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Tema: Socialismo y comunismo en Karl Marx y Antonio Gramsci

Recapitulación: Veamos algunas premisas del pensamiento de Rousseau que se


remontan a los inicios de la modernidad y que invierten de raíz a la cosmovisión clásica
(antigua y cristiana):
1) En Descartes ya se había declarado la supremacía de la razón sobre la realidad
misma pues, según él, aquella no necesita de esta para conocer y llegar a la verdad.
2) En Kant se perfila la supremacía de la razón práctica (orientada a la acción) sobre la
razón teórica (orientada a la contemplación). (Rousseau es contemporáneo de Kant)
3) En los discípulos de Kant hasta Niezstche ya se afirma la supremacía absoluta de la
voluntad sobre la razón. (por cronología incluye a Hegel y Marx)
Esta última premisa ya es afirmada de manera indirecta por Rousseau al afirmar que lo que
caracteriza al hombre en su estado natural es la libertad ilimitada de actuar y poseer. Este
insaciable deseo de posesión lo lleva al ser humano a "inventar" la propiedad privada y a
competir contra sus prójimos. Esto origina conflictos, desigualdades y dominaciones que pondrán en
riesgo la supervivencia de la especie y la conservación del individuo. Para ello, por motivo de puro
interés se asocia a otros (hela aquí a la soberanía popular) para, renunciando a parte de su
ilimitada libertad, constituir un poder común que garantice un campo restringido y suficiente
de libertad a cada individuo, todo esto en base a un contrato consensuado (Constitución). Este
Estado, por tanto, es para Rousseau la máxima expresión de la libertad de los individuos que se
someten a Él.
Actividad: En base a estos dos textos de Marx y Gramsci, y lo trabajado anteriormente:
1) Señalar dos ideas de Rousseau presentes en estos nuevos dos autores justificando.
2) Establecer dos semejanzas y dos diferencias, textualmente fundamentadas, entre
Marx y Gramsci.

MARX K., LA IDEOLOGÍA ALEMANA


Según anuncian los ideólogos alemanes, Alemania ha pasado en estos últimos años por una
revolución sin igual. El proceso de descomposición del sistema hegeliano, que comenzó con Strauss,
se ha desarrollado hasta convertirse en una fermentación universal, que ha arrastrado consigo a
todas las «potencias del pasado». En medio del caos general, han surgido poderosos reinos, para
derrumbarse de nuevo en seguida, han brillado momentáneamente héroes, sepultados nuevamente
en las tinieblas por otros rivales más audaces y más poderosos. Fue ésta una revolución junto a la
cual la francesa es un juego de chicos, una lucha ecuménica (pertenece a todo el mundo) al lado de
la cual palidecen y resultan ridículas las luchas de los diádocos (antiguos generales de Alejandro
Magno). Los principios se desplazaban, los héroes del pensamiento se derribaban los unos a los
otros con inaudita celeridad, y en los tres años que transcurrieron de 1842 a 1845 se removió el
suelo de Alemania más que antes en tres siglos. Y todo esto ocurrió, según dicen, en los dominios
del pensamiento puro. Trátase, sin duda, de un acontecimiento interesante: del proceso de
putrefacción del espíritu absoluto (reminiscencia de Hegel). Al apagarse la última chispa de vida, las
diversas partes de este caput mortuum (cabeza muerta) entraron en descomposición, dieron paso a
nuevas combinaciones y formaron nuevas sustancias. Los industriales de la filosofía, que hasta aquí
habían vivido de la explotación del espíritu absoluto (reminiscencia de Hegel), arrojáronse ahora
sobre las nuevas combinaciones. Cada uno se dedicó afanosamente a explotar el negocio de la
parcela que le había tocado en suerte. No podía por menos de surgir la competencia. Al principio,
ésta tenía un carácter bastante serio, propio de buenos burgueses. Más tarde, cuando ya el mercado
alemán se hallaba abarrotado y la mercancía, a pesar de todos los esfuerzos, no encontraba salida
en el mercado mundial, los negocios empezaron a echarse a perder a la manera alemana
acostumbrada, mediante la producción fabril y adulterada, el empeoramiento de la calidad de los
productos y la adulteración de la materia prima, la falsificación de los rótulos, las compras simuladas,
los cheques girados en descubierto y un sistema de crédito carente de toda base real. Y la
competencia se convirtió en una enconada lucha, que hoy se nos ensalza y presenta como un viraje
de la historia universal, origen de los resultados y conquistas más formidables.

Para apreciar en sus debidos términos toda esta charlatanería de tenderos filosóficos que despierta
un saludable sentimiento nacional hasta en el pecho del honrado burgués alemán; para poner
plásticamente de relieve la mezquindad, la pequeñez provinciana de todo este movimiento joven
hegeliano y, sobre todo, el contraste tragicómico entre las verdaderas hazañas de estos héroes y las
ilusiones suscitadas en torno a ellas, necesitamos contemplar siquiera una vez todo el espectáculo
desde un punto de vista situado fuera de los ámbitos de Alemania.(posiblemente Marx haya estado
en Inglaterra)

Premisas de las que arranca la concepción materialista de la historia

Las premisas de que partimos no son arbitrarias, no son dogmas, sino premisas reales, de las que
sólo es posible abstraerse en la imaginación. Son los individuos reales, su acción y sus condiciones
materiales de vida, tanto aquellas con que se han encontrado ya hechas, como las engendradas por
su propia acción. Estas premisas pueden comprobarse, consiguientemente, por la vía puramente
empírica.
La primera premisa de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos
humanos vivientes. El primer estado que cabe constatar es, por tanto, la organización corpórea de
estos individuos y, como consecuencia de ello, su relación con el resto de la naturaleza. No podemos
entrar a examinar aquí, naturalmente, ni la contextura física de los hombres mismos ni las
condiciones naturales con que los hombres se encuentran: las geológicas, las oro-hidrográficas, las
climáticas y las de otro tipo. Toda historiografía (modo determinado de ver la historia ) tiene
necesariamente que partir de estos fundamentos naturales y de la modificación que
experimentan en el curso de la historia por la acción de los hombres.

Podemos distinguir los hombres de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se
quiera. Pero los hombres mismos comienzan a ver la diferencia entre ellos y los animales tan
pronto comienzan a producir sus medios de vida, paso este que se halla condicionado por su
organización corpórea. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su
propia vida material.

El modo de producir los medios de vida de los hombres depende, ante todo, de la naturaleza misma
de los medios de vida con que se encuentran y que hay que reproducir. Este modo de producción no
debe considerarse solamente en el sentido de la reproducción de la existencia física de los
individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad de estos individuos, un
determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos. Los
individuos son tal y como manifiestan su vida. Lo que son coincide, por consiguiente, con su
producción, tanto con lo que producen como con el modo de cómo producen. Lo que los
individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción.

Esta producción sólo aparece al multiplicarse la población. Y presupone, a su vez, un trato entre los
individuos. La forma de este intercambio se halla condicionada, a su vez, por la producción.

GRAMSCI A., PARA LA REFORMA MORAL E INTELECTUAL

Pero estas consideraciones llevan a la conclusión de una extremada labilidad (inestabilidad) de las
convicciones nuevas de las masas populares, sobre todo si esas nuevas convicciones están en
contradicción con las convicciones ortodoxas (aunque éstas sean también nuevas), socialmente
conformistas de acuerdo con los intereses generales de las clases dominantes. Se puede ver esto
reflexionando sobre la suerte de las religiones y de las iglesias. La religión, y una determinada
Iglesia, mantiene su comunidad de fieles (dentro de ciertos límites, de las necesidades del desarrollo
histórico general) en la medida en que ejercita permanente y organizadamente la propia fe,
repitiendo incansablemente su apologética, luchando en todo momento y siempre con argumentos
semejantes, y manteniendo una jerarquía de intelectuales que den a la fe siquiera la apariencia de la
dignidad del pensamiento. Cada vez que la continuidad de las relaciones entre Iglesia y fieles se ha
visto interrumpida violentamente, por razones políticas, como ocurrió durante la Revolución francesa,
las pérdidas inmediatas de la Iglesia han sido incalculables y, si las condiciones de difícil ejercicio de
las prácticas habituales se prolongaran más allá de ciertos límites de tiempo, cabe pensar que esas
pérdidas serían definitivas y surgiría una nueva religión, como de hecho ha surgido en Francia en
combinación con el viejo catolicismo. De ahí se deducen determinadas necesidades para
cualquier movimiento cultural que tienda a sustituir el sentido común y las viejas
concepciones del mundo en general: 1) no cansarse nunca de repetir los propios argumentos
(cambiando la forma literaria): la repetición es el medio didáctico más eficaz para actuar sobre
la mentalidad popular; 2) trabajar incesantemente por elevar intelectualmente estratos
populares cada vez más amplios, esto es, por dar personalidad al amorfo elemento de la masa, lo
que equivale a procurar suscitar elites de intelectuales de nuevo tipo surgidos directamente de
las masas, pero que permanezcan en contacto con ellas a fin de convertirse en las «varillas» del
busto. Esta segunda necesidad, de llegar a satisfacerse, es la que realmente modifica el «panorama
ideológico» de una época. Pero, por otro lado, esas elites no pueden constituirse y desarrollarse
sin que en su interior se verifique una jerarquización de autoridad y competencia intelectual, que
puede culminar en un gran filósofo individual si éste es capaz de revivir de manera concreta las
exigencias de la comunidad ideológica formada por las masas, de comprender que esa comunidad
no puede tener la agilidad de movimientos propia de un cerebro individual, y consigue, por tanto,
elaborar formalmente la doctrina colectiva del modo más ajustado y adecuado a los modos de
pensar de un pensador colectivo. Es evidente que semejante construcción a escala masiva no puede
darse «arbitrariamente», en torno a una ideología cualquiera, por la voluntad formalmente
constructiva de una personalidad o de un grupo que se lo proponga por fanatismo de sus
convicciones filosóficas o religiosas. La adhesión de masas a una ideología, o bien su no
adhesión, es el modo como se verifica la crítica real de la racionalidad e historicidad de los
modos de pensar. Las construcciones arbitrarias tarde o temprano acaban siendo eliminadas de la
competición histórica, por más que a veces, gracias a una combinación de circunstancias inmediatas
favorables, lleguen a gozar de una cierta popularidad, mientras que las construcciones que
corresponden a las exigencias de un período histórico complejo y orgánico acaban siempre
por imponerse y prevalecer, aunque atraviesen muchas fases intermedias en que su afirmación
tiene lugar sólo en combinaciones más o menos extravagantes y heteróclitas (fuera de lo habitual).

1) Dos ideas de Rousseau presentes en Marx y Gramsci:


a) El predominio de la voluntad y de la acción sobre la razón, sobre la teoría y sobre la realidad.
b) El Estado de Rousseau parece no solucionar las diferencias entre los hombres y Marx y Gramsci
proponen una nueva forma de resolverlas y seguramente un nuevo concepto de Estado.

2) Similitudes y discrepancias entre Marx y Gramsci.


SEMEJANZAS:
a) Marx implícitamente y Gramsci explícitamente pretenden llegar a las masas.
b) Ambos Marx y Gramsci coinciden en que por las puras acciones de los hombres, se puede
modificar la historia.
DIFERENCIAS:
a) Marx refiere a fenómenos ocurridos en Alemania y Gramsci, a Francia.
b) Marx refiere a una revolución en la producción, lo que el hombre es depende de lo que
produce. Gramsci habla de movimiento cultural a modo de imitación de grupos religiosos, con
jerarquía de autoridades e intelectuales.

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