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Bélgica: la breve historia de un largo periodo de (in)estabilidad
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Bélgica: la breve historia de un largo periodo de


(in)estabilidad
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Artículo original:
"Belgium: The Short
Story of a Long History of
(In)Stability?"
Publicado en 2017.

Min Reuchamps
min.reuchamps@uclouvain.be

Min Reuchamps es profesor de Ciencias políticas en la Universidad Católica de Lovaina. Se


graduó en la Universidad de Lieja (Bélgica) y en la Universidad de Boston (EE. UU.). Sus
intereses docentes y de investigación son el federalismo y la gobernanza multinivel, la
democracia y sus diferentes dimensiones, las relaciones entre la lengua o las lenguas y la
política y, en particular, el papel de las metáforas, así como los métodos participativos y
deliberativos. Ha publicado una docena de libros sobre estos temas y sus trabajos han
aparecido en varias revistas internacionales. Junto con los profesores Nathalie Schiffino-
Leclercq, Pierre Baudewyns, Ella Hamonic y Vincent Legrand, ha creado el curso en línea
masivo y abierto (MOOC) «Découvrir la science politique» («Descubrir la ciencia política»,
Louv3x), disponible gratuitamente en todo el mundo a través de la plataforma edx.org. Este
curso es uno de los finalistas de la primera edición del premio edX para contribuciones
excepcionales en el campo de la enseñanza y el aprendizaje en línea. Actualmente,
Reuchamps es presidente de la Asociación Belga Francófona de Ciencias Políticas (ABSP) y
coordinador de la unidad de metodología e investigación del G1000, una iniciativa ciudadana
para promover la democracia deliberativa.

• Resumen • Introducción

• Evolución histórica • La política y la identidad belga hoy en día

• Conclusión • Bibliografía

• Lecturas adicionales

Resumen
La historia de Bélgica desde 1830 muestra la transformación progresiva de una dinámica lingüística en una dinámica de identidades a través de
la territorialización de las tensiones políticas y, posteriormente, de la federalización de un Estado originalmente unitario. Este artículo cuenta la
breve historia de un largo periodo de estabilidad e inestabilidad en Bélgica.

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Introducción
«De todos ellos [los pueblos de la Galia], los más valientes son los belgas.» Esta cita, atribuida generalmente a Julio César en el siglo i a. C., forma
parte de la socialización temprana de los estudiantes belgas, ya sean de habla neerlandesa o francesa. Sin embargo, sería un error pensar que
los belgas de aquella época se corresponden geográficamente con los que hoy residen en Bélgica. Las tribus que habitaban en la Galia belga
vivían en un territorio mucho más extenso que el que finalmente se convirtió en Bélgica en 1830. Entre estos dos periodos, las partes
constituyentes de lo que finalmente fue Bélgica nunca llegaron a unirse, pese a que algunas zonas del territorio habían estado más o menos
unificadas en ciertos periodos bajo el mismo soberano (Mabille 2011).

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Evolución histórica
Tras el dominio español, austríaco y francés, el territorio de la futura Bélgica quedó unido por el Tratado de Viena de 1815 en el Reino Unido de
los Países Bajos, gobernado en ese momento por Guillermo I. Las políticas religiosas —pro protestantes— y lingüísticas —pro neerlandófonas—
del rey Guillermo I (Witte y Van Velthoven 2000) pronto generaron un movimiento de protesta entre los habitantes, principalmente entre los
burgueses de las provincias del sur, lo que condujo a su secesión en 1830 y a la independencia de Bélgica, que fue rápidamente reconocida por
los países vecinos y por los Países Bajos en 1839. Bélgica era, pues, un país completamente nuevo (Deschouwer 2012). Aunque esa doble
unidad —religiosa y lingüística— había permitido la creación de un nuevo Estado, en realidad fue una unidad efímera, porque tanto la fractura
religiosa entre la Iglesia y el Estado como la fractura lingüística entre las comunidades neerlandófona y francófona han sido las que han
moldeado en última instancia la dinámica histórica de la política belga.

Si bien la separación del Reino de los Países Bajos había estado alimentada por el rechazo a las políticas pro protestantes del rey Guillermo, la
unión nacional de los primeros años de la independencia dio paso rápidamente a la cristalización de la oposición entre los católicos favorables a
una relación fuerte entre la Iglesia y el Estado, y los liberales partidarios de una separación clara entre la Iglesia y el Estado (De Coorebyter
2008). Esta fractura condujo a la consocionalización progresiva de la sociedad, fortalecida a finales del siglo xix por la creación del Partido
Laborista belga, que protegía los intereses de la clase obrera frente a los propietarios del capital. El Partido Laborista belga también acogió a
algunos liberales, defensores de la separación entre el Estado y la Iglesia, y a algunos católicos procedentes del movimiento obrero católico. Esta
imbricación de divisiones explica la naturaleza consocional de Bélgica. Tres pilares gobernaban el Estado: el católico, el socialista y, en menor
medida, el liberal. Estos tres pilares coexistían y organizaban la vida de sus miembros de la cuna a la tumba. Políticamente, los contactos se
limitaban a las élites de las distintas divisiones que gobernaban un país segmentado, pacífico pero dividido (Lijphart 1977).

Al mismo tiempo, surgió una fractura lingüística desde la misma creación del Estado belga, porque era un Estado unitario y sobre todo
francófono y monolingüe. Sin embargo, desde sus orígenes, Bélgica ha estado habitada por una mayoría de habla neerlandesa. El primer censo
nacional, en 1846, indica que de una población de 4,3 millones de habitantes, el 57% hablaba neerlandés; el 42%, francés, y el 1%, alemán
(McRae 1983). No obstante, la única lengua oficial era el francés, que era el idioma exclusivo de la política, la economía y la cultura. Como explica
Deschouwer (2012: 30), «la elección del francés como único idioma oficial de Bélgica fue una elección obvia para las élites políticas, pero
significaba elegir una lengua que no era la propia de una estrecha mayoría de la población». Esta elección y sus consecuencias para los belgas
de habla neerlandesa, a los que no se les permitía usar su lengua materna en ningún asunto oficial, dio lugar al movimiento flamenco. Este
movimiento, nacido como reacción a la Bélgica monolingüe, exigió el reconocimiento del neerlandés como segunda lengua oficial, por lo menos
en Flandes. Estas demandas fueron enérgicamente rechazadas por las élites belgas, que las consideraban perjudiciales para el desarrollo de la
nación belga, basada en el francés como lingua franca y no en los dialectos germánicos hablados en el norte ni en los dialectos valones que se
hablaban en el sur. Este rechazo constante supuso el endurecimiento del movimiento flamenco, reforzado paulatinamente por la ampliación del
derecho a voto (Deschouwer 1999-2000). En la década de 1870, se aprobaron las primeras leyes lingüísticas, que autorizaron el uso del
neerlandés en los tribunales y en la administración de las provincias flamencas (Zolberg 1974). Finalmente, en 1898, la Ley de igualdad
reconoció el neerlandés como lengua oficial, situándolo al mismo nivel que el francés, aunque este seguía siendo la lengua dominante del país.

En 1921, el sufragio universal —masculino— no alteró la supremacía de la burguesía francófona, a pesar del creciente poder de los ciudadanos
de habla neerlandesa que pasaron a ser electores. Sin embargo, las demandas del movimiento flamenco dieron paso a nuevas leyes lingüísticas
en las décadas de 1920 y 1930, que hicieron posible el uso del neerlandés en materia de justicia, administración y educación. Al mismo tiempo,
la idea de un bilingüismo generalizado en todo el país fue rechazada tanto por los francófonos como por los neerlandófonos, ya que cada
comunidad prefería asegurar la protección de su propia lengua en su territorio (Swenden y Jans 2006). La lógica detrás de estas leyes lingüísticas
era, pues, territorial. Según el idioma hablado por la mayoría de su población, cada municipio —la subdivisión administrativa más pequeña de
Bélgica— se incluyó en una región monolingüe —neerlandesa, francesa o alemana—, con la excepción de los municipios de Bruselas, que se
agruparon en la única región bilingüe. No obstante, Bruselas también era el centro del problema. Originalmente de habla neerlandesa, la ciudad
se «afrancesó» rápidamente a raíz de su papel como capital que congregaba a los funcionarios y a las élites francófonas (Witte y Van Velthoven
2000). Es comprensible, pues, que este doble problema, lingüístico y a la vez territorial, constituya uno de los principales fundamentos de la
política belga, que ha llevado a la federalización del país en tres comunidades lingüísticas (flamenca, francesa y alemana) y tres regiones
(Flandes, fusionada con la comunidad flamenca, Valonia y Bruselas-Capital).

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La política y la identidad belga hoy en día


La historia de Bélgica desde 1830, que hemos repasado brevemente, demuestra la transformación progresiva de una dinámica lingüística en
una dinámica de identidades a través de la territorialización de las tensiones políticas y posteriormente de la federalización de un Estado
originalmente unitario. La pregunta que debemos plantearlos es si la federalización de Bélgica alivió las tensiones identitarias o más bien las
empeoró. En este país, como en otros estados plurinacionales, el problema central del federalismo es la convivencia entre los grupos nacionales
que forman el Estado. Sin embargo, va más allá de la simple convivencia pacífica, ya que se trata de organizar el país para garantizar una
participación común en el poder e incluso cierta forma de solidaridad, ofreciendo al mismo tiempo un grado de autonomía suficiente a las
distintas entidades políticas y así permitir que cada una de ellas persiga distintos objetivos. Para explorar esta cuestión, las encuestas realizadas
desde 1979 han explorado la identidad de los habitantes de Flandes y Valonia (De Winter 2007). Los datos recopilados demuestran que al
menos uno de cada dos belgas siente que pertenece a Bélgica en primer lugar, y que se trata de un sentimiento bastante estable. En Flandes, la
región más grande del país, no se percibe un apoyo masivo ni un completo rechazo a la idea de Bélgica. Hasta 1982, la mayoría de los flamencos
se sentían ante todo flamencos. Con el tiempo, han tendido a sentirse más belgas que flamencos. La caída más significativa se registró entre
1991 y 1995, con una disminución del 15% en el apoyo a la identidad flamenca. El hecho de que el Estado se convirtiera oficialmente en federal
no parece que reforzara, en este caso, el sentimiento de pertenencia a la región, sino todo lo contrario. No obstante, eso no significa que exista
una transferencia del sentimiento de pertenencia a Bélgica, sino más bien hacia el ámbito local.

En Valonia, a pesar de que los resultados son en general muy parecidos, hay una diferencia de grado. En diferentes momentos, entre dos tercios
y tres cuartas partes de los habitantes de Valonia se sentían ante todo belgas. Esto equivale a una diferencia de casi el 20% respecto a Flandes
(De Winter 2007). Además, es interesante remarcar que, desde 1979, y a diferencia de los flamencos, los valones siempre se han sentido, por
encima de todo, belgas. Aun así, el sentimiento de pertenencia a Bélgica parece bastante estable en ambas regiones, pese a que el sentimiento
de pertenencia a la región/comunidad en Valonia, al igual que en Flandes, ha disminuido con el tiempo: del 22,9% al 13,9% en menos de 20
años. En Flandes, es el ámbito local el que ha visto aumentar su apoyo, mientras que en Valonia el que más se beneficia es el ámbito europeo.

Estas cifras arrojan luz sobre la dinámica de las identidades en Bélgica. Lejos de ser un fenómeno marginal, se trata de un aspecto crucial en la
transformación del país, que todavía está en curso (Deschouwer y Reuchamps 2013). Sin embargo, ninguna encuesta revela una brecha de
identidad entre las dos grandes comunidades del país, la flamenca y la francófona. En ese sentido, es interesante observar que ambos
electorados han experimentado la misma evolución en cuanto a su sentimiento de pertenencia, aunque en mayor o menor grado según el caso.
Podemos encontrar en el país un dualismo de identidad con un predominio —más o menos fuerte, según la región— del sentimiento de
pertenencia a Bélgica. Así pues, parece que si bien a medio plazo los factores de identidad han aportado estabilidad a la federación belga, o
para ser más precisos, no han reforzado su inestabilidad, tampoco han contribuido a la unidad de Bélgica. Aun así, estos factores están siempre
presentes en los discursos políticos y mediáticos, donde se observa a menudo una oposición entre bloques, fortalecida por factores
socioeconómicos (Perrez y Reuchamps 2012).

La historia reciente del federalismo belga parece indicar que la dinámica política de este país constituye más bien un factor de fragmentación
que de unidad. Obviamente es cierto que el Estado unitario se convirtió en federal. Pero esta evolución siempre se ha basado en un
compromiso para satisfacer a ambas partes. Por ejemplo, las élites flamencas decidieron fusionar la comunidad flamenca con la región
flamenca en una entidad única con un único parlamento y un gobierno. Las élites francófonas, por su parte, decidieron que la comunidad
francesa (que se ha convertido, como se ha dicho, en la Federación Valonia-Bruselas) sería el vínculo —lingüístico— entre los francófonos de
Valonia y de Bruselas. Estas elecciones reflejan diferentes visiones de lo que debería ser Bélgica: para la mayoría de las élites flamencas, Bélgica
debería estar formada por dos comunidades —la flamenca y la francófona—, y para la mayoría de las élites francófonas, Bélgica debería estar
formada por tres regiones —Flandes, Valonia y Bruselas—. Y aquí aparece la paradoja del federalismo belga: los flamencos prefieren los
vínculos lingüísticos, otorgados por la comunidad, pero necesitan a las regiones para asegurar unos límites claros y obtener mayor autonomía,
mientras que los francófonos prefieren una visión regional para poder reconocer a Bruselas como una región de pleno derecho, pero necesitan
la comunidad francesa para unir Bruselas y Valonia.

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Conclusión
En resumen, hemos visto que la dinámica política está impulsada en gran medida por visiones distintas o incluso opuestas (que fueron la causa
y la consecuencia de la fragmentación del sistema de partidos belga, del fin de los partidos nacionales, y de la competencia centrífuga entre el
sistema de partidos flamenco y francófono), pero que, hasta la fecha, siempre ha sido posible acomodarlas. Aunque este no es, por supuesto, el
final de la historia.

Cita propuesta: Reuchamps, M. 2017. “Belgium: The Short Story of a Long History of (In)Stability?”. 50 Shades of Federalism. Disponible en:
https://presidencia.gencat.cat/es/detalls/Article/Belgica-la-breu-historia-dun-llarg-periode-dinestabilitat

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Bibliografía
De Coorebyter, V. 2008. “Clivages et partis en Belgique”. Courrier hebdomadaire du CRISP.

DE Winter, L. 2007. “La recherche sur les identités ethno-territoriales en Belgique”. Revue internationale de politique comparée, 144, 575-595.

Deschouwer, K. 1999-2000. “Comprendre le nationalisme flamand. Fédéralisme Régionalisme, 1.

-------. 2012. The Politics of Belgium: Governing a Divided Society. Houndmills: Palgrave Macmillan.

Deschouwer, K., y M. Reuchamps. 2013. “The Belgian Federation at a Crossroad”. Regional & Federal Studies, 23, 261-270.

Lijphart, A. 1977. Democracy in Plural Societies: A Comparative Exploration. New Haven: Yale University Press.

Mabille, X. 2011. Nouvelle histoire politique de la Belgique. Bruselas, CRISP.

McRae, K. D. 1983. Conflict and Compromise in Multilingual Societies. Volume 2, Belgium. Waterloo: Wilfrid Laurier University Press.

Perrez, J., y M. Reuchamps (eds.) 2012. Les relations communautaires en Belgique: approches politiques et linguistiques. Lovaina la Nueva,
Academia-L’Harmattan.

Swenden, W., y M. T. Jans. 2006. “‘Will it stay or will it go?’ Federalism and the sustainability of Belgium”. West European Politics, 29, 877-894.

Witte, E., y H. Van Velthoven. 2000. Language and Politics. The Situation in Belgium in a Historical Perspective. Bruselas: VUB Press.

Zolberg, A. R. 1974. The Making of Flemings and Walloons: Belgium: 1830-1914. Journal of Interdisciplinary History, 5, 179-235.

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Lecturas adicionales
Caluwaerts, D., y M. Reuchamps. 2015. “Combining Federalism with Consociationalism: Is Belgian Consociational Federalism Digging its Own
Grave?” Ethnopolitics, 14(3), 277-295. DOI:10.1080/17449057.2014.986866.

Deschouwer, K. 2012. The Politics of Belgium: Governing a Divided Society (2a ed.). Houndmills: Palgrave Macmillan.

Deschouwer, K., y M. Reuchamps. 2013. “The Belgian Federation at a Crossroad”. Regional & Federal Studies, 23(3), 261-270.
DOI:10.1080/13597566.2013.77389.

Reuchamps, M. 2013. “The Current Challenges on the Belgian Federalism and the Sixth Reform of the State”. En: A. López-Basaguren, y L.
Escajedo San-Epifanio (eds.). The Ways of Federalism in Western Countries and the Horizons of Territorial Autonomy in Spain, 375-392.
Heidelberg: Springer.

Swenden, W., M. Brans, y L. De Winter (eds.). 2009. The politics of Belgium: Institutions and policy under bipolar and centrifugal federalism.
Londres: Routledge.

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Fecha de actualización: 16.06.2020

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