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ALGUNOS RASGOS DEL MOMENTO PRESENTE

Material de apoyo para el “ver la realidad”


Una rápita mirada a la realidad contemporánea en relación con la misión de la iglesia, nos ayuda a tener
discernir lo que Dios quiere en el trabajo pastoral que nos toca realizar
1. Aspectos positivos
Veamos luces que brillan ante nosotros.
Es notable la sed de justicia y de paz, junto con el deseo de la protección de la dignidad humana y de la
naturaleza creada. Crece la solidaridad internacional. Crece la participación de los ciudadanos en la
construcción d un mundo mejor.
El alto grado de desarrollo permite una mejora de bienestar personal, especialmente en los ámbitos de la
salud, la comunicación y la educación. Se reconocen saltos cualitativos y cuantitativos, acelerados y
acumulativos, en los ámbitos científicos y tecnológicos, en la información y comunicación, así como en sus
aplicaciones en los campos de la naturaleza y de la vida.
“La humanidad vive en este momento un giro histórico, que podemos ver en los adelantos que se producen
en diversos campos. Son de alabar los avances que contribuyen al bienestar de la gente, como, por ejemplo,
en el ámbito de la salud, de la educación y de la comunicación” (EG 52).
A pesar de la reservas de algunos, la iglesia es socialmente una institución creíble implicadas en tareas
educativas y culturales, comprometida en favor de los necesitados y en mediar en los conflictos.
Entre cristianos, o impulsada por cristianos, surge la forma de asociación para la defensa de los derechos, e
iniciativas de dobles objetivos.
Aunque en las sociedades desarrolladas no aparezcan visiblemente, crece el anhelo de Dios, con frecuencia
bajo la formas de búsquedas religiosas poco habituales.
Todos ellos son luces que nos permiten avanzar y suscitar esperanza.

2. Factores problemáticos
Nos es posibles ignorar las sombras
En medio de la sed de justicia resurge la pregunta ética: ¿cuál es el bien que debe buscarse para cada uno y
para la sociedad? De otra manera: ¿En qué consisten el verdadero progreso y la prosperidad?
“No podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a
día, con consecuencias funestas. Algunas patologías van en aumento. El miedo y la desesperación se
apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los llamados países ricos. La alegría de vivir
frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay
que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad. Este cambio de época se ha generado por los
enormes saltos cualitativos, cuantitativos, acelerados y acumulativos que se dan en el desarrollo científico, en
las innovaciones tecnológicas y en sus veloces aplicaciones en distintos campos de la naturaleza y de la vida.
Estamos en la era del conocimiento y la información, fuente de nuevas formas de un poder muchas veces
anónimo” (EG 52).

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Existe una exaltación del hombre como centro del universo, junto con la pretensión totalizante de las ciencias
modera y de la tecnología. Al mismo tiempo sucede una reacción de signo opuesto, con desconfianza ante el
hombre y sus posibilidades; el desencanto de la ideologías; la sospecha ante toda explicación global del
mundo y del hombre. Y ante la defensa de ideales como la verdad y el bien; la falta de suelo para sostener las
aspiraciones del hombre (verdad, justicia, libertad), lo que desemboca no pocas veces en violencia.
La información inunda de datos, pero faltan criterios; las personas-especialmente adolescentes y jóvenes- se
desorientan. Se ensalzan los comportamientos negativos y se ridiculizan los valores tradicionales; se extiende
una cultura de la “prosperidad” y de lo efímero; el noble ejercicio de la política degenera en populismo.
Un afán desmedido de autonomía y falta de compromiso desconvoca en un individualismo que debilita los
vínculos sociales y familiares; la indiferencia hacia lo frágiles y pobres, marginados, refugiados, inmigrantes.
Es la cultura de la exclusión y del “descante” del que habla el papa Francisco. Los principales ídolos de las
sociedades desarrolladas parecen ser el consumismo, el placer y el afán de poder, con sus secuelas de
corrupción e injusticia.
La globalización de la cultura dista de ser uniforme y equitativa. Hay diversas “velocidades” en el bienestar y
los derechos de las personas y de los pueblos; aumentan las diferencias sociales y entre las naciones. El
desarrollo económico y técnico no va unido a un desarrollo ético y educativo. Los medios científicos que
salvan vidas humanas se emplean paradójicamente para suprimir otras vidas en el seno materno o cuando no
son útiles a la sociedad. El maltrato de la tierra amenaza un desarrollo sostenible y la paz de todos.
Una crisis antropológica y moral en las sociedades más influyentes y poderosas se vuelve contra ellas
mismas, con aumentos de las contradicciones, de la violencia y la desesperanza. Los valores de la
modernidad (libertad, dignidad, igualdad, fraternidad) amenazan con agostarse separados de sus raíz
cristiana. Preocupa un nuevo desorden mundial mercado por los conflictos internacionales, los
nacionalismos exacerbados, las catástrofes humanitarias y los atentados terroristas.
La religiosidad aparece con frecuencia determinada por dos extremos: de un lado un fundamentalismo
irracional, de otro lado un vago espiritualismo naturalista. Como reacción de una cultura materialista e
individualista surgen nuevas formas de increencias y de sincretismo, incluidas “la religión de la no
pertenencia” a ninguna, o una espiritualidad sin Dios. La libertad religiosa, tanto en el plano individual como
en el social, está comprometida en muchos lugares, en nombre de una idea laicista de la religión como
contraria a la libertad y la convivencia. Otros usan la religión como instrumento de dominio ideológico.
Los “límites históricos” y pecados de los cristianos, restan credibilidad a la iglesia, y sirven de excusa incluso
para persecuciones sutiles o explicitas.
En ámbitos cristianos hay una ruptura en la transmisión de la fe y, al menos en occidente, un secularismo
(vivir como si Dios no existiera) que provoca grandes daños al hombre y a la sociedad.
Todo ello reclama un nuevo esfuerzo por presentar la fe como lo que es: garantía para el crecimiento de lo
auténticamente humano y para una plenitud de sentido de la vida y la historia. Se precisa contribuir mediante
le testimonio de la vida y las palabras al descubrimiento de la gozosa novedad que acontece en la persona de
Jesucristo.

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Ramiro Pellitero, Teología de la Misión, Ed. EUNSA, 2018, PP.48-50

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