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TEMA 9

Teoría psicologicistas
La Psicología, estudia el comportamiento humano, la conducta y le interesa el comportamiento
criminal como cualquier otro comportamiento identificando los factores y variables que le refuerzan,
tanto si es un comportamiento conformista como el inconformista.

La Psiquiatría es una rama de la Medicina que se ocupa del hecho psíquico morboso, del hombre
psíquicamente enfermo. Adopta sus enunciados desde una perspectiva clínica, contemplando la
conducta delictiva como expresión de un trastorno de la personalidad, patológico.

El Psicoanálisis concibe el crimen como comportamiento funcional simbólico, expresión de


conflictos psíquicos profundos, pretéritos, de desequilibrios de la personalidad que sólo pueden
desvelarse introspectivamente, ahondando en el inconsciente del individuo.

La peligrosidad del enfermo mental debe entenderse, desde un punto de vista estadísticamente poco
significativo, ponderando el total de la población criminal.

La sociedad teme al enfermo mental por la imprevisibilidad e incomprensibilidad del


comportamiento y actitudes de todo individuo psicótico, que disminuye las posibilidades de una
efectiva prevención, por el peligro objetivo que éste representa.

La peligrosidad del enfermo mental significa un porcentaje muy reducido en el total de la población
criminal, muy inferior del que pudiera pensarse, pues la experiencia demuestra, que la mayor parte
de los infractores de la ley son sorprendentemente normales, desde un punto de vista psícologicista.

Investigaciones empíricas demuestran, que la correlación existente entre delitos atribuidos a


trastornos mentales graves por ejemplo, psicosis, demencia, etc. y la criminalidad de la población
general es poco significativa

Mientras que la criminalidad referida a disfunciones psíquicas menos graves tales como las que tiene
por ejemplo consecuencia por abuso de ciertas sustancias, trastornos de la personalidad, etc. es
mucho más significativa.

Dicho de otro modo: la relación o asociación estadísticamente constatada entre meros trastornos del
carácter, (patologías ligeras) y criminalidad, en general, parece mucho más alta, más severa, que los
cuadros de enfermedades mentales incapacitantes, las cuales explican solo un pequeño porcentaje
del total de la delincuencia.

A la Criminología interesa investigar no la incidencia de estos trastornos y alteraciones en la


imputabilidad del sujeto, o en su capacidad civil, sino la criminogénesis de los mismos, esto es, la
relevancia etiológica que puedan tener en la génesis del comportamiento delictivo.

Tal correlación debe estudiarse por grupos de delito, la funcionalidad y objetividad del trastorno o
alteración, esto es, la determinación del aspecto concreto del comportamiento o facultad afectada y
su impacto en la personalidad del individuo y la criminogénesis resultante.
De las muy diversas clasificaciones de trastornos psíquicos y enfermedades mentales, dos merecen
especial mención:

A juicio de los expertos, parece que oligofrénicos y psicópatas son los dos grupos que entran más a
menudo en conflicto con el ordenamiento penal.

Pero también ha de hacerse referencia a los trastornos orgánicos (cognoscitivos), esto es, al
«delirium» y las «demencias»; a los relacionados con el consumo y dependencia de las drogas; a la
«esquizofrenia» y otros trastornos psicóticos, en particular, a la «paranoia»; a las «psicosis maniaco-
depresivas», o «trastornos bipolares», y a las depresiones; a las «neurosis», y trastornos
somatomorfos, facticios y disociativos; a las «parafilias» y otros trastornos sexuales; a los que
afectan al control de los impulsos (la ludopatía, la cleptomanía y la piromanía); etc.

LAS OLIGOFRENIAS («RETRASO MENTAL»)


La relevancia criminológica del retraso mental, esto es, del déficit congénito o precoz del desarrollo
de la inteligencia depende de su mayor o menor gravedad. Se distingue al efecto entre un retraso
mental «leve», un retraso mental «moderado», «grave» y «profundo».

Segun su mayor o menor gravedad, normalmente los leves y moderados, sufren a menudo, de
síndromes neurológicos asociados, exhibiendo actitudes agresivas e impulsivas.

Mientras que el oligofrénico grave y profundo es fundamentalmente, víctima de ciertos delitos,


como el abandono, malos tratos, etc. no siendo un sujeto activo.

Particular interés, tanto desde un punto de vista forense como criminológico, tienen los supuestos
fronterizos al retraso mental («borderline») porque a la debilidad mental se asocian entonces otros
factores delictógenos como la agresividad, el escaso autocontrol, vida instintiva, baja tolerancia a la
frustración y alta impulsividad.

Quienes se hallan en esta zona limítrofe suelen implicarse en delitos contra las personas (homicidios
y lesiones), contra la libertad sexual (agresiones y abusos sexuales) y contra la seguridad.

En los delitos que comete con mayor frecuencia el oligofrénico, estos son de escasa cuantía y
significación, en los que, por sus limitaciones, no suelen intervenir en papeles de primera magnitud,
sino como cómplices, manipulados por los autores principales.

El oligofrénico se implica, también, en delitos contra la libertad sexual pudiendo influir cierto
componente vindicativo que concurre con tal déficit, pues ha sido con frecuencia víctima de burla,
abusos y menosprecio que hacen germinar en el mismo actitudes de hostilidad y venganza.

TRASTORNOS RELACIONADOS CON EL CONSUMO Y


DEPENDENCIA DEL ALCOHOL Y DROGAS
Alcohol. - El alcohol es un importante factor criminógeno que enriquece el fichero judicial.
Ocasiona importantes trastornos somáticos, psíquicos y sociales. Perturba las facultades de elección,
juicio y raciocinio del sujeto, y potencia la agresividad de éste. Pero el perfil de la delictogénesis del
alcohol depende de la naturaleza aguda o crónica de la intoxicación etílica.

En la intoxicación aguda, el comportamiento delictivo se explica por la exaltación de la vitalidad del


sujeto unida al descontrol psicomotor que éste sufre durante la misma. Se han descrito, como
usuales, pulsiones incendiarias, abusos sexuales, alteraciones del orden público y, desde luego,
delitos contra la seguridad del tráfico.

En la intoxicación crónica, el amplio deterioro que ésta induce, abarca todas las actividades sociales
y familiares, siendo frecuentes, entre otros, los delitos sexuales, agresiones y delitos de omisión. En
las alucinosis alcohólicas, pueden cometer delitos violentos contra supuestos enemigos, que suele
dar lugar a graves delitos contra las personas, incluidos el homicidio, etc.

Otras toxicomanías, describen trastornos muy diversos, cuya gravedad oscila entre la mera
intoxicación y el consumo perjudicial.

Desde un punto de vista criminológico, esto es, en cuanto a la delictogénesis inducida o asociada a la
droga, hay que distinguir la criminalidad instrumental que se orienta, precisamente, a la obtención y
financiación de la droga, diferenciándola de la criminalidad inducida por los efectos directos que la
droga pueda ocasionar en el sujeto.

La delincuencia instrumental abarca un heterogéneo conjunto de hechos criminales que el adicto


lleva a cabo para pagar en el mercado clandestino la droga (vg. hurtos, robos, estafas, falsificación
de recetas médicas) así como otros comportamientos degradantes que se ordenan exclusivamente a
tal fin (vg. prostitución).

La criminalidad ocasionada por los efectos directos de la droga (es decir, por los trastornos
psicóticos inducidos por ciertas sustancias, reacciones de ansiedad, delirium, estados confusionales,
estados de agresividad, etc.) suele traducirse en delitos contra la vida y la integridad, delitos contra la
libertad sexual, etc.

Criminológicamente es oportuno subrayar que el adicto realiza el mayor número de hechos


delictivos no durante el síndrome de abstinencia, sino bajo el síndrome amotivacional (que se
confunde a menudo con el anterior), esto es, en un momento o fase anterior no impregnada por el
tóxico ni dinamizada por su carencia, sino justamente en el periodo anterior dirigida a evitarla.

El síndrome amotivacional es una condición psicológica que se caracteriza por la pérdida de interés


de las situaciones sociales y la participación en actividades de todo tipo, excepto las que tengan que
ver con el consumo.

LAS PSICOSIS
Esquizofrenia
Es la enfermedad mental por excelencia y la más frecuente de las psicosis. La psicosis afecta a cada
persona de forma diferente y, además, durante las etapas iniciales no siempre es posible poner un
nombre o una etiqueta

La esquizofrenia incapacita al sujeto para valorar la realidad y para gobernar su propia conducta, ya
que implica un abanico de disfunciones cognoscitivas y emocionales que pueden afectar a la
percepción, el pensamiento inferencial, la comunicación, la organización comportamental, la
afectividad, la fluidez y productividad del pensamiento, con el inexorable deterioro de su actividad
laboral y social.

La esquizofrenia produce una transformación psicótica del individuo que le impide establecer un
juicio correcto sobre los datos de la realidad.
El esquizofrénico no contraviene estadística o significativamente la ley penal. sus crímenes, aún
cuando no representen índices llamativos, atemorizan porque son atroces, crueles. El delito, en el
esquizofrénico, siempre es un crimen «sin historia» y sin «sentido», que no se entiende ni se puede
prever, inútil, absurdo, donde su comisión, le permita liberarse experimentando un gran alivio.

El esquizofrénico delinque solo, sin cómplices, actuando como un «lobo solitario». Sus delitos más
usuales son los delitos contra la integridad (lesiones) y amenazas; le siguen, los delitos contra el
patrimonio. Los crímenes más graves contra la vida suelen ser obra, muy a menudo, de
esquizofrénicos de tipo paranoide.

El trastorno delirante o paranoia


El trastorno delirante sitúa su comienzo en torno a los cuarenta años (más tarde que la
esquizofrenia), no altera la personalidad de quien lo padece; sin embargo, es capaz de
generar patrones de desconfianza o recelos prolongados hacia las demás personas. No suele
ocasionar deterioro intelectual, y su morbilidad estimada alcanza el 0,1%. A diferencia de lo que
sucede en las esquizofrenias, el delirio del paranoide es comprensible (para el mismo), como su
comportamiento criminal, del que no puede afirmarse carezca de «historia» y «motivación». Su
afectividad, difiere de la frialdad y lejanía del esquizofrénico.

El trastorno delirante tiene particular interés criminológico, por la especial peligrosidad del
paranoico, no siempre fácil de percibir o detectar a tiempo. La temática delirante de esta psicosis da
lugar a diversos tipos o variantes, y de particular interés criminológico son:

- Delirio Erotomaníaco (suele referirse a un amor romántico idealizado),


- Delirio Grandiosidad, (tiene un talento extraordinario, poder, conocimiento, o una relación
especial con una deidad o una persona famosa),
- Delirio Persecutorio (las más frecuentes),
- Delirio Celotípico (compañer@ sexual le está siendo infiel).
- Delirio Mesiánico, (se considera el elegido de Dios, por lo que comete el crimen por el bien
de todos, gesto sublime y heroico incompatible con el arrepentimiento)

Trastornos del estado de ánimo y del humor. Trastornos


«bipolares» (psicosis «maniaco-depresiva») y Depresiones
Criminológicamente, estos trastornos tienen menor relevancia que otros.

La psicosis maníaco-depresiva es una enfermedad donde puede darse un único cuadro maníaco, o
bien depresivo, o la alternancia de éstos.

En la fase depresiva, la tristeza se corporaliza y la inhibición afecta a los movimientos, fluyendo el


pensamiento de forma lenta. En todo caso, el eje nuclear de la depresión es la tristeza vital y
profunda que afecta a todas las esferas -intra e interpersonal- del enfermo.

La fase maníaca representa la otra cara de la misma moneda y se caracteriza por la sintomatología
inversa; euforia, irritabilidad, exaltación, incremento de la actividad social, laboral, sexual, gran
fluidez del pensamiento (incluso fuga de ideas), locuacidad, sentimientos de grandeza y acusada
autoestima, disminución de la necesidad de dormir, predisposición a emprender actividades de
riesgo, actividades peligrosas e hiperactividad psicomotora.
El gran riesgo de la fase depresiva lo constituyen las conductas autolíticas y el suicidio. Junto al
suicidio puro y simple, cabe citar como delito típico de la depresión el «suicidio ampliado», que no
se debe confundir con el «doble suicidio por amor» o «pacto de muerte».

En el suicidio ampliado, el enfermo, después de matar a sus seres queridos, pone fin a su vida; les
mata por amor, para salvarles de las graves ruinas que anuncia el delirio y luego se suicida.

Trastornos de ansiedad («neurosis»), somatomorfos, facticios y


disociativos
Las neurosis son trastornos dimensionales, es decir, cuantitativos. No hay, pues, neuróticos y no
neuróticos, sino personas con alto o bajo nivel de neuroticismo.

 A diferencia de la psicosis, la neurosis no provoca una ruptura de la realidad. Se inicia durante la


infancia, al crear el niño de personalidad débil e insegura, un mundo exterior incierto y amenazante,
si bien el conflicto neurótico puede tener otra génesis (vg. reacciones a problemas reales del mundo
exterior o a factores somáticos). La angustia constituye su núcleo fundamental (excepto en las
neurosis obsesivas), a partir del cual emergen otros fenómenos psicopatológicos: irritabilidad, fobias,
inquietud, déficit de atención y concentración.

En las neurosis obsesivas, la tristeza, el sentimiento de culpa y la duda prevalecen como


sentimientos nucleares del cuadro. Las neurosis suelen exhibir una muy limitada delictogénesis.

El neurótico no entra fácilmente en conflicto con la legalidad penal ya que su propia naturaleza
insegura, angustiada e inestable conspira contra el mismo.

De hacerlo, es más autoagresivo que heteroagresivo.  Su actuar es, a menudo, compulsivo,
irresistible para aquel.

Trastornos sexuales: particular referencia a las parafilias


Las parafilias son algunos de los trastornos de mayor relevancia médico-legal y criminológica y se
constituyen por repetidas e intensas fantasías sexuales, de tipo excitatorio, de impulsos o de
comportamientos sexuales inapropiados.

La parafilia conlleva un déficit insuperable para establecer relaciones afectivas adultas y maduras
con personas del sexo opuesto y frecuentemente van acompañadas de sentimientos de culpa y
vergüenza.

De las parafilias, y por su delictogénesis, destacan:

La pedofilia (deseo intenso y recurrente de mantener relaciones sexuales con impúberes, tanto de
tipo heterosexual como homosexual).

El pedófilo comete, por lo general, delitos de abusos sexuales en niños, de pornografía infantil y de
corrupción de menores.

El sadismo, como el masoquismo, provienen de una patológica «erotización del dolor» y según las
teorías psicodinámicas se explicaría como consecuencia de una mala identificación sexual.

Estas pulsiones se asumen sin angustia ni complejo de culpa.


El sádico se ve implicado, por lo general, en delitos de agresión sexual y lesiones. También en
delitos contra la vida.

El exhibicionismo. El exhibicionista -a diferencia del neurótico- no se siente angustiado ni culpable,


y obtiene más placer cuanto mayor sea el escándalo de su conducta y peligro, que asume al
realizarla.

El voyeurismo o escoptofilia («mirón»), parafilia de menor intensidad que no constituye en sí


misma una actividad patológica.

El fetichismo es una parafilia relativamente frecuente, sobre todo en el varón, que obtienen
excitación y satisfacción sexual con determinados objetos.

La necrofilia, grave trastorno de la sexualidad, es excepcional, y aparece asociada a severas


perturbaciones psiquiátricas donde el sujeto se excita en la practica sexual con difuntos.

A modo de síntesis, cabe afirmar que los trastornos de mayor interés criminógeno se dan en el varón;
la franja de edades más conflictiva corresponde a la década de los veinte;

Trastornos en el control de los impulsos


Tienen todos ellos en común la dificultad para resistir un impulso, una motivación o una tentación de
llevar a cabo un acto perjudicial para el propio sujeto o para terceros.

Este, por lo general, experimenta una sensación de tensión o activación interior antes de realizar la
conducta, experimentando placer, gratificación o liberación en el momento de llevarla a cabo, con o
sin posterior sentimiento de culpa, arrepentimiento o autorreproche.

El trastorno explosivo intermitente se caracteriza por la aparición de episodios aislados en los que
el individuo no puede controlar los impulsos agresivos, dando lugar a violencias o daños en la
propiedad.

El grado de agresividad expresada durante el episodio es, además, desproporcionada respecto al


estímulo que lo provoca o a la intensidad del factor psicosocial estresante que lo precipita. El sujeto
experimenta los episodios agresivos como raptos o ataques en los que el comportamiento explosivo
va precedido de una sensación de tensión o activación interior, y seguido inmediatamente de una
sensación de liberación,

 El trastorno explosivo intermitente puede explicar algunos delitos contra la vida.

La cleptomanía se caracteriza por una dificultad recurrente para resistir el impulso de robar objetos
que no son necesarios para el uso personal o por su valor monetario.

No planifica el cleptómano, ni ejecuta el delito de forma cautelosa y elaborada y actúa sólo, sin
cómplices.

Experimenta una sensación creciente de placentera tensión antes del robo, seguida de bienestar,
alivio o liberación una vez ejecutado.

El cleptómano no usa lo que sustrae porque no lo necesita, ni tiene especial valor, lo devuelve
inesperadamente o acumula.
La piromanía se caracteriza por un patrón de comportamiento que lleva a provocar incendios por
puro placer, gratificación o liberación de la tensión, y exhibe una llamativa fascinación o atracción
por el fuego y su parafernalia.

Experimentan una sensación de bienestar, alivio o liberación de aquella tensión cuando contemplan
complacidos el fuego y sus efectos devastadores o participan en sus consecuencias.

El juego patológico (ludopatía) se caracteriza por un comportamiento de juego desadaptado,


recurrente y persistente, que altera la vida personal, familiar o profesional del enfermo.

En general, se constata una progresión en la frecuencia de juego, la cantidad que se arriesga, la


preocupación por el juego y las necesidades de financiación. La necesidad imperiosa de jugar
aumenta en los períodos de estrés o de depresión.

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