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Derechos Humanos
Interpelaciones al Poder
DIRECCIÓN
Patricia Coppola ● Lucas Crisafulli
PRÓLOGO
Alejandro W. Slokar
DIRECTORES
Patricia Coppola y Lucas Crisafulli
PRÓLOGO
Alejandro W. Slokar
E. Raúl Zaffaroni
José I. Cafferata Nores
Alberto Binder
Claudia Cesaroni
Patricia Coppola
Silvina Ramírez
Jorge Perano
Lyllan Luque
Lucas Crisafulli
Sebastián Rey
Cristián Fatauros
Pedro A. Barreix
Lucía Y. Lucero
Matilde L. Ambort
Agustina Mozzoni
Las dos historias de los derechos humanos
E. RAÚL ZAFFARONI
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Todo indica que debe haber otro relato o narración, pero no porque
el de Hegel sea del todo falso, pues si bien omite datos (los ausenta), en
general los restantes son verdaderos: acabaron con millones de indios,
esclavizaron africanos, todo lo cual es verdad, solo que los interpreta (re-
lata, narra) desde su posición de prusiano del siglo XIX. Es obvio que
debe haber otra narración más coherente de los derechos humanos, que
incorpore los datos ausentados por Hegel y relate de modo diferente los
que este menciona. Si desde el centro que colonizó nuestra región y luego
el resto del planeta se relata esta historia, no pueden faltar las narraciones
de los colonizados y, en efecto, hay narraciones que reconstruyen esa his-
toria desde Oriente y desde África y, por supuesto, también desde nuestra
región.
Esto obedece a que el historiador selecciona hechos del pasado, pero
no todos (no le interesa si a Colón lo picaron los mosquitos), sino solo
los que son significativos desde su presente y en el lugar en que relata
su historia. Desde ese ser-ahí le otorga significación (lo toma en cuenta)
y significado (lo interpreta). Y desde nuestro ser-aquí no podemos dejar
de caer en la cuenta de que la selección e interpretación (significación) de
los hechos del relato eurocéntrico, pretende narrarnos que el colonialismo
gestó la idea de los derechos humanos mientras cometía las peores viola-
ciones de esos mismos derechos.
Si este relato se repite entre nosotros, es porque el poder colonialista
nos condiciona para pensar, valorar y adquirir saberes conforme a su epis-
temología, nos limita como sujetos de conocimiento y valoración. Llama-
mos colonialidad a ese condicionamiento que nos limita el conocimiento,
como el efecto colonizador de nuestro equipo psicológico.
Pero nuestro ser-aquí es golpeado con una vivencia cotidiana dema-
siado brutal que nos expulsa del cómodo dejarnos llevar por el se dice
(on dit, das man) del relato de la colonialidad. No podemos eludir que no
solo estamos aquí, sino que somos en un continente que los europeos
llamaron América y que luego subestimaron agregándole Latina, en so-
ciedades muy estratificadas, con enorme concentración de riqueza (con
los coeficientes de Gini más altos del mundo); con selectiva distribución
de la sanidad y de la educación; donde los más ricos en melanina se
concentran en los estratos pobres, en las cárceles y en los muertos vio-
lentos; con muy marcada discriminación de género y violencia contra mu-
jeres y personas de orientación sexual no binaria; con culturas originarias
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los que no cabían los indios ni los negros y siguieron adelante cometien-
do masacres, porque esos modelos no podían funcionar sin negarlos o
eliminarlos.
Los modelos estatales del norte resultaron de la lucha de las burgue-
sías contra las noblezas, que nada tienen que ver con nuestro aquí, donde
nunca hubo monarca ni nobleza, sino élites racistas de sociedades es-
tructuradas como inmensos campos de trabajo forzado. Por eso, nuestras
luchas no son del todo clasistas, pues las clases capitalistas surgieron
en la etapa que en el norte generó el proletariado, pero que aquí no se
dio, en razón del desarrollo periférico de nuestro capitalismo. Nuestras
sociedades siguen siendo marcadamente racistas, lo que se observa en la
riqueza de melanina en los barrios precarios y las prisiones, en contraste
con las universidades, el funcionariado y los barrios residenciales de nues-
tras urbes.
Todo esto obliga a revisar la usual clasificación de los derechos hu-
manos por generaciones, según la cual los habría de primera generación
(individuales), de segunda (sociales) y de tercera, el principal de los cuales
es el derecho al desarrollo progresivo. Para nosotros, este último es el
primero, porque llevamos medio milenio de subdesarrollo colonial, hasta el
tardocolonialismo financiero actual.
Como consecuencia del subdesarrollo sufrimos un genocidio por go-
teo en acto, con los índices de muertes violentas más altos del mundo en
algunos países, con muertos por deficiencias sanitarias y atención selec-
tiva de la salud, por suicidios, por inseguridad laboral, por falta de infraes-
tructura vial, etc. Si sumásemos todos los cadáveres anuales que produce
el subdesarrollo, veríamos que no es para nada exagerado hablar de un
genocidio por goteo y a veces por canilla libre.
Pero escribiendo desde el fondo del sur, no faltará quien observe que
no todos somos indios, negros, mulatos ni mestizos, lo que es verdad.
¿Pero entonces, quiénes somos? Aunque la colonialidad dificulte asumir-
lo, la verdad es que somos el producto de muchas más subhumanizacio-
nes del colonialismo planetario.
Si ponemos a Hegel de cabeza, veremos que narra desde la superio-
ridad de la burguesía de una Europa poderosa, pero oculta que su conti-
nente, encerrado por turcos y árabes en el siglo XV, se volvió poderoso y
colonizador merced a la colonización y al esclavismo genocidas cometidos
aquí, que lo proveyeron del oro y la plata que generaron sus burguesías y
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"Porque es el propio terreno del sistema penal formal o institucionalizado
(sin descartar el informal, claro) el que pone al descubierto cuestiones
estructurales que provocan estragos, sobre todo a partir de procesos de
desigualación con motivo del repliegue del Estado social para la expansión
de su contracara, el Estado criminal, que por vía de la demagogia punitiva
derivó en un nuevo “gran encierro” que hoy nos dirige directo al abismo de
una virtual catástrofe".
Este libro reúne trece textos que analizan las agencias del sistema penal y
su tensa relación con los derechos humanos. No hay neutralidad en la
escritura. Se comprende el castigo como una manera racionalizada de
administrar el sufrimiento. Osvaldo Bayer nos enseñó que no se puede
interpelar al poder sin comprender la historia de los vencidos, y no hay más
vencidos que aquellos atrapados por el sistema penal.
A más de 70 años de que la Asamblea General de los Derechos Humanos
en Paris efectuara la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
miles de millones de personas aspiran a reconocerse en sus proclamas.