Un joven estudiante inquieto y atraído por el periodismo. Su vocación es
irreductible y en la universidad funda su primer periódico. Se declara ateo convencido y en 1980, como redactor del Chicago Tribune, se decanta por el periodismo de investigación, apareciendo como un reportero intrépido e interesado en asuntos políticos, criminales y sociales. Sus reportajes son envidiados, comienza a tener éxito y prestigio, publica libros y gana premios. Tiene mujer y una hija de corta edad. La pareja profesa el ateísmo y convienen que en la educación de sus hijos aparcarán cualquier artificiosidad religiosa. Como periodista de raza, su lema incuestionable es refutar datos y que los hechos conducen a la verdad. Hasta aquí todo cuanto sucede en el largometraje, aunque contado con aseo y con una narrativa fiable, resulta monótono y sin chispa. El acercamiento y perfil del personaje de Lee Strobel, interpretado por el actor Mike Vogel, no tiene la singularidad y atrevimiento de otros profesionales de la información tratados con indómita gentileza por el cine. En un restaurante, acompañado por su esposa Leslie (Erika Christensen), Strobel y su mujer son testigos de una situación accidental que les va a cambiar el sino de sus trayectorias personales. Su hija se introduce en la boca una bola de chicle y se atraganta. Los nervios y la angustia se apoderan de los padres. No saben qué hacer. Al instante, una comensal, se abalanza sobre la niña y sin mediar palabra le aplica la maniobra de Heimlich, expulsando la muchacha la goma de mascar y atemperando el susto de los progenitores. Leslie, al darle las gracias a la heroína, ésta le dice que en verdad ha sido Dios quién ha actuado, porque ella tenía pensado acudir a otro local y de repente sintió una llamada, algo divino, aconsejándole ir a ese garito, porque algo iba a pasar y ella debía estar allí. Este mensaje cala muy hondo en Leslie que, invitada por su nueva amiga, comienza a asistir a actos y reuniones religiosos. Se produce una radical transformación y donde antes había incredulidad y rechazo ahora empieza a forjarse una fe cristiana rocosa y entregada. Strobel advierte que su matrimonio se va al garete. Convencido del error de Leslie, y dispuesto a enmendar la repentina deriva de su mujer, a quien todavía quiere, decide, como periodista de reconocido prestigio, hacer una inmersión investigadora profunda, entrevistando a científicos, médicos, arqueólogos, psicólogos y teólogos, gente experta en la materia, para desacreditar las creencias del cristianismo y desenmascararlo. Lee Strobel está persuadido que todo es una farsa y patraña, escrita en los evangelios por charlatanes y mojigatos, acumulando retahílas de supersticiones baratas sin fundamento alguno. En resumen, que El caso de Cristo al estar sujeta al inquebrantable dogma que la inspira y, tras obviar el género de cine de periodistas en la búsqueda de la genial exclusiva, se apea de esa línea para servirse de un personaje famoso y héroe por sus investigaciones para defender una plegaria en unos tiempos políticos y sociales que parecen volver a la época de las cavernas. Su cometido parece transparente, lo tomas o lo dejas, pero sentado en la butaca esperaba impaciente atisbos de cine, inencontrable en una delirante fantasía en la que la menos confesional es la mínima presencia en un rol secundario de Faye Dunaway. Sólo falta Mel Gibson apoyando esta chaladura.