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QUINTO ARTÍCULO: MUERTE Y RESURRECCIÓN DE CRISTO

V 11. Pero era poca humillación para nuestro Señor nacer por nosotros, pues llegó a morir por los
mortales, se humilló hecho sumiso hasta la muerte y muerte de cruz 27, para que ninguno de nosotros,
aunque pueda no tener miedo a la muerte, se horrorice si recibe un género de muerte especialmente
ignominioso establecido por los hombres. Así, pues, creemos en aquel que fue crucificado y sepultado
bajo Poncio Pilato. Era necesario añadir el nombre del juez para dar a conocer la fecha.
Cuando creemos en su sepultura, eso nos trae a la memoria el sepulcro nuevo, que daría testimonio
de que había resucitado a una vida nueva del mismo modo que había nacido de un seno virginal. Pues
así como ningún muerto fue sepultado en aquel monumento28 ni antes ni después, tampoco ningún
mortal fue concebido en aquel seno ni antes ni después.
V12. Creemos también que resucitó de entre los muertos al tercer día. Primogénito entre los
hermanos que le habían de seguir, a los que llamó a la adopción de hijos de Dios 29 y se dignó hacerles
copartícipes y coherederos suyos.

SEXTO ARTÍCULO: LA ASCENSIÓN A LOS CIELOS Y LA GLORIFICACIÓN DE CRISTO

VI 13. Creemos que ha subido a los cielos, lugar de felicidad, que también nos prometió a nosotros
cuando dijo: Serán como ángeles en el cielo30 en aquella ciudad, que es madre de todos nosotros, la
Jerusalén eterna del cielo31. Sin embargo, suele ofender a algunos gentiles impíos o herejes el que
creamos que el cuerpo terreno es llevado al cielo. A menudo, los gentiles procuran usar contra nosotros
los argumentos de los filósofos, afirmando que es imposible que algo terreno esté en el cielo. Y es que
no conocen nuestras Escrituras ni saben en qué sentido fue dicho: Se siembra un cuerpo animal y surge
un cuerpo espiritual32. No se dice que el cuerpo se convierta en espíritu y se haga espíritu: pues nuestro
cuerpo, que llamamos animal, no se ha convertido en alma ni se ha hecho alma. Por cuerpo espiritual se
entiende que está de tal manera sometido al espíritu, que es apto para la morada celestial, una vez que
haya sido transformado y que toda la fragilidad y suciedad terrestres se hayan convertido en la pureza y
estabilidad celestes. Este es el cambio acerca del cual el Apóstol dice: Todos resucitaremos, pero no
todos seremos transformados33. Esta transformación no será a peor, sino a mejor, como nos enseña
cuando dice: También nosotros seremos transformados34. Pero investigar cómo y de qué manera está en
el cielo el cuerpo del Señor es una curiosidad superflua e inútil; basta con creer que está en el cielo. No
es propio de nuestra fragilidad discutir los secretos del cielo. Por el contrario, sí es propio de nuestra fe
reconocer la dignidad sublime y honrosísima del cuerpo del Señor.

A LA DERECHA DEL PADRE

VII 14. Creemos también que está sentado a la derecha del Padre. No es que haya que imaginarse al
Padre como limitado por una forma humana, de tal modo que aparezcan ante nosotros una derecha y
una izquierda. Y, por lo mismo, tampoco hay que creer que dobla las rodillas cuando se dice que está
sentado. No vayamos a caer en aquel sacrilegio que execró el Apóstol al condenar a aquellos que
cambiaron la gloria del Dios incorruptible en una semejanza de hombre corruptible35. Si ya es sacrílego
para un cristiano colocar tales imágenes de Dios en un templo, mucho más sacrílego será tenerlas en el
corazón, donde se halla el verdadero templo de Dios, cuando se encuentra limpio del error y de la
concupiscencia terrena. Al decir a la derecha hay que entender lo siguiente: en la suma felicidad, donde
están la justicia, la paz y la alegría. Del mismo modo se dice que los cabritos son puestos a la izquierda 36,
esto es, en la miseria, llenos de penas y tormentos por sus pecados. Así, pues, estar sentado, cuando se
dice de Dios, no significa la posición de los miembros, sino la potestad de juzgar que nunca falta a su
majestad, porque siempre otorga a cada uno según sus merecimientos, aunque en el Juicio Final el Hijo
Unigénito de Dios haya de manifestarse con absoluta claridad como Juez de vivos y muertos.

SÉPTIMO ARTÍCULO: EL JUICIO FINAL

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VIII 15. Creemos, por último, que vendrá de allí en el tiempo oportuno y juzgará a los vivos y a los
muertos. Con estos nombres puede que quiera indicar a los justos y a los pecadores, o también que sean
llamados vivos los que se encuentren en la tierra, antes de haber muerto, y muertos, por el contrario,
los que resuciten a su llegada.
Este plan de salvación en el tiempo no sólo es, como su generación eterna en tanto que Dios, sino
que también fue y será. En efecto, nuestro Señor estuvo en la tierra, está ahora en el cielo y será en la
gloria Juez de vivos y muertos. Así, pues, vendrá como ascendió a los cielos, según lo muestra la
autoridad de los Hechos de los Apóstoles37. Se habla también de este plan salvífico en el Apocalipsis,
donde está escrito: Esto dice el que es, fue y será38.

OCTAVO ARTÍCULO: EL ESPÍRITU SANTO

IX 16. Así, pues, anunciada y confiada a nuestra fe la generación divina de nuestro Señor y su plan de
salvación de los hombres, se añade a nuestra confesión, para completar la fe que tenemos de Dios, el
Espíritu Santo de naturaleza no inferior al Padre y al Hijo, sino, por decirlo así, consustancial y coeterno,
porque esa Trinidad es un solo Dios. No de modo que el Padre sea la misma persona que el Hijo y el
Espíritu Santo, sino que el Padre es el Padre, y el Hijo es el Hijo, y el Espíritu Santo es el Espíritu Santo, y
esta Trinidad es un solo Dios, como está escrito: Escucha, Israel, el Señor tu Dios es un solo Dios39. Sin
embargo, si se nos pregunta sobre cada una de las personas y se nos dice: El Padre, ¿es Dios?
Responderemos: es Dios. Si se nos pregunta si el Hijo es Dios, responderemos lo mismo. Si tal pregunta
fuese acerca del Espíritu Santo, debemos responder que no es otra cosa que Dios; cuidando
sobremanera de no interpretarlo del modo en que se dijo de los hombres: Sois dioses40. En efecto, no
son dioses por naturaleza los que han sido hechos y creados del Padre, por el Hijo, mediante el don del
Espíritu Santo. En efecto, se designa esta misma Trinidad cuando dice el Apóstol: de El, por El y en El son
todas las cosas41. Por consiguiente, aunque respondamos al que nos pregunta sobre cada uno, que es
Dios aquel de quien se pregunta: ya sea el Padre, ya sea el Hijo, ya sea el Espíritu Santo; sin embargo,
nadie pensará que nosotros adoramos a tres dioses.
V 17. Y no es sorprendente que se digan estas cosas sobre la naturaleza inefable de Dios, puesto que
incluso en las cosas que vemos con nuestros ojos corporales y que distinguimos con el sentido corporal
sucede algo semejante. Así, pues, al que nos pregunta sobre la fuente no le podemos contestar que es el
río, ni cuando nos preguntan sobre el río podemos llamarlo fuente; y, a su vez, a la bebida que proviene
del río que mana de la fuente no podemos llamarla ni río ni fuente; sin embargo, acerca de estas tres
cosas hablamos siempre de agua, y cuando se pregunta sobre cada una, respondemos siempre que es
agua. En efecto, si pregunto si el agua está en la fuente, se responderá que sí; y si preguntamos si el
agua está en el río, no se responderá otra cosa; y acerca de aquella bebida, la respuesta no podrá ser
otra; y, sin embargo, no decimos que sean tres aguas, sino una sola. Ahora bien: se ha de cuidar que
nadie entienda la sustancia inefable de aquella majestad como una fuente visible y corpórea o como el
río o la bebida. Pues respecto a estas cosas sucede que el agua que ahora está en la fuente, sale al río y
no permanece en sí misma, y cuando pasa del río o de la fuente a la bebida, no permanece allí donde es
tomada. Así, pues, puede suceder que la misma agua se refiera ya al nombre de la fuente, ya al del río,
ya al de la bebida; mientras que en aquella Trinidad ya dijimos que no puede suceder que el Padre sea
unas veces el Hijo y otras el Espíritu Santo. Igual que en un árbol la raíz no es sino la raíz, y el tronco no
es otra cosa que el tronco, ni podemos decir que las ramas son sino ramas. En efecto, lo que se llama
raíz no puede ser llamado tronco ni ramas; ni la madera que pertenece a la raíz puede estar ahora en la
raíz y luego, por algún cambio, en el tronco, y después en las ramas, sino tan sólo en la raíz; aunque
aquella regla del nombre permanece, de modo que la raíz es madera, el tronco es madera y las ramas
son madera, y, sin embargo, no se dice que sean tres maderas, sino una sola. Pero, a lo mejor, estas
maderas pueden tener alguna diferencia, de tal manera que puede hablarse de tres maderas distintas,
sin que sea un absurdo, a causa de la distinta consistencia que tienen. En cambio, todos admiten que si
de una sola fuente se llenan tres copas, se puede hablar de tres copas, pero no de tres aguas, sino
solamente de una única agua, aunque, interrogado por separado sobre cada una de las copas,

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respondas que en cualquiera de ellas hay agua, a pesar de que no se haya producido ningún trasvase,
como en el ejemplo de la fuente y del río.
Pero hemos puesto estos ejemplos materiales no porque tengan semejanza con aquella naturaleza
divina, sino por la unidad de las cosas visibles, para que se comprenda que puede suceder que tres cosas
posean un solo y único nombre no sólo aisladamente, sino también al mismo tiempo, y también para
que nadie se extrañe ni considere absurdo que llamemos Dios al Padre, Dios al Hijo y Dios al Espíritu
Santo y, sin embargo, no haya tres dioses en esta Trinidad, sino un único Dios y una única sustancia.
V 18. Y, más aún, hombres sabios y espirituales trataron del Padre y del Hijo en muchos libros en los
que mostraron a los hombres, en cuanto podían y como podían, que el Padre y el Hijo no eran una sola
persona, sino una sola cosa; e intentaron manifestar qué es propiamente el Padre y qué el Hijo: que
aquél es el que engendra y éste el engendrado; aquél no proviene del Hijo, éste procede del Padre;
aquél es principio de éste, por lo que se le llama cabeza de Cristo42, aunque Cristo es también principio43,
pero no del Padre; aquél, en verdad, es imagen de éste44, en nada desemejante y absolutamente igual y
sin diferencia. Pero esto es tratado más extensamente por quienes quieren explicar, no tan brevemente
como nosotros, toda la profesión de la fe cristiana. Así, pues, el Hijo, en cuanto es Hijo, ha recibido del
Padre el ser, mientras que el Padre no ha recibido el ser del Hijo; y en cuanto hombre mudable, esto es,
en cuanto creatura que ha de cambiar a mejor, el Hijo recibió el ser del Padre por una misericordia
inefable como una concesión temporal.
Acerca del Hijo se encuentran en las Escrituras muchas cosas, dichas de tal manera que han inducido a
error a las mentes impías de los herejes, más deseosos de opinar que de saber, de modo que pensaban
que el Hijo no es igual al Padre ni de la misma sustancia, apoyados en aquellas frases: El Padre es más
grande que Yo45, y la cabeza de la mujer es el varón; la cabeza del varón es Cristo; pero la cabeza de
Cristo es Dios46, y entonces El mismo estará sometido a aquel que sometió a sí todas las cosas 47, y Voy a
mi Padre y vuestro padre, a mi Dios y a vuestro Dios48, y algunas otras de esta naturaleza.
Todo esto no ha sido escrito para significar una desigualdad de naturaleza y de sustancia, porque no
pueden ser falsas aquellas otras frases: El Padre y yo somos una sola cosa49, y El que me ve a mí, ve al
Padre50, y el Verbo era Dios51; el Hijo no ha sido hecho, puesto que todas las cosas han sido hechas por El
mismo52, y no tuvo por usurpación ser igual a Dios53, y otros dichos semejantes.
Aquellas expresiones han sido escritas, más bien, en parte refiriéndose a las operaciones de la
naturaleza asumida, y así se dice que se anonadó a sí mismo54, no porque la Sabiduría haya sufrido una
transformación, puesto que es completamente inmutable, sino porque quiso manifestarse a los
hombres de modo tan humilde; en parte, como digo, han sido escritas refiriéndose a las operaciones de
la naturaleza humana aquellas expresiones que los herejes interpretan calumniosamente; y en parte
porque el Hijo debe al Padre lo que es, incluso el hecho de ser igual y lo mismo que el Padre; el Padre,
en cambio, no debe a nadie lo que es.
V 19. Por otro lado, los doctos y grandes tratadistas de las divinas Escrituras aún no han debatido
acerca del Espíritu Santo tan extensa y diligentemente que pueda ser comprendido con facilidad lo que
es propio de El. Por tanto, de El podemos decir que no es ni el Hijo ni el Padre, sino solamente el Espíritu
Santo. Pero ellos proclaman que es un don de Dios para que no creamos que Dios da un don inferior a sí
mismo. Proclaman también que el Espíritu Santo no ha sido engendrado del Padre como el Hijo, pues
Cristo es, en efecto, único; ni procede del Hijo, como si fuera nieto del Padre supremo; pero lo que es no
lo debe a nadie sino al Padre, de quien provienen todas las cosas, para no establecer dos principios sin
principio, cosa que es totalmente falsa y absurda y que no es propia de la fe católica, sino del error de
ciertos herejes. Otros, por su parte, han llegado a creer que el Espíritu Santo es la misma comunión y,
por decirlo así, deidad del Padre y del Hijo, a la que los griegos llaman (PALABRA EN GRIEGO) ; y así
como el Padre es Dios y el Hijo es Dios, la misma divinidad por la que están unidos, uno engendrando al
Hijo y el otro estando unido al Padre, iguala al engendrado con aquel que le engendra; y esta divinidad,
que quieren que sea concebida como amor y caridad mutuos, dicen que se llamó Espíritu Santo.
Defienden esta opinión con muchos documentos de las Escrituras, por ejemplo, con aquel texto que
dice: porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo,
que nos ha sido dado55, o bien con otros testimonios semejantes; y por el mismo hecho de que nos
reconciliemos con Dios por medio del Espíritu Santo (por lo que también es llamado don de Dios),

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piensan que es bastante claro que el Espíritu Santo es el amor de Dios, pues no nos reconciliamos con
Dios sino por el amor, por el que también somos llamados hijos56, de modo que ya no estamos bajo el
temor como los esclavos, porque el amor consumado aleja el temor57, y recibimos el espíritu de libertad
por el cual clamamos ¡Abba! ¡Padre!58 Y como, una vez reconciliados y llamados a la amistad por el
amor59, podremos conocer todos los secretos de Dios, por esto se dice del Espíritu Santo: El os conducirá
a toda verdad60. Y por esto, la seguridad para predicar la verdad, de la que los apóstoles se llenaron con
su llegada61, es atribuida con razón al amor, porque la inseguridad se añade al temor, al que excluye la
perfección del amor. Por eso también se llama don de Dios62, porque nadie goza de aquello que conoce
a no ser que también lo ame. Pero gozar de la sabiduría de Dios no es otra cosa que estar unido a El por
el amor, y nadie permanece en aquello que percibe sino por el amor, y por esto el Espíritu se llama
Santo, porque todo lo que es ratificado, es ratificado de modo permanente, y no hay duda de que la
palabra santidad proviene de ratificar. Pero los defensores de esta opinión se sirven sobre todo de este
testimonio escrito: lo que ha nacido de la carne, carne es; y lo que ha nacido del espíritu, espíritu
es63, porque Dios es Espíritu64. Aquí se habla, en efecto, de nuestra regeneración, pero no de la carne
según Adán, sino del Espíritu Santo según Cristo.
Por todo lo cual, ellos señalan que si en este texto se hace mención del Espíritu Santo al decir
que Dios es Espíritu, no se ha dicho que el Espíritu es Dios, sino que Dios es Espíritu, dando a entender
con esta palabra que se llama Dios a la misma deidad del Padre y del Hijo, que es el Espíritu Santo. A
esto se añade otro testimonio por el que el apóstol Juan dice que Dios es amor65. En efecto, tampoco
dice aquí: el amor es Dios, sino Dios es amor, para que la misma deidad sea entendida como amor.
El hecho de que en aquella enumeración de cosas conexas entre sí, cuando dice: todas las cosas son
vuestras, pero vosotros sois de Cristo y Cristo de Dios66, y: la cabeza de la mujer es el varón, y la cabeza
del varón, Cristo, pero la cabeza de Cristo es Dios 67, no se hace mención del Espíritu Santo, dicen que se
debe a que la causa de la conexión no suele ser enumerada en las cosas conexas. Por consiguiente, los
que leen con mucha atención, creen reconocer a la Trinidad en el texto donde se dice: porque de El y
por El y en El son todas las cosas 68. De El, como de aquel que no debe a nadie lo que es; por El, como por
el mediador; en El, como en aquel que contiene, esto es, que junta con unión copulativa.
V 20. Contradicen esta opinión los que creen que esa comunión, que llamamos deidad o amor o
caridad, no es una sustancia; al contrario, quieren que el Espíritu Santo les sea explicado según una
sustancia, sin entender que no hubiera podido decirse de otro modo Dios es amor si el amor no fuese
sustancia. En realidad, se guían por la condición de las cosas temporales; porque cuando dos cuerpos se
unen en cópula, de manera que estén yuxtapuestos mutuamente, la misma copulación no es el cuerpo,
puesto que, separados los cuerpos que habían estado copulados, no queda cópula alguna ni hay que
entenderla como si se hubiese ido o emigrado, como los mismos cuerpos. Que ésos limpien su corazón
cuanto puedan para poder ver que en la sustancia de Dios no se da que allí una cosa sea la sustancia,
otra lo que se añade a la sustancia sin ser sustancia; sino que todo lo que allí puede entenderse es
sustancia. Todo esto fácilmente puede decirse que es verdadero y puede ser creído; en cambio, no
pueden contemplarlo en absoluto como no vivan con pureza de corazón.
En consecuencia, tanto si esta opinión es verdadera como si la verdad es distinta, se ha de tener una fe
inquebrantable, de modo que llamemos Dios al Padre, Dios al Hijo y Dios al Espíritu Santo; y no digamos
que hay tres dioses, sino que esta Trinidad es un único Dios y que no son distintos según la naturaleza,
sino que tienen la misma sustancia; y no digamos que el Padre unas veces es el Hijo y otras el Espíritu
Santo, sino que el Padre siempre es Padre, y el Hijo siempre es Hijo, y el Espíritu Santo siempre es
Espíritu Santo. Y no afirmemos a la ligera algo sobre las cosas invisibles como sabedores, sino como
creyentes, porque no se pueden ver sino con un corazón purificado. Y el que ve estas verdades en esta
vida, parcialmente y en enigma69, como se ha dicho, no puede lograr que las vea también la persona con
quien habla si está frenada por la impureza de corazón. Bienaventurados, en cambio, los limpios de
corazón, porque ellos verán a Dios70. Esta es la fe sobre Dios Creador y Salvador nuestro.
V 21. Pero, puesto que no sólo nos ha sido exigido el amor a Dios cuando se ha dicho: amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente 71, sino también al prójimo, pues
dice: amarás a tu prójimo como a ti mismo72; si esta fe no comprende a la reunión y sociedad de los
hombres en la que actúa la caridad fraterna, es poco fructífera.

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