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VIDA Y MINISTERIO DE JESUS

 Al analizar la vida de Jesús, y su ministerio, quiero decir que la Santa Escritura puede hacernos
sabios para la salvación por la fe y la obediencia a Cristo Jesús y sus mandamientos como él
exige y, además, por medio de las grandes y preciosas promesas de la palabra de Dios somos
hechos partícipes de su naturaleza.  A nosotros nos son dadas todas las cosas que pertenecen
a la vida y a la piedad por Dios, y somos hechos partícipes de su naturaleza.  A nosotros nos
son dadas todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad por el conocimiento de aquel
que nos ha llamado a la gloria y a la virtud.  Por estos hechos nos vemos impulsados a procurar
con diligencia presentarnos a Dios aprobados, obreros que no tenemos de que avergonzarnos
trazando bien la palabra de verdad.  Estudie este artículo con el corazón abierto y la mente
despierta.  
    La historia es la maestra de la humanidad.  El estudio del Nuevo Testamento estaría
incompleto si no dedicáramos, cuando menos, un capítulo a la vida y obra de aquel que causó
que la historia de la humanidad se dividiera en dos partes, que de allí nos refiriéramos a lo que
sucedió antes y a lo que sucedió después de Cristo.  También su nacimiento ha motivado que
la era actual se denomine “La Era Cristiana,” y al contar los años de su nacimiento, no sólo se
empieza con el año uno, sino que también se usan las iniciales “AD” que en latín significa “año
del Señor.”
    Su nacimiento, como hombre, no significa en ninguna manera que él haya empezado su
existencia al momento de ser concebido por el Espíritu Santo en el vientre de María.  El apóstol
Juan testifica de la siguiente manera: “En el principio era el Verbo (es decir el Verbo,
Jesucristo), y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.  Este era en el principio con Dios. 
Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan
1:1-3).  Jesús ya existía al principio de todo como creador, siendo el mismo creador, tomó
forma de hijo.
    El nacimiento de Jesús, siguiendo el orden natural, es muy significativo en las relaciones
existentes entre Dios y el hombre.  Este acontecimiento presenta un verdadero
acontecimiento de parte de Dios de identificase con el hombre.  Pablo declara que esa
iniciativa divina debe servirnos de ejemplo a nosotros diciendo: tengan ustedes la misma
manera de pensar que tuvo Cristo Jesús, “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser
igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de
siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí
mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:6-8).
    En su concepción, nacimiento y ministerio hubo elementos naturales tal como lo fue su
cuerpo físico.  María, su madre, sirvió de instrumento para traerle al mundo, y a pesar de que
el Padre Celestial pudo haberlo enviado como un adulto prefirió que el hijo se identificara
como un hombre en todo lo que concierne a su existencia terrenal.  Sin embargo, dicha
existencia en este mundo necesitaba de la intervención divina.  Jesús no era un mero hombre
ya que su misma naturaleza fue una combinación de lo humano con lo divino, Jesucristo fue la
encarnación de Dios (1 Timoteo 3:16).  Podemos mencionar elementos divinos, tales como su
anunciación, su concepción por el Espíritu Santo, y las muchas señales de su ministerio, hasta
culminar con su resurrección y ascensión, todo ello apoyado por los escritos proféticos.
    La fecha del nacimiento de Jesús ha sido objeto de muchas controversias, y no podemos más
que dar fechas aproximadas de ello.  Lo que si podemos asegurar es que Jesús nació el año uno
de nuestra época.  Según los cálculos modernos su nacimiento tuvo lugar alrededor de los
años 4 ó 5 AC.  Hay quienes se han atrevido a calcular el día exacto de su nacimiento, pero
todo parece vano, la tradición señala el 25 de diciembre, pero no existe suficiente evidencia
histórica para tal fecha.  Esto es pensar más de lo que está escrito.  
    Las Escrituras dan bastante énfasis al nacimiento virginal de Jesús, pero dicen muy poco en
cuanto a su niñez.  Quizás el evento más sobresaliente y único señalado en las Escrituras del
Nuevo Testamento es el que relata Lucas, el médico, en que Jesús a la edad de doce años es
hallado por sus padres, después de habérseles extraviado, dialogando en el templo con los
doctores de la ley (Lucas 2:46).  Allí dice, “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia
para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52).  Lucas, el médico amado, inicia su relato de la vida
de Jesús de esta manera: “Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de
las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el
principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí,
después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por
orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales
has sido instruido” (Lucas 1:1-4).  Lucas estaba al tanto de las muchas historias que se
contaban acerca de Jesús, y es por ello que, al escribir su evangelio dedicado a Teófilo, un
hombre influyente, él mismo hizo una investigación personal de los hechos para poder
distinguirlos de las leyendas, como la ya mencionada.  
    Es casi imposible hablar de la misión de Jesús sin hacer mención de Juan, conocido como el
bautizador.  Éste tenía una misión muy especial y en su nacimiento hubo elementos
sobrenaturales también.  Se cree que Juan era primo carnal de Jesús y nació unos meses antes
que éste, su misión principal fue la de preparar el camino del Señor, anunciar que el reino de
los cielos estaba cerca, y dar testimonio acerca de Jesús como el enviado de Dios.  El ministerio
de Jesús fue anunciado con su bautismo en agua, no porque Jesús necesitaba arrepentirse,
sino para cumplir con toda justicia (Mateo 3:15).  Habiendo recibido el Espíritu Santo, el Padre
mismo dio testimonio diciendo: “Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo
amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17).  
    Jesús era de unos treinta años de edad al iniciar su ministerio (Lucas 3:23).  Entre las cosas
más sorprendentes de su vida, se encuentra el hecho de que su carrera sólo duró unos tres
años y medio.  Durante el primer año de su ministerio Jesús llega a Nazaret, su pueblo de
crianza, entra a la sinagoga donde se le da el rollo del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está
sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a
sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a
poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor.  Y enrollando el libro,
lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él.  Y comenzó
a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas 4:18-21).  Luego Jesús
iba por todas partes dando esperanza a los que reconocían su necesidad espiritual, a dar
libertad a quienes eran esclavos de sus pecados y de su cuerpo; abrir los ojos de la ignorancia y
de la confusión el error y tradiciones; y a predicar que ahora venía un tiempo agradable para
todos.
    A pesar de su fama y sus enseñanzas Jesús fue un personaje mal comprendido, sus mismos
coterráneos lo consideraban simplemente como el hijo de José (Lucas 4:22).  Su franqueza fue
tal que en algunas ocasiones provocó la ira de las personas hasta el punto de querer matarlo
(Lucas 4:28-29.
    Sus primeros discípulos eran hombres de pocas letras a los cuales él convirtió en pescadores
de hombres y estos, pese a su relación constante e íntima con el maestro, también llegaron a
faltarle algunas veces con incredulidad, inconstancia, negación, traición e incomprensión. 
Quizás uno de los acontecimientos más desmoralizadores en la vida del Mesías es aquel que
relata Lucas (Lucas 24:13-25).  Aquí tenemos a dos de sus discípulos más cercanos los cuales
habían perdido toda esperanza después de la muerte de Cristo.  Notemos los versículos 21 y
25, nosotros, le dicen sus dos discípulos, teníamos la esperanza de que él fuera el que había de
libertar a la nación de Israel, pero ya hace tres días que pasó todo eso.  Tenían la esperanza, la
esperanza es el sueño de un hombre despierto.  Entonces Jesús les dijo: “¡Oh insensatos, y
tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!” (Lucas 24:25).
    Otro de los aspectos importantes de la vida y ministerio de Jesús lo tenemos representado
en la cantidad de controversias que ha causado, hubo un período de su vida que estuvo lleno
de oposición, más que todo de parte de los escribas, fariseos y demás líderes religiosos del
pueblo judío.  Estos individuos, según parece, querían impresionar a todo mundo con su
religiosidad, razón por la cual al venir Jesús y moverse entre gente pecadora e infringir muchas
de las tradiciones judías incluyendo el mandamiento de guardar el día de reposo, estos
enemigos le acusaban de haber venido para destruir y pisotear la ley y los profetas (Mateo
5:17).  Es más, Jesús aseguró que cualquiera que quisiera entrar en el reino de los cielos
debería tener una justicia superior a la de los escribas y fariseos (Mateo 5:20).  El rechazo de
Jesús de parte de los líderes religiosos, se debió a varias razones y cabe hacer notar que la
posición e influencia estaban en peligro por el desafío de Jesús.  Esos individuos eran ciegos,
guías de ciegos (Mateo 15:14), y les era imposible reconocer al verdadero Mesías.  También, su
rechazo, se debió al origen humilde de Jesús.  El Mesías, para ellos, era sinónimo de riqueza y
de poder.  Para el colmo sus discípulos eran en su mayoría personas de la clase baja.  El
rechazo de Jesús fue reforzado cuando él se opuso a las tradiciones y enseñanzas ya
establecidas acusándoles de enseñar mandamientos de hombres, como si fueran de Dios
(Mateo 15:1-19).
    Quizás al pensar de Jesús como una persona que cambió el curso de la historia, nos lo
imaginamos como alguien que estaba entre la gente todo el tiempo pasando por alto sus
retiros para alejarse del ambiente en que vivía.  Él vio la necesidad de retirarse por varias
razones: Él sabía los intereses materiales de la gente que eran convertirle en un líder político. 
Una gran mayoría de los judíos inclusive sus mismos apóstoles abrigaban tales esperanzas.  La
oposición y la presión de los judíos se convirtió muchas veces en un hecho intolerable.  Jesús
necesitaba restaurar sus energías físicas y mentales.  Jesús y sus discípulos necesitaban
alejarse de las multitudes para que él pudiera prepararlos e instruirles en su misión.
    Otros pensaban muchas cosas de él.  Jesús hace la pregunta, “¿Quién dicen los hombres que
es el Hijo del Hombre?   Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o
alguno de los profetas” (Mateo 16:13-14).  Este es un pasaje muy interesante.  Ya que todas las
identificaciones de Jesús, mencionadas aquí, lo colocan como otro profeta, pero ninguno como
el Mesías.  La primera de las identificaciones de Jesús es como Juan el Bautista.  Este iría de
acuerdo a la idea de Herodes Antipas en Mateo 14:2, el cual supuso que Jesús era el mismo
Juan, a quien él mandó decapitar, ya resucitado de entre los muertos.  La segunda idea, la de
Jesús como Elías.  Lo convierte a él en uno que vendría antes que el Mesías verdadero.  El cuál
iba a preparar el camino de éxito (Malaquías 4:5; Mateo 11:10-14).  Finalmente, Jesús era
considerado como cualquiera de los profetas, dicho título el de profeta fue aceptado por él
mismo (Mateo 13:57; 21:11, 46)
    Por lo que presentan los evangelistas, se puede deducir que Jesús prefería que la gente
pensara de él como lo hacía y no que lo identificaran como el hijo de Dios viviente (Mateo
16:16-20; Lucas 16:20-31).  Probablemente porque al declarar esto causaría una reacción más
violenta entre la gente.  Las maneras en que Jesús se identifica ante la gente más bien
manifestaban su humildad.  Ya que, al aceptar ser un profeta, se ponía en plano inferior al de
Mesías, generalmente hablaba de sí mismo como el Hijo del Hombre (Mateo 16:13).
    La vida y obra de Jesús en esta tierra, al pensar de su muerte, pensamos de él como alguien
que anhelaba morir por todos, pero si tomamos en cuenta las experiencias negativas con sus
discípulos, la traición, rechazo, etc.  Comprenderemos mejor por qué él suplicaba al Padre si es
posible pasa de mi esta copa.  Su Carácter como hombre es puesto a prueba y el no haber
cedido ante tal tentación es la mejor garantía para el cristiano de todas las épocas.
    La noche que iba a ser entregado se sentó con sus discípulos para enseñarles cómo ellos
continuarían el mismo mandamiento y ejemplo del Maestro Divino.  Debemos seguir las
instrucciones bíblicas que dio Jesús acerca de la copa.  Ya que él y sus discípulos utilizaron una
copa en la cena y su iglesia continuó haciendo lo mismo hasta hoy.  Mateo como cobrador de
impuestos era, quizás, no muy letrado como Pablo y Lucas.  Él dice: “tomó Jesús el pan, y
bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo.  Y tomando
la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos” (Mateo 26:26-27). 
Tenemos que notar que el verbo que usa Mateo es plural “bebed.” Todos debemos beber de la
misma copa como lo hicieron ellos y la iglesia (Hechos 2:46-47).  Pero Marcos pone en
seguridad y claridad y dice: “Y mientras comían, Jesús tomó pan y bendijo, y lo partió y les dio,
diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo.  Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio; y
bebieron de ella todos” (Marcos 14:22-23).  Ahora usó el mismo término que Mateo, el verbo
“bebieron” todos de la misma copa.  Copa es singular y unas copas es plural, muchas, pero
Jesús usó el término singular refiriéndose a una sola copa, así como él es uno, como el
bautismo es uno, la fe es una, “un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual
es sobre todos, y por todos, y en todos” (Efesios 4:5-6).  Pero Lucas, el médico amado, este
gran hermano descubridor fue un gran investigador de los sucesos ocurridos en esa época.  Lo
que le hace respetable y de gran credibilidad, esto lo comprueba (Lucas 1:1-4).  Lucas nos dice:
“Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros”
(Lucas 22:17).  Lucas como un médico y un gran descubridor usa otro lenguaje diferente que
Marcos y que Mateo.  Al ser una persona más estudiada y que le gustaba descubrir, usa este
lenguaje como profesional que es, “tomad” es plural, y “repartidlo” es imperativo.  Es decir
que cada congregación debe tener una copa en la cena y que cada miembro debe beber de la
copa como ellos lo hicieron que cada uno tomó la copa en la mano.  Lucas usa una expresión
más clara y convincente, pero en realidad es lo mismo; “tomad,” “repartidlo,” es lo mismo. 
Pero recuerde las palabras del apóstol Pedro cuando acepta que hay pasajes difíciles de
entender, que los indoctos e inconstantes tuercen para perdición de sí mismos.
    El apóstol Pablo, un gran hermano inteligente, educado bajo el cuidado de Gamaliel, un gran
sabio.  Pablo nos dice (1 Corintios 11:23-28) que él había recibido un mandamiento directo del
Señor en cuanto a la cena y no cambió nada, sino que siguió todas las instrucciones del
Maestro con toda exactitud, sin cambiar nada.  Él enseñó todo lo que había recibido del
Maestro Divino.  Ojalá que continuemos haciendo lo que dice la Escritura, sin cambiar nada
para que en el juicio final no nos rechacen (Juan 12:48; Oseas 9:17).  
    Ahora en su vida de ministerio Jesús dice: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no
andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).  Jesús dijo yo soy el buen
pastor, el buen pastor su vida da por las ovejas.  Por ese motivo hubo disensión entre los
judíos, muchos de ellos decían: demonio tiene y está fuera de sí.  ¿Para qué oír?   Otros decían:
estas palabras no son de endemoniado.  ¿Puede acaso el demonio abrir los ojos a los ciegos?  
Jesús es el buen pastor que guía a quienes desean obedecer sus mandamientos.  “Jehová es mi
pastor; nada me faltará.  En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de
reposo me pastoreará.  Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su
nombre.  Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú
estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.  Aderezas mesa delante de mí en
presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. 
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de
Jehová moraré por largos días” (Salmos 23).  Jesús dice: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las
conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará
de mi mano” (Juan 10:27-28).  La prueba de esto se halla en la persona de Lázaro, de quien se
creía que la muerte lo había arrebatado.  Jesús prueba que él es en verdad la resurrección y la
vida al volver a Lázaro a la vida (Juan 11:38-44).  
    Muchos de los gobernantes creyeron en Jesús, pero no lo confesaban por miedo de ser
echados de la sinagoga, a ellos les agradaba más recibir la gloria de los hombres que la gloria
de Dios.  Jesús les hace un llamamiento, yo he venido al mundo para que todo aquel que cree
en mi no permanezca en tinieblas.  Nicodemo reconocía que el ministerio de Jesús era
aprobado por Dios, los milagros de Jesús despertaron en él un profundo interés en la persona
del Señor; Jesucristo pone a un lado esa fe tibia y le dice a Nicodemo, que es menester nacer
de nuevo, ese nuevo principio lo expresa así: os es necesario nacer otra vez.  La fe en Jesucristo
es la clave para ese nuevo nacimiento.  No es cosa que se compra o que se merece, es la
obediencia a sus mandamientos.  
    Jesús en su ministerio tiene un encuentro con la mujer samaritana.  A esta mujer le ofreció el
agua viva que salta para vida eterna.  Le enseñó que la verdadera adoración es de carácter
espiritual de verdad.  Le reveló que él era el Mesías cosa que no había dicho a nadie todavía. 
Mesías significa Cristo enviado, el ungido y es el nombre dado por los antiguos profetas a
quien Dios había de mandar al mundo.  Jesús mismo hace sus afirmaciones acerca de si mismo:
“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).  Hace
miles de años que el profeta Isaías dijo: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada
cual se apartó por su camino” (Isaías 53:6).  
    La hora de la partida de Jesús de este mundo estaba próxima.  Él sabía que sus discípulos
estarían tristes, pero no por largo tiempo.  “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador,
para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16).  La hora más negra de la historia del
mundo desde el día en que el pecado entró por primera vez en la raza humana, es cuando el
hijo de Dios fue rechazado por aquellos que debían haberle amado y honrado, en el mundo
estaba y “el mundo por él fue hecho; pero el mundo no lo conoció.  A los suyos vino, y los
suyos no le recibieron” (Juan 1:10-11).  Fue abandonado por sus amigos, fue entregado a
manos de sus enemigos y sometido a la muerte con que los romanos castigaban a los peores
criminales.  Él que vino de lo más alto tuvo ahora que inclinarse a lo más bajo.  Sometiéndose a
la vergonzosa muerte de la cruz.  Parecía ésta una derrota y, sin embargo, con tal propósito
vino al mundo.  El Señor Jesucristo había dicho, “más para esto he llegado a esta hora” (Juan
12:27).  “Pongo mi vida por las ovejas: Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo”
(Juan 10:15-18).  Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo
del Hombre sea levantado “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida
eterna” (Juan 3:16).
    Conclusión: Por celos los hombres del sanedrín crucificaron a Cristo.  Ellos conspiraron
contra él, pero Dios lo tomó a bien porque Cristo, colgado en la cruz, pagó el precio de la
salvación para todos los que obedecen.  Lo que él exige es que no debemos ser rebeldes a sus
mandamientos, ni quitarles ni añadirles (Apocalipsis 22:18-19).  No pensemos más de lo que
está escrito, para que no nos rechacen (1 Corintios 4:6; Oseas 9:17; Juan 12:48).  El apóstol
Pedro escribiendo sobre esto, varios años más tarde, dijo que Jesús “llevó él mismo nuestros
pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados,
vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24).  “Porque también
Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1
Pedro 3:18).  Él murió por los pecados del mundo y, también, murió por los pecados de usted. 
Jesucristo, su muerte, crucifixión y resurrección se convierten en el centro alrededor del cual
gira nuestra fe en Jesús, el Cristo.  Sin embargo, para los discípulos del Señor la muerte y
sepultura de éste ha de haber motivado muchas burlas.  Ya que el reino del cual éste siempre
habló, jamás fue contemplado por quienes esperaban un reino de carácter terrenal.  La
resurrección de Jesucristo, no obstante, sirve para dar el golpe final a sus adversarios, con ella
Jesús demuestra su deidad, ya que fue Dios quien le levantó de los muertos.  Es de esta forma
como la redención de la humanidad se completa.  “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?  
¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:55).  Su resurrección nos provee también la
esperanza de ser resucitados con él y nos demuestra que si el hombre muere vivirá otra vez
(Job 14:14).  Finalmente, la resurrección de Cristo nos enseña que aún después de resucitado
nosotros podemos ser identificados, así como él lo fue con sus discípulos.  Nos identificamos
con los demás, nos identificamos con él y somos unidos a Cristo con una muerte como la suya
y también nos uniremos a él en su resurrección (Romanos 6:5).  Jesucristo es el Salvador del
mundo, el Hijo de Dios, el sublime y poderoso Rey.
    Muchos son los parlamentos que se han reunido, muchos son los reyes que han reinado,
muchos son los científicos que han negado la existencia de Dios, muchos son los evolucionistas
que niegan la creación del ser humano, muchos son los filósofos que se jactan de sus propias
opiniones, puesto que todos juntos no han afectado la vida del hombre en la tierra como la
afectó nuestro Señor y salvador Jesucristo, el Hijo de Dios.  Jesús dijo yo soy el pan de vida, el
que a mi viene nunca tendrá hambre.  ¡Pan!  Eso es lo que necesitamos.  El pan sustenta la
vida, el que no toma su sangre y no come su carne no tendrá vida (Juan 6:53).  Pero para tener
vida hay que hacerlo con un pan y una copa de lo contrario si no se hace así, vano es entonces
nuestro sacrificio; hay que hacerlo de la manera digna (1 Corintios 11:23-27).  El que no come
mi pan no tiene vida.  Tan pronto como dijo eso, se presentaron diferentes opiniones, dura es
esta palabra, como hoy lo dicen los religiosos, ¿quién la puede oír?; otros son bueno.  Pero
expresando el pensamiento de los discípulos dijo: “Hemos creído y conocemos que tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios viviente” (Juan 6:69).  ¿Quién tenía la razón?   Jesús mismo afirma: mi
doctrina no es mía, sino de aquel que me envió, el que quiera hacer la voluntad de Dios
conocerá si la doctrina es de Dios o si hablo por mi propia cuenta.  La experiencia convence,
¿Cree usted que ésta es una prueba justa?
    Miles y miles de hombres y mujeres han aceptado la invitación y obediencia de Cristo y han
aceptado que él puede cambiar sus vidas, el falso se ha transformado en hombre honrado; el
borracho se ha vuelto sobrio; el fornicario se ha hecho puro; el ladrón se ha vuelto honrado y
el intratable se ha vuelto amable y tierno; el egoísta, generoso; el orgulloso, humilde; el justo a
sus propios ojos, arrepentido; todo esto ha tenido lugar en la vida de millones de hombres y
mujeres por la verdad de Jesucristo.  Amado hermano y lector, debemos ser obedientes a los
mandamientos del Señor Jesús para que nos presentemos ante el glorioso juez supremo, el
sublime, el glorioso Salvador Jesucristo, el Hijo de Dios. Ω

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