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Reclinado sobre el corazón de Cristo

La Biblia dice que Jesucristo “está en [el] seno” del Padre (Juan 1:18). Esta expresión se refiere
a lo cercana e íntima que es la relación entre Jesús y su Padre. Tiene su origen en la antigua
costumbre de reclinarse para comer. En los días de Jesús, los judíos se tumbaban para comer
sobre unos lechos colocados alrededor de una mesa baja. Cada comensal se reclinaba frente a
la mesa, de lado y con los pies hacia afuera, apoyando el codo izquierdo sobre un cojín. En esa
posición, su brazo derecho quedaba libre. Una obra de consulta explica: “Al reclinarse de esa
forma, la cabeza de un hombre quedaba cerca del pecho de la persona a su izquierda”. Por eso
se decía que una persona estaba “en el seno” de otra.

Estar reclinado delante del cabeza de familia o el anfitrión de una fiesta era un honor.
Quien estaba más cerca era el de más confianza. Por eso, en la última cena de Jesús con sus
discípulos, quien estuvo reclinado en su seno fue el apóstol Juan, el “discípulo a quien Jesús
amaba”. Dice la Biblia que Juan se recostó “sobre su pecho” para hacerle una pregunta (Juan
13:23-25; 21:20).

¿Qué es lo que nos dice esta escena?

Juan estaba protegiendo la vida de Jesucristo. Tenía una posición privilegiada que le
demandaba una responsabilidad, estar dispuesto a dar su vida por Jesús. En esa posición Juan
podía interponerse contra un ataque a Jesús. No era que Jesús lo necesitara, pero aquello nos
enseña acerca de la disposición a proteger con nuestra vida lo que verdaderamente amamos.

Juan estaba cerca del corazón de Jesús. Cuando usted reclina su cabeza sobre el pecho de
alguien, su oído se encuentra justo arriba del corazón de esa persona y usted puede oír los
latidos de su corazón. En el caso del cuidado de los bebés, se establece que no sólo es
recomendable que sus padres les marquen en el regazo cuando se encuentren llorando,
cuando se hallen nerviosos o cuando estén enfermos sino también en otras ocasiones. En
concreto, se considera que es necesario que nada más nacer, el niño sea colocado en el regazo
de su madre para que, al oír su corazón, pueda relajarse y sentirse protegido ante el “miedo”
que puede sentir al llegar al mundo.

Lo que muestra, sin embargo, no es una piedad meramente

sentimental o una dulzura difícil de asimilar. Nos muestra una suavidad que es

fruto de la paz. Por el hecho de estar tan arraigados y centrados en el amor, uno

puede mirar al mundo sin amargura, ira o celos; sin el sentimiento de haber

sido engañado; sin la necesidad de culpar o competir con otros.

En el Evangelio de Juan hay también una imagen eucarística. Lo que vemos

allí, una persona con el oído sobre el corazón de Jesús, es el modo en que Juan

quiere que nos veamos a nosotros mismos cuando estamos ante la Eucaristía. En

realidad, eso es la Eucaristía: un descanso físico sobre el pecho de Jesús. Es

también una imagen de cómo debemos tocar a Dios.

El discípulo amado ha recibido, de algún Padre de la Iglesia, el nombre de Epistéthios, que


significa el reclinado sobre el pecho. Si en la visión del autor del cuarto Evangelio este discípulo
es el prototipo, el modelo de los cristianos, el nombre bello y misterioso que le atribuye la
tradición está indicando la vocación, que es llamado, destino y exigencia, de todos los
discípulos de todos los tiempos: encontrar en la intimidad del Señor la comprensión y el sabor
de los misterios de la fe, la conformidad con la voluntad del Padre y el sentido de la existencia
cristiana. Esto mismo vale con mayor razón para ustedes, queridos hijos, que ahora van a ser
consagrados diáconos. Reclinados en el pecho del Señor podrán beber de su Corazón el
Evangelio y asimilar el espíritu del diaconado, que tendrá que inspirar para siempre la
participación de ustedes en el ministerio apostólico.

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