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Códigos de Justicia
CJAMICH - Código de Justicia Administrativa del Estado de Michoacán de
Ocampo
CJAQR - Código de Justicia Administrativa del Estado de Quintana Roo
Códigos de Procedimientos
CFPC - Código Federal de Procedimientos Civiles
CPAMEX - Código de Procedimientos Administrativos del Estado de México
CPJAGTO - Código de Procedimiento y Justicia Administrativa para el Estado y
los Municipios de Guanajuato
CPAVER - Código de Procedimientos Administrativos para el Estado de
Veracruz de Ignacio de la Llave
CPCACAMP - Código de Procedimientos Contencioso-Administrativos del Estado
de Campeche
CPJAGRO - Código de Procedimientos de Justicia Administrativa del Estado de
Guerrero
CPASLP - Código Procesal Administrativo para el Estado de San Luis Potosí
Códigos Fiscales-Financiero
CFF38 - Código Fiscal de la Federación de 1938
CFF66 - Código Fiscal de la Federación de 1966
CFF81 - Código Fiscal de la Federación de 1981
CFF - Código Fiscal de la Federación de 2020
CFHGO - Código Fiscal del Estado de Hidalgo
CFJAL - Código Fiscal del Estado de Jalisco
CFMHGO - Código Fiscal Municipal para el Estado de Hidalgo
CFTLAX - Código Financiero para el Estado de Tlaxcala y sus Municipios
Constituciones
CPCDMX - Constitución Política de la Ciudad de México
CPEUM - Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos
CPAGS - Constitución Política del Estado de Aguascalientes
CPBCS - Constitución Política del Estado de Baja California Sur
CPCAMP - Constitución Política del Estado de Campeche
CPCHIS - Constitución Política del Estado de Chiapas
CPCOAH - Constitución Política del Estado de Coahuila de Zaragoza
CPDGO - Constitución Política del Estado de Durango
CPHGO - Constitución Política del Estado de Hidalgo
CPJAL - Constitución Política del Estado de Jalisco
CPQRO - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Querétaro
CPSIN - Constitución Política del Estado de Sinaloa
CPSON - Constitución Política del Estado de Sonora
CPTAMS - Constitución Política del Estado de Tamaulipas
CPVER - Constitución Política del Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave
CPBC - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Baja
California
CPCHIH - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Chihuahua
CPCOL - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Colima
CPGRO - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Guerrero
CPGTO - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Guanajuato
CPMEX - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de México
CPMICH - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Michoacán
de Ocampo
CPMOR - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Morelos
CPNAY - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Nayarit
CPNL - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Nuevo León
CPOAX - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Oaxaca
CPPUE - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Puebla
CPQR - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Quintana Roo
CPSLP - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de San Luis
Potosí
CPTAB - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Tabasco
CPTLAX - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Tlaxcala
CPYUC - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Yucatán
CPZAC - Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Zacatecas
Entes Públicos
CONAGUA - Comisión Nacional del Agua
PJF - Poder Judicial de la Federación
SE - Secretaría de Economía
SHCP - Secretaría de Hacienda y Crédito Público
SAT - Servicio de Administración Tributaria
SCJN - Suprema Corte de Justicia de la Nación
TFJA - Tribunal Federal de Justicia Administrativa
TFJFA - Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administrativa
TFF - Tribunal Fiscal de la Federación
Impuestos
IVA - Impuesto al Valor Agregado
IETU - Impuesto Empresarial a Tasa Única
ISR - Impuesto Sobre la Renta
Leyes de Procedimiento
LJPANAY - Ley de Justicia y Procedimientos Administrativos del Estado de
Nayarit
LCAYUC - Ley de lo Contencioso Administrativo del Estado de Yucatán
LPCAPUE - Ley de Procedimiento Contencioso Administrativo del Estado de
Puebla
LPCAQRO - Ley de Procedimiento Contencioso Administrativo del Estado de
Querétaro
LPCABCS - Ley de Procedimiento Contencioso Administrativo para el Estado
de Baja California Sur
LPJAOAX - Ley de Procedimiento y Justicia Administrativa para el Estado de
Oaxaca
LPACHIS - Ley de Procedimientos Administrativos para el Estado de Chiapas
LPCATAMS - Ley del Procedimiento Contencioso Administrativo del Estado de
Tamaulipas
LPCAAGS - Ley del Procedimiento Contencioso Administrativo para el Estado
de Aguascalientes
LPCACOAH - Ley del Procedimiento Contencioso Administrativo para el Estado
de Coahuila de Zaragoza
LTJAHGO - Ley del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de Hidalgo
LTJABC - Ley del Tribunal Estatal de Justicia Administrativa del Estado de
Baja California
Leyes Federales
LA - Ley Aduanera
LCE - Ley de Comercio Exterior
LCPAF - Ley de Caminos, Puentes y Autotransportes Federal
LIF2007 - Ley de Ingresos de la Federación del ejercicio 2007
LJF - Ley de Justicia Fiscal
LFPA - Ley Federal de Procedimiento Administrativo
LFPCA - Ley Federal de Procedimiento Contencioso Administrativo
LFRPE - Ley Federal de Responsabilidad Patrimonial del Estado
LACATL - Ley para el Arreglo de lo Contencioso Administrativo de Teodosio
Lares
Leyes Orgánicas
LODDF - Ley Orgánica del Departamento del Distrito Federal
LOTFF - Ley Orgánica del Tribunal Fiscal de la Federación
LOTFJA - Ley Orgánica del Tribunal Federal de Justicia Administrativa
LOTFJFA - Ley Orgánica del Tribunal Federal de Justicia Fiscal y
Administrativa
LOTJAVER - Ley Numero 367 Orgánica del Tribunal Estatal de Justicia
Administrativa del Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave
LOPJAGS - Ley Orgánica del Poder Judicial del Estado de Aguascalientes
LOPJHGO - Ley Orgánica del Poder Judicial del Estado de Hidalgo
LOPJTLAX - Ley Orgánica del Poder Judicial del Estado de Tlaxcala
LOTJACHIH - Ley Orgánica del Tribunal Estatal de Justicia Administrativa de
Chihuahua
LOTJASLP - Ley Orgánica del Tribunal Estatal de Justicia Administrativa de San
Luis Potosí
LOTJACDMX - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa de la Ciudad
de México
LOTJACOAH - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa de Coahuila
de Zaragoza
LOTJABCS - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Baja California Sur
LOTJACAMP - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Campeche
LOTJACHIS - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Chiapas
LOTJADGO - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Durango
LOTJAGTO - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Guanajuato
LOTJAGRO - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Guerrero
LOTJAJAL - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Jalisco
LOTJAMEX - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
México
LOTJAMOR - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Morelos
LOTJAOAX - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Oaxaca
LOTJAPUE - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Puebla
LOTJAQRO - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Querétaro
LOTJAQR - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Quintana Roo
LOTJASIN - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Sinaloa
LOTJATAMS - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Tamaulipas
LOTJAYUC - Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Yucatán
Otros conceptos
BOE - Boletín Oficial del Estado
DO - Diario Oficial
DOF - Diario Oficial de la Federación
GG - Gaceta del Gobierno
GO - Gaceta Oficial
GOE - Gaceta Oficial del Estado
PIB - Producto Interno Bruto
POE - Periódico Oficial del Estado
PTU - Participación de los trabajadores en las utilidades
Reglamentos Interiores
RLACATL - Reglamento de la Ley expedida el 25 de mayo de 1853 sobre lo
Contencioso Administrativo
RITJACOAH - Reglamento Interior del Tribunal de Justicia Administrativa de
Coahuila de Zaragoza
RITJACDMX - Reglamento Interior del Tribunal de Justicia Administrativa de la
Ciudad de México
RITJANAY - Reglamento Interior del Tribunal de Justicia Administrativa de
Nayarit
RITFJA Reglamento Interior del Tribunal Federal de Justicia Administrativa
Actualmente, el juicio de lesividad, como una especie del juicio contencioso administrativo
federal, es una figura procesal poco conocida y discutida en el foro nacional, además de que
no ha sido explorada en profundidad por la doctrina tanto en México como en el extranjero.
Pocos son los autores que han abordado su estudio, 1 y estos solo lo han hecho de
manera tangencial, como parte del análisis que realizan al juicio contencioso administrativo
federal. Otros autores, de plano, son omisos en el tema.
Tal vez esa falta de interés se deba a la poca relevancia que se le da, en la medida en que
el juicio de lesividad –en la práctica– es poco instado por las
autoridades administrativas, 2 ya que se concibe como un proceso sui géneris al que se
acude de manera excepcional cuando se advierte una notoria ilegalidad de un acto
administrativo favorable al particular y que aparentemente solo “implica” un cambio de roles
de las partes en el proceso jurisdiccional.
El juicio de lesividad se instituye en nuestro sistema jurídico como una vía jurisdiccional a la
que pueden acceder las autoridades de la Administración Pública para efecto de que se
nulifiquen sus propios actos administrativos que incurren en algún vicio o ilegalidad, con el fin
de evitar que se produzca o se continúe ocasionando una lesión grave al orden público o al
interés social.
Lo anterior tiene como presupuesto que tales actos administrativos provocan o han
originado efectos favorables para los gobernados, de modo que –por protección a su
seguridad jurídica– se exige que la determinación sobre esa nulidad no corresponda a la
propia autoridad emisora del acto administrativo, sino que sea por medio de un órgano
jurisdiccional independiente e imparcial, función que en nuestro país corresponde en materia
federal al Tribunal Federal de Justicia Administrativa y en las entidades federativas a los
Tribunales de Justicia Administrativa locales.
Es importante destacar que el sistema de impartición de justicia, en especial en materia de
justicia administrativa, se encuentra evolucionando constantemente como resultado de
múltiples reformas que se han implementado, sobre todo en la última década, por lo que se
refiere al marco jurídico que rige al juicio contencioso administrativo federal, específicamente
a la Ley Federal de Procedimiento Contencioso Administrativo, a la Ley Orgánica del Tribunal
Federal de Justicia Administrativa y al Reglamento Interior del Tribunal Federal de Justicia
Administrativa.
Tal evolución ha tenido como objetivo fundamental lograr mejores resultados en la
impartición de justicia administrativa, para materializar la finalidad del artículo 17
constitucional, que se traduce en el derecho humano de toda persona a que se le imparta
justicia de manera pronta, completa e imparcial.
Las reformas del 10 de diciembre de 2010, 13 de junio de 2016 y 27 de enero de 2017 a la
Ley Federal de Procedimiento Contencioso Administrativo y del 3 de junio de 2011 a la Ley
Orgánica del entonces Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administrativa, han buscado
implementar nuevos mecanismos y herramientas en favor de la impartición de justicia, así
como otorgar una mayor y mejor protección de los derechos humanos de los gobernados. 3
Esas modificaciones y adiciones a las leyes antes comentadas han empezado a mostrar ya
sus ventajas y beneficios en favor de los gobernados, sobre todo en la reducción del tiempo
necesario para la substanciación y resolución de los juicios contenciosos administrativos del
ámbito federal; 4 sin embargo, no puede soslayarse que tales medidas no han sido suficientes
para que la justicia administrativa se encuentre exenta de las críticas generales que se hacen
al sistema de administración de justicia en México.
De ahí que para el Estado mexicano debe ser prioridad hacer un análisis profundo, serio y
responsable –no solo de las instituciones encargadas de impartir justicia en nuestro país, sino
también del marco jurídico que las rige y de las normas procesales para la resolución de los
casos que son de su conocimiento–, tomando en cuenta la experiencia adquirida por los
propios juzgadores, así como la opinión tanto de litigantes como de autoridades
administrativas, pues todos ellos son quienes viven a diario el funcionamiento del sistema de
impartición de justicia.
Ese análisis debe tener como finalidad determinar si el marco jurídico vigente es realmente
eficaz para lograr una verdadera justicia y, de no ser así, que se propongan modificaciones al
mismo, en aras de lograr tal objetivo, evitando que lagunas legales o antinomias de la ley se
conviertan en obstáculos de acceso a la justicia, tanto para los justiciables como para las
autoridades.
Con miras a coadyuvar en esa importante tarea y con base en mi experiencia como
abogado, como servidor público en el ámbito tributario y posteriormente como magistrado del
Tribunal Federal de Justicia Administrativa, función que he ejercido por más de 14 años,
advertí la necesidad de hacer una investigación sobre el juicio de lesividad por la importancia
que tiene, ya que con el mismo se busca determinar la ilegalidad de un acto administrativo
favorable a un particular para que deje de surtir sus efectos jurídicos lesivos, lo que –de
acreditarse en el proceso– implicaría que se evite un grave perjuicio al orden público o al
interés social.
Incluso, es factible que ese acto favorable ilegal sea producto de actos de corrupción, tanto
por parte de los servidores públicos que intervinieron en su emisión como de los particulares
beneficiados con el mismo. Así que el juicio de lesividad, con un marco jurídico especial e
idóneo, podría constituir una eficaz herramienta en el combate a la corrupción en el país, con
el objetivo de lograr erradicar este mal que aqueja a nuestra sociedad.
De ahí que el objetivo de mi análisis consiste en verificar si el marco jurídico vigente que
rige la substanciación y resolución del juicio de lesividad es compatible con su propia
naturaleza y propósito, a la vez que respete los principios jurídicos de legalidad y de
seguridad jurídica para todos los involucrados en el juicio.
La hipótesis principal es que el marco jurídico que rige actualmente al juicio de lesividad es
insuficiente y en algunas de sus reglas, incluso, es inconsistente con su propia naturaleza y
propósito, lo que vulnera –para las partes– los principios de legalidad y de seguridad jurídica
que se ven involucrados en el juicio.
Esta postura se sustenta en las diversas lagunas, inconsistencias y antinomias legales que
se desprenden de la aplicación del marco jurídico vigente al caso concreto, lo que se advierte
del análisis de los casos prácticos que se han presentado, en un periodo de 15 años, en el
Tribunal Federal de Justicia Administrativa, al momento de resolver los juicios de lesividad de
su competencia.
Para concluir lo anterior acudí al método analítico, comparativo, inductivo y deductivo, con
la finalidad de analizar las referidas lagunas, inconsistencias y antinomias del marco jurídico,
que permiten someter a comprobación tanto la hipótesis principal –antes referida– como las
hipótesis secundarias respectivas.
Esta obra la he dividido en cinco capítulos, los tres primeros a fin de dar un marco histórico,
conceptual y normativo respecto de la evolución, naturaleza y principios del juicio de lesividad
en México, lo que en los otros dos apartados me sirvió para analizar el marco jurídico que hoy
rige al juicio de lesividad en nuestro país, demostrando las inconsistencias e insuficiencias, y
posteriormente proponer una solución a las mismas.
Así, en el capítulo I se estudia el concepto y naturaleza del juicio de lesividad. También se
expone un breve análisis de la evolución histórica que ha tenido este medio legal en México y
del Tribunal Federal de Justicia Administrativa como órgano substanciador del mismo en el
ámbito federal.
Lo anterior, a partir de la Ley de Justicia Fiscal de 1936, con la que se instituyó al otrora
Tribunal Fiscal de la Federación y se implementó el juicio contencioso administrativo vigente,
incluyendo al juicio de lesividad a partir de la expedición de la Ley Federal de Procedimiento
Contencioso Administrativo de 2005 y la Ley Orgánica del Tribunal Federal de Justicia
Administrativa de 2016.
En el capítulo II se exponen y analizan las teorías sobre la extinción o modificación del acto
administrativo, que resultan aplicables tanto en sede administrativa como en la jurisdiccional;
lo anterior, con la intención de determinar el marco teórico adecuado para el estudio del juicio
de lesividad y que en los capítulos subsecuentes permitió hacer un análisis de las normas
jurídicas que lo rigen y que, en su caso, pudieran sustentar la creación de normas jurídicas ad
hoc o especiales.
Para poder identificar cómo está regulado en nuestro país el juicio de lesividad, en el
capítulo III se analizan los distintos ordenamientos jurídicos que lo regulan en cada una de las
entidades federativas en México, señalando algunas de sus características, semejanzas y
diferencias, así como sus omisiones y antinomias más relevantes para la substanciación y
resolución de los juicios de lesividad en el ámbito local.
Lo anterior me permitió detectar diversos aspectos relevantes, tales como las causas de
procedencia, la legitimación para promover el juicio, las causas de anulación y la
retroactividad de los efectos de las sentencias, entre otros, mismos que se analizan en el
capítulo IV y que son incorporados en la propuesta que efectúo en el capítulo V.
Con los elementos de los capítulos I, II y III, en el IV determiné las insuficiencias e
inconsistencias del marco jurídico vigente, las cuales se presentan en la práctica jurisdiccional
al momento de substanciar y resolver los juicios de lesividad. Para tal efecto sometí al marco
jurídico que se aplica al juicio de lesividad a un análisis sistemático de las diversas
disposiciones de la Ley Federal de Procedimiento Contencioso Administrativo y de la Ley
Orgánica del Tribunal Federal de Justicia Administrativa, así como a los principios y reglas
que rigen al juicio contencioso administrativo federal.
Para ese fin analice diversas sentencias que resolvieron juicios de lesividad federales
emitidas de enero de 2004 a diciembre de 2019, mediante consulta realizada a las versiones
públicas de tales resoluciones, así como a precedentes y jurisprudencias publicadas por el
Tribunal Federal de Justicia Administrativa. 5
De igual manera, analizo los criterios contenidos en diversas ejecutorias, tesis aisladas y
jurisprudencias del Poder Judicial de la Federación.
El objetivo fue detectar las antinomias y lagunas legales del marco jurídico que rige al juicio
de lesividad y que generan problemas prácticos con motivo de su aplicación, específicamente
al momento de aplicar las reglas procesales del juicio contencioso administrativo; lo anterior,
para plantear una propuesta de solución a esa problemática.
Finalmente, en el capítulo V presento una propuesta de reformas al marco jurídico aplicable
al juicio de lesividad federal, concretamente a la Ley Federal de Procedimiento Contencioso
Administrativo y a la Ley Orgánica del Tribunal Federal de Justicia Administrativa, que den
solución a la problemática analizada, exponiendo un soporte teórico-práctico que sirva a
manera de exposición de motivos y así formular una iniciativa de reforma que haga
congruente a la norma propuesta con la naturaleza, características y finalidades del juicio de
lesividad.
Mi análisis en el capítulo V parte de la premisa fundamental de que en el juicio contencioso
administrativo, como género y principalmente en su especie como juicio de lesividad, entran
en conflicto dos principios jurídicos fundamentales: El de legalidad y el de seguridad jurídica.
El conflicto o colisión de principios jurídicos, antes referido, se suscita con motivo de las
pretensiones connaturales de las partes que se formulan en el juicio y que consisten en que,
por un lado, la autoridad actora persigue la nulidad de un acto administrativo favorable que
resulta ilegal porque produce una lesión al orden público o al interés social y, por otro, la
defensa del gobernado favorecido con el acto administrativo en cuestión que pretende que
subsista ese mismo acto, así como sus efectos jurídicos; ello, en protección a su seguridad
jurídica (o para evitar una grave afectación a aquella).
Para resolver ese conflicto o colisión de principios acudí a la ponderación de principios,
exponiendo para cada caso las razones por las que considero que en algunos supuestos los
citados principios pueden armonizarse y en otros supuestos alguno de ellos debe prevalecer
sobre otro, en este último caso porque advierto que su vulneración es más grave o porque la
necesidad de su protección es mayor que la del principio contrario.
Como resultado de lo anterior deduje una serie de principios aplicables al juicio de
lesividad, que son acordes con la propia y especial naturaleza de esa figura.
Un aspecto a destacar del resultado de ese ejercicio de ponderación es que advertí que en
ciertos supuestos el principio de legalidad debe privilegiarse por el diverso de seguridad
jurídica, por ejemplo, tratándose de normas adjetivas que rigen requisitos de procedencia del
juicio, como el relativo al plazo tan amplio que se prevé para que la autoridad ejerza la acción
de lesividad, ya que ese plazo permite que sean sometidos a control jurisdiccional actos
administrativos cuya ilegalidad pudiera ser advertida con motivo del ejercicio de las facultades
de verificación o comprobación de las autoridades administrativas.
En ese caso, no hay duda de que existe una afectación al principio de seguridad jurídica
del gobernado, porque durante ese plazo tan amplio se le deja en incertidumbre sobre la
posibilidad de que sea demandado en juicio y, como consecuencia, que sea nulificado su acto
administrativo favorable; sin embargo, esa afectación no se considera trascendentalmente
grave, pues el particular aún tiene la posibilidad de defender la legalidad de su acto en el
juicio de lesividad. De ahí que ese principio ceda en favor del diverso de legalidad.
Por otro lado, existen supuestos en los que el principio de seguridad jurídica debe
privilegiarse sobre el diverso de legalidad, como en aquellos casos en que la nulidad del acto
administrativo pudiera causar una grave vulneración a la esfera jurídica del particular; por
ejemplo, en el supuesto en que el administrado fuera desconocedor de la ilegalidad de su
acto administrativo favorable y aquel hubiera ajustado su conducta a tal acto, actuando de
buena fe.
En ese supuesto, de acreditarse en juicio la ilegalidad del acto administrativo favorable, la
aplicación de la regla adjetiva vigente prescribe que su nulidad también abarca, de manera
retroactiva, los efectos producidos hasta por los cinco años anteriores a la presentación de la
demanda, lo que vulneraría gravemente la seguridad jurídica del administrado, quien,
desconociendo la ilegalidad de su acto administrativo favorable, actuó confiando en la
legalidad del mismo y, por consiguiente, en que su conducta desplegada al amparo del acto
administrativo se encontraba ajustada a derecho.
Evitar los efectos retroactivos de la sentencia de nulidad en el juicio de lesividad, en ese
supuesto, aminoraría la vulneración al principio de seguridad jurídica, porque al menos el
particular no se vería afectado en su esfera jurídica por aquellos efectos y consecuencias ya
producidas hasta antes de la nulidad, aunque esto significaría una posible convalidación de
efectos producidos por el acto favorable ilegal –en contravención del principio de legalidad,
que debe ceder en favor del diverso de seguridad jurídica.
La intención de realizar esa ponderación entre los principios en comento es que su
resultado sirva de base para construir normas procesales especiales que no restrinjan
indebidamente el derecho de acceso a la justicia de los gobernados ni conviertan al juicio de
lesividad en un mero trámite para la autoridad administrativa y, por otra parte, que tales
normas no propicien la impunidad ni constituyan un obstáculo infranqueable para lograr que
se nulifique un acto administrativo favorable ilegal; esto último, con el propósito de preservar
el orden público y el interés social.
Con base en lo anterior se propone un marco legal adjetivo especial para el juicio de
lesividad que responde a la finalidad del mismo, buscando conciliar los principios de
seguridad jurídica y legalidad, y que con ello se fortalezca el Estado de Derecho en nuestro
país.
1. NATURALEZA JURÍDICA DEL JUICIO DE
LESIVIDAD EN MÉXICO
Objetivo:
Definir qué se entiende por juicio de lesividad a partir de su concepción doctrinal y legal,
así como conocer su evolución dentro del sistema jurídico nacional y del órgano jurisdiccional
encargado de su resolución, desde que esa figura fue incorporada en la LJF, en 1936.
Los conceptos del término juicio de lesividad aportados a la ciencia jurídica son el punto de
partida para ir conceptualizando con mayor precisión los elementos esenciales que debe
contener esta figura, ya que la ley que lo regula (LFPCA) no da una definición, sino que es la
doctrina la que se ha encargado de marcar los parámetros para conocer sus alcances.
La acción de lesividad no ha sido considerada como una forma de equilibrio para cumplir
con la justicia administrativa en nuestro país, sino como una simple medida para remediar las
fallas y errores de la Administración Pública; sin embargo, es importante retomar que la
expresión “lesividad” gramaticalmente deriva del adjetivo “lesivo” (de leso) y, a su vez, el
vocablo “lesión” procede del latín laesio, -önis, que significa daño, perjuicio o detrimento.10
Lo anterior podría interpretarse en el sentido de que el juicio de lesividad se incorporó en la
ley para proteger al Estado de un daño causado, por lo que debería analizarse quién causa el
daño, ya sea que la propia autoridad dentro de su función administrativa cometa ese daño y
conduzca a la ilegalidad de los actos o que sea el particular quien provoque el detrimento o
hubiere participado en su ilicitud.
Tomando en consideración la premisa relativa a que por regla general el interés público
debe estar por encima del interés privado, habría que definir si existen o no supuestos de
excepción.
El significado de la palabra lesión en el derecho civil se entiende como el daño que causa
quien “explotando la ignorancia, notoria inexperiencia o extrema miseria de otro” 11 se
beneficia de forma desproporcionada para disminuir injustamente el patrimonio de la otra
parte, lo que faculta a la parte afectada a ejercer la acción para invocar y solicitar la nulidad
del acto jurídico o, en su caso, pedir la rescisión del contrato.
Tal concepto se crea en materia de derecho privado como una afectación al patrimonio de
los particulares. En la materia administrativa, sin embargo, quien tiene la potestad para
ejercitar la acción de nulidad del acto administrativo es la autoridad emisora del mismo y el
cuestionamiento radica precisamente en entender que con la emisión de un acto ilegal
favorable a un particular, el Estado es víctima y sufre un daño por ella provocado.
No debe perderse de vista que dentro de la función administrativa el Estado y sus
administrados se encuentran en una relación de suprasubordinación, pero ahora es la
autoridad la que se ve lesionada, sin dejar su investidura de ente de derecho público
actuando con imperio en sus relaciones frente a los gobernados, y tal vez esa es la razón por
la que no puede situarse al Estado en una situación de inferioridad ante el particular.
Por el contrario, dentro de sus funciones y competencias es el propio Estado el que tiene
los medios para establecer las condiciones y prestar los servicios a los gobernados, y no
viceversa. Entonces, como consecuencia del puro concepto gramatical de lesividad, una
primera aproximación sería que el Estado no está facultado para invocar su propia lesión.
Incluso, justificar con la emisión de un acto la inexperiencia de la Administración resulta un
tanto inimaginable, pues sería tanto como admitir que sus representantes están faltos de
conocimientos profesionales.
Aunque esto puede sonar ilógico, la procedencia del juicio de lesividad atiende a la
necesidad de proteger el interés público por posibles daños que la propia autoridad
administrativa pudiera ocasionarle, dado que se hubieren podido cometer vicios al momento
de emitir su acto –ya sea involuntariamente o con dolo– y, por tanto, surge la posibilidad de
acudir ante el órgano a solicitar su nulidad porque la ilegalidad de ese acto trae consigo una
afectación a la colectividad.
Por ello resulta válido afirmar que el Estado sí puede encontrarse en una situación lesiva
frente a la emisión de sus propios actos, porque si bien generó un beneficio personal y directo
a un particular, lo cierto es que ese acto carece de la validez para que siga surtiendo efectos
frente a terceros; luego, el término de lesividad –de acuerdo con su gramática– únicamente
tiene sentido en la existencia de un daño causado al interés público.
De ahí la importancia de conocer la gramática de la palabra lesividad, ya que ese daño que
ocasionó afectación a la Administración Pública fue provocado por la propia actuación del
Estado y también es protegido por la seguridad jurídica en su faceta de interdicción o
prohibición de la arbitrariedad.
El daño concebido, en sentido amplio, es el perjuicio causado a una persona o cosa como
consecuencia de un evento determinado.12 Sin embargo, en materia de lesividad solo puede
clasificarse en dos tipos: El daño material y jurídico.
Un ejemplo de daño material, al patrimonio o bienes de una persona, podría ser cuando en
la emisión de un acto favorable a un contribuyente se le haya concedido pagar menos
impuestos de los que realmente tenía que pagar. Mientras, el segundo tipo se da cuando una
resolución administrativa favorable a un particular se dictó en contravención de las
disposiciones legales aplicables, es decir que un acto carece de un requisito formal, ya que el
PJF13 ha sostenido que aun cuando no se acredite que se causó un daño al Estado (sin
precisar cuál), la autoridad administrativa podrá ejercer la acción de nulidad cuando estime
que una resolución reconoce derechos al particular que le ocasionen una lesión jurídica, ya
que al haberse emitido un acto contrario a la ley no puede producir derechos ni
consecuencias jurídicas válidas, cuestión que será analizada más adelante.
1.1.2. DOCTRINA ESPAÑOLA
en los negocios en que versen recíprocas obligaciones de la Hacienda y de los particulares causarán estado las
resoluciones que en mi nombre adopte el ministerio de Hacienda y sean revocables por la vía contenciosa a la que podrán
recurrir ellos, tanto el gobierno como los particulares si creyeren perjudicados sus derechos
Según García de Enterría, esta figura se incorporó “como remedio judicial para ir contra actos firmes del propio demandante,
surge precisamente dentro del ramo específico de la Hacienda pública”15 –como en nuestro país–, y posteriormente se generalizó
en todos los Ministerios de acuerdo con lo regulado por el Real Decreto de 20 de junio de 1858,16 haciéndose extensivo a toda la
Administración del Estado, es decir, no solo a la materia fiscal, sino también a la administrativa (excluida la contratación y la
venta de bienes nacionales).
1.1.3. EL JUICIO DE LESIVIDAD COMO RESULTADO DE LAS FUENTES FORMALES INDIRECTAS DEL DERECHO
En México, la figura del juicio de lesividad nace en el sistema jurídico federal influenciado
por el Derecho Administrativo Español, y es concebido de forma general como el control
contencioso jurisdiccional sobre actos administrativos presuntamente ilegales, iniciado a
petición de la autoridad administrativa, en atención al principio de seguridad jurídica de los
particulares.
Lo anterior, en virtud de que resulta indispensable que las resoluciones administrativas
favorables a los particulares solo puedan ser revocadas o modificadas por una autoridad
jurisdiccional y no por la propia autoridad administrativa, a fin de evitar la arbitrariedad de sus
actos.
El “juicio de lesividad” no es un medio de control al que las autoridades administrativas
recurran comúnmente, y esto puede deberse a la falta de regulación especial, que crea
incertidumbre sobre las consecuencias jurídicas y el resultado del propio juicio.
Seguramente, esto se debe a que en la práctica jurisdiccional el juzgador se ha enfrentado
con deficiencias en la regulación y aplicación de las normas jurídicas, y no obstante que no se
ha incrementado el número de juicios promovidos por las autoridades, lo cierto es que el
resultado final no es del todo de lo más favorable para las propias autoridades27 lo cual –me
atrevo a afirmar– sucede debido al desconocimiento conceptual de esta figura, así como a la
falta de regulación especial en la ley adjetiva.
En el juicio de lesividad, “la autoridad es la accionante y la declaratoria de anulación
beneficia a la Administración activa, en caso contrario el reconocimiento de la validez de la
resolución significa que el particular es el beneficiado con la decisión del órgano
jurisdiccional; lo que en la mayoría de veces lleva a confusión y por ende a una inadecuada
tramitación o resolución de los juicios de lesividad”.28 Es decir, en los juicios de lesividad la
pretensión de la autoridad es la de anular el acto administrativo, y la defensa de la legalidad
del mismo corre a cargo del particular que desea seguir siendo el titular del beneficio
obtenido, siendo su objetivo que el acto controvertido quede intacto, sobre todo porque las
autoridades judiciales tienen la obligación ineludible de velar y proteger los derechos
humanos consagrados en la Constitución Federal, más aún cuando es necesario que el
acceso a la justicia sea respetado como un principio básico del Estado de Derecho.
Según la doctrina como fuente formal del Derecho, el juicio de lesividad se puede
interpretar desde distintas acepciones. Claro está que en esto influye la época, el sistema
jurídico que lo rige y la norma que lo establece, entre otras cuestiones. Para facilitar esas
aportaciones a la ciencia jurídica, propongo el estudio del tema en la siguiente clasificación,
que –desde mi óptica– resulta conveniente para destacar los cuatro aspectos más relevantes
del juicio de lesividad, que son:
a) Como limitante de las autoridades para revocar sus propios actos administrativos;
b) Como instrumento de la autoridad para corregir sus errores en su función administrativa;
c) Como modelo de jurisdicción para salvaguardar los intereses públicos ante actos
ilegales o, bien,
d) Como una simple inversión de papeles en el juicio contencioso administrativo.
A continuación desarrollo cada uno de ellos, con la intención de proponer un concepto
mucho más amplio que refleje lo que engloba el término “juicio de lesividad”. Debo aclarar
que, no obstante que se hace esta clasificación, cada una de ellas trata de alguna manera los
aspectos de las otras.
1.1.3.1. COMO LIMITANTE DE LAS AUTORIDADES PARA REVOCAR SUS PROPIOS ACTOS ADMINISTRATIVOS
1.1.3.2. COMO INSTRUMENTO DE LA AUTORIDAD PARA CORREGIR SUS ERRORES EN SU FUNCIÓN ADMINISTRATIVA
Uno de los puntos en que la Ley acoge ideas ya aceptadas en México por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pero
que no habían logrado desenvolverse por falta de disposiciones reglamentarias, es el de la necesidad de que la Administración
Pública inicie un juicio cuando estime que una decisión dictada por ella en favor de un particular, creando en esto un interés
directo y concreto, debe nulificarse por ilegal. A falta de tales disposiciones reglamentarias, debe atribuirse el que hasta ahora
las autoridades administrativas, amparadas también en diversas ejecutorias de la Suprema Corte, nulifiquen de propia autoridad
actos que no se emitieron acatando las reglas que debieron normarlos, no obstante que no se trate de actos en verdad
inexistentes, sino simplemente viciados de ilegitimidad. En un reciente fallo, declaró la Segunda Sala de la Suprema Corte que
en materia administrativa no puede prevalecer el error sobre el interés público. La Ley acepta este postulado, pero lo realiza de
manera que se respetará el interés público y se le hará prevalecer, si así procede, sólo después de que el interés privado haya
tenido oportunidad de defenderse.
Esa es la razón por la cual se acogió el juicio de lesividad en nuestro país, pues en aquel entonces la Suprema Corte de
Justicia de la Nación (SCJN), a través de su Segunda Sala, ya se había pronunciado señalando que en materia administrativa no
podía prevalecer el error sobre el interés público, siempre y cuando se hubiera respetado la oportunidad de defenderse del
particular que en primera instancia se vio beneficiado con la emisión de ese acto, pues en caso contrario se estaría ante una
inminente violación al interés privado y, lógicamente, al principio de seguridad jurídica consagrado en la Constitución Federal.35
Hasta aquí es muy claro que la intención de la acción de lesividad es proteger ambos
principios y sobre todo los intereses que pudieran llegar a afectarse.
Sin embargo, ¿será válido pensar que, por un error de la autoridad –actuando en su
función administrativa–, tenga la posibilidad de acceder a revocar un acto que favoreció a un
individuo? Es decir, ¿debería considerarse que el juicio de lesividad surgió como un medio o
instrumento de la autoridad, en su faceta de interdicción de la arbitrariedad, para que pueda
corregir sus propios errores por negligencia, y así evitar que subsistan actos que conducen
perjuicio al interés colectivo?
Para Serra Rojas, por ejemplo, el juicio de lesividad es “…un procedimiento administrativo
especial, iniciado por la Administración Pública para revocar o nulificar un acto administrativo
dictado por la misma autoridad, por error o que perjudique al fisco”.36
Esta concepción introduce un elemento adicional, esto es que el acto administrativo debe
revocarse por contener un error (no se señala si de forma o fondo) o un perjuicio a la entidad
recaudatoria para que pueda instar al procedimiento especial, pues, de lo contrario, un acto
que se encuentra investido de ilegalidad no debe producir sus efectos en el mundo jurídico.
Y el cuestionamiento sería: ¿En qué casos es procedente la instancia por configurarse un
“error” en la emisión del acto? Claramente, la SCJN dijo que no puede prevalecer un error
sobre el interés público, y esta inquietud se confirma con lo externado por Juan Pablo
Comadira: “La acción de lesividad es un instrumento procesal idóneo para que el propio
Estado pueda poner en vigencia el principio de legalidad o juridicidad, y que en definitiva es
una prerrogativa que tiene, que le permite invocar su propia torpeza.” 37
Lo anterior implicaría que la ineficiencia, negligencia o descuido de la autoridad daría pauta
a promover la acción de lesividad como instrumento idóneo para enmendar sus errores,
pasando por alto el principio de presunción de legalidad de los actos administrativos,38 con la
afectación a la seguridad jurídica de los particulares y derechos legítimos como titulares del
beneficio obtenido y, más aún, en una incertidumbre jurídica hasta en tanto transcurra el
plazo39 con que cuenta la autoridad para ejercitar la acción y a posteriori que el acto quede
firme.
Sin embargo, resulta conveniente recordar que el Pleno del máximo tribunal del país, al
resolver la contradicción de tesis 15/2006-PL, que dio lugar a la jurisprudencia P./J.
81/2007,40 entre otras cuestiones citó que: “…la acción de lesividad conforma un proceso
administrativo especial en tanto que procede contra actos que sean favorables a un particular
y que además produzcan una lesión a los intereses del Estado, de ahí que se denomine juicio
de lesividad…”, lo que resuelve el anterior cuestionamiento planteado, pues el error de la
autoridad forzosamente debe producir una lesión a los fines del Estado.
Asimismo, el vocablo “lesividad” deriva del adjetivo “lesivo” (de leso) y, a su vez, el vocablo
“lesión” procede del latín laesio, -önis, que significa daño, perjuicio o
detrimento.41 Actualmente, la palabra lesivo se utiliza como adjetivo que denota la posibilidad
de causar o generar un daño; en consecuencia, la expresión “juicio de lesividad” presume la
existencia de un daño ocasionado al Estado.
Este daño causado –jurídico y en su caso también patrimonial– debe tener la posibilidad de
una defensa adecuada pues constituye una cuestión de interés colectivo, por lo que su
afectación como consecuencia de un “error administrativo,” hace imprescindible que la
Administración Pública cuente con mecanismos que permitan corregir tales errores y en esa
medida, salvaguardar el interés colectivo y en su caso el patrimonio del Estado.
Debiendo actuar, por supuesto, sin afectar o contravenir otros principios –como el de
presunción de legalidad de los actos administrativos y el de seguridad jurídica, como valor
fundamental del derecho– es decir, asegurando que se respeten los derechos fundamentales
de los particulares, tales como la oportunidad de una debida defensa con las herramientas
necesarias para salvaguardar sus intereses privados a través de los mecanismos, principios y
reglas procesales específicas de esta figura jurídica.
Por ello, la anulación de la resolución favorable al gobernado no debe utilizarse como
instrumento de arbitrariedad o abuso por parte de las autoridades administrativas, pues será
en un juicio en el que se determinará la validez o nulidad de esa resolución.
En una ejecutoria dictada por el Pleno del Décimo Primer Circuito al resolver la
contradicción de tesis 4/2016,42 que dio lugar a la jurisprudencia PC.XI. J/4 A (10a.),
precisamente se abordó este tema, consistente con que si para la procedencia de la acción
de lesividad basta que se haya emitido un acto administrativo en contravención de las normas
respectivas o además de ello debe probarse que tal acto cause de manera directa y actual un
perjuicio al Estado.
Asimismo se concluyó que la función fundamental del procedimiento de lesividad es
corregir los errores administrativos en que incurrió la autoridad administrativa y, por tanto, su
objeto material no solo se circunscribe a las resoluciones que ocasionen una lesión
patrimonial o moral a la Administración, sino también un daño jurídico.
Sostuvo lo anterior porque para determinar la legalidad del acto administrativo debe
cerciorarse de que este reúne los elementos de validez, por ejemplo, que el acto sea
expedido por autoridades administrativas competentes a través de la autoridad facultada para
tal efecto; es decir, que se reúnan las formalidades de la ley o decreto para emitirlo, así como
que se expida de conformidad con el procedimiento que establecen las normas aplicables.
Por ello, en la ejecutoria se señaló que si el acto administrativo se expidió sin reunir las
formalidades de ley o en contravención de las normas aplicables en el procedimiento,
forzosamente por sí mismo causa una lesión jurídica al Estado debido a la violación de los
derechos objetivos al momento de emitir tal acto.
Comparto tales cuestiones parcialmente, porque en el juicio contencioso administrativo
como género, si un acto administrativo se dictó en contravención de las normas que lo rigen o
no se cumplieron los requisitos de validez que la ley establece, este debe nulificarse,
consecuencia jurídica que ocurriría en ambas especies del juicio, en el de nulidad y en el de
lesividad; sin embargo, al ser el juicio de lesividad un proceso de naturaleza sui géneris, tal
ilegalidad no siempre traería implícita la nulidad del acto, ya que deben considerarse otras
razones de igual peso que se encuentran inmersas en la litis.43
Lo anterior precisamente porque la SCJN señaló que en la defensa de la autoridad no
deben afectarse otros principios a la par de los derechos fundamentales de los particulares,
ya que la lesividad no fue concebida como instrumento de arbitrariedad o abuso por parte de
las autoridades administrativas, sino todo lo contrario, en nuestro país nació por la necesidad
de proteger la seguridad jurídica de la sociedad, en ejercicio del principio administrativo de
autotutela.
De ahí que bien pudiera decirse que para la procedencia del juicio de lesividad no es
necesario deducir como pretensión que se haya causado un daño al Estado, sino
simplemente sostener que ese acto se dictó en contravención de la ley, lo que será una
cuestión de fondo que deberá analizar el TFJA, porque no en todos los casos la falta de un
requisito legal o violaciones en las formalidades del procedimiento traen como consecuencia
la nulidad del acto administrativo, en virtud de que colisionan una serie de principios que
están en igualdad de jerarquía y el juzgador deberá ponderar a cuál le dará un mayor peso
por encima de otro, siempre y cuando exponga los razonamientos lógico jurídicos sobre
diversos factores que determinarán el resultado de su decisión.
Cabe resaltar que los estados de Veracruz, en su Código de Procedimientos
Administrativos (CPAVER), y de Durango, en su Ley de Justicia Administrativa (LJADGO), son
los únicos de las 32 entidades federativas de la República Mexicana que sí definen la
lesividad y específicamente se prevé que la demandante debe acreditar la lesión a la
Administración Pública para que se nulifique el acto considerado ilegal.
En el caso de Veracruz se indica que es el procedimiento iniciado por la autoridad ante el
Tribunal para solicitar la declaración de nulidad de resoluciones administrativas favorables a
los particulares, por considerar que “lesionan a la Administración Pública o al interés
público”.44
Y tratándose de Durango, en su ordenamiento jurídico se establece como juicios de
lesividad los promovidos por la autoridad para que se decrete la nulidad de las resoluciones
administrativas o fiscales favorables a los particulares que causen una “lesión a la
Administración Pública Estatal o Municipal o a los Órganos Constitucionales Autónomos” por
contravenir alguna disposición de los ordenamientos locales vigentes.45
Los dos ordenamientos disponen que la autoridad que solicita la nulidad de la resolución
administrativa –que favorece el interés particular–debe acreditar que ese acto causa una
lesión a la Administración Pública Estatal, pero no establecen qué debe entenderse por
“lesión”, pues, como se dijo en la jurisprudencia PC.XI. J/4 A (10a.), se sustentó que la falta
de algún requisito en la emisión del acto administrativo en automático genera afectación a los
intereses públicos y debe entenderse como una lesión jurídica, es decir, la autoridad
efectivamente tiene la carga de probar que la subsistencia del acto y sus efectos jurídicos
afectan la preservación del Estado de Derecho y un perjuicio al interés colectivo, indicando
que puede acudir al procedimiento para corregir los errores administrativos en que incurrió al
dictar el acto.
1.1.3.3. COMO MODELO DE JURISDICCIÓN PARA SALVAGUARDAR LOS INTERESES PÚBLICOS ANTE ACTOS ILEGALES
Este apartado resulta del todo interesante, porque tal parece que en nuestro ordenamiento
jurídico, el juicio de lesividad solo implica la inversión de los papeles de las partes en el juicio
contencioso administrativo, de tal forma que la autoridad se convierte en el demandante o
parte actora, y la parte demandada lo constituiría el particular o gobernado, con las mismas
reglas procesales, incluidas las cargas probatorias inherentes a cada una de ellas, es decir, a
la autoridad le correspondería la pretensión de que se declare la nulidad del acto
administrativo favorable y al particular, la pretensión de defender la legalidad del mismo acto.
Para Esquivel Vázquez, el juicio de lesividad es “el intentado por una autoridad
administrativa dentro del Proceso Contencioso Administrativo, con el propósito de anular una
resolución favorable a un gobernado, que fue emitida de manera ilegal”.49
Gómez Coronel dice que el juicio de lesividad “es simplemente una modalidad de juicio
contencioso administrativo que constituye un medio ordinario de defensa en el control de
legalidad, en el cual subjetivamente el demandante es la Administración Pública y el
demandado es el particular o administrado cuya resolución otorgada paradójicamente por
dicha demandante resulta lesivo a sus intereses por haberse dictado ilegalmente”.50
Lo anterior pudiera sostenerse porque el artículo 36 del CFF parte del supuesto de que no
debe darse un tratamiento indistinto al denominado juicio de lesividad y al juicio de nulidad,
sin embargo se pierde de vista que en la acción de lesividad la autoridad es la demandante
que va instar el proceso –naturaleza distinta de la promovida por el particular–, y en ese caso
“debe distinguirse a la lesividad como una acción administrativa a favor de las autoridades
tributarias para solicitar la nulidad de una resolución favorable a los particulares y al juicio
contencioso administrativo como la vía por la que se torna viable el ejercicio de esa acción”.51
Parece que la simple inversión de los papeles procesales atendería al principio de Derecho
Procesal consistente con tutelar la igualdad de las partes dentro del juicio, lo cual se
desprende del Código Federal de Procedimientos Civiles (CFPC) –por cierto, ordenamiento
supletorio de la LFPCA–, que establece: “En todo caso, debe observarse la norma tutelar de
la igualdad de las partes dentro del proceso, de manera tal que su curso fuera el mismo
aunque se invirtieran los papeles de los litigantes.” 52
Sin embargo, en este aspecto cabría plantearse la cuestión de si al presentarse esa
inversión en los papeles de las partes, las reglas procesales del juicio contencioso
administrativo continúan siendo compatibles con la naturaleza y finalidad del juicio de
lesividad, ya que no puede soslayarse que estamos frente a un proceso en el que las dos
partes, por definición, son desiguales, puesto que la controversia se suscita entre un órgano
del Estado y un particular o gobernado, es decir, se trata de una relación de
suprasubordinación.
No debe olvidarse que las reglas procesales del juicio contencioso administrativo federal
tienen su origen conceptual en el denominado juicio de nulidad en materia fiscal, que se
encontraba regulado por el CFF y posteriormente se recogió en la LFPCA, de modo que
surge primordialmente como una instancia de defensa de los derechos de los particulares
frente a actos administrativos de una autoridad en materia fiscal que son ilegales.
Entonces, la aplicación de reglas procesales comunes del juicio contencioso administrativo
al juicio de lesividad pueden llevar al juzgador a resolver la controversia transgrediendo la
propia naturaleza y finalidad que persigue el juicio de lesividad, que –como ya mencioné– es
un mecanismo de protección al debido proceso de los particulares.
De ahí que encuentra sentido que, en su momento, en el CFF y ahora en la LFPCA, se
establezcan reglas y principios procesales del juicio contencioso administrativo, como el de
instancia de parte agraviada, el de interés jurídico del actor, la presunción de legalidad de los
actos administrativos, el principio de estricto derecho y los efectos individuales de las
sentencias, entre otros, los cuales parten de la premisa de que el demandante tiene el
carácter de particular afectado y, por tanto, le otorgan una serie de obligaciones o cargas
procesales, así como un cúmulo de derechos dentro del proceso.
Estas acepciones de la lesividad son el resultado del análisis de las fuentes formales
indirectas del derecho. Sin embargo, debo resaltar que –en mi opinión– son conceptos
incompletos que si bien nos orientan para ubicarla en la ciencia jurídica, lo cierto es que tales
acepciones están limitadas a su época y finalidad de aplicación, porque el juicio de lesividad
es una herramienta con naturaleza jurídica especial e independiente del juicio de nulidad, y va
más allá que una simple instancia para corregir errores de la Administración.
Artículo 36.- Las resoluciones administrativas de carácter individual favorables a un particular sólo podrán ser modificadas por el
Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administrativa mediante juicio iniciado por las autoridades fiscales.
Esta disposición en materia fiscal otorga la potestad para que la autoridad pueda acudir al TFJA57 a solicitar que se modifique
la resolución que ella misma emitió en beneficio de un particular, ya que anteriormente la propia autoridad estaba facultada para
que motu proprio nulificara sus resoluciones que consideraba eran ilegales, justificando su actuar en el argumento de que al
subsistir el acto traía como consecuencia un menoscabo o lesión al Estado.
Artículo 2.- (…) Las autoridades de la Administración Pública Federal, tendrán acción para controvertir una resolución
administrativa favorable a un particular cuando estime que es contraria a la ley.
Esta disposición señala que las autoridades, no solo fiscales sino todas las de la Administración Pública Federal, podrán
instar a controvertir un acto que se emitió en beneficio de un particular, cuando sea contrario a Derecho, haciendo la precisión
que no señala como requisito de procedencia que se deba acreditar el menoscabo o lesión al Estado, pues no se requiere de una
declaración de lesividad del acto como presupuesto procesal del juicio, a diferencia del sistema jurídico español.
La jurisprudencia como fuente del derecho ha aportado dos principales conceptos sobre el
juicio de lesividad. Me referiré en específico a las tesis publicadas en la novena y décima
épocas del Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, de los Tribunales Colegiados
de Circuito y la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en el ámbito de sus competencias.
El primero de ellos fue plasmado en la tesis I.7o.A.352,64 emanada de los Tribunales
Colegiados de Circuito al resolver el amparo directo 4027/2004 promovido por Nacional
Financiera, S.N.C., Institución de Banca de Desarrollo, el 1 de diciembre de 2004, criterio que
fue integrado en la novena época del Semanario Judicial.
Expresamente la tesis citó que la “acción de lesividad” parte del supuesto fundamental de
que las resoluciones administrativas de carácter individual favorables a un particular solo
pueden ser modificadas o revocadas por un órgano jurisdiccional; ello, porque primeramente
debe prevalecer la certeza jurídica de que una determinación firme que ha creado una
situación concreta favorable a un particular, no debe ser revocada o desconocida
unilateralmente por las autoridades fiscales, aun cuando se hubiere dictado contrariando las
disposiciones legales aplicables al caso y, primordialmente, para dar cabal acatamiento a la
garantía prevista por el artículo 14, segundo párrafo, constitucional, que dispone que nadie
puede ser privado de un derecho, sino mediante juicio seguido ante los tribunales
previamente establecidos, en el que se cumplan las formalidades esenciales del
procedimiento.
Este criterio concibió al juicio de lesividad como una salvaguarda del principio de seguridad
jurídica en favor de los gobernados que ya contaban con una resolución positiva, es decir, en
aquella época (2004) se visualizó esta posibilidad o acción ejercida por las autoridades,
primordialmente fiscales, para solicitar la anulación de un acto de carácter individual favorable
a un particular, pues se encontraban impedidas para que ellas subsanaran las ilegalidades de
su propio acto debido a que era primordial que se protegiera la certeza jurídica de una
determinación ya firme que había creado una situación concreta favorable a un particular, lo
que doctrinalmente se conoce como cosa juzgada administrativa.
Este concepto se encuentra muy apegado a los motivos legislativos que originaron
incorporar el juicio de lesividad en la LJF de 1936, precisamente para que el interés colectivo
estuviera siempre por encima del interés privado respetándose la certeza jurídica de los
gobernados.
Tiene especial relevancia el pronunciamiento del Pleno de la Suprema Corte de Justicia de
la Nación al resolver la contracción de tesis 15/2006-PL, de la que emanó la tesis de
jurisprudencia P./J. 81/2007,65 ya que analizó la evolución del juicio de lesividad.
El Pleno determinó que “la acción de lesividad conforma un proceso administrativo especial
en tanto que procede contra actos que sean favorables a un particular y que además
produzcan una lesión a los intereses del Estado, de ahí que se denomine juicio de lesividad,
que se ejercita por la autoridad administrativa ante la imposibilidad de revocar sus propias
determinaciones, pues una vez que la autoridad emite la resolución no puede desconocerla,
por lo que solo a través de esta acción pueden impugnarse actos administrativos irrevocables
en sede administrativa”.
De ese concepto surgen dos elementos esenciales que son: (i) se trata de un proceso
contencioso que es ejercido por la autoridad emisora del acto y, (ii) que dicho acto debe
producir una lesión a los intereses del Estado. El primer elemento obedece a la imposibilidad
de la autoridad de revocar sus actos y el segundo se refiere a que debe existir una lesión al
Estado, sin precisar de qué tipo, es decir, si forzosamente es patrimonial o jurídica por la falta
de algún elemento formal del acto administrativo.
Por lo que hace a la décima época, me referiré a la tesis IV.1o.A.5 A (10a.)66 emanada de
los Tribunales Colegiados de Circuito al resolver el amparo directo 210/2011 con fecha 10 de
noviembre de 2011.
En esta tesis se sigue la acepción de que el juicio de lesividad “es el control oficioso de la
acción administrativa, que se ve fuertemente limitado por la garantía de seguridad jurídica que
reconoce el artículo 14 de la Constitución Federal, y si los efectos jurídicos directos y
concretos del acto administrativo son constitutivos de algún derecho a favor de los
gobernados, la Administración Pública se ve impedida para revocar, motu proprio, tal acto
generador del derecho individual adquirido por la validez que se presume del actuar
administrativo, y las autoridades quedan obligadas a reconocer los derechos constituidos a
favor del gobernado, que solo podrán anularse mediante el juicio de lesividad respectivo, en
el que se cumplan las formalidades esenciales del procedimiento”.
Es decir, sigue la idea de concebir al juicio de lesividad como una limitante para que la
autoridad no pueda revocar sus propias decisiones porque el acto que emitió ya generó
efectos jurídicos directos y concretos a favor de un particular, prevaleciendo el principio de
validez de los actos administrativos.
Lo interesante de esta tesis fue el señalamiento que hace en el sentido de que “la
procedencia de la acción de lesividad presupone necesariamente la acreditación de una
participación dañina cometida en perjuicio del Estado, que, en aras de la mencionada
garantía de seguridad jurídica, debe ser probada plenamente por la autoridad accionante. De
no hacerlo, queda compelida a reconocer los derechos que la parte demandada haya
gestionado y obtenido de la propia actividad gubernamental”.
Esta acepción es acorde a mi propuesta de reforma a la LFPCA, ya que en el juicio de
lesividad necesariamente debe demostrarse que existe una lesión directa al Estado que debe
ser probada plenamente por la autoridad promovente, pues, de no hacerlo –es decir, de no
probar en juicio su acción–, el juez deberá reconocer los derechos que la parte demandada
haya obtenido con el quehacer administrativo y, por tanto, la carga probatoria recae
directamente en la autoridad accionante, lo mismo que sucedería en un juicio de nulidad, en
el cual el particular tiene que probar la ilegalidad de un acto.
Se añade en este concepto la obligación de la autoridad de demostrar que con la
subsistencia del acto ilegal se ocasiona un detrimento al Estado, sea económico y/o jurídico, y
solo así puede ser respetado el principio de seguridad jurídica de los gobernados, con
excepción de la injerencia de este en la emisión del acto mediante el dolo o la mala fe.
No obstante, en esta misma época surgió la aprobación de la tesis jurisprudencial PC.XI.
J/4 A (10a.),67 que cambió el criterio que venía siguiendo el Pleno de la SCJN, ya que al
resolver la contradicción de tesis 4/2016 dictada el 25 de abril de 2017 por el Pleno del
Décimo Primer Circuito, concibió que el juicio de lesividad “es aquel por el cual las
autoridades administrativas pueden solicitar ante el Tribunal de Justicia Administrativa, la
declaración de nulidad de alguna resolución que haya sido favorable al particular y que se
haya emitido en contravención a la ley”, es decir, este concepto resumió que el juicio de
lesividad era procedente en contra del acto administrativo favorable a un particular dictado en
contravención de la ley, entendiéndose que si el acto adolecía de un requisito de formalidad o
presentaba vicio en el consentimiento debía solicitarse su anulación, en los mismos términos
que para el caso de la procedencia del juicio de nulidad.
Según lo resuelto por el Pleno del Décimo Primer Circuito, a tal determinación se llegó con
base en el pronunciamiento del Pleno de la SCJN, que en aquel entonces resolvió la
contradicción de tesis 15/2006-PL que analicé en párrafos previos, interpretando que los
elementos de procedencia de la acción de lesividad debían ser: (i) la calidad de parte actora,
que recae en la autoridad administrativa que pretende anular, modificar o revocar la
resolución o acto administrativo que dictó; (ii) el carácter de parte demandada, que es el
particular que obtuvo la resolución favorable, determinación que debe otorgarle un derecho o
concederle un beneficio, y (iii) que la nulidad del acto derive de que este no reúne los
elementos o requisitos de validez que señala la legislación aplicable.
En otras palabras, se cambió el criterio de la procedencia del juicio de lesividad que se
venía interpretando en las tesis emanadas por el PJF, específicamente el elemento esencial
de que el acto debe producir una lesión a los intereses del Estado a ser categórico en que el
juicio era válido en contra de un acto emitido en contravención a la ley, dejando de lado la
protección al principio de seguridad jurídica de los individuos que se había concebido como
limitante para las autoridades de revocar sus propios actos.
La propia tesis pone énfasis en que “cuando una resolución administrativa favorable a un
particular se dictó en contravención a las disposiciones legales aplicables, la autoridad
administrativa puede acudir al procedimiento de lesividad para corregir los errores que estime
que en aquélla se cometieron, aun cuando no se acredite que se causó un daño al Estado,
pues dicho acto, por sí mismo, le ocasiona una lesión jurídica, ya que al ser contraria a la ley,
no puede engendrar derechos ni producir consecuencias jurídicas válidas”.
Evidentemente, el cambio de criterio se basó en proteger, en todos los casos, el principio
de legalidad de los actos administrativos y se visualizó al juicio de lesividad como una mera
herramienta para corregir errores sin necesidad de justificar si causa o no un daño al Estado.
De ahí que se hiciera referencia a la figura de la lesión jurídica.
Desde mi punto de vista, se trata de un concepto inadecuado, pues no se considera que en
ese tipo de juicios (el de lesividad) hay un conflicto de principios constitucionales, esto es
entre el de seguridad jurídica de los particulares y el de legalidad de los actos administrativos,
siendo obligación constitucional de las autoridades proteger a ambos dentro de un mismo
proceso, por lo que es desafortunado que se concibiera a estos juicios como un medio para
corregir errores administrativos sin ser necesario que la accionante acredite que se causó un
daño al Estado y que debe ser anulado.
En otras palabras, el juicio de lesividad se conceptualizó como un procedimiento para instar
a anular actos que no cumplen con los requisitos de ley, como es el caso del juicio de nulidad,
dejando de observarse –desde mi punto de vista– los motivos y justificaciones que se dieron
para incorporar esta figura al Sistema Jurídico Mexicano, es decir, lo redactado en la
Exposición de motivos de la LJF de 1936, en aras de proteger el principio de seguridad
jurídica de los particulares.
Un reciente y atinado criterio es el determinado en la tesis 1a. CLV/2018 (10a.)68 emanado
de la Primera Sala de la SCJN, al resolver el amparo directo en revisión 57/2018 con fecha 2
de mayo de 2018.
En ese criterio se reconoce que el principio de legalidad consiste en la obligación de “todas
las autoridades del Estado Mexicano, en cualquier orden de gobierno y en los ámbitos de sus
respectivas competencias (de que) deben actuar de forma diligente, eficaz y eficiente, así
como con estricto apego a la Constitución Federal, los tratados internacionales, a las leyes y
demás ordenamientos jurídicos aplicables”.
Y en aras de proteger ese principio, la Primera Sala expresó que “todos los servidores
públicos (tienen la obligación) de desempeñar sus funciones con estricto apego a la
Constitución y a los ordenamientos jurídicos aplicables, (y) es claro que el Legislador tuvo en
cuenta que dicha labor no es una cuestión automática que se actualice sin excepciones; al
contrario, al ser las autoridades individuos, dotados de razón y voluntad, tomó en cuenta el
factor consistente con el error (propio del individuo o cualquier agrupación humana incluso
organizada, como lo es el Estado Mexicano), la falta de diligencia e incluso la mala fe en el
ejercicio de la función pública y, por tanto, previó instrumentos legales para que la función de
la autoridad fuera enmendada de serlo necesario, con estricto apego al orden jurídico
mexicano”.
Señaló, además, que “las propias disposiciones legales a las que se sujeta la autoridad
administrativa para actuar, como cualquier norma general, son prescriptivas, es decir, son
normas de comportamiento, por lo que su actualización no es una cuestión necesariamente
infalible (como sucede con una ley natural que describe una relación necesaria entre
fenómenos), sino contingente, en tanto que existe la posibilidad de que los sujetos a quienes
se dirige la norma no la observen, o la observen de modo deficiente”.
Asimismo, en ese criterio se indica que “como las normas generales por su propia
naturaleza tienen implícita la posibilidad de su incumplimiento o cumplimiento parcial o
deficiente, existen tanto a nivel local como federal, mecanismos ideados con la finalidad de
hacer cumplir el orden jurídico mexicano a cabalidad, en caso de que las autoridades incurran
en falta, tales como el juicio de amparo o el proceso contencioso administrativo, e incluso
aquellos que pueden ser instados por la propia autoridad, como es el juicio de lesividad, que,
en aras de cumplir con la ley, busca enmendar un error o subsanar una actuación ilegal
mediante un proceso sujeto a decisión jurisdiccional con intervención del particular a quien se
ha emitido un acto o resolución administrativos favorable, pues la autoridad administrativa no
puede revocar motu proprio sus actos, en tanto que pueden existir derechos o beneficios
otorgados en favor de los particulares”.
De esta forma, esta tesis señala que “si se toma en cuenta que el propósito del juicio de
lesividad es dar cumplimiento a las disposiciones de la ley y no la protección de derechos
(pues las autoridades no son los titulares de estos), es evidente que el legislador consideró
que el error o cualquier vicio de ilegalidad no puede imperar sobre el interés público, por lo
que se dio la posibilidad a las autoridades administrativas de rectificar actos emitidos de forma
ilícita, por la razón que fuere, estableciendo los lineamientos correspondientes para ello”.
Es decir, este razonamiento dio justificación al cuestionamiento de que el interés público no
puede estar por encima del interés privado, ampliando la finalidad del juicio de lesividad, no
solo como una herramienta para corregir errores, sino también para subsanar una actuación
ilegal y hacer cumplir el orden jurídico mexicano a cabalidad, lo cual me parece idóneo
siempre y cuando se considere que hay ocasiones en que protegiendo el interés privado se
logra proteger el interés colectivo.
Lo anterior, en virtud de que –en mi opinión– el juicio de lesividad debe ser concebido como
una herramienta útil para combatir los actos de corrupción, siempre que se logre acreditar que
el particular indujo dolosamente a la emisión del acto para obtener su beneficio o que se
acredite una verdadera lesión al interés público o colectivo, como lo explicaré en el siguiente
apartado.
1.1.6. CONCEPTO
Como antes lo indiqué, el juicio de lesividad puede ser concebido desde diferentes puntos
de vista. Sin embargo, en algo que sí coinciden o guardan una estrecha similitud todos los
conceptos es que se trata de un juicio en el que debe existir una resolución que se emite
favorable a un particular y que es la propia autoridad autora del acto la que demanda su
nulidad, sin que en este momento se ponga a discusión quién es la autoridad legitimada para
iniciar el proceso.
Es decir que el interés concreto de la Administración Pública se encuentra sustentado
precisamente en la protección del interés de la colectividad o el interés público, lo que resulta
justificable desde cualquier punto de vista: Que se preserve el Estado de Derecho ante un
acto ilegal, privilegiándose el interés colectivo de revocar o anular el acto, por sobre el interés
individual relativo a que subsista ese acto.
Lo anterior encuentra mayor sentido si reconocemos que es una realidad que en cualquier
orden de gobierno existe la posibilidad de que los servidores públicos persigan intereses
propios, ajenos al interés público, desviándose de la consecución de sus fines sociales, como
sucede en el caso de la corrupción.
También ahí tiene relevancia el juicio de lesividad y se convierte en una herramienta muy
importante para la protección del sistema jurídico, pues esa instancia permite revocar o
modificar actos producidos en el plano de la ilegalidad y evita que continúen subsistiendo y
produciendo sus efectos jurídicos.
En México, como en otros países, nos enfrentamos al grave problema social que
representa la corrupción en todos los órdenes de gobierno. Como es bien sabido, tenemos
altos niveles de corrupción: Tan solo en 2016, nuestro país ocupó el lugar 123 de 176 países
evaluados en la escala del Índice de Percepción de la Corrupción elaborado por
Transparencia Internacional,69 que nos ubica entre los países con peores calificaciones en
este aspecto.
La corrupción se vuelve un serio problema desde varias perspectivas, pues, como
sabemos, el problema no solo afecta al sistema jurídico, porque lesiona al Estado de
Derecho, sino que también genera costos sociales en tanto que crea desconfianza de la
sociedad en las instituciones del Estado y además trae consigo un alto costo económico,
tanto para los particulares como para las finanzas públicas.
Según cifras del Banco Mundial y la Organización de los Estados Americanos (OEA), el
costo de la corrupción en México es del orden de 9 a 10% del Producto Interno Bruto
(PIB),70 es decir que de cada $100 de riqueza que genera la economía, $10 se destinan a la
corrupción, lo cual es alarmante.
Ante este panorama, la Administración Pública en México puede encontrar en el juicio de
lesividad una vía para revocar actos administrativos ilegales emitidos por servidores públicos
que participan en actos de corrupción, como una forma de eliminar los efectos jurídicos
producidos por tales actos que aparentemente se encuentran revestidos de legalidad, pero
que en el fondo se emitieron en contravención de las leyes.
La experiencia en México es que los juicios de lesividad no se promueven en la medida en
que ha habido alternancia en el gobierno (al terminar cada sexenio presidencial) en el que,
según la opinión pública, se emitieron actos que contravienen las disposiciones legales. En
ese sentido cabría reflexionar porqué sucede esto, y tal vez sea así debido a que se está en
presencia de la impunidad o –estimo yo– es por la falta de un marco jurídico ad hoc, como he
expresado líneas arriba.
También es necesario recordar que el juicio de lesividad pretende impedir que las
autoridades administrativas actúen de forma arbitraria, pretendiendo revocar un acto
administrativo favorable a un particular, no por la persecución de un verdadero interés
colectivo, sino por otro tipo de intereses, como podría ser el económico o incluso que exista
un afán persecutorio contra alguna persona.
Entonces parece prudente que en el juicio de lesividad también se le exija a las autoridades
administrativas que impugnan un acto favorable a un particular, una serie de requisitos y
cargas procesales, entre las que se encuentra primordialmente la de demostrar que existe un
verdadero interés colectivo o una lesión al interés público que justifique revocar o modificar un
acto favorable, más que el mero interés de revocar el acto per se.
De esta manera se asegura evitar una afectación a la seguridad jurídica de los particulares,
pues en la medida en que no exista una verdadera lesión al interés público o colectivo, o que
esa lesión sea de tal manera intrascendente, es necesario privilegiar la protección de la
seguridad jurídica del gobernado por sobre el interés colectivo.
Es decir, no se debe desdeñar la protección a la seguridad jurídica de los particulares, ya
que en ocasiones es necesario reconocer que es válido que se privilegie la seguridad jurídica
de estos por sobre el interés colectivo, por ejemplo, en el caso de que se acredite que el
gobernado no actuó de mala fe en la obtención del acto favorable.71
Lo antes descrito encuentra sentido en la medida en que también el principio de seguridad
jurídica lleva implícita la persecución de un interés público en cuanto a exigir congruencia en
las conductas del poder público y brindar certeza a los particulares respecto al ejercicio de
sus derechos, el cumplimiento de sus obligaciones y, sobre todo, con relación a las
consecuencias de sus conductas como parte de nuestra sociedad.
En resumen, en el juicio de lesividad entran en conflicto los principios fundamentales que
son base de nuestro sistema jurídico, como son el principio de legalidad y, por otro lado, el
principio de seguridad jurídica de los gobernados.
Conforme al primero, no es válido que un acto administrativo que se encuentra viciado de
ilegalidad produzca efectos jurídicos y, por tanto, no solo está justificada sino que es
necesaria su revocación o anulación.
Por otro lado, es imprescindible señalar que el principio de seguridad jurídica, reconocido
incluso como derecho humano, según se deprende de los artículos 14 y 16 de la Constitución,
trae consigo la premisa de asegurar que los gobernados tengan un conocimiento claro de su
situación jurídica y que esta sea respetada por el Estado.
De ahí que no puede dejarse de lado que el acto administrativo favorable que se pretende
anular en un juicio de lesividad, desde que nace a la vida jurídica, determina una situación
jurídica concreta del particular que produjo o se encuentra produciendo sus consecuencias o
efectos jurídicos (que son favorables al particular), por lo que su posterior modificación o
revocación plantea la problemática de trastocar precisamente esa certeza del gobernado
sobre el conocimiento de su situación jurídica, partiendo también de que el particular presume
legal la actuación de la autoridad.
De esta forma, el juicio de lesividad no solo debe ser una herramienta a disposición
de las autoridades administrativas para solicitar a una autoridad jurisdiccional la
nulidad de las resoluciones administrativas –definitivas y favorables– a los
particulares, porque –a su juicio– su emisión resulta contraria a las disposiciones
legales, sino que se trata de un proceso contencioso administrativo especial, instado
por la autoridad administrativa cuyo objeto es resolver sobre la legalidad de un acto
administrativo definitivo y favorable a un gobernado, en el cual se deduce como
pretensión una lesión al interés público que justifica la nulidad o modificación del
acto, para preservar el principio de legalidad, que entra en conflicto con el interés
privado de que el acto subsista, pues se encuentra protegido por el principio de la
seguridad jurídica individual.
En conclusión, los elementos necesarios que propongo para conceptualizar al juicio de
lesividad, son:
a) Se trata de un proceso contencioso administrativo de naturaleza especial, puesto que la
controversia se suscita entre una autoridad administrativa como actora y un particular o
gobernado como demandado.
b) Su objeto es resolver sobre la legalidad o no de un acto administrativo definitivo y
favorable a un gobernado, a fin de proteger el orden jurídico y que debe entenderse no como
una potestad de la autoridad sino como un límite a esa potestad, con la finalidad de proteger
la seguridad jurídica de los particulares.
c) Entran en conflicto el principio de legalidad y el de seguridad jurídica, y debe ser una
autoridad jurisdiccional la que pondere el peso que cada uno representa, a fin de exigir
congruencia en las conductas del poder público y brindar certeza a los particulares respecto
al ejercicio de sus derechos, el cumplimiento de sus obligaciones y, sobre todo, las
consecuencias de sus conductas como parte de nuestra sociedad.
d) La autoridad debe acreditar una verdadera lesión (jurídica y/o patrimonial) al interés
público que justifique anular o modificar un acto favorable, para preservar el principio de
legalidad por sobre alguna posible afectación a la seguridad jurídica individual.
De esta forma, debe entenderse que el objeto del juicio de lesividad, al igual que el de
nulidad, es la pretensión de anular un acto emitido en contravención de las disposiciones
legales, pero con la gran diferencia –a mi juicio– de que se deben considerar todos los
elementos antes descritos para que se persiga la verdadera finalidad y naturaleza jurídica de
esta figura.
Como he mencionado ya, podría pensarse que solo implica un cambio de roles, porque el
propósito del juicio de lesividad es el mismo que en un juicio que insta un particular, es decir,
la anulación de un acto, pero ahora quien solicita esa pretensión es la autoridad que
representa al Estado y, con ello, la defensa del interés público o colectivo.
Pero no debe soslayarse que se está ante un proceso en el que las dos partes
contendientes son desiguales por naturaleza, pues la controversia se dirime entre una
autoridad administrativa y un particular o gobernado, que gozan de prerrogativas y derechos
en su favor y que no se extingue la relación de suprasubordinación.
Al respecto, en la LFPCA, que regula el juicio contencioso administrativo, no se concibe al
juicio de lesividad como un proceso de naturaleza jurídica distinta de la del juicio de nulidad,
porque de sus fases procedimentales solo se desprende una inversión de papeles sin atender
a las cualidades propias del juicio de lesividad. Es decir, la ley no da un tratamiento distinto si
el promovente es un particular o es una autoridad de la Administración Pública, sin considerar
que las reglas procesales del juicio de nulidad en algunos casos no resultan compatibles con
la naturaleza y finalidad que persigue el juicio de lesividad.
Lo anterior porque desde mi perspectiva no solo es una herramienta a disposición de las
autoridades administrativas para demandar la nulidad de las resoluciones administrativas
favorables a los particulares en acatamiento al principio de legalidad, como se desprende del
artículo 2o., tercer párrafo, de la LFPCA, sino que es un proceso contencioso administrativo
“especial” en el que el propósito del demandante será probar que ese acto es ilegal y porque
existe una lesión al interés público que justifique revocarlo o modificarlo, y será el juzgador el
encargado de velar por la protección de otros principios que también son susceptibles de
protegerse.
Si bien la acción de lesividad fue incorporada en la ley como un medio ordinario de defensa
para ejercer el control de la legalidad,72 también fue adoptado para garantizar y respetar los
derechos inherentes de los particulares, como lo es el derecho de audiencia, pues aun
teniendo el carácter de demandado debe garantizársele la posibilidad de que aporte los
elementos probatorios que, a su juicio, sostienen la validez del acto impugnado y que
posiblemente de su valoración amerite la conservación del mismo, privilegiando –en ese
caso– la seguridad jurídica del gobernado, según la ponderación que en cada caso realice el
juez al determinar si un acto debe ser o no anulado.
Lo mismo sucede en el juicio de nulidad, en el que la parte actora (particular) al demandar
la nulidad de un acto administrativo, en un equilibrio procesal, le concede a la autoridad
emisora de ese acto la etapa procesal para defender su actuación y refutar los argumentos
vertidos por su oponente, para probar la validez del acto en controversia.
Ahora bien, en la exposición de motivos de la LFPCA se instituye el juicio contencioso
administrativo como “un procedimiento ágil, seguro y transparente”,73 en el que los
particulares son titulares de derechos y obligaciones frente al Estado, y, de manera más
específica, frente a la Administración Pública, entendida esta en su acepción más elemental,
como la forma de organización administrativa que adopta el Poder Ejecutivo para la
realización de la función administrativa que tiene encomendada conforme a la ley.
Eso explica la postura doctrinaria de considerar al juicio contencioso administrativo como
sinónimo del juicio de nulidad, pues el legislador le dio a este proceso un enfoque totalmente
proteccionista de los intereses particulares frente a los actos de la Administración; sin
embargo, dejó de atender que dentro de la figura de la acción de lesividad también es
necesario proteger estos intereses, pero ahora en su faceta de parte demandada, siendo
incuestionable que, de actualizarse la nulidad pretendida, trae una afectación directa e
inmediata en la esfera jurídica del particular.
Por otro lado, el hecho de que la acción de lesividad no sea considerada como un medio
contencioso con características sui géneris provoca que no logre ser una herramienta eficaz
para proteger el sistema jurídico, por lo que también debiera visualizarse como la vía
adecuada para revocar los posibles actos administrativos ilegales emitidos por servidores
públicos por corrupción. Sería la forma legal de eliminar los efectos jurídicos producidos por
tales actos que aparentemente se encuentran revestidos de legalidad, pero que en el fondo
se emitieron en contravención de las leyes, salvaguardando los intereses de la Administración
Pública.
La falta de un marco jurídico ad hoc a la naturaleza del juicio de lesividad ha provocado
inequidad procesal e incluso una violación al acceso a la justicia de los particulares, pues si
bien en la ley adjetiva se establece que las autoridades administrativas tienen la facultad de
promoverlo siguiendo las reglas procesales que al efecto dispone la LFPCA –que realmente
son mínimas– existen aspectos que no se encuentran regulados para esta instancia, y para
esos casos deben seguirse las reglas de que dispone esa ley para los juicios de nulidad.
Es decir que para todos aquellos supuestos procesales que no estén previstos en la ley
adjetiva para los juicios de lesividad, el juzgador y las partes del juicio deberán seguir las
reglas procesales del juicio de nulidad, de tal forma que la lógica de la ley parte del supuesto
de que solo se invierten los papeles de las partes, porque ahora a la autoridad, como parte
actora, le corresponderá la pretensión de que se modifique o declare la nulidad del acto
administrativo favorable al particular y que este –como parte demandada– defienda la
legalidad de ese acto.
Incluso, al resolver la contradicción de tesis 15/2006-PL,74 el Pleno de la SCJN señaló que
el juicio de lesividad constituye un proceso jurisdiccional al que le resultan aplicables las
disposiciones que contiene la LFPCA para la promoción, trámite y resolución del juicio
contencioso administrativo, en el que la autoridad administrativa, en su carácter de actora,
acude ante el órgano jurisdiccional sin una situación preeminente, sin imperio y combatiendo
una resolución favorable al particular, la cual estima lesiva a los intereses públicos, por lo que
si pretende su nulidad debe sustanciar ese juicio observando las formalidades del
procedimiento.
A mi juicio, la decisión que se refleja en esa tesis no es del todo acertada, porque las
partes contendientes en la lesividad no están en un plano de igualdad, ya que, por su propia
naturaleza, los sujetos involucrados se encuentran inmersos en una relación de
suprasubordinación; esto es que se delimitan en distinto plano o posición, por lo que esta
figura debe ser considerada como un medio ordinario especial.
1.2.3. PRIMERA LEY ORGÁNICA DEL TRIBUNAL FISCAL DE LA FEDERACIÓN Y EL CÓDIGO FISCAL DE LA FEDERACIÓN DE 1966
Con la entrada en vigor del CFF de 1966 y la primera Ley Orgánica del Tribunal Fiscal de
la Federación (LOTFF) de 1966 el 1 de abril de 1967, la competencia material del Tribunal
dejó de limitarse a la materia fiscal, por lo que el juicio de lesividad también podía promoverse
en contra de las resoluciones que contemplaba el artículo 22 de esa Ley
Orgánica,90entendiéndose también como facultadas para promoverlo a las diversas
autoridades administrativas, pues expresamente el artículo 23 de ese ordenamiento disponía
la acción para controvertir las resoluciones administrativas favorables a un particular, siempre
y cuando fueran emitidas dentro de la competencia material del TFF.91
Estos dos ordenamientos fueron iniciativas del Presidente de la República Gustavo Díaz
Ordaz, remitidas al Congreso de la Unión a través de la Secretaría de Gobernación a cargo
de Luis Echeverría Álvarez el 14 de diciembre de 1966, recibidas por la Cámara de Diputados
al día siguiente y turnadas para su estudio y dictamen a las Comisiones Unidas de Justicia,
de Hacienda y de Estudios Legislativos.
En el dictamen respectivo –presentado en la sesión ordinaria del 22 de diciembre de
1966–92 se señaló que la iniciativa de la LOTFF fue una de las directrices que materializaron
el nuevo sistema fiscal trazado por el Gobierno Federal, al igual que diversas iniciativas
presentadas, como la reforma al artículo 104, fracción I, de la Constitución.
Con esta iniciativa, la competencia del Tribunal evolucionó al prever nuevas materias
respecto de las cuales era procedente el juicio contencioso administrativo, ya sea las
previstas en la propia Ley Orgánica o las competencias que derivaran de leyes especiales.
Aunque en el dictamen93 de mérito se indicó que el Tribunal ampliaría su competencia en lo
general, sin hacer señalamiento alguno respecto a la procedencia de los juicios de lesividad,
esta amplitud de competencia implícitamente también atendió o abarcó a la materia
contenciosa de lesividad, porque se continuó previendo la facultad de las autoridades
administrativas para promover e instar a esta acción.
No obstante, en el proceso legislativo no se advierte referencia alguna al juicio de
lesividad, sino que el argumento toral se enfocó en la Ley Orgánica de referencia,
indicándose que esta simbolizaba una evolución trascendental para el TFF al dar mayor
precisión sobre su organización y funciones jurisdiccionales.
La Cámara de Diputados aprobó el proyecto por 176 votos y procedió a remitirlo a la
Cámara de Senadores, y una vez recibido el proyecto de la LOTFF fue turnado a las
Comisiones Unidas Primera de Puntos Constitucionales y Segunda de Justicia para su
estudio y dictamen.94
El dictamen de las Comisiones Unidas de la Cámara de Senadores (presentado en la
sesión del 24 de diciembre de 1966) indicó que la LOTFF tenía por objeto delimitar las
atribuciones del Tribunal de forma más clara y precisa que los ordenamientos anteriores en
donde había sido regulado el proceso.
Como avance en la justicia administrativa, en el dictamen95 de mérito se señaló que con la
creación del Tribunal se venía buscando otorgar mayor protección a los derechos de los
particulares frente a resoluciones de la Administración que hubiesen sido emitidas
ilegalmente, por lo que desde su inicio se quiso que los tribunales administrativos contaran
con plena autonomía tanto en su organización como en sus facultades, para que de esta
forma los fallos del Tribunal fueran más eficaces en el control de la Administración, así como
en la defensa y garantía del interés público sin menoscabar los intereses de los particulares
(juicio de lesividad), lo que se lograría con la LOTFF después de casi treinta años (desde
1936 y hasta esta Ley Orgánica de 1966).96
Finalmente, el proyecto de la LOTFF fue aprobado por unanimidad de votos por la Cámara
de Senadores,97 tanto en lo general como en lo particular, dentro de la sesión del 24 de
diciembre de 1966, remitiéndolo al Ejecutivo de la Unión para su promulgación, lo que
aconteció el mismo día, y su publicación respectiva en el DOF fue el 19 de enero de 1967,
para entrar en vigor el 1 de abril de 1967.
En cuanto a la iniciativa del CFF de 1966 (CFF66) propuesta por el Presidente Gustavo
Díaz Ordaz, el dictamen98 de las Comisiones Unidas Segunda de Justicia, Segunda de
Hacienda y de Estudios Legislativos de la Cámara de Diputados fue presentado en la sesión
del 22 de diciembre de 1966 y en él se puso énfasis en que la creación del primer Código
Fiscal (es decir el de 1938) buscó agrupar las disposiciones generales de las leyes fiscales a
fin de evitar contradicciones, lo que fue de suma utilidad en la práctica y, por ello, en esta
nueva propuesta se buscaba mejorar la estructura del ordenamiento considerando eliminar
todas las disposiciones infundadas o excesivas.
En ese nuevo CFF66, en aras de mejorar adecuadamente la agrupación de las
disposiciones fiscales, se propuso dividirlo en cuatro títulos, entre los cuales es de resaltar el
IV, denominado “Procedimiento contencioso”, que disponía las reglas procesales seguidas
ante el TFF manteniendo en gran parte las disposiciones anteriores e introduciendo, a su vez,
otras como la improcedencia de la condena al pago de costas, las causas de improcedencia y
sobreseimiento del juicio, la excitativa de justicia y la presunción de validez, entre otros
aspectos, sin que se hiciera especial mención al juicio de lesividad; no obstante ello, tal
transformación repercutía en las normas procesales de esa instancia y, por tanto, en los
juicios de lesividad.
Finalmente, el dictamen y proyecto de ley fueron aprobados en lo general en sesión
ordinaria del 27 de diciembre de 1966 por la Cámara de Diputados, y en lo particular, los
diputados Jorge Ávila Blancas y Tulio Hernández Gómez99 propusieron modificaciones a los
artículos 10, fracción II, 50, 118, 134 y 171, las que fueron aceptadas por las comisiones y
remitidas a la Cámara revisora.
El proyecto del CFF66 fue recibido por la Cámara de Senadores el 28 de diciembre de
1966 y turnado a las Comisiones Unidas Primera de Hacienda y Primera de Puntos
Constitucionales para la elaboración del dictamen respectivo,100 en el cual se trató de
adaptar, en un mejor orden, las normas generales, las sustantivas y las que establecían
infracciones y sanciones, seguido de los procedimientos llevados ante las autoridades
fiscales y finalmente la regulación del juicio contencioso ante el TFF, excluyendo totalmente
las normas relacionadas con su organización.
La propuesta del CFF66 fue aprobada por unanimidad de votos y remitida al Ejecutivo de la
Unión para promulgarse el 30 de diciembre de 1966,101 y al igual que la LOTFF, se publicaron
en el DOF del 19 de enero de 1967, para entrar en vigor el 1 de abril de 1967, señalando
expresamente la derogación del CFF38.
El CFF66 continuó regulando el procedimiento contencioso, trasladando substancialmente
el título que lo preveía en el CFF38, solo con algunas adiciones. Por otro lado, la LOTFF
adoptó los preceptos que establecían su integración y competencia, y precisamente este
último rubro cobró relevancia porque en esta transformación se amplió su conocimiento sobre
las resoluciones administrativas que otorgaban pensiones y jubilaciones, aunque todavía el
Tribunal no lograba consolidarse como un verdadero tribunal de justicia administrativa federal,
pero ese fue un gran paso para intentarlo.
En cuanto a la lesividad, se daba la posibilidad de que pudiera promoverse por las
autoridades administrativas –y no solo por la Secretaría de Hacienda–, con la única salvedad
de que fueran resoluciones en materia de competencia del propio Tribunal prevista en el
artículo 22 de su Ley Orgánica.102
Otro aspecto a destacar, que sin duda alguna a la fecha sigue provocando gran
inconformidad entre los particulares, fue la inclusión en el CFF66 de los casos en que las
resoluciones tenían efectos de tracto sucesivo, estableciendo que la demanda se podía
presentar en cualquier momento y que en caso de determinarse su nulidad surtirían efectos
cinco años para atrás, es decir, los efectos podrían retrotraerse en perjuicio del particular que
se había visto beneficiado con la resolución.103
Con fecha 30 de diciembre de 1977, la LOTFF fue sustituida por un nuevo ordenamiento
que entró en vigor a los 180 días siguientes de su publicación.104 Con esta nueva ley se creó,
como máxima instancia, a la Sala Superior, así como la distribución de las Salas Regionales
en territorio nacional.
Esta ley se presentó a iniciativa del Titular del Poder Ejecutivo Federal,105 José López
Portillo, y en ella indicó la necesidad de reorganizar la estructura de TFF a fin de crear Salas
Regionales que coincidieran con las sedes de las autoridades fiscales; ello, en razón de que
la mayor parte de los juicios promovidos eran de competencia tributaria emplazando como
demandada a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), lo que permitiría a los
contribuyentes una mejor defensa de sus derechos.
La iniciativa fue recibida en la Cámara de Diputados el 19 de diciembre de 1977 y turnada
para su estudio y dictamen a las Comisiones Unidas de Hacienda, Crédito Público y Seguros
en turno, de Justicia en turno y de Estudios Legislativos.106
En sesión del 20 de diciembre de 1977 se presentó ante la Cámara de Diputados su
dictamen correspondiente, solicitando a la Asamblea la aprobación de esa Ley
Orgánica,107 en donde se enfocó en la creación de las Salas Regionales atendiendo a la
regionalización de la Administración Pública. Ese dictamen fue aprobado el 23 de diciembre
de 1977 por unanimidad de votos, tanto en lo general como en lo particular, y remitido a la
Cámara de Senadores,108 en el que igualmente fue aprobado sin discusión alguna y remitido
al Ejecutivo de la Unión para su promulgación, lo que aconteció el 30 de diciembre de 1977, y
fue publicada en el DOF del 2 de febrero de 1978. Esta nueva Ley Orgánica llevó a los
legisladores a la necesidad de reformar el CFF66 para que fuera compatible con las normas
que regulaban el juicio contencioso administrativo.
En efecto, en esta nueva ley orgánica se estableció la competencia de las Salas
Regionales para conocer del juicio de lesividad, con la particularidad de que su conocimiento
se actualizaría dependiendo de la sede de la autoridad emisora de la resolución respecto de
la cual se demandaba su nulidad.109
En cuanto a la procedencia, de igual manera seguía señalándose que podían
controvertirse resoluciones de la competencia del Tribunal, es decir, las señaladas en el
artículo 23 de esa ley. Cabe señalar que en ese artículo se contemplaban los casos en que
una ley secundaria daba competencia a ese órgano jurisdiccional y también aplicaba esa
misma materia para la procedencia del juicio de lesividad, que expresamente no estaba
prevista en su Ley Orgánica.
Respecto a la legitimación de la autoridad como actora seguía estableciéndose el derecho
de la acción a las autoridades en general, sin especificar si debía ser la autoridad que emitió
el acto o un superior jerárquico o incluso pensarse que una autoridad podía demandar la
nulidad de un acto emitido por otra.
Este Código se expidió el día 31 de diciembre de 1981 y entró en vigor hasta el 1 de enero
de 1983, disposición que se encuentra vigente. Este ordenamiento regula expresamente la
procedencia del juicio de lesividad en su artículo 36.110
Al igual que la LOTFF de 1977, ese ordenamiento jurídico tuvo su origen en una iniciativa
del entonces Presidente de la República José López Portillo111 con motivo de la Reforma
Fiscal que se había impulsado en esos últimos años, indicando que era necesario mejorar la
administración de los gravámenes establecidos en diversas leyes fiscales, así como los
niveles de su cumplimiento.
La iniciativa señalaba que no se establecían gravámenes, sino que lo que se hacía era
imponer obligaciones a los contribuyentes, así como precisar los deberes y facultades de las
autoridades, los procedimientos y los medios de defensa, además de las normas que debían
regular el juicio contencioso administrativo como un medio en el que el fisco federal se
sometería al control jurisdiccional de sus actos, compilando esto en el Título Sexto del
ordenamiento, que se denominó “Del Procedimiento Contencioso Administrativo”.
En este CFF81 –como dije– se incorporó la facultad de las autoridades fiscales para
promover los juicios ante el TFF si su pretensión era modificar una resolución administrativa
que había sido favorable a un particular.
La iniciativa fue recibida en la Cámara de Diputados y turnada a la Comisión de Hacienda y
Crédito Público para su trámite correspondiente, quien presentó su dictamen en la sesión del
26 de diciembre de 1981112 y en el que en forma relevante se indicó que se conformaría por
seis títulos; el de mi interés es precisamente el tercero, denominado “Facultades de las
Autoridades Fiscales”, en donde se acogería la prerrogativa de las resoluciones
administrativas individuales favorables a un particular y que únicamente podían ser anuladas
o modificadas por el TFF mediante juicio promovido por las autoridades fiscales.
En sesión del 27 de diciembre de 1981 de la Asamblea de la Cámara de Diputados113 se
puso a discusión el dictamen de mérito, sin que hubiera comentarios relativos al juicio de
lesividad, y fue aprobado por mayoría de votos tanto en lo general como en lo particular,
ordenando remitirlo a la Cámara revisora, quien lo recibió y turnó para su estudio y dictamen a
las Comisiones Unidas de Hacienda, Primera y Estudios Legislativos, Segunda Sección, el
cual fue presentado en la sesión ordinaria del 30 diciembre de 1981.114
En el dictamen se señaló que ante el avance de la reforma fiscal que inició desde la
administración del Presidente José López Portillo resultaba necesaria la actualización de las
normas generales que regulan las relaciones tributarias. En ese sentido, el nuevo
ordenamiento propuesto introducía innovaciones congruentes con la transformación fiscal, y
fue por ello que las Comisiones Unidas, en cuanto a la lesividad, refirieron que como medida
de seguridad se debía disponer que las resoluciones administrativas individuales favorables a
un particular solo podían modificarse mediante juicio promovido por las autoridades fiscales
ante el TFF,115 dictamen que se aprobó en la sesión del 30 de diciembre de 1981.116
Una vez avalado por ambas Cámaras del Congreso de la Unión, el Presidente de la
República promulgó el ordenamiento el mismo 30 de diciembre de 1981 y fue publicado al día
siguiente en el DOF, entrando en vigor el 1 de enero de 1983, salvo el Título VI denominado
“Del Procedimiento Contencioso Administrativo”, que inició su vigencia el 1 de abril de 1983.
Con la entrada en vigor de este Código se abrogó expresamente el CFF66.
Es de resaltar que desde entonces (1983) el juicio de lesividad ha mantenido su
fundamento jurídico en el artículo 36, cuyo texto no ha sufrido cambios trascendentales, salvo
por lo que hace a la denominación del tribunal encargado de conocer de esos juicios, que
inició siendo Tribunal Fiscal de la Federación, para posteriormente llamarse Tribunal Federal
de Justicia Fiscal y Administrativa, y actualmente conformar lo que conocemos como el
contemporáneo Tribunal Federal de Justicia Administrativa.
Una vez que se ha hecho referencia a los antecedentes del juicio de lesividad, también es
importante mencionar que el órgano encargado de su resolución ha venido transformándose
muy significativamente con el paso del tiempo; de hecho, tanto el juicio de lesividad como su
órgano resolutor tienen los mismos antecedentes jurídicos –que fueron analizados en el
apartado anterior–; sin embargo, en el presente apartado me quiero referir exclusivamente a
la naturaleza del TFJA, como ahora se le conoce.
Este estudio cobra relevancia porque al Tribunal Contencioso se le ha dotado de una
amplísima competencia material para dirimir las controversias suscitadas entre los particulares
y los órganos de la Administración Pública Federal, pero poco se ha estudiado por lo que
hace al tema del juicio de lesividad; incluso, en las materias que actualmente son de su
competencia en algunos casos resulta incompatible la instancia procesal, como es el caso de
la materia de imposición de sanciones por responsabilidades de los servidores públicos.
El TFJA se ha consolidado como un verdadero órgano garante de la justicia administrativa
gracias al desarrollo del juicio de nulidad, pero la falta de regulación específica para el juicio
de lesividad provoca que el propio órgano resolutor aplique reglas y procedimientos
incompatibles con su naturaleza, fijándose los criterios, en algunos casos, por el PJF, ante las
diversas impugnaciones de los contendientes, ya sea a través del juicio de amparo o del
recurso de revisión fiscal.
Por ello considero necesario establecer la naturaleza jurídica del órgano competente de las
resoluciones de los juicios de lesividad para conocer la competencia material con la que
surgió y cómo ha ido ampliándose hasta llegar a la actual regulación, ya que es el TFJA quien
pondera si se anula o modifica el acto administrativo favorable al particular, debiendo
privilegiar –en cada caso en concreto– la seguridad jurídica de los particulares beneficiarios
de ese acto o la legalidad del acto administrativo impugnado.
Resulta plausible que el juicio de lesividad en México es ejercido por órganos
jurisdiccionales especializados en la materia contenciosa administrativa (como es el TFJA en
materia federal) para que estos sean quienes resuelvan tales controversias mediante
sentencia, con autonomía, independencia e imparcialidad, con experiencia en el ejercicio del
control de la legalidad de los actos administrativos y que, además, en materia de derechos
humanos puede ejercer el control difuso de la constitucionalidad y convencionalidad de
normas para efecto de proteger los derechos humanos de los individuos.
En principio, la creación del Tribunal Administrativo Federal en México en 1936 tuvo su
principal influencia en el Consejo de Estado Francés,133 que en esa época era uno de los
tribunales administrativos con mayor jerarquía en el mundo, y que se distinguía por tener un
modelo de justicia retenida, porque sus sentencias, para ser definitivas, necesitaban la
aprobación del ministerio que había dictado el acto controvertido, lo que, de cierto modo,
limitaba la administración de justicia.
Este órgano jurisdiccional tuvo su origen en la Revolución Francesa de 1789, en la que, en
busca de derechos, los gobernados iniciaron rebeliones a fin de poner límites a la voluntad
absoluta del monarca, en quien recaían las funciones jurisdiccionales, legislativas y
administrativas, y así ejercer un debido control de los actos estatales.
El Derecho Administrativo francés tuvo como pilar el principio de separación de poderes de
la doctrina de Montesquieu, y por ello se partió de la base de que la actuación del Ejecutivo
debía examinarse por un órgano diverso, creando un organismo jurisdiccional administrativo
que se encargara de ejercer un control de legalidad de los actos administrativos. En la
actualidad, el Consejo de Estado Francés funge como “el juez administrativo
supremo”,134 según lo describe su propio portal de internet, y es el encargado de asegurarse
de que la actividad administrativa del Estado esté apegada a Derecho.
No obstante que en México había grandes diferencias entre el órgano jurisdiccional galo y
el contencioso administrativo mexicano, se empleó la jurisprudencia emitida por ese órgano a
fin de formar en nuestro Derecho una doctrina en materia administrativa, y crear nuestra
propia jurisprudencia para su aplicación, sin pasar desapercibido que fue hasta 1853 que el
Derecho Administrativo francés tuvo su primera aparición en el Derecho mexicano con la
emisión de la Ley para el Arreglo de lo Contencioso Administrativo de Teodosio
Lares135 (LACATL), en la que se estableció que las autoridades judiciales no podían conocer
de las cuestiones administrativas,136 y por ello se creó un Consejo de Estado que conocería
de lo contencioso administrativo.137
Aunque esa legislación (mejor conocida como Ley Lares) tuvo una vigencia efímera (hasta
noviembre de 1855), su tenor legal fue adoptado por la LJF en 1936, y con ello la
materialización del TFF, sin que ello demerite que a partir de 1929 nuestro máximo Tribunal
expresó la necesidad de implementar medios de defensa para los particulares en los que se
pudiera ejercer la justicia administrativa, es decir, controvertir resoluciones administrativas
cuyo conocimiento fuera de una autoridad distinta de la judicial y que, además, fueran
obligatorios de agotar antes de acudir a la instancia constitucional, motivando así la creación
de los tribunales administrativos en México.138
El TFF surgió con la emisión de la LJF en 1936 y dentro del proceso legislativo del decreto,
en breves líneas se señalaron los motivos que el Ejecutivo consideró para presentar la
iniciativa, siendo estos el de “…procurar que las disposiciones fiscales se ajusten a los
principios modernos en materia de tributación, reuniendo requisitos de claridad, precisión y
sencillez, e introduciendo en las mismas las garantías necesarias a efecto de que los
causantes se encuentren debidamente protegidos; todo ello dentro del propósito de ir
ajustando a las realidades vitales las normas que han de imperar sobre las relaciones
tributarias.” 139
O sea que las medidas para actualizar los ordenamientos jurídicos de esa época a fin de
proteger a los contribuyentes consistieron precisamente en la creación de un órgano
jurisdiccional que fuera independiente del Poder Judicial, encargado de dirimir las
controversias que se suscitaban en la materia fiscal y en reformar los ordenamientos fiscales
con el propósito de regular la actuación de las autoridades, y con ello proteger los derechos
de los contribuyentes.
En la exposición de motivos de esta Ley se precisó que era un gran paso para la
instauración de los tribunales administrativos en el país, y así ejercer eficazmente el control
de la legalidad que emanaba de la Administración Pública –en materia tributaria– en pro de la
defensa del interés público y de los particulares.
El TFF surgió en el marco del Poder Ejecutivo, pero autónomo de las dependencias que lo
integraban, como un órgano jurisdiccional de justicia delegada; es decir que emitía sus fallos
en representación del Ejecutivo de la Unión.
Su competencia se encontraba limitada a la materia fiscal, pues el Tribunal únicamente
podía conocer de los juicios promovidos contra resoluciones emitidas por la Secretaría de
Hacienda, sus dependencias o de un organismo fiscal autónomo, cuando se determinara la
existencia de un crédito fiscal; en materia de responsabilidades administrativas en materia
fiscal; imposición de sanciones por infracciones a las leyes fiscales; cuando causaran un
agravio no reparable por algún recurso administrativo; en contra del ejercicio económico-
coactivo cuando se afirmara que el crédito exigido se extinguió; cuando el monto del crédito
sea inferior al exigido; cuando el crédito fiscal sea pagado con el producto de los bienes
embargados; cuando el procedimiento no se haya realizado conforme a la ley; cuando se
negara la devolución de un impuesto, derecho o aprovechamiento ilegalmente percibido y los
promovidos por la Secretaría de Hacienda para nulificar una resolución favorable a un
particular.140
El sentido de los fallos del TFF era resolver la validez de los actos o procedimientos
impugnados o su nulidad cuando el funcionario o empleado que hubiera emitido el acto sea
incompetente; cuando se incumplieron con las formalidades legales; cuando se violó la ley
aplicada o que se debió aplicar, y en caso de sanciones impuestas por infracción a las leyes
fiscales por desvío de poder141 –causas de anulación.
La mencionada LJF solo tuvo vigencia de dos años, pues fue abrogada con la entrada en
vigor del CFF38, que prácticamente reprodujo su contenido, con excepción del artículo 198
(artículo 52 de la LJF), referente a las pruebas admisibles en el juicio, ya que la modificación
propuesta atendió a la interpretación de la SCJN de los artículos 50, fracción III, y 52 de la
LJF, en el sentido de que el TFF debe reconocer el derecho del recurrente de ofrecer toda
clase de pruebas para que sean tomadas en cuenta en el juicio, aun cuando estas no se
hubieran presentado ante la autoridad.142
Esta situación llevó a la Comisión de Impuestos de la Cámara de Diputados143 a
manifestarse en contra, porque con esa interpretación se afectaba a los intereses de la
Hacienda Pública, pues permitía a los contribuyentes desentenderse de la fase fiscalizadora
de los hechos en que se fundó la autoridad fiscal, ya que sería más sencillo que en la
instancia jurisdiccional se valoraran todas las pruebas, incluyendo aquellas que no fueron
exhibidas en la fase administrativa, lo que implicaba tácitamente conceder al TFF la
competencia de una plena jurisdicción, en vez de la de simple nulidad.
También se consideró oportuno adicionar el artículo 198 (relacionado con el artículo 229) al
proyecto puesto a consideración de la Asamblea para que estableciera que la interposición
del recurso –en la instancia administrativa– no requería otra formalidad además de las ahí
señaladas y que la Secretaría de Hacienda debía llevar a cabo la revisión con la sola
manifestación de la inconformidad.144
Las modificaciones propuestas fueron aceptadas por la Comisión de Impuestos,145 se
discutió y aprobó por unanimidad de votos, ordenando su remisión a la Cámara de
Senadores, donde se turnó a las Comisiones Unidas de Impuestos y de Hacienda para su
dictamen correspondiente, en el cual, respecto del Título Cuarto del CFF38 puesto a
consideración, se pronunció de igual forma en desacuerdo sobre la interpretación de la Corte
de los artículos 50, fracción III, y 52 de la LJF, en cuanto a la admisión de pruebas en el juicio
contencioso.
En el dictamen146 se indicó que la interpretación de referencia no solo lesionaba el interés
fiscal, sino también al reparto técnico de la competencia entre las autoridades administrativas
y la jurisdicción administrativa, pues la función de esta última es anular los actos ilegales de la
primera; por ello, la emisión de los fallos debía limitarse a las pruebas exhibidas ante la
autoridad demandada, ya que atender a una interpretación diversa sería transformar la
competencia del Tribunal de simple nulidad a plena jurisdicción.
El proyecto de este Código fue aprobado por unanimidad,147 y en él se señaló que el TFF
debía dictar sus fallos en representación del Ejecutivo de la Unión, siguiendo con el modelo
de justicia delegada, y que sería independiente de la Secretaría de Hacienda y Crédito
Público y de cualquier otra autoridad administrativa.148
Luego de que el CFF38 fue publicado en el DOF el 31 de diciembre de 1938, entró en vigor
al día siguiente.149
Respecto a la competencia del Tribunal, en el artículo 160 se establecieron los supuestos
previstos en la LJF; sin embargo, este precepto se reformó el 31 de diciembre de 1965 para
ampliar el conocimiento del Tribunal a fin de que atendiera los juicios controvertidos en contra
de las resoluciones emitidas por la Tesorería del Distrito Federal (ahora Ciudad de México) y
del Instituto Mexicano del Seguro Social, en los que se determinara la existencia de un crédito
fiscal, así como los que fincaran responsabilidades que no fueran delictuosas, no solo en
materia fiscal, sino también contra multas por infracciones a la legislación federal o del
entonces Distrito Federal, y no solo la legislación fiscal, así como en los supuestos en que
una ley especial otorgara competencia al Tribunal.
1.3.3. PRIMERA LEY ORGÁNICA DEL TRIBUNAL FISCAL DE LA FEDERACIÓN Y EL CÓDIGO FISCAL DE LA FEDERACIÓN DE 1966
En sus primeros años de gestión, el Presidente de la República José López Portillo remitió
a la Cámara de Diputados la iniciativa de una nueva LOTFF,162 en la que se expresó que
ante el crecimiento demográfico del país y el congestionamiento del Valle de México, así como
la reorganización regional de las distintas dependencias de la Administración Pública Federal,
en especial en materia fiscal, se delimitaron 11 regiones fiscales en las que operaría una
Administración Fiscal Regional con facultades para determinar créditos fiscales, razón por la
cual se indicó que era una necesidad crear diversas Salas Regionales en el interior del país,
que contaran con el mismo mandato que se preveía para las Salas en la Ley Orgánica
anterior, con la intención de que los particulares pudieran controvertir los actos en la misma
región donde fueron emitidos.
También se propuso la creación de una Sala Superior para que actuara como un órgano
coordinador y unificador de los criterios del Tribunal, con las facultades previstas para el
Pleno en la Ley Orgánica anterior, y, además, que resolvieran los recursos de revisión
promovidos en contra de los fallos de las Salas Regionales, las contradicciones de sentencias
y los conflictos de competencia que se suscitaran entre ellas.
En la iniciativa se enfatizó que con la nueva LOTFF se reformaba completamente su
administración bajo los principios de descentralización, regionalización e inmediatez, y que
para evitar la centralización de los asuntos en el Distrito Federal (hoy Ciudad de México) en el
trámite de los recursos de revisión, era conveniente reformar el CFF66 a fin de que los
expedientes se integraran en las Salas Regionales, y que la Sala Superior únicamente se
avocara a su resolución e incluso que se analizara si debía ser de su competencia en
atención a su cuantía o trascendencia para justificar su intervención o que conociera de los
asuntos cuando lo hiciera valer la autoridad recurrente.
Debido a ello, su estructura inició con la delimitación de 11 regiones denominadas:
Noroeste, Norte-Centro, Noreste, Occidente, Centro, Hidalgo-México, Golfo‑Centro, Pacífico-
Centro, Sureste, Peninsular y Metropolitana,163 instituyéndose en cada una de ellas una Sala
Regional, con excepción de la región Metropolitana, en la cual se crearon tres Salas
Regionales, que contarían con competencia material para conocer de los juicios promovidos
en contra de resoluciones definitivas que incluso son las mismas citadas en la Ley Orgánica
de 1966.164
Por otra parte, ahora sí se reconoció expresamente la competencia material de las Salas
Regionales para conocer de asuntos que deriven de otras leyes especiales, pues en esta Ley
se incluyó dentro de las fracciones del artículo que preveía la competencia material de las
Salas Regionales.165
Es de resaltar que también se reconoció la competencia de las Salas Regionales para
conocer de los juicios de lesividad promovidos por las autoridades, siempre y cuando las
resoluciones impugnadas fueran de las materias enlistadas dentro de la competencia del
Tribunal.166 En cuanto a la competencia territorial de las Salas Regionales se estableció que
se actualizaría atendiendo al lugar donde se ubicara la sede de la autoridad emisora del acto
controvertido.
La LOTFF se publicó en el DOF el 2 de febrero de 1978,167 en cuyo artículo primero
transitorio se estableció que entraría en vigor a los 180 días siguientes, es decir, el 1 de
agosto de 1978.168
1.3.7. LEY ORGÁNICA DEL TRIBUNAL FEDERAL DE JUSTICIA FISCAL Y ADMINISTRATIVA DE 2007
Un aspecto trascendental, por lo que hace a la competencia material del Tribunal y que
derivó de la reforma que sufrió el artículo 73, fracción XXIX-H, Constitucional,181 publicada en
el DOF el 27 de mayo de 2015, consiste en que se le erigió como el encargado, no solo de
dirimir controversias que se susciten entre la Administración Pública Federal y los
particulares, sino también en materia de combate a la corrupción, como un órgano
sancionador en materia de responsabilidades de los servidores públicos tratándose de
sanciones graves y sanciones a los particulares relacionados con esas conductas, y para
fincar las indemnizaciones respectivas que deriven de los daños y perjuicios causados al
erario federal o al patrimonio de los entes públicos federales, consolidándose hoy en día
como un órgano impartidor de la justicia administrativa, como se visualizó muchos años atrás.
En los artículos transitorios de la reforma en comento se especificó que el Congreso de la
Unión contaría con el plazo de un año para aprobar las leyes generales respectivas, y
concatenado a ese mandato, en el mismo medio oficial se promulgó y publicó el Decreto por
el que se expidieron diversas leyes en esa materia, entre ellas la actual Ley Orgánica del
Tribunal Federal de Justicia Administrativa, agrupando las materias fiscal y administrativa en
su nueva y actual denominación: “Tribunal Federal de Justicia Administrativa” (TFJA).
Esta ley fue producto de diversas iniciativas presentadas ante la Cámara de Senadores por
los diferentes grupos parlamentarios, las cuales fueron turnadas a las Comisiones Unidas de
Anticorrupción y Participación Ciudadana, de Justicia y de Estudios Legislativos,182 en cuyo
dictamen se precisó que era necesaria una base normativa sólida y suficiente para la
operación del Sistema Nacional Anticorrupción, con la visión de que el Tribunal formara parte
fundamental para combatir la corrupción en nuestro país.183
Esta nueva competencia requería forzosamente la creación de salas especializadas en
materia de responsabilidades administrativas, así como una Tercera Sección de la Sala
Superior con facultades para resolver recursos de apelación y atraer a su competencia los
procedimientos administrativos por faltas graves, a fin de que este órgano conozca de los
asuntos con mayor importancia y trascendencia.
La Cámara de Senadores emitió el dictamen respectivo el 15 de junio de 2016 y lo turnó a
la Cámara de Diputados para su aprobación.184 La citada Ley fue promulgada y publicada en
el DOF el 18 de julio de 2016, para entrar en vigor al día siguiente.
De esa forma, el TFJA se erige hoy como un órgano jurisdiccional con autonomía para
emitir sus fallos, así como en un órgano sancionador en materia de responsabilidades
administrativas de los servidores públicos y particulares vinculados con faltas
graves;185 además, en cuanto a su competencia se incorporó el conocimiento de los juicios
promovidos en contra de actos que se originen por los fallos de las licitaciones públicas.
En lo que toca a la acción de lesividad, en el artículo 3o, último párrafo, de la Ley Orgánica
vigente, se establece textualmente que: “El Tribunal conocerá también de los juicios que
promuevan las autoridades para que sean anuladas las resoluciones administrativas
favorables a un particular, cuando se consideren contrarias a la ley.” A diferencia del anterior
ordenamiento, en este se suprimió la limitación que regulaba la procedencia del juicio, cuando
decía: “Siempre que dichas resoluciones sean de las materias señaladas en las fracciones
anteriores como de su competencia.”
Una interpretación literal al respecto haría que se entendiera que en la competencia del
Tribunal para conocer de los juicios de lesividad pueden promoverse por cualquier autoridad y
sobre todas las materias de forma genérica, aunque no se encuentren en el listado de las de
su competencia, o bien, conforme a una interpretación sistemática podría interpretarse en
sentido contrario, que solo se refiere a las materias competencia del propio Tribunal y que por
ello no era necesario restringir la procedencia, porque tácitamente se entiende que el Tribunal
no puede resolver materias que pudieran ser del conocimiento de un órgano diverso.
Definitivamente, la nueva redacción, que establece la facultad de las autoridades para
promover la acción de lesividad, queda a la libre interpretación de las propias autoridades,
litigantes y particulares que se vieran beneficiados con algún acto administrativo, provocando
con esto incertidumbre sobre la situación real y concreta que ese acto le deparó desde la
fecha de su emisión y hasta que fenezca el plazo para la interposición de estos juicios.
Pongo este tema a la reflexión, sin desconocer que con la entrada en vigor de la actual
LOTFJA se subsanaron diversas inconsistencias que existían en la regulación del juicio
contencioso administrativo, aunque este proceso sigue teniendo lagunas o falta de normas
jurídicas con relación al juicio de lesividad, pues –en mi opinión– se trata de un procedimiento
especial, y por ello debe contar con un marco normativo ad hoc a su naturaleza jurídica.
2. EXTINCIÓN O MODIFICACIÓN DE LOS ACTOS
ADMINISTRATIVOS
Objetivo:
Analizar las aportaciones teóricas sobre la extinción y modificación del acto administrativo y
valorar su aplicación en el actual marco jurídico aplicable al juicio de lesividad, para proponer
una solución intengral que respete los principios de legalidad y seguridad jurídica.
Para entender esta clasificación resulta necesario precisar parte de la terminología que
utiliza Gordillo en cuanto a la clasificación que hace sobre la modificación o extinción del acto
administrativo, según sea por motivos de legitimidad, de mérito o de oportunidad.
Esta clasificación es adoptada por García de Enterría, pues “tiene la ventaja de
comprender tanto a la revocación por causa de ilegitimidad del acto como a la decretada por
razones de oportunidad, mérito o conveniencia”.25
Por razones de legitimidad o ilegitimidad (en sentido inverso) se refiere a que la
modificación o extinción atiende precisamente a la característica de legitimidad del acto
administrativo; es decir –como lo expresa Fernández Ruiz– que “trata de significar que el acto
administrativo se ha producido con apego al Derecho positivo vigente que regula el que hacer
(sic) administrativo”;26 en otras palabras, que atiende a que el acto administrativo cumpla o
contravenga el orden jurídico.
Por mérito se entiende “la conveniencia del acto en razón de su utilidad, y por oportunidad,
la conveniencia del acto en razón del tiempo. El acto administrativo que ordena la clausura de
un expendio de cohetes y fuegos artificiales, por ejemplo, tiene como mérito el evitar
explosiones y daños a los gobernados en sus personas y bienes, lo cual resulta conveniente
por su indudable utilidad para la población; y su oportunidad consiste en dictar esa clausura
en la época de las fiestas patrias en que, sin duda, hay una marcada tendencia de muchas
personas por detonar(los)”.27
Es oportuno considerar que esta clasificación atiende a los supuestos en que desaparece
el acto, se sustituye o se modifica, pues referente a la eficacia y ejecutividad los actos
administrativos “producen sus efectos desde el momento en que se dictan, salvo que en ellos
se disponga otra cosa, exija su propio contenido una demora de la eficacia o ésta esté
supeditada a su notificación, publicación o aprobación”,28 aun cuando los actos son
declarados inexistentes, entonces –en mi opinión– la teoría de la extinción versará sobre la
validez o no del acto, porque desde su nacimiento es eficaz.
En la extinción de actos válidos o legítimos, Gordillo31 distingue los casos en los que
aquella se produce de pleno derecho y en los que debe ser pronunciada por la Administración
o puede ser declarada por el particular.
a) De pleno derecho.
La primera forma de extinción puede darse por el cumplimiento del objeto del acto
administrativo, del término o de una condición resolutoria (extinción por vencimiento), y por la
imposibilidad de hecho, es decir, la imposibilidad sobreviniente para el cumplimiento del acto
(extinción por causa anormal).32
Esta extinción se suscita, por ejemplo, por el vencimiento de la vigencia del acto
administrativo, lo que es una cuestión ordinaria y normal, porque el objetivo para el que fue
creado el acto se cumple por el solo transcurso del tiempo y no requiere de un
pronunciamiento de la Administración o de un órgano jurisdiccional que exprese su
destrucción.
Como ejemplo en este rubro, Gordillo cita el permiso provisional para conducir, que se
encuentra sujeto a una vigencia. Una vez trascurrido el plazo en cuestión, aunque en su
momento el acto fue válido, deja de existir y producir sus efectos jurídicos sin necesidad de
que sea declarado por la autoridad, ni mucho menos por un órgano jurisdiccional.
Este supuesto de extinción resultaría aplicable al juicio de lesividad solo mientras el acto
subsista, ya que una vez concluida su vigencia el acto por sí mismo dejaría de existir, ya que
precisamente su característica es que la extinción del acto administrativo no requiere de una
declaratoria del órgano jurisdiccional, lo que llevaría al sobreseimiento del juicio de lesividad
al haber quedado sin materia el mismo.
b) Pronunciamiento de la Administración.
En este supuesto es forzoso un pronunciamiento mediante otro acto administrativo por
parte de la Administración, ya sea por causa del incumplimiento culposo por el individuo
obligado por el acto (caducidad del acto administrativo), por causa del no uso (desuso) por
parte del interesado de un derecho que el acto le otorgaba y por revocación por razones de
inoportunidad.
El ejemplo que formula Gordillo en este rubro es el caso de la extinción del acto
administrativo por incumplimiento grave por parte del particular de las obligaciones que el acto
le creaba (caducidad) que supone que “el acto que se extingue fundamentalmente concedía
un derecho, creando al mismo tiempo ciertos deberes: es el incumplimiento de los segundos
lo que lleva a la extinción del primero y con ello de todo el acto. Esta sanción extintiva se
aplica principalmente en materia de contratos administrativos”.33
Esta categoría –en mi opinión– es aplicable al juicio contencioso administrativo en cuanto a
que una de las materias sobre las que puede versar el juicio de nulidad es precisamente la
interpretación y cumplimiento de contratos administrativos celebrados por las dependencias y
entidades de la Administración Pública Federal, centralizada y paraestatal, así como por las
empresas productivas del Estado, en términos del artículo 3o., fracción VIII, de la LOTFJA.34
En el supuesto de la extinción del acto administrativo (contrato administrativo) requeriría de
una declaratoria de la autoridad administrativa (mediante el acto de rescisión administrativa)
en la que se extinguiera el acto (contrato), así como los efectos jurídicos producidos por el
acto (obligaciones contractuales).
Cabe precisar que en ese caso la materia del juicio de nulidad versa sobre la legalidad o
ilegalidad del acto administrativo de rescisión y, a su vez, su posible extinción en el mundo
jurídico, lo que atendería –primordialmente– a que el particular acreditara en juicio que
cumplió con las obligaciones contraídas en el contrato o bien que no incurrió en alguna causa
de rescisión (que no incurrió en incumplimiento de sus obligaciones contractuales), lo que
daría lugar a que se anulara (extinguiera ese acto de rescisión y sus efectos de terminación
de las obligaciones contractuales), cuya consecuencia sería que el contrato administrativo
seguiría vigente y surtiendo plenos efectos jurídicos entre las partes.35
Sin embargo, en el caso del juicio de lesividad si bien también la materia de impugnación
puede versar sobre un contrato de naturaleza pública, celebrado entre un particular y la
Administración, la impugnación solo procedería en contra de la resolución favorable que se
emite en el procedimiento previo, es decir, respecto del acto de adjudicación del contrato con
motivo de un procedimiento de licitación. Lo cierto es que el supuesto de extinción del acto
dentro de esta categoría (que requiere de un pronunciamiento de la Administración) no se
surtiría como tal en este supuesto.
Lo anterior, porque la naturaleza jurídica del juicio de lesividad es que la autoridad no
puede de motu proprio extinguir el acto administrativo favorable, sino que forzosamente tiene
que acudir al órgano jurisdiccional.
c) Declaradas por el particular.
Respecto a la extinción declarada por el particular, como tercer supuesto, se presenta en el
caso de la renuncia de los derechos que el acto otorga, supuesto que se da de forma
voluntaria mediante la declaración por parte del interesado o bien por la no aceptación o
rechazo voluntario de los derechos otorgados en aquellos actos que requieren del
consentimiento del particular para ser eficaces.
Esta categoría parte de la premisa de que la extinción del acto administrativo depende de la
conducta del particular interesado, por lo que –en mi opinión– no es compatible con el juicio
contencioso administrativo, mucho menos tratándose del juicio de lesividad, porque este
versa sobre la posible extinción del acto favorable a instancias de la propia autoridad y no del
particular.
De manera que de llegarse a actualizar un supuesto de un acto administrativo que requiere
del consentimiento del particular para su extinción, resultaría innecesario que la autoridad
promoviera el juicio de lesividad para extinguirlo, puesto que por la sola voluntad del
interesado dicho acto dejó de existir y perdió sus efectos jurídicos.
En el sistema jurídico mexicano36 se establecen las modalidades de extinción del acto
administrativo, identificando las causas como de “pleno derecho”, como son el cumplimiento
de su finalidad, expiración del plazo y cuando el acto esté sujeto a una condición o término
suspensivo y este no llega a realizarse, además de la renuncia del interesado, que –
considerando la teoría antes desarrollada– se trata de actos legítimos donde se produce la
extinción de pleno derecho.37
En el caso de la extinción de los actos nulos o anulables (ilegítimos) se distinguen los que
desde su origen contienen una ilegalidad (ilegitimidad originaria) y aquellos que, una vez
emitidos, devienen en ilegalidad por un cambio en el ordenamiento jurídico que torna inválido
un acto que nació válido en un régimen anterior (ilegitimidad superveniente).38
Dentro de este grupo se pueden distinguir tres categorías dependiendo de la gravedad de
la infracción: a) actos inexistentes, en los que la extinción se debe siempre –por regla
general– a razones de ilegitimidad originaria; b) actos anulables, y c) actos nulos. En los dos
últimos la extinción se debe a razones de ilegitimidad originaria y sobreviniente, por lo que los
abordaré de manera conjunta.
a) Actos inexistentes
En esta categoría se ubican los supuestos en que no se reconoce a determinada actividad
el carácter de acto administrativo, como sería un simple “pronunciamiento de la
administración, que no produce efectos jurídicos directos, sea por tratarse de actos que en
razón de no provenir de la administración, o aun proviniendo de ésta, por adolecer de un vicio
grosero”.39
Gordillo refiere como características de este tipo de actividad o conducta administrativa a
las que no tienen presunción de legitimidad; las que pueden ser declaradas como tales de
oficio; las que su vicio es insanable; las que su declaración de inexistencia es retroactiva, y
las que no gozan del principio de estabilidad.
Resulta un tanto paradójico que el autor en comento y algunos otros40 se refieren al
término “acto inexistente” porque si nace un acto administrativo que produce ciertos efectos
jurídicos derivado de la función administrativa, lógicamente existe un acto –al menos por un
tiempo, hasta que se declare su inexistencia o se extinga por ese motivo– y, por lo tanto, no
podría calificarse de inexistente, porque ello implicaría que nunca nació a la vida jurídica, por
lo que entonces la pregunta sería ¿cómo extinguir un acto que nunca existió?
Y aunque el término es debatido, lo cierto es que esa categoría –en mi opinión– atiende a
aquella actividad de la Administración que no reúne los elementos necesarios para constituir
un acto administrativo (por ejemplo, una comunicación interna entre autoridades) o bien que
el acto administrativo contiene un vicio muy grave que lo afecta (imposibilidad de cumplir con
su objeto o fin), por lo que resulta necesario que en cualquier caso se extinga el acto (o no
acto) e incluso que cesen los posibles efectos jurídicos indirectos que hubiera creado –aun de
manera temporal– tanto hacia el futuro como de manera retroactiva (ex tunc).
Por ello es que este tipo de categoría se califica como extinción del acto por razones de
ilegitimidad originaria, es decir, porque debe atender a un vicio de origen en el nacimiento (o
falta de) del acto administrativo o, más bien, del “no acto administrativo”.
Tratándose del juicio de lesividad debe analizarse si opera o no la figura de inexistencia del
acto, ya que –desde mi punto de vista– los actos que no existen no son actos administrativos
sino situaciones de hecho contrarias a la ley, como lo abordaré en el análisis de las nulidades
del acto administrativo en el contencioso administrativo.
b) Actos anulables y actos nulos
Se categorizan como actos anulables aquellos que tienen un vicio leve o no grave, de
modo que es subsanable, por lo que se presumen válidos hasta en tanto no se extingan. Sus
características son que pueden ser revocados de oficio por la Administración a favor del
interesado o bien a petición de parte; también pueden ser anulados por el órgano
jurisdiccional, en este caso requiriéndose de instancia de parte; que su anulación o
revocación produce –por regla general– efectos solo hacia el futuro (ex nunc), y que gozan
del principio de estabilidad del acto administrativo.
Por el contrario, los actos nulos son aquellos cuyo vicio es grave y a veces manifiesto, así
que son insubsanables (a diferencia de los anulables) y no tienen presunción de validez.
Como características de estos actos se tiene que la autoridad puede revocarlos en caso de
que no hayan comenzado a producir efectos; siempre se requiere de petición de parte
interesada para su anulación, para efecto de respetar el derecho de defensa de la
Administración; se necesita acreditar la gravedad del vicio (prueba) para evaluar la
importancia de la transgresión al orden jurídico; según las circunstancias del caso, su
extinción produce efectos retroactivos (ex tunc); no goza del principio de estabilidad del acto,
salvo que hubiese creado derechos que estuvieran ejecutándose.
Aspectos que pueden servir para clarificar la diferencia entre las categorías de actos nulos
o anulables son el denominado error como causa de nulidad y el error de menor gravedad o
error leve de derecho.
En el caso en que el error sea esencial, será motivo para calificar al acto como nulo y, por
tanto, su extinción por regla general dará lugar a destruir sus efectos de manera retroactiva
(ex tunc); este es el caso en que el error vicie a la voluntad de la autoridad administrativa
como un elemento esencial. En este supuesto, Gordillo refiere como ejemplos los casos en
que un indulto se refiere a una persona distinta de la que el Poder Ejecutivo pretendía indultar
o bien el nombramiento en la función de un servidor público de una persona distinta de la que
se deseaba nombrar por homonimia.41
Para el caso de que el error sea de menor gravedad o incluso leve, el acto puede ser
anulable o incluso declarado válido en la medida en que el error no recaiga en la naturaleza o
el objeto del acto. Gordillo establece como ejemplo el caso en que “se inscribe una sociedad
como entidad de seguro en la creencia errónea, provocada por el dolo de la empresa de que
tenía el capital mínimo requerido (…) El acto fue considerado anulable y prescrito el plazo de
dos años… (para su impugnación) en virtud de ello se estimó que el vicio se encontraba
saneado por cuanto a la fecha de la decisión. Además la sociedad ya tenía un capital superior
al mínimo”.42
Resulta relevante una de las diferencias entre los actos nulos y anulables antes referidos,
que consiste en los efectos de su extinción, ya sea de manera retroactiva o bien solo hacia el
futuro. Al respecto, Gordillo refiere que esta postura “clásica” ha sido cuestionada por algunos
autores, según los cuales el efecto retroactivo de la extinción pudiera dañar gravemente al
particular sin una razón justificada, por ejemplo, en el caso en que el particular no hubiera
participado o conocido las causas de ilegalidad, lo que parece que depende de “si el reproche
ético que la conducta merece es de gravedad”,43 como es el supuesto en que el particular
hubiera participado en el vicio del acto, incluso de manera intencional o dolosa.
De ahí que esta postura tiene también como base los precedentes de tribunales en
diversas jurisdicciones, como es en el caso de México44 en el sentido de que con
independencia de si se trata de actos nulos o anulables, existen supuestos en que son
exigibles los efectos retroactivos de la extinción –o nulidad – del acto, como sería el caso en
que el interesado hubiera participado en el vicio o ilegalidad de manera dolosa, por lo que la
nulidad o anulabilidad del acto tendría como propósito destruir los efectos jurídicos creados
por el acto hasta su extinción, con independencia de otro tipo de reproche o sanciones –como
de tipo penal– que pudieran ser procedentes.
Finalmente, Gordillo hace una crítica a la valoración usual de los vicios del acto
administrativo, en el sentido de que existe una especie de “privilegio” que se le pretende dar a
la Administración Pública al momento de determinar sobre la extinción del acto administrativo,
en el sentido de que “en el derecho administrativo hay mayor reticencia que en el derecho
privado para invalidar un acto en virtud de las irregularidades que el mismo contenga. En la
práctica no ocurre que el vicio leve haga anulable el acto, el grave nulo y el gravísimo
inexistente; sino que el vicio leve de hecho no suele afectar la validez del acto, el vicio grave
lo hace anulable, el vicio muy grave lo torna nulo y sólo el vicio de excepcional gravedad lo
hace inexistente (…) Esto es otra prueba más, en nuestro derecho viviente, de la constante
complacencia con el poder, aquí manifestada en la poca severidad con que se juzgan los
actos emanados de la administración pública. Por supuesto, ello va en detrimento del interés
público que el sistema de nulidades está llamado a preservar”.45
Al respecto, en el juicio de nulidad la LFPCA dispone en sus artículos 51, fracciones II y
III,46 y 52, fracción IV, primer párrafo,47 como causas de ilegalidad del acto administrativo
impugnado la omisión de requisitos formales exigidos por las leyes, así como vicios de
procedimiento, en ambos casos que sí trasciendan al sentido de la resolución y afecten las
defensas del particular, caso en el que se declarará la nulidad de ese acto, para el efecto de
que se reponga el procedimiento o se emita una nueva resolución que subsane el vicio
cometido.
Podría decirse que la LFPCA adopta esta categoría de vicios que extinguen actos nulos o
anulables, con la posibilidad de que se emita un nuevo acto que implica la transformación del
acto viciado en uno nuevo y distinto, que aprovecha partes válidas del primer acto, como
serían aquellos actos procedimentales previos no viciados incorporándolas en el nuevo,
eliminando las partes inválidas, es decir, subsanando el vicio en que incurrió la autoridad
administrativa.
Por ejemplo, si la resolución impugnada en el juicio contencioso consiste en aquella que
puso fin a un procedimiento previo (como acontecería en el caso de la determinación de un
crédito fiscal que deviene de un procedimiento de visita domiciliaria), la nulidad de dicha
resolución por vicios acontecidos durante el procedimiento administrativo que fueran
subsanables (como sería, por ejemplo, el que no se le hubiera dado a conocer al
contribuyente el contenido de un acta parcial de visita donde se asentaron irregularidades)
daría lugar a una nulidad para efectos, en el sentido de que la autoridad podría reponer el
procedimiento (de visita domiciliaria) a partir de la violación cometida.
En ese supuesto, la nueva resolución que se emitiera en definitiva (nueva determinación
del crédito fiscal) se estaría apoyando en partes válidas del acto administrativo previo (actas
de visita previas que se levantaron antes de la violación cometida) y partes nuevas del acto
subsanado (las emitidas con posterioridad a la reposición del procedimiento), sin dejar de
desconocer que se trata de una facultad discrecional de la autoridad, y este criterio aplicaría
si, reparado el vicio formal, resuelve que el contribuyente no desvirtuó las irregularidades y
nuevamente emite una determinación del crédito fiscal.
Pero tratándose del juicio de lesividad este supuesto no sería exactamente aplicable,
porque la anulación para efecto de que se repare el vicio tendría como consecuencia que la
autoridad actora pudiera verse beneficiada –indebidamente– de su propio error (en el
ejemplo, la omisión de dar a conocer al contribuyente diversas irregularidades) con la
anulación de su acto administrativo, lo que le permitiría repararlo en posible perjuicio del
particular, como sería alargar el plazo de 12 meses para continuar con su revisión.48
La teoría expuesta sobre la extinción o modificación de los actos administrativos ubica a las
figuras de la revocación y nulidad en el apartado de extinción del acto, tratándose de “actos
nulos y anulables”, ya que su propósito es destruir los efectos jurídicos creados por el acto
hasta su extinción. Por ello, a continuación desarrollaré el estudio de ambas teorías para
determinar cuándo los efectos pueden ser hacia el pasado (ex tunc) y cuándo hacia el futuro
(ex nunc), es decir la consecuencia de la nulidad del acto.
La teoría de la nulidad del acto administrativo tiene su origen en el Derecho Privado con
motivo de la teoría general de la nulidad de los actos jurídicos,61 razón por la cual la mayoría
de los autores administrativistas han considerado que tanto la clasificación de las nulidades
del acto administrativo como los efectos de estas, están basadas en lo determinado por el
Derecho Civil, que tiene varios siglos de formación.
Dentro del sistema de nulidades del Derecho Privado encontramos los tres grupos que las
identifican, a saber: La inexistencia, la nulidad absoluta y la nulidad relativa o anulabilidad. Y
trasladar esos tres tipos a los actos administrativos es complejo, en virtud de que han sido
diversas las teorías establecidas en cuanto al tema, además de la influencia que tiene la
interpretación del autor de que se trate, la época y los efectos de la misma, entre otras
cuestiones, lo que ha ocasionado que en la doctrina en la materia administrativa no se cuente
con una teoría general de las nulidades que sea totalmente aceptada.
En la LFPA, el término de “nulidad” es una de las formas de ejercicio del control
administrativo de legalidad, porque la autoridad no puede motu proprio revocar sus actos. La
teoría de las nulidades del acto administrativo trata de explicar y precisar los motivos, razones
y consecuencias de los vicios o ilegalidades, pero en el derecho público ha sido menester
crear conceptos, principios y reglas sui géneris cuyo desarrollo sigue en proceso.
Entre las teorías del Derecho Administrativo existen diversas acepciones de los términos de
anulación, anulabilidad y nulidad, pues a pesar de que son muy semejantes, no todas los
conceptualizan de la misma manera.
La anulación es la actividad del juez de hacer efectivas las consecuencias de los supuestos
que causan la invalidación del acto administrativo cuando tienen ocurrencia y la anulabilidad
es la condición que ofrece un acto administrativo de merecer ser anulado o invalidado, por
estar afectado por una causal de nulidad. Por su parte, la nulidad es la situación del acto que
existió jurídicamente, pero que el juez invalidó por estar afectado por cualquiera de las
causales instituidas para ello. La nulidad es la consecuencia de la anulación que realiza el
juez contencioso administrativo. Es la situación en que queda el acto declarado nulo o
anulado.62
En la LFPA, en el Título Segundo (Del régimen jurídico de los actos administrativos),
capítulo segundo denominado “De la nulidad y anulabilidad del acto administrativo”,63 se
establecen los supuestos de nulidad y anulabilidad del acto administrativo, el primero de ellos
cuando el acto se declare jurídicamente nulo será inválido y podrá ser subsanable, es decir,
sin perjuicio de que pueda emitirse uno nuevo; además, la declaración de nulidad producirá
efectos retroactivos.
Tratándose de los actos declarados anulables se considerarán válidos y gozarán de
presunción de legitimidad y ejecutividad. Con mayor razón que los anteriores, estos serán
subsanables por el órgano administrativo, y el saneamiento del acto anulable producirá
efectos retroactivos y el acto se considerará como si siempre hubiera sido válido.
Entonces el acto nulo y el acto anulable podrán producir efectos retroactivos (ex tunc), pero
la diferencia entre ambos es que el primero será inválido y el segundo se considerará válido,
y con mayor razón subsanable por la Administración, precisamente porque dependerá de si el
vicio es o no grave.
Es oportuno conocer las corrientes que han seguido los principales autores respecto a las
nulidades del acto administrativo, quienes han expuesto sus conceptos de acuerdo con la
época (año en que se editaron sus aportaciones a la doctrina) y el sistema jurídico aplicable
(país en el que surgieron sus aportaciones), las cuales han sido tropicalizadas al sistema
jurídico mexicano, siendo indispensable hacer referencia a ellas para conocer cómo en
la praxis jurisdiccional operan las nulidades en el juicio de lesividad.
a) Agustín Gordillo (Argentina, 1974)
En su obra Tratado de Derecho Administrativo,64 este autor señala medularmente que
coincide en que en el Derecho Público no hay un acuerdo que establezca cuáles son las
clases de nulidades del acto y precisa que lo relevante es determinar las consecuencias
jurídicas que se asignarán a un defecto o vicio concreto del acto, lo cual –desde mi punto de
vista– es razonable porque –como lo he indicado– en el juicio de lesividad la nulidad del acto
provoca un detrimento o afectación en la esfera jurídica del particular demandado, y serán los
efectos a esa nulidad lo que realmente trascienda en el resultado.
Comparto ese pensamiento de Gordillo, pues si la doctrina no ha logrado unificar una
clasificación de las nulidades del acto administrativo, lo importante en ese resultado serán las
consecuencias de los vicios detectados en el acto, cuestiones que, incluso, son consideradas
para el juicio de nulidad, aunque mi preocupación va más allá de ese postulado, porque en la
norma no se contemplan supuestos específicos para decretar la nulidad en un juicio de
lesividad y mucho menos las consecuencias o efectos de esa decisión, por lo que el resultado
dependerá, en buena medida, del arbitrio del juzgador.
Me parece acertado el criterio de este autor, ya que el estudio de las nulidades radica
primordialmente en precisar “cuáles son las consecuencias jurídicas concretas que
determinados hechos deben acarrear según el orden jurídico”,65 y sus conclusiones radican
dependiendo del tipo de acto, como sigue:
a) Actos regulares (todos los actos que son enteramente conformes al ordenamiento
jurídico, que adolecen de vicios intrascendentes –leves–), y
b) Actos irregulares (los identificados por tener un vicio grave y a veces manifiesto).
Los primeros divididos en actos válidos y actos anulables y los segundos en actos nulos y
la inexistencia del acto.
Es así que expone que “…en general los vicios determinan las consecuencias, conforme a
un criterio cualitativo, de práctica jurisprudencial y política jurídica: a menor entidad del vicio,
el acto puede tanto ser válido como anulable; si el vicio es grave o muy grave el acto será
nulo y sólo en casos de “grosera” violación del derecho o falta de seriedad, inexistente. En
caso de duda, debe estarse por el vicio y la consecuencia menor.” 66
b) Gustavo Adolfo Revidatti (Argentina, 1982)
Este autor clasifica la nulidad del acto administrativo de una forma clara y sencilla, la cual
estimo resulta aplicable al juicio de lesividad, ya que la propuesta del procesalista67 señala
que las irregularidades en que puede incurrir la Administración en la emisión de un acto
administrativo se pueden agrupar en tres categorías:68
a) Cuando falta un elemento esencial al acto, de modo tal que se considera que ese acto
no se ha formado (se equipara a la inexistencia).
b) Cuando un elemento esencial o más tienen vicios que son graves (nulidad).
c) Cuando el acto puede tener vicios menos trascendentes, aunque suficientemente
importantes, a los que se les debe dar trascendencia (anulabilidad).
En el primer supuesto, Revidatti hace la diferencia de que no es un acto inexistente, sino
jurídicamente inexistente, es decir, es inexistente para el derecho que nació teniendo eficacia,
pero se convirtió en un acto sin efectos.
Sostiene, además, que la diferencia entre la nulidad y la anulabilidad de los actos
administrativos atiende a la gravedad que contiene el acto, es decir, si un elemento esencial o
más generan que el vicio sea grave tendrá que nulificarse, pero si el acto contiene vicios
menos graves o menos trascendentes entonces son anulables. Por ello la teoría apunta a que
se analice la gravedad de la existencia del acto y lo manifiesto del vicio, que –desde mi punto
de vista– resulta muy ad hoc a la finalidad y naturaleza del juicio de lesividad.
La aplicación de esta teoría a la materia del juicio de la lesividad se debe entender en el
sentido de que cuando el acto es ilegal por la falta de un elemento o porque contiene vicios
de menor trascendencia, el mismo debe ser anulable, y ahí precisamente podría valorarse y
ponderarse que existen otros principios, como el de seguridad jurídica, que en ciertas
circunstancias está por encima del principio de legalidad, porque se estaría privilegiando un
valor superior y, en su caso, se le daría un peso mayor, por encima del otro, teniendo el
juzgador plena facultad para concluir que no siempre el acto –por ser ilegal– debe nulificarse.
Considero que este criterio es un punto de partida para determinar cuándo deben anularse
los actos impugnados dentro del procedimiento especial de la lesividad, pues debe atenderse
a los elementos esenciales del acto. De ahí que deba admitirse como elemento distintivo uno
que no tiene absoluta precisión conceptual: la gravedad.
Por ello, como lo plantea este autor, vicios graves es igual a nulidad y vicios leves (aunque
trascendentes, por supuesto) a la anulabilidad. La idea de este doctrinario es “atender a un
elemento grave pero que (…) La gravedad no es apreciada en relación al elemento viciado,
sino al acto todo […] por ejemplo, cita: Si una casa se raja de una pared que integra la
estructura, y la rajadura es grave, el vicio es grave para la casa; pero si lo que se raja, incluso
se rompe, es una pileta, por ejemplo, que es simple accesorio, el vicio podrá ser grave para la
pileta, pero no para la casa”.69
Esto significa que el tipo de gravedad y la manifestación del vicio será la causa que decida
si el acto debe ser nulo o subsistir. Es decir, si en un juicio de nulidad se controvierte la
resolución de un crédito fiscal a una persona moral por omisiones en el pago de impuesto
sobre la renta como sujeto directo, respecto a los ejercicios fiscales de 2018 y 2019,
suponiendo que la autoridad determinó un cálculo por omisión de ingresos acumulables por
$1’000,000 y rechazó deducciones por $50,000 y como resultado calculó un impuesto a
cargo, porque, a decir de la autoridad, en la visita domiciliaria el contribuyente no logró
acreditar con sustento documental cada una de las operaciones.
Si dentro del juicio el demandante argumenta y demuestra que independientemente del
cálculo y de las omisiones, la autoridad emitió la resolución fuera del plazo de 12 meses con
que contaba para dictar el acta final y concluir su facultad de comprobación, obviamente el
juzgador, antes de entrar al estudio de fondo, tendría la obligación de analizar el argumento
de caducidad y, de ser fundado, la consecuencia sería una nulidad de esa determinación. En
este caso el vicio es considerado grave por exceder sus facultades de comprobación, como lo
establece la ley, lo que daría paso a declarar una nulidad, porque el vicio de ninguna manera
puede ser reparado.
En ese mismo ejemplo, suponiendo que el demandante no logra desvirtuar que contaba
con el soporte documental de las operaciones, pero demuestra que fue incorrecto el cálculo
de los accesorios (actualizaciones, recargos y multas) por haber sumado tres ejercicios
fiscales, correspondientes a 2017, 2018 y 2019, entonces el juzgador tendría la obligación de
nulificar el acto, porque la autoridad no debió calcular accesorios sobre el ejercicio 2017, sino
únicamente respecto a 2018 y 2019; sin embargo, sobre la suerte principal el pronunciamiento
debe ser convalidar lo que quedó intocado por no demostrar su ilegalidad.
Así que en ambos casos se extingue el acto. En el primer ejemplo por cuestiones de forma
que trascienden gravemente en el acto impugnado y, desde luego, la autoridad de ninguna
manera podría volver a fiscalizar los mismos hechos de los ejercicios de 2018 y 2019. En el
segundo, por vicios leves pero que trascienden en la legalidad del acto, por lo que la
autoridad contaría con la posibilidad de emitir un nuevo acto reparando la irregularidad
cometida, es decir, solo determinar accesorios por los ejercicios fiscales 2018 y 2019.
El ejemplo es muy claro y evidencia el tipo de gravedad que afecta al acto para así definir
las consecuencias del vicio, criterio que es análogo a lo que Gordillo determinó como actos
regulares e irregulares.
El acto es nulo pues tiene un vicio grave, porque uno o más de los elementos esenciales
están gravemente viciados. Y si el acto es anulable, tiene un vicio que es jurídicamente
trascendente, pero no afecta la estructura del acto porque su vicio es leve y, por tanto, puede
ser saneado o reparado.
Con relación a la lesividad, si el daño es grave ante la falta de uno o más elementos
esenciales del acto, el vicio trasciende y afecta los intereses de la Administración Pública, y
por ello debe ser declarado nulo. Sin embargo, cuando un elemento o más generen vicios
poco graves e intrascendentes o bien aun siendo graves, pero solo para el elemento
respectivo y no así para el todo, será el caso que el acto que amparó derechos personales y
situaciones favorables a un particular, no deba ser anulado y bien pudiera seguir surtiendo
efectos en la vida jurídica, salvaguardando en ese resultado la protección de la seguridad
jurídica del interesado.
Lo relevante de esta corriente –en mi opinión– es que “la gravedad (del acto) no es
apreciada en relación al elemento viciado, sino al acto todo; por eso no hay vicio en (un)
elemento no esencial que pueda ser considerado grave para el acto”,70 es decir, la gravedad
del vicio tiene que trascender en la validez del acto, y no forzosamente para ser nulo debe ser
un vicio de fondo, pues un vicio de forma puede ser igual de trascedente que afecte
gravemente al acto, y por ello debe ser anulado y no reparado. Siendo así, la gravedad no
atiende a que sean vicios de fondo o esenciales y vicios de forma o no esenciales, sino a la
afectación del acto en general.
En otras palabras, los vicios no se clasifican ni se pueden clasificar, pero si el vicio es
fácticamente manifiesto eso lo convierte en jurídicamente grave y, por tanto, en una causal de
nulidad.
c) Gabino Castrejón García (México, 2002)
Sobre la nulidad71 señala que la de pleno derecho no produce ningún efecto jurídico, pues
estima que la declaración tiene efectos automáticos; es decir que por el solo efecto de estar
consignado en la ley, el acto no produce efectos.
Asimismo, Castrejón García señala que en el Derecho Administrativo debe hablarse de
irregularidades del acto o de sus elementos; esto es que el acto no es perfecto o que alguno
de sus elementos, por alguna causa, es irregular, y por ello no reúne los requisitos y
modalidades necesarios para que opere con plenitud.
Estima que la irregularidad del acto o de sus elementos traerá como consecuencia la
ineficacia total o parcial del mismo, ineficacia que puede ser inmediata o de aplicación
automática o bien que sea necesario que esa ineficacia se declare por parte de la autoridad y,
como consecuencia de esto, la nulidad o invalidez del acto.
d) Andrés Serra Rojas (México, 2004)
Este autor72 describe la teoría de nulidades en tres tipos: La inexistencia, la nulidad
absoluta y la nulidad relativa, apoyando su criterio en que el acto administrativo es válido o es
nulo, según lo que establece la ley.
Asimismo, pone énfasis en los supuestos de invalidez del acto administrativo al encontrar
dos situaciones diversas: la invalidez del acto administrativo y la irregularidad del acto
administrativo, ambas nulidades provocadas por la violación de los preceptos legales
relacionados con los elementos del acto administrativo, ya que se producen efectos
anormales que afectan su eficacia.
La inexistencia
Serra Rojas identifica a los actos inexistentes como aquellos a los que les falta un elemento
esencial, orgánico, estructural, para su formación, ejemplificado en el supuesto de que la
autoridad que emite el acto es incompetente y obviamente no surte ningún efecto. Este será
el caso en el que la autoridad jurisdiccional se pronuncie sobre la inexistencia del acto.
Aduce, sin embargo, que esta teoría de la ineficacia de los actos administrativos debe
eliminar de su clasificación a la inexistencia, ya que no hay una razón jurídica válida para su
mantenimiento por lo impreciso de su definición. Tan sencillo como decir que los actos que no
existen no son actos administrativos sino situaciones de hecho contrarias a la ley.
Nulidad absoluta
La nulidad de pleno derecho de los actos administrativos, dice Serra Rojas,73 se da por las
siguientes características o elementos diferenciales:
a) Cuando es provocada por la violación de leyes prohibitivas o de interés público;
b) Si son realizados por un funcionario incompetente;
c) Cuando no se convalida por prescripción;
d) Cuando de la nulidad puede privilegiarse cualquier persona;
e) En caso de que no se legitime por la confirmación;
f) Por actos constitutivos de delitos;
g) Tratándose de reglamentos inconstitucionales o ilegales;
h) Aquellos cuyo contenido sea legalmente imposible;
i) Cuando se dictan por los órganos colegiados en forma irregular;
j) Por ilegalidad de los fines del acto, como desvío de poder;
k) Por la falta de forma;
l) Actos que prescinden del procedimiento administrativo, y
m) Actos cuyo contenido es imposible.
Son claros y limitados los supuestos que da el autor para lograr que el acto sea declarado
nulo, pues considera que esas son las causas que impedirían que un acto siga surtiendo
efectos jurídicos hacia el futuro y hacia el pasado; por ejemplo, que el acto sea realizado por
un funcionario incompetente llevaría al órgano revisor a determinar la nulidad del mismo,
aunque este supuesto pudiera confundirse con la inexistencia del acto.
Nulidad relativa
2.1.3. REVOCACIÓN Y NULIDAD DE LOS ACTOS ADMINISTRATIVOS EN ALGUNOS PAÍSES DE LA UNIÓN EUROPEA Y LATINOAMÉRICA
2.1.3.1. ESPAÑA
Recurso administrativo
• Los órganos a los que estén adscritos los Organismos públicos y entidades de derecho público, respecto de los actos y disposiciones dictados
por el máximo órgano rector de estos.
• Los máximos órganos rectores de los Organismos públicos y entidades de derecho público, respecto de los actos y disposiciones dictados por
los órganos de ellos dependientes.
Recurso contencioso-administrativo
En la instancia jurisdiccional están legitimados para impugnar la ilegalidad de un acto, la
Administración autora, previa su declaración de lesividad para el interés público en los
términos antes precisados,105 con excepción de la impugnación de las decisiones adoptadas
por los órganos administrativos a los que corresponde resolver los recursos especiales y las
reclamaciones en materia de contratación a que se refiere la legislación de Contratos del
Sector Público, ya que no requiere previa declaratoria de lesividad.106
El recurso de lesividad se inicia con la presentación de la demanda formulada con los
hechos, los fundamentos de Derecho y las pretensiones que se deduzcan, en justificación de
las cuales podrán alegarse cuantos motivos procedan, hayan sido o no planteados ante la
Administración,107 debiendo señalar con precisión la persona o personas demandadas y, si la
tuvieran, su sede o domicilio. A esta demanda se acompañarán la declaración de lesividad, el
expediente administrativo y, en su caso, el documento con que se acredite la legitimación o
competencia.108
El plazo para interponer el recurso de lesividad es de dos meses contados a partir del día
siguiente a la fecha de la declaración de lesividad,109 y se cuenta con nueve días para
emplazar personalmente a los demandados.110 Una vez efectuado el emplazamiento a las
partes demandadas que comparecieron, se les otorgará el plazo de 20 días para que
contesten la demanda.111
La ley dispone un plazo de 10 días para que las partes presenten conclusiones y, una vez
integrado el expediente,112 el juez debe dictar sentencia en un plazo de 10 días a partir de
que la instrucción del juicio concluyó y decidirá sobre todas las cuestiones controvertidas en
el proceso.113
En la sentencia se pronunciará alguno de los fallos siguientes: (i) inadmisibilidad del
recurso contencioso-administrativo; (ii) estimación o desestimación del recurso contencioso-
administrativo, y (iii) el pronunciamiento respecto de las costas.114
La inadmisibilidad del recurso contencioso-administrativo se da porque: (i) el Juzgado o
Tribunal Contencioso-administrativo carezca de jurisdicción; (ii) se interpuso por persona
incapaz, no debidamente representada o no legitimada; (iii) tiene por objeto disposiciones,
actos o actuaciones no susceptibles de impugnarse; (iv) recae sobre cosa juzgada o si
existiera litispendencia, y (v) se presentó el escrito inicial del recurso fuera del plazo
establecido.115
La sentencia desestimará el recurso cuando se ajusten a Derecho la disposición, acto o
actuación impugnados, es decir, se sostenga la legalidad del acto, y estimará el recurso
contencioso-administrativo cuando la disposición, la actuación o el acto incurrieran en
cualquier infracción del ordenamiento jurídico, incluso la desviación de poder.116
Cuando la sentencia estime procedente el recurso, el juez podrá:117
a) Declarar no ser conforme a Derecho y, en su caso, anulará total o parcialmente la
disposición o acto recurrido o dispondrá que cese o se modifique el acto impugnado.
b) Si se solicitó el reconocimiento y restablecimiento de una situación jurídica
individualizada, reconocerá esa situación jurídica y adoptará las medidas necesarias para su
pleno restablecimiento.
c) Si la medida consiste en la emisión de un acto o en la práctica de una actuación
jurídicamente obligatoria, el juez debe establecer plazo para que se cumpla el fallo.
d) Si fuera estimada una pretensión de resarcir daños y perjuicios se declarará, en todo
caso, el derecho a la reparación, señalando asimismo que está obligado a indemnizar,
debiendo fijar la cuantía de la indemnización cuando se pida expresamente por el
demandante y haya constancia en autos de los elementos suficientes para ello. En su caso,
se establecerán las bases para la determinación de la cuantía, cuya definitiva concreción
quedará diferida al periodo de ejecución de sentencia.
Los efectos de la anulación de una disposición o acto se producirán para todas las
personas afectadas. Los fallos que anulen una disposición general tendrán efectos generales
desde el día en que sea publicado su fallo y preceptos anulados en el mismo periódico oficial
en que se publicó la disposición anulada. También se publicarán las sentencias firmes que
anulen un acto administrativo que afecte a una pluralidad indeterminada de personas.118
La estimación de pretensiones de reconocimiento o restablecimiento de una situación
jurídica individualizada solo producirá efectos entre las partes; no obstante, tales efectos
podrán extenderse a terceros en los términos legales conducentes.119
2.1.3.2. ALEMANIA
Sede administrativa
Jurisdicción contencioso-administrativa
2.1.3.3. FRANCIA
2.1.3.4. COLOMBIA
2.1.3.5. ARGENTINA
2.2. PRINCIPIOS JURÍDICOS QUE SURGEN CON MOTIVO DE LA REVOCACIÓN DEL ACTO ADMINISTRATIVO
Es por demás interesante conocer cómo en algunos casos han surgido nuevos principios
jurídicos o reglas de Derecho en el ámbito de la revocación de los actos administrativos, con
características sui géneris que han dado lugar a precedentes relevantes emitidos por los
tribunales administrativos en diversos países. El Derecho Administrativo no es inmutable, sino
que se va adaptando paulatinamente a una realidad social cuyos cambios son forzados
muchas veces por la búsqueda de una más pronta y completa impartición de justicia
contenciosa administrativa.
Los casos relevantes a los que me referiré son dos, paradigmáticos –similares entre sí–,
que en su momento dieron lugar a que el Derecho Administrativo evolucionara en los países
donde se presentaron por sus implicaciones jurídicas y que posteriormente fueron adoptados
en otros Estados. Son el denominado “Carman de Cantón”, en Argentina (1936),209 que dio
lugar a la creación del principio de “estabilidad del acto administrativo”, y el de “la viuda de
Berlín”, en Alemania (1956),210 que fue el punto de origen para el desarrollo del principio de
“confianza legítima” en el Derecho europeo.
En ambos principios se reclamó el derecho a percibir una pensión ya concedida, y
básicamente postulan que debe limitarse el poder de las autoridades administrativas para que
revoquen o modifiquen arbitrariamente sus propios actos en perjuicio de los gobernados.
Que de acuerdo al decreto de 30 de junio de 1896, en el que aceptándose el dictamen del Procurador General de la Nación
se clara (sic), no sólo para el caso concreto que se ventilaba (…) sino “como antecedentes para casos análogos” que las
resoluciones administrativas no son susceptibles de reconsideración “porque el orden público se interesa en que los derechos
adquiridos bajo el amparo de resoluciones definitivas queden inconmovibles” porque “de otro modo no habrá régimen
administrativo ni judicial posible…” pero, aparte al tratarse de un caso aislado, cabe advertirse que en el trámite de las
jubilaciones y pensiones existen (sic) procedimiento administrativo reglado (arts. 29, 30, 40, 56 y 57 de la ley N° 4349 y arts.
10, 11 y 12 del decreto reglamentario); y por ello, la prescripción también se opera en el orden administrativo (art. 37, inc. 3° de
la ley premencionada).
Que para el juicio administrativo que contiene una decisión, propiamente dicha, la fuerza de la cosa juzgada es
absoluta, porque el interés público de la certidumbre del derecho forma el derecho de la parte. Este principio de la
estabilidad del derecho mediante la resolución administrativa en el caso concreto y para la persona que lo planea,
está igualmente afirmado por LOUIS DELBEZ en su estudio sobre “La révocation des actes administratifs” […] donde
se concreta con precisión el verdadero principio en estos términos: “La doctrina puede ya consagrar como
postulado que el acto administrativo es irrevocable en los siguientes casos:
Que para el derecho administrativo argentino se sostiene la necesidad de la ley que establezca una estabilidad jurídica
mediante la irrevocabilidad por vía administrativa de decreto declarativo de derechos contestados pero parece justo que lo
que debiera establecer la ley, como excepción al principio general de la estabilidad y certidumbre del derecho
declarado y reglado, es la facultad de revocación del poder administrador y no a la inversa.
Se reafirma la conclusión favorable a la irrevocabilidad de la jubilación del Dr. Eliseo Cantón, decretada después de su
muerte con el consiguiente menoscabo de los derechos pensionarios de su esposa; pues no se trata de facultades
discrecionales del Poder Ejecutivo, ni de una gracia demandada por un particular, ni de un trámite arbitrario en la secuela del
expediente jubilatorio, ni de fondos que pertenezcan al servicio público general. El Dr. Cantón se presentó a la Caja Nacional de
Jubilaciones y Pensiones Civiles, en los términos y con los recaudos que preceptúa la ley N° 4349 y sus reglamentaciones; las
oficinas públicas de contralor y fiscalización produjeron los informes pertinentes; el director de la Caja declaró la procedencia de
la jubilación aceptó, y el Poder Ejecutivo aprobó la resolución de la Caja, desde cuyo momento el derecho reclamado al amparo
de la ley quedó establecido, cierto y ejecutoriado, por lo cual el Dr. Cantón gozó de su sueldo de retiro hasta el día de su
muerte.
Es irrevocable la concesión de una jubilación o pensión aunque ella contuviera errores suficientes para causar
su nulidad, en cuyo caso la administración o las entidades autárquicas deben perseguir su anulación por la vía
jurisdiccional, no pudiendo – per se – revocar.
Que la Corte declaró la procedencia de una ampliación suplementaria en el cómputo de servicios de un jubilado en virtud de
la ley No 12.154, cuando con ello puede reintegrarse al goce del beneficio que antes le fuera acordado y luego reducido. Por
ello, la Corte revocó la sentencia recurrida y se hace lugar a la demanda, declarándose que la señora Elena Carman de Cantón
tiene derecho a la pensión que le corresponde como esposa del doctor Eliseo Cantón y según los términos de la jubilación de
que éste gozó en vida. (Énfasis añadido.)
De acuerdo con lo razonado por esa Corte en el caso de la señora Carman de Cantón es imprescindible hacer notar que la
problemática consistió en que a la viuda del doctor Cantón, que venía gozando de su jubilación en forma regular durante 18 años,
de pronto no solo se le quitó su derecho a la pensión por viudez que venía percibiendo, sino que tenía la obligación de restituir las
sumas percibidas anteriormente, lo que dio lugar a que la actora promoviera una acción contenciosa administrativa de nulidad
contra el decreto que había revocado la referida jubilación, sosteniendo como punto medular una función irrevisable e irrevocable
del derecho jubilatorio otorgado por los años de servicio del afectado, es decir, el fundamento central se circunstanció en la
llamada “cosa juzgada administrativa”.
Que, efectivamente, la pensión se concedió de manera irregular, pero que se optó por continuar con el pago de la pensión en
la medida que la beneficiaria había adoptado una decisión vital a partir de la conducta que desplegó la autoridad, por lo que la
posibilidad de revertir esa estabilidad jurídica implicaría un daño de difícil subsanación, debido a los gastos en que incurrió la
ciudadana al trasladarse al occidente de la ciudad.
Que la autoridad había incurrido en un acto ilegal, al revertir una decisión que impactó de manera determinante en la esfera
jurídica de la persona, debido a que ésta desarrolló actos a partir de la conducta que la autoridad realizó, infundiendo un sentido
de estabilidad y confianza en la procedencia de la pensión solicitada, de ahí que el órgano jurisdiccional estimó que se
transgredía la confianza en la legalidad de la actuación administrativa.
Cabe mencionar que este principio fue denominado por la jurisprudencia alemana como vertrauensschutz, que significó la
protección frente a las expectativas legítimas de los administrados, generadas mediante los actos reiterados de la Administración
(protección de la confianza legítima).
El juicio de lesividad es una vía contenciosa que juega un papel muy importante dentro de
la llamada justicia administrativa, en la que, por regla general, debe prevalecer el interés
público por encima del privado231 y, a la vez, este tiene que ser respetado de acuerdo con los
principios jurídicos involucrados.
Como antes mencioné, la acción de la autoridad administrativa que se ejerce por esta vía
tiene como objeto que se anule el acto administrativo que se emitió en desapego a las normas
jurídicas. Por tal motivo, en el apartado que nos ocupa me referiré a la teoría de la nulidad de
los actos administrativos para analizar cómo se desarrolla en la materia contenciosa
administrativa y determinar si esos criterios operan en el juicio de lesividad federal.
De inicio es importante establecer –en mi concepción– que la premisa mayor de la teoría de
las nulidades tiene como eje rector el principio de legalidad, pues los actos de autoridad son
el reflejo de todo el sistema jurídico aplicable y estos gozan de la presunción de validez.
Esto significa que todo acto administrativo debe cumplir con lo ordenado en las
disposiciones legales, ya que en ellas se ve inmersa la voluntad de la actividad administrativa,
pues las autoridades solo pueden hacer lo que establecen las propias leyes. En efecto, como
lo expresa Tron Petit, “el acto administrativo de autoridad debe concordar con la ley que lo
rige, porque la actuación de la autoridad administrativa tiene y debe tener un estatuto de
estabilidad indispensable para la procuración del interés público”.232
Ante estas facultades de las autoridades actuando como representantes de la
Administración, el nacimiento de los actos administrativos a la vida jurídica se encuentra
inmerso por la presunción de legalidad, porque los actos nacen válidos, salvo prueba en
contrario, que debe ser demostrada mediante de su impugnación.
Como ya lo he dicho, la LFPCA prevé el juicio de lesividad como una especie del género
juicio contencioso administrativo: las diferencias entre estos son que en el juicio de nulidad la
actora es una autoridad de la Administración y que su plazo de interposición es de cinco
años;233 sin embargo, las causas de anulación y el tipo de nulidad resultan aplicables –para
ambos juicios– de acuerdo con lo establecido en los artículos 51 y 52 de ese ordenamiento
jurídico.
Al igual que en la instancia administrativa, en la vía contenciosa se sigue la corriente de la
teoría de nulidades que las describe234 en tres tipos, que son: la inexistencia, la nulidad
absoluta y la nulidad relativa.
Este tipo de nulidad fue incorporada a raíz de que al TFJA le fue concedida plena
jurisdicción para dictar sus fallos.252 En el caso de sentencias en que se condene a la
autoridad a la restitución de un derecho subjetivo violado o a la devolución de una cantidad,
existen supuestos en los que el Tribunal deberá constatar previamente el derecho que tiene el
particular, además de la ilegalidad de la resolución.
Se trata de la nulidad del acto en el que además se condena a la autoridad a una
determinada conducta; en cuyo caso, en este último supuesto se considera que el acto no
solo se extingue, sino que también se le obliga a la autoridad administrativa a reconocer la
existencia de un derecho subjetivo en favor del particular, que se vio afectado por el acto
administrativo viciado.
Es decir que se debe anular el acto y sus efectos, generando una nueva situación jurídica
para el particular, pues se obliga al Tribunal a pronunciarse sobre la existencia de un derecho
subjetivo y a condenar al cumplimiento de la obligación correlativa o, en su caso, otorgar o
restituir el goce de los derechos afectados, así como al pago de una indemnización al
beneficiario de ese derecho y al pago de los perjuicios que se le hubieren causado.
Por ejemplo, en el caso de que el particular demande la nulidad del acto que negó el
derecho a la devolución de las contribuciones (generada por saldo a favor), pero que en el
análisis del acto se advierta que no era procedente el pago de la contribución (es decir, no se
causó el hecho generador) y, por consiguiente, no existe el saldo a favor. Sin embargo, si el
demandante acredita que pagó la contribución al fisco (mediante la exhibición de
comprobantes fiscales), entonces será procedente que el Tribunal declare la procedencia de
un pago de lo indebido.
En este caso, el TFJA253 tiene la obligación de declarar la nulidad del acto y reconocer el
derecho subjetivo con que cuenta el actor para acudir a la autoridad a que cumplimente la
sentencia y le sea devuelta la cantidad pagada indebidamente al fisco.
Tratándose del juicio de lesividad, la pretensión de la autoridad administrativa será, por
regla general, la extinción del acto administrativo (nulidad), existiendo la misma problemática
indicada sobre si se permite o no que se subsane el vicio del acto primigenio, aspecto que,
además, se ve limitado en la medida en que el vicio fuera subsanable –por tratarse de un acto
anulable–, se trate de un vicio relacionado con el fondo del asunto y no simplemente de la
forma, pues, de lo contrario, la autoridad administrativa podría verse beneficiada por la
extinción de un acto administrativo por su propio error, en perjuicio de la seguridad jurídica del
particular demandado.
Al respecto, tratándose del juicio de lesividad, el Pleno de la SCJN, al resolver la
contradicción de tesis 15/2006-PL,254 señaló que si bien en el artículo 36 del CFF solamente
se establece la facultad de las autoridades fiscales de promover el juicio contencioso
administrativo en contra de una resolución favorable a un particular, lo cierto es que no viola
la garantía de seguridad jurídica, por no establecer las causas y efectos de la declaración de
nulidad del acto administrativo, considerando primordialmente que tales aspectos se
encuentran regulados en los artículos 51 y 52 de la LFPCA, que establecen las causas de
ilegalidad y los alcances de las sentencias en el juicio contencioso administrativo federal.
O sea que la norma no resulta violatoria del principio de seguridad jurídica al no regular los
aspectos de ilegalidad y efectos propios del juicio de lesividad, pues indicó que resultaban
aplicables las reglas procesales del juicio contencioso administrativo ordinario.
No pasa desapercibido que si bien resolvió un aspecto sobre la constitucionalidad del
artículo 36 del citado Código, lo cierto es que no se analizó el citado principio a la luz de lo
establecido por los artículos 51 y 52 de la ley adjetiva.
En efecto, lo que se estableció es que las causas de ilegalidad enlistadas resultan acordes
a las sentencias que se dicten en los juicios de lesividad, y únicamente dependerá de las
circunstancias de cada caso en concreto. Sin embargo, la SCJN no analizó si las causas de
ilegalidad resultan compatibles o no con la naturaleza del juicio de lesividad. Lo que podría
decirse es que este pronunciamiento no tuvo mayor relevancia para la interpretación de las
causas de ilegalidad y los alcances de las sentencias que dicta el TFJA, dejando el tema de
las nulidades a la interpretación de cada juzgador.
Al amparo de la teoría de Revidatti puede afirmarse al respecto que tratándose de
afectaciones graves al orden público o al interés general, los efectos de la anulación o
revocación de un acto administrativo pueden ser incluso absolutas o ex tunc, pues no debe
permitirse que se violente gravemente el orden público. De ahí que sea válido que se
destruyan los efectos que produjo el acto administrativo, privilegiándose el principio de
legalidad.
Por el contrario, si esa afectación no es grave en función del orden público o del interés
general, entonces es válido que se respeten los derechos y situaciones jurídicas ya
producidas por el acto. Esto es que la anulación del acto solo será para que deje de producir
sus efectos hacia el futuro o ex nunc, e incluso puede ser que subsista el acto y se sigan
produciendo sus efectos en el futuro, privilegiándose entonces la seguridad jurídica del
particular, pese a la ilegalidad del acto como más adelante lo abordaré.
Estimo que tratándose del juicio de lesividad es evidente que urge una reforma legislativa
del sistema de las nulidades del acto administrativo, mediante la cual se sistematice un
régimen general para precisar con toda claridad los casos en los que proceda la declaración
de nulidad y los efectos que deben determinarse, ya que contar con normas procesales ad
hoc generaría seguridad jurídica a los demandados y uniformidad en lo que resuelva el TFJA
como órgano garante.
• Corrección estructural, que se refiere a la “formulación adecuada de las normas del ordenamiento jurídico”.280 En este rubro se abarcan
principalmente aspectos formales de la ley, como su debida promulgación, la claridad normativa de su contenido (esto es que la norma sea clara,
comprensible y no ambigua), así como otros principios jurídicos, como el de nullum crimen nulla poena sine lege, de reserva de ley, de jerarquía
normativa, el principio de ley previa e incluso el de la estabilidad del Derecho, este último que Pérez Luño refiere como un “presupuesto básico
para generar un clima de confianza en su contenido (de la ley)”.281
• Corrección funcional, que se refiere al “cumplimiento del Derecho por sus destinatarios y especialmente por los órganos encargados de su
aplicación”.282 En este rubro encontramos ciertos principios jurídicos, como el relativo a que las autoridades solo pueden hacer lo que la ley les
faculta, el derecho de audiencia previa, celeridad procesal, entre otros que esencialmente buscan la prohibición de un actuar arbitrario de las
autoridades encargadas de aplicar la ley.
b) La certeza del Derecho, que corresponde a la otra cara de la seguridad objetiva y que –
según Pérez Luño– se refiere a los destinatarios de las normas, los cuales deben tener pleno
conocimiento sobre el contenido de esas normas para que puedan regular su conducta
presente y futura, lo que corresponde a “la faceta subjetiva de la seguridad jurídica, que se
presenta como la proyección en las situaciones personales de las garantías estructurales y
funcionales de la seguridad objetiva”.283
Para proteger a la seguridad jurídica como valor fundamental, el orden jurídico la reconoce
como un derecho público subjetivo encaminado a “garantizar a cada ciudadano el
conocimiento claro y estable de su situación jurídica y su correspondiente respeto por parte
del Estado y de sus conciudadanos”.284
En México, la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha analizado la seguridad jurídica
definiéndola como “la certeza que debe tener el gobernado de que su persona, sus papeles,
su familia, sus posesiones o sus derechos serán respetados por la autoridad; si esta debe
afectarlos tendrá que ajustarse a los procedimientos establecidos en la Constitución Política
de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes secundarias”.285
La seguridad jurídica se materializa en diversos aspectos o manifestaciones en el ámbito
jurídico, en tanto que “la seguridad está presente en casi todas las esferas y problemas de la
experiencia jurídica (por lo que) no es posible trazar un cuadro cerrado y exhaustivo de sus
manifestaciones, sino tan sólo aducir las más recurrentes y significativas”.286
Esencialmente se reconoce que la seguridad jurídica tiene dos manifestaciones concretas
consistentes en la certidumbre del Derecho y la eliminación o interdicción de la arbitrariedad,
mismas a las que enseguida hago referencia:
2.3.6. RETROACTIVIDAD
En el juicio de lesividad una vez que se dio la causa de ilegalidad y se determinó la nulidad
del acto administrativo, forzosamente el juzgador debe determinar a partir de qué momento
dejó de surtir sus efectos jurídicos, porque declarado nulo el acto se debe generar certeza
jurídica al particular a partir de en qué momento se verá afectado en su esfera jurídica, es
decir, la retroactividad o no de los efectos, que deberá determinarse al momento de emitir la
sentencia respectiva.
Una premisa lógica de la retroactividad consiste en la necesidad de que la sociedad se
encuentre protegida mediante la creación de un sistema jurídico justo, en el que se
establezcan los derechos y obligaciones de los gobernados; sin embargo, una ley no puede
ser aplicada sin antes ser conocida y creada a través de un proceso legislativo y, por lo tanto,
tendrá aplicación para el futuro (ex nunc). La irretroactividad salvaguarda que la situación
preexistente no se vea afectada por la nueva ley.
Para algunos doctrinarios,303 de acuerdo con la propia naturaleza de las normas, la
irretroactividad es la norma general y la retroactividad es la excepción, y en ambos casos su
efecto es la seguridad jurídica, como ya precisé.
Es menester señalar nuevamente la trascendencia de que en el juicio de lesividad se
declare la nulidad de un acto impugnado cuando este fue favorable a un gobernado, de tal
manera que se afectan sus intereses personales, porque habrá de precisarse a partir de
cuándo deben aplicarse los efectos de esa anulación, ya que en nuestro orden jurídico opera
el principio constitucional de irretroactividad de la norma, contemplado en el artículo 14 de la
Carta Magna.
Al respecto, la Primera Sala de la SCJN se ha pronunciado sobre la irretroactividad de las
leyes en el sentido de que esto abarca tanto los efectos de la norma como su posible
aplicación al caso concreto. De ahí que el análisis sobre el primer aspecto lleva al estudio de
los efectos que una precisa hipótesis normativa tiene sobre situaciones jurídicas concretas o
derechos adquiridos por los gobernados con anterioridad a su entrada en vigor, verificándose
si la nueva norma desconoce tales situaciones o derechos.304
En el sistema jurídico mexicano, la prohibición de que una norma jurídica tenga efectos
retroactivos perjudiciales para los gobernados que establece el artículo 14, primer párrafo
Constitucional305 abarca tanto los efectos de la propia norma como su aplicación a casos
concretos, lo que se conoce como “conflicto de leyes en el tiempo” 306 y se determina en
nuestro sistema jurídico a la luz de dos teorías primordialmente: la teoría de los derechos
adquiridos y la teoría de los componentes de la norma, que a continuación se comentaran.
Esta teoría parte de la premisa de que toda norma jurídica contiene un supuesto jurídico y
una consecuencia –a los cuales se les denomina componentes de la norma (de ahí el nombre
de la teoría)–, por lo que si se realiza o ejecuta el supuesto (hipótesis normativa), como
resultado se debe producir la consecuencia jurídica (reconocimiento u otorgamiento del
derecho, ejercicio de la facultad o bien el nacimiento de la obligación).
De ahí que para resolver sobre la retroactividad de la norma jurídica (sus efectos o
aplicación) debe considerarse en qué momento se realizan o ejecutan los referidos
componentes de la norma; esto es, el supuesto jurídico y su(s) consecuencia(s).
La SCJN310 se ha pronunciado por cuatro postulados básicos con respecto a la forma en
que los componentes de la norma se ejecutan en el tiempo, tomando en consideración que
existió un cambio normativo durante ese lapso; es decir que hay un posible conflicto de leyes
en el tiempo, esto es una norma anterior y una norma posterior, lo que sirve para determinar si
una norma es o no retroactiva. Tales postulados son:
a) Cuando durante la vigencia de una norma jurídica se actualizan, de modo inmediato, el
supuesto y la consecuencia.
Este supuesto es el más simple y constituye la regla general, porque significa que se
actualiza tanto el supuesto como la consecuencia prevista en la norma jurídica al amparo de
una norma vigente, de modo que ambos elementos se rigen por aquella y, por tanto, una
norma expedida con posterioridad no puede desconocer o afectar el supuesto ni la
consecuencia ya ejecutada.
Pensemos, por ejemplo, en un contrato de compraventa de un bien de contado que se
perfecciona con el simple acuerdo de voluntades, en el que tanto el contrato como sus
consecuencias jurídicas para ambas partes (entrega del bien y pago del precio) se ejecutan
en el mismo momento, de modo que el contrato, así como la forma en que se ejecutan las
prestaciones, entre otros aspectos, se rigen por las disposiciones jurídicas vigentes en esa
fecha, esto es, las previstas por el Código Civil aplicable.
Supongamos que posteriormente se reforma el citado Código para establecer que el
contrato de compraventa ahora es un acto solemnísimo, que debe llevarse a cabo
necesariamente ante un fedatario público y de forma personalísima. Entonces la compraventa
suscitada con anterioridad a esa ley, no puede ser afectada por la nueva norma, ni puede ser
desconocida. Esto significa que bajo el imperio de la nueva norma no podría alegarse que el
contrato es nulo, porque de lo contrario existiría una aplicación retroactiva de la norma.
b) En el caso en que la norma jurídica establece un supuesto y varias consecuencias
sucesivas. Si dentro de la vigencia de la norma se actualiza el supuesto y alguna o algunas
de las consecuencias, pero no todas, es decir, algunas se actualizaron conforme a la norma
posterior.
Este supuesto implica que la consecuencia jurídica se fracciona en el tiempo; por ejemplo,
un contrato de arrendamiento sobre un bien inmueble, que, conforme a la ley, tiene un plazo
forzoso de un año y que –al agotarse el plazo– se extiende voluntariamente por las partes de
manera indefinida, lo que da lugar al pago mensual de una renta, cuyo monto es, además,
fijado libremente por las partes, es decir, existen diversas consecuencias sucesivas previstas
en la norma por virtud de la celebración del contrato y que consisten en pagar mensualmente
el monto de la renta.
En ese caso, el supuesto jurídico (el arrendamiento) y la consecuencia jurídica (pago de
rentas y el otorgamiento del uso o goce temporal del bien) se ejecutan en diversos momentos,
de modo que –siguiendo la regla general– el acto jurídico se debe regir según la norma
jurídica vigente en la fecha en que se actualizan aquellos (se celebra el contrato y se pagan
las rentas).
Supongamos que posteriormente se expide una nueva ley que regula el arrendamiento y
que limita la facultad de las partes para pactar el monto de las rentas, de modo tal que deberá
hacerse en función del valor del bien (la norma incidirá en los efectos no realizados del acto
jurídico). La nueva ley no podrá desconocer elementos del contrato ni producir efectos en las
rentas ya pagadas, pero sí podrá modificar las rentas que se paguen a partir de su entrada en
vigor, por tratarse de consecuencias jurídicas no ejecutadas que dependen de un supuesto
también ejecutado conforme a la nueva norma (la voluntad de continuar por tiempo indefinido
el arrendamiento en cuestión).
c) Cuando la realización de alguna o algunas de las consecuencias de la ley anterior no se
produjeron durante su vigencia, pero no dependen de la concreción de supuestos ocurridos al
amparo de la ley posterior, sino que su realización estaba diferida en el tiempo por el
establecimiento de un plazo o término específico o por la ocurrencia de consecuencias
sucesivas o continuadas.
El supuesto parte de la premisa de que, como en el caso anterior, las consecuencias
jurídicas de la norma se prorrogan en el tiempo, ya sea porque se trata de consecuencias
sucesivas o bien porque tienen efectos continuados, como sería el caso de una autorización
para prestar un servicio público por un tiempo determinado o bien para que un contribuyente
tribute en un régimen fiscal de beneficio por un periodo.
Sin embargo, la diferencia con el anterior postulado b) radica en que tales consecuencias
solo se prorrogan o se van ejecutando en el tiempo hacia el futuro, sin que dependan de un
supuesto realizado conforme a la nueva ley, es decir que esas consecuencias invariablemente
se ejecutaran una vez fenecido el plazo o llegado el momento de su cumplimiento.
Para aclarar este supuesto se atiende a lo resuelto por la SCJN con respecto a los
amparos presentados con motivo de las modificaciones legislativas hechas en 1999 al
régimen de consolidación fiscal que se preveía por la abrogada Ley del Impuesto Sobre la
Renta.311
El citado régimen consistía –medularmente– en un beneficio fiscal para los contribuyentes
del citado impuesto, quienes formaban parte de un mismo grupo económico, a fin de que
pudieran tributar de forma conjunta, integrando sus bases tributarias individuales (primero
totalmente y luego solo de forma parcial), y así considerar una base consolidada para efectos
del cálculo del impuesto.
Una de las consecuencias jurídicas de ese régimen era que si bien –en principio– el
acceder al mismo era optativo para los contribuyentes, cumpliendo ciertos requisitos (desde
luego, sujeto a una autorización previa por la autoridad hacendaria), una vez que había
optado por ese régimen, el contribuyente estaba obligado por ley a continuar tributando de
esa forma por lo menos en los cinco ejercicios fiscales subsecuentes, y al finalizar ese
periodo podía continuar con el régimen voluntariamente.
Con motivo de las reformas que tuvo el citado régimen en 1999 –que limitó ciertos
beneficios a los contribuyentes que consolidaban fiscalmente– se planteó la cuestión de si la
nueva norma podía producir efectos jurídicos en aquellos contribuyentes que ya se
encontraban tributando en el régimen de consolidación –algunos dentro del plazo de cinco
años forzosos y otros por más tiempo.
La SCJN determinó al respecto que:
…las reformas a los preceptos que regulan el régimen de consolidación fiscal, vigentes a partir del primero de enero de mil
novecientos noventa y nueve, violan el principio de irretroactividad de la ley, en relación, exclusivamente, con los contribuyentes
que en ese momento se encontraban tributando en forma obligatoria en el referido régimen con motivo de la solicitud y de la
autorización de inicio que los ubicó en ese supuesto y sólo respecto al periodo pendiente de transcurrir…312
La SCJN realizó un análisis a la modificación que hacía la norma posterior conforme a la teoría de los componentes de la
norma y determinó que, en ese caso, la norma violaba el principio de irretroactividad porque:
…las consecuencias del supuesto de la solicitud y de la autorización emitida por la Secretaría de Hacienda y Crédito
Público (teoría de los componentes de la norma) bajo la vigencia de la ley anterior (…) introdujeron nuevas obligaciones
afectando la certeza y la seguridad jurídicas de las citadas sociedades, pues se acotaron los beneficios de la consolidación
fiscal, con respecto a los que se generaron con motivo de la autorización de inicio para consolidar el impuesto sobre la renta.313
En el caso en estudio se advierte que la razón por la cual –conforme a la teoría en cuestión– se consideró que la norma
posterior (reformas de 1999) no podía afectar a los contribuyentes que venían tributando previamente en el régimen de
consolidación fiscal, bajo el principio de irretroactividad de la ley, fue porque el supuesto (solicitud y autorización para acceder al
régimen) había acontecido con anterioridad a que la nueva norma entrara en vigor y las consecuencias jurídicas (obligación de
tributar consolidadamente) se prorrogaron en el tiempo por virtud de la ley.
1. (…) en caso de que la ley nueva o su aplicación afecte derechos adquiridos (patrimoniales) o derechos fundamentales
durante la vigencia de una ley anterior, que serán aquellos regulados por la ley o por la Constitución a cuyo amparo nacieron y
entraron a formar parte del patrimonio o esfera jurídica de las personas respectivamente (…)
2. (…) en el supuesto de que la ley nueva o su aplicación afecte derechos, situaciones, relaciones y/o sus efectos o su
ejecución, en caso de que se encuentren ya realizados, consolidados o consumados al amparo de la ley derogada (…)
3. (…) en el supuesto de que la ley nueva o su aplicación afecte las consecuencias pendientes de situaciones, relaciones
y/o derechos consolidados bajo la ley derogada, siempre y cuando tales efectos sólo se hubieran diferido o constituyan una
mera continuidad de la normatividad anterior y siempre que no dependan de la realización de supuestos previstos en la ley
nueva (…)315
Estas teorías resultan aplicables a los juicios de lesividad, que incluso ya han sido utilizadas por el TFJA para determinar los
posibles efectos retroactivos o la aplicación retroactiva de una norma, en cuyo caso implicaría conocer la causa de nulidad que
decidió se extinguiera el acto, ya que –desde mi punto de vista– se debe partir de la gravedad del vicio para determinar si sus
efectos impactan también hacia el pasado, pues habrá que valorar qué derechos fueron otorgados al particular con la emisión del
acto (instantáneos o de tracto sucesivo) y las consecuencias en el tiempo.
Bajo este principio aplicado al ámbito del Derecho Administrativo se procura evitar que el
acto administrativo produzca efectos hacia el pasado, de manera que no se afecten derechos
que se han incorporado al patrimonio del administrado, sino solo excepcionalmente y en
ciertos casos, como sería el supuesto en que la retroactividad resultara en beneficio del
particular, pues debemos recordar que lo que prescribe el postulado es el perjuicio que se le
pudiera ocasionar al gobernado.
La mayoría de la doctrina316 se pronuncia en el sentido que no debe permitirse la
revocación de un acto administrativo en sede administrativa, cuando ha generado derechos
adquiridos en los particulares, de manera que ese aspecto se encuentra protegido por el
principio de irretroactividad de los actos administrativos.
Serra Rojas refiere, al respeto, que “la naturaleza de los derechos adquiridos está
subordinada a la ley y ésta puede establecer la facultad de revocación de un acto
administrativo o facultad discrecional (…) la legislación en algunos países ha considerado dos
casos importantes: los actos declaratorios de derechos subjetivos y los que hubieran servido
de base a una resolución judicial”.317
Pero tratándose de la nulidad o anulación del acto administrativo la doctrina318 sostiene
que los efectos ex tunc o ex nunc dependerán de los vicios en que incurra el acto
administrativo ilegal.
Al respecto existen opiniones en el sentido de que en el caso de revocación por razones de
ilegitimidad “en atención a la finalidad de interés público que persigue la Administración,
finalidad social en suma, los efectos de la declaración de invalidez son, en principio
retroactivos, salvo supuestos de excepción”.319
Pero también hay quienes opinan que en el caso de la ilegitimidad no debe tener siempre
efectos retroactivos (ex tunc) sino que es necesario analizar caso por caso, a fin de no incurrir
en errores.320
Es por eso que resulta fundamental determinar también aquellos postulados en los que
resultaría válido que la revocación de un acto administrativo pudiera tener efectos retroactivos
en perjuicio del particular, pues al respecto en la LFPCA solo se prevé en el artículo 13, tercer
párrafo, fracción III,321 que en caso de que se demande la modificación o anulación de una
resolución favorable, cuando haya producido efectos de tracto sucesivo, se podrá demandar
dentro de los cinco años siguientes al último efecto producido, en cuyo caso los efectos de la
sentencia, cuando sea total o parcialmente desfavorable para el particular, se retrotraerán a
los cinco años anteriores a la presentación de la demanda.
Lo anterior deja la duda de si entonces los efectos retroactivos de la sentencia se
suscitarán en todos los casos o bien si solo en el caso en que el acto favorable haya
producido efectos de tracto sucesivo y que estos estén limitados a los cinco años anteriores a
la presentación de la demanda de lesividad.
En mi opinión, resulta fundamental que las reglas jurídicas que aportan la teoría de los
derechos adquiridos y de los componentes de la norma en materia de irretroactividad de las
leyes, pudieran considerarse también en la irretroactividad de los actos administrativos,
vinculándolas con las causas de nulidad o anulabilidad del mismo en el juicio de lesividad, a
fin de evitar efectos retroactivos perjudiciales para el particular sin que existiera una causa de
interés público que lo amerite, de forma tal que en la legislación procesal se debieran
establecer las causales de ilegalidad y, por tanto, de anulación ad hoc, tratándose del juicio
de lesividad, regulando los posibles efectos que pudieran tener las sentencias que
determinen la ilegalidad y anulación de un acto administrativo.322
3. EL JUICIO DE LESIVIDAD EN LAS ENTIDADES
FEDERATIVAS DE MÉXICO
La evolución que ha tenido el TFJA desde su origen 1 hasta hoy como órgano jurisdiccional
que dirime las controversias de índole administrativa a través del juicio contencioso
administrativo federal, sentó las bases para que el Constituyente Permanente determinara
establecer por mandato constitucional (en 2015) la creación de tribunales de justicia
administrativa en las 32 entidades federativas del país, a fin de lograr la consolidación de la
justicia administrativa en todo el territorio nacional.
Desde que se introdujo en México el juicio contencioso administrativo en sus dos vertientes
–de nulidad y de lesividad– como medio de defensa para proteger la seguridad jurídica de los
particulares y a fin de controlar la legalidad de los actos administrativos en el ámbito federal,
el legislador ha considerado de suma importancia que esa función sea encomendada a un
órgano de impartición de justicia autónomo, independiente, y que además sea altamente
especializado debido a la paulatina ampliación de su competencia material mediante múltiples
reformas a su marco jurídico, 2 como lo es el referido TFJA.
Por ello, este órgano jurisdiccional federal ha servido de ejemplo para que las entidades
federativas crearan su propio marco jurídico para ejercer el control de legalidad de los actos
administrativos y preservar el Estado de Derecho, a veces incorporando similitudes en cuanto
a la regulación de esos juicios con el juicio contencioso administrativo federal, y en otros
casos adaptándolo según la naturaleza de los actos administrativos locales.
Lo anterior, a pesar de que incluso el TFJA nació sin fundamento constitucional que
validara la emisión de sus fallos, lo que en su momento dio lugar a “una fuerte discusión en el
ámbito académico, sobre la constitucionalidad del tribunal y de la jurisdicción administrativa
en nuestro país”. 3
Sin embargo, dicha discusión quedó superada –en su momento– con la reforma del artículo
104, fracción I, segundo párrafo, de la Constitución Federal 4 –en el que le concedió
competencia a la SCJN para conocer de recursos en contra de sentencias de tribunales
administrativos creados por la ley federal–, de tal modo que fue el fundamento y un auténtico
hito que le dio sustento constitucional al entonces TFF.
Dado lo expuesto, en 1951 nació el primer órgano jurisdiccional local denominado Tribunal
Fiscal del Estado de Tamaulipas, que significó un gran avance para la impartición de justicia
administrativa, y a la fecha no ha detenido su progreso, pues incluso en 2015 se promulgó el
mandato constitucional para la creación de los tribunales administrativos locales, como lo
abordaré más adelante.
Es necesario recordar que atendiendo a la naturaleza de nuestro sistema federal, la
distribución de las materias más significativas, desde el punto de vista económico, son afectas
a ser controvertidas en la vía contenciosa administrativa porque están reservadas para la
Federación, 5 y por esa razón es que la labor jurisdiccional federal es más representativa en
la materia administrativa, sin desconocer el importante trabajo que hacen al respecto los
tribunales administrativos locales.
Asimismo, en muchos casos las entidades federativas, en ejercicio de sus potestades
constitucionales para regular las materias que son de su competencia, procuran asimilar o
ajustarse a los ordenamientos federales, aunque también es cierto que en otros casos la
legislación local puede diferir de la federal, con el propósito de crear un marco jurídico más
acorde a la problemática social que pretende regular o a los fines sociales que se desea
alcanzar.
En este capítulo señalo cuáles son los distintos ordenamientos jurídicos que regulan el
juicio de lesividad en el ámbito local, así como los aspectos procesales que destacan en esos
ordenamientos, tales como las causas de procedencia, la legitimación, el interés jurídico, la
suspensión del acto impugnado, las causas de anulación, la lesión objetiva y la retroactividad
de los efectos, de modo que acoto su estudio a la descripción enunciativa de estos puntos. 6
También me refiero al concepto legal que sobre la expresión “lesión” hacen algunas leyes
adjetivas, a diferencia del ordenamiento federal, que no lo hace, existiendo dos estados en los
que sí se define qué debe entenderse por juicio de lesividad (Durango y Veracruz). 7
En otro apartado describo enunciativamente dos aspectos procesales que se distinguen en
los juicios de lesividad de las 32 entidades federativas: Uno de ellos es si cuentan o no con
plazos para la interposición de la instancia (general y excepción), y el otro es sobre si se
dispone de un plazo para dar efectos retroactivos a la sentencia en caso de anularse el acto
impugnado. 8
Cabe señalar que, de acuerdo con la autonomía legislativa estatal, el juicio de lesividad se
regula hoy (mayo de 2020) en leyes adjetivas que se titulan de distinta manera, según la
entidad federativa, pero que coinciden en cuanto a su objeto, de modo que pueden llegar a
utilizarse las siguientes denominaciones: Ley del Tribunal Estatal de Justicia Administrativa,
Ley del Procedimiento Contencioso Administrativo, Ley de Justicia Administrativa o incluso
Código de Procedimientos Contenciosos Administrativos o de Justicia Administrativa. 9
Debo mencionar, sin embargo, que independientemente de qué ordenamiento adjetivo
regule la figura del juicio de lesividad, en la mayoría de los casos quien tiene la competencia
material para resolver esos asuntos es un tribunal de justicia administrativa, con excepción de
Aguascalientes, donde el órgano que los juzga es una Sala Administrativa perteneciente al
Poder Judicial del Estado. 10
En algunas entidades, los órganos de impartición de justicia surgen como parte de la
estructura del Poder Ejecutivo o bien del Poder Judicial, y en otros se trata de órganos
autónomos constitucionales.
Por otra parte, es importante señalar que para efectos de la presente investigación, el
estudio que se realiza de cada uno de los distintos ordenamientos locales se ha hecho en
atención al texto vigente hoy (mayo de 2020), 11 ya que las mismas normativas son objeto de
reformas con motivo de las circunstancias particulares que se van presentando en lo local o
en lo federal (en este último supuesto, por ejemplo, con motivo de la creación del Sistema
Nacional Anticorrupción y de las leyes secundarias en la materia que lo instrumentan).
Objetivo:
3.2.1. JUDICIALISTA
En este apartado consideré a los estados en cuya Constitución local se indica
expresamente que el ejercicio del Poder Judicial de la entidad federativa se deposita, entre
otros, en un Tribunal de Justicia Administrativa 36 o bien por señalar que este se encontrará
adscrito al Poder Judicial del Estado. 37
Aguascalientes
Chiapas
Hidalgo
El Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de Hidalgo, creado en la Ley Orgánica del
Poder Judicial del Estado de Hidalgo (LOPJHGO), 42 también sigue este modelo y es el
encargado de dirimir conflictos en la materia fiscal, administrativa, de responsabilidades
administrativas y de responsabilidad patrimonial del estado, el cual está integrado de salas
unitarias que funcionan en primera instancia y el Pleno como segunda instancia.
Tlaxcala
También está en ese supuesto 43 el Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de
Tlaxcala, 44 instituido por la Ley Orgánica del Poder Judicial del Estado de Tlaxcala
(LOPJTLAX), publicada en el Periódico Oficial No. 1 Extraordinario con fecha 12 de abril de
2018, en la que se concibió como un organismo público del Poder Judicial que forma parte del
Sistema Anticorrupción del Estado de Tlaxcala, dotado de autonomía técnica y de gestión en
el ejercicio de sus atribuciones, para dictar sus fallos y establecer su organización,
funcionamiento, procedimientos y los recursos para impugnar sus resoluciones. 45
3.2.2. DUALISTA
En este apartado se ubica el estado de Baja California Sur con el Tribunal de Justicia
Administrativa del Estado, que tiene autonomía e independencia de cualquier autoridad
administrativa y que fue creado con la aprobación y publicación de la Ley Orgánica del
Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de Baja California Sur (LOTJABCS) el 27 de
junio de 2017 en el Boletín Oficial del Gobierno del Estado. 47
Con el Acuerdo del Pleno 001/2018 de fecha 19 de junio de 2018 se declaró formalmente
instalado ese Tribunal para ejercer las atribuciones y facultades consagradas en la
Constitución Federal y la CPBCS, a partir del 20 de junio de 2018. 48
Chihuahua
Otro estado que reformó su Constitución Política es Chihuahua (CPCHIH), pues mediante
Decreto No. LXV/RFCNT/0362/2017 VI P.E. publicado en el Periódico Oficial del Estado No.
69 de fecha 30 de agosto de 2017 instituyó a un Tribunal Estatal de Justicia Administrativa
como el órgano jurisdiccional dotado de plena autonomía para dictar sus fallos, encargado de
dirimir las controversias que se susciten entre la Administración Pública estatal y municipal y
los particulares; imponer las sanciones a los servidores públicos estatales y municipales por
responsabilidad administrativa grave y a los particulares que incurran en actos vinculados con
faltas administrativas graves, y para fincar a los responsables el pago de las indemnizaciones
y sanciones pecuniarias que deriven de los daños y perjuicios que afecten a la hacienda
pública estatal o municipal o al patrimonio de los entes públicos estatales o municipales. 49
Para el efecto, el 8 de abril de 2019 se conformó la Comisión Especial encargada de la
selección de magistraturas del Tribunal Estatal de Justicia Administrativa, integrada por
representantes de los tres poderes del estado, quienes emitieron la Convocatoria Pública
dirigida a la sociedad en general a efecto de seleccionar a los aspirantes a ocupar esos
cargos. Al 2 de mayo de 2019 fueron recibidos 57 registros, de los cuales 52 cumplieron con
los requisitos. 50
La Ley Orgánica del Tribunal Estatal de Justicia Administrativa de Chihuahua (LOTJACHIH)
se aprobó el 11 de junio de 2018 mediante Decreto No. LXV/EXLEY/0796/2018 XII P.E., y el
artículo segundo transitorio dispuso que ese Tribunal entraría en funciones tres meses
después de que fueran nombrados los magistrados y hasta en tanto eso no sucediera los
servidores públicos adscritos a la Sala de lo Contencioso Administrativo y Fiscal del Tribunal
Superior de Justicia del Estado de Chihuahua continuarían conservando su calidad y
derechos laborales ante el Poder Judicial del Estado de Chihuahua. 51
Ciudad de México
Coahuila de Zaragoza
Durango
Esta entidad federativa también cuenta con un órgano autónomo creado mediante la Ley
Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de Durango
(LOTJADGO), 58 publicada en el Periódico Oficial No. 90 con fecha 9 de noviembre de 2017,
mediante el Decreto 184, LXVII Legislatura, encargado de dirimir los conflictos que se suscitan
entre la Administración Pública estatal o municipal y los particulares.
Estado de México
Por su parte, el Gobernador Constitucional del Estado Libre y Soberano de México
promulgó la Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de México
(LOTJAMEX), mediante el Decreto No. 330, publicado en la Gaceta del Gobierno el 31 de
agosto de 2018, en la que se estableció la integración, organización, atribuciones y
funcionamiento del Tribunal de Justicia del Estado de México. 59
Guanajuato y Morelos
Siguen el mismo modelo los estados de Guanajuato y Morelos, el primero gracias a la Ley
Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de Guanajuato (LOTJAGTO) 60 y
el segundo por mandato de la Ley Orgánica del Tribunal de Justicia del Estado de Morelos
(LOTJAMOR) 61 como organismos autónomos e independientes de cualquier autoridad,
facultados para ejercer el control de legalidad y aplicar los principios de convencionalidad y
constitucionalidad, dotados de plena jurisdicción para emitir y hacer cumplir sus fallos.
Nayarit
Nuevo León
En este modelo se ubica también el estado de Nuevo León, instituido en la Ley de Justicia
Administrativa para el Estado y Municipios de Nuevo León (LJANL), como un órgano dotado
de facultades para conocer y resolver los conflictos y controversias que se suscitan entre los
particulares y el estado, los Municipios, sus organismos descentralizados y empresas de
participación estatal y municipal cuando estas actúan como autoridad. 64
Puebla
Querétaro
A su vez, el Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de Querétaro fue creado por la
Constitución Política del Estado de Querétaro (CPQRO), dotado de plena autonomía e
independencia de cualquier autoridad administrativa, y es el encargado de dirimir las
controversias de carácter administrativo y fiscal que se susciten entre la Administración
Pública estatal o municipal y los particulares. Además, es competente para imponer las
sanciones a los servidores públicos estatales y municipales por responsabilidad administrativa
grave y a los particulares que incurran en actos vinculados con faltas administrativas graves,
así como para fincar a los responsables el pago de las indemnizaciones y sanciones
pecuniarias que deriven de los daños y perjuicios que afecten a la hacienda pública estatal o
municipal o al patrimonio de los entes públicos estatales o municipales. 66
Sonora
Tabasco
El Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de Tabasco fue creado con la aprobación
y publicación de la Ley de Justicia Administrativa del Estado de Tabasco (LJATAB). 69 Es el
órgano jurisdiccional encargado de dirimir las controversias que se susciten entre la
Administración Pública del estado o de los municipios y los particulares, dotado de plena
autonomía para emitir sus fallos.
Zacatecas
Baja California
En este modelo se ubica Baja California, que desde la Constitución Política del Estado
Libre y Soberano de Baja California (CPBC) estableció la creación de un Tribunal de lo
Contencioso Administrativo con carácter de órgano constitucional autónomo que resuelve las
controversias de carácter administrativo y fiscal que se susciten entre los particulares y la
Administración Pública estatal o municipal, así como entre el fisco estatal y los fiscos
municipales sobre preferencias en el cobro de créditos fiscales, 72 y fue con la aprobación de
la Ley del Tribunal Estatal de Justicia Administrativa del Estado de Baja California (LTJABC),
publicada en el Periódico Oficial No. 36 de fecha 7 de agosto de 2017 que entró en vigor a
partir del 1 de enero de 2018 que cambió su denominación por la de Tribunal Estatal de
Justicia Administrativa dotado de plena autonomía jurisdiccional, administrativa y de gestión
presupuestal e imperio suficiente para hacer cumplir sus resoluciones, sobre todo con la
facultad de conocer de las responsabilidades administrativas de los servidores públicos y
particulares vinculados con las faltas graves para la imposición de sanciones en términos de
lo dispuesto por la Ley de Responsabilidades Administrativas. 73
Campeche
Con la reforma a la Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Colima (CPCOL),
realizada mediante el Decreto 287 publicado en el Periódico Oficial 31 de fecha 13 mayo
2017, se estableció que la función jurisdiccional especializada en materia administrativa,
incluyendo la fiscal y de responsabilidades de los servidores públicos, estaría a cargo del
Tribunal de Justicia Administrativa del Estado, dotado de plena autonomía para dictar sus
fallos, encargado de dirimir las controversias que se susciten entre los particulares y la
Administración Pública del estado y los municipios, y para imponer las sanciones a los
servidores públicos del estado y los municipios por responsabilidad administrativa grave y a
los particulares que incurran en actos vinculados con faltas administrativas graves, así como
fincar a los responsables el pago de las indemnizaciones y sanciones pecuniarias por los
daños y perjuicios que afecten a la hacienda pública o al patrimonio de los entes públicos del
estado y los municipios. 75
El 16 de junio de 2018, la legislatura local ordenó publicar en el Periódico Oficial El Estado
de Colima la expedición de la Ley de Justicia Administrativa del Estado de Colima (LJACOL),
que entró en vigor al día siguiente y que constituyó a ese Tribunal como un órgano
constitucional local autónomo, con personalidad jurídica y patrimonio
propios. 76 Posteriormente, mediante Acuerdo No. 68 publicado en el referido periódico, la
legislatura estatal aprobó los nombramientos de los integrantes del Tribunal de Justicia
Administrativa del Estado de Colima y fue mediante sesión solemne celebrada el 31 de julio
de 2018 en la que el Pleno del mismo órgano lo declaró formalmente instalado. 77
Guerrero
Oaxaca
Mediante el Decreto 786 publicado en el Extra del Periódico Oficial el 16 de enero de 2018,
la Sexagésima Tercera Legislatura Constitucional del Estado de Oaxaca reformó, adicionó y
derogó diversas disposiciones de la Constitución Política del Estado Libre y Soberano de
Oaxaca (CPOAX), 81 entre las cuales se encuentra la adición de un capítulo al Título Sexto,
relativo a los órganos autónomos denominado “Del Tribunal de Justicia Administrativa del
Estado de Oaxaca”, y como consecuencia desaparece el Tribunal de lo Contencioso
Administrativo y de Cuentas del Poder Judicial del Estado de Oaxaca y se crea el Tribunal de
Justicia Administrativa como órgano constitucional autónomo. En cumplimiento del citado
Decreto, el 28 de febrero de 2018 se instaló el Tribunal de Justicia Administrativa del Estado
de Oaxaca.
Quintana Roo
El Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de Quintana Roo también fue constituido
como un organismo público autónomo, de acuerdo con la Ley Orgánica del Tribunal de
Justicia Administrativa del Estado de Quintana Roo (LOTJAQR), publicada en el Periódico
Oficial del Estado el 19 de julio de 2017, 82 el cual tiene capacidad para decidir sobre el
ejercicio de su presupuesto y determinar su organización interna. Con fecha 27 de diciembre
de 2017, en el mismo medio oficial se publicó el Código de Justicia Administrativa del Estado
de Quintana Roo (CJAQR), que derogó la ley antes referida e incorporó en su texto la
estructura orgánica del Tribunal y lo siguió considerando como un órgano público
autónomo. 83
Sinaloa
Tamaulipas
Otro estado que sigue este modelo es el de Tamaulipas, que el 2 de junio de 2017 en el
Anexo al Periódico Oficial Extraordinario No. 10 publicó la Ley Orgánica del Tribunal de
Justicia Administrativa del Estado de Tamaulipas (LOTJATAMS), 86 cuyo objeto es determinar
la integración, organización, atribuciones y funcionamiento de ese ente jurisdiccional.
Días después, el 8 de junio de 2017, mediante Anexo al Periódico Oficial No. 69 se publicó
la Ley del Procedimiento Contencioso Administrativo del Estado de Tamaulipas (LPCATAMS),
que contempla los lineamientos para substanciar y dirimir las controversias de los juicios
promovidos ante el Tribunal.
Con el Decreto No. 343, que reforma, adiciona y deroga diversas disposiciones de la
Constitución Política del Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave (CPVER), publicado el 2
de octubre de 2017 en la Gaceta Oficial del Estado número extraordinario 392, se instituyó al
Tribunal Estatal de Justicia Administrativa del Estado de Veracruz de Ignacio de Llave como
parte de los organismos autónomos de esta entidad federativa, dotado de plena autonomía
para dictar sus fallos, con personalidad jurídica y patrimonio propios e independencia en sus
decisiones, previéndose como la autoridad máxima en la materia contenciosa administrativa y
de responsabilidades administrativas en términos de la ley de la materia. 87
Yucatán
Por último, el Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de Yucatán fue concebido como
un órgano constitucionalmente autónomo, como expresamente se señala en la Ley Orgánica
del Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de Yucatán (LOTJAYUC), 88 además de ser
la máxima autoridad en materia contencioso administrativa, fiscal y de responsabilidades
administrativas.
El control jurisdiccional es aquel que es llevado a cabo por los tribunales judiciales y
administrativos, y comprende dos grandes apartados: el control de la constitucionalidad de los
actos administrativos, con el fin de examinar su conformidad respecto de los textos
fundamentales, y el control de legalidad, que permite revisar el fundamento de las diversas
categorías de los actos administrativos. 89
La importancia de ubicar el modelo de jurisdicción de los órganos impartidores de justicia
de las 32 entidades federativas radica en el hecho de poder conocer cómo debe actuar el
juzgador al ejercer el control de esa jurisdicción, ya sea en forma concentrada o simplemente
de legalidad, pues el primero se distingue porque está depositado exclusivamente en los
órganos del Poder Judicial, quienes deciden de manera terminal y definitiva, mientras que el
segundo se constriñe a establecer la legalidad del asunto sometido a su consideración con
base en los hechos, argumentaciones jurídicas, pruebas y alegatos propuestos por las partes,
dando cumplimiento a los derechos fundamentales de audiencia, legalidad, debido proceso y
acceso a la justicia.
No pasa desapercibido que en junio de 2011 se reformaron diversos artículos de la
Constitución Federal que impactaron en el sistema jurídico mexicano, en el que se estableció
que todas las autoridades jurisdiccionales están obligadas a ejercer el control difuso de
constitucionalidad y/o convencionalidad de las normas generales ex officio.
Este tema cobra relevancia porque, una vez ubicados los tribunales administrativos locales
dentro de los modelos de jurisdicción, se puede observar que en el caso del judicialista su
control no solo es de legalidad, sino que también ejerce el medio de control concentrado de la
constitucionalidad adoptados en la Constitución General de la República. Tal es el caso de
los estados de Aguascalientes, Chiapas, Hidalgo y Tlaxcala.
A su vez, los órganos impartidores de justicia que pertenecen al modelo dualista –es decir,
que fueron concebidos como tribunales contenciosos administrativos estatales– y los órganos
constitucionalmente autónomos tienen limitado su control jurisdiccional, ya que solo podrán
ejercer y aplicar el de legalidad de las normas.
Sin embargo, estos últimos órganos tienen competencia a partir de las reformas a la
CPEUM en materia de derechos humanos, publicadas en el DOF del 10 de junio de 2011, en
vigor desde el día 11 del mismo mes y año, y de conformidad con lo sostenido por el Pleno de
la SCJN al resolver el expediente varios 912/2010 (caso Radilla Pacheco) para que los jueces
de todo el sistema jurídico mexicano, en sus respectivas competencias, acaten el principio pro
persona, consistente en adoptar la interpretación más favorable al derecho humano de que se
trate.
Además, deben ejercer un control de convencionalidad ex officio del orden jurídico,
conforme al cual pueden inaplicar una norma cuando esta sea contraria a los derechos
humanos contenidos en la propia Ley Fundamental, en los tratados internacionales en los que
el Estado Mexicano sea parte, así como en la jurisprudencia emitida por el Poder Judicial de
la Federación y en los criterios de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
De esa disposición se desprende que los legisladores puntualizaron los elementos de procedencia que debe contener la
acción que ejerza la autoridad emisora de un acto administrativo, en donde expresamente se concibió que se trata de un juicio en
el que se atiende a la naturaleza especial del acto o resolución impugnada, ya que solo procede tratándose de los supuestos o
hipótesis descritas en las cuatro fracciones descritas, lo que –desde mi punto vista– tiene gran importancia y trascendencia para
delimitar que se trata de un juicio sui géneris.
IX. Lesividad.- Son aquellos juicios promovidos por la autoridad, para que se decrete la nulidad de las resoluciones
administrativas o fiscales favorables a los particulares, que causen una lesión a la Administración Pública Estatal o Municipal o a
los Órganos Constitucionales Autónomos por controvertir alguna disposición de los ordenamientos locales vigentes;
Esta definición utiliza el término “lesividad” cuando se trate de juicios promovidos por la autoridad, es decir, dentro de su
propia definición obliga a la promovente que solicita la nulidad del acto a acreditar la “lesión” ocasionada a la Administración
Pública estatal o municipal o incluso a los órganos constitucionales autónomos por controvertir alguna disposición de los
ordenamientos locales vigentes. Aunque no se precisó qué tipo de lesión, bien pudiera entenderse que se trata de un perjuicio
patrimonial o jurídico siempre que cause un daño a la autoridad administrativa. 91
Muy similar redacción adoptó la Ley de Justicia Administrativa para el Estado de Sinaloa
(LJASIN), 92 al insertar en su definición de lesividad aquellos juicios en los que se cause una
lesión a la Administración Pública estatal o municipal o a sus organismos descentralizados por
contravenir alguna disposición de los ordenamientos locales vigentes. 93
También es importante señalar que el estado de Guanajuato, desde la expedición del
Código de Procedimiento y Justicia Administrativa para el Estado y los Municipios de
Guanajuato (CPJAGTO), 94 previó dentro del Título Tercero denominado “Proceso
Administrativo” el capítulo octavo intitulado “Del Juicio de Lesividad”, que consta de tres
preceptos: el primero se refiere a (artículo 305) la procedencia de la instancia; el segundo, a
(306) la legitimación de la autoridad promovente y el plazo de su presentación, y el tercero
(307) señala que cuando se trate de errores de carácter material o aritmético en los actos o
resoluciones es viable rectificarlos de manera oficiosa o a petición de parte, como sigue:
Artículo 305.- La autoridad emisora de actos o resoluciones administrativas favorables a particulares, cuando no pueda anularlo o
revocarlo por sí misma por lo previsto en las leyes o reglamentos, podrá deducir su acción de lesividad ante el Tribunal o Juzgado,
cuando: I. Se afecten disposiciones de orden público o el interés social; II. No exista fundamento legal para que la autoridad
emita la resolución favorable; III. El interesado se haya conducido con dolo, mala fe o violencia para conseguir la resolución
favorable; o IV. Se haya concedido un beneficio indebido al contribuyente.
Artículo 306.- El procedimiento de lesividad sólo podrá iniciarse a petición de la autoridad que emitió la resolución favorable al
particular, dentro del año siguiente a la fecha en que se haya emitido el acto o resolución, salvo que haya producido efectos de
tracto sucesivo, caso en el que podrá demandar la modificación o nulidad en cualquier época sin exceder de un año del último
efecto, pero los efectos de la sentencia en caso de ser total o parcialmente desfavorable para el particular, sólo se retrotraerán al
año anterior a la presentación de la demanda.
Artículo 307.- Los errores de carácter material o aritméticos en los actos o resoluciones, podrán rectificarse de manera oficiosa o
a petición de parte. El error material existe cuando se escriben unas palabras por otras, se omita un dato circunstancial o se
equivoquen los nombres propios ortográficamente; y, el error aritmético se da cuando se equivoquen las cantidades o no
coincidan las cantidades en número con las escritas en letra o viceversa. En ambos casos, no debe cambiar el sentido de la
resolución administrativa.
Esta normatividad local reconoce al juicio de lesividad con un capítulo especial para su regulación, sobre todo enuncia las
causas de procedencia de la instancia en las que se debe justificar una afectación al Estado ya sea porque se afecten
disposiciones de orden público o el interés social (indebida fundamentación); cuando no exista fundamento legal para que la
autoridad emita la resolución favorable (ausencia de fundamentación); cuando el interesado se haya conducido con dolo, mala fe
o violencia para conseguir la resolución favorable (actos de corrupción); y en el caso de obtener un beneficio indebido el
contribuyente (detrimento patrimonial a la Hacienda Pública).
Finalmente debo mencionar que en el artículo 157, fracción VII de la LJATAB 95 se faculta al
Tribunal Administrativo del Estado de Tabasco para conocer de resoluciones administrativas y
fiscales favorables a las personas físicas o jurídicas colectivas que impugnen las autoridades,
por considerar que lesionan los derechos del estado; siendo el único estado que
expresamente señaló la protección de los derechos del estado por arriba de los derechos de
los particulares, precepto que señala:
Artículo 157.- El Tribunal conocerá de los juicios que se promuevan contra las resoluciones definitivas, actos administrativos y
procedimientos siguientes: (…) VII. Las resoluciones administrativas y fiscales favorables a las personas físicas o jurídicas
colectivas que impugnen las autoridades, por considerar que lesionan los derechos del estado;
En esta disposición se distingue la procedencia del juicio de lesividad cuando las resoluciones favorables a los particulares
“lesionen los derechos del estado,” sin embargo, no se precisa qué tipo de lesión o qué derechos deben protegerse, dejando a la
tarea del juzgador analizar en qué casos resulta procedente la instancia, más aún en qué casos los derechos del estado deben
estar por encima de los derechos constitucionales de los particulares. 96
En este apartado describiré exclusivamente las reglas procesales locales que rigen al juicio
de lesividad y los principios procesales en la normatividad local, con el acotamiento de que el
estudio lo circunscribo a aquellos estados que en sus ordenamientos jurídicos prevén
aspectos procesales exclusivos para los casos en que la demandante de la vía contenciosa
es la autoridad administrativa; por tal motivo, la descripción es limitada a las entidades
federativas que han considerado reglas ad hoc al juicio de lesividad. 97
3.4.1. PROCEDENCIA
En cuanto a la legitimación procesal hay dos Estados que han delimitado qué autoridad es
la facultada para promover un juicio contencioso administrativo; se trata de los casos de
Guanajuato 98 y Colima, 99 que expresamente en su Código de Procedimiento y Ley Adjetiva,
respectivamente, dispusieron que el procedimiento de lesividad solo podrá iniciarse a petición
de la autoridad que emitió la resolución favorable al particular, pues la intención es que al
ejercer la instancia se acredite su representación legal o su facultad concedida en alguna
disposición jurídica a fin de salvaguardar el principio de legalidad.
En el caso de Hidalgo resalta el hecho de que este medio de impugnación da una especial
importancia a la defensa de las arcas públicas estatales y municipales, pues desde el Código
Fiscal del Estado de Hidalgo (CFHGO) y el Código Fiscal Municipal para el Estado de Hidalgo
(CFMHGO) 100 expresamente se dispone que podrá apersonarse al juicio como coadyuvante
de la Secretaría de Finanzas Públicas aquel que tenga interés directo en la anulación de una
resolución favorable a un particular, lo que denota que el interés público o colectivo se
encuentra por encima del interés privado cuando se ocasiona un daño económico.
Casos como estos dejan en claro que solo a la autoridad administrativa que emitió el acto
le correspondería la competencia legal para proteger el interés colectivo o bien alguna otra
autoridad que tenga el interés directo por perseguir la nulidad de un acto favorable a un
particular, cuando se demuestre la afectación al interés público.
La Ley de Justicia Administrativa del Estado de Jalisco (LJAJAL) 101 estableció que para
promover una acción de lesividad tendrá legitimación quien tenga interés jurídico en anular un
acto favorable a un particular pudiendo presentarse en el juicio como coadyuvante de las
autoridades administrativas, sin que por ello se le prive de la legitimación para ejercer la
acción por sí misma, es decir, se establece la posibilidad de que comparezcan autoridades
coadyuvantes que tengan la misma pretensión que la promovente.
En el Código Fiscal del Estado de Jalisco (CFJAL) 102 se prevé que las resoluciones
favorables a los particulares no podrán ser revocadas o nulificadas por las autoridades
administrativas, sino que deberán promover juicio ante el Tribunal de Justicia del Estado, y en
su LOTJAJAL 103 dispone como competencia material las que sean favorables a un particular,
cuando la autoridad estatal o municipal promueva su nulidad, dejando a la interpretación
sobre qué autoridad estará legitimada para ello, es decir, si solo la emisora del acto o
cualquier autoridad administrativa que tenga el rango estatal o municipal o bien si de una
interpretación sistemática se podría concluir que también estará legitimada la autoridad que
cuente con un interés jurídico en la anulación del acto.
Lo mismo se encuentra el CJAMICH, que dispone que cuando se trate de actos favorables
al particular, la autoridad correspondiente puede ejercitar la acción de lesividad. 104 Y la
pregunta a plantearse sería: ¿Cuál autoridad es la competente? 105
3.4.1.3. SUSPENSIÓN DEL ACTO IMPUGNADO Y PLAZO PARA RESOLVER EL JUICIO DE LESIVIDAD
Artículo 45. La demanda deberá formularse por escrito y presentarse directamente ante la Sala correspondiente al domicilio del
actor o enviarse por correo certificado, dentro de los quince días siguientes, a aquel en que haya surtido efectos la notificación del
acto o resolución impugnados, o al día en que se haya tenido conocimiento del mismo.
La entrega de una resolución, por escrito al particular, se considera como notificación, aunque no se utilice este término por la
autoridad. Los efectos de la presentación de la demanda ante el Tribunal, son interrumpir la prescripción de los derechos del
demandante, así como de las facultades de la autoridad responsable, si no lo están por otros medios y señalar el principio de la
instancia. La prescripción referida, comenzará a correr una vez que la sentencia respectiva, haya causado ejecutoria.
En los casos de negativa ficta, el interesado podrá interponer la demanda en cualquier tiempo mientras no se dicte resolución
expresa, y siempre que haya transcurrido el término en que esta autoridad debió dictar resolución. A falta de término establecido,
el silencio de las autoridades administrativas se considerará resolución negativa cuando transcurran sesenta días naturales.
Las autoridades podrán deducir la acción de lesividad de sus actos o resoluciones que hayan resultando a favor de
los particulares, dentro de los cinco años siguientes a la fecha en que se hayan notificado los mismos, salvo que
dichos actos o resoluciones hayan producido efectos de tracto sucesivo, caso en el cual la autoridad podrá demandar
la nulidad en cualquier época, sin exceder de los cinco años del último efecto producido.
La autoridad que deduce la acción de lesividad, podrá invocar para tal efecto, la incompetencia de quién emitió los
actos o resoluciones, la indebida fundamentación y motivación de los mismos, derivada del error de quién emitió el
acto o resolución, el dolo del particular beneficiado, el pago de lo indebido, el reconocimiento u otorgamiento de los
derechos que no correspondan, así como el indebido ejercicio de facultades discrecionales.
Cuando se trate de créditos fiscales que no rebasen cien veces el valor diario de la unidad de medida y actualización o multas
indeterminadas, podrá presentarse la demanda a través de formatos apropiados y gratuitos para que el interesado solo llene los
espacios en blanco, pudiendo operar en estos casos la suplencia de la queja, así mismo se tendrá como excepción hecha a la
representación a que hace referencia el artículo 33 de esta ley, que en este caso el interesado podrá optar ser representado por el
profesionista señalado o por persona de su confianza la cual tendrá las mismas facultades.
(Énfasis añadido.)
Esta norma plantea la posibilidad de que la autoridad, en su demanda de lesividad, invoque como causas de anulación:
En este tema hago referencia específicamente al estado de Morelos, que en el artículo 89,
tercer párrafo, de la LJAMOR, 111 establece que cuando se decrete la nulidad de una
resolución fiscal favorable al particular quedará expedito el derecho de las autoridades para
percibir las contribuciones o créditos fiscales objeto de la resolución; ello, sin contemplar
recargos, multas, gastos de ejecución y sin rebasar cinco años anteriores a la demanda.
Este problema jurídico de la retroactividad fue analizado por el Máximo Tribunal de nuestro
país, 112 inclinándose por proteger la seguridad jurídica del particular por sobre el principio de
legalidad, en donde se introdujo un elemento subjetivo –la mala fe del particular– y en el que
se concluyó que solo podían darse efectos retroactivos a la sentencia de anulación en un
juicio de lesividad cuando se acreditara que el gobernado obtuvo la resolución favorable con
mala fe; por el contrario, si el particular actuó de buena fe, de tal manera que la resolución es
resultado de un criterio legítimo, los efectos de la anulación solo serán hacia el futuro.
Sin embargo, en el caso del estado de Morelos sí existe disposición que deja expeditas las
facultades de la autoridad para percibir las contribuciones o créditos fiscales objeto de la
resolución, con efectos retroactivos hasta de cinco años a partir de la presentación de la
demanda.
3.4.3. TRAMITACIÓN Y SUBSTANCIACIÓN DEL JUICIO DE LESIVIDAD CONSIDERANDO EL COMÚN DE SUS ASPECTOS
PROCESALES
3.4.3.1. GRUPO 1: AGUASCALIENTES, BAJA CALIFORNIA SUR, CAMPECHE, CHIAPAS, CHIHUAHUA, COLIMA,
GUANAJUATO, JALISCO, OAXACA, PUEBLA, QUERÉTARO, QUINTANA ROO, TAMAULIPAS Y TLAXCALA
Plazo
En el flujo correspondiente a este grupo se describen los casos en que su particularidad es
que en su ordenamiento jurídico se prevé un plazo general para la interposición del juicio de
lesividad y un plazo de excepción cuando la resolución o acto combatido tenga efectos de
tracto sucesivo; además, dispone de un plazo para los efectos que tendrá la nulidad que, en
su caso, se declare, los cuales se retrotraerán a los cinco años anteriores a la fecha de
presentación de la demanda de lesividad.
El plazo general para ejercer la acción de lesividad se computará a partir de la emisión de
la resolución combatida. En ese sentido, en los estados de
Aguascalientes, Campeche, Chiapas, Chihuahua, Colima, Puebla, Querétaro, 125 Quintana
119 120 121 122 123 124
Roo, 126 Tamaulipas, 127 y Tlaxcala 128 será de cinco años; para Oaxaca 129 se establece el
mismo plazo, con la variante de que se computa a partir de la notificación, mientras que para
el estado de Jalisco 130 el plazo general para interponer la demanda de lesividad será de dos
años, y de un año en Baja California Sur 131 y Guanajuato. 132
Por otra parte, en el marco jurídico de cada estado también se prevé que en los supuestos
en que la resolución cuya nulidad se pretenda tenga efectos de tracto sucesivo, la demanda
de lesividad podrá interponerse en cualquier momento, sin que exceda el plazo de cinco años
de su último efecto para Aguascalientes, Baja California Sur, Campeche, Chiapas, Chihuahua,
Puebla, Oaxaca, Querétaro, Quintana Roo, Tamaulipas y Tlaxcala; de dos años para Jalisco,
y de un año para Colima y Guanajuato. 133
Efectos
Otro de los aspectos que se reflejan en el gráfico son los efectos retroactivos que deberán
precisarse en los fallos de los tribunales administrativos en el caso de que resulte total o
parcialmente desfavorable para el particular, de la siguiente manera:
Para los estados de Aguascalientes, Campeche, Chiapas, Chihuahua, Oaxaca, Puebla,
Querétaro, Quintana Roo, Tamaulipas y Tlaxcala, los efectos solo se retrotraerán a los cinco
años anteriores a la presentación de la demanda de lesividad. 134
En cambio, en los cuatro estados restantes del grupo se establece un plazo menor para tal
efecto, es decir, en Jalisco se prevén dos años, al igual que el plazo general para interponer
la lesividad, y en Baja California Sur, Guanajuato y Colima se prevé un menor plazo para ello,
pues los efectos del fallo respectivo solo se retrotraerán al año anterior a la presentación de
la demanda. 135
Al respecto es importante resaltar que en la mayoría de los estados que conforman este
grupo, el plazo tanto para ejercer la acción de lesividad como para los efectos que tendrá el
fallo cuando sea desfavorable para el particular, es el mismo de cinco años para estas fases
del procedimiento, ya sea una resolución de efectos instantáneos o de tracto sucesivo, y en
Jalisco y Guanajuato se establece un plazo de dos y un año para estos efectos,
respectivamente, es decir, se reduce el plazo para determinar efectos retroactivos.
A diferencia de los estados de Baja California Sur y Colima, que prevén plazos distintos
para cada fase, el primero considera un plazo general de un año para interponer la demanda
de lesividad y si la resolución es de tracto sucesivo se incrementará a cinco años, mientras
que los efectos solo se retrotraerán al año anterior a la presentación de la demanda.
En cuanto a Colima se establece un plazo general de cinco años para presentar la
demanda de lesividad, mientras que el plazo cuando la resolución tenga efectos de tracto
sucesivo será de un año, y es el mismo para el alcance de efectos retroactivos dictados en el
fallo.
Sobre este punto es importante mencionar que los efectos retroactivos de la resolución que
resulte desfavorable para el particular cobran mayor relevancia cuando el acto combatido sea
de efectos de tracto sucesivo, toda vez que en este supuesto la demanda se podrá presentar
en cualquier momento –sin exceder el plazo establecido del último efecto y, por tanto, al ser
un acto continuado que pudo haberse llevado durante más de cinco años, sus efectos no se
prolongarán hasta la emisión del acto, sino que se limitan al plazo señalado en cada norma.
Específicamente destaco el caso de Colima, pues si bien para interponer la demanda de
lesividad se establece un plazo general de cinco años, en los casos en que la resolución
combatida tenga efectos de tracto sucesivo este término se reduce a un año y, por ende, los
efectos retroactivos del fallo cuando resulte desfavorable también serán de un año,
resultando incongruente esa temporalidad, pero beneficiosa para el particular en aras de
proteger el derecho de seguridad jurídica del gobernado.
Como se advierte de lo anterior, los estados de este grupo son los más completos en
cuanto a las normas procesales específicas para el juicio de lesividad en comparación con los
demás grupos, como lo describiré en los siguientes apartados.
3.4.3.2. GRUPO 2: CIUDAD DE MÉXICO, COAHUILA DE ZARAGOZA, HIDALGO, MICHOACÁN DE OCAMPO, MORELOS,
NUEVO LEÓN, TABASCO Y VERACRUZ DE IGNACIO DE LA LLAVE
Plazo
En el flujo correspondiente a este grupo se observa que se caracteriza porque únicamente
se prevé un plazo general para la interposición del juicio de lesividad, y en el caso de que la
resolución combatida tenga efectos de tracto sucesivo la demanda se podrá presentar en
cualquier época. Además se prevé un plazo para los efectos retroactivos que tendrá la nulidad
que en su caso se declare, el cual correrá a partir de la fecha de presentación de la demanda.
En este grupo, respecto a las entidades federativas de la Ciudad de México, 136 Coahuila
de Zaragoza, 137 Michoacán de Ocampo, 138 Nuevo León, 139 Tabasco 140 y Veracruz de
Ignacio de la Llave 141 se establece el plazo general para ejercer la acción de lesividad de
cinco años siguientes a la notificación de la resolución impugnada, y para Morelos, 142 dicho
plazo se computará a partir de su emisión.
Cabe señalar que en el caso de Hidalgo 143 se establecen dos plazos para la interposición
de la demanda de lesividad; el primero de cinco años, que será para la materia fiscal, y el
segundo de un año, para la materia administrativa, ambos computados a partir de la
notificación de la resolución combatida.
Otro aspecto a destacar consiste en que en el artículo 14 del CJAMICH se establece que el
plazo para interponer el juicio de lesividad será de cinco años siguientes a la fecha de
notificación de la resolución, mientras que en su artículo 228 se precisa que el plazo se
computará dentro de los cinco años siguientes a la emisión de la misma.
Efectos
Plazo
En el flujo correspondiente a este grupo se observa que tiene como particularidad que en
su marco jurídico se prevé un plazo general para la interposición del juicio de lesividad y un
plazo de interposición en caso de que la resolución o acto combatido tenga efectos de tracto
sucesivo, sin establecer un lapso específico para los efectos retroactivos que tendrá la
nulidad que, en su caso, se declare.
Para ejercer la acción de lesividad en Durango, Sinaloa y Sonora, el plazo general se
computará a partir de la emisión de la resolución, y en California, al día siguiente de la
notificación.
Ese plazo será de cinco años para Baja California, 146 Sinaloa 147 y Sonora, 148 mientras
que para Durango 149 será únicamente de un año.
Efectos
Para las resoluciones y actos que tengan efectos de tracto sucesivo se establece que la
demanda de lesividad se interpondrá en cualquier momento sin exceder el plazo de cinco
años de su último efecto para el caso de Baja California, Sinaloa y Sonora, y de un año para
Durango, 150 es decir, se prevé el mismo plazo para su interposición ya sea de efectos
instantáneos o de tracto sucesivo.
Hay que advertir que en estos ordenamientos jurídicos no se establece plazo alguno en
cuanto a los efectos retroactivos de las sentencias que se dicten y resulten desfavorables
para el particular.
3.4.3.4. GRUPO 4: ESTADO DE MÉXICO, GUERRERO, NAYARIT, SAN LUIS POTOSÍ Y ZACATECAS
Plazo
El flujo correspondiente a este grupo se distingue porque en la legislación contenciosa de
los estados únicamente se prevé un plazo general para la interposición del juicio de lesividad,
sin diferenciar las resoluciones que son de efectos instantáneos y de tracto sucesivo; ello,
aunado a que no se prevén efectos retroactivos en caso de que el fallo respectivo sea
desfavorable para el particular.
El plazo general para el Estado de México, 151 Nayarit 152 y Zacatecas 153 es de un año;
Guerrero, 154 de cinco años, y San Luis Potosí, 155 de tres años. Dichos plazos se
computarán en los cinco estados a partir de la emisión de la resolución cuya nulidad se
pretenda.
3.4.3.5. GRUPO 5: YUCATÁN
Las reglas procesales del juicio contencioso administrativo federal que se contienen en la
Ley Federal de Procedimiento Contencioso Administrativo (LFPCA) se idearon como una
instancia de defensa de los derechos de los gobernados frente a actos administrativos de
autoridad que resultan ilegales, de manera que la justicia administrativa se encuentra
integrada por “un extenso mundo de garantías jurídicas para los gobernados, frente a las
desviaciones que pudiera[n] darse en el ejercicio del poder de la administración pública”. 1
Por ello tiene sentido que la LFPCA establezca principios como el de instancia de parte
agraviada e interés jurídico del actor, así como el de estricto derecho y los efectos
individuales de las sentencias, entre otros, cuya finalidad es otorgar una serie de derechos y
obligaciones procesales de naturaleza garantista al particular en su carácter de actor o
demandado.
El objeto teleológico del juicio de nulidad es que se demuestre durante el proceso que el
acto o resolución impugnada es ilegal y que por ello afecta la esfera jurídica del gobernado
que demanda su anulación; por lo tanto, de actualizarse esto la anulación del acto tendrá
como finalidad proteger el cúmulo de derechos en favor del gobernado respecto de los actos
ilegales que emitan las autoridades administrativas.
La inversión de los roles en el juicio de lesividad, de manera que la autoridad administrativa
funge como demandante, no solo implica el cambio de los papeles procesales, sino que la
materia del juicio contencioso administrativo de lesividad en realidad se modifica, porque la
ilegalidad del acto ahora se abordará desde la perspectiva de la Administración Pública.
Si bien en el juicio de lesividad la materia del litigio también consistirá en que se demuestre
que el acto o resolución impugnada es ilegal, ahora esa cuestión se analiza no en función del
gobernado, sino más bien de la Administración Pública, con miras a proteger el interés público
que se ve lesionado con el acto administrativo favorable; de esta forma, la anulación del acto
tiene como finalidad que no se afecte ilegalmente a la administración pública y, más
concretamente, al interés público que ésta persigue; por ejemplo, que se recauden los
impuestos, que se sancionen las infracciones a la ley, en fin, que se respete el Estado de
Derecho.
Lo anterior no quiere decir que el juicio contencioso administrativo en su especie “de
nulidad” (según el término utilizado para efectos de esta investigación) sea pro gobernado y,
por el contrario, que en su otra vertiente, que es el juicio de lesividad, sea pro autoridad.
Desde luego, como en todo proceso, debe existir un equilibrio e igualdad procesal entre las
partes, de tal manera que en el juicio de nulidad también la autoridad demandada tiene la
posibilidad de sostener y probar la validez del acto y, a su vez, en el juicio de lesividad será el
particular demandado quien asumirá esa carga.
No puede soslayarse, sin embargo, que la materia del juicio –en el de nulidad y en la
lesividad– difieren en cuanto a la finalidad y objeto que persiguen, y, por lo tanto, puede ser
que algunas reglas del juicio de nulidad –especialmente aquellas construidas bajo la lógica
garantista de protección al gobernado– resulten en algunos casos difícil de adaptar a la
lesividad y en otros, de plano, incompatibles.
A continuación analizaré las insuficiencias e inconsistencias de la regulación que advierto
se suscitan en la práctica jurisdiccional al momento de substanciar y resolver los juicios de
lesividad en el TFJA, que es el órgano encargado de realizar el control de la legalidad de los
actos administrativos federales en México vía jurisdiccional.
Tal análisis recayó en casos reales presentados en diversos juicios de lesividad del ámbito
federal, 2 en los que se evidenciaron las insuficiencias e inconsistencias que ocurren con
motivo de la aplicación de las normas jurídicas que regulan el juicio contencioso
administrativo a un juicio que debería tener reglas propias, por lo que el objetivo del presente
apartado es exponer esa problemática para confrontarla con el marco teórico del juicio de
lesividad, y que en el siguiente capítulo se pueda plantear una solución a dicha problemática,
ponderando, para tal efecto, los principios de seguridad jurídica y legalidad que se ven
inmersos en el proceso, formulando una propuesta de normas procesales especiales que se
ajusten a la naturaleza y objetivo del juicio de lesividad.
Si bien este capítulo pretende ser un estudio analítico-práctico más que conceptual, no
puede evitarse acudir a la escasa doctrina especializada que existe en la materia del juicio de
lesividad, sobre todo tratándose de los principios y reglas procesales aplicables. 3
Queda claro que la evolución que ha tenido el juicio contencioso administrativo en nuestro
país, 4 especialmente en las materias sustantivas, no ha sido integral, sobre todo
considerando el aspecto adjetivo o procesal.
Esto se debe a que pocas veces el legislador, al implementar una reforma legal que
incorpora una nueva materia al contencioso o bien que modifica las normas procesales, se ha
preocupado por considerar si esa adición o modificación es compatible o no con las reglas del
juicio contencioso y mucho menos si específicamente lo es respecto de la figura del juicio de
lesividad –con excepción parcial, puedo decir, de la reforma que introdujo el juicio en línea en
la LFPCA.
Como ya mencioné, muchas de las inconsistencias que advierto en el presente apartado se
desprenden de sentencias sobre casos reales 5 que se han presentado en el TFJA, tanto en
su Sala Superior como en las Salas Regionales que lo integran, así como de algunos criterios
que se han emitido por parte de los Tribunales del Poder Judicial de la Federación y de la
SCJN, y en otros supuestos planteo casos hipotéticos que pueden darse en la aplicación de
las normas adjetivas al juicio de lesividad.
Desde luego, la actividad jurisdiccional que hace el Poder Judicial de la Federación y el
propio TFJA –a través de jurisprudencias, precedentes, tesis o la resolución de los juicios que
son de su competencia– ha ido integrando, en muchos aspectos, los vacíos o posibles
contradicciones en la interpretación de las normas jurídico-procesales que son aplicables a la
lesividad.
Aun cuando algunos aspectos sobre las insuficiencias e inconsistencias que existen dentro
del juicio de lesividad pudieran hoy estar atendidos de alguna forma por las citadas
jurisprudencias o precedentes, lo cierto es que la existencia de esos criterios hace patentes
dos cuestiones:
a) La primera es que desde luego existe el vacío, laguna legal o posible ambigüedad en la
interpretación de la norma. Tan es así que en su momento existió la necesidad de emitir un
criterio que diera solución a la problemática y que, en muchos casos, ese “defecto” de la
norma todavía subiste, y
b) En segundo término, que la jurisprudencia o precedente solo adopta una posible
interpretación de la norma –más no la única– que hace el juzgador, que es acorde con un
método determinado o para lograr una finalidad específica, interpretación que no está exenta
de modificarse o incluso de abandonarse.
En muchos casos el vacío o la inconsistencia de la norma procesal aplicada al juicio de
lesividad puede advertirse solo al presentarse la resolución de un caso concreto, pero esto
tampoco quiere decir que en automático la problemática que se presente sea esporádica o
casuística y, por tanto, que deba dejarse a la conciencia y justicia de la decisión del juzgador,
porque de los casos concretos también pueden deducirse, a su vez, reglas generales o
incluso determinar si se cumplen o no esas reglas generales y, en todo caso, si es necesario
admitir que existen algunas excepciones.
Resulta importante señalar que para la resolución de un juicio contencioso administrativo
no solo se aplican las leyes adjetivas como la LFPCA y el Código Federal de Procedimientos
Civiles (de manera supletoria), sino que también en cuanto al fondo del asunto el juzgador
deberá interpretar y aplicar el Derecho sustantivo específico, esto es, aquel que rige la
materia sobre la que versa la resolución o acto impugnado; por ejemplo: el Derecho Fiscal,
Administrativo, Aduanero y de Propiedad Industrial, por mencionar algunos, e incluso también
pueden aplicarse diversas normas del Derecho Común –de manera supletoria a las citadas
ramas–, como el Derecho Civil o el Derecho Mercantil. 6
Entonces, tanto el juzgador como las partes en juicio –al plantear sus pretensiones– se ven
en la necesidad de aplicar diversos principios y reglas jurídicas, tanto por lo que hace a la
parte sustantiva como adjetiva del caso, de forma que armonizar esas disposiciones con
motivo de la tramitación y resolución del juicio es el principal reto que implica el litigio y la
actividad jurisdiccional en la materia contencioso-administrativa.
Como ya expuse, es en el ámbito del Derecho Fiscal en el que surge el llamado juicio de
lesividad, como una vía que tienen las autoridades fiscales federales para anular resoluciones
administrativas favorables a los particulares.
De ahí que es en la aplicación de la LFPCA, con respecto a disposiciones tributarias
adjetivas y sustantivas, donde encontramos las primeras inconsistencias de las reglas
procesales del juicio de lesividad. También en esa materia es que existe un mayor número de
precedentes (jurisprudencia y tesis) –de los pocos que hay– sobre algunos aspectos del juicio
de lesividad, por ejemplo, tratándose de condonación de contribuciones.
Sin embargo, no puede soslayarse que el juicio contencioso administrativo ha ido
evolucionando, pues de ser un litigio que surge originalmente como medio de defensa de los
contribuyentes en materia fiscal, se ha transformado hoy en un medio de control de legalidad
de casi 7 todos los actos administrativos federales.
Por lo tanto, también se han presentado diversas problemáticas al momento de sustanciar y
resolver los juicios contenciosos administrativos en algunas otras materias especializadas, por
ejemplo, en: Comercio exterior, patentes y marcas, autorizaciones y concesiones, entre otras.
De esta forma, en los siguientes apartados mencionaré esta problemática agrupándola por
temas según coincidan en alguna fase procesal o aspecto concreto de la substanciación del
juicio de lesividad.
Objetivo
Identificar las insuficiencias y/o inconsistencias que existen en el marco jurídico actual, así
como evaluar si las reglas procesales del juicio contencioso administrativo son compatibles
con la naturaleza del juicio de lesividad y confrontarlo con el marco teórico del juicio de
lesividad para poder deducir normas procesales especiales que se ajusten a la naturaleza y
objetivo del juicio de lesividad.
4.1. PROCEDENCIA
4.1.1. LEGITIMACIÓN
Llama la atención que pese a la amplia construcción doctrinal que existe sobre la
legitimación procesal, en sus dos aspectos, “ad causam” y “ad procesum”, en la LFPCA en
ningún momento se hace referencia al término “legitimidad”, sino que solo se alude a ella de
manera indirecta.
En la LFPCA no se establece expresamente quiénes están legitimados para promover un
juicio contencioso administrativo, sino que se refiere a los que son parte en el juicio, a saber:
El demandante –sin que la ley precise quién tiene ese carácter–, los demandados y, en su
caso, el tercero. Este último –sí aclara la Ley–, entendido como aquel que tenga un derecho
incompatible con la pretensión del demandante.
La respuesta a la pregunta ¿quién puede tener el carácter de actor en el juicio contencioso
administrativo? Se puede responder haciendo una interpretación sistemática de las normas
de la LFPCA, así como de las reglas y principios que rigen al juicio contencioso administrativo
federal (que de dichas normas se desprenden), como el de representación legal, interés
jurídico y parte agraviada.
Se entiende que demandante en general es aquel sujeto que “formula su pretensión –
expresando la causa o causas en que intente fundarse– ante el órgano jurisdiccional, con el
cual inicia un proceso y solicita una sentencia favorable a su pretensión”. 8
Es, entonces, que en el juicio contencioso administrativo el actor o demandante será la
persona que acude al Tribunal por sí mismo o por medio de legítimo representante a formular
su pretensión para que sea anulada o modificada una resolución o acto administrativo
definitivo –de carácter general o individual– en razón de que considera que le afecta en su
esfera jurídica porque sostiene que esa resolución o acto se emitió en contravención de las
normas jurídicas establecidas.
Si bien la LFPCA no dispone expresamente quién tendrá el carácter de demandante o
actor, sí lo precisa en el caso de la contraparte o demandado (artículo 3o., Fracción II). 9
La imprecisión en general sobre quién tiene el carácter de actor o demandante en el juicio
contencioso se acentúa en el juicio de lesividad, porque actualmente la LFPCA, en su artículo
2o., último párrafo, solo refiere que “las autoridades de la Administración Pública Federal,
tendrán acción para controvertir una resolución favorable a un particular cuando estime que
es contraria a la ley”.
La norma no deja en claro si se refiere a cualquier autoridad de la Administración Pública o
solo aquella respecto de la cual el TFJA tiene competencia material o bien si todas las
autoridades tienen esa acción en el ámbito de su competencia. Tampoco precisa si esa
legitimación se refiere solo “ad causam” o también “ad procesum”. Parecería que entonces,
ante la falta de discriminación, la norma abarca ambos conceptos.
Ese vacío legal ha sido motivo de interpretación por parte del TFJA mediante la emisión del
precedente V-P-SS-592, 10 al resolver un caso, el cual me permito sintetizar medularmente
como sigue:
Una empresa dedicada a la importación en México, en el momento de la importación de su
mercancía, pagó una determinada cuota compensatoria; con motivo de la eliminación
posterior de esas cuotas compensatorias, mediante diversa resolución de carácter general
emitida por la Secretaría de Economía (SE), la empresa formuló una consulta a esta
autoridad, en el sentido de que le correspondía la devolución, entre otros conceptos, de los
intereses generados por las cuotas compensatorias pagadas, en términos del artículo 94 del
Reglamento de la Ley de Comercio Exterior, solicitud que fue resuelta favorablemente al
particular. Sin embargo, toda vez que tal devolución de intereses debía efectuarse por la
autoridad tributaria (SHCP), esta última demandó en juicio de lesividad la nulidad de la
resolución que eximía del pago de los intereses a la empresa (emitida por la SE) por estimar
que dicha resolución era ilegal.
Tal caso expuso que la falta de precisión en la ley tuvo como consecuencia que la
autoridad actora –la SHCP– interpretara la disposición legal en el sentido de que cualquier
autoridad administrativa pudiera impugnar un acto administrativo favorable vía lesividad, aun
cuando ese acto fuera emitido por una autoridad diversa.
En la sentencia del caso, la Sala Superior del TFJA analizó los orígenes del juicio de
lesividad en materia fiscal y se pronunció en el sentido de que se trata de una instancia que
tiene como finalidad “dejar sin efectos un acto administrativo que no pudo ser revocado por la
autoridad que lo emitió, en virtud de que constituyó una resolución favorable a un
particular”. 11
La referida Sala Superior consideró que la ley “establece por voluntad del legislador
federal, la competencia de (aquel) Órgano Jurisdiccional para conocer de los juicios de
lesividad y se indica que los mismos por su naturaleza se promueven por las autoridades a fin
de que sean anuladas las resoluciones administrativas favorables a un particular, (y) ello se
traduce en que dicho juicio de lesividad se promueva por la autoridad emisora del acto que se
pretende anular o por la dependencia o unidad jurídica de dicha autoridad”. 12 Por lo anterior,
en el caso en comento se determinó sobreseer el juicio por improcedencia de la instancia.
De esta última interpretación se deduce que para impugnar un acto administrativo concreto
vía juicio de lesividad solo estarían legitimadas la autoridad que lo emitió o alguna otra de la
propia entidad o dependencia a la que pertenezca aquella –lo que tampoco resuelve si la
demanda puede promoverla un inferior o superior jerárquico–; sin embargo –se reitera–, a la
fecha la norma no es expresa en ese aspecto e incluso esa interpretación no sería obligatoria,
pues no constituye jurisprudencia.
La falta de precisión en la ley sobre el aspecto de legitimación procesal en el juicio de
lesividad, redundaría en la posibilidad de realizar diversas interpretaciones a la norma, como
la de admitir que cualquier autoridad puede impugnar un acto favorable, aun aquellos emitidos
por otras autoridades, como se planteó en el caso antes comentado, lo que desvirtuaría la
naturaleza del juicio contencioso administrativo, pues de facto se convertiría en un proceso
para resolver un posible conflicto entre autoridades y no entre un particular y una autoridad.
Con lo anterior, resulta evidente que la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, no fue la autoridad que autorizó la
devolución de los intereses de cuotas compensatorias ni en la resolución impugnada, interpretó el punto 191 de la resolución
final mencionada y por ello, carece de interés jurídico para demandar la nulidad de dicha resolución de aclaración como
respuesta a la consulta planteada por el particular demandado.
Sin que sea óbice para lo anterior, que corresponda a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, en su caso la devolución
de los intereses de cuotas compensatorias, toda vez que ello, en todo caso podría constituir un perjuicio económico al fisco
federal, pero dicha expectativa de afectación económica no podría constituir el interés jurídico para impugnar la resolución
controvertida emitida por la Secretaría de Economía. 14
Es decir, en el caso en comento se consideró que pese a que la resolución favorable pudiera implicar un posible perjuicio
económico para el fisco federal y, en consecuencia, la SHCP tendría que ejecutar la devolución de los intereses con cargo al
erario –por estar esa atribución dentro de sus facultades–, lo cierto es que la norma de procedencia exige un perjuicio a la esfera
de derechos de la autoridad, que solo le puede ser atribuible a la diversa que emitió el acto favorable, es decir, la SE.
Cabe hacer la precisión de que con relación a las materias que se excluyen de la
competencia material del TFJA por disposición expresa de una norma jurídica –competencia
económica, telecomunicaciones, responsabilidad ambiental y acceso a la información pública,
antes referidas– y que, por anto, las resoluciones administrativas favorables que se emitan en
esas materias no podrían ser impugnadas mediante el juicio de lesividad, por lo que tales
resoluciones quedarían fuera de la posibilidad de ser impugnadas a instancias de la autoridad
administrativa, salvo que la ley sustantiva o adjetiva especial en la materia previera un
recurso o medio de defensa para tal efecto (diverso del juicio de lesividad), lo que plantea la
posibilidad de que actos administrativos favorables al particular en materias tan relevantes
para el quehacer público del país, queden fuera del control de la legalidad, en perjuicio del
interés colectivo.
Por lo que hace a las resoluciones en materia de contratos de obra pública (artículo 3o.,
Fracción VIII, de la LOTFJA) debo advertir que, en principio, existe la duda de si la autoridad
administrativa puede promover la nulidad o anulación de un contrato de naturaleza
administrativa vía lesividad, en tanto que la autoridad también tiene a su alcance la posibilidad
de rescindir el contrato administrativo respectivo.
Guaita opina al respecto en el sentido de que la impugnación de un contrato administrativo
tiene cabida en el juicio de lesividad porque “cuando la administración provoca un proceso de
lesividad impugnando un contrato administrativo, no funda su pretensión en que el
demandado, la otra parte contratante o ‘contratista’, haya incumplido sus obligaciones
contractuales, sino sencillamente en que al contratar la Administración infringió el Derecho o
vulneró sus derechos subjetivos y tales vulneraciones han repercutido desfavorablemente en
su patrimonio”. 31
Coincido con el anterior criterio y en ese sentido debo indicar que la posible integración de
la norma de procedencia para el juicio de lesividad tratándose de contratos administrativos,
tampoco podría aplicarse de forma literal, sino que en todo caso debe ajustarse limitándose
en el sentido de que es posible impugnar la ilegalidad del acto administrativo de adjudicación
del contrato o del procedimiento previo del que derivó aquel, no así la rescisión o
incumplimiento del mismo, sin dejar de reconocer que ello tendría una consecuencia lógica
que consistiría en la posible anulación de la celebración del propio contrato.
Esto excluiría de la controversia otros aspectos de ese acto administrativo, como sería el
determinar posibles incumplimientos de obligaciones del particular contratado, porque ese
tema sería propio de una rescisión administrativa.
La norma de procedencia en esa materia debería considerar que, “más que el contrato
administrativo, lo que declara (en su caso) lesivo la Administración es su declaración de
voluntad, es decir el acto o acuerdo mediante el cual otorgó su consentimiento, y este acto
puede ser ilegal, por haberlo dictado un órgano incompetente o por haber violado las bases
del concurso”. 32
Sin embargo, los supuestos de excepción antes referidos para la procedencia del juicio de
lesividad en cuanto a la materia de la resolución no se encuentran expresamente previstos en
la ley adjetiva, lo que nuevamente denota que existe una ausencia en México de un marco
jurídico regulatorio del proceso de lesividad que por lo menos haga compatibles las reglas
procesales relativas a la competencia del órgano jurisdiccional y a la naturaleza del juicio.
Uno de los presupuestos procesales necesarios para la procedencia del juicio de lesividad
establecido por la LFPCA es la existencia de una resolución favorable a un particular, de
manera que se presenta la problemática de conceptualizar qué es una resolución favorable,
pues la ley no lo define, dejando al intérprete de la norma la tarea de hacer una integración al
respecto.
A simple vista parecería sencillo sostener que una resolución favorable es cualquier
determinación de la autoridad administrativa que accede a lo solicitado por el particular (ya
sea que recaiga en una petición) o bien que reconozca o constituya un derecho en favor del
particular (oficiosamente o a petición de parte).
Cabe aclarar, no obstante, que la definición de esa figura jurídica no debe servir como un
concepto jurídico aislado, sino atender a la perspectiva de constituir un requisito de
procedencia del juicio de lesividad. Es decir, la definición tiene que atender a la naturaleza y
fines que persigue la lesividad, que –como ya dije– es la anulación de actos que lesionen el
orden público y el interés general.
En la práctica nos encontramos frente a resoluciones que tienen una alta complejidad, en el
sentido de que abordan en un mismo tiempo diversos aspectos jurídicos relacionados con el
particular, pudiendo ser –simultáneamente– declarativas y constitutivas de derechos, y en
otros aspectos pueden también negar otros derechos, a la vez que reconocer situaciones
jurídicas que pueden ser o no beneficiosas para el particular e incluso imponerle obligaciones,
todo en una misma resolución.
Un claro ejemplo de esta complejidad son las resoluciones de las autoridades fiscales que
se emiten con motivo del ejercicio de facultades de comprobación, en la mayoría de cuyos
casos, como parte de la actividad fiscalizadora, se determina un único crédito fiscal que se
encuentra integrado por varios conceptos, como son: impuesto sobre la renta (ISR), impuesto
al valor agregado (IVA), impuesto empresarial a tasa única (IETU, cuando se encontraba en
vigor la ley correspondiente) e impuesto general de importación (IGI), entre otros.
A esto podemos adicionarle que la motivación del crédito fiscal puede tener otras
subdivisiones, por ejemplo, en materia del ISR la determinación puede atender a obligaciones
propias –como sujeto directo del impuesto– o bien como retenedor u obligado solidario e
incluso la resolución puede abarcar otras repercusiones jurídicas, como sería la
determinación de la utilidad gravable en términos de la ley del ISR, para efectos del reparto de
utilidades a los trabajadores del contribuyente.
Esto –en mi opinión– es resultado del desarrollo de una actividad administrativa cada vez
más compleja, de manera que plantea un análisis igual de complejo para el juzgador, en
cuanto a que el “identificar la existencia de una resolución favorable, radica el principal
problema del juicio de anulación interpuesto por la autoridad, dada la multitud de trámites y
procedimientos que se realizan ante las autoridades fiscales”. 33
Una solución es que puede acudirse a la categorización que hace la doctrina sobre actos
administrativos favorables y de gravamen conforme a la cual “los primeros (favorables), son
aquellos actos que, en general, reconocen u otorgan un derecho o facultad, creando una
situación de ventaja al destinatario del acto administrativo, mientras que los segundos (de
gravamen) operan un efecto desfavorable o de gravamen, en cuanto limitan o extinguen algún
derecho o facultad que antes poseía, o bien, imponiéndole una nueva obligación o carga
pública que no tenía que cumplir”. 34
Con todo, surge la cuestión de si esta definición de acto favorable, como requisito de
procedencia del juicio de lesividad, abarca también actos administrativos que crean una
situación de ventaja al particular, sin necesidad de que propiamente reconozcan u otorguen
un derecho al particular, sino que solo determinen una situación jurídica concreta.
Sobre el particular existen opiniones en el sentido de que “no todas las resoluciones de la
autoridad que omiten imponer una carga al contribuyente, se convierten, por ese solo hecho,
en favorables; es necesario que contengan un pronunciamiento respecto a sus obligaciones.
Suponer lo contrario, configuraría resoluciones favorables que en realidad no tienen esa
naturaleza. Para ejemplificar lo anterior, podríamos citar el caso de un procedimiento de
fiscalización donde la autoridad fiscal requirió la exhibición de diversos documentos en sus
oficinas y, después de analizarlos, los regresó mediante oficio al contribuyente.
Posteriormente, la autoridad fiscal ordenó la realización de una visita domiciliaria, y como
consecuencia de ello determinó un crédito fiscal. En este caso la primera resolución (que
únicamente devuelve la documentación requerida) no puede constituir una resolución
favorable, sólo por no contener un pronunciamiento específico sobre la situación del
particular”. 35
El caso a que se alude en el criterio antes referido se desprende de un precedente del
otrora TFF en el que se sostuvo que una resolución debía al menos contener una “alusión” al
cumplimiento o incumplimiento de obligaciones fiscales del contribuyente o resolver una
instancia, para considerarse favorable al particular, y no debe tratarse de un mero acto
instrumental de la Administración, como sería solicitar o devolver cierta documentación al
particular. 36
Por su parte, la SCJN se ha pronunciado en la jurisprudencia 2a./J. 131/2013 (10a.) en el
sentido de que la resolución favorable a que se refiere la norma fiscal (artículo 36 del CFF) es
aquel “acto de autoridad emitido de manera concreta, particular o individual, precisando una
situación jurídica favorable a un particular determinado, sin que con ella se den o se fijen
criterios generales que pueden o no seguirse por la autoridad emisora o por sus inferiores
jerárquicos”. 37
Para entender mejor esta pauta es necesario remitirse al caso en el que se emitió el criterio
jurisprudencial antes referido, el cual resolvió una contradicción de criterios entre Tribunales
Colegiados de Circuito. A continuación realizo una síntesis del caso en comento.
Una autoridad tributaria ordena la práctica de una visita domiciliaria a un contribuyente, la
cual se notifica a este último; posteriormente, al advertir un vicio formal en esa orden, la
propia autoridad emite una resolución que la deja sin efectos (y, por tanto, todo lo actuado por
la autoridad fiscalizadora); acto seguido, y para reponer el procedimiento, la autoridad ordena
una segunda visita domiciliaria al amparo de una nueva orden de visita dirigida al mismo
contribuyente.
El particular alega en juicio de amparo que la resolución que dejó sin efectos la primera
orden debió de haberse impugnado vía juicio de lesividad, para que la autoridad estuviera en
aptitud de emitir una nueva orden de visita, porque considera que se trató de una resolución
favorable para él.
Uno de los tribunales del Poder Judicial de la Federación –que participó en la contradicción
de criterios– da la razón al particular, bajo la consideración de que la resolución de la
autoridad sí fue favorable porque tuvo como consecuencia un beneficio al contribuyente, en
tanto que ya no estaría sujeto a un procedimiento de comprobación (al revocarse la orden de
visita primigenia), por lo que si la autoridad pretendió revocar esa determinación y emprender
nuevamente sus facultades discrecionales debió de haber interpuesto juicio de lesividad,
puesto que tales facultades ya habían sido notificadas en un primer momento al contribuyente
y, por tanto, se tornaron en facultades regladas. A su vez, un diverso tribunal colegiado
consideró que la autoridad no estaba impedida para emitir una nueva orden de visita
domiciliaria, pues la revocación del primer procedimiento no constituía una resolución
favorable que impidiera a la autoridad el ejercicio de sus facultades.
Al respecto, la SCJN, al resolver la contradicción de tesis, determinó que la resolución que
revoca una orden de visita domiciliaria no es una resolución favorable –para efectos del juicio
de lesividad– en razón de que consideró lo siguiente:
Una resolución es favorable, porque crea una situación jurídica benéfica al particular, pero de ninguna manera puede
sostenerse que la revocación o la insubsistencia de una orden de visita domiciliaria por parte de la autoridad fiscal posea tal
característica, pues únicamente está dejando un acto administrativo sin efectos, el cual no entraña una renuncia a sus
facultades, como tampoco una liberación de obligaciones de los particulares, por lo que no se genera ningún derecho a favor del
contribuyente que origine la necesidad de promover el juicio de lesividad, en términos del artículo 36, primer párrafo, del Código
Fiscal de la Federación. 38
Este criterio sirve para determinar el concepto sobre resolución favorable para efectos del juicio de lesividad, de manera que
resulta relevante la cuestión relativa a que dicha resolución defina una situación jurídica del particular, ya sea expresa o
tácitamente –en este último supuesto, por ejemplo, cuando la norma jurídica atribuye un efecto positivo al silencio administrativo–
o bien le otorgue o reconozca un derecho, de forma que tal resolución lo ponga en una situación de beneficio o ventaja.
Considero que por resolución favorable para efectos del juicio de lesividad podemos
entender un acto administrativo individualizado que, de forma expresa o tácita, determina una
situación jurídica concreta; reconoce u otorga un derecho subjetivo al particular, o incluso le
libera, total o parcialmente, de una obligación, de modo que lo coloca en una situación de
beneficio o ventaja, en perjuicio del interés público.
Aun cuando la anterior definición trata de incorporar los principales aspectos en los que
coincide la doctrina respecto a lo que se entiende por resolución favorable, en mi opinión
queda pendiente por analizar el último elemento y que es precisamente la situación del
beneficio o ventaja del particular.
La pregunta es: ¿La posición de ventaja tendría que estar determinada necesariamente por
el reconocimiento u otorgamiento de un derecho? O bien ¿podría considerarse ventajosa una
resolución que impone un gravamen u obligación porque la delimita?
Es decir, aun cuando una resolución administrativa pudiera imponer una carga o una
obligación al particular ¿podría considerarse que lo pone en una posición de ventaja en
función de la posibilidad de que no podría emitirse una resolución administrativa más gravosa
o que fuera más perjudicial para la esfera jurídica del particular?
Pensemos en la resolución definitiva que finca un crédito fiscal en el que la autoridad
tributaria solo determina el pago de las contribuciones adeudadas, pero omite determinar los
accesorios correspondientes, como serían los recargos y las multas sobre ese crédito. ¿Sería
posible que la autoridad impugnara vía lesividad esa resolución –que ilegalmente omitió los
accesorios–, pese a que en estricto sentido tal resolución determina obligaciones a cargo del
particular? Es decir, ¿se trata de una resolución de gravamen?
Parece que, en principio, la respuesta sería que si la resolución, aunque establece
obligaciones, implícita o tácitamente otorga una ventaja injustificada al particular (por la
omisión en la liquidación de los accesorios), entonces procedería el juicio de lesividad, porque
esa delimitación de la obligación a cargo del particular también le sería favorable y, en todo
caso, debe analizarse de fondo sobre la pretensión de la autoridad acerca de declarar la
nulidad o bien reconocer la validez de la misma.
Este criterio fue adoptado en un precedente por el otrora TFF, en el que se pronunció en
los siguientes términos:
Cuando se ha iniciado el juicio y la demandada en su contestación plantea el sobreseimiento del mismo, argumentando que
la resolución impugnada no tiene el carácter de favorable, porque en la misma se le determinó un crédito fiscal que se vio
obligada a enterar, la Sala del Tribunal Fiscal de la Federación que conozca del asunto, deberá declarar infundada la causal de
improcedencia, toda vez que cuando la autoridad promueve juicio de lesividad en contra de una resolución que en alguna forma
implique un beneficio indebido al contribuyente, aunque en ella se le haya determinado un crédito fiscal, no procede el
sobreseimiento del juicio. 39
En ese sentido, también sería importante definir si la materia del juicio de lesividad podría versar solo sobre la parte que
beneficia o aquello que fuera favorable, y no por la parte desfavorable de la resolución o acto administrativo, porque para ello el
particular tendría la posibilidad de impugnar –la parte de esa resolución– vía juicio de nulidad, siendo que la lesividad es iniciada a
instancias de la autoridad administrativa y, por tanto, no puede deducirse una pretensión de anulación diversa que la de aquella,
de manera que el particular solo puede asumir la defensa del acto en la parte que le beneficia, como parte demandada.
Otra posición sería que no procedería el juicio de lesividad tratándose de resoluciones que
imponen cargas, a la luz del principio de non reformatio in peius, aplicable al juicio
contencioso administrativo, que implica que la sentencia y la resolución que se emita en su
cumplimiento no puede perjudicar al particular más que el acto originalmente impugnado,
porque ese medio de defensa no está diseñado para proteger a la Administración sino al
administrado. 40
El cambio de roles en el juicio de lesividad presentaría la posibilidad de que la autoridad –
como parte actora– invocara también en su favor dicho principio, interpretado en el sentido de
que aquella no podría verse perjudicada (y, por consiguiente, el particular beneficiado) por la
sentencia más que el acto originalmente demandado como lesivo.
Si asumimos la postura de que este principio solo protege al particular, como forma de
garantizarle libertad para impugnar una resolución, con la tranquilidad de que no se le
generare una afectación mayor a la que le causa la resolución sujeta a la litis, ello implicaría
sostener la postura de que no se podría anular –vía lesividad– un acto administrativo de
gravamen, para ser sustituido por uno que cause un mayor perjuicio al particular.
Si asumimos que el principio en comento protege también a la autoridad administrativa –
como parte actora– implicaría que la posible anulación del acto administrativo favorable –aun
cuando fuera de gravamen– no debería perjudicarle a la autoridad más que la resolución
original, por ejemplo, en el caso –que ya comenté– en el que la resolución impugnada hubiera
determinado ilegalmente un crédito fiscal sin sus accesorios y el particular hubiera pagado ya
ese adeudo, de proceder la anulación de la resolución vía lesividad, en todo caso, esto le
permitiría a la autoridad volver a emitir el crédito fiscal con los accesorios omitidos y no
debiera condenarse –en mi opinión– a la autoridad a devolver las cantidades ya pagadas por
el particular, con la posibilidad de que este último reclamara, además, los intereses
correspondientes, porque ese efecto de la sentencia le perjudicaría más a la autoridad que
promovió el juicio que la resolución originalmente impugnada.
4.1.5. DEFINITIVIDAD
Un requisito procesal para la procedencia del juicio de nulidad consiste en que el acto o
resolución administrativa que se impugna sea definitivo, lo que la LOTFJA define como
aquellas que “no admitan recurso administrativo o cuando la interposición de este sea
optativa”. 41
Tal definición se recogía desde la anterior LOTFJFA (artículo 14) e incluso a nivel doctrinal
se sostiene que se está “en presencia de una resolución de esta naturaleza cuando ella no
admita un recurso administrativo, salvo que éste sea optativo o aquella esté sujeta a revisión
de oficio. Estaremos en presencia de un recurso administrativo no optativo cuando el
contribuyente, inconforme con la resolución que lo admite, debe agotarlo antes de acudir al
juicio de nulidad”. 42
Sin embargo, por interpretación de la SCJN el aspecto de la definitividad de una resolución
fue evolucionando y ahora no solo debe considerarse en el sentido de que se puedan o no
agotar los recursos administrativos en su contra, sino que además debe ponderarse la
naturaleza de tal resolución, “la cual debe constituir el producto final o la voluntad definitiva de
la Administración Pública, que suele ser de dos formas: a) Como última resolución dictada
para poner fin a un procedimiento, y b) como manifestación aislada que no requiere de un
procedimiento que le anteceda para poder reflejar la última voluntad oficial”. 43
Del citado criterio podemos advertir dos elementos para determinar si una resolución es o
no definitiva para efectos del juicio de nulidad, a saber:
a) La “atacabilidad” de la resolución administrativa mediante recursos ordinarios, que
significa que el acto o resolución no pueda ser revocado o modificado en sede administrativa
por la propia autoridad, ya sea porque el particular agotó el recurso administrativo o bien
porque la ley prevé que dicho recurso es optativo.
b) Que el acto o resolución administrativa sea el producto final de la manifestación de la
voluntad de la autoridad administrativa, lo que significa que esa manifestación ponga fin a un
procedimiento o bien que sin necesidad de un procedimiento, refleje esa voluntad definitiva de
la administración pública.
El citado principio de definitividad o “irrevocabilidad” del acto administrativo tiene como
fundamento la premisa de que el juicio contencioso administrativo se erige como una instancia
en la que se ejerce materialmente la función jurisdiccional para el control de legalidad de los
actos administrativos encomendada a un órgano jurisdiccional independiente, esto es, se
contrapone a la naturaleza propia de los recursos administrativos, que implica un autocontrol
o reexamen de la propia administración sobre sus actos.
La exigencia de la irrevocabilidad del acto administrativo, abordada desde la postura de la
“atacabilidad” de la resolución, parte de la base de que la decisión de la autoridad ya no
puede ser revocada por ella misma y, por tanto, el control de su legalidad puede ser sometido
al órgano jurisdiccional.
Además, el criterio de definitividad de la resolución, desde la perspectiva de considerar la
resolución como producto final de manifestación de la voluntad de la Administración –en mi
opinión– da un sentido práctico de “orden” para efectos del juicio de nulidad, que consiste en
que la controversia que se suscita entre Administración y gobernado debe resolverse a partir
del análisis de la determinación final que adoptó la autoridad en un procedimiento, pese a la
multiplicidad de actos que pudo haber realizado previamente en ese procedimiento y, además,
sobre la verdadera afectación a los derechos del particular, es decir,que se analice cómo la
referida última voluntad trascendió a la esfera jurídica del gobernado.
Nuevamente, el cambio de los roles en el juicio de lesividad pone a prueba la idoneidad de
aplicar los principios generales del juicio de nulidad, respecto a la definitividad del acto, pues
surge la pregunta: ¿En el juicio de lesividad, en el que el promovente debe defender un
interés público, serán exigibles los mismos parámetros para determinar si la resolución puede
o no considerarse definitiva para efectos de la procedencia del juicio?
Pareciera que, en principio, desde la perspectiva de la irrevocabilidad del acto la respuesta
sería que sí, en tanto que la figura de la lesividad presupone que la autoridad administrativa
solo requeriría de acudir al juicio de lesividad en el caso de que ya no pueda modificar o
revocar su propia determinación favorable, porque en caso de que exista esa posibilidad no
será necesario que interponga el juicio.
Sin embargo, es desde la segunda perspectiva, esto es que la resolución definitiva sea
producto final de la manifestación de la voluntad de la autoridad administrativa, donde surge
la problemática en el juicio de lesividad, porque los parámetros utilizados en la práctica para
determinar si la resolución representa esa última voluntad, como supuesto de procedencia del
juicio, se han construido en función del particular, de ahí que no pueden ser los mismos –o
por lo menos no pueden aplicarse en el mismo sentido– desde la perspectiva de la autoridad.
Un supuesto en materia fiscal sería la resolución que niega la solicitud del pago en
parcialidades formulada por un particular, la cual expresa la decisión –como última voluntad
de la autoridad– de rechazar o no aceptar el pago del adeudo de esa forma, por lo que el
particular –en ese supuesto– podrá interponer un juicio en contra de tal determinación, es
decir, el juicio de nulidad es procedente. 44
En sentido inverso, sin embargo, de autorizarse el pago en parcialidades al particular, lo
que constituiría un acto administrativo favorable (porque le permite pagar el adeudo
fraccionadamente), la definitividad podría cuestionarse desde la perspectiva de la autoridad
tributaria, en la medida en que el pago en parcialidades puede aún revocarse por esa
autoridad, en el caso en que el particular incumpla con el pago en parcialidades del adeudo
fiscal e incluso la autoridad podría ejercer sus facultades de comprobación –en el caso en
que el adeudo derivara de una autodeterminación del contribuyente– para verificar el origen
del adeudo y modificar el monto de aquel.
Entonces, esa aceptación de la autoridad tributaria en la forma de pago –desde su
perspectiva– ¿representaría la expresión de la última voluntad de la autoridad administrativa
en cuanto a que reconoció un adeudo y lo acepta recibir en parcialidades?
Probablemente la respuesta a esa pregunta sería afirmativa si consideramos
exclusivamente la aceptación de esa forma de pago, pero no así en cuanto al adeudo
tributario, porque ese concepto aún puede ser modificado o revisado por la autoridad
tributaria, lo que implicaría que no constituiría –en ese aspecto– la última voluntad de la
autoridad hacendaria.
Es más, de impugnarse vía juicio de lesividad la autorización de pago en parcialidades,
sería ilógico que la posible anulación del acto abarcara también el adeudo tributario, porque
en todo caso esa parte de la resolución que impone una carga al particular –de pagar el
adeudo en ese monto– significa que el particular reconoció tal adeudo porque él mismo se lo
autodeterminó, por lo que sería contrario a la naturaleza del juicio de lesividad que ante la
impugnación del acto favorable (aceptación del pago en parcialidades) y su posible anulación,
el particular se viera beneficiado con la anulación del adeudo tributario ahí establecido y, por
tanto, que la autoridad tuviera la obligación de devolver el pago ya reconocido y efectuado
por el particular, aspecto que –en mi opinión– no sería materia del juicio de lesividad, sino
solo aquella parte de la resolución que le fuera favorable al gobernado.
Desde mi perspectiva, en esos casos es válido considerar esa autorización como definitiva,
por lo que la autoridad estaría obligada a interponer el juicio de lesividad para que se anulara
la parte favorable de la resolución, solo en cuanto a la aceptación de la forma de pago,
considerando que dicha resolución ha producido efectos en la esfera jurídica del particular,
reconociéndole un derecho (a pagar en parcialidades), lo que no puede desconocerse en un
acto ulterior, por el principio de seguridad jurídica, con independencia de que el acto sea aun
revocable en sede administrativa, pero por causas distintas de la autorización del pago (por
ejemplo que el particular deje de cubrir las parcialidades).
Parecería, en principio, que el criterio sería que el requisito de acto definitivo se rige por el
principio de igualdad procesal entre autoridades y particulares. Esto es que si el acto se
considera definitivo para el particular, en el sentido inverso también debería serlo para la
autoridad (siempre que el sentido del acto fuera favorable).
Sin embargo, hay criterios del Poder Judicial de la Federación de los que se deduce que no
existe una verdadera igualdad procesal en estos casos, como en el supuesto de la
condonación de créditos fiscales –que por disposición legal no pueden ser impugnados por
los particulares, pero sí por las autoridades vía lesividad–, aspecto que trataré más adelante.
…la conclusión de la visita (…) no puede ser considerada sino como la voluntad última de la autoridad, pues inclusive
reconocieron que al levantar ésta, no tuvieron necesidad de emitir la Última Acta Parcial, en la que se hicieran constar los
hechos u omisiones detectados; lo que hace incuestionable que la última voluntad de la autoridad administrativa se externó en
el Acta de mérito (…) De tal modo, que si consideramos que lo que otorga certeza jurídica al contribuyente sobre la definitividad
del resultado de una visita, es la existencia de un acto que defina su situación jurídica respecto de las contribuciones,
aprovechamientos y periodos revisado (sic), en el caso en concreto lo constituye la denominada acta final de 05 de octubre de
2012, por lo que es claro que contrario a lo alegado por la demandada, el Acta en comento sí constituye un acto de carácter
definitivo, que se insiste, a través de ésta se externó la última voluntad de la autoridad fiscalizadora y con ello se puso fin al
procedimiento de fiscalización. 47
El anterior criterio resulta innovador, en la medida en que hace una interpretación del elemento relativo a la definitividad como
requisito para la procedencia del juicio de lesividad, pero desde la perspectiva de quien instaura el juicio, es decir, de la autoridad
actora, considerando que el acto administrativo (acta final) puede calificar como definitivo en la medida en que constituyó la última
voluntad de la autoridad respecto del particular y, además, que dicho acto definió la situación jurídica concreta del gobernado.
Considero que asumir una posición contraria, implicaría dejar actos administrativos
favorables fuera de la posibilidad de ser impugnados vía juicio de lesividad, porque, por
ejemplo, en el caso en comento la controversia se hubiera limitado a la posible ilegalidad del
convenio en parcialidades, sin que hubiera podido controvertirse también la ilegalidad tanto
del acta final como del procedimiento de visita domiciliaria previo (que está estrechamente
vinculado con el monto del adeudo reconocido en el convenio en parcialidades), lo que
tendría como consecuencia que la litis del juicio versara solo sobre la posible anulación de la
autorización en el diferimiento del pago (porque constituye la resolución favorable al particular
en la medida en que se le permitió pagar el adeudo de manera fraccionada), pero no así
sobre el reconocimiento del adeudo tributario, porque ese aspecto, en estricto sentido,
constituye una obligación y, además, su monto deviene del resultado del procedimiento de
visita domiciliaria llevado a cabo por la autoridad fiscalizadora.
En ese sentido, la pretensión de la autoridad actora de que se anulara el procedimiento de
fiscalización (por haberse cometido diversas irregularidades por parte de los visitadores al
omitir irregularidades del contribuyente) implica necesariamente que pudiera ser considerado
como acto impugnable en el juicio de lesividad, aquel que concluyó el procedimiento
administrativo instado al particular (acta final de la visita domiciliaria); de lo contrario, la
autoridad no podría acceder a su verdadera pretensión, relativa a volver a fiscalizar al
contribuyente para determinarle correctamente su adeudo tributario, ante la conclusión del
procedimiento de visita en la que se determinó –de manera ilegal– un adeudo tributario
inferior al que realmente le correspondía al contribuyente, en beneficio indebido del
contribuyente y en perjuicio del fisco federal, lo que –de facto– daría lugar a que este tipo de
actos ilegales no pudieran controvertirse vía juicio de lesividad.
El caso comentado en los párrafos que anteceden constituyó un precedente importante
para el TFJA y dio lugar a que el Pleno de la Sala Superior de ese Tribunal emitiera cuatro
tesis en materia de juicio de lesividad y que posteriormente conformaron jurisprudencia por
reiteración.
La primera tesis en comento se refiere al alcance del concepto de “resolución
administrativa definitiva” como supuesto para la procedencia del juicio de lesividad, en el que
se sostiene que por resolución administrativa favorable debe entenderse aquella resolución
que “constituye el producto final o bien, expresa la voluntad definitiva de la autoridad
administrativa lo que (…) se actualiza en la medida en que dicha autoridad no pueda, por sí
misma o motu proprio, revocar su resolución (…) o bien, porque constituye su voluntad
última”; 48 ese criterio reconoce que la naturaleza de resolución favorable no solo debe
determinarse en función de su irrevocabilidad, sino también desde la perspectiva de la
autoridad accionante, en la medida en que dicha resolución no puede revocarse por la propia
autoridad o aquella represente el resultado definitivo de su actuación en un procedimiento
administrativo.
En una segunda tesis se abordó el tema del concepto de “resolución favorable”, igualmente
para la procedencia del juicio de lesividad, lo que se definió atendiendo a “los efectos y
consecuencias jurídicas que produjo o produce la resolución en la esfera jurídica del
particular, que lo coloquen en una situación de beneficio o ventaja en posible perjuicio del
interés público”, 49 en este criterio se reconoce que esa situación de beneficio o ventaja se
puede dar en los siguientes supuestos:
a) Cuando la autoridad haya accedido a lo solicitado por el particular.
b) Se otorgue o reconozca un derecho subjetivo al particular.
c) Se exima total o parcialmente del cumplimiento de una obligación.
d) Se determine una situación jurídica concreta en sentido favorable.
En la tercera tesis 50 se hace un pronunciamiento muy relevante en el sentido de que el
acta final de una visita domiciliaria, pese a que en origen –desde la perspectiva del particular–
se considera un acto instrumental dentro del procedimiento de la visita, también puede
considerarse un acto definitivo desde la posición de la autoridad –en función de su
impugnación vía juicio de lesividad– en la medida en que ese acto no tenga verdaderamente
ese carácter instrumental, sino que a través de dicho acto se hubiere determinado la situación
jurídica del visitado, como sucedería en el supuesto en que los visitadores en el acta final
hubieran valorado indebidamente pruebas ofrecidas por la contribuyente para desvirtuar las
posibles irregularidades advertidas durante la visita, como ya lo comenté anteriormente en
este apartado.
En la cuarta tesis, la Sala Superior del TFJA hizo un pronunciamiento muy relevante en el
sentido de que el concepto de “resolución favorable” delimita también la materia del juicio de
lesividad y, como consecuencia, los efectos de la sentencia respectiva; esto significa que solo
podrá ser materia del juicio de lesividad –y, por consiguiente, materia de su posible anulación
en la sentencia– la parte favorable de la resolución administrativa, y no así cualquier otra
consecuencia o efecto jurídico (mucho menos si puede calificarse como desfavorable) que no
hubiera sido impugnado por la autoridad accionante, en la medida en que “la materia del juicio
debe constreñirse a la pretensión deducida por la autoridad actora, que versa precisamente
sobre la parte favorable de la resolución, es decir sobre la autorización otorgada al
contribuyente de pagar su adeudo fiscal en parcialidades y no así respecto del monto de las
cantidades que fueron reconocidas, autodeterminadas y ya pagadas por el propio
contribuyente al amparo del citado convenio porque esa parte no fue la favorable para el
contribuyente”. 51
Finalmente, cabe decir que el aspecto relativo a la determinación del requisito de
definitividad del acto administrativo en el juicio de lesividad en la actualidad no se regula
expresamente en la LFPCA ni en la LOTFJA.
4.2. DEMANDA
Mucho se ha comentado en el foro jurídico mexicano sobre la disparidad que existe entre el
plazo legal bastante amplio de cinco años que tiene la autoridad demandada para interponer
un juicio de lesividad en contra de una resolución administrativa favorable, en comparación
con el plazo que tienen los particulares que actualmente es de 30 días para interponer una
demanda en el juicio de nulidad en contra de una resolución o acto administrativo que les
perjudique y que consideren ilegal.
Como ya comenté, es paradójico que el juicio de lesividad encuentre su fundamento
teleológico en la protección de la seguridad jurídica de los gobernados y, pese a ello, las
reglas procesales que lo rigen –como sería la que establece el plazo de cinco años para su
presentación– sean cuestionadas por los mismos gobernados ante los tribunales del PJF –vía
juicio de amparo– y también ante el TFJA alegando precisamente violaciones al principio de
seguridad jurídica.
Para Zenteno García, la inconstitucionalidad del plazo antes referido radica en que “el bien
jurídicamente tutelado por el juicio de lesividad establecido en el artículo 207, tercer párrafo
del CFF, es la seguridad jurídica de los particulares. Así las cosas, si bien revisar la legalidad
de las resoluciones favorables a los particulares es el fin inmediato del juicio de lesividad,
también lo es que ello no puede realizarse en menoscabo de la seguridad jurídica del
particular, que fue el motivo primordial para establecer ese procedimiento (…) no nos
encontramos frente a un término que haya sido acotado por un tiempo PRUDENTE, como lo
exige la SCJN (…) se está en presencia de un plazo a todas luces excesivo, al ser
únicamente el inicio de la definición de la situación legal del contribuyente”. 52
En su momento, los gobernados alegaron en sus juicios de amparo, violación al principio
de seguridad jurídica, en cuanto a la desigualdad del plazo procesal entre autoridades y
particulares, así como que ese plazo resultaba excesivo e irrazonable, dado que un particular
que obtuviera una resolución favorable podría no tener certeza sobre los derechos que se
hubieran incorporado en su patrimonio con motivo de ese acto, sino hasta pasados los cinco
años de que se hubiera emitido. 53
Al respecto, los Tribunales del PJF han sostenido que la razón de la disparidad atiende a
un aspecto de derecho público, ya que el plazo es razonable bajo los conceptos de bien
común y protección al patrimonio colectivo destinado a satisfacer necesidades públicas, 54 en
la medida en que consideró la situación que guarda la autoridad fiscal frente al contribuyente
respecto al plazo que le otorga la norma tributaria a esa autoridad para determinar y hacer
efectivos los créditos fiscales, esto es, que el plazo se encuentra determinado en función de
la caducidad de las facultades de las autoridades hacendarias y la prescripción de los
créditos fiscales (que en ambos casos también es de cinco años). 55
Al analizar el plazo con respecto al principio de igualdad procesal, la SCJN se pronunció,
por su parte, en el sentido de que ese principio no pretende que exista una igualdad numérica
sino una “razonable igualdad de posibilidades para el ejercicio de la acción y de la defensa”
entre el particular y la autoridad; de manera que el plazo tiene justificación en la “carga de
trabajo” de la autoridad hacendaria y el tiempo que tarda en advertir la lesión al interés
público, porque “si se aceptara que las autoridades hacendarias sólo tuvieran 45 días –que
cabe decir, era el plazo en ese momento establecido por la ley– para promover la demanda de
nulidad (se refiere al juicio de lesividad), vencido este plazo la resolución quedaría firme por
consentimiento tácito, con lo cual se volvería nugatorio el plazo prescriptorio de 5 años que
tiene el fisco para exigir el crédito fiscal”. 56
La razón fundamental que se dio para efecto de sostener la constitucionalidad del plazo tan
amplio para interponer el juicio de lesividad, consistió medularmente en un tema de eficiencia
administrativa –o, mejor dicho, de ineficiencia– de la autoridad tributaria para fiscalizar a los
contribuyentes en el cumplimiento de sus obligaciones tributarias.
De esta forma resulta que si las autoridades cuentan con un plazo para ejercer sus
facultades para fiscalizar y exigir el cobro de dichas contribuciones, que precisamente es de
cinco años, entonces la autoridad debiera tener ese mismo plazo para anular las resoluciones
favorables a los particulares, pues de ser menor este último, entonces la autoridad tendría
que fiscalizar también en un menor tiempo, lo que redundaría en detrimento del interés público
relativo a verificar el correcto cumplimiento de las obligaciones fiscales.
En mi opinión, en algunos casos esta postura tiene lógica en razón de que en materia
tributaria existen actos de autoridad que pueden reconocer un derecho subjetivo (es decir,
que son favorables para los particulares); por ejemplo, cuando otorgan una autorización para
tributar en un régimen fiscal, si autorizan la devolución de impuestos, aceptan el pago de
contribuciones en parcialidades, resuelven consultas del particular, entre otras, y que, desde
luego, surten sus efectos jurídicos desde su emisión; sin embargo –bajo el principio de
autodeterminación de los tributos–, los hechos en que se sustentan tales actos pueden ser
revisados posteriormente con motivo del ejercicio de facultades de comprobación de la
autoridad tributaria.
De ahí que resulta razonable que si la autoridad tributaria tiene cinco años para ejercer sus
facultades de comprobación, así como para exigir el cobro de créditos fiscales, entonces en
ese mismo periodo estaría en aptitud de conocer la ilegalidad de un acto administrativo que
se emitió en sentido favorable para el particular y, por ende, también estaría en aptitud de
promover un juicio de lesividad en su contra.
Pensemos, por ejemplo, en una autorización de la autoridad tributaria para que el
contribuyente se acoja a un determinado régimen fiscal preferencial en materia de ISR (como
sería el régimen de integración, cuyo antecesor fue el régimen de consolidación fiscal).
Si bien la ley del ISR establece ciertos supuestos y requisitos que debe cumplir el particular
para acceder a tal beneficio, la autorización que en su caso se le otorgue, por el principio de
autodeterminación de los tributos, implicará que la autoridad verifique –en principio– el
cumplimento formal de tales requisitos que declara el contribuyente, lo que efectúa
comúnmente a través del análisis de los medios de prueba que prevea la ley, la mayoría de
las veces a través de documentos –públicos y privados– que se presentan en la solicitud
correspondiente, sin que esto le impida a la autoridad que posteriormente realice una
verificación material de la situación fiscal del contribuyente, a través del ejercicio de
facultades de comprobación (como una visita domiciliaria o una revisión de gabinete).
Es hasta que la autoridad tributaria ejerce esas facultades de comprobación, cuando
estaría en posibilidad de conocer verdaderamente la situación fiscal del contribuyente y
comprobar que, efectivamente, este último actualiza los requisitos de la norma para ubicarse
en el régimen de beneficio y en caso de que no sea así –ya sea, por ejemplo, porque el
contribuyente manifestó hechos falsos o presentó documentos apócrifos en su solicitud–
cuando la autoridad estaría en posibilidad de promover juicio de lesividad en contra de la
autorización otorgada de manera ilegal.
Así, resulta lógico que la autoridad tributaria tenga el plazo de cinco años para hacer esa
impugnación, esto es tanto para ejercer sus facultades de comprobación como para
interponer la demanda de lesividad.
También hay que decir que no en todos los casos esa misma razón se sostiene, porque
existen procedimientos tributarios que implican per se el ejercicio de esas facultades de
comprobación, por lo que –en mi opinión– dar un plazo de cinco años a la autoridad tributaria
para revisar la legalidad o ilegalidad de su actuar sería simplemente conceder un plazo
adicional –por demás amplio– para poder revisar y anular sus propias resoluciones.
Pensemos en una solicitud de devolución de impuestos en que la autoridad hacendaria
ejerce sus facultades de comprobación para verificar la procedencia de la devolución; en este
caso se entiende que la autoridad ya estaba en posibilidad de conocer la verdadera situación
fiscal del contribuyente desde que ejerció sus facultades de comprobación, por lo que no
tiene la misma congruencia que se deje al contribuyente en la expectativa de otros cinco años
–a partir de que se le autorizó la devolución– en caso de que la autoridad llegara a determinar
que su resolución fue ilegal, pues esto lo dejaría en un total estado de incertidumbre, pese a
que ya fue fiscalizado, en la medida en que la autoridad aún podría promover la lesividad en
su contra en el citado plazo.
Incluso en el ámbito tributario existen otros supuestos que podrían consistir en excepciones
a la regla general, por ejemplo, en materia aduanera, en que la Ley Aduanera 57 establece un
plazo de prescripción de dos años para que se extinga el derecho del particular (y, por tanto,
la correlativa obligación de la autoridad aduanera) para obtener la devolución o el pago del
valor de la mercancía que le hubiere sido embargada por la autoridad y que surge con motivo
de la anulación de la resolución que determinó que esa mercancía pasó a propiedad del fisco
federal.
En ese supuesto, el particular tendrá dos años para solicitar la devolución de la mercancía
incautada, siendo que si la autoridad le resuelve favorablemente, ya sea devolviendo la
mercancía o bien pagando el valor de la misma, resulta incongruente que la autoridad
aduanera tuviera cinco años para obtener la anulación del acto cuando, por el contrario, su
obligación de entregar ese pago prescribiría en un plazo menor, siendo incluso que sobre ese
aspecto, la autoridad ya no podría realizar ningún tipo de facultad de comprobación, pues
deviene del cumplimiento de una declaratoria de nulidad sobre el embargo a través de una
resolución (administrativa o jurisdiccional) que ya causó estado.
Por otra parte, es importante considerar que en los últimos años las autoridades
hacendarias en México se han modernizado y cada vez más han apostado a la fiscalización
de los contribuyentes a través de medios electrónicos, para lo cual en el CFF, en su
Reglamento y demás disposiciones de carácter general, se han establecido diversas
facultades y obligaciones al respecto.
Por ejemplo, los contribuyentes ahora están obligados a proporcionar periódicamente a las
autoridades tributarias, vía electrónica, elementos relativos a su contabilidad, a emitir facturas
electrónicas y a realizar sus pagos a través de las instituciones del Sistema Financiero,
fomentándose el uso de la banca electrónica. Asimismo, a las autoridades tributarias se les ha
dotado de nuevas facultades para su fiscalización, como la relativa a la revisión electrónica de
la contabilidad de los contribuyentes. 58 Al respecto, la normatividad que establece las
obligaciones y facultades antes precisadas, fue declarada constitucional por parte de la
SCJN. 59
Con lo anterior se ha facilitado la labor de fiscalización de las autoridades hacendarias, de
modo que estas requerirían de un menor tiempo para conocer la verdadera situación fiscal de
los contribuyentes y determinar el cumplimiento o incumplimiento de sus obligaciones
tributarias. En ese sentido sería justo que tal circunstancia se reflejara en la determinación del
plazo para la presentación de la demanda de lesividad, por un sentido de justicia tributaria.
Mi propuesta al respecto consiste en que la norma adjetiva diferenciara los supuestos en
los que es necesario otorgar un plazo amplio de cinco años para la demanda de lesividad –
por ser coincidente con el plazo de prescripción o caducidad de facultades de comprobación o
verificación de las autoridades administrativas– de aquellos otros supuestos en que pudiera
reducirse ese plazo, haciéndolo acorde con los plazos de prescripción o caducidad respectivo
que fueran menores, para evitar así afectar innecesariamente la seguridad jurídica de los
particulares. 60
Debo reiterar que el plazo de cinco años para la interposición del juicio de lesividad
encuentra cierto sentido en el ámbito tributario, pero la pregunta sería ¿qué sucede en el
ámbito del Derecho Administrativo en caso de que la norma aplicable prevea plazos de
extinción de facultades de las autoridades o bien la prescripción de obligaciones u otros
derechos establecidos en la ley, en un plazo inferior a los cinco años? En esos casos ¿el
plazo para la interposición de la demanda de lesividad sería igualmente justificable?
En mi opinión, la respuesta sería que no. Si bien, en general, en materia administrativa el
plazo para que se extingan las facultades de la autoridad para imponer sanciones
administrativas también es de cinco años, 61 lo que sería congruente con el plazo de
lesividad, lo cierto es que en otros ordenamientos se prevén otros plazos de prescripción
menores.
Por ejemplo, en materia de responsabilidad patrimonial del Estado, en la cual se prevé un
año para reclamar la indemnización correspondiente, y por excepción de dos años en caso de
que se hubieren ocasionado daños de carácter físico o psíquico a las personas. 62
En estos supuestos, el plazo de cinco años para que la autoridad pudiera promover el juicio
de lesividad no sería congruente ni encontraría una justificación, como, en su caso, la podría
tener en la materia fiscal.
Tal amplitud en el plazo para demandar la nulidad de un acto administrativo favorable, no
es exclusiva del contencioso administrativo mexicano, pues la legislación en otros países
también establece plazos similares y, en general, más amplios que los previstos para los
particulares; por ejemplo, en el caso de España el plazo para que se declare que un acto es
lesivo (y, por tanto, es anulable ante la jurisdicción contenciosa administrativa) es de cuatro
años contados a partir de que se dictó el acto administrativo, 63 o bien el caso de la provincia
de Córdoba, en Argentina, donde se establece un plazo de seis meses a partir de la emisión
del acto presuntamente irregular, el cual, si bien es menor al señalado en nuestro país y en
España, de igual forma es mucho mayor en comparación con el término de 30 días hábiles
con el que cuenta el particular para demandar la nulidad de un acto administrativo. 64
En México no se ha superado el tema relativo a la desigualdad procesal en razón del plazo
en comento, pues aún queda pendiente de analizar la posibilidad de que en algunos casos
debiera ser reducido, porque un plazo amplio para la vía del juicio de lesividad, si bien
protege el interés público que pudiera verse lesionado con un acto administrativo ilegal, en
contraposición plantea una seria problemática relacionada con la seguridad jurídica de los
particulares.
En el extremo, un plazo demasiado amplio crearía en los particulares mayor incertidumbre
sobre la posibilidad de que a pesar de que cuentan con un acto administrativo favorable que
se presume legal, este podría llegar a anularse vía lesividad, en perjuicio de las situaciones
jurídicas o derechos ya producidos por el propio acto. En contraposición, un plazo demasiado
corto haría nugatorias las facultades de las autoridades administrativas para ejercer sus
facultades de verificación o comprobación en cuanto al cumplimiento de las obligaciones de
los particulares, en perjuicio del principio de legalidad.
Al respecto existen opiniones –con las cuales coincido– en que “el justo medio aristotélico,
reza en que si bien no es posible una justicia conmutativa habrá de ceñirse a la justicia
distributiva, es decir, si bien podría(n) justificarse la(s) diferencias abismales en el plazo para
la presentación de la demanda de lesividad frente la de nulidad, una de las medidas de
racionalidad jurídica podría ser frente a las posibilidades de revisión y seguimiento de los
actos administrativos favorables a los particulares y su cumplimiento instantáneo o de tracto
sucesivo, identificación de actos favorables sensibles a la ilegalidad y corrupción, en aras de
dotar de la certeza jurídica, si bien no inmediata, sí a corto plazo, tan necesaria para la
inversión y desarrollo de un país. El ejemplo nos lo otorgan una vez más las entidades
federativas al presentar menores plazos de presentación para la demanda de lesividad”. 65
En ese sentido, en mi opinión, si la justificación del plazo para la presentación de la
demanda en el juicio de lesividad previsto en la LFPCA, está determinado en función del
periodo con que cuentan las autoridades administrativas para verificar el cumplimiento por
parte de los gobernados de sus obligaciones de índole fiscal y administrativa, ya sea
mediante la figura de la caducidad o de la prescripción, entonces lo correcto y congruente
sería que el plazo de presentación de la demanda en el juicio de lesividad fuera coincidente
con el diverso de prescripción o caducidad que se previera específicamente aplicable según
sea la materia de la resolución impugnada (en el caso en que este fuera menor a los cinco
años), lo que implicaría que debería reducirse el plazo de presentación, sobre todo en los
supuestos en que las normas sustantivas aplicables prevean un plazo inferior a los cinco años
para la extinción de las facultades de fiscalización o verificación de la autoridad administrativa
o del derecho subjetivo reconocido en la resolución favorable, dándole a la norma adjetiva un
sentido mayor de justicia distributiva para equilibrar el trato diferenciado entre particular y
autoridades.
La LFPCA (artículo 14, fracción II) exige que en la demanda, entre otros elementos, se
señale la resolución o acto administrativo que se impugna, requisito que incluso no puede ser
subsanado por el accionante, pues en caso de que se omita en la demanda, esta se deberá
desechar por improcedente.
La resolución impugnada en el juicio de nulidad puede consistir en una resolución expresa,
como lo es aquella que consta en un documento escrito o bien ficta, que supone que aun
cuando materialmente no se emitió una resolución expresa en el plazo legal (actualmente en
materia fiscal 66 y administrativa 67 es de tres meses a partir de la solicitud planteada) por
virtud de una ficción legal, se tiene por existente esa resolución a la que se le atribuye un
determinado sentido negativo o positivo.
El sentido de la resolución será negativo (negativa ficta) cuando la ley le atribuya el sentido
de que es contraria a los intereses del particular o bien un sentido positivo (positiva o
afirmativa ficta) respecto a que se resolvió favorablemente a esos intereses.
Debe tomarse en cuenta que la finalidad de la negativa ficta –cuando el actor es el
gobernado– es “dejar al particular en aptitud de combatir por otros medios, que la ley le
concede, dicha resolución y obtener o tratar de obtener la resolución que favorezca a sus
intereses”. 68
Sin embargo, en el juicio de lesividad, en el que ya vimos que uno de los presupuestos
procesales es la existencia de una resolución favorable, tratándose de una resolución ficta,
esta será impugnable por la autoridad, en la medida en que la ley le atribuya al silencio
administrativo un sentido precisamente favorable para el particular (positiva ficta).
Así lo sostiene Guaita en el sentido de que:
El hecho de que al silencio administrativo se le suela dar un contenido desestimatorio de la pretensión del particular… no es
nada propicio a la impugnabilidad por la Administración, ya que al callar no reconoce derechos a favor del administrado ni puede
vulnerar los de la Administración presupuestos ambos indispensables del proceso de lesividad.
Pero hay casos, raros, en que al silencio administrativo se le da un contenido positivo, estimatorio. Tales actos pueden en
efecto lesionar los intereses de la Administración… creemos que el silencio administrativo en sentido estimatorio puede ser un
presupuesto del proceso de lesividad (…) hay que afirmar que el silencio administrativo no puede ser presupuesto del proceso
de lesividad cuando la ley le asigne una significación negativa, por la razón ya dicha de que tal denegación es incompatible con
el reconocimiento de derechos a favor de tercero; pero que, en cambio, sí puede dar base a un proceso de lesividad en el caso
de ser valorado afirmativamente, siempre, claro está, que concurra la lesión jurídica-económica que exige la ley procesal. 69
Un caso de afirmativa ficta en materia administrativa en México sería, por ejemplo, lo dispuesto por la Ley de Caminos,
Puentes y Autotransporte Federal (artículo 9o.), 70 que establece que las solicitudes sobre permisos que regula la citada ley (por
ejemplo para la operación de servicios de autotransporte federal de carga), deben resolverse en un plazo máximo de 30 días
naturales a partir de la solicitud, a cuyo término de no haberse emitido tal resolución se entenderá como favorable al peticionario.
En ese supuesto, la autoridad administrativa podría interponer su demanda de lesividad en contra de la resolución ficta que
otorgó favorablemente un permiso de tal naturaleza, por no haberse resuelto la petición del gobernado en el plazo establecido por
la ley, cuando considere que ese permiso no debió otorgarse por ser contrario a derecho.
Cabe decir, no obstante, que tanto la LFPCA como la LOTFJA no prevén expresamente,
como un supuesto de resoluciones definitivas por las que procede el juicio de lesividad, a este
tipo de resoluciones fictas –positivas o afirmativas–, que si bien podrían considerarse en el
género de resoluciones favorables, lo cierto es que deberá atenderse al efecto que al silencio
administrativo se le atribuya por ficción de la ley, de manera que sería deseable que la ley las
previera expresamente para una mayor certeza jurídica.
4.3. CONTESTACIÓN
4.3.1. ALLANAMIENTO
El emplazamiento del particular favorecido por el acto que se impugna tenía en el sistema de la jurisdicción retenida la única
significación de sancionar su derecho de audiencia en el procedimiento, pero desde el momento en que este procedimiento se
ha transformado en un proceso judicial, el intento por considerar demandado ordinario a ese particular falla desde la perspectiva
de fondo que seguimos, dada su falta de disponibilidad sobre el objeto del proceso (…) Obsérvese que no se trata de que el
proceso de lesividad sea un proceso constitutivo, que da lugar a una sentencia constitutiva, pues en primer lugar, esto será o no
será accidentalmente, según se trate de declarar la anulación o la pura nulidad del acto, y, en segundo lugar, la generalidad de
los efectos constitutivos que surgen de los procesos de este carácter pueden generarlos por sí las partes extraprocesalmente.
En este caso se trata, por consiguiente, de una extrema substantivación de la institución procesal, cuyo único paralelo posible
es el del proceso penal. Así como el papel de éste se expresa en el principio nulla poena sine iuditio, así también la posición
del recurso de lesividad deberá expresarse: nulla revocatio sino iuditio. 74
De adoptarse esta última postura, entonces el particular demandado en el juicio de lesividad no fungiría verdaderamente como
parte demandada, sino que solo participaría en el proceso en función de respetar su derecho de audiencia y de defensa, así que
su posible allanamiento implicaría –al igual que en el caso de la autoridad– solo una posible renuncia a controvertir los hechos
sometidos a juicio.
Considero que en el caso de México, toda vez que las reglas procesales del juicio de
lesividad remiten supletoriamente a las normas de Derecho Procesal Civil, es válido el
allanamiento del particular demandado, tanto por lo que hace a los hechos como a las
pretensiones de la autoridad, en razón de privilegiar la protección al interés público que
subyace en el juicio.
Lo anterior, como ya lo comenté, siempre que el derecho del particular sea de tal naturaleza
que sea renunciable, es decir, que la anulación del acto no implique una afectación a los
derechos fundamentales del gobernado, por ejemplo: El particular no podría renunciar a un
acto administrativo que le reconociera su derecho de libertad de tránsito o de trabajo, y,
además, que con esa renuncia no se afecte al derecho de terceros, por ejemplo, un
contribuyente no podría renunciar a tributar en un régimen de beneficio ya otorgado, en
materia de ISR, si esto afecta a los posibles intereses de los trabajadores en el reparto de
utilidades que les paga dicho contribuyente.
Debe referirse que acorde con el modelo del juicio de lesividad en México, en el que los
efectos del acto administrativo favorable se siguen produciendo hasta en tanto no se declare
su nulidad, resulta que el allanamiento del particular demandado no extinguiría el proceso,
pese a que pudiera considerarse que ya no existe una verdadera controversia entre la
Administración Pública y el particular, puesto que dada la existencia del acto administrativo
favorable y la imposibilidad legal de la autoridad administrativa de revocarlo por sí misma,
resulta necesaria la declaratoria de anulación que, en su caso, realice el órgano jurisdiccional
mediante la sentencia que se dictara al respecto.
4.4. AMPLIACIÓN
En función de la regla ya precisada que rige en materia probatoria, cada una de las partes
en el juicio de nulidad tendrá la posibilidad de ofrecer los medios de prueba que considere
pertinentes para demostrar los hechos en que funda su pretensión.
En aplicación de esa regla y bajo el principio de economía procesal, que busca que “la
justicia sea impartida con el máximo rendimiento en el menor tiempo posible”, 78 la LFPCA
(artículo 14, fracción V) establece que el actor, como parte de sus pruebas, tiene la posibilidad
de ofrecer el expediente administrativo que contenga toda la información del procedimiento
administrativo que dio lugar a la resolución impugnada.
Tal figura del denominado “expediente administrativo” obliga a la autoridad a remitir esas
actuaciones al Tribunal, previo requerimiento que para tal efecto se formule, para que la
actora esté en posibilidad de allegarse y allegar al juzgador de todas las actuaciones
realizadas por la autoridad administrativa para emitir el acto impugnado, lo que permite tanto a
aquel como a las partes, contar con la información precisa sobre los antecedentes y los
hechos que sirvieron de sustento a la resolución sometida a controversia.
Incluso este expediente administrativo puede abarcar la documentación de naturaleza
privada del propio actor, es decir, cualquier escrito o documento ofrecido como prueba dentro
de ese procedimiento administrativo, siempre y cuando sea precisado en el ofrecimiento, lo
que redunda en beneficio del particular, pues no tendrá que ofrecer en juicio nuevamente
como prueba aquellos documentos privados con los que ya cuenta la autoridad administrativa
porque le fueron exhibidos previamente.
Esta figura procesal de carácter probatorio se ve reforzada con una presunción establecida
en la LFPCA (artículo 45), conforme a la cual, si la autoridad demandada no expide copia de
los documentos ofrecidos por el demandante (incluido el expediente administrativo) siempre
que se hayan identificado debidamente, se presumirán ciertos los hechos que se pretenden
probar con esos documentos. 79
Opino que esta presunción es un reconocimiento a la desigualdad material de las partes en
el juicio, específicamente por lo que toca a que una de ellas es un órgano del Estado –que
incluso actúa como autoridad al emitir el acto administrativo sometido a la jurisdicción–, por lo
que se pretende impedir que esa disparidad pueda limitar indebidamente el derecho de las
partes a que ofrezcan los medios de prueba que consideren necesarios, en especial en
función del particular que se encuentra en desventaja.
Esta presunción de veracidad sobre los hechos que se desprenden de documentales en
poder de la autoridad, que se niega a proporcionarlos por causas injustificadas, sirve como
una especie de “sanción” a la autoridad administrativa por esa omisión procesal.
Pero esa presunción también tiene un sentido práctico en el juicio, en la medida en que la
impartición de justicia se vería seriamente retrasada de esperar a que se aportaran los
medios de prueba en cuestión, cuando no existe una causa justificada para no remitirlos,
porque sería ilógico que esta situación perjudicara al propio oferente de la prueba (al
particular), ya que se presupone que no cuenta con esos documentos (tratándose de
documentos de la autoridad); además, en todo caso sería responsabilidad de la autoridad,
que actuó en rebeldía frente al requerimiento del Tribunal.
Cabe señalar que la exhibición del expediente administrativo en juicio por parte de la
autoridad demandada, permite al particular tener acceso a actuaciones que pudieron no ser
de su conocimiento durante la tramitación del procedimiento administrativo, como podrían ser
requerimientos entre autoridades o comunicaciones internas de la propia autoridad, respecto
de las cuales podrían formularse conceptos de impugnación a través de la ampliación de la
demanda correspondiente, siempre que no hayan sido del conocimiento previo del actor,
como se comentó en el tema relativo a la ampliación de la demanda.
Ahora bien, veamos qué sucede en la inversión de roles en el juicio de lesividad. La
autoridad administrativa impugna una resolución administrativa favorable por considerarla
contraria a Derecho, y aplicando la regla procesal está en aptitud también de ofrecer el
expediente administrativo en cuestión. La primera pregunta que surge es ¿si se trata de un
derecho procesal del actor, entonces la autoridad administrativa –como actora– podría
abstenerse de ofrecer tal medio de prueba?
La respuesta parece sencilla, pues, en principio, obligar a una de las partes a ofrecer un
medio de convicción implicaría romper el equilibrio procesal que debe observarse en el
proceso. Sin embargo, la naturaleza de la figura procesal del expediente administrativo exige
privilegiar la celeridad procesal, porque las actuaciones que lo integran ya están en poder de
la autoridad administrativa y sirve también para proteger al particular de forma que no le sea
limitado el derecho de acceso a la prueba.
Entonces, si el particular ahora funge como demandado ¿no debería brindársele la misma
protección? ¿No resultaría más eficiente que la autoridad, de inicio, exhibiera el expediente
administrativo, pues al final la materia del juicio de lesividad es analizar sobre la legalidad del
acto administrativo para evitar una lesión al interés público? ¿Ese interés público no
demandaría tal exigencia también por celeridad procesal?
De ser afirmativas las respuestas, se le permitiría al particular, desde su emplazamiento,
tener acceso a todas las actuaciones del procedimiento administrativo para efecto de que
también pueda plantear una adecuada defensa del acto administrativo que le fue favorable.
El caso del Derecho Administrativo Español da una propuesta en ese sentido en la medida
en que “si el fundamento del régimen de iniciación del proceso ordinario radica en que el
demandante únicamente podrá formular debidamente la pretensión cuando haya examinado
el expediente (…) como en el proceso de lesividad la parte demandante tiene en su poder el
expediente en que se dictó el acto que da lugar al proceso, es lógico que simultáneamente
solicite la incoación del proceso, formule la pretensión y presente el expediente”. 80
Pero la ausencia de reglas procesales ad hoc para el juicio de lesividad implica que el
particular debe efectuar el ofrecimiento de pruebas en la contestación, lo que en principio
plantearía la duda de si tiene derecho también a ofrecer el expediente administrativo como
demandado –porque la ley lo prevé como un requisito de la demanda.
En caso de que pueda sostenerse que el particular demandado también puede ofrecer
como prueba el expediente administrativo, implicaría darle la oportunidad posteriormente a las
partes para que una vez remitido el expediente pudieran alegar aspectos del procedimiento
administrativo previo y que se conocieron con la exhibición del expediente administrativo, lo
que únicamente abarcaría al particular.
La posibilidad de ampliación de demanda para la autoridad actora quedaría acotada,
porque desde luego tenía conocimiento del expediente administrativo desde la presentación
de su demanda, por lo que, por equidad procesal, solo debería permitírsele formular contra-
argumentos en función de aquellos que realizara el particular demandado.
También implicaría que en caso de que la autoridad fuera omisa en aportar el expediente
administrativo como prueba, previo requerimiento del Tribunal, tendría que aplicarse la misma
consecuencia jurídica respecto a la presunción de veracidad de los hechos que se le imputen
a la autoridad, pues de lo contrario se le restringiría ilegalmente al particular –demandado– de
su derecho de prueba.
Nuevamente, el tema no queda resuelto con las reglas procesales actuales y demuestra
que el juicio de lesividad no significa un mero cambio de roles de las partes, sino un
procedimiento que requiere de reglas especiales para su substanciación y resolución.
4.5.2. PRESUNCIÓN DE LEGALIDAD PARA PRESERVAR EL INTERÉS PÚBLICO O PARA PROTEGER LA SEGURIDAD JURÍDICA
La LFPCA reconoce que una de las partes en juicio lo constituye un órgano del Estado que
representa los intereses de la colectividad; de ahí que se establezca una presunción en favor
de las resoluciones o actos administrativos de las autoridades, en el sentido de que estos se
reputan legales (artículo 42 de la LFPCA).
La finalidad de esta presunción es establecer una distribución especial de las cargas
probatorias entre las partes, pues si resulta que la controversia en juicio versa sobre la
posible ilegalidad de un acto administrativo y este se presume legal, entonces corresponderá
al actor la carga de probar lo contrario.
Tal presunción atribuye una carga procesal al demandante, con el objetivo de preservar los
actos administrativos y, por ende, la consecución del interés público que le es inherente.
Por ejemplo, tratándose de la materia fiscal, la presunción de legalidad del acto o
resolución que prevé la legislación correspondiente (artículo 68 del CFF) y que también
regula la LFPCA en similares términos (en su artículo 42) 81 atiende a que “las leyes fiscales,
cuando establecen presunciones, lo hacen imbuidas por el criterio proteccionista del fisco, o
bien de la administración (…) se justifica la creación de esta presunción (de legalidad)
atendiendo al principio de legalidad y a la obligación que tienen los servidores públicos de
tomar en consideración y ceñirse a la jerarquía del orden jurídico nacional”. 82
Así también lo señala el Ministro Pérez Dayan, cuando refiere que la presunción de
legalidad “es una circunstancia que obedece, indudablemente, a un postulado de índole
práctico pues de no operar tal presunción, la actividad jurídica de la administración sería
inicialmente objetable, requiriéndose entonces de otro acto de autoridad que, en forma previa
validara el actuar público”. 83 Sin embargo, la propia ley establece que esa presunción no es
absoluta sino que puede ser desvirtuada por el particular si demuestra que el acto es ilegal.
La presunción de legalidad en el juicio de nulidad libera a la autoridad demandada de la
carga procesal de probar que su acto cumplió con los requisitos legales necesarios; sin
embargo, cuando el particular cuestiona esa legalidad expresando una negativa lisa y llana de
los hechos, es la autoridad la que debe probarlos para sustentar la motivación en la emisión
del acto.
En la práctica, la inversión de los roles en el juicio contencioso administrativo plantea la
interrogante de si debe o no aplicarse la misma distribución de cargas probatorias entre las
partes, sobre todo en el caso en que quien impugna el acto es la misma autoridad que lo
emitió.
Si entonces la autoridad administrativa reconoce en juicio de lesividad que se cometieron
vicios en la emisión del acto favorable, esto ¿podría considerarse como una posible confesión
en juicio de hechos ilegales por parte de la autoridad? De ser así, ¿la anulación sería un mero
requisito formal para declarar el acto nulo o, por el contrario, debe sostenerse que el acto
administrativo también se presume legal y, por tanto, la autoridad –pese a su posible
confesión– debería probar la ilegalidad del acto?
La regla de presunción de legalidad del acto en el juicio de lesividad –en mi opinión–
adquiere una función diversa a la del juicio de nulidad, pues en este proceso sui géneris la
presunción tiene por objeto proteger la seguridad jurídica del particular, como un derecho
humano reconocido por nuestra Constitución.
Es decir que pese a que la autoridad pudiera reconocer actos u omisiones en que incurrió
al emitir el acto impugnado que lo tornarían ilegal, de cualquier forma debería estar obligada a
probar tales hechos, pues el particular beneficiado con el acto favorable gozaría de la
presunción de legalidad para la protección de su seguridad jurídica.
De lo contrario, la autoridad podría revocar su propio acto aun cuando no probara los
hechos que sustentan la ilegalidad de su actuación, volviéndose el juicio de lesividad un mero
requisito formal o de trámite en perjuicio de la seguridad jurídica del particular.
Así, en una primera aproximación parecería que no existiría una verdadera inconsistencia al
aplicarse las reglas del juicio de nulidad al juicio de lesividad, porque en ambos procesos
resulta válido y congruente con el medio de impugnación que se observe esta regla procesal
relativa a presumir la legalidad del acto o resolución impugnada, salvo prueba en contrario.
No obstante, el que tal presunción tenga una finalidad y objeto diverso (es decir, que en la
lesividad sirva para proteger la seguridad jurídica del particular) puede dar lugar a una
diferencia sustancial en la distribución de las cargas procesales en el juicio y además en
determinar los aspectos de la resolución impugnada que pueden analizarse para anular un
acto administrativo.
Por ejemplo, varios criterios del TFJA sostienen que los argumentos que la autoridad
actora plantea en su demanda de lesividad, deben estar encaminados exclusivamente a
acreditar la ilegalidad del acto por aspectos de fondo y no aquellos relacionados con aspectos
meramente formales, situación respecto de la cual se abundará más adelante en el apartado
del presente capítulo correspondiente a las posibles causas de anulación y los efectos de la
sentencia.
El criterio antes referido se basa en que no resulta congruente en un Estado de Derecho,
que se perjudique a un particular con la anulación del acto administrativo favorable, por vicios
formales que deriven de la culpa o negligencia de la autoridad –como, por ejemplo, la falta de
firma autógrafa del acto administrativo–, porque de lo contrario se causaría una grave
violación al derecho de seguridad jurídica del particular demandado –en el supuesto que este
último desconociera la falta de autenticidad de la firma.
A todas luces resultaría injusto en ese caso que el particular se viera perjudicado por la
anulación del acto por un vicio formal en que incurrió la propia autoridad, pues aquel tendría
la confianza de que su acto se emitió conforme a derecho (con firma autógrafa), y así obraría
en consecuencia durante la vigencia del acto, además de que no tendría a su alcance la
posibilidad de saber si la firma que ostenta ese acto es o no autógrafa.
Esta postura atendería a la máxima de Derecho conforme a la cual “nadie puede alegar en
su favor su propia culpa” y que se desprende del diverso principio de buena fe que también
se reconoce aplicable al Derecho Administrativo. Tal principio, visto desde la perspectiva del
ciudadano frente a la Administración, se manifiesta en la “consolidación de una legítima
confianza –en el ciudadano– en que ésta –la administración– ejercerá sus competencias de
acuerdo con el ordenamiento jurídico y no, por el interés de la propia administración ni
tampoco por el mero interés de la legalidad”. 84
Si tomamos como válida esa postura –en la que la autoridad actora no puede alegar vicios
formales del acto administrativo–, entonces la presunción de legalidad, que por regla general
admite prueba en contrario, se tornaría en una presunción absoluta –a diferencia del juicio de
nulidad–, es decir, en un juicio de lesividad no se podría admitir una controversia sobre si el
acto administrativo impugnado adolece o no de un vicio formal, porque se presume legal sin
posibilidad de probar en su contra; sin embargo, esa presunción –que si bien podría
cuestionarse su constitucionalidad porque impediría o haría nugatorio el derecho de prueba–
atiende a la razón de proteger la seguridad jurídica del particular para que la autoridad no se
pueda beneficiar de su propio error o culpa en perjuicio de aquel.
La actividad administrativa, cada vez más compleja, hace que sea más común que
autoridades administrativas emitan diversas resoluciones que no constituyen parte del mismo
procedimiento, pero que se encuentran vinculadas entre sí, ya sea porque se refieren a un
mismo aspecto jurídico o de hecho ya resuelto, porque las resoluciones se apoyan en
consideraciones de un acto previo o bien son consecuencia de uno primigenio.
La LFPCA (artículo 31) resuelve esta problemática a través de la figura de la conexidad y
como consecuencia mediante la acumulación de los juicios, que se tramita vía incidental hasta
antes de que el asunto sea puesto en estado para resolver (cierre de instrucción), con la
finalidad de que las controversias planteadas por actos conexos sean resueltas por un mismo
órgano jurisdiccional.
Por ejemplo, tratándose de un crédito fiscal y los actos de ejecución del mismo, que serían
su consecuencia lógica, o bien el otorgamiento de un permiso o concesión para explotar un
recurso natural y la autorización respecto a los posibles efectos ambientales que pudiera
conllevar ese permiso o autorización.
La acumulación en el juicio contencioso en general tiene como finalidad “prevenir que
cuestiones similares sean resueltas en diversos procedimientos, con el riesgo de que sobre
una misma situación legal se emitan resoluciones contradictorias”. 85
Pero también la acumulación en el juicio contencioso atiende a otras razones de índole
funcional, por virtud del principio de conexidad procesal, porque “al allegarse un solo juzgador
de todos los elementos expuestos en los distintos procesos, se generan condiciones
favorables para decidir sobre un juicio (…) facilita el conocimiento de la verdad sobre los
hechos o antecedentes del litigio y por último, en atención al principio de economía procesal,
se ahorran esfuerzos y se minimizan costos, tanto para las partes contendientes como para el
sistema de impartición de justicia”. 86
En la LFPCA (artículo 31) se prevén los supuestos de acumulación por conexidad que
pueden clasificarse como: (i) subjetiva, es decir, cuando las partes sean las mismas y se
invoquen idénticos agravios (fracción I), y (ii) objetiva, cuando siendo diferentes las partes e
invocándose distintos agravios, el acto impugnado sea uno o se impugnen varias partes del
mismo (fracción II), o bien que se impugnen actos o resoluciones antecedentes o
consecuencia de otros.
En lo que toca al juicio de lesividad se atendería al mismo principio de acumulación de los
juicios en cuanto a la conexidad, ya sea objetiva o subjetiva, de manera que doctrinalmente
se reconoce que para el juicio de lesividad “no es procedente la exigencia del requisito de
que la resolución sea nueva, ya que muchas veces el particular, favorecido con una
resolución que él mismo estima violatoria de la ley aplicada, plantea nuevamente el problema
ante la hacienda pública, quien al ratificársela le disipa la duda de aprovecharse de una
resolución mal fundada. Por ello, cuando la administración solicita la nulidad de una
resolución debe reclamar, simultáneamente, la de todas aquellas resoluciones con las que se
ratificó la primera”. 87
Sin embargo, tratándose del juicio de lesividad puede presentarse el supuesto en que,
derivado de una resolución que sea parcialmente favorable al particular (porque reconoce un
derecho subjetivo), en otro aspecto le sea desfavorable (porque le impone una carga u
obligación).
Pensemos, por ejemplo, en una resolución que reconociéndole al particular el derecho a
una deducción concreta en materia de ISR (lo que le sería favorable a aquel) aun así le
determina un crédito fiscal a pagar (esto es, le impone una obligación) por virtud del análisis
de otras deducciones que le fueran rechazadas.
Otro caso sucede cuando se impugne la resolución recaída a un recurso administrativo que
fue favorable al particular (porque revocó la resolución recurrida para ciertos efectos y que
puede ser impugnable vía lesividad) 88 pero que no satisfizo plenamente las pretensiones del
particular (la cual puede ser impugnable vía juicio contencioso por el particular por la parte de
la resolución que continúa afectándolo).
Puede acontecer que ese mismo acto pueda ser impugnado por el particular –vía juicio de
nulidad– y por la propia autoridad –vía juicio de lesividad– en la parte que le fue favorable al
particular.
No cabría duda que en los supuestos en comento se actualizaría una especie de conexidad
subjetiva y objetiva, primero en cuanto a que las partes en el proceso serían las mismas (claro
que desde una posición diferente, como sería desde la perspectiva del particular, actor en un
juicio y demandado en el otro y viceversa), así como porque la decisión que se tomará en uno
de los litigios –relativo a la parte favorable para el particular– puede trascender en la decisión
que se tomará respecto de la legalidad sobre la determinación de obligaciones de la misma
resolución (es decir, a la parte desfavorable para el particular).
Actualmente, como está redactada la norma jurídica, la interpretación presenta
ambigüedades en cuanto a si se actualiza o no la conexidad subjetiva antes precisada,
porque a pesar de que las partes sean las mismas (reitero, desde una posición diferente
como actor o demandado) la norma exige para la acumulación que los agravios sean
idénticos.
En el caso en comento, por lógica no se actualizaría este último elemento, pues en ambos
procesos la pretensión de cada parte sería diferente, por ejemplo, en el de nulidad la
autoridad sostendrá la legalidad del crédito fiscal en la parte desfavorable al particular, y en la
lesividad sostendrá la ilegalidad de la parte en que reconoció el derecho subjetivo al
particular.
También el supuesto de conexidad objetiva previsto en la norma que se refiere a que el
acto impugnado sea uno mismo o se impugnen varias partes del mismo acto (que es una
hipótesis que claramente se actualiza en el caso sujeto a análisis) tiene como presupuesto
que las partes y los agravios sean diferentes, lo que plantearía la duda de si en el caso en
comento las partes pueden considerarse distintas, por el simple hecho de tener un rol
diferente –como actor en un juicio y demandado en el otro–, lo que –en mi opinión– no es así
porque las partes en los juicios serían idénticas y lo que difiere es el papel que desempeñan
en el juicio.
Si bien en este caso podría plantearse que la acumulación por conexidad, tratándose de
juicios de nulidad y lesividad que versarán sobre la misma resolución, sería procedente
atendiendo al principio de economía procesal que debe regir en cualquier juicio, lo cierto es
que tal supuesto no se encuentra previsto expresamente en la norma adjetiva para efectos de
la acumulación, sino que esta última figura procesal atiende exclusivamente a los supuestos
previstos la LFPCA.
Este aspecto, como los anteriores, surge en la medida en que la norma jurídica procesal –
en el caso concreto de acumulación por conexidad– se construyó desde la perspectiva del
particular, es decir, buscan evitar el dictado de sentencias contradictorias en pro de la
seguridad jurídica del particular actor.
La LFPCA, en su artículo 13, párrafo tercero, fracción III, dispone que los efectos de la
sentencia dictada en un juicio de lesividad, en caso de ser total o parcialmente desfavorable
para el particular –es decir, que se anule la resolución favorable–, solo pueden retrotraerse a
los cinco años anteriores a la presentación de la demanda. 102
Al respecto, la Segunda Sala de la SCJN abordó el tema de la retroactividad de los efectos
de la sentencia emitida en un juicio de lesividad, en un caso por demás interesante y que a
continuación sintetizo:
Una empresa dedicada a la prestación de diversos servicios de telecomunicaciones en
México, incluidos los servicios de interconexión (lo que se conoce
como roaming internacional), en 2005 le hizo una consulta fiscal a la autoridad tributaria
(SAT), en la cual solicitaba que se le confirmara su criterio en el sentido de que esos servicios
de roaming internacional que prestaba a empresas de telecomunicaciones residentes en el
extranjero, se encontraban sujetos al pago del IVA a la tasa del 0% –que medularmente
consiste en un régimen de beneficio para los contribuyentes en virtud de la figura del
acreditamiento–, con fundamento en diversas disposiciones de la Ley del IVA, su reglamento,
el Reglamento de las Telecomunicaciones Internacionales y la Convención de Viena sobre el
Derecho de los Tratados.
En 2006, el SAT emite una resolución favorable al particular, en la cual se confirma el
criterio de la empresa de telecomunicaciones, en el sentido de que los servicios
de roaming internacional que presta a residentes en el extranjero, se encuentra gravada a la
tasa del 0% del IVA, porque consideró que esos servicios se aprovechaban en el extranjero.
Posteriormente, en 2007, el SAT interpone juicio de lesividad en contra de la resolución
recaída a la consulta, alegando primordialmente que existió una indebida aplicación del
referido Reglamento de Telecomunicaciones Internacionales en la resolución favorable. Por
su parte, el TFJA advirtió que la autoridad tributaria efectivamente realizó una incorrecta
aplicación del citado Reglamento, porque no se acreditó que los servicios
de roaming prestados en el país fueran aprovechados en el extranjero, sino que, por el
contrario, se aprovechaban en territorio nacional, por lo que declaró la nulidad para el efecto
de que la autoridad administrativa emitiera una nueva resolución en la que resolviera la
consulta presentada por el particular, pero considerando lo resuelto en el fallo. 103
Años después, en 2013, en cumplimiento a la sentencia en comento, el SAT emitió una
nueva resolución, en la que determinó no confirmar el criterio del particular en cuanto a que
los servicios de telecomunicaciones prestados estaban sujetos a la tasa general del 15% (en
ese entonces).
Contra dicha resolución, el particular interpuso juicio de nulidad, el cual se resolvió
reconociendo la validez de la resolución administrativa en comento, y en contra de tal
sentencia, el gobernado interpuso juicio de amparo, del cual finalmente terminó conociendo
en revisión la Segunda Sala de la SCJN.
En su momento, la Segunda Sala determinó negar el amparo al particular (por lo que en
última instancia se confirmó el criterio de que el particular tenía que pagar la tasa general y no
estaba sujeto a la tasa del 0% del IVA); sin embargo, aún quedaba un aspecto a considerar:
El particular, con motivo de la autorización otorgada desde 2006 y hasta que fue dejada sin
efectos en 2013, no solo había dejado de pagar el impuesto correspondiente a sus servicios,
sino que también se había beneficiado del acreditamiento del impuesto que le habían
trasladado (beneficio de la aplicación de la tasa del 0%) y que dio lugar a que recibiera
cantidades del fisco federal por concepto de saldo a favor, por lo que, en su momento, la
pregunta era: ¿Con motivo de la anulación de la resolución favorable, el particular tenía que
pagar retroactivamente por los cinco años del impuesto causado y más aún, devolver las
cantidades que le fueron entregadas por concepto de saldo a favor?
Con el asunto antes reseñado, no era menor la problemática que se le presentó a la
Segunda Sala de la SCJN, porque en términos de estricto Derecho la anulación de la
resolución favorable implicaba, de fondo, que el particular desde 2006 había venido causando
el impuesto correspondiente a una tasa del 15%, por lo que no solo omitió el cumplimiento de
sus obligaciones tributarias, sino que se benefició indebidamente por una cantidad pagada
por el fisco federal, lo que causaba perjuicio al erario.
Pero también es cierto que tanto la omisión de pago como la aplicación del beneficio
indebido no fueron en razón de la decisión unilateral del particular, sino que desplegó esa
conducta al amparo de una resolución favorable otorgada por la autoridad competente, que le
daba certeza de que tenía derecho al no pago y al beneficio en cuestión, por lo que resultaba
injusto que casi siete años después tuviera que pagar las cantidades generadas por los cinco
años anteriores, por concepto del impuesto y los saldos a favor percibidos por el mismo
periodo, lo que planteaba un serio problema de afectación a la seguridad jurídica del
particular.
Resulta por demás interesante la resolución de este problema jurídico por parte del Máximo
Tribunal de nuestro país, inclinándose por proteger la seguridad jurídica del particular por
sobre el principio de legalidad, al punto de introducir un elemento subjetivo –el cual, cabe
decir, no se encuentra previsto expresamente por la norma en comento que permite la
retroactividad de los efectos de la sentencia–, pero que –considero– resultaba necesario para
resolver este caso en justicia y que consiste precisamente en el concepto de la mala fe. 104
La Segunda Sala de la SCJN en este caso, refirió lo siguiente:
Finalmente, cabe destacar que la decisión alcanzada por esta Segunda Sala de modo alguno representa que la parte
quejosa deberá efectuar el pago retroactivo de la contribución analizada por el periodo en que presentó la consulta ante la
autoridad administrativa, en virtud de lo siguiente.
De primera mano, del estudio de tal dispositivo legal –artículo 13, párrafo tercero, fracción III, de la LFPCA– propone la
aplicación retroactiva de los efectos cuando la sentencia le sea desfavorable al particular; sin embargo, debe realizarse una
interpretación diferenciada de los efectos de aquella decisión que revoque el beneficio que en su caso haya obtenido el
gobernado.
En efecto, no debe soslayarse que para la aplicación retroactiva referida, debe en todo caso verificarse si el beneficio
obtenido por el particular fue producto de un acto de mala fe, pues únicamente será en este supuesto de hecho, en el que se
podrá aplicar un efecto retroactivo a la revocación del multicitado beneficio, ya que se reitera, existió la dañada intención de
engañar a la autoridad con la finalidad de obtener un lucro indebido.
Contrariamente, si el beneficio que obtuvo el particular en sede administrativa no es producto de acciones de mala fe, sino
resultado de una propuesta legítima y bajo los supuestos de ley, sin la existencia de una indebida intención de manipulación de
los hechos en perjuicio de la autoridad, no es posible la aplicación retroactiva que alude el mencionado artículo 13, párrafo
tercero, fracción III, de la Ley Federal.
Bajo esa óptica, en la especie, no se advierte que la quejosa haya obtenido el beneficio de la aplicación de la tasa 0% del
impuesto al valor agregado, respecto de la actividad tratada en este asunto, mediante actos de mala fe o con la dañada (sic)
intención de engañar a la autoridad; por tanto, no es posible el cobro retroactivo del impuesto indirecto previsto. 105
Es decir, la Segunda Sala de la SCJN determinó que solo podrán darse efectos retroactivos (ex tunc) a la sentencia de
anulación en un juicio de lesividad, cuando se acredite que el gobernado obtuvo la resolución favorable con mala fe, esto es, que
la resolución haya sido consecuencia de hechos manipulados o falsos, que pretendieran obtener un beneficio indebido; por el
contrario, si el particular actuó de buena fe, de manera que la resolución es resultado de un criterio legítimo –aunque podríamos
agregar que el criterio sea erróneo– los efectos de la anulación solo serán hacia el futuro (ex nunc).
Esto denota –como ya comenté– un aspecto práctico de las reglas procesales del juicio de
lesividad, que exigen considerar también aspectos subjetivos –y no solo objetivos– del daño o
perjuicio al interés público, que es materia del juicio de lesividad y que básicamente sigue el
criterio relativo a determinar si alguna de las partes –autoridad o particular– actúo con dolo o
mala fe, de manera que pueda atribuírsele la responsabilidad en la emisión del acto dañoso.
Si el daño es provocado por la propia autoridad que emitió el acto –quien actuó de mala fe
o cometió el error en la interpretación o aplicación de le ley–, entonces la anulación de la
resolución favorable no puede perjudicar retroactivamente al particular por virtud de la
protección a su seguridad jurídica, aspecto que hasta ahora no toma en consideración la
LFPCA en sus reglas procesales.
La eventual emisión de un fallo anulatorio en la presente vía de lesividad, reactiva procesalmente la carga de la autoridad
accionante en esta vía de lesividad … de dar cumplimiento a la sentencia emitida en el diverso juicio 2738/09-18-01-4, en que
como parte demandada fuera vencida frente a las pretensiones del ahí demandante …
Se declara la nulidad de la resolución impugnada (…) sobreviniendo con ello para la autoridad demandante, en
forma inmediata a que surta efectos su notificación, las cargas procesales del diverso juicio 2738/09-18-01-4
(…) específicamente en cuanto al cumplimiento de la sentencia de queja por incumplimiento de la sentencia
definitiva de la propia Juzgadora conforme a los lineamientos dados por ella.
Los efectos del pronunciamiento que hoy nos ocupa, al no sujetarse estrictamente a los términos que para el cumplimiento
de las sentencias prevé el artículo 52, párrafo segundo de la LFPCA (4 meses) verificados por esta Sala Especializada, se
encuentran encaminados a facilitar la final concreción al cumplimiento de la sentencia por diversa Juzgadora de este Tribunal …,
sin convertir la presente vía de lesividad en un medio a través del que la restitución del acto anulado … se traduzca en una
mayor lesión económica a los intereses del Estado. 107 (Énfasis añadido.)
Este criterio claramente hace patente la problemática que surge en el juicio de lesividad, al aplicar las reglas procesales
relativas al plazo relacionado con el cumplimiento de la sentencia, en virtud de que la norma no considera el supuesto en que la
resolución favorable que sea materia del juicio, provenga de un cumplimiento dado a una diversa sentencia de un juicio de nulidad.
En ese supuesto, en el mismo acto administrativo convergerían los efectos de dos fallos del
TFJA, a saber: (i) los relacionados con el juicio de nulidad, en el que se sostendrían los
efectos favorables del acto administrativo, y (ii) los relacionados con el juicio de lesividad, en
la medida en que la autoridad incurriera en nuevos vicios o ilegalidades al momento de emitir
la resolución favorable en perjuicio del interés público –los cuales, cabe decir, no pueden
versar sobre aspectos relacionados con el juicio de nulidad previo, por virtud de la institución
de la cosa juzgada.
O sea que la posible anulación de un acto favorable en un juicio de lesividad no puede
desvincularse de otras instituciones procesales, como sería la cosa juzgada producida por un
fallo previo. En el caso en comento, la Sala Especializada advirtió que si bien la autoridad
debía tener un plazo para reponer el acto administrativo favorable por virtud de su anulación
en el juicio de lesividad, también era cierto que no podía desconocerse que la anulación
implicaba darle efectos retroactivos al fallo en perjuicio del particular, en el sentido de que
implicaba “reactivar” la obligación legal de la autoridad de dar cumplimiento a un fallo
anulatorio previo.
En ese sentido, a fin de determinar el plazo para el cumplimiento del fallo se tuvo que hacer
un ejercicio de ponderación entre la necesidad de emitir un nuevo acto favorable corrigiendo
las cantidades que conforme a derecho correspondía pagar al particular, reduciendo el monto
respectivo, pero que también no le siguiera perjudicando al propio gobernado –ante la falta de
pago– en la medida en que la autoridad estaba conminada a cumplir con la sentencia de
anulación primigenia.
Acerca de la determinación de esa juzgadora en el sentido de que el cumplimiento de su
sentencia no fuera en el plazo legal de cuatro meses, sino de manera “inmediata” a la
notificación del fallo, aun cuando podría debatirse sobre lo que puede considerarse “en forma
inmediata”, resulta interesante destacar que se consideró un elemento relacionado con la
propia naturaleza del juicio de lesividad y que consiste en evitar el daño o lesión –en el caso,
de tipo económico– al Estado, pues de permitirse a la autoridad retrasarse en el pago al
particular –con motivo de otorgar un nuevo plazo de cuatro meses– implicaría también que
tuviera que cubrirse un monto mayor a cargo del erario en función de la actualización de
cantidades y demás accesorios que se irían generando por la falta de pago.
Como ya he comentado, por virtud de disposición expresa de la LFPCA (artículo 13) todas
las autoridades administrativas deberán presentar sus demandas para promover un juicio de
lesividad a través del Sistema de Justicia en Línea, que es la plataforma tecnológica del TFJA
que permite sustanciar los juicios a través delinternet, es decir que todo el procedimiento
hasta la emisión de la sentencia se realizará por medios electrónicos.
Un tratamiento diferenciado entre autoridades y particulares, que se suscita por virtud de
las normas procesales que rigen al juicio en línea, pero ahora en beneficio del particular, ya
que es este quien decide la modalidad en que se llevará el juicio ante el TFJA, ya sea en
línea (vía los medios electrónicos) o de manera tradicional (con documentos impresos en
papel).
Esto es, la LFPCA (artículo 58-B) dispone que cuando el particular demandante ejerza su
derecho de presentar su demanda en línea, las autoridades demandadas están obligadas a
comparecer de la misma forma. Sin embargo, tratándose del juicio de lesividad, la autoridad
demandante no tiene la opción de elegir tal modalidad, esto es, en todos los casos deberá
presentar su demanda de forma electrónica.
Dicha disposición atendió a que el juicio en línea parte de la premisa de no limitar el acceso
a la justicia de los particulares, en la medida en que se reconocía que no todos los
gobernados podían tener acceso a los medios electrónicos. De ahí que se privilegiara al
particular, como parte actora, sobre la decisión de la forma en que se substanciaría su juicio
de nulidad.
Esto se desprende de la exposición de motivos de la iniciativa de ley que dio lugar a la
reforma legal a la LFPCA que entró en vigor en 2011, la cual introdujo el modelo de
impartición de justicia contencioso-administrativa federal, a través de los medios electrónicos,
en donde se señaló que:
…tomando en cuenta que no toda persona tiene aún acceso a los medios electrónicos y que en tal sentido, no se les puede
obligar a que el juicio en el que intervengan se tramite en línea, ya que ello implicaría limitar y condicionar su acceso a la
justicia, en contravención al artículo 17 Constitucional; por lo que, quedará en los particulares la decisión de si el juicio en el que
sean parte se tramitará en la forma tradicional (por escrito) o en línea (por medios electrónicos), dependiendo de las
necesidades y oportunidades de cada persona, en respeto a la garantía Constitucional. 113
Sin embargo, con respecto a la autoridad administrativa, el legislador consideró que obligarla a comparecer en línea, cuando
así lo decidiera el particular, no implicaba una desventaja o desigualdad de partes, pues “las dependencias y organismos
gubernamentales cuentan en la mayoría de los casos con la estructura necesaria y, de cualquier manera, se ha previsto un
tiempo previo a la entrada en vigor de las reformas propuestas, para que aquellas que lo requieran obtengan los recursos
humanos y materiales necesarios e implementen los sistemas adecuados para este fin”. 114
Objetivo:
Proponer un marco jurídico ad hoc aplicable al juicio de lesividad que tenga congruencia
con la propia norma procesal y las demás normas con las que interactúa, con un soporte
teórico práctico bien definido que las haga congruentes con la naturaleza, características y
finalidades de esta instancia; en caso de existir colisión entre los principios de legalidad y
seguridad jurídica, se acude al método de ponderación para solucionar ese conflicto y
justificar el principio que debe prevalecer buscando lograr una justicia administrativa
imparcial, que no restrinja los derechos de acceso a la justicia de los justiciables y que sirva
para proteger al bien común.
En rigor. Habría que decir que los conflictos, si existen, lo son entre el derecho fundamental y sus límites; y en la medida en
que entre sus límites están los derechos fundamentales o constitucionales de terceros … Lo que ocurre es que esta forma de
expresarse es engañosa, ya que hace pensar en una colisión de derechos cuando la colisión es entre el derecho fundamental y
sus límites. 9
Con independencia de la estructura lógica conceptual que se quiera asumir, parece claro que en la aplicación práctica del
Derecho existen áreas donde confluyen principios jurídicos que plantean un conflicto o colisión de derechos (o en los límites de
uno u otro derecho), de forma que la protección de uno de ellos puede implicar la vulneración o inobservancia del otro.
…La racionalidad y la legitimación de ese control jurídico, descansa sobre las bases de:
b) Legalidad versus seguridad jurídica del acto administrativo. Si un acto ha creado situaciones o privilegios –especialmente
de bienestar social–, estos no pueden ni deben ser tajantemente desconocidos o destruidos, por más que tengan un origen
espurio o ilegal, sino que casuísticamente, puede ser evaluada la conveniencia de preservar determinadas circunstancias. 10
Como ya precisé, la materia del juicio de lesividad consiste en determinar si un acto administrativo ya existente, que ha
producido sus efectos jurídicos de forma favorable a un particular y que incluso goza de la presunción de legalidad previa, debe
ser anulado cuando sea contrario al orden jurídico, esto es que es ilegal, además, con la posible destrucción de los efectos
jurídicos que ya fueron producidos.
En ese caso, el juzgador deberá determinar entre anular el acto o bien reconocer su
validez. Si resulta que el acto es ilegal se anulará conforme al principio de legalidad, pues un
acto que nació a la vida jurídica viciado de ilegalidad, no debe subsistir, por protección al
orden jurídico establecido.
Lo anterior, debido a que conforme al principio de legalidad se postula que “el acto
administrativo debe formarse en nuestra legislación de acuerdo con los mandatos de la ley, y
si ésta se contraría, el acto administrativo no debe producir ningún efecto porque se
contraviene el interés general”. 11
Asimismo, el principio de legalidad no solo exige que el acto administrativo se ajuste a la
ley, sino también el procedimiento que dio origen a aquel, porque el alcance del citado
principio, incluida la denominada “legalidad objetiva”, consiste en que “el procedimiento
administrativo tiende no solo a la protección del recurrente o a la determinación de sus
derechos, sino también a la defensa de la norma jurídica objetiva, con el fin de mantener el
imperio de la legalidad y justicia en el funcionamiento administrativo”. 12
Por otro lado, si se determina la validez del acto en el juicio de lesividad, esto es en razón
de que no fue probada su ilegalidad, se estaría protegiendo primordialmente la seguridad
jurídica del particular que es destinatario de un acto administrativo favorable que ya no podrá
anularse.
Aun en el caso de que se demuestre la ilegalidad del acto administrativo, que ya produjo
sus efectos jurídicos en favor del particular beneficiado, también se suscita un conflicto entre
los referidos principios, porque todavía debe definirse sobre la extinción de los efectos del
acto administrativo, ya sea solo hacia el futuro o bien de manera retroactiva, lo que –en este
último supuesto– plantea una afectación grave a la seguridad jurídica del gobernado.
El juzgador podrá inclinarse por privilegiar la seguridad jurídica del gobernado, pese a la
ilegalidad del acto, para proteger aquellos efectos jurídicos ya producidos, de tal forma que
ese resultado es incompatible con el principio de legalidad, pues de hecho se estarían
convalidando efectos producidos por un acto ilegal.
Por el contrario, si se privilegia el principio de legalidad, la destrucción de los efectos
producidos por el acto ilegal desde su emisión implicaría que el resultado fuera incompatible
con el principio de seguridad jurídica, pues se dejaría de proteger aquellos derechos
incorporados en la esfera jurídica del gobernado que tuvieron origen en el acto administrativo
favorable, en la medida en que el gobernado podría no tener conciencia de la ilegalidad del
acto y, en cambio, ajustó su actuar conforme a aquel porque lo presumía legal.
Este conflicto se advierte claramente en sistemas jurídicos que han desarrollado otros
principios jurídicos relevantes derivados del diverso de seguridad jurídica, tales como el de
estabilidad del acto administrativo 13 y el de confianza legítima. 14
Por ejemplo, en el caso de Argentina se concibe que en el juicio de lesividad se “presenta
la necesidad de conciliar dos principios, los cuales a su vez se encuentran consagrados con
el fin de proteger sendos valores esenciales en todo ordenamiento jurídico moderno. En
efecto, el reconocimiento de la estabilidad del acto administrativo responde a la finalidad de
alcanzar la seguridad jurídica. Este razonamiento advierte que, en el supuesto de que la
Administración se encontrase ilimitadamente autorizada a modificar y/o extinguir sus
pronunciamientos anteriores, se estaría habilitando a que adoptase todo tipo de
comportamientos erráticos, contradictorios y, en definitiva, impredecibles en demérito de los
particulares cuyos derechos e intereses jurídicamente relevantes se encontrarían sometidos
al arbitrio caprichoso u oportunista de las autoridades públicas”. 15
En este punto conviene recordar el criterio relacionado con la gravedad del vicio del acto
administrativo que aporta la teoría de la revocación o de la nulidad del acto administrativo –
que comenté en el capítulo II– en el sentido de que a mayor gravedad del vicio (gravísimo),
este exige –por regla general– que se destruyan los efectos jurídicos producidos por el acto
incluso de manera retroactiva o ex tunc; a menor gravedad del vicio, este puede provocar que
solo se anulen los efectos posteriores a partir de la nulidad del acto, es decir, la anulación
será con efectos ex nun, o incluso, en caso de vicios leves, aquel podría ser convalidado, de
tal manera que el acto y sus consecuencias jurídicas lograría subsistir hacia el futuro.
Pero la gravedad del vicio del acto administrativo que obliga a extinguir el acto y sus
efectos jurídicos producidos desde su emisión, no evitan que se formule esta pregunta: ¿Esa
extinción del acto o de sus efectos conllevaría un grave perjuicio a la seguridad jurídica del
particular en el caso en que se desconociera la existencia de tal vicio y, por tanto, de su
gravedad? En ese supuesto, antes de aplicar una fórmula estricta ¿no debe ponderarse de
cualquier forma la necesidad de proteger el interés público que produce el acto viciado y, por
otro lado, la gravedad de afectación en la seguridad jurídica del gobernado favorecido por el
acto?
La respuesta a esta última pregunta sería que sí, porque puede haber casos en que aun
cuando el acto tenga un vicio o ilegalidad grave, la necesidad de proteger al interés público
no justifique el causar una grave afectación a la seguridad jurídica del gobernado, lo que
daría lugar a determinar que el acto debe subsistir o convalidarse (incluso a pesar del vicio) o
bien que aunque sea necesaria su extinción, se preserven por lo menos los efectos ya
producidos, para evitar esa afectación grave a la seguridad jurídica, con lo que incluso
también se protegería –en última instancia– al interés público.
La ponderación surge como una vía racional que busca dar solución a la disyuntiva que se
presenta cuando dos o más principios jurídicos son aplicables en la resolución de un mismo
problema jurídico, de modo que la determinación sobre la protección de uno de ellos implica la
vulneración o afectación del principio o principios contrarios, por lo que la solución exige un
razonamiento argumentado que compare la importancia o trascendencia que significa cada
principio para el caso concreto; en otras palabras, es “el tipo de discurso jurídico a través del
cual se resuelven las colisiones entre principios, y consiste en identificar las circunstancias
que deben concurrir para que un principio preceda a otro y fundamentar por qué en esas
circunstancias es ese principio el de mayor peso”. 16
Esto quiere decir que la ponderación no es el resultado del conflicto o la colisión de
principios, sino un mecanismo para solucionar ese conflicto o colisión, de manera que en un
caso concreto se determine argumentativamente cuándo se debe privilegiar un principio de
mayor peso por sobre otro, para lo cual el intérprete de la norma será responsable de
reconocer un determinado valor o “peso” a un principio jurídico, poniéndolo en una balanza,
de tal manera que privilegie la protección del de mayor peso por sobre el de menor peso.
La ponderación “no ofrece ni garantiza una articulación sistemática de todos los principios
jurídicos que, en consideración de su jerarquía, resuelva de antemano todas las posibles
colisiones entre ellos y todas las posibles incompatibilidades (…) es únicamente una
estructura por medio de la cual no debe establecerse una relación absoluta, sino una relación
de ‹precedencia condicionada› entre los principios, a la luz de las circunstancias del caso, a
fin de determinar el sentido de la decisión judicial”. 17
Para el efecto, Alexy propone lo que denomina la “ley de la ponderación”, que consiste
medularmente en que “cuanto mayor sea el grado de no satisfacción o restricción de uno de
los principios, tanto mayor deberá ser el grado de la importancia de la satisfacción del
otro”. 18
Asimismo propone que en la ponderación deben llevarse a cabo tres pasos, que consisten
en lo siguiente:
En el primer paso es preciso (1) definir el grado de la no satisfacción o de afectación de uno de los principios. Luego en un
segundo paso, (2) se define la importancia de la satisfacción del principio que juega en sentido contrario. Finalmente, en un
tercer paso, (3) debe definirse si la importancia de la satisfacción del principio contrario justifica la afectación o la no
satisfacción del otro. 19
El propio Alexy refiere que a fin de determinar el grado de no satisfacción o afectación de un principio, este pueda valorarse
según una fórmula de peso, en la cual se determine ese grado de afectación o no satisfacción con base en una escala triádica
que va de una afectación “leve”, “media” a “grave” (a los que comúnmente se les asigna un valor numérico: 1, 2 y 4,
respectivamente); lo anterior implica que en la medida en que la afectación a un principio jurídico se considere grave, en la misma
medida debe considerarse que resulta muy importante la satisfacción del principio contrario, la cual justifique esa afectación
grave al primer principio.
Para ejemplificar lo anterior me remito al caso que utiliza Bernal Pulido en el que plantea el
siguiente supuesto:
Imaginemos que la vida de un niño depende de una transfusión de sangre, que sus padres rehúsan en razón de sus
creencias religiosas. Esta situación implica un conflicto entre el principio de protección a la vida y el derecho a la libertad de
conciencia. Ante este conflicto puede preguntarse si es contrario a la Constitución ordenar la práctica de la transfusión en
contra de la voluntad de los padres. Un tribunal constitucional puede considerar que el grado de no satisfacción o de afectación
al principio Pi (libertad de conciencia) es grave (4), así como la importancia de satisfacer el principio Pj -protección de la vida del
niño- (4). Además, el tribunal puede considerar que el peso abstracto de la libertad de conciencia Pi es medio (2) y que el
derecho a la vida es intenso (4). 20
Bernal refiere que aplicando el método de ponderación de Alexy al caso antes descrito conllevaría resolver que es
constitucional la medida de ordenar la práctica de una transfusión de sangre para salvar la vida de un niño, pese a las creencias
religiosas de sus padres, lo que resulta en la medida en que se otorga un mayor peso abstracto al derecho a la vida (al cual le
asigna un valor de 4), mientras que el principio contrario, el de libertad religiosa, es medio (por lo que le asigna un valor de 2). Es
decir que en este caso el método de ponderación privilegiaría la protección del derecho a la vida, por sobre la protección a la
libertad de creencia religiosa.
5.3.1. LEGITIMACIÓN
Como ya se comentó, en la LFPCA existe una falta de precisión sobre qué autoridad o
autoridades se encuentran legitimadas para interponer un juicio de lesividad. 31
En ese sentido, por un lado el principio de legalidad –al que ya me he referido– en el
ámbito del Derecho Administrativo, impone la necesidad de que un acto de la Administración
Pública que sea favorable a un particular pero que resulte ilegal, sea anulado para que deje
de surtir sus efectos jurídicos perjudiciales al interés público.
Podría pensarse que, en aras de observar ese principio de legalidad, en búsqueda de
proteger al interés colectivo, con el simple hecho de que se tuviera conocimiento de la
ilegalidad de un acto administrativo favorable, cualquier autoridad administrativa pudiera
instar al órgano jurisdiccional para solicitar la nulidad de ese acto, en una especie de control
interno o revisión de los actos administrativos entre autoridades.
Sin embargo, asumir esta última posición afectaría gravemente a la seguridad jurídica de
los gobernados, porque estos no tendrían certeza sobre qué autoridad o autoridades podrían
demandarlos en juicio, dejándolos a merced de la voluntad de todo el cúmulo de autoridades
administrativas, llegando incluso al absurdo de que se pudieran plantear innumerables juicios
de lesividad sobre un mismo acto.
Además –como ya comenté–, la posibilidad de que cualquier autoridad administrativa
pudiera controvertir un acto administrativo favorable ¿implicaría que se desnaturalizara al
juicio contencioso administrativo en la medida en que de facto, la controversia se suscitaría
más bien entre autoridades y no entre autoridades y particulares?
Al respecto, parece adecuada la solución que adoptan algunos sistemas jurídicos, como en
los casos de España 32 y Argentina, 33 donde el juicio o proceso de lesividad se reserva
exclusivamente para la autoridad emisora del acto administrativo que se pretende anular, o
bien para el superior jerárquico de la misma, esto último en la medida en que esa autoridad
ejerce su facultad de control o revisión que tiene sobre sus subalternos.
Esteban y Roberto Furnari refieren que “la competencia para producir la declaración (de
lesividad) se atribuye al órgano que dictó el acto que se cuestiona, o sus superiores
jerárquicos, ascendiendo hasta el titular del ministerio o del ente autárquico o autónomo (…)
Sobre los indicados precedentes no existe controversia. Se ha suscitado sí la discusión en
torno a si puede admitirse que otro ente requiera, ante la Justicia, la declaración de nulidad
de un acto que no fue dictado por sí mismo. Tal hipótesis fue descartada por el Alto
Tribunal”. 34
Esta fórmula me parece adecuada en la medida en que se evita una afectación grave a la
esfera jurídica de los gobernados beneficiados con un acto administrativo favorable,
procurando darle certeza sobre la autoridad o autoridades concretas que se encuentran
legitimadas para promover el juicio de lesividad.
Por otra parte, el principio de legalidad pudiera considerarse que cede levemente, en tanto
que aumenta la posibilidad de que subsistan actos administrativos que fueran ilegales (en la
medida en que se requiere que la autoridad emisora advierta esa ilegalidad y promueva el
juicio de lesividad), pero tal situación no afecta gravemente al citado principio, porque aún
sería posible que la autoridad no legitimada, conocedora de la ilegalidad del acto, pusiera en
conocimiento o instara a la autoridad que sí tiene legitimación, para que fuera ella quien, en
su momento, interpusiera el juicio respectivo.
Establecer la legitimación en favor de las propias autoridades para anular sus propios actos
o los de sus inferiores jerárquicos, daría certeza sobre las facultades de esas autoridades
para instar el juicio de lesividad, lo que se justifica en razón de que dichos actos no pueden
ser revocados motu proprio, evitando que se susciten controversias entre autoridades de la
Administración Pública.
Lo anterior también permitiría delimitar las responsabilidades a cargo de los servidores
públicos respectivos que hubieran emitido el acto ilegal, así como, en su caso, del superior
jerárquico, ante la falta o indebida supervisión del primero.
Una propuesta de redacción de la norma jurídica podría ser que se modificara el artículo
2o. de la LFPCA, para efecto de precisar el supuesto de legitimación activa en el juicio de
lesividad, de la siguiente forma:
Artículo 2o.…
Las autoridades de la Administración Pública Federal tendrán acción para controvertir exclusivamente sus resoluciones
administrativas y las emitidas por sus inferiores jerárquicos, cuando sean favorables a los particulares y estime que son
contrarias a la ley, siempre que se trate de las materias señaladas como competencia del Tribunal Federal de Justicia
Administrativa. 35
Con esta redacción, la norma jurídica dejaría en claro que solo la autoridad emisora del acto administrativo favorable o su
superior jerárquico, en ejercicio de sus facultades de revisión o control, podrían accionar al órgano jurisdiccional para que se
anule ese acto en caso de que resultara ilegal, privilegiándose así la seguridad jurídica de los justiciables, pero también dando
certeza de sus atribuciones, facultades y responsabilidades a las autoridades administrativas.
Artículo 8o. Es improcedente el juicio ante el Tribunal en los casos, por las causales y contra los actos siguientes:
I…
En el caso en que el demandante sea una autoridad administrativa, el juicio será improcedente si el acto impugnado no
causa afectación concreta al interés público. Para esos efectos, la autoridad actora precisará en su demanda cuál es el interés
público que se estima afectado y las razones por las que se considera tal afectación. 40
Por lo que se refiere a la naturaleza del acto cuya invalidez se busca, la norma debería
precisar, por cuestión de certeza jurídica, cuáles son las resoluciones sobre las que procede
el juicio de lesividad, es decir, prever los siguientes aspectos:
a) Que el acto o resolución debe de ser de aquellas materias que son competencia del
TFJA, tal y como lo señalaba la anterior LOTFJFA de 2007.
b) Qué debe entenderse por resolución favorable, y
c) Qué debe entenderse por resolución administrativa definitiva.
Estos dos últimos aspectos, atendiendo a que la materia del juicio versa sobre ese tipo de
actos administrativos, lo que dotaría de seguridad jurídica a los particulares sobre qué tipo de
actos pueden ser anulados o modificados vía lesividad.
El problema se presenta al tratar de definir esos aspectos, en la medida en que –desde mi
perspectiva– construir un concepto muy amplio implicaría abarcar un mayor número de actos
administrativos que pudieran ser impugnados vía juicio de lesividad, mientras que lo contrario,
un concepto muy restringido, implicaría cerrar la puerta al control de actos administrativos que
pudieran resultar ilegales. A continuación explico cada uno de ellos.
a) Que el acto o resolución debe de ser de aquellas materias que son competencia del
TFJA, tal y como lo señalaba la anterior LOTFJFA de 2007.
Es decir, la norma adjetiva debe referirse a aquellas enlistadas en el artículo 3o. de la
LOTFJA y que medularmente consisten en aquellos actos administrativos dictados por
autoridades fiscales o administrativas federales que pongan fin a un procedimiento, resuelvan
una instancia o determinen una situación jurídica del particular (con excepción de aquellas
materias reservadas al conocimiento del PJF, como son las de materia de competencia
económica, telecomunicaciones, responsabilidad ambiental y acceso a la información
pública).
b) Qué debe entenderse por resolución favorable.
Respecto al concepto de resolución favorable para efectos del juicio de lesividad, con miras
a proteger el principio de legalidad, podría sostenerse que cualquier acto administrativo
individual que coloque al particular en una situación de beneficio o ventaja indebida, fuera
susceptible de ser anulado o modificado vía juicio de lesividad.
Por otra parte, con miras a proteger el principio de seguridad jurídica podría resultar idóneo
que la norma estableciera claramente qué tipo de actos favorables pudieran ser anulados vía
juicio de lesividad, en una especie de catálogo de actos favorables susceptibles de
impugnarse; sin embargo, esto plantearía una seria problemática en la medida en que resulta
por demás difícil prever de antemano todos los actos administrativos que pudieran ser materia
del juicio, dejando fuera de control jurisdiccional a supuestos no contemplados pero que sí
deberían someterse a ese control con base en principios de interpretación.
Hay que reconocer que si la norma jurídica establece descriptivamente cada supuesto en
que resultara procedente el juicio, se dejaría un margen pequeño de interpretación –y, por lo
tanto, se reduciría la posibilidad de error, porque el aplicador de la norma solo tendría que
subsumir el caso concreto al supuesto de la norma–, pero en la práctica jurisdiccional esta
fórmula es insuficiente en algunos casos, pues siempre existen supuestos que por sus
características especiales suelen no ajustarse exactamente a la descripción de la norma y,
pese a eso, parece no solo necesario sino, por cuestión de justicia, correcto que el acto
administrativo impugnado se someta a control jurisdiccional.
Por ejemplo, en el capítulo IV comenté el caso sobre un acto administrativo que impone una
obligación a un gobernado –el pago de una contribución– que también puede considerarse
favorable para el particular, en la medida en que aun cuando en estricto sentido impone dicha
obligación, también es cierto que pone al particular en una posición de ventaja o beneficio,
porque la obligación fue determinada indebidamente en un monto menor al que le
correspondía conforme a derecho.
En este caso, si la norma de procedencia fuera limitada en cuanto al concepto de
resolución favorable se dejarían fuera de control jurisdiccional algunos actos –como el
comentado en el párrafo anterior– que, aun cuando fueran de gravamen, resultan en un
beneficio o ventaja para el gobernado y que incluso podrían ser producto de actos de
corrupción.
Lo anterior sería así aunque pudieran actualizarse otros requisitos del acto administrativo
(como el de resolución definitiva o de la materia competencia del tribunal), porque
precisamente la naturaleza favorable de la resolución es un elemento indispensable para la
procedencia del juicio de lesividad. 41
c) Qué debe entenderse por resolución administrativa definitiva.
Lo mismo sucede con el concepto de resolución definitiva, si bien la ley dispone
expresamente que por resolución definitiva debe entenderse aquella que no admita recurso o
la interposición de este sea optativa, resulta que a través de la interpretación jurisprudencial
la SCJN ha ampliado esa definición, entendida también como la voluntad última de la
Administración, porque se presentaron casos en que se impugnaron actos administrativos no
recurribles pero que ponen fin a un procedimiento o bien expresan esa última voluntad.
La aplicación de ese principio ha dado como resultado el criterio del TFJA en el supuesto
que ya comenté 42 relativo al acta final de visita domiciliaria en materia fiscal, la cual no es
impugnable a través del juicio de nulidad por tratarse de un acto instrumental y no definitivo;
sin embargo, si por medio de esa acta indebidamente se determinó la situación fiscal del
contribuyente, entonces resultaría que de facto, la autoridad sí expresó su última voluntad en
ese acto para poner fin al procedimiento de visita, por lo que se estimó como un acto definitivo
y para lograr su anulación sería necesario que tal actuación se sometiera al control de
legalidad vía juicio de lesividad.
d) Propuesta de una norma que defina los anteriores presupuestos.
Ante este problema jurídico considero que debe privilegiarse el principio de legalidad, esto
es, permitir que se pueda acceder a la impugnación –vía juicio de lesividad– respecto de
actos administrativos favorables o parcialmente favorables y aquellos que determinen una
situación jurídica concreta que pudieran resultar favorables a un particular, en la medida en
que se deduzca un verdadero perjuicio al interés público –por ejemplo, el que se dejó de
pagar el monto correcto de una contribución, que no se tenía derecho a obtener un beneficio
o subsidio, que se contravino un ordenamiento jurídico en cuanto al fondo del asunto, entre
otros–, pues también por principio de acceso a la justicia de las partes en un proceso (en este
caso, de la autoridad actora), una norma de procedencia no debe volverse un obstáculo o
impedimento para acceder al órgano de impartición de justicia.
De lo contrario podría dejarse de analizar la legalidad de actos administrativos que en
apariencia resultan no definitivos o no favorables, pero que en realidad sí expresan una
voluntad definitiva de la autoridad administrativa y sí colocan en una posición de beneficio o
ventaja indebida al particular en perjuicio del interés público.
Esta posición en la norma de procedencia en cuestión también encuentra justificación en la
medida en que la seguridad jurídica de los particulares no se vería afectada seriamente,
puesto que solo se le otorga la facultad a la autoridad para acceder al órgano jurisdiccional, lo
que no implica que ese acto se declarara nulo, sino simplemente que será sometido a control
de legalidad, de modo que el particular aún puede defenderse probando la validez del acto o
bien que desconocía su ilegalidad, e incluso el acto administrativo seguiría gozando de la
presunción de validez en términos del artículo 42 de la LFPCA.
Por el contrario, con la norma de procedencia en un sentido genérico amplio se buscaría
evitar que subsistieran actos administrativos ilegales en perjuicio del interés público.
La experiencia jurisdiccional parece apuntar en ese sentido, respecto a ampliar los
supuestos de procedencia del juicio en general y en especial del juicio de lesividad (por
ejemplo, considerando la evolución del concepto de resolución definitiva). 43 De ahí que
podría aplicarse una posición ecléctica para la construcción de la norma jurídica en cuestión,
es decir, que se tratara de conceptualizar un concepto abstracto sobre lo que debe
entenderse por resolución favorable y definitiva, pero también que se describieran con mayor
precisión los supuestos en que procede el juicio de lesividad según la materia de que se trate.
Ello permitiría que el intérprete de la norma (ya sea el juzgador o bien las partes en el
juicio) en los casos simples, se abocaran a subsumir el caso concreto a la hipótesis normativa
de procedencia, pero también en casos complejos, en los que no se subsumiera exactamente
al supuesto de procedencia, se daría un margen de interpretación a la ley para plantearse la
impugnación de actos administrativos concretos que podrían calificarse bajo los conceptos de
resolución favorable y definitiva, para efectos de la procedencia del juicio.
Por ejemplo, en materia fiscal, si la autoridad tributaria competente vía juicio de lesividad
impugna la autorización que ordenó la devolución de un impuesto a un contribuyente, en ese
caso no debería quedar duda sobre la procedencia del juicio, limitándose el análisis
respectivo a determinar la naturaleza de tal resolución y subsumirla al supuesto de la norma
para la materia fiscal prevista en la LOTFJA.
Mas tratándose de un acto administrativo complejo –como ya mencioné–, el intérprete o
aplicador de la norma jurídica de procedencia del juicio de lesividad puede realizar un análisis
del caso concreto y exponer las razones por las que considera que el acto sí se ubica en el
supuesto general de procedencia, es decir, que se trata de una resolución administrativa
favorable y definitiva en la materia de competencia del Tribunal.
Tomemos como ejemplo en la misma materia tributaria, aquella en la que derivado de las
facultades de fiscalización de la autoridad se reconocen derechos subjetivos –como el
derecho a una deducción o un acreditamiento de impuestos–, pero también se rechazan otros
derechos o prerrogativas –como gastos no deducibles o el acreditamiento de impuestos
pagados a otros sujetos contribuyentes– y, finalmente, no se determina una obligación
tributaria a cargo del particular –como sería el caso en que la autoridad determinara que el
monto del impuesto es igual a cero o que no hay impuesto a pagar.
En este caso, la autoridad, al plantear su demanda de lesividad, y el juzgador, al momento
de analizar la procedencia del juicio, deberían tener la posibilidad de contar con un margen de
interpretación para determinar la procedencia o no del juicio, en la medida en que si bien
pudiera considerarse una resolución compleja –dada la multiplicidad de actos de diversa
índole inmersos en la misma, unos favorables y otros desfavorables–, pudiera considerarse
que la impugnación vía lesividad versa solo sobre la parte favorable de esa resolución, como
podría ser al final el cálculo del impuesto, o bien sobre los derechos que sí le fueron
reconocidos al particular, e incluso respecto de la ventaja o beneficio indebido que obtiene
por el no pago del impuesto respectivo.
Por lo anterior, propongo adicionar un precepto concreto a la LOTFJA, en el que se
establezcan las resoluciones que son susceptibles de impugnarse vía juicio de lesividad y que
son competencia material del TFJA, con excepción de las que resultan incompatibles con el
juicio de lesividad –responsabilidades administrativas, decretos y acuerdos de carácter
general– 44 que fuera espejo al texto del artículo 3o. de la citada Ley 45 aplicable al juicio de
nulidad pero adaptándose cada supuesto respectivo al concepto de resolución favorable que
es materia del juicio. De esta forma se propone adicionar un artículo 3o. Bis a la Ley, como
sigue:
Artículo 3o. Bis. El Tribunal conocerá también de los juicios que promuevan las autoridades para que sean anuladas o
modificadas las resoluciones administrativas definitivas que sean favorables a un particular, cuando se consideren contrarias a la
Ley, y que se indican a continuación:
I. Las dictadas por autoridades fiscales federales y organismos fiscales autónomos, en que se reconozca un derecho en
favor del contribuyente, se determine la aplicación de un régimen fiscal que lo beneficie o se omita indebidamente
la determinación de una obligación fiscal;
II. Las que ordenen la devolución de un ingreso de los regulados por el Código Fiscal de la Federación, cuando se
estime que estaba debidamente percibido por el Estado o cuya devolución era improcedente de conformidad con las leyes
fiscales;
III. Las que otorguen un beneficio en materia fiscal distinto al que se refieren las fracciones anteriores, cuando dicho
beneficio se haya emitido en contravención a las disposiciones fiscales aplicables;
IV. Las que otorguen o incrementen las pensiones y demás prestaciones sociales que concedan las leyes en favor de
los miembros del Ejército, de la Fuerza Aérea y de la Armada Nacional o de sus familiares o derechohabientes con cargo a la
Dirección de Pensiones Militares o al erario federal, así como las que reconozcan derechos u otorguen beneficios en favor
de las mismas personas, en contravención a las leyes que regulan dichas prestaciones;
V. Las que se dicten en materia de pensiones civiles, sea con cargo al erario federal o al Instituto de Seguridad y Servicios
Sociales de los Trabajadores del Estado;
VI. Las que se originen por fallos adjudicatorios en licitaciones públicas y la interpretación y cumplimiento de contratos
públicos, de obra pública, adquisiciones, arrendamientos y servicios celebrados por las dependencias y entidades de la
Administración Pública Federal centralizada y paraestatal, y las empresas productivas del Estado; así como, las que estén bajo
responsabilidad de los entes públicos federales cuando las leyes señalen expresamente la competencia del Tribunal;
VII. Las que otorguen la indemnización por responsabilidad patrimonial del Estado, cuando no era procedente o
correspondía a un monto menor en los términos de la ley de la materia;
VIII. Las que indebidamente cancelen o reduzcan el monto de garantías a favor de la Federación, las entidades
federativas o los Municipios, así como de sus entidades paraestatales y las empresas productivas del Estado;
IX. Las que traten las materias señaladas en el artículo 94 de la Ley de Comercio Exterior;
X. Las dictadas por las autoridades administrativas que pongan fin a un procedimiento administrativo, a una instancia o
resuelvan un expediente, en los términos de la Ley Federal de Procedimiento Administrativo;
XI. Las que resuelvan los recursos administrativos que modifiquen o revoquen las resoluciones que se indican en las
demás fracciones de este artículo;
XII. Las que se funden en un tratado o acuerdo internacional para evitar la doble tributación o en materia comercial, suscritos
por México, o cuando la autoridad demandante haga valer como concepto de impugnación que no es aplicable o se
contraviene alguno de los referidos tratados o acuerdos;
XIII. Las que se configuren por positiva o confirmativa ficta, así como en el caso que se le atribuya un sentido
favorable al silencio de la autoridad administrativa, en las materias señaladas en este artículo, por el transcurso del plazo
que señalen el Código Fiscal de la Federación, la Ley Federal de Procedimiento Administrativo o las disposiciones aplicables o,
en su defecto, en el plazo de tres meses, así como las que expidan la constancia de haberse configurado la resolución positiva
ficta, cuando esta se encuentre prevista por la ley que rija a dichas materias; 46
Los supuestos anteriores recogen en similitud las resoluciones que pueden ser
impugnadas en el juicio de nulidad, adaptando el supuesto para el juicio de lesividad, en el
sentido de que se trate de resoluciones favorables. Por ejemplo, en el caso del silencio de la
autoridad, se prevé que sea a través de una resolución positiva o confirmativa ficta, en la
medida en que a ese silencio se le atribuya un sentido favorable. 48
Asimismo, para el concepto de definitividad para efecto del juicio de lesividad, se propone
incluir en el propio artículo 3o. Bis el siguiente texto:
Para los efectos del primer párrafo de este artículo, por resolución definitiva se entiende aquella que sea el producto final de
la manifestación de la voluntad de la autoridad administrativa, ya sea porque pone fin a un procedimiento, o bien refleja esa
voluntad definitiva de la administración pública. 49
Por su parte, con el objeto de determinar el concepto de resolución favorable para efecto de la procedencia del juicio de
lesividad, se propone en el mismo artículo 3o. Bis el siguiente párrafo:
Para efectos de este artículo, se entiende por resolución favorable un acto administrativo individualizado que coloca al
particular en una situación de beneficio o ventaja en posible perjuicio del interés público y que de forma expresa o tácita le
determine una situación jurídica concreta; le reconozca u otorgue un derecho subjetivo, o bien lo libere total o parcialmente del
cumplimiento de una obligación establecida en una ley de carácter administrativo o fiscal. 50
Artículo 13. …
III. De treinta días cuando las autoridades demanden la modificación o nulidad de una resolución favorable a un
particular, los que se contarán a partir del día siguiente a la fecha en que se haya notificado al particular la
declaratoria de lesividad a que se refiere el artículo 58-31 de esta ley, y sin que en su conjunto se exceda del plazo
previsto por las fracciones I y II del mismo artículo, que resulte aplicable. (…) 56
TÍTULO II
CAPÍTULO XIII
Artículo 58-30. El juicio de lesividad se tramitará a instancia de las autoridades administrativas, para que sean anuladas o
modificadas sus propias resoluciones o actos y las emitidas por sus inferiores jerárquicos, cuando sean favorables a los
particulares y estime que son contrarias a la ley.
Artículo 58-31. Para la procedencia del juicio de lesividad se requiere que la autoridad administrativa que pretenda interponer el
juicio emita previamente declaratoria de que la resolución o acto administrativo favorable lesiona el interés público, conforme a lo
siguiente:
I. Se emitirá por la autoridad administrativa que pretende interponer el juicio de lesividad y se notificará a los interesados, en
el plazo de cinco años, contados a partir del día siguiente a la fecha en que el acto o resolución administrativa se haya emitido,
salvo que este último haya producido efectos de tracto sucesivo, caso en el que se podrá emitir la declaratoria respectiva en
cualquier época sin exceder de los cinco años del último efecto.
II. En el caso en que la ley que rige el acto o resolución administrativa que pretenda declararse lesivo, prevea un plazo
inferior a los cinco años para efecto de que se extingan, caduquen o prescriban 57 las facultades de las autoridades
administrativas que fueron ejercidas con motivo de la emisión del acto o resolución respectiva, o bien para efecto de que
prescriba o se extinga el ejercicio del derecho subjetivo reconocido en el acto o resolución, el plazo para la emisión y
notificación de la declaratoria de lesividad coincidirá con el previsto para dichos efectos.
III. La declaratoria de lesividad deberá estar debidamente fundada y motivada, reuniendo los requisitos constitucionales y
legales aplicables a los actos de molestia y en ella, se expresarán las razones por las que se considera que el acto o
resolución administrativa favorable es ilegal y causa una afectación al interés público.
IV. La declaratoria correspondiente no se considerará un acto administrativo definitivo sino como presupuesto procesal para
el juicio, por lo que en su contra, no procederá medio de defensa alguno. En su caso, los vicios o violaciones cometidas en la
declaratoria podrán hacerse valer, una vez admitida la demanda en el juicio de lesividad mediante el recurso de reclamación a
que se refiere el artículo 59 de esta ley o bien en la contestación de demanda, en este último supuesto, su legalidad se
analizará en conjunto con la del acto o resolución impugnada.
Artículo 58-32. El juicio de lesividad se tramitará y resolverá de conformidad con las disposiciones específicas que se establecen
en este Capítulo y en lo no previsto, se aplicarán supletoriamente las demás disposiciones de esta Ley. 58
En ese sentido, también es importante precisar en la LFPCA que en caso de que la autoridad administrativa no emita y
notifique previamente la declaratoria de lesividad correspondiente, el juicio de lesividad interpuesto sería improcedente ante la falta
del referido requisito procesal. Por ello se propone la adición de una fracción al artículo 8o. de la LFPCA, en los siguientes
términos:
Artículo 8o.- Es improcedente el juicio ante el Tribunal en los casos, por las causales y contra los actos siguientes:
XVII. Tratándose del juicio de lesividad, cuando a la fecha de presentación de la demanda no se hubiera emitido y notificado
en tiempo y forma la declaratoria de lesividad a que se refiere el artículo 58-31 de esta ley.
… 59
El plazo de presentación de la demanda de lesividad que se propone se describe a continuación en la siguiente gráfica:
En caso de que ofrezca pruebas documentales, podrá ofrecer también el expediente administrativo en que se haya dictado la
resolución impugnada.
Tratándose del juicio de lesividad, en todos los casos se deberá acompañar a la demanda el expediente administrativo en
que se haya dictado la resolución favorable impugnada, incluyendo la declaratoria de lesividad a que se refiere el artículo 58-31
de esta Ley.
Se entiende por expediente administrativo el que contenga toda la información relacionada con el procedimiento que dio lugar
a la resolución impugnada; dicha documentación será la que corresponda al inicio del procedimiento, los actos administrativos
posteriores y a la resolución impugnada, así como también la declaratoria de lesividad a que se refiere el párrafo
anterior, cuando se trate del juicio de lesividad. La remisión del expediente administrativo no incluirá las documentales
privadas del actor, salvo que las especifique como ofrecidas. El expediente administrativo será remitido en un solo ejemplar por
la autoridad, el cual estará en la Sala correspondiente a disposición de las partes que pretendan consultarlo. 61
En el caso de que la autoridad fuera omisa en exhibir en su demanda el expediente administrativo respectivo, entonces
cobraría aplicación el requerimiento dispuesto por el antepenúltimo párrafo del propio artículo 14 de la LFPCA, que dispone que
“si se omiten los datos previstos en las fracciones (…) V (…), el magistrado instructor requerirá al promovente para que los
señale dentro del término de cinco días, apercibiéndolo que de no hacerlo en tiempo se tendrá por no presentada la demanda o
por no ofrecidas las pruebas, según corresponda”. 62
Cuando se omita el nombre del demandante o los datos precisados en las fracciones II y VI, el magistrado instructor
desechará por improcedente la demanda interpuesta. Si se omiten los datos previstos en las fracciones III, IV, V, VII y VIII, el
magistrado instructor requerirá al promovente para que los señale dentro del término de cinco días, apercibiéndolo que de no
hacerlo en tiempo se tendrá por no presentada la demanda o por no ofrecidas las pruebas, según corresponda. Tratándose del
juicio de lesividad, en el caso de que el magistrado instructor requiera a la autoridad el expediente administrativo
en términos de este párrafo, el apercibimiento será para que de no exhibirse en tiempo se tendrá por no presentada
la demanda de lesividad. 64
Artículo 58-33.- En la contestación de la demanda, o hasta antes del cierre de la instrucción, el particular demandado podrá
allanarse a las pretensiones de la autoridad demandante para que se anule o modifique la resolución impugnada.
Cuando el particular demandado se allane en todas las pretensiones formuladas en la demanda y se trate de derechos que
por su naturaleza sean renunciables y no se afecte el derecho de terceros, sin más trámite se pronunciará la sentencia.
Existen casos en que la norma adjetiva debe precisar cuáles son los supuestos
específicamente aplicables para que proceda la ampliación de la demanda, a fin de dar
certeza jurídica a las partes en el juicio de lesividad.
Lo anterior, en razón de que –como ya comenté– no todos los supuestos de ampliación
previstos actualmente en el artículo 17 de la LFPCA resultan compatibles con el juicio de
lesividad y solo serían compatibles aquellos supuestos que se refieren a los argumentos
novedosos planteados por la demandada en su contestación o cuando en esta última se
plantee la extemporaneidad del juicio. 69
En los referidos supuestos debe respetarse el derecho de la autoridad actora en el juicio de
lesividad, para efecto de controvertir –vía ampliación– esos argumentos novedosos que
introdujo en la litis el particular demandado, así como para sostener que la demanda se
presentó en el plazo legal aplicable; asimismo, la autoridad debe tener la posibilidad de
ofrecer los medios de prueba adicionales que considere necesarios para efecto de desvirtuar
tales argumentos defensivos.
Si los supuestos de ampliación estuvieren previstos en la LFPCA se daría certeza jurídica a
las partes, en la medida en que por medio de esas actuaciones procesales se fija la litis o
controversia planteada, la cual ya no podrá variarse con posterioridad porque no pueden
expresarse otros argumentos o conceptos de impugnación ni ofrecer mayores pruebas en el
juicio que las ofrecidas en la demanda y su ampliación, salvo que se tratara de las
supervinientes; además, con dichas actuaciones se determina cuáles serán los aspectos de
análisis y resolución en la sentencia definitiva.
Pero en última instancia también se protege el principio de legalidad, en cuanto a que se
persigue la finalidad de que se puedan anular o modificar actos favorables que se demuestren
ilegales, porque en los supuestos antes previstos se permite que las partes en el juicio
controviertan cuestiones que son de previo y especial pronunciamiento, como lo es la
procedencia y oportunidad de la demanda, así como aquellas necesarias para la resolución
de fondo de la controversia planteada.
Al efecto, es oportuno recordar el caso en que la autoridad administrativa demanda la
anulación de su resolución por la que autoriza la transmisión de un título de concesión a
terceros 70 en razón de que posteriormente al dictar dicha autorización la autoridad tuvo
conocimiento de que el titular original había fallecido antes de la supuesta transmisión, de
modo que en el juicio los terceros sostuvieron la legalidad de la autorización y para tal efecto
presentaron un poder notarial supuestamente otorgado por el titular original para justificar
dicha transmisión; sin embargo en ampliación de la demanda, la autoridad controvirtió la
legalidad de dicho instrumento notarial, refiriendo que es incluso de fecha posterior al
fallecimiento del titular de la concesión.
Este caso sirve para demostrar la necesidad de que en estos supuestos la autoridad actora
pueda hacer valer argumentos adicionales a los planteados en su demanda, en razón de que
su contraparte manifiesta hechos y ofrece pruebas que no eran del conocimiento de la
autoridad al momento de presentar la demanda y desde luego son de trascendencia para
efecto de determinar sobre la legalidad o ilegalidad de la resolución impugnada, en la medida
en que demostrada la ilicitud de la prueba ofrecida (instrumento notarial), como consecuencia
se demostraría la ilegalidad de la resolución administrativa favorable (autorización).
Así, tratándose de los supuestos de ampliación no advierto un posible conflicto o colisión
entre los principios de seguridad jurídica y de legalidad, sino que más bien los supuestos de
ampliación antes comentados procuran la protección y observancia de ambos principios
jurídicos.
En este aspecto, la redacción de los supuestos de ampliación que debe prever la LFPCA,
es la siguiente:
Artículo 58-34. En el juicio de lesividad solo podrá ampliarse la demanda, dentro de los diez días siguientes a aquel en que surta
efectos la notificación del acuerdo que admita su contestación, en los siguientes supuestos:
I. Cuando con motivo de la contestación se introduzcan cuestiones que no sean conocidas por la autoridad actora al
presentar la demanda.
II. Cuando el particular demandado plantee el sobreseimiento del juicio por extemporaneidad en la presentación de la
demanda.
Artículo 58-36. En el juicio de lesividad procede la acumulación de dos o más juicios pendientes de resolución, en los casos en
que:
II. Siendo diferentes las partes e invocándose distintos agravios, el acto impugnado sea uno mismo o se impugne varias
partes del mismo acto.
III. Independientemente de que las partes y los agravios sean o no diversos, se impugnen actos o resoluciones que sean
unos antecedentes o consecuencia de los otros.
IV. Las partes sean las mismas, independientemente del carácter de actor o demandado que tengan, y se trate
de un mismo acto impugnado o de una o varias partes del mismo.
Para el caso en que proceda la acumulación y los juicios respectivos se estén sustanciando por la vía tradicional y el juicio
en línea, el magistrado instructor requerirá a los particulares que son parte del juicio en la vía tradicional para que en el plazo de
tres días manifiesten si optan por substanciar el juicio en línea, en caso de que no ejerza su opción se tramitará el juicio en la
vía tradicional.
El tema relativo a las causas o supuestos que provocan la nulidad o anulabilidad del acto
administrativo es un aspecto en el que claramente se advierte la colisión entre los principios
de legalidad y seguridad jurídica.
Tanto en la doctrina como en la práctica jurisdiccional las causas de anulación que regula
la LFPCA en su artículo 51, se han distinguido –entre varias categorías– como aquellas que
se refieren a aspectos esencialmente formales y las que trascienden al fondo de la
controversia o del derecho subjetivo deducido en el juicio contencioso administrativo.
Las causas de nulidad de forma son aquellas que están relacionadas con “la organización
y actuación de órganos judiciales y los procedimientos para llevar a cabo el acto que aplica
las normas sustantivas o de fondo”; 76 por su parte, las causas de nulidad de fondo son
aquellas que se caracterizan porque “determina el contenido de las normas individualizadas,
contemplando un supuesto que, de ser violado genera la sanción o prestación reclamada”. 77
Las causas de anulación de forma previstas en la actual LFPCA son:
a) La omisión en la resolución o acto administrativo de requisitos formales, como sería la
falta o insuficiente fundamentación y motivación en un aspecto formal (por ejemplo, con
relación a la competencia de la autoridad administrativa), y
b) Que en la substanciación del procedimiento previo se hubieren cometido vicios que
trasciendan al sentido de la resolución o bien que afecten las defensas de los particulares.
Por otra parte, se reconocen como vicios de fondo aquellos que se refieren a la
incompetencia de la autoridad administrativa que emitió el acto (fracción I, articulo 51 de la
LFPCA), en el sentido de que la autoridad no tiene facultades para emitir el acto, no así en
cuanto a la cita de los preceptos legales que funden su competencia (este último se refiere a
un aspecto más bien formal), la indebida fundamentación y motivación de la resolución o acto
administrativo en cuanto al fondo del asunto (fracción IV, articulo 51 de la LFPCA) y el desvío
de poder (fracción V, articulo 51 de la LFPCA).
Tales causas de anulación dan lugar a que se declare la nulidad del acto administrativo o
resolución impugnada que se prevén en el artículo 52 de la LFPCA, en dos supuestos:
a) La nulidad absoluta, la que se conoce como nulidad lisa y llana, y
b) La nulidad relativa o para efectos. 78
En cuanto a esas causas de anulación se consideran “formas de extinción anormales del
acto administrativo diferenciándose entre sí en que la primera (nulidad lisa y llana), debido a
(que) la ausencia de un elemento de existencia del acto administrativo produce que este
nunca haya nacido a la vida jurídica y, por lo tanto, que sea invalido, nunca presumiéndose
legítimo y ejecutable. La nulidad relativa, por su parte, tiene efectos de (que) todo lo que se
actúe con posterioridad al acto declarado como tal, no tenga ningún efecto jurídico,
pudiéndose en todo momento subsanar el requisito de validez que afecta de nulidad al acto
jurídico en cuestión”. 79
Como ya lo comenté, hay razones para considerar que los vicios o causas de ilegalidad
que se refieren a aspectos formales, previstos en el artículo 51 de la LFPCA, no serían
aplicables al juicio de lesividad, 80 como los relacionados con el incumplimiento de requisitos
formales del acto administrativo (por ejemplo, firma autógrafa o la fecha de emisión del acto) o
bien por violaciones a las formalidades del procedimiento (por ejemplo, verificar la
representación legal de quien insta el procedimiento o el cumplimiento de plazos legales
dentro de ese procedimiento), en razón de que esos vicios u omisiones se le atribuyen a un
actuar irresponsable o negligente de la autoridad administrativa y, por ende, no sería justo
que le causaran perjuicio al particular, en razón de la nulidad de su acto favorable.
Bajo la óptica del principio de legalidad, cualquier vicio del acto administrativo, aun cuando
fuera de carácter meramente formal, traería como consecuencia el quebranto al orden jurídico
establecido y, por tanto, a la ilicitud del mismo, lo que haría plausible su anulación mediante el
juicio de lesividad.
Por el contrario, bajo el principio de seguridad jurídica debe protegerse la certeza que se
creó en el particular sobre los efectos y consecuencias jurídicas favorables que le fueron
determinadas o reconocidas por el acto administrativo y solo en la medida en que el vicio del
acto fuera grave de tal forma que trascendiera a un perjuicio al interés público, entonces sería
exigible que se anulara el acto favorable.
En el juicio contencioso administrativo en general, el peso del principio de legalidad cede,
al menos momentáneamente, para efecto de privilegiar la observancia de otros principios, a
fin de proteger otros bienes jurídicos o para alcanzar otros valores, como sería la protección a
la seguridad jurídica, por ejemplo, tratándose del juicio de nulidad en el caso de la regla de
presunción de legalidad del acto administrativo.
De hecho, el principio de legalidad desde la perspectiva del juicio de nulidad, también tiene
un límite en el sentido de que “la violación formal del ordenamiento, por severa que sea, no
siempre provocará la declaración de anulación del acto, pues es indispensable que la
infracción trascienda efectivamente en perjuicio de los derechos o intereses legítimos del
particular, irrogándole un perjuicio sustancial (…) la exigencia de formalidades no es absoluta
ni debe ser llevada a un ritualismo o extremo exagerado y ser entendida, necesariamente
como un fin en sí misma, sino simplemente en clara referencia a garantizar un bien tutelado y
dependiendo de la función que en cada caso concreto, desempeñe conforme a lo prescrito en
el ordenamiento”. 81
Es decir, se reconoce que el cumplimiento de aspectos formales o requisitos de forma del
acto administrativo o bien del procedimiento previo que le dio origen, no puede llevarse al
extremo de un rigorismo jurídico, sino valorarse en función de la afectación o posible
protección de otro bien jurídico o derecho del gobernado.
La omisión o vicio incurrido en la notificación al particular de un acto intraprocedimiental,
por ejemplo, será trascendente solo en la medida en que se vulnere el derecho de audiencia
o defensa del gobernado, ya sea porque se le impidió tener conocimiento de actuaciones
dentro del procedimiento que trascienden al sentido de la resolución o bien porque se le dejó
en estado de indefensión, al limitarle su derecho de alegar y ofrecer pruebas dentro del propio
procedimiento.
De lo contrario, esa omisión o vicio no será motivo para anular el acto administrativo en la
medida en que no se haya causado tal afectación al particular, por ejemplo, cuando se trate
de la notificación de actos no trascendentes al sentido de la resolución 82 –lo que se conoce
como vicios o ilegalidades no invalidantes– 83 o bien cuando el vicio pudo haberse purgado,
es decir, que el particular sí tuvo conocimiento de la actuación de la autoridad que le fue
notificada pese a que ésta se hubiera practicado de forma ilegal.
Una razón más por la que podría considerarse que las causas de anulación por vicios
formales no serían aplicables al juicio de lesividad, es porque tales causas requieren de la
afectación a un derecho o garantía del gobernado de las cuales las autoridades no pueden
ser titulares.
Si bien en el juicio de lesividad puede decirse que se le obliga a la autoridad a colocarse en
un mismo plano que el del particular para efecto de la interposición y substanciación del juicio,
ello no significa que la autoridad pudiera hacer valer la afectación a los mismos derechos que
el gobernado, en tanto que “la autoridad no puede alegar violación a las garantías, pues no
es titular de garantías como lo fuere el particular que en el juicio de nulidad sí puede alegar su
violación, pues si es obligación de la autoridad respetar las garantías de los gobernados no
puede alegar su violación, cuando ella misma fue la que no las respetó al momento de emitir
la resolución”. 84
El Poder Judicial de la Federación se ha pronunciado en el sentido de que las autoridades
administrativas no actúan como gobernados en el juicio de lesividad, de modo que tampoco
son titulares de garantías como lo son los particulares. 85
Considero que en el juicio de lesividad el objetivo de que sean anulados actos
administrativos que son contrarios a la ley (principio de legalidad) debe ceder en beneficio de
la seguridad jurídica de los particulares beneficiados con esos actos, de forma que estos solo
sean anulados porque se deduzca una grave contravención al orden jurídico establecido.
Lo anterior se suscitaría en el caso de que el vicio sea trascedente en cuanto al fondo del
asunto; esto es que se acredite que el derecho, ventaja o beneficio reconocido en el acto
administrativo es contrario a derecho, lo que en verdad amerite retirar tal beneficio de la
esfera jurídica del particular para evitar una lesión al interés público; esto, salvo que no
existiera un conflicto entre los referidos principios jurídicos, como sucedería en el caso del
allanamiento del particular demandado. 86
De lo contrario, aceptar que la anulación de un acto administrativo favorable por un vicio no
grave –en el caso que subsista el conflicto entre los principios de legalidad y seguridad
jurídica–, como serían aquellos de mera forma o que pueden caer incluso en la solemnidad,
implicaría permitir una afectación grave a la seguridad jurídica de los particulares en la
medida en que por ese mero vicio formal se verían privados de un derecho subjetivo
constituido o reconocido en ese acto, sin una causa de interés público (o afectación también
grave) que realmente lo justificara.
El que el acto administrativo favorable carezca de un requisito formal o bien sea producto
de un procedimiento viciado no es suficiente para justificar la afectación a la esfera jurídica
del particular que se producirá con la anulación del acto administrativo favorable, sino que la
ilegalidad debe referirse necesariamente a la contravención del derecho sustantivo que
reconoce el acto administrativo (es decir, por un vicio de fondo).
Como ejemplo retomo el supuesto del acto administrativo favorable que careciera de firma
autógrafa del funcionario público que lo emitió y en vez de ella tuviera una firma facsimilar. 87
El referido requisito es un aspecto de forma del acto administrativo en términos del artículo
3o., fracción IV, de la LFPA, y pese a que incide en un elemento esencial del acto –como es la
expresión de la manifestación de voluntad del servidor público–, se tiene que el acto
administrativo, al ser favorable, no necesariamente genera incertidumbre sobre que fue
emitido por esa autoridad. Pensemos en el supuesto de una licencia o permiso federal para
conducir un vehículo, en el que muchas veces –por practicidad y economía– la firma se
estampa vía medios digitales.
Sería ilógico pensar que la autoridad pudiera obtener la anulación de su acto en un juicio
de lesividad, pues el acto administrativo no contiene la citada firma autógrafa, cuando en todo
caso tal omisión es atribuible a ella al momento de expedir la licencia o permiso.
Máxime que existirían razones para considerar que el vicio (en sí mismo) no afecta o
perjudica a la seguridad jurídica del gobernado en la medida en que existen otros elementos
que lo llevarían a presumir la validez de tal permiso o licencia (por ejemplo, que se emitió en
el formato o en un documento oficial) y que justifican que el particular ajustara su conducta a
ese acto.
En todo caso, la anulación de la licencia o permiso –podría decirse del derecho que tiene el
particular para manejar un vehículo de transporte en vías federales– procedería, por ejemplo,
en cuanto a que no le asiste el derecho subjetivo al particular, porque el acto se emitió en
contravención de las normas jurídicas aplicables (a la ley, reglamento o norma de carácter
general), lo que, de ser probado, justificaría la citada anulación.
Cabe acotar que en estos supuestos de vicios formales, como la finalidad es privilegiar la
seguridad jurídica del particular, resultaría necesario analizar si la formalidad efectivamente
vulneró o no alguno de los derechos del particular o si el vicio en que se incurrió no fue de
alguna manera purgado, y en la medida en que sí hubiera tal afectación al particular o
subsistiera el vicio, resultaría procedente la anulación del acto, pero para efecto de subsanar
tal vicio, ya sea en el propio acto o en su procedimiento previo.
En estos casos lo idóneo sería atender los argumentos defensivos del particular
demandado en el juicio de lesividad, en el sentido de si considera que se le dejó en estado de
indefensión o se le privó de algún derecho (adjetivo o sustantivo), permitiéndole que pudiera
allanarse a la pretensión de la autoridad, en el sentido de que se declarara la nulidad del
acto, para que fuera perfeccionado o subsanado tal vicio.
Por ejemplo, en el mismo supuesto de la firma autógrafa, suponiendo que el particular se
allanara a la pretensión de que se declarara la nulidad de su licencia o permiso, pero para
que se emitiera otro que sí tuviera la firma autógrafa, lo que podría darle mayor seguridad
jurídica al particular sobre la validez de su acto.
Sobre el particular retomo el caso que resolvió el TFJA en el que se pronunció sobre la
regla de no atender en la sentencia definitiva las cuestiones relacionadas con aspectos de
forma y solo aquellas del fondo de la controversia, 88 en el cual la autoridad actora planteó en
su demanda la anulación del acto porque la persona que instó el procedimiento previo no
cumplió con el requisito formal de acompañar el documento con el que acreditara su
personalidad o representación en nombre de otro.
En ese supuesto, el vicio sería formal en la medida en que el particular alegara en su
contestación que simplemente se omitió acompañar a la promoción respectiva (que dio inicio
al procedimiento) el instrumento con el que se acreditara ante la autoridad la referida
representación. Es decir, en ese supuesto el vicio es formal y no le afectó en su derecho
subjetivo porque la persona que promovió sí tiene el carácter de su representante y, por tanto,
sí era su voluntad allegarse del acto administrativo favorable.
Sería justo en este caso que la autoridad ya no pudiera alegar en su favor –en el juicio de
lesividad– el citado error u omisión de verificar el cumplimiento del requisito formal para la
emisión de su acto, sino solo aquellos aspectos que tienen que ver con el derecho subjetivo
del particular.
Pero si el particular no reconoce esa voluntad de instar el procedimiento o de allegarse tal
acto administrativo favorable (porque quien promovió no era su representante legítimo),
entonces resultaría que la omisión de la autoridad de verificar la referida representación legal,
si bien en estricto sentido sería formal, tendría como consecuencia que se calificara incluso
como un vicio que trasciende al fondo del asunto; esto es porque la autoridad en realidad
emitió un acto en el que reconoció un derecho subjetivo a una persona que no instó ese acto,
por lo que en este caso sí debería anularse tal actuación.
El anterior vicio sería trascedente al fondo del asunto sobre todo considerando que en
materia fiscal y administrativa, no se admite la gestión de negocios sino que la norma procesal
respectiva (CFF y LFPA) exige que los particulares insten los procedimientos ahí regulados
por propio derecho o por medio de su legítimo representante, por lo que –en caso de
contravenirse esa regla– no debe reconocérsele efectos jurídicos al acto administrativo que
se encuentra viciado de origen. 89
De cualquier forma, para la determinación de la naturaleza del vicio y de la causa de
anulación resultan fundamentales los argumentos defensivos del particular demandado en el
juicio de lesividad, más si se trata de vicios formales. De ahí que la propuesta es que en esos
casos se privilegie la seguridad jurídica de los particulares, en el sentido de que solo sea
procedente la anulación en el caso en que se deduzca en el juicio de lesividad que el vicio
formal de que se trate vulneró el derecho subjetivo del particular, lo que implica que este
último se allane total o parcialmente a la pretensión de la autoridad demandante.
Para tal efecto, la LFPCA debe contemplar los supuestos específicos de anulación
aplicables al juicio de lesividad, delimitando los supuestos en que la anulación se debe a la
omisión de requisitos formales y vicios de procedimiento, en el sentido de que estos proceden
solo en el caso de que el particular considere que tales omisiones o vicios le causaron un
perjuicio y que, por lo tanto, estaría de acuerdo con la anulación de su acto, lo que expresaría
con el allanamiento correspondiente; lo anterior, con la siguiente propuesta de redacción:
Artículo 58-37. Se declarará que una resolución administrativa favorable a un particular es ilegal y causa una lesión al interés
público cuando se demuestre alguna de las siguientes causales:
I. Incompetencia del funcionario que la haya dictado, ordenado o tramitado el procedimiento del que deriva dicha resolución.
IV. Si los hechos que la motivaron no se realizaron, fueron distintos o se apreciaron en forma equivocada, o bien si se dictó
en contravención de las disposiciones aplicadas o dejó de aplicar las debidas, en cuanto al fondo del asunto.
V. Cuando la resolución administrativa dictada en ejercicio de facultades discrecionales no corresponda a los fines para los
cuales la ley confiera dichas facultades.
En los supuestos de las fracciones II y III, solo procederá declarar la ilegalidad de la resolución administrativa
cuando el particular se allane a la pretensión de la autoridad actora en términos del artículo 58-33 de esta Ley.
En términos del criterio contenido en la tesis 2a. CXXXI/2015 (10ª.) de la Segunda Sala de
la SCJN, previamente analizada, 90 se advierte que la Suprema Corte hizo una interpretación
de lo dispuesto por el artículo 13, párrafo tercero, fracción III, de la LFPCA aplicable al juicio
de lesividad, en el sentido de que la retroactividad de los efectos de la sentencia dictada en el
juicio de lesividad, que declara la nulidad de la resolución impugnada, debe entenderse como
un supuesto de excepción, que se actualiza cuando la resolución fue producto de un acto de
mala fe.
Cabe recordar que el supuesto analizado en esa tesis consistió medularmente en que el
particular contaba con una resolución favorable de la autoridad hacendaria que le permitía
tributar en un régimen preferencial del IVA (tasa del 0%), el cual implicaba que el
contribuyente no pagara impuesto alguno (en razón de la aplicación de la tasa del 0%), sino
que además, por la mecánica del impuesto indirecto en cuestión, se le reconocía el derecho
de recuperar del fisco cantidades por concepto de saldo a favor.
En ese caso, la anulación del acto administrativo favorable, vía juicio de lesividad,
planteaba la problemática de que se destruyeran los efectos generados de los cinco años
anteriores a la presentación de la demanda de lesividad (retroactivamente), con lo que el
contribuyente no solo debía empezar a pagar el impuesto respectivo, sino también entregar
las cantidades no pagadas y reintegrar al fisco las indebidamente devueltas por los cinco
años anteriores.
El pronunciamiento que hizo la SCJN en ese caso, contiene implícitamente una
ejemplificación sobre el resultado de la ponderación entre los principios de legalidad y
seguridad jurídica precisamente en los efectos de la sentencia del juicio de lesividad, como a
continuación lo referiré.
Por un lado, la protección al principio de legalidad exigiría que si se demostró que el acto
administrativo favorable –la autorización de tributar en el régimen preferencial– es ilegal por
un vicio de fondo (que daría lugar a la nulidad lisa y llana porque el particular no tenía
derecho al régimen de beneficio), entonces la sentencia debería anular el acto administrativo,
extinguiendo también de manera retroactiva los efectos producidos con anterioridad (por los
cinco años antes de la presentación de la demanda y hasta que se declaró su nulidad),
porque tales efectos se produjeron también en el plano de la ilegalidad.
En tanto, la protección a la seguridad jurídica del gobernado exigiría que no fuera
vulnerada la certeza jurídica del contribuyente que le produjo el acto administrativo favorable,
al menos durante el tiempo en que dicho acto se presumió legal en términos de ley (hasta
antes de su anulación), porque la autoridad le dio al particular seguridad sobre la situación
jurídica tributaria de este último.
Para Erreguerena, la vulneración al principio de seguridad jurídica se actualiza por “el
hecho de que la sentencia que declare la nulidad de una resolución favorable al particular
pueda anular o modificar las consecuencias y efectos generados durante los cinco años
anteriores a la presentación de la demanda (…) constituye una clara violación a la garantía de
seguridad jurídica. Lo anterior, puesto que se deja en un estado de incertidumbre al
contribuyente respecto a la legalidad de los derechos derivados de la resolución favorable
que incidieron en su esfera jurídica como resultado de un acto de autoridad que se presume
legal y válido”. 91
En el supuesto apenas referido, con el acto administrativo se le dio certeza al particular
respecto a que se ubicaba en una hipótesis de tributación especial prevista en la ley y que,
por tanto, no estaba obligado al pago del impuesto (técnicamente al entero del 0% sobre la
base de ese impuesto), además que tenía derecho a obtener la devolución de las cantidades
que correspondieran por virtud del citado régimen preferencial.
En el criterio en comento se resolvió privilegiar a la seguridad jurídica en el sentido de que
no debían destruirse por la sentencia los efectos producidos por el acto administrativo
favorable, sino que deben subsistir al menos aquellas consecuencias que se hubieren
producido desde que se emitió el acto, porque de lo contrario se afectaría gravemente la
certeza del particular sobre los derechos incorporados en su patrimonio al amparo del acto
administrativo, en la medida en que el particular actuó legítimamente adecuando su conducta
a lo determinado en ese acto, que fue resultado de una consulta legítima y bajo los supuestos
de ley.
Se reconoce que aunque el acto administrativo resulta ilegal, el perjuicio que se ocasiona a
la colectividad (dejar de recibir las cantidades del impuesto correctas y las devueltas
indebidamente) debe ceder en favor del particular demandado, en la medida en que de lo
contrario existiría una grave afectación a la seguridad jurídica de este último.
Y sería injusto que una persona que adecuó su conducta y actúo bajo el amparo de un acto
administrativo definitivo y favorable, viera destruido los efectos de ese acto administrativo con
posterioridad, en perjuicio de su esfera jurídica y de su patrimonio (en el caso, porque tendría
que entregar las cantidades que dejó de pagar y las que recibió), siendo que en su momento
tenía la certeza de que el derecho le correspondía conforme a la ley.
Esta afectación se hace más patente en el caso de la materia tributaria, en la medida en
que “cuando se declara la nulidad en un juicio de lesividad, derivado de la retrotracción de los
efectos de la sentencia, el particular demandado tendrá una deuda fiscal (que) no será
imputable a ese sujeto pasivo, motivo por el cual derivado de la nulidad declarada en ese
medio de defensa, el sujeto pasivo deberá pagar el monto histórico del gravamen en cuestión
con su correspondiente actualización, más no así recargos y multas”. 92
Si bien se reconoce que la anulación puede tener efectos retroactivos, lo que implica que
se genere una deuda tributaria a cargo del particular, lo cierto es que también se estima que
esos efectos deben tener un límite, porque no sería correcto que el particular además tuviera
que indemnizar al fisco por la falta de pago oportuno (recargos) y responder por una sanción
(multa), dado que la omisión oportuna de pago no es atribuible a una conducta reprochable a
él, sino que encuentra justificación en los efectos producidos por el acto administrativo que
hasta ese momento se presumía legal.
Creo que en este caso el peso de la protección a la seguridad jurídica es mayor que la
posible afectación a la legalidad (o al perjuicio colectivo), ya que en el fondo no solo se
privilegia el interés individual del sujeto, sino también la seguridad jurídica y, en un concepto
más amplio, es en beneficio de la sociedad.
Resolver en favor de que el particular tuviera que pagar y reintegrar las cantidades
correspondientes de manera retroactiva, implicaría asumir la postura de que ningún
gobernado debería tener confianza o certeza en los actos administrativos favorables que se
emitan por las autoridades ni en sus efectos jurídicos.
Se asumiría que los particulares deberían prever y asumir la posibilidad o riesgo de que a
pesar de que en su esfera jurídica se incorporó un derecho o prerrogativa por virtud de un
acto administrativo, posteriormente pudiera ser desincorporado de su patrimonio por virtud de
la declaratoria de ilegalidad del acto en un juicio de lesividad, lo que dejaría a la sociedad en
un estado de incertidumbre sobre su situación personal y la de su patrimonio.
Esa afectación grave a la seguridad jurídica implicaría que viviéramos en una sociedad en
la que no solo se reconociera sino incluso le fuera exigible a los gobernados desconfiar de los
actos administrativos de las autoridades del Estado, cuando el valor jurídico debe ser todo lo
contrario, porque la confianza depositada por la sociedad en el actuar de sus autoridades es
un importante pilar del orden social y la paz pública.
Así, el principio de legalidad que se procura observar mediante el juicio de lesividad no es
absoluto, sino que en estos casos debe ceder en la medida en que la seguridad jurídica en
los estados democráticos modernos también se concibe como una condición necesaria para
el desarrollo social y económico de una nación.
Resulta oportuno retomar la existencia de otros principios jurídicos que son producto de
esa ponderación entre legalidad y seguridad jurídica, como son los de estabilidad del acto
administrativo 93 y de la confianza legítima, 94 en los cuales se privilegia por encima de la
legalidad otros valores jurídicos como la certidumbre del derecho en el gobernado y las
expectativas legítimamente creadas por el Estado, en beneficio de la seguridad jurídica de las
personas como principio fundamental.
Se reconoce, entonces, que en ciertos casos esos valores deben pesar más por sobre la
posible necesidad de revocar o anular un acto administrativo ilegal, en la medida en que la
consecución o realización de esos valores también son importantes para el orden público y la
conservación del Estado de Derecho.
Por otra parte, opino que el pronunciamiento de la SCJN 95 deja implícitamente abierta la
protección al principio de legalidad cuando exista una afectación grave al mismo, de modo
que la seguridad jurídica del particular también puede ceder, en el supuesto en que se
demuestre que el acto administrativo favorable fue producto de la mala fe del particular o que
existió la intención de aquel de engañar a la autoridad con la finalidad de obtener un lucro
injustificado (cantidades no pagadas y devueltas indebidamente).
Esa afectación grave al principio de legalidad consistiría en que en un Estado de Derecho
no sería permisible aceptar que los gobernados actúen con dolo o mala fe para hacerse de un
acto administrativo ilegal o bien que propicien el error de la autoridad administrativa para
hacerse de un beneficio indebido en perjuicio de la colectividad.
De ser así, la mala fe o el dolo del sujeto hacen que no sea factible protegerlo en su
seguridad jurídica, ya que el posible retiro del beneficio del acto administrativo mediante el
juicio de lesividad sería una consecuencia lógica de la propia conducta indebida del
gobernado.
Sobre todo considerando que en este último supuesto el particular desplegó una conducta
reprochable –incluso podría decirse que en el ámbito del Derecho Penal o Administrativo
Sancionador–, lo que justificaría que se destruyeran los efectos del acto favorable hacia el
futuro pero también hacia el pasado, esto es, desde que se emitió tal acto o cuando menos
por lo que hace a los cinco años anteriores a la presentación de la demanda, según fuera el
caso.
En similares términos se encuentra previsto en la ley Argentina, 96 en la que el acto
administrativo del que hubieren nacido derechos subjetivos, puede aún ser revocado, incluso
en sede administrativa, en los casos en que el particular hubiera conocido el vicio, si la
modificación o sustitución del acto favorece al particular sin causar perjuicio a terceros o si el
derecho se hubiere otorgado a título precario. 97
Asimismo, la ley Argentina 98 dispone que un acto afectado incluso de nulidad absoluta
(ilegalidad grave) puede ser revocado o modificado también en sede administrativa, pero en el
caso en que estuviere firme y hubiere generado derechos subjetivos que se estuvieran
cumpliendo, la nulidad vía juicio contencioso administrativo solo trascendería a la subsistencia
del acto e impediría los efectos jurídicos pendientes de producirse, es decir que no podrían
trastocarse los efectos ya producidos.
Considero, entonces, que es necesario que en el caso de México la LFPCA debe
establecer en forma expresa un precepto legal específico que regule los efectos que se le
puede dar a la sentencia definitiva tratándose del juicio de lesividad, mismos que deben ser
congruentes con las causas de anulación ya comentadas en el apartado inmediato anterior.
En ese precepto legal debe precisarse que en el caso de que se declare la nulidad del acto
o resolución impugnada, por regla general los efectos de la sentencia solo serán hacia el
futuro (ex nunc); es decir que solo pueden extinguirse los efectos del acto o resolución
administrativa pendientes de producirse a partir de la declaratoria de nulidad del acto,
proscribiendo así –por regla general– los efectos retroactivos de la sentencia, salvo los casos
en que así se exigiera, como los ya comentados.
Tales efectos se producirían hasta que la referida sentencia quede firme, esto es, que no
fuera revocada o modificada vía amparo o revisión por los Tribunales del Poder Judicial de la
Federación.
La propuesta en ese sentido es la siguiente:
III. Declarar la nulidad de la resolución impugnada para el efecto de que se reponga el procedimiento, se emita una nueva
resolución, o se subsane el vicio de procedimiento cometido, o el requisito legal de carácter formal omitido. En la sentencia se
indicarán los términos en que se deberá reponer el procedimiento y dictar su resolución la autoridad administrativa.
Asimismo, en otro precepto debe regularse lo relativo al efecto retroactivo de la sentencia en los términos indicados, así como
establecer cuáles son las excepciones a la regla de irretroactividad de los efectos de la sentencia, de forma que en esos
supuestos pudieran anularse los efectos jurídicos producidos por el acto o resolución favorable desde su emisión o, en su caso,
por los cinco años anteriores a la presentación de la demanda de lesividad. Este último supuesto en el entendido de que el acto
administrativo produjo tales efectos de tracto sucesivo.
Supongamos una prohibición de levantar edificios más allá de cierta altura; si la misma se halla fundada en consideraciones
edilicias o arquitectónicas, no podrán revocarse aquellos permisos otorgados cuyos edificios ya se hubieran levantado, máxime
cuando la obra no (sic) estuviera finalizada; si, en cambio, la prohibición se sanciona en virtud a razones de seguridad para las
operaciones aéreas en una zona contigua a un aeropuerto, la Administración podrá prohibir la construcción de la parte del
edificio que exceda la altura permitida por las reglamentaciones vigentes. 99
Es decir, debe reconocerse que hay casos en que para evitar una afectación grave al orden público o al interés social, lo que
podría traducirse en un vicio grave o gravísimo del acto administrativo, se requiere extinguir al propio acto favorable y también sus
efectos jurídicos ya generados, y por ello en la medida en que esa afectación lesione gravemente al orden público se justificaría la
necesidad de afectación grave a la seguridad jurídica de los particulares.
También en ese ejemplo, de advertirse la ilegalidad del acto administrativo (llámese licencia
o permiso de construcción) que autorizó que un edificio tuviera más pisos de los previstos en
la norma jurídica (ley o reglamento), si resulta que la obra ya estuviera finalizada y que la
prohibición tiene razón de ser en función de la seguridad de las operaciones áreas, se tendría
que los efectos de la anulación deberían ser de carácter retroactivo, por ejemplo, para efecto
de que incluso se demolieran los pisos excedentes o que no se continuaran construyendo, en
la medida en que de no hacerlo así se pondría en peligro la vida y seguridad de los habitantes
del edificio, de las zonas contiguas, de los pasajeros de las aeronaves y de la sociedad en
general.
Lo anterior daría lugar a que la seguridad jurídica de los particulares beneficiados con el
acto administrativo (propietarios de los departamentos o quienes habitaran en el edificio)
cediera en favor del beneficio colectivo privilegiando la protección al orden público e interés
social (para evitar una afectación grave), con independencia de que los particulares pudieran
alegar que desconocían la irregularidad del acto o bien que no tuvieron la intención de
allegarse del acto ilegal (por ejemplo, porque desconocían de tal irregularidad al momento de
construir o de adquirir su inmueble), lo anterior, incluso, bajo el principio general de derecho
que postula que “la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento”.
Esto, sin dejar de reconocer que esa situación ocasionaría una grave afectación al
patrimonio o esfera jurídica del titular del acto administrativo anulado (propietarios), la cual
podría atribuirse a un actividad irregular o ilícita del Estado, en la medida en que sería
consecuencia de un acto administrativo favorable otorgado de manera ilegal, por lo que los
afectados podrían ser titulares del derecho a una indemnización por virtud de la
responsabilidad patrimonial en que hubiere incurrido el propio Estado.
Cabe precisar que, en todo caso, este último supuesto de excepción, así como aquellos
relativos a la intencionalidad del particular antes referidos, deben estar debidamente
probados en el juicio de lesividad y no simplemente deducirse con base en presunciones, en
la medida en que solo así se justificaría fehacientemente la necesidad de la afectación en la
seguridad jurídica de los gobernados, como ya se comentó.
De ahí que la propuesta es que la ley regule la regla de no retroactividad de los efectos de
la sentencia de anulación y prevea también los supuestos específicos de excepción, en el
sentido de que en estos casos sí sería procedente imprimir efectos retroactivos a la
sentencia. Mi propuesta es la siguiente:
Artículo. 58-39. La sentencia que declare la nulidad de la resolución impugnada en términos de las fracciones II y III del artículo
58-38 de esta Ley, a partir de que dicha sentencia quede firme, solo podrá extinguir o modificar los efectos no producidos o
pendientes de producirse por el acto o resolución administrativa anulada.
Lo previsto en el párrafo anterior no será aplicable y por lo tanto los efectos de la sentencia se retrotraerán a la fecha de
emisión del acto administrativo, o bien a los cinco años anteriores a la declaratoria de lesividad, cuando el acto administrativo
haya producido efectos de tracto sucesivo, en los siguientes supuestos:
I. Cuando el particular beneficiado con el acto administrativo que se anule conocía del vicio o ilegalidad del acto
administrativo.
II. En el caso en que el particular haya obtenido el acto administrativo favorable valiéndose o induciendo al error a la
autoridad administrativa, o con base en indicaciones o antecedentes relativos a elementos esenciales del acto que eran falsos,
inexactos o incompletos.
III. Cuando el acto administrativo favorable se haya obtenido valiéndose de la amenaza o mediante el cohecho, el tráfico de
influencia o cualquier otro acto de corrupción que sea sancionado en términos de la Ley General de Responsabilidades
Administrativas.
IV. En el caso en que sea necesario para evitar un grave perjuicio o afectación al orden público o al interés social.
Es importante precisar que el supuesto referido tiene origen en que se actualiza alguna
causa de anulación en dos supuestos distintos:
a) El relativo a la comisión de un vicio en el procedimiento previo que dio origen al acto o
resolución administrativa favorable, y
b) Que el acto administrativo o resolución contenga un vicio o ilegalidad no grave y que sea
susceptible de subsanarse o purgarse.
Es factible asumir –en principio– que es correcto que la norma otorgue un mismo
tratamiento a estos dos supuestos, en la medida en que el segundo caso queda subsumido
en el primero, porque de existir un vicio en las actuaciones previas de la autoridad y que son
sustento del acto o resolución administrativa, esta última también estaría viciada de ilegalidad.
Lo anterior, atendiendo a la denominada teoría de los “frutos de actos viciados” 101 en
materia administrativa, en el sentido de que el vicio o ilegalidad de un acto torna ilegales los
actos subsecuentes que se apoyan en aquel, lo que es una clara referencia a la teoría en
Derecho Penal del “fruto del árbol envenenado”. 102
También es cierto, sin embargo, que esta situación no ocurre en sentido inverso, es decir,
pueden cometerse vicios propios en el acto o resolución administrativa favorable
independientemente de que el procedimiento administrativo previo se haya ajustado a
derecho, porque en este supuesto los vicios son exclusivos de la decisión tomada en la
resolución final o acto administrativo.
Por ejemplo, en el caso de que una prueba haya sido recabada ilícitamente en un
procedimiento de fiscalización en materia tributaria (visita domiciliaria), concretamente en la
obtención ilegal de la copia de toda o parte de la contabilidad del contribuyente, tiene como
consecuencia que se torne ilegal la determinación del crédito fiscal a cargo del visitado, en la
medida en que esa determinación tenga sustento en la revisión de la contabilidad o parte de
ella que fue ilícitamente obtenida.
No obstante, puede existir un vicio propio en la determinación del crédito fiscal, por
ejemplo, que se valoró indebidamente la contabilidad del contribuyente, lo que torna ilegal el
acto o resolución, pero no así el procedimiento administrativo previo mediante el cual se
hubiera obtenido la prueba en cuestión, esto es del procedimiento de visita domiciliaria en el
que se obtuvo copia de la contabilidad del contribuyente.
La diferencia radica en que en este último supuesto, de existir un vicio propio del acto o
resolución administrativa, aquel puede purgarse con la emisión de una nueva resolución que
subsane el error o ilegalidad en la decisión administrativa, por ejemplo, la determinación del
crédito fiscal con la correcta valoración de la contabilidad revisada, sin necesidad de reponer
el procedimiento administrativo previo.
Si el vicio o violación se da en el procedimiento administrativo previo, entonces la forma en
que se purgará aquel será reponiendo el procedimiento desde la actuación en que se cometió
la ilegalidad advertida y hasta que se concluya con la emisión del acto o resolución
administrativa que ponga fin a ese procedimiento.
En esos términos, no tiene sentido que el plazo que prevé la ley de cuatro meses para el
cumplimiento de la sentencia de anulación, tanto para el juicio de nulidad como para el de
lesividad, se aplique indistintamente para ambos supuestos.
Lo anterior, porque no se toma en consideración que la reposición de un procedimiento
implica una serie de actos concatenados, que por lo regular están regidos por plazos legales
concretos, e incluso algunos otorgan ciertas prerrogativas en favor del particular (como un
periodo para ofrecer pruebas o para hacer manifestaciones adicionales), de tal suerte que es
ilógico que la autoridad administrativa tenga el mismo plazo para emitir una nueva resolución
por vicios propios, como para reponer todo un procedimiento –caso en que también tiene que
emitir la nueva resolución.
Ahora bien, en el juicio de lesividad el cambio de roles implicaría que si en la sentencia
definitiva se declara una nulidad de tipo lisa y llana, es decir, en el que la ilegalidad o vicio del
acto es de tal naturaleza grave que resulta insubsanable, esto resulta en beneficio de la
autoridad administrativa actora; por el contrario, el reconocimiento de la validez del acto
administrativo favorable, en razón de su legalidad probada, es en perjuicio de la citada
autoridad, porque subsistiría la prerrogativa o beneficio que le fue otorgado al particular
demandado.
Con independencia de que la sentencia, en un sentido formal, será fuente de obligaciones
para las partes (autoridad y particular), lo cierto es que especialmente la determinación de
una nulidad para efectos, esto es, para que se reponga el acto o resolución favorable y/o el
procedimiento previo, implica en cualquier caso la necesidad del cumplimiento efectivo de las
obligaciones determinadas en la sentencia a cargo de la autoridad administrativa, en la
medida en que será ella la facultada para emitir la nueva resolución o para substanciar el
nuevo procedimiento.
Lo anterior ha dado lugar incluso a considerar que “cuando se declara la nulidad en un
juicio de lesividad, esa nulidad siempre será para efectos, porque siempre existirá un
cumplimiento por parte de la autoridad fiscal que se traduce en la emisión de una nueva
resolución en la que se anule o modifique el derecho que el particular había adquirido con
motivo de la resolución objeto de ese medio de defensa. Sin embargo, esa anulación o
modificación no puede ser lisa y llana, puesto que si lo fuera se desconocería el derecho que
el particular adquirió mediante la emisión de la resolución declarada nula”. 103
Si bien no coincido totalmente con la anterior opinión en la medida en que estimo que
formalmente la nulidad lisa y llana sí es procedente tratándose del juicio de lesividad, 104 lo
cierto es que también puede considerarse que tal anulación siempre conllevará determinados
efectos propios de la sentencia (que pueden ser expresos o implícitos), es decir, la nulidad
lisa y llana puede implicar que se destruyan los efectos ya generados por el acto
administrativo de manera retroactiva o bien solo hacia el futuro, pero ello no significa que la
autoridad necesariamente tenga que emitir otra resolución en la que revoque, anule o
modifique el derecho adquirido por el particular, pues aun cuando materialmente no existiría
impedimento jurídico para que la autoridad lo hiciera, lo cierto es que el fundamento jurídico
de tal anulación o modificación no será el nuevo acto administrativo, sino la propia sentencia
dictada en el juicio de lesividad que precisamente anuló o modificó el acto.
De ese modo, la nulidad “para efectos” que regula la LFPCA se reserva solo para aquellos
casos en que sea necesario ordenarle una actuación administrativa a la autoridad, es decir
que la autoridad emita un nuevo acto o resolución administrativa para efecto de purgar los
vicios o ilegalidades del acto o resolución, en el caso en que esto sea factible o bien para
reponer el procedimiento administrativo previo.
Ello, con independencia de si a la nueva resolución se le podría atribuir un efecto total o
parcialmente desfavorable con respecto a la autoridad administrativa, en cuanto al fondo del
asunto, así como con relación al particular demandado.
Como ejemplo me remito al caso antes comentado 105 en el que una autoridad aduanera
había ordenado equivocamente un pago en demasía al particular por concepto de
indemnización ante la imposibilidad de devolverle las mercancías propiedad de aquel que
habían sido previamente incautadas.
En la sentencia respectiva resultó indispensable precisar ciertos efectos de la anulación del
acto favorable, en los que se ordenara (al menos implícitamente) que la autoridad aduanera
emitiera una nueva resolución en la que pagara “inmediatamente” las cantidades que le
correspondían al particular, en el monto correcto y no así el que le había sido determinado
ilegalmente en demasía.
Si bien puede argumentarse que ese efecto antes precisado puede ser parcialmente o
totalmente benéfico para la autoridad (porque no tendrá que pagar el monto mayor o podrá
recuperar el monto pagado en demasía si ya hubiere pagado aquel), lo cierto es que aun así
la autoridad tiene la obligación de cumplir con los efectos del fallo, en el sentido de que debe
emitir un nuevo acto en el que precise las cantidades que le correspondía pagar al particular
conforme a derecho.
Entonces, si bien existe un cambio de roles como ya se ha comentado ampliamente, resulta
que en el caso en que la sentencia ordene una nulidad para efecto de que se reponga el
procedimiento o se subsane el vicio cometido, la carga procesal de cumplimentar esa
sentencia será siempre de la autoridad administrativa.
Artículo 57. …
I…
II…
III. Tratándose del juicio de lesividad, la autoridad procederá en términos de las fracciones anteriores, según sea el caso; en
el supuesto en que la sentencia ordene reponer el procedimiento o subsanar el vicio de la resolución favorable anulada, el plazo
para dar cumplimiento a la sentencia será conforme a lo siguiente:
a) Si la resolución favorable anulada proviene de un procedimiento iniciado a instancia del particular, el plazo para emitir la
resolución será el previsto por la ley que regule el acto o resolución de que se trate, sin que este exceda de tres meses.
b) Si la resolución favorable anulada proviene de un procedimiento oficioso, el plazo para emitir la resolución será el previsto
por la ley que regule el acto o resolución de que se trate.
c) En el caso de que la sentencia ordene reponer el procedimiento, la autoridad deberá iniciar o continuar con el
procedimiento, notificándolo al interesado dentro de los primeros veinte días del plazo que tenga para dar cumplimiento a la
sentencia, y las subsecuentes actuaciones, incluida la emisión de la resolución que lo concluya, se emitirán y notificarán en los
plazos establecidos en la ley que regule el procedimiento.
d) En los casos no previstos en los incisos anteriores o si la ley que regule el acto o resolución de que se trate no prevé un
plazo específico para concluir con el procedimiento o para emitir la resolución respectiva, el plazo para el cumplimiento de la
sentencia será de cuatro meses.
En los supuestos de los incisos b) y c) de esta fracción, el plazo para reponer el procedimiento sumado al diverso para
emitir la resolución definitiva en su conjunto no excederá de tres meses si el procedimiento se sustancia conforme a la Ley
Federal de Procedimiento Administrativo, y de doce meses si se trata del ejercicio de facultades de comprobación a que se
refiere el artículo 42, fracciones II y III del Código Fiscal de la Federación.
En la sentencia definitiva siempre se precisará cuál es el plazo aplicable conforme a los supuestos anteriores para efecto del
cumplimiento de la sentencia.
Los actos o resoluciones emitidas en contravención a los plazos establecidos en este precepto serán nulos por preclusión
de las facultades de la autoridad demandada o actora para reponer el procedimiento o emitir la resolución favorable y en su
contra procederá la instancia de Queja a que se refiere el artículo 58 de esta Ley.
Los plazos que se proponen para que la autoridad dé cumplimiento a la sentencia dictada en un juicio de lesividad se
describen a continuación, para su mejor entendimiento, en la siguiente gráfica:
Toda reforma legal como la que se propone debe prever un régimen transitorio adecuado a
fin de que exista una aplicación ordenada de las nuevas disposiciones jurídicas, para que con
su entrada en vigor no se vulneren, en perjuicio de los gobernados, los principios de
irretroactividad de la ley y seguridad jurídica consagrados en los artículos 14 y 16
constitucionales.
En ese sentido, la propuesta de reformas legales hasta aquí explicada en materia del juicio
de lesividad tiene como principal objetivo modificar o adicionar reglas jurídicas que rigen al
citado proceso, es decir, se propone reformar y adicionar normas de carácter adjetivo que por
principio general de derecho solo pueden aplicar a los procesos o procedimientos iniciados
durante la vigencia de esas normas.
Por lo tanto, para efecto de preservar la seguridad jurídica de los gobernados y evitar
vulnerar el principio de irretroactividad de la ley en comento, lo correcto es que las
modificaciones que se proponen a la LFPCA y a la LOTFJA antes referidas no sean
aplicables a los procesos de lesividad que ya se hubieren iniciado al momento de entrar en
vigor las nuevas disposiciones jurídicas, así como tampoco a los que se encuentren
pendientes de resolver en definitiva (ya sea en instancia de amparo o revisión) e incluso los
que estén en vías de cumplimiento de la sentencia.
Los referidos juicios de lesividad iniciados con anterioridad deberán continuarse
substanciando conforme a las disposiciones jurídicas aplicables al momento de su inicio; esto,
en la medida en que una disposición en contrario implicaría una aplicación retroactiva del
nuevo marco jurídico que se propone, en posible perjuicio de los gobernados y en violación al
artículo 14 constitucional.
De ahí que para regular la entrada en vigor de las reformas y adiciones en comento, la
propuesta es que en los primeros artículos transitorios que se incorporarían al decreto de
reforma correspondiente, se estableciera lo siguiente:
Primero.- El presente Decreto entrará en vigor el día siguiente al de su publicación en el Diario Oficial de la Federación.
Segundo.- Los juicios de lesividad que se encuentren en trámite ante el Tribunal Federal de Justicia Administrativa al
momento de la entrada en vigor de la presente reforma, seguirán sustanciándose y se resolverán hasta su total resolución e
incluso el cumplimiento de la sentencia, conforme a las disposiciones legales vigentes al momento de la presentación de la
demanda de lesividad.
En otro aspecto, si bien el juicio de lesividad inicia formalmente con la presentación de la demanda de lesividad, no puede
soslayarse que la propuesta de modificación al régimen jurídico aplicable que propongo también incide en actos preparatorios
previos o requisitos procesales, tales como la forma en considerar si el acto administrativo favorable es definitivo, la necesidad de
que la autoridad administrativa competente emita previamente la declaratoria de lesividad y la reducción del plazo de cinco años
para la interposición del juicio en aquellos supuestos en que sea menor el plazo de caducidad o de prescripción de facultades de
la autoridad administrativa.
Por lo anterior, aún faltaría por definir el régimen jurídico aplicable a aquellos actos
administrativos susceptibles de impugnarse vía lesividad, que se hubieren emitido con
anterioridad a la entrada en vigor de las nuevas disposiciones y respecto de los cuales
estuviere transcurriendo el plazo de cinco años para la presentación de la demanda conforme
a las disposiciones anteriores.
En este supuesto se encontrarían aquellos actos administrativos susceptibles de
impugnarse vía lesividad y que por razón de la entrada en vigor de las nuevas disposiciones
se redujera el plazo a la autoridad administrativa para impugnarlos vía lesividad, de manera
que incluso la entrada en vigor de esas disposiciones jurídicas implicaría que ya no pudiere
presentarse la demanda de lesividad respectiva.
Un ejemplo de lo anterior sería el caso en que se hubiera emitido un acto favorable que
ordena la indemnización a un particular por responsabilidad patrimonial en que hubiera
incurrido el Estado, ocasionada por una lesión patrimonial causada al gobernado y cuyo plazo
de prescripción es de un año (en términos del artículo 25 de la LFRPA), de forma que a la
entrada en vigor de la reforma que se propone ya hubiere trascurrido el plazo de un año a
partir de que se emitió el acto favorable, pero no así el de cinco para efecto de su
impugnación vía lesividad.
Conforme a las nuevas disposiciones, la declaratoria de lesividad deberá ajustarse al plazo
en comento, es decir, al de un año contado a partir de la emisión del acto administrativo, de
forma que si al momento de la entrada en vigor de la nueva norma jurídica, ya hubiera
transcurrido ese plazo, entonces la autoridad perdería el derecho para impugnar su acto vía
juicio de lesividad.
En este punto existirían dos opciones que servirían para definir cuál es el régimen jurídico
aplicable a ese tipo de actos administrativos, considerando su fecha de emisión para efecto
de permitir la denominada ultractividad de la norma jurídica, es decir, la aplicación del régimen
jurídico anterior y prever la aplicación retroactiva de la norma en beneficio de los gobernados.
A continuación analizaré cada supuesto en función de la protección a la garantía de seguridad
jurídica de los gobernados.
a) Ultractividad 111 de las normas jurídicas procesales anteriores.
Esta opción permitiría que aquellos actos administrativos emitidos con anterioridad a la
entrada en vigor de la reforma propuesta, fueran impugnados vía juicio de lesividad, conforme
a las reglas procesales vigentes al momento de su emisión, es decir, en el plazo único de
cinco años y sin necesidad de contar con una declaratoria de lesividad previa.
Lo anterior implicaría que, pese a que ya hubiere entrado en vigor el nuevo marco jurídico
que se propone que rija al juicio de lesividad, el régimen jurídico anterior (actualmente
vigente) seguiría aplicándose hacia el futuro, esto es por lo que toca a los juicios de lesividad
nuevos que se interpusieran cuya materia fuera la impugnación de actos administrativos
emitidos al amparo del régimen anterior.
Es decir, se permitiría que la autoridad administrativa pudiera interponer juicios de lesividad
que se substanciaran y resolvieran conforme a la norma procesal que en su momento fue
derogada, pese a que ya existiría una norma procesal nueva y vigente al momento de la
presentación de la demanda.
La razón de ello es no restringir la facultad de la autoridad administrativa para impugnar vía
lesividad actos administrativos emitidos previamente a la entrada en vigor de la reforma
propuesta, como sería en el caso de que conforme a las nuevas disposiciones se tuviera un
plazo menor a los cinco años para la interposición de la demanda, con miras a proteger el
principio de legalidad, como ya hemos visto.
En ese sentido, una posible redacción de la disposición Transitoria sería esta:
Tercero.- La impugnación de los actos administrativos favorables emitidos hasta antes de la entrada en vigor del presente
decreto, se regirá conforme a las disposiciones legales vigentes al momento de su emisión.
Debe decirse, sin embargo, que con esta solución en ciertos supuestos podría perjudicarse gravemente al particular con la
aplicación del régimen de impugnación anterior, en la medida en que el nuevo régimen pudiera considerarse más benéfico para
aquel; además, de facto se estaría difiriendo la aplicación del nuevo marco jurídico por los subsecuentes cinco años, es decir que
los efectos benéficos de la reforma se percibirían en los siguientes cinco años de su entrada en vigor, esto es, solo por los actos
administrativos favorables emitidos al amparo de la reforma legal propuesta.
Tercero.- La impugnación de los actos administrativos favorables emitidos hasta antes de la entrada en vigor del presente
decreto, se regirá conforme a las disposiciones legales aplicables aquí previstas.
Esta posible aplicación del nuevo marco jurídico que se propone a la impugnación de actos administrativos emitidos con
anterioridad, es permisible en la medida en que no sería perjudicial para el gobernado –debe recordarse que la prohibición es en
el sentido de que no se perjudique a aquel, como lo dispone el artículo 14 constitucional–, lo que no sería así porque considero
que la aplicación de la nueva norma tendría un mayor beneficio para los gobernados.
Lo anterior, en función de que el nuevo marco jurídico propuesto reduciría el plazo para la
interposición de la demanda de lesividad (en los supuestos previstos), así como el
establecimiento del requisito procesal de la declaratoria de lesividad previa, porque esta
última sirve para respetar mayormente la seguridad jurídica del particular demandado, como lo
comenté en su momento.
Así, esta opción del régimen de transitoriedad buscaría privilegiar la seguridad jurídica de
los gobernados, en la medida en que se procura proteger ese principio jurídico con el
establecimiento de plazos procesales reducidos (en ciertos supuestos) y mayores requisitos
procesales para la interposición de la demanda de lesividad.
Sin embargo, en contraposición esto implicaría restringir en algunos casos la posibilidad de
que la autoridad administrativa pudiera interponer juicios de lesividad en contra de actos
administrativos emitidos con anterioridad a la reforma correspondiente, sobre todo aquellos en
los que ya hubiere transcurrido el plazo para la interposición de la demanda, conforme al
régimen que se propone.
Opino que en este caso debe privilegiarse la seguridad jurídica de los gobernados por
sobre la posible afectación al principio de legalidad, en la medida en que la afectación a este
último principio no sería grave, porque debe recordarse que solo en algunos supuestos
específicos se reducen los plazos, siendo que en la generalidad se respeta el de cinco años
para la declaratoria de lesividad, que coincide con el plazo que actualmente tienen las
autoridades para la presentación de la demanda.
Otro aspecto también a considerar en favor de esta última opción es que realmente son
pocos los juicios de lesividad que se presentan ante el TFJA en las materias respecto de las
cuales se vería reducido el plazo de impugnación general de los cinco años 113 (en términos
de la reforma en comento), por lo que establecer que la modificación al marco jurídico fuera
aplicable también a ese tipo de asuntos desde la entrada en vigor de la reforma, implicaría
una afectación mínima en ese sentido, lo que si bien puede considerarse un aspecto más bien
relacionado con la práctica jurisdiccional, es un factor que debe ser tomado en cuenta por el
legislador en caso de impulsar una reforma como la que se propone.
Sería factible, asimismo, que las nuevas disposiciones rigieran la impugnación vía lesividad
de actos administrativos favorables emitidos con anterioridad a la reforma propuesta, es decir,
de manera retroactiva pero en beneficio de la seguridad jurídica de los gobernados.
Considero que con el marco jurídico adjetivo especial antes propuesto se corrigen
prudentemente múltiples lagunas e inconsistencias que se suscitan con motivo de la
interposición, tramitación y resolución del juicio de lesividad en el ámbito federal, lo que
transformaría a ese juicio en una vía efectiva para suprimir actuaciones administrativas
ilegales que indebidamente benefician a los particulares, a la vez que se protegería la
seguridad jurídica de los gobernados mediante el establecimiento de nuevos requisitos y
formalidades que deben regir al proceso.
Precisamente la propuesta consiste en establecer reglas claras sobre qué autoridades son
las competentes para interponer el juicio, qué tipo de actos pueden ser anulados a través de
esta vía, precisar claramente cuál es el objetivo y justificación que tiene la autoridad
administrativa para demandar la nulidad de su acto concreto, así como las consecuencias
jurídicas que produciría una sentencia de anulación en la esfera jurídica del particular, lo que
redundaría en una mejor protección a la seguridad jurídica de los gobernados que se vieran
inmersos como demandados en el citado juicio.
También, propongo reglas que buscan cumplir con el principio de legalidad, como las
relativas a que no se dejen fuera de control jurisdiccional actos administrativos que
formalmente no cumplirán los requisitos de procedencia (relativo a si el acto califica como
favorable o definitivo) pero que materialmente sí debieran ser materia del juicio de lesividad,
que el plazo de impugnación para interponer la demanda sea acorde con el plazo para el
ejercicio de facultades de comprobación o verificación de la autoridad administrativa, así
como el establecimiento de supuestos concretos que justifiquen la eliminación de los efectos
ya producidos por el acto administrativo.
Estás últimas reglas procesales, que privilegian el fondo por sobre la forma, permiten evitar
que actos administrativos ilegales escapen del control jurisdiccional injustificadamente, de
modo que se permitiría cumplir con el objetivo esencial del juicio de lesividad, que es lograr la
anulación de los actos administrativos que se han dictado en el plano de la ilegalidad, e
incluso mediante la corrupción, e impedir que produzcan o sigan produciendo sus efectos
lesivos en perjuicio de la colectividad, del orden público y del interés social.
DECRETO POR EL QUE SE REFORMAN, ADICIONAN Y DEROGAN DIVERSAS DISPOSICIONES DE LA LEY FEDERAL DE
PROCEDIMIENTO CONTENCIOSO ADMINISTRATIVO Y LA LEY ORGÁNICA DEL TRIBUNAL FEDERAL DE JUSTICIA
ADMINISTRATIVA.
ARTÍCULO PRIMERO.- Se REFORMAN el último párrafo del artículo 2o.; la fracción III del
artículo 13; y el último párrafo de la fracción V, así como el antepenúltimo párrafo del artículo
14. Se ADICIONAN un segundo párrafo a la fracción I del artículo 8o.; una fracción XVII al
artículo 8o. pasando la actual a ser XVIII; un párrafo cuarto de la fracción V del artículo 14,
recorriéndose el anterior párrafo cuarto a ser quinto; la fracción III al artículo 57; y el Capitulo
XIII denominado “Del Juicio de Lesividad” al Título II, que comprende los artículos 58-30; 58-
31; 58-32; 58-33; 58-34; 58-35, 58-36; 58-37, 58-38 y 58-39 a la Ley Federal de
Procedimiento Contencioso Administrativo, para quedar como sigue:
Artículo 2o.- …
…
Las autoridades de la Administración Pública Federal tendrán acción para controvertir
exclusivamente sus resoluciones administrativas y las emitidas por sus inferiores jerárquicos,
cuando sean favorables a los particulares y estime que son contrarias a la ley, siempre que se
trate de las materias señaladas como competencia del Tribunal Federal de Justicia
Administrativa.
Articulo 8o.-…
I. ...
En el caso en que el demandante sea una autoridad administrativa, el juicio será
improcedente si el acto impugnado no causa afectación concreta al interés público. Para esos
efectos, la autoridad actora precisará en su demanda cuál es el interés público que se estima
afectado y las razones por las que se considera tal afectación.
II. a XVI.-…
XVII. Tratándose del juicio de lesividad, cuando a la fecha de presentación de la demanda
no se hubiera emitido y notificado en tiempo y forma la declaratoria de lesividad a que se
refiere el artículo 58-31 de esta Ley.
XVIII. En los demás casos en que la improcedencia resulte de alguna disposición de esta
Ley o de una ley fiscal o administrativa.
…
Artículo 13.- …
…
…
I. a II. …
III. De treinta días cuando las autoridades demanden la modificación o nulidad de una
resolución favorable a un particular, los que se contarán a partir del día siguiente a la fecha
en que se haya notificado al particular la declaratoria de lesividad a que se refiere el artículo
58-31 de esta Ley, y sin que en su conjunto se exceda del plazo previsto por las fracciones I y
II del mismo artículo, que resulte aplicable.
…
…
…
Artículo 14.- …
I. a IV. …
V. …
…
…
Tratándose del juicio de lesividad, en todos los casos se deberá acompañar a la demanda
el expediente administrativo en que se haya dictado la resolución favorable impugnada
incluyendo la declaratoria de lesividad a que se refiere el artículo 58-31 de esta Ley.
Se entiende por expediente administrativo el que contenga toda la información relacionada
con el procedimiento que dio lugar a la resolución impugnada; dicha documentación será la
que corresponda al inicio del procedimiento, los actos administrativos posteriores y a la
resolución impugnada, así como también la declaratoria de lesividad a que se refiere el
párrafo anterior, cuando se trate del juicio de lesividad. La remisión del expediente
administrativo no incluirá las documentales privadas del actor, salvo que las especifique como
ofrecidas. El expediente administrativo será remitido en un solo ejemplar por la autoridad, el
cual estará en la Sala correspondiente a disposición de las partes que pretendan consultarlo.
VI. a VIII. …
…
…
…
Cuando se omita el nombre del demandante o los datos precisados en las fracciones II y VI,
el magistrado instructor desechará por improcedente la demanda interpuesta. Si se omiten los
datos previstos en las fracciones III, IV, V, VII y VIII, el magistrado instructor requerirá al
promovente para que los señale dentro del término de cinco días, apercibiéndolo que de no
hacerlo en tiempo se tendrá por no presentada la demanda o por no ofrecidas las pruebas,
según corresponda. Tratándose del juicio de lesividad, en el caso de que el magistrado
instructor requiera a la autoridad el expediente administrativo en términos de este párrafo, el
apercibimiento será para que de no exhibirse en tiempo se tendrá por no presentada la
demanda de lesividad.
…
…
Artículo 57.- …
I. a II. …
III. Tratándose del juicio de lesividad, la autoridad procederá en términos de las fracciones
anteriores, según sea el caso; en el supuesto en que la sentencia ordene reponer el
procedimiento o subsanar el vicio de la resolución favorable anulada, el plazo para dar
cumplimiento a la sentencia será conforme a lo siguiente:
a) Si la resolución favorable anulada proviene de un procedimiento iniciado a instancia del
particular, el plazo para emitir la resolución será el previsto por la ley que regule el acto o
resolución de que se trate, sin que este exceda de tres meses.
b) Si la resolución favorable anulada proviene de un procedimiento oficioso, el plazo para
emitir la resolución será el previsto por la ley que regule el acto o resolución de que se trate.
c) En el caso de que la sentencia ordene reponer el procedimiento, la autoridad deberá
iniciar o continuar con el procedimiento, notificándolo al interesado dentro de los primeros
veinte días del plazo que tenga para dar cumplimiento a la sentencia, y las subsecuentes
actuaciones, incluida la emisión de la resolución que lo concluya, se emitirán y notificarán en
los plazos establecidos en la ley que regule el procedimiento.
d) En los casos no previstos en los incisos anteriores o si la ley que regule el acto o
resolución de que se trate no prevé un plazo específico para concluir con el procedimiento o
para emitir la resolución respectiva, el plazo para el cumplimiento de la sentencia será de
cuatro meses.
En los supuestos de los incisos b) y c) de esta fracción, el plazo para reponer el
procedimiento sumado al diverso para emitir la resolución definitiva en su conjunto no
excederá de tres meses si el procedimiento se sustancia conforme a la Ley Federal de
Procedimiento Administrativo, y de doce meses si se trata del ejercicio de facultades de
comprobación a que se refiere el artículo 42, fracciones II y III del Código Fiscal de la
Federación.
En la sentencia definitiva siempre se precisará cuál es el plazo aplicable conforme a los
supuestos anteriores para efecto del cumplimiento de la sentencia.
Los actos o resoluciones emitidas en contravención a los plazos establecidos en este
precepto serán nulos por preclusión de las facultades de la autoridad demandada o actora
para reponer el procedimiento o emitir la resolución favorable y en su contra procederá la
instancia de Queja a que se refiere el artículo 58 de esta Ley.
TÍTULO II
De la Sustanciación y Resolución del Juicio
CAPÍTULO XIII
Del Juicio de Lesividad
Disposiciones Transitorias
• Que la materia del acto o resolución debe ser de aquellas que son competencia del TFJA;
• Que se defina el concepto de resolución favorable siguiendo el criterio conforme al cual se atiende a los efectos que produce el acto o resolución
administrativa, de forma que le confieran al particular una posición de beneficio individual con el correlativo perjuicio al interés público, y
• Que se trate de una resolución definitiva atendiendo al criterio de la SCJN, que tiene como premisa la expresión de una voluntad final o última de la
autoridad, ya sea que culmine o no con un procedimiento administrativo previo.
d) Pese a que la SCJN ya reconoció la constitucionalidad del plazo de cinco años para la
interposición de la demanda de lesividad, se verificó que en general es un plazo
excesivamente amplio durante el cual se deja en incertidumbre al particular sobre la posible
nulidad de su acto administrativo favorable.
Para aminorar la afectación al principio de seguridad jurídica debe adoptarse el sistema de
declaratoria de lesividad previa a la interposición del juicio de lesividad, que además tendría
que ser un presupuesto procesal de este último. La declaratoria de lesividad previene al
gobernado sobre la inminente demanda de nulidad de su acto administrativo favorable de
forma previa a que sea emplazado formalmente al juicio de lesividad, y con esta medida se
disminuye la incertidumbre que pudiera tener el particular, favorecido con un acto
administrativo, respecto a ser demandado en juicio.
Se concluye que el plazo para la interposición de la demanda de lesividad debe ser
coincidente con los plazos previstos en las leyes fiscales o administrativas respectivas, que
regulan los plazos de caducidad o prescripción o bien la extinción del derecho ejercido por el
particular por el transcurso del tiempo, en aquellos casos en que estos son menores a los
cinco años, privilegiando la seguridad jurídica de los gobernados.
e) Se verificó que el Derecho Procesal que prevé la LFPCA en favor de la parte actora en
el juicio de nulidad, de ofrecer como prueba el expediente administrativo en que se dictó el
acto o resolución impugnada, no puede operar en la misma forma en el juicio de lesividad, al
fungir la autoridad administrativa como parte actora, por lo que ese expediente debe ser un
requisito formal para presentar la demanda respectiva.
f) Un aspecto procesal en el que debe privilegiarse el principio de legalidad, es el relativo a
que la LFPCA permita el allanamiento del particular, tanto por lo que hace a los hechos de la
controversia como al derecho o pretensión deducida en el juicio, de manera que en ese caso
el interés individual y el colectivo confluirían en un mismo punto y, por tanto, no existiría
conflicto entre el principio de legalidad y el de seguridad jurídica.
g) La presunción de legalidad del acto administrativo impugnado como regla procesal
aplicable al juicio de lesividad se traduciría en que la carga probatoria de la autoridad actora
debe ceñirse a demostrar aspectos relacionados con una verdadera afectación o lesión al
interés público, es decir, debe estar encaminada a probar un quebrantamiento material a la
norma jurídica sustantiva producida por el acto administrativo favorable y no a la simple
contravención del orden jurídico, en un sentido formal.
h) Respecto a la figura procesal de la ampliación de la demanda se verificó que no todos
los supuestos previstos actualmente en el artículo 17 de la LFPCA resultan compatibles con el
juicio de lesividad, en razón de la posición que guarda la autoridad actora respecto de su acto
administrativo.
Por lo tanto se concluye que sería improcedente una ampliación de argumentos y solo
procederá en los supuestos en que se trate de hechos respecto de los cuales la autoridad no
tuviera conocimiento al momento de presentar la demanda o bien aquellos relativos a
defender la oportuna presentación de la demanda de lesividad. Por lo anterior, la norma
adjetiva que regule el juicio de lesividad debe establecer expresamente los supuestos antes
referidos en que procede la ampliación con la finalidad de observar los principios de legalidad
y de seguridad jurídica.
i) Se advirtió que el artículo 31 de la LFPCA, que regula los supuestos para la acumulación
de juicios contencioso administrativos, presenta ambigüedades en su interpretación con
respecto al supuesto en que se dé la posible acumulación de un juicio de lesividad y un juicio
de nulidad que versen sobre la impugnación de un mismo acto administrativo de naturaleza
compleja, es decir, que produzca al mismo tiempo efectos favorables y desfavorables para el
particular a quien se dirige. De ahí que se concluye que la norma adjetiva que regule el juicio
de lesividad debe prever ese supuesto específico para efecto de evitar ambigüedad en la
interpretación y el posible dictado de sentencias contradictorias entre ambos juicios,
protegiendo así los principios de legalidad y de seguridad jurídica.
j) Se concluye que la norma adjetiva especial al juicio de lesividad debe limitar la nulidad
del acto administrativo favorable a los supuestos en los que se acredite la ilegalidad del acto
en cuanto a la incompetencia del funcionario, por vicios de fondo del asunto o bien por desvío
de poder (cuando la resolución administrativa dictada en ejercicio de facultades
discrecionales no corresponda a los fines para los cuales la ley confiera dichas facultades), y
que si bien puede contemplarse la posibilidad de su nulidad tratándose de vicios formales o
de procedimiento, esto se limite al caso en que el particular se allane a las pretensiones de la
autoridad actora.
k) La norma procesal que regula los efectos de la sentencia de nulidad debe considerar
aspectos no solo objetivos (de contravención al ordenamiento jurídico o al interés público)
sino también subjetivos, tales como el error, la violencia, el dolo, la mala fe, incluyendo
aquellos en los que la voluntad del particular se encuentra encaminada a desviar la decisión
regular del servidor público, como es el caso de las conductas sancionadas como actos de
corrupción en términos de la Ley General de Responsabilidades Administrativas.
l) Por consiguiente, es necesario que para privilegiar la seguridad jurídica de los
gobernados en las normas adjetivas que regulen el juicio de lesividad se establezca la
irretroactividad de los efectos de la sentencia de nulidad como regla general y como
excepción, la retroactividad de sus efectos, previendo supuestos en los cuales se le pueda
atribuir al particular favorecido con el acto administrativo una actuación de mala fe o dolosa
en la obtención del acto administrativo favorable. La norma adjetiva que regule los supuestos
de excepción a la regla general de irretroactividad de la sentencia de nulidad en el juicio de
lesividad, debe contemplar aquellos casos en los que sea necesario dar efectos retroactivos a
la nulidad del acto para evitar un grave daño o perjuicio al orden público o al interés social.
m) Como parte de las inconsistencias advertidas en las normas adjetivas que regulan al
juicio de lesividad en el contencioso administrativo, se determinó que la función del plazo para
el cumplimiento de la sentencia tiene por objeto establecer un límite temporal a la actuación
de la autoridad administrativa, de ahí que la ponderación entre los principios de legalidad y
seguridad jurídica implica que, por un lado, la norma procesal otorgue un plazo suficiente para
que la autoridad esté en aptitud de reponer el procedimiento o emitir la nueva resolución,
asegurando con ello que la administración se ajuste al principio de legalidad y, por otro, que el
plazo no sea tan amplio que deje injustificadamente en incertidumbre al particular interesado
sobre la reposición del procedimiento y la emisión de una nueva resolución que en definitiva
le determine su situación jurídica concreta; esto, conforme al principio de seguridad jurídica.
En este aspecto se concluye que la ponderación debe atender a un justo medio entre
ambos principios, de manera que se distinga entre los supuestos antes referidos, acudiendo
para tal efecto a los plazos que se prevén en las leyes administrativas y fiscales en la materia
que rija al acto administrativo de que se trate, determinando plazos perentorios, es decir, sin
que la autoridad pueda exceder de un máximo de tiempo.
Asimismo, a fin de dotar de certeza jurídica al gobernado se propone que ese plazo –para
el cumplimiento de la sentencia– sea determinado por el juzgador en el fallo respectivo, en
todos los casos.
9. Es fundamental contar con un nuevo marco jurídico ad hoc que regule el juicio de
lesividad en México, que le permita cumplir con su principal objetivo: Evitar que un acto
administrativo favorable, que es ilegal, lesione indebidamente el orden público y el interés
social, procurando en lo posible no afectar gravemente la seguridad jurídica de los
gobernados.
En ese sentido, la propuesta que hago sobre las reglas procesales que regulen al juicio de
lesividad tiene como finalidad que esta instancia se erija como un mecanismo verdaderamente
protector de la seguridad jurídica de los particulares y en una eficaz herramienta en el
combate de actos administrativos que se emitieron en el plano de la ilegalidad; esto, en
beneficio de la preservación del Estado de Derecho y de la cultura de legalidad que tanto
necesita nuestro país.
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POE. México. 2017. Ley del Procedimiento Contencioso Administrativo del Estado de
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Yucatán
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Yucatán.
DO. México. 2017. Ley de lo Contencioso Administrativo del Estado de Yucatán.
Zacatecas
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Acta de Sesión de 18 de enero de 2001 del Congreso del Estado de Veracruz de Ignacio de
Llave. Véase en: https://www.legisver.gob.mx/actas/actasLIX/18enero2001.pdf Consultada el
14 de abril de 2020.
Acta de Sesión de 12 de julio de 2017 del Congreso del Estado de Durango. Váse en: htt
p://congresodurango.gob.mx/Archivos/lxvii/actas/170712.doc Consultada el 7 de abril de 2020.
Acta de sesión de 14 de julio de 2017 del Congreso de Durango. Véase en: http://congreso
durango.gob.mx/Archivos/lxvii/actas/170714.doc Consultada el 7 de abril de 2020.
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Diario de los Debates de la Cámara de Diputados de 19 de diciembre de 1938. Váse en: htt
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Diario de los Debates de la Cámara de Senadores del Congreso de los Estados Unidos
Mexicanos. n. 19, XXXVII Legislatura. Tomo III. Año II. Periodo ordinario, 27 de diciembre de
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Diario de los Debates de la Cámara de Diputados de 22 de diciembre de 1966. Véase en: h
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Diario de los Debates de la Cámara de Senadores del Congreso de los Estados Unidos
Mexicanos. Núm. 35. XLVI Legislatura. Tomo III. Año III. Periodo ordinario, 24 de diciembre de
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Diario de los Debates de la Cámara de Senadores del Congreso de los Estados Unidos
Mexicanos. No. 38.XLVI Legislatura. Tomo III. Año III. Periodo ordinario, 28 de diciembre de
1966.
Diario de los Debates de la Cámara de Senadores del Congreso de los Estados Unidos
Mexicanos. No. 39. XLVI Legislatura. Tomo III. Año III. Periodo ordinario, 29 de diciembre de
1966.
Diario de los Debates de la Cámara de Diputados de 19 de diciembre de 1977. Véase en: h
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Diario de los Debates de la Cámara de Diputados de 20 de diciembre de 1977. Véase en: h
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Diario de los Debates de la Cámara de Diputados de 26 de diciembre de 1981. Véase en: h
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Diario de los Debates de la Cámara de Diputados del Congreso de los Estados Unidos
Mexicanos de 29 de noviembre de 1995. Véase en: http://cronica.diputados.gob.mx/DDebate
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Diario de los Debates de la Cámara de Senadores del Congreso de los Estados Unidos
Mexicanos de 6 de diciembre de 1995. Véase en: http://www.senado.gob.mx/64/diario_de_los
_debates/documento/663 Consultada el 20 de julio de 2018.
Diario de los Debates de la Cámara de Senadores del Congreso de los Estados Unidos
Mexicanos de 7 de octubre de 2003. Véase en: http://www.senado.gob.mx/64/diario_de_los_d
ebates/documento/1536 Consultada el 3 de octubre de 2018.
Diario de los Debates de la Cámara de Senadores del Congreso de los Estados Unidos
Mexicanos de 11 de noviembre de 2003. Véase en: http://www.senado.gob.mx/64/diario_de_lo
s_debates/documento/1444 Consultada el 3 de octubre de 2018.
Diario de los Debates de la Cámara de Diputados del Congreso de los Estados Unidos
Mexicanos de 18 de noviembre de 2003 Vol. II. Véase en http://cronica.diputados.gob.mx/DDe
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Diario de los Debates de la Cámara de Diputados del Congreso de los Estados Unidos
Mexicanos de 28 de abril de 2005, Vol. I y III. Véase en: http://cronica.diputados.gob.mx/PDF/5
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Diario de los Debates de la Cámara de Senadores del Congreso de los Estados Unidos
Mexicanos de 29 de septiembre de 2005. Véase en: http://www.senado.gob.mx/64/diario_de_l
os_debates/documento/1629 Consultada el 3 de octubre de 2018).
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Mexicanos de 4 de octubre de 2005. Véase en: https://www.senado.gob.mx/64/diario_de_los_
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Exposición de motivos de la Ley de Justicia Fiscal de 31 de agosto de 1936. Véase en: htt
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Exposición de motivos de la Ley Federal de Procedimiento Contencioso Administrativo de
18 de octubre de 2001. Véase en: http://legislacion.scjn.gob.mx/Buscador/Paginas/wfProceso
LegislativoCompleto.aspxq=HpCAHl9wwarDa35+atplYZACCBsRtzrF+JJHPzoo4RKKA/Ik4Oeu
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Gaceta Parlamentaria de la Cámara de Diputados. México, número 2725-II, jueves 26 de
marzo de 2009. (2705). Véase en http://gaceta.diputados.gob.mx/PDF/60/2009/mar/20090326
-II.pdf Consultada el 29 de junio de 2018.
Proceso Legislativo de la Ley Orgánica del Tribunal Federal de Justicia Fiscal y
Administrativa. Véase en: http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/proceso/lx/060_DOF_06di
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Proceso legislativo de la reforma a la LJASIN de 8 de abril de 1998. Véase en: http://legisla
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Proceso Legislativo de la Ley Orgánica del Tribunal Federal de Justicia Administrativa.
Véase en: http://www.diputados.gob.mx/sedia/biblio/prog_leg/Prog_leg_LXIII/083_DOF_18jul1
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Ejecutorias del Poder Judicial de la Federación y Sentencias del Tribunal Federal de Justicia
Administrativa
Precedentes y Jurisprudencias
Principios constitucionales
Precedente IV-P-2aS-90, Revista del TFJA, Cuarta Época, Año II, No. 9, abril de 1999, p.
99, de rubro: JUICIO DE LESIVIDAD.- SU PROCEDENCIA.
Precedente V-P-SS-592 Revista del TFJA, Quinta Época, Año IV, No. 47, noviembre de
2004. p. 106, de rubro: JUICIO DE LESIVIDAD. SU IMPROCEDENCIA CUANDO SE
PROMUEVE POR AUTORIDAD QUE NO EMITIÓ LA RESOLUCIÓN FAVORABLE
IMPUGNADA NI ES EL TITULAR DE LA DEPENDENCIA A LA QUE PERTENEZCA LA
AUTORIDAD DEMANDANTE.
Tesis con número de registro 331119, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta,
Quinta Época, t. LVII, p. 890, de rubro: TRIBUNAL FISCAL, FACULTADES DEL.
Tesis I.7o.A.691 A, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena Época, t.
XXXI, marzo de 2010, p. 2924, de rubro: CONDONACIÓN DE CRÉDITOS FISCALES. LA
HIPÓTESIS NORMATIVA REFERENTE A QUE LA SOLICITUD RELATIVA NO CONSTITUYE
INSTANCIA Y QUE LA RESOLUCIÓN QUE LE RECAIGA NO PUEDE SER IMPUGNADA,
CONTENIDA EN LA FRACCIÓN VII DEL ARTÍCULO SÉPTIMO TRANSITORIO DE LA LEY
DE INGRESOS DE LA FEDERACIÓN PARA EL EJERCICIO FISCAL DE 2007, ESTÁ
DIRIGIDA A LOS CONTRIBUYENTES Y NO A LAS AUTORIDADES QUE SE PRONUNCIEN
SOBRE LA CONCESIÓN DE DICHO BENEFICIO.
Jurisprudencia 2a./J. 131/2013 (10a.), Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta,
Décima Época, t. 2, libro XXIV, septiembre de 2013, p. 1411, de rubro: ORDEN DE VISITA
DOMICILIARIA. SU REVOCACIÓN POR PARTE DE LA AUTORIDAD FISCAL NO
CONSTITUYE UNA RESOLUCIÓN FAVORABLE PARA EFECTOS DE SU IMPUGNACIÓN
MEDIANTE EL JUICIO DE LESIVIDAD ANTE EL TRIBUNAL FEDERAL DE JUSTICIA FISCAL
Y ADMINISTRATIVA.
Precedente VII-P-1aS-1431, Revista del TFJA, Octava Época, Año I. No. 4. noviembre
2016, p. 832, de rubro: RESOLUCIÓN DEL RECURSO DE REVOCACIÓN FAVORABLE AL
GOBERNADO, ES SUSCEPTIBLE DE IMPUGNARSE A TRAVÉS DEL JUICIO DE
LESIVIDAD.
Tesis sin número, Semanario Judicial de la Federación, Octava Época, Tomo I, Segunda
Parte-1, Enero-Junio de 1988, p. 320, cuyo rubro y contenido, son del tenor siguiente:
GESTION DE NEGOCIOS EN MATERIA FISCAL, CUANDO EL PROMOVENTE DE UN
RECURSO ADMINISTRATIVO NO ACREDITA SU PERSONALIDAD, NO PROCEDE LA.
Interés jurídico
Precedente VIII-P-1aS-376, Revista del TFJA, Octava Época, Año III, No. 24, julio de 2018,
p. 321, de rubro: JUICIO DE LESIVIDAD.- LA ÚNICA VÍA PARA TRAMITAR LA DEMANDA DE
NULIDAD RESPECTIVA, ES A TRAVÉS DEL SISTEMA DE JUSTICIA EN LÍNEA.
Tesis I.4o. A.120 A (10a), Gaceta del Semanario Judicial de la Federación, Décima Época,
Libro 58, Septiembre de 2018, t. III, p. 2385, de rubro: “JUICIO DE LESIVIDAD FEDERAL.
PUEDE TRAMITARSE EN LÍNEA O EN LA VÍA TRADICIONAL.
Precedente III-TASS-I-5, Revista del TFJA, Tercera Época, Año IX, No. 105, septiembre de
1996, p. 7, de rubro: JUICIO DE LESIVIDAD. EL TRIBUNAL FISCAL DE LA FEDERACION NO
PUEDE DECLARAR SU NULIDAD, APOYANDOSE EN CAUSALES DE IMPROCEDENCIA
DE LA PROMOCION QUE MOTIVO LA RESOLUCION FAVORABLE AL PARTICULAR.
Jurisprudencia. Tribunales Colegiados de Circuito. Semanario Judicial de la Federación.
Séptima Época, Volumen 121-126, Sexta Parte. p. 280, cuyo rubro y contenido, son del tenor
siguiente: ACTOS VICIADOS, FRUTOS DE.
Tesis VI.A.83 A, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena Época, t. XII,
septiembre de 2000, p. 703, de rubro: ALLANAMIENTO A LOS HECHOS DE UNA DEMANDA
TRAMITADA ANTE EL TRIBUNAL FISCAL DE LA FEDERACIÓN. NO VINCULA A
DECLARAR LA NULIDAD EN LOS TÉRMINOS SOLICITADOS POR LA PARTE
DEMANDADA.
Tesis I.7o.A.352, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena Época, t. XXI,
febrero de 2005, p. 1711, de rubro: LESIVIDAD. A TRAVÉS DEL EJERCICIO DE ESTA
ACCIÓN LA AUTORIDAD PUEDE OBTENER LA MODIFICACIÓN O REVOCACIÓN DE
DERECHOS OTORGADOS A UN PARTICULAR POR UNA RESOLUCIÓN ADMINISTRATIVA.
Jurisprudencia I.4o.A. J/49, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena
Época, Tomo XXVI, agosto de 2007, p. 1138, cuyo rubro y contenido, son del tenor siguiente:
ACTO ADMINISTRATIVO. SU VALIDEZ Y EFICACIA NO SE AFECTAN CON MOTIVO DE
“ILEGALIDADES NO INVALIDANTES” QUE NO TRASCIENDEN NI CAUSAN INDEFENSIÓN
O AGRAVIO AL PARTICULAR (CÓDIGO FISCAL DE LA FEDERACIÓN VIGENTE HASTA EL
31 DE DICIEMBRE DE 2005).
Jurisprudencia P./J.81/2007, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena
Época, t. XXVI, diciembre de 2007, p. 9, de rubro: JUICIO DE LESIVIDAD. EL ARTÍCULO 36,
PRIMER PÁRRAFO, DEL CÓDIGO FISCAL DE LA FEDERACIÓN QUE LO PREVÉ, SIN
ESPECIFICAR LAS CAUSAS Y EFECTOS DE LA DECLARACIÓN DE NULIDAD, NO VIOLA
LA GARANTÍA DE SEGURIDAD JURÍDICA.
Jurisprudencia 2a./J. 133/2014 (10a.) Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta,
Décima Época, t. II, libro 15, febrero de 2015, p. 1689, de rubro: NULIDAD DE
RESOLUCIONES O ACTOS DERIVADOS DEL EJERCICIO DE FACULTADES
DISCRECIONALES. LA DECRETADA POR VICIOS DE FORMA DEBE SER PARA EFECTOS.
Jurisprudencia PC.VIII. J/2 A (10a.) publicada en la Gaceta del Semanario Judicial de la
Federación, Décima Época, Libro 37, Tomo II, Diciembre de 2016, p. 1364, cuyo rubro y
contenido, son: PAGO DE LO INDEBIDO. LAS SALAS DEL TRIBUNAL FEDERAL DE
JUSTICIA FISCAL Y ADMINISTRATIVA ESTÁN OBLIGADAS A DETERMINAR SI EL ACTOR
TIENE DERECHO A SU RESTITUCIÓN, SIENDO INNECESARIO QUE PREVIAMENTE
SOLICITE SU DEVOLUCIÓN A LA AUTORIDAD ADMINISTRATIVA.
Jurisprudencia 2a./J. 133/2014 (10a.), Gaceta del Semanario Judicial de la Federación,
Décima Época, t. II, libro 15, febrero de 2015, p. 1689, cuyo rubro y texto, dicen lo siguiente:
“NULIDAD DE RESOLUCIONES O ACTOS DERIVADOS DEL EJERCICIO DE FACULTADES
DISCRECIONALES. LA DECRETADA POR VICIOS DE FORMA DEBE SER PARA EFECTOS.
Tesis XVII.1o.P.A.73 P (10a.). Tribunales Colegiados de Circuito. Semanario Judicial de la
Federación. Décima Época, Libro 57, Agosto de 2018, Tomo III. p. 3085, cuyo rubro y
contenido, son del tenor siguiente: “TEORÍA DE “LOS FRUTOS DEL ÁRBOL
ENVENENADO”. NO SE ACTUALIZA POR EL HECHO DE HABERSE PRACTICADO UNA
DILIGENCIA DE RECONOCIMIENTO DE UNA PERSONA POR UNA FOTOGRAFÍA SIN
OBSERVAR LAS FORMAS LEGALES.
Tesis XXII.P.A.24 A (10a.) publicada en la Gaceta del Semanario Judicial de la Federación,
Décima Época, Tribunales Colegiados de Circuito. Libro 65, Tomo III, Abril de 2019, p. 2116,
cuyo rubro y texto, son: SENTENCIAS DEL TRIBUNAL FEDERAL DE JUSTICIA
ADMINISTRATIVA. CUANDO LA SALA REGIONAL, POR UNA PARTE, ANULA LA
RESOLUCIÓN IMPUGNADA POR AUSENCIA DE FUNDAMENTACIÓN DE LA
COMPETENCIA DE LA AUTORIDAD DEMANDADA Y, POR LA OTRA, ANALIZA LOS
CONCEPTOS DE ANULACIÓN RELATIVOS AL FONDO, PERO DECLARA INFUNDADA LA
PRETENSIÓN DEL ACTOR, VIOLA LOS PRINCIPIOS DE MAYOR BENEFICIO Y DE
CONGRUENCIA.
Efectos retroactivos
Tesis con núm. de registro: 232511, Semanario Judicial de la Federación, Séptima Época.
vol. 145-140, Primera Parte, p. 53, de rubro: DERECHOS ADQUIRIDOS Y EXPECTATIVAS
DE DERECHO, CONCEPTO DE LOS, EN MATERIA DE RETROACTIVIDAD DE LEYES.
Jurisprudencia P./J. 95/2001, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta. Novena
Época, t. XIV, agosto de 2001, p. 5, de rubro: CONSOLIDACIÓN FISCAL. LAS REFORMAS A
LOS PRECEPTOS QUE REGULAN ESTE RÉGIMEN, QUE INICIARON SU VIGENCIA EL
PRIMERO DE ENERO DE MIL NOVECIENTOS NOVENTA Y NUEVE, SON VIOLATORIAS
DEL PRINCIPIO DE IRRETROACTIVIDAD DE LA LEY CONSAGRADO EN EL ARTÍCULO 14
DE LA CONSTITUCIÓN FEDERAL, Y POR CONSECUENCIA DE LA CERTEZA Y LA
SEGURIDAD JURÍDICAS, EN RELACIÓN, EXCLUSIVAMENTE, CON LOS
CONTRIBUYENTES QUE EN ESE MOMENTO TRIBUTABAN DENTRO DEL PERIODO
OBLIGATORIO DE CINCO EJERCICIOS, SÓLO RESPECTO A LOS PENDIENTES DE
TRANSCURRIR.
Jurisprudencia P./J. 123/2001, Semanario Judicial de la Federación, Novena Época, t. XIV,
octubre de 2001, p. 16, de rubro: RETROACTIVIDAD DE LAS LEYES. SU DETERMINACIÓN
CONFORME A LA TEORÍA DE LOS COMPONENTES DE LA NORMA.
Jurisprudencia P./J. 125/2008, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena
Época, t. XXX, septiembre de 2009, p. 35, de rubro: ISSSTE. LAS MODIFICACIONES AL
ANTERIOR SISTEMA DE PENSIONES NO TRANSGREDE LA GARANTÍA DE
IRRETROACTIVIDAD DE LA LEY (ARTÍCULO DÉCIMO TRANSITORIO DE LA LEY
VIGENTE A PARTIR DEL 1o. DE ABRIL DE 2007).
Tesis II.2o.T.Aux.2 A. Tribunales Colegiados de Circuito. Semanario Judicial de la
Federación y su Gaceta. Novena Época, Tomo XXXI, Febrero de 2010. p. 2936, de rubro:
ULTRACTIVIDAD DE LAS LEYES. ES IMPROCEDENTE CUANDO SE RECLAMA UN
DERECHO CREADO O RECONOCIDO POR UNA NORMA ADMINISTRATIVA QUE NO
RIGIÓ LA RELACIÓN JURÍDICA PRETENDIDAMENTE GENERADORA DE ÉL, SINO QUE
NACIÓ UNA VEZ TERMINADA ÉSTA Y POSTERIORMENTE DEJÓ DE ESTAR EN VIGOR,
DE MODO QUE YA NO ERA APLICABLE CUANDO EL INTERESADO HIZO SU
RECLAMACIÓN.
Jurisprudencia 1a./J. 78/2010, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena
Época, t. XXXIII, abril de 2011, p. 285, de rubro: RETROACTIVIDAD DE LA LEY Y
APLICACIÓN RETROACTIVA. SUS DIFERENCIAS.
Tesis 2a. CXXXI/2015 (10ª.), Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Décima
Época, t. I, libro 25, diciembre de 2015, p. 467, de rubro: CONSULTA FISCAL FAVORABLE AL
GOBERNADO. EL BENEFICIO OBTENIDO EN SEDE ADMINISTRATIVA PUEDE
MODIFICARSE O REVOCARSE MEDIANTE JUICIO DE LESIVIDAD, CASO EN EL QUE LA
RESOLUCIÓN RESPECTIVA NO TIENE EFECTOS RETROACTIVOS (INTERPRETACIÓN
DIFERENCIADA DEL ARTÍCULO 13, PÁRRAFO TERCERO, FRACCIÓN III, DE LA LEY
FEDERAL DE PROCEDIMIENTO CONTENCIOSO ADMINISTRATIVO).
Tesis VIII-P-SS-345, Revista del TFJA, Octava Época, Año IV, No. 34, Mayo 2019, p. 141,
de rubro: JUICIO DE LESIVIDAD. SU MATERIA Y LOS EFECTOS DE LA SENTENCIA DE
NULIDAD, CUANDO SE ACREDITA LA ILEGALIDAD DE UN CONVENIO DE PAGO A
PLAZOS DE CONTRIBUCIONES, EN SU MODALIDAD DE PARCIALIDADES.