La mandamos levantar y salimos todos en dirección a la

e Dios es Cristo. Aceleré el paso e intenté quitarme de la

plaza. Todos los que estábamos a la puerta de la iglesia
cabeza el recuerdo de la carnicería en la que se había
evitábamos mirarnos y, en silencio, nos fumábamos un
convertido la ejecución. Luego ponerse a apretar como un
cigarro tras otro. Reconocí a uno de los asistentes del juez
loco, quebrándole parte del cuello y haciendo que la
y a uno de los ayudantes del alguacil, pero el resto eran
cabeza cayera sobre un lado. Cuando por fin pude
mirones que no tenían bastante con el espectáculo que en
breve tendría lugar en la plaza. Plaza que a aquellas horas
reaccionar corrí hacia allí, encontrándome con todo LITERATURA
aquello y a Juan con el rostro desencajado y la mirada
estaba ya llena de gente esperando ver como pasaban C O M U N I C A C I O N
perdida.
por el garrote a aquella mujer.
Para cuando el alguacil salió y terminó con la vida de la
El sol ya empezaba a despuntar por encima de las
mujer descerrajándole un tiro en la cabeza, la sangre se
montañas y, justo cuando iba a dar otra calada, la puerta
vertía por toda la tarima
de la iglesia se abrió de golpe. Todos tiramos nuestros
cigarros al suelo mientras Juan, seguido del capellán, el
alguacil y sus oficiales salían del recinto con paso rápido.
CRITICA
En medio de todos ellos llevaban a la mujer que,
Me pareció muy misteriosa e interesante ya
amordazada y bien sujeta, no paraba de gritar y
revolverse. Juan pasó a mi lado a toda prisa, sin que abarca muchos temas los cuales me
detenerse, y tuve que sujetarle por el brazo para obligarlo llama mucho la atención y cada adelanto que
a detenerse. iba me iba llenando de dudas y reflexiones.
-¡Nada, nada! - El resto del séquito pasó en ese momento
a nuestro lado y Juan dirigió una rápida mirada a la mujer,
que pareció reanudar sus esfuerzos contra los que la
apresaban - Se... Se ha vuelto loca, eso es todo. Llegamos
a la plaza cuando todavía estaban intentando atar a la
mujer al garrote. De la plaza se elevaba un sonoro
murmullo y multitud de niños correteaban inquietos.
Acompañé a Juan hasta dónde había dejado una botella
de orujo, un vaso y el maletín dónde guardaba al
«Compasivo», al que por fin ya estaba bien atada la pobre
desgraciada.
De golpe la plaza quedó en absoluto silencio. Sólo los que
estábamos más cerca podíamos oír el murmullo ahogado
que hacía la mujer intentando todavía gritar a través del
paño y la mordaza que le tapaban a boca. Recuerdo que
pensé que si no se daba prisa, la mujer moriría por asfixia
antes que por el garrote. Miré a Juan, que estaba inmóvil
con la vista clavada en la nuca de la mujer, y por un
momento creí que le fallarían las fuerzas.
Los obreros estaban todavía desmontando la tarima y las
gradas cuando, tras salir de la iglesia, pasé por la plaza de
camino a casa.
Pero no, el hombre se lanzó a darle vueltas a la manivela y
JHORDI WILDER RAMON AQUINO
claro, con aquel gancho que le había puesto, lo mal que lo
clavó y yendo tan rápido, era normal que se montara la de

BIOGRAFÍA DEL AUTOR
SERGIO JOSÉ MARTÍNEZ PRIMIANI
Desarraigado e inquieto son los adjetivos que
mejor me describen: Desde Venezuela hasta ahora
en Barcelona, habiendo pasado mi juventud en
Gijón y desarrollado gran parte de mi carrera
profesional en Madrid.
Con estudios de Física, Ingeniería Informática y
Sociología, y con una experiencia heterogénea que
va desde animador socio-cultural, comercial o
formador hasta director de sistemas informáticos,
mi gusto por la escritura siempre ha estado ahí
acechando, esperando su momento.
Apasionado de la lectura, el cine, los videojuegos,
los mercadillos de antiguo, el cómic y viajar sin
plan ni billete de vuelta, lo que de verdad logra
rebajarme las revoluciones es calzarme las
zapatillas y empezar a correr. no hay mucha
informacion de este autor
GENERO LITERARIO:
NOVELA
PERSONAJES:
JUAN
HIJO DEL CAMACHO
LUISÓN
EL JUEZ
EL SANTO PAPA
ALFONSO
ALGUACIL
TEMA PRINCIPAL:
El tema principal es la supervivencia, la continua
lucha contra la vida que crea situaciones más o
menos difíciles que siempre tendremos que
afrontar.
RESUMEN
Hacíamos lo mismo de siempre, hablábamos de lo mismo
de siempre... En este pueblo no hay mucho más que se
pueda hacer aparte de trabajar y venir a la taberna,
¿sabe? - Intenté mostrarme tranquilo, sin desviar la
mirada. -Desde luego, oficial - dije mientras me levantaba
de mi asiento después de que lo hiciera él - Aunque ya le
digo que a todos en el pueblo nos parece igual o más
extraño que a usted que Juan Cortázar haya desaparecido
de esta manera. Mientras hablaba, Juan levantó la mano y
miró por encima de nosotros, hacia la barra. Hablábamos
en voz baja aunque la tasca estaba vacía a excepción del
tabernero, nosotros tres y uno de los hijos del Camacho,
borracho habitual, acodado en un extremo de la barra y
perdido en sus propios problemas.
-La gente lo que quiere es ver sangre, Juan - comenté
mientras me apoyaba en el respaldo de madera del banco
- Está bien hacer el trabajo rápido y limpio, pero creo que
dejar una vuelta a medias un rato te puede dar algo más
de fama. Para ver sangre te coges un perro o un gato y te
vienes a ver como pruebo el gancho que le puse a mi
«Compasivo». El hombre de la barra pareció darse por
aludido al fin e hizo ademán de traernos más vino. Juan
Cortázar, titular del cargo de ejecutor de aquellas tierras
desde hacía ya cinco años, bajó la mano y echó una
rápida mirada a la caja negra que descansaba a sus pies
antes de continuar.
Luisón, que siempre prefería no hacerse notar mucho, hizo
una mueca que pretendía ser una sonrisa - Matar tres
buenas vacas, más si son el único sustento, es un delito,
Juan.
Juan esperó a que el tabernero hubiera llenado de nuevo
los tres vasos y diera media vuelta antes de continuar -
Que no, hombre, que no - negaba con la cabeza - Por
mucho que haya dicho el Juez, el capellán y hasta el Santo
Papa. Estupideces, con perdón del Santo Padre - se
persignó rápidamente - Puede que halla envenenado a
unas vacas y por ello merezca un castigo, pero creerse
esos cuentos de viejas sobre brujería y maldiciones... Una
mujer es lo que es y todos sabemos lo peligrosas que
pueden ser, pero también sabemos que hay que saber
educarlas y mantenerlas ocupadas para que no pierdan el
tiempo fantaseando o yendo demasiado a la iglesia. No se
les puede echar la culpa por los fallos de sus maridos o
sus hijos. La Manuela no tiene hijos que la defiendan y,
para colmo, lo único por lo que se la conoce es por sus
mejunjes.
-Y así será - Juan Cortázar se irguió en su asiento, como
queriendo hacer valer su condición de hombre hecho y
derecho frente a nosotros, polluelos recién salidos del
cascarón. Con un gesto inconsciente, volvió a comprobar
que la caja seguía en su sitio. Aquella mañana de verano
la iglesia estaba vacía a excepción de la mujer que
fregaba los suelos y ellos dos. -Me cuesta creer que un
hombre como él abandonara mujer e hijos y
desapareciera sin dejar rastro, padre.
-No sé qué decirte, Alfonso - se notaba que el capellán
creía que estaba perdiendo el tiempo conmigo, pero su
condición le obligaba a dedicar un tiempo mínimo de
cortesía a sus feligreses - Tú lo conocías bien y tampoco lo
viste venir. -Ya lo sé, padre, por eso creo que tuvo que
pasar algo. La primera vez que había escuchado aquella
historia de boca de un asistente del alguacil no me había
parecido nada especial. Pero ahora, tras la ejecución y la
desaparición de Juan, y contada por el capellán, sonaba
mucho más siniestra.
Tengo entendido que antes se había confesado con usted,
se mostraba arrepentida y tranquila... Incluso pidió que le
permitieran pasar su última noche rezando aquí en la
iglesia. -Así es - el hombre hizo un gesto de fastidio y miró
su reloj de pulsera, pero siguió hablando - Y así se quedó
hasta por la mañana.
Era una petición inusual, sí, y que en otro momento no
hubiéramos siquiera considerado, pero lo último que
queríamos era que continuaran los problemas después de
muerta, así que mandamos llamar a Juan. De todas
formas, a aquellas horas ya tenía todo listo en la plaza y
sólo le quedaba esperar a la hora fijada. Hacía rato que la
limpiadora había terminado su trabajo pero se mantenía
dando vueltas por los alrededores, limpiando una y otra
vez los mismos bancos.