Está en la página 1de 260

La presente traducción fue posible gracias al trabajo desinteresado

de lectores como tú, es una traducción hecha por fans para otros
fans, por lo tanto, la traducción distará de alguna hecha por una
editorial profesional.

Este trabajo fue hecho sin fines de lucro, por lo cual nadie obtiene
un beneficio económico del mismo, por eso mismo te instamos a
que ayudes al autor comprando su obra original, ya sea en formato
electrónico, audiolibro, copia física e incluso comprar la traducción
oficial al español si es que llega a salir.

También te instamos a no compartir capturas de pantalla de


nuestras traducciones en redes sociales o simplemente subir
nuestras traducciones en plataformas como Wattpad, Ao3 y
Scribd, al menos no hasta que haya salido una traducción oficial
por parte de alguna editorial al español, esto para evitar problemas
con las editoriales.

Las personas partícipes en esta traducción se deslindan de


cualquier acto malintencionado que se haga con la misma.

Gracias por leer y disfruta la lectura.


La vida de Jak tiene un solo destino; romper la maldición o morir
en el intento.

La vida de Marius no tiene sentido; no desde que fue condenado a


convertirse en la retorcida criatura de la noche sedienta de sangre.

Durante años, las brujas han esperado su salvación, una forma de


devolver la magia que se sacrificó cuando se lanzó la maldición por
primera vez. Jak, un niño nacido con un poder que las brujas no
han visto en un siglo, es su salvador profetizado. El que debe matar
a la criatura, romper la maldición y restaurar la magia a su
aquelarre.

Enviado al castillo de la criatura como Reclamación final, Jak debe


acercarse lo suficiente para asestar el golpe final. Es para lo que se
ha entrenado durante toda su vida.

No todo es lo que parece cuando Jak descubre secretos y medias


verdades. La criatura no es la bestia inquietante que había sido
educado para odiar. Las emociones luchan a medida que se
descubren nuevos sentimientos. Porque, ¿qué es más peligroso
que el odio? La lujuria.

*Lord of Eternal Night es una novela independiente


autoconclusiva de romance gay, inspirada en La Bella y la Bestia...
con un toque adicional.
Amy ~Kvothe
aryancx Malva Loss
BLACKTH➰RN m_Crosswalker
Emma Bane Mr. Lightwood
Helkha Herondale Roni Turner

aryancx Malva Loss


BLACKTH➰RN m_Crosswalker
Emma Bane
Mr. Lightwood
Helkha Herondale
Roni Turner
~Kvothe

Ñ
Mrs. Carstairs~ Snakeinbooks BLACKTH➰RN
Capítulo 1 Capítulo 18

Capítulo 2 Capítulo 19

Capítulo 3 Capítulo 20

Capítulo 4 Capítulo 21

Capítulo 5 Capítulo 22

Capítulo 6 Capítulo 23

Capítulo 7 Capítulo 24

Capítulo 8 Capítulo 25

Capítulo 9 Capítulo 26

Capítulo 10 Capítulo 27

Capítulo 11 Capítulo 28

Capítulo 12 Capítulo 29

Capítulo 13 Capítulo 30

Capítulo 14 Capítulo 31

Capítulo 15 Agradecimientos

Capítulo 16 También por Ben Alderson

Capítulo 17
Kelsey, gracias por pasar horas de guardia conmigo mientras escribía este
libro de principio a fin. No podría haber hecho esto sin ti.
Ten en cuenta que esta novela contiene escenas o temas de relaciones tóxicas,
asesinatos, pérdida de miembros de la familia, muerte, abuso, manipulación,
ira, dolor/duelo, depresión, blasfemias, escenas explícitas, temas para adultos
y sangre/crúor.
Traducido por BLACKTH➰RN
Corregido por aryancx
Editado por Mrs. Carstairs~

El fuego se enrollaba alrededor de mis dedos mientras veía a la luna llena


alzarse por encima del castillo. Desde que había llegado el anochecer me
había sido imposible no apartar la vista de la monstruosidad de piedra y
mortero que parecía un edificio de juguete tan lejos. Ni siquiera el amistoso
calor del fuego conjurado podía mantener a raya el frío temor que se había
instalado, sin ser bienvenido, en mis huesos.

Había una ráfaga de nieve que se desplazaba alrededor del mundo más
allá de la ventana. El primer brote que venía como advertencia de las
condiciones más duras que le seguirían en los próximos días y semanas. No
ayudó mucho al escalofrío que recorrió mi piel.

Desde mi lugar en el alféizar de la ventana, podía ver perfectamente el


Castillo del Terror. Parecía que mi madre hubiera comprado esta humilde
vivienda solo por la vista. Una manera de recordarme mi deber. No es como
si la vista fuera un recordatorio que necesitara, no cuando diariamente, desde
que tengo memoria, me han recordado mi deber.

Cada día una preparación para este.

Aparté mi vista del castillo durmiente, rindiéndome en mi espera de que


las incontables ventanas brillaran con luz. Solo pasó durante el mes final.

Una señal de advertencia para el invitado al que pronto le daría la


bienvenida en sus habitaciones vacías.

Yo.

—Jak, te están esperando.

Hice un puño con la mano y las llamas desaparecieron. El fuego era mi


elemento más obediente, el que venía a mí con más naturalidad. Apartando
mi vista del castillo, miré a Lamiere que había asomado su cabeza por la
puerta del dormitorio.

—Y no pueden esperar ni un momento más —respondí.

Lamiere bajó la vista hacia el piso. Era costumbre respetar a tus mayores,
pero esa era una tradición gastada para los mundanos. Un brujo nunca se
inclinaba ante aquellos con más edad. Con la edad venía una falta de poder. Y
yo era el último de los nuestros, atado a la magia. Por eso me respetaban.

—Margery ha pedido que te unas al aquelarre para nuestro último círculo.


Teme que te retrases antes de la Reclamación.

Pasé mi lengua por los dientes y miré al leve resplandor de las velas del
corredor detrás de Lamiere.

—No puedo evitar sentir que me están corriendo. Si creen que voy a llegar
tarde en un día tan especial, entonces no me conocen en lo absoluto.

—Sabes que tu madre te tiene en alta estima… tiene buenas intenciones.


Puedo sentir su ansiedad por su separación inminente.

Odiaba el término que Lamiere usó. Madre. Me reí de ello, sabiendo que
la mujer frente a mí merecía más ese título.

—Tiene una forma terriblemente rara de mostrarlo. —Me moví a través


de la habitación, dándole un último vistazo. Nunca había dormido en ningún
otro lugar. Desde que tengo uso de razón, estas cuatro paredes han sido mi
guarida. Un lugar seguro. Pacífico. Estaba más preocupado por dormir lejos
de este lugar que por la hazaña que pronto haría.

—¿Me extrañarás, Lamiere? —pregunté, estudiando su expresión de cerca


mientras pasaba a su lado.

—Tanto que ya duele. —Lamiere presionó una mano manchada y


envejecida contra su corazón y la mantuvo ahí. Sus grandes ojos ámbar
brillaban con lágrimas honestas.

Suspiré, alcanzando su mejilla.

—Voy a volver. No te entristezcas.


—Eres un chico amable, Jak.

—Los chicos amables no son criados como asesinos.

Lamiere hizo una mueca.

—Tal vez no…

—Y, de todos modos, no soy un niño. Soy un brujo. ¿Madre no te ha


repetido eso desde en la mañana lo suficiente?

Lamiere rio a través de su hipido, su sonrisa volviendo a su arrugada cara.

—Me temo que tu humor es lo que terminará destruyéndolo finalmente.

—Hay peores formas de hacerlo —dije, tomando su brazo y enlazándolo


con el mío—. No te preocupes por mí, Lamiere. Sabes tan bien como yo que
estoy listo para esto. No creo que haya en esta vida o la siguiente alguien más
preparado que yo para cumplir una tarea.

—Esta no es una tarea simple, Jak.

—¿En serio? —Nos llevé fuera de la habitación, dejándola por última vez
en un tiempo—. Y yo que pensaba que era sencillo acabar con la vida del
Príncipe Eterno.

Era un nombre tonto dado a la criatura que vagaba por el castillo. Incluso
el nombre del castillo era conjurado por juventudes del pasado y del presente.
Castillo del Terror. Estaba seguro de que tenía un nombre real perdido,
olvidado en la historia. Al igual que la criatura atrapada en el castillo.

—No es una cuestión de risa —me regañó, sus pies arrastrándose por el
piso usado y alfombrado de nuestra casa.

—Si no te ríes, querida Lamiere, lloras.

Me detuvo a mitad de camino del corredor. Se escuchaba el murmullo del


aquelarre. Hablaban en susurros apresurados, reflejando la ansiedad interior
que tenía por la tarde frente a mí.
Ambos teníamos estaturas similares, cosa que le facilitaba sostenerme la
mirada. Madre decía que el resurgimiento de mi poder frenó mi crecimiento,
eso y el insolente humano con el que me engendró.

Pero no me importaba. Era una broma interna que compartía con


Lamiere, que fuera de la misma altura que la anciana. Lamiere se deleitaba
con ello.

—Prométeme que tendrás cuidado.

Desvié la mirada, incapaz de ver la preocupación en la suya.

—Estaré bien.

—No seas tonto. Es peligroso y no perdona. Nadie ha regresado jamás de


la Reclamación. Podrás tener ventaja con el entrenamiento y la preparación.
Pero allá afuera… —Señaló a la ventana lejos en mi habitación—. Es distinto
de aquí. Sé listo. Sé cauto.

—Hay una gran diferencia entre los noventa y nueve que me presidieron
y yo. —Alcé mi mano libre y moví mis dedos levemente. Chispas de fuego
crepitaron por mi piel mientras un viento fantasmal soplaba a través del
corredor, despeinando mi cabello suelto y castaño—. Yo tengo poder.

—Y él también. Están cortados por la misma tijera, Jak, solo sé cauteloso.

No pude evitar torcer mi labio ante la comparación.

—No somos nada parecidos.

El ceño de Lamiere se frunció mientras me observaba.

—Vamos, Jak, antes de que tu madre piense que has huido por la noche.
Es hora de que te despidas y recibas tus últimas bendiciones.

—No he desperdiciado mi infancia para huir a última hora.

La cara de Lamiere se frunció con enojo.

—Estás haciendo lo que se requiere para recuperar nuestro poder. Tu


vida y deber para con los nuestros es lo más valioso. Y eso, Jak Bishop, no es
un desperdicio.
Mientras yo podía invocar los elementos con un simple pensamiento, la
única habilidad que mis compañeros del aquelarre tenían era el arte de
mantenerse callados. Era una habilidad patética, pacífica, no como las que yo
dominaba. El último de mi especie en poseer el poder que hacía tiempo había
disminuido.

Era por eso que todos habían venido a darme su bendición final antes de
la Reclamación. Un momento en nuestra historia, la inclinación de la balanza
del destino.

Si tenía éxito, pronto compartirían el poder que hace mucho habían


perdido.

La habitación estaba repleta de ellos. Brujos. Quietos y silenciosos


llenaban el espacio, cabezas girándose lentamente para mirarme caminar
entre ellos. Mantuve el rostro en alto mientras el peso de incontables miradas
se asentaba en mí.

Lamiere se aferró a mí con dedos firmes y rígidos, pero no necesitaba su


toque para calmarme. Estos hombres y mujeres caerían con una única ráfaga
de viento conjurado. Podía sacudir la misma habitación y dejarlos yacer
encima de madera y piedra rotas.

No me inquietaban.

Pero la mujer en medio de ellos sí.

Su cabello negro azabache caía como ríos de sombra sobre sus hombros
estrechos. Todo en su rostro era suave. Desde el azul claro de su mirada hasta
la forma de botón de su nariz. Ella era una representación de la belleza. Tenía
una edad en la que se esperaba que tuviera arrugas en su piel de porcelana.
Pero se aferraba a la juventud aún más que yo.

—Te ves divino, hijo mío. Guapo. Uno que la criatura nunca ha visto. —
Criatura. El único nombre que se atrevía a usar para referirse a él—. La
artimaña perfecta.

Solté la mano de Lamiere, dejándola al borde del círculo.

—Madre. —Me incliné ante la matriarca del aquelarre y mi familia. La


única pariente que me quedaba.

—Déjame llevarte por última vez.

La multitud murmuró en aprobación.

—¿Tienes tan poca fe en mi regreso… Madre?

Apenas se estremeció ante mi mordida. Su dedo se deslizó debajo de mi


mentón y lo alzó, su uña clavándose en la piel.

—Ahora, hijo mío, sabes que no hay sitio para el fracaso. Tienes las
herramientas. Tienes la confianza en tus habilidades. Tú… tú sabes lo que
debe hacerse y cuándo.

Alejé mi cabeza de su toque, dejando su uña pintada flotar torpemente en


el aire.

—Será hecho.

Extendió sus brazos, sonriendo a la multitud que escuchaba.

—Restaurar nuestra grandeza. Romper la maldición que nos fue impuesta


cuando la criatura fue castigada por su… codicia.

Conocía bien la historia. Todos en esta habitación y en el pueblo vecino


lo hacían. Incluso aquellos que vinieron antes que nosotros. No necesitaba un
recordatorio ahora.

—¿Podemos no hablar de eso? —dije—. A diferencia de ustedes, tengo que


estar en otro lugar.

La risa afilada y entrecortada de Madre sonó dolorosamente.


—Con una actitud así, Jak, fallarás mucho antes de entrar por la puerta.

—No dejes que eso te preocupe. Puedo asegurarte que cumpliré bien con
mi parte. —Dicho eso sonreí, relajando la tensión de mi rostro. Mis labios se
suavizaron y mi frente se alisó. Era un acto… pero uno simple. Una cara que
había amaestrado por años detrás de un espejo—. He tenido años de
práctica… Madre.

Su vestido se deslizó por el piso de madera, atrapando polvo en la parte


de atrás de la tela mientras se alejaba de mí. Me quedé quieto, manteniendo
mi expresión alegre como si fuera una prueba para mí mismo.

—Tienes permitido llevar dos objetos durante la Reclamación. Objetos


que hemos preparado.

Hubo un tintineo metálico mientras se apresuraba a una mesa en medio


de la habitación. Su altar, a pesar de estar organizado, era un desastre de
reliquias, velas y frascos con hierbas.

Era riesgoso tomar cualquier cosa que me revelara como brujo ante la
criatura. Arruinaría todo el plan en un segundo si él encontrara una vela
grabada con las runas de Madre o un paquete de cartas del tarot en mi
posesión.

—Sentí que estos eran necesarios. No tendrás permitido dejar las tierras
del castillo. No durante la totalidad de la Reclamación, ni siquiera si lo deseas.
El ciclo de la luna será tu guía. Desde esta noche tendrás hasta la siguiente
luna llena. Solo cuando la luna sangre en la noche final harás lo que se necesita
de ti. Este tazón… —Del saco marrón jaló un objeto de latón. Lo
suficientemente profundo para un estofado o sopa, no había nada fuera de lo
ordinario en su diseño—. Puedes usarlo para prever el futuro. Tengo a su
componente hermano conmigo. Simplemente alcánzalo si necesitas nuestra
ayuda. O… coraje.

—No creo que coraje sea algo que vaya a necesitar.

—Jak, no te engañes. La criatura es embaucadora. Un diablo. Este ciclo


suyo ha sucedido por muchos años y ha perfeccionado su propia agenda. El
tazón está ahí para cuando lo necesites. No si lo necesitas.
Volvió a poner el artículo en el saco. Esperé a que revelara el objeto final
pero su mano salió vacía.

—¿Qué hay del otro?

—Ese lo escogerás tú. —Su mirada brillante me escaneó desde la cabeza


hasta los pies—. Quizás algún recuerdo del hogar sea ideal para que lo lleves
contigo.

Fruncí el ceño. No había nada en que pudiera pensar que fuera de esa
naturaleza. Nada salvo mis grimorios que tenía que dejar atrás.

—El tazón será suficiente —dije secamente.

Madre agarró la delgada tela que mantenía el saco cerrado y me lo pasó.


Me sorprendió lo ligero que se sentía.

—Entonces debes irte, hijo mío.

Repentinamente mis piernas fallaron. La escuché hablar, pero mi cuerpo


parecía ignorarla. Veintiún años habían llevado a esta noche. Este momento.
Ahora, mirando de frente la puerta de nuestra casa, había perdido la
habilidad de moverme.

Madre estaba a centímetros de distancia. Un soplo de salvia y madera de


cedro llenó mis fosas nasales.

—Estás listo para esto, Jak. Sé que lo estás. Ve, haz lo que se necesita
hacer. Y cuando regreses, tu nombre será recordado por una eternidad.

Presionó sus labios en mi mejilla y los mantuvo ahí. Debajo de sus manos
que agarraban mis hombros sentí su calor. Calor humano, vivo.

El último que sentiría en semanas. Sería la muerte quien me acompañaría.


Hasta que le diera libertad de su encarcelamiento. «Y del mío». O fallaba y sus
ataduras al castillo se romperían. Dejándolo ser libre para esparcir su
enfermedad por el mundo.

Su maldición era la cara opuesta de la nuestra. Con una que tuviera éxito,
la otra fallaría.
Mientras me guiaban a la puerta de entrada solo pude esperar haber
aprendido lo suficiente. Retener lo que necesitaba saber.

La puerta se abrió y con ello el frío entró en la casa. La nieve se


espolvoreaba por mis pies y cada vello oscuro de mi brazo estaba de punta.

—Después de ti… Jak. Él espera.

«Eso es todo».
Traducido por BLACKTH➰RN
Corregido por aryancx
Editado por Mrs. Carstairs~

Al igual que aquellos que miraban a través de las grietas de las puertas y
detrás de ventanas cerradas, yo también había sido culpable de la misma
intriga. Estudiando mientras los Reclamados anuales caminaban por las calles
de Darkmourn1 hacia los límites del castillo que lo coronaba. Pero mi interés
siempre fue académico. Ver cómo los Reclamados se manejaban mientras
caminaban, o eran arrastrados, hacia su condena. Solía preguntarme cómo
sería mi día. Supongo que, ahora que camino tranquilamente rodeado por el
aquelarre, no lo imaginé tan diferente de esto.

La única diferencia entre aquellos que veían mi proceso, es que estarían


aliviados sabiendo que era mi turno. El hijo de la misma mujer que escogió a
aquellos que fueron enviados antes de mí. Era el deber de nuestra familia
desde la primera Reclamación, escoger a qué niño se enviaría. Sabiendo que
un día terminaría conmigo.

Seguramente creían que esto era un justo castigo. Mi Reclamación llegó


mientras ellos miraban llenos de venganza o placer. Los sentimientos
regresaron diez veces a mi familia por parte de aquellos que habían perdido
a sus seres queridos en el sacrificio anual.

Excepto que yo sería el primero en regresar, poniéndole fin a la


maldición.

Me habían puesto un chal de lana sobre los hombros y con él una calidez
bienvenida.

—Esto te ayudará con el frío.

1N de la T. La traducción literal sería «Llantoscuro» o «Lamentoscuro», sin embargo, al ser el


nombre de una ciudad optamos por dejarla en su inglés original. Es una palabra compuesta
por dark (oscuro) y mourn (llorar, lamento, estar de luto).
Le agradecí a Lamiere con una sonrisa amable y sostuve la tela picante
cerca.

Fue idea de Madre llevar poca ropa. Exponer el brillo de mi piel a la luz
de la luna llena. Distraer a la criatura de mi llegada. Los pantalones que llevaba
estaban hechos de piel, lo que los hacía ondularse con cada paso hacia el
camino nivelado del castillo. La túnica hacía poco por cubrirme. Las mangas
eran dramáticas, un diseño holgado que escondía la ágil curva de mis brazos.
El cuello de la playera apenas tocaba mi cuello, como si fuera varias tallas más
grande de lo que debería. Exponiendo mi cuello a propósito. Elección de
Madre.

Si necesitaba calentarme una simple invocación de una llama detendría el


frío que hacía temblar mis huesos. Pero no podía usar mi poder. Todavía no.
No con el miedo de que la criatura viera desde las incontables ventanas que
cubrían el frente del castillo. Cada una ahora alumbrada con llamas naranjas.
Esperando mi llegada. «No puede saberlo». No hasta el día final, la hora final
donde rompería la maldición. Solo entonces me revelaría.

Darkmourn se conectaba al castillo con un puente de piedra antigua. Muy


por debajo de los abismos de roca porosa esperaban potenciales amenazas
para aquellos que tropezaban borrachos con el borde desprotegido. El viento
atravesaba el puente, silbando su canción mortal mientras lo hacía. Los
mechones marrones de mi cabello bailaron bajo su fuerza, ni una vez alcé la
mano para detenerlo.

Caminamos en silencio, bañados únicamente con el grito del viento y el


coro de las criaturas nocturnas que se atrevieron a merodear tan cerca del
margen del castillo. El lugar donde la maldición empezó. O terminó,
dependiendo del punto de vista. El hormigueo de las miradas de Darkmourn
se desvanecía mientras más nos acercábamos al castillo, dándole paso a otro.
El sentimiento era extraño. Una conciencia fría y ardiente de que alguien más
observaba. Un testigo invisible.

Alcé mi mirada hacia los altos muros del castillo, buscando su silueta en
las muchas ventanas. Cualquier señal de que estuviera observando mi llegada.
Hizo que distraerme del frío fuera mucho más difícil.

Demasiado enfocado en el sentimiento y el silencio, apenas noté que el


arrastre de los pasos había menguado hasta detenerse por completo.
—Aquí es donde te dejamos —dijo Madre, inclinándose y presionando un
beso en mis mejillas, sus labios cerca de mi oreja—. Recuerda ocultarte. Sé
listo. Sé cauto. Y vuelve como nuestro salvador.

—Sé lo que se requiere de mí —dije, mis dientes amenazando con


castañear mientras el frío me recorría—, Madre. —Se tensó mientras
mantuve mi voz firme, no respondiéndole en un susurro como ella había
hecho conmigo.

—Entonces puedes irte. —Su rostro se mantuvo congelado, sus labios


fijos en una línea delgada y blanca—. Toma tu posición como el Reclamado
de este año.

—Lo haré.

Mientras que el grupo que me había seguido se mantuvo atrás, Lamiere


estaba entre ellos y yo.

—Enviaré mis pensamientos como hechizos positivos, Jak. —Los


mechones plateados de Lamiere ondeaban en el viento, su capa aferrándose
a ella—. Cuando regreses prometo prepararte tu sopa favorita.

Me moví hacia ella, sintiendo que se me ablandaba el corazón


repentinamente, y puse una mano en el hombro de la mujer baja.

—Con esas promesas harás las próximas semanas dolorosamente largas.

Lamiere carcajeó, tallando la burbuja de moco que salió de su nariz con


la manga de su chal sucio.

—Que Ella te guíe.

Ambos miramos a la luna como si nos observara desde arriba.

—No me extrañes tan terriblemente, Lamiere. Voy a regresar.

Había algo en la forma que apartó la mirada que me decía que no me


creía. Ese único momento hizo que el alma se me fuera a los pies.
—Debes irte, Jak. —Madre me distrajo de mi momento de duda—. No
dejes a la criatura esperando.

El muro de sombra solo era visible de cerca. Moví mi cabeza de izquierda


a derecha, apreciando el extraño poder que corría tan arriba en el cielo y más
allá del suelo donde el puente se unía con el límite del castillo. Muchos habían
intentado atravesarlo, pero nunca con éxito. Era una magia que ni siquiera
Madre podía explicar. Solo el Reclamado podía entrar.

Alcé una mano y la presioné contra la membrana de magia negra. Era fría
al tacto. Pero con un empujón, mis dedos empezaron a atravesarla como si
no fuera más que las aguas oscuras de un lago. Mi mano pasó primero, seguida
por un pie.

Aguantando la respiración, atravesé la extraña barrera. Solo cuando la


sensación de invierno nocturno cortó a través de mí, no me atreví a abrir los
ojos.

Lo hice.

Me permití un momento para recuperar el aliento antes de seguir


caminando, sin voltear a ver a Madre, Lamiere y el aquelarre mientras
atestiguaban todo desde el otro lado.

Mientras pasaba por el desmoronado arco, parecía que las sombras más
allá del mismo se hacían más gruesas.

Todo mi enfoque estaba en el edificio embrujado ante mí. Los años no


habían sido amables con él. Aunque era casi imposible ignorar que este
castillo habría sido un espectáculo de belleza y proeza arquitectónica mucho
antes de que la maldición cayera sobre él.

Un lugar de abundancia y grandeza. Donde las enredaderas habrían sido


más que cadáveres cafés aferrándose a los ladrillos aclimatados del edificio.
Las columnas que se alineaban con el camino habrían permanecido altas y
orgullosas. Incluso el camino bajo mis botas estaba inundado de maleza y
grietas, maleza tan grande al punto que las losas debajo eran imposibles de
ver.

Un ruido en las gruesas sombras que devoraban los descuidados jardines


en los que caminaba me hizo acelerar. Me atreví a mirar lo suficiente para ver
qué había ahí.

¿Era la criatura? ¿Acosándome mientras caminaba hacia su puerta?

Anhelaba invocar el fuego ahora, cubrir con luz la oscuridad hambrienta


a mi alrededor. «Una luz guía me vendría bien mientras avanzo a tropezones
hacia la escalinata en frente de la puerta cerrada del castillo». Pero me resistí,
mis manos tocando a tientas la barandilla de piedra cubierta de enredaderas
para mantenerme de pie.

Esperé frente a la puerta, inseguro de si debía tocar o esperar. Él sabía


que estaba aquí. Por las historias que había escuchado, sabía que él sentía mi
presencia desde el momento en el que puse un pie en su tierra. Aun así, la
puerta no se abría, pero me estaba enfriando e impacientando.

Rindiéndome, alcé un puño, pero antes de que mis nudillos pudieran tocar
la puerta oscura de roble, se abrió hacia adentro. Me estremecí por el sonido
de las viejas bisagras rechinando.

Si antes no sabía que estaba aquí, ahora lo sabía.

—¿Hola? —Mi voz resonó en la entrada ante mí. Dudé, mi pie preparado
para dar el primer paso dentro del castillo, mientras esperaba una respuesta.

El silencio me saludó de regreso.

Mientras que el mundo tras el castillo estaba cubierto en sombras, el


interior no. Aunque desgastado, fui bienvenido por colores. El piso de madera
brillaba en un tono naranja bajo la luz del candelabro. Velas blancas goteaban
furiosamente en el intricado metal torcido. Cera se derretía en gotas
congeladas que formaban charcos en el pulido, pero antiguo piso. Mientras
entraba un muro de aire viciado se estrelló contra mí. Cubrí mi nariz con la
mano, tratando de no inhalar el hedor. Pero era demasiado tarde. Pasó por la
parte trasera de mi garganta y se asentó en mi lengua. Este aire se había
enviciado sin el beneficio de una ventana o puerta abierta.

—¿Hola? —pregunté nuevamente, mi cuerpo tenso mientras alcanzaba la


puerta para ver quién la había abierto. Me preparé para un susto, solo para
encontrarme un espacio vacío.

Me había preparado para este momento por años, pero nunca había
esperado el miedo que tensaba mi cuerpo. Su presencia me choqueó. Madre
me había enseñado sobre la lucha y el vuelo, siempre urgiéndome a cerrar
los puños y lanzar poder. Pero ahora, aquí parado, todo lo que quería era
darme la vuelta y correr.

La puerta se cerró repentinamente. Salté hacia atrás, soltando un grito


mientras me quitaba del camino de su columpio agresivo. El movimiento
fantasmal sacudió polvo de los muros y vigas hasta que se asentó sobre mí
como si fuera nieve.

—¿Te apresuras a irte tan pronto? —La voz estaba en todos lados y en
ninguno a la vez. Mis puños se apretaron a mis lados mientras que el
aterciopelado tono recorría mi columna.

—Perdóneme. —Mantuve mi mirada baja mientras me giraba, incapaz de


obligarme a alzar la vista hacia la escalera que ocupaba la mayor parte de la
entrada. Él estaba ahí. Lo sabía.

—Es esta época otra vez… —ronroneó la voz—. Otro año ha pasado sin
gran cosa. Y aquí encuentro un Reclamado en mi presencia. ¿Cómo ha podido
pasar un año cuando todavía puedo saborear el último Reclamado tan…
claramente?

Alcé la vista por un momento, lo suficiente para ver la alta figura de pie
en lo más alto de las escaleras. Solo para volver mi mirada hacia mis pies en
un parpadeo.

La adrenalina bombeó a través de mí, poniendo cada una de mis venas a


arder. Sentí los elementos removerse ante mi reacción. Un anticipo que hacía
temblar mis huesos. Esto es. Mi objetivo. Ese miedo que no hace mucho
corría por mi cuerpo fue expulsado con una sola exhalación.

¿Debería agacharme? ¿Forzarme a temblar mis manos para que pensara


que era débil?

Opté por mantener mi mirada baja mientras luchaba contra la urgencia


de sonreír.

«Juega tu parte».

—Normalmente gritan, ¿sabes? —La voz era más cercana ahora, pero no
más que un susurro—. Han venido muchos anualmente desde que uno se paró
sin palabras frente a mí.

—Me temo que las palabras me fallan… en su presencia.

Hubo un cambio en el aire. Se había movido de su lugar en la cima de las


escaleras hacia un lugar a centímetros ante mí en un parpadeo. Donde el suelo
había estado vacío, ahora había un par de botas de cuero negro pulido que
atrapaban la luz de las velas que colgaban en lo alto.

—Déjame verte —ronroneó, una dulce caricia de su aliento cosquilleó


sobre mí. La respiré, imágenes de orquídeas en primavera inundaron mi
mente. Pero había algo más en el medio. Cobre. Un sabor afilado que se
escondía casi perfectamente entre la ilusión de manzanas—. No me temas.

No debería haber mirado hacia arriba tan rápido por miedo a que sintiera
que no me asustaba. Pero la reacción que siguió debió haber disipado
cualquier desconfianza de mi conducta forzada.

Sus ojos eran de obsidiana. No. Los miré de cerca. Rojos. Rojo tan
profundo que parecía que no eran nada salvo pedazos de oscuridad.

Él era luz pura. Desde el blanco mármol de su cabello cuidado hasta el


brillo de su piel que parecía salir de él. Todo su cuerpo había sido formado
con hilos de luz de luna. Mi cuello dolía, ya que tenía que mirar hacia arriba
para observarlo. Me sobrepasaba por uno o dos pies.

—No le tengo miedo —dije, mis ojos recorriendo su rostro. Un rostro que
me había imaginado un millón de veces. «Qué desperdicio». Era guapo, tanto
que podría haber inspirado canciones e historias. Quizás habría sido más
difícil saber el resultado de esta visita si hubiera crecido viendo su rostro. De
algún modo era más fácil crear imágenes de su cara en mi imaginación a
través de los años.

Siempre eran distintas. A veces eran humanas, como el hombre frente a


mí, otras veces usaría su título de criatura e imaginaría una bestia con cuernos
y una cara retorcida.

Sus labios estaban llenos de color, como si hubiera mordido una granada
segundos antes de sonreír.

—Qué… inesperado.

Quería expresar mi acuerdo con él, pero me tragué las palabras mientras
exponía dos puntos de sus colmillos. «Qué inesperado, en verdad».

Jugueteó con los botones de su chaqueta de terciopelo azul marino. Sus


uñas eran puntiagudas y filosas. Un rasguño y podría cortar la tela con
facilidad.

Un escalofrío recorrió mis brazos mientras lo estudiaba. No de miedo o


desagrado, sino de anticipación.

—¿Supongo que te preguntas qué pasa después? —preguntó—. Pero


siento que debo al menos saber tu nombre antes de arrastrarte en tales…
cosas.

Asentí, tratando de calmar mi respiración. Sentía mi deseo de arremeter


con mi poder ahora. Y muy probablemente lo lastimaría, quizá incluso lo
mutilaría. Pero la maldición era clara, Madre me lo había enseñado. Solo en la
noche final cuando la luna sangrara su inmortalidad menguaría. Entonces
tenía que atacar.

«Enfócate». Me siseé a mí mismo. «Espera».

—Te hice una pregunta. —Su tono cayó tanto que mi estómago lo hizo
con él. Presionó una uña al centro de mi mentón. Me pinchó la piel hasta que
hubo un beso de humedad bajo su toque.

—Jak —dije a través de dientes apretados—. Mi nombre es Jak.


La criatura se alejó como si mis palabras lo quemaran. Con su acción un
piquete de frío se asentó en la marca donde su uña me había tocado.

Se quedó atrás por un momento, estudiándome con sus grandes ojos rubí
como si buscara algo. Entonces se acercó otra vez, sosteniendo la parte
superior de mis brazos y pinchándolas con un agarre urgente.

El fuego hervía dentro de mí.

—No me toques, maldita sea —escupí, perdiendo todo el control. Su


toque me irritó en disgusto. Mi mano se movió en un borrón, golpeando su
mejilla. El dolor que le siguió me hizo gritar. La fuerza envió un temblor de
agonía por los huesos de mi brazo hasta que se expandió por mi espalda. Se
sentía como si mi mano hubiera impactado con piedra.

Me tropecé hacia atrás, mi mano acunada en mi pecho mientras un


sollozo de angustia abandonaba mis pulmones. Aterricé en el piso mientras
me tropezaba con mis propios pies, cayendo en un ángulo extraño sobre el
saco que estaba amarrado a mi cinturón. El tazón se clavó en mi cadera
durante la caída.

—¿Te atreves a alzarme la mano? —La criatura habló, su voz alzándose


con cada palabra—. ¿En mi propia casa?

Su boca se abrió con un gruñido que sacudió las propias sombras del
castillo. El aire vibró mientras la saliva se alineaba con sus dientes rectos y
sus colmillos crecían frente a mis ojos. Se alzó sobre mí, sus rasgos
distorsionados. La oscuridad de sus ojos parecía devorar todo lo blanco que
había estado ahí.

Me agaché en el piso, incapaz de reunir la fuerza para protegerme


mientras el dolor radiaba a través de mí. Miedo. Miedo honesto e hirviente.

—Levántate —siseó, rociando saliva sobre mí—. ¡Levántate, ahora!

Incluso si quisiera, no podía. Con mi brazo acunado en mi pecho no podía


luchar mientras sus manos me encontraron y me levantaron de mi posición
sentada.

Me contraje de dolor mientras él se acercaba, esperando que su propia


bofetada poderosa me alcanzara. En su lugar, me alcanzó un agarre vicioso
alrededor de mi brazo bueno y me alzó del piso enlosado. Su fuerza era
inimaginable. Era una muñeca bajo su agarre.

—¡Para! —chillé mientras me arrastraba por el piso, mis piernas


arrastrándose patéticamente debajo de mí.

Tan solo habían pasado unos minutos después de mi llegada y ya había


arruinado mis oportunidades de acercarme a él.

Mientras me arrastraba por la sala de entrada, siseaba y se enfurecía. Sus


hombros se alzaban y bajaban dramáticamente. Enojo temblaba en el aire a
su alrededor, intensificando el extraño brillo de su piel.

—Por favor… —supliqué, mi hombro rompiéndose de dolor ya que


cargaba el peso de mi cuerpo—. Me estás lastimando.

—No sabes nada del dolor… —siseó, sus uñas clavándose en mi piel
mientras apretaba su agarre—. Pero lo harás. Ahora veo qué es lo que quieres
de mí. Quieres a la bestia. La criatura de la que tanto has escuchado. Pronto
descubrirás que yo soy lo que me hagas ser. Engáñame una vez, bello, y no
tendrás la oportunidad de hacerlo otra vez.

Con un empujón me arrojó a la tierra frente a él. Gateé a través de ella,


tratando de poner distancia entre nosotros. El pasillo en el que estábamos
era oscuro, la luz de las velas que ardían a la distancia no lo iluminaban. La
oscuridad jugaba trucos con mi mente mientras jalaba y torcía su rostro.

Me detuve, pero no por mi elección. Mi espalda estaba presionada contra


una puerta, sentí la madera rígida mientras detenía mis pasos.

—Adentro. —Mostró rápidamente sus dientes puntiagudos en


advertencia—. Ahora.

Apenas tuve un momento para levantarme. Busqué a tientas la manija de


la puerta, mis manos saliendo cubiertas de polvo. Incluso noté los montículos
que se aferraban a mis pantalones y a mi ahora sucia túnica.

Se abrió la puerta, golpeando la pared detrás de ella. No registré lo que


había adentro antes de que la criatura estuviera ahí, con la mano agarrando
la puerta, madera crujiendo bajo sus dedos.
Me mantuve quieto. Mi cuerpo un desastre de dolores y malestares y me
puse furioso.

—No… no me toques de nuevo.

Soltó una carcajada.

—Estás en mi casa ahora. Eres mi Reclamado. ¿No te advirtieron lo que


eso significaba?

Mis labios se curvaron sobre mis dientes. A través de mis pestañas lo miré
y gruñí:

—No sabes nada del conocimiento que poseo sobre ti, demonio.

Vaciló por un momento, su cabeza inclinándose levemente.

—Demonio. Hm.

Luego la puerta fue cerrada en mi cara. Tan fuerte que me estremecí,


cerrando los ojos mientras la madera se dirigía hacia mí.

Hubo un clic. El giro de una llave. Luego pasos, adentrándose en el pasillo


más allá del aposento.

Solo. Estaba solo.

Incontables veces había soñado con este momento. Aun así, ni una vez
había imaginado que este habría sido el resultado de mis primeros momentos
en el castillo.

Me hundí en el suelo y solté lágrimas de enojo. Lejos, a la distancia del


castillo, escuché un rugido. Un grito salvaje que se aferró a mi columna.

Y muy dentro sentía la presencia de Madre y su decepción hacia mí.

Día uno y ya había fallado.


Traducido por BLACKTH➰RN
Corregido por Roni Turner
Editado por Mrs. Carstairs~

Me desperté con ruido. El arrastre de unos pies mezclado con los


murmullos silenciados de una conversación en voz baja. Mi cuerpo entero
dolía por haber dormido en el suelo junto a la puerta, donde él me había
dejado. Pero me deshice de todo el aturdimiento con un solo movimiento.

La luz entraba por la gran ventana de la habitación, lanzando haces de luz


que exponían partículas de polvo que bailaban una vez reveladas. Después de
haber sido abandonado la noche anterior no me había movido de mi lugar
detrás de la puerta. ¿Cuánto tiempo había pasado? El suficiente para que la
noche se convirtiera en día.

La habitación había estado en las garras de la noche y temía explorarla.


Madre siempre decía que lo que estaba oculto en la oscuridad estaba mejor
ahí. Así que me quedé quieto, escuchando y esperando el regreso de la
criatura, hasta que me quedé dormido durante la guardia.

En la luz del día pude ver que no había nada malo en ese aposento. Nada
salvo el insoportable ruido que sonaba más allá de la puerta cerrada. Había
otras personas aquí, en este castillo. Debería haber estado vacío como todas
mis enseñanzas decían. No estaba solo. Lo cual iba en contra de todo lo que
me habían hecho creer.

Los vellos de mi nuca se erizaron mientras escuchaba atentamente,


calmando mi respiración mientras esperaba escuchar alguna palabra o el
resto de una oración.

Presioné una mano contra la madera pulida de la puerta, cubriendo la


multitud de marcas de arañazos por debajo. Unas vibraciones cosquilleaban
mi piel. Su movimiento era cercano y sus murmullos me decían que eran
conscientes de mi presencia.
De rodillas alcé mi mano hacia el pomo de latón, sabiendo que la puerta
aún estaría cerrada antes de que mis dedos se envolvieran por completo
alrededor de su fría y rústica figura. No me había despertado con el sonido
de una llave desbloqueándola.

—Mierda —siseé, levantándome y sacudiendo la tierra de mis pantalones.


Había esperado que el viejo seguro se hubiera debilitado con los años.

No lo había hecho.

Respiré profundamente, examinando las marcas de la puerta. Cicatrices


de una batalla entre otro Reclamado y una puerta cerrada. No había sido el
único en ser encerrado en esta habitación. El pensamiento me hizo sentir una
incomodidad punzante por todo mi adolorido cuerpo.

—¿Hola? —llamé, sin importarme la sutileza. Esperé una respuesta solo


para descubrir que el ruido se había detenido—. ¡Puedo escucharlo! Por favor
déjeme salir… —Forcé una voz débil y patética. Un lamento que haría sentir
culpable a quien lo oyera. Pero cayó en oídos muertos.

Golpeé mi palma contra la puerta, sacudiendo el polvo de la parte


superior. Bang. Bang. Bang. La golpeé hasta que mi muñeca dolió más que
cuando la criatura me había arrastrado a esta habitación.

El fuego se acumuló dentro de mí, ansioso por salir. Podía quemar esta
puerta si quería. Arrasar con la habitación completa hasta que las antiguas
rocas que la conformaban se rompieran bajo mi calor.

Pero no podía. No debía. No todavía.

Quienquiera que llenara las habitaciones con luz de velas al otro lado no
quería ayudarme. ¿Quizá trabajaba para la criatura? Creía que eso era posible
e imposible al mismo tiempo. Le llamé hasta que mi garganta dolía y me
preocupaba que la molestia se filtrara por mis plegarias. Si me había
escuchado, no quiso revelarse.

Rindiéndome, empecé a examinar el aposento.

Había polvo en toda la superficie de los muebles oscuros de la modesta


habitación. La cama con dosel era mucho mejor que cualquier otra cosa en la
que hubiera dormido antes. Cortinas semitransparentes colgaban de los
cuatro postes, sostenidas por lazos delgados que revelaban sábanas burdeos.
¿Él había hecho esto? La pregunta hizo eco en mi mente. ¿Preparaba esta
habitación para cada Reclamado?

Me senté al borde de la cama, haciendo explotar una nube de polvo a mi


alrededor. Desde mi sitio podía ver por la ventana ante mí la bahía más allá y
casi sentir el aire fresco que esa habitación requería tan desesperadamente.

No gasté tiempo en luchar contra la manija rústica y negra de la ventana


y empujé para abrirla. El vidrio casi se quebró mientras la fuerza abría la
ventana de par en par, chocando con la pared de detrás.

El aire mañanero, fresco y refrescante, entró violentamente en la


habitación.

Se arremolinó a mi alrededor, envolviéndome con su tacto familiar,


finalmente limpiando mi nariz del olor rancio de la habitación. El aire estaba
lleno de vida. Envió un escalofrío por mis brazos y cuello.

Luego me olí a mí mismo. Un hedor lo suficientemente fuerte para que


mi estómago diera vueltas. Ninguna cantidad de aire fresco ayudaría con eso.
Tan pronto como pudiera irme, necesitaría bañarme.

Había una bañera de latón que ocupaba el espacio de azulejos en una


esquina del aposento. Podía imaginarme cómo la habían llenado con agua
caliente para el patrón de este castillo mucho antes de la maldición. Ahora
solo ocupaba espacio, con telarañas alrededor con la forma de la curva del
metal.

Como la cama y los muebles empolvados, la bañera solo era otra prueba
de que esta habitación había estado intacta.

¿Entonces quién estaba más allá de la habitación ahora?

Me asomé por la ventana, apreciando la vista. ¿Quizá podría distinguir a


alguien afuera? La niebla se asentaba en el jardín descuidado por el que había
pasado. Estando a nivel del suelo no podía ver mucho de Darkmourn que se
asentaba en el valle. ¿Mi familia estaría pensando en mí? ¿Mordiéndose las uñas
esperando que tuviera éxito?

Podría haber alcanzado el cuenco y revelarles mi primera falla. En su


lugar, ocupé mi mente, buscando la línea de piedras blancas de estatuas rotas.
Las extremidades y cabezas estaban tiradas en la tierra bajo las que quedaban
de pie. La alfombra de niebla se aferraba al suelo, bailando y girando
alrededor del pasto crecido en exceso y los setos salvajes. Estiré mi mano
hacia el humo fantasmal que lamía las frías losas de las paredes del castillo,
escalando hacia mí como si tuviera mente propia. «Quizás la tenía».

Fascinado con la niebla en movimiento, me encerré en la posición en la


que estaba. Incapaz de apartar la mano mientras la agarraba. Una mano
emergió de la niebla, sus dedos se cerraron alrededor de los míos.

El pánico se apoderó de mi corazón. Unas uñas ansiosas se clavaron en mi


carne mientras la mano se materializaba y endurecía en piel hecha de humo.

Su agarre en mí era tan fuerte y real como lo había sido el de la criatura.

El instinto calentó mi sangre. Al igual que la noche anterior, invoqué mi


magia. En la punta de los dedos comandé al aire que se arremolinaba a su
alrededor. Mi elemento más familiar y deliberado. Una explosión salió de mi
piel, disipando la mano de niebla en un instante hasta que quedé libre otra
vez.

Me tropecé hacia atrás, moviendo la mano y enviando una ráfaga de


viento a que cerrara la ventana mientras me alejaba.

El vidrio vibró con el marco, amenazando con quebrarse del impacto


mientras se cerraba.

—Oh Diosa, qué… —Mi respiración era incontrolable mientras me


apoyaba contra un poste de la cama. Observando, sin parpadear, medio
esperando que apareciera un rostro fantasmal detrás de la ventana con una
sonrisa amenazadora.

Pero no pasó nada.

Presioné una mano en mi frente y me reí, la otra sosteniendo mi frenético


corazón.

—Concéntrate, tonto.

Hubo un pequeño y rápido golpe en la puerta. Provocó que soltara un


pequeño grito ya que mi cuerpo y alma estaban al límite del pánico por culpa
del fantasma que acababa de ver. Volteé mi cabeza hacia el sonido,
esperando que unos dedos fantasmales se deslizaran por la grieta en la puerta.
—¿Está bien? —llamó una voz apagada del pasillo. Mi corazón sonó en mis
oídos, cada latido ensordecedor. Lentamente di un paso hacia la puerta,
tratando de no hacer ruido—. Si se ha lastimado debería decirme. Puedo
ayudar.

Había algo cantarín en la voz. Era ligera y amable. Llena de jovialidad.

—Estoy… bien.

Caminé de puntillas hacia la puerta cerrada, dejando huellas en el piso


polvoriento.

—Otros han intentado escapar por la ventana. Pero su destino con la


niebla sería mucho peor que lo que podrían experimentar aquí.

Me agaché hasta el suelo, mi mejilla tan cerca de él que podía sentir lo


frío que estaba. Mirando por la grieta de la puerta, esperaba ver pies.

Pero estaba vacío.

Mi respiración se entrecortó. Cerrando un ojo, miré nuevamente,


esforzándome por ver quién había hablado.

—No estaba tratando de escapar.

No esperaba ninguna respuesta sabiendo que el espacio afuera de la


puerta estaba vacío.

Pero la pequeña voz respondió, helándome la sangre.

—Bien. ¿Tiene hambre?

—Me muero de hambre —dije, obligándome a levantarme. Mi estómago


dolía ante el pensamiento de la comida. Quizás eso fue lo que causó la visión
de la ventana. Y esta extraña interacción.

—Entonces le complacerá saber que le preparé un festín. Coma todo lo


que quiera. Lo puede llevar de vuelta a su aposento si lo desea. Pero escuche
mi advertencia: debe regresar a su habitación antes de que el sol se ponga.
Porque entonces él se despertará otra vez. A Marius no le hará feliz saber que
lo hemos dejado salir.
Marius. El nombre salió de su lengua. Y con ello trajo una visión del señor
de la luz de la luna.

—Él… él cerró la puerta. No puedo salir.

Algo chocó contra mi pie. Miré hacia la llave que descansaba a su lado.

—¿Me promete que regresará antes de que anochezca?

La llave estaba en mi mano segundos después, girando la cerradura


hermana de mi lado de la habitación. Aguanté la respiración mientras abría la
puerta para exponer a mi interlocutor.

Pero el pasillo estaba vacío.

El castillo era un laberinto. Con cada giro, cada escalera, me encontraba


perdido. Ningún rincón era igual. Había paredes peladas con papel,
exponiendo tablas rotas debajo. Las alfombras estaban desgastadas. Sábanas
manchadas cubrían formas descomunales que imaginaba eran muebles no
deseados.

Y no encontré a nadie. Sin importar lo mucho que buscara.

Mientras me perdía en mi exploración, conjuré la imagen de la persona


con la que había hablado. Debía haber sido una chica joven. Tendría que
estar aquí, en alguna parte. Ella y el resto de la gente que hizo el ruido por el
que me había despertado.

Seguía sin haber rastro de vida entre las habitaciones iluminadas. Me


aferré a la llave como si fuera el recordatorio físico de que no me estaba
volviendo loco, dejando su marca en mi palma mientras mi puño se tensaba
con cada movimiento inesperado.

No pasó mucho tiempo antes de que encontrara el olor del festín


prometido. Otro recordatorio de que, en realidad, no estaba enloqueciendo.
Aceleré el paso, olfateando el aire mientras seguía el olor hasta su origen.
¿Quizás los otros esperaban allí?

La habitación a la que mi nariz me guio tenía la puerta medio abierta. A


diferencia de todas las demás puertas por las que había pasado, esta era una
clara invitación para que entrara.

Empujando la puerta, el rechinido me hizo estremecer mientras el peso


de la puerta batallaba con las viejas bisagras. Me encontré maldiciendo bajo
mi respiración. Mis profanaciones pronto se transformaron en un suspiro sin
aliento mientras observaba la vista ante mí.

En una mesa larga y bien puesta, había platos llenos de comida. Delicias
de toda variedad. El vapor todavía salía de la carne cortada rodeada por una
cama de vegetales. Lo que parecían ser bollitos glaseados con miel pegajosa
y otros dulces irrumpían las opciones saladas dispuestas a lo largo de ella.
Para una mesa tan grande, solo había dos asientos. Uno en el lado más cerca
de mí y otro en el otro extremo.

Me encontré dudando con mi mano encima del plato vacío ante mí. La voz
reprobatoria de madre me llenó la cabeza, urgiéndome a esperar a que los
demás agarraran la comida primero, seguido de una palmada en mi mano.

Pero estaba solo, y ella estaba mucho más allá de los límites del castillo
maldito. Con una sonrisa agarré el plato y no perdí el tiempo en llenarlo con
pilas de comida y meterla a puñados en mi boca. No me importaba el desastre
que había hecho ni el saber de dónde había salido esta comida mientras me
perdía en mi hambre.

Mi boca explotó con sabores, que pronto se lavó con un vaso de líquido
rojo que bebí sin pensarlo mucho.

El trago completo quemó mientras bajaba por mi garganta. Vino. Lo


había bebido antes durante rituales y sabbats con el aquelarre. Pero su sabor
era… distinto. Como si bebiera riqueza en lugar de los restos de vino que
Madre podía obtener del pequeño mercado del pueblo.
Vacié el vaso hasta que observé su fondo cristalino. Entonces encontré
otro y lo bebí también.

Mi mente giraba, pero seguí comiendo hasta que mi panza dolía


suplicándome descansar.

Las velas ardían en soportes a lo largo de toda la mesa. Pero su propósito


era inútil mientras la luz del día iluminaba la habitación por las cuatro
ventanas a través del muro. El vidrio estaba entintado con azul, rojo y
amarillo. Su refracción creaba un arcoíris en la habitación.

A diferencia de los demás sitios en los que había estado hasta ahora, esta
sala estaba bien cuidada. Los aparadores y estanterías estaban limpios de
polvo y la mesa brillaba como si la hubieran pulido hace poco.

No podía imaginarme a la criatura haciendo esto. Lo que solo afianzó mi


creencia de que había otros en el castillo.

¿Ellos también se escondían de la criatura? ¿Salían durante el día cuando


sabían que estarían seguros del merodeador nocturno?

Tantas preguntas, cuyas respuestas tendría cuando me encontrara con


alguien.

Me quedé en la habitación, tibio por la comida en mi panza, hasta que la


luz comenzó a menguar más allá de las ventanas. Podría ser el propio tiempo
que era imposible de comprender, o la ayuda del vino que me hizo perder la
noción del tiempo. Pero lo que el vino no me hizo olvidar fue la advertencia
que la chica me había dado. Mientras el color cambiaba de azules brillantes a
oscuros, supe que debía volver.

Antes de salir para buscar mi habitación, agarré un puñado de queso y


pan. Podría ser una larga noche.

Debería haberme ido antes, ya que no había considerado perderme


mientras buscaba mi aposento. Mientras más tardaba, más se asentaba un
gélido miedo en mi nuca, que solo se intensificaba por el sentimiento de unos
ojos siguiéndome por el castillo que se iba oscureciendo.

La sensación de esa mirada erizó el vello de mi nuca y me hizo caminar


más rápido. Pero el vino había dejado mis piernas temblorosas y mis pies
raros.
El castillo se oscurecía rápidamente. Más rápido de lo que creía posible.
Bajé las escaleras corriendo y de regreso hacia las puertas principales del
castillo, girando hacia la izquierda por el pasillo que guiaba hacia mi aposento.
El mismo camino por el que me habían arrastrado cuando llegué. Volver a
esta habitación fue más fácil de lo que esperaba, pero estudiar los
alrededores era una de las muchas lecciones que me dio madre. Y ahora le
estaba dando un buen uso.

Para cuando entré en la habitación y cerré la puerta detrás de mí, estaba


seguro de que había visto a una figura de pie al otro lado del pasillo.

No esperé lo suficiente para estar seguro.

Mis manos se sacudieron mientras sacaba la llave de mi bolsillo, cerrando


la puerta con dedos temblorosos. Dejé la llave en la cerradura para
asegurarme que nadie pudiera abrir la puerta del otro lado.

Sabiendo que el poder estaba en mis manos, me calmé, presionando una


mano contra mi corazón, esperando que se calmara.

—Tranquilízate —siseé, casi riéndome del miedo que se había


acomodado en mí—. Si me viera ahora pensaría que soy patético.

«Bien». El pensamiento cruzó mi mente. «Así es como quieres que te vea».

La habitación estaba oscura. La ausencia de luz hacía que la habitación se


viera interminable ya que las esquinas se perdían en las sombras. Había
pasado mucho tiempo desde que le tuve miedo a la oscuridad, un lujo que no
podía tener. Sentándome en el borde de la cama, recordé el regaño que
Madre me daba de niño cuando se me dificultaba dormir sin una vela.

«No tengas miedo de las sombras, ya que ellas no te temen». Pero lo que
Madre olvidaba es que no era la oscuridad lo que me daba miedo de niño. Era
la criatura que gobernaba las sombras.

Y ahora estaba en su dominio.


Traducido por Roni Turner
Corregido por ~Kvothe
Editado por Mrs. Carstairs~

La criatura no se dejó ver por dos noches. Y con el tiempo que pasó, mi
ansiedad creció como una flor silvestre. El silencio bañaba el castillo día y
noche. Difícilmente dormía, constantemente esperando alguna señal de vida.
Durante el día la chica no regresó, y tampoco la bestia durante la noche.

Estaba solo y eso no me hacía sentir seguro.

Aunque el castillo aparentemente estaba en silencio y vacío, el comedor


se rellenaba todos los días cuando iba a él.

Así que me mantuve ocupado comiendo y bebiendo. Apenas me


molestaba en investigar el castillo aparte de mi aposento y la sala que estaba
llena de deliciosa comida.

A la llegada de la tercera noche, estaba desesperado. Cansado de agarrar


el cuenco de adivinación del saco que dejé y no he tocado desde que llegué.
Era momento de consultar con el aquelarre. Por orientación, no por
consideración de mi situación. Madre no era capaz de esto último.

Me aseguré que la puerta estaba cerrada, dos veces, antes de llamar al


elemento del agua para abrir la ventana necesaria para la comunicación. Con
una mano agarrando al pomo y la otra presionada contra la puerta, empujé y
retorcí. Pero la puerta permaneció cerrada.

Era la única privacidad que podía conseguir. Y usar mi magia era un riesgo
que estaba dispuesto a tomar.

Sentado sobre la cama deshecha, con el cuenco entre las piernas


cruzadas, alcancé el agua. Cerré los ojos para conectar más fácilmente. Borrar
un sentido tan mundano siempre ayudaba a conectar con mi magia. Y el agua
era el elemento más complicado. Necesitaba concentrarme lo más que podía
para que funcionara.
El agua flotaba en el aire a mi alrededor. Oculta a mi vista, pero ahí de
todas maneras. Con la palma de mi mano sobre el cuenco, insté al elemento
a acatar mi llamada.

La humedad fría goteó de donde estaba acumulada en mi mano. Giró, un


orbe de cerúleo salpicó formando una bola más grande cada vez que jalaba
del aire. Una vez se hinchó, el aire lo secó al gusto, inquirí el agua al cuenco
de adivinación donde se depositó. Sin una gota mal colocada.

La adivinación era simple. Mirar en las aguas arrojadas por una bruja o
quién más deseas se mostrará. Lo había hecho varias veces antes. Era más
fácil visualizar mi objetivo en la mente antes de persuadirlo para que entrara
al agua.

Miré mi cara en las ondas azules. Miré mi cabello castaño oscuro y mis
penetrantes ojos azules devolviéndome la mirada. Igual que mi madre.

—Muéstrate —ordené al agua, a Madre, a mi reflejo. La orden era simple.


Un chasquido de voluntad que pronto rompió la superficie del agua hasta que
una cara, no muy diferente a la mía, me miró.

—Deberías estar preocupado haciendo que la criatura se enamore de ti.


No creí que fueras capaz de tener tanto tiempo que malgastar tan pronto en
tu misión. ¿Por qué me llamas tan pronto?

—Por consejo —respondí manteniendo una expresión seria.

—No me gusta cómo suena eso, Jak.

—Entonces no te gustará nada lo que te voy a contar.

Lo supo de inmediato. Podía verlo cuando torció la boca y entrecerró los


ojos.

—Es necesario que te recuerde que no hay opción para que falles en tu
cometido, Jak.

—Conozco bien el resultado, madre. No es un recordatorio lo que había


pedido. Necesito consejo.

Su risa hizo que el agua ondeara.


—Entretenme, hijo mío, por favor.

—La criatura, no se ha dejado ver desde mi llegada. Le he buscado por


todo el castillo y no lo encuentro. Estoy perdiendo tiempo valioso.

Era mentira. No le había buscado, no minuciosamente al menos, puesto


que era imposible abrir la mayoría de las puertas cerradas en este miserable
lugar. No sin usar magia. Así que me mantenía ocupado bebiendo y comiendo.

Sin molestarme en investigar el castillo aparte de mi habitación y el


comedor que siempre estaba llena de comida deliciosa.

—¿Aún no sabes su nombre? —preguntó.

Cerré los puños alrededor de la sábana y me mordí el labio.

—Apenas recuerdo cómo es, pero sí... sé su nombre.

Marius. La chica extraña lo había dicho, al menos estos días después de


mi estadía, esperaba que lo hubiera hecho. Porque estaba empezando a creer
que nuestra interacción no era más que un sueño. Solo real por la llave que
todavía estaba en la puerta a mi lado.

Un recuerdo de que no me estaba volviendo loco. No aún al menos.

—Entonces estás yendo de cabeza al fracaso. Hijo mío, poniendo fin a


nuestra especie de una vez por todas. Poético, supongo, pero no te
perdonaré. Ni en esta vida ni en la siguiente.

—Déjate de dramatismo, madre. Incluso a la distancia me duele


escucharlo.

Cerró la boca, silenciando cualquier comentario que estuviera a punto de


soltarme.

—Dime qué necesito hacer… —Fuerzo una voz suplicante—. ¿Qué quiere
decir que nunca regresa, no hasta la última noche?

—¿La belleza que te he dado no es suficiente para llamar su atención? Es


una criatura de lujuria, deberías tenerle ya en la palma de tu mano.

—Quizá no sea lo que pensaste en un primer momento, madre.


El agua en el cuenco de adivinación empieza a bullir ante mi comentario.

—No te atrevas a dejarme de estúpida, Jak. Sé lo que es esa bestia y


pronto, si fallas, lo sabrá cada alma inocente fuera de las fronteras de esa
prisión. Si crees que su hambre desatada no acabará con este mundo, estás
equivocado. Sé lo que es, puesto que es mi propia antecesora la que lo
maldijo. Y también era tu antecesora. Haz lo que sea necesario para conseguir
una audiencia con él. Es cosa tuya. Que el castillo arda hasta sus cimientos si
es necesario. Pero haz lo que sea necesario para acabar con esto. O tu vida
habrá sido un desperdicio.

Me recliné, alejándome del vapor caliente que se elevaba del cuenco con
agua, murmurando para mí:

—Lo siento.

¿Me disculpé con ella, o conmigo por molestarme en empezar esta


conversación?

—No lo sientas, puesto que las disculpas no ayudarán a acabar esta


maldición. Solo los actos. La próxima vez que vea tu cara quiero oír noticias
positivas. No me arruines el día de nuevo.

Lo último que vi fue su mano cuando chocó contra su cuenco de


adivinación hermano.

Nuestra conexión se desvaneció cuando el agua caliente restante saltó del


cuenco y me salpicó las piernas.

«Bueno, no ha ido mal». No perdí tiempo moviéndome a la ventana y


tirando el agua que quedaba. «Debiste haber sabido que no debías llamarla.
La próxima vez, pide hablar con Lamiere. Ella se compadecerá de ti».

La presión de mi cometido me pesaba, más que antes. Estaba


desesperado de atención. Solo el pensamiento casi me hizo soltar una
risotada.

Un parpadeo de una llama captó mi atención. La vela bailaba con orgullo


como si me llamara.

«Que el castillo arda hasta sus cimientos». Las palabras de madre me


abrumaban.
Me encogí de hombros, alcanzando la vela y sacándola del candelabro de
hierro de la pared. Con un único pensamiento podría haber hechizado a la
llama para que saltara a la palma de mi mano. Pero si eso iba a funcionar, no
podía usar magia que me inculpara.

—Quizá puedas ser buena consejera, madre… —dije, sonriéndome a mí


mismo mientras mecía la vela hasta la cama.

Tenía que hacerlo ver como algo mundano pero deliberado. Trepé de
nuevo a la cama y sostuve la vela debajo de la cortina de encaje transparente
que enmarcaba cada lado.

Quedó atrapado en un solo aliento. Y la llama hambrienta se convirtió en


un incendio incontrolado que rodeó la cama. Dejé caer la vela sobre el
colchón, no antes de apagar la llama. Era estúpido, no irracional. Trepando al
medio de las sábanas, esperé mientras el fuego crecía a mi alrededor. El
maravilloso calor solo avivó la locura que menguaba dentro de mí.

«Tiempos desesperados exigen medidas desesperadas».


Traducido por Roni Turner
Corregido por ~Kvothe
Editado por Mrs. Carstairs~

En el fuego ardió, y aún no vino. No cuando el fuego se extendía desde las


cortinas al marco de la ventana, de madera antigua. Tampoco cuando llenó la
habitación de humo negro y opaco. Con cautela mantuve las llamas alejadas
de mí agitando la mano en señal de rechazo, pero a cuanto más denso se
volvía el humo, más difícil se hacía mantenerse concentrado.

«Vendrá», deseé.

Aunque el fuego se mantenía lejos de mi piel, el humo no. Con cada


segundo que pasaba se volvía más denso, haciendo que mi respiración fuera
cada vez más dolorosa.

Tosí en mi antebrazo, intentando que mis pulmones permanecieran


limpios.

«Debería detener esto». El pensamiento sonaba sincero. Todo a mi


alrededor era fuego llameante. Quemaba como si se hubiera estado
muriendo de hambre por siglos, devorando el área que me rodeaba en solo
unos instantes.

Mi vista se posaba en la puerta constantemente. «Vamos». Tenía que


venir. «Vamos». El pavor estrangulaba mis pulmones. «Vamos». Entonces mi
corazón dio un vuelco. La llave. La había dejado en la cerradura de mi lado.

El horror me cortó la espalda con sus garras.

Me moví, resbalando mis piernas de la cama. Pero el fuego crepitaba en


el cabecero, escupiendo dedos rojos que me iban a alcanzar.

Me mantuvo en mi sitio.

El humo se estaba volviendo insoportable. Cada respiro era más débil


que el anterior. Estaba rodeado de llamas.
El calor abrasó mi piel, amenazando con derretirla y limpiar mis huesos.
Pegué mis piernas a mi pecho cuando el fuego se encaminó hacia las sábanas.

Estaba perdiendo la cabeza. Era incapaz de aferrarme a la realidad. Cada


parpadeo era más largo que el anterior. Cada vez que luchaba por abrir los
ojos, el fuego estaba más cerca que antes. La ventana abierta hizo poco para
eliminar el humo que envolvía la habitación.

La voz de mi madre sonó clara en mi mente confusa. «Nos has condenado


a todos». Las vigas de madera se partieron, haciendo llover escombros sobre
mí en forma de cenizas ardientes. Levanté una mano para evitar que se
enganchara en mi cabello, mi cara. En ese momento sentí que el mundo se
desaceleraba mientras los resplandores ambarinos volaban a mi alrededor.
Mi respiración se aceleró y mis ojos se volvieron pesados, cada parpadeo se
prolongaba en una eternidad.

Mi conexión con el fuego se disolvió con mi falta de claridad. Y en ese


momento mis ojos se negaron a abrirse de nuevo.

Entonces sentí que alguien me tocaba.

Un frío beso de hielo envolvió mi cuerpo, elevándome de la cama. Mi


cuello cayó hacia atrás y era incapaz de levantarlo. Era como si mirara las
profundidades de mi mente desde una profunda cueva, incapaz de hablar o
hacer nada.

El mundo estaba al revés.

La habitación se alejaba de mí.

—Quédate quieto.

Quería respirar, pero mis pulmones dolían demasiado. El dolor era


terrible, aunque en ese mismo momento no podía discernirlo.

—Chico estúpido.

Mi pecho se agitó cuando tomé mi primera bocanada de aire fresco. Aire


no contaminado por el humo o el fuego. Se deslizó por mi garganta y estiró
en mis pulmones. Inspiré y espiré, con los ojos aún cerrados, como si no me
atreviera a abrirlos y viera que la piel se me despegaba del cuerpo. Temía
que fuera un truco, la forma en que mi mente me adormecía en una falsa
sensación de confort mientras mi error me quemaba la piel.

—Despierta. —Apenas escuché el gruñido, aunque estaba a centímetros


de mi oído—. Vienes a mi casa y levantas una mano contra mí. Ahora le
prendes fuego.

Abrí un ojo, solo lo suficiente para ver un rostro de luz de luna tejida que
se cernía sobre mí, con su nariz cerca de la punta de la mía.

Luego forcé el otro ojo a abrirlo solo para ver las puntas de unos dientes
blancos y afilados ante mí.

Me levanté de golpe para sentarme, consciente de cómo me derretía en


la cama en la que estaba. El aire frío me rozaba el pecho desnudo, alejado de
mi cuerpo conscientemente desnudo por una fina sábana que me envolvía.
Casi esperaba ver nada más que rojo. Pero ahí no había fuego. Nada más que
las pocas velas que apenas iluminan la habitación en la que me encontraba.

Eso y la amplia figura que impedía que la luz me alcance.

Estaba ante mí. La criatura. La sombra se proyectaba sobre sus pómulos,


que ahuecaban los rasgos de su rostro diabólico.

Bajé la vista, incapaz de sostener su mirada roja como la sangre y


murmuré:

—Me has salvado.

Incluso en mi estado sabía cómo actuar. Humilde y... sumiso.


—Simplemente prolongué tu estancia. Hacía muchos años que un
Reclamado no intentaba terminar su visita... antes de tiempo. Juré que no lo
volvería a hacer.

Hablé contra las sábanas que protegían mi modestia.

—Fue un accidente. Un desliz de una vela.

—Entonces eres un fastidioso y un torpe. Qué dos... rasgos inseparables.

—Gracias —me obligué a decir, levantando la vista hacia su interminable


mirada por un momento.

Levantó una mano, con los ojos cerrados.

—Para.

Me callé y me tragué las siguientes palabras. Las sábanas estaban rígidas


en mis manos y las agarré con más fuerza, tirando de ellas para cubrir mi piel
expuesta.

Sus ojos seguían mis movimientos.

—No podía soportar el olor de tu ropa. Había que quitártela.

—La próxima vez pregunta antes... por favor.

Me esforcé por mantener mi rostro suave. Tal y como me había enseñado


mi madre. No podía estropear esto. «Sé hermoso, acércate a él».

—No he necesitado preguntar en años. No voy a empezar contigo.

Mis nudillos palidecieron mientras agarraba las sábanas con más fuerza.

—¿He...?

—¿Quemado el aposento hasta dejarlo en cenizas? Es probable. Ahora


debemos pensar en un nuevo lugar para que te quedes. —Sus uñas eran
pálidas y afiladas. Se golpeó una en la barbilla mientras perdía su mirada en
la contemplación.

—Hay muchas habitaciones libres —dije.


—Has explorado. —Entrecerró los ojos hacia mí—. Por supuesto que sí.
¿Has encontrado algo de interés en tu recorrido por mi casa?

—Tal vez.

—¿Tal vez? —Inclinó la cabeza—. Eres de pocas palabras para ser un


criminal incendiario.

—Fue un accidente.

—Eso dices tú.

Antes de que pudiera moverme de la cama, él ya estaba sobre ella, con


las manos apretadas a ambos lados de mí. Era como una sombra, no más que
un susurro de humo mientras su silueta volvía a tomar forma física.

—¿No te basta con mi cama, Jak? —gruñó, con la cara a escasos


centímetros de la mía—. ¿Preferirías yacer en cenizas que en la comodidad?
Pues si eso es lo que deseas, puedo asegurarte que así será.

Sentí que mis mejillas se sonrojaban de calor, por más que intentara
combatirlo. Me arriesgué a romper su atrapante mirada para escudriñar la
habitación en la que desperté.

Todo en ella era oscuro. Desde el papel pintado con dibujos hasta los
muebles manchados. El lugar era una caverna de penumbra y elegancia.

—No pretendo ofender —dije.

—Estamos muy lejos de eso. —Él frunció el ceño—. Te quedarás aquí


hasta que se prepare una nueva habitación.

Unas líneas arrugaron los lados de sus ojos, la única imperfección que
pude ver.

—Yo…

Sus dedos presionaron mis labios. Fríos, muy fríos. Casi me trago la
lengua ante el impacto de su contacto.

—Es temprano, así que debo retirarme. —Las cortinas estaban corridas
sobre la vidriera a mi izquierda. Aunque la rendija en el centro me permitía
ver la iluminación del cielo—. Por favor, abstente de incendiar esta
habitación. Me he encariñado con estas cuatro paredes. —Sus ojos me
absorbieron por completo. Recorrieron mi pecho desnudo, mis hombros, y
se detuvieron solo en mis ojos. Solté un suspiro cuando me quitó el dedo de
la boca y se lo llevó al mechón de pelo suelto que me caía por la frente.

—Gracias, Marius.

Inclinó la cabeza, sin preguntar cómo había llegado a saber su nombre.

En un abrir y cerrar de ojos se apartó de mí, aparentemente flotando por


el suelo de losas hasta la puerta que mis ojos pronto encontraron en el
extremo de la habitación.

—¿Dónde te vas a quedar esta noche? —pregunté, manteniendo mi voz


tan suave como pude sin dejar de sostener su mirada penetrante.

Hizo una pausa, girando ligeramente la cara, solo para mostrar su perfil.

—¿Es una oferta?

Madre querría que dijera que sí. Casi podía oírla responder por mí.

—¿Estoy en condiciones de hacer ofertas en tu propia casa? —pregunté.

Sonrió lentamente.

—No, no lo estás.

Parpadeé y ya no estaba, sus últimas palabras apenas terminaron antes


de desaparecer. Solo quedaba la sensación de su tacto.

Ni siquiera el aire parecía temblar mientras simplemente desaparecía. No


se abrió ni se cerró ninguna puerta, no hubo ruido de pasos. Simplemente...
desapareció.

Relajé el agarre de las sábanas por fin, dejando que se deslizaran sobre
mi pecho una vez más.

«Lo has conseguido». Mi intento me había llevado al corazón de su


dominio personal. Esto era más que un paso en la dirección correcta. Incluso
si significaba casi arriesgar mi vida para llegar aquí. Si fallaba, moriría de
cualquier manera.

Me recosté en su cama y suspiré, con las manos apoyadas detrás de la


cabeza.

«Más bien moriría por mis manos que las suyas».


Traducido por Roni Turner
Corregido por ~Kvothe
Editado por Mrs. Carstairs~

Me desperté por la luz del sol que me molestaba en los ojos, aturdido
pero cómodo en la cama de la criatura. Sonreí a pesar de la sensación de
pereza que me invadía mientras me ponía de espaldas a la luz, con la cara
aplastada contra las almohadas de plumas.

Al abrir un ojo, pude ver la habitación en la que estaba. La noche anterior


había dormido directamente después de que mi cabeza golpeara la almohada.

No podía negar que su habitación era... grandiosa. La cama era mucho más
grande que la que me habían proporcionado. Incluso mientras me estiraba,
estaba a kilómetros de distancia de sentir el borde.

Era sorprendentemente fácil sentirse a gusto en esa habitación. Supongo


que la deslumbrante luz del sol ayudaba, sabiendo que la criatura, Marius, no
volvería.

—Marius —pronuncié su nombre en voz alta. Era extraño no solo ponerle


cara a la criatura de la que había oído hablar a diario toda mi vida, sino que
ahora saber su nombre se sentía extraño. Como si hubiera obtenido algún
secreto divino que no podía compartir.

La extraña muchacha al otro lado de la puerta de mi habitación le había


llamado por ese nombre. Pero escucharlo de sus propios labios lo hacía
parecer real. Como si yo no hubiera atado cabos antes de que él mismo me
lo dijera.

Toda mi vida había imaginado a la bestia que pronto mataría. Nunca tuvo
un rostro o un nombre. Ahora, a pocos días de mi estancia en su castillo
maldito, había conseguido ambos.

Me permití volver a tumbarme en su cama hasta que mi estómago gruñó


pidiendo atención. Era la señal que necesitaba para salir finalmente de las
acogedoras caricias de las sábanas. Como todos los días hasta ahora, sabía
que la comida me esperaría.

Fuera del calor de las sábanas, la habitación estaba mortalmente fría. La


chimenea estaba vacía de cenizas o madera. Por los ladrillos sin carbonizar
que la rodeaban, estaba claro que no se había encendido en mucho tiempo.

Lo que me dejó desnudo, en medio de la habitación de la criatura. Sin


ningún indicio de que mi ropa estuviera alrededor.

Mis mejillas se sonrojaron al pensar que me vio así, con sus frías manos
quitando la ropa de mi cuerpo.

No podía negar que se me revolvía el estómago, no estaba seguro de si


era por malestar o por otra cosa.

Arrastrando la sábana de la cama, volví a envolverme con ella mientras


buscaba en la habitación algo más adecuado que ponerme.

Casi todos los armarios, vestidores y roperos que llenaban la habitación


estaban vacíos. Solo eran el hogar de las pequeñas criaturas que se habían
instalado en los espacios oscuros.

Pero allí, en el cajón superior de un gran armario de madera tallada,


encontré ropa.

Un camisón.

—Esto servirá —dije, encogiéndome de hombros.

Me pasé la rígida tela blanca por encima de la cabeza hasta que quedó
suelta alrededor de mis tobillos. Las mangas eran largas y holgadas, tanto que
tuve que arremangarlas para que no me estorbaran.

Me miré ante un espejo dorado. El cristal estaba rayado y desgastado; en


la superficie era casi imposible ver un reflejo.

—Jak, necesitas un baño —me dije. Mis pies seguían manchados de negro
por el hollín del fuego. Mi rostro estaba pálido y mis ojos azules estaban llenos
de cansancio. Me llevé una mano al estómago, que volvió a rugir—. Pero
primero es hora de comer.
La puerta de mi habitación había sido destruida excepto que no por el
fuego. No. Descansaba destrozada por la habitación carbonizada, incluso el
ladrillo de la pared que la sostenía por el marco se había desprendido. Había
sido derrumbada. Desde el exterior.

Entré con cautela en la habitación, con cuidado de no pisar un clavo de


hierro o una astilla de madera. Era temprano en la noche y había estado sin
zapatos todo el día.

Después de esperar en el gran salón a que alguien, cualquiera, entrara,


finalmente me di por vencido y fui a buscar mis botas.

Por suerte, estaban donde las había dejado. Perfectamente alineadas bajo
la ventana que daba al jardín. Ahora, como el cielo estaba pintado de un color
púrpura oscuro, era difícil ver el mundo más allá.

Me puse las botas, agradeciendo el descanso del siempre frío suelo del
castillo.

La cámara estaba casi destruida. Sin embargo, el fuego había sido


apagado, no sabía por qué ni cómo. Tampoco importaba. Mi acción,
potencialmente dramática, dio como resultado lo que necesitaba.

Atención.

Las cicatrices chamuscadas llegaban hasta las paredes exteriores, pero


habían sido detenidas antes de extenderse más allá. La cama estaba en ruinas.
Las sábanas no eran más que cenizas crepitantes. Los postes del armazón se
apoyaban ahora unos contra otros entre el montón de madera y material
quemado.

—Qué chico tan torpe soy.


Había un destello de metal anidado en el montón de cenizas. Lo alcancé,
apartando el polvo del desastre hasta que conseguí agarrarlo y lo saqué.

El cuenco de adivinación. Se había deformado ligeramente. No se había


roto del todo, pero sí lo suficiente como para sentir que no podría volver a
utilizarlo.

Era la excusa perfecta para no llamar a madre o al aquelarre. Por un


momento, un destello de color naranja parpadeó sobre el metal opaco del
cuenco. Sucedió tan rápido que casi lo confundí con algo en mi ojo. Pero
entonces volvió a ocurrir. Un reflejo de un brillo ámbar. Me giré, de cara a la
ventana, para captar lo que había visto.

Más allá de la ventana, en la vista que se oscurecía, pude verlo.

«¿Y si era Marius?». No. La luna aún no había alcanzado su cúspide. Eso era
todo lo que sabía de la criatura antes de que apareciera. Solo en la oscuridad
de la noche vagaba.

«Entonces debe ser la gente que vive aquí». Los mismos que habían hecho
todo lo posible por mantenerse alejados de mí, por mucho que anhelara
verlos. El corazón me dio un golpe en el pecho mientras salía corriendo de la
habitación, tirando el cuenco de adivinación al suelo sin pensarlo. Una corta
carrera por el pasillo y ya estaba allí, en la puerta principal, listo para
descubrir quién se escondía tras ella.

Pero estaba cerrada. «Mierda». Por mucho que tirara del gran pomo
circular, no se abría. Renunciando con un suspiro de frustración, corrí de
nuevo a la habitación, con la esperanza de captar la dirección en la que se
movía el resplandor oscilante.

Solo me quedaba una opción.

Fue fácil, me subí a la delgada cornisa de la ventana y me colé por el hueco


mientras empujaba para abrirla. Agradecí la hierba crecida sobre la que
aterricé. No solo amortiguó mi corto salto, sino que mantuvo mis pisadas
silenciosas.

El camisón no ayudaba mucho a mantener alejado el frío de la noche. La


niebla se arremolinó alrededor de mis tobillos y por un momento recordé mi
primera noche y la mano que me alcanzó.
No me quedé en un lugar para saber si esa misma aparición volvía.

Me moví por los jardines que se oscurecían, buscando otro resplandor de


luz que indicara hacia dónde se dirigía el intruso. El corazón me latía en el
pecho y las palmas de las manos estaban húmedas de sudor. Pero seguí
adelante, desesperado por encontrar a alguien, a cualquiera que no fuera la
bestia.

A ciegas, vadeé los jardines. Me perdí entre los altísimos setos, los
senderos sin caminos y las monstruosas raíces y malas hierbas que parecían
haberse apoderado de lo que antaño debió de ser un glorioso jardín.

Entonces lo volví a captar. A través de los huecos del seto casi me metí
de bruces en la luz ámbar que se movía más allá.

Aceleré mis movimientos, buscando frenéticamente una forma de rodear


el muro de setos que tenía ante mí. Las ramitas me arañaban las manos
mientras buscaba un camino.

—¡Espera! —grité, y el brillo de la luz desapareció una vez más—. ¡Te veo,
espera!

Extendí una mano, alcanzando el elemento de tierra. El seto se partió en


dos, separándose lo suficiente como para que pudiera deslizarme a través de
él.

Era un riesgo, usar mi poder. Pero el manto de oscuridad se hizo más


pesado.

Apenas podía ver un palmo delante de mi cara, y mucho menos que


alguien me viera usar mi poder. Corrí. Y también lo hizo la persona a la que
perseguí. Ahora estaba en el camino de piedra, lo que era evidente por el
fuerte repiqueteo de mis pisadas al emprender la persecución. Sentía un leve
escozor por los cortes que me había hecho en las plantas de los pies. Sin
embargo, seguí adelante.

—Por favor... ¡espera!

Como si la floreciente noche respondiera, un ruido llenó los oscuros


jardines. Parecía resonar a mi alrededor.
Me detuve un momento, buscando el origen del sonido. En las sombras
que me rodeaban, mis ojos me jugaron una mala pasada. Estaba seguro de
haber visto formas que se movían a toda velocidad en la oscuridad.

Entonces el ruido volvió a producirse, esta vez más fuerte, más claro.

Un aullido.

Aceleré el paso, esta vez impulsado por un miedo repentino y punzante


que intentaba desesperadamente vencerme. Incendiado más por otro aullido
que sonó en respuesta al primero.

El camisón se hinchó alrededor de mis piernas desnudas. Casi tropiezo


con una losa agrietada en el sendero que había debajo de mí, pero me
estabilicé cuando otro aullido atravesó la noche que estaba por llegar.

Mi presa dobló una esquina, delatada por el repentino cambio de rumbo


que tomó la llama oscilante.

La seguí, con las botas golpeando el suelo.

Al acercarme, empecé a ver a la persona. La niña.

El largo cabello negro fluía detrás de ella, atrapado por el viento que
dejaba a su paso. Llevaba un vestido de telas oscuras que parecía fundirse con
las mismas sombras por las que corríamos.

Y su cabeza, al igual que la mía, se agitaba en la oscuridad que rodeaba el


camino mientras otros ruidos se unían a nuestra persecución.

Lo único que oí, por encima de mi propia respiración agitada, fue el


chasquido de los dientes.

El movimiento de una forma que corría a mi lado parpadeó en mi


periferia. Me arriesgué a mirar y vi dos charcos rojos que me devolvían la
mirada.

Fue demasiado rápido. Me golpeé contra algo duro, cayendo en un enredo


de miembros, a través del suelo.

No fue mi grito de repentina sorpresa el que resonó en mi cráneo, sino el


de la chica con la que había chocado.
Sentí la hierba húmeda a mi alrededor. No el duro camino de piedra.

—Lo siento mucho...

—¡Cállate, tonto! —me espetó, levantándose del suelo con los ojos muy
abiertos y sin pestañear. Su atención no se centraba en mí, sino en algo en la
oscuridad ante nosotros. Seguí su mirada de pánico para ver qué había
captado su atención.

De las sombras salió un gran sabueso. No, un lobo. Un pelaje hecho de


sombras fundidas, tan oscuro que no podía ver dónde terminaba y dónde
comenzaba la noche a su alrededor. La bestia merodeaba, sus grandes patas
se deslizaban lentamente por el suelo mientras avanzaba hacia ella.

Moví los brazos, intentando levantarme del suelo antes de que la criatura
atacara, sus intenciones eran claras mientras sus fauces goteaban y su morro
se curvaba. Pero me impidió moverme con un chasquido de advertencia de
sus mandíbulas. Casi podía sentir la puñalada de su mirada roja mientras me
atravesaba con la mirada.

—Nos has desviado del camino —murmuró, con la voz cargada de


miedo—. Nos has condenado a los dos.
Traducido por Roni Turner
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Mrs. Carstairs~

El lobo se lanzó hacia la chica, con el cuerpo fundiéndose en volutas de


sombras que se hicieron sólidas mientras se difuminaba en el aire. En el breve
momento en que la miré por completo, vi que no debía tener más de trece
años. Una estructura pequeña y enérgica, pero un rostro de fuego decidido.

No tuvo tiempo de gritar. Eso o no temía a la increíble criatura que la


atacaba.

En instantes fue devorada por las sombras cuando el lobo se posó sobre
ella.

Solo entonces hizo un ruido cuando su cuerpo cayó al suelo con un fuerte
chasquido. El lobo apenas se inmutó cuando su grito partió el cielo.

«Ayúdala». Las palabras eran tan claras en mi mente. Una súplica urgente.
Me quedé congelado en el sitio, viendo cómo el lobo bajaba sus dientes
desnudos, resoplando su hedor mortal sobre su cara.

La criatura le dio un zarpazo en el pecho. El sonido gutural sin respiración


que siguió me enfermó cuando la bestia le quitó todo el aire de los pulmones.

Sus manos golpearon la zarpa oscura, pero no eran rivales para su


tamaño. Luego, simplemente se detuvo, mientras el fragor de los huesos
gritaba en la noche.

«¡Ahora!».

El pensamiento ya no era una súplica, sino una orden.

Y mi magia respondió sin más reticencias.

El viento pasó de estar quieto a gritar. Una tormenta de poderosas ráfagas


que se gestó alrededor de los jardines, silbando entre los árboles y las
estatuas rotas. Mi aire temía a las criaturas que acechaban; lo percibí mientras
hacía que atacara. La poderosa fuerza del viento conjurado casi me arranca
del suelo al chocar contra los costados del lobo. Apreté los dientes, con la
mandíbula tensa, mientras forzaba mi energía hacia el elemento. Mi corazón
se estremeció de alivio cuando el aullido de la bestia gimiente entonó una
canción en mi alma. Arrancada de su presa, la nube de sombra y pelaje fue
arrojada a la noche. Un muñeco inútil en las garras de mi poder.

No perdí el tiempo y me dirigí hacia el lugar donde yacía la chica en el


suelo, y el viento disminuyó hasta convertirse en la brisa natural que había
sido cuando relajé la correa de mi poder.

—¿Estás bien? —pregunté sin aliento. Me incliné sobre ella, volviendo la


cabeza hacia la oscuridad, donde la bestia seguía llorando y gimiendo. Mi
cuello amenazó con romperse cuando miré desde las sombras hacia la chica.
No respondía, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Le puse un
dedo debajo de la nariz y sentí el cosquilleo de la respiración. Respiraba, pero
débilmente. Su piel juvenil era tan blanca como la nieve. No podía negar el
pequeño pulso que sonaba bajo mi contacto con su muñeca. Incluso en la
oscuridad mis ojos se enfocaron lo suficiente como para ver el pequeño
ascenso y descenso de su pecho.

Una sarta de blasfemias recorrió mi mente mientras el gemido se


convertía en un gruñido y se acercaba de nuevo.

Me enfrenté a la oscuridad y a la criatura oculta que acechaba en ella. Un


ceño fruncido se dibujó en mi rostro.

Con las manos preparadas a mi lado, deseé que el lobo atacara.

—¡Vamos! —grité, con el cuerpo tenso, un muro de carne y hueso entre


la bestia y la chica—. Inténtalo de nuevo. Te desafío.

Gruñidos profundos y guturales respondieron y más lobos aparecieron


de las sombras. Cada uno bajó su cuerpo cerca del suelo. Listos para atacar.

El viento corría a mi alrededor. El fuego se calentaba bajo mi piel.

—Por fin, una pelea.

Una de las bestias más grandes agitó su melena de sombra y chasqueó las
mandíbulas.
Parecía una señal cuando la manada de lobos se dividió y corrió hacia
donde yo me mantenía agazapado sobre la joven.

Mi piel ardía mientras el fuego bajo mi piel ansiaba liberarse. Pero cuando
un grito salió de mi garganta, otra sombra se unió al caos. Se posó entre las
bestias que corrían y yo. El pelo blanco puro brillaba entre la noche, el cuerpo
ancho y los brazos abiertos como si fuera a atraparlos cuando se
abalanzaban.

Marius.

No pude ver su rostro, no mientras gritaba hacia la manada de lobos.

Estaba agachado, con las manos curvadas en forma de garra mientras


lanzaba un único e interminable chillido. Solté los elementos y me tapé los
oídos con las manos para bloquear el horrible sonido.

La propia noche parecía temblar a nuestro alrededor.

Observé con... asombro cómo los lobos se dispersaban en la noche. Cada


uno gemía mientras corría, con la cola entre las piernas.

Su miedo se mezcló con el mío cuando Marius se acercó a nosotros. Sus


ojos brillaban con el mismo rojo que las bestias que había espantado. Su boca
estaba abierta, de forma poco natural, dejando al descubierto las líneas de
saliva conectadas a sus blancos y puntiagudos dientes.

No pude recuperar el aliento mientras lo miraba.

—¿Qué has hecho? —gruñó desde el fondo de su estómago.

—Yo no... Estaba...

—¡Ella sabe que no debe abandonar el camino! —espetó, con la mirada


encendida de ira—. ¿¡Qué has hecho!?

Negándome a apartar la mirada, por mucho que lo deseara, se me escapó


la respuesta:

—No tenía forma de saberlo.


En un segundo estaba ante mí, con los dientes a escasos centímetros de
mis ojos.

—Apártate de mi camino. Ahora.

No pude moverme lo suficientemente rápido, y me estremecí cuando


Marius levantó un brazo tenso para empujarme.

Mientras se cernía sobre la chica, todo su comportamiento cambió. Su


cuerpo se ablandó y sus hombros bajaron. Con un largo suspiro, recogió su
pequeño cuerpo en sus brazos sin pensarlo mucho.

—Si se muere... —Marius no me miraba mientras hablaba. Pero oí cómo


su voz se entrecortaba—. Pronto la seguirás.

Observé con impotencia cómo Marius llevaba a la joven de vuelta al


castillo, con su pálido rostro apoyado en su pecho. Pude oírle susurrar, pero
solo un murmullo. No entendí ni una sola palabra de lo que dijo.

«¿Habrá visto mi magia?». La idea me asqueó, pero pronto se desvaneció


al ver el brazo inerte de la chica que llevaba. La culpa me impulsó a
levantarme del suelo y seguirlo. «Lento, descuidado». La voz de mi madre llenó
la oscuridad de mi mente. Mi paso solo impulsado por el miedo a que las
extrañas criaturas volvieran por mí.

Marius no se quejó de que lo siguiera. Sabía que estaba detrás de él por


las sutiles miradas por encima del hombro. Casi esperaba que me gritara que
me fuera. Pero no lo hizo.

Me quedé en el camino de piedra que atravesaba los jardines, sin


desviarme de él, haciendo caso a la advertencia que me había hecho la joven
antes de que la criatura la hiriera.

Pronto agradecí estar de vuelta en el castillo con la puerta cerrada tras de


mí, dejando las brumas que llegaban y las sombras que se movían tras la
cerradura y la llave.

Marius la llevó a su habitación en la que me había despertado esa mañana.


Me mantuve a distancia mientras él entraba, acostándola en la cama recién
hecha.

Una cama que no había hecho al salir de la habitación antes.


—¿Estará bien? —pregunté desde la esquina de la habitación mientras
Marius le pasaba las manos por encima. No respondió. Tiró con cuidado de
los cordones del corsé oscuro que llevaba, dejando al descubierto la parte
superior de su pecho.

Incluso desde mi distancia, podía ver el oscuro moretón que ya había


florecido en su piel.

Soltó un suspiro, uno que silbó entre dientes apretados.

—Costillas rotas. Ella sobrevivirá y tú... puede que vivas para ver el
amanecer, Jak.

—¿Puedo ayudar? —Me acerqué con cautela—. Es mi culpa.

Lo dije porque era verdad, y habría sido lo que él quería oír. En realidad,
no me importaba su reacción, pero estaba claro que ella significaba algo para
él. Y esas cosas se convierten en armas en las manos adecuadas.

—Dime, ¿qué puedes hacer para aliviar la presión que sus costillas rotas
están causando actualmente al presionar sus pulmones? ¿Tienes el poder de
curarla?

Yo albergaba poder, pero no del tipo que pudiera curar. Inclinando la


cabeza, me quedé callado, observando desde la esquina de la habitación
cómo Marius entraba en acción.

Se subió la manga suelta de la camisa hasta el codo, se llevó la muñeca a


la boca y se mordió la piel pálida. Se me revolvió el estómago mientras lo
observaba. Bajo sus labios se extendió la sangre, goteando por su barbilla
mientras bajaba la mano hacia la boca abierta de la chica, sin importarle las
gotas de rubí que salpicaban las sábanas blancas.

Acomodó una mano suave bajo la cabeza de la joven, la levantó


ligeramente y le puso la muñeca sangrante sobre la boca. Se me revolvió el
estómago de asco. Observar cómo su fuerza vital caía como gordas gotas de
lluvia sobre los pálidos labios de ella. Como si lo hubiera registrado, su boca
se abrió y su lengua se desplegó lentamente para atrapar la sangre.

Era una acción inocente, la que haría un niño durante las primeras lluvias
de la primavera. Atrapar las gotas de agua fresca y beber de las propias nubes.
Pero esto, esto estaba mal.
—Huelo tu asco —murmuró Marius, bajando a la chica de nuevo sobre la
almohada. Sacó un paño de encaje del bolsillo de su pecho y se limpió la
sangre de la muñeca—. Recuerda que no habría sido necesario si tú no
hubieras provocado esto. Agradece que tengo los medios para ayudarla a
sanar. Por tu bien.

Cerré la boca y traté de borrar la repugnancia de mi expresión.

—¿Cómo iba a saber que esas... cosas nos atacarían? No es como si se


proporcionara un manual al llegar a este inquietante lugar.

—Sabuesos de sangre —dijo Marius, ignorando mi burla—. Criaturas de


las sombras que ansían lo mismo que yo. Ahora ya lo sabes, así que mantente
alejado.

—Tomo nota —espeté, mirando su muñeca, ahora limpia, para ver que
no tenía ni una sola marca en la piel.

Siguió mi mirada y levantó la muñeca.

—Milagroso, ¿no? Cómo una maldición puede contener tanta... belleza. Mi


sangre tiene propiedades curativas y me mantiene con vida durante años,
pero también puede curar a otros si se ingiere.

No pude responder. Estaba lejos de ser milagroso, pero también lejos de


todo lo que madre o el aquelarre me habían advertido.

—¿Quién es ella? —pregunté, feliz de cambiar de tema.

Marius se tomó su tiempo para bajarse la manga y abotonarse el puño.

—¿Y crees que mereces una respuesta... como si ella te preocupara?

Mi rostro se sonrojó.

—Es una pregunta sencilla. Sé que tienes gente viviendo en este castillo.
He hablado con una. ¿Es tu... sirvienta?

—No es mi sirvienta.

—¿Entonces qué es?


La comisura de los labios cenicientos de Marius se curvó en una sonrisa
de intriga.

—Nunca me han gustado las preguntas. —Su repentina risa rebotó en las
paredes de piedra de la cámara—. Y nunca he conocido a un Reclamado que
sea tan... intrusivo. Te aseguro, Jak, que no hay ningún alma viviente dentro
de este castillo. Ella… —Hizo un gesto a la chica que estaba en la cama detrás
de él—. …simplemente nos visita como lo hizo su madre y su madre antes de
ella. ¿De qué otra forma se supone que voy a estar en contacto con el mundo
siempre cambiante?

Un escalofrío recorrió mis brazos. Tenía una informante de Darkmourn.


Volví a mirar a la chica, la traidora, sin saber por qué no la reconocía.

—¿Y qué es lo que te interesa saber? —La pregunta se me escapó antes


de poder pensar—. ¿Por qué te importa lo que pasa más allá de este lugar
cuando sabes que nunca podrás salir?

«A menos que fracase».

La ceja plateada de Marius se levantó, arqueada sobre un ojo.

—No confundas mi deseo de saber con la preocupación, Jak. Simplemente


necesito saber qué cambia. Porque un día, mucho después de que te hayas
agotado en tu última noche, encontraré una forma de salir de esta jaula
abandonada. Y cuando lo haga, estaré preparado para lo que me espera más
allá.

—¿Estás seguro de que te dejaré alimentarte de mí? —El vello de mis


brazos se erizó. Esa parte de su maldición la conocía bien. Cómo caía en una
furia de sed de sangre, insatisfecho hasta haber devorado hasta la última gota
de su Reclamado.

Mi madre me contó una historia sobre el primer año en que la maldición


cayó sobre él. Fue la única vez que dejó el cuerpo en los límites de la finca.

Hueco y vacío.

Después de eso, nunca más devolvió los cuerpos de los que había bebido.
—No necesito confianza, Jak. Es inevitable. —Me pasó un dedo por la
mejilla, la uña a un milímetro de arañarme la piel—. Tú eres el Reclamado. Es
tu deber.

Antes de que pudiera hablar, la chica de la cama soltó una tos. Con su
velocidad antinatural me dejó, cerniéndose sobre la chica mientras su ataque
de tos seca disolvía la pesada tensión.

—Tranquila, Katharine, despacio —arrulló Marius—. Te tengo.

Ella se llevó una mano al pecho y su tos se calmó pronto. Y noté la falta
de moretones que no hacía mucho tiempo cubrían su piel bajo sus dedos.

—¿Qué ha pasado... qué? No me he salido del camino. —Habló rápido, sus


palabras de pánico eran rotas y apresuradas.

—Lo sé... no lo hiciste. —Marius ahuecó una mano en su mejilla—. Eso fue
culpa de otro.

Su cabeza se giró hacia mí. Esperaba un gruñido, pero sus ojos castaños
solo se ensancharon. Una parte de mí la reconoció, ahora que la veía bajo la
luz de las velas encendidas en la habitación. Y eso me inquietó.

Me preparé para que le dijera a Marius que yo era un brujo. Que tenía
magia y que así la ayudaba. Un antepasado de la misma mujer que le lanzó la
maldición. «Sobre nosotros».

Pero las palabras de Katharine me impactaron.

—No te enfades con él. —Su voz era pequeña, pero llena de fuerza para
alguien de su corta edad—. Como todavía estoy respirando, él debe haberme
salvado. Lo último que recuerdo es al sabueso encima de mí.

Marius me miró fijamente, con los ojos entrecerrados.

—¿Lo hizo?

Miré hacia mis pies, apretando mis manos temblorosas en puños.

—No fue nada.

—No seas tímido ahora, no es propio de ti.


—Lo aparté de ella —forcé la mentira.

—¿Apartaste a un sabueso?

Asentí con la cabeza, temiendo que otra mentira solo lo hiciera evidente.

—La estaba aplastando, así que hice lo que pude. —Atrapé la mirada de
Katharine que, sin pestañear, me devolvió la mirada. No dejé de mirarla
mientras seguía hablando—. Al fin y al cabo, fue mi culpa que abandonara el
camino.

—Entonces debo disculparme por mi reacción —dijo Marius—. Aprecio


mucho a Katharine. Simplemente actué de la manera que consideré oportuna.
Por favor, dame un momento con Katharine. Me temo que tenemos mucho
que discutir y preferiría que no te involucraras. —Sonrió, socarronamente.

Incliné la cabeza, dando un paso atrás hacia la puerta.

—Jak —gritó la vocecita. Levantando la barbilla, miré a la joven.


Katharine—. No te desvíes del camino. Si vuelves a entrar en sus dominios,
los sabuesos tendrán una venganza contra ti.

—¿Por qué? —pregunté, con la mano sobre el pomo de la puerta.

—Porque les impediste comer —respondió Marius—. Uno nunca olvida


eso.
Traducido por Emma Bane
Corregido por Malva Loss
Editado por Mrs. Carstairs~

Desperté de un sobresalto con el golpe de algo sobre la mesa frente a mí.


Sorprendido, di una patada, empujándome hacia atrás.

—Cuidado. —Una mano sostuvo la parte posterior de la silla, evitando que


cayera al suelo conmigo—. No queremos que haya otro accidente, ¿verdad?

Me recuperé rápidamente, agarrándome del asiento mientras Marius me


balanceaba para ponerme a salvo. ¿Cuánto tiempo estuve durmiendo? El
tiempo suficiente para que mi saliva se haya secado en mi barbilla.

—Has tenido una noche agitada. No me sorprende que estés cansado.

—Estoy bien… —Contemplé el gran saco que ahora ocupaba el espacio


sobre la mesa vacía ante mí. Pero antes de haberme dormido, la mesa había
estado completamente llena—. La comida desapareció.

—¿Estabas tan hambriento?

Sacudí mi cabeza en negación.

—No, la comida desapareció. Esta mesa estaba repleta de comida, y ahora


no está.

Me había quedado dormido con el estómago lleno por la más deliciosa


comida. Sin embargo, no quedaron restos.

—Dijiste que nadie más vivía aquí. Pero difícilmente puedo imaginar que
te rebajes lo suficiente para servir y limpiar en tu propia casa.

Marius sacó una silla y se sentó en ella. Apoyó los codos sobre sus rodillas
y reposó su barbilla cincelada en sus palmas.

—Te equivocas. Dije que no había nadie vivo dentro del castillo.
—Pero yo…

—Hueles terrible. En serio. —Se inclinó hacia atrás, arrugando la nariz—.


He preparado un baño en mis aposentos para ti. En aquel saco hay un
conjunto de ropa. Ropa que no es tan… reveladora. Ve a asearte. —Su voz
fue suave pero demandante.

Me puse rígido en la silla, agarrándome a los lados para mantener las


manos ocupadas.

—¿Qué hay de Katharine?

—Ha regresado a casa. La habitación es tuya.

—¿Qué hay de…? —Me quedé en silencio.

—Habla, Jak. No seas tímido.

Estaba lejos de estarlo.

—¿Dónde duermes?

Él ladeó la cabeza hacia un lado.

—Yo no duermo.

—¿Entonces a dónde vas? He visto suficiente de este castillo para saber


que hay otras habitaciones vacías en las que puedo quedarme.

—Esas habitaciones no son mías. —Su cuello se enderezó, su profunda


voz se endureció.

—¿Se supone que eso me haga sentir de alguna forma en particular?

Permaneció callado. Sus ojos color borgoña recorrieron mi rostro.


Buscando. Contuve mi aliento. Pero luego él sonrió.

—Si quisiera hacerte sentir de alguna forma en especial, Jak, no lo


necesitaría únicamente para estar en mi habitación.

La silla chirrió en el suelo cuando me puse de pie abruptamente.

—¿He dicho algo que te ofendiera? —dijo con una sonrisa astuta.
Mis manos tiemblan ampliamente a mis costados.

—No sé a qué acostumbras, Marius. Pero puedo decirte que no soy como
los demás con los que has… jugado. Cuida lo que dices. Y cómo lo dices.

En ese momento Marius se levantó, deteniéndose a centímetros de mí.

—Eso suena terriblemente similar a una amenaza.

Di un paso hacia adelante.

—¿Y qué pasa si lo es?

Mantuvimos la mirada del otro. Ninguno de los dos queriendo ceder antes
que el otro.

—Tienes razón, Jak —susurró Marius, siendo el primero en retroceder—


. No eres nada como los otros que han estado antes que tú. Nada.

El agua todavía estaba caliente cuando me deslicé en ella. Solté un quejido


cuando mi cabeza se hundió, mi boca llenándose de agua. Mantuve mis ojos
abiertos, observando las burbujas que escapaban de mi boca y se elevaban a
la superficie.

Un placer. Y muy necesaria.

Solo cuando mis pulmones ardían por aire, salí de su cálido vientre.
Apenas me importó cuando el agua salpicó por encima del borde de la bañera
de latón y sobre el suelo de losas de la habitación de Marius.
El hombre… esa criatura, me enfurecía. Me disgustaba. Al menos eso era
lo que me decía a mí mismo una y otra vez mientras lavaba los días de
suciedad de mi piel hasta que estuvo roja de tanto tallar.

Estaba acostumbrándome a las largas noches y madrugadas. Mi rutina


usual se había alterado desde mi llegada. Ante la cortina tendida, el cielo se
iluminaba y con ella traía mi cansancio. La pequeña siesta que tuve en el
comedor no fue suficiente. Anhelaba envolverme en las sábanas
reconfortantes de la cama de Marius. La cual había sido, una vez más,
preparada. No había signos de que Katharine alguna vez hubiera yacido en
ella, ni había gotas de sangre seca.

No me subí a la cama hasta que el agua se tornó fría y luchaba con


mantener los ojos abiertos. Mis brazos temblaban de cansancio mientras me
levantaba de la bañera e hice un camino de agua hasta la cama. No me
preocupé en dejar secar mi piel desnuda. Apenas frotándolo, ni dándome
tiempo para secarme al aire antes de trepar entre las sábanas.

Me giré sobre la cama, estirando mi cuerpo expuesto tanto como pude.


Algo rígido arañó mi brazo. Luché contra el cansancio lo suficiente como para
levantar mi cabeza y mirar a través de un ojo qué era lo que sentía.

Ahí, sobre la almohada junto a mí, había una nota. Un trozo de pergamino
doblado que estaba sellado con cera negra.

Deslicé mi pulgar sobre el sello, sintiendo el relieve del diseño que no


podía descifrar por completo. Pensaba que era una cruz. Pero parecía que
una rosa estaba grabada en medio las líneas entrelazadas de las cruces.

Era una pena tener que abrir el pergamino, lo era también romper el sello.

Te espero para cenar.

M.

La nota era corta. Precisa.


—Cena. —Reí, dejando la nota de nuevo sobre la almohada, dándole la
espalda, mi corazón latía con calma en mi pecho.

¿Quién hubiera sabido que solo se necesitaba seguir a una chica a través
de los jardines para obtener toda su atención?

Casi anhelaba que el cuenco de adivinación fuera reparado, así Madre


podría ver cómo había cambiado la suerte a mi favor.

Supuse que tendría que esperar y ver cuando volviera a casa con su
cabeza en mis manos.
Traducido por Emma Bane
Corregido por Malva Loss
Editado por Mrs. Carstairs~

Me estudié en el espejo, esta vez usando algo más que el camisón suelto
que había encontrado ayer.

Alguien había estado en mi habitación mientras dormía. Porque la pila de


ropa estaba lista para mí al pie de la cama. La idea me puso nervioso, sabiendo
que alguien me había observado mientras dormía. Ser vulnerable era un
nuevo sentimiento, pero me desperté sin sufrir ningún daño. Eso era
suficiente para evitar que el sentimiento se volviera abrumador.

La ropa era magnífica. Cada hilo gritaba riqueza y privilegio. El atuendo


perfecto para la cena a la que había sido invitado. Uno que claramente no
tenía más remedio que aceptar, aunque tampoco me habría negado.

La chaqueta estaba hecha de terciopelo. Cada toque dejaba marcas en el


material azul marino oscuro. A la luz de las velas, parecía que llevaba el mismo
océano capturado a medianoche. Giré mi cuerpo, de izquierda a derecha,
asimilando la belleza del material.

Los pantalones quedaban ajustados, abrazando mis delgadas piernas, se


mantenía unido por un botón hecho del vientre iridiscente de una concha.

Todo estaba hecho a la medida de mi cuerpo. Todo menos la camisa que


era demasiado grande en innumerables tallas. Si no fuera por la chaqueta que
sostenía la camisa en su lugar, se habría deslizado sobre mis hombros cada
vez que me movía.

Podría haberlo atado en el cuello con los cordones color crema que
estaban sueltos. Pero no lo hice. Mantuve mi cuello expuesto a propósito.

Me tomé mi tiempo para arreglar mi cabello castaño, alisándolo con el


agua fría que había quedado en la tina. Pasé mi mano a través de mi flequillo,
metiéndolo hacia atrás para exponer tanto de mi cara como me era posible.
Mi arma. Más poderosa de lo que podría ser mi magia contra una criatura
con hambre voraz.

«Él quiere un festín. Así que debo darle uno».

—Finalmente, llegó. —Marius estaba de pie en la cabecera de la mesa.


Llevaba una capa oscura de sombra que se tragaba la silla en la que había
estado sentado unos momentos antes—. Estaba empezando a creer que
simplemente ignorarías mi invitación.

—No me di cuenta que tenía opción —respondí, caminado hacia la silla


que Marius me indicaba.

—Uno siempre tiene opción.

—¿Es así?

Los dientes de Marius castañeaban mientras sonreía.

—Me interesas, Jak. No puedo negarlo.

Forcé una sonrisa e incliné la cabeza.

—No soy más que un simple y aburrido Reclamado. Estoy seguro de que
has tenido compañía de mucho mayor interés del que yo puedo ofrecer.

—Puede ser —reflexionó—, hay tiempo de sobra para determinar eso.

Sostuve su mirada, y él mantuvo la mía, mientras sacaba mi silla y me


sentaba.
—Confío en que dormiste bien —dijo, aún de pies después de que me
senté.

—Así fue.

Levantó su mentón, se le dilataron las fosas nasales.

—¿Y aceptaste la oferta no tan sutil de asearte?

Mientras su mirada me seguía, levanté un dedo gentilmente y lo pasé por


mi clavícula, lentamente, hasta que estuve seguro de que sus ojos seguían
cada uno de mis movimientos.

—Fue glorioso.

Marius suspiró cuando dejé caer mi mano y recogí los cubiertos al lado
del plato vacío. Sin mirarlo, comencé a llenar mi plato con los deliciosos
alimentos que me esperaban.

Nuestra conversación fue una serie de frases cortas. Me resultaba difícil


iniciar una conversación cuando me ocupaba de la comida, mientras que
sentía que Marius estaba en silencio por otras razones.

—No es que necesites que te ofrezca, pero sírvete, por favor. —Marius
finalmente se sentó, lo que calmó los nervios que picaban debajo de mi piel—
. Debes estar hambriento.

—Famélico —dije, tomando una pierna carbonizada de carne cocida que


debía ser pollo.

Marius susurró, pero fue lo suficientemente audible para que yo lo


escuchara.

—No tienes idea.

Se sentó mirándome, su mirada enterrándose en mi alma. Pero ni una sola


vez levanté la mirada, estaba concentrado en apilar mi plato aún más solo
para mantenerme ocupado.

Usualmente, prefería la tranquilidad del silencio, pero con el paso del


tiempo no pude soportarlo.
—¿No estás hambriento? —le pregunté, haciendo un gesto con el tenedor
lleno de carne. Marius no había tocado nada, sus manos permanecían en su
regazo mientras me miraba.

—Muchísimo.

Mi sangre se heló, la piel expuesta de mi cuello cosquilleó bajo su mirada.

—Entonces come.

Marius gimió, meciéndose hacia atrás en su silla.

—No un solo alimento en esta mesa que me satisfaga, Jak.

Me encogí de hombro, manteniendo la mirada baja.

—Como quieras. ¿Supongo que no preparaste todo esto para mí? ¿O toda
la comida que se me ha proporcionado desde mi llegada?

Marius levantó las manos, ambas en rendición.

—¿Estas manos tienen aspecto de exceso de trabajo? —Me burlé,


tomándome mi tiempo para masticar el pollo que colgaba de mi tenedor—.
Parece que poco ha cambiado tu estilo de conversación, Jak. Aun así, los de
tu clase discuten asuntos pequeños como el clima o, en tu caso, la comida.
Tengamos una conversación más profunda e interesante.

Su comentario era un insulto enterrado bajo su elegante acento. Como si


me hubieran abofeteado con una pluma.

—Entonces, por favor, pregunta —dije, tragando el trozo de comida que


se deslizaba por mi garganta seca.

—Hay algo acerca de tu participación en los eventos de la noche anterior


que no me sienta bien. —Casi me ahogo—. ¿Serías tan amable de volver a
explicarme lo que sucedió? Realmente es extremadamente... interesante para
mí.

Sostuve la mirada de Marius. Quería que me equivocara, podía sentir su


desconfianza.
—¿Es difícil creer que no tengo la valentía para enfrentarme a una de tus
bestias infernales?

Marius bufó, balanceándose hacia atrás con los brazos detrás de la


cabeza. Los músculos se flexionaron, amenazando con rasgar su chaqueta.

—No dudo de tu valentía. Me levantaste la mano solo unos momentos


después de que te diera la bienvenida a mi casa.

—Haces parecer que mi visita aquí es algo digno de bienvenida.

—Entonces debemos brindar. —Las uñas de Marius golpearon el cristal


de la copa que levantó—. Por mi centésimo Reclamado.

—No comes, pero ¿sí bebes? —pregunté, estudiando el vino tinto que se
derramaba dentro de su copa. Siguió mirándome mientras se llevaba el borde
a los labios y tomaba un trago. El vino manchaba sus labios ya oscuros. La
visión de él mordiendo su propia muñeca inundó mi memoria.

—Bebo porque estoy sediento. El vino ha sido la única sustancia que frena
el apetito más profundo que la maldición me otorgó.

La intriga me impulsó a hacer más preguntas.

—¿Y qué es lo que anhelas?

Ya lo sabía. No necesitaba preguntar, pero pude ver el brillo en su mirada


oscura cuando toqué el tema. El deseo que tenía por ella hizo que sus labios
se abrieran y su lengua recorriera su labio inferior.

—Sangre.

Dejé mi copa de regreso en la mesa, haciendo caso omiso de su


comentario y volviendo a comer mi comida a pesar de que mi apetito se había
disipado en ese momento. Dejé la carne en el plato, optando por la patata
hervida y condimentada.

—¿A dónde vas durante el día? —pregunté, cambiando de tema a uno que
no amenazara el contenido de mi estómago con reaparecer.

—¿Por qué te importa saberlo?


—Pediste conversación y te la estoy dando. Las preguntas generan
respuestas, ¿no es eso lo que quieres?

Marius soltó una respiración contenida.

—Mejor háblame de ti, Jak. Me encuentro deseando saber más de tu vida


antes de que tuvieras la mala suerte de ser entregado a mí.

—¿No te ha hablado Katharine de mí? Pensé que ese era el objetivo de sus
visitas.

—No me importa saber acerca de mis Reclamados. Es parte del misterio,


esperar a conocer sus historias yo mismo.

—Historias —resoplé—. ¿Entonces eres un lector entusiasta?

—Más un escritor. Pero ya basta de mí. Pregunté sobre ti, pero eres hábil
para desviar el tema de ti mismo. Es como si tuvieras algo que esconder.

«Como tú», pensé, forzando una sonrisa.

Parte de mi entrenamiento era prepararme para ese preciso momento.


Tejiendo una mentira sobre mí. Para pintar el cuadro que quiero que Marius
vea.

—Entonces pregunta. —Hago un gesto con la mano, mientras que mi


pierna se balanceaba incontrolablemente debajo de la mesa.

—Cuéntame de tu hogar.

Me enfoco en la comida y dejo salir mi falsa historia.

—Mi padre es panadero. Mi madre es costurera. Paso mi tiempo


revoloteando entre ambos y ayudando. Nuestra casa se utiliza como
panadería y Madre trabaja desde los cuartos traseros.

—¿Eres bueno con tus manos?

Tragué el trozo de patata hervida.

—Terrible. Madre haría todo lo que esté a su alcance para evitar que
arruine sus proyectos. Y lo más que me permite mi padre es dividir la harina,
eso es todo.
—Una lástima. —Marius se encogió de hombros—. ¿Y disfrutas ayudar a
tus padres?

—Yo... no.

—¿No? Entonces, ¿qué es lo que habrías querido hacer en tu vida?

No podía responder en voz alta. «Acabar contigo».

—No importa qué es lo que quiero ahora, ¿o sí?

Él sabía lo que quería decir. Para cualquier otro Reclamado, una visita a
este lugar nunca resultaba en un regreso a casa.

La sonrisa de Marius se desvaneció, su mirada se perdió en un lugar en la


mesa.

—Porque morirás. —Su voz era tan fría como su tacto. Solo duró un
momento antes de que saliera del extraño trance en el que lo había visto caer.

Optando por alejarme de esta conversación, le hice una pregunta a


Marius.

—¿Qué es lo que haces el resto del año cuando no estás... entreteniendo a


tu Reclamado?

Era una pregunta para la que realmente quería una respuesta. Había
anhelado contemplar el castillo desde la ventana de mi habitación. Estudiando
las ventanas oscuras y sin vida y el lugar aparentemente vacío. Fue solo
durante el mes de la Reclamación cuando el castillo cobraba vida

—Espero.

—Eso suena terriblemente aburrido —bromeé, tratando de aligerar la


atmósfera repentinamente pesada que se extendía sobre la habitación.

—El tiempo es un concepto extraño en este lugar. Me ha llevado años no


pensar en eso. Cuanto más hacía al principio, más me dejaba caer en la locura.

«Un castigo justo».


Mientras lo pensaba, su mirada inquisitiva se posó en la mía y la sostuvo.
Su ceño fruncido me hizo creer por un segundo que podía infiltrarse en mis
pensamientos.

—Es mi turno de nuevo —gruñó, llevándose el borde de la copa a los


labios y sosteniéndolo ahí.

—¿Para qué? —dije lamiendo los restos de vino de mi labio inferior. El


apetito me estaba fallando mientras la bestia me perforaba. En su lugar, opté
por un trago de vino tinto fructífero para calmar mi ansiedad ante las
preguntas que vendrían a continuación.

—Es mi turno de hacerte una pregunta. —Marius se inclinó hacia adelante


sobre la mesa, golpeando con el dedo su mandíbula definida.

—¿Qué sabías de mí antes de que te eligieran como mi Reclamado?

—¿Quieres saberlo?

Hizo un gesto con la mano, instándome.

—Entretenme... por favor.

«Menos es más». Las palabras de Lamiere resonaron en mi mente y mi


pecho se calentó al recordar a la vieja doncella.

—Sé que fuiste condenado por asesinar al prometido de Morgane


De’Fray. Mi bisabuela.

Resopló, apurando su propia copa de vino de un solo golpe.

—Continúa —dijo, con los dientes manchados de rojo.

—Que has vivido tus días en un ciclo eterno. Uno que no puede ser roto
nunca.

«Mentira. Yo lo romperé».

—Sé que aquellos que son enviados a tu castillo nunca regresan a casa.

—¿Por qué?
Mantuve el rostro serio, sin importar cómo el vino que había bebido me
hacía querer actuar.

—Tú los asesinas.

—¿Por qué? —preguntó de nuevo, un siseo bajo sonaba desde el fondo de


su garganta.

—Para beber de ellos, para mantenerte...

—¡Sin dolor! —gritó Marius, levantándose abruptamente y golpeando sus


palmas sobre la mesa. Me estremecí bajo la fuerza, el vidrio y la porcelana
chocaron entre sí en un coro de tintineos agudos—. Bebo porque debo
hacerlo. Todos los años he hecho estas mismas preguntas con la esperanza
de poder escuchar algo más en respuesta. Para compartir mi propia confusión
sobre en lo que me convirtió esa perra. Y cada año se proporcionan las
mismas respuestas vacías. Lo creas o no, Reclamado, sé un poco más que tú.

Me levanté, balanceándome ligeramente.

—Mi nombre es Jak. —Las llamas de las muchas velas al otro lado de la
mesa me cantaron, deseando que yo las alcanzara. Pero me resistí, solo un
poco—. Y no me importa. —Me levanté de la mesa, sin importarme la silla que
cayó al suelo con un estruendo.

—¿A dónde vas? —siseó Marius, la demanda goteaba de su tono.

—A la cama. —Mantuve mi voz firme, luchando contra el impulso de usar


la magia como medio para callar a la criatura.

—La cena no ha terminado —dijo Marius, su rostro crispado comenzó a


relajarse.

—Lo creas o no, he perdido el apetito.

Dándome la vuelta, me alejé de la mesa a grandes pasos, hasta que Marius


gritó.

—Espera... espera. —Su voz profunda se quebró—. Por favor. Mi... mi ira
se apodera de mí. Es eso o simplemente me olvido de mí mismo.
Me detuve, su disculpa flotaba en el aire entre nosotros. Sentí que la
necesidad de la magia se desvanecía como mantequilla sobre una llama
abierta.

«Acércate a la bestia. Atráelo».

—Necesito más vino —dije, volviéndome hacia él e ignorando su


disculpa—. Y algo dulce, ese es mi precio.

—¿Tu precio para quedarte?

Sonreí, bajando la barbilla.

—Precisamente.

—Entonces perdona mi desaparición. Regresaré enseguida. —Con eso,


salió por la puerta al final del comedor. Sacó una llave de latón del bolsillo y
la encajó en la puerta. Un giro brusco y se abrió, y desapareció más allá de las
sombras.

Marius se fue rápidamente, justo cuando yo bebía otra copa de vino tinto.
Lo vacié. Luego otro, y otro, hasta que mi mente se volvió confusa y mis ojos
pesados y lentos. Rápidamente se hizo evidente que Marius no regresaría.
Debí haberme quedado así por un tiempo, esperando, con la esperanza de
finalmente llegar a algún lado con él. Acercarme a él como lo había planeado.
Pero claramente, estaba equivocado.

El cielo más allá de la habitación se iluminó, señalando la llegada del


amanecer. Y la desaparición de Marius por un día más.

Frustrado, me tambaleé de la silla, sin importarme cuando caí al suelo.


Era hora de dormir, eso lo sabía. Pero mientras caminaba hacia la puerta por
la que había entrado, me detuve.

Marius no se había marchado con su promesa de algo dulce por aquí.


Había atravesado la puerta inexplorada al fondo del comedor. El que todavía
estaba entreabierto.

Con piernas torpes, me tambaleé hacia él, listo para explorar otra parte
de este laberinto de ladrillos y cemento.

«¿Dónde te escondes, Marius?».


Traducido por Emma Bane
Corregido por Malva Loss
Editado por Mrs. Carstairs~

Escuché murmullos de voces suaves mientras rodeaba los oscuros


pasillos sinuosos más allá del comedor. Todo estaba oscuro aquí. Sentí que el
suelo bajo mis pies se inclinaba hacia abajo. Cuanto más caminaba, más
profundo me encontraba en el vientre del castillo.

No había ventanas. No había luz disponible que me ayudara a guiarme.


Tuve que usar mis manos contra la fría pared de piedra para saber que no
chocaría con algo de frente.

Podría haber hecho surgir una llama, pero el vino había embobado mis
sentidos. Eso y la clara presencia de Marius más adelante.

Quizás apenas había pasado un tiempo durante la ausencia de Marius. ¿Me


había rendido a mi propia impaciencia cuando él probablemente había
regresado al comedor muy pronto?

Pero me quedé quieto mientras las voces se elevaban. Manteniendo mi


respiración tan superficial como pude para no perderme ni una sola palabra.

—Estás fallando —dijo una voz joven y familiar—. No sería yo quien te lo


recordara, pero fue tu propia petición, que te mantuviera a raya.

—Tu preocupación está fuera de lugar —respondió Marius, su voz fue un


gruñido bajo.

—¿Lo está? Todos percibimos tu cambio de humor. Lo hemos


presenciado lo suficiente; algunos incluso lo han experimentado para saber a
dónde conducirá este camino.

Una mezcla de pasos y sombras en la oscuridad parecían vibrar. Froté mis


ojos con la palma de mi mano. ¿Era por el vino?
—Han pasado años desde que me permití más de una palabra con la
Reclamación. ¿No puede ser diferente este año?

—Simplemente te estoy recordando lo que has pedido. ¿O has olvidado el


juramento que me hiciste tomar? —La voz se agudizó. El interlocutor sonaba
tan joven, pero tenía mucho poder bajo su tono.

Marius se detuvo en su respuesta. En mi lugar, escondido en la esquina del


oscuro pasillo, podía imaginarlo dando vueltas con su dedo índice sobre su
mentón.

—Todo termina de la misma manera, Marius. Siempre será así. Y pasarás


el siguiente año en el lugar oscuro que me hiciste jurar que te mantendría
fuera.

—Hay algo diferente en él.

En mí.

—Si esto tiene que ver con Katharine...

Marius emitió un gruñido bajo desde lo profundo de su garganta.

—Anda con cuidado.

—Aleja tus colmillos —dijo ella, desdeñosamente—. No pueden hacerme


daño. Pero pueden lastimarlo a él.

Miré lentamente más allá de la esquina, con la esperanza de echar un


vistazo al interlocutor cuando notaba haberla escuchado antes. Detrás de la
puerta del dormitorio durante mi primera mañana aquí.

—Es inevitable. Por años hemos intentado romper esta maldición, sin
embargo, siempre termina de la misma manera. ¿No puedo permitirme un
año libre de buen comportamiento?

—Lo dices como si fueras un perro con correa, Marius.

—¿No lo soy?

—Eres una bestia encerrada en una jaula. Y no hay nada que puedas hacer
para salir de ella. No me interpondré en tu camino otra vez si este es el camino
que deseas elegir con él. Me pediste esto, y sabía que llegaría el momento en
el que te resistirías. Solo debes saber que no apareceremos para ti cuando la
cuenta sea saldada, y la sangre caliente tu vientre. Puedes lidiar con las
consecuencias por ti mismo esta vez.

Salté al sonido de un hueso golpeando contra el ladrillo. Si no fuera por el


crujido que siguió, estaba seguro de que habrían oído mi grito ahogado.
Luego Marius habló en voz baja, tan suave que casi me pierdo lo que dijo.

—Es su nombre.

—Sabía que tenía un papel que jugar —respondió ella con suavidad.

—Siento como si él hubiera sido enviado aquí como castigo. Este es el


centésimo año sin él, sin embargo, el dolor aún es profundo. —Un extraño
escalofrío me recorrió. Cuando Marius habló, sentí los efectos del vino
disiparse. «¿De quién están hablando?»—. Su nombre no es la única similitud,
cosa que me dificulta notar la diferencia. Tal vez simplemente estoy cansado.

—Todos estamos cansados Marius.

—Y lo lamento mucho, sinceramente.

—No te disculpes otra vez. Ya he escuchado suficiente. Deberías tomarte


el día, quizás algo de tiempo para aclarar tus pensamientos te ayuden a tomar
una decisión sobre las acciones a tomar.

—¿Alguna vez te he dicho lo verdaderamente bendecido que soy de tener


tu consejo, Victorya?

Ella rio nuevamente, haciéndose eco de la risa profunda y cordial de


Marius.

—¿Quién habría pensado que el Señor de la Noche Eterna estaría


siguiendo los consejos de una niña?

—Sabia, pero una niña después de todo.

—Te olvidas de ti mismo. Si aún estuviera viva mi sabiduría se vería


reflejada por mi apariencia. Debo agradecerte mi eterna juventud.
«Si aún estuviera viva». Sus palabras resonaron a través de mí. El impulso
de interrumpirlos y revelarme era fuerte, todo para obtener una simple vista
del interlocutor. Pero no pude. Tuve que permanecer invisible para que
Marius no supiera de la ventaja que acababa de obtener al escuchar.

Se estaba enamorando de mí y yo apenas había comenzado. Eso fue


suficiente para satisfacerme. Los dejé, llamando al aire húmedo en el pasillo
para amortiguar mis pisadas mientras volvía al comedor. Mi magia atravesó
mi cuerpo mientras deseaba que el aire se espesara bajo mis pies y el suelo.
Antes de darme cuenta, estaba de vuelta en el comedor, dejando la puerta
como la había encontrado.

Dormiría bien con el conocimiento que había obtenido. El arma que


Marius me había entregado sin saberlo.

Con una sonrisa adherida en mi rostro, volví a su habitación y a su cama,


deleitándome con el calor de las sábanas. Mi pecho se sentía ligero y libre de
preocupaciones, lo que hacía que fuera más fácil caer en el sueño. Pero al
caer en la oscuridad no podía deshacerme del rostro que me atormentaba.

Uno que parecía brillar como si la luz de la luna estuviera entretejida a


través de su piel de alabastro.

Marius.

Sus dedos eran zarcillos de hielo, dejando huellas de quemaduras


congeladas bajo su tacto. Marius sostuvo mi mirada mientras su mano subía
por mi muslo, moviendo sin esfuerzo las sábanas fuera de su camino. Mi
respiración se aceleró. Su boca se abrió, exponiendo los puntos de sus
colmillos.

—Dime que me detenga.

Lo miré profundamente, sacudiendo mi cabeza ligeramente.

—No.

Marius me exploró con una mano, y con la otra se agarró a sí mismo. Me


arriesgué a mirar por un momento mientras su mano hacía círculos sobre la
protuberancia que esperaba debajo de la tela de sus pantalones. El contorno
de su virilidad envió un escalofrío a través de mis brazos, hasta que todos los
pelos se erizaron.
—Estoy en tu mente —dijo Marius con un suspiro.

Arqueé mi espalda cuando su mano encontró lo que buscaba.

—Esta es la primera vez que me llamas.

No podía responder, no mientras agarraba su mano acariciadora para


frenarlo. Su tacto me intoxicaba.

—¿Lleno tus pensamientos?

Ahora su otra mano agarraba mi garganta, sus uñas se clavaron en mi piel


mientras me sujetaba, impidiendo que me retorciera mientras él trabajaba en
mí.

Yo era sensible bajo su tacto. Me emocionaba. Me cautivaba. Marius no


apartó ni una sola vez sus profundos ojos granate de mí.

—¿Por qué sueñas conmigo?

Sus palabras fueron la estremecedora ola de agua que me despertó. Me


levanté de su cama, encontrando la habitación todavía iluminada por la luz
del día más allá de la ventana del castillo. Marius no estaba a la vista. La
habitación estaba vacía.

Sin aliento, esperé a que los latidos de mi corazón se calmaran por el


trueno en mis oídos. Mi frente estaba húmeda, al igual que mis brazos y
piernas. Todo mi cuerpo estaba pegado a las sábanas.

Tomó un momento para que el paisaje onírico me dejara. Bajé mi cabeza


de nuevo sobre la almohada y miré hacia el techo, sorprendido de mí mismo.
Mi subconsciente gobernaba mi mente durante el sueño y había evocado ese
pensamiento sensual. Me asqueó.

«¿O no?».

Me di la vuelta, presionando mi cara contra la almohada con la esperanza


de sofocar la imagen de Marius de mi mente.

—Es el vino —me dije a mí mismo, prometiendo que no tocaría ni una


gota al día siguiente. Pero cuando volví a cerrar los ojos, casi esperaba volver
a la escena con él. Había sido tan claro. Cada detalle tan vívido y real.
El sueño que siguió fue vacío e ininterrumpido, pero cuando caí en su
abrazo, estaba seguro de que todavía sentía su toque fantasma a través de la
piel de mi muslo.
Traducido por Amy
Corregido por m_Crosswalker
Editado por Mrs. Carstairs~

Era una lucha sostener la mirada de Marius cuando apareció en el umbral


de la recámara.

—¿Puedo entrar? —preguntó, con voz aterciopelada.

Me enredé con las sábanas, tendiendo la cama y esponjando las


almohadas. Haciendo cualquier cosa para alejar mi mente del sueño que la
mantenía ocupada. Pero no funcionó.

—Me dejaste anoche —dije con un ligero mohín.

—Lo hice. —Tenía que admirar su franqueza—. Y vengo con una disculpa.

Lo miré mientras evidentemente sostenía con ambas manos algo oculto


a su espalda. La chaqueta que Marius lucía hoy era de color negro noche y
tenía una capa sujeta al cuello que se extendía orgullosamente detrás de él.
Sus cabellos blancos estaban peinados hacia un lado, sin un solo pelo fuera
de su sitio.

Me di cuenta demasiado tarde de que mi pausa en la respuesta fue notada


cuando Marius sonrió, siguiendo mi mirada mientras lo revisaba de arriba
abajo.

—¿Pasa algo? —Levantó una ceja en forma de pregunta.

Le di la espalda y suspiré.

—Estoy atrapado en este castillo sabiendo que mi fin está a semanas de


distancia. Por supuesto que algo va mal.

Sonó gracioso, incluso para mí, cuando pronuncié la queja en voz alta.
—Bien dicho. —La voz de Marius estaba ahora justo detrás de mí,
provocando que un pequeño grito escapara de mis labios, silenciado por su
mano cuando se apoyó en mi hombro tenso—. No pretendía asustarte.

Bajo su contacto, mi estómago se sacudió. Ayer estaba seguro de que lo


tenía en la palma de la mano. Pero el sueño me había dejado una sensación
que no podía explicar.

Me volví hacia él, manteniendo mi rostro sin expresión. Me encogí de


hombros y retrocedí hasta que el marco de la cama me oprimió las
pantorrillas.

—¿A qué debo el placer de tu compañía esta noche, Marius?

Marius hizo una mueca, flexionando los dedos en el aire.

—Si mi desaparición de anoche te ha enfadado de verdad, quizá esto te


ayude. —Tenía en la mano un pequeño plato de porcelana. Encima de él había
un solo bollo, cubierto con glaseado blanco y rociado con una sustancia
ámbar y pegajosa—. Un dulce, como prometí.

—Llegas demasiado tarde —mentí, el estómago refunfuñando en


desacuerdo con lo que había dicho. Sus labios se curvaron hacia arriba
mientras le arrebataba el plato de las manos—. Pero lo tomaré.

Mi reloj corporal había cambiado drásticamente desde que llegué. Unos


pocos días durmiendo durante el día y permaneciendo despierto durante la
noche y me había adaptado con facilidad. Sentía que debía estar desayunando
ahora, aunque la luna creciente colgaba en el cielo oscurecido más allá de la
ventana.

Utilicé el bollo dulce como excusa para no hablar con Marius, que estaba
de pie ante mí, anhelante, mientras lo comía. Cada bocado se hacía más difícil
de tragar a medida que mi garganta se secaba como respuesta a su mirada.
No me miró a los ojos mientras comía. No. Su mirada se dirigió a mis labios,
fijándose en ellos. Me encontré levantando la mano para bloquear su vista con
incomodidad.

Como si se sacudiera del trance, habló.

—Esperaba que me acompañaras a dar un paseo esta tarde.


—¿A dónde? —dije a través de un bocado. El glaseado era espeso y se me
pegaba a los dientes. Pareció divertir a Marius, que ocultó su sonrisa con sus
finos dedos—. Me temo que he buscado en todos los rincones de este castillo
y no me verás poner un pie más allá porque la amenaza de esas criaturas
resulta suficiente para mantenerse cómodamente dentro.

—Necesito recordarte que los sabuesos no te harán daño si yo estoy


contigo. Y no quiero decepcionarte, pero te equivocas con este lugar. Mi casa
tiene muchas habitaciones en las que aún no has reparado.

Arrugué la cara, con los labios cubiertos de azúcar en polvo. Marius se


inclinó hacia delante y, con su pulgar, me limpió el labio inferior. Hielo. Su
tacto era tan frío que bajo él mi labio vaciló. No podía moverme, no mientras
él se llevaba la mano a la boca y chupaba los restos de polvo blanco de su
pulgar.

Se me hizo difícil tragar mientras veía cómo se tomaba su tiempo para


asegurarse de que no quedara ni una sola mota de azúcar.

—Olvidé las delicias de la comida —gimió con una mueca.

—¿No comes? —pregunté, recordando cómo no había tocado nada


durante nuestra cena de la noche anterior.

—No hay necesidad de comer, a diferencia de los humanos que deben


alimentarse para sobrevivir. Para mí la comida es algo en lo que puedo
ocuparme, pero si no comiera no habría mucha diferencia para mí.

Sabía muy poco de él. Toda mi vida había estudiado a esta criatura, pero
cada día era más evidente que las enseñanzas de Madre y del aquelarre apenas
habían rozado la superficie de este enigma.

—¿Quieres acompañarme entonces? —Giró sobre sus talones,


extendiendo un brazo doblado hacia mí, ofreciéndomelo.

Me quedé mirando el hueco de su brazo como si fuera la respuesta a los


secretos más profundos del universo. Marius debió de percibir mis dudas a la
hora de aceptar su oferta. El recuerdo del sueño seguía siendo tan real.
Demasiado real. Marius bajó el brazo a su lado y con el otro hizo un gesto
dramático hacia la puerta.

—Por favor, sígueme.


Marius tenía razón. Había mucho de este castillo que no había explorado.
Mientras le seguía a través de pasillos aparentemente interminables y
escaleras curvas, no sabía dónde estaba. Cuanto más subíamos por el castillo,
más parecía cambiar la oscuridad para revelar habitaciones no vistas y
caminos inexplorados. Estuve a punto de preguntarle qué había en los pozos
profundos del castillo, la misma zona a la que le había seguido borracho. ¿Era
allí donde se alojaban sus sirvientes, preparando toda la comida y la bebida
que se me había presentado? De su conversación de la noche anterior deduje
que los misteriosos sirvientes de esta morada debían mantenerse al margen.
Una vez más enterré mi interés, pues ahora no era el momento.

—Estaba seguro de haber estado en todas partes —dije, sin aliento por
haber subido una vez más una gran escalera a otro piso superior del castillo.
Marius llevaba un bastón de hierro con una única vela blanca encendida. La
llama hacía poco para cortar la oscuridad del castillo, pero no disuadió a
Marius de avanzar con confianza—. La oscuridad puede jugar con la mente de
uno. No quería que simplemente tropezaras aquí, así que la oscuridad actúa
como una mortaja para mantener fuera a los visitantes no deseados. Si así lo
deseo.

Subí un paso, sus zancadas eran largas y poderosas.

—Haces que parezca que la oscuridad es una cosa que puede hacer su
propia voluntad.

Marius frenó hasta detenerse, tan bruscamente que casi choqué con su
espalda. Capté el cambio de su movimiento cuando levantó una mano sobre
la llama, con los dedos extendidos.

—Así es. —Cerró los dedos en un puño y la llama de la vela se apagó. No


porque disminuyera de tamaño, ni porque la apagara una ráfaga de viento
invisible. Observé cómo la oscuridad que flotaba más allá del halo de luz
luchaba por el control. Las sombras de la oscuridad giraban alrededor de la
llama con avidez, cubriéndola de oscuridad. Si entornaba los ojos, aún podía
ver el brillo del naranja, pero era tenue, como si mirara a través de una cortina
de obsidiana líquida.

—Increíble —dije sin pensar realmente.

—¿No tienes miedo? —preguntó Marius.

—Más intrigado que atemorizado —respondí, mientras la llama volvía a


cobrar vida al retirar la mano de Marius—. Ese poder no debería ser posible.

—No hay nada en mí que sea posible, Jak.

Era la maldición. No había otra explicación para lo que Marius acababa


de revelarme. Sabía que no era un brujo, no cuando mi propio ancestro le
regaló esta vida. Era un hombre codicioso y egoísta. Uno que era mundano y
carente de cualquier habilidad natural. No como yo.

—Tu silencio me inquieta.

Puse mi mano sobre su brazo, deleitándome con la sorpresa que


ampliaba sus apuestos rasgos.

—Lo dice la bestia que pronto me matará. Si alguien merece el derecho a


estar desconcertado, soy yo.

Hizo una mueca, incluso con la mínima luz de la vela lo vi.

—Si pudiera elegir...

—¿Qué me vas a enseñar exactamente? —interrumpí—. Porque me temo


que mis piernas pronto cederán si me haces subir más escaleras.

—Estamos cerca. —Marius miró hacia el pasillo—. Han pasado muchos


años desde la última vez que invité a un Reclamado aquí arriba.

—Todavía no has explicado dónde es aquí exactamente.

Marius continuó su camino hacia adelante, dejándome a su paso.

—Pronto lo verás.
El destino aguardaba más allá de la puerta, al final del oscuro pasillo.
Estaba cerrada, como todas las que habíamos pasado. Marius me entregó la
vela mientras jugaba con una llave que había sacado del bolsillo superior de
su chaqueta. Para dramatizar más el misterio, Marius se tomó su tiempo para
abrir.

Empujó la puerta para abrirla y me vi bañado por la luz. Levanté una mano
para bloquear el repentino resplandor de color naranja y dorado, y la vela a
la que aún me aferraba casi me prendió el pelo.

Entonces me invadió la calidez. Su acogedor abrazo relajó tanto mis


miembros como mi mente.

Marius mantuvo la puerta abierta mientras me invitaba a entrar.

—Después de ti.

No dudé un momento más en entrar. Ante mí había una visión de


excelencia. Unas estanterías altísimas de caoba oscura, cada una de ellas
repleta de libros de diferentes tamaños y encuadernaciones. En los extremos
de la larga y estrecha habitación había dos fuegos ardientes. Delante del
fuego más grande había una silla de gran tamaño. Sus pies dorados sostenían
la tapicería de terciopelo. Solo podía imaginar que sentarse en su mullido
acolchado habría sido como morar en una cálida nube.

—¿Qué es este lugar?

Inhalé, respirando el aroma de sándalo y tinta. Sobre un gran escritorio


se encontraban abiertas botellas de cristal con un líquido negro que solo
podía suponer que era el origen del olor.

Tinta para escribir. Y un escritorio cubierto de páginas sueltas y vacías.

—Una cocina. —Hice una pausa y me volví hacia Marius, que se rio
ocultándose con su brazo—. Este es mi estudio. Una especie de refugio para
mí. Esta habitación era mi santuario mucho antes de que me maldijeran a no
salir de ella. Pensé que te gustaría verla. Tómalo como otra disculpa por mi...
grosera desaparición de anoche.

Al acercarme a las estanterías, me fijé en la gruesa capa de polvo que las


cubría. Mirando hacia el escritorio, podía ver donde los papeles no habían
sido movidos por un tiempo por cómo estaban enmarcadas en polvo. Esta
habitación no había sido usada en mucho tiempo. Todo excepto las llamas
encendidas recientemente había cambiado. Incluso quedaban restos de
telarañas sobre los montones de ladrillos sin tocar.

—¿No podías haberles quitado el polvo antes de traerme aquí? —Me llevé
un dedo a la nariz para combatir el estornudo.

Marius apartó la mirada por un breve momento.

—Fue una decisión improvisada.

—¿Y aun así tuviste tiempo de encender dos fuegos? —presioné.

—No los encendí —dijo Marius con frialdad, encerrándonos en la


habitación—. Además de la obvia necesidad de una —Pasó el dedo por el
escritorio sin tocar—, limpieza, ¿qué te parece?

—Bueno, no soy un gran lector, pero debo decir que estoy impresionado
—respondí, con el cuello dolorido mientras giraba mi mirada por la
habitación.

—Esa es la primera cosa que has dicho que realmente me hace estar
dispuesto a terminar contigo.

El silencio se hizo más denso entre nosotros.

—Solo estoy bromeando —dijo Marius, frotándose la nuca.

Forcé una risa.

—Desordenado e inapropiado. Qué dos cualidades tan encantadoras


tienes.

Marius esbozó una sonrisa, que no llegó a sus ojos de rubí. Sacó una silla
sencilla, tallada en roble, de debajo del escritorio y se sentó en ella. Desde su
asiento me estudió, mientras yo seguía examinando la habitación.

—Ha pasado tanto tiempo que parece que la silla ha olvidado mi forma.
—Marius se contoneó en el asiento.

—¿Hay alguna razón? —Examiné los tomos que tenía ante mí, pasando un
dedo cuidadosamente por los lomos curtidos. Algunos tenían crestas, otros
eran lisos. Lo que le había dicho era cierto, no era un gran lector. Además de
estudiar los numerosos grimorios del aquelarre, madre no me dejaba leer
obras de ficción. «Las historias distraen la mente, y yo necesito que la tuya
esté afilada como un cuchillo. Tan clara como el cristal».

—Hay recuerdos en esta habitación que hacía tiempo que quería


mantener tras una puerta cerrada.

—¿Qué ha cambiado ahora?

Me mantuve de espaldas a él para que no pudiera verme sonreír cuando


respondió.

—Estoy solo la mayor parte del año. Perdóname por querer compañía
cuando puedo tenerla.

—Excepto que no estás solo —dije, sacando un libro de la estantería. Lo


cogí con las dos manos y lo abrí con cuidado, preocupado por si las antiguas
páginas se deshacían al tocarlas—. Tú no enciendes el fuego. Tampoco
preparas la comida que se presenta tan maravillosamente cada día. Dices que
nadie más vive dentro de este castillo, pero... —Me volví hacia él, levantando
la vista del libro hacia donde estaba sentado—, no te creo.

—Kristia —dijo Marius.

—¿Qué? —la confusión arrugó mi frente.

—El libro que estás sosteniendo. Es sobre Kristia.

Pasé la página, revelando la escritura arremolinada de una hermosa


caligrafía. Una sola palabra, tal como la había dicho Marius. Kristia.

—Fue la cuarta Reclamación que me enviaron. Una chica tímida, pero


cuanto más la conocía más percibía el fuego que llevaba dentro. No he
conocido a otra como ella.

—Y resulta que tienes una novela sobre ella.

—Incorrecto... resulta que escribí una novela sobre ella.


Volví a pasar la página. Una, dos veces, hasta que las páginas se llenaron
de palabras escritas a mano. Las páginas estaban tan llenas y las frases tan
juntas que parecía que no quedaba espacio.

—No lo entiendo.

—Te he traído aquí para que aprendas algo sobre mí. Me consideras una
bestia. Katharine y los anteriores me han contado las historias que la gente
cree sobre mí. Y la mayoría de ellas son ciertas. Pero yo no quiero... matar a
nadie. Nunca lo he hecho. Desgraciadamente, pronto verás que no tengo el
control cuando eso ocurre. Simplemente dejo de existir durante esa última
noche. Entiendo que esto es extraño para ti, y que no lo elegiste. Y me
disculpo por discutir el asunto de tu muerte con tanta franqueza. Pero yo
tampoco te elegí. Al igual que no elegí a los que te precedieron. En verdad,
esta habitación me llena de culpa. Es mi recordatorio de lo que he hecho, y
de lo que volveré a hacer.

No podía respirar mientras Marius hablaba. Tampoco podía apartar mis


ojos de los suyos. Ni una sola vez parpadeó mientras me hablaba,
desgranando su historia mientras yo me aferraba a otra de las suyas.

—Ese libro, y los que te rodean, son mi forma de lidiar con la culpa.
Escribo historias para aquellos cuyas vidas tomo. Creo mundos y futuros en
páginas en las que sé que nunca llegarán a vivir. Es mi forma de honrarlos.

—Me parece un gran esfuerzo. —No podía entenderlo. Incluso teniendo


la prueba en mis manos no parecía real.

Cuando quité los ojos de la página, Marius estaba ante mí. Sus
movimientos eran silenciosos y ligeros. Me quitó el peso del libro de las
manos, lo cerró y lo giró para que el lomo quedara hacia arriba.

—«Kristia» es una de las muchas historias que he conjurado. Puedes


leerlas... en tu tiempo libre. Solo la idea de que alguien revise mi trabajo
delante de mí me inquieta.

Me crucé de brazos, sin saber qué hacer con ellos. Lo que Marius había
divulgado no me sentó bien. Me provocó un extraño e inoportuno tirón en el
pecho.

—¿Escribirás uno para mí? —pregunté, bruscamente.


Ahí fui de nuevo, empujando los límites del tema sabiendo muy bien que
Marius no viviría lo suficiente como para escribir mi nombre en el interior de
un libro.

—Lo haré.

Me acerqué a él, cerrando la pequeña brecha hasta que el libro que


sostenía era lo único que nos separaba.

—¿Y qué dirá?

Marius respiró profundamente, con los ojos recorriendo cada centímetro


de mi cara.

—Eso está por determinarse.

Estar tan cerca de Marius después del sueño que había tenido hizo que se
me revolviera el estómago. Luché por sostener su mirada y mantener esa
ilusión de confianza. Pero estar tan cerca me hacía temblar las rodillas.

—Me temo que te he mentido en algo —murmuró Marius, su rostro a


centímetros de la mía.

«Yo también».

—Dime. —Miré profundamente sus ojos rojos como la sangre,


preguntándome hasta dónde podía ver en su alma.

—Hay alguien a quien mataría con gusto, sin pensarlo ni dudarlo.

Mis brazos se estremecieron cuando su voz se suavizó hasta convertirse


en un susurro.

—¿A quién? —dije, viendo su mirada seguir el movimiento de mis labios.

—La bruja que me hizo esto. Sé que ya ha muerto, pero también sé que
su familia sigue viva. Y un día, cuando encuentre la forma de salir de este
lugar, me aseguraré de hacer llover el infierno sobre todos ellos. Por la
memoria de aquellos a los que me han hecho matar, lo haré. Por ellos —
Señaló las estanterías—, y por ti, Jak.

Su frío toque encontró mi barbilla y la sostuvo.


Separé la boca para responder, pero no había nada que pudiera decir. Su
advertencia hizo que el aire que me rodeaba fuera tan denso que resultaba
casi imposible respirar. Y estaba seguro de que había sentido cómo mi
cuerpo se estremecía ante la réplica de su amenaza.

Allí, en ese momento, en las profundidades de los pozos tormentosos de


su mirada, sentí la presencia de la bestia que me habían enseñado a odiar.
Sentí su odio como si fuera un aroma en el aire. Era palpable, honesto y
verdadero.

Pero lo peor era el brote de miedo que se retorcía en mis entrañas. Lo


que dijo Marius no fue una advertencia.

Fue una promesa.


Traducido por m_Crosswalker
Corregido por Helkha Herondale
Editado por Mrs. Carstairs~

Desperté la noche siguiente sin haber soñado. Y no pude ignorar la


decepción que sentí. Rodando por su cama, contemplé el cielo oscuro más
allá de las cortinas siempre cerradas y suspiré. Estaba comenzando a olvidar
cómo lucía el sol. Incluso en mi cabeza notaba el dramático giro de mis
pensamientos, pero era verdad.

El estudio de Marius solo había conjurado más preguntas para hacerle. Y


mirar al cielo estrellado más allá de las cortinas polvorientas hizo que otra
pregunta venga a mi mente.

«¿Por qué se esconde durante el día?».

Oh, y otra.

«¿Dónde?».

Esperé en la cama para que se revelara, pero su ausencia era obvia. La


noche anterior no pasó mucho para que se fuera lejos luego de que
llegáramos a su estudio. Fue un cambio de humor que ocurrió en un
parpadeo. Marius había ofrecido sus disculpas y se había ido abruptamente,
dejándome solo con muchas de sus historias. Historias que empecé a leer,
abandonándolas solo cuando el hambre retumbó en mi estómago. No se
sentía bien sacar un libro de la habitación, así que las dejé, prometiéndoles
en silencio regresar.

Me vestí sin pensarlo, sacando ropas guardadas recientemente del oscuro


guardarropas de castaño. Muy parecido al vestuario con el que llegué, opté
por una túnica familiar suelta y pantalones ajustados que hacían relucir
ligeramente mi cintura.

Casi había esperado chocar contra él mientras caminaba hacia el


comedor preparado. Pero no estaba ahí.
Después de haber terminado de comer, solo un pensamiento pasó por mi
mente confusa. «Tengo que hablar con Madre».

Tan silencioso como pude, me moví por el castillo, tomando la ruta de


vuelta a la habitación carbonizada en la que me había quedado antes de
encenderla en llamas. No había señal de Marius o de los sirvientes misteriosos
que claramente se escondían entre las habitaciones oscuras de este lugar.

Quizás el poder extraño de oscuridad de Marius los mantenía ocultos


justo como había creado la ilusión sobre el ala del castillo que contenía su
estudio.

La esencia de madera chamuscada seguía pegada en el aire de la


habitación quemada. No era tan fuerte como antes, pero sí lo suficiente para
olerlo antes de cruzar el límite.

Allí yacía el tazón de adivinación, donde lo había soltado mientras corría


detrás de Katharine más allá de la ventana de la habitación ahora cerrada. Lo
recogí del piso, sintiendo el cuerpo deformado del tazón. Se sentía frío al
tacto. Casi sin vida.

Marius podía estar en cualquier lado y tenía que mantener mi magia


escondida, pero la urgencia de hablar con Madre era intensa. Probablemente
era una mejor idea esperar la mañana ya que sabía que no habría ningún
riesgo que él escuchara.

Pero eso involucraba esperar. Y no me gustaba esa idea.

Corrí de vuelta a su habitación, sosteniendo el tazón protectoramente


contra mi pecho. La puerta se cerró detrás de mí en el momento que la
atravesé. Había muchas maneras en las que podía mantenerla cerrada sin un
candado y una llave. Podía haber derretido el antiguo cerrojo. Elevado las
losas del suelo unas pulgadas del suelo hasta que bloquearan la puerta si era
abierta desde afuera. Pero esta magia dejaría una marca tan obvia; y Marius
me mataría en el momento que supiera lo que era.

Justo como había advertido.

Como había prometido.


«Sé rápido», me advertí a mí mismo, acomodándome en la cama con el
tazón en mis piernas cruzadas. La puerta estaba a mi espalda, dándome un
momento para actuar si Marius decidiera aparecer.

Cerré mis ojos, inhalando suavemente, mientras llamaba a los elementos.


«Agua». Imaginaba su frío beso, fuerza vigorosa y movimiento guía. Sobre mi
palma abierta sentía hilos de su presencia mientras empujaba la humedad del
aire. Para el momento en que abrí mis ojos la esfera de azur giraba
salvajemente, esperando por la orden de entrar al tazón de adivinación.

—Detente antes de que él vea lo que eres.

El agua salpicó en mi vientre y pecho en una explosión. Todo mi cuerpo


se quedó quieto, pero el fuego en mí se elevó a la superficie en respuesta al
intruso que se paró detrás de mí.

Giré mi cabeza hacia él, listo para lanzarle mi magia. Volverlo cenizas para
prevenir que le dijera a Marius lo que había visto.

La figura no era más que una voluta de humo gris, zarcillos serpenteados
de nube que colgaban a unas pulgadas sobre la tierra. Un cuerpo tan tenue
que podía ver la pared de atrás a través de él. Era una niña pequeña, de no
más de ocho años, rasgos capturados con juventud que ondeaban como agua
de lago.

Mi mente no comprendía lo que estaba viendo mientras el cuerpo se


materializaba frente a mí, no completamente ya que los bordes de la chica
sin color tiritaban.

Pestañeé, inseguro de lo que estaba presenciando. Llamas danzaban


entre mis dedos, listas y esperando por mi liberación.

—Tu magia no me hará daño. —Seguía mortalmente quieta—. Cálmate.

Cerré mi puño, cortando mi conexión con el fuego. Todo estaba en


silencio mientras miraba estupefacto a la chica.

—Qué…

—Un alma. Un fantasma. Un espíritu. Tu conjetura es igual de buena que


la mía, créeme. Pero ya estoy muerta. Tu magia no me hará daño, así que no
gastes tu tiempo usándola.
Estudié su figura brillosa, frotando mis ojos con la esperanza de que le
daría sentido a lo que vi cuando los abriera de nuevo. Mi mente no podía
comprender lo que había presenciado. No mientras la niña permanecía en el
aire en una oleada de viento traslúcido.

Luego llegó a mí.

—Eras tú. El primer día, fuiste tú quién me dio la llave.

—Fui yo. —Había algo anciano en su tono. Su voz era ligera como la de
un niño, pero el trasfondo no sonaba para nada joven.

—Y con Marius. —La visión de la noche en que lo había seguido a los pisos
más bajos del castillo llenaron mi mente.

—A él no le importaba que lo siguieras —lo menospreció—. Pero así es


Marius. Descuidado y tonto. Y parece que tú no eres diferente, usando tu
poder en este castillo, quedándote solo en la noche cuando él vaga
libremente.

—No puedo dejar que se lo digas. —Me levanté, alistando todos los
elementos para que esperaran mi orden. Con todo mi entrenamiento y no me
habían dicho cómo destruir a un espíritu. Las almas de los muertos no se
quedan en este plano. Eso es lo que Madre me dijo. Pero aquí uno se quedó.

—¿Y qué vas a hacer? —dijo, doblando sus brazos a través de su cuerpo
sin color—. ¿Encenderme en llamas como hiciste con la habitación? ¿Soplarme
con una ráfaga de aire viejo? —Casi se rio mientras se burlaba de mí—. Si
dejas de acusarme y empiezas a escuchar sabrías que no le diré a Marius lo
que he visto. Si hubiera querido arruinar tus planes lo habría hecho días atrás.

Era una sensación extraña, ser reprendido por una niña, mucho más
tratándose de una que no estaba viva.

—¿Por qué? ¿Por qué no decirle?

—Te hemos observado desde tu primer día. Si hubiéramos querido


informarle a Marius tus secretos lo habríamos hecho. Confié en que serías
tan inteligente como para ocultar tus poderes, pero te arriesgas a exponerte
si los usas durante la noche. Era un riesgo tonto el que estabas a punto de
tomar.
Se sentía como si estuviera reprendiéndome Lamiere. No un niño.

Di un paso hacia adelante, las manos listas a mis lados. Lo trataría todo
para destruir esta… cosa.

— ¿Y qué te importa si tengo éxito?

No había ningún motivo para esconder el gruñido de la bestia que vivía


dentro de mí. El lado envenenado y listo para matar cuando y si fuera
requerido.

—Porque queremos que esta maldición termine. Y sé por qué estás aquí
y lo que planeas hacer. Escuché tu último consejo con la mujer en el agua. Sé
que estás aquí para tomar la vida de Marius. Es hora de que termine.

Mi frente se arrugó mientras me acercaba al espíritu.

—¿Queremos?

—El resto de nosotros, almas agitadas. Estamos atrapados en este


desamparado castillo como parte de la maldición que tu línea de sangre puso
en él. Por años he vagado en estas habitaciones, viendo a otros venir y morir.
Solo para unírseme en esta existencia fascinante. Esto debe terminar. Y
haremos lo que sea para asegurarnos que ocurra.

—Te escuché hablando con él. Eres su más cercana… amiga. ¿Aun así me
dejarás seguir sabiendo que lo mataré?

El espíritu cerró sus ojos pálidos por un momento.

—Tratarás de matarlo y espero que tengas éxito. Hay incontables almas


en este castillo que saben lo que ocurre en esa noche fatídica. Cómo se
transforma en…

—Bestia. —Los elementos de deslizaron de mí cuando me golpeó la idea.


Marius la había matado. Su nombre posiblemente estaba en el estante de su
estudio.

—Su tipo no tiene nombre. El primero de lo que sea que era. Una criatura
retorcida creada por la misma magia que corre por tu sangre y alma. Créeme,
no deseo la muerte de Marius del modo que crees. Solo deseo su libertad.
Como la quiero para mí misma.
Mi cuerpo se sintió pesado mientras oía al fantasma. Cómo su rostro
mostraba pizcas de pena, todo excepto sus ojos que parecían gritar con
súplica. Suplicándome que haga lo que necesitaba hacerse.

—Siento que debería conocer tu nombre —dije—. Sabes mucho de mí,


no es más que justo.

—Victorya —replicó, pestañeando con sus amplios ojos redondos. Era


imposible imaginar el color del que habían sido. De qué tono su cabello había
brillado bajo el sol. Ahora era solo sombras de gris y blanco.

—Le dijiste que no se me acercara —dije—. Te escuché, Victorya.

—Porque era peor para todos nosotros. Si fallas y tu alma no pasa como
debería, Marius será dejado con otro doloroso recuerdo de lo que hizo.
Deambularás en las sombras. Sin verte a menos que requiera tu presencia.

—¿Dónde están los otros?

—Ocultos. Marius los mantiene alejados. Han pasado años desde que dejó
que otra alma se manifestara del modo que lo hago yo. Se mantienen en las
sombras, haciendo lo que es debido, para crear una escena de normalidad en
este lugar.

Sentí mi aliento estremecerse como si todo tuviera sentido para mí.

—Eres tú la que prepara la comida. Quien llena la bañera de agua y me


provee de ropas para usar. ¿Por qué no te has mostrado antes?

—Porque Marius lo ha prohibido. —Victorya se sobrecargó hacia


adelante, dejó un rastro de polvo de sombras—. No debes decirle que me he
revelado ante ti.

No era solo ella la que pedía ocultar su secreto de Marius. Y sentí su miedo
como si tirara del mío, sobrecargándome.

—Igual que tú no puedes decirle de mí.

—Parece que ambos tenemos ventaja sobre el otro —murmuró—,


siempre y cuando sigas con tus planes. —Había algo en su modo de decirlo
que gritaba incredulidad.
—Crees que no lo haré.

—He visto a otros caer en la lujuria con Marius. Estás siguiendo el mismo
camino que ellos. Temo que puedas ser nuestra única oportunidad para
finalmente… seguir. A lo que sea que nos espere más allá de los límites de
este lugar. Por favor… —La voz ligera de Victorya se tornó algo más
profunda, fiera y desesperada—. Debes acabar con esto.

Tragué, audible.

—Este es un acto. Un modo de acercarme a él.

— ¿Lo es? —Victorya flotó alejándose de mí, acercándose a la pared más


lejana de la habitación—. Necesitarás convencerte primero antes de que
puedas convencerme a mí de ello.

Fruncí el ceño, agitando mi cabeza en desacuerdo. Pero parecía que no


estaba lista para oír mis respuestas a sus comentarios. Siguió moviéndose
más allá de mí, como si fuera una hoja atrapada en una ráfaga de viento.
Victorya se fue a la deriva a través de la pared de piedra, su cuerpo pasando
por ella en un solo aliento tembloroso. Dejándome solo, en silencio, con nada
más que la tormenta de ansiedad protestando en mi alma.
Traducido por m_Crosswalker
Corregido por Mr. Lightwood
Editado por Mrs. Carstairs~

—Has estado evadiéndome —acusé, agarrando la puerta mientras


estudiaba la figura de Marius en la lujosa y ornamentada silla detrás de su
escritorio.

Apenas levantó la mirada de la pluma que danzaba por el pergamino ante


él mientras entraba al estudio.

—No. simplemente no me has buscado lo suficiente.

Solté una risa.

—No me había enterado de que estábamos jugando a las escondidas.

Marius movió su vista rubí hacia mí, las líneas de sus ojos incrementadas
por una sonrisa tenue.

—Oh, ¿no he sido lo suficientemente claro? ¿Por qué no entras y cierras la


puerta? Estás dejando que salga el preciado calor.

Hice lo que dijo, cerrando la puerta gentilmente, sintiendo el bienvenido


beso tibio de las fogatas gemelas que quemaban. Y sabía quién las había
encendido. Habían pasado pocas horas desde que Victorya había
desaparecido a través de la pared de la recámara, dejándome con esa verdad
descubierta.

—La noche anterior te fuiste y no regresaste. ¿Ahora esperas que te cace?


—me mofé—. Cuánto derecho tienes.

—Y, aun así, ¿viniste por mí? —Marius me estudió mientras zambullía la
pluma en la tinta. Una sola gota de negro derramada en el pulido escritorio
de roble—. Parece que tu cacería dio resultado, me has encontrado.

Me tragué mi respuesta, inseguro de por qué la irritación pasaba por mí.


—Era más fácil navegar mi rumbo esta vez. —Lo fue. Después de que
Marius me hubiera explicado su habilidad sobre las sombras y la oscuridad
me pregunté si habría regresado. Pero hoy, parecía que el pasillo estaba
enteramente iluminado por velas en soportes de hierro alrededor de las
paredes.

—Lo quise así. Te dije que este estudio puede ser usado para tu…
entretenimiento. Sentí que no debía mantenerlo oculto de ti.

Había memorizado el camino de vuelta a mis aposentos la noche anterior,


manteniendo la dirección en mi mente. Una parte de mí esperaba encontrar
el camino perdido en las sombras de Marius, pero fue sencillo de encontrar.
Cómo me había perdido antes no era capaz de entender. Pero también lo era
su extraño poder.

Caminé en silencio por la habitación, manteniendo mi concentración en


las estanterías frente a mí y no en la criatura diabólica que se sentaba
murmurando en voz baja en su silla.

—¿Has comido, Jak? —preguntó Marius, el rostro iluminado con


preocupación.

—No tengo hambre. —Mi apetito no ha regresado desde que vi al espíritu


caminante.

—¿Hay algo que te moleste? —Me giré de los estantes hacia Marius que ya
no estaba sentado tras el escritorio. Ahora se paraba a unas pulgadas detrás
de mí.

Inhalé profundamente a su repentina proximidad.

—Debes dejar de hacer eso.

—¿Qué? —Respiró. Su cabello blanco perfectamente arreglado. Ni una


hebra fuera de lugar.

Lancé mi mirada a sus pies, apoyando mi mano en su quieto pecho.

—Por favor, Marius, dame espacio.

Marius retrocedió sin necesidad de pedírselo de nuevo.


—He tenido suficiente compañía como para entender que algo te
molesta, Jak.

Algo me había molestado, pero no estaba preparado para decirle a


Marius de la compañía que había tenido en su habitación. Victorya. Ahora,
con Marius frente a mí, me di cuenta de cuán afectado estaba por la
interacción. Usualmente Madre era la que me recordaba el peso de mi
destino. Ahora, con ella lejos, tenía un fantasma de una joven chica que lo
hacía en su lugar.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Derramar mis emociones hacia ti?

—Jak, no tienes que hacer nada con lo que no estés cómodo. No conmigo.
—Su voz era tan suave como la expresión que puso. Dio otro paso hacia atrás,
con reticencia—. Solo preguntaba.

Golpeé con mi tono, en vez de con mi puño como deseaba.

—Detente.

Una ceja elevada en confusión sobre su mirada preocupada.

—Temo preguntar qué es lo que debo detener.

—Hablas de un modo que no quiero escuchar. Solo detente.

La expresión de Marius se derritió ligeramente, apretando su mandíbula


como si sintiera mi explosión.

—Si no quieres escuchar lo que tengo que decir, eres libre de irte.

¿Irme? ¿Y a dónde iría? ¿De vuelta a la habitación o a otro lugar vacío lleno
de los fantasmas de su pasado? No podría regresar a casa y él lo sabía. Fue
raro cuán rápido la ira tomó control de mí. Justo a tiempo para que Marius
cerrara el espacio entre nosotros, solo detenido por el golpe de mi puño
contra su pecho.

—Aléjate de mí —le advertí.

Antes de que pudiera golpearlo una segunda vez, atrapó mi puño con sus
manos. El largo de sus dedos y el ancho de sus palmas cubrieron mis puños
como si fueran pequeñas manzanas. Su fuerza era invariable. Su toque frío.
—¿Mi amabilidad te ofende? —preguntó Marius, su agarre
intensificándose cuando trataba de liberarme de él—. Si quieres que sea una
bestia, solo pídemelo.

—Quiero que seas… —No podía decirlo. «Quiero que seas fácil de odiar».

Ahí estaba. La verdad derramada de mi mente, un hecho que incentivaba


miedo en mí más allá de la bestia que Marius me advirtió. Marius no era lo
que se suponía que debía ser. Nada como lo que me habían señalado y
enseñado.

—No te hagas el tímido ahora, Jak. Vamos, dilo. —Su voz se hacía más
profunda mientras me acercaba hacia él, mi pecho chocando con el suyo.
Liberó mis manos, envolvió su brazo alrededor de la curva de mi espalda y
me sostuvo cerca. Se inclinó hasta que su rostro estaba a solo una respiración
del mío—. Dime lo que quieres de mí.

—Libérame. —Forcé una orden en mi tono, pero fallé cuando mi voz se


quebró.

—Hazme creer lo que me pides. —Un gruñido brotó de los huecos de su


estómago mientras su labio se curvaba sobre sus dientes. Dos puntos
destellaron como advertencia.

—Libérame… Marius. —Incluso yo podía oír cómo mi tono conspiraba


contra mí.

Apenas podía respirar mientras me perdía a mí mismo en su mirada rubí.


En el fondo sentía más allá de la oscuridad que desprendía él. En algún lado,
lejos, sentí cómo los cuatro elementos me llamaban. Pero no había ninguna
llamada que me distrajera de él.

Marius se inclinó, y mientras se movía no podía desviar mi concentración


de su boca. El sueño que había tenido llenó mi mente y retorció mi estómago
en nudos, enviando una calidez emocionante por mi pecho, mi estómago, y
todo mi ser.

Quizás eso era todo lo que era. Un sueño. Uno sobre él y su toque
terriblemente frío presionado contra mi cuerpo. Pero sabía que era
simplemente una ilusión.
Era casi imposible pensar mientras los labios de Marius se apretaban
cuando habló de nuevo.

—Si quieres que te libere, quizás deberías liberarme primero.

Todo mi cuerpo se enfrió al darme cuenta de lo que hablaba. Mis brazos


estaban envueltos alrededor de la parte más baja de su amplia espalda,
agarrándolo. Mis nudillos se tensaron mientras empuñaba su chaqueta y lo
mantuve presionado a mí.

Pero incluso cuando sus palabras invistieron, no lo liberé.

—Yo... —No había palabras por decir, solo el farfullo ahogado de un


sonido mientras me elevaba sobre los dedos de mis pies. La mirada de Marius
era intensa, pero también lo eran los desechos de mi apaleado corazón, del
que había perdido el control.

Entonces, sin pensarlo más, choqué mis labios con los de él. El cuerpo
entero de Marius se agarrotó en respuesta. Lo suficiente para hacer que me
arrepintiera inmediatamente. Pero antes de que me pudiera separar, su porte
se relajó y se derritió sobre mí como mantequilla sobre una llama.

Solo nuestros labios danzaban juntos en un inicio, hasta que su lengua


lentamente encontró su camino hacia mi boca, partiendo labios y
persuadiendo a la mía para que se le uniera. Un vals en el que ambos
participamos.

Finalmente relajé mi sostén en él, ocupando mis manos libres en recorrer


su torso. Su camisa arrugada hacia arriba para exponer el toque frío y duro
de su diafragma. La mano de Marius me sostuvo más cerca, una incluso
alcanzando mi nuca para mantenerme en posición.

Sentía que quería mantenerme atrapado.

Pero no me iba a ningún lado.

Mientras nos besábamos perdí toda habilidad de razón y memoria. Se


había ido la tarea que se me había tendido. Todo en lo que podía pensar era
en su sabor. Cómo inhalaba y olía el incienso de sándalo. Su beso era limpio,
como si masticara manojos de menta recién cortada incluso ahora. También
forzaba cualquier razonamiento a una caja oscura en las partes más
recónditas de mi mente. Bloqueándolas lejos, a donde no podía alcanzarlas.
Era embriagador.

En un momento estaba de pie y al otro me había levantado. Por instinto


envolví mis piernas alrededor de él. No temía caer con sus manos
sosteniéndome desde detrás.

El impulso nos tenía chocando con los estantes. El impacto del choque
me hizo lanzar un jadeo, separándonos del beso.

—¿Te lastimé? —gruñó Marius, su voz llena de seducción.

—No lo suficiente. —Mi voz no era más que un jadeo, un susurro.

Su mirada se estrechó e inclinó su cabeza mientras me sonreía. Marius


trazó una lengua rosada por sus labios húmedos mientras me estudiaba
gentilmente.

—¿Puedo continuar?

Estreché mis piernas a su alrededor, respondiendo.

Cerré mis ojos en anticipación, listo para regresar a su beso. Pero sus
labios no encontraron los míos. Marius acarició mi cuello con su nariz,
provocando que mi cabeza se girara hacia atrás.

Un gemido escapó de mi boca mientras exhalaba con placer. Marius besó


y mordisqueó la piel de mi cuello, solo rompiendo la sensación para correr la
lengua lentamente de mi yugular al otro lado que no había tocado.

Rodé mi cuello, haciendo todo lo posible para facilitar su acceso. Mis


manos encontraron la parte de atrás de su cabeza. Las enredé por su cabello,
arruinando el estilo perfecto para tenerlo más cerca.

Marius gruñó, pero no de furia. Fue algo más siniestro. Más hambriento.
Similar al sonido que hacían los sabuesos.

—No te detengas —supliqué cuando separó su boca de mi cuello. Traté


de atraerlo de vuelta, pero se mantuvo firme a pesar de mi agarre.

—Necesito que me digas que estás seguro de que quieres esto. —Había
duda en su voz. Lo miré, profundo en sus ojos, notando su incapacidad de
mantener mi mirada como si estuviera preparándose para la decepción—. Si
me dices que me detenga ahora te aseguro que esto no volverá a ocurrir.

—Marius. —Su agarre detrás de mí se puso rígido cuando dije su


nombre—. Continúa.

—¿Alguna vez has…

Puse mi dedo en su boca, casi tocando la punta de sus caninos.

—Soy adulto. He vivido una vida antes de venir como tu Reclamado y


puedo asegurarte que he hecho la mayor parte de ello.

—Hay algo peligroso sobre ti.

Una sonrisa elevó las esquinas de mi boca húmeda.

—¿Te doy miedo?

La risa de Marius encendió mi piel.

—Un poco. Pero también me entusiasmas. En modos que temo no poder


explicar.

Su boca encontró la mía de nuevo, deteniendo mi respuesta. Libros


cayeron, se esparcieron por el suelo mientras cargaba mi cuerpo por la
estantería. Marius se paró sobre ellos sin esfuerzo, elevándome de un estante
al otro.

Mi cuerpo se estremeció, la sensación corriendo por cada parte de mí.

Sabía que Marius sentía lo mismo, por algo duro presionado contra mí
cada vez que me levantaba en sus manos para un mejor agarre.

Me mantuve firme en su nuca, las lenguas danzando contra la otra.

Perdido en el momento, Marius dio un paso en falso y cayó. Nos


desplomamos contra el suelo de madera, Marius acercándome a él. Incluso
cuando su cuerpo recibió el impacto apenas hizo un sonido.

Rodé lejos de él, recostando mi espalda mientras me perdía en un ataque


de risas. Era imposible mantener mis ojos abiertos mientras la risa se
intensificaba y se volvía una carcajada que agitó mi estómago. Tuve que
presionar una mano contra él antes de que fuera a salirse. Y no era el único
que reía, la risita profunda de Marius se unía a la mía.

—Temo que he arruinado el momento —dijo, apenas pudiendo respirar.

—Honestamente puedo decir que nunca me han dejado caer antes. —


Rodé sobre mi lado para enfrentarlo—. ¿Tienes el hábito de ser tan
imprudente?

Yaciendo sobre el suelo su rostro estaba más definido. La gravedad


empujaba su piel, tallando su mandíbula y mejillas. Y su piel, brillaba. Al
mismo nivel que las flamas atrapaba la luz y brillaba.

Era… hermoso.

—Han pasado años desde que estuve en tal… aprieto. Perdona mi torpeza
por falta de práctica.

Mi pecho se volcó ante la idea de Marius con otro. Empujé el sentimiento


hacia los huecos de mi vientre donde descubrí otra sensación que había
encerrado.

Él era mi enemigo. Al menos eso fue lo que vine a saber. Aun así, yacía
junto a él con el toque fantasma de sus labios sobre los míos.

Rodé sobre mi espalda, ansiedad cursando a través de mí mientras la


realización me inundaba a través de la barrera de realidad.

Mi aliento se cortó mirando al techo abovedado. Estaba pintado


completamente con azul navío excepto las líneas de oro y negro que cortaban
en formas precisas y deliberadas. Serpenteadas por el techo había marcas
doradas de líneas conectadas con figuras como estrellas.

Era un mapa celestial. Un mapa del cielo similar a aquellos que había visto
en muchos tomos de Madre. Excepto este, este estaba mucho más elaborado
que nada que ella le hubiera enseñado. Incluso más bello que la noche misma.

Como si el techo se hubiera hecho de cristal y mirara a las constelaciones


de la noche a través de él.

Notando mi admiración, Marius habló suavemente.


—Es el mismo diseño que ha durado todos estos años sin necesidad de
corregirlo. Quita el aliento, ¿no?

Me incliné sobre mis codos, concentrándome en el mapa de estrellas y


constelaciones. No estaban etiquetadas, pero no necesitaban estarlo.
Reconocí muchas de las formas de mis cortas lecciones con Lamiere.

—¿Qué ves?

—Aquila, el águila. —Levanté un dedo para señalar la forma que había


sido unida con una línea entre diez diferentes marcas de estrellas.

Marius también levantó un dedo y marcó la misma forma que yo había


visto.

—Coronada con la estrella Altair. ¿Ves la que hicimos más grande que el
resto?

Podía verla. Solo por un pequeño margen, la sombra era ligeramente más
grande que el resto con las que estaba alineada.

—¿Quiénes son nosotros? —le pregunté, agarrándome a lo que había


dicho. Marius mantuvo su mirada en el techo.

—Un amigo… que perdí hace mucho.

El aire se puso denso con tristeza y sus pestañas se espesaron con la


humedad. Aunque yacía a pocas pulgadas del lado de Marius, sentí su cuerpo
agarrotarse. Luego, en un pestañeo, estaba de pie. Sus movimientos
desenfocados.

Me senté con un sentimiento que se hundía en mi intestino.

—Me disculpo si me he entrometido demasiado.

Marius me dio la espalda, los brazos cruzados sobre su pecho mientras


contemplaba en silencio.

—Esta noche me he sobrepasado, Jak, perdóname.

—¿De qué hablas?

Marius se enfrentó a mí con una expresión de piedra fría.


—Debería...

—Si crees por un momento que solo puedes desaparecer de mí de nuevo,


detente. No puedes mantenerte dando vueltas de aquí para allá, dejándome
para reflexionar mis ideas. —Las palabras cayeron fuera de mí como
resultado de mi pura desesperación de que él se quedara. En lo hondo este
sentimiento me enfermó, pero lo mantuve sepultado. Por ahora—. Hay algo
que no me has dicho. Lo has dicho, voy a morir de todas formas. ¿Por qué no
derramas tus secretos en mí? Déjame escuchar tu historia para que te vuelvas
un narrador.

Marius miró hacia el suelo. Antes de que pudiera pronunciar otra palabra,
cerré el espacio entre nosotros y presioné una mano en su pecho. No había
ningún aleteo del latido del corazón.

—El mural fue completado durante una parte de mi vida cuando era libre.
Libre de esta maldición. Cuando estaba atrapado por otro, uno que mantuvo
mi amor. —Una sola lágrima corrió por su mejilla—. Fue ese amor el que
resultó en… esto.

«La maldición». No necesitaba decirlo en voz alta para que yo entendiera


lo que sugería.

—Cuando pierdes a alguien que has amado, a veces la aflicción puede


regresar para arruinar los pequeños momentos buenos que quedan. La
aflicción es un asesino silencioso, estando al acecho en la oscuridad del alma
de uno, listo para cubrir cualquier luz con oscuridad.

Lo alcancé, instintivamente, y cepillé la fría lágrima de su rostro igual de


frío. Empapó la punta de mi pulgar donde continuó descendiendo a mi
muñeca. A diferencia de Marius, nunca había perdido a alguien tan querido
antes.

—Gracias por compartirlo conmigo —dije en voz baja.

Marius tomó mi antebrazo con su monstruosa mano y llevó mi muñeca a


su boca. Plantó un beso en mi piel donde su lágrima había dejado un camino
húmedo.

—Debería agradecerte. Ha sido simple desarrollar algunos hábitos para


alejarme de esos sentimientos. En todos los años que he pasado he corrido
de habitación en habitación, de sombra en sombra. Hay algo en ti que hace
más fácil… soportarlo.

Me sonrojé, la culpa apuñalando su agarre en mi estómago. La necesidad


de cambiar el tema de conversación era intensa.

—¿Qué crees de una bebida?

Marius sonrió a través de sus ojos relucientes.

—¿Acaso lees mentes, Jak?

Me agarroté. Ese era un poder que mi mente hacía mucho había perdido.

—Imposible. Fue solo una ligera suposición.

—Entonces sí, Jak, me encantaría una bebida. Quédate aquí y regresaré


enseguida.

—La última vez que lo prometiste no regresaste.

Marius se inclinó más cerca, proyectando una sombra sobre mí.

—La diferencia es que esta vez parece que tenemos un asunto pendiente
por terminar.

Una sensación de cosquilleo se extendió desde mis pies hasta que rugió
por todo mi cuerpo. Bajo su intensa mirada sentía mis rodillas combarse muy
ligeramente. Y la promesa de su regreso humedeció mi boca con anticipación.

—No desaparezcas, Jak —dijo Marius en la puerta de su estudio.

—No podría, aunque quisiera —respondí, incapaz de ocultar la cruda


verdad de mis palabras.
Traducido por Malva Loss
Corregido por Mr. Lightwood
Editado por Mrs. Carstairs~

Faltaba un libro. Alguien lo había retirado de la estantería recientemente,


ya que el contorno seguía siendo claro por la capa de polvo a su alrededor.
También sabía que éste era el primer libro que Marius había escrito, ya que
había explicado que estaban organizados del primero al más reciente. El
espacio entre el tomo que faltaba y el siguiente, era grande.

No fue lo único en lo que me fijé al estudiar la estantería en ausencia de


Marius. Cuanto más antiguos eran los libros que escribía, más largos eran. El
encuadernado era tan grueso que se necesitaban dos manos para
mantenerlos abiertos.

Pero cuanto más avanzaba por las interminables estanterías, más claro
era que los libros recientes eran más cortos. Dramáticamente. Pequeñas
novelas que no tenían más que un puñado de páginas.

¿Qué había hecho que Marius escribiera tan poco en los últimos años?
¿Fue su falta de deseo, o la distancia que puso entre él y los otros Reclamados?

Es probable que ahora haya planeado mi historia. Planeando lo que mi


vida podría haber sido si hubiera sobrevivido al infierno que me esperaba en
el día final.

Pero sabía que nunca terminaría la historia.

Mientras estudiaba las estanterías vacías, sentí el repentino deseo de


vomitar. Sabiendo lo que tenía que hacer ya no me calentaba por dentro.
Invocando el helado espanto del miedo, esperando, en mi alma. Ahora tenía
claro que Marius no era la bestia en absoluto. Yo lo era.

—Aquí tienes…
Di un salto ante la repentina aparición de Marius. Forzando una sonrisa,
me giré para verle de pie con una botella polvorienta de un líquido no
revelado en una mano y dos vasos de cristal en la otra.

—¿Te he vuelto a asustar? —Se mordió el labio inferior, probablemente


recordando mi anterior advertencia y cómo terminó.

—Lo siento. —Me pasé una mano por mis rizos castaños y la otra se apoyó
en mi cadera—. Estaba perdido en mis propios pensamientos.

Los vasos tintinearon cuando Marius los apoyó sobre su escritorio de


roble.

—No importa. Pensé que te gustaría este vino por su añada. Ha estado en
el sótano mucho antes de que mi propio padre naciera entre estas paredes.

Era difícil imaginarlo mientras Marius hablaba de su familia.

—Debe haber sido un rey para haber nacido en un lugar así.

—Fue un hombre que no tuvo más que suerte de ser criado en un lugar
así. Su madre era una sirvienta del gobernante que habitaba aquí.
Simplemente creció a la sombra de la gran familia que vivía en este lugar.

—Entonces, ¿cómo es que llegó a reclamarlo como propio?

Marius descorchó lentamente la botella de vidrio verde oscuro. La acercó


a su nariz e inhaló profundamente antes de verter el vino tinto en las dos
copas que le esperaban.

—Lo heredé cuando mi padre falleció. Durante su infancia se hizo muy


amigo de la hija del señor que poseía este castillo. Se enamoraron, se casaron
y me tuvieron. Su único heredero.

—Lo que te convierte en un Lord.

—Me hizo un Lord —intervino Marius—. Ahora bebe conmigo. Toda esta
charla del pasado me hace sentir que me estoy hundiendo internamente.

Me entregó una copa que tomé sin preguntar. Nuestros dedos se rozaron
por un momento mientras lo hacía.
Cuando me llevé el borde a los labios, Marius habló.

—¿No vamos a brindar?

—¿Brindar? —pregunté, con el aliento empañando la copa—. ¿Por qué?

Marius levantó su copa ante sí, instándome a imitarle.

—Por descubrir nuevos amigos. Que la exploración continúe.

Se me secó la boca cuando nuestras copas chocaron entre sí.


Rápidamente tomé un sorbo, el vino lavó mis emociones mientras se
derramaba por mi garganta.

—Marius, ¿puedo preguntarle algo?

Sus pálidas cejas se arquearon sobre su inquisitiva mirada.

—Me temo que no tengo elección.

—Falta un libro. —Me volví hacia la librería en cuestión—. Estaba seguro


de que había algo en su lugar ayer. Pero ahora no está.

—Sentí la necesidad de cogerlo para mi propio placer de lectura. Hay


muchos otros para que los tomes prestados si los necesitas.

Marius no mintió al decir que lo había quitado. Pero creía que había más
de una razón para ello.

—Fue por la primera Reclamación, ¿no?

Me vinieron a la mente las historias del cuerpo destrozado que habían


dejado en los límites del castillo. La única vez que un Reclamado había sido
devuelto. La primera de las víctimas de Marius. Sabía poco de la persona, ya
que parecía que el tiempo que había pasado diluía el conocimiento que Madre
había tenido de la víctima.

—No era un Reclamado. —La voz de Marius se volvió aguda—. No de la


misma manera que tú.

Marius reveló en las primeras cuatro palabras más de lo que pretendía. Vi


cómo su cara se pellizcaba de frustración al darse cuenta también.
La primera persona que fue víctima de Marius fue un niño y no era un
Reclamado.

Reconstruí el rompecabezas en mi mente.

—Si fue el primero, y no era un Reclamado, debe haber sido…

El vidrio se estrelló contra el suelo, enviando una salpicadura de vino tinto


por el piso. Salté para apartarme de los trozos de vidrio, y casi derramo mi
propio vino en el proceso.

Marius estaba de pie, con las manos apretadas a los lados, respirando
entrecortadamente. Su rostro estaba inclinado hacia el suelo, pero sus ojos
brillaban como carbones calientes en una hoguera. A través de su pelo blanco
suelto, me miró fijamente.

—Deja de presionar para obtener respuestas. Puede que no te guste lo


que encuentres.

Retrocedí, viendo cómo el hombre que tenía delante se convertía en la


bestia que había llegado a conocer. Las sombras temblaban en las esquinas
del estudio mientras él flexionaba sus afiladas uñas y exponía sus puntiagudos
dientes.

—Tú… acabas de brindar por continuar nuestra exploración del uno al


otro. —Intenté mantener la voz lo más firme posible mientras su rostro se
transformaba ante mis ojos.

—No uses mis palabras contra mí —arremetió Marius.

—¿O qué? —grité, con mi propia ira aflorando de nuevo a la superficie.


Todos esos sentimientos de culpa enterrados por lo que había hecho salieron
a la superficie—. ¿Qué vas a hacer?

Marius se agitó violentamente.

—Vete.

—No lo haré.

—VETE.
Su grito hizo temblar los cimientos del castillo. Urgido por su súbita y
sorprendente ira. «¿Cómo te atreves?». Ansiaba lanzarle la copa de vino. Para
lanzar las llamas de la chimenea y quemar las sombras que él amenazó con
enviar tras de mí. Observé cómo palpitaba con su control.

No le temía. No del todo. Pero la tensión que se extendía entre nosotros


era casi insoportable.

Antes de que pudiera volver a gritar, me dirigí a la puerta, que él bloqueó


parcialmente. Me aseguré de golpear mi hombro contra él al pasar.

No te temo, porque yo soy la bestia. Ese pensamiento me hizo seguir


adelante hasta que el estudio quedó muy atrás.

Casi esperaba que la figura espectral de la joven se reuniera conmigo en


la cámara. Para oírla despreciar mi actuación.

Pero no dejaría que nadie me hablara así. Ni Marius. Nadie.

No había riesgo de que Marius me siguiera aquí. Lo sabía en mi alma. Así


que me senté de nuevo en la cama con dosel y alcancé el cuenco de
adivinación.

Ahora era el momento de consultar con el aquelarre.


Traducido por Mr. Lightwood
Corregido por m_Crosswalker
Editado por Mrs. Carstairs~

—Algo anda mal. Estoy segura. —La voz de Madre se aclaró a través del
agua reluciente antes de que su rostro tuviera tiempo de materializarse—.
Todavía es de noche, lo que significa que la bestia está despierta. Sin
embargo, me llamas, como si fuera la decisión más inteligente considerando
tu situación. ¿No te advertí acerca de usar tus poderes durante la noche?

—Marius no vendrá aquí. —Ya anhelaba recoger el cuenco y tirarlo al otro


lado de la habitación. Pero me mantuve firme, mordiéndome el labio inferior
para mantener mi tono libre de molestias—. Estamos a salvo para hablar.

Su ceño afilado se frunció, creando líneas a través de su casi perfecta


frente.

—Te refieres a él por su nombre.

—Un nombre que presiento que conocías mucho antes de enviarme aquí
—espeté.

Madre hizo una pausa antes de responder, mirando a alguien que estaba
sentado frente a ella. Fuera de la vista del cuenco de adivinación.

—No fue un dato que consideré lo suficientemente importante como para


que lo supieras. Su nombre no cambia nada el resultado final. Todo lo demás
que has aprendido de mí, sí.

¿Qué más me había ocultado? Entrecerré la mirada, bajando el fuego para


que no hirviera el agua del recipiente.

—Háblame de la primera persona que asesinó. Aquel cuerpo que dejó en


el límite.

—¿Por qué te importa?


Me incliné, silbando con los dientes apretados.

—¿Así que no niegas saber más sobre él? Por favor, ¡dime qué otra
información has decidido que no necesito saber!

—Lo que sea que se te haya metido puede cesar de inmediato, Jak. Soy tu
madre, no me hables de esa manera.

—No me gusta que me mientan —dije, agarrando las sábanas debajo de


mí hasta que mis nudillos imitaban su blancura.

—Nadie te ha mentido —respondió Madre, con una voz tan fría como la
de Marius—. Quizás nunca has pensado en hacer la pregunta.

—Entonces dime. Pregunté ahora, ¿no es así?

No pude entender los murmullos silenciosos que provenían de la persona


sentada fuera de mi vista. Madre no se escondió mientras volvía a mirarlos,
escuchaba atentamente antes de asentir con la cabeza.

—Él era simplemente una víctima. Ahí está, ahora sabes tanto como yo.
Su cuerpo fue drenado de sangre por completo. Borracho disecado por la
misma criatura a la que deberías estar acercándote. En lugar de presionarme
haciendo preguntas, ¿has pensado en preguntarle?

Ella me estaba ocultando la verdad. Lo sabía.

—Dime quién era —presioné de nuevo, sin rendirme hasta que estuviera
satisfecho.

—Jak.

—Dime.

—¿Qué ha ocurrido para llevarte a tal estado? —preguntó por primera vez
con calma, inclinándose sobre el cuenco hasta que su cortina de cabello
oscuro y liso cayó sobre cada lado. Daba la ilusión de que solo nosotros dos
teníamos la conversación. Aunque sabía que otros escuchaban desde su lado.
Quizás Victorya me escuchó, escondida en su forma astral. Quizás ella
también sabía sobre la ira hirviente que mantuve enterrada, confiando en que
este no era el momento de decirme qué hacer.
—No falta mucho para el fatídico día, Jak. No dejes que temas tan
insignificantes nublen tu mente y la tarea que tienes entre manos. Te haré un
favor y te diré todo lo que deseas saber cuando regreses a casa con su cabeza.
Considéralo como otro obsequio pendiente hasta tu exitoso regreso.

—¿Por qué no ahora? —Me recliné en la cama, enterrando mi rostro en


mis manos, derrotado—. ¿Qué pasa si no regreso?

Casi sentí el cambio de temperatura en la habitación. Cómo la tormenta


mundana que se elaboró dentro de Madre estuvo a unos momentos de
estallar. Si ella de verdad tuviera tanto poder como yo, hubiera sido
imparable.

—Entonces no merecerás nada. Si fallas, te mereces lo que viene.

Conmocionado, apenas pude contener la respiración el tiempo suficiente


para idear una respuesta.

—Madre...

—Eres diferente desde la última vez que me llamaste. Más suave. No la


daga de filo duro que he moldeado con mis propias manos y mi propio
sacrificio. —Madre respiró temblorosa, batallando duramente para mantener
la ira que sentía—. Siento un cambio en ti, uno que me llena de gran
preocupación.

Mientras mantenía los ojos cerrados, los destellos de horas


desperdiciadas de preparación estallaron a través de mi mente, días de magia
y entrenamiento físico, donde a los niños de la ciudad se les permitió ir a la
escuela y aprender cosas mundanas. Ellos, a diferencia de mí, no tenían
encima las preocupaciones de la supervivencia de los de su propia especie.

—No fallaré —dije en voz baja. «¿No lo haré?». Esa voz burlona regresó en
el fondo de mi mente.

—Dilo lo suficiente y puedo empezar a creerte.

Su desconfianza en mí hizo que mi corazón se endureciera. Tiró hacia


abajo de mi estómago y me hizo sentir mal. Miedo. Me hizo sentir inútil bajo
su mirada vigilante y juzgadora.

—Madre, no fallaré.
Llegué a lamentar haberla llamado. De nuevo.

—Tengo un consejo para ti, Jak. Olvídate de los pequeños detalles y


céntrate en por qué estás allí. Puedo ver que la criatura se ha abierto camino
hasta tu mente, haciéndote hacer preguntas que nunca hubieras pronunciado
antes de entrar en su dominio. Continúa enfocado. No solo por nuestro bien,
sino por el tuyo propio.

Madre debe de haber golpeado el cuenco de la mesa, porque su visión


desapareció después de un movimiento repentino.

Frustración no solo causada por ella, sino por lo que dijo. Tal vez ella tenía
razón en que Marius se metió en mi mente. Solo pensar en él hizo que mis
labios se estremecieran como si su beso hubiera perdurado. Tenía que
concentrarme. Fue culpa mía, permitir que Marius me ablandara con sus
palabras. Moldeándome con su intensa presencia y sus manos. «Manos
fuertes». Sin embargo, tenía que acercarme a él, lo suficiente como para
atraparlo en su punto más vulnerable. Lo que sea que eso significara al final.

La persistente presencia de Madre hizo que la habitación se sintiera


insoportablemente fría. Me tapé las piernas con las sábanas, evitando las
sacudidas que me hacían temblar como una hoja en una tormenta.

¿Quién fue la primera persona que murió en sus manos? ¿Dónde estaba el
libro? ¿Por qué mi madre y Marius querían ocultármelo?

Me senté así durante un rato, repasando las preguntas solo para añadir
más a medida que avanzaba. El sueño era imposible, y el hambre habitual que
solía tener, no la sentía.

Una y otra vez repasé los acontecimientos del día, tratando de encontrar
una razón para la necesidad de mantener el secreto. Marius estaría escondido
en cualquier agujero oscuro al que se retirara durante el día. Incluso si
quisiera encontrarlo, estaría en...

«El sótano».

La palabra resonaba en mi tormentosa mente. Era un lugar, en las


profundidades del castillo, muy por debajo del mismo aposento en el que me
enfurruñaba. Un lugar libre de la luz del día. Perfecto para que Marius lo
habitara hasta que volviera a caer la noche.
Me levanté de la cama como un rayo, sabiendo exactamente a dónde
tenía que ir en busca de respuestas. Y tenía una idea de dónde encontraría la
entrada.
Traducido por Mr. Lightwood
Corregido por m_Crosswalker
Editado por Mrs. Carstairs~

La puerta de la parte trasera del comedor todavía estaba abierta. Utilicé


toda mi fuerza de voluntad para caminar más allá de la comida deliciosamente
presentada que estaba esperando en la larga mesa de roble. En cambio,
mantuve mi enfoque en la tarea en cuestión.

Encontrar el libro.

Cuando entré en los pasillos oscuros más allá de la puerta, sentí una
presencia a mi alrededor. En mi apuro, no había traído una fuente de luz
conmigo. Aunque era de madrugada, no tenía ni idea de lo que hizo Marius
durante su tiempo fuera. ¿Habrá dormido como yo? ¿O esperó a que se
acabara el día para regresar a la superficie del castillo?

Cuanto más caminaba, más se cerraban las paredes a mi alrededor. El


techo pareció encogerse sobre mí, y el olor a roca húmeda y el musgo solo
se hizo más intenso con cada paso. Sin luz para guiarme tuve que usar mis
manos para rastrear las paredes resbaladizas. Tanteando lentamente y con
cuidado para asegurarme de no caer sobre algún objeto invisible.

No pasó mucho tiempo hasta que se justificó el extraño presentimiento


de una presencia, con una respiración que sentí en la parte posterior de mi
cuello. Disminuí la velocidad, dejando caer las manos hacia mi costado, ya que
un escalofrío me puso la piel de gallina.

—Sé que estás aquí. —Hablé en voz baja, aunque no sirvió para detener
el eco de mi voz a través del corredor cerrado de piedra.

—No deberías estar aquí —dijo Victorya delante de mí. Sin preocuparme
de si ella era testigo de mi magia, levanté una mano frente a mí y llamé a mi
elemento favorito. Fuego.
Cobró vida a través de mi palma abierta. Una mezcla de naranja y oro que
llenó el extraño corredor de calidez y luz. Victorya flotaba en el aire, con su
rostro esquelético y los brazos cruzados sobre su cuerpo transparente.

—¿Por qué Marius está acechando en algún lugar lejos de aquí? ¿O por qué
está fuera de los límites por alguna otra razón no revelada? Dejaré que elijas
tu respuesta.

Victorya encorvó sus pequeños hombros.

—Parecería que tú también estás de mal humor.

—¿Entonces lo has visto?

La llama conjurada iluminó su pálida figura. Miré al suelo para ver que solo
mi sombra se reflejaba sobre él.

—Sí, y si te ve aquí abajo, entonces tu oportunidad de... no lograrás llegar


lejos.

—Si no quisiera que viniera aquí, habría cerrado la puerta detrás de él.
Dejándome fuera. Es bastante bueno en eso.

—Es un hábito —dijo Victorya—. Han pasado muchos años desde que un
Reclamado se atrevió a aventurarse a encontrar a Marius durante las horas
de los vivos, por lo general, este sería un tiempo en el que anhelaban no ser
interrumpidos. Libre de su compañía... cuando él estaba dispuesto a
compartirla.

Dudé antes de dar un paso para pasar junto a ella. Victorya no hizo ningún
movimiento o indicación de que se apartaría de mi camino.

—Vas a dejarme pasar —le dije. Podría caminar a través de ella, de su


forma espectral como lo había hecho con la pared de mi dormitorio.

—¿Y por qué estás tan seguro?

Respiré hondo, con la mirada perforando a la chica ya muerta.

—Estoy cansado de estar alejado de la verdad. Déjame ir para que pueda...


—¿Puedas despertarlo? Imposible hacerlo durante el día. ¿Interrogarle? Si
Marius ha ignorado tus solicitudes de respuestas, lo habrá hecho por una
razón. No creas que tu presencia en sus aposentos personales va a influir en
que de repente renuncie a todo lo que te ha estado ocultando.

Sonreí, habiendo obtenido aún más información de la que necesitaba.


Esto fue, como se esperaba, el camino hacia donde Marius se mantenía
oculto.

—Bien —siseé—, porque nada de lo que has dicho se relaciona con lo que
estoy haciendo aquí. Así que ... muévete.

Al lanzar la llama, controlé su trayectoria a toda velocidad para aterrizar


sobre la chica. Pero en cambio pasó a través de ella. Victorya no se inmutó.
En cambio, se acercó hacia adelante hasta que su inquietante mirada estuvo
incómodamente cerca de la mía.

—Cuidado cómo actúas a mi alrededor. Porque te encontrarás con el


hambre antes de que tu estancia llegue a su fin. Te quedarás sin ropa limpia.
No habrá baño preparado. Yo... no... te ayudaré.

—¡Ayudarme! —Reí—. Si quisieras ayudarme, me dejarías continuar. Si no


se despierta durante mi visita, ¿cuál es el daño de continuar?

—¿Qué esperas encontrar? —preguntó ella sin rodeos—. Si es para


matarlo durante su sueño, entonces estarás perdiendo el tiempo.

—Yo no haría eso. —El pensamiento ni siquiera había ocupado mi mente.


Matar a Marius ahora, mientras estaba en su punto más vulnerable—. Eso no
es lo que espero lograr.

—Bien, porque serías un tonto si pensaras que Marius no ha intentado


acabar con su vida antes. Nunca funciona.

La llama en mi palma se apagó hasta convertirse en un simple resplandor.


Mi conexión rompiéndose mientras sus palabras se asentaban sobre mí.

—¿Lo ha hecho?

—Hace mucho tiempo. Fue terrible. Verlo estar tan roto. Tan cansado.
No te explicaré más sus intentos, pero tienes que saber que no puedes
hacerlo.
Balbuceé mi respuesta.

—No quiero.

¿Qué hizo que la última noche fuera diferente? Sabía que mis poderes
estaban vinculados a su desaparición, pero ¿por qué?

—Por mucho que eso me alivie... por ahora, ambos sabemos que te
necesitamos para hacerlo. En el final.

—Necesito un libro —dije, cambiando el curso de la conversación tan


rápido como pude. Atraje más energía hacia la llama para que ardiera una vez
más—. Marius lo tiene. Sé que me lo está ocultando y quiero saber por qué.

—Robar lo que buscas no te hará ningún favor —dijo Victorya—. ¿Se lo


has pedido?

—Sí... —Me quedé quieto, negando con la cabeza—. No. No, no lo hice. El
tema se puso acalorado y… no hay posibilidad de que Marius me lo dé. No
después de la forma en que reaccionó cuando le hice una simple pregunta.

—Le preguntarás la próxima vez —dijo Victorya con su pequeña, pero


poderosa voz—. Si no cumple, yo misma recuperaré el libro para ti. Pero
debes saber que no me gusta hacerlo a sus espaldas.

—¿Ah no? —me burlé, listo para señalar su doble criterio—. Porque
ciertamente me estás animando a matarlo.

—Confía en mí, Jak. Él te animaría a hacer lo mismo si lo creyera una


posibilidad. Ahora vete. Déjalo descansar. No entiendes cómo se gana su
momento de paz. Por las sombras bajo tus ojos, parece que necesitas dormir,
inténtalo de nuevo mañana, cuando despiertes.

Miré a la oscuridad que se alzaba delante de ella, imaginando el espacio


en que se mantuvo Marius. Luego asentí, forzando a mi cuerpo plomizo
volverse en dirección al comedor.

—Para alguien tan joven, realmente sabes comportarte como un adulto.

—Soy mucho mayor que tú, Jak. No te dejes engañar por mi apariencia
helada. Incluso en esta forma he sido testigo de más vida y muerte de lo que
podrías imaginar.
Lancé una mirada sobre mi hombro para decir algo a cambio, pero ella
ya se había esfumado, había desaparecido en un solo momento. Sin embargo,
su presencia aún permanecía detrás de mi cuello hasta que finalmente cerré
la puerta del aposento que ahora era mío.

«Hasta la próxima, supongo».

Katharine regresó la próxima noche. Oí su suave voz que flotó desde los
niveles inferiores del castillo. Marius estaba con ella, hablando en su tono
bajo, como de costumbre mientras ella no intentaba ocultar lo que hablaba.
Permanecí fuera de su vista, escondiéndome detrás de la barandilla partida.
Con suaves pisadas me acerqué para tratar de ver la escena mientras
conversaban, pero el crujido de la barandilla me impidió inclinarme más por
miedo a que se rompiera bajo mi peso.

—¿Cómo está tu madre? —preguntó Marius.

—Mal. Todos los días su respiración se vuelve lenta. Me temo que a ella
no le queda mucho. —La tristeza de Katharine era palpable.

—Déjame darte otra cosa que puedas cambiar por monedas, tengo otros
artículos, puedes...

—Marius, detente. Has hecho suficiente.

—No me sentiré bien hasta que se cure.

Katharine apareció a la vista. Podía ver la parte superior de su cabello y


el vestido incoloro y rasgado que llevaba. Pero su expresión estaba oculta a
la vista desde la posición en que la miraba.

—Si aparezco con más productos increíbles, seguro que me atraparán


por visitarte. No sabes lo que nos harán a mí y a madre, si se enteran. Y antes
de que te preocupes por no dejar que nos hagan daño, olvidas que eres la
princesa atrapada en una torre.

—Esperando que mi príncipe azul aparezca y me salve —murmuró


Marius, provocando una risa débil de Katharine—. Si tan solo fuera así de
simple.

—No escucho ningún llanto o grito de tu Reclamado. ¿En los últimos días
se ha asentado?
Mi respiración se entrecortó cuando miró hacia arriba. Me balanceé hacia
atrás, justo a tiempo para que su mirada no me alcanzara.

—No hables así, Katharine. —No pude ver a Marius, pero pude imaginar
su expresión mientras hablaba. Cómo probablemente se cepilló el mechón
suelto de cabello blanco de su frente, los labios hacia abajo.

—¿He tocado un tema sensible?

—Quizás lo hayas hecho. Se ha asentado bien, considerando... ¿Querías


que lo llamara para que puedas agradecerle por salvar tu vida de los sabuesos
sangrientos?

Katharine cruzó los brazos sobre su estrecho pecho.

—No fue su sangre la que me curó...

—Ah —interrumpió Marius—, finalmente veo lo que viniste a buscar.

—Funcionó en mí, podría ayudar a mi madre. Te prometo que no pediré


otra cosa otra vez.

Quería la sangre de Marius. Una visión de él mordiéndose su propia


muñeca, con sus colmillos monstruosos antes de dejar que su sangre oscura
gotee en la boca de Katharine llenó mi mente. Cómo su cuerpo roto se había
reformado y sanado ante mis ojos.

Otro ejemplo más del poder que tenía.

—¿Tomarías ese riesgo, pero no empeñarías algún otro artículo inservible


que puedo darte por monedas?

—No le queda medicina, Marius. Yo, nosotros, lo hemos intentado todo


para mejorar su estado, deberías oírla toser, cómo atormenta su cuerpo y la
deja exhausta durante horas. En ese estado nadie puede estar. Ella me habló
de tu amabilidad cuando te visitó. ¿No puedes hacerlo por ella?

Esperaba que se negara. Que le dijera qué tan peligroso sería correr ese
riesgo, Marius no sabía qué le pasaría. Pero si mi madre o el aquelarre se
enterara de que Katharine lo visitó, la castigarían. Si supieran la verdad de lo
que ella le pidió esta noche...
Solo el pensamiento me revolvió el estómago.

Katharine era una chica desesperada que buscaba una solución


igualmente desesperada. Ahora que lo pensaba, había oído hablar de una
mujer enferma en la ciudad. Ella vivía en una casa destartalada en las afueras.
Probablemente era la razón por la que nunca había visto antes a Katharine si
era allí donde vivía. Nunca tuve necesidad de ir tan lejos de la ciudad.

—Lo haré. Por ti. Por Paloma. Pero debes tener cuidado. Eres responsable
de lo que suceda cuando se la des. —La advertencia en su voz hizo que mis
puños se tensaran—. Por los dos, espero que esto funcione como deseas.

—Marius, gracias.

Marius apareció a la vista, lo suficiente como para que pudiera ver su


corona de blanco cabello. Katharine lo rodeó con los brazos y hundió la cara
en su pecho.

—No me des las gracias todavía, pequeña. Regresa y cuéntame sus


resultados, ¿quieres? Supongamos que es una buena idea poder ayudar a
alguien más allá de esta trampa. Por lo que vale, espero que funcione.

—Yo también. —Su voz fue ahogada mientras lo sostenía.

Me balanceé hacia atrás, incapaz de presenciar más. La culpa me atravesó,


me sentí mal viendo un momento tan personal. Así que los dejé, volviendo a
mi habitación descalzo, tan silenciosamente como pude a través de los
paneles del piso.

«Marius no es una bestia».

Me encontré vertiendo lágrimas mientras comencé a correr.

«No es la bestia».

¿Cómo podría alguien preocuparse tanto por la vida, cuando los que están
más allá de este castillo se preocupaban tan poco por él?

En ese momento vi la verdad, lo entendí todo. Todo se aclaró en el


momento en el que irrumpí en su habitación. Una habitación en la que nunca
dormía. Mi visión se nubló tanto que casi me tropiezo. Me arrojé sobre la
cama, incapaz de calmar mi respiración. Me dolía el pecho. Presioné una mano
sobre él, tratando de calmar el sentimiento de este quebrándose
abiertamente.

Llorando, estaba llorando. Algo que había dejado en el pasado. Era un


sentimiento raro. Un dolor aflictivo y sin aliento que se extendió por mi pecho
mientras una humedad desconocida se deslizó por mis mejillas.

Levanté una mano para limpiarlas, solo para que la humedad regresara al
momento en que más lágrimas fueron desatadas.

—Quieres matarlo —balbuceé entre sollozos de pecho. Tratando de


convencerme de mi destino. Mi único propósito—. Quieres matarlo.

¿Quieres o tienes que hacerlo?


Traducido por Malva Loss
Corregido por Helkha Herondale
Editado por Mrs. Carstairs~

—Si tienes frío, ¿puedo ofrecerte mi chaqueta? —dijo Marius,


manteniéndose a mi paso mientras caminábamos hacia la salida del castillo.
Debió de notar el escalofrío de mi piel, o cómo me había envuelto con los
brazos sobre mi pecho para mantener el calor. Cada noche parecía mas fría
que la anterior. Supongo que, con el invierno presionando más allá del
castillo, era inevitable que las patéticas llamas apenas mantuvieran el calor.
Sin embargo, Marius nunca parecía molestarle.

—¿No tendrás frío? —pregunté, mirando sobre todo a mis pies mientras
avanzábamos por el vestíbulo del castillo.

—No le temo, ni siento frío. Así que, por favor, es una noche clara y me
sentiría más cómodo sabiendo que no estás temblando a mi lado. Eso es…
una distracción. No me gustaría que cogieras una enfermedad y se te pasara
antes de que concluya tu estancia aquí. —Marius se quitó la chaqueta granate
de sus anchos hombros sin necesidad de ofrecerla de nuevo, enderezando
cuidadosamente el material antes de tendérmela para que me la pusiera.

Sonreí, pero no de forma forzada o falsa. Mis labios se curvaron hacia


arriba cuando sus brazos se flexionaban bajo el material de su camisa blanca.

Una mano a la vez, me introduje en la chaqueta. No había calor de su


cuerpo, pero era mucho mejor que el aire fresco de la noche que me arañaba
la piel.

—¿Estás seguro de que los sabuesos no atacarán? —pregunté, tratando de


no sentirme abrumado por su cercanía. O lo que sucedió la última vez que
este pequeño espacio entre nosotros fue contemplado.

—No se atreverían si estoy contigo. Puede que nos acechen, pero eso es
lo máximo hasta dónde llegarán. Mientras nos mantengamos en el camino y
no nos desviemos, estaremos a salvo.
Marius no había mencionado la visita de Katharine y sentí que no podía
simplemente añadirla a la, actualmente, rígida conversación. Habían pasado
unas cuantas largas horas desde que los había escuchado y todavía me sentía
culpable. Más aún al descubrir lo personal que había sido la conversación.
Para cuando sus fuertes golpes sonaron en la puerta de la sala de estar, mis
ojos se habían secado, pero la tristeza había echado raíces en mi pecho.

Había mirado brevemente la muñeca de Marius para ver si le quedaban


marcas de su baño de sangre. Pero su piel no presentaba cicatrices ni marcas.
Como si notara mi mirada, tiró de la manga de su camisa para ocultar su
perfecta piel.

—¿Pensé que pasaríamos otro día más en el estudio? —pregunté,


abrazando la chaqueta alrededor de mi pecho. Era tan grande que las mangas
me tapaban mis manos.

—Otra tarde rodeada de libros… ugh. —Su lengua lamió su labio. Una
lengua con la que no hacia mucho tiempo que estaba familiarizado—. Hay
algo que quiero compartir contigo que es mucho más grande que ese estudio.

—Que misterioso. —Me reí, esperando que eso cubriera mis nervios.
Había tensión entre nosotros. Una conversación no hablada que quedó
después del abrupto final de la noche anterior. No se había disculpado, ni
esperaba que lo hiciera. Marius era una perfecta mezcla de cautela y cortesía.
Ofreciendo un brazo firme mientras bajábamos las escaleras, pero
manteniéndose dolorosamente tenso bajo mi contacto.

Apenas intercambiamos otra palabra hasta que llegamos a las puertas


dobles del castillo. Las mismas que habían estado cerradas la última vez que
había comprobado.

Por supuesto, ahora estaban abiertas. «Qué conveniente». Cuando Marius


las abrió, la brisa del atardecer se precipitó en la entrada del castillo. Las
cortinas a través de las ventanas se agitaron salvajemente, enviando ráfagas
de polvo al aire. Las llamas del gran candelabro que colgaba sobre nosotros
parpadeaban, algunas incluso se apagaron bajo la fuerza de los vientos
naturales del invierno.

—Rápido —susurró Marius—. Antes de que apague todas las velas. Este
castillo es mucho más… aceptable bajo el brillo del fuego.
Me moví con premura, apretando la chaqueta a mi alrededor mientras me
inclinaba ante la ráfaga y salí más allá de las puertas.

Mis mejillas se resquebrajaron bajo el frío, y mi nariz chorreó casi


instantáneamente cuando salí. Las grandes puertas crujieron cuando Marius
nos apartó de la luz del fuego.

Luego nos bañamos en la noche. Solo la luna y las estrellas eran una fuente
de luz sobre nosotros.

—¡Y esperas que me mueva a tientas por los terrenos! Voy a caminar
directamente fuera del camino y hacia las fauces de tus pequeñas mascotas
—dije en broma. Sin embargo, ni siquiera yo podía ocultar el verdadero
miedo que sentía al saber que acechaban en las sombras. Esperando. Mi
poder se mantenía dentro, y eso se sentía como si estuviera sin mi miembro
más importante. Mi arma.

Era… vulnerable.

La mano de Marius encontró la mía y jadeé de mi preocupación sin


sentido. No era un toque cálido y vital que combatía el frío. Pero no obstante
fue reconfortante.

—Yo te guiaré. No te preocupes.

Me tomó un momento relajarme en su control mientras me guiaba a


través de los jardines oscuros. Podía distinguir algunas formas, pero sin la luz
de una llama me era imposible averiguar dónde acabaría cada paso. Pronto
mis ojos se adaptaron a la eterna oscuridad y mi apretado agarre de su mano
se relajó. Pero no lo solté.

—Espero que sepas nadar. —Su comentario me pilló desprevenido. Hasta


ese momento había guardado silencio durante nuestro paseo.

—¿Nadar? —pregunté, solo el pensamiento envió un violento escalofrío a


través de mi piel. Por lo que sabía, la línea costera más cercana estaba a varios
días de viaje a caballo, si tenías la suerte de acuñar para tener uno.

—Una de las bellezas de este castillo son las aguas termales situadas entre
la tierra. Cuando era más joven, la gente del pueblo las visitaba durante los
meses de invierno para disfrutar de la gloria de las aguas calientes. Era
magnífico. Un lugar en el que me gustaba jugar. Pensé que sería la mejor
manera de anular las noches más frías.

—¿Y mantenerse alejado de los libros? —dije, mirándolo de reojo a través


de las gruesas pestañas.

Suspiró, con los ojos sin pestañear y los labios fruncidos.

—Precisamente.

—Admito que nunca había oído hablar de un lugar así. —Nadie hablaba
nunca del castillo antes de la maldición. Era difícil de creer que no hubiera
aparecido en el momento en que fue puesto sobre Marius. Su vida anterior
nunca pareció importarle a Madre o al aquelarre.

—Pensé que ese sería el caso —murmuró Marius, manteniendo su paso


lento a mi lado. Sus piernas largas lo mantenían siempre un pie por delante,
pero podía sentir su contención para no arrastrarme—. Añadiremos el
misterio de las aguas termales a la creciente lista de otros que, me temo, se
han perdido con el tiempo.

Ahí estaba de nuevo, tristeza que parecía dibujarse bajo su profunda voz.
Siguió una pausa en la conversación, interrumpida por mi carraspeo y
apretando su mano sin pensarlo.

—Para responder a tu pregunta, no sé nadar. No ha habido exactamente


ninguna oportunidad de practicar en casa. —No era una mentira. Que el
control del agua fuera una extensión de mi poder no significaba que no le
temiera. Aunque nunca me había sumergido antes en un amplio cuerpo de
agua, confiaba en mi capacidad e instinto para mantenerme a flote—. No
esperas que nos metamos ahora. ¿Verdad? Está oscuro y frío.

—Son aguas termales… Jak. —Incluso mientras hablaba, podía oír la


sonrisa que había vuelto a su boca. Como si se riera a través de cada
prolongada palabra—. No resolveré el problema de la oscuridad, pero estarás
más caliente dentro del manantial que fuera en la orilla.

Me estremecí en el momento.

—Entonces, ¿podemos llegar a los manantiales cuanto antes? Este paseo


no es tan relajante como pensé que sería.
—Paciencia, Jak, la espera valdrá la pena.

La masa de agua estaba ubicada entre los terrenos del castillo tal y como
Marius había explicado. La luna creciente estaba pintada en su superficie
como si fuera la gemela acuática de la gobernante noche sobre nosotros. Del
lago surgían zarcillos de niebla como dedos fantasmales. Incluso desde mi
distancia en el lecho de hierba junto a él, sentí su tentadora calidez.

Todo estaba quieto aquí. Hermoso.

—Es mejor que no te mojes la ropa —me explicó Marius, ya no me cogía


de la mano—. Para cuando salgas agradecerás tener algo seco que ponerte.

Me giré para interrogarle, solo para tragarme mis palabras. Marius se


había quitado la camisa de su espalda, levantándola lentamente sobre su
cabeza. Sus músculos se flexionaban mientras tiró de sus brazos desde las
mangas, por último. Observé cómo hacía un ovillo con la tela y la arrojaba al
suelo sin importarle. Marius estaba esculpido con más definición y precisión
de lo que podría haber imaginado. Su pecho era ancho, pero sus caderas eran
estrechas. La imagen de la fuerza pura. Los músculos se flexionaban en el
pecho y el estómago, tensándose en montículos que sobresalían de su piel.

—¿Todo bien? —preguntó, llevándose las manos a la hebilla de latón de


su cinturón. Su sonrisa era astuta, sus ojos entrecerrados como si pudiera leer
los pensamientos que llenaban mi mente.

Sacudí la cabeza y me volví hacia la tranquila superficie del agua. Con la


mano en la barbilla, lo intenté todo para no mirar atrás… sin importar lo
fuerte que era el canto de sirena.
—¿De verdad quieres que me meta?

—Eso depende completamente de ti —dijo Marius—. Eres bienvenido a


quedarte aquí y mirar.

Antes de que tuviera la oportunidad de actuar, Marius se había lanzado al


agua, perturbando la superficie que antes era de cristal. Me alejé de la
salpicadura de agua que se había levantado en respuesta. El agua empapó mis
pantalones y humedeció la orilla, que ahora se agitaba bajo mis botas.

—¿Qué ha pasado con lo de mantenerse seco? —grité, mirando a Marius,


que se mantenía a flote en el agua. Mi voz resonó en la superficie como su
fuera una piedra que salta.

—No hay nada de malo en mojarse —gritó mientras sus brazos se movían
para mantenerlo a flote.

Se me secó la boca mientras lo estudiaba. El agua apenas ocultaba su


cuerpo desnudo. Desnudo. Completamente. Rápidamente aparté la mirada,
las mejillas se me calentaron cuando su piel de alabastro brillaba con orgullo
bajo el agua. El montón de ropa confirmó todo lo que ya pensaba.

Se había quitado todas las prendas. Incluso la ropa interior.

—Estás… —murmuré, cubriendo mis ojos con la mano.

—Sí.

—Bueno, ¿no podrías haber… no sé… dejado algo puesto?

—¿Y por qué iba a hacer eso? —Pude escuchar el suave zumbido del agua
mientras Marius cortó sus brazos a través del manantial—. Si te hace sentir
incómodo no tienes que hacer lo mismo.

No era incomodidad lo que sentía. No, la sensación estaba lejos de serlo.


No eran solo mis mejillas las que se calentaban sino mi estómago y mi pecho.
Se me erizó la piel con… anticipación. Un recuerdo del estudio llenó mi mente
por un momento.

—Date la vuelta —dije, en voz baja.

—No te escucho.
Levanté la mirada y le miré fijamente a los ojos.

—He dicho que te des la vuelta.

La sonrisa de Marius se amplió, mientras que sus ojos se entrecerraron al


asentir.

—Como quieras.

Solo me llevé la mano a la camisa cuando la parte posterior de la cabeza


de Marius era todo lo que podía ver. Una risita amenazó con escaparse
cuando vislumbré su trasero que ondulaba bajo la superficie del agua. Tiré de
mi ropa y la dejé amontonada. Al igual que Marius, no dejé ni una sola prenda.

Era fácil olvidarlo cuando mi mente estaba llena de emoción y asombro.


En lo más profundo de mi mente podía recordar lo que había venido a hacer.
Pero ahora, aquí, fuera con Marius, el frío, el agua, me di el momento de
simplemente… vivir. Sin reglas, ni destino, ni nada en realidad.

La brisa sobre mi cuerpo desnudo me hizo sentir un escalofrío hasta que


se convirtió en un violento temblor. Me castañetearon los dientes y se me
curvaron los dedos de los pies. Me acerqué a la cálida niebla del manantial,
agradecido por la fuente de calor.

—¿Ya puedo darme la vuelta? —gritó Marius, girando la cabeza lo


suficiente para que pudiera acelerar el paso.

Me dio un vuelco en el corazón al pensar que Marius me vería así.


Expuesto. Con los pies por delante me metí en el agua y suspiré. Tan pronto
como entré en ella, el calor luchó contra el frío que parecía haberse
incrustado en mis huesos.

Pronto me sumergí por completo, con el agua hasta la barbilla.

—Ya puedes mirar.

Marius se giró al instante para mirarme, con el agua ondulando a su


alrededor.

—Maravilloso, ¿verdad?

Me sentí completamente relajado mientras el agua me abrazaba.


—¿No podías haber mencionado este lugar antes? Tengo la horrible
sensación de que salir de esto va a ser la peor parte.

—Para ti. —Marius nadó hacia mí, con sus grandes brazos batiendo el
agua.

—¿Eres tan terriblemente valiente que el frío no te afecta?

—Siempre tengo frío, Jak, incluso ahora. Ha pasado mucho tiempo desde
la última vez que sentí el calor de esta agua. Incluso ahora no me parece
diferente.

—No entiendo.

—¿Puedo? —preguntó Marius, ofreciéndome una mano para que la


tomara.

La cogí sin dudarlo. Su suave palma se apretó contra la mía mientras sus
dedos se aferraban a mí y lo único que sentí fue su habitual frío.

—¿Cómo? —pregunté, apretando su mano como si fuera a prestarle a su


fría piel algo de mi calor.

—Esa es una buena pregunta. Una que solo puede ser respondida por mis
suposiciones. La maldición me alteró de muchas maneras y ésta es solo una
de ellas. Estoy frío. Siempre.

Solo pensarlo me hizo castañetear los dientes. Tiré de Marius más cerca
disfrutando del repentino shock que salpicó su cara. Su fuerte pecho contra
el mío y me soltó la mano, sujetando las suyas alrededor de mi espalda.
Aunque el agua tibia me mantenía cómodo, no impedía el escalofrío de placer
que me recorrió los brazos y el cuello.

—Eres peligroso —dijo Marius, con una mirada rubí que me atravesaba—
. Tan peligroso que me temo que sabes utilizarlo como un arma.

—Viniendo de la criatura que está condenada a matarme.

—Lo dices como si no te molestara. —El ceño de Marius se alzó.

—Bueno, tal vez no me mates —susurré, con la cara cerca de la suya. Los
labios a solo unos centímetros de distancia.
Los ojos de Marius pasaron de mi boca entreabierta a mi mirada
entrecerrada. Sentí su deseo de besarme, mientras sus manos se apretaban
en mi espalda, presionando mi cuerpo desnudo sobre el suyo. Separó sus
labios para igualar los míos y un gruñido bajo salió de su garganta,
cogiéndome desprevenido.

Me alejé ligeramente hasta que Marius me soltó por completo. Su cara se


contrajo en lo que solo pude ver como… vergüenza. Luego se dio la vuelta,
pasándose una mano húmeda por su cabello blanco, dándome la espalda una
vez más.

—¿Qué pasa? —pregunté—. Si he dicho algo malo…

—No eres tú, Jak, sino yo. Me temo que me estaba alejando de mí mismo
por un momento.

Marius no me miró mientras hablaba, sino que miró fijamente hacia la


oscura distancia del manantial. Remé hacia él hasta estar lo suficientemente
cerca como para alcanzar su hombro. Cuando lo toqué, se encogió de
hombros.

—No… —Giró la cabeza hacia un lado, lo suficiente para que yo viera su


frente arrugada y los labios curvados sobre los dientes—. Por favor.

Le quité la mano de encima mientras contemplaba el perfil de su rostro


contorsionado.

—No me asustas, Marius.

Sentí la necesidad de decirlo. De decírselo. Podría levantar el agua de este


manantial alrededor de él y encerrarlo en una trampa si se atrevía a atacarme.
Pero fue lo que provocó su repentino cambio de actitud lo que me animó a
esperar su temperamento

—El hambre nunca hace acto de presencia tan pronto —dijo Marius,
estirando su cuello desde la izquierda y luego hacia la derecha—. Dame un
momento y debería calmarse.

Esperé en silencio mientras Marius se concentraba en la batalla interna


que estaba conteniendo.
—¿De qué tienes hambre? —pregunté Finalmente, rompiendo el doloroso
silencio entre nosotros.

Marius dijo una palabra que me congeló incluso dentro del agua caliente.

—Sangre.
Traducido por aryancx
Corregido por Roni Turner
Editado por Mrs. Carstairs~

Mi madre me había dicho una y otra vez que el cuerpo que se dejó para
que lo descubrieran primero los aldeanos estaba completamente desangrado.
Vacío. Un recipiente de solo carne y huesos. El sanador local había estudiado
los restos solo para encontrar cada vena y vasos sanguíneos secos, como un
pétalo bajo el sol. Sin embargo, el cuerpo no había sido rebanado, cortado o
apuñalado con una espada. Solo las múltiples marcas de pinchazos que
salpicaron el cuerpo de la víctima dieron evidencia de lo que le pudo haber
pasado.

Dos pequeñas marcas arrugadas, la distancia perfecta de una mandíbula


apretada.

«Sangre». La voz de Marius resonó a través de mí.

—No te tengo miedo —le dije sin saber de dónde venía el comentario;
tampoco estaba seguro de si era verdad o no.

—Deberías. —Marius me fulminó con la mirada, sus ojos rubí estaban


arrugados por la angustia—. Por favor, dame un momento. Seré capaz de...
controlar esto. El sentimiento pasará.

Remé en el agua, con el cuerpo tenso, mientras esperaba a que Marius


recuperara el control sobre su hambre. Hambre de sangre.

En esos momentos de silencio, empezó a tener sentido lo que ocurrió en


la última noche durante la luna de sangre. ¿Habría perdido gradualmente su
sentido de la realidad a medida que se acercaba el momento del día fatal?

Me estremecí cuando Marius se dio la vuelta. Atrás quedaron las líneas en


su frente y los labios estrechos. Su rostro estaba una vez más relajado, pero
sus ojos brillaban con vergüenza.
—Parece que me he acostumbrado a arruinar el ambiente. —Marius se
echó un puñado de agua en la cara, lavando la tensa emoción de su rostro. Sus
manos eran grandes. Sus dedos, increíblemente largos, ahuecaron
perfectamente su rostro mientras suspiraba en ellos por un momento.

—Dime cómo te sientes. —Nadé hacia él, cerrando el espacio entre


nosotros que tan desesperadamente no deseaba tener.

—¿De verdad deseas saberlo? —Marius bajó las manos y miró hacia arriba
lentamente, con gotitas de agua cayendo de sus pálidas pestañas.

La niebla del lago creó una pared entre nosotros que solo mi respiración
podía penetrar. Marius se quedó completamente quieto hasta que estuve
frente a él, mis manos alcanzaron su estómago duro bajo el agua. Se tensó
cuando lo toqué. Me estimulaba bajar mis dedos desde los montículos de los
músculos de su estómago hasta las suaves líneas que coronaban sus caderas.
No miré debajo de la capa azul, pero pude sentir que su virilidad estaba cerca
de donde mis manos se posaron.

—No habría preguntado si no hubiera querido saber.

—Solo se puede describir como hambre pura y agonizante. Aunque


desde la maldición el tiempo se ha vuelto confuso a lo largo de los años,
supongo que se asemeja más a la sensación de no tener sustento durante un
largo tiempo. Tuve la suerte de que eso no sucediera durante mi juventud,
pero solo puedo imaginar lo similar que debe ser el sentimiento.

—Pero puedes controlarlo. —Mis manos se movieron lentamente


alrededor de la parte inferior de su abdomen, trazando las líneas de su
estómago cincelado.

—No lo describiría como control. Es más bien la sensación de enterrar un


sentimiento hasta que es demasiado grande para mantenerlo oculto.

—¿Todavía lo sientes? —Un escalofrío recorrió mis hombros y cuello


expuestos. Me sentí demasiado exhibido cuando sus ojos se posaron en la
parte brillante de mi piel.

Marius asintió lentamente, sus ojos se enfocaron en mis labios

—¿Tu plan es que pierda el control? Estás jugando con aguas oscuras, Jak.
—Te dije que no tengo miedo, Marius. —Dejé de trazar con las yemas de
mis dedos y empecé a recorrer su piel con mis uñas—. No me lastimarás.

Ahora, en este momento, o en el último día. Fue una promesa para él,
tanto como para mí. Sin embargo, esa noche tanto yo como Marius
enterramos los pensamientos del futuro. Hasta que ese destino fuese
demasiado grande para mantenerlo oculto.

—¿No es así? —Su mano se deslizó fuera del agua y alcanzó mi cuello. Era
tan grande que sus dedos se extendieron por toda mi mandíbula inferior.

Mientras su toque helado acariciaba mi piel, sentí que mi estómago se


sacudía. Mis manos se deslizaron por su estómago, deteniéndose en las líneas
finales en forma de V que se hundían en sus caderas.

—¿Eres valiente, Jak? —gruñó Marius con los ojos fijos en mi cuello. El
peligro provocó un escalofrío en mí. Trazó un camino hacia mi mandíbula
con su uña mientras su otra mano, me sostenía por detrás hasta que nuestros
pechos se presionaron. Estiré mi cuello, empujando mi barbilla hacia el cielo
para permitir que su toque recorriera completamente mi mandíbula de un
lado a otro.

—Te deseo —suspiré. Fue tanto una respuesta a su pregunta como mi


capacidad para ignorarla descaradamente. Pero mis palabras no albergaron
mentiras. De hecho, lo deseaba.

—Lo tomaré como un sí —susurró Marius antes de sumergirse en mi


cuello. Sus labios besaron mi piel, los dientes rozaron lo suficientemente
cerca como para encender un fuego dentro de mí. Me aferré a él con fuerza
mientras me devoraba. Mientras su beso se intensificaba, disfruté de los
pequeños momentos en los que su lengua pasaba con fuerza por mi piel. La
mezcla perfecta de placer y dolor. Me derretí en él, envolviendo mis piernas
alrededor de su cintura para mantenerme unido a su toque.

Mis manos arañaron su espalda, deteniéndose solo cuando perdí mis


dedos en su cabello plateado. Una vez que lo sujeté, supe que no se detendría.

Marius estaba mayormente en silencio, excepto los sutiles gemidos que


emitía mientras me devoraba. Pero para los dos, hice todo el sonido
necesario mientras se encargaba de mí.
—Bésame —le exigí, tirando de su cabello para sacarlo de mi cuello.

—Todo a su debido tiempo —dijo cuando se alejó con una sonrisa


maliciosa pintada en su hermoso rostro.

Marius se sumergió de nuevo en mi cuello cuando mi súplica resonó como


un gemido a través de la superficie del agua quieta.

—Bésa… me.

Dejé de apretar su cabello justo cuando Marius acercó su rostro al mío.


Cerrando los ojos con anticipación, me preparé para su boca. Pero no me
besó.

—No apresures esto. Tenemos tiempo.

Su voz era baja y suave. El tipo de voz que me hacía agua la boca y me
dejaba las piernas temblando.

Ya había estado con hombres antes. Un par de veces. Por lo general, eran
encuentros rápidos detrás de mi casa en la madrugada, cuando estaba seguro
de que mi madre estuviera inconsciente. Esos momentos nunca significaron
nada. No después de haber terminado en un tiempo récord. Fueron
simplemente un escape que necesitaba. Pero esto… esto era diferente.

En el corazón del lago dejé que la criatura me explorara. Después de todo,


era lo que quería. Y no me di cuenta de lo mucho que necesitaba que esto
sucediera hasta que sus manos estaban agarrando mi trasero. El modo en que
me apretó fue la combinación perfecta entre fuerza y suavidad. Mientras que
sus uñas me habían hecho cosquillas en la mandíbula, ahora no las sentía
cuando apretó mi trasero expuesto.

Todo mi cuerpo estaba en llamas. Estaba bañado en él. Marius todavía


besaba y mordía mi cuello y hombros mientras que sus manos ahora
exploraban otras áreas de mi cuerpo.

Entonces, le devolví el favor.

Por la forma en que apretaba mi trasero y al tener mis piernas envueltas


alrededor de su cintura, dejé que mis propias manos exploraran debajo del
agua. En ese momento, cuando la punta de mi mano rozó su larga y dura
longitud, se apartó de mí y siseó.
—Paciencia.

—Ya no tengo. —Mi voz era firme. Lo sujeté con fuerza con mis piernas y
tomé su barbilla con mi mano libre, levantando su rostro hasta que sus ojos
estuvieron frente a los míos—. Te deseo.

—Y yo te deseo a ti.

—Entonces tómame. Toma todo de mí.

—¿Estás seguro? —Hubo una pausa—. Porque una vez que te entregues a
mí, tomaré… todo.

Debajo del agua, de repente sujeté su virilidad. Por fin. Era algo gruesa
para mi mano, tanto que no podía tocar mi dedo con el pulgar. Poco sabía de
su tamaño, pero eso no me detuvo. Lo deseaba, sin importar lo que tuviera
que ofrecer.

—A mi habitación —dijo Marius, su voz profunda vibró a través de mí—.


Ahora.

Una sonrisa se escapó de mi boca mientras estudiaba su mirada. Tenía


hambre, pero no de sangre. No esta vez.

Él me deseaba.

Marius me mantuvo envuelto alrededor de él mientras remaba con un


brazo hacia la orilla del lago. Ni por un momento apartó su mirada de la mía.
Incluso mientras me sacaba del agua. Apenas noté el frío de la noche a través
de mi cuerpo desnudo mientras me perdía en sus ojos. Supongo que estaba
tan acostumbrado a su propio toque frío que el aire nocturno no hizo nada
para distraerme del momento.

Se alejó del lago, todavía sosteniéndome en sus brazos. Me sentí tan


pequeño en sus brazos.

—¿Qué hay de nuestra ropa? —pregunté mientras comenzaba a alejarse.

—No será necesaria para lo que está por venir.

Todo mi cuerpo se retorció y bailó cuando sus palabras se posaron sobre


mí.
Marius inclinó su rostro hacia el mío y susurró:

—¿Confías en mí?

—Sí.

—Entonces cierra los ojos, ya que no puedo simplemente caminar a este


ritmo hasta nuestro destino.

Cuando terminó de hablar, sus labios me tomaron por sorpresa. El beso


fue breve, pero se prolongó mucho después de que se apartase.

—Ahora hazlo, Jak. Haz lo que te digo.

Asentí con la cabeza, tragando el nudo de deseo en mi garganta. Sin


esperar un momento más, hice lo que me dijo y cerré los ojos.

El mundo parecía cambiar debajo de nosotros. Como si el suelo estuviera


al revés y yo me cayera. Jadeé ante la repentina sacudida, abriendo mis ojos
un segundo después para ver si el suelo había desaparecido por completo
debajo de nosotros.

Pero ya no estábamos afuera. Las cuatro paredes del aposento nos


rodeaban, la chimenea encendida con una cálida bienvenida de llamas
retorcidas, las cortinas corridas a través de las grandes ventanas por primera
vez desde que había estado ahí.

—¿Cómo? —pregunté, mi cabeza daba vueltas por el movimiento


repentino.

—Hay muchas cosas que todavía tienes que aprender sobre mí, Jak. —
Marius cerró la puerta de una patada detrás de él y caminó hacia la cama
hecha—. Permíteme mostrarte algunas de esas cosas ahora.

Lentamente, Marius me bajó sobre la ropa de cama en forma de nube. El


cosquilleo del material fue bienvenido cuando me hundí en él. Desde mi
posición entre las sábanas blancas, finalmente vi a Marius por completo, su
cuerpo ya no estaba oculto bajo el agua azul del lago, ni oscurecido por la
ropa.
Se paró ante mí con orgullo. La barbilla en alto, los brazos sueltos a su
lado. Dejé que mi mirada descendiera desde su rostro hasta sus pies. Y se
quedó quieto, lo que me permitió asimilarlo todo sin interrupciones.

Me senté erguido, con la boca abierta, a lo largo de su virilidad que


colgaba entre sus piernas separadas.

«Así que sí tiene una gran longitud».

Mis mejillas se calentaron al pensarlo. Era el más grande que había visto
jamás, mucho más grande que el hijo del panadero o el hermano de mi mejor
amigo de la infancia.

Ellos eran meros mortales.

Marius era un dios. Un dios de la noche. Un hombre.

—Quiero adorarte —dije, agarrando las sábanas. Fue todo lo que pude
hacer para evitar que mis manos lo alcanzaran.

—Permíteme ser yo quien te adore primero, Jak. —Marius levantó una


mano en señal de despedida—. Te aseguro que te daré todo el tiempo que
desees. Pero por ahora, todo se trata de ti.

Caminó hacia la cama y yo me quedé mortalmente quieto. Marius se


apoyó en el colchón, flexionando ambos brazos. Mis ojos no sabían dónde
asentarse, en su sonrisa diabólica o en su virilidad que parecía endurecerse
con cada momento que pasaba.

Me recosté en la cama mientras Marius se arrastraba sobre mí, su


presencia me aplastaba sobre la cama. Sus fuertes brazos me atraparon por
ambos lados, pero se mantuvo flotando a centímetros por encima de mí.

—Bien, bien, bien… ¿por dónde empiezo?

La pregunta pendía entre nosotros. Abrí la boca para responder, pero


pronto me silenciaron cuando Marius se sumergió y me besó. Para alguien tan
frío, todo lo que sentía era calidez. Mis dedos de los pies se curvaron y mis
dedos se hundieron más profundamente en la ropa de cama mientras su
lengua exploraba la mía. Estiré mi cuello hacia él, solo para que su mano me
presionara de regreso a la cama.
Quería el control. Lo sentí. Mordí su labio inferior, incitándolo a farfullar
de placer mientras se alejaba de mí. Su sonrisa envió una emoción salvaje a
través de mí. Entonces Marius deslizó sus manos por debajo de mi espalda y
me dio la vuelta hasta que mi mejilla estuvo presionada contra las sábanas.

—Eso evitará que muerdas —gruñó, frotando sus manos por mi espalda
y trasero. Jadeé cuando abrió cada nalga con sus grandes manos. Cerré los
ojos mientras su pulgar rozaba el punto sensible en mi centro. Mi propia
virilidad palpitaba presionada contra la cama. No quería nada más que
agarrarlo, agarrarlo e instarlo a que se moviera más rápido. En el fondo, había
querido que este momento sucediera durante días. Ahora que estaba aquí,
no podía esperar para comenzar.

Sin embargo, Marius se estaba tomando su tiempo.

Un momento era su pulgar y al siguiente su lengua. Caricias. Lamidas.


Trazos. Cada exhalación salía como un sonido que solo parecía estimularlo a
profundizar en su exploración.

Estiré la mano hacia él, solo para ser rechazado.

—Sin manos —dijo Marius rápidamente, tomando un respiro que pronto


lamenté. No quería que se detuviera.

Nunca me había sentido así antes. En la oscuridad de mis ojos cerrados,


imaginé explosiones de color e imágenes. Fue pura felicidad.

Se detuvo abruptamente, seguido de un gruñido de Marius. Me apoyé en


los codos, esta vez sin ser empujado hacia abajo por su poderosa mano. Por
encima del hombro miré a Marius, que estaba de pie, con los ojos muy
abiertos y la barbilla húmeda. No hizo ningún movimiento para limpiarse la
saliva de la cara. Su lengua simplemente escapó de sus labios de color rojo
oscuro y los delineó.

La otra mano de Marius se movió lentamente a lo largo de su longitud


dura. Arriba y abajo, su muñeca girando ligeramente con cada movimiento.

—Te quiero follar.

—¿Estás esperando una invitación acaso? —Me lancé hacia él,


levantándome de rodillas y arqueando la espalda.
Él quedó en silencio. Pero escuché el roce de la madera cuando abrió el
cajón del armario lateral al lado de la cama. Miré hacia atrás mientras
agarraba un frasco de vidrio de líquido.

—¿Qué es eso? —pregunté mientras descorchaba el pequeño frasco y


tropezaba con el líquido en su mano.

—Una forma de asegurarme de que no te causaré ningún dolor.

—¿Has tenido ese lubricante en el cajón, esperando a este mismo


momento? —pregunté.

—Uno nunca debe ser desprevenido, Jak.

Me volteé sobre mi espalda, poniendo mis brazos detrás de la cabeza para


mantenerla apoyada.

—¿Has pensado en mí… Marius?

—No ha habido un momento en que no hayas estado en mi mente. —Su


labio superior se levantó, exponiendo sus dientes.

Levanté los pies y abrí las rodillas.

—Entonces fóllame, Marius. Hazme lo que desees...

Marius tiró el frasco de vidrio. Se hizo añicos en el suelo bajo sus pies,
completamente vacío. Todo el lubricante ahora se deslizaba por su verga.

—Jak, te voy a follar. Y después, te follaré de nuevo. Me detendré cuando


me lo pidas, pero tengo años de energía lista para expulsar. ¿Estás seguro de
que aún me deseas?

—No te deseo, Marius —le dije, mirándolo fijamente a los ojos—. Te


necesito.

Él sonrió, un siseo de emoción pasando por sus dientes apretados.

Marius, además de su energía acalorada, era gentil. Su toque fue suave


mientras guiaba mis piernas sobre sus robustos hombros. Sus manos ni una
sola vez me apresuraron ni me agarraron. Pude ver su deseo de devorarme
por completo mientras brillaba dentro de su oscura mirada.
Pero tuvo cuidado.

Su actitud tranquila nos benefició a los dos, ya que me relajó por


completo mientras navegaba con su longitud y la apretaba contra mí. De mis
experiencias pasadas recordé que respirar era la mejor manera de atravesar
la entrada inicial. Sin embargo, cuando Marius deslizó su considerable
hombría en mí, no sentí nada más que placer. Fue una explosión cuando lo
empujó hasta el fondo. No escatimó ni una pulgada. No me recibió ni una pizca
de la esperada incomodidad.

La exhalación de Marius fue interminable mientras se mantenía dentro de


mí. Luego, con sus manos tomó mi muslo, se retiró. Fue difícil quedarse
quieto mientras se empujaba profundamente dentro de mí una vez más, esta
vez más rápido que la primera. Marius soltó una exhalación de placer, echó la
cabeza hacia atrás mientras se perdía en la sensación. Instintivamente me
acerqué a él, envolví mis manos detrás de su cuello y tiré de él por encima de
mí. Nuestros ojos se encontraron y nuestra respiración se sincronizó cuando
comenzó a moverse. Cada vez se alejaba hasta que sentía como si me fuera a
dejar por completo. Pero luego empujaba hacia adentro hasta que sus
caderas presionaban mi trasero. El ímpetu se acumuló cuanto más me relajé
en él. Cada embestida enviaba un escalofrío a mi columna vertebral. El
sentimiento era pura magia.

Mi propia magia se había acercado a la superficie. Como si esta conexión


entre los dos redujera mi sentido de mi poder a una ceniza apagada. Apenas
me importaba si perdía el control en este momento.

Acerqué a Marius a mi cuello, donde lo acarició. Besó y mordió mi piel


mientras aceleraba el paso.

Todo lo que pude hacer fue soltar una serie interminable de gemidos
satisfechos.

No le cuestioné que sus dientes rozaran mi cuello con más frecuencia.


Solo pasé mis uñas por su espalda en respuesta. Muy pronto se apartó, los
labios brillaban húmedos y me dio la vuelta sobre mi vientre.

—Eres... delicioso, mi Jak.


Dejé que guiara mi cuerpo hasta que estuve de rodillas. Su mano empujó
hacia abajo en el espacio entre mis hombros hasta que estuve, una vez más,
presionado boca abajo en la cama.

Todo sin la necesidad de salir de mí.

Incapaz de alcanzarlo como deseaba, ocupé mis manos buscando debajo


de mí y agarré mi propia virilidad. Todo se sintió sensible. La sensación era
increíblemente nueva, aunque no era mi primera vez.

Nuestros cuerpos conversaban entre sí. Fue un intercambio silencioso,


pero que atravesaba la necesidad de palabras.

Fuimos uno.

El tiempo no era importante mientras me llenaba. Dejé que simplemente


se me escapara.

—Quiero mirarte —exigí, tirando de las sábanas. Marius ralentizó sus


movimientos a petición mía. Llevábamos un tiempo en esta posición y,
aunque la sensación era tremenda, quería compartir el clímax con él. Porque
sabía que estaba cerca. Podía sentir su llegada corriendo hacia mí como si mi
mismo espíritu amenazara con dejar mi cuerpo. Y Marius, su respiración se
aceleraba. Me apretaba con más fuerza y sus profundos gemidos se
intensificaron.

—Aquí tienes —dijo, girándome sobre mi espalda una vez más. Sin
esfuerzo, me levantó de la cama, mientras permanecía profundamente
dentro de mí. Agradecí su grosor por eso. El hijo del panadero apenas podía
moverse sin que se le saliera la verga en innumerables ocasiones.

Marius aguantó mi peso, todo sin sudar. Envolví mis piernas alrededor de
él, dejándolo tomar el choque por debajo de mi trasero. Ahora de pie, se
movió hacia la pared de la cámara, presionándome contra ella para mayor
seguridad.

—Te sientes increíble —me susurró mientras comenzaba a darle duro


una vez más. Envolví mis brazos alrededor de su cuello y acerqué su frente a
la mía. Nos quedamos así, con las frentes juntas y los ojos cerrados por una
eternidad.
—Dime, ¿cómo se siente? —Estaba sin aliento, aunque no por esforzarme
demasiado. Fue difícil recuperar el aliento mientras me follaba.

—Divino —respondió Marius lentamente—. Es pura divinidad.

Sus ojos estaban rodando hacia la parte posterior de su cabeza. Sus


músculos se tensaron bajo mi toque.

Sabía que se acercaba el final y estaba listo para ello. Solo saber que le
hice sentir eso era suficiente para llenarme de placer.

Entonces me sorprendió. Agarrando mi verga, Marius movió sus manos


de formas que nunca había experimentado.

Dejé de apretarlo con fuerza a medida que aumentaba la velocidad tanto


en los movimientos de las manos como en las embestidas.

Sentí llegar mi propio clímax. Mi respiración se aceleró cuando los


gruñidos bajos de Marius aumentaron en intensidad. Atrapado en puro
éxtasis, cedí al sentimiento que se construyó dentro de mí.

Y lo liberé.

Marius no detuvo su magia, aunque la ralentizó cuando terminé. Y las


exhalaciones prolongadas que produjo me dijeron que también había llegado
al mismo final.

Inclinó su cabeza hacia mí con los ojos cerrados.

—Eso fue…

—Increíble —respondí por él, respirando entrecortadamente.

Me llevó de vuelta a la cama donde me dejó, apartándose suavemente de


mí. Me recosté, sin importarme cómo me veía mientras Marius merodeaba
por encima de mí.

—Ojalá hubiera durado más —dijo Marius, el sudor provocó que


mechones de cabello se le pegaran a la frente.

—Sabes que podría haberlo soportado —le dije, con los ojos difíciles de
mantener abiertos.
—No tengo ninguna duda de eso, Jak. —Marius se inclinó y depositó un
suave beso en mi frente húmeda—. Fui yo quien no pudo durar. No con lo que
me haces.

Mientras hablaba, su voz era suave. Podría haberlo empujado hacia mí.
Pero mis ojos se volvieron más pesados y era difícil mantenerlos abiertos.

Marius no me dejó. Su cuerpo trepó a la cama a mi lado, su peso movió


las sábanas de una manera a la que no estaba acostumbrado. Pero su
presencia fue bienvenida a mi lado.

Ambos miramos hacia el techo, respirando todavía en jadeos acelerados,


mientras su mano se deslizaba con la mía.

Quería decir algo, pero no hubo palabras. No cuando mi cansancio se


precipitó sobre mí en una ola espesa y pesada.

—Descansa, mi Jak, porque pronto te necesitaré con toda la energía —


me susurró mientras su pulgar se movía en círculos por el dorso de mi mano.

Sonreí con los ojos cerrados mientras soltaba una carcajada.

—¿Ya estás pensando en ti mismo?

—Oh… —Su voz envió escalofríos a través de mi cuerpo desnudo—.


Absolutamente.
Traducido por aryancx
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Mrs. Carstairs~

El tiempo pasó en un borrón de deleite. Una marea interminable de placer


de la que no podía escapar. Y tampoco quería. El tiempo no importaba,
simplemente parecía que lo perdíamos por completo. No existía el concepto
de día y noche, solo se veía realzado por las pesadas cortinas de terciopelo
que permanecían corridas.

Solo dormíamos cuando estábamos agotados, no cuando nuestros relojes


biológicos lo exigían. Cuando nos despertábamos, había platos de comida
esperándonos, probablemente entregados por su servidumbre fantasmal.

Apenas tuve un momento para contemplar algo antes de que su boca


estuviera sobre mí, y la mía… bueno, la mía exploró sin limitación.

Me sentí... completo. Atrás quedaron los pensamientos de lo que yo era.


Lo que él era. Todo lo que ocupaba mi mente era su gusto y su tacto. Lo gentil
que podía ser, pero igualmente rudo si el momento lo requería.

Tuvimos sexo más veces de las que podía contar. Parecía que Marius tenía
un flujo interminable de energía que lo impulsaba a alcanzarme cuando lo
necesitaba. Y cuando sus manos no tocaban mi cuerpo, solo anhelaba que el
tiempo acelerara hasta que me encontrara una vez más.

Pero Marius también me escuchaba. Escuchó cuando le dije que


necesitaba un descanso. No es que sucediera a menudo. Estaba frenético,
emocionado, pero respetaba mis deseos, mi cuerpo, mi paciencia.

No salimos de esta habitación. No para una caminata corta o un descanso


de nuestra cogida para explorar otra parte del castillo. No había nada más allá
de la cámara cerrada que deseara más que el cuerpo desnudo que yacía a mi
lado.
Había estado despierto por un tiempo, Marius todavía dormía
silenciosamente mientras mordisqueaba la manzana en rodajas que había
elegido del plato. Era igualmente ligero y fresco, el limpiador de paleta
perfecto que necesitaba del intenso enredo que no habíamos terminado
hacía mucho tiempo.

Estaba de espaldas a mí, los músculos se movían lentamente en sincronía


con su respiración superficial. Era la primera vez que no me dormía con él,
sus grandes brazos se envolvieron alrededor de mí mientras mi trasero se
acurrucaba en su entrepierna. Había algo distinto. Como si finalmente
estuviera rompiendo la superficie del fascinante sueño en el que había estado
encerrado. Mientras miraba la parte de atrás de su cabeza canosa, solo podía
pensar en una cosa.

Nuestro destino.

Mordí una rodaja de manzana solo para encogerme por la repentina


enfermedad que me inundó. Sin cuidado dejé caer la pieza, mi apetito se me
escapó.

«Tengo que matarte».

Fue un sobrio pensamiento. Uno que hizo que mis manos temblaran
violentamente. Había cruzado una línea con Marius, pero no me arrepentía.
Ni siquiera cuando el peso de mi destino cayó sobre mis hombros, lo que me
hizo más difícil recuperar el aliento.

«Si fallo… muero».

Bailaba con el peligro, andando de puntillas sobre el borde de una hoja


afilada. La caída era abrumadora e imposible para ambos lados. Matar a la
criatura que deseo o morir junto a los de mi especie.

«Lujuria». ¿Eso era todo? El simple hecho de contemplar la palabra se


sintió mal. Esto era más… más que una simple hambre sexual por un extraño.

Los extraños no compartían lo que habíamos compartido. No se abrían


como yo lo hice, como lo hizo Marius.

La energía nerviosa zumbó a través de mis huesos. Ya no podía quedarme


quieto y mirarlo dormir sabiendo profundamente que el sueño no me
alcanzaría. No cuando una tormenta salvaje se construía dentro de mí.
Aire. Necesitaba algo de aire y tiempo a solas.

Me mantuve tan callado como pude, abriendo la cómoda con cajones


ornamentados para sacar algo de ropa. Apenas me importaba lo que buscaba.
De vez en cuando echaba un vistazo al hombre que dormía en la cama. Pero
no pude buscar por mucho tiempo. No, porque la culpa solo se intensificó
cuando posé mi mirada en su rostro tranquilo y sin emociones.

Mis pies apenas hacían ruido mientras caminaba por el suelo del frío
aposento hacia la puerta. Incluso después de que salí de ella y la cerré detrás
de mí, casi esperaba escucharlo llamarme. Pero no lo hizo.

Me permití vagar por los pasillos y los corredores sin pensar. Sin
importarme a dónde iba. Al pasar por las grandes ventanas, me sorprendió
ver el cielo claro más allá. ¿Cuánto tiempo había pasado realmente?

Hice una pausa para mirar hacia afuera, contemplando el manto de nieve
fresca que se había posado sobre los jardines muy abajo. La densa niebla
todavía se aferraba con orgullo a los terrenos del castillo, pero la luz del día
rebotaba en la nieve, haciéndola increíblemente brillante para mirar.

Entonces se hizo dolorosamente claro cuán frío realmente estaba cuando


me apoyé en la pared rugosa del castillo. ¿Me había acostumbrado al cuerpo
frío de Marius en los últimos días que me tomó tanto tiempo para que mi
cuerpo se aclimatara lejos de él?

El solo pensar en él de nuevo me hizo empujarme lejos de la pared y


seguir mi camino.

Antes de darme cuenta de ello, había regresado a su estudio. Entumecido,


me paré ante la puerta cerrada y solté un suspiro entrecortado.

Como siempre, la puerta estaba abierta y las chimeneas rugían en el


interior. Sentí que mi cuerpo se relajaba instantáneamente cuando entré,
pero mi mente aún daba vueltas.

No estaba seguro de qué respuestas buscaba dentro de esta habitación,


pero cualquier cosa era mejor que mirar fijamente a Marius. Mi cuerpo picaba
al pensar en su toque. No porque lo odiara, sino porque no lo merecía.
—Esto es culpa tuya —me dije, paseando por la alfombra sin miedo a que
se le hicieran agujeros—. Te permitiste olvidar tu tarea. Este sentimiento
interior es merecido. Un castigo por perderse y apartarse del camino.

Respondí internamente. «Si fallo y sobrevivo milagrosamente a lo que me


espera el último día, mi madre se asegurará de matarme».

Era un pensamiento morboso, pero sabía que era un hecho incluso si mi


madre nunca lo había dicho en voz alta. Conocía su carácter tan bien como
pensaba que conocía el mío. Ella no me dejaría vivir.

Un nuevo pensamiento me vino a la mente, balanceándose a través del lío


de la preocupación como un borracho con una espada desafilada.

¿Cuánto tiempo me queda?

Tendría que esperar al anochecer para ver la fase de la luna. Era difícil
saber qué esperaba ver cuando llegara la noche. Una parte de mí anhelaba
más tiempo. Otro sintió la necesidad de arrancar la espina de la herida y
terminar con esto. Antes de que cayera más profundo. Porque eso era lo que
estaba haciendo. Cayendo. Por él, la bestia, la criatura. Marius. Cayendo con
tanta fuerza que mis huesos probablemente se romperían con el impacto en
el último día.

Atravesando este intenso olvido de emociones contrastantes.

Intenté todo para distraerme de la confusión. Intenté perderme en el


mapa celeste pintado solo para traer mi mente de regreso a Marius. Intenté
concentrar mi respiración y meditar, solo para que su rostro saliera de las
sombras en mi mente como si él también lo ordenara.

Luego estudié las estanterías, pasando los dedos por la multitud de


novelas con la esperanza de que una se destacara y me distrajera de cómo se
estaba desarrollando mi propia historia.

Llegué al final del estante, pero noté que algo era diferente. Un espacio
que ahora estaba lleno.

Mi respiración se entrecortó cuando reconocí que era el libro que faltaba.


El que se había llevado Marius.
Sabía que el espacio que dejaba era enorme, sin embargo, era difícil
comprender el tamaño del tomo que estaba frente a mí. Su lomo era tan
grande que se necesitaron ambas manos para sacarlo de su madriguera. El
peso de la novela fue dramático y me tensó las muñecas mientras luchaba
para liberarla.

Me eché hacia atrás mientras llevaba el tomo al escritorio de Marius,


tratando de equilibrar la pesadez de mi postura. Era casi imposible no tirarlo
sobre el escritorio de roble solo por el alivio de no tener que cargarlo.

Tomando asiento, pasé mis manos por la cubierta dorada en relieve y me


preparé.

—¿Qué estabas escondiendo, Marius? —le pregunté en voz alta,


levantando la portada hacia atrás para revelar el papel envejecido y
amarillento dentro.

Donde la respuesta a mi pregunta me devolvió la mirada.

Una simple palabra. Un nombre. Escrito en hermosas letras retorcidas


que no negaban la palabra.

Jak

Mi ceja y frente se arrugaron. Estrechando mi mirada, pasé mi dedo sobre


mi nombre como si borrara la ilusión y revelara qué palabra había realmente
debajo de él.

Pero se mantuvo igual. Sin cambios y orgulloso.

Mi nombre.
Traducido por aryancx
Corregido por Roni Turner
Editado por Mrs. Carstairs~

La silla crujió dolorosamente cuando me recosté en ella, con las manos


cruzadas detrás de la nuca. El tomo se descartó ante mí. Y mi mirada no vaciló
ante la página con esa única e increíble palabra garabateada en ella. Hice una
mueca ante los fuertes latidos de mi corazón mientras mi mente buscaba una
explicación.

No tenía sentido. Me dijo que escribió las historias mucho después del día
final de los Reclamados. Sin embargo, aquí estaba una historia con mi nombre
escrito en la primera página.

—No es lo que te imaginas. —La voz de Marius sonó fuera de la vista. Me


volví lentamente, con la boca abierta, mientras él estaba de pie en la entrada.
Estaba sin camisa, su cabello despeinado por su largo sueño. ¿Había llegado
ya la noche? El tiempo realmente se me estaba escapando. Mis ojos se
espolvorearon sobre la cintura desabotonada de sus pantalones y cómo
revelaba el vello que coronaba su virilidad. Habló de nuevo, devolviendo mi
atención a su rostro plácido—. ¿Prefieres que te explique o te dejo leer y
descubrir la verdad?

—Obtendré claridad mucho antes si viene de ti. —Habría quitado el libro


de la mesa y lo habría agitado si hubiera tenido la fuerza.

—Cuando llegaste por primera vez y me revelaste tu nombre, fue como


si esa sola palabra hubiera derribado los muros que había construido dentro
de mí. —Inclinó la cabeza, tratando de ocultar el triste brillo en sus ojos—. Tu
nombre, su nombre, no se había pronunciado en este lugar durante muchos
años. Me tomó por sorpresa totalmente.

—Eso explica tú reacción... —agregué, mirándolo caminar hacia el otro


lado del escritorio.
—Estoy bien acostumbrado a los fantasmas. Sin embargo, con tu llegada
sentí que lo peor de ellos fue arrastrado a la superficie.

—Él fue tu primer Reclamado. —Volví a mirar el libro por un momento.


El cuerpo que apareció en los confines del castillo. El que tanto habían
mantenido en secreto Madre y Victorya.

—Él no era mi Reclamado. Fueron los que le siguieron los que llegaron
con esa etiqueta. Jak fue... —Marius hizo una pausa, se llevó el puño cerrado
a la boca y se limpió el nudo de la garganta—. Jak fue la razón por la que tú y
yo estamos en esta habitación. Si no fuera por él, probablemente estaría
metros bajo tierra. Los restos de un anciano marchito, que había muerto de
vejez. En lugar de eso, me enamoré de él, como él se enamoró de mí. Y fuimos
castigados por ello.

No podía hablar. Todo lo que pude hacer fue quedarme en silencio y


escuchar mientras Marius revelaba su verdad. Una historia de la que no había
oído hablar antes. Pero que tiraba de las cuerdas familiares que parecían
vibrar dentro de mi pecho.

—Pensé que era un castigo retorcido cuando llegaste, Jak. Hermoso Jak,
ven a recordarme mi ruina. Ven, justo cuando estaba empezando a olvidar,
para asegurarme de que no lo haría.

—¿Quién era él, Marius? —pregunté—. ¿Quién era él para ti?

—El amor de mi vida. —Miró hacia arriba lentamente, con los ojos
entrecerrados y húmedos. Una lágrima se deslizó por su mejilla, cayendo
descuidadamente al suelo, a sus pies descalzos—. Éramos jóvenes e ingenuos.
Jak estaba comprometido, pero no nos importaba. Era egoísta al pensar que
alguna vez sería mío, y él era tonto al creer lo mismo. Cuando nos
descubrieron, fuimos...

Marius se volvió rápidamente, dándome la espalda.

—¿Fueron qué? —dije, levantándome del escritorio rasgando la madera


contra la piedra. Necesitaba escucharlo de él, pero había reconstruido la
historia que contó con la que me habían enseñado a creer—. Dime, Marius.

Hice una pausa en mi súplica y esperé unos instantes prolongados.


Cuando finalmente se dio la vuelta, ya no se aferró a la tristeza. Sus ojos se
habían entrecerrado y oscurecido, como si el rubí de su iris se hubiera
expandido por la totalidad de su mirada. Sus labios se habían vuelto blancos
por la tensión mientras gruñían sobre sus colmillos expuestos.

—Fuimos maldecidos. Siempre hubo rumores de que estaba prometido a


una bruja, pero nunca lo creímos. Chismes ociosos y advertencias que
pasábamos de largo. Esa fue la primera y única vez que subestimé a los de su
tipo. Descubrió nuestro secreto y nos castigó. Al principio, simplemente no
podíamos dejar los terrenos. Pero me enfrié más pese a que Jak se mantenía
caliente. Mi hambre cambió. La suya no. Me convertí en la bestia y él... —
Marius se ahogó una vez más con sus palabras antes de aclararse la garganta
con una expresión de angustiada irritación—. Lo maté. El día en que la luna
llena se tiñó de rojo sangre me perdí en la criatura a la que la bruja me había
condenado a ser. Lo maté.

Lentamente me moví alrededor del escritorio, con la incertidumbre de si


el animal dentro de Marius estaba a punto de mostrarse. Con precaución
cerré el espacio entre nosotros y presioné mis manos contra su pecho frío y
desnudo.

—Te enamoraste y fuiste castigado —dije en voz alta. Más para


entenderlo yo mismo. No era la versión de los hechos que me habían
enseñado. Solo era similar en el sentido que mi ancestro lo maldijo por robar
a alguien que le pertenecía. Sin embargo, ahora lo estaba viendo desde una
perspectiva diferente.

—Ella nunca se preocupó por Jak —dijo Marius, mirándome con


desprecio—. Si lo hubiera hecho, me habría castigado a mí, y no a él. Sin
embargo, ella lo atrapó conmigo y supo lo que sería de él.

—Lo siento. —Mi disculpa significaba más de lo que él entendería. Marius


me agarró por los antebrazos.

—No lo sientas.

Me sentí mal, como si mi estómago estuviera listo para vaciar su


contenido mientras la revelación única corría a través de mí.

Madre me había puesto el nombre del catalizador de la maldición.


Sabiendo que algún día sería el Reclamado. El último Reclamado, venido a
terminar con Marius y al hacerlo, ser un doloroso recordatorio. ¿Qué quería
lograr con eso? ¿Tomarlo con la guardia baja durante mi estadía? ¿Que le fuera
más fácil enamorarse de mí para lograr nuestro objetivo final?

¿O fue más personal? ¿Más retorcido? ¿Un nombre usado como arma para
cortar a Marius cuando ya estaba en el suelo?

—No lo sabía —murmuré.

—¿Cómo podrías haberlo sabido? —Marius puso su dedo debajo de mi


barbilla y levantó mi cara hacia la suya—. Por lo que yo sé, la bruja murió
hace años y con ella la posibilidad de que esta pesadilla termine. No debías
saberlo.

—Pero... —Me tragué las palabras, mordiéndome el labio con tanta fuerza
que el dolor era lo que se necesitaba para silenciarme.

—Me has servido una gran cantidad de armisticio, Jak. No puedo explicar
completamente cómo tu presencia me ha dado más paz mental de la que he
sentido en mucho tiempo. No te disculpes. Esto no es obra tuya.

Se equivocaba. Era mi culpa, de mi madre, mis aquelarres.

No había una razón justificada para lanzar la maldición y ahora lo


entendía. Casi me complació saber que la maldición se había apoderado del
poder de la bruja y de todos los que vinieron después de ella. Hasta que llegué.

«No se puede hacer magia si no das algo a cambio».

—¿En qué te convirtió? —Alcancé su mejilla, limpiando la mancha de una


lágrima de su piel.

—En una bestia sin nombre. —Marius miró fijamente en mi alma.

—Nada es anónimo —dije dócilmente.

—¿Hay alguien más como yo por ahí? Dime, Jak, pues has experimentado
más del mundo exterior que yo. ¿Has escuchado historias de otros que
anhelan la fuente de vida de uno?

Sabía la respuesta. Cualquier maldición retorcida que se le había


impuesto a Marius era única. La propia bruja se había vuelto loca tratando de
encontrar una cura para su falta de poder. Y también lo hicieron los muchos
que la siguieron. Murió con la loca necesidad de su poder. Madre dijo que fue
solo en su lecho de muerte cuando finalmente captó un solo desliz de magia
para profetizar mi nacimiento y lo que el niño significaría para nuestra
especie.

Solía pensar que era un juego cruel del destino, devolverle a mi


antepasado su poder justo antes de su muerte. Como si se colgara ante ella
para recordarle lo que perdió.

Pero ahora, de pie ante Marius, que era producto de sus celos, me hizo
sentir un poco satisfecho. Sabiendo que murió, fue castigada de una manera
diferente a Marius. Pero aun así fue castigada.

Al quitarle lo que más deseaba, ella renunció a su amor más preciado.

Su magia.

—Eres único —le dije.

—Soy un demonio.

—Todos somos demonios. Algunos solo han aprendido a ocultarlo mejor


que otros.

Marius tomó mi mano en la suya y me guio hasta el duro suelo. Dejamos


el libro abierto sobre el escritorio, nos tumbamos en el suelo y miramos el
techo pintado.

—Fue Jak quien te ayudó a pintarlo. —Fue más una declaración que una
pregunta.

—Él siempre tuvo la mano más firme.

Su respuesta fue breve, una señal obvia de que no quería seguir hablando
del tema. Pero no pude soportar el silencio. Cada pausa en la conversación
tenía mi mente llena de culpa. Culpa por tener el mismo nombre. Culpabilidad
por el papel que tuve que desempeñar en esto.

Me ahogué en el sentimiento y el silencio fue la bola y la cadena atadas a


mi tobillo, manteniéndome abajo.
—Solo dime si no quieres seguir hablando de ello —le dije, sintiendo la
necesidad de darle la opción de escapar de tal malestar.

—Debes pensar que soy un tonto sentimentalista —dijo girando la cabeza


y me miró, una sonrisa tirando de sus labios, pero sin llegar a sus ojos.

—No tengo palabras sobre cómo describiría mis pensamientos por ti,
Marius. —Forcé una sonrisa en respuesta, mis labios temblaban levemente.

—Dilo de nuevo —susurró, parpadeando y manteniendo los ojos


cerrados durante un tiempo más de lo normal.

—¿Qué?

—Mi nombre. —Cuando volvió a abrir los ojos, se encontraron con los
míos. Como si un cable nos conectara, ese momento envió una emocionante
explosión de sentimiento a través de mi cuerpo—. Por favor, dilo de nuevo.
Me… me recuerda a la gran diferencia que hay entre tú y yo… por favor.

Quería presionarlo más, pero no pude armarme de valor al ver la mueca


de dolor de sus ojos o la palidez de sus labios tensos cuando la tormenta de
recuerdos corría detrás de su mirada.

Así que obedecí, pasando el dorso de mi dedo por un lado de su cara.

—Marius. Valiente Marius. Aterrador Marius. Mi Marius

—Gracias. —Su voz era un simple susurro.

Una sensación punzante en mi estómago me dejó sin aliento, pero me


resistí al dolor.

Nos quedamos así un rato, el libro deshecho y la habitación en silencio.


Marius envolvió sus dedos entre los míos y los apretó con fuerza como si su
vida dependiera de ello. En un momento pensé que se había quedado
dormido. Un lugar de paz para él, al menos eso esperaba. Pero cuando
comencé a tirar con mi mano de la suya, habló, rompiendo el silencio.

—Katharine no ha regresado como prometió.


—Pero ella solo estaba aquí… —Me detuve. Marius no mostró ningún
signo de preocuparse por el hecho de que claramente había escuchado su
último encuentro.

—Han pasado cinco días. La luna está llegando a su tercer cuarto y


Katharine ya debió de haber regresado.

—¿Cinco días? —Me apoyé en los codos, haciéndome eco de lo que había
dicho Marius.

Imposible. Sabía que habíamos perdido tiempo el uno con el otro, pero
¿cinco días? Sacudí la cabeza. Eso no podía ser cierto.

—¿Quizás la perdimos? —pregunté, sintiendo una sensación súbita en


nuestras extremidades entrelazadas.

—Hubiera sentido su presencia en el límite. Así es como puede ir y venir


cuando le place.

—¿Me estás diciendo que podrías simplemente dejarme ir si así lo


quisiera? —Lo enfrenté con el ceño fruncido.

—No funciona así. —Sacudió la cabeza, los ojos en blanco—. No para el


Reclamado. Muchos lo han intentado y le invitamos a hacerlo si así lo desea.
Pero para Katharine y su familia, se han mantenido fuera de las retorcidas
reglas de la maldición.

«¿Por qué?». El pensamiento hizo eco en mí.

—¿Así que la dejaste entrar?

—En sentido figurado, la respuesta es sí. Siento su presencia y le


proporciono la invitación para entrar.

—¿Han intentado otros entrar? —La intriga me atravesó, haciendo


desaparecer las telarañas de la culpa por un momento.

—No por muchos años, pero sí. No los dejé entrar. Por miedo a lo que
podría haberles hecho.

—Pero. ¿por qué Katharine? ¿Por qué su familia?


—No lo sé, Jak. —Marius hizo una pausa.

—Estoy seguro de que está bien —le dije, pero no podía ignorar el tirón
en mi estómago. Se estaba volviendo difícil distinguir mis preocupaciones
unas de otras.

—Sí, debe estarlo. —Marius no parecía tan convencido. Hizo un


movimiento para volver a acostarse en el suelo a mi lado, pero en lugar de
eso abrió mis piernas y se inclinó hacia adelante por encima de mí—. Mi
mente es una tormenta en este momento. ¿Te importaría ayudarme a
calmarla?

Su voz se volvía sedosa con cada palabra. Su invitación era para mí clara
y tentadora. Esto es lo que necesitaba, dejar de pensar en mi propia tormenta.
Él. Su tacto tenía formas de llevarme a mundos diferentes. Con él, en mí,
sobre mí, nada más importaba.

—¿Cómo puedo ayudar a darle un respiro a tu mente? —pregunté,


pasando mi lengua por mi labio inferior. No era solo Marius quien necesitaba
una distracción.

Yo también lo anhelaba. A él.

Se acercó aún más a mí, sus brazos se tensaron mientras cargaban con
todo su peso. Su rostro se acercó al mío hasta que se detuvo a un mero
milímetro de mi boca.

—Déjame hacerte mío.

Mordí su labio, instando a que un gruñido saliera de su garganta y


respondí:

—Ya soy tuyo.


Traducido por ~Kvothe
Corregido por Emma Bane
Editado por Mrs. Carstairs~

Con los días que pasaron, y la ausencia de Katharine, Marius cayó en una
oscura cueva de preocupación. Su estado de ánimo cambió por completo.
Para ser un hombre tan tranquilo, no dejó de moverse. Desaparecía durante
horas, a veces incluso tardes enteras, y volvía a meterse en la cama conmigo
antes de que llegara la mañana.

Las cortinas en la habitación se habían mantenido corridas durante tanto


tiempo que no podía recordar un momento en que estuvieran abiertas. El
material grueso evitaba que toda la luz del día irrumpiera en la habitación, lo
que hacía que el tiempo fuera más difícil de aferrar.

Estaba agradecido cuando Marius presionó su cuerpo frío contra el mío


y finalmente se durmió, yo estaba en paz cuando él lo estaba.

Mientras Marius luchaba con la tormenta interna de su preocupación por


Katharine, yo lidiaba con mis propias emociones furiosas. Sabiendo que el día
final estaba cada vez más cerca y con él la fatalidad pendiente de lo que
estaba por venir.

Una noche me desperté solo en la cama. Aunque no podía recordar mis


sueños, estaba seguro de que habían sido malos porque me desperté con el
pecho pesado y la mente llena. Hacía que me doliera el cuerpo, como si
hubiera pasado por una pelea. O peor.

Al darme la vuelta, esperaba que Marius se hubiera desplazado al lugar


más alejado de mí. Pero las sábanas habían quedado arrugadas cuando Marius
había salido de la habitación. Solo quedó atrás su persistente aroma.

Balanceé mis piernas sobre la cama y presioné mis pies contra el suelo
frío. Por un momento me senté así, conteniendo un bostezo mientras
también luchaba contra las redes de hierro de la ansiedad que se habían
asentado dentro de mí.
¿Quizás había ido a darle la bienvenida a Katharine? Finalmente. Sin
embargo, en el fondo sabía que ese no era el caso. Su ausencia le preocupaba
terriblemente, y debe haber habido una razón para ello. No es que se
atreviera a decirlo en voz alta.

Como lo hacía la mayoría de las noches cuando me despertaba solo, me


acerqué a la ventana corrida y me deslicé entre los pesados pliegues de
material. El marco de la ventana había sido tapizado con un cojín azul
desteñido. Era un lugar en el que me podía imaginar leyendo y admirando los
hermosos terrenos.

Ahora me arrodillé sobre el asiento incorporado y miré a través de las


ventanas empañadas para ver a Marius caminando por los senderos oscuros.
Sus sabuesos se enfurruñaban detrás de él, sus lloriqueos solo se añadieron a
la atmósfera que parecía extenderse por el castillo.

Hacía esto cada noche. Exploraba los terrenos como si Katharine


simplemente se hubiera perdido entre ellos.

—Victorya —llamé, dejando que mi aliento se empañase en el cristal de


la ventana.

Desde el reflejo noté la forma de la sombra gris detrás de mí.

—Las cosas no están mejor.

Había llamado mucho a Victorya durante los últimos días cuando Marius
me había dejado por largos períodos de tiempo. Ella se aseguraba de que
tuviera comida y bebida, aunque había notado que los suministros disminuían
a medida que pasaban los días. Explicado a partir de la falta de la visita de
Katharine. Sin ella trayendo comida de la ciudad, no había nada comestible
dentro del castillo.

Pero el hambre era la última de mis preocupaciones.

—¿Estás seguro de que no puedo ir por respuestas? —le pregunté de


nuevo, simplemente haciéndome eco de lo que ya había descubierto de
Marius días atrás—. Si puedo llegar a la ciudad, puedo averiguar qué le ha
impedido visitarla.
—No puedes irte —dijo, flotando por el suelo hasta donde estaba
arrodillado—. Puedo seguir diciéndotelo, pero la respuesta seguirá siendo la
misma cada vez.

—Lo sé —dije, presionando mi cabeza contra mis manos—. Yo solo… No


puedo seguir viéndolo de esa manera.

—Esto no es nada comparado con lo que ha pasado antes, Jak. Este estado
de ánimo es una mera ola a las tormentas de marea que hemos soportado.
Pasará, y si Katharine no regresa, alguien lo hará en su lugar. Ha sido así desde
el principio.

Victorya había sido un libro abierto, respondiendo a las preguntas que


tenía para ella. Al menos de alguna manera poética y retorcida. A veces sus
acertijos permanecían conmigo durante las largas tardes, tan inquietantes
como mi ignorancia antes de que ella me proporcionara respuestas.

Pero cuanto más había llegado a aprender, más profunda era la semilla
de la ansiedad que se sentía dentro de mí. Amenazando con florecer en un
retoño incómodo y devorador en cualquier momento.

—No está en mi naturaleza simplemente esperar. Quiero ayudar —le dije,


dejando a Marius a su ritmo mientras me enfrentaba a la chica fantasmal.

—¿No puedes hablar con tus… los que esperan al otro lado del agua?
¿Pedirles que la localicen?

—¿Y dejar notar mi preocupación? —solté, dándome cuenta de inmediato


de que lo había hecho. Miré hacia mis pies, con los dientes mordiendo mi
labio inferior—. Lo siento, pero no puedo hacer eso. Créeme, el pensamiento
ha cruzado mi mente. Pero no puedo dejar que Madre sepa que tengo cierta
preocupación por Marius.

El cuenco de adivinación había permanecido oculto desde que Marius


había estado ocupando la habitación conmigo. No por mí mismo, como había
explicado Victorya. Ella había sido la que lo guardó para evitar que lo
encontrara.

—¿Alguna preocupación? —Victorya inclinó la cabeza y entrecerró los


ojos opacos—. Incluso los muertos pueden ver que tienes algo más que solo
alguna preocupación. Te preocupas profundamente por él y no quieres
expresar que te estás muriendo por dentro al pensar en lo que tienes que
hacer.

—Sé que quieres lo mismo que mi madre…

—Si Marius supiera la liberación que le puedes dar, él también estaría más
que emocionado por la idea. Lo he visto rogar para que su sufrimiento
termine. Créeme, no quieres experimentarlo.

—¡Ese no es el punto! —dije, más fuerte esta vez—. ¿Alguna vez has tenido
que matar a alguien a quien…?

Me silencié, liberando a quien hablé.

⎯Olvidas que no fui bendecida con los años de vida como tú, Jak. No, es
tu respuesta. No he tenido que hacer lo indecible porque nunca me dieron la
oportunidad. Debes hacerlo —dijo.

Incliné la cabeza, incapaz de disculparme con ella de nuevo.

—Me siento impotente.

—Y es patético buscar el consejo de una niña, ¿sospecho?

—Tomaré cualquier consejo que pueda en estos días. Incluso si viene de


ti.

Fue casi un desperdicio que Victorya no sacara la lengua e hiciera una


cara. Pero como había explicado antes, puede haber estado atrapada en esa
forma, pero ahora estaba lejos de ser una niña. No después de lo que había
visto.

—Sé poco de los de tu clase, solo que se creía que no deberían tener
acceso a la magia. Pero aquí estás. ¿No hay algún hechizo que puedas hacer
para averiguar qué está sucediendo con Katharine?

—Mi magia no funciona así… —dije—. Es el control sobre los elementos.


Madre nunca me enseñó hechizos porque no era necesario. El objetivo de mi
poder es matar a Marius. No hacer maleficios ni pociones.

—A mí me parece que simplemente te han atado. Te enseñó lo que quería


que supieras, no lo que necesitabas saber.
Suspiré.

—Lo resolví hace años.

—Sin embargo, ¿no exigiste más conocimiento?

No había exigencia cuando se trataba de Madre. O su aquelarre. Solo


Lamiere se atrevió a susurrar sobre las otras posibilidades a las que sus
antepasados tenían acceso antes de que mi antepasado se las quitara a todos.

—Hacerme admitir en voz alta lo terrible que lo pasé con mi familia no


nos ayudará a encontrar respuestas a la desaparición de Katharine. Si no
puedo irme y buscar respuestas yo mismo, solo tendremos que esperar a que
ella aparezca cuando esté lista.

Un rugido atravesó la noche, sacudiendo los cimientos del castillo.


Primero pensé que era una ilusión provocada por mi cansancio, pero la
reacción de Victorya fue dolorosamente real. Ella me miró, con los ojos muy
abiertos, mientras sentía como si todo mi cuerpo vibrara.

—Marius —resonamos, ya moviéndonos hacia la puerta de la habitación.

Lo encontré al final del castillo donde el pasto crecido rodaba hacia el


puente que nos conectaba con Darkmourn. Estaba de pie, de espaldas a mí,
pero sintió mi presencia por el ligero giro de su rostro.

—Mantente alejado, Jak —advirtió, expresando un estruendo de truenos


que sacudió las mismas sombras que nos rodeaban—. Por favor…

—Dime qué pasa. —Lo ignoré, dando otro paso más cerca de donde
estaba parado. Mirando por encima de su hombro, pude ver el tenue
resplandor de los pocos edificios que aún no habían cerrado por la noche.
Incluso desde mi distancia podía imaginar la taberna local y la bulliciosa
multitud que cantaba y bailaba mientras derramaba cisternas a una hora tan
tarde.

—Dime, Marius, estoy aquí para ayudar.

—Katharine… —gruñó.

Me detuve en seco, mis piernas se entumecieron.

—¿Qué estás…? —Antes de que pudiera terminar, Marius se hizo a un


lado, revelando un montículo que yacía intacto en el suelo ante él. Cuanto
más me acercaba a él, más claro se volvía. Un manojo de cabello yacía junto
a los pies de Marius, reunido por una cinta negra que mantenía unidos los
mechones sueltos. No eran solo unos mechones de pelo. Eran todas las
hebras posibles que habrían estado unidas a su cabeza. La sangre en los
extremos manchados contaba una historia de lucha.

Marius estaba rígido a mi lado. La tensión se despegaba en oleadas. Pero


no duró mucho. En un momento estaba quieto, al siguiente estaba golpeando
sus puños contra una pared de aire ante él.

Volví a tropezar en estado de shock mientras golpeaba la barrera


invisible que le impedía irse. Nos impedía irnos.

—¡Déjame salir! —gritó, rugió. Su voz se mezcló con la noche, haciendo


que los sabuesos aullaran.

Coloqué mis manos sobre mis oídos, rehuyendo a su ira.

—¡Katharine!

Golpeó la barrera, una y otra vez, pateando y lanzando todo su peso


corporal contra ella. Todo el tiempo gritando su nombre.

—¡Katharine! —Una y otra vez, no se detuvo. No hasta que su voz raspaba


a lo largo de su garganta, agrietándose con cada grito.

—Marius, necesitas calmarte. —Acerqué mis manos a él, lentamente, solo


para devolver mis manos mientras se volvía contra mí. Toda su cara estaba
pellizcada con líneas. Le cubrían la cabeza, los costados de los ojos y tiraban
de sus labios. En la luz desvanecida se veía… monstruoso.

Sus ojos eran tan oscuros como la noche que nos rodeaba. Sus labios casi
no existían mientras silbaba y siseaba con sus colmillos. Marius estaba
encorvado, respirando pesadamente mientras me estudiaba. Vi el desprecio
en su mirada. Me estudió como si no me conociera.

Este era el monstruo de la maldición.

El viento se levantó alrededor de mi cuerpo, corriendo en torrentes


familiares y protectores. Mis manos estaban cerradas en puños, tratando de
calmar el miedo que había atrofiado mi capacidad de respirar por completo.
«Ahora no».

—Marius, soy yo. —Mantuve mi voz tan tranquila como pude mientras el
miedo se desataba salvajemente a través de mí—. Soy yo.

Él giró la cabeza hacia un lado, con las venas oscuras abultadas en su


cuello.

—Jak, este es tu Jak.

Mi nombre pareció traerlo de vuelta a la realidad por un momento. Su


expresión se suavizó, solo lo suficiente para que el blanco de sus ojos
regresara. Entonces su voz rasposa estalló de sus fauces.

—Yo… Quiero… Quiero lastimar.

Casi escuché los hilos de su chaqueta estallar cuando golpeó sus puños
contra su pecho. Dando un golpe tras otro.

Enterré el miedo y me moví por él, arrojándome a su cuerpo para evitar


que se lastimara más. No me importaba si no sentía lo que hacía, si esa era
toda la razón para hacerlo. No podía verlo.

Envolví mis brazos alrededor de su cintura y enterré mi cabeza en su


pecho con los ojos cerrados. Sucedió tan rápido que me preparé para los
golpes de sus puños en mi espalda. Retorciéndome en anticipación por el
dolor.
Pero no llegó. Esperé, conteniendo la respiración, solo para que sus
manos corrieran suavemente por mi espalda.

—Soy … Yo… Jak, soy yo.

Sus palabras casi me destrozaron por completo. No podía hablar, sino


que solo apretaba mi agarre sobre él como si nunca pudiera soltarlo de
nuevo.

Me derretí debajo de su toque mientras él trazaba sus dedos por mi


columna vertebral y se aferraba a mí.

—Lo siento si te asusté.

Hablé aferrado a su cuerpo, con la voz apagada.

—No te tengo miedo. Solo tenía miedo de lo que deseabas lograr


golpeándote a ti mismo.

Su mano acarició la parte posterior de mi cabeza, mientras me aferraba


a él por su vida.

⎯Esa ni siquiera fue una pequeña parte de lo que me convertiré, Jak.


Necesitas saber eso.

—No me importa. —Las lágrimas se deslizaron de mis ojos, mojando el


material de su chaqueta bajo mi rostro.

Me tomó de los hombros y me apartó de él.

—Ese era yo perdiendo el control. Pero cuando sale la última luna, no solo
pierdo el control. Eso sugiere que puedo encontrarlo de nuevo. Tú… No
puedo explicarlo.

—Entonces no lo hagas. —Lo miré fijamente, agradecido de ver su rostro


suavizarse, borrando las duras líneas que se habían arrugado a través de él.

—Tienes frío —anunció Marius, frotando sus manos hacia arriba y hacia
abajo en mis brazos.

No fue el frío lo que me hizo temblar, sino el sutil detalle de la cinta que
sostenía los pelos esquilados de Katharine en un paquete.
Lo había visto en el momento en que había dirigido mi mirada hacia allí.
Marius no mostró signos de darse cuenta de lo que tenía, ni lo señalé.

Marius envolvió su brazo alrededor de mi hombro y me guio de regreso


hacia el castillo, dejando el horror muy detrás de nosotros. Estaba agradecido
por la tranquilidad mientras caminábamos. Ni siquiera los sabuesos de sangre
que se escondían entre las sombras de los terrenos se atrevieron a hacer un
sonido.

Necesitaba el silencio para dar sentido a lo que se revelaba.

En el relieve al final de la cinta negra había una tenue marca de un


símbolo. Uno que había visto muchas veces a lo largo de mi vida.

Un pentagrama grabado como una cicatriz arrugada a través del material


de la cinta.

Era una señal. Para mí.

Un mensaje de mi madre. Una advertencia sin palabras.

Tenía a Katharine.
Traducido por ~Kvothe
Corregido por Emma Bane
Editado por Mrs. Carstairs~

Levanté una mano, haciendo una mueca mientras bloqueaba la luz del sol
de mi mirada. Habían pasado semanas desde que había estado afuera durante
el día. Tomó un momento para que el resplandor blanco se asentara y mi
visión se enfocara en los terrenos cubiertos de nieve más allá del castillo.

Fue pura suerte que la puerta principal estuviera abierta. Tal vez Marius
ya no sentía la necesidad de mantenerme encerrado dentro. No con mi
conocimiento de que nunca podría irme. No hasta el fatídico final hacia el que
estábamos dirigiéndonos.

Tropecé ciegamente por los escalones y en el camino cubierto de maleza.


Mis botas pisaban pesadamente los manojos de malezas que se habían
dividido a través de las losas agrietadas debajo de mí.

El frío del invierno se había asentado con orgullo sobre el castillo, sin
embargo, el cielo estaba sin nubes. Mientras caminaba por los jardines,
dejando el castillo detrás de mí, me derretí bajo el ligero beso del sol en la
parte posterior de mi cuello.

Me había llevado dos intentos despertarme durante las horas en que


Marius estaba comatoso. Apenas se fue de mi lado desde que descubrimos la
ofrenda del cabello de Katharine. Y no podía pedir respuestas con él cerca.
Así que esperé la seguridad de la luz del día para hacerlo.

Me acomodé en el suelo, las hojas de hierba congeladas se derretían


debajo de mí y mojando mis pantalones. Lejos de cualquier ventana que daba
a este lugar, coloqué el cuenco de adivinación ante mis piernas cruzadas.
Llamé al elemento requerido hasta que el cuenco se llenó y la superficie del
agua se estremeció para revelar a quién llamaba.
—Jak. —La voz de Madre se desvió a través del agua. Tuve que morderme
la lengua para detener el desenredo de la ira que sostenía hacia ella. En
cambio, me tragué el nudo en la garganta y la interrogué con calma.

—¿Qué has hecho con Katharine?

Madre sonrió, sus ojos brillaban malvadamente.

—Ella ha sido castigada por sus acciones. Confío en que no necesito


explicarte por qué, ya que estoy segura de que lo sabes.

—¡Basta de juegos, dime lo que has hecho! —No era una pregunta sino
una demanda.

—Admito que esta no fue la reacción que esperaba, aunque en


retrospectiva debería haber visto las señales. Toda nuestra fe ha sido puesta
en manos de un niño patético. Debería haber sido yo, lo he dicho todo el
tiempo. Si hubiera tenido tu poder, la tarea no habría tenido riesgo de fallar.
Sin embargo, aquí estás, preocupado por lo que he hecho con la pequeña
mascota de la criatura.

—Su nombre es Katharine —le dije, ignorando su burla—. No volveré a


preguntar.

A Madre le gustaba regodearse, era uno de sus muchos defectos. Sabía


que ella compartiría la información y tenía razón.

—Esa chica es una puta de sangre. Fue sorprendida alimentando a su


madre con la sangre de la criatura y eso no podía quedar impune. La madre
era más fácil de tratar porque ya estaba en su lecho de muerte, la pobre
querida. Pero la niña, todavía está viva. Por ahora.

Mi estómago se endureció y mi corazón cayó ante la idea de un asesinato.


Katharine había sido atrapada. Si Marius supiera…

—¿Por qué no matarlas a los dos? —Mantuve mi rostro tan recto como
pude, sin querer delatar la agitación interna que galopaba a través de mí—.
¿Por qué detenerse en una cuando podrías haberlas tomado a ambas? Te
ruego que me digas, Madre, cómo te abstuviste de cometer actos aún más
monstruosos.
—Porque soy lo suficientemente inteligente como para ver que eres un
fracaso. Y cuando mueras, y él se libere de su contención, necesitaré algo, o
alguien, para usar como palanca contra su inminente alboroto.

—No lo haré… —No pude terminar lo que tenía que decir ya que las
palabras salieron sin pensarlo. Fracasaría. Madre tenía razón. No podía matar
a Marius. Ya sin importarme esta ilusión que había mantenido, hice la
pregunta que había anhelado saber durante días—. ¿Fue tu idea ponerme el
nombre del chico que una vez amó?

—Esa criatura no amaba nada más que sus propios deseos. Y para
responder a tu pregunta, lo fue. Poético, ¿no crees?

—Me das asco. —Me incliné sobre el tazón, gruñendo a la mujer a través
del agua—. Moriré feliz sabiendo que nunca experimentarás el poder que
tengo. Si me mata, se llevará el legado con él. Y por lo que ha advertido, tu
clase será la primera en ser sacrificada.

—Ya te has separado de lo que eres —dijo Madre, observándome


fijamente mientras me regañaba—. ¿Y qué crees que ocurrirá cuando él
descubra lo que eres?

Mi sangre se enfrió cuando Madre habló en voz alta de la única ansiedad


que había enterrado profundamente. Que Marius supiera la verdad sobre lo
que yo era. Me odiaba por el papel que tenía que interpretar, solo podía
imaginar lo que le haría a él.

—Estamos condenados en tu nombre. Cuando drene la vida de tu patético


cuerpo, quiero que sepas que es tu culpa. ⎯Esperaba que sus palabras me
dolieran, pero no lo hicieron. Mi cuerpo y mi alma se entumecieron por
completo cuando ella escupió su odio hacia mí.

—Chico sin valor. Y si, por cualquier casualidad, lo logras, quiero que
entiendas que no tendrás un hogar al que regresar. —Toda la cara de Madre
se relajó por un momento, una suave sonrisa elevaba sus labios afinados—. A
menos que nos traigas su cabeza, eso es.

No tenía nada más que decirle, pero sentí la necesidad de apuñalarla por
última vez con mis palabras afiladas con cuchillos.
—Si yo no puedo detenerlo, no tienes ninguna posibilidad, sin importar la
garantía que tengas por encima de él. Nos vemos en el inframundo… Madre.

Cerré los ojos y me tensé mientras los cuatro elementos me inundaban a


la vez. El poder estaba bajo mi mando. Exhalé y el cuenco explotó ante mí,
los fragmentos volaban lejos en los terrenos del castillo bajo la fuerza pura.
La euforia inundó mi cuerpo, llenándome por completo con su fresco beso.
Había pasado días sin conexión con mi poder. Se había construido
silenciosamente dentro de mí, aceptando la invitación que le ofrecí para
escapar. Un círculo de fuego explotó de mi pecho mientras liberaba un grito
de ira. Rodó por el jardín cubierto de maleza a mi alrededor, devorando cada
planta y maleza en su camino de guerra.

Anhelaba desatar mi poder, mi frustración, con Madre misma. Ella fue la


bestia todo el tiempo. Y yo, una bestia de su creación.

Todo lo que podía hacer era quedarme inmóvil, había una marca
carbonizada en el suelo donde una vez había estado el tazón. El humo se
enroscaba en el aire frío a mi alrededor. Mi respiración estaba pesada y mi
mente empapada.

Lloré, pero no por tristeza. No había tal emoción cuando se trataba de mi


madre. Solo furia. Se quemó dentro de mí mucho después de que las llamas
físicas en todo el jardín se extinguieran, ya no alimentadas por el suelo.
Estudié el halo de hierba quemada a mi alrededor, como si una estrella
hubiera caído del cielo y besado el lugar donde me sentaba.

No había forma de ocultarle esto a Marius. Él lo vería y preguntaría. El


sigilo perfecto y circular de hierba carbonizada y tierra no tenía una
explicación natural. Sostuve mis manos temblorosas ante mí para ver las
pequeñas lamidas de fuego que todavía se enroscaban alrededor de mis
dedos.

La ira era la pasión necesaria para mantenerla encendida. Y estaba


plagado de eso.

Había pasado mucho tiempo cuando finalmente me levanté del suelo y


caminé de regreso hacia la entrada del castillo. La noche pronto llegaría.
Marius pronto despertaría.
Y yo se lo diría. Le revelaría todo, porque mantenerlo oculto me mataría
antes de la llegada del fatídico día final.

Me arrastré de vuelta a través de las puertas del castillo, subiendo


lentamente los escalones hacia el nivel de sus aposentos, donde todavía
estaría silenciosamente dormido.

Había una pequeña parte de mí que suplicaba a mi alma que se callara.


Para hacer lo que Madre había deseado, para lo que yo había entrenado
durante todos estos años.

Pero cuando volví a la habitación y vi la cara plácida de Marius


descansando sobre la almohada de plumas de cisne, casi me derrumbé por
completo.

«Él estará libre», me dije a mí mismo mientras me deslizaba en las sábanas


a su lado con una cálida lágrima corriendo por mi mejilla, tirando de las
sábanas hasta mi barbilla para tratar de detener los incesantes escalofríos.
Libre de la maldición que lo mantiene atado aquí. Libre del trauma y los
recuerdos que las mismas paredes le traían a diario.

Cerré los ojos, sin molestarme en limpiar las rayas húmedas de mi cara.
Y yo sería libre. Libre de Madre y de la carga que mi vida presentaba.

Era más fácil conciliar el sueño cuando la comprensión llegó. Si Marius me


mata, ya no se me exigiría ni se me recordaría el punto de mi propia
existencia. El peso se aligeró de mi cuerpo apenas unos momentos antes de
caer en un sueño sin sueños, vacío y tranquilo.
Traducido por ~Kvothe
Corregido por Emma Bane
Editado por Mrs. Carstairs~

Fueron las manos errantes de Marius las que me despertaron. Su toque


suave me convenció del sueño profundo en el que me había perdido. Los
dedos que hacían cosquillas, arrastraban formas alrededor de mi muslo, que
enviaban escalofríos a través de mi piel desnuda. Estaba mirando hacia otro
lado, pero su cuerpo estaba firmemente presionado contra mi espalda. Cada
uno ligeramente curvado como para encajar en el abrazo del otro, como dos
piezas de un rompecabezas. Piezas que no encajaban, pero que fueron
forzadas a juntarse y arruinadas en el proceso. Sí, eso era lo que éramos.

Sofocando un bostezo, intenté estirarme, pero su cuerpo fresco me


mantuvo atrapado dentro de sus limitaciones.

—¿Podemos quedarnos en la cama todo el día? —susurró Marius,


presionando un beso largo en la parte posterior de mi cabeza. Su voz era
ronca y rasposa, pero más ligera de lo que había sido las noches pasadas—.
Todavía no me siento listo para enfrentar la noche que se avecina. Que
seamos tú y yo, solo nosotros. Así de simple. Y por favor, no me hagas que te
ruegue.

Deslizó una mano debajo de mi costado y envolvió la otra encima de mí.


Un fuerte tirón y yo estaba firmemente en sus manos. Y no quería que lo
soltara. Ni siquiera con la enfermedad burbujeante que se gestaba en su
interior, o el inquietante conocimiento de lo que estaba por venir.

Todavía estaba luchando contra el deseo de volver a dormirme. Allí era


pacífico. Un lugar sin necesidad de pensar. Al despertar esta noche sentí como
si hubiera sido empujado fuera de un cuerpo de agua tibia a una tormenta de
invierno.

Apenas logré formar palabras juntas de forma correcta. Todo lo que salió
de mi boca fue una serie de murmullos y largos sonidos.
—Estás vestido —anunció Marius, tirando de la camisa en mi espalda—.
Pero la última vez que te dejé, estoy seguro de que tu cuerpo estaba expuesto.

Mis ojos se abrieron ante su comentario. Me desplacé debajo de las


sábanas y sentí el material con el que Marius todavía jugaba en mi muslo.

—Tenía frío. —La mentira se escapó antes de que tuviera la oportunidad


de recuperarla. Tenía que decirle lo que sabía de Katharine eventualmente.
Y con ello el razonamiento de cómo lo sabía. De repente me alegré de darle
la espalda, ya que estaba seguro de que mi expresión pellizcada y retorcida
habría revelado mis secretos.

—¿Tienes frío ahora? —Su voz retumbó.

—No.

Mientras lo decía, sus manos errantes se aceleraron en ritmo mientras se


agarraba al material de los pantalones con los puños y comenzó a tirar de
ellos. Gemí mientras el escalofrío de sus dedos rozaba mi pierna, sabiendo
que los pantalones ahora estaban desechados en el piso de la habitación.

—¿Y qué hay de la camisa…? ¿La necesitas para mantenerte caliente


ahora?

Hice una pausa, mi respiración se estremeció.

—No —dije de nuevo.

Marius rio, los dedos se movían tan preciosamente como una araña
tejiendo una telaraña. Botón a botón deshizo la camisa sin necesidad de estar
parado frente a mí, todo mientras todavía yacía a mi lado, su respiración
pesada pinchando la parte posterior de mi cuello.

Había algo diferente en él. Cómo sus manos, aunque suaves, parecían
apresuradas.

Urgente.

—¿El frío te ha hecho perder la capacidad de decir más de una palabra?

Lo empujé hacia atrás, acurrucando mi trasero en su entrepierna. Antes


de sentir la roca dura de su longitud, pude sentir su excitación por mí. Se me
hacía agua la boca mientras me frotaba contra él, meciendo lentamente mis
caderas.

—No —murmuré de nuevo, con los ojos cerrados mientras el entusiasta


agarre de Marius acariciaba aún más.

—Si continúas usando esa palabra, me veré obligado a manipular mis


preguntas adicionales para asegurarme de que termine bien para mí. Dime,
Jak, ¿desperdiciarás otra noche conmigo y no dejarás esta cama?

—No hay nada más importante que deba hacer —respondí, aceptando su
propuesta sin decirlo claramente. Parte de mí se sintió mal por hacer esto.
Guardando la piedra de la destrucción dentro de mí. ¿Realmente importaría
una noche más antes de que finalmente lo arrojara, rompiendo el castillo de
vidrio dentro de Marius?

Marius me dio la vuelta para enfrentarme a él, con suficiente fuerza como
para completar el movimiento sin mi necesidad de ayudar. Nos enfrentamos,
con las narices muy separadas. Su mirada no se despegó ni un solo momento
de la mía. Yo era todo su foco, y él era el mío.

Una noche más de paz. Fue una promesa para mí mismo. Una y otra vez
lo repetí en mi mente mientras lo tomaba de la cara. Su rostro guapo y
perfecto.

Alcancé los mechones de blanco cabello suelto que caían sobre sus ojos
rubí. Aferré su cara con mis manos mientras empujaba el cabello fuera del
camino.

—Eres la criatura más guapa en la que he puesto mis ojos. —No parpadeó
mientras hablaba. No miré hacia otro lado. Sus labios apenas se movieron
cuando anunció sus pensamientos en voz alta.

Él diciendo que jugaba con la barrera de la tristeza que yo estaba tratando


de mantener erguida. Fue casi doloroso mirarlo, sabiendo lo que estaba por
venir.

Sonreí, enmascarando las emociones que irrumpieron dentro de mí.

—Como lo eres tú. Si eres la última persona que veo, no sería terrible. No
has visto a los otros que he soportado en casa. Tú eres… diferente.
Marius guiñó.

—Diferente es bueno, ¿no?

—Diferente es más que bueno. Eres tú.

Separó los labios para responder, pero yo lo silencié con un beso. Temía
que si hablaba me desmoronaría por completo. Entonces, como la
descendencia egoísta que mi madre había elaborado tan perfectamente,
enterré el sentimiento y me perdí con Marius.

Le empujé los hombros hasta que se puso de espaldas. Levantando mi


pierna sobre la suya, tomé mi lugar sobre su entrepierna como si fuera mi
trono. Las sábanas se cayeron de mi espalda, descartadas, exponiendo
nuestros dos cuerpos ahora desnudos.

Marius sonrió, exponiendo sus dientes, levantó ambas manos y las puso
detrás de su cabeza.

—Haz tu voluntad —gimió, su sonrisa astuta hizo que mi estómago se


volteara—. Soy todo tuyo.

Mis manos exploraron su pecho y estómago, moviéndose sobre los


montículos de músculo mientras se tensaba bajo mi toque. No paré hasta que
encontraron su garganta. Le pellizqué la piel, bajando mi boca hacia su cuello
como él me había hecho a mí.

Empecé simplemente besándolo. Cada beso pequeño y suave. Pero luego


le di un pellizco que hizo estallar un gruñido de placer y sorpresa de sus,
siempre, labios partidos. Chupé, introduciendo mi lengua, recorriendo su
piel, dejando un rastro de escupitajos brillantes a su paso.

Sonidos se le escapaban, un coro de chirridos complacidos y gruñidos


profundos y atronadores que solo me estimularon aún más.

Una vez que me alejé, su cuello estaba tan rojo como sus ojos anchos y
hambrientos.

Me perdí en el sentimiento. Las manos de Marius finalmente dejaron de


esconderse detrás de su cabeza y se agarró a ambos lados de mis caderas.
Cuanto más fuerte mordía y chupaba, más sus dedos se clavaban en mí. El
dolor me animó. No era el tipo de incomodidad que le arrebataba el aliento,
pero me decía todo lo que necesitaba saber sobre Marius.

Él estaba disfrutando de esto, y yo también.

Desde su cuello, pasé mi lengua por su pecho. Tan cerca admiraba los
tenues pelos que cubrían su piel, tan plateados como los que cubrían su
cabeza. Alrededor de su pezón había un círculo de pelos más oscuros, muy
parecido a la sombra de pelos que coronaban su polla. Lamí alrededor de su
pezón hasta que se endureció, pasando al siguiente mientras mis manos se
mantenían firmes en sus grandes y tensos brazos.

No habló. Yo tampoco. Este no era un momento para la conversación o


las palabras porque no se sumarían al acto que estaba a punto de cometer.

Me aparté de mi asiento y me resbalé más abajo de la cama. Marius me


dejó hacerlo, con las manos flexionándose como si no estuviera seguro de
qué hacer con ellas ahora que estaba fuera de su alcance.

Mi beso encontró su cadera. Las líneas en forma de V que enmarcaban su


polla palpitante se destacaban con orgullo. Mientras besaba en el espacio
justo al norte de su pene, pasé una uña por esas líneas, deteniéndome solo
cuando su gran polla estaba agarrada en mi mano. Mis dedos no se tocaron
mientras me aferraba a él. No como los otros que había visto y sostenido
antes. Él era… monstruoso. Y no podía negar el calor palpitante que se
desprendió de él en oleadas. Calidez que no bendijo el resto de su toque.

Solo este, su apéndice más sagrado y mágico.

Todo mi enfoque había estado tan centrado en molestarlo que, cuando


finalmente me retiré para mirarlo, su mano agarraba la parte posterior de mi
cabeza y se mantuvo firme en mi cabello.

—Ah, ah, ah. —Su voz era ronca y profunda mientras ordenaba—: No te
detengas ahora. Continúa.

De repente estaba cohibido, inseguro de si mi falta de habilidades


arruinaría repentinamente el estado de ánimo. Pero Marius instó a mi cabeza
a retroceder hacia su hombría hasta que la punta fue presionada contra mi
boca cerrada y húmeda.
Dejé que separara mis labios, mi autoconciencia se derretía a la nada
cuando Marius soltó un gemido tan salvaje que sacudió la misma habitación.
Era imposible encajar toda la longitud en mi boca, pero sentí la necesidad de
probar todo lo que pudiera. Una y otra vez me movía hacia arriba y hacia
abajo, mi velocidad se intensificaba junto con la mano guía en la parte
posterior de mi cabeza.

Marius de repente se sentó, alejándome con su agarre. Miré hacia arriba,


con los ojos húmedos, mientras él tomaba su mano de repuesto y se la llevaba
a la boca. Con un escupitajo cubrió sus dedos, su mirada se atuvo a la mía.
Todo sucedió en un suspiro.

Marius llevó sus dedos mojados a mi boca abierta y los frotó sobre mis
labios.

—Mantente mojado.

—Estás lleno de exigencias —le dije, lamiendo mi lengua a través de mi


labio inferior, su saliva mezclándose con la mía—. ¿Qué tal si intentas callar la
próxima vez?

La risa baja de Marius hizo que mi estómago se sacudiera.

—Eres tú quien merece ser silenciado. —Con eso mi cabeza fue guiada de
regreso a su palpitante hombría hasta que la punta de la misma llenó mi boca
una vez más.

Esto era lo que necesitaba. Un tipo diferente de paz que el sueño nunca
podría regalarme.

Mi mente apenas podía concentrarse en el momento en cuestión mientras


los gemidos de placer de Marius sacudían las sombras alrededor de la
habitación.

Me sentí poderoso cuando mi toque conjuró tal reacción. Mi boca


trabajaba en su polla, pero también mi mano.

Era imposible comprender el tiempo. Sabía por el ligero dolor en mi


mandíbula que había durado un tiempo y los tonos cambiantes de los sonidos
complacidos de Marius.
De repente se detuvo, Marius sacando mi cara de su entrepierna con
ambas manos alrededor de mis mejillas.

—Espera… —Respiró, con los ojos cerrados mientras se concentraba. Su


comportamiento casi cambió a… pánico. Detuve los movimientos de mi
mano, pero pude sentirlo palpitar en mi agarre. Estaba cerca. También me
quedé sin aliento mientras lo miraba, observándolo tratando de trepar por el
control de su cuerpo mientras el placer lo atravesaba. Cuando finalmente
habló, pude sentir que el hambre pura se le quitaba en oleadas. Sus ojos eran
oscuros, tan oscuros que hacía que la palidez de su piel se destacara—.
Todavía no he terminado contigo. Es tu turno.

Se movía con una velocidad tan antinatural que de repente estaba en mis
manos y rodillas, ya no mirándolo, sino mirando la ropa de cama debajo de
mí.

Escuché el familiar rasguño de madera cuando abrió el cajón de la cama


y retiró el único líquido que hacía posible el sexo con él.

Mordí las sábanas con anticipación, esperando el momento en que me


llenara.

Marius me había tocado antes como yo lo había tocado a él. Y se sintió


increíble. Pero no había ningún sentimiento en el mundo que pudiera ser
reemplazado por la euforia de cuando entró en mí.

El pensamiento solo saturó mi boca aún más de lo que ya estaba.

Sus manos se aferraron con más fuerza, los dedos se clavaron en mi piel
mientras trazaba líneas por mis piernas y sobre mi culo. Miré hacia atrás para
ver sus ojos anchos y sin pestañear casi completamente oscuros.

Mi respiración se aceleró.

—¿Algo anda mal?

Marius volvió la cabeza hacia un lado, haciendo clic en su cuello y


suspirando.

—Tengo hambre de ti, Jak.


Las palabras enviaron un rayo a través de mi sangre. Marius abrió su
jadeante boca y expuso los dos puntos brillantes de sus dientes. Incluso si
quisiera alejarme de él, no podría. No cuando me mantuvo firme en mi lugar.
Pero no quería… no quería alejarme de él. No me asustaba, no. Lo que él
quería de mí, me emocionaba más allá de las palabras.

—¿Estás en control? —La pregunta salió de mi.

Marius sonrió, la lengua lamiendo su labio inferior.

—Puedo olerte, Jak. Todo de ti. Puedo sentir tu esencia bombeando


salvajemente a través de tus venas. Es una canción. Una sinfonía que me
resulta difícil de ignorar.

Luego hizo una pausa, sus ojos errantes se asentaron en mi mirada y la


sostuvieron.

—Pero para responder a tu pregunta, sí, tengo el control. No importa


cuánto desee probarte.

No sabía si era mi propia sed de imprudencia o la aceptación de que mi


decisión estaba tomada, pero lo invité.

—Marius, quiero que me disfrutes. Todo de mí.

Su labio se enroscó por encima de sus dientes.

—Ten cuidado con lo que me dices, Jak.

—Si quieres probarme… —Respiré, aparté mi mirada de él y planté mi


cara hacia abajo en las sábanas de la cama—. Entonces hazlo. Confío en ti.

El agarre de Marius se apretó en mi trasero, enviando fuego a través de


mi piel.

—¿Estás seguro, Jak? Me temo que no tendré la moderación para volver a


advertir.

Cerré los ojos, mi cuerpo estaba tranquilo.

—Hazlo.
Un gruñido bajo y retumbante fue emitido por Marius, pero estaba
demasiado nervioso para abrir los ojos y mirar. Esperaba que su boca
encontrara mi cuello o muñeca, un lugar en el que mis venas brillaban azules
en mi piel. Pero su beso encontró mi trasero y me derretí debajo de él.

Dejó un rastro de su boca mojada de mejilla a mejilla. Jadeé, arqueando


más la espalda mientras su lengua se encontraba en un punto sensible. Luego,
mientras gemía de placer, el toque frío me sorprendió. No lo suficiente para
romper el disfrute. Pero sentí el cambio.

La sensación era familiar. Reminiscencia de cuando metía mis manos sin


guantes en montones de nieve fresca cuando era joven. Hasta que las puntas
de mis dedos se adormecían y mis palmas hormigueaban.

Pero esta sensación se extendió por mi trasero, seguida de una suave


succión.

Mi mano se extendió hacia atrás y se encontró con el cabello. Enredé mis


dedos en él y lo mantuve firme.

La sensación de su mordedura no fue dolorosa.

No. Pero por un breve momento entendí que lo sería si él así lo deseaba.

El tiempo, como lo hizo tan famosamente en este castillo, se me escapó.


Estaba perdido en una ola de pura dicha, mis ojos lentamente se abrían y
cerraban mientras él seguía con lo suyo.

Perdí mi capacidad de sostener un pensamiento mientras Marius se movía


de una posición a otra. Besar, beber, follar.

Cada vez que su respiración se profundizaba y se volvía desigual, quería


que se calmara, queriendo que este momento continuara todo el tiempo que
pudiera ser posible. Me negué a tocarme, incluso alejar su propia mano
mientras me alcanzaba.

En algún momento, me había dado la espalda, así que me enfrenté a él.


Sus labios eran rojos manzana, sus dientes ligeramente manchados de mi
sangre. Ni una gota corrió por su barbilla. Ni una gota desperdiciada. Gotas
de sudor brillaban como cristales a través de su sien, su pecho y estómago se
flexionaban con cada empuje cuando se introducía en mí desde su nueva
posición.
—No quiero que esto termine —le dije, con las piernas levantadas por
encima de sus hombros mientras se adentraba hacia mí desde arriba.

Lo decía en más formas que solo esta sesión de sexo. No quería que esta
estancia terminara. Que llegara el día final y trajera consigo la muerte. Si
pudiera hacer que el tiempo me tragara por completo, lo haría.

Empujé los pensamientos a los pozos más oscuros de mi alma y arrastré


a Marius hasta mi cuello. Cuando sus dientes se deslizaron por mi piel en
espera, los pensamientos simplemente se desvanecieron.

Solo éramos él y yo. Marius se perdió en el éxtasis de nuestro sexo. Yo


mismo me perdí en el beso embriagador mientras me mordía la piel y
chupaba mi sangre suavemente.

El sentimiento que compartíamos se construía como el golpeteo de los


tambores. Con intensidad y velocidad, continuó hasta que ambos gritamos
en sincronía mientras compartíamos el clímax que tanto habíamos
mantenido a raya.

Cuando terminamos me sentí mareado. Me recosté sobre mi espalda, me


hormigueaba el cuerpo, mientras miraba fijamente el techo oscuro de la
habitación. Marius yacía a mi lado, con los dedos adornando los míos mientras
esperábamos en silencio.

—No me dolió —dije finalmente, registrando el ligero cosquilleo que se


extendió por mi cuello, hombro y trasero. «Lo que hace que la idea de lo que
está por venir sea menos intimidante».

Fue lo primero que dije después de que Marius terminó dentro de mí.
Tenía la mano presionada contra la parte inferior del estómago, sintiendo lo
delgado que me había vuelto desde que salí de casa. Durante los primeros
días comí hasta la saciedad. Pero parecía que la comida se había vuelto menos
importante ahora.

—Odio arruinar la ilusión, pero no se sentirá igual. No me dolió, pero


apenas tomé más que un sorbo de ti. —«¿Enserio?»—. No importa cómo
anhelaba más. Puedes agradecer los trozos de control que pude mantener,
porque tan pronto como eso se me escapa no puedo prometerte una
experiencia indolora.
La pausa silenciosa entre nosotros continuó por una eternidad, solo rota
por Marius que rodó de lado para enfrentarme.

—¿He arruinado el momento?

«No tanto como yo estoy a punto de hacerlo».

En el momento en que nos detuvimos, la preocupación que regresaba


dentro de mí me hizo prisionero. Su toque ya no me distraía de mis
pensamientos. Simplemente dejó de mantener la puerta cerrada dentro de
mí, permitiendo que me abrumaran.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —pregunté, la voz se me quebró.

—Dos noches más.

Era tan pronto. Y estaba tan seguro que apenas respiraba antes de
responder. Nunca antes había sentido el deseo de recuperar algo tan
ferozmente. Tiempo. Con el poder que mantenía encarcelado dentro, era el
único concepto que no podía controlar.

No es que alguna vez sintiera la necesidad de hacerlo. Excepto ahora.


Renunciaría a toda mi magia si eso significara que esto no tuviera que llegar
al final destinado.

—Supongo que todo lo bueno tiene que llegar a su fin.

Aunque todavía no me había movido para enfrentarme a Marius, podía


sentir su mirada ardiente a un lado de mi rostro.

—La palabra bueno nunca se acercará a describir lo que eres para mí.
Eres mucho más que un buen momento. He tenido muchos de esos. Pero tú,
Jak, eres algo completamente diferente.

—Soy diferente —murmuré, repitiendo lo que no hace mucho le había


dicho.

—Lo eres. —Su mano rozó mi estómago que se tensó bajo su toque frío.

—No, Marius. Soy diferente. Diferente a lo que crees que soy, y no puedo
seguir fingiendo. Ya no tiene sentido mi mentira.
No alcancé su mano para sostenerlo, no importaba cuánto anhelaba
hacerlo.

Marius se rio entre dientes nerviosamente, empujándose hacia arriba


sobre sus codos a mi lado.

—¿Qué te está molestando, Jak?

—Sé lo que le ha pasado a Katharine. —Incluso el mismo aire entre


nosotros parecía detenerse. Me deslicé de la cama, dejándolo en ella mientras
estaba de pie. La energía nerviosa burbujeó a través de mí—. Y me gustaría
poder decirte que ella estará bien. Pero conozco a las personas que la
mantienen bajo su control, y lastimarían a los suyos si fuera necesario.
Créeme.

Me volví hacia él y lo observé donde estaba sentado, con los ojos


deslumbrantes y el cuerpo rígido. Parecía que cada músculo de su cuerpo
expuesto se había tensado a medida que mis palabras se asentaban en él.

—Ayúdame a entender, Jak, porque me temo que tus palabras solo me


confunden.

Esto fue todo.

Levanté una mano ante nosotros. Los ojos de Marius se fijaron en ella.
Llegué muy lejos dentro de mí a la espiral de fuego que esperaba mi llamada.
Y respondió. Llamas rojas profundas hacían cosquillas a través de mí.

Marius estaba quieto, todo menos su boca que se separaba lentamente y


las líneas que atravesaban su frente mientras sus cejas se fruncían.

—Soy un brujo, Marius, y me enviaron aquí para matarte. Y los que me


enviaron tienen a Katharine ahora como ventaja.

Parecía que no podía recuperar el aliento mientras él observaba.

Entonces la llama que cruzaba mi mano se extinguió. Hizo un guiño fuera


de la existencia en un solo momento. Justo cuando la habitación temblaba
bajo el repentino rugido que se derramó de la boca dividida y con los dientes
de Marius.
Traducido por Emma Bane
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Mrs. Carstairs~

—No te acerques. —Aquellas tres palabras de Marius se sintieron como


un dolor punzante en mi pecho. Apenas salieron enteras y comprensibles a
través del siseo que salió de él. Su rostro estaba contraído, atrapado entre
dos emociones diferentes. Rabia y… ¿era tristeza o conmoción? De cualquier
manera, sentí cada momento mientras su mirada me atravesaba como la más
desafilada de las espadas.

Ni siquiera había dado un paso antes de que me gruñera aquellas palabras.


Todo lo que se interponía entre nosotros era la cama. No le impediría llegar
a mí si así lo deseaba.

También me estremecí, pero de una manera diferente a Marius. Mi frente


se humedeció y la habitación parecía derrumbarse sobre mí.

—Yo…

—Tú… me engañaste.

—No, sí, Marius, déjame explicarte. —No podía aferrarme a un solo hilo
de claridad.

Marius apretó las sábanas con un puño, las venas azules sobresalían de
sus brazos bajo la tensión.

—¿Por qué…? ¿¡Por qué!?

Una palabra, eso era todo. Era todo lo que podía evocar, pero suficiente
para apuñalarme en el estómago.

—Porque es para lo que fui traído. No tenía opción.

—Todos tienen opción. —Marius hervía de rabia, la saliva volaba tras su


gruñido.
—¿Tú también? —dije en voz baja e incapaz de mantener la mirada—.
Porque, por lo que tengo entendido, fuiste arrojado en esta situación al igual
que yo.

Los músculos del abdomen de Marius se tensaron cuando se lanzó hacia


adelante, golpeando la cama con sus palmas. Estaba seguro de que escuché el
chasquido de la madera.

—¡No me compares con lo que tú eres! ¡No somos iguales en lo absoluto!

Se me hizo un nudo en la garganta. Me resultó difícil tragar el bulto que


se había anidado en ella.

—No quise decirlo así.

—Entonces dime, Jak, ¿qué quisiste decir? —Escupió mi nombre como si


fuera un arma. Retrocedí, presionando una mano contra mi pecho.

—No necesitas creerme, pero lo que yo quiero es muy diferente a lo que


necesita mi familia. He aprendido más sobre ti en estas últimas semanas que
lo que he aprendido en años de estudio.

—¡Estudio! —chilló Marius, agarrando las sábanas en sus manos y


apretándolas—. No puedo creer que no lo vi venir. Me has atrapado en un
maleficio, al igual que lo había hecho esa maldita perra. Todo esto… no eres
nada diferente. Engañarme en la cama, forzar mi afecto. Todo para acercarte
lo suficiente para matarme.

Victorya estaba equivocada. Marius no suplicó por lo que yo podía


ofrecerle. Miré al suelo, esperando que mi cabello cayera sobre mis ojos para
esconder las lagrimas que escurrían de ellos.

—No mantengo ese tipo de poder sobre ti. —Cada palabra que me dijo
se sentía como si otra roca hubiera sido lanzada a mi alma, cada una dejando
una cicatriz a través de mi piel como un recordatorio—. Estás en tu derecho
de confiar en mí o no, pero no solo he aprendido más sobre ti, sino también
sobre mí. No quiero lo que mi aquelarre desea. Si me matas ahora, o durante
la noche final, no me importaría.

Marius se detuvo, pero me atreví a levantar la mirada, solo para observar


aún más desconfianza en su hermoso y dolorido rostro.
—¿Dime por qué ellos… ustedes desean mi muerte? —Su voz estaba
calmada, tanto que casi solté mi aliento en alivio.

Podía haberle dicho que no era mi deseo. Repetirlo una y otra vez, pero
la mirada en su rostro me decía que era muy tarde para eso. Él no confiaba
en que no era lo que yo quería. Ni lo culpaba por ello.

—Para evitar que fueras libre —dije con la voz entrecortada, bajando la
mirada hacia mis pies.

Hubo un cambio en el aire, peinaba el cabello de mi frente humedecida.


Miré a Marius que estaba a centímetros de mí. No podía respirar. Incluso
mientras me miraba fijamente, mi magia estaba firmemente escondida en las
profundidades de mi ser. Apenas sentí su presencia reconfortante y familiar.

Se mantuvo alejado de mí por disgusto. O tal vez sabía que no tenía


sentido ayudarme. No cuando estaba decidido a este resultado.

—¿Libre? Si este es otro de tus engaños, no…

—Había una profecía, sobre el lecho de muerte de mi ancestro, que decía


que una bruja llegaría en el centésimo año de la maldición. Yo sería el primero
de mi especie con vínculos con la magia, que traería la salvación para las
brujas o… la condenación. Si te asesinaba en la última noche, entonces la
maldición se rompería y el poder que te mantuvo encerrado aquí ya no sería
necesario. Sería restituido a aquellas brujas que hayan vivido sin él. Sin
embargo, si fallaba, y me asesinabas como lo hiciste con muchos Reclamados
antes, entonces la maldición también se rompería. No a favor de las brujas,
sino para ti. Estarías libre de este encierro. Libre para vagar por el mundo.
Libre para vivir sin control ni restricción. Libre para ser… tú.

Tuve que ralentizar mis palabras cuando sentí la necesidad de


apresurarme y decírselo. Como si nunca le hubiera dicho esto a nadie, que
fluía libremente de mí.

Había urgencia en mi relato. Observé el rostro de Marius con intención,


castigándome a mí mismo al memorizar su reacción.

Apenas pestañeó mientras yo hablaba, solo frunció los labios ante la


mención de la maldición.
—¿Y volvería a mi estado anterior? —Su voz parecía casi esperanzada. Me
dolió el corazón por saber que él no sería así. El cambio con la magia era
irreversible. Era el poder que lo mantenía aquí retenido lo que podía ser
revertido.

Negué con la cabeza, bajando la mirada hacia el suelo.

—Lo siento mucho.

—Entonces nunca seré libre. —Marius me dio la espalda y se alejó. Quería


alcanzarlo, detenerlo, pero mis brazos estaban congelados a mis costados.

—No me dejes, por favor. Descárgalo en mí, lo merezco. Necesito que


sepas que no soy como ellos. —Hice una pausa, disgustado por mí—. Ya no lo
soy.

—Me advertí a mí mismo no confiar en nadie. De mantener mi distancia


de un Reclamado porque el dolor que estaba por venir era demasiado grande.
Entonces apareciste tú. Con ese nombre. Que ahora tiene sentido que lo
tengas…

—Nunca supe…

—No importa, ¿verdad? El daño está hecho sin importar qué nombre
tengas. No importa cuáles sean tus intenciones. ¿Cómo supieron de Katharine?
¿Les informaste de su intromisión y supiste desde el principio que ella sufriría
el precio?

La adrenalina estalló a través de mí ante la mención de ella.

—Marius, yo no tuve nada que ver con Katharine. No le habría hecho eso.
Madre me dijo que Katharine había sido descubierta alimentando a su propia
madre con tu sangre. Eso fue lo que llevó la atención sobre ella.

—¿Entonces esto es mi culpa? —Se volvió, levantando los brazos a sus


costados. Por las esquinas de mi visión, capté las sombras que crecían a los
lados de la habitación, palpitando como una ola de oscuridad que crecía en
tamaño, alimentada por la ira de Marius—. ¿Eso es lo que estás tratando de
decir? ¿Y puedo atreverme a preguntar cómo conversaste con el mundo
exterior?

—Tenía un cuenco de adivinación.


—¿Tenías?

—Actualmente está tendido sobre el césped de tus jardines en


fragmentos de piezas carbonizadas. Madre sabe que he fallado antes del
último día. Ella ha visto mi cambio. No sentí la necesidad de mantener mis
vías de comunicación abiertas con ella porque le dije mi postura.

—¿Y cuál es tu postura?

—Que me he enamorado de ti. Nunca estuvo en mis estrictos planes, pero


ha ocurrido. Y todas las esperanzas de Madre y el aquelarre de recuperar el
poder con tu asesinato simplemente se han esfumado. He llegado a un
acuerdo con mi elección y moriré feliz sabiendo que ellos también sufrirán
cuando finalmente te liberes de estas barreras que te mantienen atado aquí.

Marius mantuvo mi mirada mientras me abría a él. En el momento en que


hube terminado, me sentí retroceder. Por vergüenza o timidez, no estaba
seguro.

Pero lo había dicho.

Esperé a que respondiera algo. Para ver si mis palabras derritieron la


dureza que había vuelto a su rostro. La expresión dura que no le había visto
en mucho tiempo.

—Cuando cambie, te sugiero que te escondas. Haz lo que debas hacer


para mantenerme alejado de ti, y tú alejado de mí.

Marius se volvió hacia la puerta y caminó hacia ella. Quería llamarle para
que no se fuera. Para suplicar, exigir, rogarle que se quedara conmigo.

Pero con cada paso que se alejaba, sentía que mi alma se partía. En el
momento en que me dejó, solo, con sus palabras de advertencia haciendo eco
entre nosotros, temí que nunca sería capaz de reconstruir mi alma.

«No es que importe ahora», el pensamiento se burló en mi mente cada vez


más oscura. Todo llegaría a su fin pronto. Todo. Pero, más importante, yo
tendría mi fin.
Traducido por Roni Turner
Corregido por Malva Loss
Editado por Mrs. Carstairs~

Las horas siguientes las pasé como si estuviera a la deriva en un río.


Algunos momentos eran tranquilos, y otros toscos y tumultuosos. Era
imposible saber cuándo me permitía respirar, sin pensar en la noche final que
se acercaba a cada minuto. Luego recordaba lo que estaba por venir y mis
incontrolables emociones se apoderaban de mí.

Marius se mantuvo alejado de mí. Ni siquiera Victorya me mostró su


rostro translúcido y omnisciente. En el comedor no se preparaba la comida,
ni se volvían a encender las velas. Incluso durante las largas y desperdiciadas
horas de luz del día, el castillo parecía más oscuro. Más frío.

Un escalofrío recorrió mi piel mientras me estudiaba en el espejo dorado


que estaba apoyado en la pared de los aposentos de Marius. Estaba más
delgado, eso era evidente. Sombras con forma de medias lunas se hundían
bajo mis apagados ojos verde esmeralda. La camisa de color crema que
llevaba colgaba de mi cuerpo como si hubiera sido confeccionada para
alguien del doble de mi tamaño, dejando al descubierto mi cuello y las dos
marcas anidadas entre los oscuros moratones que cruzaban mi piel.
Levantando un dedo para rodear la zona, todavía la sentía sensible y dolorida.
No tanto como una vez que la velada con Marius se había desvanecido mucho
tiempo atrás. La piel que rodeaba las heridas de los pinchazos se había
levantado, así que mi dedo recorrió las protuberancias gemelas con suavidad.

Y todo lo que podía hacer era pensar en él. En Marius.

Ansiaba su presencia. Tuve que morderme la lengua para no llamarlo en


los momentos más oscuros.

Pero temía ver su rostro decepcionado y desconfiado, y que solo me


destrozase más. Y a mí me quedaban algunos pedazos que apenas se
mantenían unidos.
En las horas silenciosas y solitarias contemplé las muchas maneras en las
que vería pasar la última noche. Sabía que no podía matarlo. No como había
planeado en un principio. Así que dejé que mi mente coqueteara con otras
posibilidades: ideas para retenerlo, para mantenerlo a raya el tiempo
suficiente para ver a esa desgraciada luna roja volver a su lugar de descanso
final. Siempre se había hablado de que se tenía que matarlo en la noche final.
Sin embargo, nunca se había planteado la posibilidad de retenerlo hasta que
terminara esa noche.

Como si no fuera una posibilidad que se me permitiera imaginar. No por


el bien de madre y del aquelarre y de cualquier otra bruja impotente que
sobreviviera en el gran mundo más allá de este castillo.

Nadie había especulado sobre lo que ocurría después de que la luna


bajara, dando paso al día siguiente.

Solo que yo sobreviviría y él moriría. Y que simplemente volvería a casa


justo a tiempo para el desayuno de la mañana siguiente.

Lo había repasado en mi mente innumerables veces, lo suficiente para


convencerme de que tenía esperanza. Un pequeño destello de esperanza de
que ambos saldríamos adelante.

Luego recordaba que no sabía nada de lo que debía afrontar.

Victorya no estaba disponible para explicarme nada, ni los libros que


Marius había escrito daban ninguna indicación de lo que había sucedido
durante esa última y fatídica noche.

Le había visto perder el control, solo ligeramente, pero incluso Marius


advirtió que no era nada comparado a lo que podría llegar a ser.

Recordar que estaba fuera de mi alcance parecía sofocar esa ceniza de


esperanza. Un círculo vicioso mientras navegaba las últimas horas en silencio.

El cansancio hacía que me dolieran hasta los huesos. No me costó mucho


esfuerzo mantenerme despierto durante la noche, tumbado aún en la cama
rota, esperando escuchar una señal de que Marius seguía habitando en el
castillo. Pero todo estaba en silencio.

No había pasos familiares, ni charlas.


Era como si yo fuera la única persona que quedaba en el mundo.

Y así era como me sentía, incluso dentro de mis sueños.

Había dejado las cortinas abiertas y me giré para ver el tinte rosado que
se extendía por la forma de la luna llena. Cada vez que miraba esperaba ver
una media luna blanca. Pero su coloración era una señal que conocía bien.

La noche siguiente comenzaría. Y terminaría.

Me aparté de mi inquietante reflejo, renunciando a las esperanzas de


dormir cuando la luz del día por fin atravesó el aire lleno de polvo de la
recámara. Cuando parpadeé, parecía que la persistente luna se había
incrustado en mi oscura mente. Un recordatorio constante de lo que la noche
siguiente iba a traer.

En trance, me ceñí la chaqueta a los hombros y me até patéticamente los


cordones de las botas mientras perdía la mirada en un punto de la pared que
tenía delante. Solo había un pensamiento que mantenía la energía suficiente
para seguir avanzando.

Marius. Tenía que ver a Marius. Encontrarlo y hablar con él.

Me moví por el castillo, más una cáscara que un chico, sin apenas fijarme
en lo que me rodeaba. Fui a través del comedor, hasta la puerta que me
llevaría a las fosas, muy por debajo de donde me encontraba. A él.

Me importó poco la puerta mientras levantaba una mano hacia arriba,


reclamando a mi magia para que me ayudara. Mi fuego fue el único elemento
que respondió. Conjuré la llama para acunar el pomo de hierro hasta que se
carbonizó convirtiéndose en maleable y débil. Luego pedí al viento que
escuchara mi llamada. A diferencia del fuego, se mostró reacio. Forcé mucho
mi llamada hasta que una sola ráfaga de viento agudo y fantasmal golpeó la
puerta y partió la cerradura en dos.

Ya no tenía sentido esconderse.

Avancé por el siguiente pasillo, chocando sin cuidado con la pared que
giraba y se retorcía. Aquí no había luz y no conjuré una llama para ayudar.

Avancé hasta que el camino terminó. No necesitaba luz para saber que
había una puerta ante mí. Cubierta por completo de cadenas. El candado a mi
lado. Manteniendo algo dentro, en lugar de fuera.

Estaba aquí. Encerrado.

Apreté las manos contra la madera de la puerta y apoyé la frente en su


superficie. Las lágrimas fluyeron libremente a medida que aumentaba mi
urgencia por verlo. Los golpes de mis puños resonaron en la oscuridad. Cada
uno de ellos era tan fuerte que me hacía temblar el cráneo. Pero continué con
mi torrente de golpes y puñetazos, intensificándolos hasta que la piel de mis
nudillos se rasgó y mis dedos se humedecieron con mi propia sangre.

Agarré el pesado y grueso candado y apreté, siseando entre dientes


mientras un grito de desesperación salía de mí.

«Arde». El fuego danzó por mis manos y muñecas, iluminando el espacio


ante mí con una luz anaranjada. «Arde». Miré, sin pestañear, forzando más
calor en el candado. «Arde». Se ablandó bajo mi tacto, convirtiéndose en
papilla al apretar mi puño. «Arde». Hubo un eco de dolor que se extendió por
mi palma, diluido por el fuego que brillaba en ella. «Arde». Un grito gutural
salió de mí cuando tiré con fuerza del candado. Se desprendió en mi mano, y
la red de cadenas se desparramó como un cabello inútil en el suelo a mis pies.
Los eslabones se habían clavado en puntos de la pared alrededor de la puerta,
e incluso habían sido ensartados por debajo del hueco a mis pies hasta el otro
lado.

Sin embargo, el hierro se desprendió como si fuera mantequilla, las


cadenas atadas por mi fuego. El tenue sonido del metal sobre la piedra vibró
en el aire mientras deseaba que el fuego muriera, devolviéndolo a las cálidas
fosas de mi interior hasta que volviera a requerir su presencia.
Bastó un suave empujón para que la puerta se abriera.

Me quedé en el precipicio, mirando la caverna de medianoche. Las velas


ardían en todos los rincones, fundidas en un monstruoso montón de cera por
años de reutilización. El resplandor era suficiente para ver el espectáculo que
me esperaba.

Los viejos barriles de madera se apilaban unos sobre otros, algunos


marcados con números y letras, rayados y descoloridos. Vino. Habían
contenido vino. Vi unos iguales junto a la barra de nuestra taberna local. Pero
aquellos no parecían tan olvidados y... vacíos como estos. Junto a ellos había
botellas de vidrio verde oscuro, algunas sosteniendo finas velas de pilar, otras
solo llenas de telarañas.

Pero no fue esa visión la que hizo que una descarga de desprecio
recorriera la capa entre mi piel y mis músculos.

Una tapa de ataúd abierta que revelaba su contenido descansaba ante mí.
Desde mi posición podía ver el brillo de una piel pálida acurrucada en un
lecho de sábanas de seda rubí. Di un paso hacia él, con la mano en el pecho,
sintiendo el violento golpe de mi corazón en su interior. Marius dormía, como
un niño mimado con material oscuro. Parecía tan tranquilo. Sus brazos
cruzados sobre su amplio pecho, apenas con espacio para moverse si
quisiera.

Pero estaba quieto. Mortalmente quieto mientras se perdía en su paisaje


onírico.

Sabía que no podía despertarlo, porque lo había intentado cuando


dormía a mi lado. Durante el día era como si no existiera. Un cuerpo, una
cáscara de hombre sin nada dentro. Solo por la noche cobraba vida de
verdad.

Me arrodillé a su lado y extendí una mano para tocar la suya.

—Tenía que verte —susurré, cogiendo su mano suave y relajada y


estrechándola entre las mías. Esperaba que su mano estuviera rígida, pero no
lo estaba. Estudié su rostro liso y sin líneas en busca de una reacción. Para
comprobar que me había oído, que había notado mi presencia. Pero Marius
ni siquiera se inmutó cuando hablé—. Me ha jugado una mala pasada saber
que te he mentido. Sé que no podré decírtelo ahora, pero te prometo que
lucharé. Lucharé para que los dos sigamos vivos durante la noche.

Me llevé su mano a la boca y apreté mis labios contra ella. Las lágrimas
empaparon mis mejillas y mi barbilla. Tenía un frío terrible, pero me aferré
a él con firmeza, su sensación familiar era bienvenida cuando lo único que
deseaba era que él también me abrazara.

—Superaremos esta noche que se avecina y pasaré una eternidad


compensando mis mentiras hacia ti. Te lo prometo. —Mi llanto se convertía
en un sollozo que me partía el pecho. Se me nubló la vista y se me tensó la
frente mientras intentaba recuperar el aliento—. No tengo a nadie más que a
ti. Un desconocido, pero al que conozco más que a mi propia madre. Mi
propio yo.

Me entregué a la tristeza que me tenía secuestrado. Era imposible


comprender cuánto tiempo estuve sentado allí, en las fosas de esta oscura
habitación. Solo cuando se me secaron los ojos y se me entumecieron las
piernas, contemplé la posibilidad de dejarlo en paz. Cuando volví a ponerle la
mano en el pecho de mala gana, noté algo en el agarre de su otra mano.

Saqué un trozo de pergamino doblado de su puño, con las manos


innegablemente temblorosas. Me resultó casi imposible desenredar el
pergamino. Lo acerqué a la llama de la vela más cercana y pronuncié en voz
alta la línea de escritura que atravesaba el papel amarillento.

«NO LE HAGAS DAÑO. RECUERDA. NO LE HAGAS DAÑO».

Era una nota. Escrita con las curvas familiares que Marius había escrito
en los innumerables libros de su estudio.

La leí de nuevo. Las palabras resonaban en la habitación y en mi mente.


«No le hagas daño». Se había encerrado en esa habitación. ¿Había sido esa la
tarea final de Victorya? «Recuerda». Sabía que había cambiado, y esto solo
consolidaba que se había convertido en algo diferente. Una criatura sin
pensamientos.

«No le hagas daño».

No importaba su ira y su mirada de odio mientras me contraatacaba


desde el otro lado de la habitación, él no quería hacerme daño.
La nota era una advertencia de sí mismo, para sí mismo.

No, no para él mismo, sino para la criatura en la que estaba a punto de


convertirse.
Traducido por Malva Loss
Corregido por Mr. Lightwood
Editado por Mrs. Carstairs~

Me desperté con una carcajada profunda y estruendosa. Tardé un


momento en percibirla cuando rompí el aturdimiento del sueño. Me había
quedado dormido, con la espalda apoyada en el armario que había empujado
contra la puerta del dormitorio. Era uno de los muchos muebles que había
movido para bloquear la única entrada y salida a la habitación a pie.

El poco sueño que tuve no sirvió para despejar las telarañas que se tejían
de hueso a hueso, y vena a vena.

Volví a escuchar con atención el ruido, sin saber se era una ilusión de una
pesadilla ya olvidada. Todo lo que podía oír era el latido de mi propio corazón
frenético y la respiración superficial. Pero entonces volvió a ocurrir. Una risa
que parecía temblar en las mismas sombras de la habitación. Venía de aquí,
pero también de muy lejos. Un ruido imposible de precisar.

Sin embargo, conocía la profunda risa y a su dueño.

Las cortinas abiertas permitían ver la oscuridad de la noche más allá de


la habitación. Desde mi posición en el suelo, no podía ver la luna de sangre.
Pero su profundo resplandor rojo sangre bañaba la noche y todo lo que había
debajo de ella. Como si la luna llena hubiera sido cortada y sangrara
profundamente por el mundo.

Se derramó en la habitación, olas de carmesí que tocaron todo lo que


tenía delante de mí. Levanté las manos y no vi nada más que el brillo rojo
sobre mi piel. No había tiempo para reñirme a mí mismo sobre cuánto tiempo
había estado dormido o cuánto había estado inconsciente. Recordé
vagamente que mis ojos se volvían pesados, pero lo achaqué a la falta de
comida y al largo día. Ahora no importaba.

Me puse rígido cuando la risa se estremeció a mi alrededor. Una risa lenta


y diabólica que se prolongó durante incontables y horribles momentos.
Las ganas de taparme los oídos con las manos y cerrar los ojos me
recorrieron. De decirme a mí misma que esto era un sueño y que, de hecho,
todavía estaba durmiendo. Pero si mi plan iba a funcionar, tenía que
permanecer alerta. Y ningún sueño comenzó de esa manera. Ese tipo de
sueños tenía otros nombres.

Sin importar si había sido entrenado para este momento, eso no impidió
el completo miedo y el pánico que me acribillaban.

—Cálmate —dije, concentrándome en mi respiración. Marius era fuerte,


probablemente lo suficientemente poderoso como para atravesar la barrera
que había creado con los muebles. Pero su risa, aunque cercana, también
estaba lejos. Su risa era diferente. Rasposa y profunda, como si fuera una
multitud de voces diferentes que se superponían entre sí.

Me levanté lentamente del suelo, mi cuerpo era inútil para detenerlo si


quería entrar. Levantando las manos en posición, preparado, me alejé de la
puerta y me adentré en la habitación.

Los momentos que siguieron parecieron prolongarse hasta el olvido. Me


mantuve lo más quieto y silencioso como era posible, tratando de identificar
si estaba cerca. Era imposible distinguir los violentos latidos de mi corazón
de los pasos más allá de la habitación.

—Jak. —La voz era una sinfonía al pronunciar mi nombre—. Jak, estoy
hambriento, Jak. Muy, muy hambriento.

Ansiaba que el techo se desplomara sobre mí. Marius estaba cerca. Su


última advertencia para decirme que me escondiera se coló en mi conciencia.
En lugar de eso esperé en el primer lugar en el que habría mirado.

Siguieron más momentos de silencio que no fue roto por su voz. No. Fue
un arañazo de clavos contra la madera. El sonido era tan incómodo que me
picaba la piel y la enfriaba con el sudor. Marius estaba al otro lado de la
puerta, sus uñas como cuchillas contra la puerta atrincherada.

—¿No me quieres ahora? —susurró Marius como un niño herido—.


Déjame entrar, Jak, por favor. Abre la puerta para que podamos… discutir.

No pude reunir una respuesta. Mi garganta se había secado por completo,


y mi lengua parecía haberse espesado en mi boca por el miedo.
—Déjame entrar para poder estar contigo. —Marius cambió su tono a
uno autoritario mientras gritaba parcialmente.

—¿Qué te detiene? —le respondí, sin poder ocultar el tempo de mi voz—.


Podrías entrar si quisieras.

Marius se rio, su risa se volvió maniática.

—¿Dónde estaría la diversión en eso… brujo? Vamos, no seas malcriado.


¿No me merezco un poco de diversión? —Salté hacia atrás cuando él golpeó
su puño contra la puerta, la madera crujiendo bajo su fuerza—. Déjame
entrar.

Volví a caminar hacia la ventana que había dejado entreabierta durante


mi preparación.

—No te voy a dejar entrar, Marius. Estoy haciendo lo que deseabas.

—No me confundas con el nombre que crees conocer. No nos parecemos


en nada.

La magia se arremolinó dentro de mí, despertando mi alma. Tenía un plan


para mantenerlo y este era solo el primer paso. De puntillas hacia atrás, hacia
la ventana, mantuve un ojo en la puerta. No quería alentar la conversación
por miedo a que oyera mi voz alejándose.

—Bonita noche, ¿verdad? —grité, esperando que eso lo distrajera de mi


distancia.

—Encantadora —ronroneó Marius—. El rojo siempre ha sido un color que


he admirado. Hay algo… apasionante en él.

—No es como yo lo describiría. —Mis manos tantearon el suelo


polvoriento y luego el pestillo de hierro que se había oxidado antes de que
yo lo abriera—. Me gusta más la mañana, si soy sincero.

—Lástima que no la verás —respondió con tanta rapidez que me cortó la


respiración. Me encaré al alféizar de la ventana hasta quedar en una percha.
Preparando el elemento del aire, le pedí que me escuchara cuando lo llamara.
Su cooperación era imprescindible para mi próximo plan. Enterré la ansiedad
de la posibilidad de caer a mi muerte antes de que Marius llegara a mí. Una
imagen de él bebiendo de mi roto cuerpo destrozado en el suelo, muy por
debajo de la ventana, atravesó mi mente.

«No. Concéntrate».

La noche más allá de la habitación era crujiente mientras el aire me


envolvía. Me impresionó lo bien que el fino cristal de la ventana mantenía el
frío fuera de la habitación. Era la última noche del último mes del año y el frío
de invierno era intenso. Mi mandíbula se apretó mientras me preparaba para
el frío, retorciendo mis muñecas y deseando que el aire siguiera mi orden. Era
un gesto sencillo pero que me mantendría en el aire durante el tiempo
necesario para alcanzar el techo del castillo.

Al mirar hacia arriba, mi estómago se revolvió en caída al asimilar la


altura. En la luz del día no parecía tan imposible. Ahora, mirando hacia arriba,
parecía que las agujas se alejaban de mí ante mis propios ojos.

«Concéntrate, Jak», advertí de nuevo, mis manos temblando a los lados


mientras el viento comenzó a escuchar.

El truco consistía en aguantar la respiración, no desperdiciar el precioso


aire en respirar cuando era necesario para mantenerme a flote.

Cerré los ojos, dispuesto a lanzarme de espaldas a la noche cuando un


aliento me hizo cosquillas en la oreja.

Giré tan rápido desde mi posición que caí al suelo de la cámara en un


nudo de ramas. Jadeando, me levanté para ver a Marius subiendo por la
ventana.

Su mirada era de obsidiana, no quedaba ni una sola briza de blanco. Sus


labios se partieron en una sonrisa, cortando sus mejillas, exponiendo filas de
dientes afilados.

Me arrastré lejos de él mientras sus dedos de punta negra doblaban el


delgado marco de las ventanas y rompía los paneles de vidrio. Una pierna
dentro, luego otra hasta que se paró frente a mí.

—Pensé que tardarías más que esto. —Parecía más alto, pero torcido. Y
su tono era casi… decepcionado, su labio inferior haciendo un ligero puchero
mientras me miraba—. Sería crudo admitir que esperaba más de una
persecución. Lo has hecho demasiado fácil.
Esta era la criatura que esperaba durante mis años de preparación. Y él
estaba lejos del hombre que había llegado a conocer. A amar.

Este ser ante mí era retorcido y oscuro. Su rostro no era suave, sino
afilado y arrugado con líneas. Su lengua, la misma que había explorado cada
centímetro de mi piel, ahora lamía hambrienta sus pálidos y casi inexistentes
labios.

—Yo no te invité a entrar —dije, forzando todo valor en mi tono que pude
reunir.

—Pareces olvidar que esta es mi casa. No necesito una invitación para


hacer lo que deseo.

Me escabullí hacia atrás hasta mi espalda, una vez más, presionada contra
mi barricada. No podía estar aquí. No así. Su presencia arruinó los siguientes
pasos de mi plan en un solo y horrible momento.

—Te has quedado sin palabras… eso te favorece. —Mi labio se curvó
hacia arriba—. Si esto es lo que me advertiste, no me asustas.

—¿No lo hago? —Apoyó su mano en una cadera, mostrando sus


colmillos—. Vergüenza

Miré la ventana abierta, sintiendo los restos de viento que todavía


esperaban mi orden, y luego volví a mirar a Marius.

—No quiero hacerte daño a ti… confía en mí.

Marius abrió la boca para responder, pero fue silenciado cuando mi poder
se abalanzó sobre él.

No lo vio venir. O tal vez el deslizamiento del hombre que conocía


simplemente me subestimó.

La acumulación de poder aún permanecía en mis huesos, esperando


pacientemente su liberación. Cuando levanté las manos y contuve la
respiración, las olas de viento se agitaron a través de la habitación hacia él.
Surgió de la nada y de todas partes al mismo tiempo. La fuerza se estrelló
contra su pecho, doblándolo como un muñeco, y lo arrancó de sus pies.
La ventana se rompió en pedazos, saliendo despedidos hacia la noche con
Marius. Cerré los ojos, esperando a que la mella del dolor se extendiera por
mi piel descubierta mientras los cristales llovían a mi alrededor.

Pero el viento que comandé mantuvo una barrera de protección.

Una vez que el elemento fue expulsado completamente de mi ser, me


desplomé en el suelo, abriendo los ojos para no ver más que destrucción. El
viento nocturno y natural hizo que las cortinas rasgadas bailaran en el lugar
donde Marius había estado segundos antes.

Preso del pánico, me levanté y corrí hacia el agujero que mi poder había
creado. Apenas me importaba mientras me agarraba del alféizar de la ventana
cubierta de cristales y me asomé al suelo más abajo.

Esperaba ver un cuerpo roto entre los cristales rotos.

Pero no lo vi.

No había nada más que niebla y sombra en el terreno cubierto de


vegetación.

Marius no estaba allí. Sentí tanto alivio que se me escapó un sollozo. Mi


respiración fue entrecortada e irregular mientras luchaba por no caer de
rodillas.

Hasta donde me permitía la vista, escudriñé el oscuro jardín, buscando


entre las sombras, buscando respuestas sobre cómo había sobrevivido a la
caída.

Entonces, mientras entornaba los ojos en la oscuridad, el eco de la risa


comenzó de nuevo.
Traducido por Malva Loss
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Mrs. Carstairs~

Era un juego para Marius el seguirme por el castillo. Su dominio de


sombra y piedra.

Durante horas jugamos, yo en el papel del ratón y Marius en el del gato


hambriento. No intentó acercarse a mí, aunque estaba seguro de que podría
hacerlo si quisiera. En cambio, me dejó correr de escondite en escondite,
riendo y rascando las uñas contra las paredes mientras me seguía.

Mi plan inicial se había arruinado y mi mente, presa del pánico, no tuvo


tiempo de hacer otro mientras buscaba con desenfreno el siguiente lugar
para mantenerme oculto. Lo mejor era seguir moviéndome, sin dejar que me
atrapara en un solo lugar.

El castillo era inhóspito. Mientras recorría los pasillos, no era el mismo


lugar que había habitado hasta ahora. Solo la luz de la luna roja permitía
visualizar el castillo olvidado. No había velas encendidas. No había olor a
comida recién preparada ni el calor habitual de los fogones encendidos en
cada habitación.

En esta noche, era como si me hubiera despertado en un lugar que había


sido dejado descuidado y sin tocar.

Me encontré en un pasillo desconocido, sin ventanas que lo hacía


cegadoramente oscuro. Mis manos tantearon las paredes, con la esperanza
de encontrar un espacio para esconderme dentro, o una puerta para
esconderme detrás. Desapareció la esperanza de conjurar la luz del fuego, ya
que eso le alertaría de mi presencia. Si es que no lo sabía ya.

La holgada camisa que llevaba estaba ahora pegada a la curva de mi


espalda por el sudor. Si el ruido de mis pies corriendo descalzos no gritaba
mi ubicación, estaba seguro de que mi olor lo haría.
Justo cuando mis manos encontraron la forma familiar de un picaporte,
un ruido resonó al final del pasillo.

De mala gana, miré hacia atrás. Durante largos y dolorosos momentos el


pasillo estuvo vacío. Entonces mi respiración se detuvo cuando una figura
corrió por él. En un parpadeo estaba allí, y luego desapareció. El corazón se
me llenó la garganta, latiendo con fuerza en mis oídos. Marius me había
encontrado.

Con las manos húmedas busqué a tientas el pomo de la puerta y la abrí


de golpe. Otra habitación oscura en la que corrí, sin molestarme en cerrar la
puerta tras de mí.

Me quedé de pie, bañado en la oscuridad, mientras observaba la puerta.

«Vamos». Mi cuerpo vibró con energía nerviosa. «Muéstrate».

Había quedado claro que Marius me acechaba. No había ningún escondite


que no descubriera. Rápidamente aprendí a seguirle el juego. Sin controlar mi
miedo mientras anhelaba que la adrenalina que venía con él, de la mano, me
ayudara a mí cuando llegara el momento.

—¿Por qué te has detenido? —Su voz me rodeaba. Giré en frenéticos


círculos, tratando de buscarlo en la oscuridad—. No me lo pongas fácil, Jak…
justo cuando empezaba a creer que lo estabas intentando.

Los pelos de los brazos se me pusieron de punta cuando su tono


retumbante y arrastrado se estremecía en cada rincón de la habitación.
Levanté una mano encendida en fuego para luchar contra las sombras,
descubriendo que no estaba físicamente en la habitación.

Todavía no.

Pero su poder de la oscuridad lo ayudaba claramente.

—Parece que te has perdido una importante lección —le grité, agitando
mi mano cubierta de fuego como si fuera una espada.

—Dime, ¿cuál sería?

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal mientras un aliento helado me


rozaba la nuca. Mi nariz se contrajo ante el sonido cobrizo entre las dulces
notas del vino. Me quedé rígido e inmóvil cuando un dedo con garras me
recorrió el cuello, deteniéndose en la base de mi oreja.

Si hubiera cerrado los ojos, no habría sido diferente a las noches


anteriores cuando me perdí ante su tacto. Aunque me sentía como si pudiera
simplemente derretirme bajo él, me quedé rígido.

No había atravesado la puerta, asegurando solo la sospecha de que su


persecución mundana a través del castillo, persiguiéndome, habitación por
habitación, no era más que un juego para él. Podía moverse entre las sombras.
Y ahora me tenía a mí.

Mi voz era débil cuando finalmente pronuncié una respuesta.

—Es de mala educación jugar con la comida.

—Esa fue una lección que debí saltarme. —Su uña bajó desde mi cuello
hasta la clavícula. No pude evitar inclinar la cabeza mientras recorría mi piel—
. ¿Por qué no te defiendes? —Su voz era de acero aterciopelado, suave pero
afilada.

Mi mente parecía gritar a un cuerpo que simplemente lo ignoraba.

—¿Es eso lo que quieres?

Marius bajó su uña hasta mi pecho, tirando de los cordones que


mantenían el material sobre mis hombros. No se detuvo hasta que la punta
de su uña presionó contra mi ombligo.

—Ardes con fuerza, pero mantienes tus llamas a raya. Siento que me
deseas. ¿Es por eso por lo que mantienes tu poder contenido? Si no vas a
luchar contra mí, entonces déjame tener lo que deseo…

Apenas registré cómo las llamas goteaban de mis manos aflojadas como
agua. El viejo suelo siseó cuando las lenguas de fuego hambriento se
apoderaron de la madera muerta. Parpadeé, lentamente, mientras la
habitación se iluminaba con las crecientes llamas de fuego.

Marius no se apartó de mí, ni siquiera cuando el fuego derritió el cuero


de sus botas o coqueteaba con el material de sus pantalones.
Jadeé ante el húmedo regazo de la lengua que me hizo cosquillas en el
cuello. Mi estómago se sacudió, instando al poder a arder más, más alto.

Marius gimió, rodeando mi espalda con un brazo y agarrando mi


mandíbula con el otro.

—Eres lo mejor que he probado. Como la miel y azúcar, tan dulce.

—Para. —Mientras escuchaba mi patética voz, era como si observara de


forma astral, apenas levantando mis manos para apartarlo.

—Dilo más alto —gruñó, con la voz vibrando contra mi piel mientras
presionaba sus labios en mi cuello—. Entonces quizá te escuche.

Luché contra mi propio razonamiento. Sería fácil ceder. Cerrar los ojos y
ver el final.

—Para —dije de nuevo, levantando las manos ante mi cara. El fuego bajó
hasta mis muñecas mientras su luz inoportuna se clavaba en mi mirada.

Marius siseó y aflojó su agarre. Con la falta de su voz, recuperé el control.


Me aparté, lanzándome sobre los ríos de fuego que devoraban la habitación.
Como si el resplandor ámbar me hubiera sacado de un aturdimiento, me alejé
de Marius.

Solo que él ya no estaba en la habitación. Solo estaba en fuego que


devoraba las sombras hasta que todos los rincones de la habitación estaban
bañados por su luz. Formas extrañas habían sido cubiertas por sábanas
empolvadas, reveladas por la luz de mi fuego. Muebles olvidados por años de
desuso. Una habitación perdida por los años oscuros que habían pasado
desvelaba por mi poder. Sin embargo, Marius se perdió en la luz, no
escondido en los rincones donde las sombras luchaban por mantener su
posición.

Había huido.

«Por ahora».

Me esforcé por ponerme de pie, incapaz de ignorar los lentos


movimientos de mis extremidades. Marius y su toque me habían hecho algo.
Me mantuvo debilitado y de calmado, efectos que aún persistían. Di un paso
atrás hacia la puerta y tropecé con mi pie. Cada parpadeo lento, cuando abrí
los ojos la habitación parecía haber cambiado.

Me sentía… borracho, con la mente nublada y mis extremidades


igualmente inútiles.

Me agarré al marco de la puerta al llegar a ella, notando la falta de fuego


a través de mis manos. Detrás de mí, el calor de las llamas restantes se
intensificó mientras la habitación ardía. Entrecerré los ojos, viendo cómo mi
poder persistente devoraba la habitación por completo. Se extendió
rápidamente, las paredes y el suelo crujieron como si gritaran de agonía.

Podría apagarlo, detener las llamas con un solo pensamiento.

Pero opté por ignorar la idea y dejé que se dieran un festín por la
habitación hasta que el fuego me persiguió cuando finalmente abandoné mi
peligroso escondite.

El fuego se extendió rápidamente, devorando el piso que había dejado y


muchos por encima de él. Pensé en el estudio de Marius, imaginando cómo
los libros solo alimentarían las llamas que se habían hecho dueñas de este
lugar. La culpa me apuñaló las entrañas mientras corría por las escaleras hacia
la entrada. Me llevé el brazo a la nariz para evitar que el humo embriagador
me arrastrara a un indeseado sueño. Uno del que no despertaría.

Marius no me interceptó. No cuando di dos pasos a la vez, prácticamente


tirándome por las escaleras hasta la planta baja. Las grandes puertas estaban
abiertas, dejando ver la noche más allá, un dominio de sombras y las bestias
que acechaban en ella.
Sin embargo, seguí corriendo hacia la salida mientras los sonidos de los
cristales rotos y los ruidosos chasquidos de la madera estremecían el castillo
en llamas.

El beso de la noche me movió mientras salía a trompicones. Solo di unos


pasos antes de caer de rodillas mientras la tos seca me abrumaba. Mis dedos
se clavaron en el camino de grava, el barro se hundió bajo mis uñas, mientras
deseaba que mis pulmones recibieran el aire fresco para luchar contra los
restos de humo que se atrevían a quedarse atrás.

Mis oídos sonaban con violencia. Cuando el sonido finalmente se calmó,


dio paso a un gruñido profundo. Un ruido salvaje y gutural que resonó a mi
alrededor. Levanté la vista lentamente, rígido de miedo. El fuego del castillo
arrojaba un brillo suficiente para alejar las sombras inmediatas que me
rodeaban. Pero entre esa oscuridad, apenas a un brazo de distancia, había
una multitud de ojos rojos brillantes.

A diferencia de Marius, sus sabuesos carecían de la sofisticación y la


paciencia para acecharme. Incluso cuando estaba en el camino, carecían de
las reglas que Katharine había explicado. Supuse que las reglas no se
aplicaban durante una noche de tales horrores.

Percibí su movimiento apresurado antes de que sus garras sombrías


abandonaran el suelo de tierra para abalanzarse sobre mí.

Profundizando en el húmedo suelo de tierra hundí las manos hasta que


mis dedos se convirtieron en las propias raíces que habitaban muy por debajo
de mí. Llamé a la tierra, instándola a ser mi protectora.

El suelo retumbó y se partió. El nivel de energía requerido me dejó sin


aliento. Cerré los ojos instantes antes de oír un resoplido cuando una raíz
atravesó las tripas del sabueso. Al abrir los ojos, vi hileras de dientes ante mí,
congeladas en el aire mientras más raíces feroces se unían a las primeras. Se
enroscaban en el oscuro pelaje de la criatura, conteniendo su ataque y
partiendo sus mandíbulas.

«Es tuyo». Forcé el pensamiento a través de mis manos y profundamente


en la tierra. La tierra no se demoró en aceptar mi regalo. La criatura se agitó,
con débiles intentos de liberarse. Pero más raíces se abrieron paso a través
de la tierra y lo encerraron, una guarida de víboras de madera, arrastrando
su festín a su guarida.
Percibí la reticencia de los otros sabuesos que veían a su compañero de
manada desaparecer bajo la tierra.

Una advertencia de lo que sería de todos ellos.

Bajé la mirada y gruñí, enseñando los dientes a los que me miraban, mi


gruñido de advertencia resonando a mi alrededor.

Entonces las risas comenzaron de nuevo, rompiendo el momento como


un cristal en el fuego. La manada de sabuesos se separó por la criatura que
caminaba entre ellos. Un paso a la vez, su piel blanca iluminada bajo el
resplandor rubí de la luna y el resplandor anaranjado del fuego.

Marius.

Miró el castillo detrás de mí, con los labios crispados mientras estudiaba
su destrucción.

—Los de tu clase destruyeron mi amor, mi vida y ahora mi hogar. Veo,


ahora, que no huyes de mí, sino que te limitas a rogar que te castigue. —En
un abrir y cerrar de ojos estaba ante mí, con sus fuertes manos rodeando mi
mandíbula mientras me levantaba del suelo—. Y te castigaré.
Traducido por Malva Loss
Corregido por Helkha Herondale
Editado por Mrs. Carstairs~

Me aferré a sus manos y le di un golpe con las piernas, preso del pánico.
Sentía como si mi cabeza fuera a explotar bajo la presión, ambas manos
empujando hacia dentro mientras me levantaba del suelo. Todo lo que podía
hacer era gritar, incapaz de aguantar la respiración mientras luchaba por
zafarme de su agarre.

—Eres mío. —Su siseo apagado apenas se registró mientras le daba una
patada. Marius no se inmutó ante ningún golpe. El dolor vibraba a través de
mis pies, sintiendo como si mis huesos fueran a romperse. Pero no me detuve.

Le clavé las uñas en las manos y los brazos, e incluso le golpeé la cara.
Todo ello sin que él se inmutara. Ni siquiera cuando las profundas gotas de
rubí florecieron bajo los cortes que dejé en su cara. Solo su lengua escapó de
su boca firmemente cerrada para lamer la gota que se atrevió a caer cerca de
ella. Ante mis ojos las marcas se curaron, la piel fresca se unió hasta que su
rostro volvió a ser perfecto. Intacto.

Empecé a suplicar, y sus grandes manos amortiguaron mis súplicas de


pánico.

—Marius, déjame ir. Por favor. Por favor, Marius.

—Tus intentos son inútiles, y aquí me hicieron creer que estabas


preparado para este momento.

No pude murmurar una palabra mientras sus manos apretaban más fuerte
cada lado de mi cara. Sentí que mis pómulos gritaban bajo su contacto.

Mi visión se duplicó. Se triplicó. Hasta que las esquinas de la oscuridad


comenzaron a cerrarse a mi alrededor. Todo lo que podía hacer era mirar
sus ojos de obsidiana, buscando ver una parte de su verdadero ser. Esperando
que el Marius que yo conocía me devolviera la mirada, se percatara de lo que
estaba haciendo y se detuviera.

Me rendí en mi lucha, perdiendo rápido la energía. La sola idea de invocar


mi poder simplemente se deslizó entre mis dedos.

—Por favor…—Me las arreglé de nuevo, la voz como un débil graznido—


. Me estás haciendo daño.

El mundo se desvaneció bajo mis pies en un solo momento. No sentí nada


mientras caía al suelo, con su toque persistente en mi mejilla. Me dolía el
cuello, un dolor terrible que se extendía por mi columna vertebral hasta mi
cráneo.

Me había dejado caer, mis rodillas ahora goteaban sangre de la piel


desgarrada y los pantalones rasgados.

Mirando a la figura que se cernía sobre mí, deseé que mi visión se calmara.

—Ojalá te quedara más lucha —gruñó—. Es una verdadera lástima que mi


banquete sea tan patético. Tan… débil. Prometí resistencia y me quedé
contigo. Espero que tu sabor valga esta vergüenza que muestras.

—Yo… no voy a luchar contra ti Marius.

Se burló, enseñando los dientes.

—¿¡Por qué!?

—Porque te quiero. Te dije que no te haría daño y… me atengo a esa


promesa.

Marius, o la criatura en la que se había convertido ahora, se chupó los


dientes con decepción.

—Entonces terminemos ahora. Me he cansado de esperar, lo que me está


quitando el apetito. Si me niegas el entretenimiento, entonces renuncio a
alentarlo.

Me balanceé sobre mis manos, desplomándome en el suelo. A mi


alrededor los sabuesos que merodeaban reaparecieron en la oscuridad
mientras su líder dio pasos hacia mí.
—Marius, si puedes oírme, por favor no hagas esto. —El cielo arriba
estaba aclarándose ligeramente, sugiriendo la llegada del amanecer.
¿Realmente había pasado tanto tiempo? Estaba cansado, agotado, mi cuerpo
era un desastre de dolores y molestias; no se curaba tan rápidamente como
el de Marius. Todavía podrían faltar horas, la mancha roja en el cielo, siempre
presente.

—Él no está escuchando. Esta es mi noche, el chico al que llamas no está


presente. —Marius sonrió, con los ojos oscuros brillando—. Tú deberías
saberlo. Más que yo. Es tu poder el que me creó.

—Reprendo lo que te hicieron —escupí, las losas rotas pellizcando mis


palmas mientras me alejaba de él—. Lo que ella te hizo… estuvo mal.

—Ella, tú. ¿Realmente importa quién tensó la cuerda del arco o quién creó
la flecha? Porque el resultado es el mismo. Y yo tengo hambre. Admito que
nunca he hablado tanto con mi cena. Normalmente gritan y se rinden a la caza
mucho antes de este punto. —Marius se detuvo ante mí, los sabuesos
vacilaban a su lado donde mostraban unos dientes amarillentos y serrados—
. Ponte de pie. Conoce tu destino.

Me estremecí cuando seguí su orden, no por miedo, sino por la explosión


de calor cuando otra ventana explotó en el castillo. Los ladrillos crepitaron y
se carbonizaron mientras el fuego seguía ardiendo. Marius no se inmutó por
el hecho de su hogar fuera destruido, desmoronándose ante él con cada
momento que pasaba.

Apenas miró hacia ella en todo este tiempo, incapaz de apartar su


hambrienta atención de mí.

—No voy a ceder ante ti.

—¿Y crees que necesito tu aceptación?

Sacudí ligeramente la cabeza, sin apartar ni una sola vez mi mirada de la


suya.

—Puedes intentarlo, pero llegará el amanecer y te quedarás sin comer. —


El hierro se extendió por mis palabras, el sabor amargo de la determinación
asomando la cabeza por última vez.
El pánico ensanchó su mirada, solo lo suficiente para que me diera cuenta.
Sus labios se afinaron, enderezándose en una apretada línea. La saliva le
cubrió ambos labios cuando finalmente rompieron en un gruñido.

—Me alimentaré.

«Fuego».

Desplegué los puños a ambos lados de mí, abriéndolos como una rosa en
primavera, brotes de llamas anaranjadas que se retorcían como advertencia.

—Lo intentarás y fracasarás. Entonces la mañana volverá, y con ella


volverá mi Marius. Volverás a mí.

El gruñido de Marius se intensificó en un sonido que parecía vibrar a


través de la misma noche. Los sabuesos a su lado hicieron eco de su ira ante
mi burla, cada uno inclinando sus vientres de pelo oscuro hacia el suelo en
preparación para una señal.

«Aire».

El mundo alrededor del castillo en llamas comenzó a gritar cuando los


vientos se levantaron. Una ráfaga de presión conjurada que sopló a través de
los terrenos, obligando a la suciedad y los escombros se arremolinaban en
torrentes alrededor de mis pies. El fuego que llegaba más allá de las ventanas
destruidas se dobló bajo su fuerza, anhelando y alcanzando a unirse a la
carrera del viento.

Marius movió su peso para dar un paso adelante, pero yo recogí aire en
mis pulmones y lo solté lentamente, animando al viento que nos rodeaba a
fortalecerse en una barrera.

—No te mataré, Marius, pero la preparación de mi vida no se


desperdiciará. Ya lo verás.

«Agua».

La lágrima que se me escapó no era de tristeza. No. Fue la invitación a las


gruesas gotas que empezaron a caer del cielo. No necesité mirar hacia arriba
para saber que las nubes esponjosas cubrían el cielo mientras el tinte rojo de
la luna maldita se apagaba, cubierto por mi poder. La lluvia cayó sobre mi
cabeza, mi piel, silbando mientras las gotas caían en las bolas de fuego
acunadas en las palmas de mis manos. Me arriesgué a parpadear, lo suficiente
para soltar otra lágrima. Entonces la lluvia cayó con fuerza sobre nosotros.
Cada gota que salpicaba contra mi cuerpo me hacía sentir más fresco.
Revitalizado bajo el beso del poder calmante y omnisciente del elemento. Se
agitó dentro de mí, y alrededor de mí.

«Tierra».

Sonreí, mirando a través de las láminas de lluvia mientras Marius se


tambaleaba de lado a lado. Bajo él, el suelo se agitó violentamente. Un grito
de sorpresa rompió su fachada cuando perdió el equilibrio debido a otro
temblor que se agitó debajo de él.

—¡Basta de juegos! —gritó por encima de los elementos. Marius levantó


una mano con garras para protegerse de los azotes de la lluvia y el viento que
lo golpeaban. El viento le apartó los rígidos cabellos blancos de la cabeza,
dejando al descubierto una piel brillante y unos ojos llenos de odio. No pude
oír lo que dijo a continuación por encima de los aullidos de sus criaturas que
se abalanzaban frenéticamente a su lado. Parecían gritar mientras su boca se
abrió en un círculo de oscuro olvido.

Entonces los sabuesos atacaron.

Todos a la vez se lanzaron como bolas de sombras, dientes y pelaje. El


tiempo pareció ralentizarse mientras cada uno de ellos abandonaba el suelo,
lanzándose con las mandíbulas, hacia mí.

Grité, alimentando mi emoción en el fuego de mis manos. Sentí cada


lengua de fuego que ardía en el castillo. Incluso los lametones de la luz de las
velas en el pueblo lejano, más allá de la barrera de este lugar. Mientras
deseaba el elemento para ayudarme, me convertía en él. Y él se convirtió en
mí.

La luz estalló ante mí, una ola de llamas que brotó de mis manos y creció
hasta convertirse en un monstruoso muro entre los sabuesos y yo. Vertí mi
desesperación en el elemento, haciendo que el calor se intensificara y el muro
de llamas ardiera de forma salvaje y abrasadora. Casi esperaba que las
criaturas pasaran directamente a través de ellas. Como la oscuridad a través
de cortinas desgastadas y llenas de agujeros. Pero sentí que los cuerpos de
sombra siseaban y parpadeaban fuera de la existencia al encontrarse con mi
poder. Ni un solo pelo pasó con éxito a través de mi barrera. Los devoraba
por completo. La luz acabó con la oscuridad. El calor destruyó el frío toque
de la muerte.

Ya no podía ver a Marius más allá del muro de llamas, pero lo percibía. En
el fondo de mi mente sabía que podía dejar que el muro cayera sobre él y
sería, como sus criaturas, destruido. Como un canto de súplica, casi cedí a
ello. El poder tenía una mente propia. Percibí su hambre como aquella de la
que hablaba Marius.

Lo quería a él. Para tomar su vida y devolver el poder que latía en su


interior a las brujas dispersas por el mundo. Todo lo que se necesitaba era
un pensamiento. Una voluntad y el fuego acabaría con esto.

Pero en el reflejo de la luz silbante, vi el suave rostro del niño que se


escondía en lo más profundo de la criatura que actualmente albergaba su
cuerpo.

Metí las manos hacia dentro, instando al fuego a retirarse y a reunirse de


nuevo dentro de mí. Se precipitó hacia mí, como un niño que regresaba a su
padre.

Los otros elementos se agitaron a mi alrededor, cada uno fuera de mi


control, mientras me concentraba solo en el fuego. Esperarían mi orden. Pero
por ahora tenía que luchar contra el canto de sirena para liberar mi magia
por completo y matarlo.

El mundo volvió a estar oscuro de repente. Solo el fuego que ardía dentro
del castillo proporcionaba luz. Mis manos estaban vacías y mundanas
mientras observaba el vacío ante mí.

Sin Marius. Sin sabuesos.

Solo yo y la oscuridad.

Al menos eso era lo que quería que creyera.

Antes de que pudiera gritar en la oscuridad más allá de mí, con pánico de
que mi poder lo hubiera alcanzado, una fuerza de la sombra me golpeó en el
estómago. Me tiré al suelo, girando el cuello y el pecho con la esperanza de
que eso me ayudara a mantener la respiración.
—Así que somos tú y yo. Has conseguido lo que querías, ahora es mi
turno de jugar mi parte.

Otro golpe de poder chocó contra mí, esta vez tirándome al suelo
empapado. Mis manos tantearon patéticamente para suavizar la caída, pero
fracasaron estrepitosamente.

Tumbado de espaldas, apenas podía mantener los ojos abiertos contra la


lluvia que caía sobre mí. Un parpadeo seguido de otro.

Entonces, la fuerza de un cuerpo me presionó y un rostro se inclinó sobre


mí, protegiéndome de la lluvia. Finalmente, parpadee el agua de mis ojos.

—Saborearé cada gota y solo me detendré cuando estés completamente


vacío.

No podía usar mis manos e invocar el fuego porque su peso me mantenía


inmovilizado en el suelo, sus manos agarrando como grilletes mis muñecas,
impidiendo lanzar las llamas.

Aspirando una bocanada de aire, Marius me tapó la boca con una mano
para evitar que exhalara. La ráfaga de aire que entró en mi pecho que me
quemó por dentro, una energía que necesitaba escapar y que invadió mi
interior.

Marius no volvió a hablar, sino que inclinó su boca partida hacia la curva
de mi cuello. No hubo lucha, ni patadas, ni puñetazos, ni fuerza que pudiera
reunir.

Así que hice lo que él anhelaba hacer y mordí su piel. La carne de su mano
era dura, pero pronto se rompió ante mi desesperación. Un chorro de sangre
fría lleno mi boca, amenazando con ahogarme. Sabor a cobre y, algo dulce,
como la miel. Explotó en mi boca, recorriendo mi lengua y mejilla como si no
tuviera más remedio que devorarla.

La energía volvió a inundar mi ser cuando su sangre entró en mí. Me llenó


de energía.

Marius echó la cabeza hacia atrás con un rugido, soltando su agarre lo


suficiente para que yo lanzara un golpe.
La ráfaga de viento que siguió lo arrojó de mí como si su cuerpo fuera
una pluma. Olvidado y ligero. Forcé cada gramo de aliento de mi cuerpo hasta
que la cabeza se me apretó y el pecho me dio un espasmo de anhelo. Las frías
gotas de su sangre se extendieron por mi barbilla, haciendo cosquillas al
cubrir mi cuello y el pecho.

No esperé a ver hacia dónde se lanzaba Marius. Me levanté del suelo una
vez más, mojado por su sangre y salí disparado.

Corrí hacia la barrera del borde del castillo, lanzando a ciegas mis manos
libres detrás de mí, ordenando que el suelo se dividiera, que el aire gritara y
que la lluvia se convirtiera en fragmentos de cristal helado, en mis intentos
de alejarlo de mí.

No me detuve hasta que la barrera estuvo ante mí, el final invisible del
castillo y donde comenzaba el mundo de más allá. Solo me detuve cuando
colisioné con la superficie ondulante de la barrera, golpeando los puños con
pánico y urgencia contra ella.

Sin embargo, se mantuvo fuerte, impenetrable. Me giré para enfrentarme


al mundo que tenía detrás, presionando mi espalda contra la fría capa de
sombra que me impedía salir.

El castillo ardía. Era un esqueleto de ladrillo y piedra. Materializándose


desde las sombras, Marius se acercó a mí, con una sonrisa en su rostro pálido
y mortal.

—No hay lugar para correr. Ningún lugar donde esconderse. Jak, no serás
capaz de mantener esto. No por mucho tiempo. Tienes poder, suficiente de
las brujas hambrientas que habían permanecido vacías desde que se lanzó la
maldición. Pero incluso tú tendrás tus límites. Y estoy listo para descubrir
dónde comienzan. Y terminan.
Traducido por Helkha Herondale
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Mrs. Carstairs~

Le arrojé todo lo que tenía. Cada gramo de magia y energía. Con cada
aliento rápido y delgado, comandé a los elementos como mis soldados. Mi
guardia. Y escucharon, de buena gana. Descargas de viento, fuego y agua. El
tiempo se me escapó de los dedos mientras perdía la capacidad de pensar en
cualquier cosa que no fuera mantenerlo lejos de mí. Fue fácil al principio,
manipulando la emoción que se agitó dentro de mí, alimentando a los
elementos mientras rabiaban como mi protección. Todo mientras mi espalda
estaba presionada contra la pared de sombras manteniéndome lejos a mí y a
él, de dejar este lugar maldito.

Observé con horror cómo la piel del rostro de Marius se derretía como
una ola de llamas corriendo a través de él. Fue un momento de cansancio. Un
lapso en mi juicio ya que no evité que el elemento le hiciera daño. Todo el
control se me escapó de las manos mientras miraba, un grito áspero
resonando entre nosotros, mientras el fuego devoraba su piel.

Mi estómago se sacudió y se retorció, la bilis subió por mi garganta


mientras tiraba de la llama de nuevo. Pero era demasiado tarde.

Marius fue atrapado en un rugido, con la mano levantada para intentar


hacer algo mientras la ola de fuego caía en cascada sobre él. Cuando bajó la
mano, la piel se había quemado hasta revelar el hueso. El lado de su rostro
fue el menos afortunado en contra de la peor parte de mi poder, expuso el
cráneo debajo, reluciente y prístino, goteando con carne derretida.

Quería llamarlo por su nombre, pero mi voz era una confusión de ásperos
graznidos. Mi garganta estaba tan seca que cada inhalación y exhalación
parecía alentar una sinfonía de cuchillos para cortarla.

Su grito de dolor y conmoción pronto cesó. Por un momento llenó la


noche, justo después, ni siquiera mi poder se atrevió a hacer ruido. El mundo
fue silenciado. ¿Había ido demasiado lejos? Incluso mientras parpadeaba, no
pude deshacerme de la imagen de la carne derretida contra el hueso
carbonizado. ¿Había completado lo que estaba destinado a hacer?

Marius levantó la mano ante nosotros y ambos vimos cómo la piel se


arrastraba de regreso al hueso. Su carne pálida era como una pequeña ola de
agua regresando a un bando de arena, dejando humedad a su paso.

Estaba curándose, rápido, ante mis ojos.

Marius giró su muñeca, mostrando la hazaña con orgullo. Mi atención


estaba completamente en torno al milagro ante mí. Carne muerta y quemada,
sanando, nueva y fresca.

Cuando bajó la mano, reveló su sonrisa llena de colmillos, lo último de su


piel se tejía de nuevo a través de su afilado pómulo.

—Me tuviste por un momento.

Marius hizo un chasquido con la cabeza hacia un lado, el sonido hizo un


ruido doloroso y fuerte por encima de los truenos de la lluvia que persistía a
nuestro alrededor.

—Lo admito, incluso yo estaba aterrado.

Me dolían los brazos cuando los levanté en defensa y amenaza.

—La próxima vez quemará a través del hueso. —No creía mi propia
advertencia, y por su sonrisa intensificándose, tampoco Marius.

Soltó una carcajada cordial al oír mi voz quebrada.

—Ambos sabemos que no me mutilarás. Podrías haberlo hecho hace


mucho tiempo.

Si no fuera por la fuerza constante de la barrera detrás de mí, habría caído


al suelo de cansancio. Chispas de fuego regresaron a mis palmas, pero no con
la fuerza que habían tenido antes. Incluso los vientos se calmaron a un suave
susurro y la lluvia se calmó en una relajante ducha.

—Deja que esto se termine, ríndete. —Marius caminó hacia mí,


esquivando los espirales de fuego que había lanzado, fallando su pie por
centímetros—. Has luchado mucho, pero siento que estás dispuesto a
rendirte. Escucha. Negarlo no te ayudara al final. Y el final llegará.

Mi mirada vaciló en su caminar, notando la cojera débil de su pierna. Era


tan sutil que pude haberlo ignorado. Entonces noté cómo su labio se curvó
hacia arriba con cada paso.

Estaba herido. No había sanado completamente como debería haberlo


hecho. Marius, aunque aparentemente ileso, estaba exhausto.

Y el claro del cielo nublado reveló por qué.

Atrás quedó la oscuridad de la noche, se avecinaba el azul profundo de la


advertencia del amanecer.

Una oleada de esperanza me atravesó al verla, seguida por el estallido de


una risa que se me escapó.

—Parece que te estás quedando sin tiempo.

La chispa pronto explotó en un incendio forestal de esperanza que llenó


cada centímetro de mi ser.

Marius miró hacia arriba, entrecerrando los ojos hacia el cielo brillante.
Una mueca de dolor le cruzó la cara. El rojo penetrante que llenaba el cielo
era ahora rosa, embotado por el azul del amanecer.

—¡Basta de esto! —El rostro de Marius se arrugó con pánico salvaje. La


desesperación convirtió su rostro en una máscara de duras líneas y colmillos
puntiagudos. Él arremetió hacia adelante con una velocidad imparable. Antes
de que pudiera hacer mi magia para ayudar, su mano estaba alrededor de mi
garganta, la otra agarrando mis muñecas y apretándolas juntas. Los huesos en
mis brazos y manos se sentían como si pudieran romperse, su agarre se
intensificó por su urgencia.

Una uña se clavó en un lado de mi cuello, perforando mi piel con facilidad.

—Ahh —suspiró Marius, sus ojos oscuros bordeando todos los lados
menos los míos. No podía hacer nada contra su agarre. No mientras mi cabeza
palpitaba, anhelando aire. Pero su dominio impidió que eso fuera posible—.
Se ha perdido suficiente tiempo.
Cerré mis ojos, la chispa de esperanza se extinguió cuando su boca se
cerró en torno a mi cuello. Su lengua se encontró con mi piel primero,
lamiendo ásperamente el corte que su uña me había hecho. Quería
encogerme al sentir todo su cuerpo temblando de emoción.

Esto era todo. Había tratado de prolongar este momento, esperando mis
propias razones egoístas de que vería la mañana y pasaría esta fatídica tarde.
Mientras sus colmillos presionaban mi piel, sentí un hilo de calma que me
invadía.

Para mí era el final, pero para Marius… era el comienzo. Concentré mi


mirada en el cielo iluminado, con las manos colgando inútilmente a mis
costados. Ahí no hubo dolor. No esperaba la agonía. Fue el tirón sensual que
había experimentado con él en su dormitorio. Mientras sacaba sangre de mí,
tomó mi calidez con ella. Comenzando por los dedos de mis pies, mis pies se
entumecieron con cada profunda toma.

Pero aun así el dolor no llegó.

Solo… alivio.

—Una se siente extraña mirando. –Una voz sonó detrás de nosotros.


Pensé que era una aparición hasta que la presión de los colmillos de Marius
se relajaron y gruñó, levantando su rostro del hueco de mi cuello. De repente
la sensación de filtrado y drenaje cesó y el calor se mantuvo acurrucado en
una bola profunda en mi pecho—. No era mi intención detenerte, Diosa mía,
no. Que terriblemente maleducado interrumpir la… cena sin una invitación.

Creí haber sentido miedo antes de este momento. Pero una nueva
puñalada de horror se enterró en mí al darme cuenta de quién era la que
hablaba. El sentimiento era como beber agua tras vino, en ese momento, mi
atención y comprensión volvieron a la realidad.

—Madre.

No podía darme la vuelta para ver la verdad detrás de mí, estaba más allá
de mi barrera. No cuando el agarre de Marius en mis muñecas se apretó. El
rugido retumbante se profundizó mientras él siseaba hacia aquellos que
estaban más allá de mi vista. Con un tirón fuerte me dio la vuelta,
obligándome a pararme frente a él, con un brazo alrededor de mi cuello,
manteniendo mi cabeza en alto, y con la otra alrededor de mi cintura. Me
sentí como un cordero perdido, atrapado entre las espirales de una serpiente,
mirando a un depredador mayor a lo lejos.

No era solo Madre quien estaba más allá del ondulante muro de sombras.
Las figuras encapuchadas del aquelarre estaban con ella, cada una
sosteniendo antorchas encendidas y otras con objetos relucientes con
extremos puntiagudos.

Y ahí, expuesta al frío de la mañana, estaba Katharine. Con el cabello


afeitado violentamente cerca del cuero cabelludo, exponiendo cortes y
heridas en carne viva en su cabeza. Ella tembló, con los hombros hacia
adentro mientras hacía todo lo posible por cubrirse el delgado y frágil cuerpo
con el trozo de material sucio que la envolvía.

Este era el último intento de Madre. Podía verlo en el ensanchamiento de


sus ojos. Un intento de distracción para darme tiempo de acabar con él.

—Me temo que me perdí toda la diversión. —Habló, su voz


dolorosamente tranquila—. Disculpas por la invitada adicional que traigo…

—Hazlo —espeté, apretándome contra Marius tanto como pude—.


Termínalo ya.

Le hablé a él y solo a él. La aparición de Madre lo cambió todo.

—Un desperdicio… —comenzó Madre, cruzando los brazos sobre la capa


oscura que usaba—. Un hombre tan guapo encerrado en este castillo por
todos estos años. Si hubiera sabido de tu belleza, tal vez podría haberte
visitado como una Reclamada yo misma. —Mi estómago se revolvió ante el
comentario de Madre. Marius me apretó más fuerte—. La Diosa sabe que
habría terminado la tarea hasta el final. Algo en lo que mi querido hijo parece
haber fallado.

—Te pareces a ella. —Marius hervía y salivaba sangre sobre mi hombro—


. Si me hubieras visitado, me habría complacido en drenarte mucho antes de
la noche final.

—Para ser una criatura de la que tanto se teme y de la que se habla,


seguro que eres capaz de ordenar las oraciones de manera correcta. Incluso
en la fatídica noche. Esperaba una criatura más bestial, una que no disfrutara
una conversación cuando todo lo que quiere hacer es alimentarse.
—¿Quieres a la bestia? —Su voz se profundizó, haciendo que las sombras
se curvaran en torno a nosotros.

Madre se apoyó en su cadera y escupió:

—Bueno, continúa. Muéstrame. Porque estoy viendo no solo a uno, sino


a dos patéticos seres. Haz lo que quieras mi chico, los nuestros se han
adaptado a nuestro destino pendiente. Sin embargo, no verás la noche
siguiente de todas formas. Lo siento ahora, la maldición en este lugar se está
debilitando. Pronto la barrera caerá y dejarás ir a esta criatura hambrienta.
Jak morirá y tú lo seguirás. Puedes tomar su sangre, el resultado para ti y Jak
será el mismo. Pero date prisa. —Ella miró hacia el cielo ligeramente, ambas
comisuras de sus labios se volvieron para arriba—. Le doy unos cuantos
minutos antes de que el sol levante su hermosa cara para que la veamos.

Seguí su mirada hacia el cielo iluminado. Estaba lo suficientemente


iluminado como para ver la ciudad adormecida materializarse a la distancia.
Hubo vacilación en el agarre de Marius. Hubo un momento que casi me
pierdo mientras su agarre sobre mí se relajó ligeramente, las uñas ya no se
clavaban en mi piel. Sin embargo, no me soltó por completo.

—Hazlo —susurré en una súplica—. Serás libre.

Madre hizo una mueca cuando admití en voz alta el resultado que estaba
a solo unos momentos de distancia. Estaba listo para el final tan
desesperadamente como Marius estaba listo para el festín.

Se inclinó, el aliento frío me hizo cosquillas en el cuello una vez más, luego
habló.

Palabras sutiles que me destrozaron en un millón de pedazos.

—No volveré a hacerte daño nunca.

Su voz era de naturaleza suave. Retumbó levemente, como si luchara por


un lugar en esta conversación. Temía que Madre sintiera mi rigidez y supiera
que algo andaba mal.

—Acaba con él, pero perdona el regusto del fracaso cuando hayas
terminado. —aulló Madre desde su posición más allá de la barrera debilitada.
Marius mantuvo su boca flotando sobre mi cuello mientras hablaba de
nuevo pero su agarre en mí se suavizó, suficiente para que yo lo sintiera, pero
no para que Madre lo viera.

—Soy yo.

Mi cuerpo tembló violentamente, tanto que Marius tuvo que devolver la


fuerza a su agarre para mantenerme de pie. En lo profundo sentí el poder
elevar su cabeza pesada mientras se preparaba para lo que estaba por venir.

Marius exhaló su siguiente susurro. Las palabras fueron ásperas como una
cuchilla, afiladas y al mando.

—Desata el infierno, Jak.

Sucedió tan rápido que me arrebató el aliento. Marius me empujó hacia


la barrera con un rugido. Levanté mis manos, esperando chocar con su
barrera, pero pasé a través de ella para sorpresa de Madre. Caí dentro de sus
inesperados brazos, tirándola al suelo.

Caímos por el suelo pavimentado, rodando sobre las ramas mientras ella
trataba de empujarme lejos de ella. Pero me convertí en peso muerto para mi
propia sorpresa y confusión.

—¡No! —gritó alguien cuando me detuve con las manos. Innumerables


manos de las figuras encapuchadas del aquelarre me sacaron del suelo. Madre
golpeó a los que se atrevieron a alcanzarla. Se puso de pie, enderezándose
mientras todos mirábamos a Marius que se elevaba frente a Katharine.

—Tonto —gritó Madre, su voz chillona como la de la temida banshee—.


¿Te atreves a jugar conmigo? —Si su dedo puntiagudo fuera un arma, Marius
habría muerto diez veces. Su brazo temblaba mientras lo mantenía levantado
hacia Marius.

Pero él me miró con una mirada suplicante y triste.

—Defiéndete.

—Eres libre —murmuré, con los ojos llenos de lágrimas.

No podía hacer nada. No cuando la mirada de Madre se volvió hacia mí.


En segundos ella estaba delante de mí, bloqueando mi vista de Marius. Una
línea de los miembros del aquelarre se formó entre ambas partes, blandiendo
sus armas en temblorosos agarres, cada uno dirigido a Marius, cuya postura
estaba doblada y lista para moverse mientras los miraba.

—Tomaría tus próximos pasos con cuidado… —le dijo Madre a Marius,
pero su mirada no se apartó de la mía. Ni siquiera para parpadear.

—La barrera ha caído, la maldición se ha roto y él está libre. —Saliva cayó


sobre su rostro mientras me acercaba lo más que podía hacia ella. Pero sentí
la resistencia de los que me sostenían—. Fallé con orgullo sabiendo que vas a
morir por su obra. Eso, Madre, es el final justo.

Madre hizo callar a los que me mantenían alejado como si estuviera


aplastando abejas. Sus dedos huesudos alcanzaron mi hombro y lo apretaron.
Aunque ella era impotente, su toque fue suficiente para silenciarme. Ella se
inclinó hacia mí, y con su frente presionó la mía mientras respondía:

—Entonces morirás con el mismo orgullo.

La confusión dibujó líneas en mi frente, mis ojos buscando su rostro en


una señal de mentira. Pero cuando miró hacia arriba de nuevo, una sola
lagrima se deslizó del rabillo de su ojo.

Lloró, pero no de tristeza o de dolor. Era otra cosa, algo más.

Quería gritar por Marius mientras la hoja que se ocultaba en los pliegues
de Madre salió a la luz. El viento sopló en su cabello negro azulado, empujando
cada hebra fuera de su rostro de modo que era imposible no ver su expresión.
Líneas arrugaron su frente y estaba seguro de que estaba gritando.

Pero el sonido no me alcanzó. Ningún ruido lo hizo.

En un momento la hoja estaba cortando el aire entre nosotros, y en el


otro la punta afilada me cortó la garganta.

De un solo golpe, fue indoloro. Por un momento no pude registrar lo que


había sucedido mientras mis manos buscaban a tientas para descubrir la
verdad.

Rojo. Las yemas de mis dedos estaban rojas. La confusión se extendió a


través de mí por un momento, pero pronto se desvaneció. Mi boca se abrió
y tomó un respiro, gorgoteando mientras la sangre estallaba como burbujas
en lo profundo de mi garganta.

Un rocío rojo salpicó la mirada amplia y sin pestañear de Madre. Esa


lágrima ya no era lo único que mojaba su rostro.

Pero antes de que pudiera sentir el calor de la sangre esparciéndose por


mi cuerpo, fui invadido por una oscuridad helada y silenciosa. Mis ojos se
encontraron con los de Marius por un momento. Sonreí.

Entonces nada.

Solo me recibió la dulce, tranquila e incontrolable canción de cuna de la


muerte.
Traducido por Helkha Herondale
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Mrs. Carstairs~

Marius

Mi cuerpo era una prisión de agonía. Hambre caliente y punzante se


apoderó de mis entrañas y me retorció. El dolor casi sacó el aire de mis
pulmones, dobló mis rodillas, hizo que mi mundo girara, agarrando con sus
afiladas garras mi estómago, con implacable demanda. Sin embargo, el
sentimiento no era más doloroso que la picazón que comenzó a extenderse
a lo largo de mi piel. Un incendio, mucho más grande de lo que Jak había
invocado hace no mucho tiempo, me quemó, lo trajo el rozar del amanecer
que se apoderó del mundo.

No corrí en busca de refugio, no mientras miraba el rio rojo extenderse


por su cuello, bañando su pecho hasta que la sucia camisa color crema se
manchó más allá del arreglo. Cómo el color de la vida desapareció de su
rostro, sus rasgos se relajaron como si se hubiera quedado dormido con los
ojos bien abiertos.

Así que así era. Morir. La inconsolable muerte, algo que había deseado
para mí mismo más veces de las que podía contar. Por lo general, cuando mi
Reclamado moría por mi mano, todavía estaba en la disociación provocada
por la maldición. Pero Jak lo había hecho, me impidió alimentarme hasta el
amanecer. Había venido a sostenerlo en mis brazos, mis dientes rozando su
suave y acogedor cuello. Fue una dura sensación, como si de tirón me hubiera
despertado de una pesadilla, jadeando por respirar como lo haría un recién
nacido.

Jak, a pesar de romper con éxito la maldición, me había regalado una


nueva maldición. Ver cómo moría delante de mí. Sin seguir siendo bendecido
con la inconsciencia. Aislado.

No parpadeé. Negándome a mirar hacia otro lado por un momento


mientras la luz se apagaba de sus hermosos ojos. Ojos que había mirado
profundamente mientras lo sostenía. Cómo brillarían desde dentro cuando él
me veía, o cómo hablaba de los temas que adoraba. Ojos que yo había hecho
llorar. Ahora el color brillante de su azul pareció desvanecerse a un gris
pálido, una capa de nada parecía pasar sobre ellos mientras su mirada se
perdía para mí.

Un momento él estaba ahí, sus ojos suplicando a los míos a través de las
ventanas de su alma. Luego, como la llama de una vela, desapareció. Se
extinguió.

—Jak. —Registré las letras de su nombre. ¿Lo hablé yo? ¿O alguna persona
se atrevió a decirlo en voz alta?

Esperé a que registrara el llamado y respondiera. Para levantar su


hermosa cara angulosa con esa sonrisa, la cual se levantaba más desde la
esquina izquierda de su boca que de la derecha. La sonrisa que arrugaba tres
líneas al lado de cada ojo. Como levantaba su ceja en una señal de picardía.

No registré nada más que él. Ver su muerte calmó el hambre que rayaba
mi conciencia. Anuló la punzada del hambre. Como dentro de un caparazón,
mi respiración hizo eco en mis oídos, silenciando cualquier otra cosa a mi
alrededor.

No duró, este momento de paz mientras veía cómo la muerte se lo


llevaba.

Mi propio dolor se intensificó cuando el sol finalmente amenazó con


romper la curva de la tierra.

«Espera». Deseé que la mañana escuchara, mis sombras se alejaban de mí


mientras las luces su unían al funeral. «Por favor, espera».

Ella habló, la mujer cuyo agarre codicioso sostenía a Jak, con el cuchillo
todavía en su mano, chorreando sangre por el suelo.

—Ven y atrápalo. –Su brazo, flojo a su alrededor. Mi Jak. Ella habló de


nuevo, pero no la escuché, no sobre el rugido de ira que me atravesó.

El ruido de su sangre goteando era terrible. Seductor y mortal. Mis ojos


se movieron rápidamente hacia él, con la boca entreabierta, mientras
observaba cada salpicadura.
—Jak. —Su nombre de nuevo, esta vez sentí el tirón de mis labios al
terminar de hablar. Gritando. Estaba gritando.

La mujer sonrió y lo soltó. Un empujón y ya no lo estaba sosteniendo. Su


cuerpo colapsó debajo de él. Se cayó. Yo me moví.

En un abrir y cerrar de ojos estaba en mis brazos. Todo lo que pude


procesar fue su toque, tan frío como el mío, mientras la sangre corría a ríos
a través de mi chaqueta desgarrada y chamuscada. Bajé su cuerpo rígido al
suelo, mi mano ahuecando cuidadosamente la parte posterior de su cabeza.
Alguien estaba llorando. ¿Era yo?

Apenas sentía la incomodidad, no mientras lo acostaba. Todo en lo que


podía concentrarme era en él. Jak. Su sangre. Cómo nunca parecía detenerse
de bombear de la herida irregular a través de su cuello. La alcancé con el
dedo, luchando contra el impulso de llevarme un poco de ella a la boca.

Entonces una mano se acercó a mi hombro. Un dedo con uñas,


tocándome para llamar mi atención.

Me volví y entrecerré los ojos ante el repentino resplandor de luz. Luego


el cuerpo de la persona se movió a la vista del amanecer y la vi sonreír. Sus
labios delgados se separaron, revelando la línea de perfectos dientes blancos.

—Estar encerrado todos estos años… siento que es por lo único que te
dejo mirar el amanecer en paz. Verlo en toda su gloria y saber que te
encontrarás con mi patético hijo en cualquier infierno que visites en el más
allá.

Registré el murmullo del grupo de figuras encapuchadas detrás de ella. Y


a Katharine. La dulce y joven Katharine, cuyo aroma gritaba miedo y pánico.
Estaba tendida en el suelo, su expresión era una mezcla irregular de ira y
tristeza. Sus ojos redondos se humedecieron, sus labios se torcieron en una
mueca.

—Mátalos… —Leí sus labios más de lo que la escuché. La orden. Tal vez
dijo algo completamente diferente, pero todo lo que pude hacer fue pensarlo.
Matarlos. Matarlos.

Devorarlos.
Volví a mirar a la mujer que estaba por encima de mí, una estatua de
piedra tallada de odio.

Su sonrisa se endureció. Y le devolví la sonrisa.

—Te pareces a ella —le dije, con voz ronca y profunda—. Y a menudo
soñaba con lo que sería devorar su sangre después de que ella me maldijera.

La mujer, la madre de Jak, levantó la daga y colocó la punta ensangrentada


en la palma de su mano.

—¿Y a qué pensaste que sabría? ¿Dulce venganza o arrepentimiento?

Mi agarre sobre Jak, su cuerpo terriblemente frío, se estremeció cuando


comencé a temblar.

—No lo sé. Pero supongo que estoy por averiguarlo.

Su expresión vaciló y separó la boca para escupir aún más odio. Pero esta
vez no la dejé.

En un abrir y cerrar de ojos estaba frente a ella, con los dientes clavados
alrededor de su cuello. Ella sangró libremente en mi boca. Succioné. Mucho.
Muchísimo. Bebiendo cada onza de ella mientras el calor de la mañana se
intensificaba.

Pero su fuente de vida me llenó de una fuerza renovada. Así que seguí
bebiendo.

Nadie se atrevió a interrumpir.

Ella no podía hablar porque mi mordisco le había desgarrado la garganta


tan profundamente que solo se oía un patético gorgoteo mientras luchaba.

El golpe de sus uñas contra mí pronto se detuvo y sus brazos colgaron


flácidamente a sus lados. Su peso cayó sobre mí, muerto y rígido. Como su
hijo que yacía a nuestros pies.

Registré el cuchillo incrustado en mi estómago mientras me apartaba de


ella. Mirando hacia abajo, con el cuello tenso, vi la empuñadura y la agarré. El
resbaladizo y mojado canto me hizo temblar mientras lo sacaba de mí,
todavía con el cadáver en mi brazo.
No hubo dolor, no con la fuerza relampagueante de fresca, débil pero
poderosa sangre, uniéndose a la mía. Incliné mi cabeza hacia atrás, soltando
un suspiro mientras su sangre comenzó a secarse en mi barbilla.

—No sabe a ninguna de las dos. —Le hablé al cielo mientras la euforia de
la alimentación me tuvo cautivo en un momento de dicha.

Cuando terminé con ella, no la bajé al suelo suavemente, simplemente la


descarté con un empujón.

El sonido de su cráneo crujiendo contra el suelo enlosado fue una


bendición. Resonó en mi propia mente en un bucle agradable. Uno que nunca
deseaba olvidar.

No me molesté en limpiarme la sangre de la boca y la barbilla, no mientras


rugía hacia el aquelarre que ya estaba huyendo hacia la ciudad despierta. Ni
una sola persona se quedó a pelear. Estacas puntiagudas de madera y
utensilios afilados de cocina fueron tirados por el suelo, sin sentido.

—Tienes que cubrirte. —La amable voz de Katharine se registró de algún


modo dentro del rugido interno—. No te me mueras también.

Sus palabras fueron el ancla que necesitaba de la euforia. Mientras su


toque suave se recostaba en mi hombro, fui devuelto a la realidad.

A este infierno viviente.

Me volví para mirar a Katharine, que me abrazó. Estaba temblando


violentamente. Sin embargo, no pude encontrar la fuerza para sostenerla, no
mientras miraba el lugar donde yacía Jak en el suelo, cuyo rostro estaba
viendo hacia otro lado.

Hice una mueca cuando más luz se unió al cielo; los primeros rayos de la
mañana por fin salieron a existencia.

—Tenemos que irnos —murmuró Katharine.

—Jak. —Dije su nombre en voz alta, esperando que simplemente se diera


la vuelta y me enfrentara como había hecho tantas tardes a mi lado. Pero
estaba quieto.
Katharine tiró de mi brazo, pero me aparté de ella. No iba a dejarlo, no al
lado del cuerpo rígido de su madre. Pasando sobre ella, me moví hacia él, las
súplicas de Katharine se volvieron frenéticas. La cabeza de Jak colgaba hacia
atrás mientras lo levantaba del suelo, sus extremidades duras y su cuerpo más
pesado ya que la muerte realmente se apoderó de él.

Katharine ya se estaba moviendo hacia el castillo, haciendo señas para


seguirla. Y lo hice, lentamente, permitiendo que la incomodidad se hiciera
realidad, un dolor ardiente mientras la luz me bañaba. Si reducía la velocidad,
¿moriría con él? Juntos. El pensamiento no me asustó. Pero Katharine atrapó
mi atención. No la podía dejar atrás.

Las ruinas del castillo ahora estaban vacías del fuego de Jak; habían
muerto cuando el cuchillo cortó su cuello. Solo quedaron espesos zarcillos de
humo, paredes grises y plateadas que se filtraban hacia el cielo.

Y caminé hacia los restos, lejos de la barrera destruida que me mantenía


alejado del mundo. Caminé hacia el recuerdo carbonizado de mi vida, mi
muerte, mi eternidad. Caminé con él en mis brazos.

Victorya no me saludó cuando crucé el límite. Tampoco los otros


fantasmas de mi pasado, mientras me dirigía, de memoria, hacia los túneles
que conducían hacia la intacta cámara de oscuridad.

Katharine guio el camino, con los pies descalzos acariciando el suelo en


ruinas. Me regalaba pequeños momentos para mirar hacia arriba mientras la
seguía, rápidamente concentrándome de nuevo en el chico en mis brazos.

En Jak.

Mi Jak.

Nunca había terminado de esta manera. Conmigo consciente mientras


sostenía los restos de un Reclamado. No desde el primero. No desde que
cargué a otro chico llamado Jak. Un círculo completo. Así se sentía.

Me sentía cansado. Más aún cuando finalmente pasamos por debajo de la


puerta destrozada en el camino en sombras que conducía al vientre del
castillo. Solo el olor a piedra quemada y madera permanecía ahí.
Daba igual. Su fuego podría haber quemado todo este lugar hasta que
fuera nada más que ceniza. No me hubiera importado. No si eso significara
que aún estuviera vivo.

Conmigo.

Viendo hacia la mañana como hubiera deseado.

Creo que Katharine estaba hablando. Para mí o para ella misma, no


estaba seguro.

No había palabras que pudiera reunir para responderle, no mientras


quería compartir el mismo silencio sepulcral del chico en mis brazos. Temí
que si hablaba me iba a perder un movimiento de él. Un ruido sutil o una pizca
de su expresión que probaría que todo esto era una ilusión. Una broma
desagradable que me había jugado.

Luego me detuve, topándome con Katharine que me bloqueaba el paso.


Entonces alcé la vista y vi que estábamos en un pequeño aposento. Cadenas
derretidas y rotas yacían a nuestros pies. ¿Yo las rompí? ¿Las quemó el fuego?
El candado era un lío de hierro fundido.

—Deberías acostarlo Marius.

Quería rechazarla en voz alta, pero apenas logré negar con la cabeza para
ignorar su sugerencia.

Luego sus pequeñas, sucias y gastadas manos tomaron a Jak con cautela.

—Entiendo que estés herido. Créeme. Pero debes dejarlo descansar.

—Aún está sangrando —rugí, con la voz ronca y lastimada—. Lo empujé


hacia ella, es mi culpa. Y todavía sangra, mucho después de que su madre
dejara de sangrar.

—Déjalo en el ataúd Marius, recuéstalo.

¿No me escuchó?

Me quedé mirando la sangre, cómo ahora se veía de obsidiana y profunda


en la habitación oscura. Un río de sangre negra ahora cubría mis brazos,
pecho y manos. Pero ni una vez me atreví a agacharme y probar. No estaba
lleno, ni mucho menos. Pero el sentimiento, el ansia de urgencia se había
marchado con la llegada del amanecer.

El control había vuelto, pero por el precio de su vida.

En algún momento, Katharine me guio por el codo hacia el interior de la


habitación. Golpeé la base del ataúd con marco de madera y me detuve. Con
mucho pesar bajé a Jak hacia el ataúd, con la mente gritándome que lo dejara
en mis brazos. Pero solo había un pensamiento que no cesaba mientras
miraba a su expresión aparentemente dormida.

—Yo podría curarlo —le dije a Katharine—. Como te curé a ti. A tu madre.
Traerlo de vuelta.

Vi la mueca de dolor en el rostro de Katharine al otro lado del ataúd. Pero


con sus ojos mundanos ella no podía ver mi expresión, o la falta de ella.

—Los muertos no pueden ser curados. Solo los vivos. Se ha ido, Marius.
Lo siento.

Sentí una burbuja de desafío subir a la superficie de mi alma. Mordí mi


propio labio, rompiendo la piel hasta que mi boca se llenó de mi propia
sangre. Retrocedí ante el sabor de mi fuerza vital. Amarga, añeja y rancia.

—¿Cómo puedes explicar tal filosofía cuando yo estoy muerto, pero


puedo soportar todo menos la luz del día…? —rompí el silencio, con la mente
ardiendo de determinación—. Él me quemó con fuego, sobreviví. Vivo años
sin calor en mi piel. Soy la muerte, pero sigo adelante. Si no lo intento, nunca
me perdonaré a mí mismo.

Una mirada a los ojos de Katharine y fui testigo de su comprensión, antes


de que la mía me alcanzara.

—¿Funcionará?

Mi uña afilada ya estaba presionada contra mi brazo. No sentí el corte


cuando rompió mi piel mientras murmuraba

—Por mi bien, y por el del mundo más allá de este lugar, eso espero.
Aprendí hace mucho tiempo que la maldición tenía sus raíces en la sangre.
Un desafío a la vida eterna que había que rellenar año a año. Pues mi sangre
era fuerza de vida, y no mía en absoluto. Eran los restos de cada Reclamado.

Sin embargo, esto era diferente. Mi cuerpo debería estar lleno de la


esencia de Jak. Debería desear alimentarme de él, incluso ahora. Pero no.

¿Realmente se había roto la maldición? ¿O simplemente se había


fracturado?

El hilo de sangre pasó por mi antebrazo, corriendo alrededor de mi


muñeca como un aro de rubí antes de gotear hacia la boca ligeramente
entreabierta de mi amor. Mi Jak.

Con precisión, cada gota nunca pasó por alto la oscuridad que la
esperaba. Goteo. Goteo. Goteo. Sus labios estaban terriblemente blancos.
Goteo. Goteo. Goteo. Pasé mi uña más abajo en mi brazo en línea recta,
pidiendo más sangre para derramar. Goteo. Goteo. Goteo. Mi voluntad llenó
cada gota, llevando mi súplica profundamente dentro del cuerpo inmóvil y
rígido de Jak.

Goteo. Goteo. Goteo.

Mi fuerza salió de mí, entrando a él. Cada momento me estaba sintiendo


más cansado. Parpadear se estaba volviendo más pesado, más lento. Cada vez
que mi piel se cerraba, la abría de par en par. Sacudiendo mi cabeza, gruñí
con frustración, tratando de mantener mis ojos en él. Pero se estaban
volviendo más pesados a medida que más sangre se derramaba.

Goteo.

Goteo.

Goteo.

—Despierta, mi amor. Porque no creo que pueda soportar la espera de


verte de nuevo en la muerte.
Traducido por Malva Loss
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Mrs. Carstairs~

Desperté de la oscuridad, a la oscuridad. Mi mano golpeó mi pecho


mientras jadeaba para respirar, solo para sentirlo vacío. Hueco. Sin el suave
latido de mi corazón. No se sentía diferente a tocar una cáscara vacía o una
piedra olvidada.

Bajo la palma de mi mano, mi piel se sentía extraña, fría. Separé la boca


para gritar a la oscuridad, pero mi garganta estaba seca. No podía articular
palabras, solo un jadeo rasposo de un ruido que sonaba extraño a mis propios
oídos.

Sed. La sensación era intensa. Me golpeé la boca seca, sin pensar en nada
más que en los frescos chorros de líquidos que sacarían la necesidad de
beber.

Sentí como si me hubiera liberado de un sueño. Una pesadilla. Sin


embargo, los eventos de lo que había experimentado eran nebulosos y
distantes. Mantenidos alejados por la necesidad de… alimento.

Una mano se movió de mi pecho a mi cuello. No sabía qué esperar, pero


el suave roce de la piel me sorprendió. La otra mano se dirigió a mi estómago,
que pareció sufrir un espasmo en lo más profundo, el hambre que no había
sentido antes. No. No era solo hambre, sino también sed. Mientras más me
despertaba, los sentimientos afloraban junto a mí, desplegándome como un
gato dormido al estirar sus extremidades.

Un ruido sonó desde algún lugar en la distancia. Un arrastre de pies. Era


fuerte y silencioso a la vez, tanto que no podía distinguir su distancia. Luego,
al volver en mí, pude escuchar otros ruidos. Sonidos que no había registrado
antes. El leve arañazo de unas pequeñas patas contra la piedra. Ruidos que
solo podían ser de una rata o un ratón buscando comida.
De repente, el mundo, más allá de la oscuridad, cobró vida, y lo escuché
todo.

Apretando una mano en mi vientre, cerré los ojos con fuerza, tratando de
concentrarme en el único sonido que podía entender.

Unos pasos se dirigían hacia mi ubicación. Con cada paso sus pisadas
crecían e intensificaban su sonido.

Mi estómago se sacudió y la mandíbula me dolió como si mis dientes


bailaran dentro de mi boca. La ardiente llamada del fuego se extendía por mi
mandíbula como si se creciera dentro de mi cráneo. La sensación se unió al
ardor que se intensificaba en mis tripas y la sequedad de mi garganta.

La oscuridad era un malestar, un vacío de agonía mientras me despertaba


de verdad.

Mis dedos se dirigieron a mi boca mientras el impulso de presionar mis


dientes hacia atrás en mis encías me abrumó. Cuando la punta de mi dedo
pasó por mis labios secos, sentí una punta…

Las voces se mezclaron con el repiqueteo de los pies.

—…volver para acabar contigo. Con la barrera derribada, deberías


encontrar cobertura en otro lugar. Han esperado años para acabar contigo,
igual que tú has esperado años para irte. No pienses ni por un momento que
se tomarán su tiempo.

Una voz profunda respondió, con tonos exuberante que hacían vibrar la
oscuridad que me rodeaba.

—No huiré, ni me esconderé de ellos. Pueden venir. Sería un grave error.

—Tomaste la cabeza de su reina, pero eso no destruyó el nido de víboras.


He estado cerca de ellos. Conozco los planes que tienen para ti… por favor.
Debes irte.

—Katharine. —El nombre fue pronunciado como una advertencia. Y el


nombre era igualmente extraño y familiar—. No… seré forzado a salir de mi
casa. Deja que vengan, que vean lo que les haré a todos.

—Pero eres libre. —respondió la voz más suave—. Puedes irte, Marius.
Marius. El nombre golpeó mi cráneo anulando la incomodidad y el dolor.
Mi dedo cayó de mi boca y bajó a mi pecho inmóvil mientras intentaba
concentrarme en su origen.

Mi mente era una tormenta, pero en el ojo de esta percibí que el nombre
que traía me reconfortó. Me calentó las entrañas. Enfrió mi garganta como un
trago de agua helada. El nombre, me calmó.

Abrí la boca, mis labios se movieron en la forma del nombre. De nuevo,


intenté forzar la palabra.

—M… ari… us.

—No en el sentido de que hace tiempo que des… —La voz se detuvo.
Sucedió tan rápido que me sentí como si simplemente hubiera dejado de
escuchar. Pero percibí la presencia, su cercanía a mí mientras algo se unía a
la oscuridad que me rodeaba.

En un momento estaba solo, al siguiente él estaba conmigo, el peso


moviendo el ataúd, obligando a mi cuerpo a arrastrar los pies hacia un lado;
la madera crujió en señal de advertencia, amenazando con romperse bajo la
repentina presencia a mi lado.

—Jak. —Sus manos buscaron mi cara y no pude hacer nada para


apartarlas. Entonces un rostro se materializó entre las sombras y todo mi ser
se fundió en su tacto. «Marius». Su mirada de rubí me devolvió todo. Me quedé
sin aliento, atravesando la superficie brumosa hacia el mundo de la realidad.

«Marius». Sus ojos no dejaron de buscar en mi cara como si hubiera


perdido algo y todavía anhelara encontrarlo. Sus manos se apoderaron de las
mías con tanta urgencia, anclándome a él, como si un extraño viento pudiera
llegar y simplemente me hiciera volar.

—Tú… —me esforcé, tragando para tratar de lubricar mi garganta lo


suficiente como para hablar—. Me has encontrado.

Cerré los ojos y me relajé en sus manos mientras él ahuecaba mis dos
mejillas. Cuando contestó, su voz se quebró y tuve la certeza de que una
salpicadura de humedad chocó con mi barbilla.

—Nunca te perdiste, solo estuviste en el lugar incorrecto por un


momento.
Era diferente, su tacto ya no era frío. Se sentía… normal.

—Eres diferente… —dije, mi voz era solo un susurro rasposo.

—No, Jak. —Los ojos de Marius se empañaron, su pulgar rozó mi mejilla


como si fuera un pétalo—. Tú eres el que ha cambiado. Siento lo que he
hecho. Fue egoísta no dejarte ir, pero no podía. Tuve que intentarlo.

Habló tan rápido que era casi imposible asimilar realmente sus palabras.
Arrugué la cara y suspiré.

—¿Qué pasó, Marius?

Se inclinó, cerrando el espacio entre nosotros, y me dio un beso en la


frente. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral ante el contacto. Se
apartó.

—¿Qué recuerdas?

Parpadeé, mirando hacia las sombras más allá de él. La sensación fue
como abrir una puerta que se había mantenido cerrada, su pregunta era la
llave que la abría.

Y los recuerdos, el dolor, la verdad… Todo volvió.

—Ella me mató. Mi madre, mi propia sangre, me mató.

Me quedé mirando profundamente a Marius, recordando cómo se había


estremecido violentamente cuando la cuchilla me cortó la garganta. Fue lo
último que pude recordar antes de la fría e interminable nada.

—Lo siento, Jak —murmuró Marius, mirando sus manos que ahora
entrelazaban las mías y las sostenían—. Por todo.

—¿Cómo…? Quiero decir… ¿qué paso? He muerto y… no, Marius, esto es


demasiado. —El dolor en mis tripas, mi mandíbula, mi cabeza, todo explotó
en un gran choque. Sacudió mi núcleo desde el interior, si no fuera por su
abrazo, mis manos habrían temblado donde estaban.

—Te vi morir. Y actué por desesperación egoísta. Te quité tu elección y


te hice… esto. Te hice, te convertí en alguien como…
—Tú. —Mi mirada era tan afilada como una cuchilla—. ¿Me convertiste,
para mantenerme vivo?

—Jak. —Suspiró, con la pena y la culpa rodando por él—. No estás vivo, y
yo tampoco. Eres… eterno.

Marius estaba equivocado. No me había quitado mi elección. Mi madre lo


había hecho. Simplemente había restablecido lo que ella intentó robarme.

La vida.

No en el sentido de cómo la tenía antes. Ahora mi vida era diferente.


Interminable como el hombre que me había proporcionado una segunda
oportunidad.

La noche se asomaba a nuestro alrededor mientras estábamos en el


límite del castillo, mi mano en la de Marius mientras ambos mirábamos a
Darkmourn, más abajo. Ni una sola casa estaba sin luz. Tal vez se prepararon
para venir por nosotros, o sabían lo que les esperaba. Mi estómago se sacudió
ante la promesa de lo que esperaba dentro de esos hogares, lo que
bombeaban dentro de sus finas y patéticas venas.

Katherine nos esperaba muy atrás, pero el viento nocturno hacía llegar
su olor hacia mí. El olor de su dulce y deliciosa sangre. Lo anhelaba. Pero ella
estaba fuera de los límites. Marius lo había dicho cuando ella finalmente
irrumpió en su cámara en las entrañas del ahora arruinado castillo. Casi me
había lanzado desde el ataúd en desesperación por… alimentarme.
Eso fue lo que Marius había explicado, prestándome un sorbo de su
sangre que solo frenó la desesperación lo suficiente como para que no le
arrancara la garganta.

Si Marius no me sostenía, temía por ella. Por lo que anhelaba hacer. Pero
Marius prometió que la sensación pasaría una vez que me llenara por primera
vez.

Y me imaginé que pronto estaría lleno hasta el punto de reventar.

—¿En qué estás pensando? —pregunté, mi mano apretando la suya


mientras mirábamos el paisaje que teníamos delante. Percibí su anticipación
como si fuera la mía. Era extraño, ya que percibía más sus emociones ahora
que me había traído de vuelta, como si una sombra me mantuviera pegado a
él.

Me había preguntado si él también lo sentía. Pero no era el momento de


hacer preguntas. Tendríamos tiempo para eso después de alimentarme.

—Había imaginado la posibilidad de irme en demasiadas ocasiones, no


me había atrevido a llevar la cuenta. Sin embargo, siempre creí que, si ocurría,
estaría dejando este lugar solo. No con alguien a mi lado.

—¿Alguien? —Crují los dientes, sintiendo que mis labios se tensaban en


una sonrisa sobre las nuevas puntas que sobresalían de mis encías. Dientes
afilados que seguían rasgando mi piel, solo para que me curara momentos
después. Parecidos a los de Marius, que había clavado los suyos en mi piel,
compartiendo un beso lujurioso y peligroso—. ¿Es eso todo lo que soy? ¿Solo
un alguien?

Marius tiró de mi brazo, haciéndome girar para mirarle. Era más fuerte,
pero sentí que podía igualarlo con esta nueva fuerza. Era una de las muchas
diferencias desde que desperté. Yo era resistente. Mi oído y mi vista eran tan
agudos como los dos colmillos que presionaban la piel detrás de mi labio
interior.

—Eres Jak, mi Jak. —Todavía había pena en sus ojos por lo que me había
hecho, pero no sentí dolor ni odio por sus acciones. Solo… alivio. Antes de
conocerlo estaba igualmente atrapado por la maldición, prisionero del
destino en el que había nacido. Y ahora… ahora era libre. De mi madre cuyo
cadáver se estaba pudriendo en un lugar desconocido, un lugar que no me
importaba conocer. Marius había roto las ataduras de mi destino, al igual que
yo lo había hecho con él.

Marius inclinó la cabeza como si sostener mi mirada fuera imposible. Con


una mano levanté su definida barbilla con un pulgar y lo insté a que dejara de
abatirse.

—Soy tuyo, y tú eres mío. Por la eternidad.

—Debería haberte dado a elegir.

—Y si lo hubieras hecho, habría aceptado sin rechistar.

—No sabes lo que esto significa. Y yo tampoco puedo explicarlo. Fue una
tontería…

Me puse de puntillas y apreté mis labios contra los suyos, silenciándolo.


Todo su sabor era una explosión, como si mis sensaciones se hubieran
encendido al tocarlo. Quería algo más que un simple beso. La acción no era
lo suficiente intensa, para lo que sentía en mi interior. Apartándome
lentamente, Marius mantuvo los ojos cerrados y la boca ligeramente abierta,
deseando que volviera.

—Descubriremos lo que significa ser… nosotros. El mundo es muy


grande; no podemos ser los únicos.

—¿Y qué pasa si lo somos? —preguntó.

Sonreí. ¿Era la sed o la emoción lo que me daba tanto vértigo?

—Tú me hiciste, ¿qué te impide hacerlo de nuevo?

Marius miró por encima de su hombro hacia donde Katharine se cernía


en la distancia, con los brazos alrededor de su delgado cuerpo.

—Puede que ella no quiera esto.

—Entonces puedes respetar ese deseo. Pero ¿y si lo quiere? Ella no tiene


a nadie que viva. Como tú. Como yo. Te prometo, Marius, que lo que has
hecho por mí es un regalo. Katharine… bueno, ella puede sentir lo mismo.

Marius bajó la cabeza.


—Todavía no.

—Entonces, ¿qué sigue? —pregunté, instándolo a que me mirara—. Tú


eres el autor. Dime hacia dónde ves que va mi historia.

Debió de ser algo que dije lo que animó a que la hermosa pero mortal
sonrisa se extendiera por su rostro; sus ojos se iluminaron desde el interior
hasta las líneas de expresión en la frente.

—Quizá empecemos con un festín. —Mi estómago refunfuñó de acuerdo


mientras mirábamos a la ciudad y a las desprevenidas víctimas que esperaban
tras sus puertas cerradas—. Tendrás que alimentarte antes de que el impulso
se vuelva imposible de ignorar. Entonces, una vez que estés satisfecho… y yo
también, podremos pasar noches interminables perdidos en el cuerpo del
otro. Me temo que tengo muchas cosas que me gustaría hacer contigo.

No oculté una sonrisa avergonzada.

—¿Y qué hay de tu propia historia, Marius…?

Marius sonrió, mostrando las puntas de sus dientes.

—Por primera vez en mucho tiempo siento que mi historia puede quedar
abierta. Y contigo a mi lado, será mucho más fácil pasar la página.

Si no tuviera el hambre creciente dentro de mí, habría arrastrado a


Marius al suelo y lo habría devorado de forma indecible. Pero, por desgracia,
la sensación era cada vez más difícil de contener, el deseo de correr hacia el
ser vivo más cercano para alimentarme.

Levanté una mano, notando los tonos cenicientos que se pegaban a mi


piel, y señalé hacia Darkmourn.

—Ya sé dónde quiero empezar. —Cerrando un ojo, miré a lo largo de mi


dedo hacia la dirección en la que estaría mi casa—. Deja el aquelarre para mí.
Hay muchos que disfrutaría devorando, mientras que otros, preferiría que
permanecieran intactos.

«Lamiere». No necesité decir su nombre para conjurar una imagen de ella.


Aunque mis recuerdos del ataque eran borrosos, sentí en lo más profundo de
mi ser que ella no estaba con Madre y su aquelarre cuando vinieron por
nosotros. El solo hecho de pensarlo me dio un respiro de sentirme
traicionado por todos los que había conocido en mi vida. Lamiere siempre
había sido diferente.

Ella se salvaría.

—Jak, voy a seguir tu ejemplo. Ese es tu mundo, allá afuera, y este ha sido
el mío. Me siento tonto al admitirlo, pero creo que nunca tendría el valor para
dar el primer paso ahí fuera sin ti.

Apreté su mano. Sintiendo el cosquilleo del fuego en la más profundo de


mi alma.

—Ahora también es tu mundo, Marius. No le temas. Haz que te tema a ti.

Marius se inclinó hacia mi oído, su labio rozó suavemente mi piel mientras


susurraba:

—Contigo nunca temeré nada. Nunca más.

Sus palabras encendieron el fuego hasta convertirlo en una llamarada que


brotó de mi piel. Magia. Las llamas oscuras y ardientes se enroscaron en mi
mano libre mientras presenciábamos la corona de luna sobre la ciudad, muy
por debajo. Mi magia no me había dejado después de mi muerte, no como
había esperado. Era tan fácil invocar ahora. Era tan fácil invocarla como lo
había sido durante… la vida.

—Si mi madre pudiera verme ahora… no estaría contenta —dije,


levantando las llamas ondulantes ante Marius.

—Entonces que se revuelque en su tumba y se revuelva de asco. Ella no


puede hacer nada al respecto ahora. —Marius sonrió, estremeciéndose
ligeramente ante mi poder.

—Demostraré que mi poder, aunque sea la causa de la maldición que


oscureció tu vida, iluminará tu camino hacia adelante. Lo juro.

—Entonces destruyamos, arrasemos y devoremos, mi Jak —anunció


Marius, hablando a la noche mientras su propio poder estremecía las
sombras que nos rodeaban. Se pasó por encima de la luna, bloqueando la
mínima luz perlada que se posaba sobre nosotros—. Entonces tomémosla y
reclamemos la noche como propia.
Sonreí, miré fijamente a Marius, mi apuesto Marius, de vuelta a
Darkmourn.

—Tomémosla… juntos.
Del autor bestseller Ben Alderson
viene una fantástica y ardiente
reinterpretación de Hades y Perséfone.
King of Immortal Tithe es un libro
autoconclusivo en el Universo
Darkmourn.

Han pasado varios años desde que la


enfermedad vampírica se extendió
salvajemente por el mundo, haciendo a los
humanos una rareza. La protección viene
con un costo, uno que Arlo no puede
pagar. Excepto que se encuentra en medio
de una red de secretos, familia y magia
desenfrenada cuando se encuentra cara a cara con un mortífero
príncipe elfo.

*Sinopsis completa por venir*

King of Immortal Tithe es una novela autoconclusiva de amor


gay inspirada en Hades y Perséfone... pero si Hades se hubiera
enamorado del hermano de Perséfone en su lugar.
No puedo expresar que este libro no hubiera sido posible si no
fuera por Tiktok y las mejores amigas que he hecho en ese mundo.
Su amor, aceptación, apoyo y entusiasmo por mi escritura me ha
mantenido en marcha.

Gracias a mis adorables amigos que se tomaron el tiempo de


leer este libro antes que nadie. Amber, Cassie, Sydney, Dani,
Montse, Kirsty, Blanche, Jonas, Mollie, Peta, Jasmine, Imogen,
Stephanie y Hendrik. Los adoro a todos.

Realmente creí que nunca volvería a escribir. Entonces me


encontraron, y me salvaron.

Gracias.
Trilogía The Dragori

Cloaked in Shadow

Found in Night

Poisoned in Light

Saga The War of the Woods

The Lost Mage

Saga A Realm of Fey

A Betrayal of Storms
¡Gracias por leer nuestra traducción! No olvides seguirnos en
nuestras redes sociales para más información de libros y futuras
traducciones.

Si quieres unirte a Ciudad del Fuego Celestial, mándanos un


correo a ciudaddelfuegocelestial@yahoo.com con el asunto
“CDFC: Traducciones”, solamente tienes que decir que deseas
unirte como traductor y nosotros te daremos más información.
También puedes escribirnos si te interesa ser corrector, editor o
editor de PDF.

También podría gustarte