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LOS DESCLASADOS

Los desclasados se empeñan en aparentar ser lo que nunca podrán ser.


Los desclasados, qué pena por ellos, qué dolor, nunca serán reconocidos por las
élites como afines, sólo los seguirán viendo, a lo sumo, como devotos admiradores.
Los desclasados carecen de conciencia social, por eso los voceros de la derecha
han concentrado su atención en adularlos porque los manipulan con facilidad para
inducirlos a convertirse en desertores de su clase social. Incitar la deserción de clase
favorece el objetivo primordial de esos voceros que es el de destruir todo lo que
represente un esfuerzo organizado y comprometido por la defensa de las clases
populares.
Los desclasados se caracterizan, no por aspirar a la genuina mejora de su condición,
no por aspirar a una vida mejor, sino por olvidar de dónde provienen, su origen en
las clases populares.
Los desclasados están obsesionados por distanciarse de su clase social y no toleran
que se les ubique en ella debido a su baja autoestima. Están acomplejados,
atormentados por su procedencia en las clases media y baja que desprecian.
Los desclasados son “aspiracionistas” porque aspiran a ser vistos como integrantes
de la clase alta; su máxima aspiración es llegar a ser considerados de la “high” o
“fifis”, como comúnmente se les dice. Su sueño dorado es aparecer en las fotos de
las páginas de sociales de diarios y revistas codeándose con la que consideran
“gente bonita”.
Los desclasados, que son ponderados por los voceros de la derecha como la “clase
media inteligente”, contradicen esta lisonja al exhibir su irracional cerrazón cuando
se intenta explicarles con datos comprobables lo que se está haciendo para
beneficiar a los más necesitados; para ellos no hay argumento que valga porque les
gana su odio indescifrable hacia el presidente López Obrador, lo cual, a mi parecer,
es una manifestación muy poco inteligente.
Los desclasados se quejan que se les ataca porque “piensan diferente”, según ellos,
pero se limitan a repetir las mentiras de Chumel, Brozo, Loret y Lili Téllez, destacados
ejemplos del clasismo, racismo y corrupción que ha padecido nuestro país.
Los desclasados se enorgullecen de vivir en colonias que ellos consideran “de gente
fina”, aunque habiten un departamentito en un séptimo piso y paguen una onerosa
mensualidad que les consume casi todo su salario y les obliga a vivir con estrechez.
Los desclasados son asalariados, algunos, incluso, bien remunerados, de los
sectores privado y público, o pequeños y medianos empresarios, pero no son gente
de “posición acomodada” ni mucho menos potentados, como ellos quisieran ser
vistos, lo cual los amarga y agobia. Qué dolor, qué pena.
Jorge L. Octavio Paz Zavala.
Académico del IPN.

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