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UNAM FFyL Colegio de Historia

Guerra y cultura de masas II


Armenta Reyes Itzel Donají
Ensayo 3

SOBRE EL PROGRESO

Los capítulos de Roger Osborne intitulados “Hacia el abismo. Tecnología, ideología y


apocalipsis” y “El fin de la civilización. Depresión, extremismo y genocidio”, presentan un
recorrido por la historia político-ideológica europea de los siglos XVII y XIX resuelto a
demostrar el verdadero suelo sobre el que se había gestado la carnicería provocada por la
primera guerra mundial, y con ello los sucesivos enfrentamientos. Las primeras
interpretaciones historiográficas acerca de este conflicto, habían apuntado a éste se había
producido casi espontáneamente, y en medio de un supuesto periodo de paz y armonía
internacional. Sin embargo, Osborne, invita a llevar la mirada a aspectos que pudieran
parecer irrelevantes al momento de analizar un conflicto bélico; a saber, el siempre en
aumento, avance tecnológico, y la investigación científica.

El autor señala que la segunda mitad del siglo XIX mejoró la vida de muchos europeos. La
tecnología sustentada en la ciencia facilitaba la vida y la hacía más segura y más sana, el
desarrollo de la industrialización aportó una mayor prosperidad...y los avances intelectuales
parecían prometer un futuro todavía mejor para la humanidad(íbid., pág. 445). Por ello, las
bondades de la ciencia y la tecnología, bandera y prueba del razonamiento científico,
comenzaron a aplicarse a todos los aspectos de la sociedad humana, incluso a cuestiones
como el comportamiento humano, la sexualidad, la historia, la política, el comercio, las
consciencia y la cultura(íbid., pág. 450); de esta manera se fue configurando una nueva fe, la
fe en la ciencia, la fe en el progreso, las cuales harían creer a la humanidad (occidental) que
no habría problema alguno susceptible de ser resuelto por esta vía. Estos avances en el plano
científico llevaron a cuestionar fundamentalismos previos, antes indiscutibles, como la idea
de Dios y la creación, quedando en evidencia que el mundo no se había creado en seis días,
por poner un ejemplo. Sin embargo, Osborne señala un importante paradigma, y es que las
religiones habían funcionado hasta ese momento como el camino que enseñaba a los hombres
la manera de proceder en el mundo, sobre todo en consideraciones de tipo moral. Por tanto,
no resulta difícil comprender el porqué la aparición de teorías sociales, como la del
darwinismo social, tuvieron tanto éxito; pues generalizando, éstas pueden entenderse como la
justificación de que entonces, el hombre ya no tenía porqué rendir cuentas más que a sí
mismo. Los argumentos del darwinismo social desterraban cualquier escrúpulo que pudiera
aparecer referente a la conquista de otras zonas del globo; resultaba evidente que los
europeos habían nacido para dominar, y no hacerlo significaría el fracaso de su deber
moral(íbid., pág. 464).

A lo anterior debe añadírsele el ascenso de los estados-nación y con ello la aparición de los
nacionalismos, los cuales, devinieron en la creación de identidades culturales, tan distintas
unas de otras, pero que al mismo tiempo se veían enfrentadas en la carrera del progreso.
Según el autor esto llevó a la utilización de la guerra como instrumento de liberación
nacional, otorgó a los ejércitos europeos el estatus de alma y protector de la nación; por
otra parte, la adoración a la nación se puede entender como la compensación parcial por el
deterioro de la fe cristiana(íbid., pág. 463).

Este tipo de ideas tan fecundas en las gentes de la época, encontraron eco en un sinfín de
expresiones culturales, sobre todo en el ámbito literario; llevando a la pronta consolidación de
la guerra como un elemento romántico donde el uso de un estilo pseudomedieval
transmutaba un caballo en un corcel, un soldado en un guerrero, los cadáveres en polvo y la
sangre en el dulce vino de la juventud(íbid., pág. 463). Osborne atribuye la fácil adopción de
estas representaciones (ahora convertidas en creencias) por parte de los europeos, debido al
contraste con el ritmo de vida marcado por la industrialización. Las fábricas, la monotonía de
la mecanización y el abrumador y creciente materialismo explicarían el porqué la idea de la
guerra resultaba tan atractiva y provista de aventura para aquellos hastíados de la
urbanización. Esto, a su vez, supuso un aumento en el presupuesto del gasto militar para
aquellas potencias europeas, traducido en inestigación científica avoacada a lo bélico, es
decir, construcción de armas. Pues comenzaba a propagarse la idea de que una nación en
tiempos de paz debía estar preparada para la guerra(íbid., pág. 471).

Gracias esta nueva manera de entender el mundo, es decir, a la luz de la superioridad europea
evidenciada en las bondades de la ciencia y la tecnología, fue que se llevó a cabo la
colonización de África a finales del siglo XIX, ya que las aventuras imperialistas animaban
a mucha gente en las metrópolis y reforzaban el sentido de identidad nacional(íbid., pág.
468). Sin embargo, esta tecnología sólo había sido probada en naciones de tercer mundo; por
lo que las potencias compartían la creencia de que cualquier guerra que se librara no duraría
más allá una primavera y un verano. La destrucción resultante (de la primera guerra mundial)
fue mucho peor de lo esperado, ni siquiera por los más pesimistas, quienes nunca habían
imaginado que las naciones europeas, simplemente, iban a seguir arrojando hombres,
máquinas y dinero al campo de batalla hasta que la partida quedara en unas tablas
caastróficas(íbid., pág. 475). Fue en este momento que la hegemonía europea comenzó su
declive, pues la primera guerra mundial significó que la fe en el progreso era una ilusión, ya
que este conflicto no había sido provocado por salvajes necesitados de sus dosis de
civilización, sino en resumidas cuentas por científicos y políticos deseosos de probar su nivel
de progreso. La catástrofe trajo consigo un profundo sentimiento de deorientación, ya que
una vez que el progreso perdió su estatus de guía espiritual para las naciones europeas, este
nuevo vacío ideológico dio nacimiento al antagonismo duradero entre los sistemas
capitalista y comunista(íbid., pág 478).
En un mundo donde el pasado reciente no podía proporcionar una guía para el futuro..,
cualquiera que supiera aprovechar el momento podría aportar la renovación que la política,
la cultura y la propia civiliación europea parecían necesitar(íbid., pág. 491).

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