Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Lord Eternal Night
Lord Eternal Night
de lectores como tú, es una traducción hecha por fans para otros
fans, por lo tanto, la traducción distará de alguna hecha por una
editorial profesional.
Este trabajo fue hecho sin fines de lucro, por lo cual nadie obtiene
un beneficio económico del mismo, por eso mismo te instamos a
que ayudes al autor comprando su obra original, ya sea en formato
electrónico, audiolibro, copia física e incluso comprar la traducción
oficial al español si es que llega a salir.
Ñ
Mrs. Carstairs~ Snakeinbooks BLACKTH➰RN
Capítulo 1 Capítulo 18
Capítulo 2 Capítulo 19
Capítulo 3 Capítulo 20
Capítulo 4 Capítulo 21
Capítulo 5 Capítulo 22
Capítulo 6 Capítulo 23
Capítulo 7 Capítulo 24
Capítulo 8 Capítulo 25
Capítulo 9 Capítulo 26
Capítulo 10 Capítulo 27
Capítulo 11 Capítulo 28
Capítulo 12 Capítulo 29
Capítulo 13 Capítulo 30
Capítulo 14 Capítulo 31
Capítulo 15 Agradecimientos
Capítulo 17
Kelsey, gracias por pasar horas de guardia conmigo mientras escribía este
libro de principio a fin. No podría haber hecho esto sin ti.
Ten en cuenta que esta novela contiene escenas o temas de relaciones tóxicas,
asesinatos, pérdida de miembros de la familia, muerte, abuso, manipulación,
ira, dolor/duelo, depresión, blasfemias, escenas explícitas, temas para adultos
y sangre/crúor.
Traducido por BLACKTH➰RN
Corregido por aryancx
Editado por Mrs. Carstairs~
Había una ráfaga de nieve que se desplazaba alrededor del mundo más
allá de la ventana. El primer brote que venía como advertencia de las
condiciones más duras que le seguirían en los próximos días y semanas. No
ayudó mucho al escalofrío que recorrió mi piel.
Yo.
Lamiere bajó la vista hacia el piso. Era costumbre respetar a tus mayores,
pero esa era una tradición gastada para los mundanos. Un brujo nunca se
inclinaba ante aquellos con más edad. Con la edad venía una falta de poder. Y
yo era el último de los nuestros, atado a la magia. Por eso me respetaban.
Pasé mi lengua por los dientes y miré al leve resplandor de las velas del
corredor detrás de Lamiere.
—No puedo evitar sentir que me están corriendo. Si creen que voy a llegar
tarde en un día tan especial, entonces no me conocen en lo absoluto.
Odiaba el término que Lamiere usó. Madre. Me reí de ello, sabiendo que
la mujer frente a mí merecía más ese título.
—¿En serio? —Nos llevé fuera de la habitación, dejándola por última vez
en un tiempo—. Y yo que pensaba que era sencillo acabar con la vida del
Príncipe Eterno.
Era un nombre tonto dado a la criatura que vagaba por el castillo. Incluso
el nombre del castillo era conjurado por juventudes del pasado y del presente.
Castillo del Terror. Estaba seguro de que tenía un nombre real perdido,
olvidado en la historia. Al igual que la criatura atrapada en el castillo.
—No es una cuestión de risa —me regañó, sus pies arrastrándose por el
piso usado y alfombrado de nuestra casa.
—Estaré bien.
—Hay una gran diferencia entre los noventa y nueve que me presidieron
y yo. —Alcé mi mano libre y moví mis dedos levemente. Chispas de fuego
crepitaron por mi piel mientras un viento fantasmal soplaba a través del
corredor, despeinando mi cabello suelto y castaño—. Yo tengo poder.
—Vamos, Jak, antes de que tu madre piense que has huido por la noche.
Es hora de que te despidas y recibas tus últimas bendiciones.
Era por eso que todos habían venido a darme su bendición final antes de
la Reclamación. Un momento en nuestra historia, la inclinación de la balanza
del destino.
No me inquietaban.
Su cabello negro azabache caía como ríos de sombra sobre sus hombros
estrechos. Todo en su rostro era suave. Desde el azul claro de su mirada hasta
la forma de botón de su nariz. Ella era una representación de la belleza. Tenía
una edad en la que se esperaba que tuviera arrugas en su piel de porcelana.
Pero se aferraba a la juventud aún más que yo.
—Te ves divino, hijo mío. Guapo. Uno que la criatura nunca ha visto. —
Criatura. El único nombre que se atrevía a usar para referirse a él—. La
artimaña perfecta.
—Ahora, hijo mío, sabes que no hay sitio para el fracaso. Tienes las
herramientas. Tienes la confianza en tus habilidades. Tú… tú sabes lo que
debe hacerse y cuándo.
—Será hecho.
—No dejes que eso te preocupe. Puedo asegurarte que cumpliré bien con
mi parte. —Dicho eso sonreí, relajando la tensión de mi rostro. Mis labios se
suavizaron y mi frente se alisó. Era un acto… pero uno simple. Una cara que
había amaestrado por años detrás de un espejo—. He tenido años de
práctica… Madre.
Era riesgoso tomar cualquier cosa que me revelara como brujo ante la
criatura. Arruinaría todo el plan en un segundo si él encontrara una vela
grabada con las runas de Madre o un paquete de cartas del tarot en mi
posesión.
—Sentí que estos eran necesarios. No tendrás permitido dejar las tierras
del castillo. No durante la totalidad de la Reclamación, ni siquiera si lo deseas.
El ciclo de la luna será tu guía. Desde esta noche tendrás hasta la siguiente
luna llena. Solo cuando la luna sangre en la noche final harás lo que se necesita
de ti. Este tazón… —Del saco marrón jaló un objeto de latón. Lo
suficientemente profundo para un estofado o sopa, no había nada fuera de lo
ordinario en su diseño—. Puedes usarlo para prever el futuro. Tengo a su
componente hermano conmigo. Simplemente alcánzalo si necesitas nuestra
ayuda. O… coraje.
Fruncí el ceño. No había nada en que pudiera pensar que fuera de esa
naturaleza. Nada salvo mis grimorios que tenía que dejar atrás.
—Estás listo para esto, Jak. Sé que lo estás. Ve, haz lo que se necesita
hacer. Y cuando regreses, tu nombre será recordado por una eternidad.
Presionó sus labios en mi mejilla y los mantuvo ahí. Debajo de sus manos
que agarraban mis hombros sentí su calor. Calor humano, vivo.
Su maldición era la cara opuesta de la nuestra. Con una que tuviera éxito,
la otra fallaría.
Mientras me guiaban a la puerta de entrada solo pude esperar haber
aprendido lo suficiente. Retener lo que necesitaba saber.
«Eso es todo».
Traducido por BLACKTH➰RN
Corregido por aryancx
Editado por Mrs. Carstairs~
Al igual que aquellos que miraban a través de las grietas de las puertas y
detrás de ventanas cerradas, yo también había sido culpable de la misma
intriga. Estudiando mientras los Reclamados anuales caminaban por las calles
de Darkmourn1 hacia los límites del castillo que lo coronaba. Pero mi interés
siempre fue académico. Ver cómo los Reclamados se manejaban mientras
caminaban, o eran arrastrados, hacia su condena. Solía preguntarme cómo
sería mi día. Supongo que, ahora que camino tranquilamente rodeado por el
aquelarre, no lo imaginé tan diferente de esto.
Me habían puesto un chal de lana sobre los hombros y con él una calidez
bienvenida.
Fue idea de Madre llevar poca ropa. Exponer el brillo de mi piel a la luz
de la luna llena. Distraer a la criatura de mi llegada. Los pantalones que llevaba
estaban hechos de piel, lo que los hacía ondularse con cada paso hacia el
camino nivelado del castillo. La túnica hacía poco por cubrirme. Las mangas
eran dramáticas, un diseño holgado que escondía la ágil curva de mis brazos.
El cuello de la playera apenas tocaba mi cuello, como si fuera varias tallas más
grande de lo que debería. Exponiendo mi cuello a propósito. Elección de
Madre.
Alcé mi mirada hacia los altos muros del castillo, buscando su silueta en
las muchas ventanas. Cualquier señal de que estuviera observando mi llegada.
Hizo que distraerme del frío fuera mucho más difícil.
—Lo haré.
Alcé una mano y la presioné contra la membrana de magia negra. Era fría
al tacto. Pero con un empujón, mis dedos empezaron a atravesarla como si
no fuera más que las aguas oscuras de un lago. Mi mano pasó primero, seguida
por un pie.
Lo hice.
Mientras pasaba por el desmoronado arco, parecía que las sombras más
allá del mismo se hacían más gruesas.
Rindiéndome, alcé un puño, pero antes de que mis nudillos pudieran tocar
la puerta oscura de roble, se abrió hacia adentro. Me estremecí por el sonido
de las viejas bisagras rechinando.
—¿Hola? —Mi voz resonó en la entrada ante mí. Dudé, mi pie preparado
para dar el primer paso dentro del castillo, mientras esperaba una respuesta.
Me había preparado para este momento por años, pero nunca había
esperado el miedo que tensaba mi cuerpo. Su presencia me choqueó. Madre
me había enseñado sobre la lucha y el vuelo, siempre urgiéndome a cerrar
los puños y lanzar poder. Pero ahora, aquí parado, todo lo que quería era
darme la vuelta y correr.
—¿Te apresuras a irte tan pronto? —La voz estaba en todos lados y en
ninguno a la vez. Mis puños se apretaron a mis lados mientras que el
aterciopelado tono recorría mi columna.
—Es esta época otra vez… —ronroneó la voz—. Otro año ha pasado sin
gran cosa. Y aquí encuentro un Reclamado en mi presencia. ¿Cómo ha podido
pasar un año cuando todavía puedo saborear el último Reclamado tan…
claramente?
Alcé la vista por un momento, lo suficiente para ver la alta figura de pie
en lo más alto de las escaleras. Solo para volver mi mirada hacia mis pies en
un parpadeo.
«Juega tu parte».
—Normalmente gritan, ¿sabes? —La voz era más cercana ahora, pero no
más que un susurro—. Han venido muchos anualmente desde que uno se paró
sin palabras frente a mí.
No debería haber mirado hacia arriba tan rápido por miedo a que sintiera
que no me asustaba. Pero la reacción que siguió debió haber disipado
cualquier desconfianza de mi conducta forzada.
Sus ojos eran de obsidiana. No. Los miré de cerca. Rojos. Rojo tan
profundo que parecía que no eran nada salvo pedazos de oscuridad.
—No le tengo miedo —dije, mis ojos recorriendo su rostro. Un rostro que
me había imaginado un millón de veces. «Qué desperdicio». Era guapo, tanto
que podría haber inspirado canciones e historias. Quizás habría sido más
difícil saber el resultado de esta visita si hubiera crecido viendo su rostro. De
algún modo era más fácil crear imágenes de su cara en mi imaginación a
través de los años.
Sus labios estaban llenos de color, como si hubiera mordido una granada
segundos antes de sonreír.
—Qué… inesperado.
Quería expresar mi acuerdo con él, pero me tragué las palabras mientras
exponía dos puntos de sus colmillos. «Qué inesperado, en verdad».
—Te hice una pregunta. —Su tono cayó tanto que mi estómago lo hizo
con él. Presionó una uña al centro de mi mentón. Me pinchó la piel hasta que
hubo un beso de humedad bajo su toque.
Se quedó atrás por un momento, estudiándome con sus grandes ojos rubí
como si buscara algo. Entonces se acercó otra vez, sosteniendo la parte
superior de mis brazos y pinchándolas con un agarre urgente.
Su boca se abrió con un gruñido que sacudió las propias sombras del
castillo. El aire vibró mientras la saliva se alineaba con sus dientes rectos y
sus colmillos crecían frente a mis ojos. Se alzó sobre mí, sus rasgos
distorsionados. La oscuridad de sus ojos parecía devorar todo lo blanco que
había estado ahí.
—No sabes nada del dolor… —siseó, sus uñas clavándose en mi piel
mientras apretaba su agarre—. Pero lo harás. Ahora veo qué es lo que quieres
de mí. Quieres a la bestia. La criatura de la que tanto has escuchado. Pronto
descubrirás que yo soy lo que me hagas ser. Engáñame una vez, bello, y no
tendrás la oportunidad de hacerlo otra vez.
Mis labios se curvaron sobre mis dientes. A través de mis pestañas lo miré
y gruñí:
—No sabes nada del conocimiento que poseo sobre ti, demonio.
—Demonio. Hm.
Incontables veces había soñado con este momento. Aun así, ni una vez
había imaginado que este habría sido el resultado de mis primeros momentos
en el castillo.
En la luz del día pude ver que no había nada malo en ese aposento. Nada
salvo el insoportable ruido que sonaba más allá de la puerta cerrada. Había
otras personas aquí, en este castillo. Debería haber estado vacío como todas
mis enseñanzas decían. No estaba solo. Lo cual iba en contra de todo lo que
me habían hecho creer.
No lo había hecho.
El fuego se acumuló dentro de mí, ansioso por salir. Podía quemar esta
puerta si quería. Arrasar con la habitación completa hasta que las antiguas
rocas que la conformaban se rompieran bajo mi calor.
Quienquiera que llenara las habitaciones con luz de velas al otro lado no
quería ayudarme. ¿Quizá trabajaba para la criatura? Creía que eso era posible
e imposible al mismo tiempo. Le llamé hasta que mi garganta dolía y me
preocupaba que la molestia se filtrara por mis plegarias. Si me había
escuchado, no quiso revelarse.
Como la cama y los muebles empolvados, la bañera solo era otra prueba
de que esta habitación había estado intacta.
—Concéntrate, tonto.
—Estoy… bien.
Algo chocó contra mi pie. Miré hacia la llave que descansaba a su lado.
En una mesa larga y bien puesta, había platos llenos de comida. Delicias
de toda variedad. El vapor todavía salía de la carne cortada rodeada por una
cama de vegetales. Lo que parecían ser bollitos glaseados con miel pegajosa
y otros dulces irrumpían las opciones saladas dispuestas a lo largo de ella.
Para una mesa tan grande, solo había dos asientos. Uno en el lado más cerca
de mí y otro en el otro extremo.
Me encontré dudando con mi mano encima del plato vacío ante mí. La voz
reprobatoria de madre me llenó la cabeza, urgiéndome a esperar a que los
demás agarraran la comida primero, seguido de una palmada en mi mano.
Pero estaba solo, y ella estaba mucho más allá de los límites del castillo
maldito. Con una sonrisa agarré el plato y no perdí el tiempo en llenarlo con
pilas de comida y meterla a puñados en mi boca. No me importaba el desastre
que había hecho ni el saber de dónde había salido esta comida mientras me
perdía en mi hambre.
Mi boca explotó con sabores, que pronto se lavó con un vaso de líquido
rojo que bebí sin pensarlo mucho.
A diferencia de los demás sitios en los que había estado hasta ahora, esta
sala estaba bien cuidada. Los aparadores y estanterías estaban limpios de
polvo y la mesa brillaba como si la hubieran pulido hace poco.
«No tengas miedo de las sombras, ya que ellas no te temen». Pero lo que
Madre olvidaba es que no era la oscuridad lo que me daba miedo de niño. Era
la criatura que gobernaba las sombras.
La criatura no se dejó ver por dos noches. Y con el tiempo que pasó, mi
ansiedad creció como una flor silvestre. El silencio bañaba el castillo día y
noche. Difícilmente dormía, constantemente esperando alguna señal de vida.
Durante el día la chica no regresó, y tampoco la bestia durante la noche.
Era la única privacidad que podía conseguir. Y usar mi magia era un riesgo
que estaba dispuesto a tomar.
La adivinación era simple. Mirar en las aguas arrojadas por una bruja o
quién más deseas se mostrará. Lo había hecho varias veces antes. Era más
fácil visualizar mi objetivo en la mente antes de persuadirlo para que entrara
al agua.
Miré mi cara en las ondas azules. Miré mi cabello castaño oscuro y mis
penetrantes ojos azules devolviéndome la mirada. Igual que mi madre.
—Es necesario que te recuerde que no hay opción para que falles en tu
cometido, Jak.
—Dime qué necesito hacer… —Fuerzo una voz suplicante—. ¿Qué quiere
decir que nunca regresa, no hasta la última noche?
Me recliné, alejándome del vapor caliente que se elevaba del cuenco con
agua, murmurando para mí:
—Lo siento.
Tenía que hacerlo ver como algo mundano pero deliberado. Trepé de
nuevo a la cama y sostuve la vela debajo de la cortina de encaje transparente
que enmarcaba cada lado.
«Vendrá», deseé.
Me mantuvo en mi sitio.
—Quédate quieto.
—Chico estúpido.
Abrí un ojo, solo lo suficiente para ver un rostro de luz de luna tejida que
se cernía sobre mí, con su nariz cerca de la punta de la mía.
Luego forcé el otro ojo a abrirlo solo para ver las puntas de unos dientes
blancos y afilados ante mí.
—Para.
Mis nudillos palidecieron mientras agarraba las sábanas con más fuerza.
—¿He...?
—Tal vez.
—Fue un accidente.
Sentí que mis mejillas se sonrojaban de calor, por más que intentara
combatirlo. Me arriesgué a romper su atrapante mirada para escudriñar la
habitación en la que desperté.
Todo en ella era oscuro. Desde el papel pintado con dibujos hasta los
muebles manchados. El lugar era una caverna de penumbra y elegancia.
Unas líneas arrugaron los lados de sus ojos, la única imperfección que
pude ver.
—Yo…
Sus dedos presionaron mis labios. Fríos, muy fríos. Casi me trago la
lengua ante el impacto de su contacto.
—Es temprano, así que debo retirarme. —Las cortinas estaban corridas
sobre la vidriera a mi izquierda. Aunque la rendija en el centro me permitía
ver la iluminación del cielo—. Por favor, abstente de incendiar esta
habitación. Me he encariñado con estas cuatro paredes. —Sus ojos me
absorbieron por completo. Recorrieron mi pecho desnudo, mis hombros, y
se detuvieron solo en mis ojos. Solté un suspiro cuando me quitó el dedo de
la boca y se lo llevó al mechón de pelo suelto que me caía por la frente.
—Gracias, Marius.
Hizo una pausa, girando ligeramente la cara, solo para mostrar su perfil.
Madre querría que dijera que sí. Casi podía oírla responder por mí.
Sonrió lentamente.
—No, no lo estás.
Relajé el agarre de las sábanas por fin, dejando que se deslizaran sobre
mi pecho una vez más.
Me desperté por la luz del sol que me molestaba en los ojos, aturdido
pero cómodo en la cama de la criatura. Sonreí a pesar de la sensación de
pereza que me invadía mientras me ponía de espaldas a la luz, con la cara
aplastada contra las almohadas de plumas.
No podía negar que su habitación era... grandiosa. La cama era mucho más
grande que la que me habían proporcionado. Incluso mientras me estiraba,
estaba a kilómetros de distancia de sentir el borde.
Toda mi vida había imaginado a la bestia que pronto mataría. Nunca tuvo
un rostro o un nombre. Ahora, a pocos días de mi estancia en su castillo
maldito, había conseguido ambos.
Mis mejillas se sonrojaron al pensar que me vio así, con sus frías manos
quitando la ropa de mi cuerpo.
Un camisón.
Me pasé la rígida tela blanca por encima de la cabeza hasta que quedó
suelta alrededor de mis tobillos. Las mangas eran largas y holgadas, tanto que
tuve que arremangarlas para que no me estorbaran.
—Jak, necesitas un baño —me dije. Mis pies seguían manchados de negro
por el hollín del fuego. Mi rostro estaba pálido y mis ojos azules estaban llenos
de cansancio. Me llevé una mano al estómago, que volvió a rugir—. Pero
primero es hora de comer.
La puerta de mi habitación había sido destruida excepto que no por el
fuego. No. Descansaba destrozada por la habitación carbonizada, incluso el
ladrillo de la pared que la sostenía por el marco se había desprendido. Había
sido derrumbada. Desde el exterior.
Por suerte, estaban donde las había dejado. Perfectamente alineadas bajo
la ventana que daba al jardín. Ahora, como el cielo estaba pintado de un color
púrpura oscuro, era difícil ver el mundo más allá.
Me puse las botas, agradeciendo el descanso del siempre frío suelo del
castillo.
Atención.
«¿Y si era Marius?». No. La luna aún no había alcanzado su cúspide. Eso era
todo lo que sabía de la criatura antes de que apareciera. Solo en la oscuridad
de la noche vagaba.
«Entonces debe ser la gente que vive aquí». Los mismos que habían hecho
todo lo posible por mantenerse alejados de mí, por mucho que anhelara
verlos. El corazón me dio un golpe en el pecho mientras salía corriendo de la
habitación, tirando el cuenco de adivinación al suelo sin pensarlo. Una corta
carrera por el pasillo y ya estaba allí, en la puerta principal, listo para
descubrir quién se escondía tras ella.
Pero estaba cerrada. «Mierda». Por mucho que tirara del gran pomo
circular, no se abría. Renunciando con un suspiro de frustración, corrí de
nuevo a la habitación, con la esperanza de captar la dirección en la que se
movía el resplandor oscilante.
A ciegas, vadeé los jardines. Me perdí entre los altísimos setos, los
senderos sin caminos y las monstruosas raíces y malas hierbas que parecían
haberse apoderado de lo que antaño debió de ser un glorioso jardín.
Entonces lo volví a captar. A través de los huecos del seto casi me metí
de bruces en la luz ámbar que se movía más allá.
—¡Espera! —grité, y el brillo de la luz desapareció una vez más—. ¡Te veo,
espera!
Entonces el ruido volvió a producirse, esta vez más fuerte, más claro.
Un aullido.
El largo cabello negro fluía detrás de ella, atrapado por el viento que
dejaba a su paso. Llevaba un vestido de telas oscuras que parecía fundirse con
las mismas sombras por las que corríamos.
—¡Cállate, tonto! —me espetó, levantándose del suelo con los ojos muy
abiertos y sin pestañear. Su atención no se centraba en mí, sino en algo en la
oscuridad ante nosotros. Seguí su mirada de pánico para ver qué había
captado su atención.
Moví los brazos, intentando levantarme del suelo antes de que la criatura
atacara, sus intenciones eran claras mientras sus fauces goteaban y su morro
se curvaba. Pero me impidió moverme con un chasquido de advertencia de
sus mandíbulas. Casi podía sentir la puñalada de su mirada roja mientras me
atravesaba con la mirada.
En instantes fue devorada por las sombras cuando el lobo se posó sobre
ella.
Solo entonces hizo un ruido cuando su cuerpo cayó al suelo con un fuerte
chasquido. El lobo apenas se inmutó cuando su grito partió el cielo.
«Ayúdala». Las palabras eran tan claras en mi mente. Una súplica urgente.
Me quedé congelado en el sitio, viendo cómo el lobo bajaba sus dientes
desnudos, resoplando su hedor mortal sobre su cara.
«¡Ahora!».
Una de las bestias más grandes agitó su melena de sombra y chasqueó las
mandíbulas.
Parecía una señal cuando la manada de lobos se dividió y corrió hacia
donde yo me mantenía agazapado sobre la joven.
Mi piel ardía mientras el fuego bajo mi piel ansiaba liberarse. Pero cuando
un grito salió de mi garganta, otra sombra se unió al caos. Se posó entre las
bestias que corrían y yo. El pelo blanco puro brillaba entre la noche, el cuerpo
ancho y los brazos abiertos como si fuera a atraparlos cuando se
abalanzaban.
Marius.
—Costillas rotas. Ella sobrevivirá y tú... puede que vivas para ver el
amanecer, Jak.
Lo dije porque era verdad, y habría sido lo que él quería oír. En realidad,
no me importaba su reacción, pero estaba claro que ella significaba algo para
él. Y esas cosas se convierten en armas en las manos adecuadas.
—Dime, ¿qué puedes hacer para aliviar la presión que sus costillas rotas
están causando actualmente al presionar sus pulmones? ¿Tienes el poder de
curarla?
Era una acción inocente, la que haría un niño durante las primeras lluvias
de la primavera. Atrapar las gotas de agua fresca y beber de las propias nubes.
Pero esto, esto estaba mal.
—Huelo tu asco —murmuró Marius, bajando a la chica de nuevo sobre la
almohada. Sacó un paño de encaje del bolsillo de su pecho y se limpió la
sangre de la muñeca—. Recuerda que no habría sido necesario si tú no
hubieras provocado esto. Agradece que tengo los medios para ayudarla a
sanar. Por tu bien.
—Tomo nota —espeté, mirando su muñeca, ahora limpia, para ver que
no tenía ni una sola marca en la piel.
Mi rostro se sonrojó.
—Es una pregunta sencilla. Sé que tienes gente viviendo en este castillo.
He hablado con una. ¿Es tu... sirvienta?
—No es mi sirvienta.
—Nunca me han gustado las preguntas. —Su repentina risa rebotó en las
paredes de piedra de la cámara—. Y nunca he conocido a un Reclamado que
sea tan... intrusivo. Te aseguro, Jak, que no hay ningún alma viviente dentro
de este castillo. Ella… —Hizo un gesto a la chica que estaba en la cama detrás
de él—. …simplemente nos visita como lo hizo su madre y su madre antes de
ella. ¿De qué otra forma se supone que voy a estar en contacto con el mundo
siempre cambiante?
Hueco y vacío.
Después de eso, nunca más devolvió los cuerpos de los que había bebido.
—No necesito confianza, Jak. Es inevitable. —Me pasó un dedo por la
mejilla, la uña a un milímetro de arañarme la piel—. Tú eres el Reclamado. Es
tu deber.
Antes de que pudiera hablar, la chica de la cama soltó una tos. Con su
velocidad antinatural me dejó, cerniéndose sobre la chica mientras su ataque
de tos seca disolvía la pesada tensión.
Ella se llevó una mano al pecho y su tos se calmó pronto. Y noté la falta
de moretones que no hacía mucho tiempo cubrían su piel bajo sus dedos.
—Lo sé... no lo hiciste. —Marius ahuecó una mano en su mejilla—. Eso fue
culpa de otro.
Su cabeza se giró hacia mí. Esperaba un gruñido, pero sus ojos castaños
solo se ensancharon. Una parte de mí la reconoció, ahora que la veía bajo la
luz de las velas encendidas en la habitación. Y eso me inquietó.
Me preparé para que le dijera a Marius que yo era un brujo. Que tenía
magia y que así la ayudaba. Un antepasado de la misma mujer que le lanzó la
maldición. «Sobre nosotros».
—No te enfades con él. —Su voz era pequeña, pero llena de fuerza para
alguien de su corta edad—. Como todavía estoy respirando, él debe haberme
salvado. Lo último que recuerdo es al sabueso encima de mí.
—¿Lo hizo?
—¿Apartaste a un sabueso?
Asentí con la cabeza, temiendo que otra mentira solo lo hiciera evidente.
—La estaba aplastando, así que hice lo que pude. —Atrapé la mirada de
Katharine que, sin pestañear, me devolvió la mirada. No dejé de mirarla
mientras seguía hablando—. Al fin y al cabo, fue mi culpa que abandonara el
camino.
—Dijiste que nadie más vivía aquí. Pero difícilmente puedo imaginar que
te rebajes lo suficiente para servir y limpiar en tu propia casa.
Marius sacó una silla y se sentó en ella. Apoyó los codos sobre sus rodillas
y reposó su barbilla cincelada en sus palmas.
—Te equivocas. Dije que no había nadie vivo dentro del castillo.
—Pero yo…
—¿Dónde duermes?
—Yo no duermo.
—¿He dicho algo que te ofendiera? —dijo con una sonrisa astuta.
Mis manos tiemblan ampliamente a mis costados.
—No sé a qué acostumbras, Marius. Pero puedo decirte que no soy como
los demás con los que has… jugado. Cuida lo que dices. Y cómo lo dices.
Mantuvimos la mirada del otro. Ninguno de los dos queriendo ceder antes
que el otro.
Solo cuando mis pulmones ardían por aire, salí de su cálido vientre.
Apenas me importó cuando el agua salpicó por encima del borde de la bañera
de latón y sobre el suelo de losas de la habitación de Marius.
El hombre… esa criatura, me enfurecía. Me disgustaba. Al menos eso era
lo que me decía a mí mismo una y otra vez mientras lavaba los días de
suciedad de mi piel hasta que estuvo roja de tanto tallar.
Ahí, sobre la almohada junto a mí, había una nota. Un trozo de pergamino
doblado que estaba sellado con cera negra.
Era una pena tener que abrir el pergamino, lo era también romper el sello.
M.
¿Quién hubiera sabido que solo se necesitaba seguir a una chica a través
de los jardines para obtener toda su atención?
Supuse que tendría que esperar y ver cuando volviera a casa con su
cabeza en mis manos.
Traducido por Emma Bane
Corregido por Malva Loss
Editado por Mrs. Carstairs~
Me estudié en el espejo, esta vez usando algo más que el camisón suelto
que había encontrado ayer.
Podría haberlo atado en el cuello con los cordones color crema que
estaban sueltos. Pero no lo hice. Mantuve mi cuello expuesto a propósito.
—¿Es así?
—No soy más que un simple y aburrido Reclamado. Estoy seguro de que
has tenido compañía de mucho mayor interés del que yo puedo ofrecer.
—Así fue.
—Fue glorioso.
Marius suspiró cuando dejé caer mi mano y recogí los cubiertos al lado
del plato vacío. Sin mirarlo, comencé a llenar mi plato con los deliciosos
alimentos que me esperaban.
—No es que necesites que te ofrezca, pero sírvete, por favor. —Marius
finalmente se sentó, lo que calmó los nervios que picaban debajo de mi piel—
. Debes estar hambriento.
—Muchísimo.
—Entonces come.
—Como quieras. ¿Supongo que no preparaste todo esto para mí? ¿O toda
la comida que se me ha proporcionado desde mi llegada?
—No comes, pero ¿sí bebes? —pregunté, estudiando el vino tinto que se
derramaba dentro de su copa. Siguió mirándome mientras se llevaba el borde
a los labios y tomaba un trago. El vino manchaba sus labios ya oscuros. La
visión de él mordiendo su propia muñeca inundó mi memoria.
—Bebo porque estoy sediento. El vino ha sido la única sustancia que frena
el apetito más profundo que la maldición me otorgó.
—Sangre.
—¿A dónde vas durante el día? —pregunté, cambiando de tema a uno que
no amenazara el contenido de mi estómago con reaparecer.
—¿No te ha hablado Katharine de mí? Pensé que ese era el objetivo de sus
visitas.
—Más un escritor. Pero ya basta de mí. Pregunté sobre ti, pero eres hábil
para desviar el tema de ti mismo. Es como si tuvieras algo que esconder.
—Cuéntame de tu hogar.
—Terrible. Madre haría todo lo que esté a su alcance para evitar que
arruine sus proyectos. Y lo más que me permite mi padre es dividir la harina,
eso es todo.
—Una lástima. —Marius se encogió de hombros—. ¿Y disfrutas ayudar a
tus padres?
—Yo... no.
Él sabía lo que quería decir. Para cualquier otro Reclamado, una visita a
este lugar nunca resultaba en un regreso a casa.
—Porque morirás. —Su voz era tan fría como su tacto. Solo duró un
momento antes de que saliera del extraño trance en el que lo había visto caer.
Era una pregunta para la que realmente quería una respuesta. Había
anhelado contemplar el castillo desde la ventana de mi habitación. Estudiando
las ventanas oscuras y sin vida y el lugar aparentemente vacío. Fue solo
durante el mes de la Reclamación cuando el castillo cobraba vida
—Espero.
—¿Quieres saberlo?
—Que has vivido tus días en un ciclo eterno. Uno que no puede ser roto
nunca.
«Mentira. Yo lo romperé».
—Sé que aquellos que son enviados a tu castillo nunca regresan a casa.
—¿Por qué?
Mantuve el rostro serio, sin importar cómo el vino que había bebido me
hacía querer actuar.
—Mi nombre es Jak. —Las llamas de las muchas velas al otro lado de la
mesa me cantaron, deseando que yo las alcanzara. Pero me resistí, solo un
poco—. Y no me importa. —Me levanté de la mesa, sin importarme la silla que
cayó al suelo con un estruendo.
—Espera... espera. —Su voz profunda se quebró—. Por favor. Mi... mi ira
se apodera de mí. Es eso o simplemente me olvido de mí mismo.
Me detuve, su disculpa flotaba en el aire entre nosotros. Sentí que la
necesidad de la magia se desvanecía como mantequilla sobre una llama
abierta.
—Precisamente.
Marius se fue rápidamente, justo cuando yo bebía otra copa de vino tinto.
Lo vacié. Luego otro, y otro, hasta que mi mente se volvió confusa y mis ojos
pesados y lentos. Rápidamente se hizo evidente que Marius no regresaría.
Debí haberme quedado así por un tiempo, esperando, con la esperanza de
finalmente llegar a algún lado con él. Acercarme a él como lo había planeado.
Pero claramente, estaba equivocado.
Con piernas torpes, me tambaleé hacia él, listo para explorar otra parte
de este laberinto de ladrillos y cemento.
Podría haber hecho surgir una llama, pero el vino había embobado mis
sentidos. Eso y la clara presencia de Marius más adelante.
En mí.
—Es inevitable. Por años hemos intentado romper esta maldición, sin
embargo, siempre termina de la misma manera. ¿No puedo permitirme un
año libre de buen comportamiento?
—¿No lo soy?
—Eres una bestia encerrada en una jaula. Y no hay nada que puedas hacer
para salir de ella. No me interpondré en tu camino otra vez si este es el camino
que deseas elegir con él. Me pediste esto, y sabía que llegaría el momento en
el que te resistirías. Solo debes saber que no apareceremos para ti cuando la
cuenta sea saldada, y la sangre caliente tu vientre. Puedes lidiar con las
consecuencias por ti mismo esta vez.
—Es su nombre.
—Sabía que tenía un papel que jugar —respondió ella con suavidad.
Marius.
—No.
«¿O no?».
—Lo hice. —Tenía que admirar su franqueza—. Y vengo con una disculpa.
Le di la espalda y suspiré.
Sonó gracioso, incluso para mí, cuando pronuncié la queja en voz alta.
—Bien dicho. —La voz de Marius estaba ahora justo detrás de mí,
provocando que un pequeño grito escapara de mis labios, silenciado por su
mano cuando se apoyó en mi hombro tenso—. No pretendía asustarte.
Utilicé el bollo dulce como excusa para no hablar con Marius, que estaba
de pie ante mí, anhelante, mientras lo comía. Cada bocado se hacía más difícil
de tragar a medida que mi garganta se secaba como respuesta a su mirada.
No me miró a los ojos mientras comía. No. Su mirada se dirigió a mis labios,
fijándose en ellos. Me encontré levantando la mano para bloquear su vista con
incomodidad.
Sabía muy poco de él. Toda mi vida había estudiado a esta criatura, pero
cada día era más evidente que las enseñanzas de Madre y del aquelarre apenas
habían rozado la superficie de este enigma.
—Estaba seguro de haber estado en todas partes —dije, sin aliento por
haber subido una vez más una gran escalera a otro piso superior del castillo.
Marius llevaba un bastón de hierro con una única vela blanca encendida. La
llama hacía poco para cortar la oscuridad del castillo, pero no disuadió a
Marius de avanzar con confianza—. La oscuridad puede jugar con la mente de
uno. No quería que simplemente tropezaras aquí, así que la oscuridad actúa
como una mortaja para mantener fuera a los visitantes no deseados. Si así lo
deseo.
—Haces que parezca que la oscuridad es una cosa que puede hacer su
propia voluntad.
Marius frenó hasta detenerse, tan bruscamente que casi choqué con su
espalda. Capté el cambio de su movimiento cuando levantó una mano sobre
la llama, con los dedos extendidos.
—Pronto lo verás.
El destino aguardaba más allá de la puerta, al final del oscuro pasillo.
Estaba cerrada, como todas las que habíamos pasado. Marius me entregó la
vela mientras jugaba con una llave que había sacado del bolsillo superior de
su chaqueta. Para dramatizar más el misterio, Marius se tomó su tiempo para
abrir.
Empujó la puerta para abrirla y me vi bañado por la luz. Levanté una mano
para bloquear el repentino resplandor de color naranja y dorado, y la vela a
la que aún me aferraba casi me prendió el pelo.
—Después de ti.
—Una cocina. —Hice una pausa y me volví hacia Marius, que se rio
ocultándose con su brazo—. Este es mi estudio. Una especie de refugio para
mí. Esta habitación era mi santuario mucho antes de que me maldijeran a no
salir de ella. Pensé que te gustaría verla. Tómalo como otra disculpa por mi...
grosera desaparición de anoche.
—¿No podías haberles quitado el polvo antes de traerme aquí? —Me llevé
un dedo a la nariz para combatir el estornudo.
—Bueno, no soy un gran lector, pero debo decir que estoy impresionado
—respondí, con el cuello dolorido mientras giraba mi mirada por la
habitación.
—Esa es la primera cosa que has dicho que realmente me hace estar
dispuesto a terminar contigo.
Marius esbozó una sonrisa, que no llegó a sus ojos de rubí. Sacó una silla
sencilla, tallada en roble, de debajo del escritorio y se sentó en ella. Desde su
asiento me estudió, mientras yo seguía examinando la habitación.
—Ha pasado tanto tiempo que parece que la silla ha olvidado mi forma.
—Marius se contoneó en el asiento.
—¿Hay alguna razón? —Examiné los tomos que tenía ante mí, pasando un
dedo cuidadosamente por los lomos curtidos. Algunos tenían crestas, otros
eran lisos. Lo que le había dicho era cierto, no era un gran lector. Además de
estudiar los numerosos grimorios del aquelarre, madre no me dejaba leer
obras de ficción. «Las historias distraen la mente, y yo necesito que la tuya
esté afilada como un cuchillo. Tan clara como el cristal».
—Estoy solo la mayor parte del año. Perdóname por querer compañía
cuando puedo tenerla.
—No lo entiendo.
—Te he traído aquí para que aprendas algo sobre mí. Me consideras una
bestia. Katharine y los anteriores me han contado las historias que la gente
cree sobre mí. Y la mayoría de ellas son ciertas. Pero yo no quiero... matar a
nadie. Nunca lo he hecho. Desgraciadamente, pronto verás que no tengo el
control cuando eso ocurre. Simplemente dejo de existir durante esa última
noche. Entiendo que esto es extraño para ti, y que no lo elegiste. Y me
disculpo por discutir el asunto de tu muerte con tanta franqueza. Pero yo
tampoco te elegí. Al igual que no elegí a los que te precedieron. En verdad,
esta habitación me llena de culpa. Es mi recordatorio de lo que he hecho, y
de lo que volveré a hacer.
—Ese libro, y los que te rodean, son mi forma de lidiar con la culpa.
Escribo historias para aquellos cuyas vidas tomo. Creo mundos y futuros en
páginas en las que sé que nunca llegarán a vivir. Es mi forma de honrarlos.
Cuando quité los ojos de la página, Marius estaba ante mí. Sus
movimientos eran silenciosos y ligeros. Me quitó el peso del libro de las
manos, lo cerró y lo giró para que el lomo quedara hacia arriba.
Me crucé de brazos, sin saber qué hacer con ellos. Lo que Marius había
divulgado no me sentó bien. Me provocó un extraño e inoportuno tirón en el
pecho.
—Lo haré.
Estar tan cerca de Marius después del sueño que había tenido hizo que se
me revolviera el estómago. Luché por sostener su mirada y mantener esa
ilusión de confianza. Pero estar tan cerca me hacía temblar las rodillas.
«Yo también».
—La bruja que me hizo esto. Sé que ya ha muerto, pero también sé que
su familia sigue viva. Y un día, cuando encuentre la forma de salir de este
lugar, me aseguraré de hacer llover el infierno sobre todos ellos. Por la
memoria de aquellos a los que me han hecho matar, lo haré. Por ellos —
Señaló las estanterías—, y por ti, Jak.
Oh, y otra.
«¿Dónde?».
Giré mi cabeza hacia él, listo para lanzarle mi magia. Volverlo cenizas para
prevenir que le dijera a Marius lo que había visto.
La figura no era más que una voluta de humo gris, zarcillos serpenteados
de nube que colgaban a unas pulgadas sobre la tierra. Un cuerpo tan tenue
que podía ver la pared de atrás a través de él. Era una niña pequeña, de no
más de ocho años, rasgos capturados con juventud que ondeaban como agua
de lago.
—Qué…
—Fui yo. —Había algo anciano en su tono. Su voz era ligera como la de
un niño, pero el trasfondo no sonaba para nada joven.
—Y con Marius. —La visión de la noche en que lo había seguido a los pisos
más bajos del castillo llenaron mi mente.
—No puedo dejar que se lo digas. —Me levanté, alistando todos los
elementos para que esperaran mi orden. Con todo mi entrenamiento y no me
habían dicho cómo destruir a un espíritu. Las almas de los muertos no se
quedan en este plano. Eso es lo que Madre me dijo. Pero aquí uno se quedó.
—¿Y qué vas a hacer? —dijo, doblando sus brazos a través de su cuerpo
sin color—. ¿Encenderme en llamas como hiciste con la habitación? ¿Soplarme
con una ráfaga de aire viejo? —Casi se rio mientras se burlaba de mí—. Si
dejas de acusarme y empiezas a escuchar sabrías que no le diré a Marius lo
que he visto. Si hubiera querido arruinar tus planes lo habría hecho días atrás.
Era una sensación extraña, ser reprendido por una niña, mucho más
tratándose de una que no estaba viva.
Di un paso hacia adelante, las manos listas a mis lados. Lo trataría todo
para destruir esta… cosa.
—Porque queremos que esta maldición termine. Y sé por qué estás aquí
y lo que planeas hacer. Escuché tu último consejo con la mujer en el agua. Sé
que estás aquí para tomar la vida de Marius. Es hora de que termine.
—¿Queremos?
—Te escuché hablando con él. Eres su más cercana… amiga. ¿Aun así me
dejarás seguir sabiendo que lo mataré?
—Su tipo no tiene nombre. El primero de lo que sea que era. Una criatura
retorcida creada por la misma magia que corre por tu sangre y alma. Créeme,
no deseo la muerte de Marius del modo que crees. Solo deseo su libertad.
Como la quiero para mí misma.
Mi cuerpo se sintió pesado mientras oía al fantasma. Cómo su rostro
mostraba pizcas de pena, todo excepto sus ojos que parecían gritar con
súplica. Suplicándome que haga lo que necesitaba hacerse.
—Porque era peor para todos nosotros. Si fallas y tu alma no pasa como
debería, Marius será dejado con otro doloroso recuerdo de lo que hizo.
Deambularás en las sombras. Sin verte a menos que requiera tu presencia.
—Ocultos. Marius los mantiene alejados. Han pasado años desde que dejó
que otra alma se manifestara del modo que lo hago yo. Se mantienen en las
sombras, haciendo lo que es debido, para crear una escena de normalidad en
este lugar.
No era solo ella la que pedía ocultar su secreto de Marius. Y sentí su miedo
como si tirara del mío, sobrecargándome.
—He visto a otros caer en la lujuria con Marius. Estás siguiendo el mismo
camino que ellos. Temo que puedas ser nuestra única oportunidad para
finalmente… seguir. A lo que sea que nos espere más allá de los límites de
este lugar. Por favor… —La voz ligera de Victorya se tornó algo más
profunda, fiera y desesperada—. Debes acabar con esto.
Tragué, audible.
Marius movió su vista rubí hacia mí, las líneas de sus ojos incrementadas
por una sonrisa tenue.
—Y, aun así, ¿viniste por mí? —Marius me estudió mientras zambullía la
pluma en la tinta. Una sola gota de negro derramada en el pulido escritorio
de roble—. Parece que tu cacería dio resultado, me has encontrado.
—Lo quise así. Te dije que este estudio puede ser usado para tu…
entretenimiento. Sentí que no debía mantenerlo oculto de ti.
—¿Hay algo que te moleste? —Me giré de los estantes hacia Marius que ya
no estaba sentado tras el escritorio. Ahora se paraba a unas pulgadas detrás
de mí.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Derramar mis emociones hacia ti?
—Jak, no tienes que hacer nada con lo que no estés cómodo. No conmigo.
—Su voz era tan suave como la expresión que puso. Dio otro paso hacia atrás,
con reticencia—. Solo preguntaba.
—Detente.
—Si no quieres escuchar lo que tengo que decir, eres libre de irte.
¿Irme? ¿Y a dónde iría? ¿De vuelta a la habitación o a otro lugar vacío lleno
de los fantasmas de su pasado? No podría regresar a casa y él lo sabía. Fue
raro cuán rápido la ira tomó control de mí. Justo a tiempo para que Marius
cerrara el espacio entre nosotros, solo detenido por el golpe de mi puño
contra su pecho.
Antes de que pudiera golpearlo una segunda vez, atrapó mi puño con sus
manos. El largo de sus dedos y el ancho de sus palmas cubrieron mis puños
como si fueran pequeñas manzanas. Su fuerza era invariable. Su toque frío.
—¿Mi amabilidad te ofende? —preguntó Marius, su agarre
intensificándose cuando trataba de liberarme de él—. Si quieres que sea una
bestia, solo pídemelo.
—Quiero que seas… —No podía decirlo. «Quiero que seas fácil de odiar».
—No te hagas el tímido ahora, Jak. Vamos, dilo. —Su voz se hacía más
profunda mientras me acercaba hacia él, mi pecho chocando con el suyo.
Liberó mis manos, envolvió su brazo alrededor de la curva de mi espalda y
me sostuvo cerca. Se inclinó hasta que su rostro estaba a solo una respiración
del mío—. Dime lo que quieres de mí.
Quizás eso era todo lo que era. Un sueño. Uno sobre él y su toque
terriblemente frío presionado contra mi cuerpo. Pero sabía que era
simplemente una ilusión.
Era casi imposible pensar mientras los labios de Marius se apretaban
cuando habló de nuevo.
Entonces, sin pensarlo más, choqué mis labios con los de él. El cuerpo
entero de Marius se agarrotó en respuesta. Lo suficiente para hacer que me
arrepintiera inmediatamente. Pero antes de que me pudiera separar, su porte
se relajó y se derritió sobre mí como mantequilla sobre una llama.
El impulso nos tenía chocando con los estantes. El impacto del choque
me hizo lanzar un jadeo, separándonos del beso.
—¿Puedo continuar?
Cerré mis ojos en anticipación, listo para regresar a su beso. Pero sus
labios no encontraron los míos. Marius acarició mi cuello con su nariz,
provocando que mi cabeza se girara hacia atrás.
Marius gruñó, pero no de furia. Fue algo más siniestro. Más hambriento.
Similar al sonido que hacían los sabuesos.
—Necesito que me digas que estás seguro de que quieres esto. —Había
duda en su voz. Lo miré, profundo en sus ojos, notando su incapacidad de
mantener mi mirada como si estuviera preparándose para la decepción—. Si
me dices que me detenga ahora te aseguro que esto no volverá a ocurrir.
Sabía que Marius sentía lo mismo, por algo duro presionado contra mí
cada vez que me levantaba en sus manos para un mejor agarre.
Era… hermoso.
—Han pasado años desde que estuve en tal… aprieto. Perdona mi torpeza
por falta de práctica.
Él era mi enemigo. Al menos eso fue lo que vine a saber. Aun así, yacía
junto a él con el toque fantasma de sus labios sobre los míos.
Era un mapa celestial. Un mapa del cielo similar a aquellos que había visto
en muchos tomos de Madre. Excepto este, este estaba mucho más elaborado
que nada que ella le hubiera enseñado. Incluso más bello que la noche misma.
—¿Qué ves?
—Coronada con la estrella Altair. ¿Ves la que hicimos más grande que el
resto?
Podía verla. Solo por un pequeño margen, la sombra era ligeramente más
grande que el resto con las que estaba alineada.
Marius miró hacia el suelo. Antes de que pudiera pronunciar otra palabra,
cerré el espacio entre nosotros y presioné una mano en su pecho. No había
ningún aleteo del latido del corazón.
—El mural fue completado durante una parte de mi vida cuando era libre.
Libre de esta maldición. Cuando estaba atrapado por otro, uno que mantuvo
mi amor. —Una sola lágrima corrió por su mejilla—. Fue ese amor el que
resultó en… esto.
Me agarroté. Ese era un poder que mi mente hacía mucho había perdido.
—La diferencia es que esta vez parece que tenemos un asunto pendiente
por terminar.
Una sensación de cosquilleo se extendió desde mis pies hasta que rugió
por todo mi cuerpo. Bajo su intensa mirada sentía mis rodillas combarse muy
ligeramente. Y la promesa de su regreso humedeció mi boca con anticipación.
Pero cuanto más avanzaba por las interminables estanterías, más claro
era que los libros recientes eran más cortos. Dramáticamente. Pequeñas
novelas que no tenían más que un puñado de páginas.
¿Qué había hecho que Marius escribiera tan poco en los últimos años?
¿Fue su falta de deseo, o la distancia que puso entre él y los otros Reclamados?
—Aquí tienes…
Di un salto ante la repentina aparición de Marius. Forzando una sonrisa,
me giré para verle de pie con una botella polvorienta de un líquido no
revelado en una mano y dos vasos de cristal en la otra.
—Lo siento. —Me pasé una mano por mis rizos castaños y la otra se apoyó
en mi cadera—. Estaba perdido en mis propios pensamientos.
—No importa. Pensé que te gustaría este vino por su añada. Ha estado en
el sótano mucho antes de que mi propio padre naciera entre estas paredes.
—Fue un hombre que no tuvo más que suerte de ser criado en un lugar
así. Su madre era una sirvienta del gobernante que habitaba aquí.
Simplemente creció a la sombra de la gran familia que vivía en este lugar.
—Me hizo un Lord —intervino Marius—. Ahora bebe conmigo. Toda esta
charla del pasado me hace sentir que me estoy hundiendo internamente.
Me entregó una copa que tomé sin preguntar. Nuestros dedos se rozaron
por un momento mientras lo hacía.
Cuando me llevé el borde a los labios, Marius habló.
Marius no mintió al decir que lo había quitado. Pero creía que había más
de una razón para ello.
Marius estaba de pie, con las manos apretadas a los lados, respirando
entrecortadamente. Su rostro estaba inclinado hacia el suelo, pero sus ojos
brillaban como carbones calientes en una hoguera. A través de su pelo blanco
suelto, me miró fijamente.
—Vete.
—No lo haré.
—VETE.
Su grito hizo temblar los cimientos del castillo. Urgido por su súbita y
sorprendente ira. «¿Cómo te atreves?». Ansiaba lanzarle la copa de vino. Para
lanzar las llamas de la chimenea y quemar las sombras que él amenazó con
enviar tras de mí. Observé cómo palpitaba con su control.
—Algo anda mal. Estoy segura. —La voz de Madre se aclaró a través del
agua reluciente antes de que su rostro tuviera tiempo de materializarse—.
Todavía es de noche, lo que significa que la bestia está despierta. Sin
embargo, me llamas, como si fuera la decisión más inteligente considerando
tu situación. ¿No te advertí acerca de usar tus poderes durante la noche?
—Un nombre que presiento que conocías mucho antes de enviarme aquí
—espeté.
Madre hizo una pausa antes de responder, mirando a alguien que estaba
sentado frente a ella. Fuera de la vista del cuenco de adivinación.
—¿Así que no niegas saber más sobre él? Por favor, ¡dime qué otra
información has decidido que no necesito saber!
—Lo que sea que se te haya metido puede cesar de inmediato, Jak. Soy tu
madre, no me hables de esa manera.
—Nadie te ha mentido —respondió Madre, con una voz tan fría como la
de Marius—. Quizás nunca has pensado en hacer la pregunta.
—Él era simplemente una víctima. Ahí está, ahora sabes tanto como yo.
Su cuerpo fue drenado de sangre por completo. Borracho disecado por la
misma criatura a la que deberías estar acercándote. En lugar de presionarme
haciendo preguntas, ¿has pensado en preguntarle?
—Dime quién era —presioné de nuevo, sin rendirme hasta que estuviera
satisfecho.
—Jak.
—Dime.
—¿Qué ha ocurrido para llevarte a tal estado? —preguntó por primera vez
con calma, inclinándose sobre el cuenco hasta que su cortina de cabello
oscuro y liso cayó sobre cada lado. Daba la ilusión de que solo nosotros dos
teníamos la conversación. Aunque sabía que otros escuchaban desde su lado.
Quizás Victorya me escuchó, escondida en su forma astral. Quizás ella
también sabía sobre la ira hirviente que mantuve enterrada, confiando en que
este no era el momento de decirme qué hacer.
—No falta mucho para el fatídico día, Jak. No dejes que temas tan
insignificantes nublen tu mente y la tarea que tienes entre manos. Te haré un
favor y te diré todo lo que deseas saber cuando regreses a casa con su cabeza.
Considéralo como otro obsequio pendiente hasta tu exitoso regreso.
—Madre...
—No fallaré —dije en voz baja. «¿No lo haré?». Esa voz burlona regresó en
el fondo de mi mente.
—Madre, no fallaré.
Llegué a lamentar haberla llamado. De nuevo.
Frustración no solo causada por ella, sino por lo que dijo. Tal vez ella tenía
razón en que Marius se metió en mi mente. Solo pensar en él hizo que mis
labios se estremecieran como si su beso hubiera perdurado. Tenía que
concentrarme. Fue culpa mía, permitir que Marius me ablandara con sus
palabras. Moldeándome con su intensa presencia y sus manos. «Manos
fuertes». Sin embargo, tenía que acercarme a él, lo suficiente como para
atraparlo en su punto más vulnerable. Lo que sea que eso significara al final.
¿Quién fue la primera persona que murió en sus manos? ¿Dónde estaba el
libro? ¿Por qué mi madre y Marius querían ocultármelo?
Me senté así durante un rato, repasando las preguntas solo para añadir
más a medida que avanzaba. El sueño era imposible, y el hambre habitual que
solía tener, no la sentía.
Una y otra vez repasé los acontecimientos del día, tratando de encontrar
una razón para la necesidad de mantener el secreto. Marius estaría escondido
en cualquier agujero oscuro al que se retirara durante el día. Incluso si
quisiera encontrarlo, estaría en...
«El sótano».
Encontrar el libro.
Cuando entré en los pasillos oscuros más allá de la puerta, sentí una
presencia a mi alrededor. En mi apuro, no había traído una fuente de luz
conmigo. Aunque era de madrugada, no tenía ni idea de lo que hizo Marius
durante su tiempo fuera. ¿Habrá dormido como yo? ¿O esperó a que se
acabara el día para regresar a la superficie del castillo?
—Sé que estás aquí. —Hablé en voz baja, aunque no sirvió para detener
el eco de mi voz a través del corredor cerrado de piedra.
—No deberías estar aquí —dijo Victorya delante de mí. Sin preocuparme
de si ella era testigo de mi magia, levanté una mano frente a mí y llamé a mi
elemento favorito. Fuego.
Cobró vida a través de mi palma abierta. Una mezcla de naranja y oro que
llenó el extraño corredor de calidez y luz. Victorya flotaba en el aire, con su
rostro esquelético y los brazos cruzados sobre su cuerpo transparente.
—¿Por qué Marius está acechando en algún lugar lejos de aquí? ¿O por qué
está fuera de los límites por alguna otra razón no revelada? Dejaré que elijas
tu respuesta.
La llama conjurada iluminó su pálida figura. Miré al suelo para ver que solo
mi sombra se reflejaba sobre él.
—Si no quisiera que viniera aquí, habría cerrado la puerta detrás de él.
Dejándome fuera. Es bastante bueno en eso.
—Es un hábito —dijo Victorya—. Han pasado muchos años desde que un
Reclamado se atrevió a aventurarse a encontrar a Marius durante las horas
de los vivos, por lo general, este sería un tiempo en el que anhelaban no ser
interrumpidos. Libre de su compañía... cuando él estaba dispuesto a
compartirla.
Dudé antes de dar un paso para pasar junto a ella. Victorya no hizo ningún
movimiento o indicación de que se apartaría de mi camino.
—Bien —siseé—, porque nada de lo que has dicho se relaciona con lo que
estoy haciendo aquí. Así que ... muévete.
—¿Lo ha hecho?
—Hace mucho tiempo. Fue terrible. Verlo estar tan roto. Tan cansado.
No te explicaré más sus intentos, pero tienes que saber que no puedes
hacerlo.
Balbuceé mi respuesta.
—No quiero.
¿Qué hizo que la última noche fuera diferente? Sabía que mis poderes
estaban vinculados a su desaparición, pero ¿por qué?
—Por mucho que eso me alivie... por ahora, ambos sabemos que te
necesitamos para hacerlo. En el final.
—Sí... —Me quedé quieto, negando con la cabeza—. No. No, no lo hice. El
tema se puso acalorado y… no hay posibilidad de que Marius me lo dé. No
después de la forma en que reaccionó cuando le hice una simple pregunta.
—¿Ah no? —me burlé, listo para señalar su doble criterio—. Porque
ciertamente me estás animando a matarlo.
—Soy mucho mayor que tú, Jak. No te dejes engañar por mi apariencia
helada. Incluso en esta forma he sido testigo de más vida y muerte de lo que
podrías imaginar.
Lancé una mirada sobre mi hombro para decir algo a cambio, pero ella
ya se había esfumado, había desaparecido en un solo momento. Sin embargo,
su presencia aún permanecía detrás de mi cuello hasta que finalmente cerré
la puerta del aposento que ahora era mío.
Katharine regresó la próxima noche. Oí su suave voz que flotó desde los
niveles inferiores del castillo. Marius estaba con ella, hablando en su tono
bajo, como de costumbre mientras ella no intentaba ocultar lo que hablaba.
Permanecí fuera de su vista, escondiéndome detrás de la barandilla partida.
Con suaves pisadas me acerqué para tratar de ver la escena mientras
conversaban, pero el crujido de la barandilla me impidió inclinarme más por
miedo a que se rompiera bajo mi peso.
—Mal. Todos los días su respiración se vuelve lenta. Me temo que a ella
no le queda mucho. —La tristeza de Katharine era palpable.
—Déjame darte otra cosa que puedas cambiar por monedas, tengo otros
artículos, puedes...
—No escucho ningún llanto o grito de tu Reclamado. ¿En los últimos días
se ha asentado?
Mi respiración se entrecortó cuando miró hacia arriba. Me balanceé hacia
atrás, justo a tiempo para que su mirada no me alcanzara.
—No hables así, Katharine. —No pude ver a Marius, pero pude imaginar
su expresión mientras hablaba. Cómo probablemente se cepilló el mechón
suelto de cabello blanco de su frente, los labios hacia abajo.
Esperaba que se negara. Que le dijera qué tan peligroso sería correr ese
riesgo, Marius no sabía qué le pasaría. Pero si mi madre o el aquelarre se
enterara de que Katharine lo visitó, la castigarían. Si supieran la verdad de lo
que ella le pidió esta noche...
Solo el pensamiento me revolvió el estómago.
—Lo haré. Por ti. Por Paloma. Pero debes tener cuidado. Eres responsable
de lo que suceda cuando se la des. —La advertencia en su voz hizo que mis
puños se tensaran—. Por los dos, espero que esto funcione como deseas.
—Marius, gracias.
«No es la bestia».
¿Cómo podría alguien preocuparse tanto por la vida, cuando los que están
más allá de este castillo se preocupaban tan poco por él?
Levanté una mano para limpiarlas, solo para que la humedad regresara al
momento en que más lágrimas fueron desatadas.
—¿No tendrás frío? —pregunté, mirando sobre todo a mis pies mientras
avanzábamos por el vestíbulo del castillo.
—No le temo, ni siento frío. Así que, por favor, es una noche clara y me
sentiría más cómodo sabiendo que no estás temblando a mi lado. Eso es…
una distracción. No me gustaría que cogieras una enfermedad y se te pasara
antes de que concluya tu estancia aquí. —Marius se quitó la chaqueta granate
de sus anchos hombros sin necesidad de ofrecerla de nuevo, enderezando
cuidadosamente el material antes de tendérmela para que me la pusiera.
—No se atreverían si estoy contigo. Puede que nos acechen, pero eso es
lo máximo hasta dónde llegarán. Mientras nos mantengamos en el camino y
no nos desviemos, estaremos a salvo.
Marius no había mencionado la visita de Katharine y sentí que no podía
simplemente añadirla a la, actualmente, rígida conversación. Habían pasado
unas cuantas largas horas desde que los había escuchado y todavía me sentía
culpable. Más aún al descubrir lo personal que había sido la conversación.
Para cuando sus fuertes golpes sonaron en la puerta de la sala de estar, mis
ojos se habían secado, pero la tristeza había echado raíces en mi pecho.
—Otra tarde rodeada de libros… ugh. —Su lengua lamió su labio. Una
lengua con la que no hacia mucho tiempo que estaba familiarizado—. Hay
algo que quiero compartir contigo que es mucho más grande que ese estudio.
—Que misterioso. —Me reí, esperando que eso cubriera mis nervios.
Había tensión entre nosotros. Una conversación no hablada que quedó
después del abrupto final de la noche anterior. No se había disculpado, ni
esperaba que lo hiciera. Marius era una perfecta mezcla de cautela y cortesía.
Ofreciendo un brazo firme mientras bajábamos las escaleras, pero
manteniéndose dolorosamente tenso bajo mi contacto.
—Rápido —susurró Marius—. Antes de que apague todas las velas. Este
castillo es mucho más… aceptable bajo el brillo del fuego.
Me moví con premura, apretando la chaqueta a mi alrededor mientras me
inclinaba ante la ráfaga y salí más allá de las puertas.
Luego nos bañamos en la noche. Solo la luna y las estrellas eran una fuente
de luz sobre nosotros.
—¡Y esperas que me mueva a tientas por los terrenos! Voy a caminar
directamente fuera del camino y hacia las fauces de tus pequeñas mascotas
—dije en broma. Sin embargo, ni siquiera yo podía ocultar el verdadero
miedo que sentía al saber que acechaban en las sombras. Esperando. Mi
poder se mantenía dentro, y eso se sentía como si estuviera sin mi miembro
más importante. Mi arma.
Era… vulnerable.
—Una de las bellezas de este castillo son las aguas termales situadas entre
la tierra. Cuando era más joven, la gente del pueblo las visitaba durante los
meses de invierno para disfrutar de la gloria de las aguas calientes. Era
magnífico. Un lugar en el que me gustaba jugar. Pensé que sería la mejor
manera de anular las noches más frías.
—Precisamente.
—Admito que nunca había oído hablar de un lugar así. —Nadie hablaba
nunca del castillo antes de la maldición. Era difícil de creer que no hubiera
aparecido en el momento en que fue puesto sobre Marius. Su vida anterior
nunca pareció importarle a Madre o al aquelarre.
Ahí estaba de nuevo, tristeza que parecía dibujarse bajo su profunda voz.
Siguió una pausa en la conversación, interrumpida por mi carraspeo y
apretando su mano sin pensarlo.
Me estremecí en el momento.
La masa de agua estaba ubicada entre los terrenos del castillo tal y como
Marius había explicado. La luna creciente estaba pintada en su superficie
como si fuera la gemela acuática de la gobernante noche sobre nosotros. Del
lago surgían zarcillos de niebla como dedos fantasmales. Incluso desde mi
distancia en el lecho de hierba junto a él, sentí su tentadora calidez.
—No hay nada de malo en mojarse —gritó mientras sus brazos se movían
para mantenerlo a flote.
—Sí.
—¿Y por qué iba a hacer eso? —Pude escuchar el suave zumbido del agua
mientras Marius cortó sus brazos a través del manantial—. Si te hace sentir
incómodo no tienes que hacer lo mismo.
—No te escucho.
Levanté la mirada y le miré fijamente a los ojos.
—Como quieras.
—Maravilloso, ¿verdad?
—Para ti. —Marius nadó hacia mí, con sus grandes brazos batiendo el
agua.
—Siempre tengo frío, Jak, incluso ahora. Ha pasado mucho tiempo desde
la última vez que sentí el calor de esta agua. Incluso ahora no me parece
diferente.
—No entiendo.
La cogí sin dudarlo. Su suave palma se apretó contra la mía mientras sus
dedos se aferraban a mí y lo único que sentí fue su habitual frío.
—Esa es una buena pregunta. Una que solo puede ser respondida por mis
suposiciones. La maldición me alteró de muchas maneras y ésta es solo una
de ellas. Estoy frío. Siempre.
Solo pensarlo me hizo castañetear los dientes. Tiré de Marius más cerca
disfrutando del repentino shock que salpicó su cara. Su fuerte pecho contra
el mío y me soltó la mano, sujetando las suyas alrededor de mi espalda.
Aunque el agua tibia me mantenía cómodo, no impedía el escalofrío de placer
que me recorrió los brazos y el cuello.
—Eres peligroso —dijo Marius, con una mirada rubí que me atravesaba—
. Tan peligroso que me temo que sabes utilizarlo como un arma.
—Bueno, tal vez no me mates —susurré, con la cara cerca de la suya. Los
labios a solo unos centímetros de distancia.
Los ojos de Marius pasaron de mi boca entreabierta a mi mirada
entrecerrada. Sentí su deseo de besarme, mientras sus manos se apretaban
en mi espalda, presionando mi cuerpo desnudo sobre el suyo. Separó sus
labios para igualar los míos y un gruñido bajo salió de su garganta,
cogiéndome desprevenido.
—No eres tú, Jak, sino yo. Me temo que me estaba alejando de mí mismo
por un momento.
—El hambre nunca hace acto de presencia tan pronto —dijo Marius,
estirando su cuello desde la izquierda y luego hacia la derecha—. Dame un
momento y debería calmarse.
Marius dijo una palabra que me congeló incluso dentro del agua caliente.
—Sangre.
Traducido por aryancx
Corregido por Roni Turner
Editado por Mrs. Carstairs~
Mi madre me había dicho una y otra vez que el cuerpo que se dejó para
que lo descubrieran primero los aldeanos estaba completamente desangrado.
Vacío. Un recipiente de solo carne y huesos. El sanador local había estudiado
los restos solo para encontrar cada vena y vasos sanguíneos secos, como un
pétalo bajo el sol. Sin embargo, el cuerpo no había sido rebanado, cortado o
apuñalado con una espada. Solo las múltiples marcas de pinchazos que
salpicaron el cuerpo de la víctima dieron evidencia de lo que le pudo haber
pasado.
—No te tengo miedo —le dije sin saber de dónde venía el comentario;
tampoco estaba seguro de si era verdad o no.
—¿De verdad deseas saberlo? —Marius bajó las manos y miró hacia arriba
lentamente, con gotitas de agua cayendo de sus pálidas pestañas.
La niebla del lago creó una pared entre nosotros que solo mi respiración
podía penetrar. Marius se quedó completamente quieto hasta que estuve
frente a él, mis manos alcanzaron su estómago duro bajo el agua. Se tensó
cuando lo toqué. Me estimulaba bajar mis dedos desde los montículos de los
músculos de su estómago hasta las suaves líneas que coronaban sus caderas.
No miré debajo de la capa azul, pero pude sentir que su virilidad estaba cerca
de donde mis manos se posaron.
—¿Tu plan es que pierda el control? Estás jugando con aguas oscuras, Jak.
—Te dije que no tengo miedo, Marius. —Dejé de trazar con las yemas de
mis dedos y empecé a recorrer su piel con mis uñas—. No me lastimarás.
Ahora, en este momento, o en el último día. Fue una promesa para él,
tanto como para mí. Sin embargo, esa noche tanto yo como Marius
enterramos los pensamientos del futuro. Hasta que ese destino fuese
demasiado grande para mantenerlo oculto.
—¿No es así? —Su mano se deslizó fuera del agua y alcanzó mi cuello. Era
tan grande que sus dedos se extendieron por toda mi mandíbula inferior.
—¿Eres valiente, Jak? —gruñó Marius con los ojos fijos en mi cuello. El
peligro provocó un escalofrío en mí. Trazó un camino hacia mi mandíbula
con su uña mientras su otra mano, me sostenía por detrás hasta que nuestros
pechos se presionaron. Estiré mi cuello, empujando mi barbilla hacia el cielo
para permitir que su toque recorriera completamente mi mandíbula de un
lado a otro.
—Bésa… me.
Su voz era baja y suave. El tipo de voz que me hacía agua la boca y me
dejaba las piernas temblando.
Ya había estado con hombres antes. Un par de veces. Por lo general, eran
encuentros rápidos detrás de mi casa en la madrugada, cuando estaba seguro
de que mi madre estuviera inconsciente. Esos momentos nunca significaron
nada. No después de haber terminado en un tiempo récord. Fueron
simplemente un escape que necesitaba. Pero esto… esto era diferente.
—Ya no tengo. —Mi voz era firme. Lo sujeté con fuerza con mis piernas y
tomé su barbilla con mi mano libre, levantando su rostro hasta que sus ojos
estuvieron frente a los míos—. Te deseo.
—Y yo te deseo a ti.
—¿Estás seguro? —Hubo una pausa—. Porque una vez que te entregues a
mí, tomaré… todo.
Debajo del agua, de repente sujeté su virilidad. Por fin. Era algo gruesa
para mi mano, tanto que no podía tocar mi dedo con el pulgar. Poco sabía de
su tamaño, pero eso no me detuvo. Lo deseaba, sin importar lo que tuviera
que ofrecer.
Él me deseaba.
—¿Confías en mí?
—Sí.
—Hay muchas cosas que todavía tienes que aprender sobre mí, Jak. —
Marius cerró la puerta de una patada detrás de él y caminó hacia la cama
hecha—. Permíteme mostrarte algunas de esas cosas ahora.
Mis mejillas se calentaron al pensarlo. Era el más grande que había visto
jamás, mucho más grande que el hijo del panadero o el hermano de mi mejor
amigo de la infancia.
—Quiero adorarte —dije, agarrando las sábanas. Fue todo lo que pude
hacer para evitar que mis manos lo alcanzaran.
—Eso evitará que muerdas —gruñó, frotando sus manos por mi espalda
y trasero. Jadeé cuando abrió cada nalga con sus grandes manos. Cerré los
ojos mientras su pulgar rozaba el punto sensible en mi centro. Mi propia
virilidad palpitaba presionada contra la cama. No quería nada más que
agarrarlo, agarrarlo e instarlo a que se moviera más rápido. En el fondo, había
querido que este momento sucediera durante días. Ahora que estaba aquí,
no podía esperar para comenzar.
Marius tiró el frasco de vidrio. Se hizo añicos en el suelo bajo sus pies,
completamente vacío. Todo el lubricante ahora se deslizaba por su verga.
Todo lo que pude hacer fue soltar una serie interminable de gemidos
satisfechos.
Fuimos uno.
—Aquí tienes —dijo, girándome sobre mi espalda una vez más. Sin
esfuerzo, me levantó de la cama, mientras permanecía profundamente
dentro de mí. Agradecí su grosor por eso. El hijo del panadero apenas podía
moverse sin que se le saliera la verga en innumerables ocasiones.
Marius aguantó mi peso, todo sin sudar. Envolví mis piernas alrededor de
él, dejándolo tomar el choque por debajo de mi trasero. Ahora de pie, se
movió hacia la pared de la cámara, presionándome contra ella para mayor
seguridad.
Sabía que se acercaba el final y estaba listo para ello. Solo saber que le
hice sentir eso era suficiente para llenarme de placer.
Y lo liberé.
—Eso fue…
—Sabes que podría haberlo soportado —le dije, con los ojos difíciles de
mantener abiertos.
—No tengo ninguna duda de eso, Jak. —Marius se inclinó y depositó un
suave beso en mi frente húmeda—. Fui yo quien no pudo durar. No con lo que
me haces.
Mientras hablaba, su voz era suave. Podría haberlo empujado hacia mí.
Pero mis ojos se volvieron más pesados y era difícil mantenerlos abiertos.
Tuvimos sexo más veces de las que podía contar. Parecía que Marius tenía
un flujo interminable de energía que lo impulsaba a alcanzarme cuando lo
necesitaba. Y cuando sus manos no tocaban mi cuerpo, solo anhelaba que el
tiempo acelerara hasta que me encontrara una vez más.
Nuestro destino.
Fue un sobrio pensamiento. Uno que hizo que mis manos temblaran
violentamente. Había cruzado una línea con Marius, pero no me arrepentía.
Ni siquiera cuando el peso de mi destino cayó sobre mis hombros, lo que me
hizo más difícil recuperar el aliento.
Mis pies apenas hacían ruido mientras caminaba por el suelo del frío
aposento hacia la puerta. Incluso después de que salí de ella y la cerré detrás
de mí, casi esperaba escucharlo llamarme. Pero no lo hizo.
Me permití vagar por los pasillos y los corredores sin pensar. Sin
importarme a dónde iba. Al pasar por las grandes ventanas, me sorprendió
ver el cielo claro más allá. ¿Cuánto tiempo había pasado realmente?
Hice una pausa para mirar hacia afuera, contemplando el manto de nieve
fresca que se había posado sobre los jardines muy abajo. La densa niebla
todavía se aferraba con orgullo a los terrenos del castillo, pero la luz del día
rebotaba en la nieve, haciéndola increíblemente brillante para mirar.
Tendría que esperar al anochecer para ver la fase de la luna. Era difícil
saber qué esperaba ver cuando llegara la noche. Una parte de mí anhelaba
más tiempo. Otro sintió la necesidad de arrancar la espina de la herida y
terminar con esto. Antes de que cayera más profundo. Porque eso era lo que
estaba haciendo. Cayendo. Por él, la bestia, la criatura. Marius. Cayendo con
tanta fuerza que mis huesos probablemente se romperían con el impacto en
el último día.
Llegué al final del estante, pero noté que algo era diferente. Un espacio
que ahora estaba lleno.
Jak
Mi nombre.
Traducido por aryancx
Corregido por Roni Turner
Editado por Mrs. Carstairs~
No tenía sentido. Me dijo que escribió las historias mucho después del día
final de los Reclamados. Sin embargo, aquí estaba una historia con mi nombre
escrito en la primera página.
—Él no era mi Reclamado. Fueron los que le siguieron los que llegaron
con esa etiqueta. Jak fue... —Marius hizo una pausa, se llevó el puño cerrado
a la boca y se limpió el nudo de la garganta—. Jak fue la razón por la que tú y
yo estamos en esta habitación. Si no fuera por él, probablemente estaría
metros bajo tierra. Los restos de un anciano marchito, que había muerto de
vejez. En lugar de eso, me enamoré de él, como él se enamoró de mí. Y fuimos
castigados por ello.
—Pensé que era un castigo retorcido cuando llegaste, Jak. Hermoso Jak,
ven a recordarme mi ruina. Ven, justo cuando estaba empezando a olvidar,
para asegurarme de que no lo haría.
—El amor de mi vida. —Miró hacia arriba lentamente, con los ojos
entrecerrados y húmedos. Una lágrima se deslizó por su mejilla, cayendo
descuidadamente al suelo, a sus pies descalzos—. Éramos jóvenes e ingenuos.
Jak estaba comprometido, pero no nos importaba. Era egoísta al pensar que
alguna vez sería mío, y él era tonto al creer lo mismo. Cuando nos
descubrieron, fuimos...
—No lo sientas.
¿O fue más personal? ¿Más retorcido? ¿Un nombre usado como arma para
cortar a Marius cuando ya estaba en el suelo?
—Pero... —Me tragué las palabras, mordiéndome el labio con tanta fuerza
que el dolor era lo que se necesitaba para silenciarme.
—Me has servido una gran cantidad de armisticio, Jak. No puedo explicar
completamente cómo tu presencia me ha dado más paz mental de la que he
sentido en mucho tiempo. No te disculpes. Esto no es obra tuya.
—¿Hay alguien más como yo por ahí? Dime, Jak, pues has experimentado
más del mundo exterior que yo. ¿Has escuchado historias de otros que
anhelan la fuente de vida de uno?
Pero ahora, de pie ante Marius, que era producto de sus celos, me hizo
sentir un poco satisfecho. Sabiendo que murió, fue castigada de una manera
diferente a Marius. Pero aun así fue castigada.
Su magia.
—Soy un demonio.
—Fue Jak quien te ayudó a pintarlo. —Fue más una declaración que una
pregunta.
Su respuesta fue breve, una señal obvia de que no quería seguir hablando
del tema. Pero no pude soportar el silencio. Cada pausa en la conversación
tenía mi mente llena de culpa. Culpa por tener el mismo nombre. Culpabilidad
por el papel que tuve que desempeñar en esto.
—No tengo palabras sobre cómo describiría mis pensamientos por ti,
Marius. —Forcé una sonrisa en respuesta, mis labios temblaban levemente.
—¿Qué?
—Mi nombre. —Cuando volvió a abrir los ojos, se encontraron con los
míos. Como si un cable nos conectara, ese momento envió una emocionante
explosión de sentimiento a través de mi cuerpo—. Por favor, dilo de nuevo.
Me… me recuerda a la gran diferencia que hay entre tú y yo… por favor.
—¿Cinco días? —Me apoyé en los codos, haciéndome eco de lo que había
dicho Marius.
Imposible. Sabía que habíamos perdido tiempo el uno con el otro, pero
¿cinco días? Sacudí la cabeza. Eso no podía ser cierto.
—No por muchos años, pero sí. No los dejé entrar. Por miedo a lo que
podría haberles hecho.
—Estoy seguro de que está bien —le dije, pero no podía ignorar el tirón
en mi estómago. Se estaba volviendo difícil distinguir mis preocupaciones
unas de otras.
Su voz se volvía sedosa con cada palabra. Su invitación era para mí clara
y tentadora. Esto es lo que necesitaba, dejar de pensar en mi propia tormenta.
Él. Su tacto tenía formas de llevarme a mundos diferentes. Con él, en mí,
sobre mí, nada más importaba.
Se acercó aún más a mí, sus brazos se tensaron mientras cargaban con
todo su peso. Su rostro se acercó al mío hasta que se detuvo a un mero
milímetro de mi boca.
Con los días que pasaron, y la ausencia de Katharine, Marius cayó en una
oscura cueva de preocupación. Su estado de ánimo cambió por completo.
Para ser un hombre tan tranquilo, no dejó de moverse. Desaparecía durante
horas, a veces incluso tardes enteras, y volvía a meterse en la cama conmigo
antes de que llegara la mañana.
Balanceé mis piernas sobre la cama y presioné mis pies contra el suelo
frío. Por un momento me senté así, conteniendo un bostezo mientras
también luchaba contra las redes de hierro de la ansiedad que se habían
asentado dentro de mí.
¿Quizás había ido a darle la bienvenida a Katharine? Finalmente. Sin
embargo, en el fondo sabía que ese no era el caso. Su ausencia le preocupaba
terriblemente, y debe haber habido una razón para ello. No es que se
atreviera a decirlo en voz alta.
Había llamado mucho a Victorya durante los últimos días cuando Marius
me había dejado por largos períodos de tiempo. Ella se aseguraba de que
tuviera comida y bebida, aunque había notado que los suministros disminuían
a medida que pasaban los días. Explicado a partir de la falta de la visita de
Katharine. Sin ella trayendo comida de la ciudad, no había nada comestible
dentro del castillo.
—Esto no es nada comparado con lo que ha pasado antes, Jak. Este estado
de ánimo es una mera ola a las tormentas de marea que hemos soportado.
Pasará, y si Katharine no regresa, alguien lo hará en su lugar. Ha sido así desde
el principio.
Pero cuanto más había llegado a aprender, más profunda era la semilla
de la ansiedad que se sentía dentro de mí. Amenazando con florecer en un
retoño incómodo y devorador en cualquier momento.
—¿No puedes hablar con tus… los que esperan al otro lado del agua?
¿Pedirles que la localicen?
—Si Marius supiera la liberación que le puedes dar, él también estaría más
que emocionado por la idea. Lo he visto rogar para que su sufrimiento
termine. Créeme, no quieres experimentarlo.
—¡Ese no es el punto! —dije, más fuerte esta vez—. ¿Alguna vez has tenido
que matar a alguien a quien…?
⎯Olvidas que no fui bendecida con los años de vida como tú, Jak. No, es
tu respuesta. No he tenido que hacer lo indecible porque nunca me dieron la
oportunidad. Debes hacerlo —dijo.
—Sé poco de los de tu clase, solo que se creía que no deberían tener
acceso a la magia. Pero aquí estás. ¿No hay algún hechizo que puedas hacer
para averiguar qué está sucediendo con Katharine?
—Dime qué pasa. —Lo ignoré, dando otro paso más cerca de donde
estaba parado. Mirando por encima de su hombro, pude ver el tenue
resplandor de los pocos edificios que aún no habían cerrado por la noche.
Incluso desde mi distancia podía imaginar la taberna local y la bulliciosa
multitud que cantaba y bailaba mientras derramaba cisternas a una hora tan
tarde.
—Katharine… —gruñó.
—¡Katharine!
Sus ojos eran tan oscuros como la noche que nos rodeaba. Sus labios casi
no existían mientras silbaba y siseaba con sus colmillos. Marius estaba
encorvado, respirando pesadamente mientras me estudiaba. Vi el desprecio
en su mirada. Me estudió como si no me conociera.
—Marius, soy yo. —Mantuve mi voz tan tranquila como pude mientras el
miedo se desataba salvajemente a través de mí—. Soy yo.
Casi escuché los hilos de su chaqueta estallar cuando golpeó sus puños
contra su pecho. Dando un golpe tras otro.
—Ese era yo perdiendo el control. Pero cuando sale la última luna, no solo
pierdo el control. Eso sugiere que puedo encontrarlo de nuevo. Tú… No
puedo explicarlo.
—Tienes frío —anunció Marius, frotando sus manos hacia arriba y hacia
abajo en mis brazos.
No fue el frío lo que me hizo temblar, sino el sutil detalle de la cinta que
sostenía los pelos esquilados de Katharine en un paquete.
Lo había visto en el momento en que había dirigido mi mirada hacia allí.
Marius no mostró signos de darse cuenta de lo que tenía, ni lo señalé.
Tenía a Katharine.
Traducido por ~Kvothe
Corregido por Emma Bane
Editado por Mrs. Carstairs~
Levanté una mano, haciendo una mueca mientras bloqueaba la luz del sol
de mi mirada. Habían pasado semanas desde que había estado afuera durante
el día. Tomó un momento para que el resplandor blanco se asentara y mi
visión se enfocara en los terrenos cubiertos de nieve más allá del castillo.
Fue pura suerte que la puerta principal estuviera abierta. Tal vez Marius
ya no sentía la necesidad de mantenerme encerrado dentro. No con mi
conocimiento de que nunca podría irme. No hasta el fatídico final hacia el que
estábamos dirigiéndonos.
El frío del invierno se había asentado con orgullo sobre el castillo, sin
embargo, el cielo estaba sin nubes. Mientras caminaba por los jardines,
dejando el castillo detrás de mí, me derretí bajo el ligero beso del sol en la
parte posterior de mi cuello.
—¡Basta de juegos, dime lo que has hecho! —No era una pregunta sino
una demanda.
—¿Por qué no matarlas a los dos? —Mantuve mi rostro tan recto como
pude, sin querer delatar la agitación interna que galopaba a través de mí—.
¿Por qué detenerse en una cuando podrías haberlas tomado a ambas? Te
ruego que me digas, Madre, cómo te abstuviste de cometer actos aún más
monstruosos.
—Porque soy lo suficientemente inteligente como para ver que eres un
fracaso. Y cuando mueras, y él se libere de su contención, necesitaré algo, o
alguien, para usar como palanca contra su inminente alboroto.
—No lo haré… —No pude terminar lo que tenía que decir ya que las
palabras salieron sin pensarlo. Fracasaría. Madre tenía razón. No podía matar
a Marius. Ya sin importarme esta ilusión que había mantenido, hice la
pregunta que había anhelado saber durante días—. ¿Fue tu idea ponerme el
nombre del chico que una vez amó?
—Esa criatura no amaba nada más que sus propios deseos. Y para
responder a tu pregunta, lo fue. Poético, ¿no crees?
—Me das asco. —Me incliné sobre el tazón, gruñendo a la mujer a través
del agua—. Moriré feliz sabiendo que nunca experimentarás el poder que
tengo. Si me mata, se llevará el legado con él. Y por lo que ha advertido, tu
clase será la primera en ser sacrificada.
—Chico sin valor. Y si, por cualquier casualidad, lo logras, quiero que
entiendas que no tendrás un hogar al que regresar. —Toda la cara de Madre
se relajó por un momento, una suave sonrisa elevaba sus labios afinados—. A
menos que nos traigas su cabeza, eso es.
No tenía nada más que decirle, pero sentí la necesidad de apuñalarla por
última vez con mis palabras afiladas con cuchillos.
—Si yo no puedo detenerlo, no tienes ninguna posibilidad, sin importar la
garantía que tengas por encima de él. Nos vemos en el inframundo… Madre.
Todo lo que podía hacer era quedarme inmóvil, había una marca
carbonizada en el suelo donde una vez había estado el tazón. El humo se
enroscaba en el aire frío a mi alrededor. Mi respiración estaba pesada y mi
mente empapada.
Cerré los ojos, sin molestarme en limpiar las rayas húmedas de mi cara.
Y yo sería libre. Libre de Madre y de la carga que mi vida presentaba.
Apenas logré formar palabras juntas de forma correcta. Todo lo que salió
de mi boca fue una serie de murmullos y largos sonidos.
—Estás vestido —anunció Marius, tirando de la camisa en mi espalda—.
Pero la última vez que te dejé, estoy seguro de que tu cuerpo estaba expuesto.
—No.
Marius rio, los dedos se movían tan preciosamente como una araña
tejiendo una telaraña. Botón a botón deshizo la camisa sin necesidad de estar
parado frente a mí, todo mientras todavía yacía a mi lado, su respiración
pesada pinchando la parte posterior de mi cuello.
Había algo diferente en él. Cómo sus manos, aunque suaves, parecían
apresuradas.
Urgente.
—No hay nada más importante que deba hacer —respondí, aceptando su
propuesta sin decirlo claramente. Parte de mí se sintió mal por hacer esto.
Guardando la piedra de la destrucción dentro de mí. ¿Realmente importaría
una noche más antes de que finalmente lo arrojara, rompiendo el castillo de
vidrio dentro de Marius?
Marius me dio la vuelta para enfrentarme a él, con suficiente fuerza como
para completar el movimiento sin mi necesidad de ayudar. Nos enfrentamos,
con las narices muy separadas. Su mirada no se despegó ni un solo momento
de la mía. Yo era todo su foco, y él era el mío.
Una noche más de paz. Fue una promesa para mí mismo. Una y otra vez
lo repetí en mi mente mientras lo tomaba de la cara. Su rostro guapo y
perfecto.
Alcancé los mechones de blanco cabello suelto que caían sobre sus ojos
rubí. Aferré su cara con mis manos mientras empujaba el cabello fuera del
camino.
—Eres la criatura más guapa en la que he puesto mis ojos. —No parpadeó
mientras hablaba. No miré hacia otro lado. Sus labios apenas se movieron
cuando anunció sus pensamientos en voz alta.
—Como lo eres tú. Si eres la última persona que veo, no sería terrible. No
has visto a los otros que he soportado en casa. Tú eres… diferente.
Marius guiñó.
Separó los labios para responder, pero yo lo silencié con un beso. Temía
que si hablaba me desmoronaría por completo. Entonces, como la
descendencia egoísta que mi madre había elaborado tan perfectamente,
enterré el sentimiento y me perdí con Marius.
Marius sonrió, exponiendo sus dientes, levantó ambas manos y las puso
detrás de su cabeza.
Una vez que me alejé, su cuello estaba tan rojo como sus ojos anchos y
hambrientos.
Desde su cuello, pasé mi lengua por su pecho. Tan cerca admiraba los
tenues pelos que cubrían su piel, tan plateados como los que cubrían su
cabeza. Alrededor de su pezón había un círculo de pelos más oscuros, muy
parecido a la sombra de pelos que coronaban su polla. Lamí alrededor de su
pezón hasta que se endureció, pasando al siguiente mientras mis manos se
mantenían firmes en sus grandes y tensos brazos.
—Ah, ah, ah. —Su voz era ronca y profunda mientras ordenaba—: No te
detengas ahora. Continúa.
Marius llevó sus dedos mojados a mi boca abierta y los frotó sobre mis
labios.
—Mantente mojado.
—Eres tú quien merece ser silenciado. —Con eso mi cabeza fue guiada de
regreso a su palpitante hombría hasta que la punta de la misma llenó mi boca
una vez más.
Esto era lo que necesitaba. Un tipo diferente de paz que el sueño nunca
podría regalarme.
Se movía con una velocidad tan antinatural que de repente estaba en mis
manos y rodillas, ya no mirándolo, sino mirando la ropa de cama debajo de
mí.
Sus manos se aferraron con más fuerza, los dedos se clavaron en mi piel
mientras trazaba líneas por mis piernas y sobre mi culo. Miré hacia atrás para
ver sus ojos anchos y sin pestañear casi completamente oscuros.
Mi respiración se aceleró.
—Hazlo.
Un gruñido bajo y retumbante fue emitido por Marius, pero estaba
demasiado nervioso para abrir los ojos y mirar. Esperaba que su boca
encontrara mi cuello o muñeca, un lugar en el que mis venas brillaban azules
en mi piel. Pero su beso encontró mi trasero y me derretí debajo de él.
No. Pero por un breve momento entendí que lo sería si él así lo deseaba.
Lo decía en más formas que solo esta sesión de sexo. No quería que esta
estancia terminara. Que llegara el día final y trajera consigo la muerte. Si
pudiera hacer que el tiempo me tragara por completo, lo haría.
Fue lo primero que dije después de que Marius terminó dentro de mí.
Tenía la mano presionada contra la parte inferior del estómago, sintiendo lo
delgado que me había vuelto desde que salí de casa. Durante los primeros
días comí hasta la saciedad. Pero parecía que la comida se había vuelto menos
importante ahora.
Era tan pronto. Y estaba tan seguro que apenas respiraba antes de
responder. Nunca antes había sentido el deseo de recuperar algo tan
ferozmente. Tiempo. Con el poder que mantenía encarcelado dentro, era el
único concepto que no podía controlar.
—La palabra bueno nunca se acercará a describir lo que eres para mí.
Eres mucho más que un buen momento. He tenido muchos de esos. Pero tú,
Jak, eres algo completamente diferente.
—Lo eres. —Su mano rozó mi estómago que se tensó bajo su toque frío.
—No, Marius. Soy diferente. Diferente a lo que crees que soy, y no puedo
seguir fingiendo. Ya no tiene sentido mi mentira.
No alcancé su mano para sostenerlo, no importaba cuánto anhelaba
hacerlo.
Levanté una mano ante nosotros. Los ojos de Marius se fijaron en ella.
Llegué muy lejos dentro de mí a la espiral de fuego que esperaba mi llamada.
Y respondió. Llamas rojas profundas hacían cosquillas a través de mí.
—Yo…
—Tú… me engañaste.
—No, sí, Marius, déjame explicarte. —No podía aferrarme a un solo hilo
de claridad.
Marius apretó las sábanas con un puño, las venas azules sobresalían de
sus brazos bajo la tensión.
Una palabra, eso era todo. Era todo lo que podía evocar, pero suficiente
para apuñalarme en el estómago.
—No mantengo ese tipo de poder sobre ti. —Cada palabra que me dijo
se sentía como si otra roca hubiera sido lanzada a mi alma, cada una dejando
una cicatriz a través de mi piel como un recordatorio—. Estás en tu derecho
de confiar en mí o no, pero no solo he aprendido más sobre ti, sino también
sobre mí. No quiero lo que mi aquelarre desea. Si me matas ahora, o durante
la noche final, no me importaría.
Podía haberle dicho que no era mi deseo. Repetirlo una y otra vez, pero
la mirada en su rostro me decía que era muy tarde para eso. Él no confiaba
en que no era lo que yo quería. Ni lo culpaba por ello.
—Para evitar que fueras libre —dije con la voz entrecortada, bajando la
mirada hacia mis pies.
—Nunca supe…
—No importa, ¿verdad? El daño está hecho sin importar qué nombre
tengas. No importa cuáles sean tus intenciones. ¿Cómo supieron de Katharine?
¿Les informaste de su intromisión y supiste desde el principio que ella sufriría
el precio?
—Marius, yo no tuve nada que ver con Katharine. No le habría hecho eso.
Madre me dijo que Katharine había sido descubierta alimentando a su propia
madre con tu sangre. Eso fue lo que llevó la atención sobre ella.
Marius se volvió hacia la puerta y caminó hacia ella. Quería llamarle para
que no se fuera. Para suplicar, exigir, rogarle que se quedara conmigo.
Pero con cada paso que se alejaba, sentía que mi alma se partía. En el
momento en que me dejó, solo, con sus palabras de advertencia haciendo eco
entre nosotros, temí que nunca sería capaz de reconstruir mi alma.
Había dejado las cortinas abiertas y me giré para ver el tinte rosado que
se extendía por la forma de la luna llena. Cada vez que miraba esperaba ver
una media luna blanca. Pero su coloración era una señal que conocía bien.
Me moví por el castillo, más una cáscara que un chico, sin apenas fijarme
en lo que me rodeaba. Fui a través del comedor, hasta la puerta que me
llevaría a las fosas, muy por debajo de donde me encontraba. A él.
Avancé por el siguiente pasillo, chocando sin cuidado con la pared que
giraba y se retorcía. Aquí no había luz y no conjuré una llama para ayudar.
Avancé hasta que el camino terminó. No necesitaba luz para saber que
había una puerta ante mí. Cubierta por completo de cadenas. El candado a mi
lado. Manteniendo algo dentro, en lugar de fuera.
Pero no fue esa visión la que hizo que una descarga de desprecio
recorriera la capa entre mi piel y mis músculos.
Una tapa de ataúd abierta que revelaba su contenido descansaba ante mí.
Desde mi posición podía ver el brillo de una piel pálida acurrucada en un
lecho de sábanas de seda rubí. Di un paso hacia él, con la mano en el pecho,
sintiendo el violento golpe de mi corazón en su interior. Marius dormía, como
un niño mimado con material oscuro. Parecía tan tranquilo. Sus brazos
cruzados sobre su amplio pecho, apenas con espacio para moverse si
quisiera.
Me llevé su mano a la boca y apreté mis labios contra ella. Las lágrimas
empaparon mis mejillas y mi barbilla. Tenía un frío terrible, pero me aferré
a él con firmeza, su sensación familiar era bienvenida cuando lo único que
deseaba era que él también me abrazara.
Era una nota. Escrita con las curvas familiares que Marius había escrito
en los innumerables libros de su estudio.
El poco sueño que tuve no sirvió para despejar las telarañas que se tejían
de hueso a hueso, y vena a vena.
Volví a escuchar con atención el ruido, sin saber se era una ilusión de una
pesadilla ya olvidada. Todo lo que podía oír era el latido de mi propio corazón
frenético y la respiración superficial. Pero entonces volvió a ocurrir. Una risa
que parecía temblar en las mismas sombras de la habitación. Venía de aquí,
pero también de muy lejos. Un ruido imposible de precisar.
Sin importar si había sido entrenado para este momento, eso no impidió
el completo miedo y el pánico que me acribillaban.
—Jak. —La voz era una sinfonía al pronunciar mi nombre—. Jak, estoy
hambriento, Jak. Muy, muy hambriento.
Siguieron más momentos de silencio que no fue roto por su voz. No. Fue
un arañazo de clavos contra la madera. El sonido era tan incómodo que me
picaba la piel y la enfriaba con el sudor. Marius estaba al otro lado de la
puerta, sus uñas como cuchillas contra la puerta atrincherada.
«No. Concéntrate».
—Pensé que tardarías más que esto. —Parecía más alto, pero torcido. Y
su tono era casi… decepcionado, su labio inferior haciendo un ligero puchero
mientras me miraba—. Sería crudo admitir que esperaba más de una
persecución. Lo has hecho demasiado fácil.
Esta era la criatura que esperaba durante mis años de preparación. Y él
estaba lejos del hombre que había llegado a conocer. A amar.
Este ser ante mí era retorcido y oscuro. Su rostro no era suave, sino
afilado y arrugado con líneas. Su lengua, la misma que había explorado cada
centímetro de mi piel, ahora lamía hambrienta sus pálidos y casi inexistentes
labios.
—Yo no te invité a entrar —dije, forzando todo valor en mi tono que pude
reunir.
Me escabullí hacia atrás hasta mi espalda, una vez más, presionada contra
mi barricada. No podía estar aquí. No así. Su presencia arruinó los siguientes
pasos de mi plan en un solo y horrible momento.
—Te has quedado sin palabras… eso te favorece. —Mi labio se curvó
hacia arriba—. Si esto es lo que me advertiste, no me asustas.
Marius abrió la boca para responder, pero fue silenciado cuando mi poder
se abalanzó sobre él.
Preso del pánico, me levanté y corrí hacia el agujero que mi poder había
creado. Apenas me importaba mientras me agarraba del alféizar de la ventana
cubierta de cristales y me asomé al suelo más abajo.
Pero no lo vi.
Todavía no.
—Parece que te has perdido una importante lección —le grité, agitando
mi mano cubierta de fuego como si fuera una espada.
—Esa fue una lección que debí saltarme. —Su uña bajó desde mi cuello
hasta la clavícula. No pude evitar inclinar la cabeza mientras recorría mi piel—
. ¿Por qué no te defiendes? —Su voz era de acero aterciopelado, suave pero
afilada.
—Ardes con fuerza, pero mantienes tus llamas a raya. Siento que me
deseas. ¿Es por eso por lo que mantienes tu poder contenido? Si no vas a
luchar contra mí, entonces déjame tener lo que deseo…
Apenas registré cómo las llamas goteaban de mis manos aflojadas como
agua. El viejo suelo siseó cuando las lenguas de fuego hambriento se
apoderaron de la madera muerta. Parpadeé, lentamente, mientras la
habitación se iluminaba con las crecientes llamas de fuego.
—Dilo más alto —gruñó, con la voz vibrando contra mi piel mientras
presionaba sus labios en mi cuello—. Entonces quizá te escuche.
Luché contra mi propio razonamiento. Sería fácil ceder. Cerrar los ojos y
ver el final.
—Para —dije de nuevo, levantando las manos ante mi cara. El fuego bajó
hasta mis muñecas mientras su luz inoportuna se clavaba en mi mirada.
Había huido.
«Por ahora».
Pero opté por ignorar la idea y dejé que se dieran un festín por la
habitación hasta que el fuego me persiguió cuando finalmente abandoné mi
peligroso escondite.
Marius.
Miró el castillo detrás de mí, con los labios crispados mientras estudiaba
su destrucción.
Me aferré a sus manos y le di un golpe con las piernas, preso del pánico.
Sentía como si mi cabeza fuera a explotar bajo la presión, ambas manos
empujando hacia dentro mientras me levantaba del suelo. Todo lo que podía
hacer era gritar, incapaz de aguantar la respiración mientras luchaba por
zafarme de su agarre.
—Eres mío. —Su siseo apagado apenas se registró mientras le daba una
patada. Marius no se inmutó ante ningún golpe. El dolor vibraba a través de
mis pies, sintiendo como si mis huesos fueran a romperse. Pero no me detuve.
Le clavé las uñas en las manos y los brazos, e incluso le golpeé la cara.
Todo ello sin que él se inmutara. Ni siquiera cuando las profundas gotas de
rubí florecieron bajo los cortes que dejé en su cara. Solo su lengua escapó de
su boca firmemente cerrada para lamer la gota que se atrevió a caer cerca de
ella. Ante mis ojos las marcas se curaron, la piel fresca se unió hasta que su
rostro volvió a ser perfecto. Intacto.
No pude murmurar una palabra mientras sus manos apretaban más fuerte
cada lado de mi cara. Sentí que mis pómulos gritaban bajo su contacto.
Mirando a la figura que se cernía sobre mí, deseé que mi visión se calmara.
—¿¡Por qué!?
—Ella, tú. ¿Realmente importa quién tensó la cuerda del arco o quién creó
la flecha? Porque el resultado es el mismo. Y yo tengo hambre. Admito que
nunca he hablado tanto con mi cena. Normalmente gritan y se rinden a la caza
mucho antes de este punto. —Marius se detuvo ante mí, los sabuesos
vacilaban a su lado donde mostraban unos dientes amarillentos y serrados—
. Ponte de pie. Conoce tu destino.
—Me alimentaré.
«Fuego».
Desplegué los puños a ambos lados de mí, abriéndolos como una rosa en
primavera, brotes de llamas anaranjadas que se retorcían como advertencia.
«Aire».
Marius movió su peso para dar un paso adelante, pero yo recogí aire en
mis pulmones y lo solté lentamente, animando al viento que nos rodeaba a
fortalecerse en una barrera.
«Agua».
«Tierra».
La luz estalló ante mí, una ola de llamas que brotó de mis manos y creció
hasta convertirse en un monstruoso muro entre los sabuesos y yo. Vertí mi
desesperación en el elemento, haciendo que el calor se intensificara y el muro
de llamas ardiera de forma salvaje y abrasadora. Casi esperaba que las
criaturas pasaran directamente a través de ellas. Como la oscuridad a través
de cortinas desgastadas y llenas de agujeros. Pero sentí que los cuerpos de
sombra siseaban y parpadeaban fuera de la existencia al encontrarse con mi
poder. Ni un solo pelo pasó con éxito a través de mi barrera. Los devoraba
por completo. La luz acabó con la oscuridad. El calor destruyó el frío toque
de la muerte.
Ya no podía ver a Marius más allá del muro de llamas, pero lo percibía. En
el fondo de mi mente sabía que podía dejar que el muro cayera sobre él y
sería, como sus criaturas, destruido. Como un canto de súplica, casi cedí a
ello. El poder tenía una mente propia. Percibí su hambre como aquella de la
que hablaba Marius.
El mundo volvió a estar oscuro de repente. Solo el fuego que ardía dentro
del castillo proporcionaba luz. Mis manos estaban vacías y mundanas
mientras observaba el vacío ante mí.
Solo yo y la oscuridad.
Antes de que pudiera gritar en la oscuridad más allá de mí, con pánico de
que mi poder lo hubiera alcanzado, una fuerza de la sombra me golpeó en el
estómago. Me tiré al suelo, girando el cuello y el pecho con la esperanza de
que eso me ayudara a mantener la respiración.
—Así que somos tú y yo. Has conseguido lo que querías, ahora es mi
turno de jugar mi parte.
Otro golpe de poder chocó contra mí, esta vez tirándome al suelo
empapado. Mis manos tantearon patéticamente para suavizar la caída, pero
fracasaron estrepitosamente.
Aspirando una bocanada de aire, Marius me tapó la boca con una mano
para evitar que exhalara. La ráfaga de aire que entró en mi pecho que me
quemó por dentro, una energía que necesitaba escapar y que invadió mi
interior.
Marius no volvió a hablar, sino que inclinó su boca partida hacia la curva
de mi cuello. No hubo lucha, ni patadas, ni puñetazos, ni fuerza que pudiera
reunir.
Así que hice lo que él anhelaba hacer y mordí su piel. La carne de su mano
era dura, pero pronto se rompió ante mi desesperación. Un chorro de sangre
fría lleno mi boca, amenazando con ahogarme. Sabor a cobre y, algo dulce,
como la miel. Explotó en mi boca, recorriendo mi lengua y mejilla como si no
tuviera más remedio que devorarla.
No esperé a ver hacia dónde se lanzaba Marius. Me levanté del suelo una
vez más, mojado por su sangre y salí disparado.
Corrí hacia la barrera del borde del castillo, lanzando a ciegas mis manos
libres detrás de mí, ordenando que el suelo se dividiera, que el aire gritara y
que la lluvia se convirtiera en fragmentos de cristal helado, en mis intentos
de alejarlo de mí.
No me detuve hasta que la barrera estuvo ante mí, el final invisible del
castillo y donde comenzaba el mundo de más allá. Solo me detuve cuando
colisioné con la superficie ondulante de la barrera, golpeando los puños con
pánico y urgencia contra ella.
—No hay lugar para correr. Ningún lugar donde esconderse. Jak, no serás
capaz de mantener esto. No por mucho tiempo. Tienes poder, suficiente de
las brujas hambrientas que habían permanecido vacías desde que se lanzó la
maldición. Pero incluso tú tendrás tus límites. Y estoy listo para descubrir
dónde comienzan. Y terminan.
Traducido por Helkha Herondale
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Mrs. Carstairs~
Le arrojé todo lo que tenía. Cada gramo de magia y energía. Con cada
aliento rápido y delgado, comandé a los elementos como mis soldados. Mi
guardia. Y escucharon, de buena gana. Descargas de viento, fuego y agua. El
tiempo se me escapó de los dedos mientras perdía la capacidad de pensar en
cualquier cosa que no fuera mantenerlo lejos de mí. Fue fácil al principio,
manipulando la emoción que se agitó dentro de mí, alimentando a los
elementos mientras rabiaban como mi protección. Todo mientras mi espalda
estaba presionada contra la pared de sombras manteniéndome lejos a mí y a
él, de dejar este lugar maldito.
Observé con horror cómo la piel del rostro de Marius se derretía como
una ola de llamas corriendo a través de él. Fue un momento de cansancio. Un
lapso en mi juicio ya que no evité que el elemento le hiciera daño. Todo el
control se me escapó de las manos mientras miraba, un grito áspero
resonando entre nosotros, mientras el fuego devoraba su piel.
Quería llamarlo por su nombre, pero mi voz era una confusión de ásperos
graznidos. Mi garganta estaba tan seca que cada inhalación y exhalación
parecía alentar una sinfonía de cuchillos para cortarla.
—La próxima vez quemará a través del hueso. —No creía mi propia
advertencia, y por su sonrisa intensificándose, tampoco Marius.
Marius miró hacia arriba, entrecerrando los ojos hacia el cielo brillante.
Una mueca de dolor le cruzó la cara. El rojo penetrante que llenaba el cielo
era ahora rosa, embotado por el azul del amanecer.
—Ahh —suspiró Marius, sus ojos oscuros bordeando todos los lados
menos los míos. No podía hacer nada contra su agarre. No mientras mi cabeza
palpitaba, anhelando aire. Pero su dominio impidió que eso fuera posible—.
Se ha perdido suficiente tiempo.
Cerré mis ojos, la chispa de esperanza se extinguió cuando su boca se
cerró en torno a mi cuello. Su lengua se encontró con mi piel primero,
lamiendo ásperamente el corte que su uña me había hecho. Quería
encogerme al sentir todo su cuerpo temblando de emoción.
Esto era todo. Había tratado de prolongar este momento, esperando mis
propias razones egoístas de que vería la mañana y pasaría esta fatídica tarde.
Mientras sus colmillos presionaban mi piel, sentí un hilo de calma que me
invadía.
Solo… alivio.
Creí haber sentido miedo antes de este momento. Pero una nueva
puñalada de horror se enterró en mí al darme cuenta de quién era la que
hablaba. El sentimiento era como beber agua tras vino, en ese momento, mi
atención y comprensión volvieron a la realidad.
—Madre.
No podía darme la vuelta para ver la verdad detrás de mí, estaba más allá
de mi barrera. No cuando el agarre de Marius en mis muñecas se apretó. El
rugido retumbante se profundizó mientras él siseaba hacia aquellos que
estaban más allá de mi vista. Con un tirón fuerte me dio la vuelta,
obligándome a pararme frente a él, con un brazo alrededor de mi cuello,
manteniendo mi cabeza en alto, y con la otra alrededor de mi cintura. Me
sentí como un cordero perdido, atrapado entre las espirales de una serpiente,
mirando a un depredador mayor a lo lejos.
No era solo Madre quien estaba más allá del ondulante muro de sombras.
Las figuras encapuchadas del aquelarre estaban con ella, cada una
sosteniendo antorchas encendidas y otras con objetos relucientes con
extremos puntiagudos.
Madre hizo una mueca cuando admití en voz alta el resultado que estaba
a solo unos momentos de distancia. Estaba listo para el final tan
desesperadamente como Marius estaba listo para el festín.
Se inclinó, el aliento frío me hizo cosquillas en el cuello una vez más, luego
habló.
—Acaba con él, pero perdona el regusto del fracaso cuando hayas
terminado. —aulló Madre desde su posición más allá de la barrera debilitada.
Marius mantuvo su boca flotando sobre mi cuello mientras hablaba de
nuevo pero su agarre en mí se suavizó, suficiente para que yo lo sintiera, pero
no para que Madre lo viera.
—Soy yo.
Marius exhaló su siguiente susurro. Las palabras fueron ásperas como una
cuchilla, afiladas y al mando.
Caímos por el suelo pavimentado, rodando sobre las ramas mientras ella
trataba de empujarme lejos de ella. Pero me convertí en peso muerto para mi
propia sorpresa y confusión.
—Defiéndete.
—Tomaría tus próximos pasos con cuidado… —le dijo Madre a Marius,
pero su mirada no se apartó de la mía. Ni siquiera para parpadear.
Quería gritar por Marius mientras la hoja que se ocultaba en los pliegues
de Madre salió a la luz. El viento sopló en su cabello negro azulado, empujando
cada hebra fuera de su rostro de modo que era imposible no ver su expresión.
Líneas arrugaron su frente y estaba seguro de que estaba gritando.
Entonces nada.
Marius
Así que así era. Morir. La inconsolable muerte, algo que había deseado
para mí mismo más veces de las que podía contar. Por lo general, cuando mi
Reclamado moría por mi mano, todavía estaba en la disociación provocada
por la maldición. Pero Jak lo había hecho, me impidió alimentarme hasta el
amanecer. Había venido a sostenerlo en mis brazos, mis dientes rozando su
suave y acogedor cuello. Fue una dura sensación, como si de tirón me hubiera
despertado de una pesadilla, jadeando por respirar como lo haría un recién
nacido.
Un momento él estaba ahí, sus ojos suplicando a los míos a través de las
ventanas de su alma. Luego, como la llama de una vela, desapareció. Se
extinguió.
—Jak. —Registré las letras de su nombre. ¿Lo hablé yo? ¿O alguna persona
se atrevió a decirlo en voz alta?
No registré nada más que él. Ver su muerte calmó el hambre que rayaba
mi conciencia. Anuló la punzada del hambre. Como dentro de un caparazón,
mi respiración hizo eco en mis oídos, silenciando cualquier otra cosa a mi
alrededor.
Ella habló, la mujer cuyo agarre codicioso sostenía a Jak, con el cuchillo
todavía en su mano, chorreando sangre por el suelo.
—Estar encerrado todos estos años… siento que es por lo único que te
dejo mirar el amanecer en paz. Verlo en toda su gloria y saber que te
encontrarás con mi patético hijo en cualquier infierno que visites en el más
allá.
—Mátalos… —Leí sus labios más de lo que la escuché. La orden. Tal vez
dijo algo completamente diferente, pero todo lo que pude hacer fue pensarlo.
Matarlos. Matarlos.
Devorarlos.
Volví a mirar a la mujer que estaba por encima de mí, una estatua de
piedra tallada de odio.
—Te pareces a ella —le dije, con voz ronca y profunda—. Y a menudo
soñaba con lo que sería devorar su sangre después de que ella me maldijera.
Su expresión vaciló y separó la boca para escupir aún más odio. Pero esta
vez no la dejé.
En un abrir y cerrar de ojos estaba frente a ella, con los dientes clavados
alrededor de su cuello. Ella sangró libremente en mi boca. Succioné. Mucho.
Muchísimo. Bebiendo cada onza de ella mientras el calor de la mañana se
intensificaba.
Pero su fuente de vida me llenó de una fuerza renovada. Así que seguí
bebiendo.
—No sabe a ninguna de las dos. —Le hablé al cielo mientras la euforia de
la alimentación me tuvo cautivo en un momento de dicha.
Hice una mueca cuando más luz se unió al cielo; los primeros rayos de la
mañana por fin salieron a existencia.
Las ruinas del castillo ahora estaban vacías del fuego de Jak; habían
muerto cuando el cuchillo cortó su cuello. Solo quedaron espesos zarcillos de
humo, paredes grises y plateadas que se filtraban hacia el cielo.
En Jak.
Mi Jak.
Conmigo.
Quería rechazarla en voz alta, pero apenas logré negar con la cabeza para
ignorar su sugerencia.
Luego sus pequeñas, sucias y gastadas manos tomaron a Jak con cautela.
¿No me escuchó?
—Yo podría curarlo —le dije a Katharine—. Como te curé a ti. A tu madre.
Traerlo de vuelta.
—Los muertos no pueden ser curados. Solo los vivos. Se ha ido, Marius.
Lo siento.
—¿Funcionará?
—Por mi bien, y por el del mundo más allá de este lugar, eso espero.
Aprendí hace mucho tiempo que la maldición tenía sus raíces en la sangre.
Un desafío a la vida eterna que había que rellenar año a año. Pues mi sangre
era fuerza de vida, y no mía en absoluto. Eran los restos de cada Reclamado.
Con precisión, cada gota nunca pasó por alto la oscuridad que la
esperaba. Goteo. Goteo. Goteo. Sus labios estaban terriblemente blancos.
Goteo. Goteo. Goteo. Pasé mi uña más abajo en mi brazo en línea recta,
pidiendo más sangre para derramar. Goteo. Goteo. Goteo. Mi voluntad llenó
cada gota, llevando mi súplica profundamente dentro del cuerpo inmóvil y
rígido de Jak.
Goteo.
Goteo.
Goteo.
Sed. La sensación era intensa. Me golpeé la boca seca, sin pensar en nada
más que en los frescos chorros de líquidos que sacarían la necesidad de
beber.
Apretando una mano en mi vientre, cerré los ojos con fuerza, tratando de
concentrarme en el único sonido que podía entender.
Unos pasos se dirigían hacia mi ubicación. Con cada paso sus pisadas
crecían e intensificaban su sonido.
Una voz profunda respondió, con tonos exuberante que hacían vibrar la
oscuridad que me rodeaba.
—Pero eres libre. —respondió la voz más suave—. Puedes irte, Marius.
Marius. El nombre golpeó mi cráneo anulando la incomodidad y el dolor.
Mi dedo cayó de mi boca y bajó a mi pecho inmóvil mientras intentaba
concentrarme en su origen.
Mi mente era una tormenta, pero en el ojo de esta percibí que el nombre
que traía me reconfortó. Me calentó las entrañas. Enfrió mi garganta como un
trago de agua helada. El nombre, me calmó.
—No en el sentido de que hace tiempo que des… —La voz se detuvo.
Sucedió tan rápido que me sentí como si simplemente hubiera dejado de
escuchar. Pero percibí la presencia, su cercanía a mí mientras algo se unía a
la oscuridad que me rodeaba.
Cerré los ojos y me relajé en sus manos mientras él ahuecaba mis dos
mejillas. Cuando contestó, su voz se quebró y tuve la certeza de que una
salpicadura de humedad chocó con mi barbilla.
Habló tan rápido que era casi imposible asimilar realmente sus palabras.
Arrugué la cara y suspiré.
—¿Qué recuerdas?
Parpadeé, mirando hacia las sombras más allá de él. La sensación fue
como abrir una puerta que se había mantenido cerrada, su pregunta era la
llave que la abría.
—Lo siento, Jak —murmuró Marius, mirando sus manos que ahora
entrelazaban las mías y las sostenían—. Por todo.
—Jak. —Suspiró, con la pena y la culpa rodando por él—. No estás vivo, y
yo tampoco. Eres… eterno.
La vida.
Katherine nos esperaba muy atrás, pero el viento nocturno hacía llegar
su olor hacia mí. El olor de su dulce y deliciosa sangre. Lo anhelaba. Pero ella
estaba fuera de los límites. Marius lo había dicho cuando ella finalmente
irrumpió en su cámara en las entrañas del ahora arruinado castillo. Casi me
había lanzado desde el ataúd en desesperación por… alimentarme.
Eso fue lo que Marius había explicado, prestándome un sorbo de su
sangre que solo frenó la desesperación lo suficiente como para que no le
arrancara la garganta.
Si Marius no me sostenía, temía por ella. Por lo que anhelaba hacer. Pero
Marius prometió que la sensación pasaría una vez que me llenara por primera
vez.
Marius tiró de mi brazo, haciéndome girar para mirarle. Era más fuerte,
pero sentí que podía igualarlo con esta nueva fuerza. Era una de las muchas
diferencias desde que desperté. Yo era resistente. Mi oído y mi vista eran tan
agudos como los dos colmillos que presionaban la piel detrás de mi labio
interior.
—Eres Jak, mi Jak. —Todavía había pena en sus ojos por lo que me había
hecho, pero no sentí dolor ni odio por sus acciones. Solo… alivio. Antes de
conocerlo estaba igualmente atrapado por la maldición, prisionero del
destino en el que había nacido. Y ahora… ahora era libre. De mi madre cuyo
cadáver se estaba pudriendo en un lugar desconocido, un lugar que no me
importaba conocer. Marius había roto las ataduras de mi destino, al igual que
yo lo había hecho con él.
—No sabes lo que esto significa. Y yo tampoco puedo explicarlo. Fue una
tontería…
Debió de ser algo que dije lo que animó a que la hermosa pero mortal
sonrisa se extendiera por su rostro; sus ojos se iluminaron desde el interior
hasta las líneas de expresión en la frente.
—Por primera vez en mucho tiempo siento que mi historia puede quedar
abierta. Y contigo a mi lado, será mucho más fácil pasar la página.
Ella se salvaría.
—Jak, voy a seguir tu ejemplo. Ese es tu mundo, allá afuera, y este ha sido
el mío. Me siento tonto al admitirlo, pero creo que nunca tendría el valor para
dar el primer paso ahí fuera sin ti.
—Tomémosla… juntos.
Del autor bestseller Ben Alderson
viene una fantástica y ardiente
reinterpretación de Hades y Perséfone.
King of Immortal Tithe es un libro
autoconclusivo en el Universo
Darkmourn.
Gracias.
Trilogía The Dragori
Cloaked in Shadow
Found in Night
Poisoned in Light
A Betrayal of Storms
¡Gracias por leer nuestra traducción! No olvides seguirnos en
nuestras redes sociales para más información de libros y futuras
traducciones.