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Amor y rabia
Coordinado por
Quim Casas
Colección Nosferatu
Editan:
E. P. E. Donostia Kultura
Teatro Victoria Eugenia
Reina Regente 8
20003 Donostia / San Sebastián
Tf.: + 34 943 48 11 57
cinema_cinema@donostia.eus
www.donostiakultura.eus
Distribuye:
UDL Libros
Tf.: + 34 91 748 11 90
www.udllibros.com
ISBN: 978-84-944404-9-6
Depósito legal: SS-883-2019
CONTEXTOS
Presentación: amor y rabia. Quim Casas........................................... 17
No había casa a la que volver. Fassbinder y
el Nuevo Cine Alemán. Violeta Kovacsics.......................................... 31
En la eternidad de una puesta de sol. Carlos Losilla............................ 37
El teatro, quizá, no fue un mero tránsito. Imma Merino....................... 47
COMPLEMENTOS
La música en el cine de Fassbinder. Un mundo conectado
José Manuel Caturla..................................................................... 181
A la sombra del cineasta. Lobos, ángeles, kamikazes
y otras criaturas. Quim Casas........................................................189
DOCUMENTACIÓN
Filmografía. Quim Casas..............................................................201
Bibliografía anotada. Quim Casas.................................................. 215
Discografía. Quim Casas..............................................................227
ÍNDICES
Índice de películas......................................................................231
Índice onomástico.......................................................................239
Nota de los editores
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tiene el escueto título de Chambre 666 (1982) y fue rodado menos de un mes
antes del fallecimiento de Fassbinder, el 10 de junio de 1982, recién cumplidos
los treinta y siete años. De modo que lo que le dijo a la cámara es su declaración
póstuma: “Cierto cine tiende hacia el sensacionalismo, hacia lo grandilocuente
y lo excesivo. Se ve en todas partes. Por otra parte sí que hay un cine individual
o muy nacional que es hoy más importante que el cine, que no es tan distinto
a la televisión”. Fassbinder atisbaba los males del cine de los ochenta, así como
la relación que estaba emprendiendo con el medio televisivo, que era la coyun-
tura de su propia obra: él también estaba investigando en las posibilidades de la
serialidad televisiva a la vez que, según la mayoría de sus detractores, se había
abocado hacia una grandilocuencia y un esteticismo que nada tenía que ver con
sus inicios.
2. Oberhausen
Veinte años antes de la entrada y salida de los cineastas por la habitación del
Hotel Martinez, en otra fecha señalada, el 28 de febrero de 1962, un gru-
po de veintiséis directores alemanes firmaba el Manifiesto de Oberhausen
durante la celebración del festival dedicado al cortometraje en esta ciudad.
Quedaban sentadas las bases del Nuevo Cine Alemán con sentencias como
“nosotros manifestamos nuestra pretensión de crear un nuevo cine alemán”
y “nosotros tenemos, con respecto a la producción del nuevo cine alemán,
ideas concretas de tipo intelectual, formal y económico. Estamos dispues-
tos a soportar riesgos económicos en común”. Concluían el manifiesto de
manera determinante: “El viejo cine está muerto. Creemos en el nuevo”. De
los veintiséis firmantes, solo destacarían en los siguientes años Alexander
Kluge, Peter Schamoni y Edgar Reitz, algo por otro lado normal porque
entre todos los que debutaron en la Nouvelle Vague destacaron los que ya
sabemos.
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solo podíamos soñar” (1). Pese a ello, Wenders se despachó a gusto con Kat
zelmacher en su crítica para la revista Filmkritik en diciembre de 1969 (2): “Lo
terrible de este film es que carece de alegría hasta en el más mínimo detalle. El
montaje es como el paso desalentador del primer al segundo canal del televisor,
cuando cada nuevo cambio de programa solo te hace sentir más furioso y triste.
Solo Hanna Schygulla permanece tan viva, en esta película de muertos, que se
tiene la impresión de verla en color”. En su manifiesta teatralidad –está dedi-
cado a la dramaturga Marieluise Fleisser, a quien Fassbinder adaptará dos años
después en Zapadores en Ingolstadt (Pioniere in Ingolstadt, 1971)–, el film
posee momentos tan bellos, en su ascesis fatalista, como aquel plano frontal en
el que Schygulla, recostada en el hombro de su amante dentro del automóvil, le
dice: “y si sale mal, me quedaré tan sola”. En cuestión de riesgos económicos,
Fassbinder no solo creó su propia productora, Tango Film. Estuvo también en
la gestación de Filmverlag der Autoren, la cooperativa de producción y distribu-
ción organizada por diversos cineastas y sin la cual aquella nueva cinematogra-
fía alemana hubiera sido otra cosa, o no hubiera sido.
La relación con sus compañeros del cine alemán fue complicada. A Jean-Marie
Straub, francés afincado en Alemania, le recriminaba que fuera en contra de su
propio público, aunque Fassbinder tiene una definición muy bonita y precisa de
Crónica de Anna Magdalena Bach (Cronik der Anna Magdalena Bach, 1968):
“Es una película objetivamente interesante porque trata sobre la música de Bach
tal como Straub la oye” (3). A Alexander Kluge lo llamaba “el pequeño doctor”,
con Werner Schroeter y Daniel Schmid tenía vínculos de naturaleza privada y
aseguraba que sus relaciones con Wenders y Herzog eran más complicadas que
con otros directores del Nuevo Cine Alemán. Aun así, participó en Chambre
666 y seguro que suscribiría las declaraciones de Herzog cuando este dijo que
el Nuevo Cine Alemán es esencialmente bávaro (Fassbinder nació en la elegante
localidad bávara de Bad Wörishofen y Herzog en Múnich). Trabajó con Volker
Schlöndorff y Margarethe von Trotta. Dedicó Lola (1981) a Kluge. Schroeter
y su actriz, Magdalena Montezuma, actuaron en algunos filmes de Fassbinder.
El personaje encarnado por Ingrid Caven en Los dioses de la peste (Götter der
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Pest, 1970) se llama Magdalena Fuller, o la simbiosis imposible entre los direc-
tores de La muerte de Maria Malibran (Der Tod der Maria Malibran, 1972) y
Forty Guns (1957). ¿O quizá sea la Magdalena Bach de Straub y Huillet?
5. Deudas francesas
Para Jean-Luc Godard, Fassbinder hizo él solo lo esencial del Nuevo Cine
Alemán, lo que no es exactamente correcto, algo habitual en las declaraciones
apocalípticas de Godard: ¿en qué parte de la historia quedan, si no, los mejores
y más representativos filmes de Wenders, Herzog, Schlöndorff, Von Trotta, Sy-
berberg, Fleischmann, Hauff y Kluge? Pero algo de razón tiene si nos ceñimos
al volumen de trabajo, virulencia intelectual y desparpajo formal del director de
La ley del más fuerte (Faustrecht der Freiheit, 1975). También Henri Langlois
admiraba mucho a Fassbinder. El aprecio era recíproco. El cineasta alemán
tenía deudas con la Nouvelle Vague que saldó en varias ocasiones: presencia de
Anna Karina y Macha Méril en La ruleta china (Chinesisches Roulette, 1976),
por Godard; de Bulle Ogier en La tercera generación (Die dritte Generation,
1979), por Rivette; de Jeanne Moreau en Querelle (Un pacto con el diablo)
(Querelle – Ein Pakt mit dem Teufel, 1982), por Truffaut y Malle; dedicatoria
de El amor es más frío que la muerte (Liebe ist käiter als der Tod, 1969) a
Claude Chabrol, Éric Rohmer y Straub (además de a dos personajes de un wes-
tern de Damiano Damiani). Con Chabrol tenía algún problema: “La mirada de
Chabrol no es la del entomólogo, como a menudo se afirma, sino la de un niño
que tiene insectos en un bote de cristal y contempla alternativamente sorpren-
dido, asustado o gozoso los curiosos comportamientos de sus bichitos. Según
sea su estado de ánimo, que puede depender de si ha dormido o comido bien
o mal, varía su actitud respecto a los insectos. Su actitud cambia, pues. No
investiga. Si lo hiciera, podría y debería encontrar y transmitir los motivos que
explicasen la brutalidad de los seres” (4). También dirigió La tercera genera
ción como respuesta al film de Chabrol Nada (1974), la historia de un grupo
terrorista dividido ideológicamente que secuestra al embajador estadounidense
en París. Fassbinder aseguraba que en 1974 no podía hacer aún una película
sobre la Baader-Meinhof y le parecía que el film de Chabrol era falso. En su
segundo corto, El pequeño caos (Das kleine Chaos, 1966), el personaje inter-
pretado por el director dice, tras conseguir una buena suma de dinero: “Voy a
ir al cine”; esa era en los años sesenta una sentencia muy de Godard pensando
en Nicholas Ray.
4. Del ensayo de 1975 “Schatten freilich und kein Mitleid. Über Claude Chabrol” (“Sombras,
por supuesto, y ninguna compasión. Sobre Claude Chabrol”); traducido en Rainer Werner
Fassbinder, La anarquía de la imaginación, op. cit, págs. 71-72.
20
6. Devociones norteamericanas
5. Boze Hadleigh, Conversations with My Elders, St. Martin’s Press, Londres, 1986. Edición
española: Conversaciones secretas (con Sal Mineo, Luchino Visconti, Cecil Beaton, George Cu-
kor, Rainer Werner Fassbinder y Rock Hudson), Ultramar, Barcelona, 1988, pág. 122.
21
insólitos. Me gustaron los colores, el naranja y el rojo sangre” (6)–, Amarcord
(Federico Fellini, 1973) y El diablo probablemente (Le Diable probablement;
Robert Bresson, 1977).
8. Gestos naturales
22
Ulli Lommel, 1973). El cuero negro no es solo Anger. También es la estética de
Alan Vega y su música de rockabilly mugriento y tribal en el seno de Suicide,
cuyo tema Frankie Teardrop, de un nihilismo tan atroz como muchos relatos
fassbinderianos, puede escucharse en una escena entre velas de Un año con
trece lunas (In einem Jahr mit 13 Monden, 1978). No es extraño que en Rio
das Mortes Hanna Schygulla tenga en su apartamento un gran póster de Buster
Keaton ni que en la última escena llame a un taxi para que la lleve al inexistente
aeropuerto Von Stroheim, en Múnich. Tampoco lo es que el whisky bar donde
actúa la misma Schygulla en Los dioses de la peste se llame Lola Montez, como
el film de Max Ophüls (con s), aunque en su camerino tenga otro poster, el de
Marlene Dietrich, la otra Lola, la de Von Sternberg. No son actos de cinefilia
forzada. En Fassbinder son gestos naturales. La forma en que Keaton, silente
como siempre fue y casi doliente, contempla a Schygulla desde el póster le adju-
dica a la protagonista femenina del film su justo papel –no puede impedir que su
novio y el amigo de este planeen un viaje a Rio das Mortes, en Perú, viaje que
a lo largo del relato es mítico e interior al revés de los viajes físicos en el cine
de Herzog y Wenders–; en otra escena de la película se asegura que “la propia
actitud de las mujeres explica la represión que sufren”, visión no misógina que
se expande en clave reactiva o proactiva en la filmografía de Fassbinder y que
conecta, inesperadamente, con las letras de las canciones del disco de Pau Riba
Dioptria, de 1969.
9. James Quandt, “10 Great Films That Inspired Rainer Werner Fassbinder”, 7/02/2018. http://
www.bfi.org.uk/news-opinion/news-bfi/lists/10-great-films-inspired-rainer-werner-fassbinder.
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melodrama que ha servido a otros muchos autores. La ambición de los seres
corruptos wellesianos puede trasladarse a la ausencia de escrúpulos de algunos
personajes fassbinderianos. El nombre de Sirk, como los de Ray y Fuller, evoca
el respeto por aquellos que lucharon contra la maquinaria de Hollywood desde
dentro. Fassbinder decía a principios de los setenta que Sirk y Walsh le gusta-
ban porque contaban historias de forma simple, lineal y con suspense, lo que
es coherente porque por la misma época creía que “las historias, cuanto más
simples, más verdaderas”. A La caída de los dioses, además de lo apuntado
anteriormente, le rendía hiperbólica pleitesía: “Es un film que, para la historia
del cine, significa tanto como Shakespeare para el teatro” (10). Preguntado por
Godard, había contestado que “empezó a dejar de interesarme con Banda apar-
te [Bande à part, 1964]. Hay un film de Godard que he visto veintisiete veces, es
Vivir su vida; es el film que, junto a Viridiana (1961) de Buñuel, ha tenido más
importancia en mi vida” (11). De una forma diferente a los críticos-cinéfilos-
cineastas franceses o británicos de los cincuenta, la crítica posterior de Cahiers
du Cinéma o los directores que, como en el caso de Jim Jarmusch, se formaron
tanto en el cine de artes marciales como en la obra de Bresson y Ozu, o en el de
Quentin Tarantino pasaron del exploit a Godard, Fassbinder acumuló vivencias
cinematográficas durante años y dejó que salieran en sus propios filmes sin una
conciencia deliberada de pastiche, referencia, homenaje, cuestionamiento o re-
visión. Es una visión amplia, poliédrica. Por eso, como explicaba Noël Simsolo,
“la admiración por Straub marca la dicotomía que le guía: la fascinación por el
cine al límite de lo ridículo, donde los estereotipos acaban por funcionar ‘a la
inversa’, y la voluntad de alcanzar la gestión materialista y marxista de Straub.
Atrapado entre estos dos polos, Fassbinder encuentra poco a poco su auténtica
realidad: el encuentro de estos campos antagónicos. Como un equilibrista entre
dos luces, atrae elementos de una parte y de otra para ponerlos juntos e intentar
encontrar un lenguaje límite que marca el paso de un código a otro, evocando
en él la nostalgia adolescente y en sus películas, las trampas de la alienación de
una ideología dominante” (12).
Alain Guiraudie, Gus Van Sant, Todd Haynes, Sean Baker, Derek Jarman,
Scott Silver y Aki Kaurismäki revolotean de manera clara u oblicua en el cine
contemporáneo como autores influenciados por Fassbinder, sea en el retrato de
10. John Hughes y Brooks Riley, “Un nouveau réalisme (entretien)”, Positif, nº 524, octubre de
2004, pág. 110.
11. Wilfried Wiegand, “Interview nº 1”, en el libro colectivo Fassbinder, Carl Hanser Verlag,
Múnich, 1974; Rivages Cinema, París, 1986, pág. 91.
12. Noël Simsolo, “Paranoïa, mythologie et politique”, Écran, nº 31, diciembre de 1974, pág. 16.
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la explotación homosexual y la de la clase trabajadora, la exposición del queer
cinema, la transmisión del melodrama o el uso del sexo como represión y poder.
Dijo el cineasta, y estas cosas las argumentaba categóricamente: “No hago pelí-
culas sobre el sexo; no hago películas que no sean de política” (13). A principios
de los ochenta defendería la manera en la que se estaba introduciendo la idea del
homosexual politizado. Antes estuvo Jean Genet, aunque su poética fílmica –Un
chant d’amour (1950)– pudiera resultar confusa para el acerado Fassbinder.
Hay resonancias directas más que influencias: Gotas de agua sobre piedras
calientes (Gouttes d’eau sur pierres brûlantes, 2000), adaptación de una de sus
piezas teatrales llevada al cine por François Ozon, o Casting (2017), film de
Nicolas Wackerbarth ambientado durante las pruebas de casting y el primer día
de rodaje de un ficticio remake televisivo de Las amargas lágrimas de Petra
von Kant (Die bitteren Tränen der Petra von Kant, 1972). Y en el cine español,
Pedro Almodóvar, que en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) hizo
una referencia/homenaje a través de la peripecia berlinesa del personaje de Gon-
zalo Suárez y la actriz germana, madura y suicida de la que sigue enamorado el
marido de Carmen Maura. Albert Serra ideó a mediados de 2018 una película
que giraba en torno a la preparación por parte de Fassbinder de la puesta en es-
cena teatral de una pieza sobre Sade, el deseo y el libertinaje en el siglo XVIII,
todo condimentando con la especial relación del director de El asado de Satán
(Satansbraten, 1976) con sus actores. El proyecto, titulado Personalien, mutaría
y derivaría finalmente en una videoinstalación exhibida en el Museo Nacional
Centro de Arte Reina Sofía, a la vez que algunos de sus elementos pasaron a
formar parte de la pieza de teatro Liberté, estrenada en Berlín en 2018, y el
posterior film del mismo título; tanto la película como la obra teatral de Serra se
enmarcan en un XVIII utópico, conectan con el ideario sexo-política y cuentan
con una de las actrices de Fassbinder, Ingrid Caven. Por otra parte, no es muy
difícil rastrear afinidades o semejanzas con el lado oscuro y autodestructivo de
Eloy de la Iglesia, quien no está tan alejado del cineasta alemán en su visión del
materialismo e incluso en la violencia de sus encuadres, su estética “chapucera”
y la escasa –en apariencia– dedicación en la fase de montaje.
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plano del letrero de la cárcel de Múnich, y la voz del carcelero que se despide
del protagonista encarnado por Harry Baer, nos explican su salida de la pri-
sión), como trascendente en su recuperación de la imagen pura: el trabajo con la
profundidad de campo en encuadres muy cerrados o el tratamiento fotográfico
en las escenas del whisky bar, que recuerda al parpadeante blanco y negro del
cine en bella descripción de Francis Scott Fitzgerald en uno de sus cuentos, tan
distinta a la pulida recreación ambiental del blanco y negro de La ansiedad de
Veronika Voss (Die Sehnsucht der Veronika Voss, 1982). En muchos casos, el
estilo descuidado ha sido denostado y utilizado para cuestionar la valía real de
Fassbinder como cineasta, cuando es evidente que esa estética urgente está muy
ligada a la visión de un mundo pequeñoburgués y degradado donde no hay ca-
bida para la complacencia, la militancia gay per se ni la más mínima esperanza
en el discurso de la política institucionalizada. Serge Daney argumentó que, en
lo que él calificaba como la cibernética fassbinderiana, los personajes solo se
mueven motivados por el arribismo y nadie miente, pero todos se pisotean, y en
cuanto al estilo escribió que “su interés en lo que filma, la causa de su deseo,
su objeto principal, es algo más modesto y más preciso: es lo que llamaré una
estética del error” (14). Para Fassbinder, el que ama menos es el que tiene más
poder y el que ama de verdad pierde sus derechos. Para Fassbinder, “mi trabajo
no es cínico, sino realista, pesimista” (15). El dispositivo visual concreto fue
una elección, no una falta de criterio. Nada como el plano de Rio das Mortes en
el que el novio de Hanna Schygulla tira sin querer la sal en la mesa y el encua
dre se impregna de una sección de cuerdas melodramática mientras la cámara
escruta el rostro en alerta de la actriz: la superstición que antecede a la fatali-
dad. Nada como el cuerpo de Fox –el cuerpo del propio Fassbinder– caído en
la estación de metro tras una sobredosis mortal de Valium en la secuencia final
(realista, pesimista) de La ley del más fuerte, ultrajado por los dos niños que
le roban el dinero, el reloj de oro y la cazadora, abandonado por quienes fueron
sus amigos y explotadores. O ese encuadre-condensación con el que se abre El
soldado americano, en el que acumula a lo bruto todos los signos del film noir
(la luz ambarina de una sucia lámpara de techo, la mesa llena de botellas vacías,
los naipes, los efectos en claroscuro, el sonido monocorde de un despertador y
en primer plano una chica pintándose las uñas de los pies): Fassbinder la definía
como su película más profesional de aquellos años de aprendizaje voraz. Con-
viene recordar que Michael Ballhaus, su director de fotografía en quince pelícu-
las, desde Atención a esa prostituta tan querida (Warnung vor einer heiligen
Nutte, 1971) –film importante en cuanto supuso el punto y final de una época
antes que el comienzo de otra, y con ella quedaron enterradas las esperanzas y
14. Serge Daney, “Note sur R. W. Fassbinder”, Cahiers du Cinéma, nº 275, abril de 1977, págs.
60-61.
15. Boze Hadleigh, op. cit., pág. 112.
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los modos del antiteatro– hasta El matrimonio de Maria Braun (Die Ehe der
Maria Braun, 1978), y por lo tanto cómplice habitual de esa estética, pasó des-
pués al cine de Martin Scorsese y a la refinada recreación gótica del Drácula
(Dracula, 1992) de Francis Ford Coppola. Así que sabían y podían hacerlo de
varias maneras, y decidieron hacerlo de aquella.
“Simplemente nos falta tiempo para ver sus filmes y pensar en ellos, hablar,
escribir” (16). Así explicaba Louis Skorecki la dificultad de abarcar la obra de
Fassbinder, aun estando toda disponible. Si no hizo lo esencial del Nuevo Cine
Alemán, como decía Godard, sí que rodó más que nadie, treinta y ocho largo-
metrajes para cine y televisión y dos series en solo catorce años, más dos cortos
y el episodio de un film colectivo. Parafraseando el título de la película Amor
y rabia (Amore e rabbia, 1969), revisión contemporánea de algunas parábo-
las de los Evangelios en la que participaron Godard, Bertolucci, Bellocchio y
Pasolini –Nouvelle Vague vs. Nuevo Cine Italiano–, el cine y la postura vital
de Fassbinder se movieron y removieron constantemente a partir de estos dos
conceptos, de ahí la urgencia en filmar, en narrar, en aprehender la vida tanto
en sus aspectos positivos como en sus deficiencias intrínsecas. Rodar más rápido
y con rabia, pero amar lo que se cuenta. Volcar ideas como un polvorín, una
detrás de otra, del mismo modo que en la literatura, la poesía, el teatro y el cine
lo hicieron décadas antes Jean Cocteau y Antonin Artaud. Hoy que la ficción y
16. Louis Skorecki, “Rainer Werner Fassbinder”, Cahiers du Cinema, nº 338, julio-agosto de
1982 (Le Journal des Cahiers du Cinema, pág. 16).
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la no ficción se entrecruzan permanentemente en una mirada que ya ha dejado
de ser híbrida para certificar una existencia propia y regular, y que la autobio-
grafía ha dado paso a la oximorónica auto-ficción, es útil volver a Fassbinder. El
director comentaba que Brigitte Mira, la protagonista de Todos nos llamamos
Ali (Angst essen Seele auf, 1974), mantenía relaciones con un hombre más joven
parecidas a las de su personaje. Preguntado sobre la influencia de Sirk en la
dramatización de este film, Fassbinder contestaba que eso no era Sirk, era la
vida. Sus padres se separaron cuando él tenía seis años. Quedó al cuidado de
su madre, Lilo Pempeit, que acabaría trabajando como actriz en veinticuatro
de sus producciones. La vida y el cine: “Tratamos de establecer algo parecido
a una amistad normal. Puede estar relacionado con el hecho de que actuara
en mis películas” (17). Algunos de los amantes del cineasta terminaron con su
existencia de manera trágica, ahorcándose (Armin Meier, El Hedi ben Salem),
y a veces representaron en su cine papeles muy ligados a sus relaciones con el
director, quien fue amante de otros de sus colaboradores, como Kurt Raab y
Daniel Schmid. En esta interrelación, y también en su urgencia por filmar de
forma absolutamente libre, Fassbinder está también cerca de John Cassavetes.
17. Peter W. Jansen, “Interview nº 2”, en el libro colectivo Fassbinder, op. cit., pág. 111.
18. Entrevista de Christian Braad Thomsen incluida en el libro Fassbinder. Par lui-même, G3J
Éditeur, París, 2010, págs. 187-188.
19. Tony Rayns, “Forms of Address: Interviews with Three German Film-makers (Fassbinder,
Wenders, Syberberg)”, Sight and Sound, vol. 44, nº 1, invierno de 1974-1975, págs. 3-7.
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15. Dos guiones
Fassbinder se tomó muy en serio las diferencias entre cine y televisión. Para
“Berlin Alexanderplatz” (1980), la novela de Alfred Döblin quemada por los
nazis en 1933, escribió un guion de tres mil páginas para la adaptación televisiva
y otro específicamente para cine de un metraje de 180 minutos (frente a los 896
que dura la serie), ya que pensaba realizar la versión cinematográfica con un
planteamiento bastante distinto acorde a la diferencia entre lenguajes. Fassbin-
der quería rodar las dos versiones y se habría opuesto categóricamente a un
remontaje de la serie para una película, algo que tuvo que hacer Ingmar Berg-
man en Secretos de un matrimonio (Scener ur ett äktenskap, 1973) y Fanny y
Alexander (Fanny och Alexander, 1983). De lograrlo –el proyecto era demasia-
do caro y solo prosperó la versión para televisión–, su “Berlin Alexanderplatz”
habría sido una obra bicéfala, dos partes bien diferencias de una misma entidad.
16. Cocaína
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30
El matrimonio de Maria Braun
Violeta Kovacsics
Se trata de un cine que busca un centro que ya no existe. Un cine, además, para
el que el pasado histórico se presenta desdibujado. Un cine que apenas logra
establecer una relación con el Nuevo Cine Alemán de los setenta. Aquel cine
germano que, según se insiste en categorizar desde la historiografía cinemato-
gráfica, arrancaba con las proclamas del Manifiesto de Oberhausen y terminaba
con la muerte de Rainer Werner Fassbinder, también se situaba en una suerte
de tránsito. Herzog se convirtió en el cineasta viajero por antonomasia, un autor
mimetizado con sus personajes, que cruzaban ríos y selvas, ahondó en los mis-
terios de los paisajes salvajes y se adentró en cuevas que permanecen cerradas a
las visitas del hombre. Herzog, de hecho, llegó a expresar, en una conversación
con Wim Wenders, su deseo de filmar en Marte, por su condición de territorio
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inexplorado. Fassbinder nunca tuvo esta vocación aventurera y, sin embargo, en
Rio das Mortes (1971), la película basada en una idea de Volker Schlöndorff,
dos chicos planean un viaje digno del explorador Herzog: quieren viajar a Perú
para encontrar un tesoro, aunque, en verdad, el Rio das Mortes del que hablan
no se encuentra en el país al borde del Pacífico sino en Brasil. Rio das Mortes
termina antes de que se produzca el viaje. En aquella época, la del arrebato
juvenil, la de la influencia insondable de la Nouvelle Vague y especialmente de
Godard, la de las huellas políticas y artísticas que dejó el convulso mayo del
68, Fassbinder también gestó un cine en torno al viaje, las fronteras y el movi-
miento: es, en El amor es más frío que la muerte (Liebe ist kälter als der Tod,
1969), el trayecto a Múnich de un gánster con aires de Alain Delon, el final en el
interior de un coche o cuando, en las mejores escenas, el relato se suspende para
que surja el movimiento puro, el de los paseos, por el parque o por los pasillos
de un supermercado.
Wenders rodó en territorio americano para fraguar ahí una serie de películas
definidas precisamente por el viaje. No solo se desplazó de su Alemania na-
tal, sino que propuso constantemente películas en movimiento: desde El amigo
americano (Der amerikanische Freund, 1977) a Falso movimiento (Falsche
Bewegung, 1975). Alicia en las ciudades (Alice in den Städten, 1974), el mejor
film del director de Düsseldorf, comienza con el vuelo de un avión por un cielo
claro, donde se imprimen los títulos de crédito. No es extraño, pues Alicia en
las ciudades es una película en tránsito, que viaja, que cruza todo tipo de fron-
teras, que se mueve, en tren, en coche, a pie, en avión.
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ción en la historia y la cultura alemanas. “Desde la Revolución Francesa, el
pensamiento democrático y las aspiraciones socialistas de Alemania se encon-
traron en contradicción con las realidades de su condición de nación”, escribe
Elsaesser, que prosigue así: “La sensación de compartir una cultura común o
de disfrutar el orgullo y la identidad del patriota siempre ha sido el patrimonio
de la derecha conservadora. Los desafíos a la alianza feudal-militarista por
parte de los escritores radicales o, más adelante, de las organizaciones obre-
ras fueron recibidos con referencias despreciativas a elementos antipatriotas y
contraatacados con la expulsión o, como en el caso de Rosa Luxemburg o Karl
Liebknecht, con el asesinato. Los exilios autoimpuestos o forzados de Heine
y Marx a los de Fritz Lang y Bertolt Brecht (la mayoría de veces, a Francia)
sirvieron a los liberales alemanes y a la intelligentsia de izquierdas tanto como
una confirmación de exclusión como de lugar de observación privilegiado” (1).
1.Thomas Elsaesser, New German Cinema. A History, BFI Cinema Series, Londres, 1989, pág. 213.
2. “Heimat” (1984).
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dos protagonistas, unidas en lo sanguíneo, se distancian cuando cada una de
ellas decide tomar un camino distinto en la lucha política: una elige la vía del
pacifismo; la otra, la de la acción armada. En Fassbinder, la familia también
es un árbol genealógico truncado, una imposibilidad. En su cine, además, las
relaciones siempre son tensas. Petra von Kant trata fatal a la pobre Marlene, y
cuando su hija le pregunta por qué, ella no puede más que argumentar que es
algo absolutamente natural. El orden de las cosas, del mundo y, sobre todo, de
las relaciones personales no es tanto un vínculo de poder, sino una cuestión de
sadomasoquismo. Para que en el cine de Fassbinder pueda haber personajes
dominantes deben existir también aquellos que se someten, tiene que haber una
Petra, pero también una Marlene, oculta tras una cortina veneciana, impasible
ante los gritos de su ama. En este sentido, Petra es la dominante, pero a su vez
es la que sufre ante el desdén amoroso de Karin, la amante que pronto busca el
placer junto a un hombre (negro, con una polla enorme).
Las películas del Nuevo Cine Alemán tratan de la cuestión de la identidad, quizá
germana, nacional, aunque esta aparezca travestida de otras formas: el cine de
Fassbinder, por ejemplo, aborda la cuestión identitaria a partir de la sexualidad,
una cuestión evidenciada en Un año con trece lunas (In einem Jahr mit 13 Mon-
den, 1978), en el que el tránsito es de un género al otro.
34
goles teutones por la radio, no se corresponde con las imágenes, las de Maria
Braun, que hace explotar el apartamento en el que está en fuera de campo. La
película resume así el sentir básico de la historia alemana del siglo XX, la Angst,
la angustia. El término recorre el arte, la cultura y la historia del país. Viene
de Kierkegaard y es un concepto central del existencialismo, sobre todo en Ale-
mania, en autores como Jaspers y Heidegger, para quien la Angst es uno de los
estados fundamentales de la existencia. Para Jaspers, una vida sin angustia es
solo superficial. Para Kierkegaard, la angustia está de manera permanente en el
interior del hombre, en todo hombre (no es simple “miedo a”). La Angst aparece
también en el Nuevo Cine Alemán, y en concreto en la obra de Fassbinder, en
la que abundan los finales en forma de suicidio.
¿Qué hacer con este pasado, con las huellas del horror que alcanzan el pre-
sente? ¿Acaso no es este también una historia familiar, la de los padres, la de
los secretos y las responsabilidades? ¿No son los autores del Nuevo Cine Ale-
mán los hijos de la Segunda Guerra Mundial? Schlöndorff nació en 1939, justo
cuando comenzó la contienda, y de entre 1940 y 1945 son Von Trotta, Herzog,
Schroeter, Wenders, Fassbinder. Todos ellos pertenecen a una generación de di-
rectores alemanes huérfanos de padres, en el sentido de influencia, en el sentido
de pertenencia, en el sentido de sentimiento histórico.
En 1974 Werner Herzog supo que Lotte Eisner estaba gravemente enferma. De-
cidió entonces caminar desde Múnich a París: “Cuando llegue, ella habrá salido
del hospital”, decía. Más allá del misticismo que rodea esta historia –porque,
efectivamente, Eisner sobrevivió y, ocho años más tarde, cuando apenas podía
ver, le pidió a Herzog que la liberara del hechizo y falleció dos semanas después–,
aquel caminar de Herzog revela que el director se encomendó a la autora de La
pantalla demoníaca buscando quizá un parentesco perdido, un vínculo o, quizá,
como indica Elsaesser, una suerte de legitimación dentro de la propia historia del
cine alemán. Herzog tomó prestada la voz de Eisner para la narración en off de
Fata Morgana (1970), un experimento a caballo entre la ciencia ficción y el do-
cumental, otra exploración de terrenos aparentemente inhóspitos, en este caso, el
desierto africano. Fassbinder, por su parte, encontró el parentesco en uno de sus
compañeros, Werner Schroeter, quien a principios de este nuevo siglo recordaba
el primer encuentro entre ambos, en el que Fassbinder le declaró su entusiasmo
después de ver Neurasia (1969). Schroeter tuvo un papel en Atención a esa
prostituta tan querida (Warnung vor einer heiligen Nutte, 1971), y Fassbinder
siempre dijo de Schroeter que este había sido, a lo largo de una década, el más
importante, excitante, decisivo y decidido de los directores del cine alternativo.
Fassbinder parece el más alemán de los cineastas del Nuevo Cine Alemán. A
lo largo de su prolífica y condensada filmografía, relató buena parte de la his-
35
toria de su país. Más que Schlöndorff, que con sus adaptaciones de dos pilares
de la literatura en lengua alemana como son El tambor de hojalata de Günter
Grass y Las tribulaciones del joven Törless de Robert Musil, pareció gestar una
filmografía alejada de la radicalidad formal de los nuevos cines y más cercana
a la calidad que imponían el tema y la literalidad de aquel cine llamado “de
calidad”. Todo movimiento cinematográfico encierra una contradicción: la de la
consideración del grupo y las señas de identidad colectivas frente a la autoría, a
la mirada personal de cada uno de sus directores. Y todo nuevo cine revela una
tensión: entre la radicalidad y la novedad de sus formas, envueltas en un ímpetu
juvenil, y la reflexión que ofrecen sobre la historia, de su país y de su cinema-
tografía. Los personajes de Herzog siempre están en los márgenes: son locos,
megalómanos, sordomudos, son rebeldes solitarios. Mientras, los de Fassbinder
son rebeldes acompañados, al menos momentáneamente. Es Petra von Kant, en
su extraña casa, rodeada siempre de mujeres que la visitan. La marginalidad
es, aquí, otra. Se corresponde, quizá, con el personaje que el propio Fassbinder
interpretó en Baal (1970), de su compañero del Nuevo Cine Alemán Volker
Schlöndorff, adaptación de una obra de la primera época de Bertolt Brecht, en
la que Fassbinder encarna a una figura que bien podría ser él mismo, un poeta
anarquista.
36
El amor es más frío que la muerte
1. En El amor es más frío que la muerte (Liebe ist kälter als der Tod, 1969),
el primer largometraje de Rainer Werner Fassbinder, ese “amor” que se situará
en el centro de la mayor parte de su obra posterior no es aquel al que estábamos
acostumbrados en el cine precedente, ni tampoco en una cierta cinefilia, pues
toda idealización romántica queda pulverizada al contacto con esta película en la
que ese sentimiento puede anestesiar, despersonalizar, corromper. Digamos que
ese amor glacial, pero a la vez absorbente, convierte a Franz, el protagonista, en
un personaje escindido. Franz Walsch (1) es un pequeño delincuente, interpretado
1. Nombre formado a partir de otros dos: el de Franz Biberkopf, el protagonista de la novela Berlin
Alexanderplatz, de Alfred Döblin, que fascinaba a Fassbinder y que luego adaptaría, como se verá;
y el del cineasta norteamericano Raoul Walsh, quizá su mayor influencia fílmica después de los
melodramas de Douglas Sirk.
37
por el propio cineasta, que se debate entre dos extremos. Cuando ama a Joanna
(Hanna Schygulla), se trata de una mezcla de costumbre y desdén, como si no
pudiera vivir sin ella pero tampoco se sintiera obligado a prestarle demasiada
atención. Cuando ama a Bruno (Ulli Lommel), una especie de ángel caído que
podría ser el precedente del marinero demoníaco de su última película, Querelle
(Un pacto con el diablo) (Querelle – Ein Pakt mit dem Teufel, 1982), estamos ante
una aspiración mística, también ante la atracción del abismo, la fascinación frente
a una belleza letal –ya no fría, sino gélida– que terminará por aniquilar su alma.
Figura 1 Figura 2
2. “Sobre seis películas de Douglas Sirk”, traducido en Augusto M. Torres (ed.), Rainer Werner
Fassbinder, JC, Madrid, 1983, págs. 97-113, y en La anarquía de la imaginación, Paidós, Bar-
celona, 2002, págs. 25-39. Publicado por primera vez, en alemán, en la revista Fernsehen und
Film, en febrero de 1971.
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de que ya no es posible reproducir la capacidad comunicativa del clasicismo, sea
el de Sirk o el de Walsh, ni siquiera su esplendor plástico. Y ese convencimiento
constituirá a la vez su condena y su marca de fábrica: el estilo torturado de un
cineasta que ya no puede encontrarse cómodo en ningún molde anterior, desti-
nado inexorablemente a crearse un “tono” propio mientras permanece atrapado
en las redes del cine que admira.
Así pues, solo cinco años más tarde de El amor es más frío que la muerte,
pero tras haber realizado más de quince películas en el interregno, Fassbinder
dirigía Effi Briest (1974), la versión de la novela decimonónica de Theodor
Fontane. En un momento de esta película, la protagonista, Effi (otra vez Hanna
Schygulla, en la plenitud de su peculiar arte interpretativo), pasea por el bosque
cercano a su mansión y dice sentir miedo, y además vergüenza, a causa del sen-
timiento de culpa que le provoca su infidelidad. “Miedo, una angustia mortal,
un temor eterno”, continúa. “El miedo me tortura y me avergüenzo de ese juego
de mentiras… Me falta el sentimiento verdadero… Si no se tiene… el demonio
tendrá poder sobre nosotros”. El montaje corta entonces a una imagen de Effi y
su marido subiendo la escalera circular de la casa, mientras la cámara los sigue
en travelling. En un momento dado, desaparecen de nuestra vista, pero la cáma-
ra continúa girando, filmando el vacío y el abismo de escalones y barandas que
ya no conducen a ninguna parte (figs. 3 y 4).
Figura 3 Figura 4
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enzarzados en el juego de la ruleta china –los presentes deben confesar qué pa-
pel desempeñarían en una situación concreta–, la confusión consiguiente acaba
desbordándola y aparece una pistola, se produce un disparo… Y entonces, con
la calma que sigue a la tempestad, marido y mujer se funden en un abrazo, en
un beso, que la cámara de Fassbinder y Michael Ballhaus filma circularmente,
cercándolos en un travelling que se diría interminable. El fondo de la escena,
sin embargo, no se parece en nada al de Effi Briest. Estamos en el interior
de un caserón, y los objetos que a su vez rodean a los esposos actúan a modo
de reverberación, de eco, de espejo de otra situación de obligada dependencia.
Cada miembro de la pareja da vueltas alrededor de sí mismo y de su compañero,
al tiempo que el movimiento de la cámara deja ver múltiples espejos, una gran
jaula con unos cuantos pájaros, varias ventanas que dan al exterior pero también
subrayan el carácter claustrofóbico de la escena, una vitrina repleta de botellas
de distintos licores… La realidad parece convertirse en un gran carrusel, en un
diorama poblado por marionetas, como si esos objetos que la reproducen y la
duplican formaran parte de un universo paralelo. Paradójicamente, ese movi-
miento desenfrenado solo conduce al letargo, al anquilosamiento.
Figura 5 Figura 6
40
como un parto doloroso y absurdo. El tipo traspasa las puertas de la cárcel y ya
no entiende nada, solo ese vértigo que quiere llevárselo consigo. Pero no esta-
mos ya en el territorio de Douglas Sirk, y la ambición de Fassbinder es ahora
mayor, el resultado de una energía aún más ávida e insaciable. De manera que
el travelling circular, esta vez, no encierra al personaje, sino que lo abre, pero
a un universo que terminará tragándoselo, absorbiéndolo por ese agujero negro
que lo conduce simultáneamente a un exterior que no reconoce y a su propio
interior, que conoce hasta tal punto que solo puede provocarle angustia y miedo
(figs. 5 y 6).
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Aquí es donde resulta inevitable encontrarse con Alemania en otoño (Deutsch
land im Herbst, 1978), esa película colectiva sobre el impacto del terrorismo
en Alemania a finales de los años setenta en la que participaron, entre muchos
otros, Volker Schlöndorff, Alexander Kluge, Edgar Reitz y, por supuesto, Rai-
ner Werner Fassbinder, cuyo episodio se comporta como un “ángel extermina-
dor” en todos los sentidos, desde el bíblico al buñueliano. Aquí es donde hay
que añadir que ya La ruleta china, su cierre apocalíptico, tenía que ver con la
irrupción del horror, de una vez y para siempre, en la obra de Fassbinder, pues
el juego de aquella película se ceñía finalmente a los campos de exterminio y
al papel que los protagonistas hubieran podido desempeñar en ellos, en aquel
límite del humanismo que el cineasta se ve incapaz de traspasar. Frente a esta
clausura abrupta, y frente a la apertura ambigua que proponían los minutos ini-
ciales de “Berlin Alexanderplatz”, en Alemania en otoño se trata del encierro
definitivo, diríase que de la Gran Encerrona. Aquí hay que lidiar con imágenes
virulentas, roñosas, tan oscuras que parece que nunca vamos a poder salir de
esa noche eterna. Aquí veo a Fassbinder en persona, algo que no es nuevo en
su cine, como ya se ha comprobado, pero que en este caso concreto se hace
insoportablemente real, dolorosamente físico, sobre todo por la obsesión que lo
corroe, por ese momento de crisis provocado por el caos que sembró el activis-
mo violento de la Baader-Meinhof y la represión posterior del Estado. Ahí puedo
verlo envuelto en un albornoz, o desnudo, en su casa, mientras su amante de
entonces, Armin Meier (3), revolotea a su alrededor sin saber cómo calmarlo.
Ahí lo veo esnifando cocaína, declarando que necesita una copa cuando se des-
pierta de madrugada, exhibiendo una paranoia desaforada y atroz ante su pareja,
frente a quien muestra una desconcertante mezcla de prepotencia y sumisión.
Durante todo el metraje, pero sobre todo en la escena final, el cineasta se en-
frenta a su madre –que ya había aparecido en muchas otras de sus películas, con
el nombre de Lilo Pempeit–, la interroga con fría premeditación, con implacable
crueldad, como un fiscal que intentara acorralar a su testigo, con el fin de descu-
brir sus orígenes, lo que ella vivió y él no, pero también lo que puede quedar de
ello no solo en el país, sino también en el propio cineasta, convertido él mismo
en un tirano insensible. ¿Tienen algo que ver esos “años de plomo” –los setenta,
los del terrorismo– con los años verdaderamente negros, impensables, esos años
cuyo solo recuerdo bloquea la mente y anega el alma, los años del nazismo? Al
final se produce la revelación, no tanto una epifanía como un impacto, un lati-
gazo: ella acaba confesando que “lo mejor sería un gobernante autoritario que
fuera muy bueno, querido y respetado”. De repente, el tiempo se da la vuelta.
De repente, la República Federal de Alemania, esa muestra ejemplar de la nueva
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democracia de la posguerra, gira la cabeza y se encuentra también con sus ini-
cios, que no son otros que el fascismo. Quizá no se pueda hacer borrón y cuenta
nueva. Quizá Alemania, y Europa, nunca se desembaracen de la memoria del
exterminio, de la solución final, que sirvió para los judíos como ahora puede
servir para los revolucionarios de izquierdas. Quizá la “ruleta china” no era solo
un juego, por perverso que fuera, sino también una puerta abierta al horror, el
último velo que era obligado descorrer para acceder a la insoportable verdad.
¿Todo ha sido en vano? La madre exhibe una sonrisa tímidamente diabólica, el
episodio termina abruptamente (figs. 7 y 8): Fassbinder no quiere ahondar más
en la herida que ya se ha reabierto y quizá jamás vuelva a cerrarse.
Figura 7 Figura 8
Y ese darse la vuelta, ese girar la cabeza, se topa también con el final de La
ruleta china, con el juego mismo del título, con esos momentos, antes del trave-
lling circular descrito, en que se pone en escena, aunque sea metafóricamente, la
cuestión del nazismo. Por supuesto, colisiona igualmente con un movimiento de
cámara parecido que surge de repente en Martha (1974), que en el fondo es una
película sobre la tortura, infligida al otro o a uno mismo, y por lo tanto sobre la
herencia paranoica de Alemania, sobre el neocapitalismo que controla no solo la
economía financiera, sino también la sentimental. Y, en fin, se da de bruces con
el vértigo que dibuja el plano en espiral de Effi Briest filmado en la escalera,
allá donde el miedo que provoca la huida hacia adelante termina en la nada,
en un espacio vacío cuyo desamparo podría hacer enloquecer. De hecho, todos
esos movimientos desbocados tienen como punto de partida o de llegada una
cierta parálisis, diríase que de tanto agitarse quedan congelados, que el exceso
de movimiento conduce a la inmovilidad de Alemania en otoño, a ese aparta-
mento encerrado en sí mismo, a esos cuerpos que lo habitan recorriéndolo en
círculos y finalmente vuelven a detenerse, horrorizados, ante la posibilidad de
que se repita el espanto. También yo vuelvo al principio: ¿cómo podemos dividir
en “épocas” la obra de un cineasta que se dedicaba a dar vueltas sin cesar, que
solo parecía creer en un cierto “eterno retorno” dispuesto siempre a devolvernos
al punto de partida, a ese fantasma del totalitarismo que se reproduce como un
tumor cancerígeno a lo largo de los años?
43
3. Sin duda, hay algo que hace que el periodo que va de 1966 a 1970, en la
filmografía de Fassbinder, tenga que ver con ese travelling lateral de El amor
es más frío que la muerte. Más de quince películas, entre cine y televisión,
pretenden negociar con el final de una década que ha visto el esplendor y la de-
cadencia del cine moderno, también la clausura al respecto que han supuesto los
acontecimientos de mayo de 1968. La geometría implacable de Katzelmacher
(1969) o El soldado americano (Der amerikanische Soldat, 1970) se mezcla con
el caos desatado en ¿Por qué le dio un ataque de locura al señor R.? (Warum
läuft Herr R. Amok?, 1970) o Atención a esa prostituta tan querida (Warnung
vor einer heiligen Nutte, 1971) para llegar, en esta última, a un anquilosamiento
que no hace otra cosa que mostrarse a sí mismo, una y otra vez, en los cuerpos
de esos cineastas que esperan, en medio de un rodaje detenido. Como la cámara
que acompaña al comisario mientras el delincuente entra y sale de cuadro sin
moverse de su emplazamiento, también Fassbinder accede al cine moderno para
luego desistir en su empeño, apercibirse de que ya es demasiado tarde, de que
debe intentar algo más.
También es evidente que ese cambio, que se produce a través de Douglas Sirk y
la tentación del cine “clásico”, tendrá que ver con otra época de su filmografía,
más o menos desde 1972 a 1976, en la que el cineasta revolotea alrededor de
ese modelo intentando diversas variantes: el estatismo lúgubre de El mercader
de las cuatro estaciones (Händler der vier Jahreszeiten, 1972) y Las amargas
lágrimas de Petra von Kant (Die bitteren Tränen der Petra von Kant, 1972),
donde se ponen en juego las relaciones entre amor, sexo y dinero; la frialdad
analítica de Nora Helmer (1974) y Effi Briest, que las trasladan al pasado de la
propia cultura para certificar su continuidad en el tiempo; el intento de llegar a
un “melodrama dialéctico” en Todos nos llamamos Ali (Angst essen Seele auf,
1974) y La ley del más fuerte (Faustrecht der Freiheit, 1975), que pretenden
ilustrar ese examen mediante historias de fracaso y muerte, ineluctablemente
clausuradas con una vuelta al inicio, a la manera de un círculo inflexible; el per-
feccionamiento de ese lenguaje en Martha y La ruleta china, que se proponen
bloquear instantes de esas sucesiones imparables de acontecimientos, detallar su
condición de “naturalezas muertas”. Como el travelling giratorio de Effi Briest,
ese movimiento constante que de repente se paraliza deja en evidencia tanto el
descubrimiento de un pasado atroz que está en el origen de todo como la fase
final de un estilo que era también la del Nuevo Cine Alemán: no es casualidad
que coincida con las elegías de Wim Wenders por un cine perdido, de Alicia
en las ciudades (Alice in den Städten, 1974) a En el curso del tiempo (Im lauf
der Zeit, 1976), o con los esfuerzos de Werner Herzog por regresar a un cierto
primitivismo, tanto de la lógica capitalista como de la puesta en escena, desde
El enigma de Gaspar Hauser (Jeder für sich und Gott gegen alle, 1974) hasta
Corazón de cristal (Herz aus Glass, 1976).
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Y resulta indiscutible que Alemania en otoño lidera una fase de cambios en
la que también desempeña un papel fundamental Desesperación, la primera
coproducción internacional de Fassbinder y su primer acercamiento explícito al
tema del doble –a través de la novela de Vladimir Nabokov– en varios sentidos:
el presente de entonces como réplica del pasado nazi, la desintegración de la
identidad –del cineasta, del sujeto contemporáneo– y la lenta disolución final
del cine moderno que a su vez coincide simbólicamente con la etapa final de la
vida del cineasta. El corte brusco con el que termina el episodio fassbinderiano
de Alemania en otoño, el paso del rostro demoníaco de la madre a la nada
más absoluta, del enfrentamiento bergmaniano de identidades a la disipación y
el desvanecimiento de la imagen, tiene otro doble en este periodo que podría
situarse entre 1977 y 1982: el exceso retórico de la tetralogía formada por El
matrimonio de Maria Braun, Lili Marleen, Lola y La ansiedad de Veronika
Voss, a su vez una narración del capitalismo de la posguerra entendido como
hijo del nazismo. Y que igualmente se escinde a sí mismo en unos cuantos
relatos, o más bien simulacros de relato, que se extienden desde Un año con
trece lunas (In einem Jahr mit 13 Monden, 1978) a Querelle, pasando por La
tercera generación (Die dritte Generation, 1979), tal como lo describieron en
su totalidad Adrian Martin y Paul Taylor, por mucho que solo quisieran hablar
de la última película de Fassbinder: “… una eterna puesta de sol donde nada
tiene lugar, nada se desarrolla. (…) La acción apenas empieza o se mueve y, en
lugar de una deriva narrativa, del sexo o de la muerte, solo existe un lánguido,
inevitable transcurrir” (4).
4. Adrian Martin y Paul Taylor, “Where Is Love? Describing Querelle”, en Tension, nº 1, ju-
lio-agosto de 1983, págs. 22-24. El subrayado es de los autores y la traducción del inglés es mía.
5. Quim Casas, en “Nicholas Ray, el cineasta bien amado”, Dirigido por…, nº 488, mayo de
2018, pág. 39, introduce en este debate el caso del final del cine clásico americano a partir de
Ray, algo que también habría que tener muy en cuenta.
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se empeñaba en mostrar a personajes sin salida a través de puestas en escenas
igualmente tensas, en los límites de sí mismas. No es casualidad –ya en 1969, un
año después del mayo francés– la coincidencia entre La mujer infiel (La Femme
infidèle), de Claude Chabrol (6), y Grupo salvaje (The Wild Bunch), de Sam
Peckinpah, los inicios de sendos ciclos sobre un cierto concepto del “ocaso”, ya
se tratara de la clase social que había guiado los pasos de Europa desde la pos-
guerra, del relato mítico que había seguido América para atravesar ese mismo
periodo, o de los modelos narrativos utilizados para ponerlos en crisis a finales
de los cincuenta. Ahora irrumpía la “crisis de una crisis” en la que ni siquiera
resultaban útiles los valores –sociales, fílmicos– de la modernidad.
¿Se movió siempre Fassbinder en esa crisis perpetua, en esa “eterna puesta de
sol” que mencionaban Martin y Taylor? ¿Son los travellings antes vistos solo
una manera de puntuar o marcar ese largo declive que ilustra su cine y que en
el fondo abarca toda su filmografía? ¿Pueden identificarse con el proceso –len-
to, doloroso– de esa decadencia que podría abarcar más o menos quince años?
¿Estamos ante el cineasta privilegiado –dudoso privilegio, por otra parte– que
vivió los últimos fulgores de la modernidad en su plenitud, que intentó reani-
marla a base de una inventiva incesante, de una voluntad de hierro, de intentos
continuos de resurrección que acabaron por aniquilarlo también a él? Esas son
las preguntas que persisten a la hora de enfrentarnos, ahora mismo, al cine de
Fassbinder. Y que otorgan a su rol en esa historia algo más que un protagonismo
compartido. Pues, de alguna manera, esos movimientos circulares, esa conge-
lación del tiempo, su oblicuo papel en la evolución del Nuevo Cine Alemán o
su intempestiva intervención en la relectura de la historia europea a partir del
nazismo, no representan otra cosa que un deseo constante de intervenir y mo-
lestar, de interponerse entre el mundo y la manera en que lo pensamos, que a
veces puede que incluya al cine. Un deseo, no otra cosa.
6. A quien estaba dedicada, entre otros, El amor es más frío que la muerte, y sobre el que
Fassbinder escribió algunas líneas más que notables: “Sombras, por supuesto, y ninguna com-
pasión. Algunos pensamientos desordenados en torno a las películas de Claude Chabrol”, en La
anarquía de la imaginación, op. cit., págs. 69-78.
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Katzelmacher
1. Así lo considera, por ejemplo, Thomas Elsaesser, uno de sus más afinados y profundos ana-
listas, en un libro de referencia sobre el cineasta cuya edición original es Fassbinder’s Germany:
History, Identity, Subject, Amsterdam University Press, 1996. Así lo afirma en el mismo título
del prólogo (“Une ouvre masquée par la vie”, en la versión francesa consultada publicada por el
Centre Pompidou en 1995).
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nalismo y también con más o menos consideración o resentimiento vengativo)
por muchos de sus colaboradores, además de sus biógrafos y hasta sus estudio-
sos. También en esa novela (2) fascinante que, ganando el premio Goncourt en el
año 2001, Jean-Jacques Schuhl escribió sobre la vida de Ingrid Caven, entonces
su esposa, quien lo fue años después de serlo brevemente de Fassbinder. Resu-
miéndola, aunque sea de manera simple y tratando de que no sea groseramente,
contaremos de nuevo esta historia a partir de algunos de sus relatos, empezando
con el hecho de que, un día de agosto del año 1967, Fassbinder asistió a una
representación del montaje de Antígona creado por el Action-Theater, que im-
pulsaron la pareja formada por Ursula Strätz y Horst Söhnlein. Peer Raben,
que tanto colaboró con Fassbinder hasta llegar a ser básicamente el autor de la
música de sus filmes, ejercía como director y, haciendo de actor, allí ya estaba
Kurt Raab, quien continuó actuando en el mundo fassbinderiano mientras fue
asumiendo funciones de productor. Pero no adelantemos más lo que después
sucedió. El caso es que Fassbinder, a quien le aburría mayormente el teatro,
sintió una cierta fascinación ante una propuesta concebida bajo la influencia
del Living Theatre y que, por tanto, rompía ciertas convenciones y buscaba la
relación directa con los espectadores, mirándolos, interpelándolos: percibió que
entre los actores y el público había nacido algo como un trance, algo como la
espera colectiva de una utopía revolucionaria.
2. Jean-Jacques Schuhl, Ingrid Caven, Gallimard, Paris, 2000. Existe una edición en castellano,
con traducción de Ana María de la Fuente, publicada por Seix Barral. Me permito transcribir
el pasaje que evoca el momento en el cual Ingrid Caven, mientras actuaba en un espectáculo de
cabaret, percibió por primera vez a Fassbinder: “Pero, ¿quién era ese muchacho de la cazadora
de cuero, solo en un rincón, con los hombros encorvados y el cuello hundido, de espaldas, cara
a la pared, cerca del mostrador del bar de aquel modesto teatrito que a veces también era cine?
Con todo el cuerpo parecía captar lo que había alrededor de él, incluso detrás, permeable a
todo. ¡Animal! Y de un modo ostensible: le sentías, le oías escuchar, hubieras dicho que obser-
vaba con los oídos, que escuchaba con los hombros… sí, con todo su cuerpo, de la cabeza a los
pies. Yo estaba intrigada, hasta de espaldas daba la impresión de espiarme, mudo, no se perdía
ni uno solo de mis gestos”. Y una coletilla a la escena de una voz no identificada: “Ese tipo dice
que quiere hacer películas...”.
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alma y el amo. Los había seducido a todos y, en los casos que no fue así, se
marcharon, dejando lugar a otros que fueron incorporándose. Con su energía
creativa y su fuerza erótica que cargaba de tensión (y ya de conflictos) los en-
sayos. Después de Antígona, aún en 1967, él mismo asumió la dirección de un
montaje de Leoncio y Lena (Leonce und Lena), de George Büchner, que causó
cierto impacto, y seguidamente Los criminales (Les Criminels), de Ferdinand
Bruckner, recibida en este caso con indiferencia. No importaba. Su maquinaria
creativa estaba en marcha. Tal fue su liderazgo y dominio que, cuando volvió
de una hospitalización a causa de un accidente, Horst Söhnlein encontró “su
teatro ocupado” y poseído por los celos (se dice que también porque Ursula
Strätz se había unido a los que vivían con Fassbinder); en un día lo destruyó,
literalmente (3). El Action-Theater, además, arrastraba problemas financieros.
De estas ruinas emergió el antiteater, que debe escribirse en minúsculas porque
así lo quiso Fassbinder para quitarle transcendencia al nombre, que solo lo era
de un grupo (4) y no una manera de declarar una guerra o una enmienda total
al teatro. La cuestión es que tal como lo continuó haciendo hasta su muerte, que
ya anunció que sería su descanso, Fassbinder no podía parar y arrastraba con
él al grupo, con los miembros del cual instauró esas relaciones de dominación
y de manipulación ligadas a un trato afectivo tan cambiante como la valoración
sobre su trabajo actoral. Tanto podía maltratarlos en los ensayos, diciéndoles
que lo hacían rematadamente mal, como halagarlos. O pasar de una cosa a
otra. Su conducta siempre fue imprevisible. Y no solo en los ensayos, o en las
representaciones, pues no había separación entre vida y teatro: una manera de
sacarles lo que quería o lo que consideraba que era lo mejor que podían dar de
sí mismos a favor de la obra.
3. Unos meses después, en abril de 1968, Horst Söhnlein fue arrestado junto a Andreas Baader,
Gudrun Ensslin y Thorwald Proll, futuros miembros de la Fracción del Ejército Rojo (RAF),
también llamada banda Baader-Meinhof, por haber provocado un incendio en unos grandes
almacenes de Fráncfort.
4. Que, aparte de Fassbinder, estaría formado (al margen de los que se pudieran añadir circuns-
tancialmente) por Peer Raben, Doris Mattes, Irm Hermann, Kurt Raab, Hans Hirschmüller,
Ingrid Caven, Rudolf Waldemar Brem, Harry Baer y Jörg Schmitt.
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americano (Der amerikanische Soldat, 1968), Pre-Paradise Sorry Now (1969),
Anarquía en Baviera (Anarchie in Bayern, 1969), Sangre en el cuello del gato
(Blut amb hals der Katze, 1971) y Las amargas lágrimas de Petra von Kant
(Die bitteren Tränen der Petra von Kant, 1971), aunque esta última, que suele
ser referida como la última producción del antiteater, no siempre consta como
tal y, de hecho, fue presentada en el Frankfurt Experimenta y dirigida por
Peer Raben. Sobre obras ajenas, sometidas a una adaptación de acuerdo con
la naturaleza rompedora del antiteater, citaremos Ubú rey, la célebre obra de
Alfred Jarry convertida en una Orgia Ubú (1968); Ifigenia en Táuride (Ifigenia
in Tauride, 1968), de Goethe; La ópera del mendigo (Die Betteloper, 1968), de
John Gay; El café (Das Kaffeehaus, 1969), de Carlo Goldoni; y La aldea en
llamas (Fuenteojevuna) (Das brennende Dorf, 1969), de Lope de Vega. Pero
es que, además, Fassbinder también aceptó durante ese periodo una invitación
del Teatro de la Ciudad de Bremen y, llevándose con él a Peer Raben, realizó
allí algunos montajes (entre ellos una reposición de El café), descubriendo que
buena parte de los actores a su disposición eran mejores que los del antiteater,
sobre todo en el caso de Margit Carstensen, de quien explicó que era una mujer
aquejada de migraña y sin ánimo de actuar que, con él, recuperó las ganas de
hacerlo. La incorporó a su troupe de actores para casi siempre y con resulta-
dos espléndidos. Para ella escribió una obra potente y polémica, Libertad en
Bremen (Bremer Freiheit, 1971), inspirándose en el caso real de una mujer bur-
guesa (Geesche Gottfried) que, a principios del siglo XIX, fue envenenando a
todos aquellos que consideraba que la oprimían, menospreciaban o maltrataban
queriéndola reducir a un objeto doméstico y servil: empezando por su marido
y pasando por sus hijos hasta llegar a las amistades. Fassbinder, que tanto se
preocupó por la sumisión, puso en escena una forma de rebelión terriblemente
radical y Margit Carstensen fue su cómplice. Según recoge Rafa Morata en
Rainer Werner Fassbinder: un genio alemán (5), Libertad en Bremen se repre-
sentó en un decorado sobre un fondo negro en que la casa de la protagonista se
disponía en forma de una cruz que flotaba sobre las aguas de un mar ensan-
grentado. Rodándolo en video para la televisión, Fassbinder quiso dejar un tes-
timonio de esta representación teatral en un film homónimo. Sustituyó el fondo
por una inmensa pantalla donde se proyectan imágenes de un mar alternando
la calma y la bravura que, mientras también va cambiando su colorido, refleja
el estado de la protagonista. Esta aparece a veces en primer plano, anticipando
así, en un contexto fílmico, un recurso sumamente exprimido en los escenarios
durante los últimos lustros.
Aparte de los intervalos en Bremen, con el grupo del antiteater trabajó sin des-
canso. Fassbinder decretó la inexistencia de los domingos. Sus “súbditos” se
5. Una página web nacida, como dice su autor, de un acto de amor, cosa que demuestra.
50
engancharon tanto a ese frenesí que, si no hacían teatro o cine, no sabían qué
hacer. Aunque quizás esto último llegó a ocurrir; así lo mostró (o quizás lo ima-
ginó) Fassbinder en Atención a esa prostituta tan querida (Warnung vor einer
heiligen Nutte, 1971), donde un grupo (su grupo) espera el inicio de un rodaje
(6). En un hotel de mala muerte no saben qué hacer mientras aguardan al direc-
tor (quien, cuando aparece, está encarnado por Lou Castel). El realizador invita
a ser identificado como un álter ego de Fassbinder, quien, a su vez, interpreta
el papel de ayudante de producción, cosa que puede sugerir el intercambio de
roles, aunque relativo, dentro del grupo. De hecho, en Atención a esa prosti
tuta tan querida, Fassbinder puso en escena los conflictos y las rivalidades del
grupo en torno suyo. Y lo hizo teniendo presente cómo se desarrolló el rodaje
de Whity (1971), un western imposible que filmó en Almería con Peter Berling
–que más tarde se dedicó a escribir sobre el Santo Grial, buscando dinero de de-
bajo de las piedras–, con el grupo bebiendo constantemente cubalibres (como en
la misma película) y con Fassbinder dispuesto a dejar el rodaje a cada momento,
sobre todo cuando Günther Kaufmann, su amante de entonces, no había querido
pasar una noche con él. O al menos eso cuenta la leyenda. El caso es que Aten
ción a esa prostituta tan querida, conteniendo y a la vez transcendiendo las
circunstancias de Fassbinder y los otros miembros del antiteater, plantea el tema
de cómo emergen y se ocupan posiciones de liderazgo en un grupo. Y también
refleja la crisis del propio grupo, que ya se había manifestado en el aislamiento
en el hotel Los Ángeles, en Almería, durante el rodaje de Whity. El antiteater
estaba en liquidación, si bien Fassbinder siguió trabajando con muchos de sus
componentes hasta el final.
6. Fassbinder no fue el primero que habló de la situación (o pongamos que el estado de las cosas)
cuando un grupo de gente del cine se encuentra en un tiempo muerto, a la espera de que se re-
suelvan los problemas de financiación o que llegue el material para poder rodar. Godard lo hizo
en El desprecio (Le Mépris, 1963). Del universo del director francés, Fassbinder se llevó a Eddie
Constantine, quien interpreta el papel del actor protagonista del film a la espera de rodarse en
Atención a esa prostituta tan querida, como si fuera Eddie Constantine dispuesto a volver a
encarnar el detective Lemmy Caution. Después lo hizo Wim Wenders en El estado de las cosas
(Der Stand der Dinge, 1982), y aún más tarde, sin querer agotar con ello los posibles ejemplos,
Olivier Assayas en Irma Vep (1996), donde, nada casualmente, Lou Castel interpreta al direc-
tor del film que es finalmente substituido por Jean-Pierre Léaud, fantasma llegado de todos los
ejercicios de amor al cine que aún va renovando.
51
de París a Algeciras (7) aprovechando las paradas en hoteles, los dos primeros
días o quizás mejor decir noches, y la estancia de tres días en una pensión del
Cabo de Gata, que Fassbinder había descubierto en el transcurso del rodaje
de Whity. La entrevista, grabada en cinta magnética, fue muy parcialmente
publicada en Die Anarchie der Phantasie (8), bajo el título “Da hab ich Regie-
führen gelernt” (“Allí aprendí a realizar la puesta en escena”), pero existe una
transcripción íntegra no reelaborada a la cual he podido acceder a través de
Fassbinder. Par lui-même (9). Son más de cien páginas en las que, con Ingrid
Caven intentando a veces ejercer un cierto contrapunto, Fassbinder se explaya
en su versión de lo que fue el antiteater exhibiendo una egolatría desenfrenada,
si bien la enmascara, así como su propia dominación y manipulación sobre el
grupo, diciendo que siempre intentó que todos asumieran responsabilidades y
riesgos (o como mínimo gestos) creativos. Lo que ocurrió, según su perspectiva,
es que solo él tenía claro qué debía hacerse y, sobre todo, que lo que se trataba
era de crear constantemente. Hay pasajes memorables en los que afirma que, si
verdaderamente se quiere hacer películas, se hacen y basta, sean cuales sean los
recursos y las posibilidades. Lo importante es hacerlas y casi lo que menos im-
porta es el resultado, aunque lo de que a Fassbinder no le importaba la forma fue
un bulo que no se sabe muy bien cómo llegó a propagarse. También, entre tantas
otras cosas, Fassbinder habla del sentido de hacer teatro político (o de hacer
políticamente teatro) cuando solo se dirige a aquellos que, siendo pocos, comul-
gan con él: está claro que, entonces, había revalorizado el cine de Hollywood y,
sobre todo, descubierto plenamente los melodramas de Douglas Sirk, para creer
que, aunque cargadas de veneno, se trataba de realizar obras lo más simples
posibles o para llegar a cuanto más público mejor. Otra cosa es que fuera así.
Pero resulta muy tentador imaginar que Fassbinder quisiera hacer películas para
complacer a Karin, quien, para complacer a su vez a Petra von Kant cuando
siente que la atrae poderosamente, dice más o menos que claro que le gusta el
cine: “Sobre todo las películas de amor y pasión”. En cualquier caso resulta
curioso que, aunque estemos de acuerdo con lo que va argumentando para dejar
7. También viajó con ellos El Hedi ben Salem, entonces amante de Fassbinder, protagonista
junto a Brigitte Mira de Todos nos llamamos Ali (Angst essen Seele auf, 1974). En Algeciras,
Fassbinder, Caven y Ben Salem (marroquí emigrado a Francia, donde conoció al cineasta en una
sauna homosexual en París y, una vez abandonado por su amante, emprendió un periplo infernal
hasta ahorcarse en una cárcel de Nantes el año 1977) tomaron un barco para llegar a Tánger, su
destino. Corinna Brocher y Fritz Müller-Scherz regresaron en coche a París.
8. Una selección de textos de Fassbinder y entrevistas con el cineasta que, publicada en 1986
y coordinada por Michael Töteberg, es la base de La anarquía de la imaginación, editado por
Paidós en 2002.
9. Edición francesa de 2010 (G3J Éditeur, París) de una recopilación de entrevistas con Fassbin-
der (de 1969 a 1982) que, con una edición establecida y presentada por Robert Fischer, fue
publicada originalmente en alemán en 2004 por Rainer Werner Fassbinder Foundation / Verlag
der Autoren (Fráncfort).
52
entrever que nada de sustancial se hubiera hecho sin él, la transcripción de la
entrevista lleve por título, remitiendo a la edición francesa, “Ce groupe qui, au
fond, n’en était pas un”. Sin embargo, aunque dice que ese grupo, en el fondo,
no lo fue (detallando la falta de compromiso de parte de sus integrantes o su ino-
perancia en una creación colectiva), resulta que, una vez supuestamente disuelto
como antiteater, continuó trabajando como si existiera. Quizá, de hecho, existió,
y esa idea de Fassbinder se debe a un momento de crisis con sus ruinas, sobre
las cuales, siguiendo a Nietzsche, es posible resucitar o construir algo nuevo.
Es evidente que, antes de entrar en el mundo del teatro, Fassbinder había ido
mucho al cine (se cuenta que desde los cinco años, sintiendo debilidad por los
westerns) e incluso ya había hecho cine, aunque esos cortos ni siquiera con-
siguieron distribución y, por tanto, no le catapultaron. Tuvo que pasar por el
teatro. Pero siempre quiso hacer cine y tenía clarísimo que lo haría. No dejó de
desearlo una vez se introdujo en el Action-Theater y después puso en marcha el
antiteater. De hecho, no tardó en convencer al grupo (a pesar de que dijera que
no acabó de existir) para realizar películas: basta decir que El amor es más frío
que la muerte (Liebe ist kälter als der Tod) y Katzelmacher son de 1969, solo
un año después de que Fassbinder acudiera a la representación de Antígona. A
la función le había invitado una de las actrices del espectáculo, Marite Greiselis,
53
a quien había conocido en la escuela de arte dramático Fridl-Leonhard, donde
Fassbinder quiso formarse como actor pensando en una manera de ganarse la
vida. Greiselis le había presentado a Irm Hermann. La actriz quedó pronto
bajo el dominio de Fassbinder y estableció una relación de dependencia, aban-
donándolo todo para irse a vivir con él (junto al entonces amante de este, el
actor Christoph Roser, quien consiguió financiar sus cortos) y convirtiéndose
en su agente. Irm Hermann ya aparece en El vagabundo, mientras que Marite
Greiselis es la protagonista femenina de El pequeño caos. Pero esto último es
así porque Fassbinder no localizó a una mujer que había conocido en la escuela
de arte dramático y de la cual, sin que apenas hubiesen intercambiado palabra,
estaba convencido de que actuaría en sus películas: Hanna Schygulla. Lo contó
después él mismo y lo recogen sus biógrafos, entre ellos Ronald Hayman, el más
convincente. Ciertamente, no se puede decir que Fassbinder no tuviese claro que
haría cine y hasta quién sería una de sus protagonistas fundamentales.
Fassbinder, como se ha dicho, escribió otras obras teatrales que sí fueron re-
presentadas por el antiteater y, posteriormente, por otras formaciones teatrales.
Y no solo para el antiteater. También cuesta creer que el teatro fuera una mera
54
circunstancia o un estado de transito cuando, finiquitado el antiteater, aceptó
en el año 1972 una propuesta de contrato de Peter Zadek, director del teatro de
Bochum, con la condición de llevarse a su “compañía de actores”, ese grupo que
según él no existió. Allí montó Liliom, del húngaro Ferenc Molnár, y Bibi, de
Heinrich Mann. Cierto es que le costó trabajar en un teatro controlado por otro
director, de manera que la experiencia fue breve. Y aunque en 1973 asumió la
dirección artística del Theater am Tum de Fráncfort, sintió entonces el peso de
la burocracia. No había un director por encima de él, pero, siendo un teatro pú-
blico y, por tanto, controlado a través de la financiación municipal, no se sintió
libre y perdió el interés, sin presentarse apenas a los ensayos de los montajes de
las obras en cuya ficha consta como director: Los tontos mueren (Die Unver-
nünftigen sterben aus), de Peter Handke; Germinal, adaptación de la novela de
Zola; El tío Vania (Onkel Wanja), de Chéjov; todos realizados en 1974. La rup-
tura o la dimisión de Fassbinder, sin embargo, se produjo cuando no consiguió
estrenar La basura, la ciudad y la muerte (Der Müll, die Stadt und der Tod,
1976): una vez publicada la obra, fue retirada de circulación por su propio editor
al ser acusada de antisemitismo por Joachim C. Fest, periodista, historiador y
estudioso de la Alemania nazi. Una polémica furibunda envolvió esta obra al
tener como protagonista a un judío que consigue grandes beneficios a costa de la
especulación urbanística (10). Tres años después de la muerte de Fassbinder, el
teatro de Fráncfort quiso recuperar La basura, la ciudad y la muerte, pero hubo
de suspender las representaciones al resurgir la acusación de antisemitismo. En
el mismo año 1976 en que la escribió, Fassbinder quiso dejar un testimonio fíl-
mico de ella con la colaboración de su amigo y antiguo amante Daniel Schmid.
Juntos escribieron el guion, Fassbinder e Ingrid Caven asumieron los papeles
protagonistas y el cineasta suizo dirigió la adaptación con el título de La sombra
de los ángeles (Schatten der Engel). En Alemania fue prohibida su proyección
y actualmente este film maldito parece haberse hecho invisible.
10. El tema de la especulación urbanística aparece en otras obras de Fassbinder, como Lola
(1981), ligado en este caso al resurgimiento económico alemán. Respecto a la cuestión judía y el
Holocausto, sin que ahondemos en la manera que lo abordó Fassbinder, resulta particularmente
inquietante que, en Un año con trece lunas (In einem Jahr mit 13 Monden, 1978), otro perso-
naje judío (Anton Seitz, interpretado por Gottfried John) se haya enriquecido organizando sus
empresas a la manera del campo de concentración al cual sobrevivió.
55
do en el teatro, o relacionado con él, fue esencial para su cine. Fagocitando la
propia vida o transfigurándola en ficción, la misma relación con los miembros
del grupo originalmente teatral (que, como se ha dicho, fue cambiando y am-
pliándose) pudo ser uno de los materiales con los que desarrollar argumental-
mente y, en el fondo temáticamente, la circulación, mutación y transferencia de
poder en los contactos humanos. Además, en el teatro aprendió a dirigir (y, sí, a
manipular) a los actores y a escribir diálogos. A observar la fuerza y significa-
ción de los cuerpos para destinarlos a la expresión de un choque emocional que,
al fin y al cabo, es social y político. A aprehender el sentido de la representación
y, por tanto, el juego que dan el maquillaje, el vestuario y la peluquería: una ma-
nera de representar el sujeto como una identidad mutante y en transformación,
incluida, sin duda, la sexual. Y además, apostando así por el artificio, rehuir
el realismo para, por debajo de la superficie, acercarse a lo real. Un artificio
que, sin embargo o más bien precisamente, prescinde de esa retórica teatral que
quiere simular una naturalidad que, por ello mismo, evidencia su falsedad. Se
trataba precisamente de no parecer natural sin apenas hacer nada y, sobre todo,
no interpretar el texto. Puede parecer extraño que Fassbinder no dirigiera un
montaje sobre una obra teatral de Bertolt Brecht o de Jean Genet, aunque este
último inspiró Querelle a través de su novela Querelle de Brest. Y, sin embargo,
en su cine están el distanciamiento de Brecht y la transgresión de Genet, como
también el teatro de la crueldad y lo orgánico de Antonin Artaud. Asimismo,
bebió de los espectáculos populares, como el cabaret, y de la performance tea-
tral, teniendo presente que muchas veces rodaba una sola toma, cosa que parece
increíble en muchos casos, pero que posiblemente propició una concentración
y una intensidad máximas (11). Además, debía resultarle excitante: vivir en el
puro presente, en el límite, peligrosamente.
Había, pues, “mucho teatro” en el cine de Fassbinder, pero a la vez había en él,
por decirlo también así, “mucho cine”. Basta ver esa película inmensa, siem-
pre dolorosa, con la que adaptó su obra teatral posiblemente más célebre: Las
amargas lágrimas de Petra von Kant (Die bitteren Tränen der Petra von Kant,
1972). Toda la acción dramática (como casi siempre en torno a relaciones de
dominio y de sumisión mientras, nuevamente, el amor se vive de manera asimé-
trica, desconfiada, solitaria) sucede en un único decorado, un apartamento, el
de la protagonista, Petra, una diseñadora de moda que se enamora perdidamente
de una modelo, Karin, y que trata como a una esclava a su asistente, una mujer
11. No puedo dejar de comentar que siempre veo con admiración la escena de Lola (sin duda,
una de mis preferidas del cine de Fassbinder) en la cual Barbara Sukowa canta Capri Fischer
y, advirtiendo que su amante honrado ha descubierto su doble vida, se entrega a una especie
de locura o de ambigua liberación de su cuerpo prostituido. Parece como si lo diera todo de sí
misma. Quizás el método habitual de Fassbinder (una sola toma) fue la que hizo posible esa
intensidad abrumadora.
56
silente llamada Marlene: no debe ser por nada que los tres personajes estén
interpretados por Margit Carstensen, Hanna Schygulla e Irm Hermann, respec-
tivamente. Pero a diferencia de la escena teatral, nunca vemos este decorado
de una manera frontal (aunque, a veces, Fassbinder juega a la frontalidad) que
permita percibirlo en su totalidad o unicidad. Vamos viéndolo de manera frag-
mentada mientras la cámara se mueve lentamente, acercándose a esas mujeres
para llegar a mostrarlas en primer plano (eso tan cinematográfico) o para encua-
drarlas ante espejos (una manera de enfrentarse a la identidad propia y ajena) y
paredes (que refuerzan la idea de un aprisionamiento vivido diversamente por
cada una de ellas); o bien para confrontarlas entre sí (reflejo de su posición en
las relaciones de poder que van circulando) o con los maniquíes (pudiendo ser
tan inertes como ellos) que cohabitan significativamente en ese espacio. Pero,
quizá, lo primordial o al menos sugerente es que a menudo observamos lo que
sucede a través del punto de vista de la servil Marlene, quien, al final, se mar-
cha no se sabe si para liberarse o para buscar un nuevo lugar donde reproducir
su sumisión. Fassbinder creía esto último, pero si nos lleva a identificarnos con
Marlene podemos rebelarnos. Seguro que le gustaría. ¿O quizá no?
57
GÉNEROS,
SOPORTES,
FORMATOS,
ESTILOS
60
El viaje a Niklashausen
“Pienso que lo mejor que puedo hacer es crear una unión entre
algo tan hermoso y maravilloso como las películas de Hollywood
y una crítica al statu quo… Este es mi sueño, hacer una
película alemana así: bella, extravagante y fantástica, y sin
embargo capaz de hacer algo contra el orden existente”.
61
un contexto burgués netamente definido; por otro las de cine, que se sitúan en
un contexto cinematográfico típico inspirado en diferentes películas de género”.
Tal división obedece, como se puede extraer de sus palabras, más a una cuestión
interna y de punto de partida que formal. Al menos, desde un punto de vista muy
genérico, dado que tanto un grupo como el otro poseen el aliento experimental
de un cineasta que explora el medio en busca de su forma indagando en la puesta
en escena cinematográfica. Resulta casi imposible pensar en su cine ulterior,
por muchas variaciones que introdujese a partir de su viraje en 1972, sin tener
en cuenta aquello que llevó a cabo durante esos años. Por ejemplo, no se puede
obviar que en algunas películas como Los dioses de la peste (Götter der Pest,
1970) o ¿Por qué le dio un ataque de locura al señor R.? (Warum läuft Herr R.
Amok?, 1970) o en determinados momentos de ese extraño western que es Whity
(1971), o, incluso, en muchos instantes de sus policiacos, Fassbinder introduce
ya algunos elementos de corte melodramático en su narración mediante ese halo
trágico que, si bien es tratado en casi todas sus películas iniciales de una mane-
ra transversal, anticipan lo que desarrollará posteriormente. Aunque podamos
referimos más a cuestiones argumentales y de personajes, a motivos narrativos
antes que a formales, lo cierto es que no es complicado hallar de manera primaria
algunos elementos de puesta en escena recurrentes en el posterior Fassbinder.
Para lograrlo, evidentemente, el cineasta alemán tuvo que pasar por un perio-
do de experimentación con la imagen cinematográfica con una clara mirada
hacia referentes como Éric Rohmer, Claude Chabrol, Jean-Luc Godard, Jean-
Pierre Melville, Jean-Marie Straub, Sam Fuller, Howard Hawks o Raoul Walsh,
quienes aparecen de forma muy diferente en estas películas; en ocasiones de
manera explícita, como en El amor es más frío que la muerte, dedicada a los
primeros y con un agradecimiento a Straub por el material para la secuencia
nocturna en movimiento desde el coche. Referencias no exentas, en ocasiones,
de ironía, pero desde el respeto de quien comienza. Nada que ver, por ejemplo,
con la mirada, casi devocional, hacia Sirk y otros maestros del melodrama de
la modernidad contemporánea. Fassbinder parece vampirizar motivos y tropos
cinematográficos, introducirse en la incipiente modernidad europea de los “nue-
vos cines” buscando ser uno más pero desde una posición secundaria que, poco
a poco, según vaya interiorizando esas referencias y conformando una mirada
propia y un universo muy particular, irá desapareciendo.
Cuando Fassbinder estudia teatro tiene claro que quiere dirigir cine. Gracias
al dinero de Christoph Roser, su pareja en aquel momento, pone en marcha
sus dos primeros cortometrajes, dos tanteos estilísticos con claras referencias
62
que, después, extrapolará a sus primeros largometrajes. El vagabundo (Der
Stadtstreicher, 1966) nace de su admiración a la película Le Signe du Lion
(Éric Rohmer, 1959). En ambas, el protagonista es un vagabundo que recorre la
ciudad; en un caso París, en el otro Múnich. El vagabundo encuentra una pistola
y quiere deshacerse de ella; por diferentes motivos, es incapaz de hacerlo. En
el transcurso de ese periplo fantasea con la posibilidad del suicidio. El corto
presenta motivos formales a partir de un hecho simple que Fassbinder trabaja
para transmitir un proceso emocional y proyectar una mirada social más amplia;
la cual estará muy presente en sus primeras películas en busca de, tanto formal
como argumentalmente, hablar de la deriva de la sociedad alemana de su tiempo
y, sobre todo, de su juventud. Estilo ascético, en ocasiones neutro, deviene en
perfecta representación de un vacío interior de unas vidas que son visualizadas
con largos planos estáticos, con figuras actorales que deambulan por el plano,
sin apenas conversar o, como en el caso de ¿Por qué le dio un ataque de locura
al señor R.?, sin dejar de hacerlo aunque no digan nada. La desesperación del
vagabundo al no deshacerse de la pistola conlleva una mirada a la absurdidad de
la existencia, cuya ensoñación suicida muestra la salida.
El pequeño caos (Das kleine Chaos, 1966) es una breve y reveladora puesta en
marcha de sus "filmes de cine". De hecho, puede verse fácilmente como una
suerte de prólogo de esa trilogía noir compuesta por El amor es más frío que
la muerte, Los dioses de la peste y El soldado americano (Der amerikanis-
che Soldat, 1970) tanto en cuestiones argumentales como visuales. Fassbinder
no puede ocultar, como en su primer largometraje, la influencia de Jean-Luc
Godard, especialmente en su trabajo con el género negro hollywodiense y su de-
construcción. En El pequeño caos trabaja los tropos del género de una manera
muy particular, desde su base constitutiva más básica. La voluntaria sensación
de artificio que presidirá gran parte de esta primera etapa de Fassbinder aparece
ya en su segundo corto, con interpretaciones y diálogos poco naturalistas, con
una teatralización cinematográfica todavía germinal, con el cuidado de cons-
truir unos planos que transmitan inestabilidad y caos a partir de una férrea
elaboración en su estaticidad.
Ambos cortos evidencian una idea primigenia del cine por parte de Fassbin-
der. Proveniente del teatro y, en particular, del “antiteatro” que él creó como
forma de indagar en la dramaturgia teatral a partir de una ruptura con los
modelos clásicos, introduciendo elementos de la vida real en escena, Fassbin-
der conduce esos modos al cine. Rodeándose de una serie de colaboradores
cercanos e íntimos que a lo largo de su carrera tendrán una presencia más
o menos constante, el cineasta alemán ya pone de relieve en sus cortos un
claro deseo de realismo artificial. Una cierta sensación, casi dialéctica, de
combinar formas que remitan a la realidad, a la par que introducir en ella, a
63
modo de violentación, elementos de gran artificialidad que muestren de ma-
nera abierta su naturaleza representacional. Esto es, las “películas de cine”,
cuyas imágenes remiten al cine, a la ficción, al género cinematográfico. A
Hollywood.
64
desarrollado anteriormente y que abre el camino a El mercader de las cuatro
estaciones.
La gran diferencia entre las “películas de cine” y las “películas burguesas” ra-
dica en que en las primeras Fassbinder, como sus admirados directores de las
“nuevas olas”, mira al cine de Hollywood, en particular partiendo del cine negro
y, en el caso de Whity, a una cohesión entre western y melodrama sureño. En
cambio, las “películas burguesas”, a pesar de los elementos comunes con ellas,
aparecen menos constreñidas a modelos cinematográficos previos y Fassbinder
las usa, como en El viaje a Niklashausen, para liberarse estilísticamente. Del
mismo modo, las primeras se desarrollan en un espacio referencial y cinema-
tográfico; las otras en espacios que hablan de una realidad burguesa coetánea.
Así, en esas “películas de cine” surgen, como sucedía también en Godard, unas
contradicciones inherentes a la modernidad cinematográfica europea que miró a
Hollywood para deconstruir su lenguaje clásico a partir de sus tropos constituti-
vos. La búsqueda de un nuevo lenguaje, de unas nuevas formas, no estaba siendo
total. Se produce una clara ruptura, se abren nuevos caminos, pero algo per-
manece imposible de desquebrajar del todo. El intento de combinar diferentes
motivos fílmicos produce películas híbridas, pero siempre parte de un modelo
heredado. Parece imposible la subversión total. La disyuntiva se establece en la
necesidad de partir de modos establecidos y, al hacerlo, poner de relieve que
ya no son del todo operativos. Hay en Fassbinder, como también lo había en el
primer Godard, una cierta nostalgia: la de estar violentando un pasado cinema-
tográfico que tenía sentido y significado pero que está agotado. De ahí ese halo
melancólico que tiene que ver con sus personajes y sus paisajes desolados y su
mirada hacia una sociedad vacía; pero también con la toma de conciencia de que
aquel cine que tanto admira y con el que creció, cada vez posee menos sentido.
De hecho, podría darse la vuelta a la situación y ver sus intentos de transgredir
sus códigos fílmicos como una manera, en el fondo, de preservarlos al dotarlos
de unas nuevas formas.
65
vacías, sin rumbo, varadas en un espacio y en un tiempo suspendidos, con una
dirección carente de sentido.
66
cuadros narrativos basados en largas secuencias. En Los dioses de la peste hay
un mayor trabajo con el interior del plano, como con los espejos y los reflejos,
con una escenografía mucho más elaborada y que incluye momentos que remi-
ten al Fassbinder ulterior con una atmósfera decadente que une modos pasados
diversos, tanto norteamericanos como alemanes. La austeridad narrativa de El
amor es más frío que la muerte y El soldado americano tiene en Los dioses
de la peste un menor sentido, porque Fassbinder experimenta con la forma de
manera más amplia. Y esa nostalgia y melancolía por un tipo de cine perdido
son más profusas.
Las tres películas hablan de unos personajes marginales inmersos en unas vidas
violentas, de sexualidad enfermiza y vacía, de incomunicación y aislamiento.
Es al mismo tiempo una mirada humana y social, pero en la introducción de un
concepto cinematográfico tan evidente acaban siendo parte de una visión hacia
los márgenes fílmicos que interesan a Fassbinder. En cierta manera, sus “pelí-
culas burguesas” parecen contraponerse a ellas a pesar de las similitudes: frente
a la violentación de Hollywood, obras que persiguen su propio lenguaje. El uso
de los tropos del género no aparece en Fassbinder a modo de pastiche o parodia,
pero sí muestran la complejidad existente al usarlos y, sobre todo, evidencian
que son formas representacionales que ya no son operativas.
67
la que ese tiempo sin tiempo posee un sentido tan cercano al resto de películas
de la época como muy diferente. Rodada en color y en 16 mm para televisión,
Fassbinder se traslada en ella al siglo XV, basando la historia en el pastor Hans
Böhm, quien había asegurado que la Virgen María se le apareció en una visión
y le había ordenado que se convirtiese en un predicador revolucionario. Durante
meses lideró a un grupo de campesinos en la ciudad alemana de Niklashausen,
guiando a un grupo que proclamaba por sus derechos y igualdad contra Iglesia
y Aristocracia. Finalmente, Böhm sería detenido y condenado a morir en la ho-
guera. En El viaje a Niklashausen, Fassbinder más que recrear lo anterior con
un ánimo historicista, usa el argumento y los personajes para una reconstrucción
de época que, sin embargo, posee un sentido ahistórico, como si quisiera a la
vez dejar claro que estamos ante una historia pretérita pero evidenciando su
representación en el presente. Es más, el cineasta persigue mediante la imagen
romper con el tiempo, enfatizando, más si cabe, ese tiempo sin tiempo en el
que revueltas sociales y políticas pasadas se manifiestan, mediante el cine, para
hablar de nuestro presente. Construido mediante una gran imaginación en todos
sus elementos, El viaje a Niklashausen deviene en toda una meditación sobre la
revolución marxista y sus agentes. El vestuario, por ejemplo, combina diferentes
periodos para romper con ese tiempo y ese espacio y crear un hilo atemporal
que conecta aquellos eventos con el presente. Junto con Viaje a la felicidad de
mamá Küsters (Mutter Küsters’ Fahrt zum Himmel, 1975), El viaje a Niklas
hausen es posiblemente la película en la que más abiertamente Fassbinder sitúa
a sus personajes debatiendo sobre política y dirigiéndose a la realidad de su
momento con las luchas sociales como epicentro de su argumento. Pero no solo
eso. A través de la forma, no solo crea ese tiempo suspendido, sino que introdu-
ce, de una manera muy distinta al resto de las películas de esta época, un claro
comentario a su posición como director a través de una puesta en escena que,
más que transparente, se hace enfática en su presencia. Una suerte de reflexión
personal sobre su labor como director, sobre su posición, como creador, en el
contexto político que le ha tocado vivir. Si bien Fassbinder nunca estuvo ajeno a
él, en este caso lo explicita con un trabajo en el que la técnica cinematográfica
se hace evidente. Y, tras ella, su labor como cineasta.
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parte. Largos planos, pocas conversaciones sin demasiado sentido y actos y ges-
tos de un aburrimiento existencial de una sociedad anclada en su construcción.
¿Por qué le dio un ataque de locura al señor R.?, en cambio, es muy diferente
a nivel formal, tanto teniendo en cuenta las películas que hemos tratado como
el conjunto de la filmografía de su director. Primer largometraje de Fassbinder
en color, rodado en 16 mm con cámara al hombro, los actores usan sus nombres
y los diálogos, a diferencia de las otras películas, son constantes e improvisa-
dos. No es complicado pensar en las primeras películas de John Cassavetes al
verla, salvando las distancias oportunas, dado que hay un mismo aliento y unas
intenciones similares. Fassbinder experimenta con el movimiento constante de
cámara mientras que los planos continúan siendo muy largos, creando, como en
otras obras de la época, unidades narrativas de tiempo alargado para mostrar,
de nuevo, ese tiempo sin sentido, suspendido y absurdo. Apenas hay argumen-
to, pero se va construyendo una historia de un modo sensitivo y emocional en
lo acumulativo, en el exceso. El contraste con el sentido lacónico de otras de
sus películas es evidente. El artificio de la ficción que mostraba en ellas aquí
deviene en un motivo semidocumental que pretende transmitir veracidad en las
formas y en las figuras, como si estuviera, en realidad, introduciéndose en las
entrañas de la burguesía en su intimidad más oculta.
Todo lo anterior conduce hacia El mercader de las cuatro estaciones, que posee
algunos elementos biográficos de Fassbinder. Resulta un estudio melodramático
de Hans Epp, un frutero, que presenta las típicas coordenadas del personaje
masculino de Fassbinder a partir de entonces. Un hombre frustrado y pasivo
que interioriza esas emociones y lucha por su liberación sin demasiado éxito. La
acción, más articulada que en sus películas anteriores, se circunscribe al ámbito
doméstico, conformando un universo cerrado y enfermizo que Fassbinder ela-
bora con precisión en una lectura del espacio y los elementos que lo configuran
en la que ya se puede apreciar la influencia de Sirk, como en el uso metafórico
de los objetos para encerrar y reflejar a los personajes. En ella, no obstante,
se perciben trazos de algunas películas anteriores como Katzelmacher, pero
resulta evidente que la mirada de Fassbinder ha cambiado sustancialmente. Se
presiente algo que pronto pondrá en escena, una mayor ambición escénica y en
su dramaturgia, que si bien aquí aparece todavía de forma algo tosca, denota a
un cineasta que ha encontrado la conjunción perfecta de aquellos elementos que
pueden abrir el camino hacia ese estilo reminiscente a modelos clásicos cine-
matográficos y a una mirada crítica hacia la sociedad burguesa alemana. En El
mercader de las cuatro estaciones el melodrama se presenta, de nuevo, en un
estado muy puro, de tanteo de formas y motivos necesario para que Fassbinder
consiga ese estilo y esa mirada tan personales que desarrollará en sus obras de
madurez.
69
El mercader de las cuatro estaciones
70
Más frío que la muerte
El melodrama según Fassbinder: un itinerario crítico
Valerio Carando
“Toda biografía que tiene que ver con las relaciones humanas
es un melodrama, y es precisamente por eso que creo que
es justo hacer películas melodramáticas. La manera en que
los americanos abordan ese género de películas transmite al
espectador solo sentimientos, nada más. Yo quiero transmitir
esos sentimientos al espectador, pero dándole también la
posibilidad de reflexionar sobre ellos y analizar lo que siente”.
Raíces culturales
1. Norbert Sparrow, “I Let the Audience Feel and Think”, Cineaste, vol. 8, nº 2, otoño de 1977;
recogido en Robert Fischer (ed.), Fassbinder. Par lui-même, G3J Éditeur, París, 2010, pág. 329.
2. Tony Rayns, “Il faut que le public soit content”, Sight & Sound, vol. 4, nº 1, invierno de 1974-
1975, recogido en Robert Fischer (ed.), op. cit., pág. 269.
3. “[Visconti] Es un gran director. La caída de los dioses [La caduta degli dei, 1969] es quizás
la más grande película de todos los tiempos, una película que representa para el cine lo mismo
que Shakespeare representa para el teatro (...). Ha conseguido representar la Historia con
medios artísticos, exactamente como lo hizo Shakespeare”. Rainer Werner Fassbinder a John
Hughes y Brooks Riley, “A New Realism”, Film Comment, vol. 11, nº 6, noviembre-diciembre
de 1975, recogido en Robert Fischer (ed.), op. cit., pág. 291.
71
toma forma en un punto intermedio entre la vida y el teatro. No pertenece ni a
la vida ni al teatro; es una síntesis perfecta que trasciende los dos universos. El
melodrama autoriza el traslado de la mirada espectatorial a “otro” nivel del ser
(¿al igual que una sesión de hipnosis?).
En los melodramas de Douglas Sirk, que constituyen para Fassbinder otra de-
clarada fuente de inspiración (4), el análisis de la sociedad se manifiesta bajo
la égida de estrategias narrativas muy específicas, que no descartan el recurso
a las alegorías y las metáforas más elaboradas –hasta los objetos, tanto en Sirk
como en Visconti, están enraizados en la psique, en los fértiles recovecos del
subconsciente (5)–. Los Estados Unidos atrapados en las imágenes de Sirk, por
explícita que sea la representación de determinados conflictos sociales, no dejan
de alimentar una visión etérea, intangible, de América (6), un medio en el que
las tinieblas casi siempre contemplan la irrupción de un rayo de luz, una recom-
posición, ya sea real –Obsesión (Magnificent Obsession, 1954), Solo el cielo lo
sabe, Escrito sobre el viento (Written on the Wind, 1956)– o ilusoria –Imita
ción a la vida–. Los desenlaces de Sirk abrazan atmósferas leves, casi incorpó-
reas, que suelen desembocar con discreta evidencia en lo fantástico tout court
(una característica, esta, que el cineasta de origen alemán comparte con otro
gran maestro del melodrama clásico: el italiano Raffaello Matarazzo). Más allá
de los melodramas marcados por un desenlace trágico –Tiempo de amar, tiem
po de morir (A Time to Love and a Time to Die, 1958), magnífica adaptación
de la novela de Erich Maria Remarque–, los epílogos de Sirk suelen anunciar el
cierre de una etapa y la posibilidad de un nuevo inicio. El surgimiento de una
tibia esperanza, una luz que avanza entre las brumas de la inquietud más feroz
–el mismo director, a este respecto, solía hablar de “unhappy happy end” (7)–.
Al abordar la cultura del melodrama clásico, Fassbinder opera sobre los mate-
riales de partida con un trabajo de reelaboración crítica extremadamente auto-
4. “El descubrimiento de Sirk ha sido muy importante para mí. Le considero como un hombre
capaz de contar una historia al público y, al mismo tiempo, transmitir un mensaje político.
Aunque las opiniones políticas del señor Sirk no son las mías”. Rainer Werner Fassbinder a John
Hughes y Brooks Riley, op. cit., pág. 279.
5. Considérese, a título de ejemplo, la recurrencia simbólica de los espejos –y, más en general,
de la imagen reflejada– en filmes como Senso (1954), El Gatopardo (Il Gattopardo, 1963), Solo
el cielo lo sabe (All That Heaven Allows, 1955) o Imitación a la vida (Imitation of Life, 1959).
6. En palabras de Serge Daney: “El cine americano pertenecía al cine, en ningún modo a Amé-
rica” (Serge Daney, L’Exercice a été profitable, Monsieur, P.O.L., París, 1993, pág. 15).
7. David Bordwell, Making Meaning: Inference and Rhetoric in the Interpretation of Cinema,
Harvard University Press, Cambridge (Massachusetts) / Londres, 1991, pág. 194.
72
consciente, dotado de una clara vocación metadiscursiva. Un trabajo de ascen-
dencia teórica, que no se aleja mucho de lo que hicieron Jean-Pierre Melville en
Francia con el noir o Sergio Leone en Italia con el western. El diálogo con los
códigos del género, incluso con sus estereotipos, no solo es explícito, sino que
constituye el eje central alrededor del cual Fassbinder moldea su discurso sobre
la sociedad alemana de los años setenta (aquella misma sociedad en la que Hans
Detlef Sierck, alias Douglas Sirk, huido a Estados Unidos con el ascenso de
Hitler, rechazó reintegrarse a la hora de abandonar Hollywood).
Si los experimentos rodados por Fassbinder bajo la influencia del antiteater con-
traían una deuda evidente con las nuevas cinematografías europeas de los sesenta
–El amor es más frío que la muerte (Liebe ist kälter als der Tod, 1969) estaba
dedicada a Claude Chabrol, Éric Rohmer y Jean-Marie Straub–, los realizados
a partir de 1971 forman parte de un proyecto mucho más complejo, confinado
en los laberintos sociales y culturales del presente. Contextos muy concretos,
alrededor de los cuales el cineasta alemán construye su peculiar dialéctica de la
mirada, completando la metarreflexión sobre el melodrama con la ampliación de
un recorrido narrativo sólido y coherente. Fassbinder desnuda los gestos y las
miradas, junto con las marcas más identificativas del género –incluida aquella
“ingenuidad” muchas veces recriminada a los autores del melodrama y aquí,
sin embargo, reivindicada con profunda convicción (8)–. El repertorio mélo se
manifiesta bajo un conjunto de signos, elementos de significación puramente
exteriores: grafemas y fonemas –o “cinemas” (cinémi), que diría Pasolini– de
la “escritura” melodramática. Fassbinder, empero, apunta más allá. Y acaba
hundiendo los códigos del melodrama en los bajos fondos, entre las llamadas
minorías (término, por otra parte, tan manido como impropio), más allá de los
interiores burgueses indagados por Sirk, limbo de volátiles espejismos, oasis de
falso placer. La estilización de los conflictos facilita la emergencia de un malestar
lancinante: esencializando los diálogos y privando la puesta en escena de cual-
quier oropel reconducible a la tradición romántica, Fassbinder consigue alimentar
una tensión emotiva abrumadora, del todo inesperada. Su acción directa sobre los
materiales de puesta en escena acaba encendiendo la llama del deseo en el seno
de un découpage frío y riguroso, dominado por los planos fijos, las geometrías
muy medidas, los movimientos secos y esenciales. En el choque entre enfoques
antagónicos (pasión vs. razón; proximidad vs. distanciamiento; espectáculo vs.
independencia) se expresa el sentido del melodrama según Fassbinder. Un melo-
drama autoconsciente, arraigado en los abismos del subconsciente, que asimila
8. “La cultura europea excluye la trivialidad y la ingenuidad. Los directores americanos no son
ingenuos, pero son capaces de realizar obras ingenuas. No sabemos hacer lo mismo en Europa”.
La Revue du Cinéma, nº 333, noviembre de 1978; recogido en Davide Ferrario, Rainer Werner
Fassbinder, Il Castoro Cinema / La Nuova Italia, Florencia, 1982, pág. 31.
73
el peso de la historia (del cine, pero también de otras series culturales como el
teatro trágico y la ópera) en sus mismos procesos de elaboración formal. Otro
mélo posible. Un melodrama de melodramas, mareante crisol de sentimientos,
angustias y pasiones prohibidas. ¿La otra cara de Hollywood?
9. Entrevista de Wilfried Wiegand a Rainer Werner Fassbinder, “Le Seul domaine où je m’y
connaisse vraiment, ce sont les gens”, en Robert Fischer (ed.), op. cit., pág. 221.
10. Norbert Sparrow, op. cit., pág. 332.
74
materiales con los que el sistema perpetra su propio poder. El mercader de las
cuatro estaciones (Händler der vier Jahreszeiten, 1972) es la historia de Hans
Epp (Hans Hirschmüller), un vendedor ambulante de frutas (uno de los pilares
que soportan la parte inferior, la más ingrata, de la pirámide capitalista). Sin
embargo, la mercancía que Hans vende, el bien más preciado, coincide fatal-
mente con su propia persona (su misma realización, su ser-en-el-mundo). Lo que
queda de su presencia es más bien una ausencia: un cuerpo vacío, un simulacro
consumado, sin pasado ni futuro. Una vida sacrificada sobre el altar supremo, el
de la institución familiar. La familia es un microcosmos conectado a un macro-
cosmos, la sinécdoque más redonda de la sociedad (aquella misma sociedad que
está compuesta, precisamente, por una red de familias animadas por intereses
comunes). Hans es la “oveja negra” de su rebaño pequeñoburgués, un excéntrico
fabricante de sueños incumplidos. La familia que da la vida, ejemplificada por
dos arquetipos femeninos –una madre de remota ascendencia euripidiana (Me-
dea) y una esposa de vaga inspiración shakespeariana (una Lady Macbeth sin
remordimientos)–, es también la que da la muerte. La muerte de Hans, que es
un suicidio inducido (un acto extremo, catártico, como el de Madame Butterfly),
toma forma en el marco de un clímax largamente esperado; el clímax de una
película muy estilizada, exaltada por las suspensiones atrapadas en las palabras
calladas. Un momento álgido y penetrante, sin sangre (el de Hans, en el fondo,
es un cuerpo ya desangrado), que Fassbinder priva de lirismo, en contra de
cualquier referente melodramático. Una vez expulsada la “manzana podrida”,
el elemento incontrolable, las estructuras sociales se ven libres de asegurar su
propia reproducción: la mujer de Hans, Irm (Irm Hermann), se casará con Ha-
rry (Klaus Löwitsch), y el engranaje continuará girando, asegurando al sistema
la estabilidad que este necesita. La sociedad, fundamentada en los esquemas
fijados por la institución familiar, apelará siempre a su instinto de autocon-
servación. Si los desenlaces de Sirk, como hemos subrayado, contemplaban la
posibilidad de un resquicio de luz, una llama entre las tinieblas, Fassbinder se
encarga de apagar cualquier atisbo de esperanza (11). Sus cuentos morales se
escapan de las garras establecidas por los códigos hollywoodienses. En Europa,
el melodrama no se rinde a la recomposición, a la circularidad. El melodrama,
en Europa, no conoce geometría. Es más frío que la muerte.
11. “Creo que el entramado social en que vivo no está marcado por la felicidad y la libertad,
sino más bien por la opresión, el miedo y la culpa. Lo que a uno se le ofrece como vivencia de
felicidad es, desde mi punto de vista, un pretexto que una sociedad marcada por las coacciones
ofrece a los individuos”. Rainer Werner Fassbinder, “Conversación con Hella Schlumberger
sobre trabajo y amor, la explotación de los sentimientos y el anhelo de una utopía”, en Rainer
Werner Fassbinder, La anarquía de la imaginación, Paidós, Barcelona, 2002, pág. 154.
75
diza en algunos temas ya delineados por Fassbinder en Las amargas lágrimas
de Petra von Kant (Die bitteren Tränen der Petra von Kant, 1972). Si en esta
última película el hambre de amor se convertía en deseo de posesión, un deseo
ciego y autodestructivo, en La ley del más fuerte los sentimientos, y con ellos
las relaciones eróticas, están al servicio de las razones dictadas por el capital. El
placer se hunde en el cálculo. El fuego se disuelve en el más glacial de los labe-
rintos relacionales. La homosexualidad es un pretexto, la expresión más inme-
diata del elemento autobiográfico, un simple punto de partida al que Fassbinder
recurre para proyectar su discurso de lo particular a lo universal (ya lo vimos en
El mercader de las cuatro estaciones: si hay una figura retórica que resume,
mejor que cualquier otra, la escritura fílmica de Fassbinder, esta sería la sinéc-
doque). La ley del más fuerte es, sin duda alguna, una película sobre el capita-
lismo. El amor es el fruto maduro de una tensión neurótica, avalada por el ansia
de poder: el impulso a la dominación de otros cuerpos. El amor es represión,
aniquilación de la alteridad. Determinado por el rol social que cada uno juega,
el amor hace que el más fuerte se adueñe del cuerpo y el destino del más débil,
el cual, por tradición, aunque no siempre (Petra von Kant docet), es también el
que dispone de menos recursos (“El que menos ama, tiene más poder”). No es
casual que, despojado de sus bienes por su adinerado amante, Franz Biberkopf
(apellido, por otra parte, recurrente en la filmografía de Fassbinder a modo de
homenaje al escritor Alfred Döblin, autor de Berlin Alexanderplatz) acabe sus
días en la desolación más absoluta. En la sórdida estación de un metro, Franz
padece la más estremecedora de las humillaciones: abandonado por sus viejos
amigos e ignorado por los transeúntes, es privado de su chaqueta (un elemento
muy identificativo de su personalidad) y desposeído de los últimos recursos eco-
nómicos. Las llamadas sociedades avanzadas sancionan su triunfo convirtiendo
los cuerpos en mercancía. Aquellos que no saben cómo defenderse, generalmen-
te los más humildes, están condenados a sucumbir. El melodrama se desliza
hacia el terror más puro. De Douglas Sirk a Tod Browning: La ley del más
fuerte, un cuento de vampiros.
En 1974, por fin, Fassbinder establece un diálogo sin mediación con la obra de
Sirk. Todos nos llamamos Ali (Angst essen Seele auf, 1974) propone una rees-
critura crítica, personal y underground, de Solo el cielo lo sabe. Radicalizando
la propuesta de Sirk, Fassbinder facilita la emergencia de toda aquella red de
subtextos que en los melodramas hollywoodienses quedaban protegidos por la
práctica codificada de la alusión, amparados por las metáforas más sugerentes,
atrapados en una representación espectacular, extremadamente pictórica, de las
tensiones y los conflictos. En lugar de los actores fetiche de Sirk, Jane Wy-
man y Rock Hudson (que en la vida real se llevaban siete años de diferencia),
Fassbinder reniega de cualquier (gl)amour fou y apuesta por una pareja mucho
más asimétrica. Emmi (Brigitte Mira), alemana, es una mujer de la limpieza
76
sesentañera; Ali (El Hedi ben Salem), marroquí, un obrero de unos treinta años.
Dos luciérnagas en la noche, unidas por la soledad. Dos cuerpos extraídos de las
luctuosas calles de Múnich que en las manos del cineasta bávaro se convierten
en funciones, unidades significantes de un melodrama que redibuja sus prácti-
cas y sus códigos. Fassbinder apunta el dedo hacia la hipocresía de la sociedad
alemana construida sobre las cenizas del nazismo: el enfoque es distanciado,
condensado como siempre en las palabras calladas, y la aproximación a la lacra
del racismo descarta cualquier hundimiento en la anécdota sociológica. Se trata
más bien de un mélo muy seco, en el que no solo las motivaciones psicológicas,
sino también los mismos gestos, se reducen a su esencia más íntima, a su poder
de expresión más elemental. Por eso, si en la película de Sirk el deus ex machina
coincidía con un accidente que ponía en peligro la vida del protagonista mascu-
lino, en la de Fassbinder este “accidente”, una úlcera inducida por el clima de
represión en el que se desarrollan los hechos, se convierte en la metáfora más
lúcida de un malestar circunscrito a un medio social específico. Un malestar que
no es físico, no solo al menos, y por tanto sin solución aparente. El síntoma de
un problema arraigado en un tejido social enfermizo, tocado por una herencia
histórica decididamente sombría, en el que la disparidad, ya sea de clase, racial
o sexual, es fuente de frustraciones profundas y rencorosas secuelas. El último
encuadre de Solo el cielo lo sabe coincide con una panorámica muy plástica
–“La emoción tiene que ver con el movimiento de la cámara, y el sentimiento
también. Mi cámara se mueve casi todo el tiempo” (12)– que descubre, más allá
de la ventana, un paisaje extraurbano casi idílico. Una mise en abyme destinada
a exaltar la fuerza icástica, embriagadora, del medium cinematográfico. En el
último plano de Todos nos llamamos Ali, construido en oposición a su refe-
rente hollywoodiense, la cámara es fija y la ventana que aparece detrás de los
protagonistas no deja intuir nada más allá de la luz natural de un día anónimo,
igual a cualquier otro. Una luz gris, que se abre camino entre las nubes. El film
acaba donde comienza: la estructura es circular, como en el cine clásico, pero
sin que los conflictos encuentren una, ya sea tibia, resolución. Si hay un lugar
para la esperanza, este no encuentra expresión en el imaginario fassbinderiano.
Un año con trece lunas (In einem Jahr mit 13 Monden, 1978) es el melodrama
con el que Fassbinder reacciona al suicidio de su compañero, Armin Meier. Una
película desesperada, en la cual la figura arquetípica del indeseado toma forma
en el cuerpo mutado (y también mutante, atravesado por el tiempo, que sacude
y trastorna los cuerpos) de la transexual Elvira (Volker Spengler). Un cuerpo
que ya no pertenece a nadie, condenado a vivir en un intersticio existencial ex-
tremadamente incómodo, en el umbral estricto que separa los patrimonios iden-
12. Antonio Drove, entrevista con Douglas Sirk emitida por TVE el invierno de 1983; recogida
en Jesús González Requena, Douglas Sirk, Cátedra, Madrid, 2007, pág. 207.
77
titarios de hombre y mujer. La mirada de Fassbinder gravita alrededor de ese
cuerpo y sus expansiones: imágenes del pasado, ya sean reales o revisitadas por
la memoria, soñadas o reescritas (¿filtradas por el ojo asimétrico y omnisciente
de un fantasma?). Elvira se acerca a la muerte desde el principio, cuando deam-
bula por las calles de Fráncfort vestida de hombre, renegando de su identidad
femenina. Fassbinder acompaña sus encuentros con el Adagietto de la Sinfonía
nº 5 de Gustav Mahler, ya utilizado por Visconti en Muerte en Venecia (Morte
a Venezia, 1971), otra gran liturgia funeraria sobre el poder del deseo y la des-
composición de los cuerpos. El viaje de Elvira a los laberintos de su pasado, una
galería alucinada y discontinua de (des)encuentros marcados por el impulso a
la sumisión sexual (hasta el elemento narrativo que justifica el cambio de sexo
radica en ese topos), está marcado por la predestinación. Fassbinder, como un
moderno Virgilio, escolta a la protagonista en los recovecos de su itinerario
experiencial (el matadero en el que Elvira empieza su balance no es nada más
que un espacio psíquico), consciente de que no podrá salvarla de una muerte ine
vitable. La suerte está echada. En la búsqueda de una catarsis que eleve y selle
el trayecto vital de Elvira (la muerte, precisamente), el cineasta bávaro abre su
discurso sobre la marginación (una constante fundamental, como subrayamos,
de su universo creativo) a la irrupción de un elemento narrativo que por una
vez parece superar con fuerza los límites de la latencia: el masoquismo. Elvira
acepta su papel de víctima sin reivindicar alternativa alguna. Y la naturaleza de
su relación con el placer se expresa sin ambigüedad en el monólogo culminante,
el que cierra la película: “¿Qué es la felicidad? Claro que soy infeliz. La felici-
dad no existe. La búsqueda... el proceso sí es excitante, pero no el resultado: la
felicidad. (...) Invento tristezas para averiguar qué es la vida normal. No estoy
seguro, pero quizá es lo que los demás llaman masoquismo”. La frontera entre
placer y dolor es muy sutil, y no siempre es posible descifrarla con lucidez. El
masoquismo manifiesta una pulsión que no teme, más bien incentiva, el diálogo
con la muerte. El Eros se hunde en el Tánatos: un último destello de placer, el
más triunfal quizás, en un recorrido carnal salpicado –que diría Georges Batai-
lle– de “petites morts”.
78
Miedo al miedo
Eulàlia Iglesias
79
Mientras que el cine feminista que empieza a forjarse también en la década de
los setenta se construye en oposición a este woman’s film de la industria domi-
nante, Fassbinder, como otros directores de cine queer después de él (Todd Hay-
nes, Pedro Almodóvar, Terence Davies, incluso John Waters), encuentra en esta
vertiente en femenino del melodrama un espacio propicio para explorar cuestio-
nes que le atañen ligadas a la represión del deseo, la identidad como mascarada,
la pasión amorosa como centro del relato, los sistemas de opresión asimilados en
nuestras relaciones cotidianas y la puesta en escena como instrumento signifi-
cante de la tensión entre la experiencia subjetiva y el statu quo colectivo. Pocas
filmografías como la de Fassbinder explicitan una de las características intrínse-
cas en el subtexto de buena parte de los woman’s film: la naturaleza masoquista
de las relaciones románticas que establecen las mujeres protagonistas. Aunque
las estrategias de extrañamiento que incorpora Fassbinder evitan que este vín-
culo de placer masoquista se traslade también, como sí sucedía con el woman’s
film clásico, al que mantienen las espectadoras respecto a sus filmes.
La adopción del legado del woman’s film por parte de un director centroeuropeo
como Fassbinder no debería resultar tan extraña. Al fin y al cabo, el género
alcanzó alguna de sus cuotas más altas gracias a directores de origen alemán
como el mismo Douglas Sirk o Max Ophüls. Molly Haskell, en su aproximación
pionera al woman’s film (1), remarca su naturaleza anglosajona porque aduce
que en el resto de los países europeos la literatura (o el cine) en torno a los
sentimientos no se considera un asunto solo de mujeres. Así, se pueden rastrear
las raíces del woman’s film en esa corriente propia de la literatura europea de
la segunda mitad del siglo XIX centrada en una mujer adúltera que deviene al
mismo tiempo símbolo de la frustración emocional de su género y del castigo
que recibe por escaparse del rol asignado. No por casualidad Fassbinder adapta
Effi Briest de Theodor Fontane, la Madame Bovary alemana. Otra tradición lite-
raria que influye en el género y también marca la obra de Fassbinder es el teatro
de cámara, en tanto convierte el espacio doméstico en el centro de un drama
atento a la psicología de los personajes y a sus conflictos emocionales. De aquí
la conexión del alemán con otros directores de “cine de mujeres” a la europea
como Ingmar Bergman o Carl Theodor Dreyer. Por tanto, las películas de muje-
res de Fassbinder beben de la tradición del melodrama femenino de Hollywood
al tiempo que entroncan con los antecedentes europeos de este. A todo ello se
suma el hecho de que Fassbinder encaje también en una tradición de directores
para quienes el trabajo con las actrices (Hanna Schygulla, Irm Hermann, Margit
Carstensen, Brigitte Mira, Ingrid Caven, Barbara Sukowa, Rosel Zech...) cobra
un papel preponderante. Encontramos, en fin, pocas filmografías de directores
1. From Reverence to Rape. The Treatmen of Women in the Movies, Holt, Rinehart and Winston,
Nueva York, 1974.
80
en que los títulos adopten tantas veces el nombre de una mujer como la de Rai-
ner Werner Fassbinder.
Solo mujeres
La primera película de mujeres que rueda Rainer Werner Fassbinder tras la epi-
fanía que le supone su contacto con la obra y la figura de Douglas Sirk es Las
amargas lágrimas de Petra von Kant (Die bitteren Tränen der Petra von Kant,
1972), donde combina cine de cámara, teatro de la crueldad y los recursos propios
de la puesta en escena del melodrama para plasmar las relaciones tóxicas que la
protagonista, una diseñadora de moda, establece con otras mujeres, la chica más
joven de la que se enamora, Karin, y su ayudante Marlene. Fassbinder vuelca en
este triángulo amoroso asfixiante y destructivo buena parte de sus experiencias
personales. Al centrarse en un universo exclusivamente femenino pone de mani-
fiesto que los mecanismos de opresión también pueden darse en un entorno de solo
mujeres a través de la desigualdad social y de la dependencia sadomasoquista que
caracteriza, para el director, el vínculo amoroso. En su revisión posterior de Solo
el cielo lo sabe, Todos nos llamamos Ali (Angst essen Seele auf, 1974), también
incide en este aspecto al llevar el romance estigmatizado entre una mujer mayor y
un hombre más joven un paso más allá del relato sirkiano para poner en evidencia
que, una vez superada la etapa en que la relación sufre un rechazo por parte del
entorno, la relación amorosa no desemboca en ese estadio de felicidad permanente
al que apuntaban esos supuestos finales felices del cine de Hollywood. Por el con-
trario, sin una oposición externa que los una, la pareja debe afrontar el desgaste
surgido por las desigualdades y desencuentros internos. En Todos nos llamamos
Ali, el personaje que encarna Brigitte Mira acaba aprovechándose por momentos
de su situación de superioridad social frente a su pareja inmigrante.
Las amargas lágrimas de Petra von Kant resulta ejemplar por cómo ofrece,
desde una concepción a priori muy depurada (escenario único, pocos perso-
najes y uno ni tan siquiera habla, trama reconcentrada en las relaciones de
Petra...), diferentes niveles de discurso respecto a la condición femenina de sus
personajes. A través del texto, Fassbinder explicita las limitaciones que sufren
las mujeres en el matrimonio. La primera conversación entre Petra y su amiga
Sidonie versa sobre los códigos de adaptación a la vida de casada para mantener
un margen de libertad sin que el marido vea amenazado su estatus. Desde esta
charla y a lo largo del film, Petra parece querer convencernos de que ella ha
superado las dinámicas de dominación propias de las relaciones heterosexuales.
Pero la explotación laboral y emocional a la que somete a Marlene y su propia
dependencia amorosa de Karin reflejan hasta qué punto repite los vicios del
amor romántico tradicional.
81
Por otro lado, la presencia masculina no solo se hace notar en las conversacio-
nes. La pintura agrandada de Midas ante Baco de Nicolas Poussin que preside
la habitación de Petra, y la forma en que Fassbinder sitúa la figura del dios
desnudo en el centro del plano en diferentes escenas, funcionan a modo de re-
cordatorio de cómo la cultura falocéntrica sigue rigiendo incluso en este espacio
libre de hombres. A una masculinidad a la que no le hace falta estar presente
para seguir dominando, Fassbinder opone la sobre-representación de la masca-
rada de feminidad en el universo de Petra: las diferentes pelucas que utiliza, lo
vistoso del maquillaje, complementos y vestuario, los vestidos a la manera de las
antiguas esclavas y todo aquello que tiene que ver con su oficio de diseñadora
(maniquíes, figurines...).
82
más la crueldad y menos ese registro de comedia ligera que caracteriza en parte
la película protagonizada por Norma Shearer y Joan Crawford.
En Mujeres en Nueva York no hace falta explicitar el peso del fuera de campo
masculino a través de una pintura como la de Poussin porque los hombres se
hacen omnipresentes a través de los diálogos y de la dependencia hacia ellos que
sus esposas transmiten. El cineasta recurre de nuevo a la pintura, pero esta vez
utiliza cuadros de Edward Hopper que puntúan el metraje y singularizan figu-
ras femeninas en la soledad de la gran urbe, la otra cara de la moneda de esa
necesidad imperiosa de pertenencia a un grupo social que manifiestan las prota-
gonistas. Aquí se subraya el carácter performativo y artificioso de la feminidad
a través de los escenarios públicos por donde se mueven los personajes, espacios
de construcción de su imagen externa: tiendas de ropa, peluquería, manicura...
La naturaleza teatral de estas dos películas de solo mujeres también propicia la
principal perspectiva feminista de ambas. Si en ambos casos el tipo de relaciones
que establecen las protagonistas es más bien tóxico e incluso supura cierta miso-
ginia, el carácter claustrofóbico de ambos filmes nos habla del entorno limitado
y sofocante en que se ven obligadas a convivir bajo la presencia siempre palpable
de los hombres. Así, el dispositivo del cine de cámara para hablar de las mujeres
como colectivo deviene en sí mismo una marca de puesta en escena que señala
la sociedad patriarcal como espacio opresivo.
Luz de gas
Una parte del woman’s film adopta la herencia y las formas de la ficción gótica
femenina como forma de reflejar la angustia de las recién casadas ante su nueva
situación: el temor que les provoca ese nuevo hogar, marido, familia, a los que
apenas conocen. Desde la perspectiva psicoanalítica, este tipo de film gótico
proyecta ante todo el miedo de la mujer a la sexualidad. Pero lo más interesante
de títulos como la británica Luz de gas (Gaslight; Thorold Dickinson, 1940),
que dio paso a toda una serie de películas sobre protagonistas que ven en sus
esposos una amenaza para su cordura e incluso para su vida, es que otorgaba
una causa racional a la supuesta paranoia de la protagonista, y ponía de mani-
fiesto que el abuso y el maltrato de las mujeres en el seno del matrimonio no era
ningún fantasma provocado por alguna neurosis femenina.
83
film, la protagonista aparece en Italia continuamente rodeada de un deseo
sexual que siempre esquiva. Hasta su primer encuentro con su futuro marido
Helmut (Karlheinz Böhm), que Michael Ballhaus rueda con uno de los movi-
mientos de cámara más hermosos de la historia del cine, un travelling circular
que los envuelve como pareja antes de que prosigan sus respectivos caminos,
Martha no muestra interés por ningún hombre. Ya de vuelta en Alemania,
Helmut le pide matrimonio tras invitarla a un viaje en montaña rusa del que
él disfruta y que a ella le provoca un malestar evidente. A partir de aquí, el
esposo activa una serie de sucesivos mecanismos de control, desde obligar a
Martha a abandonar su trabajo a no permitirle salir de casa, que convierten
el matrimonio en una cárcel. Helmut, además, hace gala de un sadismo se-
xual manifiesto. El supuesto encanto burgués de la localización, Constanza,
y lo suntuoso de la residencia donde viven, contribuyen al tono entre irónico
y gótico del film, que se cierra con una coda harto cruel pero coherente con
este retrato del matrimonio como un infierno sin escapatoria para la mujer.
Martha, por cierto, es el film de Fassbinder que más remite al cine de Luis
Buñuel, en particular a Él (1953), lo que permite reivindicar a otro director
que vio en el melodrama comercial un terreno abonado para explorar las per-
versiones cotidianas del subconsciente.
84
y radicaliza solo un año después en Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce,
1080 Bruxelles (1975).
La antecesora
Entre Martha y Miedo al miedo, Fassbinder rueda Effi Briest (1974), la tras-
lación a la gran pantalla de la novela homónima de Theodor Fontane (1895) con
la que explicita la deuda del cine de mujeres con la novela de adulterio que se
cultivó en Europa en la segunda mitad del siglo XIX a partir de Madame Bo-
vary (1857), de Gustave Flaubert, a la que siguieron, entre otras, Ana Karenina
(1877), de Lev Tolstoi, en Rusia, La Regenta (1884-1885), de Leopoldo Alas
“Clarín”, en España, o esta obra de Fontane en Alemania. De entre todas estas
esposas literarias que se enamoran o flirtean con otro hombre, Effi es la más
cándida y por tanto aquella en que se pone más de manifiesto la desproporción
del castigo impuesto a las mujeres que desafiaban la institución matrimonial con
un amor fuera de norma.
85
por un supuesto ruido proveniente de una habitación abandonada y auspiciado
por el relato que le contó su marido en torno al presunto fantasma de un chino
que mora por la zona. Las escenas en que explica sus temores están presididas
por esa ama de llaves que recuerda en su caracterización y postura a la de Re
beca (Rebecca; Alfred Hitchcock, 1940). Aunque aquí no hay esposa fallecida
cuyo espectro siga dominando el espacio, el miedo funciona igualmente como
mecanismo de control doméstico.
Actrices como Joan Crawford generaban tipologías propias dentro del woman’s
film. En su caso, se especializó en encarnar a mujeres que alcanzaban una posi-
ción social acomodada partiendo de la pobreza. Su interpretación más conocida
en este rol es la de Alma en suplicio (Mildred Pierce; Michael Curtiz, 1945),
melodrama noir y al mismo tiempo uno de los ejemplos paradigmáticos del
woman’s film centrado en una relación madre e hija. El melodrama maternal es
la variante más específicamente estadounidense del cine de mujeres, en vista del
poco peso dramático que tienen los hijos en las diferentes variantes y revisiones
del woman’s film en Europa, el cine de Fassbinder incluido. En cambio, el rol de
la mujer decidida que consigue cierta estabilidad económica con sus propias ar-
mas y sin la ayuda de un marido en un contexto de crisis sí pesa en filmes como
El matrimonio de Maria Braun (Die Ehe der Maria Braun, 1978), el drama
en que retrata la Alemania de la posguerra, y el resto de películas históricas de
Fassbinder.
86
lícula recuerda a la de la protagonista de Daisy Kenyon (Otto Preminger, 1947),
un woman’s film más que reivindicable que también despliega un romance a tres
en tiempos de posguerra. Esta vez Joan Crawford encarna ya de buen principio
a una profesional de éxito, así que sus tribulaciones se concentran en decidirse
entre su amante casado que la trata con cierto desprecio y el soldado con estrés
postraumático que se enamora de ella y le propone un nuevo tipo de vida. Daisy
Kenyon resulta sorprendente por la madurez con que los tres protagonistas, y
el propio film, afrontan su situación (de aquí, supongo, el abominable título
español de su emisión televisiva, Entre el amor y el pecado). Todos ellos asu-
men las respectivas mochilas emocionales y las consecuencias de sus actos. Los
dos hombres actúan con tal racionalidad a la hora de discutir la coyuntura y las
posibles formas de desencallarla que Daisy incluso se rebela contra “that kind
of civilized nonsense”. Fassbinder se inspiró en este “pacto entre caballeros” del
que se siente excluida la mujer en conflicto para el tramo final de El matrimo
nio de Maria Braun. Los hombres conciben el matrimonio como una suerte
de contrato o incluso intercambio económico, un acuerdo civilizado que choca
con la idea del amor como algo emocional no sujeto a arreglos que defiende la
protagonista femenina.
El alemán todavía reivindicaba otro woman’s film con Joan Crawford a la hora
de citar sus fuentes de inspiración, Flamingo Road (Michael Curtiz, 1949). La
actriz vuelve a dar vida a una mujer más que capaz de espabilarse en un con-
texto hostil, en este caso en un pueblo dominado por un cacique corrupto que la
preferiría bien lejos. Su personaje se debate una vez más entre un primer amor
verdadero que le sale rana y un pequeño empresario que le otorga estabilidad
emocional y económica. En el film, que dio lugar a una de las series televisivas
más horteras de los ochenta, la mayoría de los personajes anteponen sus intere-
ses socioeconómicos a los románticos, por lo que Crawford encarna a una figura
especialmente íntegra y honesta.
87
to convierte la famosa canción en una reflexión sobre el uso, abuso y el propio
concepto del melodrama. El tema de Lili Marleen, como el género melodramá-
tico, permite a los soldados vivir una crisis colectiva como la guerra desde la
experiencia íntima y emotiva que les transmite la canción. Al mismo tiempo,
las industrias cultural y de propaganda aprovechan su éxito entre las masas, su
naturaleza de significante emocional sin contenido político, para explotarla para
sus propios intereses. Y para más inri deviene una tortura literal para el hombre
que ama a la mujer que la ha convertido en un éxito. Willie, por su parte, no
conseguirá recuperar el amor por el que acaba arriesgando tanto...
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Lili Marleen
© Beta Cinema
Atención a esas actrices tan queridas
La puesta en escena del cuerpo de la actriz
María Adell
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poralidad que, como recoge Claire Kaiser (2), oscila de un extremo al otro: del
estatismo y la apatía al estallido de violencia y la descomposición, el colapso. Es
también un director-actor y un cineasta interesado en los actores y, más especí-
ficamente, en las actrices. De 1971, año de su encuentro epifánico con Douglas
Sirk, a 1982, los títulos de algunos de sus filmes más conocidos tienen nombre
de mujer: Las amargas lágrimas de Petra von Kant (Die bitteren Tränen der
Petra von Kant, 1972), Effi Briest (1974), Martha (1974), Viaje a la felicidad
de mamá Küsters (Mutter Küsters’ Fahrt zum Himmel, 1975), El matrimonio
de Maria Braun (Die Ehe der Maria Braun, 1978), Lili Marleen (1981), Lola
(1981) o La ansiedad de Veronika Voss (Die Sehnsucht der Veronika Voss,
1982). A estos nombres propios irán asociados otros, los de las actrices que las
encarnan y que forman parte, en mayor o menor media, de la troupe Fassbinder:
Hanna Schygulla, Margit Carstensen, Ingrid Caven, Barbara Sukowa, Brigitte
Mira, Rosel Zech…
2. Fassbinder hizo casi cuarenta películas en trece años. Thomas Elsaesser habla
de un “sistema de estudios en miniatura” que permite explicar el ritmo frenético
de producción y que consistía en la monopolización de los equipos técnicos y
artísticos, a los que el cineasta tenía siempre ocupados en diversos proyectos.
Siguiendo la analogía, del mismo modo que los estudios clásicos se diferencia-
ban entre sí por las estrellas que tenían bajo contrato, la presencia de Schygulla,
Caven, etc., proporcionan unidad y continuidad a una obra definida, justamente,
por la heterogeneidad. Estos rostros, estos cuerpos que, recurrentemente, ha-
bitan sus películas, se constituyen, en definitiva, en marca autoral del cineasta
e influyen, decisivamente, en la evolución estilística de su obra. Este texto se
centra, sobre todo, en la genealogía de personajes femeninos relacionados, en
mayor o menor medida, con Hanna Schygulla, actriz fundamental que participó
en dieciséis de sus películas. Junto a Caven, Sukowa y Zech, Schygulla confor-
ma una figuración femenina particular y recurrente en el cine de Fassbinder:
una feminidad exuberante, teatralizada, erótica y ostentosa que ofrece, además,
reveladores momentos de actuación-dentro-de-la-actuación en los que la actriz
es, a la vez, performer.
El cuerpo erótico
2. Claire Kaiser, “Exposed Bodies; Evacuated Identities”, en Brigitte Peucker (ed.), A Compa-
nion to Rainer Werner Fassbinder, Wiley-Blackwell, Hoboken, NJ, 2012.
90
idiosincráticos como actriz. En plano fijo, la vemos entrar en una habitación,
donde empieza a desvestirse lánguidamente: se quita el abrigo de pelo, después
se desabrocha las botas altas que lleva, se suelta el liguero que asoma por debajo
de su cortísima minifalda y se quita las medias. Este momento, filmado en pla-
no general y, por lo tanto, ofreciendo a la mirada del espectador el espectáculo
erótico del cuerpo semidesnudo de la actriz, prefigura los rasgos iniciales –más
tarde matizados– del “icono Schygulla” dentro de la filmografía fassbinderiana:
un erotismo letárgico, pasivo, en el que la desnudez tiene un rol clave, mezclado
con un inimitable estilo actoral que combina un cierto grado de amateurismo
con altas dosis de autoconciencia, dando como resultado personajes sumidos en
un estado de perpetuo sonambulismo (3), claramente desconectados de aquello
que les rodea.
3. En su estudio sobre Schygulla, la teórica Ulrike Sieglohr acuña el término “sonámbula lasciva”.
4. Ulrike Sieglohr, Hanna Schygulla, BFI, Londres, 2014, pág. 14.
5. Ibídem, pág. 30.
91
Hans Epp, el protagonista de El mercader de las cuatro estaciones (Händler
der vier Jahreszeiten, 1972), así como, sobre todo, Corinna, mezquina cantante
de cabaret e hija de Emma Küsters en Viaje a la felicidad de mamá Küsters,
interpretadas ambas por Ingrid Caven, presentan similar erotismo lacónico y
aura de estrella en horas bajas. Un plano general de El mercader de las cuatro
estaciones muestra a Caven, absolutamente desnuda, tumbada indolente en una
cama, inmóvil durante unos segundos tras la decisión de Hans de no acostarse
con ella. La diferencia entre ambas actrices es el porte patricio de Caven, su
pose perenne de chanteuse desencantada encima de un escenario, así como su
rostro delgado y anguloso –frente al redondeado de Schygulla– y sus cejas muy
finas, que remiten, de forma directa, a Edith Piaf, su icono e inspiración.
El cuerpo deseante
Hasta el momento, hemos hablado de la actriz como pasivo cuerpo erótico, pre-
sentada en estáticos planos generales que permiten al espectador admirarla. El
deseo femenino, por el contrario, se convocará casi siempre a través del primer
plano, un recurso que es cada vez más habitual en la última etapa de la filmogra-
fía de Fassbinder. El matrimonio de Maria Braun es ejemplar en este sentido:
nunca antes Schygulla había sido mostrada en tantos y tan hermosos prime-
ros planos, cuya iluminación y composición remite tanto al melodrama de Ho-
llywood como al claroscuro característico del noir. En su ascenso meteórico por
la escalera social del “milagro económico” alemán, Maria utiliza la seducción
como arma principal. Los primeros planos, que la iluminan de forma glamuro-
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sa, resaltando sus grandes ojos azules y sus labios rojos, subrayan, por un lado,
esa personalidad seductora –nosotros, como espectadores, caemos también bajo
el influjo de esa “Mata Hari del milagro alemán”– y, por otro, revelan a Maria
como sujeto deseante. Aunque esos planos la presenten como espectáculo para
ser admirado, consumido, la extrema artificialidad de los mismos permite al
espectador generar una distancia y comprender que Maria no es una participan-
te pasiva sino que toma parte activa en su propia construcción como objeto de
deseo. Una puesta en escena de sí misma –de la que hablaremos en profundidad
más adelante– que le permite conseguir lo que ella desea: el cuerpo grandullón
de Bill y las prebendas (alimentos, tabaco…) que conlleva o el estatus social y
económico que le proporciona la relación con Oswald.
93
Sukowa –que demuestra la fortaleza y entrega de una auténtica gimnasta–, sino
también porque demuestra la evolución de la puesta en escena fassbinderiana;
sus últimas obras encarnan, con más intensidad que las primeras, la afirmación
de Brenez de la que hablábamos al inicio. La elección de filmar la escena con un
larguísimo plano secuencia lo confirma: al contrario que otros planos secuencia
estáticos, coreografiados, en los que el actor se adapta a la cámara, en este ex-
plosivo momento de Lola es la cámara la que está supeditada a los movimientos
espasmódicos, incontrolados, de la actriz, que emerge como auténtica protago-
nista de la puesta en escena y coautora de la misma.
6. Richard Dyer, “Reading Fassbinder’s Sexual Politics”, en Tony Rayns, Fassbinder, BFI,
Londres, 1976.
94
continuada, los rituales y manierismos que conforman la identidad de una perso-
na en sociedad, la frágil máscara social que oculta nuestra verdadera naturaleza,
es lógico que los intérpretes evidencien, hagan visible, el artificio de la creación
actoral. Un modo directo de evidenciar este artificio es la imitación o parodia de
modelos figurativos anteriores: Schygulla haciendo-de-Bardot o haciendo-de-Ma-
rilyn –aunque desnaturalizando las características esenciales de ambas estrellas–,
en El amor es más frío que la muerte y en Atención a esa prostituta tan queri
da, por ejemplo. El palimpsesto aparece, por tanto, como estrategia recurrente en
la política figurativa del cine de Fassbinder: Bardot, Marilyn, la femme fatale del
noir y las sufrientes protagonistas del woman’s film de los cuarenta son invocadas
de forma continua, añadiendo capas, estratos de significado, al universo femenino
que puebla sus películas. El elemento clave, reiterado, en esta superposición de
modelos figurativos, es Marlene Dietrich. El icono Marlene –creado a lo largo
de sus seis películas con Sternberg– está presente, en mayor o menor medida, en
muchos de los personajes femeninos del cineasta alemán, superponiéndose y mez-
clándose con los rostros y cuerpos de Schygulla (Lili Marleen, El matrimonio
de Maria Braun), Rosel Zech (La ansiedad de Veronika Voss), Barbara Sukowa
(Lola) o Ingrid Caven (Viaje a la felicidad de mamá Küsters). Como si pertene-
cieran a una misma familia, en todas encontramos la figura estilizada, la cabellera
rubia y la actitud distante de la estrella alemana. Las referencias a Marlene son
aún más directas: Lola es un remake, bastante libre, de El Ángel Azul (Der Blaue
Engel; Josef von Sternberg, 1930), y el nombre del film remite tanto al personaje
interpretado por Dietrich en la película de Sternberg como al de la protagonista de
Lola Montes (Max Ophüls, 1955).
95
sus movimientos pausados y dicción lenta, que dan pie, incluso, a un comentario
autorreferencial (7) por parte de uno de los personajes dentro de la diégesis.
7. El pianista y amigo de Willie, borracho, después de decirle que su voz está “sobrevalorada”,
le echa en cara que canta “demasiado lentamente”, como si recitara. Un comentario directo a la
singular dicción de Schygulla.
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matrimonio de Maria Braun, Schygulla y una amiga (Elisabeth Trissenaar)
se están arreglando para conseguir trabajo en un bar frecuentado por soldados
americanos. Con el rostro empolvado de blanco, ojos negros y labios muy rojos,
se queja de que el peinado le hace parecer “un caniche”. “Es la última moda”,
le responde la amiga. A lo que ella replica: “Creo que a los americanos les
gustan los caniches”. Schygulla y Trissenaar aparecen, bellísimas, en un plano
barrocamente compuesto que las atrapa a ambas en el espejo; la visión definitiva
del narcisismo femenino, o al menos eso parece. Sin embargo, el hecho de que
estas dos mujeres, solas en la intimidad de su tocador, hablen –y se burlen– del
proceso de embellecimiento que están atravesando pone de relieve, por un lado,
el componente absolutamente artificial de aquello que se considera “femenino”
y, por otro, el alto grado de autoconciencia –y autocontrol, por tanto– con el que
las protagonistas abordan la construcción de su propia imagen.
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98
Todos nos llamamos Ali
Sergi Sánchez
Consideremos, pues, Solo el cielo lo sabe (All That Heaven Allows; Douglas
Sirk, 1955) y Lejos del cielo (Far from Heaven; Todd Haynes, 2002) como dos
espejos que se miran, unidos por una bisagra, Todos nos llamamos Ali (Angst
essen Seele auf, 1974), que hace posible esa mirada. Esa tríada especular, me-
diada por un “entre” que pondrá en marcha su estrategia semántica, es un solo
cuerpo melodramático fractal, que se proyecta en infinitas direcciones para
sacar a la luz lo que estaba oculto por los códigos del género inscritos en el cla-
sicismo. No estamos en el dominio del remake, porque ni Fassbinder ni Haynes
quieren rehacer a Sirk sino reverlo, someterlo a una doble visión espeleológica,
que rescate sus capas de significado de los abismos del subtexto. Carey (Jane
Wyman), la viuda de mediana edad que se ha enamorado de su joven jardinero,
Ron Kirby (Rock Hudson), se mira con ansiedad en los espejos de su hogar
vacío para reconocerse como mujer libre. Sin embargo, lo que le devuelven
sus espejos –y, en especial, la pantalla del televisor que le regalan sus hijos por
Navidad: “Drama, comedia, el teatro de la vida al alcance de su mano”– es el
reino de las apariencias. El mismo Sirk juega con ellas, al someter su alegato
contra la intolerancia de la América de los cincuenta a los usos y costumbres de
los lucrativos woman’s films de los estudios Universal. Se insta al espectador a
un doble proceso, de identificación con los mecanismos de representación del
melodrama y de excavación en sus ocultaciones. Se trata, pues, de aprender a
1. Jesús González Requena, La metáfora del espejo. El cine de Douglas Sirk, Instituto de Cine y
Radio-Televisión / Institute for the Study of Ideologies and Literature, Valencia, 1986, pág. 18.
99
ver cómo tiene que hacerlo Carey, de rasgar la tela del trampantojo para saber
qué hay detrás. El gran fracaso de la heroína de Solo el cielo lo sabe es no lograr
que la comunidad de clase media-alta de un pueblo de Nueva Inglaterra sepa
mirar su relación con Ron más allá de lo que aparenta (lo que ven: ella necesita
sexo; él, una posición social).
Douglas Sirk le confesaba a Jon Halliday que Solo el cielo lo sabe trataba el
conflicto entre una América “fuerte y segura de sí misma (…) que protegía celo-
samente sus logros e instituciones” frente al modelo rousseauniano que proponía
el Walden de Thoreau. “Hudson y sus árboles son el pasado y los ideales de
América” (2). Ron Kirby practica la utopía de Thoreau, en la que la sinceridad,
el desprecio por lo banal y por la cultura del éxito y el dinero son la norma. En
ese sentido, la película organiza su discurso político enfrentando el apogeo de
la sociedad de consumo con el elogio de la fantasía anticapitalista. El juego de
oposiciones es claro: la reunión en el club social en la que un adúltero intenta
seducir a Carey frente a la fiesta de los amigos de Kirby, bañada por el calor del
fuego y el baile. En la hipocresía de esa comunidad cerrada y hostil, propensa
al chismorreo y la humillación pública, cabe la posibilidad de que Sirk no solo
esté hablando de la América de Eisenhower sino de la Alemania nazi, de la que
escapó en un periplo propio de una película de espías. En esencia, nos dice, son
idénticas. Casado en segundas nupcias con una mujer judía, acusado de atentar
contra la ideología nazi desde su rol como director del teatro de Bremen por ac-
tores que él mismo había apoyado, Sirk bien podría ser una versión cultivada de
Ron Kirby. El hijo de su primera esposa, al que no se le permitió verle desde su
divorcio, cuando tenía cuatro años, se convirtió en estrella del cine ario. Quizás
tenía razón Jean-Marc Lalanne (3) cuando decía que los hijos de Solo el cielo lo
sabe, agentes censores del supuesto amor transgresor de su madre en aras del
qué dirán, eran hijos de aquel guapo chico nazi, que murió en el frente ruso. En
cierto modo, en ese melodrama expresionista estaba el germen del Nuevo Cine
Alemán.
2. Jon Halliday, Douglas Sirk por Douglas Sirk, Paidós, Barcelona, 2002, pág. 140.
3. Jean-Marc Lalanne, “Croissance de l’adulte”, Cahiers du Cinéma, nº 571, septiembre de
2002, pág. 14.
100
para quedarse. No hay espejos que valgan: una patada rompe aquella televisión
que era “gran teatro del mundo”, la violencia impide cualquier reflejo porque
ahora solo hay marcos, molduras, rejas que aprisionan a los amantes en un pre-
sente que rechaza su unión. De ahí que la película parezca estar encarcelada en
sus encuadres, de una rigidez acerada, sellada con silicona. “Fassbinder aleja
el conflicto de la internalización de la presión social evidente en Solo el cielo
lo sabe”, afirma Elena Gorfinkel en un perceptivo análisis, “para acercarlo a
la exteriorización de la lógica bruta de la significación inscrita en la superficie
de la piel” (4). Esto es, la relación entre Emmi (Brigitte Mira), una limpiadora
viuda próxima a la jubilación, y Ali (El Hedi ben Salem), un mecánico marroquí
veinte años más joven que ella, se sustenta en la afinidad que les hace ser invi-
sibles, y la marginación social o la xenofobia les convierte en fantasmas que se
reconocen mutuamente. Es cuando se someten a la mirada de los otros cuando
esa relación se torna imposiblemente paradójica, tal y como señala Thomas El-
saesser (5): por un lado, esa mirada les hace existir en el mundo; por otro, saca
a la luz la grieta que les separa, que no es otra que el desprecio institucionaliza-
do por la Alteridad. La diferencia más notable entre la película de Sirk y la de
Fassbinder no es solo que esta última aporte una dimensión racial al discurso
sobre la intolerancia de la primera sino que convierte a sus personajes en partí-
cipes, activos o pasivo-agresivos, del rechazo social.
Es bien sabido que Fassbinder entiende el vínculo amoroso como un tira y afloja
entre la dominación y el sometimiento; en fin, como la representación íntima
de una relación de control y poder sobre el Otro. Se tiende a interpretar esta
obsesión recurrente con el propio carácter del cineasta, con su tormentosa vida
sentimental, en la que la pasión y la exaltación iniciales se correspondían con el
desapego y la degradación de un desenlace fatal. Uno de los aspectos más inte-
resantes de la película está implícito en el casting de El Hedi ben Salem, novio
de Fassbinder en la época del rodaje, que acabó suicidándose en 1977 víctima de
su despótico desdén. Allí donde Sirk colocaba a un homosexual en el armario,
Rock Hudson, como protagonista para reforzar, solo para insiders, su discurso
sobre la falsedad de las apariencias, Fassbinder escoge a Salem para convertir a
Todos nos llamamos Ali en la crónica doméstica de la disolución de una pareja,
en una suerte de mezcla de conmovedora carta de amor y cruel nota de despe-
dida dedicada a su musa. Sin embargo, más allá de lo autobiográfico, más allá
de esa inscripción del yo tan característica del cine moderno, hay que pensar
este amor de matices sadomasoquistas en el contexto histórico del nazismo y la
4. Elena Gorfinkel, “Impossible, Impolitic. Ali: Fear Eats the Soul and Fassbinder’s Asyn-
chronous Bodies”, en Brigitte Peucker (ed.), A Companion to Rainer Werner Fassbinder, Wiley-
Blackwell, Hoboken, NJ, 2012, pág. 503.
5. Thomas Elsaesser, Fassbinder’s Germany: History, Identity, Subject, Amsterdam University
Press, 1996, págs. 65-66.
101
opresión del pueblo judío para calibrar la virulencia del discurso fassbinderiano.
Tal vez hay que empezar a interpretar películas como Las amargas lágrimas
de Petra von Kant (Die bitteren Tränen der Petra von Kant, 1972), Todos nos
llamamos Ali o Martha (1974) como campos de concentración en miniatura,
donde se reproducen las siniestras, complejas estrategias relacionales que hicie-
ron posible la Solución Final, y que Ali define en un escueto silogismo: “Alemán
amo, árabe perro”.
Emmi “no es”, dice una de sus vecinas, “una auténtica alemana”. Lleva el ape-
llido de su marido, Kwowski, que era polaco y se quedó en Alemania después
de la guerra. Eso sí, ambos estaban afiliados al partido nazi. “¿Sabes quién era
Hitler?”, le pregunta Emmi a Ali en su primera noche juntos, en su cocina de
formica. “A mis padres no les gustaban los extranjeros”. Lo que hace fascinante
al personaje de Emmi es su contradictoria naturaleza: siendo hija del Tercer
Reich –estando, pues, del lado de los verdugos, aunque fuera desde el silencio
y el espíritu de negación–, es percibida por sus compañeros de raza aria como
una extranjera, y se enamora de un hombre que sigue siendo víctima de la onda
expansiva del nazismo. En un feliz, irónico requiebro del guion Emmi y Ali
celebran su boda en el restaurante italiano favorito de Hitler, rebelándose frente
a la última humillación pública (un camarero entre arrogante y condescendiente)
contra su relación antes de que, en un parque, Emmi proponga irse de vacacio-
nes con la esperanza de que, a su vuelta, “todo el mundo sea amable con no-
sotros”. Como señala acertadamente Salomé Aguilera (6), esa escena funciona
como una bisagra que parte la película en dos: la segunda será un remake de la
primera, revisitando varios de los escenarios y personajes que han rechazado a
la pareja para ofrecernos una visión especular, a la vez simétrica y en oposición,
de la intolerancia de la que han sido víctimas. Esa escena se revela, pues, como
un espejo interno a la diégesis que nos muestra, bruscamente, el otro lado de la
xenofobia, de una tiranía aún más flagrante si cabe. En su afán de integrarse
en el grupo, de ser aceptada por la comunidad (“nadie puede vivir sin los de-
más”, le alerta una de sus compañeras de trabajo), Emmi empieza a humillar a
Ali con una intensidad directamente proporcional a la repentinamente hipócrita
aprobación que su entorno, antes hostil, muestra ante su relación. En una de las
secuencias más perturbadoras de la película, que no desentonaría en el Paraíso:
Amor (Paradies: Liebe, 2012) de Ulrich Seidl, Emmi convierte a su pareja en
un cuerpo-objeto, fetichizando su musculosa masculinidad ante sus amistades.
Ali acepta su condición de desecho social sexualizado, mientras sus colegas de
trabajo se ríen de “la abuela” que viene a buscarlo al taller. Emmi acaba con-
6. Salomé Aguilera Skvirsky, “The Price of Heaven: Remaking Politics in All That Heaven
Allows, Ali: Fears Eats the Soul and Far from Heaven”, Cinema Journal, vol. 47, nº 3, pri-
mavera de 2008, págs. 90-121.
102
virtiéndose en la “buena alemana”, Ali en el esclavo a su pesar. Por supuesto,
Fassbinder radicaliza el discurso de clase de Sirk: según la lógica del capitalismo
avanzado, la clase obrera está condenada a explotarse a sí misma, a mimetizar,
en un perverso juego de simulacros y contagios, las estrategias políticas que su-
bliman el hiperconsumo jerárquico de los cuerpos y las voluntades. ¿No es ese
capitalismo una versión falsamente civilizada del nazismo?
3. ¿Cuál es la estética que define a ese capitalismo avanzado que Fredric Ja-
meson identifica con el posmodernismo? “El pastiche”, dice el filósofo nortea-
mericano, “es, como la parodia, la imitación de una mueca determinada, un
discurso que habla una lengua muerta: pero se trata de la repetición neutral
de esa mímica, carente de los motivos de fondo de la parodia, desligada del
impulso satírico, desprovista de hilaridad” (7). ¿Es Lejos del cielo un pastiche,
diseñado como operación nostálgica que pone en marcha una lectura contrahis-
tórica del pasado? Lo que hace Todd Haynes es sobreimpresionar, en una sofis-
ticada práctica intertextual, la película de Sirk y la de Fassbinder. Su objetivo
no es abismar el significado de su monumental fundido-encadenado, buscar en
él una profundidad, sino deleitarse en la elocuencia de las superficies. En un
momento clave de la película, Cathy (Julianne Moore) le confiesa a su jardinero
negro, Raymond (Dennis Haysbert), que no puede ser su amiga. “He sido tan
estúpida al pensar…”. “¿Al pensar qué?”, le espeta Raymond. “¿Qué quizá por
un breve instante podías ver más allá de la superficie? ¿Más allá del color de
las cosas?”. A lo que ella responde: “¿Crees que alguna vez vemos más allá de
las cosas? ¿Más allá de la superficie?”. Raymond le confiesa que no le queda
otro remedio, pero la película entera impugna esa réplica (8). Si Fassbinder
emprende un viaje al otro lado del espejo para demostrar que las imágenes de
Sirk escondían mucho más de lo que aparentaban, Haynes regresa a ellas con
la mochila rebosante de interpretaciones. Le basta, pues, con colocar todas
las cartas sobre un espacio especular transfigurado por el exceso cromático y
melódico; transfigurado por, digamos, una hipérbole de las formas que no solo
aglutina las diferentes fases que ha atravesado la apreciación teórica de la obra
de Sirk a lo largo de los años –desde el psicoanálisis y el marxismo hasta la
teoría de género– sino, principalmente, por el revulsivo que supuso la lectura
modernista que hizo Fassbinder de Solo el cielo lo sabe. Que Cathy esté casada
con un homosexual en el armario (Dennis Quaid) no hace sino poner en relieve
el subtexto queer de las películas de Sirk con Rock Hudson. Que el jardinero
sea negro rescata el tema del racismo que Fassbinder coloca en el epicentro de
103
Todos nos llamamos Ali, demostrando que la Alemania de los setenta no era
tan distinta a la América blanca y burguesa de los cincuenta. Al ampliar el radio
de acción de la crítica social de Solo el cielo lo sabe, Haynes invoca el fantasma
referencial de Imitación a la vida (Imitation to Life, 1959). Haynes rebate a
Jameson: Lejos del cielo no es un pastiche entendido como una parodia vacía de
significado, porque, precisamente, sus imágenes son el resultado de filmar sig-
nificados e interpretaciones. No es “el discurso de una lengua muerta” porque
el gesto de la copia existe para que la forma sea el contenido, y asesine cualquier
asomo de nostalgia. La fastuosa celebración del diseño de producción que recrea
una época en todo su esplendor colorista no se limita a ser el aplicado trabajo de
imitación de un original sino que hace visible todo lo que Sirk mantenía en esa
sima oculta bajo la prístina belleza de sus imágenes. Y ese proceso de visibiliza-
ción es posible gracias al poder de mediación de la película de Fassbinder, que,
con su teutón escalpelo, abrió las entrañas de Solo el cielo lo sabe para revelar
su relevancia a través de la Historia. A saber, que ya sea en la América de Ei-
senhower o en la de Bush padre, o en la Alemania de Willy Brandt, el espejo
siempre son los demás.
104
La ley del más fuerte
105
Y eso que La ley del más fuerte comienza con un tono de fábula gracias a una
jovial música circense, que al final comprenderemos que era más bien la de una
siniestra barraca de feria, y a un giro de la fortuna en apariencia dichoso: Franz
Biberkopf, un muchacho homosexual de condición humilde, acaba de perder su
trabajo en un espectáculo ambulante. Pero con el billete que sisa a un florista
compra un boleto de lotería que resulta premiado con medio millón de marcos.
Merced a este golpe de suerte, Franz tiene acceso a un refinado círculo gay en
el que conoce a Eugen, un esnob hijo de papá que, pese a sentir un evidente
desprecio por su baja extracción social y escasa sofisticación, inicia un romance
con él. El interés de Eugen no tarda en revelarse: pasa por apuros de dinero
y piensa exprimir a su joven e inocente amante, obnubilado por un mundo de
relumbre burgués e incapaz de defenderse de su funcionamiento depredatorio.
La película es así la minuciosa y exhaustiva relación de un expolio, perpetrado
mediante todo el repertorio de ardides que el entramado económico capitalista
pone al servicio de quien sabe cómo servirse de ellos y, al mismo tiempo, el
catálogo degradante de humillaciones que ha de padecer quien aspira a adoptar
las formas externas de ese entorno sin pertenecer a él por derecho de clase.
Desde luego, Fassbinder no buscaba en La ley del más fuerte componer perso-
najes matizados o deslizar subtextos elaborados. Hay algo abrupto y duramente
esquemático en la descripción de los caracteres y de las situaciones. Su opción
es percutir lo más fuertemente posible y sin que el espectador tenga posibilidad
de escamotear los factores que determinan el drama. Los recursos estilísticos
–encuadres cerrados y reencuadres internos, planos angostos y sobrepoblados,
escenarios recargados y llenos de reflejos deformantes; la atmósfera viscosa y
asfixiante que impregna la película– están al servicio de un discurso político sin
paños calientes. Curiosamente aquello que en el arte occidental suele ser objeto
de sospecha –lo brusco, lo explícito, la exposición abierta de una tesis, el subra-
yado de unas conclusiones– se convierte aquí en virtud. Es la mirada frontal y
directa que nos fuerza a adoptar, y la forma quirúrgica con la que el director
alemán abre en canal los mecanismos de dominación de unos hombres sobre
otros, lo que vuelve más persuasiva la idea de su fatalidad.
106
Desde esta perspectiva, La ley del más fuerte es una de las películas de Fassbin-
der que remite a una lectura marxista más ortodoxa: en la medida en que todos
hemos sido reducidos a mercancía, a un bien intercambiable, las relaciones hu-
manas han quedado sometidas a una lógica económica cuyo valor se expresa en
términos de productividad y beneficio. El resultado devastador es que no hay
lugar para los afectos ingenuos, sinceros y desinteresados o para los intercam-
bios fructíferos y satisfactorios entre las partes, sino solo para un ciclo de ex-
plotación que culmina en el abandono y reemplazo del hombre asimilado a pura
herramienta cuando se le ha sacado todo el rendimiento. Y más terrible todavía,
todo ese sufrimiento y sacrificio sirve solo para satisfacer un ansia de posesión
de bienes –coches, casas, muebles y demás signos de estatus– que conforman
un universo material del que Fassbinder evidencia en todo momento lo feo, lo
superficial y lo inhóspito.
Sorprendentemente, y quizás como señal de que los valores que denunciaba han
impuesto su hegemonía hasta el punto de parecernos una obviedad su denun-
cia, la vigencia de La ley del más fuerte tiene más que ver con su dimensión
artística y de género que con su dimensión política. Tanto por la acogida tan
conflictiva que desde un primer momento se le deparó en muchos círculos de
militancia gay como por su ascendente posterior en otros retratos de la margina-
lidad homosexual en el cine. El enconamiento inicial al que se enfrentó el film
resulta a un mismo tiempo desconcertante y fácil de entender. Por más que la
identidad homosexual de los protagonistas fuera algo subalterno en el discurso,
su interpretación literal –esa tendencia hoy por desgracia convertida en norma
en tantos ámbitos– concluyó que el dibujo tan agrio de la relación entre los pro-
tagonistas era una ofensa para todo el colectivo.
107
tocomplacencia conducía más bien a un victimismo y susceptibilidad estéril
que a la larga solo servía para apuntalar la alienación.
Con estos antecedentes, llama todavía más la atención que pocos años después
las tornas se hubiesen ido girando y empezaran a aparecer películas que de un
modo u otro confluían estética y discursivamente con La ley del más fuerte. En
parte, porque contradice la máxima muy extendida de que Fassbinder fue un ci-
neasta sin apenas herederos; una especie de francotirador solitario con un estilo
tan proteico y mutante y una visión tan singular de la existencia y del séptimo
arte que hacía difícil reseguir sus trazas en otros autores.
Es cierto que algunas de las descendencias que se le han asignado parecen más
basadas en semejanzas genéricas que realmente expresivas. El caso más obvio
es el de Pedro Almodóvar, en el que una parecida predilección por el melodra-
ma o el protagonismo de personajes homosexuales en su filmografía no ocultan
unas muy sustanciales diferencias de tono, puesta en escena o intención política.
O bien han sido los propios cineastas, con más determinación que la crítica,
quienes han tenido que señalar la conexión, caso de Aki Kaurismäki, que ha
reivindicado a menudo la desesperanzada ternura y amarga visión social que
une su trabajo con el del realizador germano.
Pero pese ello, y como avanzábamos, existen ecos de La ley del más fuerte
que sí resuenan –si no de forma explícita sí reconocible– en un buen puñado de
filmes surgidos en las orillas y que abordan con muy parecida falta de inhibición
tortuosas relaciones homosexuales.
Es posible que la obra entera de Derek Jarman sea el exponente más notorio de
ese influjo. La fiereza con la que procuró mantener su independencia creativa,
sus equilibrios en el alambre de lo experimental y un aura de malditismo re-
forzada por una muerte temprana acusaron una proximidad que, sin embargo,
no se limitaba a lo biográfico. Por un lado, en sus películas siempre comparece
esa distorsión que las convenciones de una época, los entramados del poder y
los tentáculos de la economía de mercado introducen en las relaciones humanas
y las vician de dinámicas sádicas o angustias materialistas. Por otro lado, nos
encontramos con numerosos recursos estilísticos que daban continuidad a la
vertiente más expresionista del cine de Fassbinder: su uso dramático del color,
108
las composiciones pictorialistas, la intencionada inclusión de anacronismos en
dramas de época, el acento expresivo que cobran los escenarios recargados y
barrocos o una dirección de actores que no disimula el artificio. No obstante,
el énfasis en lo onírico y alegórico por encima de lo narrativo o la densa trama
simbólica de muchos pasajes de su cine evidencian también grandes diferencias
de personalidad y orientación entre ambos directores.
Acaso por ello Mala noche (1985), de Gus Van Sant, sea un referente todavía
más inmediato y sirva más claramente de engarce con una nueva generación de
directores que aparecen ya tras la muerte de Fassbinder. Y eso que el plantea-
miento de la película podría inducirnos a pensar lo contrario. Porque en este
caso son dos chaperos mexicanos quienes sacan provecho sin ningún miramien-
to del amor idealizado que les profesa el dependiente norteamericano de una
tienda de conveniencia. Una inversión de los términos que, no obstante, pone
igualmente sobre la mesa el modo en que las fantasías sentimentales naufragan
al estar subordinadas a necesidades económicas desiguales porque, en esas cir-
cunstancias, el afecto del más débil siempre está sometido a alguna forma de
explotación.
Hay otros aspectos de Mala noche que la vinculan con modos de hacer fassbin-
derianos, empezando por esa mezcla de fascinación y aspereza con la que
retrata a los marginados y que, como demuestran otros títulos de Van Sant,
caso de Drugstore Cowboy (1989) o Mi Idaho privado (My Own Private
Idaho, 1991), se convirtió en una constante del cineasta de Kentucky. Pero su
parentesco más sobresaliente con La ley del más fuerte es haber asimilado la
lección de naturalizar un universo estigmatizado como el gay a través de un
tratamiento cinematográfico directo, desafectado y sin excusas, que no ladea el
conflicto con la propia comunidad y sus formas de relacionarse. Y que, en lo
sucesivo, demostró su alcance en otras producciones de lo que dio en llamarse
New Queer Cinema y en todo un reguero posterior de títulos que establecen,
en algunos casos de una forma declarada y explícita –piénsese en Gotas de
agua sobre piedras calientes (Gouttes d’eau sur pierres brûlantes, 1999), de
François Ozon– y en otros de un modo más oblicuo, un diálogo con la filmo-
grafía de Fassbinder. Así ocurre, por ejemplo, en Johns (1996), de Scott Silver,
un bosquejo impresionista de los ambientes de prostitución masculina callejera
y que, pese al trasfondo lúgubre y sórdido de la narración, resalta por su inme-
diatez casi documental y ausencia de pudor al retratar el submundo de los cha-
peros de Los Ángeles. O en la más reciente Tangerine (2015), de Sean Baker,
que incluso mantiene el contraste fassbinderiano de llevar con espontaneidad
a la pantalla ambientes y subculturas poco habituales en el cine (en este caso
el de la prostitución transgénero) y, a la vez, rehuir códigos de representación
estrictamente realistas.
109
Es cierto que aunque fuera pionero en un modo de hacerlo, resultaría abusivo
buscar la huella de Fassbinder en cualquier film que desde mediados de los años
setenta del siglo pasado haya abordado las trastiendas de la vida homosexual;
incluso si nos limitáramos al cine independiente norteamericano, en el que esa
pisada se percibe con más facilidad. Pero a poco que uno haya captado su vibra-
ción característica, se hace igualmente imposible no escuchar sus resonancias
en muchas obras que transitan por lindes parecidos. Los nombres de Wong Kar-
wai con 2046 (2004) o João Pedro Rodrigues con O fantasma (2000) y Morir
como un hombre (Morrer como un homem, 2009) servirían de ilustración,
aunque tanto por la persistencia de ese ascendente como por la coincidencia
en su intencionalidad, es la filmografía de Alain Guiraudie aquella que merece
una mención más detenida. Porque desde el principio de su carrera, Guiraudie
parece movido por la inquietud de escenificar relaciones entre hombres más allá
de cualquier caracterización estereotipada. Sus personajes pretenden redefinir
la normalidad a fuerza de desafiar sus modelos canónicos: son desacompleja-
damente homosexuales, pero en ningún caso afeminados o exhibicionistas mi-
litantes de su condición, se desenvuelven en entornos rurales agrestes y ajenos
a ambientes gay convencionales y su sexualidad puede ser desviada y compleja,
pero nunca es vivida como estigma o una culpa, sino con gozo y hedonismo.
110
Desesperación
Manu Yáñez
111
se posiciona tanto contra el consenso del establishment como negándose a crear
una identidad política. En sus películas, ninguna nación se reconoce a sí mis-
ma, aunque la nación es reconocible en y a través de los filmes” (1).
112
Bovary alemana, publicada en 1895 y considerada una de las obras maestras
del realismo literario germano? La hipótesis adquiere tintes de afirmación en
cuanto se atiende al modo en que Fassbinder rinde una singular pleitesía a la
estructura de la novela, convirtiendo el fluido y homogéneo torrente de breves
capítulos que propone Fontane en un ejercicio radical de escritura cinematográ-
fica elíptica, interrumpida constantemente por estridentes fundidos a blanco. De
la armonía de Fontane a la aspereza de Fassbinder, que aquí echa mano de una
dialéctica (una de las muchas que pueblan su obra) que resulta particularmente
relevante para el presente estudio: la fidelidad-promiscuidad a los textos origi-
nales en sus adaptaciones. Una dicotomía que se manifiesta ya en las primeras
imágenes de Effi Briest, cuando una voz en off que recita el inicio de la novela
de Fontane es interrumpida por el primer fundido a blanco-cegador.
113
de Bertolt Brecht, orientado hacia la ruptura de la ilusión mediante un distan-
ciamiento crítico, con el pensamiento teórico de André Bazin, que reivindicó
la reproductibilidad del medio como hecho esencial junto con la búsqueda de
una forma impura basada en la relación de diálogo permanente con materiales
provenientes de otros territorios artísticos” (4).
Como apuntara Bazin en su seminal ¿Qué es el cine?, “la buena adaptación cine-
matográfica debe llegar a restituirnos lo esencial de la letra y del espíritu” de la
obra original (5). Tomando el testigo del teórico del realismo, cabría defender que
la profusión literaria de Fontane es “restituida” –traducida y alumbrada– por el
trabajo de síntesis esencialista llevado a cabo por Fassbinder en Effi Briest, una
película en la que confluyen un ejercicio de adaptación esquelética (pura conden-
sación) y una oda a la exuberancia formalista. En esta segunda vertiente, fulgura
la cara más artificiosa y barroca del repertorio estilístico de Fassbinder, que aquí
consigue que incluso las escenas de exteriores estén marcadas por un principio de
claustrofobia. Sublimando el recurso de interponer elementos figurativos entre la
cámara y los personajes –y así evocar la idea de una existencia constreñida por el
contexto social–, una estampa playera se verá enturbiada por la intromisión en el
plano de unas filamentosas redes de pescar, mientras que un travelling campestre
se convertirá en una tela de araña visual por la intermediación del entramado que
forman las ramas de unos árboles. Una majestuosa expresión de la imposibilidad
de la vida al margen de las ataduras de la vida en sociedad.
114
Elogio de la ambigüedad: el efecto Carstensen
115
Como se ha comentado, Nora Helmer presenta un alto grado de fidelidad al
texto de Ibsen, hasta el punto de que, en los títulos de crédito, no figura un
guionista sino apenas un traductor al alemán, Bernhard Schulze. Un apego a
las palabras “originales” que Fassbinder utiliza para fijar de manera explícita y
locuaz el contenido político de sus adaptaciones. Así, a la preocupación respecto
al problema de una ley injusta, en un contexto social de subordinación de la
mujer y de vulneración de sus derechos fundamentales, Nora Helmer responde
traduciendo sin apenas variaciones un diálogo crucial entre Nora y su marido
Helmer:
116
al personaje permite al espectador, en la parte final del film, sentir en sus carnes
la congoja de un hombre esclavizado por su sentido del rigor moral; mientras
que el marido de Martha, una figura todavía más misteriosa, revela la fragili-
dad de su pose autoritaria durante la ejecución de sus juegos sadomasoquistas.
El riesgo del exceso de benevolencia para con la monstruosidad humana es una
constante del cine de Fassbinder: un gesto que cabe entender como una audaz
reivindicación del principio de ambigüedad que el cine puede aportar en sus en-
cuentros con la literatura, donde son más habituales los juicios tajantes respecto
a los personajes. En su apuesta por desdibujar u opacar el trasfondo psicológico
de sus criaturas –algo especialmente llamativo al compararlas con sus álter ego
literarios–, Fassbinder enriquece los materiales originales creando, por el cami-
no, un territorio de genuina incomodidad.
Una apuesta por la ambigüedad que no gustó un ápice a Franz Xaver Kroetz,
que tachó de irresponsable la lectura que hizo Fassbinder de la obra teatral que
inspiró Juego salvaje. Hasta tal punto llegó su incomodidad, que decidió lle-
var la película a juicio, argumentando que la adaptación escrita y dirigida por
Fassbinder poseía tintes “pornográficos”. De hecho, Kroetz consiguió imponer
un requerimiento judicial que conllevó cortes en el montaje y un estreno muy
limitado, a lo que Fassbinder respondió airadamente con una de sus beligerantes
cartas abiertas, publicada en el periódico Die Abendzeitung: “Querido Franz
Xaver Kroetz: (…) Recuerda a aquellos para los que querías escribir. Piensa en
la gente común, pregunta a aquellos que trabajan de sol a sol lo que sacan de
nuestras películas (…). Para darle un poco de pathos, diré que es la primera vez
que alguien te ha entendido (…). Todo lo que está en la película está también en
tu obra. Quizá esto te avergüence ahora, pero no debería, porque, de hecho, tu
obra no es tan mala” (10).
La apuesta por una cierta ambigüedad, en este caso de tono, es una de las claves
que permite comprender el fascinante trabajo de adaptación que llevó a cabo
Fassbinder en Desesperación, a partir de la novela homónima de Vladimir
Nabokov. En el prólogo, escrito para la edición de 1965 (la primera publicación
data de 1934, en la revista parisina de emigrados rusos Sovremennye Zapiski),
el autor de Lolita defendía que “como el resto de mis libros, Desesperación no
brinda comentario social alguno (…). No eleva el órgano espiritual de los hom-
bres, ni le señala a la humanidad cuál es la salida más apropiada (…). El sueño
Wienerschnitzel que algún vehemente freudiano quizá crea distinguir en los
remotos rincones de mis yermos resultará, inspeccionado desde más cerca, un
burlón espejismo organizado por mis agentes” (11). Una declaración que adelan-
117
ta, sin ambages, el tono irónico de la novela, que se sitúa al borde de la parodia
en su acercamiento a la vida bohemia, a la frustración sexual y a las ambiciones
de la pequeña burguesía. Un acento satírico que puede atisbarse en ciertos re-
codos de la película de Fassbinder: en el amaneramiento de Dirk Bogarde en su
encarnación, muy British, del propietario de una fábrica de chocolate al borde
de la quiebra en la Alemania de 1931, o también en el propio guion de Tom
Stoppard, notablemente fiel al texto de Nabokov. Sin embargo, el conjunto del
film acaba desprendiendo más gravedad que ironía, más responsabilidad históri-
ca que juego nihilista. Un sentido trágico que debe atribuirse a la claridad con la
que Fassbinder destila la parábola político-existencial que reside en el trasfondo
de la novela. Para demarcar el complejo tono del film, vale la pena atender al
modo en que un puñado de figuras humanas de chocolate amontonadas evocan
la barbarie del Holocausto.
118
artificiosidad de dicha dualidad, una operación que podría recordar al efecto
de extrañamiento logrado por Luis Buñuel al adjudicar un mismo personaje a
Carole Bouquet y Ángela Molina en Ese oscuro objeto del deseo (Cet obscur
objet du désir, 1977). A la postre, para Fassbinder, el parecido entre Hermann
y Felix deviene una cuestión de fe: una esperanza en la posibilidad de revertir
las relaciones de poder, en la reconversión (física y psicológica) del dominador
en sumiso, del capitalista en proletario, del fascista en víctima de la Historia.
Como explica Elsaesser con pasmosa claridad, “el nazismo aparece [en Deses
peración] como el reverso y también como complemento del infierno privado de
Hermann: para liberarse de las demandas sexuales y sociales, y en su camino
hacia una disociación paranoide/esquizoide, el protagonista acaba comprome-
tido con el monopolio capitalista, el fascismo y Hitler” (12).
119
aliento hopperiano y el más puro kitsch (con falos gigantes haciendo las veces de
torreones de vigilancia marítima) para llevar a la pantalla la fuerza transgresora
de Querelle de Brest, la polémica novela de Jean Genet, con quien Fassbinder
compartía el gusto por las confusiones identitarias y la exploración de la homo-
sexualidad.
14. Violet Lucca, “Fassbinder Diary #3: Querelle”, Film Comment: www.filmcomment.com/
blog/fassbinder-diary-3-querelle/.
120
Por su parte, arrinconada en los intersticios del relato, desplazada y despreciada
por unos hombres ensimismados en sus egocéntricas pasiones, el personaje de
Lysiane –interpretado con resquebrajada amargura por Jeanne Moreau– termina
encontrando su lugar en Querelle gracias al recitado del verso más célebre de
la Balada de la cárcel de Reading, el poema de Oscar Wilde, que bien podría
sintetizar la fuerza autodestructiva que subyace en los espejismos y dualidades
que pueblan las adaptaciones literarias de Fassbinder: “Cada hombre mata lo
que ama”.
121
Atención a esa prostituta tan querida
122
“¡Un cubalibre!”
La comedia como exorcismo aislado
Desirée de Fez
123
dora que en algunos casos es casi infantil. Son también películas, y esta es una
de las cosas más interesantes de la terna, en las que se establece un sugerente
(y exasperante) diálogo entre la construcción y la destrucción. Ese es, por un
lado, el juego que practican sus personajes. Los de Atención a esa prostituta
tan querida, un grupo de individuos que se disponen a rodar una película, y el
protagonista de El asado de Satán, un escritor sumido en una crisis creativa,
quieren construir algo. Sin embargo se esfuerzan, trabajan duro, para boicotear
su plan, destruir al otro y saborear la autodestrucción. Los de La tercera gene
ración, sátira política sobre las maquinaciones de una organización terrorista,
no solo buscan destruir algo, sino que, obviamente, quieren destruirlo todo.
Consiguen, en cambio, lo contrario: construir y alimentar (literalmente, pues el
gesto de ejercer de anfitrión, de acoger y dar de comer al camarada, es motivo
de guasa en toda la película) a una banda criminal absurda que ya no sabe ni
cuál es su ideario político ni cuál su razón de ser.
La propia narrativa de esos filmes también se basa en el baile sin ritmo entre
la construcción y la destrucción, lo generado y lo (también de forma literal) de-
generado. Su mecanismo es atípico, es muy extraño. Son películas que frustran
todo el rato sus expectativas, se boicotean a sí mismas, se tiran por el barranco
a riesgo de caer –¿o quizá para eso?– en la indefinición, la ambigüedad, el vacío
o la nada. No deja de ser curioso que un cineasta tan prolífico, con esa incon-
tinencia creativa, dirigiera tres comedias tan personales y antipáticas sobre la
imposibilidad de generar algo (que no es exactamente lo mismo que fracasar); y
es interesante que todas partan de un momento personal complicado, reflexivo
o de cambio.
Pese a todo son comedias. Aunque lleven la semilla del mal rollo y de la des-
trucción. Lo son por razones abstractas y de percepción, pero también porque
Fassbinder abraza en ellas los códigos y las herramientas del género. Hay en
esas películas caricaturas, elementos paródicos (con una evidente inclinación
por el disfraz, por la alteración artificial y ridícula de la identidad), situacio-
nes concebidas como sketches cómicos, coreografías chifladas de personajes
y acciones, un juego constante con el absurdo, el ridículo y el despropósito,
abundantes gags físicos y chistes recurrentes como la petición constante de “¡Un
cubalibre!” por parte de los personajes de Atención a esa prostituta tan queri
da, prácticamente aspirados por una barra de bar.
Aun a día de hoy, agotadas las posibilidades del cine que habla de sí mismo y
suele moverse entre el homenaje (disimulado) y la sátira (amable), Atención a
esa prostituta tan querida se revela una obra insólita y atípica. Inspirada en las
malas dinámicas –y las peores artes– del equipo de rodaje de su anterior Whity
(1971), filmada a principios del mismo año, sitúa su acción (o no acción) en un
124
hotel de la costa española. Ese espacio, más decadente que idílico, es a la vez
el lugar de concentración del equipo técnico y artístico de Patria o muerte, el
film político que están a punto de rodar, y su localización principal. Aburridos
y entregados en cuerpo y alma al pajareo, aguardan la llegada de la estrella de la
película, Eddie Constantine, protagonista de Lemmy contra Alphaville (Alpha-
ville, une étrange aventure de Lemmy Caution; Jean-Luc Godard, 1965), y de
Jeff (Lou Castel), el director de la película. Sin ellos hay poco que hacer. Que
Constantine haga de sí mismo con actitud caricaturesca, llevando al límite el
crepúsculo, y que Jeff sea un álter ego tan obvio y desagradable de Fassbinder,
son solo dos de las muchas decisiones del film que desvelan las intenciones del
cineasta: hacer autocrítica, explorar la decadencia del trabajo creativo y ampliar
el espectro metalingüístico.
El director de Querelle (Un pacto con el diablo) (Querelle – Ein Pakt mit
dem Teufel, 1982) rodó la película en un momento de decepción, extenuación
y necesidad de cambio. La rodó con un nivel de indignación que, teniendo en
cuenta que estamos en la era del cine del enfado, la hace muy vigente hoy. Entre
1969 y 1971 había rodado diez películas, era consciente de que cada vez eran
125
más opacas y minoritarias (tanto como su apetito por acceder a un público más
amplio) y la relación con el equipo que le había acompañado desde el principio,
con los que había formado la compañía antiteater (que se disolvería ese mismo
año) se había vuelto insostenible. Nacida de la necesidad de cerrar una etapa que
agonizaba, Atención a esa prostituta tan querida disparaba toda la frustración
del autor a un solo objetivo: el equipo de rodaje concentrado en ese hotel espa-
ñol, réplica del suyo y en el que obviamente él se incluía. El film nacía como
una proyección/recreación de aquello en lo que se había convertido su grupo de
trabajo, una asociación creativa cero productiva, señalada por los conflictos y al
borde del colapso.
126
Pero esta era un buen ensayo de esa comicidad al límite, enajenada y molesta.
Atención a esa prostituta tan querida es una película histérica, a ratos irritan-
te. Aun así, es elegante y bella (con una paleta de color, a cargo del director de
fotografía Michael Ballhaus, más viva y saturada de lo habitual en la obra del
autor), y Fassbinder consiguió algo insólito en ella: encajar una de las imágenes
más evocadoras de su filmografía. En un plano picado (insinuando una superio-
ridad religiosa), vemos a Jeff, director de la película, observar de espaldas a su
equipo, estirados y entrelazados en un embarcadero, convertidos en un amasijo
estúpido e inane de piernas, brazos y torsos semidesnudos. En esa imagen está
lo que llevó al cineasta a hacer la película: la certeza como director de que el
trabajo en equipo podía ser un fracaso, un auténtico despropósito, si se rompían
una serie de acuerdos tácitos.
Como Atención a esa prostituta tan querida, este extraño e insólito vodevil,
atiborrado de personajes paródicos, lleno de equívocos y confusiones y falsa-
mente articulado en torno a una trama policiaca, parte de un episodio autobio-
gráfico. Dos años atrás, Fassbinder se había visto inmerso en una situación que
le marcó de por vida. Los herederos de Cornell Woolrich le habían acusado de
plagiar una historia del escritor, For the Rest of Her Life (1968), en su melodra-
ma Martha (1974). Aunque tuvo que acreditar el relato como fuente de inspi-
ración, siempre negó haberlo copiado. Esa situación activó en él una serie de
interrogantes que, eclipsados por el loco mecanismo y la superficie embrutecida
del film, prefigurarían el corpus temático de El asado de Satán. ¿Es posible
plagiar de forma inconsciente? ¿Pueden escribirse en paralelo, sin que nadie lo
127
sepa, dos historias idénticas? ¿Hasta dónde pueden llegar los procesos de iden-
tificación? Con una caligrafía fea y un sentido del humor huraño, el autor de El
matrimonio de Maria Braun (Die Ehe der Maria Braun, 1978) indagó en esos
asuntos y en las cuestiones sobre inspiración, vampirismo, autoría, éxito y fra-
caso que llevaban implícitos. Lo hizo a través del descenso a los infiernos de su
protagonista, Walter Kranz (Kurt Raab), un famoso poeta anarquista que anda
sumido en una crisis creativa. Esa crisis creativa deriva en una brutal crisis de
identidad. Y el infierno lo crea él mismo al observar la realidad con la mirada
sucia y atacarla con desprecio.
128
por el contrario, le aleja de ellas y reduce la propuesta a la categoría de boutade
monumental.
Por otro lado, esa frase de inicio hace referencia al código genético de las co-
medias del director de Viaje a la felicidad de mamá Küsters (Mutter Küsters’
Fahrt zum Himmel, 1975). Los grados y la manera de interrelacionarse son
distintos, pero todos esos filmes combinan el juego, lo absurdo, el horror, la
locura, la emoción –mal medida, peor canalizada– y la ausencia de lógica para,
por paradójico que parezca, abordar cuestiones muy concretas. La tercera ge
neración es más esperpéntica que Atención a esa prostituta tan querida, y se
presta más a lo estrafalario y lo grotesco. Y es menos agresiva que El asado
de Satán. Baraja (y hace humor a costa de) materiales tan delicados como los
de aquella comedia sobre la crisis creativa, entre ellos las adicciones, la humi-
llación, el abuso, el racismo, el machismo y la misoginia. Pero su tono es más
juguetón y su humor, menos incómodo. También resulta menos agresiva porque
visualmente no es tan hosca, no es tan rematadamente fea.
129
bromas recurrentes, el equívoco, la confusión y el delirio… Introdujo, eso sí,
una solución nueva muy interesante que tiene que ver con la fragmentación a
la que se refiere en la frase de inicio. Dividida en seis partes, cuyos títulos son
grafitis obscenos en teoría sacados de retretes públicos de Berlín, La tercera
generación lleva ese troceado hasta la esfera sonora del film. Fassbinder satura
la película de sonidos. Se superponen los diálogos (a veces casi inaudibles) de
los personajes, la música, el ruido de la calle que se cuela por la ventana, las
locuciones de radio y televisión… Al principio resulta molesto porque impide se-
guir los planes de los personajes; pero una vez descubierto que no hay nada que
seguir, que esa tercera generación de la Baader-Meinhof es simplemente inútil,
el caos auditivo cobra una dimensión cómica. Ese zumbido exasperante es la
representación sonora ideal de la broma (en tres partes) que nos hizo Fassbinder.
130
Viaje a la felicidad de mamá Küsters
Jesús Angulo
131
parece el mejor, el más insidioso y el más eficaz instrumento de la opresión
social” (1).
Sus personajes son casi siempre seres doloridos, que a menudo huyen de su
propia fragilidad intentando aparentar una fortaleza que están lejos de tener.
Cercados por la soledad que lleva consigo la pertenencia a un mundo que les
aplasta, con el que no consiguen identificarse y que, por mucho que intenten
adaptarse a él, les confina en un rosario de normas, prejuicios y clichés de los
que les es imposible escapar. ¿No hay salida? El propio Fassbinder afirma que
“no tengo un punto de referencia real, no puedo decir que en alguna parte
del mundo hay una ideología que se corresponda con mi toma de posición o
mi duda. Estoy en una posición en la que puedo decir: Esto es falso, esto no
funciona; pero eso es todo... Los elementos que sitúo en mis películas son las
preguntas que me hago a mí mismo, y mi técnica consiste en lograr que los
espectadores también se las hagan. Es decir, en sensibilizarles” (2). El carácter
marcadamente autobiográfico de su cine –lo que, evidentemente, no quiere de-
cir que los hechos concretos que se narran en sus películas sean autobiográficos
en sí mismos, sino que sus personajes parten de sus mismas dudas, sus mismas
impotencias y, en cierto modo, su misma, y excesiva, manera de enfrentarse
a ellas– hace que esté traspasado por la soledad y la impotencia que suelen
acompañar a la falta de certezas. Lo más sensato para escapar de esa “soledad
ideológica” es acomodarse a una de esas creencias (religión, partido político
o cualquier otra causa), pero la extrema libertad tiene sus costes y puede con-
ducir a la melancolía cuando no a la desesperación. Como él, sus personajes
funcionan habitualmente más por impulsos de rechazo al entorno que por la
búsqueda de un camino que les acerque hacia el horizonte. Así, en su cine la
autodestrucción es una presencia mal disimulada desde las drogas a la violen-
cia, a menudo en forma de suicidio.
1. Rainer Werner Fassbinder, Les Films libèrent la tête, L’Arche, París, 1985. Citado por Jean-
Christophe Ferrari, “Entre terre et ciel. Rainer Werner Fasbinder et le mélodrame”, Positif, nº
524, octubre de 2004, pág. 99.
2. Entrevista de Jacques Grant: “Extraer el sentido de la realidad: ‘Rechazo a la tautología’”,
Cinéma, diciembre de 1974. Incluida en Augusto M. Torres (ed.), Rainer Werner Fassbinder,
JC, Madrid, 1983, pág. 85.
132
nos interesan los títulos en los que abordó la política de forma más directa. Nos
referimos a Viaje a la felicidad de mamá Küsters (Mutter Küsters’ Fahrt zum
Himmel, 1975) y La tercera generación (Die dritte Generation, 1979), además
del episodio que realizó para la película colectiva Alemania en otoño (Deuts-
chland im Herbst, 1978) (3).
3. Los directores del resto de los episodios son Alf Brustellin, Hans Peter Cloos, Alexander Klu-
ge, Maximiliane Mainka, Beate Mainka-Jellinghaus, Edgar Reitz, Katja Rupé, Volker Schlön-
dorff, Peter Schubert y Bernhard Sinkel.
133
Küsters está rodada casi exclusivamente en interiores, lo que acentúa la sensa-
ción de encierro de su protagonista.
Fassbinder (que nació en 1945) crecerá en la época del canciller Adenauer (1949-
1963), la del “milagro económico” que liga la “economía social de mercado” al
anticomunismo de la guerra fría y a un cierto rechazo (¿olvido?) del nazismo.
La obra del cineasta coincide casi exactamente con la llegada al poder de los
socialdemócratas (1969-1982), periodo en el que, sobre un fondo de abundancia
y de un nuevo racismo larvado, Alemania se conforta con su amnesia consu-
mista. Para Fassbinder, la socialdemocracia se había plegado a los principios
capitalistas en su apoyo del “milagro alemán”, como muestra con la figura del
delegado de urbanismo de Lola, que acaba renunciando a su oposición a la co-
rrupción para integrarse en el círculo de poder de su ciudad y asistir incluso a la
inauguración del monumento a un general de la Wermacht, en la que se afirma
que no hay que confundir a los valerosos soldados que lucharon en la guerra con
los “escasos nazis auténticos”. Los hechos narrados en Viaje a la felicidad de
mamá Küsters se desarrollan en los años setenta, entre los gobiernos de Willy
Brandt y Helmut Schmidt y, si los partidos de izquierda salen mal parados, los
socialdemócratas en el poder forman directamente parte del sistema. Por su-
puesto, gran parte de la izquierda alemana calificó la película de reaccionaria.
134
y lógica, de crueldad y locura, como los cuentos de hadas que explicamos a los
niños para ayudarles a soportar la vida hasta la muerte”. Con ello marca dis-
tancias respecto a sus personajes. Aquí no hay una mamá Küsters con la que el
espectador –y el propio realizador– pueda identificarse. Los miembros del grupo
terrorista que retrata pertenecen a la clase media y su modelo de vida burgués
no difiere del de la propia sociedad a la que dicen combatir. Son una secretaria
de dirección, una profesora de historia, el empleado de una tienda de discos, un
aristócrata venido a menos que lee –sin entender nada– a Bakunin, un militar
en paro al que convencen para que les fabrique un explosivo... Aceptan como
normal el machismo de Paul, el nuevo responsable del grupo, o deciden “por
mayoría” que Petra no debe separarse de su marido, pese a los malos tratos de
que es objeto, porque esto puede suponer problemas de seguridad para el grupo.
Los mismos que esgrimen en sus discusiones sobre si deben deshacerse de Ilse,
refugiada en la heroína y que finalmente morirá de una sobredosis, como años
después ocurrirá al propio realizador.
Las reacciones contra La tercera generación fueron más contundentes que las
que recibió con el estreno de Viaje a la felicidad de mamá Küsters. Además
de que le fue denegada la subvención de 300.000 marcos que debía haber reci-
bido con la excusa de la supuesta “inviabilidad comercial” de la película, con lo
que tuvo que financiarla sin ayuda desde su productora, Tango Film, que quedó
seriamente endeudada, el film sufrió ataques desde la derecha y la izquierda.
En Hamburgo un grupo de neonazis destruyó la copia de la película y agredió al
4. Será el comisario de policía Gerard quien diga a Lurz que había tenido un sueño en el que el
capitalismo era el que había inventado el terrorismo para protegerse.
135
operador de cabina del cine en el que se estaba proyectando; en Fráncfort fueron
miembros de la “tercera generación” los que irrumpieron en otra proyección
lanzando botellas de ácido.
5. El ejército alemán liberó a todos los pasajeros en Mogadiscio (salvo al piloto, que había sido
asesinado tras un “juicio sumarísimo” en el propio avión) y acabó con la vida de tres de los cua-
tro secuestradores, incluido el jefe del comando.
6. Meier acabó suicidándose, según parece en gran parte por sus conflictivas relaciones con
Fassbinder.
136
refleja la fisicidad de su impotencia. Tenía entonces treinta y pocos años, pero
su cuerpo maltratado rima más con el de su anciana madre que con el de Meier.
Colérico, abatido, derrotado, el realizador alemán se muestra tan impotente
como muchos de sus personajes.
Fassbinder dijo siempre que no llegaría a los cuarenta años. Murió a los treinta
y siete, después de una frenética actividad en cine, teatro y televisión, que le
ayudaba, como el alcohol y la cocaína, a soportar un mundo en el que nunca
encontró su lugar y cuyos valores nunca alcanzó a compartir. La libertad que
siempre buscó no es de este mundo. Dormía unas pocas horas al día y se hizo
famosa su frase “ya dormiré cuando esté muerto” (7). Nunca huyó. Hubiera sido
una huida a ningún sitio.
7. Harry Baer, uno de sus más directos colaboradores, tomó la frase como título para la biografía
que escribió sobre él; Seix Barral, Barcelona, 1986.
137
138
Zapadores en Ingolstadt
Aguilar y Cabrerizo
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Women, protagonizada únicamente por mujeres y cuya versión cinematográfica
dirigiría con un reparto estelar George Cukor en 1939. Zapadores en Ingols
tadt (Pioniere in Ingolstadt, 1971) –según un drama de Marieluise Fleisser– o
Juego salvaje (Wildwechsel, 1973) –versión libérrima de un drama de Franz
Xaver Kroetz– están rodadas en 35 mm y tienen una duración cinematográfica
estándar. Bolwieser / La esposa del ferroviario (Bolwieser, 1977), donde adap-
ta a Oskar Maria Graf, se filma en 16 mm y conoce una doble versión: doscien-
tos minutos en su emisión por la ZDF y poco más de cien para su pase en salas.
La multiplicidad de autores no significa que la relación del director con los dramatur-
gos fuera siempre cordial, pues en ocasiones Fassbinder se limitó a tomar sus textos
como simple punto de partida para desarrollar temas que no siempre se ajustaban a
sus intenciones iniciales: Kroetz se sintió ultrajado por el uso de imaginería católica
en Juego salvaje y logró que se censurase el plano de un pene erecto con el que
arrancaba la película. Más sonado sería el caso de Cornell Woolrich, cuyos herederos
acusaron de plagio al realizador por Martha (1974). El tribunal corroboró la existen-
cia de demasiadas coincidencias de la película con su novela corta For the Rest of Her
Life y obligaría a incluir al escritor estadounidense en los créditos.
140
esencia del melodrama para Douglas Sirk– son una presencia continua en la obra
de Fassbinder que el realizador irá utilizando de manera cada vez más barroca y
elaborada hasta que de la realidad no quede más que su mero reflejo.
Juego salvaje versa nuevamente sobre varios de los temas obsesivos de Fassbin-
der: el deseo, su represión y las consecuencias en forma de maternidad y pa-
rricidio. La explicitud de los cuerpos adolescentes ejerce de turbadora metáfora
visual de la brutalidad de la propia narración. La chica se desnuda mientras urge
a su compañero a que la imite. Lo hacen, cómo no, ante un espejo de cuerpo
entero situado junto a una imagen religiosa, símbolo de la tutela familiar que
la muchacha burla con despreocupada amoralidad. Como en un paso inmedia-
tamente posterior pasado por el filtro de la comedia de enredo, en Bolwieser
el jefe de estación burlado sorprende en casa a su mujer con un amante. Es un
espejo lo que refleja el cuerpo de los adúlteros, encuadrando el correlato de la
duplicidad de los personajes, en el momento en que comunican al marido que
han decidido denunciar a los difamadores. Los cristales biselados descomponen
en mil fragmentos el rostro de la mujer, que no duda en entregarse a cuantos
hombres desea mientras su marido, sumido en un laberinto de pasión e hipocre-
sía provinciana, se precipita hacia la autoaniquilación.
141
que se desarrolla la transacción resulta tan evidente que solo llama la atención
sobre sí misma.
El caso de Miedo al miedo (Angst vor der Angst, 1975) es bien distinto. Los mé-
dicos no parecen ponerse de acuerdo en el diagnóstico de la conducta disruptiva
de Margot. Podría tratarse de una esquizofrenia, pero también de una depresión
profunda. En realidad, su dependencia progresiva de los ansiolíticos y el alcohol
la han sumergido en una espiral de la que cada vez resulta más difícil escapar.
Un marido ausente y una suegra y una nuera que viven en el mismo edificio y
se dedican a fiscalizar todos sus actos resultan la causa evidente del problema,
pero solo si observamos el comportamiento de los personajes como el de las
hormigas en un terrario. La utilización sistemática de espejos a lo largo del re-
lato nos habla de un entorno en el que todo es apariencia, de la fragmentación
de la personalidad de su protagonista. Ante el de un armarito del baño que le
devuelve su rostro multiplicado, Margot se observa y se dice a sí misma, quizá
como afirmación, quizá como pregunta: “Así que esta soy yo”…
Las puertas con cristales biselados y visillos sirven también para desvelar y
ocultar a un tiempo lo que ocurre en la “casa de muñecas” de Nora Helmer o
en el hogar del jefe de estación de Bolwieser. Él recorre las calles buscando el
rastro de la esposa adúltera, ella es observada por los vecinos desde las venta-
nas. La pequeña ciudad de provincias se convierte en un espectáculo obsceno en
el que todo el mundo está a la vista de todo el mundo y donde las miradas de los
demás convierten un simple paseo en pasto para la sospecha y la murmuración.
En su celda, Bolwieser será vigilado a través de un ventanuco de la puerta. Es
un nuevo marco de control que comunica y aísla del mundo exterior. El título de
Solo quiero que me améis aparece sobreimpresionado en la ventana con barro-
tes de la celda en la que está encerrado su protagonista. Y es desde la ventana
de la constructora muniquesa en la que trabaja donde vemos por primera vez la
ciudad devorada por la especulación, sarcástica paradoja porque él, albañil, ha
construido con sus propias manos la casa familiar de la que se siente excluido.
Cerrando el ciclo, en Miedo al miedo el marido de Margot controla desde la
ventana de su apartamento el trayecto del médico que vive justo enfrente y que
acude al domicilio para atender a la mujer. Allí se sitúa el último plano de la
película, en esa misma ventana a través de la cual Margot contempla a los em-
142
pleados de pompas fúnebres transportando el cadáver de un hombre que acaba
de ahorcarse. Los visillos y el punto de vista en contrapicado refuerzan la idea
de seguridad frente a la amenaza del mundo exterior. Margot tranquiliza a su
cuñado, que ha venido a traerle la noticia. La enigmática sonrisa que se dibuja
en su rostro, ajeno a todo sufrimiento, sirve de rúbrica moral al relato: como el
desequilibrado protagonista de Él (Luis Buñuel, 1953), también Margot está por
fin curada.
143
un ser bajo continuo escrutinio, como si fuera él quien se encontrara en el inte-
rior de la pecera que contempla. El acuario no es más que un modelo a escala
del mundo virtual que habita. El mundo conectado nos sitúa, una vez más, ante
lo que Borges recogía como “el horror de los espejos / cristal impenetrable /
donde acaba y empieza, inhabitable / un imposible espacio de reflejos”.
144
“Ocho horas no hacen un día”
E l enfant terrible del Nuevo Cine Alemán fue un creador prolífico que se
movió con igual soltura y elegancia en el cine, la televisión y el teatro. De exqui-
sita estética y complejo universo, los dos trabajos principales de Rainer Werner
Fassbinder para televisión, “Ocho horas no hacen un día” (“Acht Stunden sind
kein Tag”, 1972-1973) y “Berlin Alexanderplatz” (1980), junto con la película
en dos episodios El mundo conectado (Welt am Draht, 1973) (que se analiza
en el anterior capítulo, dedicado a los filmes para televisión de Fassbinder), nos
presentan unos presupuestos formales y narrativos que no difieren sustancial-
mente de los presentes en sus largometrajes cinematográficos. En este sentido,
el director alemán encontró en la televisión otro medio más para indagar en sus
particulares obsesiones; en este caso, a través de la construcción de dos frescos
145
sobre el presente y el pasado de Alemania respectivamente, narrados con su
particular poética de lo cotidiano y su profundo humanismo, concibiendo la
televisión como un medio en el que desarrollar un cine expandido.
Hay dos series que compiten en el imaginario crítico por ser las más relevantes
del siglo XX: por un lado, “Heimat” (Edgar Reitz) (1), la preferida tanto de
Stanley Kubrick como de David Simon, creador de “The Wire” (2002-2008); de
otro, “Berlin Alexanderplatz”, que ha pasado a la historia no solo como uno de
los trabajos más relevantes de su director, sino como un relato que transformó los
códigos visuales y narrativos de la televisión. Cosas del destino, o no, ambas son
producciones de la televisión pública alemana y ambas comparten un propósito
común: explicar la Alemania del siglo XX. Mientras que Reitz nos introduce en
los devenires de las familias Simon y Wiegand, que habitan en el imaginario pue-
blo de Schabbach, para hacer una épica narración que cubre desde 1919 hasta el
año 2000, Fassbinder centra su atención en un periodo muy concreto: la década
de 1920 de la República de Weimar (1918-1933), concebida como el germen del
nacionalsocialismo y del ascenso de Hitler al poder, al igual que hace Arthur R.
G. Solmssen en su novela Una princesa en Berlín (1980, publicada en español por
Tusquets en 1994). A través de las peripecias de su protagonista, Franz Biberkopf
(Günter Lamprecht), “Berlin Alexanderplatz” nos revela un mundo sumido en
una profunda incertidumbre y una sociedad que sufre una severa crisis de iden-
tidad fruto de las consecuencias políticas y económicas que tuvo la derrota de
Alemania en la Primera Guerra Mundial.
1. “Heimat” es, en realidad, el título que se le da a tres miniseries de treinta episodios en total
compuestas por “Heimat” (1984, 11 episodios), “El segundo Heimat – Crónica de juventud”
(“Die zweite Heimat – Chronik einer Jugend”, 1992, 13 capítulos), y “Heimat III – Crónica
de unos tiempos cambiantes” (“Heimat III – Chronik einer Zeitenwende”, 2004, 6 capítulos).
Todas ellas fueron emitidas por la cadena pública alemana ARD. Además de la trilogía, en 2006
se estrenó la película Heimat – Fragmento: Las mujeres (Heimat – Fragmente: Die Frauen),
centrada en las andanzas de las mujeres de la familia Simon entre 1960 y 2000, y, en 2013, Reitz
dirigió también Heimat: La otra tierra (Die Andere Heimat – Chronik einer Sehnsucht), basada
en la vida de la familia Simon en las décadas de 1850 y 1860.
2. Emitida en la televisión sueca en seis capítulos inicialmente, Bergman hizo posteriormente un
corte de 155 minutos para salas de cine.
146
Lisboa; Raúl Ruiz, 2010) (3) o Carlos (Olivier Assayas, 2010) (4), por nombrar
solo algunos ejemplos significativos. De hecho, “Berlin Alexanderplatz” se
anuncia como una película en trece episodios y un epílogo. La naturaleza lite-
raria de la serie/película de Fassbinder –adaptación de la novela homónima de
Alfred Döblin publicada en 1929, que ya había sido llevada al cine con guion
del propio Döblin en 1931 (5)– explica su necesaria extensión y complejidad
narrativa. La serie comienza con la salida de Franz de la prisión de Tegel en
1919; como si se tratara de una alegoría del pueblo alemán, Franz intenta man-
tenerse a flote de manera honrada, pero el torbellino que era Berlín en esos años
le arrastra hacia el inframundo; a modo de una tragedia griega, nuestro (anti)
héroe se ve arrollado por un destino sobre el que no tiene capacidad de decisión.
Fassbinder huye, no obstante, de establecer grandes paradigmas explicativos
sobre la época que describe para apostar por una sobria sutileza argumental:
la Historia (con mayúsculas) se narra a través de los avatares personales de los
personajes y de conversaciones cotidianas en calles y tabernas, donde caben
temas que van desde la economía de mercado al nazismo, pasando por Freud,
Dios o el comunismo, entre otros muchos. De esta manera, construye un fresco
de excepcional valor humano en el que, no obstante, se reta permanentemente
al espectador a encontrar una identificación cómoda con los personajes que se
presentan, ya que todos ellos tienen una dudosa moral y una ética que difiere de
los códigos establecidos; o, dicho de otra manera, porque todos ellos dinamitan
los arquetipos tradicionales de héroes y villanos.
3. Al igual que en el caso el trabajo de Bergman, existen dos versiones: una para salas de cine,
de cuatro horas y media de duración, presentada en el Festival de San Sebastián, y otra para
televisión de seis horas.
4. Se estrenó simultáneamente como mini-serie en tres partes en el Canal + francés y en el
Festival de Cannes como película de cinco horas y media.
5. Berlin Alexanderplatz: Die Geschichte Franz Biberkopfs (Phil Jutzi).
147
alemán dispuso de unos medios técnicos que le permitieron desplegar su parti-
cular estilo visual cimentado sobre los siguientes ejes fundamentales: el juego
entre la expresividad del primer plano y los elegantes movimientos de cámara,
el uso expresivo de la música dramática, que se aleja de cualquier funcionalidad
narrativa, y una puesta en escena –incluida la iluminación– que combina una
absoluta sobriedad con una cuidadísima composición formal. La contención de
los trece capítulos se rompe, no obstante, en el epílogo, donde Fassbinder da
rienda suelta a su imaginario queer para llevar a cabo un portentoso ejercicio
de manierismo visual y narrativo que acaba con cualquier expectativa de cierre
causal que pudiera tener el espectador. Este epílogo se erige como una de las ci-
mas del cine posmoderno y su influencia se deja ver en trabajos contemporáneos
como Holy Motors (Léos Carax, 2012).
148
compañero de Franz, Reinhold Hoffmann, en “Berlin Alexanderplatz”, apare-
cería también en los largometrajes Viaje a la felicidad de mamá Küsters (Mut-
ter Küsters’ Fahrt zum Himmel, 1975), Desesperación (Despair – Eine Reise ins
Licht, 1978), Un año con trece lunas (In einem Jahr mit 13 Monden, 1978), El
matrimonio de Maria Braun (Die Ehe der Maria Braun, 1978) e interpretaría
a Einstein en El mundo conectado; además, su musa Hanna Schygulla, que en-
carna a Marion, inmortalizaría posteriormente a la enigmática Eva en “Berlin
Alexanderplatz”; y, por último, participaron también la veterana actriz austría-
ca y estrella del cine nazi Luise Ullrich como la abuela y el popular cómico de
cabaret Werner Finck como Gregor.
Podría argüirse que este casting hace patente algo que se ha apuntado anterior-
mente: Fassbinder no diferenciaba entre el medio televisivo y cinematográfico
en su concepción narrativa y visual puesto que “Ocho horas no hacen un día”
utiliza unos actores que ya eran populares entre el público alemán por sus traba-
jos en cine y que dieron el salto a la pequeña pantalla sin necesidad de cambiar
de registro. Del mismo modo, mientras que “Berlin Alexanderplatz” estaba
basada en una novela, hecho que explica su estructura narrativa, como se ha ex-
plicado previamente, “Ocho horas no hacen un día” fue escrita ex profeso por
Fassbinder para televisión; que el director alemán renunciara a la trama episódica
auto-conclusiva para desarrollarla de manera progresiva a lo largo de todos los
episodios revela que la concibió como una película “expandida”. Igualmente,
como haría posteriormente en “Berlin Alexanderplatz”, tanto la puesta en esce-
na como el trabajo de cámara y el montaje se alejan de aquello que se denomina
“estética televisiva” para acercarse a los presupuestos del medio cinematográfico.
Hay críticos que han querido ver en esta serie un alegato en favor de la lucha
de clases y el apoyo a los obreros, lo que sería consistente con la cercanía de
149
Fassbinder a los ideales de la izquierda; sin embargo, sería más apropiado con-
siderar que, en todo caso, “Ocho horas no hacen un día” es una defensa de la
solidaridad como motor del cambio social, no exenta de un fino humor y ciertas
dosis de utopía. En este sentido, la serie se convierte en un trabajo político de
primer orden.
150
PASADO,
PRESENTE
Y FINAL
© Rainer Werner Fassbinder Foundation
Casa tomada
El otoño alemán de Fassbinder
Rubén Lardín
153
La ebullición de los acontecimientos que desembocarán en la llamada Noche de
la Muerte, la del martes 18 de octubre de aquel año, es procelosa pero puede
resumirse en una breve cronología a partir del asesinato del fiscal Siegfried
Buback, el secuestro frustrado en asesinato del banquero Jürgen Ponto, el sub-
siguiente secuestro del jefe de la patronal alemana Hanns Martin Schleyer con
el propósito de canjearlo por prisioneros (demanda a la que el Gobierno de la
República Federal se resistirá en todo momento) y el secuestro, esta vez enco-
mendado a un comando aliado del Frente Popular para la Liberación de Pales-
tina (FPLP), de un Boeing de Lufthansa en vuelo de Palma de Mallorca a la
localidad alemana de Fráncfort. Esta última operación, en la que se exigía, entre
otras cosas, la liberación de los presos de la RAF y marcaba un ultimátum para
el industrial Schleyer, sería neutralizada cinco días después, tras una peripecia
internacional con escalas en Roma, Lárnaca, Dubái, Adén y Somalia, por los
cuerpos de operaciones especiales de la Bundespolizei.
154
también multitudinario de los terroristas; presenta entrevistas, recurre a los mi-
tos, pone en escena pequeños sainetes y se permite alegorías, baja a la calle y
acude a simposios, cuestiona el registro de la Historia y, en definitiva, entrega
todo lo que se espera de un puñado de cineastas comprometidos y aglutinados.
Pero toda esa amalgama audiovisual tirita y se resquebraja al escuchar el alarido
febril y autónomo de Fassbinder, una aportación que ya desde los cuarteles del
proyecto se percibió como provocación y ante la cual no pocos, Schlöndorff
el primero, alzaron la ceja entendiendo que aquello no era más que una nota
discordante en un surtido donde las opiniones individuales se amparaban en el
timbre conjunto, eludiendo así la responsabilidad de la voz propia y con ella la
culpa personal.
155
gustado. Cuarenta años después, la suya es la única pieza de Alemania en otoño
que desborda la película, mantiene intacta su ferocidad y se ve amplificada por
el resto como manifestación de honestidad.
156
paredes se deprime, bebe de más, compra y esnifa cocaína, vomita, se aturde y
llora por las esquinas. La exposición es completa. Ese impúdico pormenorizado
de miserias cotidianas es la expresión material de la procesión que va por dentro,
reflejos biológicos que nos hablan de la congoja de un hombre cuando de su cora-
zón ha sido expulsado el valor y siente la esperanza a punto de abandonar el barco.
Magnífica obsesión
Con su primer largometraje, El amor es más frío que la muerte (Liebe ist
kälter als der Tod, 1969), Fassbinder decía haber hecho una película sobre los
sentimientos y más precisamente contra los sentimientos, llevado por su con-
vicción de que todos los sentimientos pueden ser manipulados para la represión
del colectivo.
1. Lo haría en el Festival de Berlín, donde obtendría una mención especial de un jurado presidido por
Patricia Highsmith, que en esa edición otorgaría el Oso de Oro ex aequo a dos producciones espa-
ñolas: Las truchas (José Luis García Sánchez) y Las palabras de Max (Emilio Martínez-Lázaro).
157
cobrar un significado nuevo: lo de Alemania en otoño es la crónica anticipada
de un colapso personal y artístico. Un episodio de impotencia galopante. Una
aparente parálisis creativa hospedándose en el cuerpo de un hombre que decía
sentirse existir solo en su cine, y que, por tanto, solo en forma de cine podía ser
expresada.
158
la realidad. Durante el año siguiente, y antes de emprender su conocida trilogía
de posguerra, rodará La tercera generación (Die dritte Generation), una farsa
donde haría escarnio público de la RAF y su terrorismo burgués ya despojado
de ideología, al servicio de un sistema devorador. Una nueva prueba de que, en
palabras del dramaturgo Botho Strauss, cada película de Fassbinder es un gran
momento de tristeza.
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Lola
© StudioCanal
“Lola”
Del capital erótico al estatus social
No son pocos los connaisseurs de la obra de Fassbinder que han incidido en la idea
de cómo el prolífico autor ahondó en su filmografía en una serie de “alegorías
nacionales en las que el destino de una mujer simbolizaba el de Alemania” (1).
1. Yann Lardeau, Rainer Werner Fassbinder, Cátedra, Madrid, 2002, pág. 12.
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Thomas Elsaesser, de hecho, se pregunta incluso por qué el cineasta llegó a pensar
que “la historia de Alemania (su gran proyecto en el ecuador de su carrera) se
contaba mejor a través de relatos de mujeres” (2), aunque en el caso de Lola este
interrogante adquiere mayor importancia si tenemos en cuenta que la protagonista
de la película no es una mujer común, ni siquiera una mujer hoy común pero que
en su día fue un gran icono nacional, sino un personaje más escurridizo, si cabe.
Porque en Lola, a quien vemos en pantalla y sobre quien Fassbinder proyecta todas
las ansiedades, deseos y reflexiones en torno a la incipiente Bundesrepublik Deuts-
chland, es un arquetipo de la ficción ya universal, una estructura de personaje que
el cineasta, no obstante, viste y desviste a su antojo, tan pronto una muñeca como
una femme fatale o una piadosa compañera, piel construida a partir de incontables
miradas masculinas pero también constructo puesto en pie mediante los gestos y
anhelos de las otras Lolas que el cine ha ido presentándonos. En la Lola de Fassbin-
der y Sukowa encontramos, por supuesto, a la cruel vampiresa de rostro angulado
y piernas infinitas a cuyos pies se acumulan hombres de toda procedencia, estatus
y calaña –Marlene Dietrich en El Ángel Azul (Der Blaue Engel; Josef von Stern-
berg, 1930) (3)–, pero también a la libertina bailarina que acabó sus días encerrada
en su propia trampa de seducción –Martine Carol en Lola Montes (Max Ophüls,
1955)– o a la inocente cabaretera interpretada por Anouk Aimée, esa tierna madre
y no menos dulce prostituta, en la cinta homónima de Jacques Demy (1961)–; aun-
que Fassbinder, por otra parte, no parece tan interesado en ofrecernos un pastiche
o remedo, que también, de este modelo de feminidad, sino que se centra en lograr
que la sensualidad de su Lola epitomice su reflexión sobre las relaciones de poder,
esos hilos invisibles que tensan y regulan, más bien controlan, las dinámicas de las
sociedades contemporáneas, ya sea en lo privado como en lo público. Si “el amor
es el mejor, el más insidioso y eficaz instrumento de represión social” (4), el deseo
y el sexo son el vehículo más adecuado para esas ideas de influencia brechtiana que
atraviesan por completo el devenir de la Lola del nuevo régimen político germano.
De Lola sabemos que es un arquetipo de mujer creado para el amor, porque así
se presentó por primera vez en el cine, pero siempre bajo sus condiciones. “Yo
162
soy la traviesa Lola”, canta una alegre Dietrich en ligas negras y con un top de
lentejuelas oscuro en el famoso número musical Ich bin die fesche Lola, de la
cinta de Sternberg, sobre el escenario de El Ángel Azul, el famoso club noctur-
no que hace suyos la decadencia y el atractivo asociados al prototípico cabaret
de la República de Weimar. En el film, la primera producción alemana sonora,
esa pícara composición cobra una importancia expresiva sobresaliente, a pesar
de que Sternberg la corta a mitad del segundo estribillo para poder dar paso a
una escena nocturna en la que vemos caminar al profesor Rath (Emil Jannings).
Aún y así, hoy se conoce de sobra que la letra de ese tema de cabaret alude a
la sexualidad de la mujer protagonista, toda una declaración de intenciones del
carácter exhibicionista e impudoroso del personaje, al tiempo que insiste en el
enorme poder que el deseo que proyecta le confiere: “Lola, Lola, todos me co-
nocen, mírame, acércate, pronto perderás la cabeza” (5).
163
público con el objetivo de que Bohm le bese la mano cortésmente y así ganarle
la apuesta a Schuckert (Mario Adorf), a esa primera cita en la que el funcionario
se viste con un traje “más juvenil” o a la barroca estampa climática con la que
se cierra, de manera estremecedora, el melodrama romántico, una perversión
del motivo de la Pietà miguelangeliana que escenifica la pérdida absoluta de la
dignidad del personaje en brazos de la mujer amada. Bohm, como el profesor
Rath, también “pierde la cabeza” por Lola, pero en el remake sui géneris que
Fassbinder realiza de la obra de Sternberg (8), la moraleja de la historia ya no
se plantea en términos morales, es decir, la femme fatale como el origen de los
males sociales y causa de la degradación personal del hombre protagonista, sino
que trata de dar respuesta a la compleja lucha de fuerzas subrepticias que han
sido constantes a lo largo del relato. Porque todo parece haber cambiado una vez
Lola ha conseguido medrar en la escala social de la pequeña ciudad de Coburgo
tras su matrimonio con Bohm, pero el funcionamiento de las relaciones sociales
continúa y continuará bajo la batuta de las habituales dinámicas corruptas que
han regido el sistema en un ciclo que parece repetirse sin fin.
8. Se trata, por su parte, de una adaptación libérrima de la novela Profesor Unrat (1905), de
Heinrich Mann.
9. Thomas Elsaesser, op. cit., pág. 118.
10. Véase La Ronde (1950).
164
Montes recuerda las hazañas de su pasado expuesta en medio de una pista
circense.
El cabaret, por tanto, será el espacio que selle el romance entre los dos protago-
nistas, aunque la manera en que eso ocurre transgrede toda convención social y
norma moral. No deja de ser irónico que sea el interior de una iglesia el lugar
165
escogido para su primera cita, en la que flirtean casi como una pareja de castos
adolescentes, y que el club nocturno ejerza de escenario del pacto amoroso (casi)
definitivo entre Lola y Bohm, un lugar donde no hay lugar para la intimidad
ni para la integridad. Entre lo diurno y lo nocturno, esa vida interior y vida
exterior sin nada que ver entre sí a las que se refiere la protagonista cuando
conversa con Bohm durante su primera cita, en la figura de Lola, sin embar-
go, se logra conjugar el equilibrio necesario para que el sistema, tambaleante
por la amenaza del comisionado de acabar con la corrupción, se mantenga. Al
final, gracias al contrato que une en matrimonio a Lola y Bohm y que da por
finalizado el conflicto melodramático, cada uno de los personajes obtiene lo que
desea, lo disidente se integra en el sistema y el ciclo político regresa al punto de
partida. Puede que sea el inicio de un ciclo igual de corrupto que el anterior, tan
hipócrita como antes, pero es probable que más igualitario, o al menos, con otro
tipo de promesas de futuro para Lola, quien ha sabido transformar su capital
erótico en estatus social. En el epílogo del drama, la protagonista, de nuevo en
el burdel de Villa Fink y frente al espejo en el que se contemplaba, pergeñando,
cuando se inicia el relato, le pregunta a Schuckert si es una amante cara, a lo
que el constructor y ya antiguo propietario del cabaret le da la razón. “Así debe
ser”, sentencia.
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La ansiedad de Veronika Voss
© StudioCanal
Veronika Voss
Cuando una estrella baja la escalera
Ricardo Aldarondo
1. Christian Braad Thomsen, The Life and Work of a Provocative Genius, University of Min-
nesota Press, Minneapolis, 2004, pág. 284.
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1978) y Lola (1981), establece relaciones con otras películas pero también con el
propio cine como droga capaz de llevar al máximo éxtasis a su artífice e, igual-
mente, aniquilarlo. Aunque se trata de una estrella en decadencia, que sueña con
regresar a su tiempo de gloria mientras entra en un proceso de degradación por
su propio deterioro psicológico, quizá se puede ver el efecto vampírico del cine
en la propia figura de Fassbinder, que moriría un año después, también rodeado
por el fantasma de la autodestrucción, eso sí, en pleno fragor creativo.
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Un hombre que cae inopinadamente en el mundo cerrado de la protagonista es el
hilo del que tirar en ambas películas. Si en El crepúsculo de los dioses se trataba
de un guionista en apuros económicos, Joe Gillis (William Holden), en La ansie
dad de Veronika Voss es alguien ajeno al mundo del cine, un periodista deporti-
vo que sin embargo queda pronto seducido de un modo melancólico, como quien
se ve en la necesidad de auxiliar a un ser desvalido, por Veronika. En la primera
secuencia, Veronika está en una sala de cine viendo una de sus viejas películas, o
más bien cerrando los ojos porque la ficción de la pantalla, una mujer que suplica
que le inyecten algo para calmar su adicción, es demasiado cercana a su realidad.
Detrás de ella, como un espectador atento, está el propio Fassbinder, que hace un
cameo. En el exterior Veronika espera un tranvía en medio de la nada, junto a un
bosque, en la noche lluviosa. Ahí aparece por primera vez Robert, que le ofrece
paraguas y protección. El tranvía parece inmóvil y fantasmagórico, la cámara
toma ángulos inclinados herederos de Ciudadano Kane (Citizen Kane; Orson
Welles, 1941) y la fotografía en blanco y negro ya indica una apuesta estética
radical y sorprendente: haces de luz blanca que casi difuminan los rostros y unos
negros absolutos que no dejan término medio ni matiz posible. Una elección muy
consciente y atrevida que refuerza constantemente el tono de ensoñación, o que
remite a un tiempo pasado del cine en el que la imagen creaba un universo mítico:
si en El crepúsculo de los dioses la interpretación deliberadamente exagerada de
Gloria Swanson recreaba el tiempo del cine mudo en que había que remarcar los
gestos, Fassbinder alude también a una mítica del cine perfilada por los grandes
focos y al halo de la locura que acecha a la protagonista.
2. Entrevista incluida como extra en el DVD de Veronika Voss, dentro del pack Rainer Werner
Fassbinder, vol. 2, Artificial Eye, Gran Bretaña, 2007.
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noche: “Esta luz es espantosa, apague la luz y encienda las velas”, exige al
camarero. “Luz y sombras: los dos secretos del cine”, le explica a Robert con
maneras de diva. Cuando baja a la joyería, su rostro está difuminado por el cris-
tal de las vitrinas que se interponen (un efecto que quizás indica el rostro que
se desvanece, la estrella que se va apagando, como en el final de El crepúsculo
de los dioses). Son las claves también del cine negro inserto en el melodrama:
si en el film de Wilder el comienzo con un cadáver en la piscina y la voz en off
que indica un retorno al pasado parecía remitir al género, en La ansiedad de
Veronika Voss, el misterio que la actriz inspira a un periodista que viene de un
mundo mucho más tangible y claro también introduce una cierta atmósfera noir,
reforzada por la investigación que emprende Robert; aunque es una investiga-
ción en tono intimista, apesadumbrado y fatalista.
Robert indaga en los sentimientos, los de Veronika y los propios, pues no sabe si
está enamorado de ella, o cuál es el grado de fascinación que le provoca. Quizás
Robert es el único que sabe ver en ella ese aura de gran estrella de cuando estu-
dios como UFA lograban trascender el ser humano y convertirlo en mito. Quizá
le ocurre como a su compañera periodista, cuando dice: “Los seres humanos me
parecen interesantes mientras pierden, cuando fracasan ya no”. Robert escribe
poemas tristes y le atrae la tristeza de Veronika, quien se crece en la determina-
ción cuando quiere conseguir a su nuevo amigo. Cuando Robert vuelve a casa
con su novia, se encuentran en la puerta a Veronika, que con toda naturalidad le
dice: “Quiero pasar la noche con usted pero mi casa está en Sternberg, ¿tiene
coche?” Y desciende la escalera como una estrella, y se lleva al hombre entre el
estupor y el consentimiento de su novia, quien a su vez queda intrigada por ese
poder de fascinación que capta pero no entiende; y a su modo, decide investigar.
170
Sybille Schmitz, que fue protegida de Goebbels o, al contrario, que el nazismo
le impidió trabajar.
Entre las derivas del modelo establecido por Wilder, no deja de ser curioso
que una serie de televisión como “La dimensión desconocida” (“The Twilight
Zone”, 1959-1964) retomara la figura de la estrella en el ocaso para otorgarle
una vertiente si no fantástica, sí en cierto modo sobrenatural, sin perder el sus-
trato realista, sufriente y decadente del esquema original. En El crepúsculo de
los dioses la mansión de Norma Desmond ya es un lugar fuera del tiempo, y casi
del espacio a pesar de que esté remarcadamente situada en Sunset Boulevard.
En el episodio El santuario de 16 mm (The Sixteen-Millimeter Shrine; Mitchell
Leisen, 1959), la habitación en que se refugia o se encierra mentalmente otra
estrella del pasado, Barbara Jean Trenton (Ida Lupino), con el proyector de cine
con el que ve continuamente sus películas y rodeada de sus retratos de los años
de esplendor como Norma Desmond, tiene ya algo de sobrenatural en la ilumi-
nación en contrastado blanco y negro, en las luces y sombras que definen una
figura que ya pertenece más al mundo de los sueños y los recuerdos que a una
realidad tangible. Barbara también es visitada por un hombre entre fascinado
y horrorizado por el devenir de la estrella atrapada por su pasado glorioso, su
agente que aún se preocupa de ella y trata de sacarla del ensimismamiento en
que se va hundiendo. El episodio guionizado por el artífice de la serie, Rod Ser-
ling, y dirigido por uno de los maestros del melodrama (entre otros géneros) del
Hollywood clásico, Mitchell Leisen, define magníficamente ese cuelgue entre
la fascinación y la melancolía, la pausa que el protagonista de Arrebato (Iván
Zulueta, 1979) expresaba como nadie al mirar sus cromos de infancia; y aún
171
más, el poder vampírico del cine que exploró el director donostiarra ya está en
este episodio, pero en lugar de la cámara, el agente succionador es el proyector.
Finalmente la estrella desaparece de su habitación, trasciende definitivamente en
mito, y habita de nuevo en la pantalla. No muere, sino que entra a formar parte
del mundo de las estrellas eternas, como un precedente también de La rosa
púrpura de El Cairo (The Purple Rose of Cairo; Woody Allen, 1985), pero con
infinitas dosis de melancolía en lugar de comedia romántica.
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Querelle (Un pacto con el diablo)
© Gaumont / Album
“Querelle”
El descenso a los infiernos y la gloria póstuma
Beatriz Martínez
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las circunstancias para conseguir uno u otro efecto. Hasta que la madrugada del
10 de junio de 1982, esa combinación se le fue de las manos y resultó mortal,
falleciendo con treinta y siete años en su residencia de Múnich.
Esa pulsión de muerte, que siempre había estado presente a lo largo de su carrera
incluso desde sus primeros trabajos –como es el caso del cortometraje El vaga
bundo (Der Stadtstreicher, 1966)–, comenzó a intensificarse en el tramo final de
su carrera. En La ley del más fuerte (Faustrecht der Freiheit, 1975) el personaje
de Fox (que él mismo interpretó) se suicidaba con un cóctel de píldoras y en La
tercera generación (Die dritte Generation, 1979), la actriz Y Sa Lo encarnaba a
una drogadicta que termina acabando con su vida tras una sobredosis de heroína.
Pero esa presencia fúnebre todavía se vuelve más significativa en aquellas pelícu-
las que guardan alguna relación directa con la propia vida del director, sobre todo
a partir del momento en el que se encargó de romper los límites que separaban la
ficción de su propia privacidad en su fragmento para el film colectivo Alemania
en otoño (Deustchland im Herbst, 1978). En esta pieza absolutamente descarnada
e incómoda, introducía la cámara en su propio espacio íntimo para evidenciar
sin ningún tipo de filtros su naturaleza más repulsiva y monstruosa, en especial
en lo referente a su relación de pareja con Armin Meier, al que vemos insultar,
vejar e incluso pegar delante de la cámara. Estas imágenes funcionarían como
una manifestación gráfica de su rudeza y despotismo, así como del descontrol en
el que se había instalado sin freno ni pudor. Poco después, encontrarían el cuerpo
sin vida de Armin tras haber ingerido una dosis letal de pastillas.
174
casi a modo de relato mortuorio, como también lo será más tarde, aunque en un
registro diferente, su última película, Querelle, en la que también encontramos
desdoblamientos de identidad, juegos especulares y muchas dosis de decadencia.
Pero resulta especialmente antológica la atmósfera espectral que recorre las dos
últimas horas de su obra magna, “Berlin Alexanderplatz” (1980), en las que
abandona el registro naturalista que hasta el momento había utilizado en la serie
para internarnos en un recorrido fantasmal por el subconsciente del protagonista
Frank Biberkopf, que titulará Mi sueño sobre el sueño de Franz Biberkopf. Una
secuencia a modo de epílogo a través de la que nos sumergimos en un collage
de visiones fragmentarias en las que afloran la locura, el sexo, la religión, la
obsesión, el dolor y por supuesto la muerte a través de los recursos de la alegoría
política, pero también de la metáfora poética, vinculándose estéticamente con el
universo pictórico de El Bosco y con el literario de Jean Genet, en especial con
el homo-erotismo presente en Un chant d’amour (1950).
En una de sus últimas entrevistas, Fassbinder afirmó que para él “Querelle era
alguien que quería liberarse de sí mismo para formar una nueva sociedad y que
175
para ello debía sumergirse en sus pozos más profundos”. Desde el principio su
intención no fue la de hacer una película sobre la homosexualidad, sino sobre
una sociedad que intentaba buscar su identidad, y lo hacía a través de la violen-
cia y del asesinato, un tema que ya había abordado a lo largo de su filmografía.
Estas tres películas utilizan el binomio Eros y Tánatos como una manera para
explicar el mundo. El sexo, la muerte y la política unidos en una serie de alego-
rías perversas que miraban al pasado para explicar el presente y de qué manera
los estigmas continuaban insertos en el tejido orgánico de un país a través de una
serie de fantasmas que amenazaban su integridad futura.
Que tanto Pasolini como Fassbinder fallecieran de forma prematura justo tras
la realización de sus dos obras más radicales y controvertidas, en cierto sentido
malditas, no hace sino hermanar todavía más dos películas que describen, cada
una a su manera, el infierno, y que suponen un viaje directo hacia la muerte
después de pasar por la tortura y el calvario.
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Para muchos constituiría un punto de referencia para el desarrollo del New
Queer Cinema que comenzaría a eclosionar a finales de los años ochenta y que
tomaría algunos elementos de Querelle, como la inadaptación de los personajes,
su adscripción a los bajos fondos, la fascinación por la violencia y lo criminal,
para construir todo un movimiento basado en la experimentación formal y los
postulados del cine de vanguardia. Y si el New Queer Cinema sentó muchos de
sus miedos y reivindicaciones alrededor de la epidemia de VIH, utilizando el
cine como modo de rebelarse contra la marginación y la estigmatización a la
que estaban siendo sometidos –como ejemplo Poison (1991), de Todd Haynes,
también a partir de textos de Genet–, el propio Querelle podría convertirse en
una encarnación del poder destructor de la enfermedad cuando estaba a punto de
explotar, como si fuera en el fondo una última oportunidad de regodearse en el
hedonismo, el placer por el placer, tan fetichista como sadomasoquista.
Al igual que ocurre en Saló o los 120 días de Sodoma, las imágenes de Quere
lle también podrían simbolizar una puerta de acceso al infierno, con ese ángel
exterminador (o Ángel del Apocalipsis) interpretado por Brad Davis que utiliza
el asesinato casi como un acto purificador. La iconografía religiosa diseminada
a lo largo de la película, también presente en la novela, la dota de esa cadencia
ritual, reforzada por unos coros de la banda sonora de Peer Raben que alcanzan
el lirismo sacro, a medio camino entre la devoción y la blasfemia. Hay una pro-
cesión en la que se representa la Pasión de Cristo, imágenes que remiten a La
Anunciación, a la historia de Abel y Caín, al mártir Sebastián y sobre todo se
reverencia la figura de Narciso, ese joven condenado por los dioses de la mitolo-
gía griega a enamorarse de su reflejo por culpa de su engreimiento.
Por esa razón la película está llena de espejos, de imágenes que se miran entre
sí, de personajes que establecen relaciones de dualidad. El actor Hanno Pöschl
ofrece el mismo rostro para encarnar por un lado al hermano de Querelle, Ro-
bert, y por otro al albañil acusado de asesinato de quien Querelle se enamora,
Gil. Pero en un momento dado se dice que en realidad Robert y Querelle son la
misma persona. ¿No estaría entonces Querelle besándose a sí mismo? Al fin y
al cabo, la metáfora de las imágenes especulares (hombre-hombre) nos remite al
concepto de identidad, en este caso homosexual.
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Al fin y al cabo, Querelle se convierte en el objeto de deseo de buena parte
de los personajes que habitan el burdel La Feria, escenario de la acción: de su
dueño Nono (Günther Kaufmann), su mujer Lysiane, el policía Mario (Burkhard
Driest) y finalmente de Gil. También del capitán del barco, Seblon (Franco
Nero), que es el encargado de articular buena parte de la narración a través
de una voz en off en la que despliega su deseo fogoso e insatisfecho alrededor
del marinero. Seblon se convierte así en el punto de vista externo del relato.
Espía, acecha desde fuera, se esconde para vigilar o simplemente mira desde
su posición privilegiada dentro del barco, de modo que su fascinación termina
inoculándose también en el espectador, al que hipnotiza a través de la cadencia
de su voz y de la forma en la que mira aquello que lo rodea. Nos convertimos en
voyeurs a través de sus ojos, introduciéndonos en el territorio de lo prohibido,
del lado más oscuro de las fantasías inconfesables de los personajes.
Desde sus inicios teatrales hasta Querelle, Fassbinder intentó pervertir los va-
lores tradicionales a través de ficciones que desafiaban los límites establecidos.
Todas sus películas eran experimentos. En Querelle hay voz en off, monólogos,
diálogos imaginados, imágenes alegóricas, citas literarias, intertítulos, todo un
cúmulo de materiales que se superponen y que logran transmitir frescura y
libertad creativa. Sus intereses de juventud aparecieron adscritos a la contracul-
tura del momento, a la necesidad de transgredir la conciencia de la sociedad,
de sacudir el pasado para darle la vuelta al presente. Fue un agitador, orgulloso
provocador, perverso, extremo y rabioso, y por esa misma razón conseguía le-
vantar a su paso la polémica, creando fascinación o rechazo.
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COMPLEMENTOS
La ruleta china
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de la República de Weimar fue pionero en publicitar sus conclusiones acerca
del “carácter gestual de la música que, procedente del teatro, se ha revelado
extremadamente fructífera aplicada al cine” (1). Fassbinder protagonizó preci-
samente la adaptación televisiva que Volker Schlöndorff realizó de Baal (1970),
ópera prima de Brecht. Un drama de inspiración nietzscheana que en el fondo
censuraba el culto a la vida apartada de los convencionalismos encarnada por el
joven director. Todos ellos compartían una misma pasión: la música.
Wilhelm Rabenbauer
1. Theodor Adorno y Hanns Eisler, El cine y la música (Komposition für den Film), Fundamen-
tos, Madrid, 2ª edición, 1981, pág. 12.
2. Ibídem, pág. 22.
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Recopilaciones como The Rainer Werner Fassbinder Films (That’s Entertain-
ment Records, 1984) o The Music from Rainer Werner Fassbinder Films (BMG,
1997) muestran la versatilidad de Raben a la hora de traducir los trozos de vida
coreografiados por Fassbinder. La calidad de la obra del compositor alemán en
sus casi quince años de colaboración mutua es irregular pero, en perspectiva,
resulta apabullante. Solo para el cine, es decir, entre 1969 y 1982, Raben elabo-
ró veintisiete trabajos de variable complejidad, extensión, tonalidad e intención
según los requerimientos del joven director. Grandes valses, serenatas, cancio-
nes, suites y piezas inolvidables como Blues for Franz en La tercera generación
(Die dritte Generation, 1979). El esfuerzo realizado para la monumental serie de
televisión “Berlin Alexanderplatz” (1980), con más de quince horas de metraje
intensamente musicales, sería su cumbre creativa. RCA en 1980 y Varèse Sara-
bande en 1984 publicaron una fracción de la misma, relegando temas excelentes
al éter catódico.
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Su voraz apetito creativo le impulsó a componer letras musicalizadas por Raben
como So Much Tenderness, para El soldado americano (Der amerikanische
Soldat, 1970), o la floja I Kill Them en el western Whity (1971), ambas inter-
pretadas por Günther Kaufmann. Más elocuente fue la filiación del director
germano a la música clásica. Su autor favorito era Gustav Mahler, presente en
Un año con trece lunas. Con sus sinfonías vanguardistas e intensidad trágica
se identificaba plenamente Fassbinder. También disfrutaron de amplio espacio
en su cine Richard Wagner, los Strauss, Beethoven, Mozart, Verdi, Händel,
Orlando di Lasso o grandes intérpretes como el violinista Isaac Stern. Especial
mención merece el compositor francés Camille Saint-Säens y su magistral Ha-
vanaise para violín y orquesta Op. 83. Su fino esteticismo, junto a los bellísimos
y complicados encuadres de la cinta, contrastaban con la opresiva historia de
Effi Briest (1974). Tampoco podemos olvidarnos del conocido vals Sobre las
olas, del mexicano Juventino Rosas, amenizando la frugal merienda con pistola
de El vagabundo (Der Stadtstreicher, 1966). Otra famosa diafonía.
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incidentales se solía encargar Peer Raben. A diferencia de Wim Wenders, que
cuenta con cintas como Summer in the City (1970), dedicada a los Kinks, la
caribeña Buenavista Social Club (1999) o The Soul of a Man (2003), sobre el
blues americano, Fassbinder nunca dedicó películas a grupos o estilos musicales
concretos salvo que consideremos Como un pájaro en el alambre (Wie ein
Vogel auf dem Draht, 1975) un homenaje al cabaret. Sí compartieron un acerca-
miento a la música alemana del momento, el llamado krautrock, etiqueta con el
que la prensa británica se refería a aquel variopinto movimiento.
Werner Herzog empleó la épica de Florian Fricke (Popol Vuh) en buena parte de
sus películas entre 1972 y 1988. Wim Wenders, con una mirada menos purista,
requirió los servicios de Irmin Schmidt y Michael Karoli (miembros del grupo
Can) para la música incidental de Alicia en las ciudades (Alice in den Städten,
1974), encargó una canción a Can al pleno para Hasta el fin del mundo (Bis
ans ende der Welt, 1991) y volvió a recurrir a Irmin Schmidt para la banda
sonora de Palermo Shooting (2008). Fassbinder dio cabida a Amon Düül II
en El viaje a Niklashausen (Niklashauser Fart, 1970), filmando una rara ac-
tuación en directo del temible grupo teutón en lo que fue una de las películas
más sardónicamente políticas y musicales de su filmografía, con cabida para la
improvisación kraut, las canciones pastorales, dudosos coros infantiles y el folk
medieval. Vale la pena mencionar como curiosidad la banda sonora electrónica
que Edgar Froese (Tangerine Dream) compuso para Kamikaze 1989 (1982), de
Wolf Gremm, protagonizada por Fassbinder en uno de sus últimos papeles como
actor antes de fallecer.
Toda aquella música surgida en la Alemania Federal de finales de los años sesen-
ta alcanzó su apogeo durante la década posterior en fuerte oposición conceptual
frente al pop comercial representado desde hacía mucho tiempo por el llamado
schlager. Un punto de conexión entre este posicionamiento estético y el Nuevo
Cine Alemán se encuentra representado en la desesperación del protagonista de
El mercader de las cuatro estaciones cuando despedaza con sus propias manos
el siete pulgadas de Buona notte bambino, éxito masivo del casposo género en
la Alemania de Adenauer. En realidad, estaba destruyendo su propio pasado.
Además de divertirse a lo grande, los melenudos del poliédrico rock alemán de-
cidieron centrar su mirada en la Europa continental, incluso dirigirla a Oriente
y África, si con ello lograban disolver de alguna forma, aunque sin conseguirlo
del todo, la sobredosis de colonialismo anglosajón padecido por su país desde la
posguerra. No existe en el krautrock un equivalente al Manifiesto de Oberhausen
(1961), salvo que los textos promocionales de Rolf-Ulrich Kaiser (fundador del
imprescindible sello Ohr) y sus Kosmischen Kuriere (Correos cósmicos) signifi-
casen algo más que un montón de desvaríos lisérgicos. Pero el anhelo de todos
aquellos jóvenes creadores era el mismo: liberarse de viejas tutelas, moldear una
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identidad propia destruida por el siglo más leonino de su historia y despertarse de
la anestesia inoculada por el llamado “milagro económico” alemán.
Con tantas películas por delante, no es extraño que el realizador alemán se de-
dicara a coleccionar musas. Hanna Schygulla, Ingrid Caven y Barbara Sukowa
fueron en este apartado las más atractivas. La prodigiosa Margit Carstensen,
la inquietante Irm Hermann y la entrañable Brigitte Mira ocuparon a la vez
un lugar de honor en el cine de Fassbinder, aunque solo Mira pudo competir,
incluso superar, a las primeras en currículum, versatilidad y talento a pesar de
que su anticuado estilo vocal y su escasamente apolíneo físico la situaran más
cerca del music hall que de la mujer fatal. Fassbinder dedicó Como un pájaro
en el alambre a esta veterana leyenda del teatro berlinés. Un mediometraje
teatralizado donde Mira repasa, entre la nostalgia y la sátira, su atribulada vida
(nació en 1910), hombres incluidos, refrescando de paso el antiguo esplendor de
su faceta como cantante de cabaret. Se trata en realidad de un musical en el que
la actriz da cuenta de muchas canciones, entre ellas Bird on a Wire, de Leonard
Cohen, y la icónica Diamonds Are a Girl’s Best Friend. Esta última rodeada de
fibrosos culturistas con cortes de pelo setenteros para solaz de su redescubridor.
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in the Backroom) en El mundo conectado (Welt am Draht, 1973)… reencarnada
en un travesti. Esposa del director alemán entre 1970 y 1972, Caven desarrolló
entre Francia y Alemania una sólida carrera musical, muy intelectualizada pero
intensamente carnal. Su rostro roto y mirada turbia encontraron un brillante
acomodo en Viaje a la felicidad de mamá Küsters, donde interpreta Alles aus
Leder, Freitags im Hotel y Die Strassen stinken, tres enfáticos números com-
puestos entre Raben (música) y Fassbinder (letra). Se atrevió con lo más excelso
de la chanson, inmortalizando su salto mortal sin red en discos como Erinne-
rung an Edith Piaf (RCA, 1983). En su notable discografía destacan álbumes
como Au Pigall’s (Barclay, 1978), donde por cierto canta el tema Nietzsche, con
predecible letra de Fassbinder. Siempre bajo la protección de Peer Raben publicó
trabajos de cabaret en estudio como el renovador Der Abendstern (RCA, 1979),
Chambre 1050 (Arcade, 1996) o Helle Nacht (Viellieb Rekords, 1998). En ellos
marida letras de James Joyce, Wilde, Jean-Jacques Schuhl o Léon-Paul Fargue
con piezas musicales de Kurt Weill, Satie, Schönberg, Luciano Berio o John
Cage.
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La sombra de los ángeles
Quim Casas
Solo en el caso de La ley del más fuerte hubo una reflexión algo más
profunda sobre su decisión de protagonizar el film: “Yo interpretaba a Fox
[Zorro]. ¿Conoces la caza del zorro en Inglaterra, en la que el animal es
perseguido por la realeza y la aristocracia? Yo era una víctima similar, un
homosexual de clase media perseguido por los ricos, engañado y explotado
y luego arrojado a la basura. Interpreté este personaje porque se trataba de
la típica relación homosexual con la sociedad heterosexual. Ellos contro-
lan el dinero, el sistema, el poder. Era un papel que cualquier homosexual
podía interpretar, al menos los que yo conozco” (2). Su aparición macarra
en La ternura de los lobos recuerda un poco a la de Roman Polanski en
su film Chinatown (1974), en el papel del gánster de poca monta que raja
la nariz a Jack Nicholson: el sello irónico del autor. En La sombra de los
ángeles, Fassbinder vuelve a representar un personaje explotado, o incapaz
de luchar contra la explotación, en este caso en una historia en la que se
1. Boze Hadleigh, Conversations With My Elders, St. Martin’s Press, Londres, 1986. Edición
española: Conversaciones secretas (con Sal Mineo, Luchino Visconti, Cecil Beaton, George
Cukor, Rainer Werner Fassbinder y Rock Hudson), Ultramar, Barcelona, 1988, pág. 109.
2. Ibídem, pág. 113.
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entremezclan homosexualidad, prostitución, nazismo y capitalismo judío.
Encarnar al protagonista de Baal (Volker Schlondörff, 1970), el poeta di-
soluto, alcoholizado, anti-burgués, seductor y finalmente asesino ideado
por Bertolt Brecht, representaba un mayor desafío, pero su compromiso
con esta película –y con otras del mismo Schlondörff, Jean-Marie Straub,
Rudolf Thome, Franz Peter Wirth o Reinhard Hauff en las que actuó en
sus primeros tiempos– era estrictamente actoral, como ocurriría con su
último trabajo, Kamikaze 1989 (Wolf Gremm, 1982), donde encarnó a un
policía corrupto pero no colaboró en nada más. Todo lo contrario que en
La sombra de los ángeles, basada en una obra teatral suya que adaptó jun-
to con Schmid, y en La ternura de los lobos, que es un film producido y
montado por él –es la producción número cuatro de su recién creada Tango
Film Produktion– además de dirigido por uno de los miembros de su equipo
estable. La implicación es mayor aunque en un caso, el del film de Lom-
mel, la presencia actoral sea menor. El proceso de gestación en La sombra
de los ángeles debió ser extraño: interpretar ante la cámara un personaje
creado por él mismo para el escenario teatral, pero hacerlo a través de las
decisiones de puesta en escena cinematográfica de otro director con quien,
además, había mantenido una relación sentimental.
190
El carnicero de Hannover
191
Buddy Pepper en 1952 y popularizada al año siguiente en la versión de Les Paul
y Mary Ford; un tema musical, pues, escrito tres décadas después del momento
real de los acontecimientos narrados y seis o siete años después de esta ambigua
ambientación en la segunda mitad de los cuarenta. En su página web dedicada
a Fassbinder (3), Rafa Morata cita una entrevista con Ulli Lommel en la que el
director aseguraba tener previstas unas localizaciones más propias de los años
treinta y cuarenta que del periodo de Weimar y que Kurt Raab, co-autor total
de la película –es guionista en solitario, decorador e interpreta a Haarmann–,
decidió ambientar la historia después de la derrota del Tercer Reich, ya que
le permitía desarrollar una visión más precisa de la corrupción e inseguridad
reinantes en la Alemania derrotada. En todo caso, creo que tanto los años ante-
riores al nacimiento del nazismo como los posteriores a su caída sirven perfec-
tamente al mismo fin. Volviendo al tema de la posible influencia expresionista
en el film, Rafael Miret recordaba en su crítica de La ternura de los lobos que
la ambientación ambigua “no está muy lejos de los postulados expresionistas,
cuyas distorsiones y fantasmagorías no pretendían ser tanto el retrato de una
realidad como su interpretación a nivel plástico” (4).
“Ofrezco con gusto mi sangre y mi muerte a los brazos de Dios y la justicia como
expiación por las treinta o cuarenta víctimas que causé, ignoro el número exacto.
3. https://www.rafamorata.es/fassbinder.html.
4. Rafael Miret Jorba, “La ternura de los lobos”, Dirigido por, nº 62, marzo de 1979, pág. 36.
192
De algunas de ellas no sabéis nada, de otras que me atribuís yo no soy el res-
ponsable. Esas son las más hermosas de todas”. Este fue el texto de despedida
de Haarmann antes de ser ejecutado en la primavera de 1925. Lommel utiliza la
primera parte, la que atañe a la expiación a través del ofrecimiento de su sangre
y su muerte, todo según la redención judeocristiana, como cita inicial, y después
la coloca entera sobre el plano congelado final del film. Entre medio realiza una
crónica en el sentido estricto del término, ya que además está inspirada en el
reportaje escrito por un periodista de sucesos. No hay posicionamiento sino frial-
dad afectiva, que no desafecto, en todos los sentidos. Ni pretende comprender
los actos de Haarmann ni tampoco enjuiciarlos. Es un retrato distanciado pero
no brechtiano. Filma un colectivo de desechos humanos y personajes arribistas
a su alrededor y certifica que todos acabarán traicionándole aunque antes hayan
aceptado sus “vicios” porque les han beneficiado. “Tiene sus chicos y vive de
sus delitos”, comenta Dora (Ingrid Caven), comprendiendo su homosexualidad y
justificando esos delitos consistentes en hurtos, estafas de poca monta y comercio
con carne robada, aunque evidentemente no sabe que es carne humana lo que les
ofrece de vez en cuando para celebrar un festín filmado por Lommel casi como
un rito comunitario. En la secuencia posterior a este comentario de Dora, en una
acción de montaje dialéctico no muy refinada pero efectiva, Haarmann se abalan-
za sobre el efebo pianista, le estrangula, muerde en el cuello y viola.
La película cuenta también con precisión de qué manera la propia policía se be-
neficiaba de sus actividades no homicidas. En un careo con el inspector que des-
pués le detendrá, se cuenta que Haarmann ha sido arrestado anteriormente por
prostitución, abuso de menores, robos, asaltos, fraudes, falsificaciones, tráfico de
objetos robados, homosexualidad y mendicidad, pero le dejan libre a condición
de que trabaje para la policía. ¿Qué mejor tapadera para satisfacer sus apetitos
que ejercer como miembro de la brigada de la policía criminal y realizar redadas
por las estaciones de tren y las calles oscuras, semillero de sus futuros amantes y
víctimas? Lang le puso a su film sobre el asesino de Düsseldorf el subtítulo de El
asesino está entre nosotros. La policía de Hannover colaboró inconscientemente
para que el asesino en serie de su ciudad también estuviera entre ellos; las mismas
fuerzas del orden ayudaron a fortalecer al monstruo. Lo único que se le ocurre
al inspector, cuando los asesinatos están demostrados pero falta una prueba in-
criminatoria, es poner como cebo humano a otro joven. La secuencia es terrible
y triste al mismo tiempo: los agentes solo entran en el pequeño apartamento de
Haarmann cuando escuchan el desgarrador grito del muchacho al ser mordido;
detienen al asesino y a su víctima le dan tan solo un trapo grasiento para que se
tapone las incisiones en el cuello de las que brota sangre en abundancia; cuando
bajan por la escalera, Haarmann se deshace momentáneamente de los dos poli-
cías que le sujetan y, loco de deseo no consumado y de sangre (el viejo tema de
la mordedura del vampiro como penetración sexual), se arroja sobre el joven para
193
continuar mordiéndole en el cuello porque ya no tiene nada que perder; la comi-
tiva se va definitivamente y el joven se queda de pie en el rellano de la escalera,
con el trapo ensangrentado como pago por sus servicios.
Ulli Lommel, fallecido en 2017, fue actor en una docena de filmes y series de
Fassbinder y asistente en algunos, además de coguionista y coproductor del do-
cumental Fassbinder in Hollywood (Robert Fischer, 2002). Después de La ter
nura de los lobos dirigió Adolf und Marlene (1977), que imagina un encuentro
entre Adolf Hitler y Marlene Dietrich, encarnados por Kurt Raab –notorio que
pasara de interpretar al asesino perturbador de Hannover a representar al geno-
cida nazi– y Margit Carstensen, con Lommel asumiendo el papel de Goebbels
y Fassbinder, también productor de la película, en otro breve cometido actoral.
Realizó a continuación dos producciones independientes estadounidenses con
trasfondo rock: Cocaine Cowboys (1979), interpretada por Jack Palance y Andy
Warhol, sobre las estrellas musicales y el negocio de las drogas; y Blank Gene
ration (1980), escrita y protagonizada por Richard Hell y que es el reverso, en
clave de ficción, del documental de Amos Poe The Blank Generation (1976),
centrado en la generación musical neoyorquina liderada por Hell, Patti Smith,
Ramones, Television, Blondie, Suicide y Talking Heads. Después dio un giro
radical y a partir de la eficaz Satanás, el reflejo del mal (The Boogey Man,
1980), se convirtió en hacedor de películas de terror de serie B. Se despidió del
cine, bien lejos de la influencia de Fassbinder y de las horror movies, con la
5. Evelyne Caron-Lowins, “La Tendresse des loups”, Positif, nº 173, septiembre de 1975, pág.
75. Podemos aceptar a regañadientes el rasgo esteticista, pero no así la fascinación mórbida,
ya que Lommel y Raab rehúyen en todo momento en su tratamiento el morbo en términos de
violencia y de sexo.
194
discreta comedia gay Queen of Rio (2018), rodada sin las urgencias ni la tensión
que tenía la troupe fassbinderiana en los años setenta.
Controversia y disolución
6. De nuevo Raoul, por el pionero Raoul Walsh, en cuanto al personaje masculino. En el nombre
de la protagonista femenina se unen Lily, futura Lili Marleen, y el Brest del Querelle de Genet.
195
causa de los ataques que sufrió por su teórico antisemitismo, ataques frontales
que se prolongaron durante años. El libro con el texto original fue editado pero
retirado enseguida de las librerías.
196
acabaríamos considerando a Scorsese un mafioso, ¿por qué las cosas que dicen
y representan algunos personajes de La sombra de los ángeles tienen que ser
equiparadas con el pensamiento del autor y, por lo tanto, con su ideología?
8. “Modestes propositions pour défendre et illustrer L’ombre des anges dans une rigoureuse
perspective de gauche”, Positif, nº 192, abril de 1977, págs. 54-59.
9. “Lettre aus Cahiers sur la question juive au cinema (2). A propos d’un article de Richard Ma-
rienstras sur L’ombre des anges”, Cahiers du Cinéma, nº 288, diciembre de 1977, págs. 49-51.
197
pero desde posturas encontradas, avivaron la llama de un film innecesariamente
controvertido que terminó convirtiéndose en una película fantasma; hoy es el
espectro de un recuerdo intenso o fugaz en una sala oscura.
Kamikaze Fassbinder
198
DOCUMENTACIÓN
Filmografía
Quim Casas
Liebe ist kälter als der Tod (El amor es más frío que la muerte, 1969)
Katzelmacher (1969)
201
Götter der Pest (Los dioses de la peste, 1970)
Warum läuft Herr R. Amok? (¿Por qué le dio un ataque de locura al señor R.?, 1970)
202
Der amerikanische Soldat (El soldado americano, 1970)
Warnung vor einer heiligen Nutte (Atención a esa prostituta tan querida, 1971)
203
Hanna Schygulla (Berta), Harry Baer (Karl), Irm Hermann (Alma), Rudolf Waldemar
Brem (Fabian), Walter Seldmayr (Fritz), Klaus Löwitsch (sargento), Günther Kaufmann
(Max), Carla Aulaulu (Frieda), Elga Sorbas (Marie). Duración: 87 minutos. Color.
Whity (1971)
Händler der vier Jahreszeiten (El mercader de las cuatro estaciones, 1972)
Die bitteren Tränen der Petra von Kant (Las amargas lágrimas de Petra von Kant,
1972)
204
obra de teatro de Fassbinder. Fotografía: Dietrich Lohmann, Hans Schurgg y Peter
Weyrich. Montaje: Friedrich Niquet y Monika Solzbacher. Decorados: Kurt Raab. In
térpretes: Margit Carstensen (Geesche), Ulli Lommel (Miltenberg), Walter Seldmayr
(sacerdote), Wolfgang Kieling (Timm), Rudolf Walderman Brem (el primo Bohm), Kurt
Raab (Zimmermann), Hanna Schygulla (Luise Maurer), R. W. Fassbinder (Rumpf),
Lilo Pempeit (la madre). Duración: 87 minutos. Color. Video.
“Acht Stunden sind kein Tag” (“Ocho horas no hacen un día”, 1972-1973)
205
Nora Helmer (1974)
Alemania. Dirección: Rainer Werner Fassbinder. Producción: Telefilm Saar, SR. Pro
ductor: Karlhans Reuss. Guion: R. W. Fassbinder, según la obra de Henrik Ibsen Casa
de muñecas. Fotografía: Günther Steinke. Montaje: Anne-Marie Bornheimer y Frie-
drich Niquet. Decorados: Friedhelm Boehm. Intérpretes: Margit Carstensen (Nora),
Joachim Hansen (Torvald), Barbara Valentin (señora Linde), Ulli Lommel (Krogstedt),
Klaus Löwitsch (doctor Rank), Lilo Pempeit (Marie), Irm Hermann (Helene). Dura
ción: 101 minutos. Color. Video.
Martha (1974)
206
Wie ein Vogel auf dem Draht (Como un pájaro en el alambre, 1975)
Mutter Küsters’ Fahrt zum Himmel (Viaje a la felicidad de mamá Küsters, 1975)
207
Ich will doch nur, dass ihr mich liebt (Solo quiero que me améis, 1976)
208
Frauen in New York (Mujeres en Nueva York, 1977)
In einem Jahr mit 13 Monden (Un año con trece lunas, 1978)
209
(Irene), Eva Mattes (Marie-Ann), Günther Kaufmann (conductor), Liselotte Pempeit
(sor Gudrun), Isolde Barth (Sybille), Peter Kollek (borracho), Karl Scheydt (Hacker).
Duración: 124 minutos. Color.
Die Ehe der Maria Braun (El matrimonio de Maria Braun, 1978)
210
Lili Marleen (1981)
Lola (1981)
Alemania. Dirección: Rainer Werner Fassbinder. Producción: Rialto Film, Trio Film,
WDR. Productor: Horst Wendlandt. Guion: Peter Märthesheimer, Pea Fröhlich y R.
W. Fassbinder. Fotografía: Xaver Schwarzenberger. Música: Peer Raben. Montaje:
Juliane Lorenz y Franz Walsch (R. W. Fassbinder). Decorados: Raúl Giménez y Rolf
Zehetbauer. Intérpretes: Barbara Sukowa (Lola), Armin Mueller-Stahl (Bohm), Mario
Adorf (Schuckert), Matthias Fuchs (Esslin), Helga Feddersen (Hettich), Karin Baal
(madre de Lola), Ivan Desny (Wittich), Karl-Heinz von Hassel (Timmerding), Elisa-
beth Volkman (Gigi), Rosel Zech (señora Schubert), Isolde Barth (señora Völker), Y Sa
Lo (Rosa), Christine Kaufmann (Sussi), Udo Kier (segundo camarero), Harry Baer y
Rainer Will (manifestantes), Günther Kaufmann (soldado americano). Duración: 115
minutos. Color.
Die Sehnsucht der Veronika Voss (La ansiedad de Veronika Voss, 1982)
211
liane Lorenz. Decorados: Rolf Zehetbauer. Intérpretes: Rosel Zech (Veronika Voss),
Hilmar Thate (Robert Krohn), Cornelia Froboes (Henriette), Annemarie Düringer
(doctora Katz), Doris Schade (Josefa), Armin Mueller-Stahl (Rehbein), Peter Berling
(productor de cine), Günther Kaufmann (soldado americano), Lilo Pempeit (encargada
de la tienda), Volker Spengler (primer realizador), R. W. Fassbinder (espectador). Du
ración: 104 minutos. Blanco y negro.
Querelle – Ein Pakt mit dem Teufel [Querelle (Un pacto con el diablo), 1982]
Der Bräutigan, die Komödiantin und der Zuhälter (El novio, la cómica y el chulo,
1968). Jean-Marie Straub. Actor
Frei bis zum nächsten Mal (Libre hasta la próxima vez, 1969). Korbinian Köberle.
Actor
Al Capone in deutschen Wald (Al Capone en el bosque, 1969). Franz Peter Wirth.
Actor
Der plötzliche Reichtum der armen Leute von Kombach (La repentina riqueza de los
pobres de Kombach, 1971). Volker Schlöndorff. Actor
212
Supergirl (1971). Rudolf Thome. Actor
Die Zärtlichkeit der Wölfe (La ternura de los lobos, 1973). Ulli Lommel. Productor,
actor y montaje
1 Berlin Harlem (1974). Lothar Lambert y Wolfram Zobus. Actor (él mismo)
Schatten der Engel (La sombra de los ángeles, 1976). Daniel Schmid. Actor, argu-
mento y guion
Adolf und Marlene (Adolf y Marlene, 1977). Ulli Lommel. Actor y productor
Spiel der Verlierer (Juego de perdedores, 1978). Christian Hohoff. Productor y mon-
taje
Der kleine Godard (El pequeño Godard, 1978). Hellmuth Costard. Actor
Bourbon Street Blues (1979). Hans Schönherr, Tilman Taube y Douglas Sirk. Actor
Heute spielen wir den Boß (Hoy jugamos a ser jefe, 1982). Peer Raben. Actor
Gouttes d’eau sur pierres brûlantes (Gotas de agua sobre piedras calientes, 1999).
François Ozon. Argumento
213
Bibliografía anotada
Quim Casas
LIBROS
Fassbinder ha generado una variada bibliografía. Son muchos los libros publicados so-
bre su vida y obra tanto en alemán como en francés, inglés, castellano o italiano, y des-
de perspectivas de lo más diversas. Destacamos especialmente los trabajos de Thomas
Elsaesser, así como las compilaciones de los ensayos, entrevistas y notas del director a
cargo de Michael Totëberg, traducidas a varios idiomas (en castellano en La anarquía
de la imaginación, a cargo de Paidós) y material inagotable e imprescindible para acer-
carse a la visión que Fassbinder tenía de su cine, del cine de los otros y del momento
social que le tocó vivir. También son notorios los volúmenes de Robert Fischer, que
recoge treinta entrevistas con el realizador mantenidas desde su debut hasta poco antes
de su muerte, y de Juliane Lorenz (montadora o asistente de dirección en varios filmes
de Fassbinder y realizadora de algunos documentales sobre su obra), que conversa con
otros colaboradores y amigos del cineasta. El libro de Claire Kaiser Rainer Werner
Fassbinder. Identité allemande et crise du sujet estructura el análisis de su filmografía
a partir de la crisis de identidad del individuo contemporáneo, mientras que el de Bonze
Hadleigh con entrevistas a Fassbinder, Cukor, Visconti, Cecil Beaton, Sal Mineo y
Rock Hudson se centra en el gueto que durante años supuso una cierta idea del film gay
y sus subtextos en el cine más o menos popular. Los ensayos de Tony Rayns (1976) y
Yann Lardeau (1990) resultan fundamentales para apreciar en toda su dimensión la obra
fassbinderiana en el momento de máxima ebullición o en la posterior reconsideración.
215
Bantcheva, Denitza (ed.), Fassbinder l’explosif, CinémAction, Condé-sur-Noireau, 2005
Elsaesser, Thomas, Fassbinder’s Germany: History, Identity, Subject, Amsterdam Uni-
versity Press, 1996
Elsaesser, Thomas, R. W. Fassbinder. Un cineaste d’Allemagne, Centre Pompidou,
París, 2005
Ferrario, Davide, Fassbinder, Il Castoro Cinema / La Nuova Italia, Florencia, 1982
Fischer, Robert (ed.), Fassbinder über Fassbinder, Rainer Werner Fassbinder Founda
tion / Verlag der Autoren, Fráncfort, 2004. Edición francesa: Fassbinder. Par lui-
même. Entretiens (1969-1982), G3J Éditeur, París, 2010
Hayman, Ronald, Fassbinder Film Maker, Olympic Marketing Corp., Manchester,
New Hampshire, 1984. Edición española: Fassbinder, Ultramar, Barcelona, 1985
Kaiser, Claire, Rainer Werner Fassbinder. Identité allemande et crise du sujet, Presses
Universitaires de Bordeaux, Pessac, 2015
Kardish, Lawrence y Lorenz, Juliane (eds.), Rainer Werner Fassbinder, The Museum
of Modern Art, Nueva York, 1977
Karsunke, Yaak; Iden, Peter; Wiegand, Wilfried; Schütte, Wolfram; Jansen, Peter W.;
Roth, Wilhelm; y Prinzler, Hans Helmut, Fassbinder, Carl Hanser Verlag, Múnich,
1974 / Rivages Cinema, París, 1986
Katz, Robert y Berling, Peter, Love Is Colder Than Death, Intercontinental Literary
Agency-A.D. Peters & Co., Londres, 1986. Edición española: El amor es más frío que
la muerte, Gedisa, Barcelona, 1988
Lardeau, Yann, Rainer Werner Fassbinder, Éditions Cahiers du Cinéma, París, 1990.
Edición española: Rainer Werner Fassbinder, Cátedra, Madrid, 2002
Lorenz, Juliane, Chaos As Usual: Conversations about Rainer Werner Fassbinder,
Applause Books, 2000
Peucker, Brigitte, A Companion to Rainer Werner Fassbinder, Wiley-Blackwell, Ho-
boken, NJ, 2012
Raab, Kurt y Peters, Karsten, Die Sehnsucht des Rainer Werner Fassbinder, Bertels-
mann, Múnich, 1982
Rodrigo García, Jesús (ed.), Rainer Werner Fassbinder. Solo quiero que me amen,
Shangrila Textos Aparte, Santander, 2018
Rayns, Tony (ed.), Fassbinder, British Film Institute, Londres, 1976
Schirmer, Lothar y Lorenz, Juliane, R. W. Fassbinder: Die Filme 1966-1982, Schirm-
er/Mosel, Múnich, 2016
Spagnoletti, Giovanni (ed.), Rainer Werner Fassbinder, Carte Segrete, Roma, 1992
Thomsen, Christian Braad, The Life and Work of a Provocative Genius, University of
Minnesota Press, Minneapolis, 2004
Torres, Augusto M. (ed.), Rainer Werner Fassbinder, JC, Madrid, 1983
216
Töteberg, Michael (ed.), Fassbinder filme befreien den Kopf, Fisher Taschenbuch Ver-
lag, Fráncfort, 1984
Töteberg, Michael (ed.), Die Anarchie der Phantasie, Fisher Taschenbuch Verlag,
Fráncfort, 1986
(Los textos de los dos libros editados por Totëberg están recopilados al castellano en La
anarquía de la imaginación. Entrevistas, ensayos y notas, Paidós, Barcelona, 2002, y
en francés en Les Films libèrent la tête, L’Arche, París, 1985)
Totëberg, Michael y Lensing, Leo A. (eds.), The Anarchy of the Imagination. Inter-
views, Essays, Notes. Rainer Werner Fassbinder, Johns Hopkins University Press, Bal-
timore, 1992
Zwerenz, Gerhard, Der langsame Tod des Rainer Werner Fassbinder. Ein Bericht,
Schneekluth, Múnich, 1982
LIBROS GENERALES
TEXTOS DE FASSBINDER
“Imitation of Life. Über Douglas Sirk” (“Sobre seis películas de Douglas Sirk”), Fern-
sehen und Film, febrero 1971. Análisis de Solo el cielo lo sabe, Escrito sobre el
217
viento, Interludio de amor, Ángeles sin brillo, Tiempo de amar, tiempo de morir
e Imitación a la vida. Traducción al castellano en Augusto M. Torres (ed.), Rainer
Werner Fassbinder, JC, Madrid, 1983, págs. 97-113, y en Rainer Werner Fassbinder,
La anarquía de la imaginación, Paidós, Barcelona, 2002, págs. 25-39. Traducción al
francés en Positif, nº 183-184, julio-agosto 1976, págs. 71-78
“Schatten freilich und kein Mitleid. Über Claude Chabrol” (“Sombras, por supuesto,
y ninguna compasión. Sobre Claude Chabrol”), en Jansen, Peter y Schütte, Wolfram
(eds.), Reihe Film 5: Claude Chabrol, Carl Hanser Verlag, Múnich, 1975. Ensayo so-
bre Chabrol. Traducción al castellano en Rainer Werner Fassbinder, La anarquía de
la imaginación, págs. 69-78. Traducción al inglés (con el título de “Insects in a Glass
Case. Random Thoughts on Claude Chabrol”) en Sight and Sound, vol. 45, nº 4, otoño
1976, págs. 205-206
“Les Villes de l’homme et son âme (A propos du roman d’Alfred Döblin)”, Cahiers du
Cinéma, nº 321, marzo 1981, págs. 34-37. Traducción al castellano en La anarquía de
la imaginación, págs. 195-203
“Rainer Werner Fassbinder opina sobre su Lola”, Fotogramas, nº 1669, diciembre 1981
“Kokain”, Cahiers du Cinéma, nº 400, octubre 1987, pág. 23. Extracto de un guion de
Fassbinder recuperado por Wim Wenders
Le Bouc / Les Larmes amères de Petra von Kant / Libertè à Brême, L’Arche, París,
1977
Le Café, L’Arche, París, 1985
Las amargas lágrimas de Petra von Kant, MK Ediciones, Madrid, 1985
Rainer Werner Fassbinder Plays, PAJ Publications, Nueva York, 2001, editado por
Denis Calandra
REVISTAS
Las amargas lágrimas de Petra von Kant (Die bitteren Tränen der Petra von Kant,
1972) fue el primer film de Fassbinder estrenado en Francia, en 1974. No hay textos
sobre sus títulos fundamentales de los años setenta en la crítica francesa. Sin embargo,
Positif le dedicó un estudio en el verano de 1976, dentro de un dossier sobre el melo-
drama que incluía también a Frank Borzage y Raffaello Matarazzo, cuando Cahiers du
Cinéma estaba aún más comprometida con la política en el cine, la identidad cultural,
la nacionalidad, la inmigración, la gestión comunitaria o los denominados cines peri-
féricos, dejando de lado la estricta actualidad cinematográfica. También otra revista
francesa, Écran, publicó en 1974 un dossier sobre el cineasta alemán con un título ro-
tundo: “28 ans, 15 films: Rainer Werner Fassbinder”. Los Cahiers no le dedicaron una
portada hasta febrero de 1980 (nº 308), la primera y la única, con motivo del estreno de
El matrimonio de Maria Braun (Die Ehe der Maria Braun, 1978). En Positif lo va-
loraron bien pese a textos muy negativos como el de Alain Masson sobre Lili Marleen
(1981) (nº 242). El análisis de Lola (1981) a cargo de Yann Tobin (nº 249), por ejemplo,
se fundamenta en el homenaje de Fassbinder a Von Sternberg, Ophüls y Demy. La
218
revista le “recuperó” a finales de 2004 con un dossier justificado por las ediciones en
DVD y el reestreno en salas francesas y en copias nuevas de sus películas principales.
L’Avant-Scène Cinéma centró de manera tardía (2006) uno de sus números en el guion
de Lili Marleen, y La Revue du Cinéma concentró varios textos sobre el cineasta en
un momento delicado en cuanto a su apreciación crítica, en 1978, cuando desde ciertos
sectores le atacaban por manierista y formalista.
Cahiers du Cinéma
Assayas, Olivier, “L’Enfer de Brest” (Querelle), nº 340, octubre 1982, págs. 26-30
Bensoussan, George, “Entretien avec R. W. Fassbinder”, nº 322, abril 1981, págs. 15-23
(extraída de una emisión del programa Cinemania de Antenne 2 emitido el 27/04/1981)
Bergala, Alain, “La Femme du chef de gare” (Bolwieser), nº 348-349, junio-julio
1983, pág. 70
219
Bergouignan, Dominique y Gavron, Laurence, “Cinéma d’auteur en Allemagne 1”, nº
307, enero 1980, págs. 16-20
Bergouignan, Dominique y Gavron, Laurence, "Cinéma d'auteur en Allemagne 2", nº
308, febrero 1980, págs. 20-27. Dos informes sobre financiación, producción, aporta-
ciones gubernamentales y otros aspectos del cine alemán en 1980
Biette, Jean-Claude, “Gibier de passage” (Juego salvaje), nº 301, junio 1979, págs.
49-51
Bloch, Laurent, “Lettre aus Cahiers sur la question juive au cinema” (La sombra de
los ángeles), nº 288, diciembre 1977, págs. 49-51
Bonitzer, Pascal, “Lola et le pantin”, nº 329, noviembre 1981, págs. 57-58
Daney, Serge, “Note sur Rainer Werner Fassbinder”, nº 275, abril 1977, págs. 60-62
Giraud, Thérèse, “L’Allemagne en automne”, nº 296, enero 1979, págs. 48-50
Lardeau, Yann, “Le Mariage de Maria Braun”, nº 308, febrero de 1980, págs. 48-50
Lardeau, Yann, “La Complainte d’Elvira” (Un año con trece lunas), nº 327, septiem-
bre 1981, pág. 62
Le Péron, Serge, “Le Feuilleton de Rainer Werner Fassbinder” (Berlin Alexander
platz), nº 321, marzo 1981, pág. 33
Skorecki, Louis, “L’Amour n’est pas plus fort que l’argent” (Lili Marleen), nº 322,
abril 1981, págs. 11-14
Skorecki, Louis, "Rainer Werner Fassbinder", nº 338, julio-agosto 1982 (Le Journal
des Cahiers du Cinéma, pág. 16)
Skorecki, Louis, “L’Amour tardif de l’actrice Veronika Voss”, nº 339, septiembre 1982,
págs. 52-54
Positif
220
Ferrari, Jean-Christophe: “Entre terre et ciel. Rainer Werner Fasbinder et le mélodra-
me”, Positif, nº 524, octubre 2004, pág. 99
Marienstras, Richard, “Modestes propositions” (La sombra de los ángeles), nº 192,
abril 1977, págs. 54-59
Masson, Alain, “Lili Marleen”, nº 242, mayo 1981, págs. 75-77
O’Neill, Eithne, “Martha”, nº 419, enero 1996, págs. 82-83
Rollet, Sylvie, “Berlin Alexanderplatz”, nº 389, julio-agosto 1993, págs. 74-77
Segond, Jacques, “Le Baiser du vampire”, nº 183-184, julio-agosto 1976, págs. 54-59
Tobin, Yann, “Demm das ist meine welt, und sommst gar nichts” (Lola), nº 249, di
ciembre 1981, págs. 69-71
Dossier especial, nº 524, octubre 2004, págs. 85-110, incluye los siguientes textos:
“Une politique de la représentation”, por Sylvie Rollet; “Allemagne années 50”, por
Philippe Fraisse; “Détails et secrets musicaux chez Fassbinder”, por Vivien Villani;
“Entre le ciel et terre. Rainer Werner Fassbinder et le mélodrame”, por Jean-Christophe
Ferrari; “Mannekijn, mannequin”, por Yannick Lemarié; y “Un nouveau réalisme (en-
tretien)”, por John Hughes y Brooks Riley
Écran
Braucourt, Guy, “Tous les autres s’apellent Ali”, nº 27, julio 1974, pág. 67
Martin, Michel, “Les Larmes amères de Petra von Kant”, nº 26, junio 1974, págs.
54-55
Martin, Michel, “Le Marchand des quatre saisons”, nº 31, diciembre 1974, págs.
65-66
Simsolo, Noël, “Paranoia, mythologie et politique”, nº 31, diciembre 1974, págs. 16-19
Wiegand, Wilfried y Roth, Wilhelm, “Entretien avec Rainer Werner Fassbinder”, nº
31, diciembre 1974, págs. 19-24
L’Avant-Scène Cinéma
Dossier dedicado a Lili Marleen, nº 557, diciembre 2006, págs. 1-85, incluye el guion
de la película y los siguientes textos: “Lili Marleen”, por Michel Boujout; “À propos
du mélodrame dans l’oeuvre de Fassbinder”, por Pierre-Simon Gutman; “La Place
d’Hanna Schygulla dans l’oeuvre de Fassbinder”, por Gutman; y “La représentation du
nazisme”, por Gutman
221
La Revue du Cinéma
Dossier, nº 333, noviembre 1978, págs. 39-64, incluye los textos de Daniel Sauvaget:
“Introduction a Fassbinder”, “Rapports de domination, mélodrame et distanciation dans
quelques films de Fassbinder”, “Entretien”, “Films réalisés par Fassbinder distribués en
France”, “Livre: Le Bouc. Les Larmes amères de Petra von Kant. Libertè à Brême”
y “Despair”
Dirigido por…
Alberich, Enrique, “La ansiedad de Veronika Voss”, nº 94, junio 1982, págs. 60-62
Balagué, Carlos, “Aproximación a Fassbinder”, nº 42, marzo 1977, págs. 22-27
Balagué, Carlos, “La ruleta china”, nº 64, abril 1979, págs. 46-47
Balagué, Carlos, “Desesperación”, nº 70, febrero 1980, págs. 41-42
Casas, Quim, “Berlin Alexanderplatz. Melodrama de entreguerras”, nº 374, enero
2008, págs. 86-87
Casas, Quim, “El mundo conectado. Fassbinder y la realidad artificial”, nº 402, ju-
lio-agosto 2010, págs. 82-83
Castro, Antonio, “La ley del más fuerte”, nº 50, enero 1978, pág. 37
Freixas, Ramón, “Un año con trece lunas”, nº 84, junio-julio 1981, págs. 62-63
Freixas, Ramón, “Lola”, nº 89, enero 1982, págs. 56-58
Freixas, Ramón, “Fassbinder inédito”, nº 98, noviembre 1982, págs. 36-39
Freixas, Ramón, “Fontane Effi Briest”, nº 228, octubre 1994, págs. 68-69
García Brusco, Carlos, “Querelle”, nº 99, diciembre 1982, pág. 63
Latorre, José María, “El fruto maduro de la desesperación (La tercera generación)”,
nº 150, septiembre 1987, págs. 47-48
Miret Jorba, Rafael, “El asado de Satán”, nº 59, noviembre 1978, págs. 64-65
Miret Jorba, Rafael, “La ternura de los lobos”, nº 62, marzo 1979, págs. 35-36
Miret Jorba, Rafael, “El matrimonio de Maria Braun”, nº 73, mayo 1980, págs. 64-
65
Monterde, José Enrique, “Rainer Werner Fassbinder, o los caminos del melodrama”, nº
95, julio-agosto 1982, págs. 6-25
Quintana, Àngel, “Todos nos llamamos Ali”, nº 350, noviembre 2005, págs. 68-69
Rentero, Juan Carlos, “Las amargas lágrimas de Petra von Kant”, nº 38, noviembre
1976, págs. 38-39
Riambau, Esteve, “Una canción... Lili Marleen”, nº 86, octubre 1981, págs. 62-63
222
Riambau, Esteve, “Amargas lágrimas por Rainer Werner Fassbinder”, nº 94, junio
1982, págs. 56-57
Riambau, Esteve, “Atención a esa prostituta tan querida”, nº 124, abril 1985, págs.
70-71
Contracampo
García Santamaría, José Vicente, “Todos nos llamamos Ali”, nº 15, septiembre 1980,
págs. 67-68
Téllez, José Luis, “Lili Marleen / Lola”, nº 27, enero-febrero 1982, pág. 64
Vega, Javier, “El matrimonio de Maria Braun”, nº 14, julio-agosto 1980, págs. 62-63
Vidal Estévez, Manuel, “Un año con trece lunas”, nº 22, junio-julio 1981, pág. 68
Fotogramas
Casablanca
Boyero, Carlos, “La ansiedad de Veronika Voss”, nº 19-20, julio-agosto 1982, págs.
53-54
Marías, Miguel, “Un año con trece lunas”, nº 7-8, julio-agosto 1981, págs. 92-93
Marinero, Pachín, “Lili Marleen”, nº 11, noviembre 1981, pág. 53
Marinero, Pachín, “Querelle”, nº 25, enero 1983, pág. 54
223
Sight & Sound
Auty, Martin, “A Fassbinder Suicide” (Un año con trece lunas), vol. 49, nº 4, otoño
1980, pág. 266
Combs, Richard, “Chinese Roulette and Despair”, vol. 47, nº 7, otoño 1978, págs.
258-260
Dawson, John, “The Sacred Terror Shadow of Terrorism in New German Cinema” (La
tercera generación, Alemania en otoño), vol. 48, nº 4, otoño 1979, págs. 242-245
McBean, James Roy, “The Succes and Failure of Rainer Werner Fassbinder”, vol. 52,
nº 1, invierno 1982-1983, págs. 42-48
Roud, Richard, “Bitter Bit”, vol. 51, nº 4, otoño 1982, págs. 288-289
Rayns, Tony, “Fear East the Soul” (Todos nos llamamos Ali), vol. 43, nº 4, otoño
1974, pág. 245
Rayns, Tony, “Forms of Address: Interviews with Three German Film-makers (Fass-
binder, Wenders, Syberberg)”, vol. 44, nº 1, invierno 1974-1975, págs. 3-7
Dossier especial, vol. 27, nº 5, mayo 2017, págs. 20-33, incluye los siguientes textos:
“Magnificent Obsessions: The Explosive Genius of Rainer Werner Fassbinder”, por
Martin Brady; “The Outsider”, por Tony Rayns; “The Mirror to Germany”, por Martin
Brady; “The Aesthete”, por Margaret Deriaz; “The Ladie’s Man”, por Erica Carter;
“The Victim and the Victimiser”, por Elena Gorfinkel; “The Collaborator”, por Tony
Rayns; “The Formal Innovator”, por Mattias Frey; “The Stylist”, por Andrew Webber;
“The Primary Need Is to Satisfy the Audience”, por Tony Rayns (entrevista editada de
1974); e “It Was Supposed to Be More Pessimistic”, por Nick Pinkerton
Davidson, Alex, “Rainer Werner Fassbinder: 10 Essential Films”, 5/12/ 2017: www.bfi.
org.uk/news-opinion/news-bfi/lists/rainer-werner-fassbinder-10-essential-films
Quandt, James, “10 Great Films That Inspired Rainer Werner Fassbinder”, 7/02/2018:
www.bfi.org.uk/news-opinion/news-bfi/lists/10-great-films-inspired-rainer-werner-
fassbinder
Film Comment
224
Ma, Aliza, “Fellow Feeling” (Ocho horas no hacen un día), Film Comment, mayo-ju-
nio 2017
Dossier digital que reúne los distintos textos sobre Fassbinder publicados en la revista,
bajo el título de The Fassbinder Collection: “Fassbinder and Andy Warhol”, por Manny
Farber y Patricia Patterson; “Phantom of Liberty: Thoughts on Fassbinder’s Fist-right
of Freedom”, por Roger Greenspun; “Why Herr R. Ran Amok: Fassbinder and Mo
dernism”, por John Hughes; “Interview”, por John Hugues y Brooks Riley; “Fassbinder
x 5: Jail Bait, Martha, I Only Want You to Love Me, Women in New York, and
Satan’s Brew”, por George Morris; “Obituary”, por Brooks Riley; “Fassbinder Four
Daughters”, por Harlan Kennedy; “Regarding Hanna (interview)”, por Jim Emerson;
“Dress Code: You Are What You Wear in The Bitter Teas of Petra von Kant”, por
Olga Solovieva; “Burn After Reading: Peer Raben shock tactics”, por Chris Chang; y
“World on a Wire”, por Chuck Stephens: https://shop.filmlinc.org/products/digital-an-
thology-rainer-werner-fassbinder
PÁGINAS WEB
225
Discografía seleccionada
Quim Casas
Nota: Solo se han publicado en disco o compacto las bandas sonoras compuestas por
Peer Raben para los cuatro últimos filmes del director y la serie “Berlin Alexander
platz” (1980), pero abundan los recopilatorios con la música diegética y las canciones
de buena parte de sus películas anteriores. En esta discografía solamente se referencian
los discos de Hanna Schygulla e Ingrid Caven en los que han grabado versiones de
canciones escritas por Fassbinder o han incluido temas dedicados o relacionados con él.
Bandas sonoras
Berlin Alexanderplatz Original Soundtrack zur TV-serie von Rainer Werner Fassbin-
der (RCA, 1980)
Rainer Werner Fassbinder’s Berlin Alexanderplatz Original Motion Picture Sound-
track (Varèse Sarabande, 1984)
Berlin Alexanderplatz. Original Filmmusik komponiert von Peer Raben (SPV, 2007)
Lili Marleen Original Soundtrack (Metropolis Records, 1981)
Bande originale du film Lili Marleen (Milán, 1981)
Bande originale du film Lola, une femme allemande (Milán, 1981)
Lili Marleen – Lola, une femme allemande (Milán, 1988)
Die Sehnsucht der Veronika Voss Original Soundtrack (Jupiter Records, 1982)
Querelle Original Soundtrack Recording (DRG Records, 1982)
Bande Originale du film Querelle (RCA, 1982)
Recopilatorios
Antiteater’s Greatest Hits (Excerpts of the Early Works of Peer Raben and R. W.
Fassbinder) (Kuckuck Schallplatten, 1972)
The Rainer Werner Fassbinder Films (That’s Entertainment Records, 1984)
Muziek uit Fassbinder Films van Peer Raben 1969-1982 (Dureco Benelux, 1984)
The Music from Rainer Werner Fassbinder Films (Milan-BMG, 1997)
Fassbinder / Peer Raven (Alhambra, 2001). Triple compacto
227
Ingrid Caven, Hanna Schygulla, Rosel Zech, Jeanne Moreau,
Günther Kaufman, Kristina van Eyck y Marlene Ricci
Hanna Schygulla
Ingrid Caven
228
ÍNDICES
Índice de películas
8 ½ (véase Fellini 8 ½)
2046: 110
231
“Berlin Alexanderplatz”: 17, 29, 40, 41, 42, 145, 146, 147, 148, 149, 150, 156, 175, 178, 183, 194
Bis ans ende der Welt (véase Hasta el fin del mundo)
Bitteren Tränen der Petra von Kant, Die (véase Amargas lágrimas de Petra von Kant, Las)
Blank Generation: 194
Blank Generation, The: 194
Blaue Engel, Der (véase Ángel Azul, El)
Bleierne Zeit, Die (véase Hermanas alemanas, Las)
Bolwieser: 112, 140, 141, 142
Bonnes femmes, Les (véase Buenas chicas, Las)
Boogey Man, The (véase Satanás, el reflejo del mal)
Bourbon Street Blues: 21
Bremer Freiheit (véase Libertad en Bremen)
Buenavista Social Club: 185
Buenas chicas, Las: 64
Daisy Kenyon: 87
Dama de Shanghai, La: 118
De entre los muertos: 118, 172
Death Pigeon on Beethoven Street (véase Muerte de un pichón)
Dernière Femme, La (véase Última mujer, La)
Desesperación: 42, 45, 111, 112, 117, 118, 19, 120, 149, 158, 183, 194
Despair – Eine Reise ins Licht (véase Desesperación)
Desprecio, El: 51, 89
Deutschland im Herbst (véase Alemania en otoño)
Diable probablement, Le (véase Diablo probablemente, El)
Diablo probablemente, El: 22, 23
232
“Dimensión desconocida, La”: 171
Dioses de la peste, Los: 19, 21, 23, 25, 62, 63, 64, 65, 66, 67, 165, 183, 186, 187
Dracula (véase Drácula)
Drácula: 27
Dritte Generation, Die (véase Tercera generación, La)
Drugstore Cowboy: 109
Dulce pájaro de juventud: 172
Effi Briest: 39, 40, 41, 43, 44, 85, 90, 105, 112, 113, 114, 116, 120, 184
Ehe der Maria Braun, Die (véase Matrimonio de Maria Braun, El)
Él: 84, 143
En el curso del tiempo: 44
Enigma de Gaspar Hauser, El: 44
Entre el amor y el pecado (véase Daisy Kenyon)
Escándalo Rosemarie, El: 163
Escrito sobre el viento: 23, 72
Ese oscuro objeto del deseo: 119
Esposa del ferroviario, La (véase Bolwieser)
Estado de las cosas, El: 51
Eva al desnudo: 23, 82
Expreso de medianoche, El: 175
233
Ha nacido una estrella: 172
Händler der vier Jahreszeiten (véase Mercader de las cuatro estaciones, El)
Hasta el fin del mundo: 185
“Heimat”: 33, 146
Heimat – Fragmente: Die Frauen (véase Heimat – Fragmento: Las mujeres)
Heimat – Fragmento: Las mujeres: 146
Heimat: La otra tierra: 146
“Heimat III – Chronik einer Zeitenwende” (véase “Heimat III – Crónica de unos tiempos
cambiantes”)
“Heimat III – Crónica de unos tiempos cambiantes”: 146
Hermanas alemanas, Las: 33, 34
Herz aus Glass (véase Corazón de cristal)
Himmel über Berlin, Der (véase Cielo sobre Berlín)
Holy Motors: 148
Ich will doch nur, dass ihr mich liebt (véase Solo quiero que me améis)
Im lauf der Zeit (véase En el curso del tiempo)
Imitación a la vida: 72, 104
Imitation of Life (véase Imitación a la vida)
Imperio de los sentidos, El: 45, 176
In einem Jahr mit 13 Monden (véase Año con trece lunas, Un)
Irma Vep: 51
234
M, el vampiro de Düsseldorf: 191, 194
M, eine Stadt sucht einen Mörder (véase M, el vampiro de Düsseldorf)
Mädchen Rosemarie, Das (véase Escándalo Rosemarie, El)
Magnificent Obsession (véase Obsesión)
Mala noche: 109
Mariee était en noir, La (véase Novia vestía de negro, La)
Martha: 43, 44, 82, 83, 84, 85, 90, 102, 112, 116, 127, 140, 142, 158, 183
Más fuerte que la ley: 22
Matrimonio de Maria Braun, El: 27, 30, 34, 41, 45, 86, 87, 90, 92, 93, 95, 97, 128, 132, 133,
149, 161, 167, 184
Mépris, Le (véase Desprecio, El)
Mercader de las cuatro estaciones, El: 44, 61, 65, 67, 69, 70, 75, 76, 92, 183, 185
Metropolis (véase Metrópolis)
Metrópolis: 97
Mi Idaho privado: 109
Midnight Express (véase Expreso de medianoche, El)
Miedo al miedo: 79, 82, 83, 84, 85, 142, 158, 183
Mildred Pierce (véase Alma en suplicio)
Misterios de Lisboa: 146
Mistérios de Lisboa (véase Misterios de Lisboa)
Morir como un hombre: 110
Morrer como un homem (véase Morir como un hombre)
Morte a Venezia (véase Muerte en Venecia)
Muerte de Maria Malibran, La: 20
Muerte de un pichón: 21
Muerte en Venecia: 78
Mujer infiel, La: 46
Mujeres: 82
Mujeres en Nueva York: 82, 83, 139
Mundo conectado, El: 143, 144, 145, 149, 187
Mutter Küsters Fahrt zum Himmel (véase Viaje a la felicidad de mamá Küsters)
My Own Private Idaho (véase Mi Idaho privado)
Nada: 20
Neurasia: 35
Night of the Hunter, The (véase Noche del cazador, La)
Niklashauser Fart (véase Viaje a Niklashausen, El)
Noche del cazador, La: 23
Nora Helmer: 44, 112, 115, 116, 139, 142
Nosferatu, eine Symphonie des Grauens (véase Nosferatu, el vampiro)
Nosferatu, el vampiro: 191
Novia vestía de negro, La: 116
Obsesión: 72
“Ocho horas no hacen un día”: 145, 148, 149, 150
235
Paraíso: Amor: 102
Paris, Texas (véase París, Texas)
París, Texas: 29
Películas de mi padre, Las:
Pequeño caos, El: 20, 53, 54, 63, 183
Pierrot el loco: 21, 22
Pierrot le fou (véase Pierrot el loco)
Pioniere in Ingolstadt (véase Zapadores en Ingolstadt)
Plaisir, Le: 22
Poison: 177
¿Por qué le dio un ataque de locura al señor R.?: 44, 62, 63, 64, 69, 184
Psicosis: 21
Psycho (véase Psicosis)
Purple Rose of Cairo, The (véase Rosa púrpura de El Cairo, La)
Salò o le 120 giornate di Sodoma (véase Saló o los 120 días de Sodoma)
Saló o los 120 días de Sodoma: 45, 176, 177
Salvatore Giuliano: 169
Satanás, el reflejo del mal: 194
Satansbraten (véase Asado de Satán, El)
Scener ur ett äktenskap (véase Secretos de un matrimonio)
Schatten der Engel (véase Sombra de los ángeles, La)
Scorpio Rising: 22
Secretos de un matrimonio: 29, 146
Sed de mal: 23, 198
“Segundo Heimat – Crónica de juventud, El”: 146
Sehnsucht der Veronika Voss, Die (véase Ansiedad de Veronika Voss, La)
Senso: 72
Shoah: 197
Shockproof (véase Más fuerte que la ley)
Signe du Lion, Le: 53, 63
Soldado americano, El: 21, 26, 44, 63, 64, 66, 67, 184
236
Solo el cielo lo sabe: 72, 76, 77, 79, 81, 99, 100, 101, 103, 104
Solo quiero que me améis: 141, 142, 183
Sombra de los ángeles, La: 55, 188, 189, 190, 195, 197
Sorcerer (véase Carga maldita)
Soul of a Man, The: 185
Stadtstreicher, Der (véase Vagabundo, El)
Stand der Dinge, Der (véase Estado de las cosas, El)
Star Is Born, A (véase Ha nacido una estrella)
Summer in the City: 185
Sunset Boulevard (véase Crepúsculo de los dioses, El)
Sweet Bird of Youth (véase Dulce pájaro de juventud)
Warnung vor einer heiligen Nutte (véase Atención a esa prostituta tan querida)
Warum läuft Herr R. Amok (véase ¿Por qué le dio un ataque de locura al señor R.?)
Welt am Draht (véase Mundo conectado, El)
Western: 31
Whity: 51, 52, 62, 64, 67, 124, 184, 186
Wie ein Vogel auf dem Draht (véase Como un pájaro en el alambre)
237
Wild Bunch, The (véase Grupo salvaje)
Wildwechsel (véase Juego salvaje)
“Wire, The”: 146, 150
Women, The (véase Mujeres)
Written on the Wind (véase Escrito sobre el viento)
Yo soy la revolución: 64
238
Índice onomástico
Ade, Maren: 31
Adenauer, Konrad: 134, 167, 170, 185
Adorf, Mario: 164
Adorno, Theodor: 181, 182
Aguilera Skvirsky, Salomé: 102
Akache, Zohair Youssif: 136
Akerman, Chantal: 29, 84
Aimée, Anouk: 162
Alas, Leopoldo (“Clarín”): 85
Aldrich, Robert: 21, 172
Allen, Woody: 172
Allerson, Alexander: 182
Almodóvar, Pedro: 25, 80, 108
Amon Düül II: 185
Andersen, Lale: 95
Anger, Kenneth: 22, 23
Antonioni, Michelangelo: 17, 29
Arslan, Thomas: 31
Artaud, Antonin: 27, 56, 74
Assayas, Olivier: 51, 147
239
Bergfelder, Tim: 163
Bergman, Ingmar: 29, 80, 146, 147
Berio, Luciano: 187
Berling, Peter: 51
Bertolucci, Bernardo: 27, 29, 45, 175
Bloch, Laurent: 197
Blondie: 194
Boetticher, Budd: 21
Bogarde, Dirk: 118
Böhm, Hans: 68
Böhm, Karlheinz: 84, 116, 190
Bohm, Marquard: 126, 190
Böll, Heinrich: 111
Booth, Clare: 82, 139
Bordwell, David: 72
Borges, Jorge Luis: 144
Bouquet, Carole: 119
Brandt, Willy: 104, 134
Brecht, Bertolt: 33, 36, 56, 91, 92, 94, 112, 113, 114, 115, 119, 181, 182, 190
Brem, Rudolf Waldemar: 49
Brenez, Nicole: 89, 94
Bresson, Robert: 22, 24
Brocher, Corinna: 51, 52
Brooks, Richard: 172
Bruckner, Ferdinand: 49
Brustellin, Alf: 133
Buback, Siegfried: 154
Büchner, George: 49
Buñuel, Luis: 24, 84, 119, 143
Bush, George: 104
240
Cocteau, Jean: 27, 140
Cohen, Leonard: 183, 186
Constantine, Eddie: 51, 125, 143
Coppola, Francis Ford: 27, 45
Cortázar, Julio: 158
Crawford, Joan: 23, 83, 86, 87
Crumb, Robert: 156
Cukor, George: 21, 82, 140, 172, 189
Curtiz, Michael: 21, 23, 86, 87
Czibor, Zoltán: 34
241
Finck, Werner: 149
Fischer, Robert: 52, 71, 74, 194
Fitzgerald, Francis Scott: 26
Flaubert, Gustave: 85
Fleetwood Mac: 184
Fleischer, Richard: 21
Fleischmann, Peter: 20
Fleisser, Marieluise: 19, 112, 115, 140
Fontane, Theodor: 39, 80, 85, 112, 113, 114, 116
Ford, Mary: 192
Freud, Sigmund: 147
Fricke, Florian: 185
Friedkin, William: 198
Froese, Edgar: 185, 198
Fröhlich, Pea: 190
Fuchs, Matthias: 161
Fuller, Samuel: 21, 22, 24, 29, 62, 196
242
Handke, Peter: 55
Hansen, Joachim: 115, 116
Harden, Jacques: 165
Haskell, Molly: 80
Hauff, Reinhard: 20, 190
Hawks, Howard: 62, 171
Hayman, Ronald: 54
Haynes, Todd: 24, 80, 99, 103, 104, 177
Haysbert, Dennis: 103
Hazlewood, Lee: 184
Heidegger, Martin: 35
Heine, Heinrich: 33
Hell: 194
Hell, Richard: 194
Hellman, Monte: 17
Hermann, Irm: 49, 54, 57, 75, 80, 186, 190
Herzog, Werner: 17, 19, 20, 23, 29, 31, 32, 35, 36, 44, 185, 190
Highsmith, Patricia: 157
Hirschmüller, Hans: 49, 75
Hitchcock, Alfred: 21, 22, 86, 116, 118, 172
Hitler, Adolf: 34, 73, 102, 119, 146, 191, 194, 197
Hochhäusler, Christoph: 31
Hoffmann, Reinhold: 149
Holden, William: 169, 171
Hollaender, Friedrich: 163
Hopper, Edward: 83
Hudson, Rock: 21, 76, 99, 100, 101, 103, 189
Hughes, John: 24, 25, 71, 72
Huillet, Danièle: 20, 112, 113
Huston, John: 21
243
Karina, Anna: 20
Karoli, Michael: 185
Kaufmann, Günther: 51, 178, 184, 187
Kaurismäki, Aki: 24, 108
Keaton, Buster: 23
Kier, Udo: 190
Kierkegaard, Søren: 35
King, Ben E.: 184
Kluge, Alexander: 18, 19, 20, 42, 112, 133, 154, 155
Knef, Hildegard: 186
Kocsis, Sándor: 34
Köhler, Ulrich: 31
Kraftwerk: 184
Kramer, Robert: 17
Kreitz, Isabel: 192
Kroetz, Franz Xaver: 115, 117, 140
Kubrick, Stanley: 146
244
Märthesheimer, Peter: 190
Martin, Adrian: 45, 46
Marx, Karl: 33
Mata Hari: 93, 161
Matarazzo, Raffaello: 72
Martínez-Lázaro, Emilio: 157
Mason, James: 172
Mattes, Doris: 49
Mattes, Eva: 190
Mature, Victor: 94
Maura, Carmen: 25
Meier, Armin: 28, 42, 77, 136, 174
Meinhof, Ulrike: 135, 136
Melville, Jean-Pierre: 62, 73
Méril, Macha: 20
Merino, Imma: 197
Meter, Peer: 192
Miller, Glen: 184
Mineo, Sal: 21, 189
Mira, Brigitte: 28, 52, 76, 80, 81, 90, 101, 186, 190
Miret, Rafael: 192
Modugno, Domenico: 184
Moland, Peter: 190
Molina, Ángela: 119
Molnár, Ferenc: 55
Monroe, Marilyn: 92, 95
Monterde, José Enrique: 112
Montezuma, Magdalena: 19
Montherlant, Henry de: 53
Moore, Julianne: 103
Morata, Rafa: 50, 192
Moreau, Jeanne: 20, 53, 121, 175, 177, 187
Morrissey, Paul: 17
Moustaki, Georges: 184
Mozart, W. A.: 184
Mueller-Stahl, Armin: 88, 163
Müller-Scherz, Fritz: 51, 52
Munch, Edvard: 40
Murnau, F. W.: 191
Musil, Robert: 36
Ogier, Bulle: 20
Ophüls, Max: 22, 23, 80, 88, 95, 97, 162, 164, 165
Oshima, Nagisa: 45, 176
245
Ozon, François: 25, 54, 109
Ozu, Yasujiro: 24, 29
Raab, Kurt: 28, 48, 49, 126, 128, 190, 192, 194
Raben, Peer: 48, 49, 50, 177, 182, 183, 184, 185, 187, 190
Ramones: 194
Raspe, Jean-Carl: 136
Ray, Nicholas: 20, 21, 24, 29, 45, 82
Rayns, Tony: 28, 71, 94
Reitz, Edgar: 18, 33, 42, 133, 146
Remarque, Erich Maria: 72
Riba, Pau: 23
Riley, Brooks: 24, 25, 71, 72
Rivette, Jacques: 20, 29, 34, 89
Rodrigues, João Pedro: 110
Rogers, Kenny: 184
Rohmer, Éric: 20, 53, 62, 63, 64, 73
246
Rosas, Juventino: 184
Roser, Christoph: 54, 62
Rosi, Francesco: 169
Rota, Nino: 184
Roxy Music: 184
Ruiz, Raúl: 147
Rupé, Katja: 133
Russell, Larry: 191
247
Smith, Patti: 194
Söhnlein, Horst: 48, 49
Solmssen, Arthur R. G.: 146
Sontag, Susan: 94
Sparrow, Norbert: 71, 74
Spengler, Volker: 77, 128, 174, 190
Spielberg, Steven: 17
Spooky Tooth: 183
Stern, Isaac: 184
Stoppard, Tom: 118
Strätz, Ursula: 48, 49
Straub, Jean-Marie: 19, 20, 24, 29, 62, 64, 73, 92, 94, 112, 113, 190
Strauss, Botho: 159
Strauss, Johann: 184
Suárez, Gonzalo: 25
Suicide: 23, 184, 194
Sukowa, Barbara: 56, 80, 88, 90, 91, 93, 94, 95, 97, 161, 162, 165, 186, 187
Swanson, Gloria: 168, 169
Syberberg, Hans-Jürgen: 20, 28, 112
248
Vega, Alan: 23
Verdi, Giuseppe: 184
Verhoeven, Paul: 86
Village People: 176
Virgilio: 78
Visconti, Luchino: 21, 22, 71, 72, 78, 189
Vita, Helen: 128
Vitti, Monica: 27
Von Horváth, Ödön: 112
Von Sternberg, Josef: 23, 88, 95, 162, 163, 164, 170
Von Stroheim, Erich: 23
Von Trotta, Margarethe: 19, 20, 33, 35, 126, 187
Wackerbarth, Nicolas: 25
Wagner, Richard: 184
Wajda, Andrzej: 111
Walsh, Raoul: 21, 22, 23, 24, 37, 39, 62, 195
Warhol, Andy: 194
Waters, John: 80
Wedekind, Frank: 112
Weill, Kurt: 21, 183, 187
Welles, Orson: 23, 29, 118, 143, 169, 190
Wenders, Wim: 17, 18, 19, 20, 23, 28, 29, 31, 32, 35, 44, 51, 185
Wiegand, Wilfried: 24, 74
Wilde, Oscar: 121, 178, 187
Wilder, Billy: 88, 168, 170, 171
Williams, Jennifer: 163
Williams, Tennessee: 21
Winkler, Gerhard: 165
Wirth, Franz Peter: 190
Wong Kar-wai: 110
Woolrich, Cornell: 116, 127, 140
Wyman, Jane: 76, 99
Zadek, Peter: 55
Zech, Rosel: 27, 80, 90, 95, 96, 161, 168, 187
Zehetbauer, Rolf: 176
Zola, Émile: 55
Zulueta, Iván: 171
249
Este libro se terminó de imprimir
el 26 de septiembre de 2019 en Michelena Artes Gráficas (Astigarraga).