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“Fecundidad”

Augusto Monterroso

Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.

“El planeta azul”

Abelardo Hernández Millán

Dicen que desde la Luna lo único que alcanza a distinguirse de la superficie de la


Tierra es la Muralla China.
Me gustaría ir ahí una de estas tardes a recostarme sobre un pequeño
cráter y contemplarla largamente, largamente.

“Duda”

Abelardo Hernández Millán

No sé si sea cierto que las tortugas llegan a cumplir hasta cuatrocientos años de
edad. Nunca tuve tanta paciencia ni dispuse de tanto tiempo libre para averiguarlo.

“El navío”
Abelardo Hernández Millán

La fiesta está en su punto. Todos están sentados y platican animadamente. De


repente se oye el sonido de una percusión espontánea, rítmica, acompasada: tap
tap tap tirin tu tu. Luego un sólo de voz comienza a acompañar el golpeteo de las
manos sobre el cajón de madera. Después se les une otra voz y otro golpeteo.
Uno a uno primero, luego de dos en tres y de cuatro en todos. Nadie queda sin
golpear una botella, la pared, la puerta o su cuerpo. Cada uno se escucha a sí
mismo y se impregna del barullo de los demás. Gradualmente sube el tono. Los
ojos se cierran para abandonarse mejor y disfrutar el momento. Todos se sienten
despegados del suelo, en los umbrales de otra dimensión. No es el alcohol, sino la
ocasión de subirse al barco de la música que navega esa noche en la sala de la
casa.

“Fuera del agua”

Juan Valero

Se soñó pez y murió ahogado.

“Bajo los influjos del café exprés sí”

Juan Valero

La vida es una sucesión de puntos suspensivos, donde tarde o temprano te


alcanza el punto final.

“Mercadotecnia en perspectiva”

Abelardo Hernández Millán

Cuando le dije al vendedor de figuras humanas prehispánicas que el precio de la


pieza era muy elevado, me respondió: “es que el hombre esta sentadito, pero ya
paradito es más grande”.
“Sur”

Abelardo Hernández Millán

Todo el pueblo acudió presuroso a presenciar el cíclico prodigio. Las mujeres se


pusieron sus mejores vestidos y los hombres sus camisas nuevas. Los niños,
recién bañados, iban oliendo a jabón perfumado.
Esperanzada, la gente se apostó a la entrada del pueblo. Se reunieron allí
todos para ver mejor el espectáculo.
“Ven”, dijo una señora a su hijo, “por aquí va a entrar el Año Nuevo”.

“La tía Meña”

Abelardo Hernández Millán

Registraba minuciosamente todo desgaste de los utensilios del quehacer


doméstico: las pajitas de la escoba, las hebras del trapeador, las plumas del
plumero, los hilos del estropajo, las astillas del palo de escoba, el grosor del jabón
y las partículas de la piedra pómez. Toda esa información iba a parar a su
contabilidad particular, pues servía a la defensa de su economía familiar.

“Un grito desesperado”

Juan Valero

Su último recurso fue sumirse en el silencio, pero nadie escuchó nada.

“Sombra general”

Abelardo Hernández Millán

Ahí está frente a mí el temible delantero, dispuesto a ejecutar el tiro libre señalado
por el árbitro. Ya se coloca la barrera de jugadores frente a la portería, tratando de
obstaculizar la visión del tirador o de desviar la trayectoria del balón. Lo malo es
que, a esa distancia, casi nunca falla el tiro, a pesar de todo el esfuerzo que pueda
hacer un portero. Me siento desamparado. ¿Qué tal si la pelota rebasa la barrera,
pasa de largo por arriba haciendo un arco y…? ¡Uf!, qué situación la mía, aquí
frente al peligroso goleador. Lo malo es que también le pega con mucha fuerza a
la pelota. ¿Y si no logro pararla cuando venga directamente hacia mí? Ya levanta
el brazo el árbitro y toca el silbato para que se realice la acción. La cuenta
regresiva a comenzado. Me pongo tenso y muy atento a lo que suceda desde
ahora. El dinamitero se prepara tomando mucha distancia y encarrerándose para
dar el zapatazo. Y yo aquí, enfrente, angustiado. ¡Líbrame del trallazo, Señor! Se
acerca al esférico. El público guarda silencio total. Llega velozmente y le pega
durísimo al balón que, gracias a Dios, sale desviado a la izquierda de la valla
humana para saque de meta. Qué susto. Mis músculos se distienden. Mi
respiración vuelve a ser normal. Es lo malo de sentarse a ver el partido aquí, en
las gradas que quedan exactamente atrás de la portería.

“Incertidumbre”

Abelardo Hernández Millán

Me pregunto qué haría sí, de pronto, al subir una larga escalera apoyado con mi
brazo izquierdo en el pasamanos, me encontrara con otra persona que bajara la
misma escalera apoyando su brazo derecho en el mismo pasamanos: ¿esperaría
a que esa persona quitara su brazo derecho del pasamanos?; ¿quitaría mi brazo
izquierdo del pasamanos?; ¿fingiría no haberla visto y disimularía mi atención
hasta que algo inesperado sucediera…?
“Entrevista póstuma”

Abelardo Hernández Millán

--¿Y su familia señor Requena?


--Bueno, fuimos cuatro hermanos: Pascual, abogado y político;
Ernestina, hoy viuda de Ornelas (los dos viven todavía); Juan, quien se
dedicaba al comercio y que murió en 1966; y yo, humilde empleado público,
que morí en 1968.

“Doxografías”

Juan José Arreola

a Octavio Paz

HOMERO SANTOS:
Los habitantes de Ficticia somos realistas.
Aceptamos en principio que la liebre es un gato.

“La importancia de tener un enemigo”


Margit Frenk Westheim

Una de las instituciones más útiles en la vida es el enemigo. No me estoy


refiriendo a enemigos como, por ejemplo, el dueño del guajolote, vecino de mi
amigo Sergio, o mi propio vecino, amo de la perrita que se pasa llorando los fines
de semana. A lo que me refiero es a un enemigo más abstracto, como: la iniciativa
privada, los masones, el gobierno, los comunistas, las empresas transnacionales,
los judíos, el imperialismo, los intelectuales, etcétera, etcétera. ¡Vivan todos y cada
uno de ellos! Nos ahorran el trabajo de pensar. Las cosas van mal, no hay duda.
Pero no necesitamos devanarnos los sesos para averiguar por qué van tan mal.
Ahí está el buen enemigo que con angelical paciencia carga con todas las culpas.
En comparación con él, el papel de los amigos es más bien pobre.

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