaba el teatro, como disfrutaba salir a cantar ‘Perfecto’

pensando en ella, o como haber besado a Joaquín era una

de las cosas que le hacían preguntarse casi hasta de su

naturaleza. Abrió los ojos en medio del beso apartando a la

chica y es que de la nada, sus labios no eran como los

quería. Eran suaves, sabían a fresas con nata, no como los

de Joaquín que tenían gusto a banana y chocolate, incluso

cuando no había comido nada de eso los días que lo había

besado.

—¿Estás bien?

—Sí, un poco cansado, solo cansado.

María no dijo nada, incluso cuando esa era la excusa para

las últimas veces que había intentado tener un contacto

más carnal. Suspiró frustrada, tomando asiento al lado de

su novio, dejándose abrazar por los hombros, colocando

toda su atención en la película de la pantalla.

236
Emilio no emitió ni un sonido, pensando en Joaquín y el

abrazo no dado, en sus labios, en ese leve resplandor que

salía de la caja.

Al menos, con su novia la discusión que habían tenido días

antes estaba olvidada, lo que era una ventaja de las

relaciones a distancias, que por el poco tiempo no había

ganas de discutir.

21 de marzo, 2019

Dentro del camerino se respiraba ese aire pesado de haber

estado en el personaje por mucho tiempo. Emilio se sentó

sobre la mesa de maquillaje con el libreto en mano

tratando de recordar parte de sus diálogos que casi siempre

salían solos, pero ese día de marzo, con su novia en el

escenario, a pocos metros de él y su novio ficticio en frente,

parecían abandonar su cabeza entre la neblina. La caja,

aquella que guardaba en lo recóndito de su mente estaba

más presente que las líneas de su personaje con el destello

de luz que aparecía como en un día de tormenta con un

rayo en el firmamento. El sonido de unos nudillos lo sacó

237
de su estudio, pero no alcanzó a decir nada cuando Joaquín

entró por la puerta con enojo en su cara. Sus cejas casi

juntas en medio, sus labios abiertos para decir algo que no

quería, pero debía. Lo que llamó la atención de Emilio

fueron sus ojos, eléctricos, ardientes de ira. Antes lo había

visto enojado, pero en ese momento, era el nivel siguiente.

—¿Qué mierda pasó ahí afuera? —recriminó ahogando un

grito.

—Pues, abracé a mi novia, pensé que pararían la música

antes, pero no pensé...

—Va, ¿no pensaste?

—Hey, ¿estás así porque te dejé cantando solo o porque

abracé a mi novia?

Joaquín se paralizó. Quería decirle muchas cosas que no

venían al caso de lo dolido que estaba. Quería decirle que

su falta de profesionalismo se había mezclado con su

reparación de daños.

—Ándate a la mierda, Emilio.

Emilio dio un salto para bajarse de la mesa de maquillaje,

haciendo que un lindo girasol en una maceta se estampara

238
contra el suelo volviéndose añicos. La flor, que había

estado siendo alimentada por los focos de luz, se notaba

viva, incluso con un brillo artificial que no le contribuía

nada a su crecimiento.

—¡¿Cómo te las arreglas para cagarla siempre?! —gritó

Joaquín abalanzándose para recuperar la flor y los restos de

maceta del suelo.

—¡Eso crees, ¿neta?!

—¡Te escuché! ¡Se lo contaste a ella! —explotó el chico,

dejando el desastre de pétalos y tierra al caer en cuenta que

no había cómo solucionarlo.

Emilio recordó en su mente lo pasado días antes en la

presentación que habían grabado para el programa de

Montse & Joe. En su memoria, estaban ambos en el

camerino además de su novia que no despegaba los ojos de

los dos, tratando de buscar fantasmas donde podía

haberlos.

De pronto, Emilio ya no estaba en el estrecho camerino de

Coyoacán, sino que en el de la Radio XEM, días antes.

Recordó a Joaquín saliendo para ir al baño mientras

239
terminaba de arreglar sus rizos frente al espejo.

— Joaquín y tú se han hecho amigos rápido —dijo la chica

fingiendo despreocupación desde un sofá—. No lo tratas

como a los demás.

—Joaco es diferente, creo.

Emilio la miró por el espejo mientras ella alzaba una ceja,

fingiendo entender. Pero sabía que era lo que le podía

preocupar porque a él también lo dejaba en vela pensar que

con Joaquín había magia en sus toques, en sus

presentaciones, en sus miradas.

—Pero ¿por qué te mira así? —le había dicho.

—Pues, actuamos.

—Seguro tú actúas, ¿pero él? ¿es gay o qué?

—Sí, lo es, pero...

Claro que Emilio no sabía que en ese momento Joaquín

escuchaba atento detrás de la puerta, esperando a que se

terminara esa conversación para poder entrar.

Los recuerdos de Emilio terminaron, en lo que él se daba

de cabezazos mentales por la cagada monumental.

—¿Nos escuchaste? ¿Lo escuchaste todo?

240
Joaquín negó con la cabeza. Después de que Emilio

revelara su verdad lo único que quería era terminar con esa

tarde que luego sería peor con la presentación en Montse &

Joe. Aquella que nadie quiere recordar, ni yo, que fui quien

hizo que pasara. Sí, me mamé, como Kismet les pido

disculpas.

—Supongo que después de eso fue burla, así que me fui.

No te preocupes, que, a diferencia de ti, yo sí sé ser

profesional y esto no me afecta.

—Joaco, no le va a decir a nadie, lo juro.

—Llegas tarde, porque le dijo a Ren Guerra y pues, ella no

sabía y me lo acaba de preguntar.

Emilio intentó acercarse por un abrazo, un toque en su

hombro, cualquier cosa, pero Joaquín retrocedió, saliendo

por la puerta, dejándolo con un girasol y tierra regado por

el suelo. Pensó que quizás él también podía ser como el

girasol, alimentándose de una luz que no le brindaba más

que un poco de lo que necesitaba y quería.

Parte del chico se alegró que Joaquín no hubiera

terminado de escuchar la conversación con su novia días

241
antes, porque la pregunta que esta le había hecho todavía

resonaba, haciendo que un poco de la caja se liberara

despacio.

—¿Acaso a él le gustas? O, ¿acaso a ti te gusta? —recordó

mientras suspiraba. Y es que él no supo contestar ninguna

de las dos preguntas. Y tampoco le había encontrado

respuesta para sí mismo.

22 de marzo, 2019

El viaje a Monterrey fue silencioso. Joaquín al lado de su

madre mantenía su atención en la música que salía de sus

audífonos inalámbricos, intentando no mirar más de lo

necesario al chico que estaba al otro lado del pasillo.

Mantenía su maleta cerca de él esperando que le dijeran

dónde podían dejar sus cosas para comenzar con la ronda

de entrevistas.

Vio a su madre mover los labios por debajo del volumen

de su música. Quitó uno de sus audífonos levantando la

ceja, pidiendo que repitiera lo último que había dicho.

—¿Peleaste con Emilio? —preguntó bajito.

242
Joaquín no quería más problemas, así que negó con la

cabeza. Del otro extremo del pasillo, al lado de Emmanuel,

Emilio se acomodaba su almohada para cuello celeste y de

cuerno de unicornio para apoyar su cabeza en la pared. Sus

ojeras estaban azules y sus ojos pequeños por haber

dormido poco, al igual que Joaquín. Ambos, sin querer,

habían estado pensando en el día anterior. Emilio

preguntándose cómo arreglar las cosas y Joaquín en cómo,

supuestamente, lo que estaba sintiendo no iba a interferir

en meses de trabajo que quedaban por delante.

—No, mamá. Estamos bien —agregó ante la duda de su

madre.

La mujer no dijo nada más, solo se concentró en Juan y

cómo ordenaba a las personas de producción y el teatro de

Monterrey que terminaran de organizar los últimos

detalles.

Emilio alzó su vista encontrándose con la de Joaquín. Café

casi negro y café casi avellana en contacto puro. El único

contacto que habían tenido había sido antes del vuelo, para

un video que Otto les había pedido.

243
Emilio había puesto su brazo sobre sus hombros, aquellos

que lo habían extrañado durante los días, pero que ahora

se sentían pesados, con una carga incluso sin tenerla. El

rizado levantó su mano para saludar, pero no tuvo

respuesta del menor.

—Chicos, este será su camerino mientras estén aquí —

exclamó Juan abriendo una de las puertas del pasillo que

daba paso a una espaciosa habitación de murallas blancas

con sofás, comedor e incluso un baño al fondo—. Está

cómodo, ¿no?

Elizabeth y Emmanuel fueron los primeros que entraron

dejando que Joaquín y Emilio pelearan con miradas quién

era el primero en pasar. Cuando por fin decidieron, ambos

intentaron atravesar por la puerta, muy estrecha para los

dos, haciendo que sus brazos se rozaran con violencia.

Los dos adultos de la habitación se miraron confundidos.

—Emmanuel, ¿podrías ir a buscar algo de desayunar para

los chicos? —preguntó la mamá de Joaquín tratando de no

ser obvia—. Iré a ver si Juan necesita algo antes de la

entrevista.

244
El moreno de pelo azabache terminó de acomodar unas

cosas antes de salir de la habitación regalándoles una

mirada rápida a los dos chicos. Uno de ellos con ganas de

querer lanzarse a la yugular del contrario y el otro con

gesto de abatimiento.

—Mamá, puedo ir contigo —la frenó el menor antes de

que se perdiera por la puerta.

—No, Joaquín, ¿para qué? —sonrió la mujer—. Aprovecha

de hablar con Emilio, no sé qué está mal, pero deben

arreglarlo —agregó en un susurro. Tocó su mejilla con

amor y salió raudo.

Emilio se lanzó al gran sofá de la habitación interesado en

una revista vieja que estaba en la mesa de café frente a este.

Su vista iba de los titulares, demasiado viejos, a la figura de

Joaquín moviéndose como león enjaulado.

Quiso decir muchas cosas, pero no encontraba las palabras.

Quería contarle que después de la función había discutido

con María, que se la había pasado en vela pensando en qué

decirle para disculparse, que sentía que no podía con el

sentimiento en su pecho, que la puta caja se abría a

245
intervalos cuando estaba con su novia, que ya no le

gustaban los besos de ella, que si le rechazaba otro abrazo

no sabría qué hacer.

—Párale a la pasarela, güey, me vas a marear —disparó sin

pensarlo.

Joaquín lo miró con asombro, frunciendo su ceño otra vez.

Emilio respondió arqueando el suyo.

—Pues, no me mires, cabrón.

Luego, silencio, pero al menos Joaquín se sentó en el otro

extremo del sofá. Todavía vestía su chamarra con pelos en

la capucha, la cual enmarcaba su cuello y alguna de las

fibras acariciaba su mejilla rojiza con un leve toque, como

si fuera lo más delicado del planeta.

—Perdón por cómo te hablé ayer —comenzó Emilio

dejando la revista entre los dos—. Fue poco profesional,

fue una falta de respeto para ti y después vi en Twitter que

hasta estoy cancelado por don vergas, así que, básicamente,

solo lo siento, no te voy a decir nada más porque parece

que cada vez que abro la boca la cago, así que...

—Va.

246
—¿Va? Joaco, vamos a trabajar por meses juntos, hoy

tenemos que hacer esta madre de nuevo y otra vez la otra

semana, ¿no te parece que ahora es un buen momento para

que no discutamos más? ¿qué ya estamos bien con que me

disculpé?

El chico giró su cabeza para mirarlo. La cara de Emilio, esas

cejas suplicantes, un puchero a punto de nacer, todo él le

pedía que lo perdonara, que pasara página, pero recordarlo

en el día anterior, abrazando a la chica sin importarle nada

más, le pesaba para no hacerlo.

¿El igual debía pedir perdón por estar celoso? ¿Estaría

confundiendo lo que sentía dentro de él?

—Va, pero la haces de nuevo y te mando a chingar a tu

madre.

—Va, va, va —contestó alegre. El brillo de sus ojos

volvió—. Solo que a mi madre es súper difícil de chingar,

es Niurka, güey, no mames, no se la chinga nadie.

Una risita atorada se le escapó a Joaquín.

—Pendejo.

Emilio avanzó por el sofá hasta que sus muslos estuvieron

247
juntos. Dentro de su cabeza el espacio personal se había

perdido hacía meses con Joaquín. Estar cerca de él, sentir

su calor era algo tan natural como respirar y después de

días sin tenerlo así fue volver a sentir lleno el cuerpo,

todavía un poco ahogado, pero mejor. Pasó su mano desde

el centro del pecho hasta su hombro un par de veces,

respirando todo lo que no había respirado.

—Desde ahora, si queremos que esto sea bueno tenemos

que ser sinceros, vamos a decirnos cuando creemos que el

otro la cagó o cuando creamos que es correcto bajarle unas

rayitas a nuestras mamadas —dijo poniendo una pierna

sobre la de Joaquín.

Las palabras de Emilio le calaron hondo. Sus miradas se

clavaron. Querían poderse leer el pensamiento, como lo

hacían o interpretaban, que pudieran ver sus confusiones y

dilemas internos.

«Creo que me gustas», pensó Joaquín.

«No mames, ¿cómo a alguien no podría gustarle este vato?»,

pensó Emilio, viendo su carita redonda, sus pecas, sus

labios, su todo. «¿Qué me haces, cabrón?»

248
—Ayer me preguntaste si estaba enojado porque me habías

dejado solo cantando o fue porque abrazaste a María.

El pulso de Emilio se frenó. Joaquín llevaba hablando con

su voz ronca y baja durante la conversación porque cada

vez que emitía una palabra su garganta raspaba, pero el

sonido de esa última frase se sintió diferente. Era un secreto

por revelar.

—Pues, sí estaba un poco enojado porque la abrazaras. Y

porque ella estuviera ahí.

—Okay.

—Quizás estaba un poco enojado de que también sea tu

novia. No quiero que te lo tomes como que te lo digo

porque quiera que tengas algo conmigo, sé que no soy de

tus gustos y así, pero... pues, vamos a ser sinceros con el

otro, ¿no?

El aliento de Joaquín le pegaba en la cara y quería

saborearlo a pesar de ser incorrecto.

Incorrecto porque tenía una novia y porque, a pesar de sus

intentos por creer lo contrario, llevaba un mes tratando de

pensar que no le podía gustar su compañero de la manera

249
que lo estaba haciendo.

—Yo te quiero mucho, somos como hermanos —

escupió—. Pero, no voy a decirte que no estoy un poco

tocado con lo que nos pasa. O sea, tampoco estoy

entendiendo el pedo.

¡Su puta madre, Emilio!

Joaquín levantó una ceja, casi divertido por la

contradicción y más confundido. Si tan solo Emilio

hubiera sido más claro.

—Solo te lo digo porque tengo que parar de pensar de esa

manera... sobre ti, digo.

Emilio asintió. Iba a agregar algo más, pero la puerta se

abrió con un Emmanuel cargado de bolsas de papel y unos

vasos desechables con crema rebosante.

—Si me ayudan, pendejos, neta no me enojo —dijo,

cortando el ambiente.

29 de marzo, 2019

De camino a la casa de su novia, después de intentar en lo

posible no hablar de nada y manteniendo la actitud de una

250
persona que ha cumplido 10 meses con alguien que quieres

de verdad, Emilio supo que algo estaba mal. Durante esos

días, que él pensó serían los mejores, no había logrado

disfrutar nada, ni las caricias ni los besos ni las tardes en el

sofá. Con su novia no era lo mismo. Simple y sencillo.

Aparcó frente a la fachada de la casa de la chica que se había

preocupado de tomar un video que luego podría colocar

en sus redes sociales con el conteo de días para volver a

verlo.

—¿Sabes que sí te quiero?

María lo miró atenta porque también lo sabía, así como

sabía todo lo anterior.

—El problema es que no sabes si es suficiente.

Para Emilio nunca antes había tenido sentido la canción

de Natalia Lafourcade como en ese instante que parecía

detenido en el tiempo. Desabrochó su cinturón para

acercarse a la chica, la cual tomó su mejilla con suavidad

para apoyar la frente en su mentón. María no quería

mirarlo a los ojos, no quería saber qué era lo que había

pasado en esos meses, no entendía la confusión en su

251
cabeza, pero lo sospechaba, porque no era raro que Emilio

besara chicas en novelas, porque para ella no era extraño

haberlo visto en ese escenario con un niño hablándose de

amor, para ella lo extraño era que había sentido todo lo que

él decía y no porque fuera un buen actor, para ser precisos.

—Creo que es mejor que nos tomemos un tiempo para

pensar en esto —susurró María con la voz quebrada, pero

no derramó ninguna lágrima. Las últimas semanas

tampoco habían sido fáciles para ella, sintiendo

resentimiento de parte de personas posteando sus fotos,

diciendo cosas, asegurando otras. Se sintió aliviada de

pensar que eso podía parar.

El chico asintió dándole la razón. No era justo para

ninguno de los dos pasar por eso e intentar enterrar

muertos cavando nuevas tumbas.

María lo besó con ternura en la frente para salir del coche,

una parte del corazón de Emilio se sentía aliviado y la otra

rota.

252
26 de noviembre, 2029

Los delgados dedos de Gaby resonaban sobre la mesa al

tamborilearlos. Estaba atenta a mi relato colocando caras a

medida que avanzaba. Era la primera vez que le contaba

toda la historia a alguien que hubiera sido partícipe sin

saberlo. Arath nos había dejado solos en ese camerino para

poder hablar. Me palmoteó el hombro antes de salir

porque presentí que sabía lo que haría.

En un momento los dedos de mi acompañante dejaron de

hacer el sonido contra la madera y su mano completa se

levantó en el aire, interrumpiéndome por primera vez.

—A ver si lo pillo —mencionó con desconcierto—.

¿Fueron novios? ¿Estuvieron como por dos años juntos? ¿Y

luego él se fue?

Asentí, fingiendo que no me dolía el pasado que ocupaba.

—Va, y tu papá, tu mamá, los de él...

—Todos sabían.

Gaby llevó su mano a su boca ocultando una sonrisa. Me

pareció una broma que sonriera, mínimo esperaba una

mentada de madre o que llorara con mi historia. Bien

253
dramática por lo demás.

—Bueno, bueno, igual y no es para tanto, eran unos

chavitos, estás haciendo esto muy grande, Emilio, a menos

que...

Supe cómo terminaría la frase por lo que volví a mover mi

cabeza de arriba abajo.

—Si me enamoré. Y creo que él también me amó.

Gaby resopló rascándose la frente. Sus ojos se endulzaron

más de lo normal, tomando el papel de madre que

necesitaba en ese momento. De repente, pensé que la idea

de que mi mamá me hubiera acompañado no era tan mala.

—Lo sospeché después de que se fue —aceptó parándose

de su silla, para acompañarme en el apoyabrazos del sofá—

. Había bastantes teorías en Twitter, pero la que menos creí

fue que tú fueras el otro de las fotos.

Solté una risita corta, desanimada. Acarició mis rizos en lo

que colocaba mechones de pelo detrás de mis orejas,

tratando de ordenarlos. La chica de maquillaje había hecho

su trabajo hacía rato y eran un desorden de tanto que los

había movido por el nerviosismo.

254
—Sé que es caótico pensar en ver a una persona que

amaste, sé que puede ser confuso porque llevas años sin ella

y de repente aparece este nuevo sujeto que se ve como él,

que habla como él, pero que no es de quien te enamoraste.

Ambos son distintos, su pasado, eso que compartieron

seguirá ahí, pero siempre tendrá dos versiones y es lo único

que está grabado en piedra y no puedes cambiar —bajé mi

mirada a mis tenis, encontrándole razón—. Pero puedes

ver si hay un futuro, algo nuevo, algo con él o con la nueva

persona que es y no hablo de que puedan volver, pero

pueden intentar ser amigos, ser colegas, estar para el otro

si lo necesitan. Fueron importantes en la vida del otro y eso

no se olvida ni aunque te hicieran nacer de nuevo, amor.

Resoplé tratando de que mis ojos no demostraran que sus

palabras dolían.

Parte de mí siempre supo que era lo primero que haría si

veía a Joaquín otra vez. Lo besaría. No importaría cómo,

cuándo, dónde, si alguien veía, nada. No me importaría

una mierda porque llevaba importándome demasiado

tiempo. Y es que recordaba el último como si hubiera sido

255
un espectador más. Fue un roce, fue un piquito en un

puchero que hizo mientras estábamos en la tumbona del

patio de mi mamá conversando, como un hábito porque

sabía que tenía todo el tiempo del mundo para besarlo

cuantas veces quisiera. Olíamos a sol y aceite de esos de

frotar para broncearse, aunque bien sabía que su pálida piel

jamás tomaría un tono tostado. No tuve ni un adiós ni un

último beso y era tan triste porque siempre lo besaba como

si fuera el último, excepto cuando lo fue porque no tenía

idea que lo sería. El pinche destino había hecho de las suyas

esa tarde, haciendo no sé qué, pero logrando arrebatarme

lo más valioso que poseía.

Lo segundo que haría sería mentarle la madre, mandarlo

de vuelta a la chingada. Preguntarle por qué se había ido

así, por qué no dejó que nadie más lo ayudara o que lo

acompañara en el video.

Pero cuando lo tuve enfrente, horas atrás por el reflejo de

un espejo me quedé mudo. Porque, como decía Gaby, no

era el mismo de antes, ni por asomo. Su espalda se movía

recta, tenía movimientos sincronizados y parecía más un

256
bambú danzando en el viento que una persona. Su cara no

era la de un niño y, aunque no me gustaba reconocerlo, sus

rasgos Bondoni relucían más que los Gress. Pero

conservaba su puchero, aquel que era igual para miles de

personas, el que le daba un toque mamón, el que yo podía

descifrar después de un tiempo de práctica.

—¿Qué tanto piensas? —preguntó mi acompañante.

—Es que siempre pensé que después de esto podríamos

llegar a ser eso, porque jamás viviré lo que viví con él, todo

el éxito y los premios se hicieron polvo cuando se fue. Que

hubiera desaparecido por tanto pensé que podría

ayudarme —suspiré agotado—, estaba asustado cuando me

levanté en la mañana y me quedé pegado por una media

hora pensando si subir o no al puto carro, pero siento que

cuando lo hice, cuando por fin lo hice, no me volvería a mi

casa con más carga que la que llegaba. Supongo que es

porque no lo he superado y esto es como la segunda parte

de una película de terror muy mala. Solo estaba esperando

a que volviera para asustarme de nuevo.

—Hey, no temas a Joaquín, a lo que sientes, a cómo te vas

257
a sentir cuando se vaya de nuevo porque si no tuviste

miedo para aceptarte y aceptar que lo amabas, no veo por

qué deberías tener miedo de todo, ya lo sufriste, ya lo

lloraste, intenta que ahora que estás aquí, y estarás un

chorro más porque esta organización es una mierda,

disfrutar que lo puedes ver, sentir —se levantó de su

asiento para buscar mis ojos—. Disfrútalo, date un día o un

par de horas para sacar todo lo que tienes y lo que quieres

de él.

—Tiene novio.

—Va, pues no lo veo por aquí, ¿o tú sí?

Sonreí de lado, divertido. Era cierto, él no estaba ahí.

Además, la conversación normal y corriente no era nuestro

fuerte, tampoco la resentida, ¿por qué no disfrutar de la

compañía del otro por un par de horas?

Miré mi reloj. Eran pasadas las 2 de la tarde. Contando los

intermedios y las cosas, podría darme un par de horas de

conversación. Podía tener una despedida, un cierre, como

decía Niko.

—Joaco no le es infiel ni a su dentista —dije sacando de

258
mis pensamientos la idea.

—Nadie habla de infidelidad, Emilio —Gaby peinó sus

cabellos hacia atrás—, estamos hablando de, por un rato,

perderse en el otro, olvidarse del daño y tener un lindo

recuerdo de nuevo. No tienen que terminar en la cama o

besuqueándose por ahí en los baños.

—¿No que no sabías?

—Soy tu madre, las madres saben cosas, cachorro.

Besé su coronilla dándole un abrazo apretado. Su cuerpo

se sentía minúsculo entre el mío. Los últimos diez años nos

habían pegado a todos.

—Supongo que gracias.

—Supones bien, hijo.

La cabeza de una de las personas de producción asomó por

la puerta rompiendo nuestro momento.

—Emilio, entras en diez minutos, ¿necesitas algo para tu

presentación?

Pensé un segundo. Años antes me había prometido no

volver a cantar esa canción en público a menos que me

sintiera bien para hacerlo. Las palabras de Gaby me habían

259
hecho sentir joven, esperanzado.

—Necesitaré una guitarra en vez del ukelele y ¿puedo

agregar otra canción y cambiar la que tenía planeada?

El chico dudó, pero se encogió de hombros.

—Si puedes hacerlo en unos quince minutos, no veo el

problema.

En esos minutos, supuse, me jugaría la vida.

—¿Puedo cantar con alguien más?

260
12.
Preticor
Nombre dado al aroma que se produce al caer lluvia sobre

suelos secos

Junio, 2021

Joaquín miraba nervioso el vasto patio trasero que se

presentaba ante sus ojos. El verdor del pasto, el calor de la

parrilla lejana, el ruido de la música cubana de fondo, su

hermana jugando con Sabrina en una de las esquinas

acariciándole la panza a Samai, cómo Romina y Kiko

movían el fuego para terminar de asar la carne. Ahí,

sentado en la hamaca bajo techo, en la que Niurka se

sentaba a fumar su cigarrillo después de comer, estaba el

chico disfrutando de la primavera y la vista que jamás

pensó tener.

261
—¿Qué pensamiento revuelve tu cabeza? —preguntó

Emilio pasándole su cerveza helada para que diera un

sorbo furtivo a los ojos de su madre.

—Jamás pensé que nuestras familias pudieran estar en la

misma parte. Parece irreal.

Emilio sonrió mientras se sentaba en el regazo de Joaquín

intentando que la hamaca resistiera sus pesos. El mayor

bebió su cerveza hasta la mitad. No mentiría al decir que

estaba más nervioso que maravillado porque la reacción de

Kiko siempre había sido un enigma para él. Después de casi

2 años le había contado la verdad mientras hablaban por

teléfono unos días antes para soltarle la bomba de la idea

de la comida familiar. Hubo silencio después de ese día,

incluso con eso sabía que su hermano estaba ahí para

entenderlo, pero no para apoyarlo y la diferencia entre

ambas palabras era abismante en la cabeza de Emilio.

Joaquín suspiró al enfocarse en su novio que también

observaba el cuadro ante ellos. El vaivén que había dejado

al sentarse en la hamaca era relajante, por lo que lo

continuó con uno de sus pies contra el piso, como

262
meciendo un niño a punto de dormir.

—Tu mamá está aprendiendo a hacer ropa vieja —dijo el

chico mirando a Joaquín—. Sí está chistoso el ambiente en

la cocina. Siempre se han llevado bien.

—¿Tu papá?

Emilio negó con la cabeza. Juan todavía no estaba del todo

de acuerdo, más que nada porque no creía que fuera una

buena idea por razones de trabajo, pero Emilio sabía que

no siempre era por eso, que algunas veces Juan se

preguntaba si tenía la culpa de que él saliera distinto, que

se hubiera descubierto después de Aristóteles. Laura y su

sicóloga tenían la meta de que lo entendiera antes de

hacerse más viejo. Incluso Miriam ayudaba.

—Dizque tiene una reunión en la tarde.

El chico bajo él comenzó a alisar sus rizos con los dedos,

logrando un cosquilleo placentero en su cuero cabelludo.

Joaquín había aprendido con el tiempo qué mimo era el

que Emilio necesitaba para sentirse cómodo después de

que algo lo alteraba. Poco a poco, con los meses, habían

logrado ese balance que siempre habían tenido oculto bajo

263
capas y capas, como dejarlo colocar su brazo en sus

hombros cuando había una multitud, o que Emilio le

acariciara los brazos reconfortándolo.

—Chale, se me antoja un beso —soltó Emilio mirándolo

serio. Unos ojos sorprendidos recorrieron su rostro.

—¿Aquí?

—¡Ay, no, ¿cómo crees?! Vamos a otro lado, que no nos vea

nadie —exclamó sarcástico—. Obvio aquí, menso.

Emilio estiró sus labios hacia delante, expectante. Joaquín

miró a todos lados para estamparle un piquito fugaz.

—¿Neta?

—¿Qué más quieres?

—¿A ti nadie te ha enseñado que lo mejor de un beso es

cuando todavía no te lo dan? —preguntó Emilio

acomodándose mejor en la hamaca. Daba la impresión que

Joaquín lo estaba arrullando en sus brazos. Entonces

avanzó hacia delante, con los labios relajados dejando que

esa sensación llegara a Joaquín para tranquilizarlo. Miró

sus ojos, cafés claros, casi avellana, con deseo, ese que solo

podía sentir con él y del que se quedaba corto cuando lo

264
quería demostrar. El menor abanicó sus pestañas sintiendo

la corriente nacer en su pecho, en esa bomba que se

encargaba de acelerarse cuando su novio lo miraba. Sonrió

cuando sintió el primer roce, consciente que no iba a

recibir un beso tan fácil. Emilio era así cuando le enseñaba

algo, lento, detallista, como la primera vez que le guio las

manos sobre las teclas del piano, o cuando lo abrazaba por

la espalda para enseñarle acordes en la guitarra, como otras

millones de cosas que le enseñaba para que lo conociera

completo.

—¿Sientes eso? ¿la manera en la que se te enfría la espalda?

Joaquín lo sintió. Estaba helada, como un hielo viajando

desde abajo hacia arriba. Toda la sangre congelada en sus

arterias, en todas ellas, las que lograban que cada vello de

sus brazos y nuca se erizaran por el susurro. El anhelo del

deleite final.

Emilio en medio de su lección no pudo con sus propias

sensaciones. Aquellas que, al contrario de su pareja, eran

fuego puro. Con su mano libre, tomó la mejilla de Joaquín

para guiarlo hasta su boca, humedeciendo sus labios antes

265
del impacto.

Jugueteó con él, lo suficiente como para dejarlo sin aire,

pero no lo necesario para calmar su apetito. Lo jaló por el

cuello, en un intento de lograr explorar cada rincón de sus

labios, como si estuviera hambriento, necesitado. Podía

sentir el sonido de su corazón en sus oídos, el bombeo

siendo su ritmo.

Un sonido característico para molestarlos salió de la boca

de Renata y Sabrina, logrando ser sacados de su trance.

Joaquín recordaría ese beso como ningún otro y es que

había sentido todos los ingredientes de su cerveza favorita

de la mejor copa.

—Así se besa, señor Bondoni. Téngalo presente —farfulló

Emilio acomodándose hacia atrás mientras volvía a beber

su cerveza.

El chico aclaró sus ideas resoplando y meneando la cabeza.

Desde lejos podía sentir cómo todos se fijaban en el rubor

de sus mejillas y cómo sus labios habían aumentado de

volumen. No era vergüenza, sino un extraño calor que se

instalaba dentro.

266
Kiko pasó por su lado hacia la puerta con una bandeja

rebosante de comida mientras la anunciaba a viva voz.

Emilio arrugó su ceño cuando notó que hacía caso omiso

de su pareja y él, como si no hubieran estado en ese sitio.

Se levantó de la hamaca para ofrecerle la mano a Joaquín

que seguía aturdido. Lo abrazó por la cintura para guiarlo

al interior de la casa.

La bella mesa bellamente adornada con múltiples

ensaladas, platillos y copas de borde dorado, aquellas que

la dueña sacaba cuando era algo muy importante de

celebrar.

Frente a frente, los Gress y los Marcos junto con Sabrina

compartieron la mesa, a excepción de Joaquín y Emilio,

que se mantenían juntos al lado del otro.

—Va, va, ¿son de bendecir la mesa o algo? —consultó

Niurka a Elizabeth, la que sonrió negando.

—Agradezcamos que estamos juntos, solamente.

—Esas cosas son las que me hacen necesitar vino para

celebrar.

Todos rieron ante el comentario de la mujer.

267
—Kiko, disculpa, ¿puedes pasarme las papas? —dijo

Joaquín, sin tener respuesta.

—Kiko, Joaquín te preguntó algo —insistió Niurka.

—Pues, no lo escuché —contestó irritado.

—No te preocupes, ya se las paso yo —interrumpió Sabrina

tomando el gran bowl.

Emilio miró molesto a su hermano. Cuando lo había

llamado días antes no parecía un problema tener a todos

en el mismo sitio, no como en ese momento, que su

hermano mayor parecía no tomar en cuenta su existencia

o la de su novio. Buscó la mano de Joaquín que descansaba

en la mesa, mientras la otra se llevaba un tenedor lleno de

ropa vieja a la boca, para cogerla, esperando demostrar un

punto.

Kiko soltó su tenedor contra el plato con tono molesto,

mientras miraba a su hermano. Nadie en la mesa quedó

indiferente al ruido de porcelanas y metales que se

produjo. Todo se paralizó, desde las conversaciones hasta

los cuerpos que compartían animadamente. Joaquín

conocía a Emilio lo suficiente para saber que estaba

268
molesto. Su mano la estrechaba con tanta fuerza que se le

aclaraban los nudillos en lo que apretaba también la

mandíbula.

—Bien, Kiko y Emilio, creo que necesito que me

acompañen a ver el postre —mandó la matriarca de los

Marcos dándole golpecitos en el hombro a sus dos hijos.

Los chicos se levantaron mirándose directo a los ojos con

rumbo a la cocina.

—Ya, no van a venir a chingar ahora que estamos

disfrutando.

—Mamá...

—Mamá, nada, Kiko. No vengas a cagarla porque ya estás

grandecito, no mames —dijo la mujer con un marcado

acento cubano—. Si Emilio está con Joaquín es porque él

lo decidió y tiene todo el derecho de hacer lo que le venga

en gana con su vida, así que vamos a volver a la mesa y todo

tranquilo.

—Má, neta, gracias, pero parece que Kiko quiere decirme

algo y no le da el culo para hacerlo, así que ándale, aquí te

escucho.

269
Su hermano mayor se apoyó en la isla de la cocina

cruzando sus brazos en el pecho.

—Chale, ¿por dónde empiezo? —comentó con sarcasmo—

. No sé, quizás por qué no me dijiste que andabas con un

vato.

En el comedor, la conversación de la cocina se escuchaba

con claridad. Joaquín iba a pararse cuando la mano de

Renata lo frenó, volviéndolo a sentar.

—Joaco, es su problema, muy su pedo, no te metas —

sugirió.

—Sí, déjalos que estén en esa, en chinga mi mamá los

manda a callar y ya todo listo, tú tranquilo, que esto es

normal, solo decir que bienvenido a la familia, felicidades

—agregó Romina sirviéndose más agua en la copa con

ironía.

La conversación subía de intensidad en la habitación del

lado.

—Chale, güey, no es un vato cualquiera, estamos juntos. Y

si no te conté fue porque ya vas fregando demasiado en

meterte en cosas que no te importan como además tener

270
que actualizarte de mi puta vida, no mames.

—Güey, estuviste de novio con chavas ¿y ahora se te dan

los vatos? No mames, Emilio, te hacía un poco menos

menso.

—¿Menso porque estoy con alguien que me entiende, me

apoya y me ama?

—¡Emilio, deja de mamarla!

—¡Pues si soy el que la mama o no, es mi problema ¿no?!

—Ya, ya, esto está demasiado grande como para que lo

hablen aquí. Nos vamos a calmar y vamos a volver a la

mesa. Tendremos una pinche cena y vamos a sonreír,

después arreglan sus cosas —aconsejó Niurka.

—Lo siento, má, pero no me puedo quedar a ver como este

pinche hijo de su madre anda de joto.

—Kiko, no te crie así, si quieres puedes irte o quedarte, a

mí me da igual —sentenció la mujer dejando la cocina con

aire herido.

Kiko cerró sus ojos arrepentido de haber molestado a su

madre, pero manteniendo su postura.

—¿Cuánto llevas con él?

271
Emilio bajó el tono igual que su hermano. La pelea no

estaba terminada y ambos sabían que había mucho de qué

hablar, pero no era el momento.

—Vamos a cumplir dos años de salir, más o menos.

El mayor de los Marcos lo miró asombrado.

—Hace dos años estabas con María —Emilio le volteó los

ojos—. No manches, ¿terminaste con ella por él? ¿No me

digas que estabas con ella cuando empezaron?

—Kiko, es una historia larga, pero si te la cuento

terminaríamos peor de lo que estamos ahora. ¿Podemos

esperar un tiempo y luego hablarlo? —preguntó el chico

derrotado—. Neta, quiero que conozcas a Joaco y a su

familia, hagámoslo por mamá.

El hermano mayor suspiró pesado, pero asintió. Cuando

llegó a la mesa besó a su madre en la sien y tomó asiento a

su lado ofreciendo una fingida sonrisa de disculpas. La

comida estaba deliciosa, pero hablaron de pocas cosas.

Emilio le lanzaba miradas a Joaquín mientras este

intentaba animarlo con sonrisitas discretas y susurros en su

oído. Pero la mirada de Kiko no volvió a ser la misma

272
cuando veía a su hermano menor. Con el paso de las

semanas la distancia se notaba más e incluso cuando

lograron sentarse a hablar, Kiko cansado le había dicho que

no podía entenderlo, que siempre sería su hermanito y lo

había besado en la frente para después dejarlo solo en la

sala.

Emilio no lo siguió.

Luego de la cena, cuando la casa se había desocupado de

invitados, Joaquín yacía en la cama de Emilio con este en

su pecho. Seguía peinando sus rizos mientras de fondo se

escuchaban las dulces melodías de la playlist que los dos

habían armado. Fuera el clima había cambiado haciendo

que la brisa fresca de la noche entrara por la puerta del

balcón y la luna, posada en lo alto, daba su brillo tenue

bañando el interior, logrando que se viera el perfil de

Emilio como el de una estatua, salvo por el movimiento de

sus pestañas.

—Kiko se pasó de mamón, lo siento —dijo después de

horas de mudez.

273
—Da igual, tú mamá se disculpó con la mía y no hay pedo,

es algo entre ustedes, lo que es yo, ni en mame me cagan la

cena, me reí un buen con las bromas de Romina y Ren, no

pensé que pudieran llevarse.

Emilio sonrió girando su cabeza para mirarlo. Las sombras

de su silueta también estaban dadas por la luz de la luna.

El cuello, aquella parte que le gustaba explorar, estaba

descubierta, por lo que comenzó a repartir pequeños besos.

Sentía que lo necesitaba cerca e incluso cuando estaba

aferrado a su cuerpo no era lo suficiente.

De fondo, comenzó a sonar una canción que Emilio

conocía bien; Fuentes de Ortiz.

—Cuando me botes, voy a escribir canciones como esta —

bromeó con una sonrisa contra su cuello. El roce de su

gesto causó estragos en el interior de Joaquín.

—¿Cuándo te bote?

—Sí, güey, cuando me botes y me dejes solo tirado en

algún lado, bien fregado, te voy a escribir canciones

cabronas y las vas a escuchar y vas a decir '¿qué cagada me

pegué?'

274
Joaquín creía poco probable cortar a una persona tan

amable, dedicada y sensible como Emilio. A ese Emilio que

le había encantado conocer y del que se había enamorado.

—No seas menso, no te cortaría. De hecho, estoy seguro

que tú me cortarás a mí.

Emilio se acomodó dejando su cuerpo sobre él. Verlo

recostado en esa cama le encantaba porque lo hacía más

real, más palpable. Una de sus manos lo tomó por la

cintura para acercarlo a su cuerpo.

—No te cortaría ni en broma —susurró para inclinarse a

besarlo con vehemencia. Fue cuidadoso, tratando de no

parecer ansioso ante el tacto, pero alimentando el fuego

que había producido con el beso de la hamaca.

Entonces, a la luz de la luna, Joaquín se separó para poder

sacarse la playera por la cabeza y acomodarse entre los

cojines, pidiendo con los ojos que lo besara, escabullendo

las manos en las ropas de su novio para lograr desnudarlo.

Los ojos del mayor lo miraron sin pena; con uno de sus

dedos recorrió de clavícula a clavícula el pecho desnudo

antes de volver a atender los labios maravillado de cómo

275
sus propios brazos se erizaban al toque.

Afuera, la luna se ocultó detrás de nubes cargadas de agua,

haciendo que el golpeteo del agua opacara el sonido de la

música, llenando con olor a lluvia y tierra húmeda la

habitación, ese que se convirtió en el aroma favorito de

Emilio por años, logrando que detonara recuerdos que

pensaba abandonados.

26 de noviembre, 2029

La mayoría de las conversaciones que tuve con Arath a lo

largo de mi vida fueron consejos, como, por ejemplo, que

debía soltar el pedal del embrague despacio si quería hacer

partir un carro o que no tenía que gritar para ser

escuchado, sino que tenía que decirlo con convicción. El

más importante fue uno que nos dio a Emilio y a mí

sentados en mi sala, mientras sonreíamos y él acariciaba

con cariño mi rodilla.

—Ámense, güey —dijo sentándose en la mesa de café frente

a nosotros—. Y prométanse entre ustedes que pueden hacer

276
todo lo que quieran mientras se tengan, porque si algo aprendí

de todo esto que hicimos, es que se les viene largo y fuerte.

Fue el día que le habíamos contado que andábamos juntos.

De los mejores días que puedo recordar.

Cuando salí del clóset, esa tarde frente a una cámara fue

fácil, no así el día siguiente y el siguiente, por eso decidí

desaparecer del mapa, cerrar mis cuentas de redes sociales,

que nadie me viera por un tiempo y poner las cosas en

orden. Me tomó dos años.

—Claro, Arath, todo tuyo —dijo con desgano Niko para

perderse por el pasillo.

—Viniste a regañarme, supongo —ataqué cruzando los

brazos a la altura de mi pecho.

—Va, no creo merecer tu tono, chamaco.

Rodé mis ojos porque decía la verdad.

—Ven, vamos a dar una vuelta.

Arrastramos nuestros pies hasta la puerta de salida directo

al estacionamiento. Extrañé mi chaqueta cuando el viento

llegó a calarse bajo mi fina playera.

Arath sacó una caja de cigarrillos de su pantalón para

277
darme uno. Lo recibí esperando que no me regañara por

eso también.

—No mames, Joaquín, que sé más de lo que crees de lo que

andas haciendo por allá en los Estados Unidos.

Lo miré confundido. Arath era una de las personas que

perdí o, mejor dicho, dejé de frecuentar cuando me fui.

—¿Hablaste con mi mamá?

—Como siempre, mínimo una vez a la semana.

Asentí. Arath una vez más demostraba que no merecía a

nadie que se preocupara por mí en mi vida.

Encendí mi cigarrillo, tomando una calada muy grande,

dejando el humo inundar mis pulmones y que me pegara

en el cerebro. Mi acompañante mantenía los ojos puestos

en mí como si fuera un bicho raro.

—Vi a Emilio hace rato, se veía más tranquilo que tú.

Exhalé el humo por la nariz.

—Si me vas a regañar por haberme ido o no haber llamado,

neta no lo necesito. Ya estoy grande, Arath —comenté

molesto—. No necesito más consejos o regaños o las

mamadas que se te ocurran.

278
Sus ojos se ensombrecieron. Miró el suelo dejándome

apreciar sus arrugas bajo los ojos, como su pelo estaba

canoso en todas partes y las manchas de su piel.

—Ya estoy viejo para darte consejos y tú eres lo

suficientemente adulto para saber qué está bien y qué está

mal.

Levanté mis cejas, sorprendido de su respuesta, pero quería

soltarlo todo.

—Sí se me está haciendo difícil estar cerca de Emilio, sobre

todo en el último rato que estuvimos juntos, después de la

canción. Ni siquiera sé a qué vine.

Asintió. Eliminó el humo por su boca.

—Creo que la pregunta es más que qué ganabas con venir

—levanté una ceja—. Supongo que incluso cuando te

sientes sin esperanzas no significa que no las haya.

Me confundió su pensamiento, pero intenté que no lo

notara.

—Él todavía te recuerda, Joaco, no te borró como tú...

—Tengo novio, se llama Aron —lo corté—. Quizás si

quieres puedes ir a conocerlo, por trabajo no puede salir

279
mucho de Estados Unidos, pero sí me gustaría. Podrías ir,

después de todo eres como mi papá.

—¿Lo soy?

Mi mano desocupada acarició su espalda. El sentimiento

seguía ahí, en que en él seguía viendo una figura paterna y

lo extrañaba también. Tomé otra calada.

—No borré de la nada a las personas que dejé aquí.

También estuve triste, también me lamenté, pero soy más

fuerte, supongo. Pero, me siento confundido aquí, como

un puto pez afuera del agua, como si esta no fuera mi casa,

como si no fuera mi gente.

La sonrisa de Arath se expandió mirándome como si fuera

un niño de nuevo, como si no supiera qué era la vida.

—Dale un espacio a volver a sentir, ten un día para saber

qué es lo que quieres hacer, qué cosas quieres explorar,

vuelve a ser un chico, tuviste que madurar muy rápido y te

mereces un respiro —soltó pisando su cigarrillo, aunque

estaba hasta la mitad.

—Espero que no estés teniendo la idea que puedo dármelas

de don vergas y hacer lo que quiera aquí.

280
—No estoy hablando de andártelas dando de eso o tener

un momento con Emilio y luego irte, no soy un menso —

me habló como si fuera obvio—, estoy hablando de

conversar con tus amigos, limar asperezas, conversar bien

con Niko, con Ale... con Emilio. Tienes un día, hijo.

Puedes hacerlo si quieres. Tener esperanzas de tener a esas

personas en tu vida, contigo, apoyándote.

La idea de tener un día para hacer lo que no había hecho

en casi siete años era una mierda, partiendo porque en ese

tiempo había construido una vida, una con mis sueños y

con miles de cosas que me hacían sentir bien en las

mañanas. Recordé cual era mi vista antes de irme, cuando

despertaba. Eran unos ojos oscuros, una sonrisa amable, el

brillo de su piel a la luz del sol naciente, como el último

día, donde amanecí en su pecho mientras me acariciaba la

espalda y me cantaba para traerme de vuelta de mi sueño.

La sensación de fuego nació en mi pecho, parecida a la que

se produjo cuando su cara estuvo cerca de la mía volviendo

del café. Mejor lo hubiera besado para no tener que estar

pensando en qué hubiera pasado. Lo pensé por un minuto,

281
aterrorizado de mí mismo y lo que podía hacer si me

encontraba solo con él de nuevo.

—No es fácil activar esa parte de ti que está cagada de

miedo.

Recapacité, miré a mi alrededor, viendo todo.

—Ser adulto es una mierda, Arath.

Mi padre ficticio me abrazó por los hombros llevándome a

su pecho, como lo había hecho siempre. Cuando me soltó

lamenté haber hablado tanto porque mi cigarrillo era un

largo cilindro de ceniza.

—Quiero ese último día, Arath, lo quiero porque me lo

robé cuando me fui, porque estábamos tan bien que la

cagué. Debí quedarme más, unos minutos y decirle que lo

amaba, que me tenía que ir, pero que me iba a despedir de

él como debía.

Me miró volteando la cabeza con rapidez. Sus ojos estaban

menos nublados y parecía más confundido que antes.

—Hagas lo que hagas, no te arrepientas de haberlo hecho,

tampoco de no hacerlo —inclinó su cabeza como si fuera

obvio—. Nada más digo que nuestras acciones y palabras

282
pesan, de eso eres consciente.

—Tengo que hablar con él, no tengo ni puta idea qué

decirle o si le va a parecer una mierda lo que le voy a decir,

pero tengo que decírselo.

Apagué con mi bota el resto de cigarrillo que me quedaba

después de darle la última calada para entrar rápido de

vuelta. Pensé que debía estar con Gaby y supliqué que

estuviera tan loco como yo en ese momento, donde no me

iba a preocupar de nada, solo iba a dejar fluir, pensando en

que mañana me iba a despertar en otra cama, con otra

persona. Iba a detenerme un poco para mirarlo a los ojos

una última vez y me reiría de sus malos chistes,

quitándome el peso. Iba a tener mi última dosis de Emilio.

Estaba por golpear la puerta del camerino de Gaby y Arath

cuando la música de una guitarra semi acústica llegó a mis

oídos.

Mierda, no esa canción de nuevo.

283
13.
La primera y última

Abril, 2019

Había logrado escabullirse de los molestos correteos de

Emmanuel para evitar ser lanzado a la alberca. A pesar de

la edad de su amigo, la madurez, cuando estaba con Diego

o Emilio, dejaba de ser una de sus cualidades. Caminó

hasta la orilla de la alberca, asegurándose que ninguno de

los chicos estuviera cerca para que no lo aventaran. Con sus

manos de niño desató sus tenis dejándolos a un lado

mientras metía sus pies al agua clorada. El frío fue

automático, pero la sensación era agradable bajo las

estrellas esperando a que la última porción de sol se

ocultara. Incluso cuando estaba lo bastante oscuro como

284
para no reconocer a la figura que se le acercaba a la lejanía,

con la poca luz de las habitaciones del hotel o los faros

cercanos, pudo saber de quién se trataba por la silueta de

sus hombros y su andar seguro. Desde donde Joaquín

estaba sentado se veía alta y que traía también en sus manos

unos tenis y una toalla.

Joaquín sonrió al distinguir que Emilio todavía llevaba la

playera que había sido un regalo para él pero que pensó

que en su compañero se vería mejor, además de unos

horribles pantalones que no venían al caso. Caminaba tan

al borde de la alberca que parecía que sus pies podían

perder el piso y terminar con él sumergido de cuerpo

completo en el agua. Le respondió la sonrisa desde lejos,

levantando sus brazos para que lo notara.

—¿Textos y Diego? —le preguntó cuando estuvo cerca.

—Fueron a cambiarse, se aventaron a la alberca con ropa

los muy pendejos —respondió con una risita—. ¿Y Ale?

Emilio se encogió de hombros porque la había perdido

cuando iba al restaurante.

—Se devolvió porque no encontraba sus chanclas o una

285
mamada de esas, no la escuché bien.

Joaquín volvió a concentrarse en el agua, haciendo ondas

al mover sus pies. Si bien las cosas entre Emilio y él

marchaban de lo más normales, habían mantenido sus

distancias detrás de las cámaras. Hacía un par de semanas

que su compañero había cortado con su novia, pero eso no

significaba una gran diferencia para Joaquín o que le diera

más importancia, a excepción del día que estaba con sus

amigos del grupo de música y el hermano de uno de ellos

le había dicho que Emilio estaba decaído. Esa noche había

tomado sus cosas y se había ido de la pijamada, sin

importarle mucho que dijeran.

Pero habían dejado los límites claros sin siquiera tener que

decirlos en voz alta; no más contacto del necesario, no más

trasnoches hablando por FaceTime y nada más de

conversaciones en el parque cerca de la casa de Joaquín

cuando pasaba algo. Mantener una relación profesional

mostrándose bien en pantalla porque lo de marzo no

estaba olvidado y el fandom seguía teniendo suposiciones

al respecto. Seguían siendo amigos, seguían teniendo esa

286
química y esas miradas que el más pequeño no entendía

del todo o esos toques que lo ponían nervioso si había más

gente mirándolos. Emilio seguía mandándole stickers de

sus caras con la esperanza que los usara sabiamente en

alguna conversación, pero todo era como caminar sobre

una cuerda floja sin una malla que los pudiera recibir

debajo.

El mayor quiso romper el silencio, sintiendo que tenía

muchas cosas que decir por una frase que Ale le había

dicho minutos antes. En una conversación que había

comenzado con ella molestándolo por cómo miraba a

Joaquín cuando pensaba que nadie lo veía.

—Y si no lo haces ahora, ¿entonces cuándo, Emilio?

Se dejó caer a su lado en la orilla, imitando la posición de

Joaquín con sus pies en el agua, tratando de que no

quedara espacio entre ellos, intentando en lo posible que

sus brazos y muslos se rozaran. Llevaba así desde que había

vuelto del viaje con su madre y sus amigos, necesitado del

contacto de Joaquín, queriendo regresar el tiempo a esa

parte donde no era extraño poder tocarlo, abrazarlo o

287
fingir que tenían que ensayar un beso para hacerlo. Habían

tenido entrevistas donde ni siquiera había intentado

colocar una cara para enmascarar cómo lo miraba o

mantener las manos quietas para no tocarlo.

—¿Sí te gustó Cozumel? —preguntó sacándose a sí mismo

de sus pensamientos.

Joaquín lo miró en medio de la oscuridad, su rostro estaba

iluminado por la tenue luz de los focos debajo del agua,

dándole un tono verdoso y azulado. Emilio pensó que se

daría todo el tiempo del mundo para verlo como si

estuviera moldeado en porcelana. Bajó la vista rápido para

observar su crop top como lo había hecho en el paseo en

bicicleta de la tarde. Estaba divino.

—Sí, sí, está muy lindo, es cálido, pero de agua fría, me

gusta.

—Aunque no soy de playas —dijeron los dos al mismo

tiempo haciendo que esbozaran una sonrisa.

Hubo silencio del que puedes escuchar todo lo demás

menos lo cercano.

—Joaco, ¿te acuerdas lo que me dijiste en Monterrey? Digo,

288
¿cuándo me dijiste... lo que me dijiste? ¿Y lo de San Luis,

que teníamos que ser valientes?

El menor mantuvo su vista en el agua, asintiendo.

—Pues, ¿cómo te diste cuenta?

—Emilio, es algo que no creo que sea bueno que

hablemos...

—Quiero saber, por favor.

Joaquín dudó en lo que fruncía sus labios para morderlos.

No hablaba con nadie de esos temas a menos que fuera

Renata. Igual, ¿qué más daba? Lo peor ya lo había dicho.

Las palmas de sus manos, que se sujetaban a la orilla,

comenzaron a sudar.

—Me di cuenta porque estar cerca de ti era distinto que

estar cerca de otros, era algo que esperaba cuando me

despertaba o que me hacía sentir... completo en un sentido

que no es malo, sino que diferente. Me gustaba hablar

contigo de cualquier cosa desde teorías súper mensas a algo

muy serio y que me abraces, porque cuando no lo haces me

siento pesado, pero contigo es todo más ligero. Que

siempre hablábamos, eso creo que era lo que más me

289
gustaba y que hagas tantas cosas y seas tan talentoso, el

amor que le pones al trabajo, a tu música, a Aristóteles...

Además, pues, no es como que estés feo, de hecho, estás

mamadísimo —agradeció la oscuridad porque sentía sus

mejillas arder, pero tomando un respiro, agregó—.

Perdón, perdón, no debí decir eso.

Emilio apoyó sus manos en el piso, recostándose hacia

atrás, también ruborizado hasta las orejas. No sabía si

podría sostenerle la mirada a Joaquín si se volteaba en ese

momento así que toda su atención se fue a las estrellas que

adornaban el oscuro cielo.

El chico quería poder agregarle a lo que le decía Joaquín

otra lista de cosas para completar que sentía él, como el

rubor de las mejillas del menor que le encantaba porque le

daba una inocencia que contrarrestaba con su personalidad

fuerte, que sus dedos fueran tímidos al buscar su tacto, que

a veces intentara abrazarlo por los hombros para

arrepentirse en el último momento. A Emilio le gustaba

eso de Joaquín, además de su voz, de cómo se escuchaba su

canción favorita salir de sus labios cuando la cantaba en el

290
teatro, estaba encantado, porque sin importar que fuera un

chico de 15 años se ponía unas playeras cortas que

mostraban un abdomen de piel tan suave que se imaginaba

cómo sería tocarla.

A Emilio le gustaba Joaquín. Lo sabía porque sentía en su

interior que la confusión tenía que llegarle en algún

momento, que algo en su cabeza tenía que desencadenarse,

porque aun cuando lo habían criado para respetar a todos,

sentía que algo no encajaba al estar tan seguro, incluso

dejando de pensar en que tenía esos sentimientos metidos

en lo hondo de su cerebro o que hace menos de un mes

tenía una novia que era una chica.

—¿Por qué lo preguntas? —susurró Joaquín trayéndole de

vuelta a la realidad.

—Es que puede que parezca raro, pero siento que me

puedes gustar —soltó rápido, porque las palabras se le

podían trabar o cambiar a medida que las pensara más.

La cabeza de Joaquín se levantó para mirarlo por sobre su

hombro. Sus ojos estaban más grandes de lo normal, sus

labios estaban entreabiertos de la sorpresa. Su cara de

291
asombro era un monumento.

—No.

—Digo, a mí nunca antes me ha llamado la atención un

chavo —mintió incorporándose para quedar a la altura de

su compañero—, pero lo cierto es que quiero entender qué

es lo que me pasa contigo, si es que me gustas o, neta, no

sé qué pedo.

—No.

«El confundido debería ser yo», pensó Emilio, antes de

tronar sus dedos frente a la cara de su amigo que se veía

desorientado.

—Joaco, no te pongas lerdo, neta es confuso, o sea, no

entiendo qué pedo.

El chico abrió la boca para negar de nuevo, pero se frenó

cuando Emilio tomó una de sus manos para colocarla en

su pecho, a la altura de donde estaba su corazón.

—¿Lo sientes? ¿Ves cómo está de agitado? ¿Crees que es

porque...?

—Es una reacción de porque tus pies están en el agua, la

sangre se reparte a las partes que están frías para evitar la

292
hipotermia, es solo biología.

El mayor abrió su boca con asombro por el dato

innecesario y la incredulidad de Joaquín.

—¿Por qué se te hace difícil creerlo? ¿No te ha pasado

nunca que alguien te diga esto o por qué estás sacado de

onda?

Joaquín quitó su apresada mano del pecho de su amigo.

Estaba confundido y a cada latido se sentía más cerca de él,

de manera metafórica y literal, porque sin darse cuenta se

había inclinado hacia delante, sintiendo el calor que

irradiaban las mejillas de Emilio.

—¡Claro que me ha pasado! No mames, no soy un

tontorrón —explotó, haciendo que Emilio se preguntara

cuántas personas serían. Sintió celos de pensar en siquiera

uno—, pero es difícil creerte cuando hace un mes

hablábamos de tu novia, de lo mucho que te hacía sentir y

que estabas enamorado, además lo dejaste súper claro

cuando en la obra me dejaste solo, entonces no sé qué

planeas diciéndome esto, porque es una mierda que

juegues así con algo que te conté.

293
Enojado, sacó los pies de la alberca intentando pararse,

hasta que Emilio lo jaló de un brazo, haciendo que su

cuerpo se fuera en su dirección. Sus miradas se toparon a

corta distancia, pudiendo mezclar el aliento salino del mar

cercano y de ambos. Emilio perdió el juego de miradas

cuando no pudo sostener la de Joaquín para mirar su rostro

al completo, desde sus rizos que comenzaban a crecer en

todas direcciones, el paliacate, las pecas, sus pestañas, las

mejillas con sus hoyuelos altos hasta su mentón partido. Se

concentró en sus labios, sellados en una mueca de niño

pequeño.

—Me gustaría que me creyeras —susurró seco.

Estaba tan cerca...

—Ay, mijos, qué bueno que los encuentro, no sé dónde

dejé mis sandalias, así que iré a comer en chanclas, ¿pueden

creerlo? ¡En chanclas! —dijo Ale cuando estuvo lo bastante

cerca de la alberca.

Ambos cuerpos se giraron en su dirección, uno con cara de

aturdido y el otro de enojo.

—Chale, lo siento, no sabía que estaban hablando —en su

294
cara apareció una mueca, para después salir corriendo—.

¡Emi, lo siento tanto!

—¿Por qué se disculpó? —preguntó confundido Joaquín.

—Porque hablé con ella, ¡a la verga! —contestó alterado—

. Si no me quieres creer o ayudarme a entender es lógico

que trate de que alguien me entienda, además, Ale tiene

muchos amigos, pues, que salen con hombres, podría

entender, ¿o no? —Joaquín soltó aire indignado para

terminar de levantarse—. ¿Ves?, no tengo idea de lo que

estoy haciendo, ¡ni media idea!

Joaquín tomó una de las toallas dobladas de las tumbonas

para secar sus pies y colocarse sus tenis importándole poco

dejarlos sin anudar para perderse en dirección al

restaurante.

Emilio se quedó mirando las olas diminutas en el agua.

«Pendejo», se dijo.

Terminada la cena, y los cinco tipos de guacamole que

había ordenado Ale, el clima del restaurante estaba casi

muerto, al igual que en la mesa del fondo. Ale trataba de

295
hablar por lo bajo con Emilio mientras que el guía

turístico, Emmanuel, Diego y Joaquín conversaban sobre

los postres de chocolate que les habían enviado como

regalo. Del otro lado de la mesa, Joaquín vio como el rostro

de Emilio se iluminaba en una sonrisa que hacía que la

punta de su nariz se respingara. En su cabeza suspiró.

Quería creer, pero Emilio lo había dicho una vez; era

enamoradizo, se enamoraba rápido y profundo, todo lo

contrario a él que intentaba analizar todo los posibles

problemas y errores a cometer. No era así antes, pero se

había forjado como espada, a punta de golpes y fuego.

Cuando la mirada de Emilio le fue respondida este tenía

un brillo peligroso en los ojos. Joaquín siguió su figura

desde que se levantó de la mesa hasta que se dirigió al

karaoke. Muchas personas a lo largo de la noche habían

cantado en ese aparato, dejando sordos a los demás

comensales, pero cuando Emilio pidió una canción y unos

tambores bongó, la atención de las pocas mesas que

quedaban llenas se centraron en él. Era parte de su efecto.

La melodía acústica comenzó lenta. Era una canción que

296
pocos de los que estaban ahí habían oído, de hecho, para

Joaquín era la primera vez, pero desde el primer verso

entendió que no era al azar.

—Fuimos, un impulso con sentido, una decisión perfecta, que

me hizo sentirme más vivo —comenzó llevando el ritmo con

los tambores como novato—. Dejando de pensar, solo sentir,

poder tener mis brazos alrededor de ti, poder rozar tu piel y

conocer a qué saben tus besos...

Los ojos de Joaquín se abrieron de la sorpresa pareciendo

que caían a la mesa. Comenzó a sentir un picor en su cara

característico de cuando las personas lo miraban, pero no

era placentero como en el teatro, era bochornoso por decir

lo menos.

Papito, le están dedicando una canción, mínimo déjese

querer, pensé. Trencé un tramo con la esperanza de

cambiar su actitud, sin lograrlo.

—No estoy entendiendo nada —murmuró Emmanuel a

Diego.

—Ni de pedo, güey, ni de pedo —respondió este.

—Eso, queridos amigos, es tener huevos —dijo Ale

297
mientras levantaba sus cejas.

Emilio levantó la mirada de los tambores para ver a

Joaquín y toda la mesa emitió un sonido de entendimiento

masivo.

—Siempre quise enamorarte, y poco a poco formar parte, de mil

recuerdos que te hagan sonreír —terminó de cantar.

El corazón del chico latía tan fuerte. Había dedicado

canciones antes, pero esa decía todo lo que le hubiera

gustado que Joaquín entendiera que necesitaba decir.

Entregó el instrumento que había tomado prestado de la

banda para dirigirse a la mesa entre aplausos de las

personas cercanas, ya muy tomadas o muy cansadas. Si el

consejo de Ale no funcionaba, no sabía qué más podría

hacer.

Cuando estuvo a punto de sentarse al lado de su

compañero sin decir ninguna palabra, Joaquín se paró de

su silla de un brinco.

—Estoy cansado, iré a dormir, buenas noches —dijo

mientras emprendía su caminata para perderse en el

camino de adoquines al hotel.

298
—Chale, güey —soltó Emilio viéndolo partir.

—Síguelo, Emilio, ¿qué esperas? —Ale levantó sus cejas

haciendo un gesto con las manos.

El chico hizo caso trotando detrás de su compañero.

—¡Espérate tantito! —gritó llamando su atención. Cuando

estuvo a su altura lo tomó del codo para voltearlo y poder

mirarlo a la cara. Su rostro no tenía expresión alguna—.

Chale, Joaco, ¿podemos hablar?

—Emilio, no creo que sea necesario que hagas estas

mamadas para demostrar algo —exclamó soltándolo todo

desde dentro—. Neta, ¿crees que con una canción voy a

decirte que siento lo mismo y que podemos tener algo

cuando solo estás confundido? ¿Cuándo no tienes idea qué

es lo que pasa?

El rizado se pasó las manos por su cabello, frustrado.

También quería poder decir las cosas con esa fluidez que a

Joaquín le había brotado de un instante a otro.

—No tienes idea de lo qué te pasa porque no pusiste la

línea entre tú y tu personaje, no es que te guste, es que lo

piensas, es lo que me pasó a mí y créeme cuando te digo

299
que le des un día o dos y se termina de pasar.

El corazón de Emilio se congeló. Joaquín había hablado en

tiempo pasado cuando le nombró las cosas que le gustaban

de él sin que se diera cuenta.

Mierda, muy tarde, pensé.

—Sí, estoy confundido...

—Entonces, no hablemos de esto hasta que te despejes o

solo no lo hablemos más, porque nos quedan meses de

trabajo y no puedo ni quiero tener pedos contigo; íbamos

tan bien, chingada madre —con paso ágil siguió su

camino, dejando a Emilio cerca de las tumbonas de la

alberca.

El chico se sentó en una con un sentimiento abatido. No

supo cuántos minutos pasaron hasta que Ale le hizo

compañía en un asiento vecino a él. En su mano llevaba

una piña colada hasta la mitad.

—Dale tiempo, se nota que sí le gustas, lo noté la primera

vez que los vi —susurró su amiga pasándole el vaso—.

Nadie puede mirarte así y no sentir nada.

—Pues, yo le digo la química en pantalla —succionó el

300
popote para beber unos sorbos de licor.

—Ay, Emilio, qué mamón te pones —se levantó

quitándole la copa para volver al hotel—. Ya mañana se

vuelve a intentar.

26 de noviembre, 2029

Los tramoyistas conectaron todos los cables dejándome

con una guitarra semi acústica en el escenario y un

micrófono pegado a mi mejilla. Pocas veces había tocado

en vivo y desde hacía mucho no tocaba esa canción. Me

había prometido que nunca más la dedicaría, la cantaría o

la escucharía a menos que estuviera un poco en paz

conmigo porque no tenía idea de cómo iba a reaccionar

ante las notas que salían de la guitarra ni menos de mi

propia voz.

—Bueno, esta es una de las que se saben bien, ¿no? —

pregunté al público en lo que giraba las clavijas dándole

los últimos toques de afinación y ellos gritaban

emocionados. Sonreí como bobo—. Bienvenidos de vuelta

301
al 2019.

Poco a poco comencé a tocar las cuerdas con mis dedos

creando la melodía. En mi mente, los recuerdos de la

noche que tuve a Joaquín frente a mí, cantándole me

inundaban como si los hubiera pedido. ‘Si al final tengo tu

amor’, siempre fue de mis favoritas e incluso con mi voz

más madura, me escuchaba como un crío.

Ale, Niko y Elaine me observaban tras bambalinas con una

sonrisa en sus caras. Me pregunté qué tan cambiado me

veía en ese escenario a como estaba hace unos diez años.

Las personas coreaban conmigo la canción de Joaquín. La

que nadie había escrito para él, pero que había convertido

en su himno.

Con lentitud pude ver cómo se acercaba a nuestros amigos

detrás de los paneles que no dejaban que el público los

viera, pero que me daban una vista privilegiada si me

situaba pasos más al fondo del escenario. Le dediqué unas

miradas que me hicieron verlo con un traje de utilería más

grande de lo que debía ser para su cuerpo y los ojos

brillantes y aguados. Claro, esa era mi visión porque en ese

302
momento, vestía distinto y no era un niño, sino que un

adulto.

Di los últimos acordes mientras muchos celulares me

apuntaban en el escenario. Si se daban cuenta que Joaquín

estaba detrás de los paneles, sería la mega exhibidota.

Esperé que no hubiera fans que analizaran mis gestos o

sacaran teorías.

Cuando la canción dio su última nota, las personas se

pararon a aplaudir como locas. El sonido de la marea se

hizo presente llenándome de ese calor en el pecho que no

sentía hace años.

—Bueno, bueno, hay otra que quiero cantarles ahora, de

hecho, pedí permiso para hacerlo —solté una risita corta—

. Es una que escribí y lamentablemente no canto yo, pero

quedó en buenas manos, el problema es que es un dueto y

para eso me gustaría que mi amiga Elaine me acompañe.

Como siempre siendo un apoyo, Elaine entró al escenario

bajo el murmullo de los presentes. Quizás en sus cabezas

pensaron que la podía cantar con Joaquín, pero estaba

seguro que era difícil que él supiera de la canción y mucho

303
más difícil que supiera que la había escrito para después

vendérsela a la esposa de Niko.

Se acomodó cerca de mí con un micrófono en su mano en

lo que comenzaba a tocar. Miré sobre mi hombro

buscando la mirada de Joaquín. Quería que supiera que era

para él, que la había compuesto con su ausencia. Mi

contacto iba de Joaquín al público, de ahí a Elaine,

tratando que ciertos versos puntuales llegaran a él.

—Cuento hasta diez para entender que tú no vas a volver,

¿Cómo hago yo, pa' respirar?, si no dejo de llorar —trataba en

lo posible no cantar con ira, pero eso era lo que sentía

cuando la había compuesto, lo que hacía que mi guitarra

no sonara tan dulce como debía—. Tú al final no eres tan

especial, no caminas sobre el mar ni haces oro de cristal, solo

hay que buscar; hay un millón como tú al final no eres tan

especial... Hay un millón como tú.

—Esta canción nunca debió hablar tan mal de tú y yo; pero

aquí estoy, pluma y papel, tratando de serte cruel —el dulce

sonido de la voz de Elaine ayudó a que me compusiera para

la última parte. La dulce pausa que necesitaba—. Solo hay

304
que buscar, hay un millón como tú al final no eres tan especial.

Una lágrima cayó de uno de mis ojos, en lo que intentaba

poner atención en la persona que me acompañaba en el

escenario. Porque esa canción era para Joaquín, había

nacido del amor que le tenía, pero también de la rabia que

sentí al perderlo, al dejar que se fuera. Nunca la había

cantado, siempre intentaba tocar la música y recitar los

versos, pero incluso cuando la había vendido no la

escuchaba y ahí en ese escenario con él tan cerca, no podía

sentirme más vulnerable.

—Si hay un millón como tú, ¿por qué no puedo dormir? ¿Por

qué dejé de comer? No sé si es de noche o de día —canté con la

mirada de Elaine pendiente de cada movimiento detrás de

mí en lo que ayudaba con los coros—, si hay un millón como

tú.

Cuando terminó sus versos me hice el valiente para volver

a buscar a Joaquín.

—Tú al final sí eras muy especial, ya no quiero escuchar, que

se callen los demás —suspiré perdiendo un verso que mi

amiga llenó—. Nadie es como tú...

305
Para los siguientes versos me puse en automático para

terminar de tocarla, pero no volví a abrir la boca. La cara

de Joaquín estaba en blanco. No sabía qué reacción

tendría, incluso cuando estaba consciente que era una

idiotez lo que había hecho, que tenía novio, que vivía lejos,

que tenía una vida a la que no pertenecía más. Que no

valían las mil canciones que había compuesto para él, y que

estaban en una libreta guardada en mi guantera, que iban

de odio al amor o del amor al odio, que me dejaban

vengarme de que se hubiera ido. Esa tarde, en ese teatro,

nada de nada me lo devolvería. No me importaba, porque

tenerlo por un par de horas era mejor que no tenerlo nunca

más.

306
14.
Placebo
Sustancia que carece de acción curativa, pero produce un

efecto terapéutico si el paciente la toma convencido de ser

eficaz

Mayo, 2021

Condujo rápido por las calles desde el estudio al canal. Las

clases de composición y el nuevo material que necesitaba

para el tercer disco no lo habían dejado con un ánimo de

fiesta, así que esperó dos calles más abajo cuando

Emmanuel y Diego lo llamaran para que lo recogiera. Algo

en su interior brincó cuando vio el número de su novio

llamándolo, sin esperar que la voz de sus amigos lo

interrumpiera de sus pensamientos.

—Emilio, amigo, Joaco está bien pedo —había dicho el

307
chico de ojos rasgados.

—Está súper pedo —recalcó Emmanuel casi en el mismo

estado—. Lo estamos llevando al auto, pero neta, no creo

que puedas llevarlo a su casa, Ren cree que a Eli puede darle

un ataque.

Emilio negó con la cabeza haciendo funcionar su carro

para devolverse algunas calles. Era lo que le faltaba para

terminar el día con broche de oro.

Pensó en lo de la tarde, cuando en la disquera le habían

pedido nuevo material sin que les gustara el que había

maqueteado en la última semana. Llevaba horas

trabajando en canciones que no verían la luz porque no era

su estilo. No querían baladas lentas, letras hablando de

amor dulce. La disquera quería darle ese toque del cual él

se había despedido después de terminar su segundo disco,

aquel que a nadie le había gustado. Había renunciado ante

la mirada sorprendida de Matías.

—¡Amor! —gritó Joaquín cuando lo vio aparcar—. No

mames, te perdiste la mega fiestoca.

Emilio, Diego y Renata miraron a todos lados intentando

308
pasar desapercibidos.

—Ups, se exhibió, ¡qué sorpresa! —dijo Renata intentando

meterlo al carro con ayuda de Emilio desde dentro.

Cuando estuvo Joaquín con el cinturón de seguridad

puesto, el chico se bajó a hacerle frente a sus amigos.

—Neta, ¿están mensos? ¿por qué lo dejaron chupar tanto?

—preguntó con reproche. No es que Joaquín no se pusiera

pedo o que su mamá no lo supiera, pero no tenía permitido

hacerlo entre semana o si al día siguiente tenía foro

temprano. Sus responsabilidades siempre iban primero,

excepto esa noche, al parecer.

—Güey, pedía y pedía y de la nada ya estaba pedo —

respondió Diego colocándose protector delante de

Renata—. No es nuestra culpa que el güey no tenga fondo,

no mames, no es un crío.

A Emilio se le olvidaba que su novio era un adulto la

mayoría de las veces. Podía ver la madurez con la que

respondía en las entrevistas, cómo con sus palabras

enamoraba al mundo que lo oía, pero para él seguía siendo

el tierno chico de 15 años que, si bien podría tener

309
arranques de estrella o una seguridad impresionante, debía

proteger. Suspiró frustrado.

—Me lo llevo a la casa, Renata se va contigo, no creo que

Eli se enoje si se queda conmigo otra noche.

Diego y Renata asintieron.

Emilio volvió a su carro para comenzar a conducir por las

calles. El rostro de Joaquín estaba intentando concentrarse

en las luces, las casas y los demás carros.

—Si me vas a regañar, mejor me llevas a mi casa —soltó

después de mirar la cara de Emilio y que este no le

devolviera la mirada.

—Ni de broma, pasas lo pedo en mi casa y mañana vas a

foro conmigo todo crudo.

—No soy un crío.

Emilio desvió la vista rápido de la autopista para darle una

mirada asesina.

—Chale, pues, sí te comportas como uno.

Ninguno dijo nada más. Joaquín había puesto sus brazos

cruzados sobre su pecho intentando parecer indignado.

Estaba enojado porque Emilio le había prometido ir a la

310
fiesta, pero le había cancelado a último minuto, dejándolo

en medio de una cita romántica con su amigo y su

hermana, asunto que se agravaba con su mente yéndose a

lugares que el alcohol manejaba. Por el otro lado, el rizado

estaba cabreado por todo lo demás.

Cuando llegó el momento de bajar del auto, Joaquín

intentó hacerlo sin ayuda para llegar a la puerta de la casa

con las llaves en la mano, pero que no pudo colocar en la

cerradura. El dolor en la parte baja y trasera de su cabeza

comenzaba a palpitarle a intervalos. Sin decir palabra,

después de que Emilio abriera la puerta, se dirigió escaleras

arriba alcanzando hasta el tercer peldaño para quedarse

sentado un rato. El mareo no tenía tregua. Apoyó su frente

en el barandal de madera buscando un poco de frío.

—Anda, regáñame, se nota que quieres.

—Estoy cansado, fue un día largo, vamos a dormir, ¿va?

—No, anda, dímelo. Estás enojado cuando el enojado

debería ser yo, llegaste y llamaste para cancelarme...

Emilio restregó su cara con sus manos, irritado. Sabía que

Joaquín era de ponerse molesto cuando tomaba, pero no

311
tenía intención de seguirle el juego. Aunque cayó con

facilidad en él.

—¡Estoy cabreado porque fue una tarde de mierda y ahora

solo quería poder contarte todo, pero estás muy pedo para

siquiera pararte y poder ir a dormir! —gritó saliéndose de

sus casillas—. Quería poder pasarte a buscar, disculparme,

traerte aquí y poder estar un rato juntos cuando sabes que

no tengo tiempo para hacerlo siempre, que, si no es la serie,

son las clases o otra mamada. No tengo tiempo para ti, no

puedo salir a ningún lado contigo y cuando lo hago tengo

que andarme cuidando de no hacer algo que pueda

levantar alguna mierda de chisme. Llevo meses trabajando

para que el pinche disco resulte y poder hacer música y no

parece importarte...

—Sí me importa, no seas menso... —hizo una pausa

intentando aguantarse las ganas de corregirlo, pero no

pudo—. Además, es 'u otra mamada'.

Emilio abrió la boca para decir algo, pero se calló. Llevaba

callando mucho tiempo.

—Entonces, compréndeme, chingada madre.

312
—¿Qué más comprensión esperas de mí? ¡Llevo dos años

comprendiéndote! ¡Yendo de aquí para allá, haciendo esto

y lo otro! Me siento amarrado, Emilio. Me siento preso.

Para ese momento Joaquín se había levantado como había

podido para quedar a la altura de Emilio.

—Si es porque no podemos...

—Me importa poco que no se sepa, paso tiempo contigo

porque te amo, pinche lerdo —exclamó Joaquín con más

enojo—. Me sigue dando igual que Romina sepa poco y

que Kiko no sepa nada porque esta pinche relación es

contigo, no con ellos. Pero hablo de la serie, quiero hacer

más y no puedo hacerlo y me canso.

El rizado acomodó sus cabellos hacia atrás sintiendo

impotencia.

—¡¿Crees que no he notado todas las ofertas que te llegan?!

¿Que dejas de hablar con tu mamá cuando los sorprendo?

Sé que tienes más cosas, sé lo de Blass, lo de las revistas —

se interrumpió a sí mismo cuando Joaquín rodó los ojos—

. Si tan atrapado te sientes, ¿por qué carajo no haces algo

más?

313
Joaquín se balanceaba de un lado a otro intentando

aprovechar el agarre del barandal. Su enojo, que hacía que

su cara se volviera roja e inhalara rápidamente, estaba

creciendo. Cuando estaba en todos sus sentidos callaba

muchas cosas para no herir a Emilio, como que no quería

seguir en Aristemo o lo que su papá le había propuesto, pero

ahí, con su novio al pie de la escalera, solo lo lanzó.

—Porque si no estoy grabando, estoy estudiando para

grabar o estudiando para la prepa —susurró—. No tengo

tiempo para nada más porque si no estoy en el canal estoy

haciendo promoción o yendo a eventos que tu papá quiere

que vayamos. Estoy cansado de hacer algo que no estoy

disfrutando. ¡Quiero hacer mil cosas, Emilio!

—No pensé que fuera tan duro para ti —acusó con

sarcasmo en su voz.

La cara de Emilio estaba triste. No sabía cuánto tiempo

venía acarreando su compañero eso dentro, pero sus

palabras eran flechas directo a su pecho con algo ardiente

en la punta. Pensó en ácido, pero el ácido no quemaba

tanto.

314
—Te amo y estoy haciendo esto porque sé que lo amas,

pero se me está haciendo difícil.

—También es difícil para mí, estoy cansado y cada vez que

desaprovechas una oportunidad pienso que eres un menso,

que pagaría por tener las cosas que a ti te ofrecen, que se

suponía que somos una pareja, que podemos hablar de esas

cosas.

—Estás celoso —cerró Joaquín impresionado.

En lo que llevaban de relación laboral y amorosa, jamás

había pasado por su mente que Emilio sintiera celos de él.

Lo había tenido todo, una carrera actoral y musical con

menos de 18 años, premios, reconocimientos. Luego

recordó que la serie no iba bien, que se había transformado

en una especie de Rosa de Guadalupe que la veían para hacer

chistes y reírse, que su carrera musical iba mal... y no había

propuestas de algo más. Sintió la culpa picándole detrás de

la nuca.

Emilio bajó la cabeza, avergonzado, no porque sí fueran

celos, pero cada que una llamada de la agencia de Joaquín

llegaba y este salía del cuarto a contestar sabía que era algo

315
nuevo, algo que a él no le llegaría o que estaría

predeterminado a decir que no por compromisos con el

canal o la disquera.

—Siento rabia que no las tomes, porque yo sí lo haría —se

defendió—. No creo que sean celos, solo, no lo sé... no

quiero sonar pendejo.

—La única vez que pensé en mí antes de nosotros, casi

terminamos, ¿crees que es fácil vivir con ese miedo a

perderte?

Emilio no respondió y Joaquín no lo entendía, menos en

ese estado. Con lentitud se quitó el anillo de su dedo

meñique dejándolo en el escalón. Hizo un ademán con su

mano para seguir subiendo las escaleras, un poco más

despejado. Emilio lo siguió de cerca, levantando los brazos

cuando este se balanceaba próximo a caer.

Cuando llegaron al cuarto, Joaquín tiró de su ropa

intentando sacársela. Emilio suspiró ayudándolo con sus

tenis y pantalones. Cuando ya lo hubo recostado, se

dispuso a salir de su propio cuarto.

No se sentía con ganas de estar ahí, no quería tener que

316
verle a la cara a Joaquín por la vergüenza de su verdad,

aquella que seguía siendo confusa.

Joaquín le tomó la mano desde la cama antes de que saliera.

El tacto, aquel suave y dulce le curó el alma con un toque

en un milisegundo. De repente, todo el cuarto estaba

oscuro, lo suficiente para que los ojos de Joaquín

parecieran dos luciérnagas tintineantes.

—No te vayas, quédate conmigo, aunque esté pedo —pidió

en un susurro el menor—. Y aunque creas que eres un

pendejo.

Emilio sonrió con pesar acomodándose para ser abrazado

por la espalda por Joaquín. Ahí, en medio de sus brazos

delgados y con él durmiendo acompasado en su oído

entendió que todo es más oscuro justo antes de amanecer.

Su cabeza iba y venía entre lo pedo y lo crudo. Todavía

estaba entre ese límite que no encontraba la salida correcta,

hasta que pudo abrir los ojos para comenzar con su

sufrimiento que prometía durar el día entero.

No había nadie en la habitación con él. Una música suave

317
sonaba en el cuarto de al lado, con aquella lista de

reproducción que Emilio ocupaba para hacer ejercicio. Se

quedó un rato más intentando recordar cómo había

llegado a esa casa y a esa cama.

Había gritos en sus recuerdos, sentía un dolor en el pecho

al ver a Emilio detrás de sus ojos, en las visiones que su

mente había guardado de la noche anterior.

La puerta se abrió dando paso a un chico semidesnudo con

una bandeja de desayuno.

—La Mary te preparó un juguito de naranja para la cruda

—dijo con la mirada perdida su novio—. También traje

café, se supone que repone, aunque sé que no te gusta

mucho.

Joaquín lo miró extrañado. Cómo se movía, la manera que

rehuía su mirada, todo parecía a que intentaba disculparse

por algo. Si tan solo supiera qué era.

—¿Cómo te fue ayer con la disquera? —preguntó tomando

el jugo de naranjas y dándole un sorbo largo. El líquido

llenó su estómago vacío y refrescó su boca.

Emilio lo miró confundido.

318
—No me acuerdo de cómo llegué aquí menos recuerdo si

me contaste algo —se disculpó.

—Pues, mal, Joaco —respondió sentándose en la cama

para mirarlo a la misma altura—. Renuncié.

La boca de Joaquín se abrió hasta el suelo. Era consciente

que su estado no era el mejor, sus cabellos estaban en todas

direcciones, su barba estaba bastante más crecida que la

noche anterior y olía a bar, pero se abalanzó de todas

maneras a darle un abrazo a Emilio.

El chico se lo devolvió con rapidez. Aquello era lo que

necesitaba desde la noche anterior, un apoyo, un escape,

un Joaquín.

—Pero, Emi, no puedes llegar y renunciar, todas tus

maquetas, tus canciones...

—Son de ellos ahora.

El silencio llenó el cuarto.

—Ayer peleamos —soltó Joaquín—. Ayer peleamos

porque estaba pedo y me querías contar esto. ¡Ay, Emilio,

lo siento!

—Olvida lo de ayer, ¿va? Dije cosas que no quería decir, así

319
que...

Joaquín lo miró interrogante. Recordaba gritos, la baranda

de la escalera, a Renata y Diego.

—Yo he estado cansado por cosas que no debería y

pensando cosas que no debería pensar —susurró tomando

las manos de Joaquín—. Te amo un veinte de diez,

siempre. Es una mamada cursi y chafa, pero así te quiero y

lo que dije anoche, no lo siento, solo lo dije.

—Recuerdo que te dije lo de Aristemo.

Emilio rascó su nuca. Esperaba que Joaquín no recordara

su conversación completa por la vergüenza. En su interior,

no quería pensar que podían ser celos, pero Joaquín tenía

todos los talentos del mundo, una madre y una agencia que

movían cielo, mar y tierra por él. En cambio, Emilio sí se

sentía más aprisionado en su zona de confort con la música

y la serie. Quizás debía tomar riesgos, como renunciar a la

disquera, aun cuando su papá le había gritado por teléfono

en la mañana temprano para decirle que ese tipo de cosas

eran irresponsabilidades que debían esperarse de un crío.

—Eres libre de hacer lo que quieras con lo que te ofrezcan,

320
yo tengo que aprender a ser tu fan número uno, como tú

eres conmigo.

Joaquín sonrió acercando su rostro al de Emilio. Lento,

suave, con una sonrisa, ignorante de la conversación

pasada. Estampó sus labios con los contrarios, pero cuando

iba a poner más entusiasmo Emilio se hizo para atrás

rápidamente.

—La boca te sabe a cruda —se defendió sonriendo.

—Ah, claro, pero cuando me toca a mí aguantarte no digo

nada, ¿no? —contestó divertido.

La sonrisa de Emilio bailó en sus comisuras, pero el brillo

no llegó a sus ojos que se mantuvieron con aire triste.

—Vamos a foro, vienen por nosotros en una media hora,

quizás menos, ¿va?

Joaquín asintió terminando de tomar su jugo de naranjas

en lo que veía a Emilio trepar las barras afuera de la puerta

de su cuarto. El cuerpo del chico comenzó a subir y bajar

con su propio peso, logrando que los músculos de sus

brazos fueran la mejor vista de la mañana para Joaquín.

Cuando tomó la taza de café encontró entre esta y el

321
platillo su anillo rojizo. No había notado su ausencia.

—No recuerdo haberme quitado mi anillo —dijo

divertido—. Tuve que haber estado muy pedo.

Emilio siguió con sus ejercicios. Lo había colocado ahí por

si tenía que pedir más disculpas.

—Te lo quitaste porque se te enganchaba en tu ropa —

mintió con desinterés—. Ah, y hablé con Kiko, el siguiente

fin de semana que venga, haremos una cena de familias, así

que avísale a Eli y Ren —Joaquín lanzó un poco de café por

sus fosas nasales de la impresión—. Sería bueno que vayan

sabiendo más mis hermanos de ti, ¿no te parece?

El chico sentado en la cama trató que no se notara su

sorpresa limpiando su cara con la manga de su pijama. No

entendía a qué iba eso, pero parte de él llevaba años

esperando. Parte de él no quería seguir siendo un secreto,

al menos para la familia. En la mente de Emilio estaba

purgando un pecado, cediendo un poco.

—¿No crees que es... pronto? ¿Qué crees que te dirá?

—Chale, Joaco, no sé qué pedo, pero no creo que salga tan

mal. Va a ser un día, no creo que la caguemos en un día,

322
¿no crees?

26 de noviembre, 2029

La manera en la que me miraba desde el escenario,

buscando mis ojos entre mis amigos y los paneles, me

conmovió el alma. La canción, aquella que conocía y

adoraba, jamás la hubiera pensado como de él, que esas

palabras eran para mí siendo el tributo a todas las malas

decisiones que fueron amarme. No tenía que decirme que

era así, lo sabía por su mirada, por cómo se movía. Fue mío

un tiempo y ciertas cosas no habían cambiado, como que

pudiera interpretarlo mejor que cualquier idioma que me

supiera.

Él era el más especial para mí también. Cuando su voz se

apagó en el último verso y todos se levantaron a aplaudir

su presentación con Elaine, sentí mi corazón volver a latir

y mi cerebro a pensar.

Se inclinó ante la audiencia, se despidió y fue directo hacia

mí. Niko, Ale y Elaine nos miraban expectantes con los

323
ojos abiertos de par en par sin perderse nada de lo que

vendría después. Poca parte de mi cerebro consciente se

preguntó si ellos habrían planeado parte de esto para que

nos encontráramos así, jugando con el destino para que

nos dejara ahí, justo uno frente al otro.

—Linda canción —susurré. Su pecho muy cerca del mío,

sus manos a un toque.

—No pensé que la conocieras.

—La lloraba en la ducha hace un par de años —reconocí

sin pena. No quería más secretos, más ratos sin tenerlo.

Sonrió amargo. Sus ojos, con las pupilas más grandes de lo

normal, vagaban por mi rostro viéndome como por

primera vez. Se detuvieron en mis labios por un segundo,

esperando que dijera más o esperando que me callara de

una vez, nunca lo supe.

Estaba ante él, feliz de ser humillado en caso de ser

necesario o de una negativa de su parte.

Estaba siendo egoísta al pensar en mi bien dejando de lado

que quizás podía quedar igual de destrozado que la última

vez que me había ido, pero más que nada, estaba

324
irremediablemente enamorado de él y de todos sus

talentos.

Nuestros amigos comenzaron a dispersarse a lo lejos,

dejándonos solos mientras que los tramoyistas iban de un

lado a otro. Venía el receso de la comida, de mínimo una

hora por lo que recordaba del itinerario. Todo iba

marchando de la verga en organización en todo caso.

—Te eché de menos —volví a hablar—. Cada día y quise

llamar, lo juro.

Vio mis labios como si fueran un cascabel para un gato. Me

sonrojé como un pendejo.

—No quiero hablar de tonteras y cosas que nos hicimos.

—¿Quieres un último día? —pregunté con toda la fe que

pude dejarme tener en mi corazón.

Su mano derecha se acercó a mi izquierda. Pude sentir

cómo se aliviaba la tensión de mi dedo, como si ocupara el

anillo cobrizo que me había regalado, la que simbolizaba

nuestro hilo rojo. El mismo anillo que colgaba de una

cadena debajo de mi ropa.

Dos de sus dedos tocaron los míos y fue suficiente para

325
sentir la corriente por mi cuerpo, porque en todo lo que

me había tocado en lo que llevábamos de día, jamás lo

había hecho con la intención de quererme tener, de

decirme que me extrañaba con un toque.

—Me siento robado por ese último día —susurró. A

nuestro alrededor todo se movía rápido, las personas, las

partículas de polvo, el ruido.

«Dios, perdóname», pensé. El tono que estábamos

ocupando para hablarnos era el más meloso que

podríamos ocupar, ni cuando éramos novios nos

hablábamos así.

Mi mano tímida fue a su cuello, acaricié la línea de su

mandíbula, afilada y con vellos cortos de un par de días sin

rasurar. Una de las cosas que me había perdido de mi

Emilio. Sus ojos se cerraron, dándome tiempo para pensar

en qué más decir sin sonar patético, egoísta o dramático.

—Quiero mi último día —contestó antes de dejarme

planear qué decir.

Tomó mi mano que estaba en su mejilla, mirando para

todos lados en lo que entrelazaba sus dedos entre los míos.

326
El puzzle perfecto, aquel que seguía siendo oculto.

Caminamos sonriendo por el pasillo al camerino. La parte

de mi cabeza que tenía miedo, que no sabía cómo se iría

con una carga de Emilio, fue desactivada. En realidad, me

valía madres, porque no iba a hacer lo mismo que siempre

hacía cuando me dedicaba una canción. Esta vez sí iba a

disfrutar la melodía, el coro, el puto estribillo.

Abrió la puerta sonriendo, como lo había visto años antes,

cuando fue la primera vez que me cantó ‘Si al final tengo tu

amor’, solo que esa vez iba a conservar esa sonrisa costara

lo que me costara.

«Intenta no besarlo», me dije, «no lo beses, aunque lo

quieras».

Estábamos dentro de aquel camerino otra vez, pero no se

sentía como una jaula o una celda. Tenía la misma

sensación de nuestro salón en el CEA, del que nos

apropiábamos cuando queríamos nuestros ratos solos,

nuestras citas furtivas.

Apoyé mi cuerpo en el mesón de maquillaje y peluquería,

mientras él estaba parado con sus brazos cruzados en su

327
pecho y su porte intimidante.

—Quiero que sepas que tengo novio, no planeo serle infiel,

no planeo terminar contigo en la cama...

—Aunque lo quieres —dijo antes de que terminara.

Asentí. Con un toque en mis dedos ya me había llevado a

ese punto donde su tacto era más que un efecto analgésico,

sino que pasaba a ser un delicioso placebo necesario, pero

que no podía hacer nada más que jugar con mi mente para

hacerme pensar que me sanaba. No debía tener efectos

secundarios tampoco.

¿Estaba tan mal de la cabeza como para que se me ocurriera

esta idea? ¿en qué punto dejaba de ser enfermizo?

—Deberíamos dejar unas reglas claras, porque nada de lo

que hablemos o hagamos aquí cambiará algo —dije con

suavidad, convenciéndome a mí también—. No voy a

hacer cosas de las que me pueda arrepentir, aunque lo más

probable es que si me arrepienta de todo esto, pero pienso

que puedo soportarlo, así que tienes que saber que no te

voy a besar ni nos vamos a... pues, ya sabes.

Sonrió poco convencido, me volví a sonrojar siendo que

328
horas antes no me había importado hablar con él del tema.

Mi cabeza hizo la conexión y es que con él ese asunto era

distinto, porque con él importaba, porque fue el primero

que me había tocado más que el cuerpo, que me había

llegado al alma.

—No besos, no sexo, no lágrimas —agregó. Cerró la

puerta, mientras pedía por más fuerza de voluntad de la

que podía poseer cuando comenzó a caminar hacia mi

cuerpo.

329
15.
Peda de Glaad

30 de abril, 2019

La cabeza de Joaquín estaba pegada al pecho de Emilio

cuando este dejó de grabar su reacción. La emoción del

menor era auténtica e impresionante.

Emilio había querido darle la noticia cuando se había

enterado, pensando que sería una grata sorpresa después de

escucharlo hacer berrinche porque creían que no tendrían

el tiempo para ir a la premiación.

Sin más cámaras en frente, Emilio lo mantuvo contra su

cuerpo un rato más, acariciando su cabeza y su cabello. El

calor que le irradiaba le llegaba al pecho llenándole el

corazón de nueva energía, de un nuevo sentimiento.

330
—¿Estás contento? —preguntó con una sonrisa contra el

oído de Joaquín.

La cordura volvió al chico que se despegó de la comodidad

de esos brazos para alejarse con prudencia. Cozumel era

una sombra, a pesar de que el regreso había sido bueno

para ambos, no se habló más de la noche de la canción.

—¡Sí, no me lo esperaba! ¡¡¡No mames!!! —exclamó, sin

saber que más contestar—. ¡Gracias! ¡Estoy muy

emocionado! ¡Y tenemos que ver qué ponernos!

—Yo quería contártelo —soltó nervioso Emilio—. Yo

quería ser la primera persona que te lo dijera. Quería ver tu

cara de emoción.

Joaquín abrió su boca para decirle que era un lindo detalle,

que se le hacía tierno, que no hubiera sido tan especial si

otro se lo hubiera dicho. Pero se frenó.

—Emilio, se dice Glaad, con d final, no Glass, son dos cosas

distintas —corrigió con una sonrisa mientras caminaba a

los camerinos del canal.

Para Emilio fue más una sonrisa coqueta que de burla.

—¡Ya que estamos con esas, podrías ir de rojo! —gritó al

331
pasillo. Joaquín se dio vuelta descolocado—. Haría juego

con las mejillas que te cargas hoy, todas rojitas.

—Pues a ti te queda muy bien el azul que traes.

Joaquín no alegó nada, solo se sonrojó más y agudizó su

sonrisa.

4 de mayo, 2019

Joaquín estaba afuera del gran salón donde la mayoría

intercambiaba números de teléfono, entrevistas o bailes

demasiado locos. Estaba cómodo con eso, con el ambiente,

con la ciudad, con las vestimentas extravagantes de las drag

queen y con las personas hablando de derechos y la

comunidad. Era raro incluso para mí verlo tan

emocionado, sabiendo bien que Joaquín es más emociones

que persona.

Emilio salió corriendo para topárselo casi de frente. Le

mostró media sonrisa tomándolo de la mano para guiarlo

al elevador. Estábamos jugando con fuego ambos, él

pecaba de atrevido y pues, yo estaba pecando de ingenuo.

Las puertas se abrieron de par en par, por lo que Emilio lo

332
empujó para que entrara. No sabía por qué, pero el corazón

le latía rápido de la impresión. Apretó el número del piso

11, esperando que el camino no fuera muy largo. No sabía

que podía pasar si estaba mucho tiempo en un espacio tan

reducido con Joaquín. Y es que la noche le había cambiado

el ánimo, lo estaba dejando ser quien quería ser de verdad.

Se sentía auténtico, un ser único dentro de toda la creación,

se sentía como debería sentirse siempre, sobre todo

después de haberle susurrado eso a su compañero cuando

se vieron ganadores.

El corazón de ambos latía a todo lo que daba.

—¿Jalas a una peda? —preguntó Emilio—. Está el

desmadre en Twitter.

—¿Peda? ¿Neta?

—Hay personas que colocan música, es súper chistoso,

después las mismas personas que están escuchando

twittean y, güey, neta, es un desmadre.

Joaquín dudó frunciendo el ceño y los labios en una

mueca. Al rizado se le congeló el corazón, no pensando en

nada más que el grosor de los labios del chico que tenía en

333
frente. Espera, ¿por qué se sintió así si no hice nada para

eso?

De la nada fue consciente del espacio que había eliminado

entre ellos dando un paso hacia el frente. Estaba a punto

de tocar las manos de Joaquín si movía sus dedos. Podía

sentir el calor del pecho de su compañero, agradeciendo

que solo ellos dos estuvieran en el ascensor para que nadie

le quitara ese regalo en una noche que prometía estar fría.

Y es que estar cerca de él era sencillo en algunos aspectos,

pero difícil en todos los demás.

—Podemos ocupar audífonos en mi cuarto —dijo Emilio

sintiéndose tonto—, así no hacemos ruido.

El chico de los ojos avellanos se quedó estático frente a su

amigo. Tensé los hilos haciendo un tejido entre ambas

hebras, suave, ligero.

El corazón de Joaquín enloqueció, haciendo que sintiera

vergüenza de que el sonido retumbara en el ascensor como

sonaba en sus oídos, la sangre le bombeaba fuerte yendo

directo a sus orejas y mejillas.

—Sí, claro.

334
No pudo decir nada más porque el elevador se abrió

mostrando el pasillo de habitaciones.

—Mi mamá tiene que estar dormida, mejor ni le avisamos

—agregó caminando hasta la puerta del cuarto de su

compañero.

El rizado asintió pasando su tarjeta por la cerradura

electrónica.

Antes, cuando la confusión o Cozumel no ocurrían,

Emilio sabía qué podía pasar cuando entraba a un cuarto

con alguien, que las últimas veces había sido una mujer.

Pero ahora, en las condiciones que se encontraba, con el

pecho estrecho, el estómago en la garganta y las manos

sudorosas, no tenía idea qué era lo que le tenía deparado el

final de la noche.

El interior estaba casi en penumbras. El gran ventanal

dejaba entrar haces de luz que tocaban de forma gentil dos

sofás y una mesa de centro que se dirigían hacia el corazón

de la ciudad. Sin contar el desorden dentro del cuarto, era

igual al de Joaquín.

—No mires el tiradero —se disculpó Emilio—. No puedes

335
pedirle mucho a dos Osorios.

El más bajo de los chicos se encogió de hombros y brincó

hasta sentarse en uno de los sofás de un cuerpo frente a la

Gran Manzana. La vista era la contraria a la de su

habitación, directa a todos los carteles iluminados de los

musicales que Joaquín quería ver en la vida.

El rizado tomó del buró sus audífonos inalámbricos

mientras abría la aplicación que le permitía escuchar la

lista de reproducción que en Twitter tenían programada.

Había hecho eso antes, incluso tenía una cuenta donde

podía comentar, pero esa noche era distinta. Todo el ruido

de la fiesta de abajo todavía hacía vibrar los vidrios y,

aunque quisiera negar que no era su estilo de fiesta, no sería

lo mismo sin Joaquín en ella.

—La chica tiene buen gusto, o sea, en sí pone canciones

que sabe que escuchamos, o canciones de la novela o

algunas que según ellos son bien nuestras —Emilio miró a

Joaquín esperando una réplica, pero no la hubo, al igual

que cuando le susurró esas palabras al oído en la

premiación.

336
Joaquín desvió sus ojos, prestando una particular atención

al audífono que le pasaba. Se dio el tiempo de ver sus

dimensiones, peso, calibre y color antes de poder decir

algo. Estaba nervioso, por no decir lo menos.

El rizado torció el gesto arrepentido mientras tomaba

asiento. Para él los carteles iluminados no significaban

nada, pero mirar el rostro de Joaquín admirándolos era

suficiente para querer saber todo sobre ellos, solo porque

su acompañante los veía con tanta fascinación y pasión.

Supuso que de gustarle Joaquín esa sería la cualidad que

más le impresionaba. O quizás su sensibilidad o que fuera

tan agradecido o, estaba casi seguro que, su timidez para

ciertas cosas. No, su humor de doble sentido, o la manera

que decía palabrotas.

—Emilio, pon la pinche playlist —pidió el chico, como si

le leyera los pensamientos.

Le obedeció dándole play a la lista. Como la fiesta iba por

la mitad, se encontraron con un reggaetón antiguo, incluso

de los años en que ellos no habían nacido. Ambos

torcieron el gesto hasta que terminó.

337
Las siguientes canciones comenzaron a bajar en

intensidad, mientras ninguno de los dos decía palabra. El

menor de los chicos pensó en que arruinar un momento

como ese con una conversación trivial no era bueno. Tener

a Emilio sentado a su lado, mirando el cielo de Nueva York

con su elegante traje azul y negro había sido el mejor

premio de la noche.

Mantuvo la cara al frente, pero la mirada con disimulo

hacia su compañía que estaba sentado con su tobillo

apoyado en su rodilla opuesta. Sus dedos índice y medio

descansaban en su mentón como si se lo sostuviera.

«Parece una pinche escultura», pensó.

Joaquín tomó una fotografía mental del perfil del chico.

Quería creer que todo iba normal. Hasta que sonó la

siguiente canción.

Emilio la conocía, la había hecho su favorita desde el

momento en que la había escuchado por primera vez. El

sonido de la guitarra, la voz de la artista, todo.

—Bailemos —dijo ofreciendo su mano a su compañero.

—No es una canción para bailar, Emilio.

338
Pero el chico se paró de su asiento moviendo brazos

mientras gritaba a todo pulmón, sin importarle tono o

sonar afinado. Joaquín apretó el puente de su nariz con sus

dedos, pero se levantó de su asiento para moverse como un

loco al lado de Emilio.

—Yo te llevo dentro, hasta la raíz —cantó mirando a quien

lo acompañaba en su danza efusiva—. Y por más que crezca

vas a estar aquí... —pausó la aplicación dejando los

audífonos siendo inútiles en sus oídos y la habitación

completa en silencio—. No habrá manera ni rayo de Luna

que tú te vayas.

Después de tanto movimiento ambos repararon que el

destino, alias yo, los había dejado frente a frente. Los dedos

de Emilio viajaron al dorso de la mano de Joaquín por

instinto. Quería entrelazar sus dedos con los de él, sentir el

agarre firme.

A Joaquín el tacto mínimo le quemó. Su espalda, en

reflejo, se arqueó para atrás en señal de huida, pero recordó

que nadie más estaba en esa habitación. Ni siquiera su

conciencia, al parecer.

339
—Lo que dije abajo... —comenzó Emilio.

—No lo repitas, no es necesario.

—Joaco, después del viaje a Cozumel no hablamos más del

tema. Solo lo cerraste y no me diste tiempo a explicar nada,

corriste —atacó sacado de quicio—. Quería que lo supieras.

El chico peinó su cabello en un gesto de desesperación.

—Lo que dijiste abajo fue porque estabas sacado de pedo,

o sea, neta ni lo sentiste, Emilio —soltó Joaquín tratando

de zafarse—. Mira, mejor lo dejamos ahí y todo tranquilo,

¿va?

—No tenía idea de lo que estaba pasando, te vi

emocionado y hice lo que siempre hago.

—E hice.

—Eso dije.

—No, así no lo dijiste.

El rizado puso su mejor cara de desconcierto. Venía

intentando hablar del tema desde que habían llegado, sin

tener oportunidad de decir nada por los ensayos, las

entrevistas y las miles de cosas que tenían que hacer. Pero

Joaquín estaba sereno.

340
—Te amo.

—No, no lo haces —se defendió el menor—. O quizás lo

haces, pero estás confundido. Somos hermanos,

compañeros laborales, tenemos química y ya.

—Sí, igual y sí, pero ¿no podrías darme tantita chance de

dudar tú también? ¿de ayudarme con esto? —el tono

frustrado de Emilio crecía a medida que decía las

palabras—. Neta, deberías saber que las cosas son súper

complicadas, que no todos sabemos en qué momento nos

cae el veinte. Todo cool si a ti un día te llegó la iluminación

de que te gustaban los vatos, pero a mí no me pasó eso. No

sé si me gustan todos los vatos o solo tú, no entiendo

porque estuve con mujeres y también me gustaban, no

entiendo, Joaquín, ¡no entiendo! Y cada que te digo algo

me dices 'ay, güey, no mames, se te pegó lo del Aris' o 'ay,

no Emilio, no sientes eso'. Sé lo que siento, el problema es

que no sé por qué lo siento por ti o si lo que siento por ti

es lo que creo que siento. Y neta, no ayudas si sigues con

esa mierda de 'no lo sientes' porque, güey, ¡sí lo siento!

En un reflejo inconsciente, y digo inconsciente porque no

341
le ordené que lo hiciera, el cuerpo de Joaquín impactó con

el de Emilio como si fueran imanes. Los brazos delgados

del chico rodeaban el cuello de su compañero haciendo

que tuviera que ponerse de puntas de pies para alcanzarlo.

Se quedaron así, segundos, minutos u horas. El sonido de

afuera inundaba todo, las luces eran las únicas que los

ayudaban a distinguir sombras de los objetos tangibles.

Así, Emilio se separó con lentitud de Joaquín con una sola

intención en mente. Su nariz viajó describiendo la curva

de la mandíbula de su compañero, para dejar juntas sus

frentes, como lo habían hecho tantas veces antes cuando

no significaba lo mismo. Sus manos, que se habían

mantenido estáticas, ascendieron por los brazos de su

acompañante hasta su nuca.

Los labios de Joaquín le hacían una invitación incluso

cuando sabía que las cosas podrían terminar de mala

manera. Emilio observó esos labios, siempre con pequeños

trozos de piel secos y surcos profundos. Los deseaba en mal

plan. Se los imaginó jalándolos, mordiéndolos, sintiendo

la textura entre sus dientes.

342
—Bésame cuando estés menos confundido —el susurro de

Joaquín le pegó en los labios como si fuera una ola

rompiendo en las rocas—. Bésame, pero no para que te

saque de la duda, sino porque de verdad lo quieres.

Cuando comenzó a cortar la distancia entre sus bocas el

sonido de una notificación ajena a la escena reclamó volver

a la realidad, rompiendo la burbuja de ambos.

—Es Santi, mi papá viene subiendo —dijo Emilio mirando

su celular—. Me lleva la chingada.

Joaquín sonrió ante lo último, porque también quería

besarlo.

—Bueno, pues nos vemos mañana, güey —se despidió

manteniendo la sonrisa—. No hay pedo con lo que pasó.

Se dirigió a la puerta saliendo al pasillo oscuro, más que la

habitación, con rumbo al cuarto de en frente. Desplazó su

tarjeta para entrar mientras regulaba su respiración. Apoyó

su espalda en la puerta cuando entró sintiendo todavía el

aliento tibio de Emilio contra su piel.

—Hijo, vienes pálido, ¿todo bien? —preguntó su mamá

desde la cama.

343
Joaquín alzó sus cejas. El sonido de la voz de su madre

llegaba difuso a sus oídos.

—Creo que me gusta Emilio, mamá.

—No veo el problema con eso —respondió su madre con

ojos dulces.

—Y creo que también le puedo gustar a Emilio.

—Sigo sin ver un problema.

Su madre sonrió abriendo la cama para invitarlo dentro.

Joaquín se quitó su traje y sus zapatos, quedando con una

camiseta y calzoncillos para recostarse con su madre. Eli le

acarició el cabello hasta que se durmió, con mil mariposas

en el estómago.

5 de mayo, 2019

El chico de rizos llegó al lobby esperando a su padre que se

había devuelto por su billetera. Tenía un par de horas antes

de su vuelo y quería ir a ese restaurante con temática de su

película favorita. Golpeaba con su puño el mesón de

recepción impaciente, hasta que por el elevador asomó una

figura que conocía bien. Su ritmo cardíaco disminuyó lo

344
suficiente para mantenerlo vivo.

—Buenos días, Eli —saludó a la madre de su compañero

sin quitar sus ojos de él, la mujer le respondió con una

linda sonrisa en lo que seguía caminando para pedir un

taxi. Joaquín retrasó su paso mirando al chico en detalle.

Algo en su mente no le calzaba.

Se acercó rápido, sorprendiendo al chico de rizos. Entre sus

dedos tomó con delicadeza el cordón de su colgante

mientras lo apretaba para dejárselo ceñido al cuello. Emilio

estaba estático como roca, observando la cara de

concentración de Joaquín, en lo que arreglaba su collar.

—Te queda mejor así —susurró. Sus ojos estaban dilatados,

tanto que parecían un espejo donde Emilio pudo ver que

los suyos estaban iguales. Tragó con dificultad un poco de

saliva.

La mano de Joaquín dejó el colgante para bajar por su

pecho, dejando cosquillas en su toque. Por unos segundos

se quedó a la altura de su corazón, haciendo que

comenzara a latir fuerte nuevamente.

Sonrió ante su efecto, girándose para seguir a su madre.

345
Con unas palabras y un simple gesto, había dibujado una

sonrisa en el rostro de Emilio, que duró hasta su vuelta a

México. Iba a jugar, aunque Joaquín ya lo tenía más que

ganado.

26 de noviembre, 2029

Me deleité mirándolo con cara de estúpido. De arriba abajo

como si no me hubiera fijado en su figura durante todo el

día. Sus rasgos se habían endurecido, sus labios se veían

suaves, conservaba la mayoría de sus pecas, aunque

descubrí dos más bajando por su cuello. Su cabello estaba

más oscuro de lo que recordaba y su cuerpo... Sus brazos

eran más fornidos y me moría por saber cómo estaría todo

lo demás debajo de esa camisa.

—Emilio, mis ojos están acá arriba —exclamó

acusándome.

—Te pusiste bien guapo, eh.

—Por supuesto —admitió sin pena—. Tú tampoco estás

nada de mal.

346
Intenté no avergonzarme como él, pero no lo logré. Hacía

mucho tiempo que nadie me coqueteaba o me decía

cumplidos aparte de mi mamá, lo cual era bastante

patético.

—Tengo panza donde estaba mi lavadero, mi pelo empezó

a caerse y me creció vello en partes que no tenía, ahora

tengo barba y bigote... y otros pelos, por otros lados.

Sonrió como si hubiera sido el mejor chiste del mundo,

como antes. Estaba atrapado en medio de la mesa de

maquillaje y mi cuerpo, pero aún con todo eso me tenía

preso a mí en su sonrisa.

—Era algo que tenía que pasar, ¿no? —su mano tomó la

mía guiándome al sofá—. Digo, tu papá es medio calvo y

panzón, era inevitable. Todavía así, estás guapo, aunque esa

camisa con esa chamarra deja mucho que desear y ¿no te

dije que los tenis desgastados ya no la daban?

Me senté dejando que pusiera una de sus piernas sobre la

mía. En esa costumbre que teníamos, igual que sentarnos

muy juntos en un sofá inmenso. Sin preguntar y esperando

ser bien recibido acaricié su rodilla, pensando en qué más

347
decir sin tener que pasar por el campo minado.

—Cuéntame de ti, quiero saberlo todo —susurró, quizás

porque leyó mi mente confundida.

—Pues, sabes que me fui, sabes que escribo música, tengo

una disquera con Matías, hacemos que nuevos cantantes

puedan tener un espacio para que creen y para que sus

ideas sean escuchadas —hice una pausa—. No quiero que

les pase lo que me pasó, así que es mucho trabajo. Dejé de

actuar con mi papá hace unos años e hice una novela en

Argentina que igual se trasmitió acá. Fue una mierda, pero

chamba es chamba y básicamente pocos me dejaron actuar

después de Aristemo. La cosa se vino abajo, así que siempre

supe que era más de música que de otra cosa.

—Hasta que aprendiste que es 'e hice'.

Le regalé mi mejor cara de fastidio. Sonrió amplio

mostrando sus magníficos hoyuelos en lo alto de sus

mejillas. Me aniquiló cuando la punta de su lengua se

quedó en medio de sus dientes, en ese gesto que siempre

me derritió por dentro.

—Siguiendo con mi vida —reí con burla—, logré hacer

348
contactos y tenemos bastantes clientes independientes y

bandas emergentes, al final allá es una de las cunas del rock

latino, así que se supone que todo va bien.

Joaquín terminó recostándose en el sofá dejando sus dos

piernas sobre las mías. Estaba manteniendo su distancia y

podía entenderlo. Seguíamos cargándonos un magnetismo

increíble.

—Niko dijo que saliste con muchas chavas.

—Salir con ellas, sí. Dormir con ellas, no. Que fueran mis

novias, menos.

—Pues, no estuviste solo este tiempo, ¿o sí?

Sonreí de medio lado inclinándome más hacia su cuerpo,

sujetándome con los brazos adonde pudiera en el sofá para

no caer sobre él. Aunque quería, no lo niego.

—¿Quién podría reemplazarte? —dije bajito, ocupando

todo el encanto que tenía.

—La chica que dijiste en el café...

—Es mi mejor amiga allá, fuimos coprotagonistas, no pasó

nada porque sabe todo así que no quisimos mezclar

sentimientos y —me detuve, caminando con confianza en

349
el campo minado—, la verdad es que todavía estaba roto

cuando la conocí, no me sentía con fuerzas de volver a

querer a alguien, no fue tan fácil, o mejor dicho no me es

tan fácil dejar de pensarte cuando estoy con alguien.

Joaquín asintió. Quizás porque a él también le pasó o

porque, en mi corazón esperaba, también le pasaba.

—Somos un recuerdo fuerte para el otro, ¿no crees?

—Joaco, por dos años fuiste mi mundo, fuiste el primer

hombre con el que estuve, no es algo que borres —contesté

sin importar exhibirme al completo—. Me enamoraste

como un tonto, fue el mejor primer amor que alguien

podría tener. Nuestra historia es de novela, en una novela

y para una novela, con el drama y los diálogos cursis y

pendejos...

—De mí no vas a estar hablando, Juan Emilio —rio con

ganas—. El que se ponía todo lerdo y cursi eras tú, no

mames. Yo nada más me dejé querer.

Acaricié su pantorrilla inconscientemente, dejando que mi

mano recorriera como si fuera su terreno. A él no le

molestó, en cambio, mordió su labio inferior al sentir mi

350
roce.

—Eres un pendejo, Joaco —volví a mi posición inicial,

pero no dejé de acariciar su pierna.

—Ya —se burló alargando la última letra—. También tú,

de nada.

Su sonrisa no se borraba, lo que me dio a entender que

también estaba poniendo todo lo que podía para que ese

momento fuera bueno para los dos. Podía sentir el sol, la

tumbona, el agua de la alberca y nuestros cuerpos con olor

a bronceador. Parecía que habíamos recreado nuestro

último momento, esperando que nadie golpeara la puerta

o que nadie llegara a sacarnos del refugio.

—Pues y ya te conté de Ricky que somos muy buenos

amigos y nos vemos siempre, hablamos, nos gusta ir a

tomar café y hablar por horas por FaceTime mientras vemos

qué dicen de nosotros dos en Twitter... —dije con sarcasmo

exagerado.

—No, pero nadie me podía reemplazar, ¿eh? —me

interrumpió mostrándose irritado—. Chingate a veinte,

Marcos.

351
—Hablando en serio, eso ayudó a que nos aventuráramos

con Matías a hacer una gira chiquita. Te envié boletos con

Diego, pero no creo que los recibieras —confesé.

Sonrió.

—Sí, me lo comentó y compré el boleto de avión para ir a

verte al benéfico, pero no pude... —hizo un momento de

silencio que me pareció eterno mientras mordía una de sus

uñas—. No era capaz de mirarte ni en revistas. Bloqueé tu

nombre de mis redes, pedí en mi casa que nadie te

nombrara, cuando venía a México rogaba a Dios no verte,

de hecho, es la primera vez que te veo de verdad desde hace

unos años. Tampoco le conté a nadie de ti.

Me desvanecí. Tenía esperanzas que pudiera haber estado

al pendiente de mí.

—Fueron Renata y Diego. Fue la primera vez que pregunté

por ti después de que te fueras, pero estaba pedo, así que

no cuenta —intenté salvar la situación diciendo cualquier

pendejada—. Igual hubieras llegado y podría haber

preguntado 'y ¿a qué vino?'

Me lanzó uno de los cojines sueltos del sofá que me llegó

352
de lleno en el rostro. Puse mi mejor cara de sorpresa para

aventárselo de vuelta, pero antes de que lo hiciera, lo jaló

acercando su cara a la mía quedando a la altura de mis ojos.

Me examinó.

—¿Cómo carajos es que, haciendo todo lo que hemos

hecho en este tiempo, seguimos atorados con el otro?

Me adelanté hacia él, impaciente por respirar su mismo

aire, siquiera para tener el recuerdo que estuve cerca de sus

labios.

—Digamos que el destino nos vio la cara de mensos.

Su boca se movió en una mueca.

—Me parece justo —dijo, aumentando su sonrisa—.

Pinche destino, pinche karma y pinche hilo rojo.

Mordí mi labio para no cometer ningún error. Su mano

fue a un rizo de mi frente, aquel que siempre caía hacia

delante, lo tomó entre sus dedos para llevarlo atrás con

delicadeza. Me trajo un lindo recuerdo a la mente, uno que

no ayudaba a la situación.

—Ni se te ocurra, Emi.

El diminutivo de mi nombre saliendo de sus labios me

353
rompió el corazón, pero la sonrisa que mantenía

diciéndolo fue suficiente, aunque no sabía por cuánto

tiempo.

354
16.
Errante

Que anda de una parte a otra sin tener asiento fijo

8 de mayo, 2021

El chico caminó hacia el medio de la pista directo a los ojos

que lo llamaban moviéndose como si fuera un profesional.

Con la cámara fotográfica en sus manos captaba los

movimientos entre las luces que prendían y apagaban. El

alboroto de los lados no era un impedimento para

encontrar el camino a casa en esos ojos avellanos

enmarcados en ese rostro hermoso, por decir lo menos.

Joaquín bailaba, como si hubiera tomado clases toda su

vida, con una facilidad y elegancia seductora.

Movía sus caderas, sus brazos y sus pies al ritmo lento, sin

355
compás, olvidando que él debía seguir a la música y no al

revés. Emilio se sentía afortunado de poder tomar

fotografías de aquel chico y sus ojos de poder ver ese fuego

que parecía salirle por los poros.

Los ojos lo llamaron de nuevo, entre la locura del camino

y la calma del destino.

El antro estaba lleno de amigos, familiares y parte del

elenco celebrando que el chico dulce de sus corazones

cumplía otro año. No era una fiesta sorpresa como la de

hace dos años, de hecho, Joaquín había preparado todo con

tal de demostrar que la mayoría de edad no se celebraba

todos los días. Él era el centro de atención y lo sabía, por

algo ocupaba una playera de transparencia gris y sus jeans

blancos, maquillado con colores flúor de pintura, al igual

que todos los demás invitados.

El juego de las luces sobre su rostro le daba toques de

inocencia cuando encendían las claras y de maldad cuando

aparecían las ultravioletas.

La música era un deleite. Emilio en lo que había llegado

no había escuchado ninguna canción de reggaetón o trap

356
de las que él intentaba que su novio escuchara. Todo en ese

salón gritaba Joaquín, pareciéndose a lo que imaginaba

como su cielo personal.

Estaba pronto a llegar a los brazos que lo llamaban como

el canto de un tritón en medio de un mar de gente y olas

rápidas. Estaba a unos pasos, hechizado con los encantos

de ese ser tan hermoso, cuando un cuerpo comenzó a

danzar cerca de su novio, con movimientos sugerentes.

Desvió el camino, porque sabía que no tenía que mostrarse

molesto ante tantas personas. Sabía que en lo posible

cuando había una fiesta y alguien levantaba su teléfono

para hacer una grabación él debía cubrirse o alejarse.

Estaba cansado de las cosas que leía de él en internet y la

cantidad de parejas que le daban cuando la única persona

que le importaba de esa forma bailaba con otro en la pista.

Quería ser el intruso que no tenía tapujos en acercarse, no

tenía que dar explicaciones. Ni siquiera tenía una

masculinidad frágil como para no poder bailar con otro

hombre, pero sabía que era mejor andar de a poco para

evitar rumores innecesarios.

357
Fue hacia la barra del antro, donde sin preguntar ni nada,

tomó unos shots de tequila que estaban preparados. La sal

y el limón le valieron cuando el líquido del primero bajó

por su garganta. También le valió el del segundo y el del

tercero.

—Hey, guapo, ¿por qué tan solín solito? —preguntó su

amigo Nikolas preparando un trago con un brebaje rosa—

. Ni pareces el alma de la fiesta.

—Joaco está bailando con un vato.

Niko se volteó mostrando su mejilla con tinta flúor trazada

como pintura de guerra.

—Ay, ¿neta ese vato de nuevo? —se cuestionó bebiendo el

licor—. Yo que tú voy y le digo que deje de levantarme el

novio, no mames, todos los años es lo mismo, fiesta a la

que va, intenta ligárselo. No inventes.

Emilio lo miró con ojos molestos. Sus cejas fruncidas. No

siempre acompañaba a las fiestas a su novio porque tenían

vidas sociales distintas y pensaban que también era sano

poder divertirse con sus amigos de manera separada

cuando trabajaban juntos todos los días, pero algo dentro

358
de él se sintió mal cuando entendió que Joaquín no le

estaba contando la otra parte.

—¿Fiesta a la que va? ¿Ligárselo? —repitió aturdido—.

¿Neta? ¿Joaquín no le ha dicho nada o qué pedo?

Nikolas apretó su vaso contra su pecho. Sabía que la había

cagado con sus palabras, pero no entendía hasta qué grado.

—Pues, no es que pueda decir mucho y eso. Lo sabes mejor

que yo, Emilio.

—Es mi novio, güey, ¿acaso este menso no lo entiende? —

bebió otro de los shots dispuestos en la barra.

—Emilio, no vayas a hacer algo que no debes, hay muchas

personas, sabes que todo se filtra.

Pero escuchó la mitad del discurso de su amigo, porque le

valió de nuevo. Caminó hasta la pista, se encontró con

personas que no reconoció o saludó de forma rápida para

poder ir hasta el centro.

Su novio seguía bailando, no sabía qué estilo musical ni le

importó. El cuerpo del mismo joven que dos años antes

había estado coqueteándole se ceñía al de su novio. Ponía

sus manos en su cintura mientras la mecía de un lado a otro

359
y de vez en cuando buscaban un poco más abajo. Él había

marcado con besos y caricias esa cintura como para que

alguien las estuviera demandando de esa manera.

Joaquín sujetaba al intruso de los hombros, intentando

mantener la distancia, pero siendo demasiado educado

para su propio bien.

Emilio perdió la calma cuando vio que Mau se comenzaba

a frotar contra el cuerpo de su novio.

Joaquín le envió una mirada suplicante, pero no era para

que lo rescatara de la situación, sino para que dejara de

avanzar. Sus ojos diciéndole que podía controlar las cosas

sin necesidad de que él interviniera.

Joaquín, siempre siendo demasiado cordial para su propio

bien, lo empujó suave, pero el chico de ojos claros volvió a

acercarse de un segundo a otro. Joaquín no estaba asustado

porque Mau lo tocara o intentara besarlo, porque sabía que

con un empujón más fuerte que el anterior caería de

espaldas por la borrachera. Maldijo al pensar que todos

podrían controlarse con una barra libre, cuando la mayoría

de sus compañeros y amigos estaban pedos en medio de la

360
fiesta.

—Le voy a partir la madre —dijo Emilio sobre el ruido a

Niko que lo había alcanzado para sujetarlo por el brazo.

—No lo vale, guapo. Joaco sabe cuidarse, no mames —lo

reprochó—. Si la cosa se pone fea, voy y hablo con el vato

de nuevo, no te preocupes.

Emilio pensó en el 'de nuevo' que ya parecía costumbre.

Joaquín se separó de su pareja de baile, pensando que iba a

ser todo. Con una sonrisa le colocó una mano en el pecho

moviendo los labios contra su oído. Emilio sabía lo que le

diría; una de las mentiras que decía cuando estaban en un

antro y otro u otra le pedía bailar. Desde el típico 'estoy

cansado' al 'debo ir al baño', pero Mau lo jaló del brazo

atrayéndolo a su cuerpo otra vez.

Ver cómo las uñas del chico de ojos claros se encarnaban

en la piel pálida de Joaquín fue lo último para Emilio.

Había aguantado lo suficiente, sintiéndose impotente y

siendo el único espectador con su amigo en un tumulto

que estaba más al pendiente de bailar que de lo que pasaba

a su alrededor.

361
Sintió un zumbido en sus oídos, la sangre yendo de su

corazón a sus puños y a su cara. Su cerebro cerca de la

explosión. Corrió, sin importar la mirada de Joaquín que

se posaba intermitente en él y el chico que lo tenía sujeto,

sintiendo miedo por primera vez en mucho tiempo.

—¡Hey! ¡Hey! —gritó Emilio cuando estuvo cerca para ser

oído—. Creo que ya te dijo que no quiere bailar contigo,

¿no?

Mau lo observó por un rato.

—No va contigo el tema, güey, así que déjame hablar con

Joaco.

Escuchar el diminutivo que él ocupaba de los labios ajenos

le pareció incómodo. La forma en la que lo decía, casi

como si no fuera de una persona, sino de un objeto o el

sentido lascivo que le daba, fue la última gota.

No se dio cuenta cuando el puño de Joaquín se estrelló

contra la mejilla del chico de ojos azules. Emilio se apartó

sorprendido por un segundo porque pensó que él iba a dar

el primer golpe.

Intentando en lo posible no pegarle a Joaquín, que seguía

362
frente a Mau con ganas de responderle el puñetazo, fue

Emilio quien envió un golpe a la mejilla del chico. Le

estampó otro puñetazo con la otra mano, agradeciendo

que Niko hubiera movido el cuerpo de su novio lejos de la

pelea.

Sentía los gritos de las personas en los bordes cuando un

golpe le atinó en el ojo. Lo sintió arder, que no podía

abrirlo y agradeció que las grabaciones empezaran en un

par de días más para dejarlo sanar lo suficiente.

Fue por otro golpe, pero uno en su mentón llegó sin aviso

tumbándolo. Se sintió el ruido del lente de la cámara

quebrarse en el suelo.

Iba a ponerse de pie cuando vio la cara de Joaquín frente a

la suya. Sus ojos cristalizados, no por lágrimas, sino un

pavor que jamás había visto en ellos.

—Emi, ya párale. Estoy bien —sus palabras no le dieron la

tranquilidad que necesitaba, pero la mano en su mejilla,

junto con su mirada endulzada fue lo que acabó con el

fuego que lo consumía por dentro.

—¿La cagué?

363
Joaquín asintió con una sonrisa forzada.

Mau se apartó limpiándose la comisura de la boca de un

pequeño corte. Niko se encargó de que todas las personas

cercanas siguieran bailando haciendo sus pasos clásicos y

descoordinados. Además, la intermitencia de las luces

ayudaba a que no hubieran visto la pelea al completo.

—Anda a una puerta detrás de la barra, hay un poco de

hielo en el congelador y puedes ponerte en el ojo, guapo

—dijo Niko ayudándolo a pararse del suelo.

—Ya lo llevo yo, Niko —susurró Joaquín—. No te

preocupes, yo lo cuido.

Caminaron hasta detrás de la barra, con Joaquín

intentando llevar la mayor cantidad de peso de Emilio, a

una improvisada cocina, donde había más licor y comida.

Ninguno dijo ninguna palabra hasta que Joaquín colocó

un par de cubos de hielo en una tela para pasársela. Hizo

una compresa para su mano, que punzaba debajo del

magullón que seguro se le haría.

—Sé que me pasé —musitó el mayor apretando la

compresa sobre su ojo—. Pero él...

364
—Sé cuidarme solo.

—Joaquín, eso es acoso, el güey te estaba pasando la verga

por el cuerpo —espetó con enojo—. Neta, le hubiera

partido su puta madre al pinche vato.

Sus ojos se encontraron. Si antes Joaquín le daba un gesto

dulce, ahora estaba enojadísimo, tanto que sostenerle la

mirada era un problema mayor que lo que podía ser

normalmente.

Generé uno de los saltos en el telar que venía evadiendo a

lo largo del tejido.

—Niko dijo que no era la primera vez que pasaba —

exclamó bajando la mirada y frunciendo los labios al

colocar el hielo sobre su ojo—. Buen derechazo, a todo

esto.

Joaquín asintió.

—Pues, sí se pone molesto, pero al rato me puedo ir

tranquilo, me lo he topado y he logrado zafarme, por eso

sé que puedo manejarlo —se sinceró sentándose de un

salto a una encimera—. No sé qué le pasó hoy, seguro

estaba muy pedo.

365
Emilio rodó el ojo bueno que le quedaba. Con lentitud se

apoyó al lado de Joaquín.

—No lo defiendas, estaba todo cachondo por ti ahí afuera,

de imaginar que te pudiera hacer algo el pinche joto...

—No decimos joto, Emilio, además, si no querías que

bailara con otro hubieras llegado tú a bailar conmigo —

susurró jalándolo del brazo para que se ubicara entre sus

piernas—. Hubieras dicho que querías bailar conmigo y

listo, nada me hubiera gustado más.

Emilio soltó la compresa de hielo cuando Joaquín la tomó

entre sus manos. Al tenerlo al frente, comenzó a enroscar

sus piernas entorno a su cintura, frotándolas con suavidad.

Muchas veces podía pasar por alto cuando otro hombre le

coqueteaba, pero jamás cuando lo hacía Joaquín.

—Eso iba a hacer cuando apareció el pendejo.

—Te amo a ti y quiero bailar contigo siempre.

—Me gustaría bailar contigo, siempre que pudiera —se

lamentó, enfatizando la última parte. Su ojo le dolía, igual

que el mentón, pero más le herían los ojos de Joaquín

cuando no podía darle algo que él quería. Joaquín había

366
pedido un día normal, sin problemas, intentando que

fuera un cumpleaños como el de cualquier otro.

Emilio buscó refugio en su cuello, mientras el otro chico

le acariciaba los rizos.

—Tienes que aprender que no soy un niño, me puedo

ocupar solo de mis asuntos —tomó su cara entre sus manos

recalcando sus palabras—. No soy un niño.

—Ahora tienes 18 años, nuestra relación ya no es ilegal.

—Ah, pues, si es eso, puedes buscarte un novio más joven

para seguir en la ilegalidad si es que tanto te gusta el peligro

y defenderlo de todos —bromeó con el enojo

disminuyendo y tratando de animarlo.

—Quería ser él. Toda la noche he estado celoso de todos

los que te miraban y te sacaban a bailar. Además, rompió

el lente de la cámara que me diste.

Joaquín sonrió cohibido. No le gustaba que Emilio fuera

celoso, pero no podía negar que cierta parte de su

inconsciente sabía que no era una actitud que podría

cambiar de la noche a la mañana, por el contrario, nunca

entendió por qué las dudas si cada vez que podía le dejaba

367
más que claro que él sabía que estaban destinados. Sí, claro,

destinados.

—Podemos arreglarla —se inclinó para depositarle un

beso tierno en el mentón y en el rabillo de su ojo—. ¿Se

siente mejor?

—Me duelen los labios también, no sé si viste, pero el

pendejo me pegó durísimo ahí.

Joaquín negó con la cabeza, divertido. No iba a caer en ese

cliché de películas románticas que veían.

—Deja al pendejo, ¿va? Ni merecía que le partieras la

madre, solo piensa que puedo gustarle. No soy una puta

moneda de oro, ¿sabes?

Fue el momento de Emilio de negar rápido y efusivo, el

tequila se le había subido.

—En eso estás mal, eres muy talentoso, eres de las personas

más asombrosas que existen y cualquier persona podría

enamorarse de ti, de esa vocecita tan linda que tienes, de

esos ojos que te gastas, de la pinche sonrisota que me

regalas cuando me ves —sonrió de mala gana dándole la

razón. Lo cierto es que creo que le hicieron mal los shots de

368
tequila que se bebió, pero los nudos que se produjeron en

mi telar me dijeron que hablaba en serio.

—Que mi novio me diga que soy talentoso y maravilloso,

no quiere decir que lo sea, me ves con otros ojos...

—No pelees conmigo en esto, si hasta me diste vuelta

como tazo a mí. Muy pocos nacen con tanto talento y

belleza como tú que eres lindo por fuera y por dentro, es

como un don, como... no sé, un milagro o un cometa de

esos de mierda que pasan como cada 100 años.

—Cada 76 años —lo corrigió con suavidad—, el único

cometa que conozco pasa cada 76 años y hay otros no tan

especiales que pasan cada 6 años, también hay estrellas que

son errantes, entonces nadie sabe cuándo pasarán y

tampoco puedes calcular su trayectoria, normalmente

tienen una velocidad impresionante y una gravedad que

puede atraer cualquier cosa, lo que las hacen un poquito

peligrosas. De hecho, creo que tengo un libro de esas en mi

casa... —Emilio le regaló la cara de desconcierto que

siempre le daba cuando su conocimiento era demasiado.

Joaquín se encogió de hombros, callándose porque no era

369
momento de hablar de cometas con sus cabezas colmadas

de alcohol—. Y nadie te dio vuelta como tazo, Emilio, ¿esa

perra mamada qué?

Emilio frunció los labios y el ceño.

—Eres un artista, como lo soy yo por eso sé que eres música

y letra, de las canciones más chingonas que existen y

cuando estoy contigo, solitos en mi cama, lo único que

escucho es esa melodía en mi cabeza —el tono del chico

aumentaba de frustración. Los shots estaban en su tope, por

lo que cada vez se le podía entender menos lo que decía.

—Ay, Emilio, estamos pedos, da igual.

—No, no lo da, porque llevo semanas tratando de dejar de

pensar en tonterías, que tratemos de estar más juntos,

ahora que terminó mi gira, y que compartamos más

porque siento que te puedo perder, que te vas a ir y que

dejaré de ser parte de tu vida, de esa que estoy

acostumbrado a vivir a tu lado y neta, sí me siento bien

pendejo de decirte esto, porque, güey, no nací pegado a ti

o dependiendo de personas y no entiendo qué es lo que

hiciste conmigo, pero te amo y amo quererte y que me

370
quieras de vuelta. Tengo miedo de que seas mi cometa

errante, porque me atrajiste con toda esa mamada de la

gravedad y otras tonterías que no entiendo —hizo una

pausa para suspirarle a los lindos ojos que lo miraban—,

pero te amo porque entendiste cuando supiste que estaba

confundido, que no entendía mis sentimientos o cuando

ya me despejé un poco, porque amo que me ames sin hacer

preguntas o que no necesites escuchar mis pensamientos

para saber las cosas. Te amo, pinche menso con tus estrellas

y las pinches constelaciones, y el problema es que quiero

seguirte amando, porque mi mayor miedo es perderte, si te

pierdo, me pierdo, bien lo supe cuando estuvimos mal —

suspiró sonoro y agitado—. Muy neta, sí voy a dejar de

pensarte como un niño, pero me va a costar porque quiero

defenderte de todo.

—A capa y espada si tú me lo pidieras —cantó Joaquín

quitándole seriedad al momento.

Emilio le depositó un beso en la frente y se aferró a su

cintura. Ahí, de nuevo entre paredes eran ellos mismos.

—Eres un mocoso odioso, Joaquín Bondoni, pero estás tan

371
pinche hermoso con esa playerita que te la perdono por eso

—Joaquín rio sonoro, cohibido de las palabras, buscando

desviar su mirada jugando con los anillos de la mano de

Emilio.

—Va, va, soy un mocoso, pero al menos este mocoso no se

andaba dando de puñetes con otro güey por celos —atacó

burlón—. Pero te voy a prometer algo y quiero que me lo

prometas también; pase lo que pase, vamos a estar juntos,

digo, aunque cortemos o algo así, ni por muy enojados que

estemos, siempre intentaremos estar, ¿va?

Estiró su dedo meñique en el aire, aquel que tenía el

círculo rojizo. Emilio enganchó su dedo rodando los ojos.

Ay, sí. Ajá, prometamos, pensé sarcástico.

—Ni se te ocurra romper la promesa, Emi —agregó

juguetón—. Aunque te parezca pendeja.

De fondo, en el ahogado ruido de la música que llegaba a

ellos, Joaquín pudo distinguir aquella canción que tanto le

gustaba. Se bajó de la encimera tomándolo de la mano para

guiarlo a un lugar con más espacio.

—Aquí sí podemos bailar.

372
La canción sonó de fondo creándoles su propio bucle

temporal.

—Amo cuando ponen mis canciones en las pedas.

—Lo sé —rio Joaquín.

Emilio se sentía borracho, arrastraba los pies y la mayoría

de lo que recordó al día siguiente fue que se tomó de la fina

cintura de su acompañante para moverse al compás lento

de la canción. Recordó el sabor a limón y sal de los labios

de Joaquín cuando lo besó, colocándose en punta de pies

para alcanzarlo. No recordó si fue rápido o lento, o un

sueño en medio de una borrachera, pero recordaba que el

limón y la sal eran innecesarios con el tequila cuando se

podía tener los labios de Joaquín, tan dulces, tan suaves,

tan suyos.

9 de mayo, 2021

Intentó tomar toda el agua que había dejado en su buró

para evitar que su cerebro pidiera con dolor querer salir de

su cráneo, además de dos pastillas analgésicas. Estaba poco

373
deshidratado comparado con Emilio que todavía dormía a

su lado, sin que su mamá supiera que se había quedado a

pasar la noche. No le iban a hacer un escándalo pensando

que Diego estaba en el sofá de la sala, abrazado de Renata

que se escabulliría temprano en la mañana a su habitación.

Su celular sonó tan fuerte que podría haber despertado a

todo el mundo, o al menos eso creía él.

—Papá —susurró contra el aparato—. ¿Qué haces que

llamas tan temprano?

Uberto resopló al otro lado de la línea.

—Perro, son más de las 2 de la tarde en México, no

manches, qué fiesta te mandaste anoche —bromeó a modo

de saludo—. Nada más llamaba para desearte feliz

cumpleaños, sé que fue ayer, pero con lo que te enfermaste,

que empieces a grabar y todo, no pensé que tendrías

tiempo para este viejo que siempre olvida todo.

—Papá, muchas gracias, pero sabes que sí tengo el tiempo

para ti.

—¿Lo pasaste bien?

—La fiesta estuvo interesante —contestó mirando el ojo

374
morado de Emilio que descansaba plácido a su lado—. Sí

te extrañé.

Uberto suspiró.

—¿Qué te parece si después de la serie te vienes conmigo?

Hacemos lo que habíamos planeado antes, ¿qué piensas?

El corazón de Joaquín se congeló por unos segundos. Para

nadie era un secreto que la relación con su papá a lo largo

de su vida era complicada, pero lo adoraba no por ser

sangre, sino porque en los malos momentos aparecía, era

un apoyo. Jugó con el pelo de Emilio pensando una

respuesta.

Para él todo lo que necesitaba estaba durmiendo en esa

cama, con una cara de ángel cincelado, de escultura griega

debajo de las sábanas.

—Aquí están todas las posibilidades, podemos meterte en

una academia, podrías venir los fines de semanas y vivir en

Boston o en Nueva York, podrías pasar más tiempo con tu

hermano, conmigo... podríamos ser una familia, una

segunda familia, de hecho.

Joaquín recordó que ya no era un niño. Que, así como

375
Emilio tenía su carrera musical, él podía hacer otras cosas.

Que era él quien dominaba su vida, que lo que decidiera

podía ser su triunfo o su condena.

Emilio se revolvió entre las ropas de cama, un pecho

descubierto le pedía ser ocupado por su cabeza. El hogar.

Su lugar en el mundo en esos brazos.

—Tengo que pensarlo.

—No pienses qué pensaría Emilio, hijo —dijo como si

leyera su mente—. Tienen que tener distintos planes, no

son lo mismo, es momento de pensar por ti. Conocí hace

poco a un productor que está interesado en lo que has

hecho, cree que necesitas más preparación para algo más

grande, pero es una pequeñez, podemos aquí ver

profesores de interpretación, canto, podemos pulirte.

Imagínate que después de unos años tu cara esté en el Time

Square o en toda la cuadra de Broadway.

—Una vez pensé por mí y casi lo pierdo, papá, pero —

Joaquín refunfuñó bajo. Sabía lo que era una oportunidad

valiosa, la puerta a sus sueños. Hizo una pausa en lo que

Emilio abría sus ojos oscuros para mirarlo— tengo que

376
pensarlo, luego te digo y gracias por los buenos deseos.

—Hay mucho tiempo para pensarlo. Nos vemos y te llamo

en un par de días, ¿va?

—Te quiero, papá.

El hombre le mandó un beso como despedida dejándolo

con muchas dudas. A poco no nos hagamos, sí igual ya

sabemos qué pasó.

—Buenos días, precioso —susurró Emilio acomodándose

para darle un beso. Fue ligero, un roce prolongado.

Joaquín no dijo nada mientras posaba su cabeza en el

pecho de Emilio y se quedaba quieto, manteniendo el

momento, sintiendo que se convertía en un cometa

errante. El otro chico jugó con sus cabellos, le sobó la

espalda, lo ciñó contra su cuerpo.

—¿Pasó algo con tu papá? —preguntó después de un rato.

—No, solo estoy crudo.

Se quedaron ahí unos minutos que no fueron suficientes,

que nunca serían suficientes.

377
26 de noviembre, 2029

Coloqué el rizo hacia atrás sabiendo que volvería a su

posición de siempre cuando Emilio alborotara su cabello.

Estaba mordiendo sus labios, lo conocía bastante para

saber qué cruzaba por su cabeza.

—Ni se te ocurra, Emi —dije sonriente.

—Va, lo siento, fue un impulso de idiota.

Me acomodé mejor en el sofá, dejando mi cuerpo

recostado y mi cabeza apoyada en el apoyabrazos. Lo invité

con la mirada a que siguiéramos rompiendo las reglas,

esperando encontrar vacíos que nos dejaran disfrutar de

todo eso sin dañarnos más y sin dañar a nadie.

Emilio lo entendió. Hacíamos eso siempre, tumbarnos

mirando el techo mientras descansábamos en el pecho del

otro. Lo noté dudar, quizás pensando en cuánto

extrañaríamos el toque al día siguiente. Nos había tocado

saber que era tenerse para luego perdernos, pero estar

conscientes de aquello fue lo que hizo que se acomodara

dejándome ocuparlo de almohada. Estábamos jugando

con el fuego más dulce que se podía jugar, pero también

378
con el más peligroso.

Mi oído en su pecho. El corazón debajo de esa piel. El

ritmo del bum bum.

—Sigues oliendo a almendras.

—Tu pelo sigue suave.

Agradecí que no pudiera mirarme, porque estaba

comenzando a tener el problema de extrañarlo demasiado

estando él ahí mismo, aquel que fue el que me hizo caer en

cuenta que sentía algo más que una amistad por él años

atrás.

Pensaba que era momento de comenzar a fluir, a no

preocuparme por nada, a no pensar en que sufriría en la

madrugada. Era el momento de valorar su mirada más que

las promesas que nos habíamos hecho antes, iba a reír de

sus malos chistes, soltando todo, porque estaba seguro que

al volver no iba a olvidar nada de los minutos que

compartíamos. Y dolerían, dolerían demasiado.

El brazo que pasaba por mi cuello me estrechó más para

que no me cayera, habíamos crecido haciendo que mi

cuerpo tuviera que quedar más sobre él que a su costado.

379
Mis piernas entrelazadas a las suyas, mi brazo sujeto a su

tronco.

Su mano me acarició el hombro con suavidad para

instalarse a tocar el piano de manera silenciosa. Estaba

sintiendo el ritmo de una canción en su cabeza como le

pasaba cuando estábamos solos. El toque de sus yemas

contra mi piel era doloroso, pero a la misma vez entusiasta

y alegre. Ojalá hubiera un piano de verdad para que la

practicara en ese camerino y me dejara disfrutar de algo

más que el ritmo.

—Ahora que tocas la guitarra, ¿cómo lo haces para tocar en

la gente?

Sentí la risa contra mi pelo, aquellas que se le escapaban de

burla.

—El piano se toca con delicadeza, la guitarra la toco con

más rabia, creo.

Me mordí la lengua.

—¿Cuántas canciones sobre mí hay por ahí? —me moví

dejando mi mentón apoyado en su pecho, así podía verle

mejor. Era la pregunta más ególatra que se podía hacer.

380
Quizás cuántas estaban dentro de mi playlist y no tenía idea

que eran para mí.

—Pues, no tantas —suspiré aliviado—. Tampoco tan

pocas, más o menos un cuaderno que si quieres te puedo

enseñar luego —me aterró escuchar el tiempo futuro en la

oración porque me daba esperanzas—. Después de que te

fuiste intenté vender unas cuantas que tenía, no fui capaz

de cantarlas nunca y algunas se fueron vendiendo con el

tiempo. La que escribí para Elaine es una de las pocas que

le he vendido donde has sido mi... inspiración, supongo.

Asentí. Si todas eran así, no sabía si quería escuchar el resto.

—Y tú, ¿nunca me has dedicado una obra o has llorado

pensando en mí mientras cantas? —mis ojos se abrieron

gigantes. Su risa apareció en ese minuto, cargada de

euforia.

—Pues sí.

No dije nada más. Así como otros compañeros tenían sus

cábalas para entrar al escenario como el típico 'rómpete una

pierna' o repetir tres veces la palabra 'mierda', yo tomaba el

anillo cobrizo para darle tres besos. Uno por él, otro por

381
mí y el último por nosotros. Claro, sí tenía otras que podía

contar.

—No te rías, cabrón, pero cuando voy a audiciones te

imagino sentado en medio del teatro. Me estás mirando

como cuando ensayábamos aquí —su mirada se endulzó

ante mi verdad parcial—. Luego termino de cantar y

aplaudes.

—Pregunté en mame y me hiciste sentir de la verga.

Reímos un rato largo para darnos cuenta que nuestras caras

estaban cerca, pero no a esa distancia de beso que

deseábamos tanto. Me besó la sien con suavidad.

—Va, mucho sentimentalismo, pasemos a otra cosa antes

de que terminemos peor.

Concordé.

—¿Mis cuyos? —solté frunciendo las cejas. Emilio mofó.

—Los tuve un tiempo, luego Diego así podíamos verlos yo

y Renata. Un tiempo después uno enfermó y murió, así que

el otro al rato también se fue.

—Renata y yo —lo corregí.

—No tienes ni un derecho a corregirme porque te fuiste y

382
dejaste a los niños solos, además parece que ni preguntaste

por ellos en este tiempo.

Volvimos a reír. Estábamos caminando en un lago de

hielo, con una capa muy delgada.

—No alcancé a salir de la casa con la jaula, lo lamento —

dije aminorando mi risa.

Los ojos de Emilio dejaron de ver los míos. Estaban

ausentes a pesar que miraban directos en mi rostro.

«Mierda», pensé. Había tocado la delgada línea.

Se revolvió incómodo en el sofá, pero no me soltó, al

contrario, me volvió a estrechar, sintiéndome real.

—Emi, lo sien...

—Samai también murió, ahora mi mamá tiene un perro

de esos que son enanos y tienen la lengua afuera todo el

tiempo, chilla como nadie, no respeta nada y se come sus

tacones si llega a entrar a su armario, pero seguimos

teniendo a Runrún que está viejo y odia al pinche intento

de perro. Se la pasan correteando y, neta, me cansan

cuando vengo. Es una puta molestia el pinche perro.

Noté la rabia en sus palabras. Estaba controlada, pero

383
seguía ahí, oculta detrás del relato de un perro y un gato.

—Yo no quería... —su dedo pulgar calló mi boca. Su mano

completa estaba en mi mejilla.

—Déjalo correr, no tengo ganas de pelear por eso ahora.

Asentí, sintiendo el calor de su mano contra mi piel.

Acarició mi mejilla, mi sien, la comisura de mis labios. Sus

dedos tocando el piano imaginario.

Soltó mi cara cuando cerré los ojos para concentrarme en

su toque. Mi castigo por cagarla.

—Tengo una presentación en un par de días en Argentina,

estoy tratando de dejar un poco el papeleo que es la

disquera para concentrarme en la música de nuevo, he

estado muy alejado de eso —susurró. Sus ojos habían

vuelto a mirarme—. Quizás puedas venir, si te haces el

tiempo.

—Tengo ensayos.

—No dije qué día iba a ser.

—Ensayo todos los días —mentí.

En menos de diez horas volvería a Nueva York, volvería a

mi lugar en el mundo con otros brazos que me acogieran.

384
Cuando comencé esto, no pensé que él quisiera que

siguiéramos en contacto, que volviéramos a la vida del otro

como si nada. Tenía que perdonarme mucho antes de

volverlo a mirar sin sostenerme en miles de hebras para no

caerme. A mi vida no podía volver Emilio.

—Va, entonces no.

Se revolvió dejando mi cuerpo recostado en el sofá para

salir de ahí. No quería.

Tomé su camisa entre mis dedos, mi cara delatando pánico.

La poca dignidad que me quedaba la estaba dejando en ese

gesto.

—Ni se te ocurra, güey —ahí yo; el pinche cometa errante

tratando de encontrar la trayectoria de su órbita que no

existía.

Todo su cuerpo estaba sobre mí, pero no me tocaba. Su

mirada estaba enmarcada con sus cejas arqueadas, quizás

pensando en lo doloroso que era.

—No sé qué estamos haciendo —dijo cansado—. Esta

mierda va a doler más de lo que creí.

Su frente se unió a la mía. Mis manos fueron a su espalda,

385
acariciándolo desde la cintura a sus hombros. Me gustaría

que hubiera dolido menos, que pudiéramos hacer todo lo

que hacíamos antes y que tan bien se nos daba. Lo deseaba

tanto.

—Va, entonces dime qué hacer para que duela menos.

—Háblame de Aron, así podré odiarte un poco.

—Pensé que ya me odiabas.

Su boca se abrió, pero no salieron palabras. Fue su turno

de colocarse sobre mi pecho, su mirada en mi cara, sus ojos

examinándome. Me iba a arrepentir tanto.

—¿Qué quieres que te diga?

386
17.
El otro

Madrugada de 8 de mayo 2019

Había tenido ganas de que Emilio apareciera con sus

amigos justo a medianoche. Tenía fe en su corazón que

recordaría la fecha y entraría por la puerta con su sonrisa

de siempre y sus rizos a un lado gracias a ese corte de pelo

que tan bien le quedaba. Sabía que estaba lleno de guiones

que estudiar, pero la esperanza de verlo no se le acabó hasta

que su mamá cerró la puerta del departamento después de

dejar pasar a Diego, Emmanuel y Jackie.

Se detuvo a mirar el techo de su habitación en el silencio

de la noche lleno del sonido de la calle. Estaba seguro que

en los últimos días Emilio estaba siendo cuidadoso en los

387
foros y de vuelta de Nueva York. No entendía a qué estaba

jugando después de la premiación de los Glaad, luego de

que volvieran a casa y decidiera no ir con sus amigos a su

casa a celebrar como lo harían un par de jóvenes de su

edad. Hasta Renata y Diego se veían más cercanos que lo

que Emilio se dejaba ver.

Suspiró. Hacía años no le preocupaba no tener un mensaje

de cumpleaños de alguien. ¿Qué más daba? Era solo un día

al año donde se aumentaba un número a su edad. No

necesitaba que alguien le dijera lo especial que era con una

foto mal tomada y un texto mal escrito, que de seguro sería

lo que haría su compañero.

Su celular vibró sobre la cama. Eran pasadas las 2 de la

mañana, pero era una llamada entrante de Emilio. Su

corazón bombeó fuerte en su pecho, anulando todo de lo

que se había convencido minutos antes.

—¿Aló?

—Sé que tienes que estar lleno de cosas y cansado, de

hecho, te imagino leyendo la escena que tienes mañana

con Arath y pensando en tu papá y que quizás todavía no

388
llama —comenzó Emilio con ritmo atolondrado, sin

pensar mucho las palabras—. Sé que tienes que estar

estudiando y cansado, que incluso estabas dándote de

cabezazos para no dormirte, o mirando el techo pensando

en algo. Pensé en ti —la pausa hizo que Joaquín mordiera

sus labios del asombro—. Digo, pensé en si llamar o

mandarte un mensaje, pero se me hacía mejor idea esto y

después dejarte dormir, así sería el último que te hubiera

hablado antes de dormir y te dormirías quizás también

pensando en mí.

—Emilio...

—Sé que las cosas están extrañas desde los Glaad y está

bien, creo que lo merezco por decirte eso, pero quiero que

sepas que, aparte de todo eso, estoy feliz de tener un

compañero como tú que me ha enseñado tanto en tan poco

tiempo, nunca he mentido al decir que me tocó el mejor y

que me gusta que seas como eres, que tengas esa seguridad,

que seas tan tú, tan auténtico. Adoro eso de ti, pero es tu

cumpleaños, así que felicidades, eres un año más viejo —

Emilio pudo escuchar cómo sonreía Joaquín,

389
imaginándoselo en su cabeza—. Quiero decirte muchas

cosas más, pero seguramente me dirías que no, así que solo

eso. Gracias por todo y por aparecer en mi vida.

—Supongo que era parte del plan —susurró Joaquín con

la voz ronca—. Alguien en alguna parte pensó que era

buena idea que nos encontráramos.

—¿Quién puede andar pendiente de dos pendejos que

andan por ahí? —rio Emilio divertido.

—Pues, sí creo que alguien tiene que haber hecho algo para

que todas las coincidencias pasaran.

—Joaco, el destino lo hacemos nosotros, no vale tener que

culpar a algo o alguien cuando las cosas no resultan. Somos

nosotros los que estamos aquí, viviendo, no esas mamadas

del hilo rojo o el destino.

Uy, sí, discúlpame, dije un poco indignado. Para ellos eran

muy fácil, pero quien tenía que batallar con su tejido era

yo.

—Elijo creer, Emilio, así como creo en otras cosas.

—Igual y podrías creer un poquito en mí —soltó entre

dientes con tono burlón.

390
—¿Qué? No te entendí lo último.

—Olvídalo, básicamente llamaba para decirte que espero

seas feliz mañana —miró el reloj de su celular alejándolo

de su oído—. Bueno, hoy. De hecho, quiero que seas feliz,

más que feliz...

—¿Muy feliz?

—Algo más grande.

—¿Inmensamente feliz?

—Algo más tuyo —musitó coqueto—. Chale, no sé,

quizás, ¿intensamente feliz?

—Gracias, Emilio, aunque no creo que eso exista así tal

cual —amplió su sonrisa—. Me hubiera gustado que

hubieras venido.

—Estaría loco ser así de feliz o sentir cualquier cosa así.

Habrá más cumpleaños, no te preocupes.

Joaquín no dijo nada más, escuchando la respiración de

Emilio del otro lado de la llamada. Los silencios, las tardes

de bullicios, todas esas cosas eran el mejor regalo que podía

pedir la mayoría de los días. Se ruborizó al darse cuenta

que entre tema y tema los minutos fueron avanzando hasta

391
que era muy tarde para que se pudiera mantener en pie. Se

ovilló en su cama, dejando que la voz de Emilio siguiera

saliendo del parlante con las líneas de Aristóteles en uno de

los muchos ensayos por teléfono. El otro chico dijo su

nombre hasta el cansancio hasta que estuvo seguro que

nadie le contestaría.

—Feliz cumpleaños, Joaco. Te quiero, creo que

intensamente.

Colgó. Era extraño porque no podía dejar de pensar en esas

tontas palabras, pero era una de las maneras en las que

quería querer.

Una notificación apareció en su celular entrada la

madrugada que lo hizo despertar un poquito. Abrió la

historia con una sonrisa y los ojos adormilados. Miró la

imagen y realizó una captura. Quería recordar cómo estaba

yendo su cumpleaños, sin pensar que lo mejor estaba, sin

duda, por venir. Envió una respuesta rápida, intentando

que fuera aquel emoji de serpentinas, pero falló, enviando

el que tenía corazones en vez de ojos. Vio su error, pero lo

392
dejó pasar.

9 de mayo, 2019

Era su día libre después de las múltiples celebraciones y

pasteles de cumpleaños. Había aprovechado el día para

pasarlo con Niko mientras tenían práctica de tenis para sus

personajes, pero no puso atención en su amigo después del

entrenamiento. Su teléfono vibraba en sus pantalones,

sacándolo de quicio. Emilio le mandaba decenas de emojis

y stickers sin sentido, cosa que hacía cada vez que no le

contestaba rápido.

> Holaaaaaaa
> Hola, speraba q pudieras venir una rato
> Terminamos antes, vienes?
Va, va, caigo en un rato <

Emilio bloqueó su teléfono esperando a que el tiempo

fuera más rápido y cerró los ojos apoyándose en su piano.

No había visto a Joaquín desde el día anterior y estaba

rayando en la demencia. Es que incluso con todo el mundo

pendiente de Joaquín no había podido evitar abrazarlo con

la excusa de que era su cumpleaños o presumirlo en

393
cualquier historia de sus redes. Ale lo había regañado entre

risas porque lo que sentía se notaba con mirarlo.

El timbre sonó. Los pasos de Mary inundaron la casa en

silencio, despertándolo de una siesta que ni cuenta se había

dado que estaba tomando.

—¡Mijito, es Joaquín! —gritó Mary desde la puerta.

El chico en cuestión entró a la sala sorprendiéndose de

verlo con los rizos alborotados y el piano marcado en su

mejilla.

—Emi, de saber que estarías tan cansado no venía —sonrió

sentándose en el taburete—. Mira nada más cómo te

dejaste la cara.

—No estaba cansado, cerré los ojos para acortar el tiempo.

Así...

Se quedó mudo. Joaquín miraba las teclas del piano, pero

volvió su atención a Emilio cuando dejó de hablar. Estaba

pendiente de cada movimiento del menor, desde cómo sus

manos acariciaban las teclas, hasta la manera en la que su

playera se ceñía a su cuerpo. Estaba ahí con dos de las cosas

que le gustaban más, Joaquín y la música.

394
Joaquín picó una tecla en el piano que llamó la atención

de Emilio. Era tan dura y violenta como se esperaría de

alguien que ha jugado con el instrumento, pero no ha

recibido entrenamiento en él.

—Anda, yo te enseño —tomó una de sus manos colocando

el dorso hacia arriba—. Tiene que ser delicado, no muy

fuerte. Es un roce, como una caricia.

Con sus dedos imitó el movimiento lento sobre la mano

de su compañero, escuchando la música imaginaria que

producía el nuevo instrumento que había descubierto.

La electricidad hizo que Joaquín retirara la mano con un

tirón rápido.

Puso uno de sus dedos en una tecla y volvió a tocar las que

le decía Emilio, intentando no parecer intimidado.

—¿Te das cuenta que Aris conquistó a Temo enseñándole a

tocar el piano? —preguntó divertido.

—Temo ya estaba enculado de Aris cuando pasó eso.

—Yo no más digo, quizás a mí me resulta igual —exclamó

sorprendiendo a Joaquín.

Tenían sus manos unidas para la siguiente nota. Pensaron

395
que era demasiado íntimo estar ahí, solos en la sala, sin

cámaras que pudieran documentar sus abrazos o amigos

que pudieran molestarlos.

Pensaron que el tiempo de las dudas había pasado, que los

no estaban lejos y los sí podían ser una realidad. Pensaron

y lo hicieron mucho.

—¡Ay, Emilio, no pensé que llegarías tan temprano! —dijo

una voz cortando los hilos del pensamiento de ambos.

Niurka los observó suspicaz. Sus ojos de pupilas dilatadas,

sus orejas rojas, cómo ninguno de los dos la miraba. La

forma en que Joaquín se apartaba del cuerpo de su hijo en

el estrecho taburete.

Sonrió a ambos, entendiendo, por sus caras, todo más

rápido que los dos chicos.

—Les traeré algo para que se refresquen —continuó de

camino a la cocina—. ¿Quizás una agüita de Jamaica?

—Acabo de tener un déjà vu —susurró Emilio entre

dientes.

—¿Sabes que es un déjà vu? —preguntó burlón Joaquín. Su

compañero le picó el costado sacándole una de esas

396
carcajadas que amaba tanto. Más música para sus oídos.

11 de mayo, 2019

Estaba sentado con uno de los amigos de Joaquín hablando

de música y cosas innecesarias cuando lo perdió de su

campo de visión en la pista. Durante toda la noche había

puesto una atención única en el chico que se movía como

si llevara años sin bailar. Notaba que cada vez su cuerpo se

movía con más soltura, igual como hojas de árbol flotando

en el viento en otoño, lo que hizo que se preguntara

cuántos tragos llevaba en el cuerpo.

Dejó al chico hablando de algo mientras caminaba

buscando entre las mesas y la gente. Nikolas lo detuvo en

su búsqueda para grabar un video para redes sociales sin

poner atención a lo que decía. Continuó caminando por el

lugar, esperando verlo con el cansancio propio de estar

bailando por horas, y su sonrisa, aquella que había sido

capaz de ver en primera fila cuando Joaquín había llegado.

Había estado pendiente la mayoría de la noche de dónde

estaba y con quién hablaba, lo que lo había dejado

397
inquieto, si es que esa era la palabra.

Sus pasos lo condujeron a la barra, ahí Renata intentaba

abrir una botella de refresco sin tener éxito.

—Deja, ya lo hago yo —se ofreció tomando la botella y

dándole un pequeño giro a la tapa.

—Va, gracias —sonrió la chica.

—¿Has visto a tu hermano? —preguntó fingiendo

despreocupación.

—Fue con Nicole a los baños de atrás —respondió

ayudándolo a llenar algunas botellas reutilizables—. ¿Por?

Emilio abrió sus ojos delatándose.

—Nada, preguntaba, es que creo que me iré en un rato y

así.

—Va —Renata hizo una pausa esperando a que algo más

saliera de sus labios. Cuando no lo hizo, rodó sus ojos—.

Mira, creo que llevamos tiempo conociéndonos y me caes

bien, Emilio, pero mi hermano me ha contado cosas. Sé lo

de marzo, me dijo también lo de Cozumel y los Glaad. Te

voy a dar un consejo, nada más porque me caes bien. No la

cagues, porque si la cagas te las verás conmigo, me veo

398
tranquila, pero soy bien molesta.

Emilio le sonrió franco. No se veía como alguien muy

vengativa, pero su cara seria le recordó a Joaquín cuando

se las daba de enojado.

—No quiero hacerle daño, es que solo... —se calló sin

encontrar palabras—, hay muchos peros.

—Pues soluciona el solo y los peros.

—¿Sabes algo que no sepa?

—Está en los baños de atrás, podrías ir a chequearlo para

ver si está muy pedo.

Renata amplió su sonrisa cómplice alejándose con los

brazos llenos de botellas para repartir entre los invitados.

Emilio caminó hasta la parte de atrás del local para buscar

a Joaquín. Estaba sentado en un banco cerca del baño

bebiendo de su botella en lo que revisaba su celular. Estaba

entretenido en algo que le tenía las cejas fruncidas y su

labio inferior sobresaliente.

—¡¿Qué pez?! —preguntó golpeándose mentalmente por

la estupidez que decía.

—¡Emilio, no mames, no me asustes! —contestó

399
sobresaltado—. Siempre haces lo mismo.

Su sonrisa hizo acto de presencia cuando su acompañante

decidió sentarse a su lado. No podía creer lo bien que se

veía en esos pantalones blancos y esa playera sin mangas

rosa. Adoraba el rosa en Emilio, así como el celeste y los

verdes y toda la gama de colores que existían en el mundo.

Su mente estaba desviándose un poco de lo que debía

hacer, que era buscar a Nicole y volver a la fiesta, pero con

Emilio sentado ahí, era más difícil.

—Ren me mandó a preguntarte si estabas muy pedo.

—No estoy para nada pedo —mintió riéndose—. Bueno,

quizás un poco, es que se me subió uno que probé y no

debí, pero viniste a algo más, ¿no?

Emilio pasó una de sus piernas al otro costado de la banca.

Estaba en frente al perfil de Joaquín y no podía parar de

mirar sus pestañas y sus mejillas rojizas. Incluso lo pedo le

venía.

—Te escondías de alguien —supuso, atinándole a la mitad.

—Roy ha estado pendiente de querer hablar conmigo en

toda la noche, con todo lo que pasó por el live y eso. Quiere

400
arreglar las cosas y estoy pedo como para tener esa

conversación.

—Pues, somos quienes dejamos entrar en nuestra vida —

dijo arrastrando las palabras—. O sea, no sé si se entiende,

pero hablar con él, ser su amigo y todo, puede que sea

bueno para ti o para él —se interrumpió un poco para

beber otro trago—. Pero no sé qué hace aquí, al final no

creo que lo hayan invitado.

Nadie lo había hecho, Emilio lo sabía porque había

ayudado con la lista de personas invitadas.

Emilio pensó en las palabras del menor. Roy había sido su

amigo por bastante tiempo como para que dejaran de tener

contacto. Pero ¿entendería que era su vida ahora? Si le

hablaba de Joaquín, ¿sería como con Diego?

—Luego veré lo de este güey. Estaba más preocupado por

ti.

Joaquín sonrió.

—¿Qué me podría pasar en medio de una fiesta?

A Emilio no le gustaba el chico de ojos claros con el que su

compañero había estado hablando, demasiado cerca para

401
ser una conversación corriente, tan cerca como las

conversaciones que tenían ellos.

—Te puedes caer, además, andaba un vato empalagoso,

pensé que podría estarte molestando o algo, quién sabe.

—Es hermano de Marijo, lo conozco desde hace un chorro,

no tengo que tener cuidado con él —dijo obvio—.

Además, no es como que fuera un asesino serial o algo.

Emilio quería decirle que estaba celoso. Que las risitas que

le sacaba el hermano de Marijo eran hermosas, pero las

quería para él, que los hoyuelos de sus mejillas eran

adorables, pero que quería que sus chistes los acentuaran.

—Pues, andaba de empalagoso y creo que te coqueteaba —

Joaquín estalló en una risa—. No mames, Joaco, era súper

obvio.

—Estábamos conversando de cómo podía volver con su

exnovio, que curiosamente te coqueteaba a ti, Emilio.

El chico no se acordaba ni de la cara de con quien estaba

hablando, menos había notado que le coqueteaban.

—No sé cómo coquetean los hombres.

—Tú me coqueteas a veces.

402
El rostro del mayor se ruborizó en la oscuridad. Los ojos

de Joaquín se posaron en su cara, haciendo que ardiera

junto con sus orejas. Se le estaba acercando con descaro

hasta que estuvo muy cerca, tanto como para que le contara

un secreto.

—A veces, es un gesto, una sonrisita tonta, una miradita

discreta o reaccionar a una historia de Instagram con una

carita de ojos de corazones —susurró buscando su mano

en la banca—. Es lo mismo que se hace siempre, no

inventes, Emilio. Estoy seguro que sí sabes hacerlo.

Entonces, sin miedo por el poco alcohol en su torrente, por

la adrenalina en sus venas, Emilio terminó de acortar

distancia, juntando sus frentes. Una de sus manos apretó la

de Joaquín, sin miedo a entrelazar sus dedos. La música

llegaba ahogada de lejos, las voces, todo. Soltaron una risita

un poco estúpida.

Con la punta de su fina nariz recorrió la mandíbula,

llenándose de su aroma. Joaquín también suspiró.

Emilio no olía a almendras, olía a loción y le encantaba.

—Me vas a romper, Emi —susurró con voz pastosa—. Me

403
vas a romper, estoy seguro.

El rizado se alejó para mirarlo a los ojos. No entendía sus

palabras, pero quería hacerlo.

—No te voy a romper, pero sí me gustas un buen, Joaquín,

ya no hay dudas.

—También me gustas, Emilio, pero no puedo.

—No quieres y lo entiendo —lo interrumpió. Intenté

desarmar un poco el telar porque no estaban siguiendo mi

plan, pero se tensó más. Las pocas veces que me había

pasado las cosas habían terminado mal.

—Ya pasé por esto, no quiero ser de nuevo al que botan

cuando se dan cuenta que era algo para el rato.

Emilio se sintió ofendido y furioso. No podía creer que le

pudieran hacer algo así a alguien como Joaquín, con su

desmadre debajo de su inocencia, al chico que todo le

quedaba bien y que todos adoraban. Lo ofendido lo dejó

correr porque hasta él lo entendía, andar de un lado para

el otro, con confusiones. Joaquín se merecía alguien que le

destinara su corazón, que le dedicara el alma.

—Me gustas para todos los ratos, Joaco —susurró con la

404
vista en sus labios.

—Eso no tiene sentido.

Emilio le acercó la mano al cuello, sintiendo en su palma

el latido del corazón en su garganta. Iba lento, muy lento,

luego muy rápido y aturdidor.

Sonrió. Acostumbrado a que todo el mundo lo

interrumpiera cuando iba a besarlo se mantuvo así, con su

rostro cerca, oliendo el aliento de alcohol que exhalaba

Joaquín. Supo por el calor que se producía en su vientre

que podía sentir más cosas que un cariño. Había deseo y

no tenía idea desde hace cuánto lo estaba almacenando,

tampoco si era por el alcohol.

Se separó despacio observando la cara de Joaquín.

—Te voy a besar un día, ¿sabes? —musitó ahogado en su

propia voz—. Te voy a besar, pero no estarás pedo ni con

miedo. Pero el día que te bese, güey, el día que te bese no

sé si voy a ser capaz de parar y ahora nada más no lo hago

porque quiero que lo recuerdes, porque va a ser el mejor

pinche beso de toda tu existencia.

—Esa vez en el CEA, ese fue el mejor pinche beso de toda

405
mi existencia —sonrió Joaquín inclinándose hacia delante

para rozar sus labios.

Emilio se levantó del asiento confiado, por el alcohol, por

la adrenalina, no lo sabía, negándole ese beso. Vio desde

lejos como Nicole llegaba con una botella de agua y

ayudaba a Joaquín a arreglar su pelo. Caminó pensando en

las palabras de Joaquín, sobre las personas y cómo afectan.

Volvió sobre sus pasos, pensando que Roy estaría pedo y

quizás necesitaría ayuda.

Me mamé de nuevo, no sé por qué puse esa hebra en ese

telar de partida.

26 de noviembre, 2029

Nunca me consideré una persona celosa. Me cagaba

cuando María tenía sus dudas cuando estábamos juntos o

la manera en la que algunas de las chicas con las que salía

antes me recriminaban por tener amigas. No podía

entender que se sentían hasta que me pasó a mí.

Conocí los celos cuando conocí a Joaquín.

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La manera en la que alguien lo tocaba que no fuera yo,

como lo miraban algunas personas, más como un objeto

que una persona me causaba una ira irracional, un sabor

amargo en la boca y una patada en medio del estómago.

Creía que cualquier abrazo, beso o gesto borraría lo que a

mí me había costado tanto escribir por todo su cuerpo, que

llegaría alguien que me lo robaría y ni siquiera era de mi

total pertenencia.

Era una pendejada, pero seguía sintiéndolo.

Caía en lo tonto la mayoría del tiempo. Jamás me enojé

con él por sus amigos o cosas como esas, pero dentro de

mí, cada que alguien lo miraba más de lo normal, crecía

una pinche fogata que solo se alimentaba más y más.

Supongo que porque siempre supe que cualquier persona

cuerda en el mundo podía amarlo.

Pero era contradictorio, porque estuve tan confiado que yo

fuera su único amor, que no pensé que me pudiera olvidar.

Al final el de la promesa siempre había sido yo, no él. Ahí,

en ese camerino quería saber quién era el que ahora llenaba

su corazón, alegraba sus mañanas y, no quería ni

407
imaginármelo, también sus noches. Sentí náuseas de

pensar en algo más. Sentía las mismas náuseas de

temprano, pero ahora podía ponerle un rostro y un

nombre al vato que lo acariciaba, que lo besaba.

Me puso enfermo.

Pero necesitaba saber que no estaría solo, que no estaba o

había estado solo durante ese tiempo. Sabía cómo era estar

así, triste y en otro país, lejos. No quería que corriera esa

misma suerte.

—¿Qué quieres que te diga? —dijo.

Hubo una pausa. Mi cuerpo sobre él. Su pecho subiendo

acelerado por su respiración.

Quería poder odiarlo, pero también saber que el nuevo

hombre que había escogido era digno de él. Aunque no lo

podía creer, porque ni yo me sentí tan hombre para tenerlo

por tanto. Creo que por eso no me sorprendió que se fuera.

Era algo inevitable.

—Dime quién es, cómo se conocieron, esas cosas —pedí,

preparándome para más dolor.

Suspiró. Pude escuchar el aire entrando en sus pulmones,

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la desesperación de tomar todo el oxígeno posible antes de

lanzar la bomba.

—Emilio, no creo que sea bueno, neta.

—Quiero saberlo.

—¿Qué cambiaría? ¿Qué bien nos haría?

—Quiero saber, necesito saber porque desde que lo

nombraste es una sombra. Quiero y puedo besarte y no me

da pena decirlo, porque sé que te estás conteniendo por él

y lo respeto, pero no puedo respetarlo a él si no lo conozco

y podría robarte un beso, aunque de seguro me ganaría un

buen golpe en toda la puta jeta por pendejo, pero... —hice

una pausa—. Intento entender qué fue que te hizo

enamorarte de nuevo cuando todavía no puedo ni borrar

tu aroma de mi memoria. Quiero saber que alguien te

puede cuidar, que alguien te ama, que te merece.

Puta madre.

Se quedó callado, quizás pensando, quizás detenido en el

tiempo por mis palabras. Él como siempre estaba siendo el

cauteloso, en lo que yo me lanzaba como pendejo a todo.

—Se llama Aron Davis, nació en un pueblo de mierda y sus

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papás siguen vivos, pero no hablan con él porque, pues

bueno, ajá, es gay —comenzó. Ya me estaba cayendo bien

el vato—. Estudió en Nueva York para periodista, pero le

gusta más la fotografía y le va bien en revistas de allá. Él

hizo los primeros photoshoots de mi agencia y a veces

expone en galerías y así.

Con una mano buscó su celular en el bolsillo de sus

pantalones y me mostró su cara por primera vez. De fondo

había un parque en época otoñal y ambos le sonreían a la

cámara mostrando los dientes a tope. Aron era pálido, de

cabellos lacios, morenos y largos que, con los rayos de sol

se veían un poco anaranjados, delgado en contextura, sus

ojos eran cafés oscuros brillantes y su barba adornaba su

cara por sectores, como manchones, tenía muchas más

pecas que Joaquín por sus mejillas, con una naricita de

botón, pestañas crespas larguísimas, cejas casi hechas con

pincel, tupidas y gruesas. Ambos tenían una vibra de pareja

que me hizo doler hasta los huesos. En medio de sus caras

un perrito de pelaje blanco, con la lengua afuera y su nariz

oscura. Mierda, ni en Pinterest encuentras imagen más

410
chula que esa.

—Está bien lindo el vato, hasta se parece a mí —solté sin

pensarlo antes haciendo que rodara los ojos—. ¿Ahí lo

conociste?

«Tienen un perro», pensé. «Un perro. Un pinche perro».

Me mordí la lengua para no preguntar por él.

—No, fue después, ni siquiera me llamó la atención

cuando lo vi la primera vez —dijo sin darle importancia.

—¿Por qué? ¿Por qué no te llamó la atención la primera

vez?

Recordé cómo había sido la primera vez que había visto a

Joaquín, la manera en la que su cuerpo se movía, su corte

de pelo, lo que ocupaba. Todos se fijaban en él cuando

entraba en un lugar, de seguro el tal Aron también se

volteó a mirarlo hasta más de una vez. Su nombre me hacía

pensar en un chico delgado, con cuellos de tortuga y un

problema de adicción a los corbatines.

—Pues, era un vato con una cámara, no mames.

Me incorporé un poco para mirarlo a la cara. Sabía que

mentía por la manera que su respiración se había trabado.

411
—También porque seguía pensando en ti —me atacó—.

¿Contento?

Respondí con una sonrisa para acomodarme otra vez en su

pecho. Estaba bien pinche contento, tanto que mi dolor de

huesos disminuyó. Pude notar que estaba disgustado

cuando dejó de hablar.

—Entonces, ¿qué más? —pedí con amabilidad que siguiera

su relato.

—Es amable, tiene una linda sonrisa y es chambeador, no

se queda quieto nunca y es bastante tierno cuando quiere

serlo, que es la mayoría del tiempo. En un par de meses

vamos a cumplir tres años de empezar a salir, así que,

supongo que me hace bien, nos cuidamos el uno al otro

siempre, que es lo importante.

No era lo que esperaba. Quería que me dijera que lo

amaba, que era un dios en la tierra, un santo, un ángel,

porque pedí odiarlo y solo sentía más celos.

—¿Supones? —reparé en algo—. ¡¿Tres años?!

Me acomodé sentándome en el sofá. Estaba recibiendo

golpes bajos. El vato de los corbatines quizás llevaba más

412
tiempo con Joaquín de lo que yo había logrado en la vida,

habían tenido mínimo unas tres navidades, unos tres putos

Años Nuevos, habían celebrado el cumpleaños del otro

con amigos en su pinche departamento en medio de la

Gran Manzana, tenían, de hecho, amigos que compartían,

llevaban casi más de mil días compartiendo recuerdos y un

perro. Me mareé de pensarlo, porque con él podía ir

adónde quisiera; desde la lavandería de la esquina hasta de

vacaciones a Dubái y a nadie le importaría.

—Sí, llevamos casi dos juntos y uno viviendo juntos.

—¡Ay, no mames! —dije tomando aire—. ¿No han

pensado en casarse o algún pedo de esos?

Dudó segundos que se me hicieron eternos. La imagen que

me había mostrado se repetía en mi mente. El perro era

hermoso, la puta madre.

—No, cómo crees —soltó con una risa, para después

ponerse serio—. Emilio, anda, te dije que quizás era

mucho, pero tú querías saber, así que cálmate —no cambió

su postura porque siempre supo que en mis momentos de

ataque no me gustaba que me tocaran—. Somos adultos.

413
Estábamos hablando y me pediste que te lo dijera.

Hice un cálculo mental, pero necesitaba que me lo dijera

él.

—¿Cuándo lo conociste? —me corregí—. O empezaron a

hablar y el pedo ese.

—Fue en mi primera presentación, el mismo día que

falleció mi abuela.

Contuve mi respiración. Conté en mi cabeza hasta cien.

Ese día también estuve ahí. Ese día, en esa presentación

también estuve. Si me hubiera quedado un poco más, si no

me hubiera ido antes del segundo llamado, ellos no se

hubieran conocido.

Si el destino no nos hubiera visto la cara de mensos de

nuevo.

—A ver, cuéntame.

—Estaba terminando la obra, fui a mi camerino y estaba

ahí, así comenzamos a charlar —se detuvo en mi rostro—.

Estás poniéndote azul, ¿estás bien?

¿Cómo le explicaba que quería reír de histeria?

414
18.
Solipsismo

Doctrina filosófica que defiende que el sujeto pensante no

puede afirmar ninguna existencia salvo la suya propia

Marzo, 2021

Fuera, la noche se presentaba en el cielo dejando el

púrpura un rato más después del rojizo en el eterno

horizonte.

En cambio, dentro, el ruido de la habitación se resumía al

choque constante de labios entre chicos y una serie pausada

a la mitad en el televisor desde hacía un par de horas.

Desde un tiempo el sabor de los besos de Joaquín a Emilio

le parecía algo tan cotidiano que era normal probarlos al

menos una vez al día, como una dosis necesaria. Lo que a

415
Emilio le gustaba era que sabían distinto cada que lo

besaba, conservando ese sabor a chocolate, banana e

inocencia desde el primer beso, sin importar si era uno

pasional o suave.

Ambos cuerpos descansaban en la cama de Emilio,

mientras que sus manos avanzaban con disimulo por la

espalda de Joaquín intentando llegar a sus muslos con

esperanza de no ser detenido. Tenía ansias del otro cuerpo

desde hacía días.

Los labios de su acompañante bajaron dibujando un

camino hasta sus clavículas, directo al lunar solitario de su

cuello, haciendo que pensara en cualquier cosa que no

terminara en un jeans muy estrecho en el sector de la

entrepierna y es que Joaquín sabía dónde estaba aquel

punto en el que se podían desatar sus pasiones.

Pensó en gatitos recién nacidos, porque los encontraba

adorables y ayudaban a mantener la compostura. Hasta

que Joaquín plantó un beso detrás de su oreja y con la

punta de su húmeda lengua le acarició el lóbulo con

delicadeza para rematar con un leve mordisco.

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Con malicia, el chico a horcajadas sobre él se incorporó

para mirarle. En sus ojos había fuego, de ese dorado

tentador, quitándole la pureza y ternura que la gente veía

en él, pero que Emilio sabía que podía abandonar para esos

encuentros. Nadie lo podía conocer mejor que él en esos

momentos, donde el avellano de sus ojos se veía encendido

detrás de esas pestañas que podían iniciar un huracán si las

abanicaba.

—¿Estás bien? —preguntó, sin importar sonar inocente—.

Creo que estoy siendo un poco duro contigo.

Emilio se rio burlón cuando encontró la palabra clave de

la oración. Y sí, estaba siendo demasiado duro estando ahí,

sentado con una pierna a cada lado de su estómago,

consciente de lo inalcanzable que se veía.

«Si tan solo se colocara más abajo», pensó el mayor.

—Sí, ajá, ¿andas jugándole al don vergas?

Joaquín no se ruborizó cuando puso su sonrisa más

coqueta. Entonces, Emilio lo entendió, porque no era algo

normal. Estaba siendo tentado.

Como si le leyera la mente, Joaquín cambió su postura

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acomodándose más abajo.

El roce de sus pantalones a la altura de sus entrepiernas fue

el indicio que Emilio necesitaba para quedarse sin aire por

unos minutos. No hubo movimiento, porque así era su

ritual. Miradas antes de roces eran lo que los hacían

temblar en medio de cuatro paredes cuando no había más

ruido que el de sus respiraciones pesadas.

Joaquín tenía las pupilas tan dilatadas que sus ojos parecían

negros, delatando un hambre distintiva para Emilio. Sus

labios entreabiertos desafiantes mirándolo desde la altura,

Emilio sumergido en cojines esperando a ser llamado para

poder besarlo y no parar por un rato.

—No hay nadie en casa —susurró sentándose en la cama

con su novio a horcajadas. No importaba cuántas personas

hubiera en todo caso, sabían ser silenciosos después de

tener que intentar por todos los medios que Eli no se diera

cuenta de las cosas que podían pasar en sus pijamadas.

Fueron roces, fueron labios, fueron besos. Todo acallando

cualquier ruido.

Sus caras a la misma altura. Emilio entendió lo que pasaba

418
por la cabeza de Joaquín cuando este le levantó una ceja,

coqueto. Atrapó esos labios como si fueran fruta, una

prohibida dentro de todo un vasto campo de todas las que

existían en el mundo. Eso había sido desde el principio, a

final de cuentas.

Joaquín jaló el labio inferior de Emilio haciéndolo sentir

el mismo efecto que causaba en él al sentir la textura

granulada entre sus dientes. Deleite, puro deleite.

El mayor lo miró maravillado, pensando que si más

personas corrientes como él tendrían la suerte de

presenciar la magia de aquella criatura como la tenía en

frente. Esperaba ser el único en esta vida o, que, de no serlo,

alguien suficientemente bueno pudiera batallar contra tal

belleza sobrehumana.

Emilio coló una de sus manos entre la playera amarilla de

Joaquín y la piel suave de su espalda. Recorrió con su dedo

índice el valle que dejaba su columna, fascinado con la

profundidad, hasta bajar a los hoyuelos de su espalda baja.

Conocía bien cada espacio, cada valle, cada monte. Podía

no saber de astronomía o geografía, pero con Joaquín lo

419
había aprendido todo, desde las constelaciones de sus

hombros hasta las depresiones de su espalda.

Joaquín, al contrario, no necesitaba preámbulos para

comenzar a desnudarlo. Todo frente a él le parecía una

estúpida broma. Desde la nariz puntiaguda de Emilio, su

mentón, hasta la manera en la que el músculo cruzado de

su cuello se marcaba cuando giraba la cabeza. Parecía de

arcilla y él tenía el placer de ver eso de primera mano, al

igual que era el único que podía moldearlo a su antojo.

Sintió pena por el mundo, todo aquel que no vería a Emilio

de la manera a la que él se le había permitido. Quizás no

era de agradecer esas cosas a Dios, pero se sentía bendecido

de poder acariciar cada espacio de ese cuerpo.

El rizado levantó sus brazos sobre la cabeza para que lo

desprendiera de su ropa, lo más rápido posible, no fuera

que la visión en frente de él desapareciera y lo dejara solo

entre esas paredes.

Seguía ahí cuando la prenda cayó al suelo.

Las manos de Joaquín no se quedaron quietas después de

eso. Si Emilio conocía cada parte de Joaquín con mirarlo,

420
Joaquín podía reconocer cualquier parte de él con tocarlo,

como cada línea de su abdomen, cada vena de sus brazos y

manos.

Se inclinó, pero su destino no era besarlo, sino juntar sus

frentes. Cerró los ojos dejándose llevar por la sensación que

nacía en su interior. Movió de adelante atrás su cadera,

haciendo que Emilio mordiera su labio inferior hasta que

los bordes quedaron blancos, manteniendo la mirada

pendiente en la cara que tenía en frente, cada exhalación

de aire caliente.

Sintió dentro de sus oídos el clic del tempo dado por un

metrónomo.

Adelante, atrás.

Clic, clic.

La manera en la que la presión de sus pantalones hacía el

roce más placentero ayudando a hacerse una idea de lo que

podía pasar una vez que la prenda ya no estuviera. El ritmo

y el tempo de la música en sus oídos aumentaba con cada

ida y venida. Puso las manos en las caderas de Joaquín

ayudando con el vaivén, aminorando el movimiento.

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—Déjame a mí —pidió, como si lo hiciera a Dios—.

Déjame guiarte.

Joaquín se alejó dándole una mirada de cejas fruncidas.

Quizás por el esfuerzo, quizás porque todavía sentía que

tenía mucha ropa encima o quizás porque estaba

disfrutando su propio ritmo.

Emilio lo jaló de la nuca para besarle el entrecejo sacándole

una sonrisa. Cuando estaban en la cama, era donde podían

decir y hacer lo que quisieran, sin tener permitido

enfadarse. Era su templo. Podían gritarse todo el día, pelear

por los guiones, enojarse por celos, pero en la cama nunca

entraban enojados.

Bajó sus besos por la ceja derecha, tocando con sus labios

uno a uno los lunares de su cara, sien y mejilla. El último

beso lo depositó en la comisura de su labio, en aquel punto

que sabía que no tendría retorno, para alejarse lo suficiente

mirando como el sudor comenzaba a asomar por los poros

de su frente. Besó las pecas de su cuello para que no

sintieran celos de no ser marcadas con tonos carmines por

la succión que dejaba a su paso.

422
Lo deseaba tanto. Se deseaban tanto.

Emilio creyó que era buen momento para terminar de

explorar debajo de una tela y quitó la playera de su novio.

Fue abrir un libro de constelaciones, como los de Joaquín,

que guardaba con orgullo en uno de los estantes de su

cuarto. Los había visto con el menor algunas veces,

pensando que las constelaciones eran hermosos grupos de

masas de gas a lejanos miles de millones de kilómetros,

pero en lo lejano se veían preciosas, no como Joaquín, que

entre más cerca lo veías podías notar cada detalle de su

belleza. Tan infinita como las estrellas. La playera le hizo

compañía a la otra en el suelo, haciendo que Emilio

sintiera una punzada de dolor al no ver a Joaquín vestido

de amarillo. Pero le duró poco, hasta que trazó con uno de

sus dedos las clavículas que tenía en frente de extremo a

extremo.

—Parece que no fueras de verdad —musitó. A pesar de

haber visto ese cuerpo muchas veces, seguía pensando que

era demasiada su suerte.

—Muchas gracias —susurró Joaquín buscando sus labios.

423
Lo besó gentil, dejando que sus caderas fueran guiadas por

las manos morenas que las aferraban. Lento, casi en

círculos.

Con delicadeza recorrió el torso de Emilio con sus manos

llegando al botón y cremallera del pantalón. El mayor cesó

el movimiento para que Joaquín pudiera liberar la presión

de su entrepierna soltando la prenda que tan preso lo tenía.

En sus oídos se seguía escuchando una melodía, que sin

querer tocó en la piel de su novio como si fuera un piano.

Algún día se atrevería a decirle que era su inspiración, que

gracias a esos momentos había música en sus oídos y que

era la más maravillosa de las melodías y letras que podían

existir. La partitura perfecta, el ritmo etéreo. Joaquín no

dijo nada, pero sabía qué hacía, podía pensar en lo

magnífico que se oiría cuando el instrumento generara

algún sonido más que sus jadeos y suspiros.

Cuando Emilio vio sus pantalones desaparecer como si

fuera un encanto, no reparó en la tímida mano que entraba

entre sus calzoncillos. Su boca formó una perfecta 'O'

liberando el aire que mantenía contenido desde que podía

424
recordar ante la sorpresa. El toque era suave, delicado,

como solo las manos de Joaquín habían aprendido a

tocarlo.

Con un movimiento rápido giró, dejando la espalda del

menor pegada a la cama. Verlo entre almohadas blancas

era como un ángel posado en nubes de los cuadros que

había oído escuchar, pero jamás había podido ver. Pensó

que quizás algunos pintores tendrían su propio Joaquín

Bondoni para guiarse de cómo debían pintarlos en el

firmamento, trepando entre blancas nubes. Se permitió el

momento de verlo sonreír en lo que lo ayudaba en arrasar

con toda la demás ropa que le quedaba. Estaba desnudo e

indefenso ante él.

—¿Podemos apagar la luz? —preguntó Joaquín, ante la

mirada que lo estudiaba de arriba abajo, un poco cohibido.

Su corazón iba a mil por hora. La vista de Emilio

recorriendo su cuerpo, mirando sin reparo cada trozo de

piel expuesta. No se le fuera a olvidar algún detalle.

Joaquín también le regaló una mirada de arriba abajo. Sus

hombros, la manera en la que sus brazos gruesos se

425
mantenían tensos para no aplastarlo con su peso, las manos

con venas marcadas en el dorso que estaban a cada lado de

su cuerpo y lo acariciaban como si fuera algo demasiado

delicado, cómo su cadera estaba sobre la de él, lista para lo

que seguía. Reparó más tiempo en su rostro, la inflamación

de sus labios que le daba más volumen a su boca, las

mejillas sonrosadas incluso cuando lo miraba sin

vergüenza, aquellos rizos de los cuales planeaba sujetarse

una vez que empezara a menearse, en sus ojos. Esos ojos

que le pedían a gritos que dejara amarlo, que dejara

sentirlo, que lo dejara descubrir más sensaciones de las que

llevaban descubiertas.

Emilio accedió a su petición al verlo con las mejillas

rojizas, que no supo si eran por pudor o por calor. Se

inclinó buscando el interruptor, pero una mano frenó la

suya.

—Si prometes mirarme así toda la noche, prefiero verte —

confesó Joaquín ayudando con la otra mano a bajar la

última prenda que los mantenía a raya. La mirada de

Emilio era tan dulce que no sentía complejos en ese

426
momento.

Estaban desnudos al completo mirándose de frente,

lanzándose miradas al cuerpo que ya conocían. Un

movimiento de Emilio sobre su cuerpo hizo a Joaquín

jadear en busca de aire, en una habitación donde el

ambiente estaba tan pesado que solo se podía respirar así.

Se sentía necesitado de él, de sus manos, de sus labios, de

sus roces. El vaivén se hizo más placentero a medida que

aumentaba el ritmo. La melodía se volvía más rápida.

Clic, clic, en los oídos de Emilio. Se sentían desvanecer y

aún seguían rozándose. Buscaron entre los cajones un poco

de ayuda, un líquido en una botella y un condón.

Un dedo exploró una entrada haciendo que una espalda se

curvara en respuesta. Era incómodo primero, el líquido

helado, el intruso en sí. El ritmo era bajo, hasta que otro le

hizo compañía comenzando a ser más placentero. Se

repartieron besos en donde pudieron; mejillas, labios,

hombros, cuellos, dejando rastros rojizos difíciles de borrar

al pasar sus bocas que succionaban.

Cuando creyó estar listo, sus ojos se miraron fijo con una

427
sola pregunta en las pupilas. Bastó un asentimiento para

que el intruso cambiara. El ritmo y la frecuencia del vaivén

también. Era lento, de a poco, pausado, esperando a ratos

que se acostumbraran ambos.

Joaquín jadeó necesitando más aire, aferrándose a la

espalda de Emilio, enterrando sus uñas en la carne que

dejarían bridas rojizas, que les recordarían por un tiempo

lo que habían hecho. Emilio también se ancló al chico,

escondiendo su cara en su cuello, embriagándose del

aroma que liberaba. Era dulce, era amargo. Repartió besos

en esa zona a sus ritmos.

Clic. Clic.

Parecía que la melodía estaba por acabar cuando se

incorporó para mirarlo de nuevo. En ese momento, sus

piernas dejaron de ser de él. Las sentía como afuera de su

cuerpo cuando comenzaron a vibrar en esa sensación que

sabía que vendría. A tientas encontró los labios que

buscaba, dándole un beso entre jadeos. Estaba cerca, pero

la melodía planeaba otra cosa. Aún no era el momento.

Algo faltaba.

428
Continuó aumentando el ritmo, logrando que los gemidos

salieran ahogados de ambos.

—Mierda.

—Está bien, se siente bien —le respondió jadeante.

Estaban cerca. Joaquín cerró sus ojos concentrándose en

cada pedazo de cuerpo que le pertenecía, lo único que sabía

que existía en ese momento. De lo único que estaba seguro.

Se aferró más a Emilio, tratando de entender que ambos

eran reales en un mundo que podía no entender lo que

venían haciendo o lo que se sentía estar en esa cama. De

súbito, les dejó de importar a ambos. De repente, no era

necesario morder por dentro su mejilla para acallar los

gemidos o morder sus labios para evitar jadeos.

Joaquín tomó la cara de Emilio para mirarlo a los ojos.

Quería captar el momento justo, quería saber qué decía su

mirada cuando hubieran terminado, quería que recibiera

sus jadeos por la boca y le respondiera con más.

Uno se liberó antes, a la espera del otro que tardó unos

segundos en seguirlo en ese glorioso instante. Había luces

de colores tras los párpados de Emilio, millones de luces

429
como estrellas en el firmamento. Joaquín liberó su amarre

cansado, como si hubiera corrido una maratón en

segundos. Los músculos de ambos ardían debajo de una

piel que no era lo suficientemente gruesa para mantener el

calor contenido, liberándose como sudor por sus poros,

que les pegaban los rizos a la frente.

La última parte caótica de la melodía cesó. El tempo

detenido. El tiempo en pausa.

Clic. Clic.

—Mierda, Emilio.

—¿Sí estás bien? —jadeó. Su duda era legítima porque

nunca había visto eso en alguien.

—Creo que tengo mal del puerco por coger.

El mayor de los rizados rio ante la ocurrencia. Los párpados

de Joaquín comenzaron a caer a medida que su agarre se

debilitaba. Con suavidad, Emilio lo acunó en sus brazos

repartiendo tiernos besos cortos por su cara, haciéndole

cosquillas. Tomó las mantas para poderlos cubrir del

repentino frío que los atacó y bajó la luz para distinguir

entre la oscuridad las estrellas marrones plasmadas en la

430
piel de Joaquín con sombras rojizas que tendría que cubrir

los próximos días.

—Joaco, ¿me oyes? —susurró bajito, casi inaudible.

—Ajá.

—¿Me quieres? ¿Me amas?

Joaquín sonrió adormilado.

—Veinte de diez, Emilio, siempre veinte de diez.

Se desperezó para volver a abrir sus ojos entre la penumbra.

No supo cuánto había dormido, pero el cielo mostraba su

fase más oscura de la noche. Sentía sus piernas arder de un

dolor que le parecía placentero. A diferencia de lo que

creeríamos, no se ruborizó cuando recordó el porqué de su

fatiga. Sentía que todo su cuerpo aún tenía las caricias en

su piel y el sonido de los besos de Emilio en la entrada de

sus oídos. Buscó por todos lados de la cama para encontrar

el otro cuerpo, pero no yacía ahí. Tomó su ropa interior y

los pantalones de un pijama de franela para agudizar el

oído.

Sonaba una canción de fondo, pero no de aquellas de la

431
lista de reproducción que tenían juntos o de la lista de

ejercicio que conocía de Emilio. Era música nueva,

hermosa hasta la última nota. Recordó los dedos de Emilio

aferrados a su cadera tocándolo como un piano.

Bajó despacio desde la planta alta esperando que las

escaleras no generaran crujidos a su paso. Siguió el sonido

como si fuera un encanto.

Emilio estaba enfrente de su pequeño piano moviendo los

dedos sobre las teclas con rapidez, cuando cometió un

error, volvió a tocar desde el principio, de manera lenta,

pausada, delicada en relación al ritmo anterior. Anotaba en

un pentagrama improvisado notas blancas y negras en una

hoja arrugada y poco pulcra. Sonrió sintiendo la presencia

de Joaquín a su espalda.

—¿Te desperté?

—No, creo que fue porque no estabas —musitó

caminando para sentarse al lado de Emilio en el estrecho

taburete—. Lindo ritmo, un poco agresivo al final, pero me

gusta.

—Siento que le falta algo —dijo agregando unas notas

432
más—. Es lo que escuchaba en mi cabeza hace rato.

—Oh.

Emilio comenzó a tocar otra vez con una mano, pero sus

dedos no estaban sobre las teclas del piano, sino que en el

valle que dejaba la columna de Joaquín. No se producían

notas ni melodía.

Joaquín podía seguir escuchándolo en su cabeza, como una

sonata interminable. La suavidad del principio, la urgencia

en la mitad y en el final, sentirse sucumbir en partes, como

un cristal contra el piso.

Cuando Emilio terminó de tocar la última nota, en el que

fuera su piano imaginario favorito, acarició la espalda de

Joaquín de arriba abajo solo con las yemas. El escalofrío fue

inmediato en ambos, tan fuerte que les encendió los ojos,

marrones y avellanos.

Ahí, en medio de una habitación con una luz tenue,

hablando por medio de música, Emilio supo que una de

las pocas promesas que le había hecho a Joaquín jamás la

podría romper. Lo amaría eternamente.

—Estoy enculadísimo por ti —susurró, quitándole

433
seriedad al usar esa palabra, no dejando que sus ojos

cambiaran, así Joaquín podría leer la verdad debajo de los

destellos de luz.

El otro chico sonrió amplio.

—Vamos, Emilio —dijo tomando una de sus manos—.

Volvamos arriba para que termines de componer tu

canción, a ver si encontramos lo que le falta.

26 de noviembre, 2029

La cara de Emilio mostraba preocupación y otras

emociones que no lograba descubrir. Parecía estar a punto

de un colapso nervioso por lo que le contaba y no entendía

el porqué. Bueno, quizás quería pensar que no lo entendía

cuando lo cierto es que me moría de ganas que me dijera

el motivo por lo que estaba reaccionando así.

Suspiró. Seguía sentado en el sillón con mis piernas en las

suyas, pero veía que en cualquier momento me lanzaba al

suelo para huir.

—A ver, cuéntame —su voz fue un susurro.

434
—Estaba terminando la obra, fui a mi camerino y estaba

ahí, así comenzamos a charlar —dije en lo que Emilio

había olvidado como respirar—. Estás poniéndote azul,

¿estás bien?

Negó con la cabeza. Entendí que no era un ataque de asma

o claustrofobia cuando comenzó a reír como un loco. Sus

ojos se rasgaron más, pareciendo que estaban cerrados en

lo que su boca se abría en toda su magnitud. Estaba

eufórico, como pocas veces lo había visto. Parecía demente.

—¡Hey, no te rías! —lo regañé dándole una patada suave—

. Sí es un poco cliché y quizás no debí involucrarme con

alguien que venía conociendo, pero es un gran hombre.

Emilio siguió riendo. Le di una patada más violenta que

hizo que se moviera, pero no cesó su risa. Me preocupaba

que cada vez estaba más azul.

—Estoy bien, me dio mucha risa que lo conocieras ese día

—volvió a estallar parándose de su asiento—. ¡No mames,

pinche risa que me dio!

—Va, lo noté —dije con fuerza—. ¿Tan difícil se te hace

que una persona me pueda querer? ¿o que yo pueda sentir

435
algo por alguien?

Tragó haciendo ruido con su garganta. Su cara se desfiguró

ante mi pregunta, pero las risas pasaron al fin. Una de sus

manos fue directo a su cabello intentando ordenarlo, su

cuerpo se apoyó en la mesa de maquillaje, mientras

cruzaba los brazos sobre su pecho.

—Cuéntamelo todo —pidió con un hilo de voz—. Por

favor.

—Estás siendo cruel, no debería decir estas cosas —me

senté mirándolo desde mi asiento.

—Me la debes —articuló con un volumen más bajo. Ahora

preferiría que el ataque de risa no se le hubiera pasado.

Asentí. Entendí por qué me lo decía.

—Había terminado la obra cuando salí al camerino a ver

por qué mi mamá, mi abuela, Ren y Diego no habían

llegado. Estaba nevando y pensé que su vuelo se había

retrasado por el clima o algo así, porque las conoces, no les

gusta llegar antes a los lugares —hice una pausa—. Y ahí

estaba él. Estaba con un ramo de girasoles en la mano,

esperando en medio del camerino a que terminara. Ese día

436
tenía que tomar fotografías para Playbill, así que le tocaba

cubrir las fotos de la nota. No sé qué pensó, pero cuando

me vio dijo que le había gustado mi interpretación, que me

había reconocido de la agencia y que quería ver si

podíamos ir después a la fiesta juntos, nada muy formal.

Era la primera a la que iba y no quería ir solo y pensaba

invitar a Ren y Diego, pero no llegaban, así que le pedí que

esperara un poco, que llamaba a mi mamá y nos íbamos.

—Ahí supiste lo de tu abuela.

—Sí, mi mamá me pidió que cambiara el vuelo, algo que

no entendí porque no tenía un boleto de vuelo —recordar

ese momento no fue fácil. Todavía escuchaba a mi madre

lamentándose y Renata de fondo llorando—. No pude

llegar porque cancelaron los vuelos antes de que alcanzara

a llegar al aeropuerto. Fue como una mala suerte

tremenda, porque de la nada estaba haciendo lo que más

me gustaba, pensando en que iban a llegar siquiera para el

segundo acto, cuando terminó todo y después esa

llamada...

—Fue morir en vida —susurró leyendo mi mente.

437
—Aron me llevó al aeropuerto y estuvo conmigo

esperando hasta que las pistas se abrieron, pero no había

vuelos, no tenía cómo llegar y luego de un rato, llamé a mi

mamá y ella dijo que mejor no viniera. No creo que me lo

haya perdonado, por eso tampoco vengo mucho. Además,

todo fue muy rápido, que seguro para cuando hubiera

llegado ya habrían terminado el servicio y no creí que

pudiera resistir verla ahí, así que volé cuando encontré un

boleto, casi los primeros días de diciembre —negué con la

cabeza—. Ante todos soy el hijo de puta que no pudo venir

a apoyar a su familia cuando murió su abuela. Al menos

ayudó a que no hubiera tanto revuelo, supongo. La prensa

se enteró cuando llegué a México, así que nadie molestó.

Emilio sacó una bolsa de papas fritas de las cosas que Niko

nos había traído. Lo conocía suficiente para saber que

estaba ansioso, porque siempre comía cuando se sentía así,

además, no es como que hubiéramos comido mucho en lo

que llevábamos de día.

—Diego me llamó como a las 4 de la mañana de ese día —

comenzó en lo que miraba el paquete dudando en hablar

438
o no—. Tu abuela se había sentido mal desde el día

anterior, pero no quiso ir al médico, porque abuela y

mexicana, no mames, no se iba a perder a su niño en el

estreno, así que retrasaron el vuelo, porque ni de broma lo

cancelaban. Diego me llamó para que fuera a buscarte, no

quería que nadie te diera la noticia que no fuera alguien a

quien quisieras, alguien que entendiera lo que tu abuela

era para ti y él se tenía que quedar con Ren, ayudando acá.

Después, cuando aterricé en Nueva York, Diego me avisó

que tu abuela había muerto mientras volaba.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. No quería escuchar eso,

no quería oír los últimos minutos de mi abuela porque no

le pertenecieron a nadie, menos a mí.

—Así que tomé un avión y fui hasta allá, estaba aquí por

mi cumpleaños y el de mi mamá, pero a ella no le molestó

—hizo una pausa, supuse que iba a imitarla con acento

cubano—. ¿Tú estás loco que no irás? No, Emilio, tienes

que estar con él, me dijo.

Mi mandíbula cayó violenta al piso, su tranquilidad

aparente, la manera en la que escondía sus ojos de mí. No

439
estaba mintiendo para nada, de hecho, era uno de los

momentos más sinceros que tendría con él.

—No llegaste —lo acusé parándome para comenzar a

caminar como un león enjaulado—. No llegaste porque

por algo no te vi o no fuiste de plano.

—Llegué, gracias a la diferencia de hora justo para ver tu

obra, si alcanzábamos a irnos antes del primer acto, lo

hubiéramos logrado, tenía los boletos y todo, incluso... —

se frenó, mis pasos también—, incluso te compré un ramo

barato de girasoles para llevarte, a una de las viejecitas de

la salida del teatro.

Entonces, los girasoles nunca fueron de Aron.

—No te vi.

—En el descanso intenté ir a los camerinos, pero no tenía

cómo demostrar que iba a verte, que te conocía, así que le

pedí a alguien que andaba por ahí que te entregara las

flores y te dijera que tenías que irte del teatro al aeropuerto,

que tenías que volver, que ahí alguien estaría esperando

para que te explicaran. Supongo que sigo de la chingada en

el inglés porque no apareciste y tomé el vuelo de vuelta

440
solo, para volver con tu mamá y tu hermana. Sabes que

fueron mi otra familia, así que pensé que quizás ayudarlas

por ti y estar para ellas era lo que hubieras querido. Con

todo no se me ocurrió dejar ni una nota o un número de

teléfono y, aunque intenté llamarte, nunca te entraron mis

llamadas, estaba nervioso de verte de nuevo y triste por

Marta —musitó apagado—. Quizás ni hubieras llegado a

abordar, pero tenía fe que si alguien te decía que fueras lo

intentarías y no quería que estuvieras solo cuando te

dijeran que estaba pasando.

Mi corazón se aceleró. Sentía que mis pulmones no tenían

el aire suficiente para mantenerme ahí, en medio de la

habitación con Emilio contándome eso. Recordé que

cuando había llegado al camerino los girasoles estaban

sobre la mesa de maquillaje, que Aron estaba parado a un

costado esperándome. Le había agradecido las flores y

había comenzado a hablar de todo, pero no presté atención

a nadie de la producción, ningún tramoyista vino a darme

algún mensaje, las flores no tenían una nota.

De la nada fui consciente que estaba a punto de llorar y que

441
Emilio acunaba mi cara entre sus manos dándome

consuelo.

—Ya pasó, mi amor, estoy aquí —dijo en un susurro—.

Siempre dije que iba a estar para cuidarte, ¿no?

Sentí sus suaves besos en mi cara, esparciéndose como un

calor por mis entrañas de recuerdos de noches y lluvias, de

roces y de amores. De esos besos que me recordaban que lo

necesitaba, entre los gritos de mi cabeza por salir de ahí.

442
19.
El lamento del pendejo

16 de mayo, 2019

Tener a Emilio a una distancia que no era la normal para

una amistad común y corriente era algo habitual para

Joaquín. Claro que nunca habían tenido una historia

común y corriente. Después de todo, cada semana en el

teatro se besaban ante la mirada de una docena de fans y se

daban un abrazo apretado, tanto que parecía que se

quisieran besar con los cuerpos. Eran Aris y Temo sobre el

escenario la mayoría de las veces cuando estaban en medio

de la obra, rara vez se salían del personaje para soltar una

risa o cambiar un poco los diálogos, divirtiéndose con el

otro, colocando caras que no pondrían sus versiones

443
ficticias o diciendo cosas que jamás dirían. Pero, Emilio

siempre era el profesional, nunca dejaba que le pasara a

menos que lo planeara, como ese día en la primera función

del jueves. Había comenzado a decir que era una sorpresa

que, por supuesto, había descolocado a Joaquín.

Bien sabía que ‘Si al final tengo tu amor’ iba a ser cantada

por su compañero, pero pensó que sería un reemplazo de

alguna otra canción, como ‘Perfecto’, o creyó que sería

después de la obra, por eso el esfuerzo que su compañero

le ponía a los ensayos.

La primera lo pilló de sorpresa por eso, pero en la segunda

función, cuando dijo el nombre de ellos en vez de sus

personajes, supo que Emilio no estaba cantando esa

canción de dientes para afuera. Se había quedado con la

duda desde la primera, donde no notó que era un

momento para ambos, o quizás su subconsciente no quería

que fuera un momento de ellos, incluso cuando siguió el

juego y lo acompañaba cantando a intervalos buscándose

la mirada entre las pestañas que no paraban de batirse para

tratar de mantener los ojos menos aguados de lo normal.

444
Después de la dedicación de la primera función, Emilio

solo le había sonreído para retirarse a su camerino, donde

lo esperaban Diego y Emmanuel. No intentó preguntar

nada, porque no había dudas para él que era Aris

cantándole a su Temo.

Hasta que llegó la segunda función y las manos de Emilio

lo tomaron por el cuello, haciendo que sus ojos se abrieran

de par en par mientras la música salía de los labios de su

compañero. Cómo se le acercaba, dejando su cara a la

altura de la de él, la manera que sus manos buscaban

encajar en cualquier curva de su cuerpo, desde su cuello a

su cintura, la forma en la que decía que en un beso de él

podía caer el universo, lo hizo suspirar más de una vez. La

obra de arte frente a él no paraba, la manera que

demandaba su atención incluso cuando sus ojos

necesitaban despegarse para tener un poco de calma entre

esa tormenta de emociones demasiado ruidosa para

siquiera dejarlo pensar.

La mirada que le dio antes de poner el brazo sobre sus

hombros e inclinarse le dijo todo lo que necesitaba saber

445
con un gesto. Luego, Emilio mintió diciendo que iba a ser

el tema principal de la serie y siguieron con la obra entre

lo aturdido que se sentía.

Sus ojos le demostraron a su pareja de escena que no debía

hacer más ese tipo de cosas, que no era aceptado, que nada

bueno podía salir de ahí. Emilio lo captó, sintiendo el

pecho arder, como si una parte de él le hubiera sido

arrebatada a espada ardiendo, rasgando desde su manzana

de Adán en la garganta hasta su ombligo, haciendo que

todo su interior no estuviera más.

Un agujero se generó más profundo donde habitaba su

corazón. Los bordes dolían, parecía que se derretían.

Después de terminar la última canción, y que las personas

involucradas en la producción pasaran al escenario, no

pudo aguantar más.

Desabotonó su camisa y con una mano impaciente frotó su

pecho tratando de no tener contacto visual con Joaquín.

Tal vez sus ojos lo traicionaban y la mirada final de Joaquín

no era lo que creía. Esperaba que después de las semanas

que llevaban grabando sin interrupción y sin poder

446
conversar de nada más que no fuera trabajo o de la fiesta

de cumpleaños, su idea de no poder estar juntos ahora

fuera un mal recuerdo. Esta era su última carta a jugar,

incluso cuando era similar a la primera.

Después de los discursos salió raudo del escenario

necesitando llegar al camerino para poder respirar. El calor

de los bordes de su herida estaba al rojo vivo. Sus manos

no podían hacer mucho para contener todo lo que estaba

saliendo de aquella llaga.

Joaquín golpeó la puerta. No quería decir nada, pero lo

necesitaba. Abrió sin esperar respuesta encontrando a

Emilio apoyado frente a la mesa de preparación y

maquillaje. La habitación blanca le daba vueltas.

—Emilio, ¿estás bien? —preguntó esperando no sonar

estúpido—. Debes dejar de hacer esto, nos hace mal a los

dos.

¿Cómo decirle que quería transar, pero no podía? ¿Cómo

decirle que estaba a poco de levantar una bandera blanca

de rendición? ¿Cómo decirle que las canciones servían más

que cualquier otro tipo de coqueteo? ¿Cómo decirle que

447
estaba completamente seguro que, si lo intentaban y le

ponían todas las ganas, sabía que podían ser la mejor pareja

del puto mundo? En su corazón había tantos 'cómo', como

en la cabeza de Emilio hubo tantos 'peros'.

—Sé coquetear con chavas, sé que me es difícil entender

que ahora quiero decirte cosas a ti porque hace un tiempo,

pues, tenía novia, pero me pegaste duro. Te me metiste en

la mente como nadie, te me metiste hasta los huesos y no

entiendo qué es lo que he hecho mal para que no me creas

—susurró intentando encontrar aire—. ¿Qué carajo más

quieres? ¿Qué te dé flores? ¿Rosas? No soy así, no sé cómo

se hace esto, no sé si esto es lo correcto y la mayoría de las

veces hago las cosas por impulso y pensé que te gustaría

por lo que pasó en tu fiesta.

—Me gusta estar contigo, me gusta hablar contigo y salir,

tener tiempo en el salón del CEA o que vayamos a tu casa

después de grabar. Me gustas, pero no voy a hacer algo para

que lo que hemos hecho se vaya al traste, los dos tenemos

cosas que perder —dijo convencido Joaquín—. Me gustas,

pero solo eso.

448
—Va, sí está bueno saberlo.

—No quiere decir que no podamos seguir siendo amigos

—se apresuró a decir Joaquín. Me di una zurda en la frente,

porque nada de lo que tenía planeado me estaba saliendo

como quería.

—¿Amigos? —preguntó con sarcasmo—. Te lo dije, te dije

que te quiero, que me gustas, que por ti siento cosas que

no entendía y que ahora entiendo como nunca antes lo

logré. Quiero esto, creer en que nosotros... —se volteó para

darle cara—. Te quiero, Joaquín y no entiendo por qué de

la nada te faltan ganas o querer hacerlo cuando también

me dijiste que me querías —su voz se cortó—. Creo que te

hacía menos cobarde y ni sé por qué hago esto, si no es

como que me vayas a hacer caso.

La mirada de Joaquín encontró la suya. No era por

cobarde, no era porque no le creyera.

—No puedo.

Emilio asintió y salió del camerino. Había bastantes

lugares donde cambiarse de ropa, hasta la misma

camioneta que lo llevaría a su casa, porque necesitaba salir

449
de ahí para no mirar los ojos avellanos que le estudiaban el

rostro.

Diego y Emmanuel lo vieron pasar con aire ausente.

Ambos entendían un poco de lo que sucedía sin esperar a

que Emilio les explicara más. Podían verlo, la manera en la

que se miraban en entrevistas, cuando salían entre ellos, la

manera en la que Joaquín rehuía del contacto de Emilio en

los últimos meses. No necesitaban palabras para entender.

Emilio arrastró sus pies a la camioneta esperando que sus

amigos lo siguieran, terminó de sacarse la camisa y el saco

para colocarse una playera suelta. Estaba agotado. Sentía

que su cuerpo no era su cuerpo, que su mente estaba lejos

de ahí y que su corazón se había quedado en ese camerino

de cinco por cinco metros.

Las canciones de Morat en la radio no ayudaban, que

Emmanuel y Diego hicieran bromas tampoco acortó el

viaje lo suficiente. Le pasaba eso que el tiempo era relativo,

pasando demasiado rápido cuando estaba en el escenario

con Joaquín y muy lento cuando no estaba con él.

—Güey, ¿te sientes bien? —preguntó Diego, ayudando a

450
colocar la llave en la puerta—. Te veo pálido.

Emilio asintió entrando a la casa que no tenía rastro de su

madre. Dirigió los pies a su cuarto, sin ganas de ofrecer

cena a sus amigos o recalentar lo que sabía que Mary había

dejado en la nevera. Quería dormir para ver si en el otro

mundo era un poco menos triste.

—Emilio, háblanos, estamos aquí —dijo Emmanuel

entrando con él a su cuarto.

Dejó caer su peso muerto sobre la cama, pensando en qué

estaría haciendo Joaquín en ese instante. Quizás estaría con

su madre y su hermana, celebrando que era la última obra

u ordenando sus guiones para la semana siguiente. Lo

imaginó leyendo un libro, uno de esos que le gustaban de

cualquier cosa, preguntándose qué estaría haciendo él.

¿Sentiría esa falta en el pecho como la sentía él? ¿Sabía que

las últimas palabras que había dicho le habían colocado

más peso en el cuerpo?

Emilio comenzó a sollozar como si fuera un niño. De sus

ojos no salían lágrimas, pero se incorporó en la cama

tratando de buscar aire y no ahogarse. Quería gritar, quería

451
sacarse del pecho la sensación de fuego debajo de la ropa.

Estaba muriendo, se sentía pesado, como si sus pies

estuvieran amarrados a adoquines y lo sumergieran en un

mar demasiado grande.

Diego se sentó a su lado en lo que Emmanuel volvía de la

cocina con un vaso de agua. Su amigo en un intento de

desesperación comenzó a buscar en los cajones de su buró

el inhalador de emergencia que Emilio guardaba en la casa.

Hacía años que no lo ocupaba y decía estar caducado, pero

no le importó cuando se lo lanzó para que le diera dos

grandes bocanadas.

Tenía gusto amargo, pero actuó lo suficiente para sacarlo

de ese estado.

—Amigo, no estás bien, de hecho, estás de la chingada —

dijo Emmanuel pasándole el vaso de agua. Emilio bebió

vaciándolo en tiempo récord. Se sintió mejor en lo que el

agua bajaba por su pecho extinguiendo su herida.

—¿Pasó algo con tu papá? —comenzó Diego acariciándole

la espalda—. Es algo de Joaquín, ¿no?

El chico gimoteó en busca de aire, asintiendo. Llevó una

452
de sus manos a su garganta donde sentía una presión

dolorosa que le impedía tragar toda el agua. Oficialmente

era la primera vez que hablaba con ellos sobre eso. Sintió

que con Ale había sido fácil, porque poco la conocía, pero

con Emmanuel y Diego, su amigo de toda la vida, no sabía

cómo podía terminar la noche.

—¿Crees que te gusta? —preguntó Emmanuel. Emilio

negó.

—Sabes que te gusta —añadió Diego acercándose—.

Amigo, eso no está mal, digo, puede que te sientas

confundido porque es la primera vez que te pasa, pero

estamos para ti, estamos contigo.

Emmanuel se agachó frente a su amigo. Emilio llevó sus

manos a su cara para cubrirla. El peso de los meses

anteriores, no poder decirle a nadie cómo se sentía, las

pocas veces que había hablado del tema con Santiago y

Pablo, los pocos consejos de Ale, todo eso, era una parte de

lo que guardaba en su interior. La confusión, las dudas, qué

estaba bien y qué estaba mal en su cabeza no tenían un

límite.

453
—No estás confundido, ese es el problema, sabes que te

gusta, pero al vato no le gustas.

—Le gusto, me lo dijo, pero no quiere estar conmigo

porque, pues, hace un tiempo era hetero, supongo —

exclamó agotado—, me dijo que le había pasado algo antes

que hacía que no pudiera confiar en mí y que no quiere

arruinar los proyectos, para rematar en que podemos

seguir siendo amigos, chingada madre.

Emmanuel y Diego se miraron. Estaban un poco perdidos.

—Emilio, ¿eres gay? —susurró el chico de ojos rasgados—.

O sea, muy tu pedo, pero ¿quieres a Joaquín de esa manera?

¿te ha pasado antes?

Emilio comenzó a llorar, esta vez ahogándose en sus

lágrimas. De manera ruidosa, desgarrada, dejando que la

cara se le llenara de agua, no le importaba hipar, que su

garganta gimiera. Estaba triste, se sentía mal. Se sentía

rechazado, pero peor que otras veces, se sentía mustio. De

pronto no había olas o música de fondo donde aferrarse,

solo la orilla y costaba tanto llegar.

—Sí, me ha pasado antes —asumió con calma—, recuerdo

454
que era un chavito, estábamos grabando y comencé a sentir

algo por Polo, pero lo dejé pasar y después mi papá retomó

las sesiones y me convencí que quizás era que lo veía como

un hermano mayor, eso es para mí ahora, pero no se parece

a lo que siento por Joaquín. Es que me cuesta respirar si no

estoy con él, cuando comienza con esas cosas que no quiere

estar conmigo me asusta perderlo, no poder hablar con él

de las estupideces que hablamos. La cagué con decirle, si

me hubiera quedado callado, no importaría nada —

gimió—. Se lo iba a decir en Huatulco, que estaba

confundido, que quería saber qué pedo, pero aparecieron

las fotos y después vino María y dejó de confiar en mí,

pensé... —respiró más pausado—, pensé que si se lo decía

podríamos estar bien, intentar algo, pero la cagué. Es muy

tarde, es tarde.

Diego le sonrió.

—Hermano, no es tarde —susurró llamando su atención—

. Conozco a Joaquín, si siente lo mismo que tú le va a costar

dejarte tener algo más allá de una amistad. Corres con la

mala suerte que es muy terco, pero va a ceder, porque ni

455
un puto ciego no vería lo que se traen.

—¿Neta creíste que nadie se había dado cuenta? —le

cuestionó Emmanuel—. Hasta tu papá entiende el pedo,

por eso los deja solos cuando tienen que ir a entrevistas o

¿en el último tiempo te ha dicho que promociones la serie

o el teatro sin meter el ship entremedio? Él lo sabe y casi

puedo apostar que sabe tu mamá.

—Si estás enamorado o lo quieres, arriésgate un chingo,

todo esto es cabrón, pero si no funciona, no importa

porque estamos acá contigo —dijo Diego con una mano

en su hombro—. Hermanos siempre, no importa qué o

qué.

Emilio le sonrió para abrazarlo apretado. El agujero en su

pecho seguía ardiendo, pero en menor intensidad. Sus ojos

eran dos esferas que escocían en sus cuencas, mientras que

su cara se sentía hinchada y caliente. Hacía mucho que no

lloraba por alguien.

—No mames, estoy llorando por un vato, güey —rio casi

histérico—. ¡Estoy llorando por un pinche vato!

Diego y Emmanuel se asombraron un segundo, dejando

456
escapar sus sonoras risas en el cuarto. Nadie dijo nada el

resto de la noche. Emilio agradeció que después de aquella

confirmación más que confesión, ninguno de los dos lo

mirara de manera extraña o como un bicho raro. Diego le

seguía sonriendo mientras compartían comida del pedido

de la noche, Emmanuel siguió con sus bromas y sus risas

ruidosas y alborotadas. Por un momento pensó que todos

podían ser así, sus hermanos, sus padres, el resto. Tragó con

dificultad porque si bien sabía que quería a Joaquín, no

podía obligarlo a nada y menos a quererlo de vuelta. Podría

ser por un tiempo, quererlo para después dejar todo en el

pasado, pero no olvidaría jamás que un hombre le había

hecho sentir tanto como lo había hecho él.

—Pues, el lunes es un día nuevo —dijo metiéndose entre

las sábanas seguido de sus amigos—. Gracias por entender.

—Ay, no inventes, Emilio, ¿cómo no íbamos a entender?

—sonrió Diego—. Sigues siendo mi hermano, nada más

que si quieres que nos acurruquemos pido ser la cuchara

grande, no mames, un abrazo de esos brazotes y me matas.

Volvió a reír, pareciendo natural.

457
Durmió, pero no descansó. En sus sueños nadaban

marrones, avellanos y unos hoyuelos.

Joaquín estaba sentado en el borde de la cama luego de

regresar de la cena con su madre y su hermana. Estaba

mirando ese punto fijo frente a él, intentando revivir cada

momento. Colocó su mano derecha en su cuello, de la

misma manera que Emilio lo había hecho rato atrás

pensando en cómo se había posado con un suave roce. El

pulso de su cuello se enloqueció con recordarlo tanto o

más que cuando había pasado, pero no era lo mismo,

cualquier espacio que su compañero hubiera ocupado

antes, no era igual a su toque.

Con la yema de los dedos acarició sus labios. Con suavidad

primero el inferior y después el superior, en el mismo

recorrido que Emilio hacía cuando lo besaba. Quiso pensar

que muchas otras personas lo besarían como él, incluso

cuando era un topón de labios en medio de una obra o

frente a las cámaras antes de un 'corte y queda'.

Llevaba tanto que no lo besaban que esos roces eran

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suficiente para que el cosquilleo de su panza se sintiera

enloquecer, que sus manos sudaran, que los vellos de sus

brazos le dejaran la piel de gallina.

Los libretos estaban repartidos por el suelo y sabía que

tenía que tomarlos para estudiarlos, pero no tenía el

ánimo. El lunes tenían llamado en locación y un par de

escenas en foro, podía retrasar un poco el estudio para

dejarse llevar por sus pensamientos que lo hacían repasar

las palabras de Emilio en su cabeza. Mal recordaba la fiesta

de su cumpleaños y la banca, cómo Emilio le había tomado

la mano entrelazando sus dedos cuando él la había

acercado insinuándose con inocencia, el coqueteo y sus

frentes pegadas antes que el aliento de los dos se mezclara

con sus palabras. Sí, recordaba que no había más dudas,

que, dentro de lo pedo, le había dicho que lo quería para

todos los ratos y la punta de su nariz afilada definiéndole

el rostro para dejarlo con las ganas de besarlo.

Tocaron la puerta. No necesitaba preguntar para saber

quién era.

—¿Puedo pasar? —se escuchó del otro lado—. ¿Quieres

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hablar?

Renata mantenía la mitad de su cuerpo afuera esperando

respuesta. Joaquín le hizo un ademán para invitarla a

sentarse a su lado. Juntos miraron el punto frente a ellos

unos minutos más. La ansiedad se estaba comiendo a

Renata. Diego le había mandado un mensaje diciéndole lo

de Emilio y que no se sentía bien en un intento de que ella

averiguara por el otro lado de la línea de guerra.

Joaquín volvió a llevar sus dedos a sus labios, extrañando

el contacto de los dos besos que le habían dado ese día. A

diferencia de Emilio se sentía liviano, como si todo su peso

se resumiera a la nada, haciendo que flotara sin destino

aparente. No era placentero para él, que siempre parecía

tener un plan o sobreanalizar las cosas.

—¿Qué miramos? —preguntó la chica frunciendo sus

labios con dramatismo.

—Pensaba.

—Llevamos un buen mirando la pared, hermano, no

manches, es algo más que pensar.

—Decido, entonces —alegó violento—. ¿Ahora sí?

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—Va, no me regañes, venía a ver si te sentías bien —

respondió la chica con la cara hacia el frente, pero la vista

puesta en su hermano, que tenía la mirada baja—. No

dijiste nada en la cena.

—¿Crees que sí es cierto lo que te he contado de Emilio?

¿Qué sí puede sentir algo por mí?

Renata rodó los ojos. El tema la tenía agotada casi

psicológicamente y sin mentir, a mí también.

—Pues, creo que sí.

—Es que por días es silencioso, no dice nada y de repente

aparece con estas demostraciones de afecto en medio de

una obra de teatro que, además, son poco profesionales,

entonces llega, me lanza una bomba, espera que la reciba y

para colmo que entienda qué quiere decirme —suspiró

agotado de su propia plática—. No soy tan bueno en esto,

no entiendo por medio de canciones, o sea, sí entiendo,

porque soy artista, pero no puede dedicarme ¿cuántas?

¿dos?, y luego no decir ni un carajo o pensar que estoy muy

pedo como para que me diga que le gusto y nada más en

medio de una fiesta, ¿neta? ¿qué quiere? ¿qué busca? —

461
Renata estaba dispuesta a contestar, pero siguió con su

monólogo—. Entiendo que sea complicado, está

confundido, no entiende bien su pedo, pero ¿tiene que

meterme a mí en esto? Digo, sí, bien, está confundido

conmigo, pero ¿puede no decirme estas cosas para poder

tener un poco de calma? Tengo que ser profesional, hay

mucho esfuerzo que hemos puesto mi mamá y yo, sin decir

que tú igual ayudas mucho y no sabríamos qué hacer sin la

abuela, pero no necesito esto en mi vida. Estoy bien, los

tengo a ustedes, no necesito que Emilio, además, esté

confundido o que se moleste porque no me gusta su

manera de hacer las cosas, de... coquetearme, está bien, no

voy a pedirle flores o chocolates porque tampoco es lo mío,

pero sí le estoy pidiendo que me deje elegir, no sé, que se

plante en frente y también me pregunte lo que quiero.

Renata iba a interrumpirlo, pero sus revelaciones y la

manera en la que funcionaba su cabeza estaban dándole

más información que preguntando. Algo que siempre

pasaba.

—Sí, va, está como quiere el pinche güey, sí, cualquiera le

462
diría que quiere algo con él; hombre, mujer hasta los

animales se dan cuenta que está bien bonito el vato —

suspiró recordando detalles—. Es un puto dios griego,

parece que su cara tuviera una piel que no existe,

prácticamente es irreal. Cuando habla ¡Dios, cuando

habla! —el grito descolocó a su hermana que estaba

divertida con todo eso—. Es como si tuviera unos 90 años,

encerrados en un cuerpo de chavo de 20, porque está

mamadísimo, pero tiene 16 años recién. Y cada vez que lo

veo, me acuerdo de cuando nos besamos y es recordar de

nuevo todo, Cozumel, Nueva York, todas las —pausó para

golpear un almohadón— ¡pinches veces! —golpe al

almohadón— ¡que he querido! —otro golpe— ¡besarlo,

pero! —aquí otra pausa con golpe— ¡no he podido! —

lanzó el almohadón al otro lado de la habitación—.

Chinga su madre, Renata. Chinga. Su. Madre.

Su hermana comenzó a reír sin poder parar. El berrinche

que había presenciado sin duda era una confirmación a lo

que ya sabía.

—Tengo una duda —comenzó la chica parando su risa—,

463
¿seguro que no te gusta ni un poco?

Joaquín rodó los ojos y se lanzó hacia atrás en la cama. Su

hermana imitó el gesto mirándolo de perfil.

—Si lo hubiera conocido en unos 5 años y él entendiera

su... —dudó en que palabra ocupar— confusión, supongo,

no tendría problemas. Pero, ya pasé por eso, no quiero que

me pase de nuevo y menos con él. Hay planes de por

medio, hay proyectos en los que quiero participar, se viene

la serie, el disco y esas cosas. No te voy a mentir diciendo

que es solo por eso, también me asusta que si las cosas no

resultan como queremos no podamos seguir siendo... lo

que somos, nunca había sentido lo que siento por él, la

manera en la que hablamos, cómo nos complementamos,

es como cuando tienes dos piezas y calzan justo. Como si

fuera una acción divina o algo así.

—Va, pero ¿y si tú fueras él? O, mejor dicho, ¿cómo te

sentiste cuando eras él?

Joaquín volteó su cara para mirar a su hermana. Tomó su

mano con fuerza sobre la cama para decirle todo con una

mirada. Él lo sabía.

464
—Te voy a decir algo, los únicos que cruzan el puente son

los valientes y esos son los que llegan a la orilla —dijo su

hermana levantándose para salir de la habitación.

—Estoy seguro que así no va el dicho.

—Pues, si te sabes el dicho, ¿por qué nada más lo aplicas?

26 de noviembre, 2029

Había tenido pocos problemas con Joaquín desde que lo

conocía. El más grande era que se hubiera ido y el segundo

es que cada vez que él lloraba, o hacía un puchero para

comenzar a hacerlo, también me daban ganas de llorar a

mí.

Acuné sus mejillas entre mis manos intentando limpiar sus

lágrimas con mis pulgares, lo que parecía imposible

porque lloraba más que una boca de incendios. Se veía

indefenso sacando todo lo que estaba dentro de él desde

tiempo atrás. Hice lo mejor que pude hacer mientras

lloraba, le besé las mejillas, la frente, su nariz, su mentón,

dejando solo sus labios libres de los míos. Repartía besos

465
para calmarlo, con un toque suave por todos lados. Me

alejé para mirarlo y asintió con la cabeza en el momento

que estuvo seguro que estaría bien.

—No pensé que mereciera que hicieras eso por mí —

susurró dando un paso atrás.

—¿Por qué no lo haría? —dudé antes de seguir—. Creo que

eres el amor de mi puta vida, Joaquín, no mames. Después

de eso he tratado de irte a ver siempre que puedo, incluso

esos años que estuviste desaparecido fui un par de veces

para ver si tu nombre estaba en esos carteles brillantes que

te gustaban cuando éramos chavos, te enviaba girasoles

para tus estrenos, estuve al pendiente.

No debí decir eso porque su cara se desfiguró. Sabía que

me lo diría.

—No deberías decir esas cosas.

—¿Por qué? ¿Por qué para ti soy un recuerdo y para mí eres

un fantasma? —musité con desgano—. Viví tiempo

callando algo que daba lo mismo, que sigo callando y

quiero que sepas que te sufrí, que después de que te fuiste

fue todo malo, que te necesitaba.

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—¿Como castigo? —preguntó terminando de limpiarse la

cara con la manga de su playera. Parecía un niñito.

—Para ver si te es más difícil irte ahora —sentencié

volviendo a apoyarme en la mesa de maquillaje—. ¿Por qué

te fuiste?

La pregunta que estaba en la punta de mi lengua apareció.

El santo grial de todas las cosas que quería preguntar estaba

ahí.

—Emilio, nos estamos dando de putazos entre nosotros y

no creo que sea bueno, deberíamos parar.

—Estábamos en las tumbonas, te arrojé a la alberca y la

Mary me dijo que llamaba Textos —comencé,

recordándole el mal día—. Fui dentro, prendí el televisor

y estábamos en todos los canales...

—Estaba en todos los canales, tu cara no se veía —me

corrigió como siempre—. Mi cara era la que estaba ahí, era

mi nombre el que repetían todos.

Le pegué un puñetazo a la mesa, cortándole la frase.

—Entraste a la casa y ¿qué te dije? —pregunté con enojo en

mi voz. Quería ver si recordaba tan bien como yo ese día.

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—Que no me preocupara, que íbamos a salir de esa, me

prometiste que no iba a estar solo —le hice un gesto para

que siguiera, quería oír esa parte de la historia—.

Estábamos en el despacho de tu mamá esperando que

llegara Textos para saber qué hacer, Jackie estaba en la

oficina tumbando cuentas y averiguando quién las había

posteado, en eso llamó tu mamá, Renata, mucha gente.

Nuestros teléfonos no paraban de sonar.

Cerré los ojos recordando. Casi podía sentir el olor de la

casa ese día, el sol, la desesperación. La frase esa de ahogarse

en un vaso de agua jamás fue tan bien descrita, pero éramos

unos mocosos, no teníamos idea de lo que hacíamos.

—Estábamos bien, íbamos a solucionarlo, no entiendo por

qué te fuiste.

Se colocó nervioso, cambiando su postura a la defensiva.

Iba a mentirme.

—No estábamos bien, Emilio. Veníamos dando tumbos

desde la gira de tu segundo disco. Teníamos días buenos y

otros malos, todavía me veías como un crío, tu familia no

estaba contenta con nosotros, éramos un secreto para la

468
mayoría de nuestros amigos y no sentí que pudiera seguir

viviendo así.

Quise decirle que sabía que mentía, que no podía haber

sido esa la razón.

—Va, quizás no estábamos tan bien, pero teníamos

aguante, Joaco, habíamos pasado por peores y no habíamos

flaqueado. Eran unas pinches fotos ¿y esa perra mamada

qué?, no era la primera vez que pasaba.

Joaquín negó con la cabeza. Me estaba ocultando algo.

—Va, ¿y luego qué? —me enfrentó con un tono de voz que

no sabía que tenía—. ¿Sabes lo difícil que fue para mí tener

que soportar que me llamaran cínico? ¿O que dijeran que

por Temo me había vuelto gay? Tú no viviste lo que viví, te

zafé de eso.

Me dieron ganas de pegarle un puñetazo a la pared después

de sus palabras. Si minutos antes estábamos tristes, en un

instante ambos estábamos con demasiada ira contenida.

—Va, gracias, no sabes el favor que me hiciste —insistí

irónico—. Ahora dime, ¿qué hiciste después de salir de la

casa?

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—Emilio...

—¡No! Estoy harto porque han pasado años y te fuiste sin

darme una buena razón. Te prometí cuidarte, ¿sabes? —

dije alterado—. De las pocas cosas que pude prometerte y

cumplir fue cuidarte y, porque aquí al señorito se le ocurrió

dárselas de fugado, no pude hacerlo.

Joaquín suspiró. Estábamos cansados, pero era una buena

estrategia cuando se trataba de intentar sacarle algo. Él iba

a ceder y yo no iba a parar porque nunca me había sentido

tan sediento de verdad.

—Tomé mi coche y fui donde Ale, de camino la había

llamado para contarle lo que planeaba hacer y ella, como

sabe de esas cosas de contratos y abogados, me dijo que no

rompía ninguna cláusula del contrato si lo hacía así,

legalmente dice que no puedes decirle a ningún medio, así

que decirle a nadie y a todos era casi un vacío legal, además,

después de medianoche no iba a tener un contrato con el

canal. Después de llegar llamé a mi mamá y a Gerardo, me

ayudaron a hacer el video y listo.

Joaquín se sentó vencido en el sofá. Masajeé mi frente, me

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dolía cada vez más.

—Necesito tomar aire, necesito salir.

Caminé a la puerta, quería meterme en mi coche y gritar

dentro como un loco.

—Anda, yo te espero.

Lo miré de arriba abajo.

—Ni de chiste, la última vez que te dejé solo en una parte

desapareciste.

Tomé su muñeca por instinto y lo jalé afuera del camerino.

Recuerdos llegaron a mi cabeza de nosotros corriendo por

los pasillos como niños que éramos, tratando de llegar a

llamado o cualquier salón que estuviera desocupado.

Afuera, el clima estaba más cálido que cuando llegamos,

pero lo guie a mi carro. Desde que había preguntado por

sus canciones tenía ganas de hacerlo. Abrí la puerta del

conductor para sacar de mi guantera la libreta de hojas

sueltas y sucias que siempre llevaba conmigo y donde me

dejaba el alma cuando lo recordaba, aquellas veces que me

permitía abrir la caja de recuerdos que conservaba de él

para inundarme otra vez de su esencia, de nuestro tiempo

471
juntos.

La estiré en lo que me sentaba con la puerta abierta.

—Estas son tus canciones, Joaco —susurré—. Ya que

preguntabas.

Miró con desconcierto las tapas rotas y las hojas que salían

de entremedio. Era un desorden y mi letra no era tan linda

como la de él, pero podría leerlas. Iba a abrirla, pero se

arrepintió.

—Después de que te fuiste con tu papá... —quería que

terminara la historia. Me urgía.

—Ahí nadie me buscaría pensando que nos llevábamos de

la verga, así que fue fácil.

—Los que sabíamos éramos pocos, no se me ocurrió buscar

por ahí —dije meneando la cabeza.

—¿Sí me buscaste, Emilio?

Mi corazón se detuvo. Quizás era mi momento de hablar.

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20.
Epifanía

Un momento de sorpresiva revelación

Febrero, 2021

La única solución que veía a que sus llagas dejaran de picar

era voltearse en esa cama cada 5 minutos. Estaba cansado

de parecer niño chiquito en lo que se movía de un lado a

otro buscando los lugares más frescos de las sábanas. Al

final de la noche anterior la fiebre había terminado,

dejándolo con el pelo grasoso, un sudor pegajoso en el

cuerpo y miles de otras cosas que quería dejar correr con el

agua de una buena ducha. Ni siquiera podría ocupar un

jabón para quitar un poco la molestia de sentirse sucio.

Estaba enojado, cansado y su pijama no olía como debía.

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Tomó una de las compresas limpias que su abuela había

dejado en una fuente con un poco de hielo para que se

frotara con cuidado. Se llevó dos hielos a la boca esperando

sentirse más fresco cuando el timbre de la casa sonó.

Sus ojos se abrieron de par en par y de un brinco volvió a

introducirse en las mantas de su cama, como niño

chiquito. Sabía quién era, después de los mensajes que

había recibido los últimos días estaba esperando retrasar lo

que más pudiera aquella visita.

Llevaba los últimos días batallando con varicela, gracias a

que su sobrino le había estornudado en la cara. Su médico

le había recomendado reposo, un par de pastillas al día

para mantener la fiebre a raya y mucha agua. Otra

condición era no ocupar ninguna pomada, aparte de la

recetada, o rascarse las pequeñas costras que tenía su

cuerpo, acompañando a sus pecas. Si obedecía esas

condiciones no debería haber problemas, había dicho el

médico. Cuando terminó la consulta miró a su madre

frustrado.

—¿No se supone que hay una vacuna para estas cosas? —le

474
preguntó desafiante.

—No eran obligatorias, además, Ren la tuvo y jamás te

contagiaste.

Rodó los ojos.

De vuelta en su habitación, con él escondido debajo de las

sábanas, las que también se había prometido cambiar

después de tomar una ducha, escuchó voces en la sala. Una

era amable en comparación a la otra que le contaba chistes,

que, de seguro, eran a expensas suyas. La voz varonil tenía

un tono cansado y preocupado, intentando llegar a él con

rapidez, aumentando de volumen a medida que se

acercaba por el pasillo.

—Joaquín —dijo Renata entrando la mitad de su cuerpo

por la puerta de la habitación—. Tienes visitas.

Joaquín apretó más los ojos debajo de las mantas. Lo había

visto en peores, pero nunca en tan mal estado como se veía

en ese momento.

—Es Emilio —anunció su hermana antes del sonido de

goznes de la puerta.

Escuchó sus pasos, esos que de seguro venían en unos tenis

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de caña alta blancas, incluso cuando le había dicho que no

eran tan buena combinación con los jeans que podía

distinguir entre el tejido de la tela que lo cubría.

El visitante sonrió a la nada. Estaba parado en medio de su

cuarto con las manos en la cintura esperando porque el

berrinche de Joaquín terminara. El chico de los ojos

avellanos pudo ver cómo las comisuras de su boca subían

mientras él bajaba un poco las sábanas para mirarlo.

—Hola, bonito —susurró con sus ojos rasgados por la

hermosa sonrisa que se agrandaba en su rostro y le

respingaba la nariz—. Tu abuela quiere preguntarte si

tienes fiebre y tu mamá pide que no te rasques.

La cabeza de Joaquín salió al completo de las mantas

mostrando cientos de puntitos rojos en ella. Hizo un

puchero que Emilio intentó besar, pero el menor se quitó

con un movimiento veloz.

—Huelo a muerto.

Emilio se inclinó para inhalar fuerte por la nariz contra su

cuello, causando que los ojos de Joaquín se abrieran

gigantes.

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—No hagas eso, neta, apesta aquí y apesto yo y no puedo

ocupar jabón porque estas chingadas se pueden infectar,

además, la pomada que me dieron huele a ceniza —su

puchero se agudizó.

—Cuando te enfermás sos un nene —dijo Emilio con

acento, colándose entre las mantas. Joaquín intentó tirarlo

de la cama, pero él se aferró a su cuerpo haciéndolo

entender que, de caer, caerían ambos.

—Estoy enojado.

—Lo noto.

—No, en serio estoy enojado —refunfuñó acomodándose

lo más lejos de Emilio que podía en esa cama mucho más

estrecha que la de su novio—. Ni siquiera sé a qué viniste.

Emilio lo miró ofendido. Su boca se abrió en lo que

colocaba una de sus manos en el pecho fingiendo

indignación. Era la duda de todos desde las camas elásticas,

en todo caso.

—Vine a verte, porque llevas unos días sin contestarme

algo más que no sea 'sí' o 'no' y cuando llamé a tu hermana

ella rio en mi oído como por media hora para decirme que

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se te había pegado la varicela —dijo con dulzura—.

Habíamos quedado que te iba a cuidar, así que aquí estoy,

y lo otro es que me estaba inventando cuentos en mi cabeza

después de los últimos conciertos de por qué no querrías

verme y llegué a pensar que había hecho algo mal la noche

que fuiste a mi casa...

—No pienses eso —soltó ganando rubor en las mejillas—.

No podrías haber hecho nada malo.

Emilio bajó la mirada a sus manos. Se acomodó en la cama

quedando sentado para que Joaquín se apoyara en él como

si fuera un respaldo. El menor resopló antes de terminar de

acomodarse.

—Sí estás bien salado —rio Emilio comenzando a acariciar

su pelo y masajear su cabeza—. Sí pican un chingo las

condenadas, ¿no?

Joaquín asintió. Estar así con Emilio era cotidiano. Lo

usual era que, como cualquier tarde encerrados, verían una

película en lo que esperaban que algunos postres salieran

del horno o que el pedido de la cena llegara, pero sentirse

tan vulnerable en sus brazos no le gustaba.

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—Cuando la tuve mi mamá me ponía calcetines en las

manos, así podía pasármelas por los brazos y las piernas.

Supongo que lo peor es cuando estás sanando porque

comienzan a caerse, sobre todo las del pelo, esas sí que eran

incómodas —siguió diciendo en lo que Joaquín recordaba

que le picaba todo el cuerpo—. Las cremas nunca me

ayudaron y cuando me salieron las de la cara, no mames,

me rascaba en chinga y por eso tengo tantas cicatrices

chiquitas...

—Sí, te las conozco, ahora cállate que no ayudas —lo frenó

el menor mirándose el brazo algo descubierto pensando

que era una manera sicológica de rascarse—. Al menos se

supone que ya voy de salida, porque no podría aguantar un

poco más de esta mierda, dizque me queda que se caigan

las costras, pero no hay riesgo de contagio.

—Sigues sintiéndote asqueroso —Joaquín asintió.

Emilio le besó la sien pegajosa, arrepintiéndose un poco.

—No trates de hacerme sentir mejor, estoy enojado —

exclamó otra vez el menor.

—En la salud y la enfermedad.

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—No mames, Emilio.

Se quedaron en silencio por un rato más. El único sonido

era el de sus respiraciones y de la tela de los pantalones de

franela de Joaquín intentando rascarse una pierna con la

otra. Emilio rodó los ojos palmeteando la silueta de las

piernas de Joaquín sobre las mantas.

—No hagas eso —le regañó Emilio ganándose una mirada

asesina. Joaquín era el que más se enojaba cuando estaba

sano, ni pensarlo enfermo.

El mayor estiró la manga larga de su playera para cubrir su

mano. Con suavidad comenzó a acariciar el brazo de

Joaquín de arriba abajo. Joaquín lo miró con atención

sintiendo un alivio inmediato. Era la presión justa con el

toque necesario para generarle un placer ante su molestia.

Emilio vio sus ojos más miel que avellano gracias a un

rayito de sol que entraba por la ventana. Sus miradas se

cruzaron, cohibidas. La mano de Emilio siguió su trayecto

hasta su hombro, y luego cubrió la otra mano de la misma

manera para comenzar a acariciar ambos brazos. De arriba

abajo.

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Los párpados de Joaquín cayeron ante el toque, era extraño

para él, porque era normal que Emilio lo tocaba como si

fuera delicado, los roces, los mimos, ese pequeño gesto que

tenía con él cuando entraban a un lugar de colocar su

mano en su espalda. Habían comenzado con una mano a

la altura de los omóplatos, para terminar más baja con el

tiempo, hasta que reclamó su cintura como terreno

conquistado.

Emilio se aventuró avanzando hacia la espalda de Joaquín

que se acomodó dejándose acariciar. Era tan placentero

sentir las manos del chico por todo su cuerpo sin necesidad

de palabras. Ahí, con Emilio sentado detrás de él

ocupándose de cada espacio, explorando otros lugares

como la curva de su cintura o su cuello.

—Recuéstate —susurró Emilio contra su oído.

Joaquín estaba demasiado fascinado con tantas cosas, pero

el calor que su cuerpo sentía no parecía ser fiebre.

Le hizo caso. Se recostó mirando cómo Emilio se deshacía

de sus zapatillas para poder entrar en la cama con él. Sus

roces eran normales, sus besos eran pasionales la mayoría

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de las veces, pero aquello estaba volviéndolo loco.

—Mi mamá está en la casa, no podemos hacer nada —

musitó.

Emilio largó una risa.

—Menso, no te voy a coger con tu abuelita o tu mamá en

la casa, no mames —dijo abrazándolo y atrayéndolo a su

cuerpo—. Si Renata nos escuchara, no nos salvamos de que

nos moleste durante toda la vida, jamás.

Con todo su cuerpo, con las piernas enroscadas en la suyas,

comenzó a moverse. De un momento a otro, Emilio

parecía tener millones de brazos que lo abrazaban y

acariciaban por todos lados, cubriendo cada centímetro

cuadrado de piel. Su cuerpo jamás sintió tanto alivio como

en ese momento.

—Sí se me hace súper intenso esto —soltó Joaquín

ocultando su cara de deleite en el cuello de su novio.

—Ya que ha estado súper escasa la cosa, lo único que puedo

hacer es un faje con varicela —rio el rizado alejándose para

mirarlo—. ¿Te sientes mejor?

—No sé dónde aprendiste a hacer esto, pero sí se siente

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bien.

—Lo vi en la tele una vez, no pensé necesitarlo nunca, a

decir verdad.

Joaquín soltó un suspiro sonoro, abriendo sus ojos de la

impresión por el ruido que había producido su propia

boca.

—Sí, definitivamente esto te está gustando —se burló el

mayor. Sus mejillas estaban rojas igual que las de Joaquín

y a pesar que sus cuerpos estaban muy juntos y entre ellos

estaba presente el calor de sus encuentros más íntimos, no

existía nada aparte. Eran solo ellos, abrazados debajo de las

mantas. Emilio tenía esa extraña sensación que se le había

presentado unas noches antes. Yo sabía que era, para eso

había unido sus hebras, pero parecía atragantado en

palabras.

El sol pegó en el rostro de Joaquín que parecía un cristal.

Al chocar ese haz de luz, sus ojos estaban dilatados, como

siempre que lo miraba por mucho tiempo. Leer a Joaquín

era braille en esos momentos, cada toque era entender más

su mirada. El cariño debajo de sus pestañas, detrás de sus

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párpados. Se veía dulce con su cara adornada de más pecas

y vulnerable al mostrarse así, con su frente sudorosa y las

mejillas sonrosadas por la fiebre de la noche y sus caricias.

Emilio abrió sus labios para decir algo.

Joaquín lo miró con toda la atención del mundo.

—¿Qué? —susurró. Casi podía oír las palabras.

—Nada.

El movimiento cesó. La mirada de Emilio bajó a los labios

de Joaquín esperando que dijera algo más. No pasó.

Subió la vista a sus ojos de nuevo. Se sentía mudo y

atascado. Pensó que antes lo había dicho, pero algo debía

significar que ahora le costara tanto encontrar las palabras,

aunque fuera una frase que nos aprendemos de chiquitos.

Lo venía sintiendo de antes, desde la noche donde había

aparecido en la puerta de su casa con la cara acongojada y

gesto triste. Cuando estaba de frente a él tomando su cara

entre sus manos dándole besos delicados por toda la piel.

Venía desde antes, pero no lo sabía porque no lo había

sentido de esa manera.

La boca seca, las manos sudorosas, la lengua trabada en

484
letras que no podía unir. Sentía el corazón apretado, la

parte de atrás de la cabeza enjaulada, como si hubiera

olvidado su nombre, como si su espíritu hubiera dejado su

cuerpo. De un momento a otro, no mandaba en nada, sus

extremidades estaban flojas en torno al cuerpo de su novio.

No entendía por qué, pero lo suponía en lo que las piezas

del puzzle terminaban de encajar.

En un segundo entendió todo, dejándolo más atónito, más

perdido, pero a la vez, más despierto y más encontrado en

su cabeza que nadaba en la nada. Fue descubrir todo de

golpe, ponerle nombre al instante mientras se iba entre los

dedos.

Miró la cara del chico que tenía enfrente, maravillado de

sentirse así por una criatura como esa, de sentir el calor

entre su pecho y su espalda y entre sus brazos, que lo

sostendrían con la vida si era necesario. Emilio Osorio

Marcos se sintió suertudo, incluso cuando su vida

completa podía parecer de suerte y facilidades aparentes.

—Te amo —dijo como una brisa que le pegó en la cara a

Joaquín. Fue súbito, fue repentino, fue errático, fue un

485
instante de claridad, de certeza.

Hubo un silencio, demasiado largo para ser bueno.

—No —respondió el menor. Parecía un pequeño viaje en

el tiempo a cuando le había confesado sus sentimientos

antes, esos que parecían débiles comparados a cómo se

sentía ahora. El rizado se volvió de piedra. Todo su cuerpo

petrificado.

—Está bien que no me ames de vuelta, pero ¿se te está

haciendo costumbre siempre decirme que no cuando te

digo algo así? —comenzó Emilio saliendo de la cama

temblando—, sí es algo que he estado pensando un

tiempo, sabes, estar lejos de ti por tanto me hizo darme

cuenta de cosas y, pues, que llegues y me digas que no a la

cara sí está cañón.

Tomó una gran bocanada de aire. Su pecho se sentía

oprimido.

Joaquín abrió sus ojos de par en par. Las palabras le habían

pegado como un tifón porque no las esperaba, menos en

un momento así, tan normal, tan distinto.

¡Dios!, solo estaban frotándose uno contra otro de una

486
manera para nada romántica para aliviar el picor de unas

costras de varicela. Era la situación más ridícula que podía

existir, pero que puedo decir, me encanta la ridiculez.

La mudez de Joaquín estaba desquiciando a Emilio. El

pecho del menor subía y bajaba buscando aire cuando el

calor predominaba por todos lados. Estaba jadeante,

sediento, pero más que nada, anonadado por la revelación.

En sus labios se dibujó una sonrisa mirando a Emilio

parado con la vista pegada en la ventana de su cuarto.

Rehuía su mirada, mantenía el aire contenido, se veían sus

manos temblando a sus costados y, de vez en cuando, se

despeinaba los rizos con los dedos.

Joaquín lo había visto antes nervioso en alguna

presentación, en alguna entrevista, pero, a pesar que era él

quien estaba en la peor de las fachas inimaginables,

enfermo, enojado y con cosas de niño berrinchudo, Emilio

era el más vulnerable de la habitación. Su sonrisa se

expandió. Él no tenía dudas, su corazón sabía que lo

amaba, pero no necesitaba decirlo en voz alta, porque ahí

había guardado la mayoría de las cosas que sentía por

487
Emilio a lo largo de los años, comenzando por admiración

y orgullo para solo avanzar hasta el sentimiento más

grande que podría sentir en su vida. Por eso había

entendido tan bien a Emilio semanas atrás, porque lo

sentía también.

—También siento lo mismo —susurró sentándose de

rodillas en la cama—. También te amo.

El mayor liberó todo el aire, sintiéndose más aliviado,

dejando caer su peso en el borde de la cama. La mayoría de

sus relaciones anteriores no habían llegado a tener ese

momento. Habían sido ligues, coqueteos, pero no sabía

cómo ser el primero en decirlo. Se le hizo algo importante,

algo grande, porque estaba seguro que lo sentía y orgulloso

de poderlo decir en voz alta.

—Te besaría, pero me siento demasiado asqueroso para

hacerlo —rio Joaquín con los ojos.

Emilio sonrió. No necesitaba besos, no necesitaba más

palabras. Se inclinó para juntar sus frentes y tomarle las

manos, sentirlo palpable, tangible. Descansar de lo que

fueron esos años para terminar de frente a un chico

488
diciéndole que lo amaba, que entendía el sentimiento.

Necesitaba más tardes así, con Joaquín recostado en

cualquier parte, diciéndole cuánto lo amaba y de las

maneras en las que planeaba hacerlo feliz.

—Es primera vez que lo digo de corazón, supongo —dijo

Joaquín levantándole la cara por el mentón.

—Para mí es la primera vez que no me lo dice mi mamá —

bromeó Emilio.

Ambos se miraron generando una distancia mínima entre

sus rostros.

—¿Desde cuándo? —preguntó con inocencia el menor.

—Creo que desde la noche que apareciste en mi casa o

desde antes, cuando estaba de gira, no lo sé. No es algo que

pienses que se te aparece la Virgen y te das cuenta, quizás

te amo de antes, quizás te he amado desde siempre, solo

que no quería decirlo sin estar seguro y ahora fue dejarlo

salir, no como antes, que me lo decía para convencerme a

mí mismo, sino que ahora es para que lo sepas, supongo.

Joaquín sonrió más amplio. Ya no se sentía mal, su ánimo

era distinto, las costras eran historia antigua. Para él no era

489
la primera vez que se lo decían, pero de todas las cosas que

le habían dicho en su vida, esa era la que sentía como la

más sincera.

—Ahora ya sé a qué viniste —musitó tomando el chino

que le caía por la frente—. Me alegra que lo hayas hecho.

—¿Lo dices por ahora o por las camas elásticas de hace unos

años?

Joaquín se carcajeó. Era algo que nunca dejaba pasar

Emilio.

—Las dos, ahora sé por qué viniste las dos veces.

—Oye —llamó su atención Emilio—. Te amo.

—Oye —respondió—, veinte de diez.

Emilio acercó sus labios a la frente del menor para dejar un

beso en la única parte que no tenía pequeñas costras.

—Lo sabías, ¿no? —preguntó entrelazando sus manos a la

del menor—. Siempre sabes todo.

Joaquín sonrió dejando la punta de su lengua entre sus

dientes.

—Es una de las primeras veces que me sorprendes, pero sí

me alegra que hayas sido tú el primero en decirlo, así

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después la gente no anda pensando que yo soy el de

corazón de pollo y tú el que me tiene bien enculado.

—Bien enculado me tienes que tener a mí para venir a oler

tus pestes.

—Pues, al menos mi excusa es que estoy enfermo, ¿cuál es

la tuya?

Emilio se mostró ofendido en lo que lanzaba a Joaquín

para que cayera de espaldas a la cama. Se subió a horcajadas

haciendo cosquillas en donde le era permitido y tratando

de no ser agresivo con las costras, pero un roce bastaba para

que Joaquín diera una carcajada fácil y ruidosa. Estaba

contento, viviendo el momento como le había enseñado

Emilio, como planeaba seguirlo queriendo, de a poco,

profundo, ignorante de todo lo que estaba por llegarles.

Después, hubieran pagado para detener ese instante o

volverlo eterno.

Cuando ambos se calmaron, Joaquín se incorporó un poco

para dejarle un beso suave en la comisura de su labio.

Emilio todavía sentiría el cosquilleo de ese beso años

después, cada vez que acariciaba su mejilla para revivir el

491
momento, aquel donde le habían dicho el más sincero de

los te amo que escucharía nunca.

26 de noviembre, 2029

Emilio se acomodó en el asiento del conductor del carro

dejando la puerta abierta. La libreta que me había dado y

tenía en mis manos pesaba tanto como el anillo que

colgaba en mi cuello. Quería abrirla, pero no era una

buena idea hacerlo ahí, frente a él porque no tenía idea cuál

sería mi reacción ante todo eso. Era demasiado, todo junto.

Mientras Emilio estaba haciendo tiempo en su cabeza para

decirme algo, lo sabía. La pregunta que había salido de

manera rápida de mis labios estaba siendo procesada en su

cerebro, quizás tratando de encontrar las palabras. Cómo

miraba sus manos o la manera en la que se despeinaba los

rizos era como lo había visto en sus momentos de más

nerviosismo.

—¿Sí me buscaste, Emilio? —repetí como un disco

rayado—. ¿Qué hiciste después de que me fui?

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Me coloqué en frente de su cara. Mis ojos trataron de

demostrar todo lo que tenía dentro, el fuego completo.

Sabía qué efecto tenían mis ojos ante los suyos cuando

estábamos en esa postura, cómo reaccionaría su cuerpo, la

manera en la que diría todo. Así le sacaba verdades.

—Después de que me pude calmar, porque me di cuenta

que no estabas y corrí detrás de tu coche, llamé a muchas

personas adonde pensé que pudieras haber ido, a Eduardo,

a Niko, incluso a Ale, pero supongo que todavía no

llegabas cuando la telefoneé y te llamé cientos de veces —

hizo una pausa, pero sus ojos se mantuvieron en los míos,

lo que me sorprendió—. Llamamos a algunos programas

de televisión para que dejaran de mostrarlas o simplemente

nos dijeran quiénes las habían mandado, o de dónde las

habían sacado. Eso fue más una idea de Textos que mía,

que quería salir a buscarte, pero mi mamá me convenció

que mejor te diera tu espacio, que necesitabas estar con los

tuyos para pasar ese trago. Al rato llegó mi papá y decidió

dejar todo hasta ahí, quedarnos callados, como la vez

pasada.

493
Él era de los míos. Era al único que necesitaba para pasar

cualquier trago amargo de esa tarde. Fui el primero que

bajó la mirada de vergüenza.

—Cuando mi desesperación creció, llamé de nuevo a

Renata y me dijo que necesitabas tiempo, así que me

tranquilicé, pensando que llamarías después, que cuando

las cosas se calmaran en tu casa querrías hablar, pero nadie

te vio, nunca volviste a tu casa porque la prensa jamás pudo

saber dónde te metiste hasta que supimos todos de ti

cuando apareciste a los años, ni Houdini desapareció mejor

que tú esa tarde. Al poco rato salió el video y supe que no

tendría que buscarte, porque, aunque quisiera, no iba a

poder encontrarte, pero cuando apareciste, sí traté de creer

que querías que te encontrara —terminó suspirando.

Su suspiro se me contagió. Renata nunca me dijo de esa

llamada, de seguro porque sabía que le diría que no iba a

hablar con Emilio nunca más y no quería hacerme flaquear

en mi decisión. El aire fresco de la tarde movió los cabellos

de mi acompañante, desordenándolos otra vez, pero esta

vez no iba a acomodarlos. Emilio no era mío, ya no había

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nada que pudiera hacer, menos después de cómo me

miraba contándome eso.

—Tú nunca le preguntaste nada a Ren —afirmé volviendo

la mirada a lo lejos. Extrañaba su cuerpo cerca del mío en

el estrecho sofá. La manera en la que había estado en su

pecho hace menos de una hora, su aliento cálido

pegándome en la frente cuando hablaba.

—Hicimos un pacto tiempo después que Diego intentó

que, supuestamente, la perdonara, aunque no tenía nada

que perdonarle, todo lo que hizo esa tarde y lo que siguió

haciendo era lo mismo que hubiera hecho yo para que

nadie llegara a preguntarte una imbecilidad —exclamó

con soltura—. Pero no coincidíamos nunca, así que no

tenía que fingir que no quería preguntar por ti. Fue

complicado perder a tu familia también, a veces extrañaba

a Eli y sus consejos, las bromas de Renata o las historias de

tu abuela, pero claro, tienes que saber eso mejor que yo,

también debiste extrañarlas su resto.

Asentí, lo fue. Jugó con sus pulseras, se notaba nervioso,

había una que llamó mi atención, la de perlas blancas que

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ocupé tanto tiempo y pensaba rota. Seguía conservándome

cerca siempre, al igual que lo hacía yo.

—Después estuve mal, no quería salir de la casa, la prensa

cuando no pudo tenerte a ti nos buscó a nosotros, a todo

el elenco, tuvimos que promocionar la serie en medio de

la polémica, hacerlo igual sin ti, tratando en lo posible que

no me viera de la chingada, así que iba crudo a muchas

partes, mi papá cuidó todas las entrevistas para que nadie

preguntara de ti, para que solo fueras un nombre en la

intro y listo, aunque creo que igual estaba un poco

contento con eso —hizo una pausa para lanzar una risita—

. No mames, nadie se perdería la novela donde uno de sus

protagonistas estaba en el ojo de la crítica. Le dio toda la

pinche publicidad que quería sin pagar ni un peso.

Lo miré, estaba tan concentrado en lo que me contaba que

sus ojos no estaban en el presente. Había viajado años

antes, recordando todo, cada dolor a carne viva.

Yo había provocado ese dolor. Pasarían años antes de que

él terminara de perdonarme y que pudiera perdonarme a

mí mismo.

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—Mientras que nadie sabía de mí —musité.

—Fueron dos semanas donde no hice más que moverme

en cámara lenta, yendo donde me decían, haciendo lo que

me pedían y así, sin darme cuenta, había pasado un año sin

hacer nada más que sentarme a ver pinches películas de

musicales en la tele.

Bajé mi cabeza mirando mis zapatos, quería salir de ese

estacionamiento a lo que diera lugar, pero el tiempo estaba

como Emilio lo narraba, en cámara lenta.

—Mi papá me presionó para volver a actuar ya que lo de la

música se había ido a la chingada, pero le dije que no

mucho tiempo, hasta que supimos de ti una tarde.

Estábamos con Diego en mi cuarto, me sentía un poco

mejor y le llegó una notificación. Sabía que era algo

referente a ti porque me miró como si yo fuera un enfermo

terminal —susurró con pesar—. Mi teléfono me avisó que

habías publicado después de mucho tiempo, como si no

supiera cuánto llevabas sin decir nada.

—Diego sabía que iba a volver a abrir mis redes ese día.

Supuse que sabía que Emilio no querría estar solo. ¿Tan

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mal estaría que nuestro amigo pensó que podía necesitar

estar esa tarde con él? ¿Cuál era el grado de daño que

teníamos en nuestros corazones por lo que nos habíamos

hecho? ¿Cuánto más por lo que nos estábamos haciendo?

Me sentía sanado de Emilio. No superado, no olvidado,

pero en ese momento me había infectado de nuevo y

necesitaría meses para volver a sanar, quizás más.

—Hice algunas novelas con él hasta que no aguanté más y

mejor me fui —continuó ante mi mudez—. Lo pensé

mucho, lo hablé con muchas personas, aquí no estaba

haciendo nada, salía con quien mi papá me decía para

promocionar cosas, inventaba que estaba en lugares a los

que nunca fui para aprender más de música, me pidió

volver a ser mi manager, pero le dije que no muchas veces.

Estaba cansado de parecer su marioneta en todos lados, así

que me terminé yendo de aquí con Matías.

El nombre de Matías y el recuerdo de Juan me dieron un

escalofrío en la espalda, por las memorias de las tardes de

ensayo, de los discursos antes de las presentaciones.

—Tuvimos el mismo destino sin quererlo, ambos nos

498
fuimos, tenemos nuestros proyectos —intenté que mi tono

de voz no fuera afectado por las cosas que estaba

escuchando. Él había estado en el fango mientras yo

nadaba en agua clara. Mi desgracia fue después de hacer el

video, un par de días para poder llegar a Chicago y listo. Él

se quedó a responder preguntas, a evadir a los periodistas

hasta que se cansaron, casi a dar la cara por los dos.

—No, tú estás bien —dijo con una sonrisa—. Aron te ama,

se le nota en la cara, ni siquiera te está mirando a ti en la

foto que me mostraste, y sus ojos brillan. Lo sé porque ese

brillo lo tuvimos nosotros cuando estábamos juntos.

Tienes un trabajo que amas, eres buenísimo en lo que

haces, cuando te paras en un escenario todos te miran

como la maravilla que eres. Yo soy un desastre, pero

porque lo quise, porque me dejé ser un desastre y es que

me pegaste durísimo, cabrón.

Avancé hacia él. Tomé con mis manos sus mejillas

intentando que sus ojos me miraran, ese brillo estaba ahí

todavía. Mi Emilio estaba detrás de esas lindas pestañas y

sus ojos cafés oscuros. Me incliné para besarlo suave y corto

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cerca de la comisura de sus labios.

No me importó. Era, esperaba, uno de los vacíos legales

que había en nuestro acuerdo. Se incorporó por más, sus

ojos suplicantes, sabiendo que lo que hacía estaba mal,

recobraron la cordura en un segundo. Nos sonreímos

como estúpidos. Era nuestra despedida.

Sentí unos pasos que hicieron que recuperara mi postura,

era uno de los tramoyistas buscándonos entre los coches.

—¡Chicos, tienen que volver en veinte! —gritó cuando me

vio entre los carros—. Tienen que ir a grabar lo último y

luego las promos.

Asentimos ante el hombre en lo que se perdía volviendo al

teatro.

Emilio me atrajo a su cuerpo con sus manos en mi cintura,

sin importarle que nos vieran en un abrazo que me rellenó

todas las grietas, como el oro en los platos rotos japoneses,

brillante, desigual, rellenando los agujeros donde entraba

el dolor. Su cabeza pegada a mi pecho, mi cara entre sus

rizos. Nuestros cuerpos seguían calzando justo en el otro.

—¿Ahora no me mentirás si te pregunto por qué te fuiste?

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Apreté los ojos ante su pregunta. Siempre supo que mentía,

al igual que siempre supe que la parte de su historia era

cierta. De un momento al otro estaba roto de nuevo, sus

brazos no me aprisionaban, ni me daban esa presión

suficiente para calmar cualquier dolor que me quedara.

Estaba ahí, sentado en el carro jugando con sus anillos

esperando que los últimos veinte minutos que nos

quedaban le calmaran todas las dudas, le quitaran todos los

miedos y le sanaran el alma. Sus ojos tenían unas ojeras que

no había notado antes y me pregunté si la noche anterior

le había costado tanto dormir como a mí pensando cómo

nos trataríamos, en todo lo que nos diríamos, en cómo

sería darnos cuenta que nos habíamos olvidado, en que la

página estaba dada vuelta y que en nuestro destino ya no

estaba escrito el nombre del otro.

Me miré en el reflejo de una de las ventanas del carro,

estudiando mi rostro igual que en la mañana, en el taxi. El

reproche de mi mirada seguía ahí, juzgándome.

De un suspiro todo valió madres, estaba tan cansado que

comencé a hablar.

501
21.
Caía todo el universo

20 de mayo, 2019

Emilio se bajó de la camioneta delante de la puerta de su

casa arrastrando los pies al interior. Estaba cansado, sentía

que la mañana no podía haber ido peor mientras en sus

oídos se sentían los aplausos y ovaciones para el candidato

ficticio de la novela.

U-baaaal-do, clac, clac, clac.

Había tenido que repetir la escena y disimular que Joaquín

no le hablaba o miraba a menos que fuera algo de la

grabación o cosas que le pedían para los fans que estaban

ahí. Era un desorden el llamado a locación que lo dejó con

menos ganas que las que se había levantado en la mañana

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de ese día lunes. Quedaba toda la semana por delante,

tenían llamado a foro el día siguiente y debía seguir

intentando parecer atento a todo cuando su cabeza viajaba

por cualquier rincón en vez de estar concentrado en su

trabajo.

No había nadie en su casa cuando abrió la puerta, a

excepción de Mary, así que se dirigió a su cuarto en la

planta alta después de anunciar su llegada y escuchar a la

mujer decir que le serviría de comer, negándose a probar

bocado.

Cuando iba de camino pensó grabar una historia para sus

redes sociales después de ver que todos estaban pidiendo

que le dieran un descanso. No creía ser tan notorio,

sintiéndose un despojo humano, así que tomó aire por la

boca y comenzó a hablar frente a su cámara frontal con una

sonrisa en la cara. Agradeció la preocupación hasta que los

segundos se acabaron para volver a poner la cara triste. Se

lanzó a la cama, sin importarle tener los tenis puestos ni

muchas cosas que hacer para el otro día.

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Joaquín le pidió permiso a su madre para no ir a casa

después de las escenas de foro que tenía que grabar más

entrada la tarde. Sabía que su madre no le haría problema,

en cambio, lo miraría con gesto tierno y lo dejaría ir con

Emilio. No se sentía culpable, pero sí mal porque su

compañero estuviera así. Sabía bien que quizás ni siquiera

era por lo de la obra de teatro anterior, pero quería

escucharlo de su boca.

Cuando la camioneta aparcó afuera de la casa de Emilio,

dudó. Pensó que quizás era una locura. Todavía era buena

hora para devolverse a su casa y prestar atención a lo que

importaba en ese momento, como los libretos para el día

siguiente, pero agradeció al chofer y tocó el timbre

esperando que nadie le abriera para largarse de ahí.

Mary abrió la puerta con la sonrisa que le daba al verlo

después de tanto tiempo. Le apretó las mejillas con gesto

tierno.

—Ay, mi niño, Mailito ha estado bien triste, ¿sabe usted?,

incluso le hice su almuerzo favorito, pero cuando le avisé

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me dijo que no quería nada y ahora fui a buscarlo, pero

parece que ha estado durmiendo a pierna suelta desde que

llegó —dijo saludando.

—¿Puedo subir a ver si se despertó? —preguntó

impaciente—. Si no, nada más me voy, Mary.

La mujer le sonrió más grande.

—Ay, Joaquito, suba y dígale que se despierte, que su

mamá dice que no ha dormido nada por las noches desde

la semana pasada, quizás qué cosas anda pensando que no

lo dejan dormir.

Joaquín fingió una sonrisa subiendo las escaleras con

dirección al cuarto de su amigo. Golpeó la puerta

entreabierta antes de entrar. Sin respuesta dio un paso

adelante encontrándose a Emilio bocabajo, recostado en

medio de la cama abrazado a almohadones. Los cuyos

comenzaron a chillar en cuanto lo vieron demandando

atención.

Emilio se removió en la cama ante el sonido ahogado de

los animalitos intentando no perder el sueño para seguir

en él. La sombra que se inclinaba sobre la jaula llamó su

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atención. El chico intentaba con un dedo acariciar a los

cuyos entre los barrotes.

—Normalmente se callan si les das un poquito de comida

—susurró Emilio adormilado, asustando a Joaquín, que se

volteó de un salto.

—No quería que te despertaran, lo siento.

—Da igual, sigo cansado, así que puedo dormir otro rato

—respondió dándose vuelta para seguir durmiendo. Sus

ojos se abrieron de par en par cuando se dio cuenta que

Joaquín no era una alucinación de sus sueños, como lo

había sido todo el fin de semana, sino que de verdad estaba

ahí. Se volteó encontrándose con la mirada de Joaquín

desde la altura.

—Vine a ver cómo te sentías, con lo que dijiste que estabas

un poco enfermo y eso.

Emilio lo observó con atención. Llevaba esa jardinera de

estampado militar y una chamarra de jeans casi dos tallas

más grande, su pelo seguía lacio, pero lo que llamó su

atención fueron sus mejillas rosadas. Era un niño pillado

en medio de una travesura.

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—Me siento mejor, estaba cansado.

El menor también lo observó. El chico estaba recostado,

ocultando la mitad de su rostro en la almohada, pero

haciendo que se viera el doble de tierno. Con cautela, se

acercó a la cama, sentándose en la orilla.

—Quiero hablar de cómo estuvieron las cosas hoy, no

quiero que tengamos que estar así.

Emilio asintió, estaba cansado y pensó que ese día no podía

ir más mal, así que sería bueno darle el corte al asunto.

Pero antes...

—Me siento muy cansado, ¿me dejas dormir un rato más y

luego ya hablamos? —pidió. Joaquín asintió caminando

hacia la puerta—. ¿Puedo pedirte que te quedes? —el chico

lo miró con extrañeza—. Digo, puedes recostarte conmigo

un rato, ¿por favor?

La boca de Joaquín se abrió para decir algo, pero no

salieron palabras. Su hebra vibraba en mi tejido pidiendo

otro trenzado.

Le obedeció. Se recostó quedando frente a frente, dejando

una distancia correcta entre ellos, ni muy lejos o muy cerca,

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ocultando también la mitad de su cara entre las almohadas.

Los ojos de Emilio no se le despegaron del rostro hasta que

le comenzaron a bajar los párpados entre pestañeos

rápidos. Había resistido lo más que pudo porque no sabía

cuándo podría tener la cara de Joaquín tan cerca de nuevo

y poder deleitarse con aquellos rasgos.

El menor no entendía qué hacía en esa cama, qué tenía

Emilio sobre él que había aceptado a quedarse ahí, a verlo

dormir. Habían compartido cama antes, pero casi siempre

con más personas en esa habitación, quitándole lo íntimo

que se veía en ese momento. Pasó tiempo intentando saber

qué hacer hasta que la respiración de Emilio se hizo suave

y aminorada.

Un brazo del dormido viajó de debajo de la almohada hasta

la cintura de Joaquín. La mano se posó ligera, pero

generando la explosión de una supernova contra su piel.

Todo Emilio era maravilloso durmiendo. Su gesto se

dulcificaba mucho más, sus cejas se suavizaban igual que

sus rasgos haciéndolo ver más chiquito. Joaquín se

acomodó acercándose como fuera de su propio control.

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Emilio se veía dormido, pero incluso con eso le tomó más

fuerte la cintura ciñendo su figura contra la de él. La

respiración del chico despierto se aceleró y mantuvo su

torso distante, aunque Emilio casi le enrollaba las piernas

contra las suyas. Lo miró en detalle. A todo lo anterior se

le sumaba un rizo que caía en su frente, definido gracias al

labor de peluquería de la mañana. Estaba ahí, tapando su

campo visual de la cara que no se cansaba de observar.

Tomó el mechón entre sus dedos con cuidado, sin jalarlo

o moverlo brusco, para colocarlo hacia atrás, haciéndole

compañía a los demás rizos castaños.

—Ay, Emilio —exclamó a la nada en un murmullo—.

¿Solo duermes o te estás aprovechando?

Los ojos del rizado se abrieron con delicadeza. Estaban fijos

en su cara sorprendida de haber preguntado eso al viento y

que le pudiera ser respondido. Emilio se incorporó lo

suficiente para besarle el borde de la ceja, donde

comenzaba el camino de pecas que conocía de memoria.

Esperó a ver su reacción, cuando no lo detuvo su

acompañante, siguió por el sendero, esperando poder

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llegar a puerto.

Sus besos eran roces suaves, casi sin sonido a lo largo de su

piel, depositando uno en cada peca. Parecía que sus lunares

hubieran sido pintadas con el propósito de guiar a los

labios peregrinos que quisieran besarlo. Un camino en el

desierto para llegar a un oasis de agua dulce. Recorrió su

sien, esperando el rechazo, pero no llegó. Con lentitud se

distanció para observar la cara del chico que lo miraba

dándole toda su atención en medio del silencio de la

habitación decorada con la poca luz roja de afuera que

dejaba el arrebol del cielo.

Joaquín debió saber que aquello iba a pasar cuando se

recostó en esa cama, que era poco común tener ese tipo de

confianzas, pero lo esperaba. Lo quería, por eso no lo había

detenido en cuanto comenzó con el primer beso, sintiendo

la sensación en todos los lugares de su cuerpo. Era como

una brisa, pero no el escalofrío que se te produce, sino que

lo que pasa antes.

Emilio siguió su camino, llegando a las de su mejilla.

Presionó sus labios dos veces, sabiendo que el siguiente

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sería en la boca, pero se detuvo a pensar para depositar uno

suave en la comisura del labio. Justo en el lado derecho,

entre la peca oscura y el borde, el lugar favorito para ser

besado. Joaquín jadeó cerca de su boca, necesitando que

parara con la antelación y se lanzara a su boca que lo pedía

con demasiadas ganas.

Se distanció, pero lo suficiente para acomodar sus labios

frente a los otros. Estaba nervioso, ansioso y, con lo poco

que podía distinguir de la cara de Joaquín, por la cercanía,

sabía que tenía que sentirse igual.

Las manos de Joaquín estaban quietas, el calor que salía del

cuerpo de Emilio se le calaba entre las ropas esperando el

ansiado beso, que ahí, en aquella habitación donde nadie

iría, no podría rechazar o, mejor dicho, no quería rechazar.

Los ojos cafés oscuros chocaron con los avellanos.

—Ese beso, si lo quieres, depende de ti —musitó Emilio

sobre los labios de Joaquín. Era una distancia ridícula

pensando que estaban casi rozándose.

Joaquín no lo pensó y colocó sus manos en las mejillas de

Emilio que cerró sus ojos ante el contacto tan suave. Una

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de ellas viajó hasta la nuca y lo guio a los labios que venían

ansiándolo desde mucho.

Fue lento, en lo que Joaquín desactivaba esa parte de su

cerebro que le decía que todo podía salir mal de ahí. El

movimiento de sus labios sobre los de Emilio se sentía

bien, mucho mejor que meses antes porque ahora eran

ellos sin camuflarse detrás de un personaje, pero más se

sintió cuando la lengua del rizado entró en su boca,

buscando la de él, repasando sus labios, memorizándolo

como no lo había hecho antes. Emilio lo ciñó más a su

cuerpo, necesitando el calor de su pecho para aliviar el

vacío que todavía sentía en medio del suyo, sintiéndolo

llenar cada espacio de la herida abierta. Cambió de

posición dándose tiempo de sonreír antes de volver a tomar

el labio inferior del menor entre los suyos para liberarlo de

a poco. El ritmo estaba bajando de intensidad, el golpe de

adrenalina se estaba acabando, las pulsaciones de Emilio

disminuían en comparación al corazón de Joaquín que

parecía salírsele del pecho.

Se habían besado antes, pero la sensación en toda su piel,

512
los vellos de sus brazos erizados, el frío en su espina, el

escalofrío naciente no lo habían sentido nunca con nadie.

Emilio se separó mirando la cara de Joaquín con

detenimiento, intentando en lo posible recordar cada

detalle, como que sus ojos y labios estaban entreabiertos o

el brillo que tenía en sus mejillas sonrosadas. Juntó sus

frentes, dejándose llevar por la caricia de la mano de

Joaquín en los rizos de su nuca. Adoró la sonrisa que se

dibujó en la cara que tenía en frente.

—Estás muy cansado, Emilio —susurró jadeante—.

Deberías dormir un rato más.

El chico escondió la cara en su cuello, respirando el aroma

de la piel, dulce, fuerte, embriagante. Quería tener la

energía necesaria para seguir besándolo toda la tarde, toda

la vida.

—¿Te quedas?

Si hubiera sido una película romántica o una novela barata,

Joaquín hubiera respondido que se quedaría toda la vida

mientras Emilio se acomodaba en su pecho. Él se quedó

mudo, pero no frenó las caricias que le daba.

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—Estaré aquí cuando despiertes —respondió después de

un rato.

Sin esperar demasiado Emilio comenzó a sentir los

párpados pesados otra vez. Poco a poco entraba en esa

realidad que altera todo.

—No lo pienses mucho —soltó sin más.

—¿Qué dices?

—Siempre lo piensas mucho, ahora no lo pienses, Joaco.

Aviéntate conmigo a lo pendejo en esto, ¿va?

La sonrisa de Joaquín se expandió el doble. Casi parecía

una promesa.

—Va, me aviento a lo pendejo entonces.

Emilio no lo escuchó. Estaba aferrado a su cuerpo,

abrazado a su cintura con la cabeza entre su cuello y la

almohada. Dormía, casi inconsciente, después de mucho

tiempo ceñido a aquello que habitaba en sus sueños. Con

el paso de los minutos e intentar no pensarlo demasiado,

Joaquín también cayó rendido.

Por el sueño y por Emilio.

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La mujer de tacones altos subió los escalones de su casa en

cuanto cruzó la puerta de entrada. Su exmarido le había

texteado que el menor de sus hijos no se había sentido bien

en las grabaciones lo que le generaba una especie de culpa

por no poder llegar temprano para ayudarlo en lo que

fuera. Niurka sabía que algo atormentaba a su hijo hace

semanas, sino meses. Podía verlo en el piso de la sala de

máquinas de ejercicio viendo la alfombra por horas, cómo

se movía lento cuando estaba desconcentrado pensando en

algo, la manera en la que suspiraba después de ver su

teléfono. Conocía a su hijo como la palma de su mano, era

su otra parte, era un clon o una extensión de su cuerpo. Su

hijo se estaba enamorando o quizás esa palabra era

demasiado grande aún, pero estaba segura que algún

sentimiento de ese estilo comenzaba a teñir el corazón de

su hijo. Lo había visto en esos pasos antes, la manera en la

que sonreía, como sus ojos comenzaban a brillar, pero en

esos últimos meses no se parecía al mismo patrón de las

ilusiones anteriores.

Sus ojos estaban casi grises por encima del color normal,

515
arrastraba los pies para ir a dormir y su energía parecía ser

absorbida. Ella era artista. Sabía los sacrificios por los que

su hijo estaba pasando para lograr hacer lo que amaba, pero

pensaba que el precio que estaba pagando podía ser más

grande que cualquier otro.

Terminó de subir el último tramo de escalones pensando

en encontrarlo levantando pesas o montado en el nuevo

aparato que había colocado en la puerta del gimnasio.

El segundo piso estaba silencioso, casi muerto. La puerta

del cuarto de su hijo estaba entreabierta, no lo suficiente

como para que pudiera ver dónde estaba el chico, por lo

que la empujó un poquito, intentando que los goznes no

sonaran.

En medio de la oscuridad distinguió que en la cama estaba

Emilio aferrado al cuerpo de Joaquín que dormía

profundo y plácido. Los pechos de ambos subían y bajaban

en sincronía. Niurka pudo notar que entre sueños Joaquín

lo apretaba más contra su cuerpo recibiendo una sonrisa

de Emilio en respuesta.

La mujer no se sorprendió. Se quedó ahí, casi medio

516
minuto intentando que no la viera nadie salir de espaldas

por la puerta. Cuando se vio afuera, se descalzó de sus

tacones para dejarlos a un lado y comenzar a saltar de dicha

como una niña. Estaba contenta, porque no veía sonreír a

su hijo de esa manera tan legítima desde hace mucho y si

esa era una sonrisa inconsciente en medio de un sueño, no

podía imaginarse la sonrisa cuando estuviera despierto. En

uno de sus saltos golpeó un cuadro de la muralla que

terminó roto con un ruido de vidrios contra el suelo. Con

paso presuroso bajó las escaleras, intentando en lo posible

no ser vista o descubierta.

Emilio abrió sus ojos ante el ruido. Su cuarto estaba a

oscuras y no sabía cuánto tiempo había pasado pegado al

pecho de Joaquín que no se había inmutado ante el sonido

de cristales rotos. Pensó en Samai que quizás había estado

en el cuarto de su mamá jugando con algo o en Mary,

moviendo los platos de porcelana para la cena. Sintió el

sonido de pasitos rechinar en las escaleras.

Se movió de la comodidad que le brindaba el cuerpo de

Joaquín, maravillado de estar así y no encontrarlo extraño,

517
de no encontrarlo erróneo, de no sentirse mal por sentir lo

que estaba experimentando, por sentirse querido después

de tantos fallos. Una parte de su cabeza creyó que podía

quedarse ahí un rato más hasta que sintió la maldición de

su madre desde el primer piso.

La boca de Joaquín estaba entreabierta, mostrando los

bordes de sus dientes y su cabello estaba alborotado. Se veía

adorable hasta que arrugó el ceño al no notarlo entre sus

brazos.

—Ay, berrinchudo —musitó con una sonrisa para dejarlo

abrazado a un almohadón. Depositó un beso suave en su

sien para salir del cuarto, viendo a Joaquín relajar el ceño

para seguir durmiendo.

Bajó los escalones tropezándose con unos zapatos de tacón

que conocía. Esperó chocarse a su madre de frente,

queriendo una explicación de lo que había visto.

Emilio entró a la cocina para verla sacando cosas del

refrigerador intentando actuar normal. Estaba tan

empeñada en eso que se le notaba mucho su intención,

incluso para ser actriz.

518
—Mi hijo hermoso, ¿ya te sientes mejor? —dijo con una

sonrisa de oreja a oreja comenzando a cortar unos

vegetales—. Tu papá me mandó un mensaje diciendo que

te habías venido antes, no sabes lo que siento no haber

estado aquí.

La boca del chico se abrió de la impresión. ¿Dónde estaban

los gritos, la pedida de explicaciones, la cara de confusión?

—Má, sé que lo viste. Te escuché.

—Hijo, no sé de lo que tú hablas, yo he estado aquí

haciendo de cenar —se defendió la rubia.

—Má... —insistió sentándose en un taburete de la isla en

medio de la cocina.

—Si hubiera visto algo, pues no es mi problema, mi amor

—sonrió—. Joaquín es bueno contigo.

Emilio no sabía si lo último le sonaba a pregunta o

afirmación. También una parte de su cabeza no entendía

la conversación que era tan trivial en una cocina. Otras

madres hubieran pensado diferente, claro que las otras

madres no eran como la de él. Joaquín llegó medio

adormilado a la puerta de la cocina, pero no entró cuando

519
escuchó la voz de Emilio. Pensó que nadie más estaba en

casa a esas horas.

—¿No te molesta? —dijo Emilio, entre incrédulo y

maravillado.

Su madre dejó de cortar vegetales y se le quedó mirando

con los ojos fijos en él. Veía la diferencia sin tener que

buscar más allá de una pequeña mirada. Emilio brillaba en

esa cocina. Sus ojos eran esferas donde se veían el reflejo de

las luces, como estrellas.

—No me va a molestar jamás que una persona te tenga

como te tiene haber pasado la tarde con Joaquín —soltó

con melancolía en los ojos—. Tú sabes que no soy la mejor

hablando de hombres, que he tenido un ojo de la chingada

para elegir esposos, pero al menos les elegí buenos padres...

a la mayoría de ustedes —Emilio soltó una risita—, pero sé

que si sientes tienes que vivirlo nada más, y nadie puede

decirte qué está mal querer, aunque sea cualquier cosa,

cualquier sueño o cualquier persona a la que quieras,

Emilio. Jamás me voy a molestar porque eres mi hijo, el

que parí de mis entrañas, al que le di todo lo que podía

520
darle, al que le entregué mi amor y el que, si aprendió a

amar de mí —dijo apuntándose con el cuchillo—, jamás se

iba a quedar amando de a poco, sino que lo iba a dar todo.

Una lágrima silenciosa cayó por su mejilla, la que limpió

con el dorso de su mano.

—Nada más no te encules muy rápido —bromeó antes de

seguir cortando vegetales—. Enamórate lento, como si

sintieras que es el último amor que pudieras tener. Ama

con pasión, con sentimiento.

Emilio se rio ruidoso.

—Má, no estoy enculado.

—Claro, hijo, como digas.

Joaquín sonrió al escuchar esa conversación tan normal. El

beso de la tarde bailaba en su boca y las palabras de Niurka

eran un alivio en su pecho, aun sabiendo que quizás no

todos pensarían como ella. Sabía que para Emilio la familia

era importante.

—Má, ¿crees que sí pueda ser feliz así? —esa pregunta le

fracturó el corazón a la mujer y al chico oculto detrás de la

puerta—. No sé cómo se lo va a tomar mi papá si le digo

521
que salgo con un chico, menos si le digo que ese chico es

Joaco. Tú sabes que no le cae mucho en gracia que ande de

Aristóteles, quizás menos le guste... pues, esto.

—Pues, esto —dijo Niurka moviendo las manos con

dramatismo frente a él—, es su hijo y su hijo es un luchador

Marcos, así que va a luchar, porque eso es lo que su madre

le enseñó, ¿estamos?

Emilio sonrió. Niurka pudo ver la cabeza de Joaquín

asomarse por la puerta.

—Van a sentirse perdidos la mayoría del tiempo, van a

tener que hablarlo con tu papá, van a sufrir y, como creo

que esto va a dar para mucho rato, van a ser felices por

mucho tiempo —reflexionó dejando su labor de cortar

vegetales para darle un abrazo a su hijo—. Van a estar bien

en lo que se tengan el uno al otro y a mí, porque los voy a

defender a dientes si es necesario.

La cubana hizo un gesto efusivo con la mano para que

Joaquín los acompañara en la cocina.

—Para cualquier cosa, estoy para ustedes, ¿okay?

El chico detrás del umbral de la puerta entró un poco

522
avergonzado de estar escuchando a escondidas, pero la

sonrisa de la cubana y el chico rizado lo hicieron sentir

mejor. Acompañó a Emilio en el taburete vecino, sin

esperar que este se inclinaría para besarlo en la mejilla.

—¿Te avientas conmigo entonces?

—Me aviento —exclamó con entusiasmo ante la mirada de

Niurka que los observaba con ojos de amor.

—Má, sí es un poco incómodo que nos mires así —soltó

Emilio tomando una verdura para mordisquearla y

entregándole otra a Joaquín.

—Ay, pues, se me acostumbran, niños, porque no pienso

ni en pedo dejar de mirarlos así —alegó fingiendo

irritación—. O mejor lo dejo de hacer cuando tú dejes de

ver así a Joaquín.

Emilio se atragantó cuando un trozo de zanahoria cambió

su dirección ante la risita de Joaquín, que disimuló lo

mejor que pudo cuando sus mejillas se tornaron carmín.

523
26 de noviembre, 2029

Los ojos de Joaquín estaban aguados de un momento a

otro. Supe que era nuestra despedida porque el cosquilleo

del beso que estaba en la comisura de mi boca desde la

primera vez que me había dicho que me amaba ya no lo

sentí después del que me había dado. En un segundo me

había quitado ese beso, ese momento, la prueba que era

real, que él me amaba.

Al menos iba a tener mi libreta con sus canciones. Así no

me quedaría nada de él, al igual que los papeles que con

recelo había guardado entre esas páginas.

Su mirada estaba cansada, además. Entendí en ese

momento que, si entrábamos a ese teatro, a esas cuatro

paredes, todo habría acabado. Siempre pasaba algo luego

de estar encerrados por tanto en alguna parte. Pocas veces

fuimos capaces de estar afuera y no fregarla. Sus labios se

despegaron para hablar, pero no estaba seguro de quererlo

oír, aunque debía. El Emilio de 18 años, corriendo contra

el pavimento caliente un día de julio se merecía saber,

incluso cuando al Emilio adulto eso no le gustara.

524
—Me dejaste solo cuando fuiste a contestarle a tu papá —

comenzó. No había vuelta atrás. Lo recordaba. El sonido

del teléfono de la casa, cómo Mary fue a buscarme al

despacho de mi mamá.

—Tenía una idea de la estrategia que podíamos ocupar,

Textos estaba comenzando a mover a la gente desde la sala,

también llamaba... —mi interrupción hizo que se separara

más de mí, sus brazos cayeron a los lados de su cuerpo y

entendí que ese era último abrazo que tendría de él.

Hizo un gesto de liberación, como un suspiro, sus

hombros se cayeron. Estaba dejando ir el peso, iba a ser

sincero conmigo.

—Déjame terminar —me dijo—. Si me interrumpes de

nuevo, no voy a ser capaz.

Asentí, pero dentro de mi alma veía cómo le estaba

costando sacar todo.

—Saliste del despacho y tu celular sonó como loco, lo dejé

porque pensé que podría ser cualquier persona queriendo

saber de nosotros, habíamos acordado atender solo el de la

casa y aún parecía que el sonido no terminaría nunca con

525
las llamadas de tu mamá, tu papá y mi familia —hizo una

pausa intentando pensar cómo seguir. Sus ojos, aquellos

que tanto amor me habían dado hacía algunos minutos,

estaban lejos, en otro tiempo—. No entendía quién podía

ser tan insistente en ese momento, así que hice algo que

nunca había hecho antes que fue ver tu celular para saber.

Habían llamadas de Roy, de Diego, incluso de Kiko, pero

quien llamaba era Matías. Le contesté pensando que podía

estar preocupado, que quizás te haría bien hablar con

alguien que no entendía bien el pedo, que quizás era de la

disquera, qué sé yo. Pero antes de que lo saludara comenzó

a hablar rápido, diciendo que tu carrera estaba terminada

si se sabía que eras tú, que él te conocía para saber que eras

impulsivo para hacer cualquier cosa para protegerme, que

esa fue una de las cosas por las que renunciaste a la

disquera, que eras un niño, que no entendía nada de lo que

estaba pasando, que no necesitaba conocerte bien para

saber que tú eras el otro de las fotos y que tu papá ya lo

había llamado para decirle que estaba tratando de tapar

todo. Que, aunque lo intentara, no iba a poder taparnos a

526
ambos porque yo estaba más que cagado, nadie podía

negar que era yo, pero no me importó todo eso. Había

cometido un error tiempo atrás y sentí mucha culpa de que

por mí te llegaran las consecuencias —suspiró para agregar

en un susurro—. Le dije a Matías que lo entendía, que yo

sí sabría qué hacer por los dos y le pedí que te cuidara antes

de cortarle.

Cuando sus palabras me llegaron entendí todo. Habíamos

tenido aguante, le había ocultado la noche de aquella fiesta

que me había llamado celoso para que no lo pensara

después de la borrachera, lo había terminado de convencer

de seguir en Aristemo cuando él no quería, se había comido

mis celos y el rechazo de mi familia. Todo lo hacía por el

asunto del segundo tour, por la culpa. Claro, desde ahí las

cosas subieron y bajaron.

Le había prometido protegerlo, pero él intentaba

protegerme de mí mismo.

—No puede ser eso.

—Cuando escuché que le cortabas a tu papá, lo llamé —

soltó abrazando su cuerpo—. Le dije que no tapara nada

527
mío, que lo iba a hacer a mi manera, que no dejara que la

cagaras. Cuando me fui también lo llamé para pedirle que

no te dejara, que ibas a ser muy orgulloso como para volver

a trabajar con él, pero que lo intentara.

De mi garganta salió un gruñido. Supe que era desgarrador

cuando mis cuerdas vocales las sentí arder y la cara de

Joaquín se descolocó.

—¡Es imposible que sea esta chingadera que me dices!

¡Estabas de acuerdo con decirlo! —ataqué moviéndome

furioso por el estacionamiento—. ¡Íbamos a decirlo y

estuviste de acuerdo! ¡Dijiste que lo haríamos, esa misma

noche! ¡Estábamos cansados de todo esto y podíamos

terminar todo! ¡Dijiste que sí, chingada madre!

Una de sus manos fue a su boca intentando no responder

o asombrado de mi comportamiento. Estaba hecho un

loco, estaba seguro, en medio de mi aturdimiento, que

todos podían escuchar mis gritos, pero me valió. Joaquín

intentaba mantenerse dentro de sí, mientras yo me

desataba contra todo. Cerré de una patada la puerta del

coche, pasando a llevar con alguna parte de mi cuerpo el

528
espejo retrovisor que se hizo trizas.

—Era un error, íbamos a terminar mal, ni siquiera lo

pensamos bien, no teníamos un plan, íbamos a lo pendejo,

por eso pensé que hacer otra temporada de Aristemo al

menos te mantendría en eso y no tendríamos que decir

nada —musitó intentando llegar a mí, quizás para tocarme

o algo—. Sin que la gente supiera lo nuestro, éramos un

tema, vivían hablando de nosotros, queriendo sacar

provecho o pensando que inventábamos todo y decirlo

hubiera sido tenerlos encima a todos; tu papá, la

producción, los medios y no quería eso para nosotros.

—¿Crees que terminamos bien? ¡Siempre me valió madres

lo que dijeran de nosotros! ¡Me importabas tú y yo, porque

lo que teníamos era de los dos! —volví a respirar en lo que

intentaba encontrar las palabras—. ¡Estoy hasta la verga de

recordarte, de amarte, de tenerte siempre presente como

un puto fantasma que viene y va! Cuando te fui

conociendo, supe que ibas a cambiar mi vida, pero no

pensé que tanto... cuando me enamoré de ti, pensé que ese

era mi lugar a tu lado, no importaba qué tuviera que hacer

529
porque lo único que debía hacer era mantener la boca

cerrada y dejarme disfrutar de todo, que te podía tener en

silencio y que era mejor que no tenerte de ninguna

manera, te creí cuando dijiste que estarías, que volverías

porque eso era lo que hacía el destino con nosotros, pero

estaba cansado de tener un secreto como tú cuando

merecías más. Te amé, carajo, estoy seguro que te amo

todavía y cada vez que sales con una excusa de porque te

fuiste no me parece suficiente porque hubiera movido la

pinche galaxia completa para que te quedaras, sin

importarme mi carrera, la serie o lo que dijera la prensa de

mierda. Nosotros éramos los dos, no había más, no

importaba si la disquera estaba de la verga o si mi papá no

nos quería juntos porque pensé que sería suficiente que yo

te amara como lo hacía. Pero nunca fui suficiente ¿no?, sino

te hubieras quedado y hubiéramos hecho todo juntos para

lograr que nadie se metiera en lo nuestro, pero fue porque

jamás te dije qué era, porque no me etiqueté en voz alta,

porque no te sentiste seguro de lo que sentía por ti nunca.

—¡¿Cómo puedes decir eso?! —replicó enojado también—

530
. Eres más de lo que cualquiera puede pedir y jamás me

importó nada, yo estaba bien, tenía proyectos, pero tú, sin

Aristemo no había más y lo sabías, porque estabas bien con

eso —se quejó hiriéndome con sus palabras—. Quería

dejar todo, quería poder hacer lo que quería sin tener que

dar explicaciones o pidiendo perdones a todos. No quería

ni necesitaba tanta fama o críticas, deseaba que pudiéramos

tener una vida normal, de chavos de 18 años que salían con

amigos o prepararnos para otras cosas, quería mis planes

también y que todos dejaran de opinar.

En parte lo entendía. Aristemo era lo que hacía porque

amaba lo que conllevaba incluso cuando tampoco le

quedaba tanta cuerda. Me permitía cantar, actuar y lo más

importante, poder estar con él sin necesidad de una

tapadera ante tantos comentarios y chismes.

—Estoy cansado de esto, llevo 7 años preguntándome qué

hice mal para darme cuenta que te fuiste porque creíste que

me ibas a arruinar cuando que te fueras fue lo que me

hundió más. Te fuiste por una pendejada, porque las

personas olvidan y nadie se hubiera acordado que yo salía

531
en una pinche foto besándote y, ¿qué más daba lo demás?

—quería herirlo tanto como me dolían sus palabras—.

Debiste tener los huevos que tuviste para irte para decirme

esto desde un principio, porque siento que todo lo que

pasó esta tarde fue un error, debimos haber mantenido la

distancia porque no creo que pueda volver a verte —

suspiré cerrando mis ojos caminando a la puerta trasera del

teatro—. Nuestros veinte minutos terminaron, tenemos

que volver al escenario.

—Emilio, no te vayas así —me pidió siguiéndome. Tomó

mi brazo para detenerme—. ¿Te acuerdas de Polo y todo lo

que lo molestaron por las fotos que aparecieron de él?

¿Cuando me decías que querías que todo fuera normal?

Lo ignoré zafándome de su mano y caminando más rápido.

—¿Veinte de diez? —lo escuché susurrar. Era lo que me

decía siempre, incluso peleados para despedirnos, nuestro

'te amo hasta el infinito'.

Pero su pregunta terminó de sacarme de quicio. No podía

entender lo desvergonzado que era al preguntarme eso

después de todo ese tiempo, después de estar abrazados en

532
el sillón, después de mostrarme a su novio y a su perro,

después de contarme esa verdad.

—Ni siquiera puedo mirarte, Joaquín, menos voy a

contestar eso.

Caminé a la puerta trasera del teatro dándole la espalda,

intentando dejar atrás todo, desde el momento que lo

había visto por primera vez en la fiesta de cumpleaños de

nuestra amiga hasta el dolor de sus ojos segundos antes.

Intenté no mirar atrás, intentaría no volver a hacerlo de

nuevo.

533
22.
Ramé
Algo que es caótico y hermoso al mismo tiempo

Enero, 2021

El carro de Joaquín estaba estacionado una calle más

arriba. Jugaba con sus dedos contando las perlas de la

pulsera blanca que no le pertenecía. Calculaba en su mente

que el avión de Emilio habría llegado hacía unas dos horas

y que el rizado ya estaría en casa. O quizás en alguna fiesta

de la disquera celebrando el final de la gira internacional o

en alguna peda bebiendo de más.

Tenía aquella extraña sensación en el pecho de necesitarlo

cerca, de sentirlo a un par de pasos de donde estaba, esa

cualidad que poseían después de compartir tanto tiempo

juntos.

534
Su celular vibró en medio de la oscuridad de su coche

sacándolo del hilo de sus pensamientos. La notificación era

de una de las redes de Emilio, anunciando un live. Llevaba

meses sin ver su cara, sin escuchar su voz a menos que fuera

por la distorsión de un celular que no era el suyo. Abrió la

aplicación esperando ver un antro lleno de personas, pero

se encontró frente a Emilio, el cual estaba en su cuarto, con

la guitarra sobre la cama.

—¡Hola, gente! —saludó con una sonrisa—. ¡Hemos

terminado el tour por Latinoamérica!

Una sonrisa se extendió por la cara de Joaquín también. La

energía que irradiaba era divina, casi celestial, pero no

auténtica.

De pronto los comentarios llegaron con una rapidez

impresionante, hablando sobre otras cosas, riéndose de su

aspecto desaliñado o preguntando por alguien en especial.

Joaquín vio su nombre unas quince veces en menos de un

segundo, tanto que agradeció no haber entrado desde su

cuenta personal.

'¿Por qué Joaquín no estuvo en el tour?'

535
'¿Joaquín y tú están peleados?'

'¿Emiliaco es real?'

'¿Neta solo vinieron a preguntar por el otro?'

—Wow, sí están bien pendientes de todo —fingió

Emilio—. Pues, tenía otros planes. Ya lo habíamos dicho,

no mamen.

Tragó saliva con dificultad intentando pasar su tristeza,

pero sabía que cualquier pregunta que leyera o si

pronunciaba su nombre de nuevo iba a quebrarse en frente

de esa cámara frontal.

—Va, va, yo venía a contarles que estamos comenzando un

nuevo capítulo en todo lo que es el nuevo disco, estamos

hablando de colaboraciones, de un nuevo estilo y... —

pausó su relato para darle suspenso—. Les voy a tocar un

poquito de algo que he estado trabajando cuando

estábamos por ahí y por allá.

Tomó su guitarra ante la mirada y los miles de comentarios

que llegaban pidiendo saber quién había inspirado la

nueva canción. Emilio pudo ver que Renata se había

unido, haciéndose una imagen mental de Joaquín al lado

536
de su hermana escuchando esa canción. Una de las tantas

que tenía para él. Sabía que volverlo a ver era inevitable

con todo lo que quedaba de la serie y la tercera temporada,

pero la última vez que se habían visto las cosas no habían

terminado tan bien.

—Pues, es una rola que neta la escribí entre ensayos y

viajes, así que no me molesten si no está bien pulida.

El corazón de Joaquín se congeló con los primeros acordes.

La guitarra lloraba entre las manos de Emilio que la tocaba

con una de las púas que reconoció al instante. Su cara

también había cambiado, tornándose más lastimera.

—¿Dónde estás?, quiero una prueba más, de que exististe, de

que fuiste real —comenzó con su lindo tono de voz. Joaquín

trataba de tomar los versos que sabía que eran dagas—. Solo

vivir el momento y el hoy, mas te extraño cada día peor. Si nos

hiciéramos un poco para atrás, podríamos recuperar la

voluntad.

En un impulso de idiotez, Joaquín salió de su coche con

dirección a la casa que conocía de memoria. Pensó en

tocar, entrar, hablar. Tres simples pasos. La voz de Emilio

537
seguía saliendo de su celular con la melodía, mientras

intentaba no prestar atención a los millones de mensajes

que llenaban la pantalla del live.

—Si nos hiciéramos un poco para atrás, estoy seguro, yo me

sentiría igual, si nos pudiéramos odiar —repitió un par de

veces más para terminar con un susurro—. Sería más fácil

la batalla, si nos pudiéramos, si nos pudiéramos, si nos

pudiéramos odiar.

El chico no tuvo que golpear el portón porque una figura

salía de la casa. Mary lo miró con sorpresa de encontrárselo

ahí, después de tanto tiempo.

—Mailito está en su cuarto, si quiere no más sube —dijo

antes de alejarse por la calle. Joaquín entró quedándose

frente a la puerta principal de la casa, esperando el valor

para golpear.

Emilio seguía transmitiendo en directo, quizás era mejor

esperar a que terminara para interrumpir o de plano

ocupar la llave que le había dado. No, sin duda era mejor

esperar.

Estuvo casi media hora esperando, viendo como Emilio

538
sonreía, hablaba y contaba malos chistes después de la

canción. La pregunta de los fans se repetía.

—No sé si Joaco tiene otros proyectos porque no he

hablado con él en meses —sentenció tajante y con menos

paciencia—. Pues, bueno gente, me despido que mañana

tenemos ensayo para terminar el tour en México, los

quiero, los amo, los adoro, bye.

Aún con la transmisión finalizada Joaquín no fue capaz de

golpear la puerta. Supuso que mejor era irse, dejar que

Emilio descansara. Iba a en retirada cuando sintió las patas

de perro rasguñando la puerta principal por dentro.

Trató de salir de la entrada, sin alcanzar cuando Emilio

abrió y una rauda Samai pasaba rozándole las piernas.

Estaba de nuevo frente a esa cara sin necesidad de una

notificación o un aparato.

—Quizás nunca te diga que te quiero —soltó a la nada con

un anonadado rizado frente a él.

—Joaco, ¡¿qué carajo?, me asustaste cabroncísimo! —dijo

mirando para todos lados—. No mames, ¿cuánto llevas

aquí afuera?

539
—Llegué cuando se fue la Mary.

—Eso es como una hora, ¿qué pedo?

Joaquín sacó una hoja con garabatos por todos lados.

—Te quiero decir algo.

—Va, y ¿no podía ser por teléfono o por videollamada en

los últimos meses?

Joaquín mofó. Nunca lo hacía, a menos que fuera

necesario.

—¿Puedo decirte lo que escribí o no? —Emilio asintió

cruzándose de brazos apoyado en el umbral de la puerta.

Joaquín carraspeó antes de comenzar. La hoja había sido

doblada tantas veces y tenía tantas manchas que no parecía

del chico.

—Quizás jamás pueda decirte que te quiero, no porque no lo

pueda sentir, sino porque no se me va a permitir y lo acepto.

Acepto todo lo que venía contigo, desde el primer momento que

estuvimos juntos. Acepté todo desde la primera vez que me

dijiste que el beso dependía de mí, con el miedo que conllevaba

llegar a perderte —tomó una bocanada de aire helado de la

noche—. No me importa no poder salir contigo o tomarte la

540
mano en la calle porque todo lo que hemos vivido entre las

paredes se ha quedado en mi memoria como ninguna otra cosa.

Todo lo que hemos vivido es mejor que todo lo que pensé que

podía vivir en mil vidas y todo lo logré contigo. No quiero

justificar nada, ni decir que tenías razón porque, básicamente,

no la tienes —Emilio no pudo evitar rodar los ojos—. Soy

dramático, suelo ser exagerado, pero esa es una de las cosas que

dijiste que querías de mí, así que deberías aguantártelas y

quererme con todo lo malo y lo bueno, así como aguanto que

seas terriblemente perfecto en millones de cosas que llegas a ser

molesto de tanto talento que te cargas...

—Exageras.

—Déjame terminar —atacó volteando la hoja—. Esta no es

una declaración de amor, porque no necesito poner mi rodilla

en el suelo para decirte lo que siento. Lo sabes, sabes que dentro

de mi exageración y dramatismo creo en que somos el uno para

el otro, sin importar que no lo diga, porque sé que sabes todo lo

que pienso, que me puedes leer como si fuera música, como si

fuera una puta partitura. Quiero eso contigo, quiero el hilo rojo

y el destino que creo que tenemos. Quiero las mañanas y las

541
noches, te quiero a ti, aunque no lo diga nunca o, aunque

siempre use la frase que es ‘veinte de diez’. Quiero poder ser

contigo como antes de que te fueras, porque no necesito un título

para decirte que eres mi novio, porque la palabra se queda chica

a todo lo que quiero de ti, a lo que quiero contigo, porque

podemos ser mocosos de 17 años...

—Cumplí 18, te fuiste antes del pastel...

—Deja de interrumpir, neta es serio, me estoy dejando el

alma, güey —insistió enojado—. Porque podemos ser mocosos

de 17 años, pero sé que en ti encontré todo, porque entiendo que

el amor no dura, porque lo supe desde chiquito, pero quiero que

dure, contigo quiero durar todo lo que se pueda y si no resulta,

que seas mi mejor recuerdo. Te quiero de novio, de todo, porque

te quiero para todos los ratos, ¿recuerdas?

Emilio suavizó su rostro.

—Joaco...

—Quiero millones de cosas de ti, quiero todas esas cosas contigo

y no quiero que escribas canciones de amor tristes...

Emilio rodó los ojos de nuevo, pero avanzó hasta quedar al

frente de Joaquín. Su mirada bajó estudiando su rostro. Era

542
extraño, pero había crecido más en su ausencia.

—El que debería pedir perdón soy yo, no tienes por qué

hacerlo.

—No te estoy pidiendo perdón, hijo de la chingada, te

estoy diciendo que no importa, que estoy dispuesto a decir

que eso no pasó, porque te extrañé más de lo que pensé que

soportaría, que puedo aguantar todo, menos no tenerte.

El mayor le dio la razón frunciendo los labios, y asintiendo

se inclinó para llenarle la cara de besos suaves, dejando al

último sus labios. Joaquín se colocó en punta de pies para

alcanzar lo que le estaba siendo negado en un beso

profundo. La cercanía, tenerlo ahí después de tanto, todo

eso se le había acumulado dentro. Tomó los labios entre

los suyos tallándolos con cuidado con su lengua, Emilio

suspiró en medio del beso para tomarlo por la cintura en

lo que Joaquín se aferraba a los cabellos de su nuca.

Avanzaron hacia dentro, sin importar que chocaban con la

puerta o la mesa de la entrada.

—Te venía echando de menos desde hace rato, menso —

confesó Emilio.

543
Joaquín se alejó para mirarlo a los ojos, ahora a la luz de la

sala. Su rostro estaba más moreno, sus rasgos más

definidos. El tiempo le había robado meses de su Emi y no

se lo perdonaría jamás.

—Me queda media carilla todavía —Emilio tomó la hoja

de sus manos y la escondió en el bolsillo de sus pantalones,

sin soltar su cintura—. Igual y me la sé.

Emilio no pudo evitar reírse.

—A ver, ¿qué es lo tan importante que quedaba en la media

carilla? —preguntó burlón bajando los besos a su cuello.

—No importa tanto ahora.

—Eres un berrinchudo —acusó manteniendo el tonito

tonto—. No sé cómo logras tener una fuerza de voluntad

para no llamar cuando sabes que me estás volviendo loco

cada minuto que pasa.

El turno de entornar los ojos fue de Joaquín, pero le

importó poco cuando la boca de Emilio se le estampó

repetidas veces en sus labios. El beso se convirtió en algo

más, como una lucha entre ambos por saber quien llevaba

el control. Los labios de Joaquín buscaron una escapatoria

544
bajando por el cuello, succionando a medida que avanzaba

entre la piel. Quería explorar todo eso, volverlo a marcar

con su boca. Emilio se dejó a sabiendas que no iba a ganar.

Buscó con violencia sacar la chaqueta de Joaquín entre

tirones.

—¿Tu mamá? ¿Romina?

—En un evento y en camino de Costa Rica, se supone que

llega mañana en la tarde —respondió jalando las mangas

de la chaqueta—. No mames, ¿por qué carajos te pones

tanta ropa?

Joaquín rio en su oído terminando de sacarse la prenda.

—¿Nos quedamos en el sillón? —murmuró Emilio

besando su hombro haciéndose espacio por el cuello de la

playera. Pensaba en besos, en muchos besos, quizás roces.

—Y, ¿si subimos al cuarto? —musitó Joaquín jadeante—.

Igual y podríamos...

La ceja de Emilio se levantó esperando ser interrumpido

por un golpe por mal pensar. No pasó. Tragó saliva de

manera sonora.

—Solo si estás seguro.

545
—¿Lo estás tú?

Joaquín asintió, manteniendo el contacto de sus ojos

oscuros, con sus pupilas dilatadas, al igual que las de

Emilio. Un hambre distinta se veía en ambos.

Emilio buscó los labios llegando desde su mejilla, en ese

recorrido que siempre hacía para recordar el primer beso

de todos. Joaquín estaba jadeante cuando sintió su cuerpo

chocar contra la muralla concentrándose en cada toque por

encima de su ropa. El tacto de Emilio era suave y delicado,

pidiendo permiso a cada tramo.

—Emilio, no soy de vidrio, no tienes que tocarme tan por

encimita, no mames —le sonrió alejándose para verlo.

—Joaco, tú sabes que, pues, con chavas... pero, la neta,

nunca con... —aclaró su garganta, más entero—. Y ¿si la

cago?

—Pues, la cagamos juntos, ¿no?

Una de las manos de Joaquín acarició su mejilla desde la

sien a su mentón. El toque quemaba en la piel de Emilio

haciendo que millones de terminaciones nerviosas

sufrieran en esa caricia. Su respiración era un jadeo entre

546
dientes. Sin preguntar nada, el menor entrelazó los dedos

en su mano comenzando a subir las escaleras. Fue una

procesión silenciosa hasta el interior del cuarto del chico.

Joaquín se sentó en el borde de la cama en lo que buscaba

algo en su celular.

—Espera, si vamos a hacerlo tiene que ser bien —alegó

Joaquín dejando que Emilio se sentara a horcajadas sobre

él.

La bocina del cuarto liberó música en un momento. Las

melodías eran suaves, con cantos simples y armónicos.

—¿Hiciste una playlist con canciones que te recordaban a

mí? —preguntó con cara de embobado el rizado—. Se me

hace súper tierno...

Joaquín lo miró pícaro.

—No vine aquí a ser tierno —soltó jalándolo de la nuca

para besarlo. De la nada, dentro de él crecía una confianza

que no había tenido la primera vez. Aquella que había sido

tan desastrosa que prefería ni contarla y de la cual Emilio

sabía lo esencial. Quizás por eso su duda, por eso se sentía

menos confiado que Joaquín que con sus manos buscaba

547
por todos modos desnudarlo a tientas de los botones de su

camisa. Con suavidad comenzó a soltarlos, uno a uno.

Emilio lo miró a los ojos con atención, sin hacer ni un

movimiento, solo disfrutando de cómo una mano se

colaba entre sus ropas. Joaquín acarició la delicada piel de

su pecho. Lo había tocado antes, de la misma manera

cuando jugueteaban, pero sentía fuego en la yema de los

dedos del menor.

La postura de Emilio cambió al reaccionar al intruso,

colocando su frente en el hombro de Joaquín. El toque era

suave, viajando desde sus clavículas a sus hombros para

dejar caer la camisa al suelo.

Comenzó a moverse de adelante atrás frotando sus

entrepiernas, intentando generar algún efecto como el que

sentía nacer desde dentro. Sin que lo notara, la mano bajó

hasta entre sus pantalones y se movió a otro ritmo, más

rápido y salvaje, distinto a como le había enseñado antes.

—Hey, hey, no tan rápido, no me quiero ir todavía —dijo

abriendo los ojos.

—Es que... —Joaquín le regaló un gesto inocente—. Mi

548
pulsera se enganchó en tu cremallera.

—Dirás mi pulsera —recalcó.

—Solo deja, ya la suelto...

—No, espera...

—No, calma, mira ya se sale...

—Joaco, saca tu mano de mis pantalones que no ayuda que

la muevas tan rápido...

—Lo siento, lo siento...

Entonces, las perlas de la pulsera rodaron por el suelo y la

cama.

—Igual y se pueden pegar de nuevo, ¿no? —dijo buscando

las pequeñas cuencas. A Emilio lo que menos le importaba

en ese momento era la pulsera. El movimiento de la mano

en el forcejeo o los suaves roces lo habían dejado más que

entusiasmado. Le robó un beso, le robó mil besos. Le

ayudó a desnudarse y a quedar él también así, expuesto aun

cuando se conocían de otros roces y otras tardes.

Perdieron el sentido del tiempo, guiándose por jadeos y

suspiros, escondiéndose debajo de las sábanas, buscándose

de memoria, a tientas en la oscuridad.

549
Siguieron con el ir y venir, de a poco con él a horcajadas

suspirando entre roces, con sus manos como puños a cada

lado de su cabeza y sus frentes unidas. Emilio sentía el

cuerpo arder, cada espacio que había tocado de Joaquín o

la palma de sus manos quemaban aprisionando su cintura.

—¿Estás seguro? —preguntó antes de comenzar.

El chico asintió, empezando a sentir cómo lo invadían por

dentro. Fue lento, primero de a poco, luego cuando se hizo

placentero le hizo compañía otro dedo. Exhaló aire

caliente en la cara de Emilio que se sentía estallar. La

preparación terminó al rato. Sus frentes húmedas,

pegajosas unidas la una con la otra en lo que se miraban a

los ojos. La intromisión final, aquella que fue con ayuda de

un líquido helado y un globo de látex. De a poco, el ir y

venir entre las llamas.

—No me dejes de mirar —pidió Emilio, intentando leerle

el rostro y ver cómo la magia se creaba de la nada.

Pero sus ojos no pudieron soportar. Estaba congelado en

ese momento, demasiado placentero como para no poder

concentrarse en él. Había miles de gritos en su cabeza,

550
sonidos discordantes, notas altas, notas agudas, la melodía

del vaivén, la música de fondo dando el ritmo suave. El

tejido más ceñido que se puede hacer en un telar. Hebra

sobre hebra.

El movimiento aumentó de intensidad y Joaquín apretó

más los puños, algo nacía desde su interior queriendo

estallar, una bomba con un contador de segundos. Se dejó

llevar por su ritmo, se sintió egoísta, pero notó que era él

quien lideraba, quien hacía que Emilio emitiera ruidos

sordos entre dientes.

Emilio se dejó, observando la escena ante él. Los ojos

cerrados, su cara de concentración, dientes mordiendo su

labio acallando sus jadeos. La frente perlada de sudor. Sus

mejillas rojas por el esfuerzo. Cuando la sensación se hizo

más intensa Joaquín abrió sus ojos y se quedó pasmado

viendo los cafés oscuros que lo miraban. Sus piernas

fallaron, comenzaron con un temblor que recorrió hasta

sus manos que no pudieron sostener su cuerpo que cayó

sobre el pecho de Emilio. Con la poca fuerza que creía

tener, Emilio lo sujetó de la cintura para dejarlo de espaldas

551
en la cama.

Siguió con el vaivén buscándole los labios, pensando que

la primera sensación que había nacido en Joaquín era una

de las muchas reacciones que tendría. Joaquín se liberó de

su beso para dejar escapar un grito como sollozo que le

entró por la boca y lo llenó por dentro sintiéndose

inundado, repleto hasta los huesos, buscando cualquier

cosa para mantenerse ahí; el respaldo de la cama, las

sábanas, la espalda del cuerpo sobre él. La estrechez los

destruyó a ambos.

Emilio cerró con fuerza sus ojos, el escalofrío compartido

llegó hasta la punta de sus pies, buscando fuerzas para

rodar al lado. Minutos eternos intentando recobrar el

aliento entre bocanadas de aire. Joaquín mantenía los ojos

tapados con su brazo, intentando mantener la mente clara

entre tanto alboroto. Emilio miraba el techo sin hacer

ningún gesto más que pestañear. Tenía el rostro en blanco,

el cuerpo cubierto de sudor que se enfriaba.

—Emilio, si esto fue mucho podemos hablarlo —comenzó

a decir después de mirarlo directo y sin prisa, intentando

552
leer en qué pensaba—. Puede ser que necesites algo o

tengas alguna duda, quizás fue demasiado de un golpe o...

—Lo sentí todo —soltó con los ojos brillantes y la frente

sudorosa en la habitación oscura—. Sentí todo, cada roce,

cada... todo.

Joaquín buscó acunarse en su pecho, sobó sus hombros,

bajó por sus brazos siguiendo las líneas carmín que habían

hecho sus uñas para acariciar con la punta de los dedos las

venas sobresalientes de sus manos.

—Tú sabes que a veces me cuesta mucho no tocarte, pero

ahora era doloroso, era como que quemabas, ahora siento

tus dedos jugando con mis manos y es suave y ligero, pero

hace rato era fuego, era todo y después cuando empezamos

a... —el rubor de sus mejillas por el esfuerzo se agudizó—,

fue como estar en el infierno, rodeado de llamas, no podía

tocarte porque me dolía, pero a la vez era bueno, era muy

muy muuuy bueno.

—Entonces —inició Joaquín esperando entender más—.

¿Estuvo mal?

Para él había sido ir al cielo y volver de un golpe a la tierra.

553
Un golpe demasiado perfecto y violento.

—No mames, Joaquín, danos práctica y va a ser un diez de

diez, excelente servicio, cinco estrellas —bromeó entre

risas—. Pero lo cierto es que cuando terminó fue todo, fue

putamente bueno, magnífico. No había sentido algo así

antes ni cuando compongo música. Creo que es porque

nunca lo había hecho contigo.

Joaquín se quedó ahí sonriendo, repartió un par de besos

en su cuello, en su mandíbula, en las cicatrices de su

mentón.

Dentro de su pecho, Emilio se sentía ahogado. Tenía

palabras atoradas en su garganta, un vómito verbal que

quería salir desde que lo había visto en el umbral de la

puerta, pero no podía escupir eso ahora, haciéndolo

palabras vacías que dices después de coger. Se quitó el

anillo que ocupaba en el meñique, aquel de oro rojizo que

tenía desde tiempos inmemorables.

—Dijiste que lo querías todo —empezó a hablar—. Siendo

sincero no sé si podré darte todo lo que te mereces en el

tiempo que estés conmigo, no sé si algún día pueda decirles

554
a todos que te adoro con toda mi alma, porque también

siento que algunas palabras no son tan grandes como para

decirte las cosas, pero te creo mi destino. Esas mamadas las

creo ahora, porque no me imagino con nadie más en esta

cama sintiendo lo que sentí hoy —hizo una pausa para

besarle la frente—. Quiero creer que soy tu alma gemela,

que te puedo cuidar, que puedo estar para ti como tú lo

estarás para mí. Quiero ser la mitad que te complementa.

—Yo no ocupo anillos, Emilio.

—Esta chingadera la vas a usar, no mames.

Con cuidado colocó el anillo en el meñique de Joaquín.

Aquel anillo que después descansaría en una cadena

colgada a su cuello.

—Nuestro hilo rojo.

El menor alzó su mano para mirar a la poca luz el anillo.

Sabía que no significaba un altar con flores o sus amigos

en trajes de gala. Tampoco quería eso, porque lo mejor de

estar con Emilio era esa cama, sus ratos a solas, sus

momentos en cuatro paredes. Emilio no era de promesas,

pero esa, era la mejor de todas. Sus ojos se abrieron cuando

555
la habitación era solo silencio. La playlist había terminado

de tocar lo que significaba que llevaba mucho tiempo ahí.

Revisó su celular dando un salto entre las sábanas que

terminó con él en el piso.

—No mames, mi mamá me va a matar —dijo buscando sus

ropas entre la cama y el suelo. Las perlas de la pulsera

resonaban contra el piso, recordándoles cómo era que

habían llegado ahí.

—Llámala y dile que te quedas —sugirió Emilio

colocándose unos pantalones holgados—. No es como que

se vaya a enojar.

—Le dije que iría donde Ale, no que venía acá, se supone

que debía llegar hace como una hora y sigo aquí.

Emilio rodó los ojos y trató de abrazarlo, pero Joaquín fue

rápido, quitándose de su camino para terminar de vestirse.

—No, no, no. Ni me toques, que quizás y me convences de

quedarme —dijo divertido—. Te conozco, así que

acompáñame a mi carro para poder irme.

El rizado se encogió de hombros acompañándolo hasta la

entrada sin tocarlo vestido con un pantalón de pijama

556
roído.

—Me siento cogido y dejado, que sensación más culera —

acusó en la puerta de la casa—. Nada más dejo que te vayas

por la vez que Eli se enojó y su único castigo fue no dejar

vernos como por una semana.

Joaquín lo tomó de la nuca acercándose a su boca. Lo besó

rápido y profundo.

—¡Emilio! —el grito les congeló la sangre a los dos—. ¡No

manches, Emilio!

El chico cerró sus ojos con fuerza. Lo que menos esperaba

era que su hermana apareciera en su casa a esas horas y

menos en ese momento.

—Yo ya me iba —soltó Joaquín caminando al portón—.

Lo siento.

—No, o sea, sí se va, pero después de esto —tomó su mano

con firmeza levantándola entrelazada—. Joaquín es mi

novio, Romina. Llevamos saliendo un chingo y, pues,

ahora sí somos novios, ¿no?

El menor sonrió. La palabra sí se les quedaba chica. Hasta

yo que soy el mismísimo Kismet los cree para que cualquier

557
palabra no pudiera definirlos.

Romina no dijo nada, solo movió su cabeza intentando

acomodar sus ideas.

—No más tengan cuidado de no andar dando que hablar,

ya sabes cómo se pone tu papá.

Guio su maleta al interior de la casa y cerró con firmeza.

—Será mejor que vayas con ella.

—Chingada madre que la parió —refunfuñó con las aletas

de la nariz dilatadas—. Venirme a cagar el mejor día de mi

puta vida.

La sonrisa de Joaquín aumentó partiéndole la cara a la luz

de la luna, siendo un besito corto lo único que pudo

borrarla. Caminó hacia el portón volteándose antes de

abrirlo.

—Emilio —el rizado lo miró expectante. Mordió su labio

para no decir una estupidez—. ¿Nos vemos mañana? Y,

¿crees que me puedas dar un pase para verte en lo que

queda de tour?

—Claro, si quieres hasta te dedico otra canción —contestó

con leve decepción. Había pensado que diría otra cosa.

558
Joaquín le sonrió saliendo por el portón.

Emilio entró en la casa. Las luces de la cocina estaban

prendidas y el sonido de vajilla se escuchaba desde ahí.

—Romi, no quiero que creas que es algo que no quería

contarte.

—Muy tu vida, pendejo, pero no vengas aquí después

diciendo que la cagaste.

—Romi, pensé que entenderías —dijo furioso—. Fue

mucho tiempo donde estuve pensando esto, estuvimos

separados por el tour y creo que me puedo estar

enamorando de él y llevábamos saliendo un chorro antes

de eso, pero nada más no nos habíamos puesto un nombre.

La chica dejó lo que hacía para mirarlo. Su hermano no

había cambiado ante sus ojos, siempre había tenido la

duda, habría querido que fuera distinto para que no tuviera

que sufrir.

—Ya te dije, muy tu pedo, no más no digas nada, que un

día de estos ni mamá podrá parar a todos los que quieran

tu cabeza de titular. Él nada más es el otro morrito, que ni

siquiera lo pelaron tanto cuando pasó la primera vez, así

559
que ya sabes, muy tu pedo, nada más, cuídate, porque sabes

que pierdes mucho, ¿no?

Emilio salió de la cocina con tristeza y enojo, sintiendo

como su meñique se volvía más tenso. Le sonrió a la

oscuridad disfrutando de ese tirón tan dulce ignorando

todo lo que su hermana le había dicho. Le importó más

que allí afuera existiera alguien que lo quería para todos los

ratos.

26 de noviembre, 2029

Pude sentir las miradas en mi rostro con cada pregunta que

la entrevistadora realizaba. Que Aristemo esto, que Aristemo

lo otro. Asentíamos cuando debíamos, tratábamos de reír

como podíamos, ocultos en las palabras que nos habíamos

dicho en el estacionamiento. Los gritos resonaban en mis

oídos, la voz fuerte de Emilio, la manera que me ignoró

cuando tomamos asiento en las sillas y nos acomodaban

los micrófonos, como si viera a través de mí, como si no

estuviera ahí. Todo el día en unos minutos, la mejor prueba

560
para demostrar que éramos actores.

—La duda que siempre ha tenido su público es ¿cómo se

despidieron de sus personajes? ¿cómo sacaron de su piel a

estos dos chicos que llevaban casi tres años dándole vida?

—las preguntas nos pillaron a los dos desprevenidos—.

Después de todo, fueron importantes para ustedes.

Emilio sonrió. Pero no sabía qué pensaba y su risa me

alteró más, porque era la típica que tenía cuando iba a

hacer una locura.

—No nos despedimos de los personajes, de hecho, ni

siquiera nos pudimos despedir entre nosotros.

—Emilio —susurré, pero mi intento por callarlo fue

gasolina en una chispa.

—Verás que sí estuvo cabrón porque Joaquín solo se fue.

—Espera, no te sigo —la entrevistadora no esperaba eso, al

igual que el público que estaba al borde de su asiento.

Emilio me miró como si me viera después de años, como

si su anhelo por mí siguiera en su corazón. Me miró como

arte y yo amaba que me mirara así.

—Fue el fin de semana de las fotos, las de Joaquín —hizo

561
una pausa cuando su voz se quebró—. Estábamos en mi

casa, recuerdo que, en la alberca, ya sabes, charlando,

pensando en cómo cambiar el mundo y de la nada llama

mi amigo Emmanuel, y se me cae el mundo. La cara de

Joaco estaba en todos lados, en Instagram, en Twitter, en

cada canal, nuestros celulares hasta arriba de notificaciones

de personas etiquetándonos en ellas, a ambos. Era una

locura. Entonces, pocos lo saben, pero también habíamos

hablado de otra temporada de la serie, entonces estuve

contento por, no sé, creo que unos 10 minutos y luego el

balde de agua fría —Emilio se calló cuando puse mi mano

en su hombro, casi desesperado.

—Emilio, ya párale.

—Después, recuerdo que estaban mis amigos Diego y

Textos en la sala, Joaco en una especie de despacho que

tiene mi mamá en casa, yo llamando a mi papá que estaba

en una junta, pensando en cómo hacer para que no pasara

como la última vez. Joaco era mayor de edad, no teníamos

cómo decir que era un niño, no teníamos cómo llegar a

quien lo había twitteado porque estaban por todos lados

562
—vi el dolor en sus ojos, su mano se colocó en mi rodilla

sin darse cuenta. Su tacto quemaba como fuego—, y me vi

impotente de hacer algo por él. Así que fui donde él estaba,

no recuerdo bien lo que le dije, solo recuerdo que sí le

prometí algo.

—Prometió que en eso no estaría solo —dije por lo bajo.

En la audiencia todos estaban tan sentimentales como los

que estábamos en el escenario y pensé cuántos de los que

estaban ahí habían gastado parte de su tiempo tumbando

cuentas ese día.

—En eso al fin mi papá me responde y salgo de ahí, para

poder hablar con él, ya sabes. Básicamente me dice que no

hay nada que hacer, que hay que hacernos los tontos y

dejarlo correr o Joaco tiene que esperar y dar declaraciones

cuando los ambientes estén más calmados —Emilio

suspiró—. Cuando volví donde estaba Joaco, él se había

ido. Mi hermana y mi mamá que venían entrando por la

cocina me dijeron que Joaquín había salido casi corriendo,

así que lo único que hice fue correr detrás de su coche.

Corrí casi dos calles y jamás lo alcancé, así que no me

563
despedí de Joaquín, ni de Temo, ni de Aris. Todos

simplemente se fueron.

El silencio nunca se me había hecho tan molesto. Mis ojos

estaban llenos de lágrimas que no llegaban a ser pesadas

para caer. Hasta la entrevistadora que se había portado de

la patada estaba llorosa.

—No lo volví a ver desde ese día —concluyó Emilio,

sacando su mano de mi rodilla—. No tuve tiempo de

decirle que lo amaba antes de que se fuera, ni robarle un

último beso, no me di cuenta que lo que le prometí fue lo

último que le dije. Quizás hubiera sido diferente si desde

el principio mi cara también se hubiera visto clara en las

fotos.

El ambiente cambió. Mis ojos se abrieron de par en par al

igual que los del público que se les agregaba la mandíbula

en el suelo de la impresión. Los susurros subieron de

volumen, vi algo como enojo, felicidad, tristeza. Desvié

mis ojos a Emilio que se mantenía con la vista en la lejanía.

Acababa de destapar el mayor chisme de nuestra vida.

Acababa de confirmar algo que jamás habíamos acordado

564
confirmar de esa manera. Acababa de hacer algo que me

sacaba de quicio a más no poder, pero también me acababa

de aclarar que su sufrimiento todos estos años había sido

tan grande como el mío. Como si necesitara otra

confirmación de nuestro sufrimiento.

—Creo que debemos tomarnos un descanso y hablar este

tema después de que podamos ver bien esta situación, ¿no

sé si les parece? —dijo la entrevistadora mientras apretaba

el chícharo en su oído.

Emilio comenzó a sacar el micrófono de entre sus ropas y

jaló la caja que estaba sujeta de su cinturón. Aceleró el paso

para perderse detrás de la pantalla gigante.

—Vamos a pedir completa discreción con el tema —

comenzó a decir el coordinador de piso—. Es un tema

delicado, es un tema que no habíamos hablado con los

entrevistados, por lo que les pedimos a ustedes como

público que respeten esto hasta que podamos hablarlo con

ellos. Sabemos el enorme cariño que les tienen, por lo que

les pedimos de corazón conciencia y que no publiquen

nada de esto en sus redes. Les estaríamos muy agradecidos.

565
Ahora, pueden retirarse, ha sido todo por hoy,

agradecemos mucho su participación y su tiempo.

Supe que su intento de no filtrar aquello era inútil, porque

mi celular comenzó a vibrar con una llamada entrante de

mi hermana.

Estaba congelado en mi asiento. Mi respiración estaba

descontrolada, quería gemir, quería llorar de la rabia, pero

caminé arrastrando mis pies hasta el camerino. Rogando a

Dios no encontrarme a Emilio ahí.

Para mi suerte no lo estaba, pero a los segundos de llegar

la puerta sonó abriéndose un poquito. La cara de mi amigo

asomó cautelosa.

—¿Quieres hablar?

Niko estaba más calmado que hacía un rato, que me

parecieron horas. No eran ni las 6 de la tarde, pero me

parecía que llevaba un mes dentro de ese teatro. Asentí

porque estaba controlando mis emociones para no ir a

buscar a Emilio y lanzarle una bomba verbal.

—Está con Ale y Arath, al fondo. Gaby ya se fue, así que

ellos lo están tratando de calmar —respondió a mi

566
pregunta silenciosa—. Sí está bien loco venir a decir eso

ahora ¿no? Digo, ¿cuánto ha pasado? ¿unos 7 años?

—No tenía derecho de decir nada —dije abrazándome—.

No era algo que yo quisiera que se supiera. Dejé Aristemo

atrás, dejé mi pena atrás, no era necesario volver a rebuscar

algo que ya pasó. Se supone que íbamos a cerrar la herida

no a echarle sal.

—¿Sabes que también dejaste a Emilio atrás? —me

preguntó obvio y por un momento pensé que iba a volver

a desatar su furia—. Neta, el güey no hacía nada después

de que te fuiste, no comía, no componía, no salía a ningún

lado. Cuando estuvo mejor se fue. Me acuerdo que me dijo

'¿qué mierda voy a ir a hacer a Argentina si no puedo

hacerlo ni aquí en México?'

Esa parte de la historia no la sabía, así que no detuve a

Nikolas en un monólogo que prometía ser largo.

—Le respondí que no importaba qué hiciera mientras que

moviera el culo, así que se fue y contrató él mismo una

disquera, después la compró y todos sus discos volvieron a

venderse, no tanto como antes, pero igual bien, lo

567
suficiente para una gira corta y hacer más música.

—Emilio sin música no es nada.

—Lo sé, pero también pensó que no era nada sin ti —

confesó acariciando mi espalda—. Verás, la neta, cuando

comenzaron a salir y vi cómo se trataban, güey, dije esto

no va para largo. No me imaginaba una relación entre

ustedes porque eran distintos, después fueron iguales y

ahora son lo que el otro era. Emilio perdió su confianza,

nos tuvo a nosotros, pero se refugió en él. Tú en cambio te

fuiste, tienes amigos nuevos, tienes un trabajo que está de

puta madre, pero no vives, solo existes y estás solo.

Las lágrimas que había aguantado por años, llegaron. Me

quitaron el aire de los pulmones dejándome llorar como

un bebé. Gemí, como la tarde del último día, la última vez

que me había permitido llorar por Emilio. Me abracé a mí

mismo tratando de mantenerme entero en ese camerino

estrecho, donde las paredes parecían cerrarse sobre

nuestras cabezas. Supe que estaba teniendo un ataque de

ansiedad o angustia porque lo había visto en Emilio antes.

Me sentía preso, claustrofóbico, como si envejeciera mil

568
años en segundos. Nikolas tomó mi cabeza, llevándola a su

pecho, acunándome como las madres hacen.

—Voy a seguir hablando, aunque no quieras, cabrón —

dijo tratando de hacerme sonreír—. Pero sabes que con

Elaine he tenido problemas, discutimos, la mayoría de las

veces porque no le gusta la comida de un restaurante que

ella misma eligió o porque ocupa mi shampoo hasta

terminarlo cuando tiene tres distintos, pero la amo y no

creo que pueda vivir sin ella porque no es que me haga

mejor persona, pero está y llegó a mi vida para que la

amara, sin importar cuántas veces terminamos antes de

casarnos o las que dice que se va a devolver a México

cuando estamos, a literal, miles de kilómetros, pero sabes

que la seguiría adonde fuera, porque la amo y con todo sé

que lo amas más que lo que podré a amar a Elaine y eso

que hasta me casé con ella cuando éramos unos pendejos.

Tú amas a Emilio, independiente del güey que te esté

esperando en Nueva York, ¿neta? ¿un fotógrafo? ¿algo más

chafa no había?

Sus palabras me calmaron lo suficiente para respirar y dejar

569
de gemir. Aron sí era un cliché en toda la historia.

—Voy a ir a hablar con él.

—Ya iba siendo hora —bromeó sacándome una sonrisa a

la cara de tomate que me cargaba por llorar como un crío

de pecho.

—Ah, pues, chinga tu madre, Caballero.

Tomé mi mochila, metiendo la libreta, y abrí la puerta

decidido a caminar hasta el final del pasillo a plantarle cara.

Sería blando, me tragaría cualquier insulto que tuviera

sobre mí, dejaría sacar todo su dolor y lo soportaría por los

dos. Se lo debía.

Lo vi desde donde estaba mientras Ale intentaba detenerlo

poniéndose entre la puerta trasera y su cuerpo. Con

delicadeza Emilio la apartó depositando un beso en su

frente. Arath salió del camerino cuando escuchó el ruego

silencioso de Ale.

—Hey, hey, solo fue a su casa, está enojado, solo eso —me

dijo consolándome. Besó mi frente con suavidad y se

perdió en el pasillo con dirección al escenario—. Iré a ver

cómo lo hacemos con lo de la entrevista y los alcanzo.

570
Me aferré más a mi mochila y caminé hasta la puerta. Sabía

que cuando estaba cabreado no manejaba en el límite de

velocidad establecido, por lo que mi intento por seguirlo

sería tan estéril como el de él cuando me fui.

—¿Adónde vas? —preguntó mi amiga—. ¿Irás por él?

Su tono de ilusión no duró mucho cuando leyó mi

expresión.

—Quedé de ver a mi mamá en el cementerio, Ren ya está

llamándome, así que díganme si saben algo de él en un

rato, ¿va?

Salí por la puerta, después de vivir una vida entera en un

día.

571
23.
Verdades a medias

19 de junio, 2019

Joaquín se movía entre las cosas del departamento de la

pareja ficticia mientras los adultos del lugar estaban

hablando de cosas que a ellos no le importaban. Llevaban

la tarde hablando con críticos, grabando para mostrar el

especial de Aristemo antes del primer episodio y no podían

evitar lanzarse miradas desde el otro lado del foro como

tontos. Emilio le sonreía haciendo que se sonrojara con

ligereza hasta las orejas o Joaquín mordía su labio casi

imperceptible para el resto, pero con la idea fija que Emilio

lo mirara, jugueteando con él de vez en cuando.

El rizado podía imaginarse tocando esos labios suaves y

572
Joaquín no ayudaba con sus miradas. Emilio levantó una

ceja apuntando a la salida del foro que el menor interpretó

en un segundo. El primero en salir fue Joaquín. Era una

rutina que tenían en el último mes, uno se perdía de la

nada y luego, al rato, el otro lo seguía. Según ellos pasaban

desapercibidos, pero Ale y Nikolas lo sabían, aunque no

decían nada para no meterlos en problemas a menos que

estuvieran todos en los camerinos o en los campers de

locaciones.

Emilio llegó al pasillo vacío sin encontrarlo. El sonido de

una nota alta corta llegó de detrás de una de las máquinas

expendedoras del fondo. Caminó hasta allá con paso

resuelto sabiendo que lo encontraría ahí, esperando por él.

Le estaba empezando a parecer cómoda esa rutina, tenerlo

cerca, pero más que antes.

Cuando pasó, una mano lo jaló de la muñeca acercándolo

a su cuerpo. En ese abrazo estaba el calor que venía

necesitando desde hace horas.

—No podemos estar mucho rato aquí afuera —dijo Emilio

acariciándole los brazos con la yema de los dedos. Sabía

573
cómo reaccionaría el cuerpo de Joaquín antes incluso de

tocarlo—. Nos van a empezar a buscar, ya vas a ver cuando

nos pillen, ahí te veré, dándole explicaciones al jefe.

—Es tarde, no hay nadie más que nosotros y el equipo que

tiene que quedarse para terminar de grabar —susurró

rozando sus narices—. No me digas que estabas

entretenido allí dentro, porque neta se está mejor aquí

afuera.

Emilio concordó cuando sus labios encontraron los del

menor en un juego de escapadas.

—Tus labios están fríos —soltó aun sintiéndolos como

fuego.

—Estaba comiendo una nieve, menso.

Iba a volver a inclinarse cuando un ruido los desconcentró.

—Lo sabía, ¡lo sabía! —vociferó Santiago estirándole la

mano a Pablo que estaba igual de asombrado—. No

manches, me debes unos tacos al pastor, Pablito.

Los otros tres se miraron extrañados. Joaquín había soltado

de un empujón el cuerpo de Emilio quedándose oculto

detrás de la máquina.

574
—Gracias al universo que fuimos nosotros los que venían

—pensó Pablo en voz alta—. Par de chamacos tontos.

La cara de Pablo cambió a felicidad por un segundo antes

de planear seguir con el regaño.

—Sí, aquí no anden con esas —siguió Santiago

terminando su helado—, está buena la de la máquina

porque justo les tapa la cámara, pero no mamen, no

pueden andar así en los pasillos si tu papá está a dos pasos.

Parece que les faltara educación en esto de andar de

calenturientos, no mames, Emilio, te hacía más listo. Por

último, métanse a un baño ya que pueden entrar los dos y

nadie los va a mirar tan raro.

Joaquín no pudo evitar soltar una carcajada ante el

panorama. Los escritores parecían un par de padres,

aquellos a los cuales habían rehuido todo ese tiempo.

Emilio tenía otra cara, de preocupación mezclada con

espanto, pero terminó riendo al ver a los escritores

confundidos.

—No hay pedo, la mamá de Joaquín sabe, hasta Arath —

dijo sin complicarse más de la cuenta—. A mi papá

575
planeamos contarle esta tarde, cuando se vayan todos.

La mano de Joaquín tomó la suya entrelazando sus dedos,

encajando a la perfección, como la de Temo y Aristóteles.

Pablo miró a Santiago encogiéndose de hombros.

—Ni modo, ahora van a ser los nuevos Rulli y Boyer, no

mamen, ¡qué pareja!

Los chicos se miraron desanimados. En su universo, aquel

que era de paredes en sus casas o en los camerinos del foro

iban a ser todo lo que quisieran, pero afuera... no creían

que hubiera un afuera.

Santiago palmoteó el hombro de Pablo para que no dijera

nada ante la mirada triste de los chicos.

—Mejor volvamos adentro, antes de que vengan por todos

nosotros —sugirió después de un silencio incómodo.

Con paso cansino volvieron a foro, donde Aristóteles podía

estar con Cuauhtémoc sin que nadie dijera nada.

El corazón de Joaquín se le salía del pecho al estar

esperando en aquella oficina estrecha. La tarde había caído

haciendo inevitable que caminaran por el pasillo en el que

576
se habían cruzado por primera vez con dirección a la

oficina del productor. Movía su pie contra el piso de

manera incesante, tratando en lo posible de limpiar sus

manos en sus pantalones cada que sudaban ante la espera.

En uno de sus movimientos de rutina, Emilio tomó su

mano entre las de él, calmándolo.

Decirle a su mamá y a Arath en la sala de su casa no había

sido complicado en lo absoluto. Su madre y su padre

ficticio se habían levantado de sus asientos para abrazarlos

a ambos y darles consejos al oído. La madre de Emilio no

preguntó nada después del día del beso, pero cada vez que

lo veía por los pasillos del canal caminaba presurosa como

una niña a darle un abrazo y un beso tronado en la mejilla.

Los hermanos de Emilio no sabían nada, él había dicho

que esperaría un mejor momento. Renata les había

chillado en el oído a ambos cuando supo, al igual que

Diego. Emilio le quería contar su secreto a Roy, cada

detalle, pero tenía que esperar el momento.

El elenco era otra cosa, Ale los entendía y cada que los veía

juntos hacía un sonidito entre dientes, delatándolos.

577
También los molestaba cuando caminaban cerca,

intentando no rozarse para igual terminar casi sentados

uno encima del otro si los ponían en un sillón espacioso

para cinco personas.

—Hey, relájate, neta no es como que no vaya a saber —le

reconfortó—. Vamos a estar bien.

La sonrisa que le regaló fue el calmante justo, creíble hasta

para convencerse a sí mismo. La puerta se abrió, pero

Emilio no retiró sus manos, en cambio, hizo el agarre más

firme. Estaba cagado de miedo incluso cuando venía días

diciéndole a Joaquín que nada malo podía salir de ahí, que

daba igual lo que dijera.

Juan entró negando con la cabeza cuando se sentó en el

mismo borde de escritorio que había ocupado tiempo

atrás, cuando le había dicho a su hijo que fuera a la oficina

del fondo, minutos antes que chocara con Joaquín hacía

meses. El chico que veía ya no era un niño. En algo más de

un año había madurado tanto, tantas cosas habían

cambiado, pero al verlo ahí, con su mano entrelazada a la

del otro chico, un dolor le fragmentó el pecho en la mitad

578
y una presión, que no terminó hasta que Joaquín se fue

años después, nació como punzada.

—Quiero que me lo digas, Emilio.

La boca de su hijo se tornó seca, como un desierto con las

palabras a medio salir. Una vez antes se había sentido así

frente a su padre y había sido el día que le había dicho que

quería ser actor como su madre. La cara de seriedad de su

padre le estaba quitando el aliento hasta que sintió un leve

apretón en su mano, como siempre, Joaquín lograba que

su corazón se relajara y pudiera decir palabra.

—Joaquín y yo estamos saliendo, pá —musitó

aumentando el volumen a medida que la frase iba saliendo

de entre sus dientes—. Empezamos a salir hace un tiempo

y...

—No soy tonto, Emilio. Los he notado distraídos a ambos

desde hace un chorro, desde marzo que la cosa estaba rara

entre ustedes. No sé qué les pasó por sus cabezas de que

esto era buena idea, ni siquiera entiendo lo qué pasó por la

tuya que ahora andas con hombres.

Joaquín agachó la cabeza sintiéndose regañado. Adoraba a

579
Juan y las posibilidades que le había abierto, pero no pudo

dejar de sentirse mal.

—No voy a decir nada como productor más que tienen

unas planillas que llenar para Recursos Humanos donde

expliquen qué es lo que significa esto y que en sus contratos

aparecerá la cláusula que no pueden hablar del tema, más

que nada por seguridad de ustedes mismos, son unos

mocosos, así que es mejor que nadie los moleste hasta que

veamos cómo va a parar esto —comentó sacando de una

carpeta dos copias de una planilla de rellene con cuadros.

Parecía arcaico—. El documento lo tiene que firmar un

tutor legal como ustedes son menores y tienen que

entregarlo a Recursos Humanos en el tercer piso. Es

confidencial, así que no debería salir del canal. Cuando

terminen, tienen que volver a Recursos Humanos y pedir

que su planilla sea anulada y deben actualizarla cada año o

cuando su relación cambie de carácter, si pasan de saliendo

a noviazgo y esas cosas, ¿entendido?

—Si es que terminan —lo corrigió Emilio. Juan suspiró

mirando a Joaquín y a su hijo de hito en hito—. Ahora,

580
¿qué dirás como padre?

Juan tomó aire. Quería gritar un par de cosas.

—Tu madre me estaba preparando desde hace más de un

mes —confesó—. No estoy de acuerdo, lo saben los dos, no

me parece una buena idea con todo lo que tienen por

delante y los meses que les quedan por trabajar.

—Pá, ahora le estoy diciendo a mi papá que salgo con

alguien, no a mi productor.

Joaquín estrechó más su mano. Todo había sido tan fácil

con los otros. Tensé la hebra de Juan en el tejido de Emilio,

pensando que no necesitaba más problemas.

—No me parece, Emilio. Lo siento —dijo meneando su

cabeza—. Eres mi único hijo y no puedo entender qué pasó

en el camino como para que ahora te guste un chico, digo,

tenía mis sospechas, no es como que te las estuvieras

guardando, pero va a ser complicado conmigo, lo siento.

—Señor, disculpe, pero con Emilio no estamos haciendo

nada malo, estamos saliendo como cualquier pareja que ha

salido antes y somos profesionales, podremos hacer esto.

Lo que siento por su hijo y él siente por mí no tiene nada

581
que ver con lo que hacemos, podríamos prometer que

seremos incluso más profesionales de lo que hemos sido

porque no planeamos que lo que tenemos sea malo, en

cambio, queremos hacernos bien, ¿no? —la última frase fue

directa para Emilio. Su rostro angustiado arqueó las cejas

sobre sus ojos avellanos.

—Sí, papá. Cuenta con eso.

Juan se removió más en su escritorio. Se sentía incómodo

con la vista pegada a ellos, cómo entrelazaban las manos lo

tenía a poco de soltar maldiciones, pero la madre de su hijo

se lo había dicho. Emilio lo necesitaba, lo necesitaría

también toda la vida.

—Joaquín, estamos hablando de mi hijo, no de mi actor —

replicó el hombre cambiando de postura—. No entiendo

de esto, no me parece natural porque en mi cabeza no se

ve normal, es extraño en muchos niveles que ni voy a decir

porque es mi problema entender esto según Niu, pero

también he estado mal y he necesitado algo. Quizás ahora

piensan que esto es lo que quieren y en un par de años

Emilio piense distinto, no sé, le empiecen a gustar las

582
chavas de nuevo o qué sé yo.

Emilio rodó los ojos. No iba a hacerle entender al mismo

hombre que había dicho meses atrás que no quería que su

hijo fuera visto en televisión nacional haciéndolas de

maricón o joto. Antes lo estaba protegiendo, según él, pero

ahora cada palabra era hiriente. Aunque pensó que podría

ser peor.

Con esas palabras fue consciente que no podía pedirle lo

mismo a su padre comparado con los demás que sabían.

El rizado asintió energético bajando la cabeza.

—Si quieres tiempo, es lo que tendrás, papá, pero no voy a

dejar de hacer lo que me gusta o de salir con quien me

guste porque a ti no te calza —suspiró mirando sus manos

entre las de Joaquín—. Lo elijo y planeo elegirlo un

poquito más siempre que pueda.

El hombre inhaló con fuerza, asintiendo. Sabía lo terco que

podía ser Emilio y cómo se ponía cuando tenía una idea en

la cabeza. Era lo que había heredado de su madre.

—Sigues siendo mi hijo, seguiré estando aquí incluso

cuando creas que no quiero y lamento decirte que tienes

583
que aguantar a este viejo y ahora mismo me gustaría darte

unos buenos zapes, pero no puedo porque trataré de

entender —se levantó de su asiento para darle un abrazo,

estirando una de sus manos para unir a Joaquín—. Ya perdí

un hijo, Emilio, no voy a darme el lujo de dejar que otro

se me vaya, no mames. Solo tengo que ordenar mis ideas y

no me pidas que lo haga de un día a otro, porque no voy a

poder.

El aire volvió a entrar al cuerpo de Emilio que había

olvidado cómo respirar. Se aferró a la espalda de su padre,

dejando el peso de no poder contarle por tantos meses. De

sentirse solo en medio de la neblina para llegar a donde

estaba en ese momento. Con su padre abrazando a ambos

y con Joaquín tomando su mano en apoyo, se sintió

completo, se sintió feliz en una extraña manera que llevaba

tiempo sin sentir.

—Ya, ahora vayan a llenar las planillas, chamacos —

susurró soltándose del agarre de los niños—. Y tú, Joaquín,

espero que entiendas que esto no puede saberse y que la

relación que tenemos sigue siendo profesional, no te

584
quiero ni de chiste oírte decirme suegro —dijo, medio

serio medio en broma.

Los chicos salieron de la oficina más aliviados. Esa oficina

sería la misma de donde saldrían después de cada vez que

los vieran juntos en algo y los rumores llegaran a los

programas de chismes o revistas. El regaño seguro, le decía

Emilio.

—No creo que haya ido tan mal —dijo Joaquín soltando

su mano en el pasillo.

—Va a ser largo, Joaco, nada más lo hace por Juan y para

que no me aleje de él, pero está bien, puedo vivir con eso,

se supone que entenderá en algún momento.

Con cautela, mirando a ambos lados del pasillo, fijándose

que nadie viniera, Joaquín le dio un beso en la mejilla. La

calma en la tormenta, acompañada de su mano entre la

suya.

—¿Qué? —preguntó cuando Emilio se quedó frente a él sin

decir palabra y soltando un suspiro—. ¿Qué pasa?

Emilio entendió sus propias palabras.

—Aparte de lo que dijo mi papá o lo que pueda decir

585
cualquiera, ahora entiendo lo que te dije para tu

cumpleaños.

—¿Cuál de todas las cosas?

—Supongo que esto es ser intensamente feliz.

El turno de soltar un suspiro fue de Joaquín. Si hablaba de

las manos sudorosas, el recorrido de frío en la espalda y

cómo sus cuerpos parecían piezas imantadas que no

podían ni querían separarse o la sonrisa de tonto que no se

les quitaba a ninguno, también lo entendía.

Volvió a estudiar el pasillo. Ese que se veía desocupado para

alzar su rostro. Emilio ya lo conocía de otros besos, así que

se inclinó, porque podía estar así siempre. Así con su

intensa felicidad.

23 de junio, 2019

Tocaba foro temprano. La copia de la planilla de Recursos

Humanos estaba en un folder dentro de su mochila.

Entraba a Televisa con una maleta con un mameluco y una

chaqueta porque de súbito a Emilio le habían dado ganas

de ir a los premios que el fandom había mandado a la

586
mierda hacía semanas. No habían acordado traje, pero su

compañero tenía la brillante idea de ir en pijama.

—Debo tenerte un cariño horrible —dijo entrando al

camerino para dejar sus cosas a un costado antes del

llamado—. No inventes, ¿ir con un mameluco a unos

premios?

Emilio se acercó con una sonrisa a saludarlo como lo

hacían por las mañanas. Antes de eso juntó sus miradas y

retrocedió para molestarlo, ganándose que su compañero

rodara los ojos por el beso no dado.

—Buenos días para usted también —contestó cínico—.

¿Hoy le gustaría desayunar conmigo y dejar de hacer

puchero?

Joaquín suspiró. Le estaba empezando a gustar esa rutina

de comer en el camerino, sentados en el sillón charlando y

dándose mimos y besos. Esos desayunos que le encantaban.

Emilio dejó la puerta abierta para dejarlo salir primero.

—¿Adónde iremos?

El rizado estiró su mano para que la tomara y salieron de

ahí atentos a los pasillos, corriendo si era necesario. Su

587
maquillaje estaba programado para una hora más, pero

querían todas las horas del día.

El menor sonrió cuando descubrió hacia dónde iban sus

pasos. Era sábado por la mañana, nadie ocupaba esa ala del

canal y no sabía cómo le harían para entrar. El corazón se

le había acelerado con la carrera hasta el CEA. Intentando

calmarse se apoyó contra el muro de la puerta del salón que

conocía de memoria.

—Emilio, ¿si nos cachan? —preguntó divertido.

—Decimos que nos mandaron a ensayar y ¿qué pedo? —

respondió con seguridad jalando con fuerza la puerta hasta

abrirla—. Después de usted.

El chico entró al salón vacío. Sillas en mal estado, un par

de mesas mal pintadas y muchas cosas de utilería de las

obras del CEA. Su salón era casi una bodega.

—La Mary me hizo una bolsita de chuches —dijo

mostrando un paquete en una esquina.

A Joaquín le importó poco lo que estuviera ahí. Se colocó

frente a él con la mirada fija en sus ojos. Emilio vio como

el puchero de Joaquín se desarmaba para separar los labios

588
y buscar los suyos. No lo pensó dos veces y se inclinó un

poco para encontrarlos. Fue sutil, fue tierno.

—Ahora son buenos días —susurró contra los de Emilio.

El rizado supo que todos los días podían ser buenos si

estaba a su lado. ¿Había un tiempo donde podía haber

estado sin Joaquín? Ahora lo dudaba, porque se había

convertido en su otra parte, en el complemento perfecto

en meses. No sentía eso ni por sus amigos más cercanos.

—Mi fortuna, mi karma, mi destino —respondió,

asustándome al escuchar mis nombres de su boca—. No

creo en esas mamadas, pero algo tengo que haber hecho

bueno en algún momento de mi vida para conocerte.

Joaquín frunció su ceño no entendiendo. Los humanos son

frágiles y creen que la culpa de todo la tengo yo cuando lo

único que hago es guiarlos en su vida. Igual y ninguna de

las cosas que planeaba para ellos me salían como quería.

—¿Trajiste tu planilla? —preguntó sacando una copia de su

bolsillo trasero, doblada en mil partes.

—No mames que la vas a entregar toda rota —lo acusó

Joaquín levantando una ceja—. Mínimo la hubieras

589
metido a un folder o algo, no inventes.

Emilio le rodó los ojos mostrando que era una fotocopia

que le había tomado. Abajo, donde decía tutor legal o

representante estaba su firma, con sus letras discordantes y

esas rayas que conocía de los autógrafos que daba.

—Pensé que quizás podríamos firmar nosotros esta, para

tenerla de recuerdo.

Las cejas de Joaquín se alzaron en sorpresa.

—Me saliste bien cursi y romántico —soltó tomando la

hoja entre sus manos. Estaba arrugada por todos lados, sus

nombres estaban escritos en las casillas erróneas, parecía

una manualidad mal hecha del día de algún padre. Esperó

que la original no estuviera así de maltrecha.

—Pues, tú me saliste desmadroso y muy bueno para decir

malas palabras, lo que sorprendería a cualquiera que no te

conociera.

—Ajá, igual y ni tan santito eres como para decirme eso, ni

creas.

Emilio le quitó la hoja colocando su firma real en la

esquina, pasándole el lápiz para que él firmara también.

590
Sus madres lo habían hecho en las originales, dejando un

pequeño espacio para las suyas, pero en esa, eran libres de

hacerlo como se les diera la gana.

Joaquín dudó, no porque lo tuviera que pensar, sino

porque se vio ahí, en medio de ese salón donde hacían

rebotar una pelota contra la muralla, donde había

memorizado el rostro del rizado, donde se habían besado

por primera vez con la excusa de estar en un personaje.

Pensó en todo lo que el salón vería a lo largo del tiempo,

suspiró, analizando demasiado todo.

—¡Hey, no! —lo regañó su acompañante—. Dijimos que

sin pensar, que sin andar buscando cómo hacernos los

pendejos y cagarla nosotros mismos.

—Emilio, has pensado...

—Si no me hubiera puesto a pensar nada de esto hubiera

pasado, ni siquiera hubiéramos sido Aristemo, mucho

menos hubiéramos empezado a salir —una parte de él

sintió pesar—. Si no hubiera pensado, estaría con María,

cómodo, sin el problema de que mi papá me mire feo

porque salgo contigo o estaría saliendo con chavas, no digo

591
que lo haya hecho a lo pendejo como la mayoría de las

cosas que hago, porque sí lo pensé, pero lo suficiente para

saber que no es un error, que esto es natural y que si no me

pasaba ahora iba a ser cuando estuviera con una persona a

la cual pudiera herir por lo que estaba sintiendo. No

miento diciendo que me traes como un pendejo porque así

es, porque si no fuera así, jamás le hubiera dicho a Santi

que me mandara el guion de la escena sorpresa para besarte

diciendo que era Aristóteles cuando la verdad es que ni me

imaginé que fueras Temo.

—¿Neta hiciste eso?

—Pues, de alguna manera me tenía que sacar las ganas y

no pensar que estaba siendo un todas mías.

El menor se arregló el pelo y restregó la cara con sus manos

antes de terminar de estampar su firma. Era gigante en la

carilla de la hoja, acompañando a la otra. Meneó su cabeza

poco convencido.

—Bueno, ahora un papel dice que te quiero veinte de diez

—sentenció bajo la mirada extrañada de Emilio.

—A ver, ¿cómo así?

592
—Tú lo dijiste, que me querías veinte de diez.

—Sí, me acuerdo, pero ¿por qué lo dices ahora?

—La gente siempre dice te quiero, como algo que sale de

dientes para afuera. Bueno, yo te quiero veinte de diez

como tú me quieres a mí —se encogió de hombros—.

Quiero creer que es como decir 'te quiero mucho' o 'te

quiero hasta el infinito', pero a nuestra propia manera.

—¿Solo eso? —rodó los ojos vencido.

—¡Ya, Emilio, ya! —le gritó divertido—. Nos podemos

decir eso en vez de decirnos 'yo también' o 'mucho', algo

más nuestro.

Emilio asintió.

—Además, porque quiero que sepas que siempre será el

doble de lo que imaginas.

—¿El doble?

—Sí, claro. Si me dices que me quieres…

—Dejo todo —cantó ganándose un golpe en el hombro.

—Déjame hablar —se rio Joaquín— Pues, si me dices que

me quieres mucho, será mucho mucho, si me quieres

infinito... pues, eso no se mide, pero sería un infinito más

593
grande —Emilio lanzó una carcajada—. Ya, si te parece

muy estúpido no lo hacemos y ya, no tienes que reírte en

mi cara.

—Es algo más.

—Obvio que es algo más —aseguró después de pensarlo—

. Lo nuestro no es normal, tenemos una historia linda y no

quiero que sea como lo son las otras historias de mocosos

que se sienten en las nubes porque se creen enamorados,

quiero que sea nuestra historia, una gran historia —Emilio

podía quedarse embobado mirándolo mientras decía esas

cosas—. Ellos tienen su TAHI, yo quiero tener mi 'veinte

de diez'.

A Emilio le importaba poco cómo decírselo, pero

escucharlo decir una cursilería como esa en medio de

donde todo había empezado era otra cosa. Le levantó el

rostro a punta de toquecitos con su nariz puntiaguda para

darle un beso. Estuvieron así un rato, aferrándose del otro

para no dejarse ir en uno de los miles de millones de besos

que se dieron y darían en su vida. Era único, porque

parecían piezas de puzzles calzando para el otro. Todo ellos

594
juntos.

Emilio puso un poco de música sacando las cosas de la

bolsa. Le pasó una naranja, que Joaquín intentó abrir con

una cuchara, haciendo que el jugo saliera de la fruta

divirtiendo a Emilio que sirvió tazas de café, recordando

en ese momento que Joaquín era de tomar té. Puso galletas,

aquellas con el nombre de su ex, las que causaron una risa

ahogada en él y un golpe en su hombro de parte de

Joaquín, para después cambiarlas por Oreos.

—Última vez que planeo algo tan verga.

—Digamos que igual y te esforzaste —rio Joaquín

achicando sus ojos.

Igual no probaron bocado. No tuvieron hambre cuando

apoyaron sus espaldas contra la muralla y se quedaron

viendo cómo se les restaba el tiempo en ese cuarto. Se

robaron besos, se acariciaron las manos, se miraron un rato

sin que nadie más los viera.

—Tu música no me gusta tanto —sentenció Joaquín

arrugando la nariz—. Podríamos hacer una lista juntos,

para cuando vengamos a besuquearnos por aquí.

595
—¿Y poner tus canciones de güeritos y chavas que cantan

como delfines? —preguntó con una mueca—. Aunque me

gusta eso de andarnos besuqueando, no te mentiré.

Joaquín rodó sus ojos, agregando algunas que sabía que a

Emilio le podían gustar. Trató que fueran neutrales, más

en español porque sabía que al rizado le gustaba

aprendérselas y cantarlas.

Emilio frunció sus labios aprobando sus gustos. El tiempo

no se detuvo en lo que estuvieron ahí, eligiendo todo.

—Entonces, me quieres —afirmó.

—Veinte de diez —aseguró Joaquín cuando Emilio lo

ayudaba a levantarse del suelo para volver a sus vidas

normales, en las cuales eran amigos y compañeros de

trabajo, en el mundo que no estaba listo para ellos.

Ale los encontró a mitad de pasillo, buscando el vestuario

para su personaje.

—¿Cómo les va a los tórtolos? —preguntó bajito y

juguetona—. Uy, ¿qué desayunaron? Me muero del

hambre y no sé si Limón me trajo algo a mí también.

—Estaba re bueno nuestro desayuno, ¿no, Joaco? —dijo

596
pícaro Emilio levantando sus cejas rápidas a su compañero.

—Ustedes son bien raros —sentenció Ale.

Ambos rieron viendo como la morena se perdía en el

pasillo.

—Joaquín, mi niño, tienes tu hora de peluquería y

maquillaje —dijo una mujer saliendo de la sala de

preparación.

Él asintió pasando por el lado de Emilio en el estrecho

pasillo. Uno de sus dedos pasó a propósito cerca de la mano

del rizado, rozando el dorso, suave, como brisa, colándose

entre los del otro chico que le dio un ligero apretón.

Sonrieron sin verse, pero sabiendo que él otro también lo

hacía.

26 de noviembre, 2029

Una vez leí por ahí que en la vida vamos a chocarnos con

tres personas que marcarán nuestra vida. No lo creí porque

era limitado para todas las personas que había conocido en

mis pocos años.

597
Se hablaba de tu hilo rojo, tu alma gemela y la persona con

la que te terminas quedando. Por supuesto, el hilo rojo era

aquella con la que estabas destinado a estar, tu gran amor,

la persona que iba a estar contigo siendo tu todo, aquella

por la que luchabas día a día hasta llegar al otro extremo, a

quien amarías por siempre, sin importar el lugar o el

momento cuándo la conocieras. Tu alma gemela, en

cambio, no era a fuerza alguien que amaras de manera

romántica, sino que podía ser alguien que te inspirara,

algún maestro, alguien con quien tenías gustos parecidos o

un familiar, con la que tenías tantas cosas similares que

parecía que fuera otro tú. Y, por último, estaba la persona

con la que te quedas, aquella por la que dices 'aquí estoy,

he llegado a ti' o crees que es donde encallaste después de

navegar por mucho tiempo buscando todo lo otro, la

puedes amar, la puedes querer con todo el corazón, pero

jamás será lo mismo. El final del artículo era una pregunta

que estaba difícil de responder.

¿Te imaginas encontrar en una persona a todas?

Sí, no me era difícil de adivinar porque lo había tenido.

598
Mis pensamientos habían hecho que me fuera a casa en

modo automático, sin pensar mucho cómo había llegado

ahí. Estacioné en la misma parte de donde había salido mi

coche en la mañana. Por suerte el portón de mi casa estaba

libre de personas que quisieran preguntar cosas y ni un

rastro de reporteros molestos como los que habían llegado

unos veranos atrás. Suspiré agotado mirando, en el espejo

retrovisor, la fina arruga que se me producía en el ceño

desde la mañana. Estaba cansado como nunca y eso que

trabajaba mucho desde niño, pero ningún día de grabación

de novelas o de estudio me había dejado así de maltrecho.

Mi celular no dejaba de vibrar en mis pantalones, de seguro

de los miles de mensajes que me estaban llegando de todos

lados. Los primeros eran de mi madre, los siguientes de

Diego pidiendo que nos viéramos para hablar si es que me

sentía de ánimo y los últimos millones de notificaciones de

mis cuentas sociales abandonadas desde hacía años.

En Twitter había una guerra de antis y shippers, no era

sorpresa. También estaban haciendo unas nuevas frases

tendencia.

599
EMILIACO DESERVES BETTER

EMILIACO LAUNDRY DAY

Me sorprendió que las personas todavía tenían tiempo para

esas cosas y después de casi 10 años seguían con sus cuentas

de fan, hasta mi timeline de Twitter parecía a alguno de los

universos alternos que las fans hacían para divertirse, claro

que nunca estuvieron muy lejos. Apreté algunos corazones

en tweets de apoyo a nuestra privacidad para cerrar la

aplicación de una vez por todas.

Me quedé con la pantalla activada, con miedo a meterme a

esa aplicación con icono de nube que siempre tenía, pero

que intentaba no entrar.

Había un chorro de videos y fotos que había tomado con

mi celular o con mi cámara que había perdido la cuenta.

Abrí el primero que vi.

Estaba grabando a Joaquín como siempre, vestido de

domingo, como decía él, cuando ocupaba una playera vieja

y unos pantalones desgastados. Estábamos sentados en su

cama mirando una de esas series de musicales a la que

nunca le puse atención porque terminábamos besándonos

600
la mayoría de las veces.

—¿Qué comemos? ¿Qué comemos? ¿Qué comemos? —le

pregunté rápido y con tonito de niño chiquito.

—Brownie con helado de vainilla —respondió con acento

uruguayo en la última palabra. Enfoqué el plato mientras

reía—. ¿Querés probar?

Los labios estirados estaban llenos de chocolate y helado

mientras sus ojos se dirigían hacia la punta de su nariz, me

incliné a probarlo con mi lengua en lo que él ponía cara de

desagrado.

—Era para que me dieras un beso, no que me lamieras

como perro, no mames, Emilio.

El video se cortó. Era de mis favoritos. Apreté otro en la

pantalla.

Estábamos en mi carro, tratando de que Joaquín lo hiciera

funcionar en medio del enredo en su mente de qué era lo

primero que tenía que apretar para hacerlo partir. Una de

las pocas clases de conducción que tomó conmigo porque

decía que lo colocaba nervioso con mis indicaciones.

Cuando al final logró que rugiera debajo de nuestros

601
cuerpos, la radio también se activó haciendo que

comenzáramos a gritar la canción que salía por los

parlantes. A mí me cagaba, pero era de las que había

agregado en la lista que teníamos de ambos.

—Es mirarse a los ojos después de gritar, es comernos a besos,

llorar en el cielo y reír en el infierno —gritó con su vocecita

aguda.

—Sí, me tienes aquí, con mil mariposas y monstruos, dragones

saliendo de mí, queriendo escribir canciones idiotas,

románticas, cursis —terminé sonriendo como tonto al

aparato—. Toditas por ti.

Ese era más corto, pero igual de doloroso. Me prometí el

último, antes de volver a cerrar la aplicación y pensar si

mantener todos esos videos.

Mostraba nuestros pies caminando por una alfombra

demasiado elegante. Enfoqué nuestras manos entrelazadas

hasta subir a nuestras caras.

—¿Dónde estamos? —pregunté desanimado y cansado.

—Estamos en los Glaad de nuevo —Joaquín hizo un

puchero exagerado—. Élite nos ganó este año.

602
—¿Estás triste porque no ganamos? —él respondió

asintiendo—. Pero ¿mañana dónde vamos?

Su cara se iluminó y cambió el gesto de derrota.

—¡Vamos a Chicago! ¡A conocer al suegro! —cantó

moviendo su cabeza.

—¿Ya le contaste de mí? —volvió a mover su cabeza con

entusiasmo—. ¿Qué dijo el suegro?

Joaquín sonrió pícaro, haciendo que mi cara cambiara

frente a la cámara frontal anticipando que saldría con algo

como lo que había dicho.

—Que vio cómo te cambiaban el pañal una vez y por mi

bien esperaba que todo hubiera crecido...

—Okay, mucha información, eso es suficiente.

Su risa era lo último que se escuchaba terminada la

grabación. El siguiente comenzó sin que le diera una

orden. Estábamos en mi cama, yo recostado sobre su pecho

mientras me acariciaba el pelo, cantándome la misma

canción con la que se había presentado hacía unas horas,

en francés, mi versión favorita de todas. No se daba cuenta

que lo grababa hasta que se vio en la cámara frontal. No

603
dijo nada cuando comencé a besar su cuello, su mentón,

parte de su mejilla. Como no hizo caso a mis caricias lo

mordí con delicadeza, ganándome una sonrisa de su parte.

Solo eso para hacer uno de los mejores putos recuerdos que

tenía de él.

Fui a una de las esquinas de la aplicación para eliminar

todo. Ver su rostro me dolía y sentir que estaba

impregnado todavía de su aroma era doloroso hasta pensar

que puedes morir.

Unos nudillos golpearon mi ventana antes que apretara

cualquier opción.

—Bájate del cacharro, Emilio —gritó mi madre desde

afuera—. Vamos a hablar ahora.

Caminé hasta dentro de la casa con cautela, esperando que

comenzara con su discurso, pero no fue así. Cuando nos

encontrábamos en el salón me senté dejándola a ella que

dirigiera la discusión que posiblemente tendríamos. Su

cara era de monumento, sin ninguna facción, como

cuando me regañaba de pequeño, pero sus ojos dulces de

madre, me decían que parecía otro tipo de conversación.

604
—Neta, fuera de pedo, te amo, hijo.

Caminó hasta la cocina dejándome sin entender nada,

haciendo resonar sus tacones en las tablas.

—Espérate un cacho, ¿no dirás nada más?

—Y ¿qué más te voy a decir? —dijo cruzándose de brazos—

. Que da igual que seas gay, bi o lo que quieras ser, porque

da igual, porque no entiendo por qué debería decirte algo.

Mi cara de sorpresa la impactó.

—Va, va, va —dudé impresionado caminando tras de

ella—. Acaba de salírseme en una entrevista que saldrá en

la tele que salí con un chico y ¿solo dirás eso?

—Llevas tiempo llorando por Joaquín, quizás llevas más

cargando con algo que no entendías y agradezco que él

haya llegado a tu vida y te haya sacado de donde estabas —

una de sus manos se depositó en mi mejilla—. Lo único

que tienes que recordar es que siempre voy a estar aquí

cuando quieras volver.

Noté en su voz que me conocía más de lo que podía llegar

a creer. Ahí estaba mi alma gemela.

—Me voy a Argentina y no creo que vuelva.

605
—Sí, lo sé. Desde la primera vez que te tuve en brazos, y

eso que estaba hasta arriba de drogada con los sedantes,

supe que ibas a ser grande. Eres un artista Emilio, tu cuerpo

vibra con el arte, necesitas hacerla o si no te mueres. Este

ya no es tu lugar y si también lo crees, pues, nada que hacer

—entonces comenzó a gimotear. Ay, cabrón cuánto me

odié por hacerla sentir así—. Podemos juntarnos en

cualquier parte del mundo, pero México siempre será tu

casa y puedes volver las veces que quieras.

No tenía corazón para decirle que no me sentía en casa,

que cada espacio de México me absorbía cuando lo pisaba,

recordándome que ese país había visto la historia de amor

más verga sin tener idea. Tampoco estaba seguro de que me

quedara corazón después de ese día.

Besé la palma de su mano y luego ella llenó de besos cortos

mi cara. Era nuestra despedida, era el final de la dupla

Marcos, quizás.

—Tengo que hacer algo antes de irme.

—¿Lo hablarás con tu papá? Me mensajeó antes que

llegaras y no le entendí mucho porque ya sabes, escribe de

606
la chingada, pero no parecía enojado —me tranquilizó

saber eso—. Kiko y Romina también llamaron, dijeron que

si necesitas cualquier cosa que vienen en cuanto quieras.

—Es algo que debo hacer solo, mamá.

Asintió comprendiendo. Terminó de perderse en la cocina,

dejándome en la misma parte que había estado parado esa

mañana. Miré mi casa, las paredes con los cuadros de mi

madre y la infancia de mis hermanos. Toqué los clavos de

los cuadros que mi mamá escondía cuando llegaba a casa,

aquellos de conciertos con Joaquín o de mi vida como

Aristóteles. Pensé que me diría él, parado frente a mí en ese

salón, riéndome de alguna pendejada que diría, cómo me

trataría de convencer que el corazón nunca se equivoca y

que debía ir con Joaquín para hablar a pesar de mi rabia.

El timbre de la casa sonó largo hasta que abrí la puerta con

el corazón esperanzado. Diego me sonrió amplio abriendo

sus brazos para rodearme con ellos.

—Hola, hermano.

Le devolví el abrazo apretándolo fuerte, incluso cuando lo

había visto hace no mucho tiempo. Necesitaba juntar las

607
piezas.

—Alguien me contó que podías estar triste, así que tomé

un taxi para llegar hasta acá.

Me quedé inmóvil pensando que quizás Joaquín lo podría

haber enviado. Mi celular comenzó a vibrar en mi pantalón

de manera insistente.

El nombre en la pantalla me dio la confianza para contestar

rápidamente ante la mirada de mi amigo.

—Arath, ¿qué pasó? —pregunté sin siquiera saludar.

Quizás sabría más cosas, quizás algo había pasado después

de que me había ido.

—Ay, chamaco —suspiró. Pude imaginármelo con su cara

de regaño—. La medio cagaste, pero no te voy a decir nada

sobre eso porque es tu problema, pero debiste preguntar.

Mira que lanzar una bomba de esas y luego irte.

—Sí, no lo pensé bien, solo quería salir de ahí, estaba

enojado y ahora creo que puedo estar dolido, siento que la

cabeza me da mil vueltas.

—Pues, malas noticias, por contrato tenemos que hacer

promociones, para la publicidad y esas cosas, así que

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mañana tienes cita de nuevo con todos los demás para ver

si pueden hacer las últimas tomas.

Me cayó como agua fría en la espalda. No planeaba ver a

Joaquín de nuevo, la verdad no creía que se pudiera

presentar luego que dijera que se iría esa misma noche.

—Igual la productora te va a llamar, pero también quieren

discutir el hecho de cortar o no la entrevista. Ya sabes, que

quede como una verdad a medias nada más.

Había escuchado que una verdad a medias es incluso más

peligrosa que una mentira, porque engaña por mucho más

tiempo. Así tenía que pasar con estos tipos de verdades.

—Da igual, mañana iré, no te preocupes.

—Chale, Emilio, daría mi vida para que no tuvieras, pero

no queda de otra.

—Ser adulto es una mierda, Arath.

A mi viejo amigo se le soltó una risa antes de despedirse y

cortar.

Diego estaba expectante. Sus ojos, con curiosidad, estaban

mucho más abiertos que de costumbre cuando me movía

por la sala.

609
—Mañana tengo que volver, chingada madre.

—¿Estuvo muy cañón? —me preguntó sentándose en el

sillón. Nuestra plática iba a comenzar y quizás en qué

momento de la noche terminaría.

—¿Lo viste? ¿No te dijo nada? —Diego negó con la cabeza

ante mi última pregunta—. Tiene novio, ¿lo sabías?

—Hermano, la única que lo sabía era Renata, así que sí

supe, una vez que llamó y ella preguntó por él, pero no

pude contarte. Eli sabe algo, pero no mucho, ya sabes.

Asentí con comprensión. La lealtad se vuelve relativa a

veces, pero no quiere decir que esté mal.

—¿Qué harás ahora? —tenía una idea clara de qué podía

hacer, no como para recuperarlo, como el gran gesto que

salen en las películas, sino más que nada para recuperarme

a mí mismo.

—Tengo que hacer una llamada —dije entre dientes. Él

asintió, pensando que iba a llamar a otra persona. Se

sorprendió cuando vio el nombre en mi pantalla

arrugando el ceño.

—Amigo mío, tanto tiempo, como siempre es un gusto —

610
dijo la amable voz del otro lado de la línea telefónica.

—Creo que necesito tu ayuda para algo.

611
24.
Mangata

El camino de luz que deja la luna al reflejarse en el agua

25 de noviembre, 2020

Había estado pensando que la decisión que había tomado

quizás no era la mejor de todas. Su hermana sentada a su

lado en el taxi que compartían seguía riendo por las cosas

que su novio le decía por medio de mensajes, haciendo que

se sintiera solo en el carro. La radio del coche hablaba del

clima. Soleado, sin posibilidades de lluvias.

Masajeó sus manos una contra la otra con un poco de

miedo contenido. Había peleado con Emilio meses antes

manteniéndose al margen de cualquier cosa que pudiera

pasarle. Mordió su labio, impaciente por llegar al Auditorio

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Nacional Adela Reta de Uruguay para poder ver el concierto

de Emilio. Estaba de vacaciones e, incluso con la gira de

Emilio en el país donde estaba, lo sentía tan lejano.

—Sigues pensando en lo que le dirás —afirmó su hermana

cambiando su atención a la cara del chico.

—Han pasado meses desde que hablamos y no nos fue

nada de bien la última vez que nos vimos.

Recordó la última vez que había visto esos ojos tratando de

contener las palabras que parecían bombas estallando en

su boca. Seguía molesto con Emilio, pero lo extrañaba más

que eso.

—Siento que ustedes se están tardando mucho en hablarlo.

Diego dijo que Emilio se cansó de llamar el último día que

se vieron y que ahora solo se llaman para decirse dos

palabras y cortar, se supone que igual lo extrañas, entonces

¿qué es lo que pasa entre ustedes?

Joaquín no lo sabía. Podía ser el orgullo que tenía herido

o las altas ganas que había tenido de no quedarse callado

ese día, pero había mantenido la boca cerrada con la

esperanza que no fuera un quiebre, incluso cuando las

613
palabras habían salido de su boca.

—Es problema nuestro... o mío —contestó dudando del

plural.

—Muy su pedo, pero por favor, no me cagues la fiesta, llevo

casi lo mismo sin ver a Diego y neta me gustaría disfrutar.

Joaquín rodó los ojos. Las posibilidades de hacer un

escándalo eran de cero en total. La chica siguió pendiente

de sus mensajes y sonriéndole al teléfono. Él miró la

pantalla del suyo, seguía teniendo ese fondo que Emilio

había puesto hace un par de meses. El rizado con una

sonrisa iluminada mirando al frente mientras Joaquín le

besaba la mejilla. No había notificaciones de mensajería,

pero sí muchos mensajes de voz antiguos que nunca había

reproducido. Sabía lo que decían, no era necesario

escuchar esa voz que sabía lo que pedía y que le hablaba

con monosílabos o ideas inconexas, un poco de nada,

menos de cinco veces en casi tres meses.

Ren se lo había dicho. Iba a estar frente a él y todo lo verbal

iba a salir de improviso acallando esos meses de dudas y

silencios incómodos hablándole a un aparato. Quería

614
poder decirle todo lo que sentía sin tener que pedir

disculpas o sin esperar a que él las dijera.

—Va, igual no es como que me vaya a quedar mucho —

soltó Joaquín después de un rato. Estaban cerca del lugar

del concierto—. Me iré terminando.

—Joaco, no manches, es el cumpleaños de Emilio —con su

boca articuló por lo bajo—. Tu novio.

—No es mi novio —recalcó moviendo sus labios para que

los leyera—. O al menos no creo que ahora pueda serlo.

Renata resopló frustrada. Llevaba demasiado tiempo

escuchando esas cosas y dramas, necesitando un descanso

a ratos.

—Pues, va, te vas antes y ni modo.

La entrada estaba hasta arriba de personas. Tenían la orden

de llegar temprano y entrar por la puerta de atrás, sin que

nadie los viera, en un plan que podía fallar de igual modo.

Esos tickets los tenían desde el inicio del tour, cuando el

plan era que Emilio estuviera en Uruguay para su

cumpleaños y poder coincidir con sus vacaciones,

causando la locura del fandom. La pelea que habían tenido

615
antes de que Emilio abordara el avión no habían cambiado

los planes, pero el ánimo de ambos no era el mejor de

todos.

Cuando Renata tocó la puerta trasera, un tramoyista del

teatro los llevó hasta dentro. Era bastante grande y su

capacidad era baja, pero suficiente para que se viera llena

comparada con la devolución de boletos en otros países. El

chico había oído los rumores de que se había logrado

vender la totalidad de entradas, pero era algo bueno,

algunas fechas habían tenido mala racha en los países

extranjeros.

Diego llegó por una esquina tomando en vilo a Renata que

reía eufórica. A su amigo se le dibujó una sonrisa que no se

le borró en toda la noche que estuvo su novia con él. A

Joaquín le cargaba ser mal tercio cuando estaba con ellos,

esa tarde parecía que todos hacían que se sintiera

incómodo ante las demostraciones de amor que él llevaba

tiempo sin dar ni recibir.

—Emilio está en el camerino del fondo si quieres pasar a

verlo —dijo Diego, esperando que entendiera la indirecta

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de irse de ahí.

—Va, entonces nos vemos en el palco.

Caminó, pensando en cómo las horas de ese día se estaban

yendo tan rápido. Esperaba que en ese momento el reloj

no se congelara, porque no sabía qué decirle a Emilio.

Podía empezar mencionando que había sido egoísta, pero

toda su cabeza no lo pensaba así. Pensó que quizás

comenzar felicitándolo por su cumpleaños era una buena

idea.

No encontró una manera de decir todo cuando estuvo

frente a la puerta con el logo del tour y la imagen de Emilio.

Estaba sonriente, de esa sesión fotográfica a la que lo había

acompañado meses antes.

Golpeó tres veces, como la clave que tenían antes de entrar

al camerino.

—Pasa —se escuchó desde dentro como una indicación

forzada.

Giró la manilla de la puerta esperando verlo ahí, con su

sonrisa radiante. Se imaginaba cómo lo abrazaría después

de tanto tiempo.

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Emilio no se había dado cuenta de quien tocaba en lo que

mantenía contra su frente una bolsa de congelado gel azul,

recostado en un sillón. Estaba con cruda, de esa leve, de un

par de cervezas baratas, pero cruda, al fin y al cabo.

—Emilio.

Parecía la voz de alguien que conocía y necesitaba, entre la

cruda y el hielo haciéndose jalea en su frente. Abrió sus

ojos, pensando que no podía estar tan mal como para

imaginárselo, que era poco probable que después de la

discusión de unos meses hubiera ido, que era difícil que los

escasos monosílabos se hubieran materializado en ese

camerino. Pero contra eso, estaba ahí, parado en la puerta

esperando a que lo invitaran a pasar y cerrarla para que

toda esa magia contenida les saliera del pecho. Cuando lo

vio, olvidó la cruda, el gel de hielo, que sus poros no olían

a loción, sino que agrio. Se levantó del sillón caminando a

él. Habían pasado tres meses y era imposible que su

memoria le hiciera justicia incluso cuando lo que más veía

eran los miles de videos que tenía de él en su teléfono. Le

pareció mayor, más bello.

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—Viniste —susurró abrazándolo para atraerlo a su

pecho—. ¡Gracias, gracias, gracias!

Joaquín sonrió devolviéndole el abrazo. Ya nunca más le

iba a negar eso que tanto necesitaba también.

—Te...

—No, yo primero —rogó Emilio acunándole las mejillas

con sus manos, pegando su mirada intensa en los ojos—.

Lo siento, siento todo, siento lo que dije, lo que pensé,

siento haber llamado unas mil veces diarias cuando sé que

odias que te llamen para pedirte perdón y siento no haberte

seguido. Siento todo porque me da igual no...

—Hey, estoy ahora aquí, ¿no crees que te tengo que haber

perdonado para venir?

Emilio no parecía convencido.

—Ay, contigo nunca se sabe, güey —susurró pegándole en

la cara con su aliento.

—Estás crudo —sonrió Joaquín divertido. Las ojeras del

chico mayor también denotaban cansancio y, los callos en

sus dedos, que había estado practicando guitarra sin

cansancio.

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Tomó sus manos entrelazando sus dedos para que lo

siguiera al sillón. Se quedaron ahí, Joaquín sosteniendo lo

poco de gel helado en la cabeza de Emilio en lo que no se

despegaban sus miradas.

—Lo que dije de nosotros, no lo dije en serio. No tengo

miedo a quererte porque es lo que mejor se me da y no

quiero que pienses eso, pero hay veces en las que todo es

muy irreal y hasta pienso que no nos puede estar pasando

a nosotros, que nuestra suerte es mucha y cuando se acabe,

todo nuestro destino se romperá y no quiero eso contigo,

yo...

—Joaco, hay muchas cosas que debemos hablar, pero

¿podemos no hacerlo hoy? —una de sus manos fue tímida

a la mejilla del menor—. Quiero tenerte aquí, quiero saber

que estás viendo lo que hago y disfrutar que viniste.

Pensemos que lo que pasó en México lo dejamos ahí, que

podemos irnos de aquí a Ecuador mañana en la mañana y

volvernos juntos como teníamos planeado, nunca

cambiamos tus boletos, así que te puedes ir conmigo, ¿te

late?

620
Joaquín se acomodó acercando la nariz a su rostro. Se

permitió oler su piel, el aroma eterno a almendras

disfrazado con el olor a su cuerpo eliminando el alcohol.

Bajó de a poco, lento, dibujando con la punta de su nariz

de botón el contorno de la cara de Emilio. El chico sonrió

cuando supo la intención de quien le delineaba el rostro,

lo jaló de la nuca ansioso por el toque, aquel que venía

esperando desde hace mucho. Le tomó el labio superior

estirándolo lo más que podía sin hacerle daño,

divirtiéndolo. Cambió de lado, dejando que lo besaran,

consciente que la puerta podía abrirse en cualquier

momento, pero disfrutando todo. La corriente en su

espalda, de la electricidad que lo hacía convulsionar por la

sensación tan intensa después de mucho tiempo sin

besarlo. La controló como solía hacerlo para no quedar en

evidencia de todo lo que guardaba su cuerpo al extrañar sus

labios, su boca o sus manos.

—Sí te eché de menos —musitó más entero, alejándose

para sentirlo ahí, frente a él, no una de las tantas veces que

lo había imaginado entre pensamientos y canciones a

621
medio hacer—. Prométeme que no te irás de nuevo así, que

siquiera me dirás adiós.

Joaquín ocultó la cara en su cuello. Se quedó un rato sin

decir nada hasta que asintió sacándole una sonrisa. Emilio

le acarició el cabello, sus rizos largos como resortes entre

sus dedos logrando el cosquilleo en la piel de su cabeza.

—Yo te prometo que intentaré no hacer nada para que te

quieras ir de nuevo, ¿va?

No pensaba en nada más que sus respiraciones en sincronía

en una habitación en silencio. Había tiempo para hablar,

todo el que quisieran, tardes enteras, pero el tiempo ahí no

era eterno y, a pesar de lo que pensó en un primer

momento, el reloj no dejó de correr en ningún instante.

—Nada más trata de cagarla menos, me conformo con eso

—bromeó Joaquín robándose uno de sus besos en lo que

se recostaba con sus piernas sobre el regazo de Emilio. El

chico sonrió abrazándolo para dejarlo horizontal en el sofá.

Con sus labios le hizo cosquillas en el cuello sacándole una

risotada ruidosa.

—¿Qué es lo que se está clavando en mi pierna? —acusó

622
pícaro Emilio.

Joaquín sonrió en lo que sacaba del bolsillo de su pantalón

una caja cuadrada con un listón. Emilio se incorporó un

poco para mirar el contenido. Dentro, había una gran

cantidad de púas de guitarra, de distintos colores, grosores

y materiales. Lo que las diferenciaba del resto de púas del

mundo era que cada una tenía una 'E' marcada en el

centro.

—Para que tengas cuando compongas y tus clases —

explicó Joaquín viendo como los ojos del rizado se

iluminaban—. No es mucho, pero creí que podría gustarte.

—Que vinieras era suficiente, ya me hacía solo toda la

noche —Emilio le regaló una sonrisa gigante que le hizo

vibrar el pecho y el alma.

Unos nudillos golpearon la puerta, abriéndola en par de

manera repentina, haciéndolos dar un salto en el sofá,

rompiendo el momento. Matías reparó en sus labios

inflamados y negó con la cabeza.

—Emilio, debes empezar a calentar y prepararte, Diego

está por empezar —dijo con desánimo—. Hola, Joaquín,

623
no pensé que vendrías.

La voz del coach los sacó de onda a los dos. Joaquín lo

saludó con la mano, pero antes de que pudiera decir algo

Emilio lo interrumpió.

—Voy al rato —susurró Emilio levantándose del sillón

acomodando sus ropas—. Gracias.

El hombre hizo un gesto y salió del camerino. Los ojos del

chico no se despegaron de la puerta hasta que su atención

fue acaparada por Joaquín que le estampó un beso sonoro

y corto en los labios.

—Por ti.

Emilio sonrió repitiendo el beso corto.

—Por ti —respondió.

El último beso de la noche antes de salir al escenario.

—Por nosotros —musitaron en lo que Joaquín salía de ahí

en dirección al palco, donde Renata y él podrían ver el

escenario como invitados que eran. Así se deseaban suerte

antes de cualquier presentación.

—Fíjate cuando toque la guitarra, voy a ocupar una de las

púas —susurró Emilio antes que saliera. Joaquín no lo

624
entendió, pero caminó esperando que nadie lo viera entre

los tramoyistas y las personas de la banda. Unos asistentes

lo condujeron con su hermana a uno de los palcos del

teatro, donde la luz era escasa y no serían vistos por nadie

en los asientos vecinos que no se habían vendido.

Emilio entró al escenario entre vítores, las personas que

estaban en sus asientos se levantaron cuando comenzó con

la primera nota de las canciones de inicio. Aquella alta,

para dar inicio entre la marea de voces.

Era una fiesta llena de colores en el salón con poca luz

cuando comenzó a cantar las canciones más lentas.

Millones de luces de colores salían de las linternas de los

celulares que ondeaban como olas de espuma. Desde

donde Joaquín se encontraba parecía un jardín de

luciérnagas que seguían el ritmo yendo y viniendo.

—Esta noche es especial —comenzó a hablar colocándose

en medio del escenario con la guitarra negra como única

compañía—. Es mi cumpleaños, así que me gustaría que

escucharan una de las canciones en que he estado

trabajando.

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Los dedos viajaban por las cuerdas con ritmo suave, en lo

que los demás instrumentos comenzaban a unirse poco a

poco. Su voz entre los gritos se escuchaba clara, preciosa,

sumergida en una cápsula difícil de romper.

—Perdóname por no estar a tu lado, por ahogar tus ojos en el

llanto, no sé qué sucedió si tú eres lo mejor que me ha pasado

—cantó cuando todo el teatro se quedó en silencio—. Hace

tantas noches que no duermo, vienes y te metes en mis sueños,

no puedo respirar, me falta el aire desde que no estás.

Renata abrió su boca en asombro cuando entendió qué era

lo que pasaba arriba del escenario. Sus ojos se dirigieron a

su hermano que mantenía la mirada fija en Emilio que

seguía tocando, con su boca cerca del micrófono y su frente

copada en sudor.

—Y tú sigues dudando —se extrañó la chica dándole un

codazo a su acompañante—. A mí nunca me han escrito ni

media carta.

Su hermana sonó decepcionada haciendo que se le

escapara una risa, con una dicha distinta que no sentía

desde hace rato.

626
—Hoy, he venido por ti para hacerte feliz, olvidarte del pasado

y empezar de nuevo. Hoy, he venido por ti ya no habrá más

dolor, que la vida nos regale una última canción de amor —

dijo con ritmo risueño —. Confío que seremos perfectamente

imperfectos, un bello desastre en el universo.

La salida del teatro fue por la puerta de atrás para Emilio,

Joaquín, Renata y Diego. Tomaron una de esas camionetas

de vidrios polarizados en lo que las personas abandonaban

el lugar por la puerta de enfrente. Nadie los vio, ni siquiera

la misma gente de la disquera que los alcanzaría más

adelante.

—Neta, este antro tiene que ser de lo más —dijo Renata

con entusiasmo—. Mi tía me contó que venía cuando

joven y después le agregaron el salón VIP, así que qué

chido que pudieron reservarlo.

—Más que nada fue idea de la disquera, yo ni en pedo

quería salir de nuevo —rio Emilio abrazando por el

hombro a Joaquín en la fila trasera—. Por mí, me

devolvería al hotel y no despertaría hasta mañana a esta

627
hora.

—¡Ay, güey! No se cumplen 18 años todos los días, no

mames —lo regañó Diego volteándose a mirarlo—.

Además, ¿cuándo puedes darte el gusto de salir con Joaquín

sin que a nadie le importe?

Renata le codeó el estómago para que entendiera que la

había cagado. Ambos se removieron en su asiento un tanto

incómodos. Nunca salían a ningún lado, eso era más que

sabido.

—¿Tenías planeado lo de la canción? —dijo divertido

Joaquín, aligerando el ambiente—. Me estoy empezando a

acostumbrar a que me cantes, aunque no creas que

'ahogaste mis ojos en llanto'.

—No pensaba que vendrías, pero le habría pedido a Ren

que me llevara contigo —completó Emilio, cabizbajo—.

Además, sabes que todas las canciones que compongo son

tuyas porque me gusta hacerlo pensando en ti.

Levantó su mano para colocarla en la mejilla del menor.

Tocarlo era como absorber un poco de su energía, esa que

necesitaba después de estar casi dos horas en un escenario,

628
aviones y ensayos.

La puerta del carro se desplazó para dejarlos bajar.

Caminaron en dirección a la puerta en lo que mostraban

sus pases y sus identificaciones. Emilio pegó la suya en su

frente para que el guardia pudiera verla en lo que se movía

al ritmo de la música interior que comenzaba con los éxitos

de viejas bandas latinoamericanas. A Renata y Joaquín les

marcaron sus manos con pluma indeleble con sus edades

para evitar que les vendieran alcohol. Una chica los llevó

hasta las escaleras para que subieran a la zona VIP que

estaba vacía, a excepción del barman detrás de la barra. Su

mirada no se despegó del cuerpo de Emilio que tragó

saliva, incómodo ante la vista de Joaquín que se cruzó de

brazos ante la imagen.

El mayor le regaló una sonrisa inocente hasta que la chica

los dejó solos.

—Si me permiten, iré a besuquearme con tu hermana —

anunció Diego caminando a una de las mesas con sofás del

fondo con su mano en la cintura de su novia.

—Me dan ganas de vomitar la mayoría de las veces que los

629
veo.

—Ni me digas —concordó Emilio dirigiéndolo de la

misma manera a otra mesa—. Igual ellos en sus asuntos y

nosotros en los nuestros, ¿no? —susurró tomándolo de la

mano para llevarlo cerca de la pista—. ¿Bailas conmigo?

—Emilio, no escucho nada entre el alboroto y estas rolas

no se bailan —acusó dejando que el cumpleañero le guiara

las manos a su cuello y lo sujetara de la cintura.

—Corres con la suerte de que tengo oído de músico, así

que escucho todo y que soy medio cubano, así que te bailo

de todo.

Lo cierto es que el ruido del antro llenándose hacía que

muy poco de la música de la planta baja llegara al sector

VIP casi blindado para que no contaminara la música de

las fiestas particulares. Sus cuerpos se movían al compás de

una música inexistente.

—Emilio, no oigo nada.

El rizado lo hizo callar frunciendo los labios. Joaquín rodó

los ojos cuando acercó los labios a su oído.

—Tenés que comprender que no puse tus miedos donde están

630
guardados y que no podré quitártelos si al hacerlo me desgarras

—dijo melodioso—. No quiero soñar mil veces las mismas

cosas, ni contemplarlas sabiamente, quiero que me trates

suavemente.

Joaquín sonrió moviendo su cara para mirarlo a los ojos,

aquellos tintineantes entre las luces del lugar. Se veía tan

lindo.

—Si te pregunto ahora, ¿me dirías que sí?

—Emilio, tenemos cosas que hablar.

—Lo sé, pero te extrañé tanto que dolía —en sus ojos

demostraba que era verdad—. Me gustaría que habláramos

de esto. De nosotros.

Sus cuerpos se frenaron, pero se mantuvieron entrelazados

con los ojos fijos en el otro. El rizado bajó sus ojos a los

labios entreabiertos que querían seguir hablando.

—Cortesía de la casa —interrumpió el barman con un

tono coqueto y un par de cervezas mirando a Emilio

demandando su atención. Joaquín tomó ambas botellas

esperando a que eso lo hiciera irse y perderse detrás de la

barra.

631
Emilio mantenía la vista fija en el rostro frente a él.

—Estás celoso —lo acusó—. De la chica primero y ahora

de él.

—Te coqueteó nada más un poquito —se defendió

dejando las botellas de cerveza en una mesa cercana,

estirándose para no despegarse de él.

Emilio le acunó las mejillas para poder darle ese beso que

esperaba con ansias, pero su celular comenzó a sonar con

notificaciones. Intentó ignorarlo, pero siguieron llegando

haciendo que Joaquín rodara los ojos.

—Ay, no inventes, es Isi. Ha estado mensajeándome toda

la pinche tarde —dijo intentando ver la decena de fotos

que llegaban—. ¿Cuál crees que se le vería mejor?

La pregunta le pareció extraña a Joaquín que tomó el

celular para ir desplazando las fotografías de la chica en

distintos atuendos. Unos de playeras sencillas y pantalones

de tubo hasta vestidos cortos y tacones. Uno de los vestidos

azules le parecía indicado.

—Ese le viene con su piel. ¿Para qué lo necesita?

—Ah, mi papá quiere que vayamos al estreno de la nueva

632
novela en unas semanas, por eso podré volver contigo a

México y después terminar el tour en américa central y las

fechas en Estados Unidos, son unas pocas —rascó su nuca

para después juguetear con sus pulseras—. Igual y es una

mamada, tú también irás, estás invitado.

El menor abrió su boca, pero no dijo nada. De un

momento a otro el pecho se le había apretado y sus labios

se habían fruncido.

—No te vayas a poner más celoso.

—No soy celoso, nunca lo he sido, solo que ya vi que nos

va a tocar lo mismo del año pasado.

Era cierto, en tema de celos Emilio le ganaba y con respecto

a lo otro...

—Puedes ir con Ale, todo el elenco de la serie está invitado,

ella es buena compañía.

—Puedo ir con Mau o con alguien más, tampoco habría

problema.

—¡Ah, no! —dijo casi divertido—. Con ese vato de

Mariscal ni de chiste, no mames.

—Pues, puedo decir que tampoco quiero que vayas con

633
ella...

—Es distinto.

—Claro, porque es tu reparación de daños o alguna de esas

mierdas.

El rizado apretó los dientes. Sabía que lo que decía era

verdad en parte, no por él, sino por su padre que seguía

empeñado en lo que era intentar dar esa imagen de su hijo.

No era primera vez que lo hacía. Antes, a algunas

premiaciones, lo había hecho ir con una que otra chica

para disipar los rumores de que no tenía pareja. Algunas

salidas y luego la chica no aparecía más.

—Joaco, sabes que no es idea mía.

—Pues di que no quieres, no es como que te guste andar

así, ¿cierto?

—Quedamos que íbamos a hablar de todo esto cuando

volviéramos de la gira, neta no quiero pelear por tonterías.

—No estoy peleando y tampoco creo que sean tonterías.

La cara de Joaquín cambió igual que su cuerpo que dio un

paso atrás, haciendo que las manos de Emilio soltaran su

cintura. Miró sus manos dejándole a su acompañante

634
observar su labio inferior sobresaliente y sus pestañas

tupidas en una cara iluminada por luces de colores.

—¿No confías en mí?

—Está bien, es trabajo, ¿no? —susurró con dolor en su

tono—. Pero prefiero no acompañarte a lo que queda de la

gira, al final, mejor así, no vaya a ser que alguien se entere

y la reparación de daños no funcione. Así tendremos más

tiempo para saber qué es esto y si queremos seguirlo.

Emilio no pudo aguantar una risa que le salió atorada.

—¿Neta? ¿Te vas a molestar por eso? —preguntó casi

divertido. Joaquín levantó su rostro mirándolo fijamente a

los ojos. El brillo se había ido, dejándolos más claros ante

la luz verde y azul del lugar. Estaban ahí, pero a millones

de kilómetros, traspasándolo como rayos.

—No me molesta, me duele, Emilio. No me sentí bien el

año pasado con todo lo que pasó y tampoco se siente bien

ahora —musitó—. Imagínate que me dijeran que fuera con

Mau u otro a un evento, ¿cómo te sentirías?

—Ya, bájale al dramatismo, no lo hago por gusto.

—No puedo seguir haciendo esto.

635
Siguió retrocediendo caminando raudo a la escalera. El

rizado intentó seguirle el paso, pero en cuanto su figura

comenzó a bajar muchas personas empezaron a aparecer

por la boca de la escalera, saludándolo, abrazándolo. El

equipo y la banda en pleno llenando el pequeño espacio.

Entre la multitud vio como Renata salía también presurosa

despidiéndose con un beso de Diego para irse.

Cuando los invitados terminaron de aparecer de debajo de

la tierra, salió presuroso hasta la noche helada, esperando

que estuviera ahí, abajo, abrazándose a su cuerpo por el

frío, siendo la oportunidad correcta para ofrecerle sus

brazos para conservar el calor.

Pero, lo único que vio fue la larga fila de personas

intentando entrar.

Volvió a llamar, pero nadie contestó. Así esa noche y el día

siguiente. Y el siguiente.

El sonido de la cortina al ser abierta fue lo primero que

escuchó en la mañana. El rayo de luz que entraba

inundando la habitación de paredes blancas fue lo primero

636
que vio en la mañana. Esperaba otra manera de despertar

que esa, quizás un rostro adormilado a su lado, pero no

pasó.

Se había mantenido en la fiesta lo suficiente para no

parecer un idiota que se iba de su propia celebración para

luego intentar dormir, sin poder pegar pestaña. Su celular

seguía en su buró, sin llamadas perdidas y con las realizadas

de la noche anterior a un número específico.

—Chango, tienes que levantarte, el avión sale en menos de

una hora —lo regañó la voz de quien se paseaba de lado a

lado—. Isi me llamó anoche que le habías cancelado el

evento de la novela, no me consultaste nada, así que le dije

que tenías que andar pedo.

—No estaba pedo.

—Ya, pero no se cancelan esas cosas.

—Pá...

—Sabes que es importante que...

—¡Pá! Estamos, lo entiendo, pero no lo voy a hacer —soltó

saliendo de la cama—. Sé que te cargan mis joterías, que

ande con Joaquín y todo, pero no puedes hacer más esto.

637
Juan lo miró inhalando fuerte por la boca. Su pecho subió

en lo que su nariz se dilató, casi de la misma manera que la

de su hijo cuando se enojaba.

—Emilio, esto es nada más una etapa, por eso tu planilla

de Recursos Humanos sigue diciendo que salen. Ni tú

mismo crees que esto sea serio, en algún momento te debes

de haber confundido y pensaste que lo que sentías por

Joaquín era algo más, pero no es nada más que un

capricho. Si salieras con una chava de nuevo entenderías

que no necesitas esta mala publicidad.

Emilio se restregó el rostro impresionado de todo lo que

escuchaba. Con su madre las cosas habían sido tan fáciles,

incluso con sus amigos, pero su padre seguía siendo otra

historia.

—No va más, papá. Tengo 18 años, así que no va más —su

padre no entendió a qué se refería. Emilio arregló su pelo

antes de agregar algo más—. Cuando terminemos el tour,

ya no me llevarás más tú la carrera. Seguiré siendo tu hijo

y tu actor, pero nada más.

El hombre caminó a la puerta con decisión. Parecía que

638
todos se iban después de que él abría la boca.

—Cuando empieces a tener problemas con la disquera o

con tu carrera ni vengas a decir algo —soltó antes de

terminar de salir—. Te vas a dar cuenta que esto no es para

mocosos.

Emilio volvió a marcar, pero no hubo respuesta. Tampoco

fue a ninguna presentación o lanzamiento.

Le valía madres todo.

26 de noviembre, 2029

Desde la salida del teatro a la puerta del cementerio mi

celular no dejó de vibrar en mi pantalón. Lo hubiera tirado

por la ventana de ser necesario para callar el sonido que

hacían las llamadas entrantes de mi hermana. Lo extraño

era que era una de las pocas que llamaba junto con Ale y

Niko. Esperé que tuvieran noticias buenas de Emilio

después de que nos hubiéramos ido.

Caminé entre las lápidas llegando hasta donde estaban mi

hermana y mi mamá vestidas de negro, junto con Diego

639
que las abrazaba a ambas, en el lugar que quizás era mío,

pero jamás había tomado.

—Ya estás aquí —suspiró mi hermana contra mi pecho en

el abrazo que me dio—. Vimos lo que pasó por todos lados,

hasta fuiste tendencia de nuevo. ¿Cómo estás?

Esperé por otras preguntas aparte de sobre lo que había

pasado en el día, pero supuse que no era tan importante

como el destape del chisme. Entendí que mi hermana no

me preguntaba por eso nada más.

—Fue duro, verlo fue duro —contesté abrazándola por los

hombros para avanzar hasta mi mamá—. Hablar con él fue

durísimo y nos fue de la chingada. Como siempre que

estamos juntos, la terminamos cagando.

—¡Ay! Lo dices como si hubieran vivido cagándola.

Diego tomó mi mano en un apretón, uno de los pocos

gestos que me hizo sentir en casa desde que había bajado

del avión.

Abracé a mi madre, jalándola de su brazo para que me

rodeara y compusiera las miles de fallas que venía

acumulando. Ella supo que quise venir, ella había enviado

640
a Emilio para ir a buscarme en medio del día más horrible

de su vida. Ella, como excelente madre que era, estaba

cuidándome cuando necesitaba ser cuidada.

—Lo siento, por no venir antes —solté alejándome para

mirarla a los ojos que no pude contener—. Siento no venir

nunca, la verdad.

Con sus manos más arrugadas levantó mi rostro,

regalándome una sonrisa de oreja a oreja.

—Ay, mi niño chiquito, no tengo que perdonarte nada —

susurró pasando la yema de sus pulgares por debajo de mis

irritados ojos—. Si necesitas hablar, puedo escucharte si

quieres.

—Me contó que lo mandaste por mí ese día, ¿por qué no

lo dijiste? —ella supo de inmediato de quién hablaba.

Sonrió con ternura, como si yo tuviera 4 años y hubiera

hecho una travesura.

—Él no quería que te sintieras en deuda.

También supo que no tenía que pronunciar su nombre.

Sabía que dolía y ardería por un par de días, meses o años

más.

641
Renata y Diego se acercaron dejando flores sobre la tumba

de mi abuela. Aquella pequeña lápida donde bajo unos dos

metros descansaba lo que quedaba de un cuerpo que me

había querido y arrullado, amado y cuidado. No quería

terminar así, siendo una lápida en medio de un cementerio

sin flores ni nada.

El celular de Diego comenzó a sonar en el silencio, en el

lugar donde no había nadie más que nosotros esperando

que el rojo abandonara el cielo. Se alejó dejando a Ren con

la mirada fija en él. Lo miraba como sabiendo cuál era su

siguiente movimiento, como si sus brazos lo extrañaran

aun cuando no se había ido por más de medio segundo de

su lado. Esa mirada la conocía.

Mi amigo volvió sobre sus pasos para llegar con mi

hermana, con movimientos en sincronía la llevó hacia su

costado abrazándola y dándole un beso en la coronilla.

—Era... —dudó tragando saliva, pero después dejó de

importarle—. Era Niu, cree que cuando llegue Emilio va a

necesitar alguien con quien hablar.

Se inclinó a besar a Renata con cautela ante mi madre, a la

642
que no le podía importar menos. Cuando se separaron

dejaron sus narices rozándose por un segundo antes de que

se perdiera entre las tumbas.

—Deberíamos irnos también, dicen que hoy en la noche

habrá lluvias como las de la mañana —dijo mi madre,

colocando su brazo enlazado con el mío. En ese lugar que

tomé, aunque fuera muy tarde.

Mantuve la libreta apretada entre mis manos antes de

abrirla. Después de la cena, mi madre y Renata se habían

quedado en la sala hablando de algo que según ellas debían

hablar a solas. No les dije que quería saber para tener un

rato en silencio después del alboroto y caos del día. En todo

caso sabía que el tema era mi encuentro con Emilio, no

tenía que ser listo para saberlo.

La libreta había caído de mi mochila cuando la levanté de

la cama para recostarme, pero ahí seguía, en medio,

molestándome hasta que atiné a tomarla y sostenerla como

si fuera a salir algo de ella. Me senté en medio de la cama

con mis piernas entrelazadas como mariposa, mirando la

643
libreta que me convencía de abrirla, como si eso me fuera

a librar de algo.

Dos papeles sobresalían de entre las páginas. Estaba tan

tentado a sacarlas y mirarlas, pero había algo que se oponía,

como si alguien intentara manipularme desde mi interior.

Contra toda mi voluntad saqué la primera. Era la planilla

de Recursos Humanos, la copia que habíamos firmado

hacía años. Jadeé de la impresión, sintiendo el golpe bajo

de todo. Nuestras letras de adolescentes, las firmas en las

puntas, el momento en mi memoria que se repetía de igual

manera que si hubiera sido en la mañana. Estaba tan mal y

arrugado el papel que se notaba que lo había abierto y

cerrado más de una vez.

La segunda hoja la reconocí como mía. Una lágrima

involuntaria y silenciosa salió de mi ojo, llevaba mucho

tiempo ahí, esperando por el momento indicado para caer.

Era mi discurso de cuando volvió de la gira, la noche donde

llegué a su casa y no pude terminar de decirle nada. Pensé

que la hoja había terminado en la lavadora haciéndose

añicos, pero ahí estaba, después de años.

644
'Quiero millones de cosas de ti, quiero todas esas cosas

contigo y no quiero que escribas canciones de amor

tristes, porque no merezco que estés así. En el mundo hay

millones de personas iguales que tú o que yo, y aquí

estamos, frente al otro pensando que estamos juntos por

una razón, aunque niegues que crees en todo esto. Hay

millones como tú y aún con todo eso te adoro con el alma

y me voy a enamorar de ti, porque cuando dije hace más

de un año que me ibas a quebrar no era porque me

fueras a hacer daño, porque necesito más que un menso

para que alguien me rompa, lo decía porque me ibas a

demostrar que estaba entero cuando te conocí, pero que

ibas a empezar a calar dentro de mi piel para

complementar todo. Somos y seremos uno, porque lo sé,

porque cuando estoy contigo nada tiene sentido excepto

que estoy contigo y no me importa en dónde, cómo o por

qué. Quiero ser egoísta y decirte mío y quiero que

también sientas lo mismo y me digas tuyo, porque así

me siento, dejando de lado lo posesivo y retorcido que

puede ser, porque no me perteneces, ni te pertenezco,

645
pero estoy aquí para decirte que quiero sentirme tuyo,

siempre. Yo tan tuyo y tú tan mío. Quiero darte tanto

amor, Emilio, que me lleguen a doler los huesos de tanto

amarte y que nos importe una mierda todo lo demás que

no podemos cambiar, porque me vale con tenerte a ti,

con tenerte a ti siempre...'

La carta estaba rayada, con líneas debajo de frases, con

círculos en palabras, como claves.

No pude con mis propias palabras. Tuve que tomar aire

repetidas veces para leer la última parte que nunca le dije,

que creía perdida, pero que él siempre tuvo. Cerré los ojos

abriendo la libreta, espantado de lo que podía salir.

Estaba repleta de canciones y entendí por qué la carta

estaba tan rayada. Unas se llamaban 'Tan tuyo', otras 'Tanto

amor', 'Decirte mío', 'Egoísta' y la que había cantado con

Elaine, 'Hay un millón como tú'. Lo poco que recordaba de

guitarra y piano me ayudó a imaginar las letras, sonaban

tristes en mi cabeza y leerlas eran mil puñaladas en el pecho

y las que estaban completas era fácil de buscarlas en

internet y que salieran en YouTube o Spotify. Las otras solo

646
terminaban en un verso, dejando todo a medias.

No pude seguir así, sintiéndome un traidor, la mala

persona, quien boicoteó lo mejor que pudo haber tenido

en la vida entera. Busqué entre mis ropas mi celular,

esperando que me contestara, sin importar que fuera muy

tarde o que estuviera dormido. Necesitaba escuchar su voz

para salir de la duda, de las mil dudas.

—No contestes, no contestes —repetí en susurros contra el

aparato.

—Hola, precioso —dijo en un acento perfecto y voz

adormilada—. ¿Qué tal el vuelo? ¿Ya estás aquí?

—Hola, no, no, estoy en México aún —contesté sudoroso—.

¿Recuerdas cuáles eran las flores que me regalaste cuando nos

conocimos?

Rio ante mi pregunta. Estaba impaciente, necesitaba saber

si lo recordaba, si era una señal o algo del destino, una

pinche ironía, alguna de esas mierdas.

—No me acuerdo, no me acuerdo de las flores —dijo

divertido—. ¿Llegas mañana entonces? No entiendo la

pregunta o lo que pasa.

647
Cerré los ojos. Tenía esperanza que recordara las flores.

—Aron, fue cuando me esperaste después de la función, estabas

en el camerino y llegué...

—No, no compré esas, las primeras flores que te di fueron

cuando recorrimos Central Park, creo que eran tulipanes,

mucho después —soltó con extrañeza—. Bebé, ¿te encuentras

bien?

No, no estaba para nada bien. Menos luego de eso.

—Pero, a veces si me comprabas girasoles y los enviabas al

camerino, ¿no?

—No, siempre pensé que era la compañía que te las daba. ¿Por

qué tanto interés en unas flores? —escuché el sonido de sus

labios al sonreír. Mierda, Aron.

—¿Cuáles son mis flores favoritas?

—No lo sé, siempre que te regalo me dices que te gustan, así que

no sé. No sabía que tenías unas flores favoritas.

Una de mis manos me tapó la boca de impresión.

—Son los girasoles, esas son mis flores favoritas, me las

regalaban siempre.

Estaba susurrando, como si me contara a mí mismo.

648
—De acuerdo, así que girasoles —concordó. Seguía

preocupado—. ¿Te encuentras bien?

—No volveré hoy, creo que me quedaré un poco más.

—Bueno, me parece muy bien, amor. Estaba pensando que

tengo unos días libres, quizás pueda ir a buscarte, si quieres,

puedo conocer a tu mamá, a Renata. Es solo una idea, pero me

gustaría mucho, ¿qué piensas?

Lo interrumpí, no una vez, sino bastantes. Hubo silencios,

hubo risas.

—Entonces te veré mañana —dijo—. Intentaré salir en unas

horas para llegar temprano.

—Son unas seis horas de viaje...

—Si salgo ahora podré llegar a almorzar contigo, quizás antes.

Solo tengo que llegar al aeropuerto y subirme a un avión. El

clima está bien, así que puede que no tenga problemas.

Sonreí forzado. No estaba listo, pero a la vez tenía que

estarlo.

¿A quién engañaba? Jamás estaría listo, era mejor sacarse la

curita de una vez.

Colgué una hora después. Apoyándome en la poca energía

649
del día que me quedaba circulando por las venas, me lancé

hacia atrás, contemplando el techo, cómo las luces de

afuera hacían todo más claro, menos mi mente.

650
25.
Mi etiqueta

29 de junio, 2019

Caminaban entre brincos hacia los campers destinados a

los artistas invitados. Se mantenían jugando mientras Otto

captaba todo para luego subirlo a las redes. Llegar hasta ahí

había sido largo por las calles con tránsito restringido para

la marcha.

Todo era colores. Desde los lienzos que se veían a lo lejos

hasta los grandes carros alegóricos que comenzaban a

moverse. Emilio se quedó viendo el espectáculo antes de

terminar de entrar al camper. Joaquín venía tras él con una

sonrisa de oreja a oreja cargada de emoción.

La puerta no alcanzó a ser cerrada del todo cuando una

651
cabeza entró rauda tosiendo para llamar su atención.

—Niños, se terminarán de arreglar y luego tendrán que ir

hasta la calle para poder tomar lo que los llevará al

banderazo, de ahí al Zócalo, ¿entendido?

Ambos chicos le asintieron a uno de los organizadores que

se movió ágil para ir terminando de afinar los detalles de la

tarde.

—Matías, Otto y yo nos iremos directo al Zócalo, no se

queden haciendo cualquier cosa —recomendó Juan con

una mirada severa a ambos.

Cuando la puerta se cerró, Emilio se lanzó al sofá del lugar.

—¡No mames! Está a tope, vamos a cantar frente a un

chorro de personas.

—¿Te dieron los nervios?

Emilio suspiró levantándose de su asiento. Frente al espejo,

Joaquín trataba de ordenar sus rizos cortos que todavía no

tenían forma para quedarse definidos más de un rato

pareciendo remolinos en su cabeza. Se quedó estático

detrás de él observando la cara de concentración que ponía

en su labor. Cuando Joaquín se rindió, encogió sus

652
hombros y se volteó para verlo directo a los ojos.

—Algo te preocupa.

—No he cantado frente a tantos nunca.

—No es eso —dijo Joaquín—. Cuando estás nervioso se te

forma una arruguita en medio de tus cejas y aquí —señaló

los bordes de los labios—, haces una muequita hacia abajo,

entonces, ahora no estás nervioso, es otra cosa.

El mayor torció el gesto. Joaquín era difícil de engañar.

Se inclinó, dejando sus labios cerca de los del chico

esperando cualquier reacción de rechazo solo por

costumbre, contando los segundos que tenía antes de que

alguien tocara la puerta y los interrumpiera, pero esos

tiempos habían pasado hacía meses. Le estampó un beso

corto, se distanció lo suficiente para mirarlo otra vez y

volvió a besarlo corto.

—¿Qué te traes? —preguntó curioso Joaquín.

Negó para regresar a besarlo, pero esta vez más profundo.

Lo tomó de la cintura en lo que las manos del otro chico

se aferraban a sus brazos. Sintió la corriente, el frío en la

espalda, los vellos de sus brazos erizados, la fatiga en la

653
mente por el aturdimiento de quedarse sin aire en medio

de un beso. Una de sus manos se coló debajo de la sudadera

encontrando piel. Todas las sensaciones se incrementaron

más cuando notó que era la primera vez que lo tocaba en

esa parte tan suave y tersa. Estaba un poco más fría que el

resto de su cuerpo.

—¿Se te olvidó la playera o qué? —consultó divertido.

—Voy a ocupar la chamarra que me diste, la corta —

susurró haciéndole cosquillas en los labios con los suyos al

hablar—. No me iba a poner una playera larga, así no se

iba a lucir bien.

Sonaba lógico.

Con una mano y mirándolo a los ojos durante todo ese

tiempo, levantó la sudadera para mirar el vientre y la

cintura que no cubrían las telas.

Joaquín jadeó cuando con un dedo trazó una línea por su

barriga. La punta del dedo de Emilio quemaba en medio

de los grados más bajos del lienzo donde pintaba. Le

gustaba cómo se sentía estar así sin que fuera incómodo,

pudiendo hacer lo que llevaba pensando desde esa tarde en

654
bicicleta en Cozumel, donde tenía la duda de que tan suave

sería.

Se acercó a Joaquín que mantenía sus ojos en él, atento a

cada movimiento que hiciera. Siguió sosteniéndose de su

cintura cuando depositó un beso en su cuello, tratando de

descifrar qué parte de su cuerpo se le hacía más delicada y

deliciosa. Mantuvo su boca viajando por la piel delgada,

sintiendo el pulso del cuello contra sus labios. Se separó

temeroso de haber sido agresivo, pensando que dejándose

llevar por el impulso estaba yendo rápido. Llevaba desde el

Pride de Puebla con ganas de besarlo completo, de morder,

de marcar, de acariciarlo por debajo de la ropa después de

la tensión que había sentido sobre el escenario.

El menor le besó el mentón, avanzando por la línea de su

mandíbula hasta detrás de su oreja, logrando que soltara

un suspiro.

La puerta sonó con un ruido metálico anunciando que

quedaban pocos minutos para salir y alistarse. Ambos se

sobresaltaron tratando de volver a la realidad en la que se

encontraban. Con miradas furtivas comenzaron a sacar sus

655
vestimentas de las bolsas de plástico para terminar de

ordenar sus atuendos.

Algo en el de Emilio llamó la atención de Joaquín de

inmediato, iba a decirlo, pero mantuvo la boca cerrada

cuando otro golpe seco dio por terminado sus minutos a

solas.

El camino del Ángel al Zócalo había sido de locos. Joaquín

nunca había estado sentado detrás de una motocicleta en

su vida, pero incluso con el casco de protección había

intentado guardar cada detalle de lo que vio en ese corto

trayecto.

Se sentía como en los Glaad, maravillado por el ambiente,

porque al menos una vez al año cientos de personas salían

a celebrar que no importaba a quién amaran.

Los carros, llenos de personas cantando, de música que

llenaba su México, era todo lo que pedía que se pudiera

hacer cada día, como si fuera un carnaval eterno.

En un momento estuvo tentado de apartar sus brazos del

conductor al cual se ceñía para sentirlos golpeados por el

656
aire, como alas. Terminar de sentirse libre.

Dentro de uno de los edificios, que iban a resguardarlos

hasta su presentación, pudo ver por la ventana los mares de

personas que llenaban las calles. Podía sentir su ansiedad

crecer, el dolor en el estómago, las náuseas antes de subirse

a un escenario.

—¿Qué te tiene tan callado? —murmuró Emilio cerca de

su oído. De un tirón cerró las cortinas, pensando que

cualquiera podía ver lo cerca que estaban incluso estando

a metros de altura.

—Ahora me pegaron los nervios.

El rizado sonrió colocando con delicadeza su mano sobre

la de él que descansaba en el marco de la ventana. Un toque

justo, pequeño, suave y melancólico por no poder tomarla

de la manera que solía, de entrelazar sus dedos para darle

un apretón que le calmara el alma.

—¿Por qué traes un paliacate? —susurró Joaquín

esperando que nadie más lo oyera—. Pareces más Aristóteles

que Emilio.

El chico volvió a abrir las cortinas. Vio el mar de gente.

657
Sintió cómo la fiesta ahí abajo estaba en pleno con

millones de personas vistiéndose como se les plantaba,

usando sus banderas, comenzando a moverse al ritmo de

la música que salía de todos los carros alegóricos

mezclándose con el bullicio. Era un día donde no les

importaba estar en una caja o un clóset estrecho para una

persona.

—Ahí abajo hay personas que saben lo que son, hay

personas que aman, que están ahí con sus parejas tomadas

de la mano, besándose en medio de todo el ruido sin

importarles que alguien los vea porque hoy son libres —el

nudo en su garganta le pasó la cuenta muy pronto—.

Aristóteles está ahí abajo con Temo, haciendo todo eso,

quizás vinieron con playeras combinadas, o trajeron a su

perro y a Arqui. Ellos están ahí abajo con todos, usando su

bandera y en un par de años más vendrán de la mano de

sus hijos.

Las comisuras de la boca de Joaquín cayeron desanimadas.

—Hoy me hubiera gustado ser como Aristóteles, porque

nadie me ha pedido que diga cómo me siento, ni siquiera

658
yo, pero sé que no soy hetero, no mames —rio con

desánimo, contagiando a Joaquín—. Sé lo que siento por

ti, sé lo que me haces sentir cuando me tocas, cuando me

besas, cuando puedo estar contigo en un cuartito y que sea

nuestro secreto mejor guardado. Vine como aliado sin

saber cuál es mi etiqueta real y no sé cuántas veces más

tendré que estar diciendo cosas que no siento por ocultar

algo que no debería. Estoy en mi propio clóset y se siente

culero, Joaco.

—Emi...

—Te quiero, eso era lo que me importaba entender, pero

ahora ¿qué sigue? ¿tengo una etiqueta? ¿tengo que ponerme

un nombre? ¿entender que te quiero no es suficiente? ¿hice

las cosas al revés?

El de ojos avellanos miró a todos lados intentando pensar

que nadie los miraba. Le pasó la mano por el pecho,

frotando de arriba abajo, desde el centro a su hombro,

ayudando a que el aire circulara.

Emilio quería sentirlo más cerca. Imaginó que podía juntar

sus narices, darle un roce tímido y oler su perfume en lo

659
que oía su voz en medio de la bruma que era su cabeza. En

cambio, las olas no cesaron, se volvieron menos ruidosas

cuando comenzó a hablar.

—Emi, está bien sentirse así —el vaivén de su mano en el

pecho de Emilio lo calmaba de a poco.

—Una de las cosas que dijiste siempre es que solo estaba

confundido.

—Lo estabas, pero le estoy apostando a ganar, lo sé —

sonrió haciendo que sus hoyuelos altos se marcaran—. Tú

me quieres, yo te quiero, ninguno está jugando con el otro

ni estamos pasando por una etapa. Si eres gay; pues bien, si

eres bi; pues bien.

Emilio negó con la cabeza intentando que las piezas

cayeran donde debían. Entendía lo que era querer, había

aprendido a lo largo de los años, lo había sentido en lo que

llevaba de vida. Sabía que podía haber amado a María,

incluso con baches en el camino, sabía lo que sentía por

Joaquín cuando no había nadie mirando, cuando los

estudiaban buscando aquello que querían ver. El pecho se

le oprimía pidiendo aire al pensar en perderlo, en que las

660
cosas las hubiera hecho mal, en que todo lo que se les venía

por delante fuera un juego mental para ambos dejándolos

separados en medio de lo que creía que era lo que debía

ser. Ay, si supiera.

Suspiró por más aire, un tanto ahogado por todo. Sin

importarle nada tomó la mano de Joaquín frenando su

caricia.

Había estado consciente que quizás quien tenía enfrente

esperaba algo porque no lo encontraba justo. Joaquín

debía ser amado como se aman las cosas que pasan solo una

vez en la vida, como las primeras, como los

descubrimientos.

Joaquín lo tomó del codo sacándolo de la vista de los

demás para poder seguir hablando en uno de los pasillos

del edificio. La manera en la que sus ojos se movían por su

rostro, como con miedo de perderlo de vista, le parecieron

casi un ataque de angustia.

—Recuerda que debes respirar.

—Quizás en algún momento te darás cuenta que mereces

más.

661
—¡Hey, hey! —le importó poco que personas pasaran por

ahí y juntó sus frentes—. Tú le dijiste a tu papá que me

elegías, yo también te elijo, da igual por cuánto. Te elegí

ese día que decidí besarte en tu cuarto, sin pensar que

necesitabas una etiqueta para quererme.

Emilio cerró los ojos concentrado en el sonido de su voz.

Los latidos de su corazón menguaron.

—No necesito que me digas nada, si quieres tomarte tu

tiempo, pues, lo tomas y lo hablamos, pero no quiero que

creas que me importa, porque lo que me importa es lo que

sientes, no bajo qué nombre lo haces —sonrió divertido—

. Ya si después te empieza a gustar otro vato, sí me voy a

enojar, ahí no mames.

El rizado lanzó una risita corta entre dientes.

—¿Cómo se podría querer después de quererte a ti? —la

duda sonó tan auténtica de los labios de Emilio que

Joaquín reaccionó acunando su cara entre sus manos,

también cerrando sus ojos fuertemente.

No dijo palabras, porque esas se las lleva el viento, como

dicen los mayores. Se quedaría con sus acciones las cuales

662
eran las que lo habían llevado ahí. Se quedaría con la larga

lista, como que le dedicaba canciones que hablaban de

amor, que tomaba su mano sin miedo al frente de su padre

aun con el disgusto que este mostraba. Se quedaría con sus

besos, esos dulces, aquellos por los que había estado

rogando en su interior y por los cuales Emilio había

esperado con admirable paciencia. Se quedaría porque no

le importaba lo que pasara en la cabeza del chico, porque

le importaba que era lo que le pasaba en el alma, entre

todas las mariposas que había en su estómago. Se quedó y

luego ya no.

Con los pulgares le acarició las cejas, haciendo que sus ojos

se abrieran como dos estelas brillantes.

—Ya verás un día que es más fácil de lo que crees —

susurró.

Emilio mofó a sabiendas que sería imposible. Nunca fue

una posibilidad siquiera.

—Prometo quererte con toda el alma y cuidarte siempre,

Joaco.

—¡Ay, Emilio, no mames! —rio con ganas hasta que su

663
acompañante se soltó de su agarre. Lo miró sincero, en esos

ojos que podían reflejar su rostro completo—. Emilio, no

juegues.

—Es poquito, pero sí puedo dártela —sonrió de forma

tierna—. Es lo que puedo darte ahorita, para que sepas que

mi idea sigue siendo quererte.

Joaquín se colgó a su cuello en un abrazo. Emilio le rodeó

la cintura desnuda con sus brazos, intentando por algunos

segundos que la chaqueta corta no se le subiera tanto, pero

fallando en el intento.

—Chicos, lo siento, pero el jefe manda a decir que tienen

que cambiarse para salir a cantar en un rato —la voz de

Otto los trajo de vuelta de su nube—. Dice que los espera

abajo con Matías.

Ambos asintieron, Joaquín ordenó su chamarra y limpió

un poco de agua de sus ojos.

—Vamos en un rato, gracias.

Otto volvió sobre sus pasos para dejarlos a solas un poco

más. Joaquín iba a seguirlo, pero Emilio lo jaló por el brazo

para abrazarlo otra vez. Miró a todos lados y le estampó tres

664
sonoros besos rápidos antes que alguien los descubriera.

—Tú, yo y nosotros.

Luego, sería su cábala para entrar al escenario cuando lo

tuvo. Y se transformaría en la de Joaquín cuando se fue.

Después de la agotadora y larga tarde, Joaquín solo quería

recostarse y volver a ser un chico normal de 16 años. Estaba

en medio de su cama estrecha, comenzando a buscar en su

computadora alguna de las miles de cosas que la

plataforma de películas le ofrecían. Tenía una lista larga de

series pendientes que por trabajo no había podido

terminar.

—¡¿Quieres película o serie?! —gritó a ver si alguien afuera

de su cuarto le respondía.

Emilio sonrió desde la cocina en lo que ponía algunas cosas

en un plato para comer mientras tanto. Eli sonreía, al igual

que Marta que los escuchaban desde el comedor.

—¡Lo que sea! —respondió.

—¡Pensaba en una de musicales!

—¡Por mí está bien!

665
Emilio salió después del último grito con dirección al

cuarto de Joaquín llenándose la boca con un puñado de

papitas. Eli lo observó de cabeza a pies cuando estaba por

desviarse al pasillo.

—La puerta entreabierta, Emilio —recomendó fingiendo

severidad en sus palabras.

El rizado tragó sonoro atorándose para asentir cauteloso y

perderse en el pasillo. Cuando llegó al cuarto, Joaquín

vestía un pantalón más cómodo, de chándal, una tela que

jamás pensó ver en él, pero manteniendo la playera que

había utilizado debajo de la chamarra.

—Va, así que esta serie es buena, pero tienes que estar

atento, porque ni de asomo le atina a tu gusto.

—¡Oye, me gusta la música! —sonó ofendido.

Rodó los ojos. Lo sabía.

—Va, solo mirémosla —dijo sentándose en la cama,

dejando la computadora en su regazo y con Emilio al lado.

Estuvieron un par de capítulos sin decir nada entre miradas

furtivas. La tensión que se había generado en la

presentación en el escenario les estaba pasando la cuenta

666
haciendo que, a la escasa luz, los labios del contrario se

vieran extrañamente más apetitosos, así como la piel que

no era cubierta por la playera.

La noche terminó de caer, siendo que la única manera de

poder verse fuera por medio de la luz de la computadora.

—Ya estuvo —dijo Emilio al terminar el tercer episodio—

. Es tan plana que puedo decirte cómo termina.

Joaquín buscó su rostro con los ojos encandilados. Cuando

lo encontró hizo la mejor mueca de indignación que pudo

darle.

—Neta, el chico con cara de bebé es gay, no hay pedo, va a

encontrar a alguien que lo quiera. Bien por él —siguió con

soltura—. La niña, esa chaparra, se va a quedar con el güey

que, supuestamente, embarazó a la otra güerita y esa se va

a quedar con el de peinado raro. Apuesto cinco pesitos.

Joaquín se recostó en la cama con el orgullo herido. Emilio

se acomodó a su lado, mirándolo directo, en lo que sonreía

con suficiencia.

—¿Me gané cinco pesitos o nel?

—El chico con cara de bebé es mi personaje favorito.

667
—Ay, a mí me gustó la otra güerita, ¡no inventes, manera

de bailar! —Joaquín rio ante el comentario—. Es que güey,

neta, creo que es como yo.

La risa de Joaquín se le había quedado en los oídos

repitiéndose en su cabeza como una melodía dulce. Quería

todas esas risas, sentirlas eternas.

Se quedó mirándolo un poco más de lo normal. Ahí, frente

a frente, ambos con la mejilla pegada a la almohada. Bajó

la mirada recorriéndolo todo. Sus brazos, su cuello, cómo

su cintura era aguda, aun cuando sabía que no la ejercitaba.

Sintió calor en las mejillas y un dedo de su mano libre se

movió para tocar justo el borde de esa porción de piel

expuesta por la playera corta.

Tocarlo fue conectarlo a una corriente de alto voltaje.

—¿No te molesta? —musitó acercándose para seguir con el

trazo. El chico negó, en lo que él seguía acariciando con

delicadeza.

—No es como que me tocaran por primera vez la panza.

El semblante de Emilio cambió. No estaba interesado en

cuántos lo habían tocado, porque se sentía el primero en

668
tocar las estrellas, cada supernova y cometa en el cielo.

Después de dibujar las líneas que se le marcaban como en

la mañana, a palma abierta posó su mano para terminar de

juntar sus cuerpos.

—¿Quieres cambiar tus cinco pesitos por otra cosa? —la voz

de Joaquín sonaba ronca, casi inaudible. Emilio se le

adelantó estallando su boca sobre la de él. Lo besó

frenético, sin importarle que la pieza estuviera a oscuras,

sin pensar que sus labios eran torpes sobre los otros o que

la puerta estuviera entreabierta o que lo poco que

quedaban de papitas cayeran al piso en un ruido de vidrios.

Se aferró a su cintura, sintiendo el escalofrío que crecía en

la piel de Joaquín y le llegaba al pecho por sus brazos. Le

importó poco ir despacio. Se mantuvo ahí, siguiéndole el

ritmo, pensando en la tensión que venía naciendo en

ambos desde las presentaciones que habían tenido, donde

al cantar pensaba en besar sus labios inclusive cuando no

debía al frente de todas esas personas. Sacándose las ganas,

pensó, esas que no podía darse el gusto de liberar como

cualquier otra persona.

669
—Tengo la idea que no vamos a terminar de ver la serie

nunca —soltó entre beso y beso.

—Sí, creo que no vamos a pasar de la primera temporada

—concordó Joaquín. No pasaron de ese capítulo, de hecho,

incluso cuando lo intentaron repetidas veces después.

El mayor siguió por su cuello, con la confianza que Joaquín

también lo disfrutaba. Dejó liberar un suspiro sonoro que

hizo sonreír al menor que lo empujó para voltearlo en su

propio juego. De la nada, Emilio tenía a Joaquín entre sus

piernas y sobre su cuerpo.

—¿Qué caraj...? —comenzó a decir confundido antes que

volvieran a callarlo los labios del otro chico—. La puerta

está entreabierta.

—Si mi mamá hubiera querido venir habría venido hace

rato —respondió bajando sus besos al cuello. Joaquín

nunca lo había besado así o comportado de esa manera.

Sintiéndose preso, en una posición que nunca antes había

estado, empezó a jugar aquello que llevaban evitando

semanas. Llevó sus manos a la espalda de Joaquín

repartiendo caricias con la yema de sus dedos, atreviéndose

670
a buscar un poco debajo del pantalón de chándal,

sorprendido de encontrar hoyuelos también en su espalda,

bajó un poco más al sur, en lo que una mano se colaba en

la playera para acariciarle el vientre.

—Emilio, las manos —susurró Joaquín alejándose lo

suficiente de su boca para poder decir algo. Se sentía

aturdido.

—¿Qué quieres que haga con ellas? —respondió pícaro.

—Vamos despacito con eso —dijo el menor. Algo en la

cabeza de Emilio encajó de pronto.

—Oh —exclamó con entendimiento y nerviosismo—.

¡Oh! Entiendo, sé que es extraño cuando aún no se han

hecho esas cosas, igual y no sé qué tipo de cosas se pueden

hacer, porque igual y no he estado con otro chavo nunca...

—No es que no haya hecho esas cosas, es que cuando las

hice, no fue bueno, supongo —aclaró Joaquín volviendo a

recostarse a su lado. La cara de su acompañante pasó por

variadas expresiones, desde el desconcierto a una pizca de

celos—. Tampoco es que esté esperando a que la siguiente

sea mejor, pero siquiera sentirme bien después, porque fue

671
la cogida más culera.

—¿Con el de las fotos? —Joaquín asintió.

Emilio le acarició la mejilla, recorriendo con el pulgar la

comisura de sus labios, preguntándose cómo alguien

podría haber tenido tal privilegio de tocar aquella criatura

divina.

—Sé que sí lo has hecho, así que...

—Sí, un chorro de veces —soltó de improviso, ganándose

una ceja alzada—. Igual tiene que ser distinto si lo haces

con la persona, algunas veces son incómodas y otras no es

lo que esperas, pero cuando estás ahí, con quien crees que

es quien te mueve el mundo, todo es distinto. Eso he

escuchado, ahora no sé cómo va a ser contigo...

Joaquín sonrió de medio lado levantándose un poco para

mirarlo a la cara.

—La diferencia es que ahora te toca con un chavo, no con

una chava —agregó con tono tranquilo—. Así como lo veo

el que está en desventaja eres tú.

El chico se rio ante la mirada confundida de Emilio, que

nunca había pensado en eso. Emilio le siguió la sonrisa que

672
se transformó en una carcajada nerviosa.

En las últimas presentaciones había sentido un calor

diferente al tocar a Joaquín, la mayoría de las sensaciones

que nacían cuando pensaba en él eran puras, excepto el

último tiempo. Tragó un poco de saliva que costó que

pasara.

—¿Te sientes mejor que hace rato? —consultó Joaquín

cerrando el tema anterior.

—No estoy seguro de nada, Joaquín. Pero estoy seguro de

ti y eso me basta.

—A mí también me basta, porque sé quién eres —

respondió.

—A ver, ¿cómo así?

Joaquín le sonrió. Emilio le respondió sincero. Con su

dedo índice el menor acariciaba su cara, casi sin rozarlo

dejando la huella de su gesto.

—Eres el chavo que me gusta, eres quien hace arte, quien

canta con el alma y le pone un chingo de ganas a todo lo

que quiere. Eres Emilio, el que conozco, el que solo es

Emilio.

673
—Dilo de nuevo.

—Eres quien hace arte, quien canta con el alma...

—No, lo otro, lo que dijiste primero.

Joaquín sonrió. Su dedo recorrió el puente de la nariz

puntiaguda.

—Eres el chavo que me gusta, el de la sonrisita de menso.

—Llevaba tiempo esperando escuchar eso —susurró

besándole la punta de la nariz—. Aunque la sonrisita de

menso es tu culpa, no mames.

—Me gustas, te admiro y me inspiras —susurró contra su

boca acercándose para acariciar sus labios con suavidad.

Joaquín escondió la cara en el espacio de su cuello y la

almohada en lo que seguía acariciando su espalda.

El agotamiento hizo que después de un rato su mano

dejara de repartir caricias. Sus brazos también se aflojaron

en torno al cuerpo de Emilio y se revolvió en los suyos.

Emilio dejó que se moviera, sabiendo que si era inquieto

consciente y despierto debía serlo también dormido. Le

dio la espalda y cuando lo vio relajado, lo abrazó por detrás,

respirando el aroma de su pelo, colocando su cabeza en el

674
cuello del chico, ese espacio de la anatomía de Joaquín

donde calzaba a la perfección.

El de ojos avellanos se quedó quieto y sonriente entre

sueños, en lo que la piel de su cintura era cubierta en el

mejor abrazo que le habían dado nunca.

27 de noviembre, 2029

Con todas sus buenas intenciones, Diego, que me creía lo

suficientemente frágil para romperme otra vez, se había

quedado conmigo en la noche para no tener que estar solo.

Hablamos, de la manera en la que lo hacíamos como

cuando éramos críos y tratábamos de cambiar las millones

de cosas que odiábamos del mundo o nos quedábamos

practicando con nuestras guitarras entre los gritos de mi

mamá para que nos calláramos.

Esa tarde también se ofreció a llevarme al canal para

plantar cara. La producción nos había citado para después

del mediodía, esperando poder tomar unos minutos de ese

tiempo para ver qué hacer con la pinche entrevista y la

675
pregunta donde la habían fregado. Mejor dicho, yo la había

fregado.

Quería que saliera al aire, tal como lo había dicho el día

anterior, que ni una de mis palabras fuera alterada, pero

podía ser peor. No era solo mi historia, también dependía

de Joaquín. Era el final de la historia de ambos.

El carro se estacionó en el frontis después de identificarnos

en la entrada.

Parecía como si me hubieran cortado las piernas porque

Diego ni siquiera me había dejado manejar hasta allí, como

si fuera un mocoso.

—¿Estás seguro que quieres hacer esto? —se preocupó

mirando la puerta delantera del edificio, al frente de las

letras gigantes que no veía desde hacía años.

—Ay, güey, quizás lo citaron antes y no tengo que

topármelo —respondí indiferente, pero con el corazón a

cien pensando en la posibilidad de volverlo a ver. No había

preguntado si él también vendría para no estar nervioso,

pero lo seguía estando. Al parecer Joaquín también porque

salió por la puerta a tropezones con un cigarrillo entre los

676
labios y un chispero listo para encenderlo.

—No mames, ¿es neta? —soltó Diego. Bajó el vidrio de la

ventana del conductor—. ¡Tu mamá dijo que dejaras eso,

¿acaso no entiendes?!

Los ojos de Joaquín se desviaron de la punta de su cigarrillo

para mirar a Diego y se posaron en mí un segundo,

tragando saliva de la impresión. Tampoco esperaba verme.

Le rodó los ojos a Diego, o a mí, y volvió a entrar sin

comenzar su cigarrillo.

—Tiene casi 27 años, digo, no es un crío —lo defendí

abriendo mi puerta para salir del carro.

—Va, pero me lo está diciendo el otro crío que le partió el

labio a un vato porque estaba bailando con él hace unos

años.

Me perdí en la puerta mientras le levantaba el dedo medio

antes que siguiera con su discurso de adulto que me valía

verga. Pasé por las puertas del canal que me había visto

crecer, sin rastro de Joaquín por ningún pasillo que me

ayudara a guiarme de dónde podrían estar las oficinas que

necesitaba.

677
—Disculpe, ¿las oficinas de 'Caramba Producciones'? —el

nombre era una pendejada, pero tenía producciones que

eran igual de pendejas así que le venía.

—En el edificio del antiguo CEA, una de las últimas del

fondo del primer piso.

El CEA había sido trasladado unos años antes, pero no

tenía idea que las instalaciones fueran oficinas. Si calculaba

bien, era nuestro salón.

Caminé por los pasillos en el camino más corto que

conocía para llegar. Vi uno de los foros donde

trabajábamos con Joaquín, la oficina de Santiago y Pablo,

la esquina donde nos topamos la primera vez, los pasillos

donde corríamos para que nadie nos molestara. La oficina

de mi papá estaba a unas puertas y el foro estaba en uso

para la nueva novela de Ale.

Suspiré recordando tantas cosas y maravillándome con

ellas hasta llegar a la puerta que conocía tan bien y había

cambiado a una sala de reuniones. Era raro, pero todo me

parecía menos doloroso que un día atrás.

Golpeé tres veces esperando una respuesta.

678
—Adelante.

Cuando abrí la puerta lo primero que vi fue al productor

que desconocía, quizás no más mayor que yo y alguien

elegante a su lado. Joaquín estaba frente a ellos, al otro

costado de la mesa rectangular con muchas sillas. El salón

había sido pintado, las paredes no eran ocres, sino de un

celeste vivo y las ventanas estaban despejadas. Una pantalla

mostraba el logo del programa al fondo del salón.

—Qué bueno que llegas, Emilio.

Asentí tomando asiento, dejando una silla vacía entre

Joaquín y mi cuerpo.

—Había tráfico —me excusé—. ¿Tenía que traer a mi

abogado o algo?

El productor solo sonrió entrelazando sus manos sobre la

mesa.

—No, nada de eso. Queremos saber si quieren seguir con

la entrevista, si quieren que eso que es personal para

ustedes sea expuesto —miré a Joaquín con dudas en mis

ojos, pero su vista se mantenía al frente—. Tu papá es

amigo mío, fue mi maestro por años, entonces no podría

679
no preguntarles si quieren que esto se sepa. Ayer lo llamé

y pues, no estaba muy contento que digamos con que lo

hubieras dicho, pero nuestro público lo filtró igual, la

ventaja es que podemos dejar todo esto atrás, dejándolo

entre nosotros, dejarlo como un rumor.

Reí despacio rascando mi sien con un dedo. Era imposible.

—Ayer fuimos tendencia después de años, todas las redes

supieron. Vi un video y un audio de mi voz diciendo algo

—negué con la cabeza, asombrado—. No es posible hacer

eso, porque datazo: la gente no es pendeja.

—Es un audio que se escucha mal y un video con una

resolución pobre, nada de qué preocuparse. Se taparon

cosas antes, se pueden hacer ahora.

Eché mi cabeza hacia atrás y fingí un ronquido.

—Nadie se lo va a creer.

—Si pueden hacerlo, creo que es bueno intentarlo, ¿no? —

preguntó Joaquín con voz neutral. Jamás lo había visto con

una cara inexpresiva como la que tenía—. Tengo una

relación estable, una buena carrera y he estado apartado del

chismorreo amarillista de este país. No necesito esto,

680
menos mala publicidad.

Abrí mi boca de asombro. Estaba enojado o herido por

algo, quizás por lo que le había dicho el día anterior y toda

mi ira guardada, que después se había transformado en

dolor, de ese que no me ayudaba a sentir simpatía por él.

—Pues, si lo quieres así —sentencié tallando mis ojos con

mi dedo pulgar e índice—. No va a ser la primera vez que

mentimos.

Finalmente me miró traspasándome con sus ojos.

El abogado extendió dos hojas frente a nosotros que sacó

de un folder delgado. En la leída rápida que le di, vi que

eran un anexo a nuestro contrato con unas pocas líneas

comprensibles entre la terminología que valga a saber

quién podía poseer. Sobre ellas un bolígrafo. Una línea con

una flecha adhesiva de color. Mi nombre debajo de la

flecha azul, la de Joaquín marcada con rojo. Pinche vida,

eran hasta nuestros colores.

Firmamos en silencio la primera copia y, con torpeza, nos

intercambiamos para terminar de firmar la segunda. Así

empezábamos y terminábamos, con una firma en un papel

681
en el mismo salón del puto CEA.

—Esto es más que nada para que sepan que de nosotros no

va a salir y que ustedes no nos autorizan a hablar del tema,

tampoco que tomarán acciones legales en caso de alguna

filtración y que, por supuesto, nosotros intentaremos decir

que solo fue un rumor si llegara a preguntar la prensa o

algún programucho que quiera indagar más —dijo el

hombre de traje.

En resumen: era para salvar sus huesos.

Mi garganta ardía del nudo que se me había formado.

Joaquín mantenía sus manos sobre la mesa en lo que yo

escondía las mías en mi chamarra.

—En menos de media hora llegarán los otros actores y el

equipo de publicidad para cubrir lo último —avisó el

productor levantándose de su asiento—. Los citamos a

ellos un poco más tarde pensando que nos costaría llegar a

un acuerdo, pero veo que son maduros.

Rio, pero ninguno de los dos le encontramos el chiste.

—Como sea, nos encontraremos en un rato en el foro del

fondo para las fotos y las promos. Muchas gracias por venir.

682
Extendió su mano para que la estrecháramos en lo que

también nos levantábamos de nuestros asientos. Salimos

en fila del salón u oficina, ya me valía.

Caminé por inercia hacia la salida necesitando aire.

Joaquín se mantuvo detrás de mí, con su mirada directa en

la puerta que se había cerrado tras nosotros, con el

productor y el abogado dentro.

—¿Quieres que charlemos? —pregunté volviendo mis

pasos. Yo necesitaba hablarlo.

—Estoy bien, pero necesito un cigarrillo —en ningún

momento me miró. Estaba de brazos cruzados en su pecho,

pero sabía que era porque se abrazaba a sí mismo.

Iba a abrazarlo por los hombros para acompañarlo por los

pasillos, pero se alejó de mí con un movimiento que me

dolió más de lo que se podía pensar. Podía estar dolido,

pero lo necesitaba tanto.

Caminamos en silencio. Tomamos otro camino para el

estacionamiento, así podía fumar todo lo que quisiera sin

que nadie nos viera. Porque eso hacíamos siempre,

ocultarnos.

683
—Yo... —comencé tímido mirando mis tenis. Joaquín

intentaba prender su cigarrillo con un mechero que se

apagaba cada que le pegaba un poco de viento—. Quiero

disculparme por lo de ayer, la neta estaba enojado y no

pensé que podía cagarla tan grande, lo siento, nunca fue

mi intención que te vieras en esto.

Joaquín frunció su ceño ante las chispas que no se

transformaban en llamas. Estiré mi mano para que me

pasara el chispero. Cuando lo hizo, fue cuidadoso de no

tocar mi piel, soltándolo antes de rozarme. Lo agité brusco

para que el líquido dentro se repartiera, deslicé la rueda

con mi pulgar y una pequeña llama apareció, la que oculté

con mi otra mano para ofrecérsela. Se acercó precavido,

poniendo la punta del cigarrillo entre mis manos para

darle una calada y que el fuego se convirtiera en humo y

ceniza.

—Gracias —dijo expirando el aire, que se me hacía pesado,

entre sus labios. Odiaba el tabaco, la nicotina y todos los

aditivos que podía tener, pero sentí envidia del humo—.

No te deshagas en disculpas, da igual.

684
Fruncí mi ceño. Se acomodó a mi lado, sosteniendo la

muralla.

—Digo, está bien, no hay nada que perdonar. Ayer la cosa

estuvo intensa y fueron muchas juntas. También te debo

una disculpa por todo, no fue buena idea. También tengo

responsabilidad, no debí decirte nada, no debí hacer lo que

hicimos y no debiste decir nada, debimos mantener la

distancia y tampoco tenías que darme tu libreta de

canciones.

—¿Las leíste?

—No, no lo hice.

Bajé mi cabeza buscando soporte en el muro, quedando

hombro con hombro y la vista al frente. Habíamos tenido

nuestro último día, la magia y todo lo que habíamos creado

antes se había extinto debajo de todo lo que nos

cargábamos esa tarde.

Siguió fumando, dándonos miradas entre inhalación y

exhalación, esas que eran furtivas, esperando a que el otro

no nos descubriera.

Un carro entró al estacionamiento haciendo que su cuerpo

685
se tensara y tirara el último resto de colilla y ceniza para

pisarlo con su bota. Renata bajó del asiento del conductor

con unas gafas que le tapaban la mitad de la cara, pero la

preocupación que traía la podía oler.

—No digas ni una palabra —me pidió asustado.

Del asiento del copiloto bajó mi peor pesadilla. Si en la foto

se veía guapo y perfecto, en persona era ideal para no

creerlo. Traía una chamarra tipo Montgomery con una

bufanda gruesa. O sea, en la Ciudad de México sí estaba

helado, pero no tanto, no mamen. Sus pestañas eran

larguísimas, su barba estaba arreglada, como si se hubiera

afeitado con esmero en la mañana y éramos parecidos en

estatura.

—Discúlpame, insistió que quería verte —musitó Renata

llegando cerca de nosotros antes de Aron, el cual sonreía

avanzando por el estacionamiento como si fuera un

modelo.

—Te dije que lo llevaras a casa, Ren —dijo con una sonrisa

Joaquín, por entremedio de sus dientes—. No que lo

trajeras aquí, estoy trabajando.

686
Ren lo miró acomodando la mano en su cintura.

—Sí, la neta te veo súper ocupado y concentrado en el

trabajo.

Su sarcasmo me hizo reír, pero tapé mi boca con disimulo

para que Aron no me viera.

—Hola, soy Aron —dijo en su idioma natal estirando su

mano frente a mí.

—Dulzura, él no habla inglés —Aron hizo un gesto de

asentimiento a las palabras de Joaquín.

Dulzura, quedé.

—Hola, soy Emilio, encantadísimo de conocerte —solté ante

el asombro de todos ahí—. ¿Qué?

Joaquín salió de su sorpresa y dirigió todo su cuerpo hacia

Aron, que lo miró con una sonrisa tan tierna que calculé

cuánto me demoraría en llegar al baño a vomitar. No por

asco, sino porque los jugos gástricos de mi estómago

estaban haciendo estragos ahí dentro.

—Así que, ¿llevan mucho aquí afuera? —preguntó buscando

conversación.

—Unos minutos —soltamos a la par. Para rematar, sin

687
darnos cuenta acomodamos nuestra postura al mismo

tiempo.

Renata carraspeó.

—Te extrañé anoche —le confesó el gringo. Rodé mis ojos

obteniendo un codazo de Renata en las costillas. De la

nada, Aron se inclinó hacia Joaquín, haciendo que mi

corazón se detuviera tanto que me mareé. Le estampó un

beso corto en los labios que me dejó un sabor amargo en

la boca. Otra vez estaba mordiendo mi mejilla. De la

chaqueta sacó una maltrecha flor de esas que Joaquín le

cagaban por el aroma que tenían a panteón. Podían llevar

unos años, pero ese no tenía idea de Joaquín.

—No habían de las que me dijiste anoche que te gustan.

—Ay, el pendejo —lancé pensando que nadie lo

escucharía.

—¿Pendejo? —repitió como papagayo el vato—. ¿Qué

significa?

—Amigo, significa amigo —respondió con rapidez Joaquín

para cambiar el tema—. ¿Con quién dejaste a Rufus? ¿Le

dejaste comida y agua? —el pinche perro se llamaba Rufus.

688
Rodé mis ojos otra vez.

—Abigail podía cuidarlo, así que lo llevé a su casa.

—Genial —su sonrisa fingida apareció de nuevo. Joaquín

estaba mirando de hito en hito a Aron y a mí. Yo estaba

divertido de que sus ojos parecieran los de un borrego en

medio de una carnicería.

Mi celular sonó con una notificación. La revisé de un

vistazo.

—Es Ale, dice que está en foro y que quiere que la pase a

buscar.

—¿Ale? ¿Podemos ir a verla? Quiero darle mis saludos —nunca

había odiado a alguien solo con verlo como a ese vato—.

Es hermosa, bueno, tú lo sabes, es tu ex, ¿no?

Su mano atrajo a Joaquín por la cintura. Mi corazón latía

en mis oídos al recordar que antes era mi mano la que

encajaba perfecto en ese ángulo.

—¿Ale y yo? No, solo rumores. Soy de morenas, pero no ese tipo

de morenas.

Mi exnovio aplaudió una vez sin tener idea de qué hacer,

captando la atención de todos. Estaba nervioso.

689
—¿Te parece si vamos por Ale y luego vamos por lo que me

queda de grabar? —dijo con tono dulce. Me dolió porque se

veían bien. Sus ojos brillaban, Aron lo miraba con una

adoración gigantesca que me daban celos. Él lo iba a cuidar

bien.

Aron afirmó con su cabeza. ¿Por qué los gringos siempre

sonríen tanto?

—Los veo más tarde —dijo Renata dándoles un abrazo a

cada uno—. Lleguen antes de la cena.

Ambos asintieron y entraron al edificio. Renata y yo nos

quedamos viendo como la puerta iba y venía hasta que se

quedó estática.

—Es feliz.

—Va, ¿de dónde salió? —contesté—. Me caga.

—Igual me caga —resopló con soltura—. Viajó temprano

para llegar ahora, en todo caso, igual tú me cagabas a veces.

Nadie puede ser tan feliz ni perfecto.

Esbocé una sonrisa. Llevaba tiempo que no hablábamos de

esos temas.

—Nunca te pedí perdón por no volver a llamarte ese día ni

690
contestarte las llamadas que hacías —susurró con pesar y

sin mirarme a los ojos—. Supongo que ahora que los vi

aquí, conversando como si nada puede ser que también me

perdones a mí.

Puse mi brazo alrededor de sus hombros y la abracé.

—Hubiera hecho lo mismo, Ren. Ya pasó —dije.

Mi celular vibró con insistencia con mensajes de Ale en

modo alterada. Mandaba muchos emojis de sorpresa y 'no

mms, no mms, no mms'.

—Entraré porque Ale ya se encontró con ellos. A ver si este

día no es tan largo como ayer.

Renata me besó la mejilla para volver a calzar sus gafas e

irse, en lo que me daba valentía para entrar.

691
26.
Efímero

Que dura poco o es pasajero

Agosto, 2020

Joaquín jugaba con los dedos entre los cabellos de Emilio

a la espera de sus representantes de la disquera. Iban

camino a algún Starbucks a tomar café helado cuando la

llamada entrante demandaba la presencia del mayor con

urgencia. Emilio se separó quitando la cabeza que dejaba

descansar en el hombro de Joaquín cortando las caricias

tiernas.

—¿Cómo le voy a hacer cuando esté solo por ahí sin esto?

—musitó poniendo atención en la sonrisa de su

acompañante que se desvanecía en esa sala de reuniones.

692
—De seguro no me extrañarás tanto.

Emilio sonrió cuando las comisuras de Joaquín volvieron

a subir, muy rápido, tanto que alguien que no lo conociera

pensaría que nada lo había perturbado.

—Más tarde podríamos hablar de, pues... los dos, digo,

nosotros, ¿no crees?

Quedaban dos días para el inicio de la gira internacional

del rizado, lo que hacía que estuviera nervioso. Era su

primera vez saliendo del país para mostrarse en otras arenas

y teatros con la esperanza de internacionalizar más la

carrera y la primera en un año que se alejaba tanto de

Joaquín.

El menor mordió su labio dudoso, no por los sentimientos

de Emilio, en parte, sino por todo lo que llevaba pasando

en el último año.

Asintió con timidez.

En la tarde se habían revelado los invitados especiales que

en ese segundo tour serían Romina y Diego, en algunas

fechas, como teloneros. Emilio sonreía mirando las manos

de niño de Joaquín rozar las suyas y tratar de pillar sus

693
dedos entre los de él que los movía con destreza. Se

divertían, jugaban como críos.

Emilio se acercó a su mejilla para darle un beso, pero antes,

Joaquín abrió sus ojos.

—Alguien viene —susurró, y es que era una especie de

truco que tenía. Siempre escuchaba los pasos cuando era

oportuno. Soltó su agarre caminando hasta el otro lado de

la oficina. Ni siquiera sabía qué hacía ahí cuando su carro

estaba aparcado en el estacionamiento. Pero entendía

porque Emilio lo había sacado a empujones para llevarlo

al interior porque también lo extrañaba con saber que se

iría por un tiempo.

El equipo de la disquera y publicidad entró a la oficina

llenando en poco tiempo toda la sala. Joaquín se sintió

sofocado e incómodo con aquellas personas y él sin encajar

en ningún momento o poder salir de ahí.

—Si quieren puedo esperar afuera —sugirió caminando a

la puerta. Nadie dijo nada. La concentración estaba

dedicada al otro chico.

—Emilio, tenemos un problema con la venta de entradas

694
—comenzó un hombre de traje elegante—. Cuando

dijimos que tu hermana y tu amigo eran los que iban a

presentarse algunos pidieron la devolución de su boleto y

de los Meet and Greet, algunas fechas quizás no estén tan

llenas y es tu primera gira internacional y no queremos

quedar como que hacemos malas gestiones...

Sí, hacían malas gestiones, hasta Emilio lo sabía.

—Y el problema tiene solución, ¿no? —preguntó

esperando una respuesta afirmativa y favorable—. Digo, no

vamos a cancelar fechas ahora que llevamos meses

organizando esto, no mamen.

El equipo al completo se miró para después desviar sus ojos

a Joaquín parado al otro extremo de la sala. El aludido les

correspondió la mirada a todos, terminando en Emilio que

tenía sus cejas fruncidas hacia abajo.

—No, no de nuevo.

—Emilio, serían un par de países, un par de fechas,

organizaríamos los horarios, podría tomar vacaciones entre

países. Son un par de meses, alguna de las fechas más flojas

—intentó convencerlo Matías.

695
—No, la última vez tuvo hasta problemas con su papá por

el itinerario de los conciertos, menos vamos a llevarlo seis

meses cuando quiere hacer otra cosa —alegó con enojo.

Joaquín no decía nada esperando a que alguien le explicara

más a fondo.

Los gritos comenzaron a amontonarse uno sobre otro,

haciendo que se entendiera menos las cosas que decían.

Algunos gritaban que era una buena solución, que Juan lo

había autorizado, que también era una buena

oportunidad, que podían aprovechar Aristemo otra vez.

Emilio se levantó de su asiento intentando llamar la

atención. Su edad, su porte y su voz se quedaban pequeñas

con los gritos de los adultos del cuarto. Parecía más un

mercado que la sala de juntas de una disquera.

—Hey, hey, ¡hey! —gritó como último recurso—. ¿Puedo

hablar a solas con Matías? Neta entiendo más cuando él me

explica las cosas solo que cuando me hablan de siete, no

mamen.

Las personas se callaron para salir de la sala. Joaquín se

acercó a Matías y Emilio cuando todos salieron y este lo

696
llamó con una mano.

De repente, era parte de todo eso sin darse cuenta.

—La gira no se vendió del principio, Emilio, las fechas aquí

en México están flojísimas, las personas creen que estás

estancado y que será un poco más que el Condesa, creo que

puede ser porque sacamos a Joaquín del documental o algo

así, todavía hay comentarios de esas cosas.

El chico lo sabía. Algo entre el primer y el segundo tour

había cambiado, tal vez habían sido demasiado ambiciosos

tratando de llenar teatros internacionales después de eso,

pero pensaban todos que sería una gran inversión.

—La cosa es que los números están en rojo para financiar

el mismo tour, en resumen, no se está pagando solo y eso

es lo que quieren todas las disqueras. Es una disquera que

empieza, es obvio que creen que eres uno de los artistas que

más guita dan, así que intentarán sacarte lo más que

puedan.

El rizado lo miró confundido. Entendía todo eso de la

industria musical y que era una mierda la mayoría de las

veces, por eso no había contado nada de Joaquín. Tampoco

697
había permitido que su imagen se vendiera como se estaba

vendiendo, con portadas de disco medio desnudo, letras de

canciones planas y ruidosas, pero era lo necesario para

llegar arriba, después, le habían dicho, podría tener todos

los berrinches que quisiera, incluso agregar nuevas

canciones creadas por él. Así fue como su segundo disco

parecía de todos menos suyo y como en la portada solo

estaba cubierto por una guitarra y unos pantalones

demasiado ajustados dejando al descubierto su torso.

Joaquín le había dicho que lo estaban vendiendo a él y

también lo creía.

Había leído de fans que estaban decepcionadas, que su

música no era lo que prometía cuando les hablaba de su

segundo disco.

—Va, va, lo entiendo, pero ¿quieren meter a Joaquín?

Matías los observó. Joaquín no mostraba más entusiasmo

que el de Emilio.

—Obviamente las redes sociales explotaron después de que

se supo que eran Romi y Diego los invitados. Si colocamos

a otro, podemos vender más, la mayoría de los lugares no

698
están con llene total, así que podríamos hacer que grabe

una que otra rola, ponerle un poco de protagonismo en los

afiches y volver a hacer lo que se hizo la vez pasada...

—Tengo planes —soltó Joaquín caminando por la sala—.

Voy a ir con mi papá y estaré haciendo un curso de teatro,

no quiero ir al tour.

—Sería una buena forma de impulsar tu carrera.

Joaquín le dedicó una mirada ofendido.

—Mi carrera está bien, muchas gracias —resopló—. No

quiero hacerlo, tengo mi momento para descansar y

prepararme en el curso, quiero hacer eso, ahí voy a estar

aprendiendo no haciéndolas de corista.

Emilio torció el gesto. El ofendido ahora era él.

—¿Disculpa? ¿Corista?

—Es un decir, Emilio, no te lo tomes así.

—¿Y cómo me lo tomo? —preguntó irónico—. Así como

lo veo parece que hasta te hubieran obligado a ir al tour

anterior.

—No, fíjate que nadie lo hizo —sentenció con ira—. Así

como lo veo yo, no soy necesario en esto, es todo, además

699
¿para que después vayan y me quiten de cualquier cosa

porque no me veo muy hetero?

—Nadie dijo eso.

—No lo dijeron así, pero sí se sintió cuando decidieron que

lo que habíamos grabado para el documental del PerfecTour

no saliera porque no se veía tan varonil —alegó haciendo

comillas en el aire a la última palabra—. Que ni intentar

que esto no se vea tan maricón —agregó con el mismo

tono que uno de los productores cuando le habían

comunicado la noticia meses antes.

—Ah, claro, ¿y ahora te vienes a acordar de eso? —preguntó

Emilio, con la voz cargada de sarcasmo—. Además, ¿quién

carajos te dijo esa mamada?

Emilio estaba dispuesto a ir a pegar madrizas. Matías rodó

los ojos.

—Niños, niños, no peleen —ambos lo miraron con cara

asesina—. Va, los dejaré para que hablen de eso, en todo

caso si quieren pueden hacer lo que hacíamos antes, eso

que tu papá dijo que es sacarle un poquito más a lo de

Aristemo, o sea, igual y tienen que volver a grabar cuando

700
vuelvan o les vendemos Emiliaco.

Los chicos abrieron sus ojos de par en par.

—Habría que ser huevón para no darse cuenta, che.

Cerró la puerta detrás de él dejándolos sumergidos en

silencio.

—¿A qué se refería?

Emilio tragó saliva de forma sonora, tanto que su garganta

dolió. Había estado de acuerdo que Aristemo era una buena

forma de vender el producto de su primer disco. A ambos

les venía bien un poco de empuje aparte de lo que era la

actuación incluso cuando después Joaquín había tomado

más el mundo del modelaje y tomar cursos entre la prepa

y la actuación para no volver a actuar en La Rosa o El Dicho,

sin pensar que la serie se estaba convirtiendo en eso. Nunca

le dijo de cómo su papá le daba consejos para acercarse en

las primeras entrevistas, de que algunos momentos no eran

del todo sinceros e, incluso cuando su compañero lo

suponía, jamás habían hablado de la estrategia en sí.

Caminó para quedarse junto a su acompañante.

—Quiere vender Emiliaco, no es el primero, no va a ser el

701
último.

—Va, lo entiendo, pero quiere venderlo como el ship, no

como la dupla y no me gusta.

Emilio resopló en lo que colocaba su mentón en el hombro

de Joaquín.

—No te voy a negar que se me hace súper cutre —musitó

apenado—. Igual habíamos quedado de encontrarnos en

Suramérica, podríamos ver si puedes ir algunos días y

cantar conmigo algunas canciones y luego te vuelves.

—Yo iba por vacaciones, a ver a mi familia e hice que

calzaran con tu concierto para no estar tantos meses lejos y

vernos en tu cumpleaños, además quedamos que iba a ir al

de Panamá y Costa Rica para devolvernos juntos a la mitad

de la gira para que después te fueras a Estados Unidos, pero

como tu... eso.

¿Qué palabra usar? ¿Novio? ¿Quedante?

Emilio arregló su pelo con los dedos para terminar

restregándose la cara.

—Joaco, sería bueno para ti también, dijiste que querías

hacer algo con música, pues bueno, firmas con la disquera,

702
grabas una de mis rolas que están escritas y vas conmigo.

El menor mordió su labio dudando.

—No, no lo haré. No voy a volver a firmar con la disquera

y no deberías pedírmelo porque sabes que me cargó que el

año pasado hicieran lo mismo que están haciendo, ahí no

dije nada, pero no soy un pendejo ahora —respondió

alejándose. Estaba comenzando a hervirle la sangre.

—Joaco, es importante para mí...

—Emilio, también es importante para mí ver a mi papá y

el teatro —interrumpió moviendo sus manos con

exageración—. Tú fuiste uno de los primeros en decirme

que tenía que comenzar a tener una mejor relación con él

y ahora que estamos bien podría volverse a enojar

conmigo. El año pasado cuando tuve que volver antes por

lo de los ensayos le dolió mucho...

—¡Ay, no mames! —interpeló con una sonrisa—. Él

mismo ha dicho que ni siquiera estaba al pendiente de lo

que hacías y ¿de la nada ahora está tan preocupado por ti?

—Sigue siendo mi papá —el chico se cruzó de brazos—.

No lo haré porque quieren vendernos a nosotros y tengo

703
planes. Punto.

—Estás siendo un egoísta, además no es la primera vez que

nos subiremos a un escenario a jotear para vender, no

mames —hubo silencio, demasiado largo en lo que Emilio

cerraba los ojos dando cuenta de su error.

—Todo lo que he hecho en los escenarios que me he

subido contigo han sido auténticos para mí —pronunció

con lentitud—. ¿Cuáles fueron los actuados para ti?

Emilio no abrió los ojos. Estaba repasando en su cabeza la

corta lista antes de que comenzara a sentir cosas por

Joaquín. Recordó su confusión, los premios que jamás

pasaron en la pantalla, aquellos a los que habían ido como

pegados, donde no se soltaba de su cuello por querer tomar

su mano.

—Emilio, te pregunté algo.

El chico negó con la cabeza caminando a la puerta.

—No dramatices ni exageres, mira que bien que eso nos

ayudó a ambos.

—¿Te están pagando por decir pendejadas? —dijo ofendido

dando cara—. Sí, nos ayudó, pero después de que

704
comenzamos a quedar no lo hice más porque no me

parecía respetuoso para ti. Jamás actué mientras cantaba,

jamás te toqué para que pensaran mal o para curarles los

empachos de malviaje a las fans.

El otro chico se ofendió, dilatando las aletas de su nariz y

apretando tanto los dientes que se le marcaba el hueso de

la mandíbula.

—Lo hiciste tú —agregó Joaquín sin tono de afirmación o

pregunta.

—¡No, claro que no!

—¿Fue real lo de los MIAW o lo de los Glaad?

—Joaco, neta no me puedes preguntar eso, estábamos

juntos para los MIAW, fue el mismo día donde firmamos

la planilla de Recursos Humanos y pues, para los Glaad ya

estaba casi seguro que me gustabas, no inventes.

A la mente del menor llevé un recuerdo. Ellos corriendo

por unas escaleras cortas vestidos de azul y blanco hacia un

escenario. Antes, Emilio lo había jalado para sacarlo de su

lugar cuando lo habían nombrado. Joaquín amaba ese día

porque se había sentido cercano a Emilio, reconocido

705
después de que los reporteros lo ignoraran y él le diera su

lugar. Fue una de las pocas veces que se besaron en juego

también, antes del desastre de marzo.

—¿Y los Eres? —Emilio temió la pregunta—. Cuando

dijiste que el premio era de los dos y me subiste al

escenario, ¿eso qué fue? ¿fue sincero?

Sus sospechas se aclararon cuando no respondió. Esperaba

una risa, una cara de desconcierto como las que siempre

daba, pero había bajado la cabeza derrotado y

avergonzado.

—No fue mi idea, mi papá me dijo que no estaría mal

agradecerte, pero sí fui yo quien te subió ahí, fue mi idea

eso, tenerte ahí...

—No, no salgas con esas frases cursis que te pegas cuando

sabes que la cagaste. Tuve que aguantar mucho con las

reparaciones de daños anteriores como para que ahora

tenga que aguantar que también hiciste ese tipo de cosas

—pidió girando el picaporte de la puerta—. Estoy fuera, de

todo esto, lo que sea; estar juntos, quedar, lo que sea... estoy

fuera.

706
Iba a salir cuando Emilio cerró la puerta antes que su

cuerpo pasara. Sí, llevaban saliendo mucho tiempo. Sí,

quizás era suficiente para dudar. Sí, quizás ambos tenían

miedo que las cosas no hubieran cambiado en los meses

que llevaban.

—Es mejor ahora que no somos nada.

—¿No somos nada? Joaco, estamos juntos, llevamos tiempo

juntos, y no necesitamos un nombre para esto. Te quiero,

menso, te adoro, si quieres.

—Pues, ya no.

—¿Cómo qué no? Llevamos un año saliendo, no vas a

dejarlo por una mamada.

Joaquín abrió su boca sin que salieran palabras. Estaba

enojado, pero más dolido.

—No es una mamada.

—Repito, te estás poniendo dramático y créeme que no lo

vale, neta fue un par de veces de miles otras.

—Un par de veces...

—Sí, no es como para que hagamos un show de esto —dijo

intentando tomarle las manos que se le escurrían—. ¿Sabes

707
que es el tú asustado que habla? Te diste cuenta que

llevamos tiempo juntos y que prácticamente te llamo

novio, entonces estás tratando de hacer un berrinche para

poder irte y que no te quiebre o alguna de esas burradas

que dices. No lo merecemos porque nos costó esto, ¿sabes

lo que me costó a mí?

El resoplido que dio Joaquín pareció un huracán en su

cara. Su ira estaba a tope, tanto que no iba a contener nada

de lo que quería verbalizar. El tejido me vibraba en el telar

de una manera que no había visto nunca antes. Hasta

estaba asustado.

—¿Crees que podrías quebrarme? —preguntó retórico—.

Cuando dije eso estaba pedo, y no me refería a que me

fueras a quebrar el corazón o alguna de esas cosas, sino a

que me ibas a hacer ceder, una vez más, como con el huevo,

la jirafa y otras tonterías. No necesito vender mi talento

con un ship, no puedo confiar en que llegamos hasta aquí

porque verdaderamente sentiste algo por mí o porque te

condicionaron a que lo sintieras. Si algo rompiste fue mi

confianza, así que no, no iré a ningún lado, no voy a decir

708
que sí porque parece que me conviene. No lo haré.

Abrió la puerta para salir de nuevo.

—¿Neta ni lo vamos a hablar? —consultó Emilio casi

riendo—. Joaco, ni entiendo cómo llegamos a pelear por

esto. Si no querías ir conmigo al tour me lo hubieras dicho,

no había pedo.

Joaquín se volteó mirándolo a los ojos. Estaban brillantes,

esos ojos que le gustaba mirar tanto y lo convencían de

cualquier cosa que le pidieran, aunque fuera una estupidez.

—Te lo dije dos veces —salió de la sala con camino al

estacionamiento. Desactivó la alarma de su carro para

subirse golpeando la puerta. Emilio trataba de seguirle el

paso trotando detrás de él.

—No inventes, no puedes irte así —dijo casi divertido

Emilio—. Es el mejor berrinche que te he visto hacer,

mínimo hablemos esto antes de que me vaya, carajo.

Joaquín hizo partir el coche, pero bajó el vidrio de la

ventana para hablarle.

—No es un berrinche, no estoy siendo dramático y me voy

porque no quiero decir nada que nos pueda doler mucho,

709
pero me sentí usado, Emilio, y sí, quizás debería estar

acostumbrado, pero jamás me había pasado contigo, así

que me voy y hablaremos cuando vuelvas, porque estoy

decepcionado, esperaba más de ti.

—Joaco, vuelvo en seis meses más o menos, ¿cómo se te

puede pasar por la cabeza que vamos a esperar tanto? —el

chico negó con la cabeza intentando procesar todo—. Si

quieres hablamos con un frappé terminando la reunión.

Dentro del coche el menor comenzó a retroceder para salir

del estacionamiento. Emilio llamó unas diez veces antes de

subirse al avión dos días después, pero jamás contestó.

Octubre, 2020

Joaquín veía las noticias en su computadora en cinco

programas diferentes cambiando entre canal y canal

esperando ver la noticia que quería. Estaba en Chicago,

después de una de sus clases de teatro, pendiente de

cualquier cosa que pudiera pasar con Emilio.

Uno de los programas de espectáculo introdujo la nota. Se

había suspendido un concierto en un país de

710
Latinoamérica donde había tres fechas.

—Sí, parece chiste, es una carrera que está empezando, es

actor, es bailarín, uno esperaba que llenara los teatritos y

los antros a los que ha ido en otros países, pero parece que

fue una apuesta muy arriesgada para su productora —dijo

la conductora—. Igual y tiene solo 17 años, es una de esas

cosas de las que te recuperas, fue un par de conciertos en

los que le ha ido mal, no es una carrera completa. Lo que

sí, le está haciendo gastar su resto con una gira de casi 6

meses para que no rinda, igual esta difícil recuperarte de

eso.

Uno de los animadores desfiguró su cara no dándole la

razón. Se movió inquieto en la silla intentando captar la

atención de las cámaras para ser enfocado.

—La verdad… —comenzó con tono chillón y agriado—.

La verdad, creo que ser hijo de quienes se es hijo da igual

cuando no tienes el talento o lo que es necesario para un

escenario, tienes que darte cuenta cuándo no la das.

—El chico sí tiene talento —defendió uno de los otros

panelistas—. ¿Viste como bailaba mientras cantaba? O sea,

711
pocos hacen eso.

—¡Ay, es aburrido! —alegó con indignación—. No

estamos hablando de Chayanne, el espectáculo estuvo

regular, no estamos hablando de la nueva revelación

musical, al chico le hacen sus canciones, no tiene identidad

propia y él mismo ha dicho que está trabajando en nuevos

estilos que no van con él, aparte que lo suban casi en cueros

a cantar cuando es un menor, ni en broma. Estuvo salado,

aunque quieran hacer pensar lo contrario, comparado con

la presentación que hizo el año pasado con el otro niñito,

este... Joaquín, en el Condesa, donde tuvieron que llevar

más personas conocidas para que lo pudieran llenar.

—Cuando nos llegó la noticia, no entendí por qué todas

esas luces y cosas, era mucho.

—No, en mi opinión, como crítico que soy, había un

chorro que no era necesario, no había una secuencia de

canciones que fuera lógica y eso es importante porque...

Joaquín cerró su computadora suspirando fuerte de

indignación. Sus dedos estaban crispados a sus costados.

Era octubre, Emilio debía ir rumbo a Argentina en esos

712
momentos y agradeció en silencio que así fuera porque no

quería que escuchara la crítica del último concierto.

Calculó que había estado en Chile o Perú unas horas antes

en un teatro de capacidad media pero no había sido del

agrado de muchos, igual que los otros países donde había

fans enojados por las devoluciones de dinero por

conciertos cancelados.

Renata entró a su cuarto, acompañándolo en la cama.

—No es tu culpa —dijo con rapidez. Joaquín seguía

negando con la cabeza—. Sí del orgullo que te cargas

porque llevas como meses sin querer hablar con él y

preguntándome a mí para que le pregunte a Diego sobre él

cuando se nota que lo necesitas. Apuesto lo que quieras que

te vas a sentir culpable siempre.

Y sí, Renata, lo estaría.

Su hermano rodó los ojos, más molesto.

—Era algo que no quería hacer, y ahora que no lo hice, me

siento mal por él, no por no ir como invitado o algo, para

eso está Diego y Romina, pero me hubiera gustado

acompañarlo, sobre todo con esto que ha cancelado

713
conciertos porque no hay público.

Renata torció el gesto. Su hermano había estado casi

durante dos meses entre sus cursos de teatro en Chicago y

las vacaciones con un ánimo decaído, arrastrando los pies

y no permitiéndose sonreír a menos que fuera necesario.

Cuando ella hablaba con Diego intentaba escuchar atento

de que podía enterarse sobre Emilio. Él se quedaba quieto,

en silencio escuchando los monosílabos, la voz lejana, las

risas, las entrevistas en otros países, los videos de fans en

redes sociales eran todo lo que tenía, necesitando tanto

más.

—Pues, no voy a llamarlo —se precipitó a decir—. No voy

a sonar resentido diciendo que me dolió, no está aceptando

cosas de mí, ni respetando lo que tenemos... tuvimos —se

corrigió—. Es mejor así; llega, terminamos de grabar y cada

cual toma su camino.

—¿Neta? —rio Renata entre divertida y aburrida del

drama—. Esa no te la crees ni tú y mira que todos querían

que se separaran. Ya vas a ver cuando lo tengas al frente, se

te va a salir todo lo que sientes, si es que ya no lo has

714
pensado mil veces en esa cabeza de dramático que te gastas.

—Ren, no es tan simple, sí lo quiero y a veces creo que

puede ser que después de todo este tiempo me esté

enamorando, pero no puedo tener la seguridad de que él

sienta lo mismo o de que todo esto no lo vaya a cagar —

musitó con dolor. Era próximo el cumpleaños de Emilio,

en sus planes él viajaría a Montevideo a verlo y estar con él,

pero en los míos era mejor de esta manera—. Nunca hemos

hablado de algo a largo plazo ni sacamos el tema, solo nos

besamos, nos contamos las cosas, hablamos de estupideces

y estar juntos es tan natural, como si nos hubieran hecho

para calzar en el otro, pero no podremos ser jamás como

tú eres con Diego. Me da igual que no se etiquete, pero

quiero saber adónde va esto, si luego de Aristemo él va a

seguir sintiéndose así o si alguien me dijera que si se llegara

a saber nada lo perjudicaría...

Renata divagó en su cabeza uniendo las piezas.

—Estás asustado —comentó como si hubiera descubierto

algo importante—. Eres tú el de la duda. Al final sí estás

pensando que las cosas no pueden resultar, por eso

715
tampoco te has atrevido a pedirle ser tu novio, porque crees

que no merecen más que lo que tienen —el chico le dio la

razón sin contestar nada—. Debo decir que lo esperaba de

él, pero no de ti.

—No inventes, Renata, Emilio tiene demasiada seguridad

de él como para que pensara que no le correspondo o algo

por el estilo. Es impulsivo, su mente es un desorden

siempre... yo puedo ser un impulso que tuvo y, no sé...

—¿Has visto cómo te mira? ¿cómo te cuida? ¿la manera en

la que te cela? No digo que esté bien, pero todos nos dimos

cuenta antes que sentía cosas por ti, menos él y tú. Y

siempre van a merecer más —la chica negó—, quizás no

puedan ser como soy con Diego, pero va a ser más suyo que

de nadie, Joaco.

El celular de la chica comenzó a vibrar en sus pantalones.

Era Diego, la llamada que había esperado por largo rato.

—Llámalo, dile cosas, queda con él por su cumpleaños ya

que estaremos en Uruguay y él también, ¿qué sé yo?

Su hermana se perdió en el pasillo. Miró su teléfono con

duda, sabía que podía llamar solo con una conexión a

716
internet, pero las manos le sudaban. Calculó que debía

estar a la espera de un avión, así que presionó el botón de

videollamada esperando que no contestara por estar en

otro país, atravesando el continente. La cara de Emilio

apareció en su pantalla entrecortada, unas ojeras azules

debajo de sus ojos, el pelo desordenado con sus rizos para

todas direcciones, el bigote y la barba poco abundante de

unos días sin rasurarse.

—Pensé que estarías en tu vuelo —soltó en un suspiro. No

sabía qué decir—. Perdón, perdón, digo; hola.

La señal estaba fallando, pero escuchaba el ruido de los

aviones detrás del gran ventanal del asiento de Emilio.

—Estoy en Chile, salgo en un rato a Perú —aclaró con una

sonrisa—. Hola, para ti también. Te ves hermoso.

Joaquín sonrió. Su voz, aun por medio de un aparato, se

sentía más cercana que cualquier otra vez.

—Joaco...

—Llamaba para saber cómo estás.

—Has visto las noticias, ¿no? —Joaquín asintió—. Pues, sin

mentirte, me gustaría que estuvieras conmigo aquí.

717
La señal comenzó a volverse lenta y Emilio se desfiguró en

su pantalla.

—Mañana... —comenzó a mover los labios, pero no se

escuchaba nada—. Si pudieras... estaré en esas fechas...

espero quieras...

Luego se cortó.

Extrañaba a Emilio desde las entrañas, como un calor que

se iba consumiendo hasta que decían su nombre o esos

pocos segundos donde lo había visto. Pensó, como

siempre, pensó, pero para quitarse sus propias trabas.

Las llamadas siguieron, de pocos minutos, no más contacto

que pocas palabras entrecortadas y sus caras mirándose la

una a la otra, impedidas de decir más, llenas de ganas de

decir todo.

Una noche, cuando se sentía calmo y melancólico, con

lápiz y papel, escribió muchas cosas, lo que pensaba, lo que

sentía, pensando que podría decírselo cuando lo viera de

nuevo. Emilio y él tenían un vínculo, lo sabía desde

siempre y debía convencerse que merecían más, porque lo

necesitaba. Lo necesitaba horriblemente. El problema era

718
yo, que no sabía que tan fuerte podía ser.

27 de noviembre, 2029

Me quedé con la mirada fija hacia adelante en lo que me

daban las indicaciones para cambiar de pose. Los flash de

las cámaras eran incandescentes y por unos segundos me

dejaban ciego cuando terminaba una toma y otra delante

de un fondo blanco que cubría toda la muralla trasera del

enorme salón. Aron estaba de brazos cruzados al lado de

una de las salidas mirándome con una sonrisa gigante,

levantando los pulgares cuando me movía para que

tomaran otra foto que era de su agrado. Llevábamos unos

veinte minutos intentando que mi sonrisa se viera natural

con el fotógrafo sin lograrlo, pareciendo que hacía una

mueca de mal gusto.

Al otro lado de la sala estaba Emilio con Niko mirando sin

reparos a Aron que hablaba con Ale sin ponerle tanta

atención después de que entró de la preparación de

maquillaje y vestuario. Habíamos mantenido el silencio

719
con Emilio cuando estábamos frente a los espejos con

maquilladores trabajando en nuestros rostros y el reflejo de

Aron que se divertía con su celular. Recordé cuando María

había estado con nosotros en el camerino el día de la

presentación de un programa que no recordaba, la vez que

peleamos por lo del teatro. Esa pelea parecía una mamada

comparado con cómo ahora nos tratábamos, tan distantes

estando en la misma habitación y quizás sintiendo lo

mismo.

La diferencia era que Aron estaba más pendiente de sus

cosas que de intentar de ver qué había entre mi compañero

y yo.

Mi vista fue de Emilio, que me traspasaba con su mirada

color marrón, a la de Aron, que era dulce y su sonrisa

irradiaba paz y tranquilidad. Incluso como estaban

vestidos era un contraste. Emilio llevaba la misma ropa del

día anterior y Aron una de sus camisas favoritas y

pantalones jeans.

—Joaquín, vista al frente —me pidió el fotógrafo

sacándome de mi trance—. Va, estamos. Necesito al

720
siguiente.

Ale tomó mi puesto en lo que caminaba a Aron. Antes de

llegar a él, Emilio me alcanzó. En un pestañeo estaban

ambos frente a mí, hombro con hombro. Me di cuenta que

tenía un tipo de hombre que me gustaba. Vaya.

—Estaba pensando, podíamos ir a cenar todos hoy —dijo

hablando rápido y con un inglés bastante bueno—. Así

podemos conocernos más todos, que Aron conozca más a Niko.

Aron lo miraba con la cara más tierna del mundo. La

ignorancia era algo sorprendente, porque estaba seguro

que no lo miraría de la misma manera si hubiera sabido la

verdad, si supiera que era Emilio por el que me había ido,

el de toda la historia que le había contado. Que por el

hombre que estaba a su lado me había roto mi propio

corazón.

—Mi mamá dijo que nos quería en la casa para la cena, quiere

conocer más a Aron —mentí con descaro—. Quizás otro día.

—Seguro, cuando volvamos, ¿no? —concordó Aron.

No planeaba tener a eso dos en la misma parte nunca más

en mi vida, pero asentí dándole la razón a mi novio. Sobre

721
la cena con mi exnovio. No había nada de raro.

—¿Dónde hay un baño? —preguntó Aron en lo que Emilio

me regalaba una sonrisa forzada.

—Fondo a la derecha y luego al fondo de nuevo —dijimos al

unísono. Mordí mi lengua.

—De acuerdo, eso fue raro —sonrió para besarme en la

mejilla y salir por la puerta.

Cuando dejé de verlo me volví con rabia a Emilio que

seguía riendo un poco más divertido.

—Le moviste la cara —sonrió más agudo—. No lo dejaste

besarte.

Retrocedí el tiempo en mi cabeza. No lo recordaba así.

—Claro que no.

—Dudaste.

—Sé que no.

Con lentitud se acercó a mí. Ni siquiera fue un paso para

que pudiera soltar un suspiro de pensarlo tan cerca.

Mierda, no negaba que tenía un efecto extraño en mí.

—Va, tengo que haberlo imaginado entonces.

Se alejó cuando fue su turno de tomarse las fotos. Modeló

722
como él sabía hacerlo, con una sonrisa gigante en el rostro,

mostrando sus dientes de conejo que más de una vez me

habían mordido los labios. Comenzó a mover la cintura,

con un ritmo imaginario, pero una soltura única. Negué

con la cabeza riendo, así como lo hacía Ale y Nikolas al

otro lado del salón.

Una mano tomó mi cintura. El toque no era el mismo de

hacía unos años, pero se parecía lo suficiente como para no

incomodarme.

—¿De qué te ríes? —me preguntó divertido notando a

Emilio y su estilo para moverse—. Emilio es un buen chico,

es como un hermano mayor sobreprotector. Ha estado

intentando asustarme desde que llegué.

Me volví a reír nervioso. Puse una mano en su mejilla y me

acerqué a besarlo, como lo hacíamos. Rápido, sin tanto

preámbulo como me gustaría. Escuchamos un ruido

estrepitoso de algo caerse. Emilio había chocado con uno

de los focos, haciendo que cayeran y se rompieran contra

el suelo. Su cara me decía que nos había visto y sus ojos que

le había dolido.

723
—Chicos, necesito unas tomas diciendo el día, la hora y

cómo se llama el programa, ideal que sean de dos en dos

para que esto sea más rápido. Todo lo demás lo tengo, así

que sería suficiente con eso —dijo uno de los directores del

programa. Los asistentes de limpieza sacaron los vidrios del

foco roto en un abrir y cerrar de ojos, más rápido que lo

que se demoraba Emilio en componerse.

—¡Voy con Niko! —gritó Ale antes que alguien dijera

algo—. Es que hace un chorro que no hacemos algo juntos,

¿no?

Mi amigo no se notaba convencido, aunque igual se dejó

arrastrar hasta el fondo blanco para poder grabar. En un

rato las cámaras estaban desocupadas otra vez.

Caminé hacia el fondo blanco, Emilio se colocó a mi lado,

las cámaras enfrente de nuestros rostros, el diálogo en mi

memoria. Su brazo levantándose en lo alto para acabar en

mis hombros y mi mano yendo a su muñeca para

sostenerla. Todo en menos de tres segundos que me di el

placer de sentirlos en cámara lenta. Hablamos, dijimos lo

que teníamos que decir para terminar con una risita a la

724
cámara y lanzar besos con las puntas de los dedos, como

siempre lo hacíamos. El grito de ‘corte’ nos rompió la

burbuja. Nuestras caras volvieron a ser las de siempre, su

toque dejó de estar en mi hombro.

Sí éramos buenos actores, no inventes.

—Pues, creo que es hora que me vaya —dijo Ale

abrazándome—. Iré en navidad a Estados Unidos, por si

quieres que nos veamos.

Le devolví el abrazo levantándola del suelo y llenando su

cara de besos babosos. Quedaba menos de un mes, pero ya

la estaba extrañando.

Niko se acercó a palmear mi espalda y darme un beso en la

mejilla. No dijo nada. Quizás nuestra relación todavía

estaba frágil, pero podía comenzar a llamarlo más seguido.

Emilio seguía cerca. Aron llegó a mi lado con mi chamarra

para salir del edificio.

—Fue bueno verte —susurró Emilio, consciente que mi

novio podía escuchar, aunque dudaba que entendiera

algo—. Mímalo mucho —agregó mirando a Aron.

—Claro, lo mimo tanto que hemos visto muchas películas y

725
series de musicales que me cagan pero que hasta nos sabemos los

diálogos.

Emilio sonrió. También lo hice.

—Sí, también me las tuve que bancar, recuerdo cuando

veíamos Glee.

—Joaquín dijo que no lo había visto nunca, que solo vio unos

capítulos, pero está en nuestra lista de pendientes.

Sonreí nervioso. Emilio amplió su sonrisa y se acercó con

los brazos extendidos para darme un abrazo, sin importarle

la cantidad de personas que estuvieran a nuestro alrededor.

Mi cabeza descansó en su pecho un poco, mis manos a la

altura de sus omóplatos entrelazadas entre sí apretándolo

firme. Su corazón en mis oídos también me daba una

despedida al vibrar con suavidad. Aquella reacción que

siempre tenía de disminuir sus latidos al contrario de mí

que los aceleraban con su toque. Cambié la posición de mi

cabeza a su hombro, en lo que me susurraba algo a mi oído

que me hizo sonreír.

Nos separamos. Nos desacoplamos. Pude escuchar el clic de

dos piezas que se despegan.

726
Antes de voltearse tomó mi cara entre sus manos y me besó

la frente con ternura. Luego, le dio un apretón de manos a

Aron que nos miraba sereno.

—Nos vemos, pendejo —se despidió, haciendo que los dos

nos riéramos cómplices.

Luego, silencio y su cuerpo saliendo por la puerta.

Aron me acarició la mejilla con su nariz.

—¿Nos vamos? —preguntó después de un rato.

—Espera un poco, solo… espera.

No supe si esas palabras eran una súplica a Emilio para que

me esperara en un intento pobre y mediocre para que no

se fuera o a mi cuerpo para que no lo persiguiera.

En ese momento era yo quien me quedaba en una

habitación sintiéndome solo, fragmentado con una parte

de mi corazón, que nunca fue mía, saliendo por la puerta.

El salón estaba lleno de personas arreglando todo,

moviéndose de un lado para otro y Aron mirándome

curioso. Me dolía el pecho.

Incluso pensé que las palabras que salieron de mi boca eran

para mis esperanzas rotas, pero jamás puedes, o debes,

727
obligar a alguien a quedarse. Yo lo sabía mejor que nadie.

La cena con mi familia, mi novio y Diego marchaba bien

entre lo que podía entender. Después de horas estando en

la cocina preparándola, nos habíamos sentado para poder

disfrutar, pero no estaba disfrutando en lo más mínimo

ninguna de las cosas. Todo me sabía a barro y en lo único

que podía pensar era en las palabras de Emilio en mis oídos

que se repetían una y otra vez entre los pensamientos que

casi hicieron que me cortara un dedo cuando picaba una

zanahoria, preguntándome ¿qué pasó después? ¿en qué

momento nos rompimos? ¿cómo fue que caímos tanto que

no encontramos piso y nada nos sujetó? ¿cómo fue que en

todas esas fuerzas que creía ya no estaban de nuestra parte?

Me pregunté de nuevo cómo. Cientos de veces. Igual que

me pregunté si con el paso del tiempo seguiría estando a

mi lado en esa mesa de no haberme ido.

—Planeamos comprar una casa, de esas que tienes que subir

una escalerilla para entrar y que no tienen mucho jardín, así

nadie tendrá que cuidarlo porque al final ni estamos en casa —

728
rio Aron entre bocado y bocado—. Obviamente hemos

estado pensando en muchas cosas, pero no tenemos fecha de eso

o los fondos, así que son planes a muy muy largo plazo, de aquí

a que Joaquín sea una estrella, o sea, no es que no lo sea, pero

sé que en algún momento será él a quien todos quieran

contratar, ¿no, bebé?

Renata pateó mi silla por debajo de la mesa llamando mi

atención. Sus ojos me intentaron decir algo.

—Sí, sí, la casa... —dije como si lo hubiera escuchado—.

Mucho tiempo más.

Mi hermana asintió, casi levantando su pulgar en

aprobación.

—¿Han pensado en hijos? Quiero nietos —la pregunta de mi

madre hizo que Aron riera y el vino de Diego le saliera por

la nariz.

—No hemos hablado de eso, supongo que es porque estábamos

en nuestras carreras —dije atorado—. No te pases, mamá.

Ella rio después de disculparse. No hablamos más de cosas

de ese tipo durante la cena y todos se encargaron de hacer

lo típico; intentar que Aron supiera mis grandes

729
vergüenzas.

—Entonces, tendría que, ¿unos 17? —dijo mi hermana con

un poco de vino en el cuerpo—. Iba muy campante

caminando en el escenario cuando se tropezó con una toalla en

el suelo y se da un golpe contra un sonidista.

Aron rio mucho. Pero esa historia no era mía.

—Ese fue Emilio —sentenció Diego, que no había dicho

palabra y le valió madres que Aron hablara en inglés—.

Emilio fue el que se dio el putazo.

—¿Emilio? ¿qué? —preguntó mi novio con una sonrisa.

—Ah, debí confundirme —se disculpó mi hermana con la

mirada que luego dirigió a mi mano.

Estaba tan tenso que apretaba mi cuchillo dejando la

impronta de su filo sin lastimarme. Deseé que todas las

cosas fueran así.

Cuando terminamos de cenar mi hermana y Diego se

ofrecieron a limpiar los platos y arreglar todo, mientras mi

madre se disculpó de no poder quedarse más tiempo por el

dolor de huesos que estaba sufriendo.

730
Aron se sentó en el suelo para jugar con el nuevo perro

sobándole la panza y haciendo que jalara uno de sus

juguetes con los dientes. Sonreí ante la escena con pesar.

—¿Algo anda mal? —preguntó después de que me quedara

mirándole—. Estás actuando raro desde ayer, cuando te llamé

en la mañana y ahora que nombraron a Emilio te pusiste

pálido.

Suspiré pesado tomando asiento a su lado y acariciándole

las orejas al perro. Nadie estaba para agregar más temas o

contar anécdotas.

—¿Recuerdas que te conté algo, en una de nuestras primeras

citas? —comencé con duda. Aron asintió con su sonrisa

intacta, que se fue desvaneciendo a medida que hablaba.

Intenté contarle todo, estuvimos horas sentados ahí, de vez

en cuando tomados de la mano o él con suavidad

acariciando mis mejillas. Estuvimos horas, tanto que

después era demasiado tarde con lo más fuerte de la noche

cayendo encima, dejando el lapso más oscuro que traería

al final unos pequeños rayos de luz.

—¿Y ahora? —me cuestionó ante mi última frase.

731
Encogí mis hombros. Me acercó a su pecho y dejó que mi

respiración se calmara mientras se escuchaban mis ruegos

contra su camisa.

732
27.
Destino, fortuna y karma

Cuando se tiene un tejido tan delicado como lo es una vida

tiendes a cometer más de un error. Por eso los humanos

sufren, pero a la vez aprendemos ambos y te das cuenta que

incluso en los errores o en las decisiones mal tomadas no

tienes nada más que hacer que asumir tus culpas. Hola, soy

Kismet, quizás te has preguntado qué pasó conmigo

después de todo lo que he contado. He cometido errores,

he aprendido de ellos, el problema es que a veces, no

puedes volver atrás como te gustaría. Es parte del trabajo.

No unes a personas que no puedan estar juntas, el

problema es que lo haces por eterno, por aburrimiento,

pero la regla es nunca jamás interrumpir un tejido. Eso me

733
pasó a mí. Eso nos pasó a nosotros, mejor dicho. Por eso es

que llevo tantos años intentando desenredar todo lo que

hice al desafiar mi misma grandeza, omnipresencia y

omnisciencia. Pero, estoy aquí, frente a sus hebras, tan

unidas tan estrechas como el primer día. Llevo años aquí,

intentando unir más hebras, intentando cortar las suyas

para que no se entrometan en el otro tejido y poder

avanzar, pero siguen ahí, vibrando entorno a la otra, sobre

todo estos últimos días donde parece que su historia podría

hilarse de nuevo, pero no veo cómo.

28 de noviembre del 2029

En el momento que Emilio salía de la ducha aquella

mañana supo que ese día era diferente al anterior solo

porque estaba seguro que no tenía nada que ocultar.

Miraba su rostro con detenimiento en el espejo empañado,

reconociendo sus facciones que había dejado atrás hacía

tiempo. Su frente no estaba arrugada, su ceño estaba

relajado y lo más importante, su rostro se partía en una

734
sonrisa que dejaba ver todos sus dientes, grandes, como de

conejo. Su barba incipiente y su bigote eran casi solo un

recordatorio que no tenía que sentirse de 15 años porque

no los tenía. Pero los sentía. Después de colgarle la llamada

a su amigo, un par de noches atrás, había dejado de sentir

ese peso en el pecho, ese agujero que siempre tuvo se llenó

y el corazón ya no lo sentía en la garganta.

El día anterior, cuando había visto a Joaquín, en lo que

creería sería su último momento con él, la idea de decirle

algo con respecto a la llamada del lunes en la noche o lo

que planeaba hacer esa mañana, no se le había cruzado por

la mente. Era su manera de empezar otra vez, sabiendo que

Joaquín estaría en las manos de alguien que lo miraba

enamorado, que podría protegerlo. Que aquella promesa

que había hecho hacía años estaba cumplida, pero Joaquín

jamás podría devolverle el alma que había tomado. Ese

peso que no tenía en el pecho, donde la llaga se abría a ratos

como la vez que lo había rechazado, ardía en menor grado,

pero llevaba soportándolo por tanto tiempo que parecía

que un poco más no importaba mucho. Quizás, y solo

735
quizás, dejaría de doler en algún punto.

Pero su dedo meñique era otra historia. Estaba tenso,

incluso cuando lo dejaba quieto. Tomó del lavabo uno de

sus anillos, aquel que reemplazaba al que le había dado a

Joaquín años atrás y que ocupaba para no sentir la molesta

sensación de no tener esa pieza que encajaba perfecto con

él. Los días anteriores había intentado no darle atención,

pero cuando se quitó su joya en la noche pudo sentir el

peso, el delicioso jalón que le recordaba que nadie podía

borrar la sensación.

También se había quedado pensando hasta tarde en lo que

le traería la madrugada siguiente, entendiendo las millones

de cosas que pasarían después y más confiado con todo lo

que había visto el día anterior con Aron y Joaquín. Quería

algo así de sincero, quería poder hacer lo que hacía

siempre, pero sin llevar esa cruz en los hombros. Quería

comenzar de nuevo y si esa era la manera de hacerlo, lo

haría, incluso con su padre pensando que era una mala idea

o una exageración.

Diego, afuera del cuarto de su amigo, escuchaba como este

736
cantaba. Lo había escuchado mil veces en la vida e incluso

así supo que era distinto. Su voz, su alegría, eran de otro

planeta, por lo que le dolió cuando tuvo que entrar

rompiendo la burbuja de Emilio. Había llegado la noche

anterior para estar con él sin decir una palabra de la cena

con Aron y Joaquín, ignorando tantas cosas.

—Güey, Álvaro llegará en una media hora, el equipo está

listo y las preguntas las tengo revisadas, sabes que no

entiendo mucho, así que supongo que no rompemos

ninguna regla —comentó su amigo de ojos rasgados—.

Obvio puse todo lo que querías contar, así que no creo que

Álvaro pregunte algo más que eso. Será rápido, como

sacarse una curita.

Emilio terminó de calzarse sus tenis asintiendo. Sudaba

incluso recién salido de la ducha, pero de buena manera,

no como si lo llevaran a un matadero el día de faena, sino

como se suda cuando vas a salir del clóset.

—Bien, es hoy, ¿no? —preguntó como no dándole

importancia—. ¿No ha llamado nadie?

—No, no ha llamado.

737
Su amigo sabía a quién se refería y de las cientos de

llamadas ninguna era de quien preguntaba. Entendía su

esperanza, al final y al cabo lo conocía desde siempre.

Emilio, el eterno optimista.

El chico lo pensó. No necesitaba tener a Joaquín ahí. Estaba

seguro que todo lo que viniera hacia delante iba a ser de

esa manera. Igual llevaba años así, un poco de tiempo más

no sería nada.

¿Por qué Emilio seguía pensando que era 'un poco de

tiempo más'? Vale, vale, ya me perdí.

—¿No se te hace muy Ricky Martin lo que estoy haciendo?

—Ay, güey, no sé —rio Diego divertido.

Cuando Emilio bajó por las escaleras con destino a la sala,

supo que todos esos diez años habían sido un pozo negro

del cual iba a ser sacado en unos minutos. Los latidos de su

corazón se intensificaron cuando vio la sala de la casa de su

madre llena de cámaras y gente yendo y viniendo. La mujer

repartía tazas de café entre las escasas personas que había

ahí con una sonrisa sosteniendo una charola como una

maestra.

738
—Amor, te iba a ir a buscar —dijo la mujer dándole un

beso en la mejilla—. Ya te hacía arrepintiéndote.

—Ni de broma.

Niurka se despidió de todos dejando galletas en la mesa de

centro, anunciando que estaría en su cuarto por si

necesitaban alguna cosa. Besó a su hijo en la coronilla, le

acarició el pelo mirándolo con esos ojos potentes hasta el

cansancio y una pregunta silenciosa. Emilio asintió

ganándose otro beso tronado en su mejilla.

Diego se acercó a su amigo palmeándole la espalda. No

había palabras para el momento porque eso lo habían

vivido hace años, en el cuarto de arriba, aquella tarde

después del teatro donde Emilio le había cantado a Joaquín

en medio de decenas de personas. No era necesario decir

más con ese gesto. La sonrisa del rizado se agudizó.

Después de todos esos años, y con las hebras de su tejido

hechas un desastre, agradeció a quien fuera que algunas

personas siguieran en su camino.

Terminó de entrar a la sala, mirando a su alrededor al

improvisado estudio. Había llamado a su amigo y

739
reportero de confianza aquel lunes, después del fatídico

reencuentro consciente que tenía que hacer algo al

respecto. Llevaba teniendo la vida estancada demasiado

tiempo.

Entonces, el otro hombre del momento entró.

Su barba estaba más canosa, pero seguía siendo tupida en

comparación con su calva. Su estilo impecable hizo que

todos detuvieran sus acciones y lo miraran expectantes.

Emilio había visto ese efecto unas cinco veces a lo largo de

su carrera, desde la primera entrevista que había tenido

cuando todavía era un mocoso.

—Señores, hagamos la mejor entrevista de nuestra vida —

comenzó Álvaro Cuevas con una sonrisa—. Emilio,

siempre es un gusto verte, encantado de ser yo quien realice

esta entrevista.

—No podía ser diferente, amigo mío.

Álvaro, como si fuera el dueño de la sala se acomodó en el

sofá que estaba frente a la mesa de centro, ordenó sus

preguntas marcando las más importantes para darle la

bienvenida a Emilio señalando el asiento frente a él con la

740
mano extendida.

El rizado sonrió para sentarse con comodidad en su hogar,

en su nido, en la parte que lo había protegido de todo a lo

largo de su vida.

Diego se ubicó cerca del arco de entrada a la sala para que

su amigo lo pudiera ver desde cualquier ángulo. Bien sabía

que Emilio necesitaba ese apoyo desde que Joaquín no

estaba en su vida, pero incluso con eso, se sintió pleno y

feliz por su compañero, porque después de esa entrevista

no habría ataduras. Emilio sería libre, sin presiones, sin

cosas que le impidieran demostrar quién era.

—Ay, güey, creo que la cagué —había dicho hace dos noches

después de cortarle al periodista—. No, güey, no la cagué,

porque todavía no hablo y ya me siento mejor.

Diego sonrió cuando el conteo comenzó a correr desde el

cinco hacia atrás y las cámaras mostraron su luz roja que

indicaban el inicio de la grabación. Estaba orgulloso de su

amigo, tanto que el corazón no le caía en el pecho.

Luego, todo fue muy rápido.

—Hola, buenos días, disculpen si la notificación de

741
nuestro programa especial acaba de terminar con su sueño

o los interrumpió en medio del trabajo, pero hoy en

nuestro canal de YouTube y por medio de otras

plataformas, tenemos un entrevistado muy especial, tan

especial que estamos hasta en su propia casa, en pleno día

miércoles —comenzó Álvaro con su tono entusiasta—. Es

por esto que quiero introducir a Emilio, nuestro gran

amigo que viene llegando de Argentina, ¿cómo estás,

querido Emilio? —el rizado se quedó un poco paralizado

como de costumbre, por lo que el entrevistador agregó—.

Estamos encantados de verte otra vez.

El chico sonrió para sus adentros conteniendo el aire hasta

que miró a Diego desde el otro lado de la habitación. Solo

necesitaba unos 5 segundos de valentía, después todo

correría como el agua.

—Y yo estoy contentísimo de recibirte en mi casa, Álvaro,

no solo como entrevistador, sino que también como amigo

—dijo, después de salir de su ensimismamiento.

Sin darse cuenta, llevó su mano al pecho, frotándolo del

centro a su hombro, ayudando al aire a entrar. Tuvo unos

742
rápidos recuerdos que lo hicieron sonreír. Estaba tan

repleto de ellos que no tenía idea de por cuánto tiempo

más llegarían sin avisar, al contrario de los años anteriores.

—Oh, Emilio, como siempre tan bueno con nosotros, pero

cuéntanos por qué estás aquí en México, introduzcamos a

la gente en sus casas, en sus oficinas, en cualquier lado, por

qué estamos acá.

—Bueno, vine unos días a ver a mi madre, compartir con

ella nuestro cumpleaños para poder respirar de todo lo que

hemos estado haciendo con mi disquera y todo el rollo —

dijo el rizado con una sonrisa que no se desaparecía de su

rostro.

—Emilio, sabemos que esto que estamos haciendo no es

publicidad para un disco o una nueva gira, ¿qué hace que

hoy esté aquí el equipo conmigo para una entrevista? —

preguntó inquisitivo Álvaro—. Coméntanos en pocas

palabras qué es lo que está pasando en tu vida.

El chico tenía que comenzar a hablar, a dejar el corazón en

una entrevista que quizás no hubiera pasado si el día de

ayer y el anterior jamás hubiesen existido.

743
—El día lunes, en la tarde, para ser exactos, en redes

sociales, ya sabes, comenzó a circular un rumor, porque

comenzó una nueva temporada de 'Tras la Cámara', el

programa de Televisa, que en sí es un programa que tiene

que ver con cosillas que pasaron en novelas o equis o ye en

su momento. Y algo pasó que me dio la idea de que

teníamos que hacer esto para terminar con esos rumores

que llevan años —Emilio se veía entero, pero por dentro

era solo nervios—. Resulta ser que este programa se graba

en un día con el elenco de alguna novela y después se edita

en pequeños capítulos de una hora más o menos, entonces

teníamos público que eran fans de Aristemo, por lo que el

chisme corrió súper rápido y se hizo tendencia.

—¿Quiénes eran los que estaban contigo en la entrevista?

¿qué ambiente era el que había ahí? —el entrevistador hizo

una pequeña pausa—. ¿Qué es lo que hace que te hagas

tendencia?

Emilio se acomodó en su asiento porque tenía que sacar

todo de él. La opresión en el pecho se agudizó, porque se

sentía aplastado por el aire que había encima de su cabeza,

744
de sus hombros, de su persona completa. Le costaba

respirar como cuando estás debajo del agua y en ese

momento solo pensaba en los ojos avellana que lo

calmaban hacía mucho, en las pestañas negras y tupidas

que resguardaban esa mirada tan dulce. Pensó en Joaquín

porque era lo único que siempre le había dado valor

cuando se sentía ahogado. En cambio, tenía a Diego y

Álvaro que lo hacían más fácil.

—El día lunes en la entrevista estaba el elenco juvenil de

las temporadas de ‘El corazón nunca se equivoca’, entre ellos

Niko, Ale y… Joaquín —hizo una pausa para toser

tratando de desarmar el nudo en su garganta—. El

ambiente era bueno, hasta que el entrevistador comenzó a

preguntar sobre unas fotografías que salieron hace unos

años...

—¿Las que se filtraron antes de que Joaquín se fuera? —

inquirió el entrevistador.

Hubo una pausa. El chico tragó saliva porque era la última

vez que sería algo para el mundo que se había pensado por

tanto tiempo. Se acababan las verdades a medias. Todos en

745
la sala estaban inmóviles porque sabían que es lo que se

venía.

—Fui tendencia porque admití que la persona de esas

fotos, las que hicieron que Joaquín tuviera que aclarar su

orientación sexual y luego se fuera, era yo.

El silencio fue ensordecedor, similar a cuando el viento

acaricia las hojas de los árboles, pero molesto y cargado.

—Soy bisexual, Álvaro, desde hace unos años lo supe o

mejor dicho lo descubrí y llevo ese secreto a cuestas como

si fuera algo malo cuando obviamente no es nada del otro

mundo.

Detrás de cámaras, entre los asistentes se escucharon

aplausos. Emilio se sorprendió hasta descolocarse, porque

no era la reacción que esperaba. Sin mentir, nunca esperó

una reacción. Diego no pudo del orgullo, al igual que

Niurka que estaba sentada como niña chiquita en las

escaleras escuchando alejada de todo. Ambos se miraron

con una sonrisa en sus rostros.

Joaquín estaba en el interior de su auto, intentando llegar

746
a la velocidad permitida en aquella ciudad con demasiado

tráfico en día de semana y temprano en la mañana, cuando

logró divisar la casa que no había cambiado en casi nada

desde lo que recordaba. Miraba su reflejo en el espejo

retrovisor pensando qué hacía ahí y qué carajos diría

cuando una alerta llegó a su celular haciendo que abriera

la aplicación con prisa, mirando lo que se reproducía.

Escuchó la última frase que decía Emilio.

Aceleró con el móvil entre sus manos aparcando frente al

enorme portón, importando poco el ruido de las gotas que

comenzaron a caer en el parabrisas o el del asfalto húmedo

contra las ruedas.

Joaquín estaba atorado, literal y metafóricamente, cuando

se quedó frente a la enorme estructura pensando.

El timbre de la casa sonó entre los vítores que hicieron que

solo Diego y Niurka lo oyeran. Estaban esperando que la

casa se comenzara a llenar de personas preguntando, cosa

que no había pasado aún.

Emilio estaba al borde de las lágrimas, cuando vio a su

amigo salir de su campo visual con su madre detrás. No se

747
preguntó adónde irían. En su cabeza pensaba que al fin era

libre por decir lo que había estado ocultando desde hace

tanto y sintió alivio después de mucho tiempo.

Liberó un suspiro gigante mientras trataba de controlar sus

lágrimas colocando su cabeza hacia atrás.

Los aplausos cesaron.

—Emilio, no puedo expresar con palabras el orgullo que

me da poder escucharte decir esto —sonrió Álvaro—. Es

un alivio para ti, pero dime, ¿cuál es el plan ahora? ¿qué

sigue para Emilio?

Entonces lo vio y lo sintió. El olor característico de ese

jabón no lo olvidaría jamás, al igual de esa necesidad

magnética de pararse a abrazarlo.

Estaba plantado en el umbral del gran salón, con su pelo

de rizos alborotado, una playera holgada roja y sus

pantalones de jeans que terminaban en unas chanclas

horribles en pleno día de lluvia. La cabeza de Emilio

recordaba que era su vestimenta de domingo, en pleno

miércoles. Se notaba que recién acababa de bañarse porque

su pelo seguía húmedo y su cara era de preocupación con

748
unas ojeras azules, debajo de sus ojos que parecían

hinchados, pero le sonrió honesto cuando lo vio. Esa

sonrisa le produjo una automática en respuesta.

Joaquín había entrado en la casa de Emilio tratando de

mantener su respiración pausada, sin hacer ruido con pasos

ligeros como de bailarín. Estaba agitado porque había

corrido desde el portón de la casa hasta el fondo para

encontrarse con Niurka y Diego.

En el pecho del chico había sentimientos encontrados

porque sabía que cualquier confesión que hiciera Emilio

no cambiaría nada de lo que pasaría después.

«Emilio lo hizo», pensó y no pudo dejar de sonreír, incluso

cuando estaba a punto de colocarse a llorar. De pronto le

valió madres todo el contrato y las cláusulas que les

prohibieron por años tantas cosas, que su nombre hubiera

salido de su boca, lo que fuera.

La pausa de Emilio terminó cuando vio los ojos de Joaquín,

sintiéndolo otra vez dentro de él, como lo calaba solo con

su mirada tierna.

—Te voy a decir algo, amigo mío —contestó Emilio sin

749
dejar de ver a Joaquín—. No tengo ni una idea de la mierda

que viene después.

Álvaro lanzó una carcajada y le deseó lo mejor mientras su

entrevistado seguía sin salir de su estupor. Primero porque

no entendía qué hacía ahí Joaquín y segundo porque no

creía que habían terminado esos años de secretos.

Álvaro siguió hablando, pero por inercia Emilio respondía

con monosílabos o palabras sueltas.

—Hice esto porque era momento y porque no quiero que

haya más rumores —dijo menos aturdido—. Quiero que

nadie pregunte nada, por eso te llamé a ti, quería compartir

esto y no hacer un rumor más grande. Es algo que... —

mordió su lengua al darse cuenta que iba a hablar en plural

cuando no existía—, es algo que me merezco y cualquier

persona en mi posición.

Álvaro asintió con una sonrisa.

—Unas últimas palabras para tu público.

—Agradecer el apoyo que demostraron anteayer en redes,

estoy increíblemente feliz de las personas que me enviaron

mensajes, a mi familia que siempre ha estado aquí y a ti por

750
contestar tu teléfono para que un mocoso pudiera dar una

entrevista.

—Siempre es un agrado poder ser tu amigo y más

agradecido de tener esta entrevista contigo —dijo Álvaro,

con la mano en el corazón—. Deseamos que puedas lograr

tus proyectos musicales, esperamos volver a verte actuando

y a todos los que han visto esta entrevista, muchas gracias

por su apoyo, por su difusión y los amamos, porque el

amor es lo mejor que hay en el mundo.

Ambos se despidieron con un apretón de manos y las

cámaras se apagaron.

Los celulares de Joaquín y Emilio comenzaron a llenarse

de notificaciones y llamadas que pasaban directo al buzón

de voz, pero ellos se miraban entre sí, con una expresión

difícil de leer. Se levantó del sillón ignorando todo lo

demás alrededor, caminando con paso firme hasta la

entrada de la sala. Joaquín dio unos pasos temeroso, viendo

todo en cámara lenta. Diego y Niurka desaparecieron por

arte de magia.

Emilio le recorría la cara con la mirada haciendo que

751
Joaquín se sintiera extraño, casi con las mejillas en llamas

y respirando entrecortado por lo intenso que lo veía.

—Vine en chanclas —soltó después de un rato. Todo lo

demás se volvió a mover rápido, entre los escasos

tramoyistas ordenando y guardando cosas. De pronto

nadie existía en aquel salón y el reloj corría compensando

los segundos.

—No le pegan a tus jeans —respondió Emilio sonriente—

. Tengo unos tenis tuyos en mi clóset si es que quieres

cambiarte.

Joaquín asintió siguiendo a Emilio por las escaleras para

llegar al cuarto. Cada unos cuantos escalones se volvían a

mirar, como si no pensaran de verdad que recorrían esa

escalera de nuevo.

Emilio no sabía qué hacía ahí.

Joaquín no entendía qué hacía ahí, quizás iba por un adiós.

En la planta superior, la puerta del cuarto de máquinas

estaba entreabierta mostrando el santuario de las cosas del

mayor. Los peluches, los cuadros y premios, la única

habitación que no era modificada cuando llegaba y a la que

752
trataba de no entrar. Todas las máquinas cubiertas por

sábanas para que no los cubriera el polvo, las cortinas

cerradas para que no entrara la luz. Un bucle infinito.

—Puedes quedarte aquí mientras voy por los tenis —

sugirió Emilio.

Joaquín asintió y entró mirando cada una de las cosas.

Estaban las dos réplicas de los trofeos de los Glaad, otras

estatuillas que habían ido coleccionando a lo largo de los

años juntos y un par de regalos de fans. Pero en un estante

estaba solo la vieja cámara de Emilio con el lente roto que

le había dado una navidad y la caja de púas que recordaba

bien, la mayoría de las más duras estaban desgastadas lo

que lo hizo pensar en cuántas tardes había pasado pegado

a la guitarra antes de irse, de las delgadas no había más

rastro que trozos o fragmentos rotos.

Recordaba la mayoría, recordaba todo lo que estaba en ese

cuarto con melancolía por dejarlo atrás.

Abrumado por todo se sentó en el suelo, como solía

hacerlo antes, con sus piernas en mariposa atento en los

bordes del gran espejo del lugar con fotografías de todos

753
los Marcos. Reparó que también había fotos de él, algunas

de festividades o de días normales.

Emilio entró al cuarto teniendo un recuerdo vívido de él

con ropa deportiva para hacer ejercicio y Joaquín con los

libretos ordenados en el suelo, rodeándolo en círculo para

comenzar a estudiarlos. Habían pasado años, pero parecía

ayer.

—Te traje un par de medias también, sé que no te gusta

ocupar tenis sin ellas.

Joaquín sonrió al escuchar su voz. Los tenis estaban casi

intactos de la última vez que había estado en esa casa, solo

tenían un poco de polvo por el tiempo. Joaquín rogó

porque siguieran siendo de su talla.

—Son los peores tenis que he comprado —bromeó

calzándoselos—. Pienso que quizás combinaban más las

chanclas.

Emilio se sentó frente a él imitando su posición. Lo

examinó un rato para ver si era real, esperando que como

siempre se esfumara.

—Vine porque pensé que querrías hablar con alguien de

754
esto —mintió Joaquín anudando sus tenis—. Alguien que

hubiera pasado por esto.

El rizado asintió. Claro, tenía que ser por eso, si no, ¿por

qué razón dejas a un vato en tu casa para ir a ver a otro?

—Supongo que estoy bien, siento como paz.

Joaquín amplió su sonrisa.

—Sí, la paz la vas a sentir ahora, cuando alguien pregunte

es como volver a salir una y otra vez. Esta es la primera

parte, claro que puedes seguir aquí y responder todo o irte

—dijo hablando desde la experiencia con una mueca en la

cara—. De lo que estoy seguro es que Aristóteles estaría

orgulloso de ti.

—Después de verte, lo pensé y creo que en parte él me

ayudó en esto —sonrió triste—. Igual me costó un chingo

que se sintiera orgulloso, siempre envidié que pudo hacer

todo lo que no pude, como la manera en la que amaba.

—Yo lo estoy, yo estoy orgulloso de ti y no porque lo hayas

dicho ahora, sino porque ya no tienes eso dentro que creo

que te importó por mucho tiempo.

Emilio soltó una carcajada, incrédulo de tener esa

755
conversación tan trivial. Quería quedarse ahí, en ese

preciso momento donde estaban en medio de un recuerdo,

casi de un sueño.

—Voy a quedarme un rato, ya luego me iré a Argentina de

nuevo.

Joaquín jugó con sus manos nervioso. Quería sacar lo que

tenía en su mente, pero no podía hacerlo sin que pareciera

oportunista. Luego, solo pensó que podía ocupar ese rato

del que hablaba Emilio.

—Mentí —soltó.

—¿Cuál de todas las veces?

—Okay, ¡auch! —exclamó bajando su mirada a sus

manos—. Es justo, lo merezco.

—Te estaba molestando —rio Emilio levantándole el

rostro por el mentón—. Dime, ¿por qué dices que

mentiste?

Todo su cuerpo sentía que estaba por estallar, sus manos

siguieron moviéndose nerviosas y su respiración estaba

entrecortada sin necesidad que él lo tocara más que con un

dedo. Tan solo con sus ojos color café posados en los suyos

756
era suficiente.

—Ya venía para acá cuando vi que empezaron la entrevista

y también leí las canciones —confesó después de un rato—

. Las leí todas y no entiendo porque algunas no tienen una

estrofa final o algo así, solo terminan. Además, sigues

teniendo una letra bien culera.

Emilio le regaló una sonrisa. Lo sabía perdido, sabía que

por mucho que hablaran en esa habitación Joaquín jamás

lo volvería a besar, a escuchar, que jamás volvería a colocar

la mano en esa cintura, que los recorridos de sus besos

habían sido borrados y que alguien más había conquistado

sus pecas, pero también sabía que no estaría mal. Que tenía

millones de posibilidades en comparación con la primera

vez que se había ido, porque se había logrado despedir,

quizás no de la manera en la que le hubiera gustado porque

siempre que pensó en cómo terminarían las cosas no era

así la historia en su cabeza.

—No están terminadas porque pensaba que nuestra

historia no estaba terminada tampoco —susurró

cabizbajo—. Porque pensé que todas esas cosas podían ser

757
verdad, ¿sabes? ¿el hilo rojo? ¿nuestro destino? —con un

tímido dedo acarició la rodilla de Joaquín esperando el

rechazo—. Ahora puedo darles término, siento que con

esta nueva paz que tengo puedo decirte adiós al fin, que

puedo terminar esto que siento por ti, tomar mi

oportunidad.

—Ayer me dijiste 'veinte de diez' cuando te despediste —

recordó lo que le había susurrado en la sesión de fotos—.

Tú nunca lo decías a menos que fuera para molestarme o

cuando la habías cagado en algo.

—No podía decirte que te amo frente al vato que es tu

novio ahora —respondió con amargura Emilio—. Siempre

pensé que era tierno, nuestro 'te amo hasta el infinito' y no

quería que te fueras sin que lo supieras. No es como que

no te lo hubiera dicho antes, pero quería recordar que era

decirlo sin estarnos gritando o sacando cosas del pasado,

quería abrazarte y decírtelo, bajito como un secreto, el de

los dos nada más.

Joaquín contuvo el nudo en la garganta. Había llorado

bastante la noche anterior como para seguir haciéndolo.

758
Entendió lo que le había dicho Arath unos días atrás.

Todavía cuando crees que no hay esperanzas no quiere

decir que no las haya. Y las tenía, aunque no quería ni él ni

yo. Nacieron como enredaderas de cardos que

conquistaban todo lo que encontraban a su paso y florecían

sin necesidad de agua o luz.

Joaquín en un movimiento lento se arrodilló frente a

Emilio. Eso era lo que quería escuchar aun cuando los días

anteriores lo dudaba y no se creía merecedor de nada.

Estaba tan cerca que si lo abrazaba podría colocar la cabeza

del rizado contra su pecho. Pero, fue lento colocando su

mano a la altura del corazón del chico.

—Está latiendo rápido —musitó.

—Pues, no es como que no haya hecho algo que me tenía

cagado de miedo —respondió preguntándose qué estaría

intentando hacer el menor—. Lleva latiendo así un par de

días en todo caso.

Joaquín le masajeó el pecho, desde el centro hasta el

hombro. La reacción del cuerpo de Emilio fue instantánea.

El músculo que bombeaba descontrolado en su pecho bajó

759
su frecuencia. La otra mano de Joaquín se posó en su

cuello, la palma directa con la arteria descontrolada hasta

que aplacó su vibrar.

El menor sonrió inclinándose para chocar sus labios con

los de Emilio.

Fue un toque suave, despacio, quizás como un último beso.

Emilio quería disfrutarlo bajando sus párpados, hasta que

recordó la cara de Aron en su cabeza. Sus miradas a

Joaquín, la ilusión de sus ojos.

—Nop, nop —dijo apartándolo—. No voy a hacer esto.

Tapó su boca con ambas manos como si estuviera haciendo

un berrinche. Joaquín lo miró desconcertado.

—Tienes novio, vi cómo te habla y cómo te mira —espetó

casi con indignación—. ¡Mierda, creo que hasta me cae

bien el pendejo! Así que no, no puedo hacer esto.

Joaquín apartó con cuidado las manos de Emilio que

oponían resistencia. La mirada que le daba era divertida,

semejante a muchas veces anteriores en las que quería

robarle un beso.

—Ya no tengo novio.

760
El rostro completo de Emilio cambió. Sus ojos estaban

iluminados, tiernos, la mueca de una sonrisa se asomó por

las comisuras de su boca. Sus manos fueron a la cintura de

Joaquín como si no le obedeciera a su cabeza. Parecía que

los últimos años no existían y el aroma de sus pieles al sol

con bronceador inundaran el lugar. Como si hubieran

estado congelados desde el último beso.

—¿Lo cortaste?

Joaquín mantenía sus ojos avellanos tristes y aguados.

Asintió con la cabeza.

—Ayer en la noche hablamos y le conté todo —comenzó

colocando sus manos en el cuello de Emilio—. Le había

contado de mi última pareja y lo especial que fue, pero no

que eras tú, así que le dije todo lo que pasó los últimos días.

Le conté que te amaba con toda el alma y cuando me

preguntó que sí lo sentía ahora no supe qué responder, así

que decidimos que era mejor cortar. Después de hablar casi

toda la noche, tomé una ducha y vine hacia acá. Ahora va

para el aeropuerto.

—¿Lo hiciste venir a México para cortarlo?

761
—Viéndolo así...

Emilio soltó una carcajada ruidosa, que mínimo se iba a

sentir en la planta baja. Llevaba años sin escucharlo reír así.

—Eres el demonio, Joaquín. ¡Santo Jesús! Necesito su

número para que nos pongamos pedos en tu nombre,

porque primero me dejas a mí en medio de un cuarto y

ahora lo haces viajar horas para darle la patada.

La carcajada del chico se hizo más ruidosa, haciendo que

Joaquín quitara las manos de su cuello y se sentara hacia

atrás, en sus talones. Agachó su cabeza dejando que Emilio

pudiera ver su labio inferior más sobresaliente y lo tupidas

de sus pestañas. Quería mirarlo a los ojos con tantas ganas.

—No fue fácil, nos dolió a ambos —musitó—. Sí lo quise,

¿sabes? Él es bueno y no merecía que le hiciera esto, tenerlo

ahí sin que lo pudiera querer como llegué a quererte a ti.

Emilio intentó animarlo.

—Pues me parece una falta de respeto a mi persona que

vengas a intentar besuquearte conmigo cuando hace

menos de doce horas tenías un novio —Emilio puso un

dedo en su mentón para levantarlo y Joaquín lo miró con

762
un poco de vergüenza en los ojos—. Igual podrías haber

venido antes, digo, no era necesario que tomaras una

ducha.

Joaquín hizo un puchero con los ojos aguados para

abrazarse a su cuello.

—Ya, ya —dijo Emilio sobándole la espalda—. Va a estar

bien.

—Es que después de ver cómo quedaste tú, me entran las

dudas —alegó apartándose con lágrimas en los ojos. No lo

negaba, dejar a Aron había sido duro, pero tampoco podía

hacerle eso a él.

—¡Auch! —exclamó Emilio fingiendo ofensa.

Vio la mirada triste y el puchero naciente. Rodó sus ojos

jalándolo de la nuca para darle un beso corto, tomándolo

desprevenido haciendo que en el asombro abriera más los

ojos, como la primera vez que lo había besado en el salón

del CEA. Sabía distinto; no a bananas o chocolate, sino a

mar por las lágrimas de la noche anterior. Tenía un sabor

distinto, pero podía acostumbrarse. Y lo mejor es que no

sentía culpa de hacerlo.

763
—¿Me amaste?

Joaquín sonrió.

—Te amé, Emilio. Te amé veinte de diez cada día —tomó

aire, inundando el pecho de esperanza—. Y creo que lo

sigo haciendo.

Sonrió amplio, tanto que los bordes de sus labios y ojos

dibujaron arrugas en su rostro. Lo quería besar por todos

lados y todo lo que quedaba de día. Gruñó por lo bajo

importándole poco todo lo demás y volvió a jalarlo.

—Espera, no puedo así —susurró Joaquín apartándose

antes de que pudieran volver a chocar sus labios. El cuerpo

de Emilio se tensó a pesar que se aferraba a él como nunca

pensando que se podría desvanecer de nuevo entre sus

dedos.

—¿Qué? —dudó. Supuso que iba todo bien hasta esas

palabras. Joaquín le recorrió el rostro con su dedo índice,

acariciando despacio.

—Necesito pedirte perdón, Emilio —dijo cambiando su

atención a algo en su celular—. Cuando leí tus canciones

hubo una que no sale de mi cabeza y no he podido

764
entender por qué la escribiste, todas hablan de amores

rotos o de personas que se van, pero esta no encaja. He

intentado pensar en que decirte y eso es todo lo que

necesité por años y no creo justo que tú hayas encontrado

las palabras que me correspondía a mí decirte.

Una melodía comenzó a sonar bajo entre el silencio del

cuarto. Emilio la reconoció al instante, era una de las pocas

que había escrito en una servilleta un tanto pedo en un bar

una noche poco después de verlo en Nueva York. Eran

palabras que habían brotado, como sangre de una herida

abierta que no paraba, que llegaban rápido a su cerebro,

casi tanto como las melodías que escuchaba en su cabeza

estando con él.

—Yo sé yo tengo la culpa, yo sé ya no hay excusas yo sé, sigo

amándote —ante el verso Emilio separó sus labios con

asombro—. Yo sé que ya soy parte del ayer, tuve una gran

oportunidad, pero moría de nervios no podía ni hablar.

Reprimí lo que sentía y terminé sin ti en mis días.

—Sé que jamás prometí quedarme, pero sí prometí estar y

no estuve cuando lo peor te pasó porque fui yo quien te

765
pasó, fue lo que tuvimos lo que hizo que no pudiéramos

avanzar ninguno de los dos. Necesito pedirte perdón

porque me fui y cualquier cosa que te diga será poco,

porque yo me fui y nos rompí a ambos y no tengo derecho

a estar aquí pidiéndote perdón y quizás ni tengo derecho a

pedirte más. Probablemente ni siquiera tengo derecho de

venir aquí después de haber cortado con Aron y besarte,

porque te dañé, nos dañé, y no sé cuánto daño más puede

hacernos todo esto, porque pienso que hemos tenido tanto

y lo hemos perdido todo que no creo tenerlo con nadie que

no sea contigo.

Emilio lo tomó por las mejillas para unir sus frentes. El

aliento de Joaquín le llegaba entre jadeos.

—¿Me creerías si te digo que yo te perdoné hace años,

cuando te vi parado en ese escenario cantando y haciendo

lo que te gusta porque pensé que no lo hubieras podido

hacer si no te hubieras ido? —preguntó retórico—. Sabía

que tenías una razón, no miento al decir que no la entendí

en su momento, creo que ahorita tampoco la entiendo,

pero lo creíste correcto y creo que eso es lo que más me

766
duele, porque no puedo odiarte por eso.

—Emilio, necesito que me perdones, porque siempre

dijiste que no me merecías o que no eras suficiente y fui yo

quien huyó y terminó no siendo suficiente para ambos,

para lo que teníamos. Yo nos rompí...

—Joaco, cualquier cosa que creas que hiciste mal me llevó

a esto, lo bueno y lo malo que hicimos nos trajo a lo que

somos y tenemos hoy. Me duele y no creo que pueda decir

que ya no me importa, pero no creo que necesites mi

perdón —tomó las manos inquietas de Joaquín entre las

suyas—. Y sí, creo que ambos vamos a estar un ratito más

rotos. Ahora nada más dime que sí te quedas, no me lo

prometas, pero sí dímelo, al menos hasta que nos sintamos

menos rotos.

—Me quedo —dijo con una sonrisa triste—. Pero tengo

ensayo el otro viernes y debo buscar otro lugar donde vivir,

así que...

Lo interrumpió un beso de Emilio mientras rodaba los

ojos. Quería besarlo por todos esos años de él lejos, de la

misma manera que pensó que lo haría si lo veía de nuevo.

767
Masajeó con los dedos de una mano su nuca y con la otra

se aferró a su cintura.

Joaquín también quería tenerlo cerca. Recostarse entre las

almohadas de su cama y quedarse tardes enteras mirando

su cara mientras dormía o recostado en su pecho

cantándole en susurros. Quería volver ahí, a ese lugar.

Emilio frotó sus labios de manera suave sobre unos que

demandaban más profundidad, pero quería ir lento,

porque desde ahora no planeaba besarlo a medias. Se dio

el gusto de jalar uno de sus labios y gruñir con ellos entre

sus dientes. Bajó, en un recorrido que conocía de memoria

reclamando lo que había marcado hacia años. Algo llamó

su atención cuando llegó al cuello.

La cadena gruesa que conocía de antes le impedía seguir

besándolo, por lo que la sacó de debajo de la playera

descubriendo el círculo rojizo que descansaba en el pecho

de Joaquín.

Lo alejó lo suficiente para mirarlo a los ojos. Las pupilas de

Joaquín estaban dilatadas con ojos de miles de

sentimientos en uno. Debía tener paciencia porque sabía

768
que se sentiría culpable por Aron un poco más de tiempo

y entre ambos rotos podían encontrar las piezas que

faltaban para que se acoplaran como ellos. Porque dos

hilos unidos entre sí y atados al destino incluso

equivocándose vuelven a enlazarse.

Levantó el anillo entre sus dedos. No hubo palabras

cuando Joaquín se quitó la cadena del cuello y se la calzó a

él. Emilio cambió su semblante, la cara de Joaquín tenía

una calma que le calaba el pecho y los huesos, que le

llenaba por dentro. El menor tomó el anillo colocándoselo

en el meñique.

—Tú tan mío y yo tan tuyo, ¿no?

A Emilio le valió madres el mundo cuando lo besó de

nuevo, lento, pasional, con ganas de recostarlo en el suelo

y acariciarle hasta el alma, de colar sus manos en su ropa y

tomarlo de la cintura mientras lo hacía jadear y susurrar

cosas en su oído. Con ganas de no soltarlo.

Se apartó cortando el beso, esperando aquella reacción que

nacía de su espina y lo hizo sacudirse como si le hubiera

dado una corriente eléctrica por todo el cuerpo de forma

769
violenta, más que cualquier otra vez.

—¿Qué fue eso? —preguntó Joaquín con preocupación.

—Me pasa siempre que me besas después de mucho

tiempo, pero siempre intentaba que no me vieras —sonrió

para volverlo a besar—. Espera, ¿y el perro?

—¿Cuál perro? —Joaquín reaccionó con una sonrisa

triste—. No tengo perro, era de nuestras vecinas y lo

cuidamos cuando salen de viaje, pero no era nuestro.

Emilio suspiró con alivio otra vez.

—Igual y nunca te ha importado, digo, a mí me dejaste con

dos cuyos —soltó mientras Joaquín le empujaba un

hombro. Recibió el golpe para después darle la bienvenida

otra vez a esos labios.

Tenía que acostumbrarse a que fueran distintos, a que se

sintieran que encajaban perfecto en los suyos, pero

también que debían amoldarse con un poco de dificultad.

Joaquín lo jaló de sus cabellos de la nuca para sentirlo más

cerca incluso cuando no caía ni la brisa entre ellos.

Afuera, como era normal, el mundo no había dejado de

girar ni el tiempo de correr, se escuchaba el ruido de la

770
lluvia y por la ventana entraba ese olor a tierra mojada que

adoraba Emilio. Sonrió en medio del beso pensando en las

millones de cosas que podían hacer, de las millones eligió

mínimo unas veinte para ese día, las quería todas y cada

una.

—¿Y ahora qué? —le preguntó Joaquín con los labios

inflamados y la cabellera revuelta, leyéndole el

pensamiento.

Emilio sonrió, porque de las veinte opciones ninguna le

parecía tan buena como quedarse ahí, irónicamente, entre

esas cuatro paredes.

—Mierda.

Cuando se tiene un tejido tan delicado como lo es una vida

tiendes a cometer más de un error. O un acierto. Las hebras

comienzan a estabilizarse, a dejar de recoger el tejido que

por años ha sido una maraña, van uniéndose, nudo a nudo,

hebra a hebra, puntada a puntada. Han aprendido al igual

que yo que deben seguir su curso.

771
Los veo sonreír en medio de aquel cuarto.

Les deseé el mejor destino que se puede desear acariciando

su tejido desde el inicio al final, en lo que van

acomodándose las hebras y voy entendiendo todo. Son el

tejido más estrecho que he hecho y el que más dolores de

cabezas me ha dado, el que pasará a ser mi mejor recuerdo.

O quizás no.

Después de todo, depende de mí.

Yo soy Kismet, tu suerte, tu karma y tu fortuna.

772
Epílogo

Seis meses después

La chica entra por la puerta principal del edificio revestido

de ladrillos ubicado a pocas cuadras del centro de la ciudad.

Viste normal, una blusa suelta con un traje a conjunto

mientras en su espalda tiene una mochila elegante y entre

sus brazos aprisiona un par de folders con información.

Camina los pasillos en busca del cuarto del fondo, aquel

donde la simpática recepcionista le dice que puede

encontrar a quienes busca. En su camino ve muchos

cuadros empotrados en las paredes del pasillo, personas

con contratos en sus manos sonriendo a la cámara, algunos

discos de color cobre, plata u oro enmarcados. Personas

conocidas y no tanto. Se mantiene ahí, esperando que

alguien salga de esa sala a buscarla observando todo a su

773
paso. Hay un jardín interior que deja ver cómo el sol se

posa en las miles de flores que ahí hay, al igual que la

pequeña fuente con un pez de piedra que lanza agua

infinita de su boca.

Alguien sale de la sala después de unos minutos. El chico

de cabellos claros sale con una sonrisa dejando la puerta

abierta para darle la entrada. Es él quien le ha dado el

contacto para llegar a esa entrevista y poder dar un artículo

a la revista en la que trabaja que no sea una nota amarillista.

La habitación a la que entra es la cabina de un estudio de

grabación, que está separada por un vidrio, de pared a

pared y de techo a piso, de los tableros. Detrás de este está

un chico con un micrófono en frente de su boca, mientras

mira a una persona en particular en la cabina que le hace

señales con sus manos de cómo debe entonar la canción.

Es un sonido pegajoso, popero en realidad. Comienza

sencillo, un poco ruidosa, como una balada cargada a la

batería y a medida que avanza toma más ritmo. Las manos

del chico que lo mira atentamente por el vidrio son

delicadas y se ven suaves para la chica. Con ellas lleva el

774
ritmo, pero quien lo ve del otro lado del espejo empieza a

moverse durante el coro, desconcentrándolo, haciendo

que ambas manos terminen en su cintura con gesto

indignado.

El chico rizado parece que se hubiera puesto lo primero

que encontró cuando se levantó en la mañana o de plano

lleva durmiendo en el estudio los últimos días porque se ve

desaliñado, con una barba de días y los pelos en todas

direcciones, a diferencia del otro que es más bajo y parece

salido de una revista con una playera ceñida al cuerpo y

unos pantalones de tela hechos a la medida. Su outfit está

tan cuidado que parece que desde el estudio se irá a alguna

sesión de fotos, que es lo más seguro.

—Vamos a comenzar de nuevo —dice con tono autoritario

presionando uno de los botones del tablero que hace que

su voz se escuche dentro de la cabina—. Si te mueves

pierdes aire, ya lo hemos hablado, Emilio, parece que nadie

te enseñó esas cosas, niño.

—Pues, si lo dice el licenciado en artes dramáticas e

interpretación... —se mofa Emilio dentro de la cabina

775
dejando de moverse para parecer una estatua frente al

micrófono. Una sonrisa de oreja a oreja le parte la cara,

mostrando tantos dientes como es posible. Lo que asombra

a la chica es que sus ojos también están chispeantes y

brillan tan profundo que parecen lagos o galaxias, no lo

sabe.

—No te hagas el enojado, que me dan ganas de reír —dice

en su defensa moviendo los auriculares para colocarlos en

sus orejas otra vez.

Joaquín rueda los ojos, causándole que lance una risa entre

dientes que molesta más al menor que niega con la cabeza.

Quien maneja el tablero vuelve a poner la pista para que el

rizado comience a cantar, sin que nadie en esa habitación

repare en la chica de la puerta, que se siente profanando un

lugar donde se hace un arte diferente.

Parte de nuevo la pista de la canción haciendo que, por

primera vez, la chica ponga atención en la letra de la

música. Con lo poco que pudo investigar y lo que viene

sabiendo de años, la letra le pega a lo que todos han dicho

de ellos, desde los años de sus inicios hasta los últimos

776
meses.

Cuando comienza el coro, Joaquín se rinde y deja de

intentar guiar a Emilio. Este comienza a moverse contra

todo lo que parece que puede tirar, desde los cables que

están dispuestos en el suelo hasta el que llega de sus

audífonos. Comienza con un meneo de sus caderas,

acompañado de sus manos que se mueven como si hiciera

olas y llegan a sus hombros contrarios, no sigue para nada

el ritmo de la canción, él la baila más para molestarlo.

Sigue con el coro pegajoso aguantando la cara de

indignación de su guía que tiene un puchero que le da un

aspecto mamón y pedante.

Al poco rato, Joaquín esboza una sonrisa y comienza a

moverse a su ritmo. Sus hombros vibran delicados ante el

sonido, llegando el ritmo a su cintura que también toma la

música y la transforma en movimiento. Emilio termina de

cantar frente al micrófono y camina danzando hasta el

vidrio para bailarle solo a él. Sigue cantando, pero se

escucha más bajo.

En uno de los bordes que no cubre el tablero, Joaquín se

777
posa para seguir bailando, incluso cuando los separa el

vidrio, podrías darte cuenta de que ambos juntos están en

su propia burbuja. Emilio da vueltas, moviéndose como si

fuera un bailarín profesional y Joaquín intenta seguirlo

con movimientos suaves y armónicos, mucho más

teatrales. Parece que no hay nadie más en esa habitación

que ellos bailándose por medio de un vidrio. Ni a quien

controla la consola de la música parece importarle lo que

pasa a su alrededor.

Se ve tanto su sincronía que llega a ser molesta e incómoda

con sus movimientos tan dispares.

Para el último coro, Joaquín también le canta, dejando que

Emilio lo escuche por medio del botón que apretó antes.

Aún con eso, sigue bailando y sonriendo.

La canción se transforma en un dueto, que en las últimas

estrofas se acoplan demasiado bien como para que no

parezca ensayado.

Pareciera que ellos han creado un nuevo lenguaje donde

son los únicos que saben hablarlo. Todo ellos están

cantando a todo pulmón, desde sus voces, hasta los gestos

778
y miradas. La chica se siente celosa porque jamás ha visto

que alguien la vea de la manera que ambos se ven. Hasta

sus pestañas parece que se abanican en una competencia de

cuál de los dos es el que pestañea con más gracia.

—Va, tendremos que grabarla de nuevo si quiero

presentarla al cliente de la tarde —dice Emilio sacándose

los audífonos de su cabeza—. Igual está chida, la podría

grabar para mí.

—Ya no estás tan joven para esos ritmos —lo ataca Joaquín

haciendo que el otro cruce sus brazos a la altura de su

pecho.

Antes de decir algo, Emilio repara en la figura detrás del

otro chico, aquella que Diego dejó entrar para quedarse al

fondo maravillada con todo lo que ve. Joaquín le sigue la

mirada encontrándose con ella también.

—Hola, el señor Valdés me dijo que podía pasar —dice

extendiendo un documento en frente de Joaquín—. Soy

quien los iba a entrevistar para la revista juvenil.

El rizado se da una palmada en la frente, Joaquín frunce

sus labios mostrándole la hoja por el vidrio lo que genera

779
saltitos de parte del otro chico.

—¡Güey, lo había olvidado la neta! —suelta sacándose sus

audífonos para salir de la cabina por una puerta que une

ambas salas—. Hola, pues, ya tienes que saber que soy

Emilio.

La chica le acepta la mano que estira para estrecharla.

—Yo no lo abrazaría si fuera tú —molesta Joaquín

acercándose—. Lleva como dos días sin ver una ducha y sin

cambiarse esos trapos.

Antes que Joaquín se incline para darle un beso de

bienvenida a la chica, el más alto lo abraza por el cuello

llenándolo de besos tronados en su cara para terminar

lamiéndole la mejilla como un perro. Joaquín ríe, tan

fuerte y tan agudo sin importarle que lo oigan hasta la

entrada.

—¡Emilio, no seas menso! —alega limpiando su cara con

la manga de su playera—. Soy Joaquín, aunque tienes que

saberlo, vienes a hablar con nosotros, ¿no?

Por primera vez la chica sonríe amplio. Trata de ordenar

sus ideas en la cabeza.

780
—Soy Verónica, vengo por una entrevista, si están

ocupados podemos reagendar o...

Antes que termine de hablar ambos mofan. Pareciera que

el tiempo les sobrara incluso cuando se nota que están

trabajando a toda máquina para hacer todo.

—No hay problema, si quieres pasamos a la sala de juntas

de al lado y pedimos unos ¿cafés helados?

La chica sale antes que los otros. Nota que Emilio deja

pasar a Joaquín poniendo una mano en su cintura que hace

que el otro se sonroje un poquitito y esconda una sonrisa

mordiendo sus labios.

Mantiene su mano ahí mirándolo a la cara en lo que

avanzan por el pasillo haciendo sentir incómoda a la chica.

Verónica se sienta en uno de los sofás que hay en la sala de

juntas que tienen al fondo del pasillo con el ventanal que

da al jardín interior. Saca con cuidado su celular dejándolo

en la mesa con la aplicación que transcribe de inmediato

cuando va captando la voz de una persona.

—No sé si recuerdan que vengo de la revista 'Ok!' que es

de música, chismes y esas cosas —comienza decidida,

781
aunque los nervios la carcomen—. Las preguntas les

fueron enviadas por lo que supe y tampoco mandaron sus

cambios, así que serán las mismas, si tienen alguna duda...

Ambos se miran y asienten a la par.

—Nada, creo que todo está claro —dice Joaquín con una

sonrisa—. Es la primera entrevista que damos, así que

estamos un poco nerviosos.

La chica también asiente. Ha estado leyendo tantos

artículos de revistas que no valen la pena y han dicho cosas

que no tienen sentido que le extraña que no los hayan

llamado antes para una entrevista.

Se sientan frente a ella, en un sillón lo suficientemente

grande para cinco personas, pero ocupan ambos un sitio,

con sus muslos tan juntos que la única manera que estén

más cerca es que se sentaran uno sobre el otro.

Emilio le acaricia la rodilla y, por instinto, Joaquín pone su

mano encima, casi entrelazándolas. Se quedan así, como si

estuvieran hechos para calzar en el otro.

—Pues, comenzando de lleno, ¿cómo ha sido volver a

México después de tanto tiempo?

782
Emilio hace un ruido con sus labios en lo que Joaquín ríe.

—Joaquín sigue viviendo en Nueva York por la temporada

que dure su obra de teatro, pero volver a México ha sido

bueno, creo —vuelve a reír como si recordara un chiste—.

Digo, me gustaría que él también volviera, pero por ahora

estamos bien.

—Viajo todas las semanas si es necesario.

—No es suficiente.

—¡Tú también viajas!

—Básicamente, nos vemos dos veces a la semana cuando

no hay mucho trabajo y igual nos vemos su resto.

—E igual —lo corrige con cariño Joaquín ganándose que

Emilio le saque la lengua—. Es por ahora, terminando

tenemos planes para ver si podemos dejar de gastar tanto

en boletos de avión.

—¿Hay planes a futuro? —ataca la chica—. Digo, entre sus

planes profesionales.

Dudan un poco mirándose a los ojos, se están

comunicando entre ellos.

—Joaquín quiere abrir una academia de teatro acá en

783
México, quiere un semillero de personas de todas las

edades que quieran hacer teatro y de ahí sacar obras y esas

cosas, lo cual encuentro que es muy bueno, porque así

vendría más. Por mientras termina la temporada de su obra

y después tiene las ganas de seguir aquí un tiempo.

—Emilio tiene algunas firmas con algunos solistas y

bandas y la disquera va bien desde que la trasladó, pero

quiere sacar su propio disco por eso lleva grabando día y

noche mientras compone para más artistas. Quiere volver

a su música, la cual puede hacer también en Nueva York si

quisiera —comenta en un tono más pasivo agresivo

acomodándole un mechón de pelo hacia atrás—. Es una

idea que todavía no tiene, pero que le vendría muy bien

tener.

Verónica sonríe divertida al ver que contestan por el otro

como si fuera natural. Emilio rueda los ojos ante la

discusión que se nota que no tiene fin. Joaquín lo mira con

cariño, sus rostros cerca del otro y le es imposible no

devolverle la sonrisa al mirarle los labios.

—Joaquín podría comenzar a hacer música también, sería

784
un honor y un privilegio que cante las canciones que

escribo pensando en él —ataca el mayor levantando con

rapidez sus cejas, el otro chico le sigue el juego alzando

solamente una.

—¿Y Aristemo?

Ambos mofan.

—No, ellos están mejores que nadie —ríe Emilio.

—Casados y con dos niños divinos, según lo que nos

dijeron Santiago y Pablo.

La entrevistadora se une a las risas.

—¿Ha sido complicado llevar este ritmo? ¿ir y venir? ¿estar

aquí y estar allá? —pregunta la chica después que ambos

terminan de pelear con la mirada.

—No, creo que hemos estado bien con los tiempos —dice

Joaquín—. Siempre estamos planeando y haciendo cosas,

sabemos que tenemos nuestra vida aparte, sabemos qué

queremos.

—Creo que más que estar bien con el ritmo es que nos

creamos nuestro propio ritmo —sonríe el mayor—.

Estamos viendo adónde vamos con todo, pero tenemos

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esto, ¿sabes?, ya sabemos que es lo que nos hizo mal la

primera vez y no es fácil entender que después de años

vuelves con una persona.

—Mucha gente nos dijo que estábamos cometiendo un

error por volver.

—O sea, volver no fue lo que hicimos de primeras. Nos

dimos nuestro tiempo, hablamos, salimos de nuevo, lo

reconquisté.

—Nos reconquistamos.

—Eso.

—Hablamos, hablamos mucho por...

—Horas, diario, por donde fuera; mensaje, videollamada...

—Viajábamos, nos encontrábamos siempre donde fuera.

Ahora es México, pero la semana pasada viajó él, porque

llevábamos creo ¿qué? ¿25 funciones de la obra?

Emilio frunce sus labios y le da la razón después de

concentrarse un poco.

—Nunca había visto tanto un musical, no inventes.

—¿Fue complicado? ¿compaginar horarios? ¿decidir cómo

hacerlo? —más que preguntas de la entrevista la chica tiene

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curiosidad. No entiende cómo dos personas que estuvieron

separadas por años pudieron encontrarse y volverse a

enamorar de la manera que ellos emanan amor. Es casi un

misterio para todos porque ha pasado más de una década

que se conocieron y siguen mirándose como cuando,

después se supo, eran novios.

—¡Ay, sí, no mames! —suelta Emilio—. Tuvimos la idea

de ir a terapia.

—Teníamos citas semanales, donde terminábamos peor de

lo que entrábamos y pensando que de plano no había

cómo arreglar todo.

—No fueron fáciles, para ninguno de los dos porque

teníamos muchas cosas dentro, era como que algunos días

nos mirábamos y no podíamos entender lo maravilloso

que era y después al rato algo pasaba y nos comenzábamos

a decir cosas un poco hirientes.

Emilio recordó aquella mañana donde el avión de Joaquín

se había retrasado por la nieve en el aeropuerto de Nueva

York, el sentimiento en el pecho de que no llegara, la cara

de la terapeuta estudiando sus movimientos y

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preguntándole por sus miedos. Joaquín también recordó

una de las primeras sesiones, esa donde le habían pedido

una lista de las cosas que los habían dañado y ambos habían

puesto su propio nombre en la hoja.

Sesiones de una hora que parecían durar años. Pero, quizás

eso es otra historia que no me corresponde a mí narrar.

—Hubo días donde no queríamos hacer nada más que

estar en la cama, pero teníamos millones de cosas que

podíamos hacer y no las hacíamos porque estábamos

acostumbrados a ser los dos, entonces, también tuvimos

que hacer eso, acostumbrarnos a...

—Ser pareja, a ser novios, ¡a huevo! —completa Emilio

mirándolo con amor—. Nos costó un chingo, no es broma,

pero al cabo de un rato, no más terapia, no más esconderse

y mucho mucho...

—Cariño, mucho cariño —lo interrumpe Joaquín cuando

nota las intenciones de Emilio que ríe ante lo rojizo que se

torna el menor.

Verónica hace un par de preguntas más. Nota que la hora

que tenía disponible pasa rápido entre risas y esos dos que

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se miran maravillados cada vez que pueden, como si se

vieran por primera vez. Algunas veces se incomoda, porque

comparten entre ellos susurrándose en el oído antes de

contestar o se dan risitas coquetas mientras aprietan sus

manos que no se han soltado desde que las tomaron al

inicio.

Joaquín lleva el anillo rojizo en su dedo meñique y la mano

de Emilio porta solo uno similar, a diferencia de cuando

sale en presentaciones con la muñeca repleta de pulseras y

anillos en cada dedo. Las fans han sacado teorías de por qué

ahora ambos tienen un anillo similar, pero la chica no

quiere parecer metiche.

Cuando la entrevistadora tiene todo pausa su grabación

que ha sido transcrita por completo.

«Bendita tecnología», piensa.

—Pues, creo que lo tengo todo —dice con alegría,

bebiendo lo último de su café helado—. De todas maneras,

el fotógrafo me dijo que debían prepararse para la próxima

semana y va a llamar para confirmarlo con su asistente.

Emilio gruñe cuando escucha la palabra fotógrafo.

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Ambos sonríen mientras se levantan del sofá. No pasa un

segundo cuando la mano de Emilio vuelve a la cintura de

Joaquín que se acerca a él, como un reflejo.

—Danos un buen final —dice Emilio desconcertando a la

chica y a mí.

Pareciera como si supiera que estoy detrás de esto y me

pidiera un favor personal.

—Escribiré un buen artículo, les enviaré una copia quizás

antes de la publicación y muchas gracias por su tiempo —

Verónica les regala una sonrisa a ambos mientras sale del

salón escuchando una risotada de Joaquín. Por el ventanal

del jardín interior puede ver que Emilio le hace cosquillas

y luego le busca los labios con los suyos para acallar sus

grititos ahogados que lo divierten.

Verónica se pregunta si a nadie le parece extraño ese

comportamiento cuando por los pasillos todos se pasean

como si nada pasara en ese salón. Se queda ahí hasta que se

separan y Joaquín le acaricia el rostro para volver a salir al

estudio.

La chica apura el paso para salir del lugar, dejando a los dos

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dentro creando la música que se escuchará, de seguro, en

un par de meses en las radios.

Por mi parte acaricio el tejido que pareciera no tener fin.

Está liviano, casi suelto a diferencia de las otras veces.

Entonces lo entiendo. Esto es lo que soy, soy el destino y

puedo hacer lo que sea, pero a la vez he sido desafiado de

la peor forma. Ellos se mantuvieron juntos, a la distancia,

manteniendo su tejido tenso, para que nadie lo alterara,

protegiéndose entre sus hebras para que no pudiera

interrumpir su telar. Hasta que volvieran a encontrarse

siempre estuvieron con el otro, ahora que todo está calmo,

su tejido está igual. La promesa que se habían hecho sí fue

cumplida. Me vieron la cara todo este tiempo.

De pronto se me ocurre una idea de esas locas que tengo

para demostrar un punto, para no darlos por vencedores

en esto que es mi especialidad. Soy destino, soy la suerte, la

fortuna y ellos solo un par de niños que uní un día de puro

aburrimiento.

Entonces, lo recuerdo. Siempre estuvieron desafiándome,

desde que sus amigos eran del mismo círculo, desde que

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sus padres se conocían, la manera en la que se encontraron

no fue mía, esa fue simple observación.

Indignado sacudo el tejido, manteniendo las madejas y

hebras que se unen a él.

Del tejido de Emilio y Joaquín se comienzan a desprender

todas y cada una, quedando sus hebras solas, una separada

de la otra sin ninguna unida a ellas. Tal como cuando me

fueron entregadas para forjar su destino.

De la nada, ya no tienen más su lazo, no tienen historia,

aunque existen.

De la nada, empiezo otra vez uniéndolas a los tejidos de sus

padres, escucho llantos de bebés, escucho mimos de

madres, primeras palabras, risas de niños.

De a poco, sus propias hebras son un tejido que sale del de

sus padres, están ahí, similares al primer destino que les he

dado, por no decir que es igual.

De a poco, la hebra de Emilio vibra pidiendo algo. Lo

mismo con la de Joaquín que se mueven en mi amarre.

Las miro a ambas, ahí vibrantes pendientes de la otra.

Inquietas, insaciables, buscándose con movimientos como

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lo hicieron antes.

A lo lejos los oigo entre las miles de millones de vidas que

altero, manejo y guío. Están donde hay música, es una casa

de paredes blancas en una noche nada cálida de diciembre,

son unos chavitos de nuevo.

Emilio bebe una cerveza, de la que seguro se arrepentirá al

otro día. Joaquín está rodeado de amigos de su grupo

musical riendo porque alguien lo ha confundido con otro

por sus rizos, en lo que se apropiaba de una botella de agua

para la mañana siguiente. No sabe para qué la quiere, pero

siente que la necesitará.

La mirada café y el avellano se miran de un extremo a otro.

Entre el millón de personas se han encontrado otra vez.

Lo pienso por un momento y me digo a mí mismo

mientras las entrelazo de nuevo.

—Ay, se vale otro intento, ¿no?

Emilio camina entre la multitud con una sonrisa en los

labios que automáticamente se la responde Joaquín.

Y ahí vamos otra vez.

Fin.

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Nota de la autora

Estoy muy agradecida del amor que Kismet recibió a lo

largo del tiempo en el que estuvo en Wattpad. Cada uno

de sus comentarios y votos ayudó a que lograra terminar

los capítulos sabiendo que no se perderían en un enlace

que nadie leería. En especial a aquelles que comentaban en

Twitter y recomendaban mi fanfic. Fueron mis mejores

publicistas.

Gracias por disfrutar las canciones presentes en este relato,

espero haber podido impregnar mis palabras con un poco

de su melodía y letra para que los hicieran sentir lo mismo

que sentí mientras escribía.

Gracias, Marce, fue un camino increíble y me encantó

caminarlo contigo.

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Gracias infinitas. Los quiero veinte de diez, siempre veinte

de diez.

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