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Las aportaciones de Gilbert serían retomadas por un alemán, Otto von Guericke (1602-
1686), quien inventó la primera máquina de vacío. Esta facilitaba la atracción de los
cuerpos electrificados, ya que el aire dejaba de ser un obstáculo. Von Guericke también
fue el artífice de la primera máquina electrostática: en este caso, un gran globo de azufre
que el científico electrificó frotándolo con las manos. Estos instrumentos rudimentarios
le permitieron descubrir tanto el fenómeno de la conducción eléctrica, es decir, la
capacidad de esta misteriosa energía de transmitirse a través de ciertos cuerpos, como el
poder de las puntas, esto es, la tendencia de los objetos puntiagudos a presentar
propiedades eléctricas.
Este último efecto fue aprovechado un siglo después por el estadounidense Benjamin
Franklin (1706-1790), tras haber demostrado, en 1752, que el rayo es un fenómeno de
naturaleza eléctrica, una especie de chispa gigante. Esta observación, unida a los
hallazgos de Von Guericke acerca de los objetos puntiagudos, le permitió inventar el
pararrayos. Se trataba de una varilla terminada en punta que, colocada sobre los edificios
o los barcos, los mantenía a salvo de los efectos de la electricidad de las nubes.