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La meditación del Hermano David:

Un gesto de agradecimiento de nuestro corazón.

Somos un solo corazón, pongámonos de pie. Que el estar de pie sea un gesto consciente:
consciente del suelo sobre el que nos paramos, una pequeña porción de esta Tierra que no
pertenece a una nación sino a todas las naciones. Es una porción muy pequeña, pero es un
símbolo de la concordia humana, un símbolo de la verdad de que esta pobre y maltratada
Tierra nos pertenece a todos en conjunto.

Estando así de pie, firmemente parados sobre esta unidad, cerremos los ojos.

De pie, entonces, como plantas que se yerguen en buen terreno, hundamos nuestras raíces
profundamente en nuestra oculta unidad. Permítanse sentir lo que significa estar parado y
extender sus raíces interiores.

Arraigados en la tierra de nuestro corazón, expongámonos al viento del Espíritu, el único


Espíritu que mueve a todos aquellos que se dejan llevar por él. Inspiremos profundamente el
aire de ese único Espíritu.

Quedémonos de pie como testimonio de que tomamos una posición a favor de lo que tenemos
en común.

Quedémonos de pie como expresión de reverencia por todos aquellos que nos han antecedido
y que han defendido la unidad humana.

Quedémonos de pie con reverencia sobre el terreno de nuestro común empeño como seres
humanos, uniéndonos a todos los que también lo han hecho, desde el primer hombre que talló
una herramienta hasta aquellos que han creado las más complejas maquinarias e instituciones.

De pie, como plantas que se yerguen en buen terreno, hundamos


nuestras raíces profundamente en nuestra oculta unidad.

Quedémonos de pie con reverencia en el territorio, común a todos, de la búsqueda de sentido,


codo a codo con los que alguna vez han estado aquí, en este terreno, con sus ingeniosas
especulaciones, con su celebración de la belleza, con su servicio diligente.

Quedémonos de pie con reverencia ante todos aquellos que, en este territorio que tenemos en
común, se pusieron de pie para ser tenidos en cuenta, se pusieron de pie… y fueron
derribados.

Recordemos que ponernos de pie implica estar dispuestos a tomar la vida tal como es.

Quedémonos de pie e inclinemos la cabeza, como gesto de asentimiento ante lo más grande.
Porque el espíritu humano es uno solo. Si somos uno con los héroes y profetas, también lo
somos con los que los persiguieron y mataron. Somos uno con el verdugo, tal como somos uno
con las víctimas. Compartimos tanto la gloria de la grandeza humana como la vergüenza del
fracaso humano.

Hagámos ahora memoria del acto de destrucción más inhumano que puedan recordar. Ahora
tómenlo en sus manos, junto con toda la violencia, avaricia, injusticia, estupidez, hipocresía y
toda forma de miseria humana, y juntos, con toda la fuerza de nuestros corazones, arrojémoslo
en el torrente de compasión que brota del corazón del mundo, ese centro en el que nuestros
corazones son uno solo.

Este no es un gesto fácil de hacer; incluso puede resultarnos imposible a algunos de nosotros.
Pero mientras no seamos capaces de echar raíces en esta fuente común de concordia y
compasión, no podremos albergar en nuestros propios corazones aquella unidad que es
nuestro derecho común por nacimiento.

Tomemos conciencia de la ceguera con que muchas veces enfrentamos el futuro.


Enfoquémonos en nuestra luz interior, esa luz que tenemos en común, gracias a la cual
podemos caminar juntos aún en medio de la oscuridad.

Cerremos los ojos como un gesto de confianza en la vida que nos guía si le abrimos nuestro
corazón.

El alma humana es una. Sin embargo, este espíritu es más que humano, ya que el corazón
humano es insondable. Silenciosamente, echemos raíces en estas profundidades. Allí reside la
única fuente de paz posible.

En un momento, en cuanto los invite a abrir sus ojos, los voy a invitar también a comunicar este
Espíritu a la persona que tienen a su lado deseándole la paz. Concluyamos nuestra celebración
con este gesto, con el que nos estaremos enviando mutuamente como embajadores de la paz.
Hagámoslo ahora.

¡Que la paz esté con todos ustedes!

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