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Adieu Ammenotep

Mi hermanito nunca estuvo bien, mis papas lo llevaron al Seguro Social, la clínica del
pueblo no tenía especialistas, lo mandaron a la capital del estado y luego a la del país,
nunca sanó, después de amortajado una sociedad bien rara de hombres de negro con toga
y birrete nos pidió el cuerpo para buscar más a fondo, los seguí hasta el recinto de
operaciones y vi como una mujer de blanco pasaba su mano por arriba de su frente, un
tipo con una túnica blanca lo elevaba por el aire y sacaban una flor de loto del lugar donde
deberían estar su vísceras, una pareja con túnicas negras y cofias revisaban una
radiografía de su alma, mientras una salamandra se revolvía en un recipiente que también
recibía los chorros de sangre de la intervención.

Desde que nos dieron los resultados nos seguimos preguntando ¿Qué era exactamente lo
que teníamos que aprender de la lección de pasar la vida a su lado?

Siguanaba

Yo no uso perfume porque tengo en la nariz el de ella, estuve cerca y pude ver más que su
belleza de espaldas, y no tiene rostro de caballo. Tal vez usted sea igual que los demás y
no me crea porque piensa que estoy loco, pero si no morí en el barranco a donde la seguí
es gracias a que no había sido infiel antes, tampoco soy violento, si acaso algo
trasnochador. La escuché y su voz me recordó la de una novia antes de casarme, la seguí
hasta el canal, recién había pasado la tormenta y llevaba mucha agua, se detuvo antes de
cruzar y dejó que me acercara, la toqué en el hombro, abrió sus manos a la altura de las
caderas, sus manos eran iguales a las que recordaba, junté las diez yemas y otra vez esa
electricidad de pies a cabeza y la tensión en el pantalón. Me dijo algo que solo aquella
podía decirme: no tendrás a otra mejor que yo. Solté sus manos y fui a sus pechos que
seguían siendo magníficos hasta que mostró su rostro de cráneo descarnado, dejándome
con un deseo que me impide trabajar y me ha hecho inútil para proveer mi antiguo hogar.
Siniestro

Quedamos frente a frente, no paraba de ver lo fino de su nariz, lo tersa que estaba su piel,
lo claros y grande de sus ojos, sus pestañas, sus párpados cuando parpadeaban, su pelo
resaltando

su cara, su cuello delgado, sus pequeños tenis y sus jeans. Se paró antes y transbordamos
en la misma estación, la vi como caminaba con prisa como un picaflor, volvimos a quedar
en el mismo

vagón y cuando se bajó antes de mi estación la seguí para entregarle un papel que decía:
eres muy bonita como un colibrí.

Me dijo: señor, me da miedo.

Nahual

A pesar de que me dijiste que no me enamorara, que tuviera claro que éramos sólo
amigos e intimábamos, te visité otra vez en forma de gato.

Me metí en tu gato único -que solo ha recibido amor. Me aposté en tu depa, te esperé
junto a tu cama, brinqué a tu espalda mientras jadeabas.

En el camino de regreso intenté saludar a los gatos pero ninguno fue tan afectuoso y sin
miedo como el tuyo.

La bruja I

Veo a mi primo salir a la media noche con luna llena, lo sigo por si armó fiesta entre
semana, da vuelta en el hospital civil, llega a la Madero, voltea en Miguel Silva hasta la
esquina de 5 de febrero, en la periferia de la colonia Obrera, abrasa a una chava; íralo con
una morrita de la secu; se van a la fuente al centro del jardín de San José, la morra pinta
con tiza una estrella de seis picos con dos triángulos, escribe y dice los nombres del
demonio en varios idiomas y se los hacer repetir mientras se sacan unas gotas de sangre
de los dedos índice y gordo para verter en un vaso de madera con pétalos de rosas, lo
beben; par de tortolos bobos jugando a los exorcismos.

La bruja II

Me citaste a la media noche de luna llena en la plaza de San José, antes me habías metido
mucho miedo, te creí lo de la posesión, lo de Estedeo, el tipo ese, que venía de la muerte a
ver por la ventanita de tus ojos y se te metía y te cambiaba para mal el olor de la piel, que
se enojaba si se reían de él, el que me seguía como una presencia hasta la casa, el que
hacía vibrar los vidrios de las ventanas, el de los ruidos en la biblioteca, el de las llamadas
con respiración agitada. No me iba a dejar en paz decías, hasta que hiciera un rito de
sacrificio con sangre. Me bebí la mezcla de tu sangre con mi sangre, puse toda mi fe y te
creí mientras invocabas al mal por todos sus nombres. Cuando tu abuelita me contó en la
clínica que te lastimabas en medio de las piernas con el crucifijo y que tu papá te habia
dejado y tu mamá no tenía tiempo para ti, entendí todo: solo querías atención. Ahora que
te limpiaron el estómago para sacarte los somníferos del frasco y que regresaste de tu
sueño de dos dias diciendo que habías visto una luz y que dices que vas a dejar de hacer
los ritos de tu libro es buen momento para que ahí la dejemos.

Memoria de infancia I

Cuando me pongo a contarme historias tristes a mi mismo me hago el niño con síndrome
de abandono que tiene celos de sus primos que reciben mas cariño del abuelo Jesús,
porque a Jaimito, que es el menor, le agarra con cariño sus cachetitos y le peina sus
güeros ricitos; a Migue lo lleva al cine de la mano desde su casa y todos los domingos en
vez de misa tienen peli mientras que a mi solo me dice: “no sea pendejo soldado”, no
alcanzó a explicarle que eso no se quita, muere y me deja solo sin abuelo cariñoso.

Memoria de infancia II

Teníamos una pandilla, éramos los vecinos de la edad en la misma cuadra, estábamos en
la primaria entre cuarto y sexto.
Nos habíamos cambiado el nombre agregando la terminación “eitión”, como sonaba en
los comerciales el anuncio de la leche Carnation, Noneición, Cuateición, Leneición,
Janeición, y Marqueisión.

Empezamos a jugar en nuestra calle y en algún momento nos cambiamos a los juegos en
la manzana de atrás, estaba inundado por la lluvia, brincábamos los charcos, pasábamos
por el pasamanos solo para ver cuantas vueltas dábamos antes de caer en el agua,
acabamos bien mojados y enlodados, regresé a casa y no traía mi kin Kong, un juguete que
me regalaron, pensé que lo habia olvidado y cuando mi Mamá me preguntó por él,
invente que me lo habían robado, me hizo ver que no cuidaba las cosas y que decia
mentiras. Antes de irnos a los juegos lo aventé por la ventana y no lo recordaba; el King
Kong estaba dentro de la casa.

Cuando era niño contestaba lo primero que se me ocurría sin pensar y no me tomaba el
trabajo de inventar mentiras.

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