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Más allá de la incógnita OVNI:

RUPTURAS, CONCIENCIA Y RELIGIÓN

Pablo Vergel
Primera edición: noviembre 2018
ISBN: 978-84-16808-78-6
Impresión y encuadernación: Editorial Guante Blanco.
© Una colección dirigida por Óscar Fábrega
© Del texto: Pablo Vergel
© Maquetación: Editorial Guante Blanco.
© Diseño: Editorial Guante Blanco.
© Imagen de cubierta: Gustavo Doré: La divina comedia (El Cielo, canto XXXI)
Editorial Guante Blanco
www.editorialguanteblanco.com
info@editorialguanteblanco.com
Para Guillermo, mi enigma favorito.
Este libro es una revisión, reescritura y ampliación de la obra Incógnita OVNI: Metafísica de la
ruptura publicado on-line en 2012.
AGRADECIMIENTOS

Mi más sincero agradecimiento a Alejandra Pelayo, Carlos Ruiz, Dani


Valverde, Daniel La Parra, David Avilés, Guillermo Mazzuchelli, Juanjo
Sánchez-Oro, Miguel Pallás, Oscar Fábrega y Santi Sánchez-Pagés, por la
ayuda e inspiración a la hora de realizar este ensayo.
El hombre llama Dios
a todo lo que no conoce
Solo es un concepto humano
Solo es un nombre
Solo existe en nuestra cabeza
Es ahí donde tiene la fuerza
Es inútil negar su existencia
Todo el mundo lo tiene en la consciencia
Islamabad
LOS PLANETAS

No perdemos la manía
de tener esperanza.
Que el Dios de nuestra infancia
nos venga a enseñar
otro lugar más allá.
No da para más,
no da para más,
que aparezca un alien divino
y nos haga soñar.
Alien divino
GERMAN COPPINI
Quizá estamos ante un nuevo sistema de creencias,
camino de convertirse en un dogma religioso.
Si eso es así, del modo como esta religión está surgiendo, dentro de una
mente como la mía, sin ningún tipo de lealtad al fenómeno, sugiere que la
fe genuina podría
estar vinculada a un proceso fisiológico
WHITLEY STRIEBER (Comunión)
INTRODUCCIÓN

Siempre he pensado que la mejor manera de aprender y profundizar sobre


un tema no es leer un libro, sino tratar de escribirlo. Enfrentarse a la hoja en
blanco —aunque sea en la pantalla de un ordenador— y al hipotético lector
obliga a hacer un esfuerzo intelectual de recopilación de fuentes,
estructuración de ideas, desarrollo de planteamientos y formulación de
hipótesis.
De esta manera, el acto de escribir se transforma así en un proceso de
investigación en la que se pueden llegar a concebir nuevas perspectivas e
incluso alcanzar conclusiones insospechadas.
Contribuir al estudio del fenómeno ovni es, de este modo, uno de los
objetivos de este libro. Aunque ya adelanto que este es un ensayo
ambicioso, pero no revolucionario. Grandes autores e investigadores han
demostrado con sus trabajos que este es un fenómeno con un significado
mucho más complejo del que la cultura popular puede sugerir. La mayor
parte de los hallazgos y conclusiones de esta obra se basan en sus
contribuciones.
Al final del libro podrán disfrutar de una bibliografía de aquellos autores
en los que me he apoyado, así como de aquellos podcasts y programas de
radio cuyos creadores han sido capaces de plantear perspectivas
enriquecedoras sobre lo insólito y, en especial, sobre este fascinante enigma
de «las cosas que se ven en el cielo».
También me gustaría remarcar que el planteamiento inicial de este
ensayo dista mucho de lo que tienen ustedes en sus manos. Me explico:
cuando me planteé escribir un ensayo sobre los ovnis, consideraba
fundamental tratar de investigar directamente algunos casos o incidentes
que pudieran ser catalogados como encuentros de algún tipo, así como
entrevistar a sus implicados.
Cualquier disciplina que se precie de tener un mínimo de rigor científico
debe apoyarse, en la medida de lo posible, en una investigación empírica y
un trabajo de campo que permitan contrastar de manera directa, o indirecta,
a través de la revisión de la casuística, cualquier hipótesis que sea
planteada. Sin embargo, mi propuesta no va a discurrir por ese camino. Y
asumo la crítica que mi postura puede despertar.1 Intentar investigar desde
el confort de la mesa camilla quizá no sea la mejor manera de enfrentarse
con un fenómeno tan esquivo y elusivo como todo lo que rodea «lo ovni».
Pero de manera consciente he decidido abordarlo de otra manera.
Cuando se repasa la abundante literatura sobre la casuística ovni, uno se
topa de manera sistemática con cientos de relatos preñados de alta extrañeza
y, en la mayoría de los casos, sin ningún tipo de sentido. Sin embargo, esta
abundancia de testimonios contrasta con una extrema aridez en el campo de
las pruebas materiales. De hecho, sorprende que ante un fenómeno que, a
priori, se considera real apenas se encuentren pruebas fehacientes que
demuestren su naturaleza objetiva. Insisto: ninguna. Hay testimonios
apasionantes de elevada credibilidad, anomalías en ciertos registros que nos
permiten especular, así como incidentes inexplicables, los cuales tienen el
valor intrínseco de que no pueden ser explicados, pero tampoco implican
necesariamente nada.
A la hora de plantear este ensayo y partiendo ya del abundante trabajo
existente realizado por investigadores y autores solventes, tomé la decisión
de que no vale la pena transitar por esa senda tan recorrida —y manida—
de ofrecer un catálogo de casos sin más. Creo que cualquier persona
mínimamente versada en el tema podrá estar de acuerdo en que existe una
dimensión inasible del fenómeno que no permite su estudio convencional.
De hecho, este factor puede ser un punto de partida para desarrollar una
perspectiva distinta desde la filosofía, la metafísica, la antropología y la
psicología que nos permita ahondar más en la reflexión, en vez de
centrarnos de nuevo en la enésima recopilación a granel de casos ovni, que
se resisten de manera numantina a ser abordados de una manera objetiva o
material.
Así, he tratado de evitar cierto estilo bastante habitual en la literatura
ufológica que se centra mucho en el relato de esta casuística. La
reconstrucción sistemática de casos ovni para ilustrar uno u otro punto
puede trasladar al lector una sensación de absurdo permanente. Documentar
casos ovni no dista mucho, a veces, de documentar sueños. A uno le invade
enseguida una sensación de arbitrariedad e inconsistencia que acaba por
jugar muy en contra de la atención del lector. Es algo que en este ensayo he
tratado a toda costa de evitar.
Y, sin más preámbulos, les dejo con este trabajo, que es probable que no
ofrezca las respuestas definitivas el fenómeno que todos buscamos, pero
esperemos que sirva para plantear preguntas más acertadas. Que no es poco.
De hecho, puede que sea la clave para aproximarnos a este intrincado,
fascinante y perturbador asunto.
Gracias por acompañarme.

1.
Nunca he tenido problemas con la etiqueta de «ufólogo de salón».
BREVE ETIMOLOGÍA DE LO OVNI/ovni

Ovni: 1. m. Objeto al que en ocasiones se considera, según la


ufología, como una nave espacial de procedencia extraterrestre.
DICCIONARIO DE LA RAE

Uno de los lugares comunes en cualquier debate ufológico es reivindicar la


literalidad del término ovni: Cuando alguien hace uso de ovni se refiere a un
Objeto Volante No Identificado y a nada más.2 Es decir, cualquier cosa que
observemos en los cielos y que no seamos capaces de identificar de una
manera convencional.
Pero si nos atenemos estrictamente a esa definición de ovni, ni yo estaría
escribiendo este libro, ni usted lo estaría leyendo, ni la ufología3 existiría
como tal. Esta acepción, aunque socorrida, no recoge los poderosos
significados que giran alrededor del concepto de ovni y que van mucho más
allá de la idea de algo no identificado en el cielo.
Cuando alguien menciona ovni en un libro, en una película, en un
programa de radio o en una novela, entendemos que detrás de esas siglas se
esconde la idea de que unas entidades no humanas dotadas de una
tecnología ultraavanzada nos visitan e interactúan con nosotros. Ya saben.
Y esta, estimados lectores, es la definición amplia en la que nos vamos a
centrar en los próximos capítulos al hablar de ovnis. De hecho, muchos de
los razonamientos que vamos a intentar desarrollar en las siguientes páginas
se centrarán en los llamados «encuentros de tercer tipo», donde existe un
reconocimiento o una interacción directa con naves o tripulantes, y no tanto
en la percepción de no identificados en el cielo, que suele tener un carácter
más ambiguo y fugaz. Aunque no podemos olvidar que la génesis oficial
del fenómeno ovni surge, ni más ni menos, del testimonio de un piloto que
presencia desde su avioneta precisamente eso: objetos volantes no
identificados. Pero enseguida veremos cómo, en cuestión de semanas, esa
literalidad de significado se vería completamente superada por una
reinterpretación mucho más compleja. Y ya adelantamos que, incluso
cuando a lo largo del ensayo planteemos hipótesis que superan nuestros
esquemas cognitivos y nuestras dimensiones espacio—temporales,
seguiremos recurriendo al término ovni, ya que, aunque podría parecer
limitativo, es un término evocador y que de una manera dinámica podemos
asociar a todo aquello que supone una ruptura de nuestra realidad, además
de estar relacionado con una diversa fenomenología que trasciende las ideas
intuitivas asociadas a naves espaciales y hombrecillos verdes.
Dejamos abierto el debate sobre la necesidad de acuñar un nuevo
término4 que nos ayude a superar ciertas preconcepciones sobre los ovnis y
que, de camino, sirviese para reducir confusiones y facilitase el estudio del
mismo, redefiniendo el concepto en relación con una cultura popular que
sigue anclada en 1947.

2.
Ignacio Cabria propone usar la palabra ovni cuando nos queramos referir a un supuesto objeto
extraterrestre y OVNI como el acrónimo del significado literal de Objeto Volante No Identificado.
3.
Existe también cierta polémica etimológica si procede, o no, usar el anglicismo ufología —
derivado del acrónimo inglés Unknown Flying Object (UFO)—, o si bien deberíamos hablar de
Ovnilogía, que se entiende, al menos etimológicamente hablando, como el término legítimo a usar en
lengua castellana. Sea como fuere, hemos optado por recurrir al término más popular de ufología.
Esperamos que tanto la RAE como algunos ovnílogos no nos lo tengan en cuenta.
4.
En ese sentido, la propuesta de FANI: Fenómeno Aéreo No Identificado, usada en algunos países
de América del Sur, nos parece mucho más honesta. Valga también señalar el novedoso
«agnoptenología», neologismo acuñado por Félix Ares y Juan Carlos Imar y que se recoge en el
Diccionario Temático de Ufología.
1947: AÑO CERO

Volaban erráticamente, como un plato lanzado al agua.


KENNETH ARNOLD

Se puede discutir, como afirman algunos autores, que los ovnis se están
manifestando desde el principio de los tiempos. Hay constancia de
observaciones inexplicables en los cielos en periódicos estadounidenses del
siglo XIX,5 en relatos medievales o incluso en textos sagrados de culturas
antiguas. Sin embargo, la ufología y el concepto de ovni como tal nacieron
en 1947 con el célebre avistamiento de Kenneth Arnold, que se convirtió en
la inauguración oficial de este fascinante asunto que aquí nos congrega.
Hasta ese momento no se había equiparado de manera pública y notoria un
encuentro inexplicable con la idea de seres extraterrestres pilotando naves
espaciales por nuestros cielos. Cualquier interpretación posterior de algún
incidente anterior a esa fecha será realizada de manera retrospectiva.
A partir de ese año empieza a gestarse, dentro de un contexto
sociopolítico muy determinado, una cultura y un folklore ovni en Estados
Unidos que no tardará en expandirse por buena parte del mundo. Algunos
dirán que fue un claro ejemplo de contaminación cultural, mientras que
otros achacarán su difusión a unos incipientes medios de comunicación
globales que hasta entonces no existían. Sea cual fuere la razón, 1947 marca
el inicio de una auténtica avalancha de testimonios de apariciones ovni. Lo
que en un principio eran fugaces observaciones de objetos no identificados
rápidamente comenzaron a evolucionar a auténticos encuentros con lo
imposible protagonizados por los tripulantes extraterrestres de estas naves.
Se abría así la Edad de Oro de la ufología.
Ahora bien, ¿qué se entiende por un incidente ovni? El paradigma de
avistamiento ovni se puede describir genéricamente a través de los
siguientes rasgos:

1. Observación de vehículos o artefactos voladores que se desplazan


de una manera dirigida y no convencional.
2. Observación de entidades aparentemente no humanas tripulando
los supuestos artilugios y que, en ocasiones, pueden llegar a
interactuar con el testigo.
3. Ausencia de pruebas materiales concluyentes de dichos
encuentros.
4. La mayoría de las experiencias asociadas al fenómeno ovni son
indistinguibles de vivencias subjetivas.

Bajo estas cuatro premisas se pueden agrupar los miles de casos ovni de
los que existen registros. Concedo que las premisas pueden parecer
generalistas, pero son los únicos principios relevantes que se pueden extraer
de las miríadas de testimonios. Por mucho que la divulgación del misterio y
el entretenimiento nos ofrezca una idea bastante definida de los encuentros
con estos visitantes, si se profundiza en la casuística, si descendemos a los
detalles, si nos olvidamos del estereotipo, se comprobará que las
variaciones y permutaciones son infinitas y que podemos encontrar todo
tipo de supuestas naves espaciales (platillos volantes, cigarros, triángulos,
luces) y de alienígenas (robots, criaturas animaloides, superhombres —y
supermujeres— de aspecto escandinavo, humanoides, amazonas); por no
hablar de su comportamiento, que solo se puede denominar, en la mayoría
de los casos, como incomprensible, absurdo o bizarro.
Por lo tanto, no existe en absoluto un único esquema coherente en todo
aquello que concierne al tipo de vehículos, al tipo de criaturas, a su
comportamiento o a sus intenciones. Da la impresión de que ese encuentro
—tipo realmente habite en nuestras cabezas y, curiosamente, desde esa
óptica sí que se puede apreciar una estructura general subyacente. En
siguientes capítulos tendremos la oportunidad de revisar ese concepto de
plantilla conceptual que nos sirve de marco de referencia para este tipo de
experiencias.
Respecto al tercer punto comentado —«ausencia de pruebas materiales
concluyentes de dichos encuentros»—, es conveniente hacer un inciso.
Desde hace décadas existen registros de testimonios de miles de casos, pero
hasta la fecha no se han obtenido pruebas incontrovertibles y concluyentes.
Esta ausencia de evidencias materiales siempre ha despertado la sospecha,
pero bien es cierto que la espontaneidad del fenómeno, unido a que hasta
hace bien poco casi nadie llevaba consigo un dispositivo como el teléfono
móvil, podía llevarnos a pensar que es plausible que no existieran pruebas
gráficas.
Sin embargo, a partir de la generalización del uso del móvil con cámara
de fotos, esta hipótesis se vuelve insostenible —es el dispositivo con mayor
penetración mundial, lo que permite que amplísimos porcentajes de la
población mundial puedan registrar cualquier acontecimiento en el que se
vean envueltos, como bien nos están demostrando algunos movimientos
sociales recientes que se han producido en países de todo el globo—. Es
muy difícil creer que de los numerosos avistamientos o encuentros cercanos
que se producen no haya quedado nunca constancia en ninguna cámara de
fotos o vídeo. Es cierto que cualquier búsqueda en una red como YouTube
podrá arrojar algunos resultados curiosos, pero un escrutinio serio de los
mismos les llevará a descartar la existencia de cualquier prueba fiable y,
para mayor consternación, de unos mínimos indicios de verosimilitud.
Esto nos lleva a una inevitable doble conclusión respecto a los supuestos
miles de casos ovni: El fenómeno genuino se produce con mucha menor
frecuencia de la que los numerosos testimonios sugieren y tiene una elevada
componente antropológica y psicosocial.
¿Qué es lo que hay detrás de los cientos de avistamientos y encuentros
que cada año se producen en todo el mundo? Ya les adelanto que el enigma
continúa sin ser desvelado. Lo que sí podemos afirmar con rotundidad es
que todas las hipótesis son fascinantes y merecen nuestra plena atención.

5.
La famosa oleada Airship de 1897, de la que se ocupó con detalle el conocido ufólogo gaditano
José Antonio Caravaca en su libro La última profecía de Julio Verne (EDAF).
LA HIPÓTESIS EXTRATERRESTRE

Ya no hay duda, los ovnis existen y son naves extraterrestres.


JUAN JOSÉ BENÍTEZ

TUERCAS Y TORNILLOS
Como ya hemos comentado, por mucho que ufólogos y divulgadores se
desvivan en ahondar en la complejidad del fenómeno, hablar de ovnis en un
contexto no especializado ufológico es referirse casi en exclusiva a la
Hipótesis Extraterrestre (a partir de ahora HET). La psique colectiva, la
cultura popular va, sin duda, a la suya. La HET afirma que los miles de
avistamientos y encuentros ovni no son más que la constatación de que
estamos siendo visitados por seres extraterrestres del espacio exterior. Estos
serían los rasgos fundamentales de esta argumentación:

1. Seres extraterrestres de civilizaciones más avanzadas que la


nuestra nos están visitando.
2. Han viajado a nuestro planeta utilizando naves espaciales de una
tecnología netamente superior a la humana.
3. Se manifiestan ante los humanos de una manera accidental o sutil,
ya sea para ocultar sus intenciones o bien porque desean evitar un
shock global.
4. Los supuestos extraterrestres afirman y demuestran tener todo tipo
de intenciones: exploración, investigación, control,
experimentación o redención. Muchas de ellas son contradictorias
entre sí y en última instancia denotan la existencia de una agenda
incomprensible para el ser humano.

La HET es una derivación lógica del paradigma científico-racionalista.


La idea de que estamos siendo visitados por alienígenas puede parecer un
dislate, pero realmente tiene todo el sentido del mundo. De nuestro mundo,
claro. ¿No es precisamente lo que haríamos los humanos si nos
embarcáramos en una expansión interestelar? Exploraríamos otras galaxias,
intentaríamos localizar otros planetas habitados, nos infiltraríamos
militarmente, investigaríamos científicamente e incluso podríamos
organizar algún plan de colonización en connivencia con las elites nativas.
Esta sospechosa humanidad en sus intenciones es objeto de abundantes
críticas y es el núcleo de formulación de otras hipótesis alternativas que
rechazan una interpretación antropocéntrica del fenómeno. Estos
extraterrestres serían demasiado humanos.6
Independientemente de estas consideraciones, qué duda cabe que el
factor verosimilitud ha sido la gran fuerza de la HET durante todo el siglo
XX. Nuestros anhelos, nuestras miradas al cielo, nuestra fe en que no
estamos solos en el universo, se traducen en la intuición de que existen
otros seres inteligentes en el universo y en la convicción de que estamos
destinados, de alguna manera, a establecer contacto con ellos. Esta
perspectiva crea un estable marco cultural y cognitivo que sirve como
prisma a la hora de definir e interpretar sucesos absurdos o
incomprensibles.
Pongamos un ejemplo: si un testigo nos relatara que haciendo
senderismo por una montaña sorprendió a unos humanoides enfundados en
unos monos de color plateado recogiendo muestras de vegetación al lado de
una nave espacial con su escalerilla descolgada, ¿qué pensaríamos?
Podríamos dudar de la credibilidad del testimonio, pero su relato tendría
sentido bajo determinado contexto. Es lo que suponemos que harían unos
exploradores alienígenas. Sin embargo, si este mismo señor nos relatara que
ha topado con unos gnomos ataviados con trajes amarillos, montados en
unas babosas gigantes púrpura y recogiendo fruta, desecharíamos su
testimonio como un absoluto disparate. No existiría siquiera el beneficio de
la duda. El paradigma ufológico, independientemente de las pruebas
objetivas, es consistente a los ojos de nuestra cultura y de nuestra época.
Para reforzar este punto me gustaría subrayar una elocuente anécdota.
Durante la emisión de un programa de radio,7 un locutor se encontraba
departiendo con dos veteranos ufólogos sobre algunos casos ovni que
habían tenido lugar recientemente. En medio de la conversación, uno de
ellos sacó a colación, con cierto tono de mofa, un supuesto caso de una
familia catalana que había tenido un encuentro con una especie de pitufo
que habían conseguido capturar —todo apunta a que se referirían al caso
del Gnomo de Girona—.8 Claro, dirán ustedes, esto suena a chiste y a
chufla, pero, si lo pensamos bien, ¿cuál sería la diferencia si, en vez de
hablar de pitufos, hablara de hombrecillos grises con cabezas
desproporcionadas y opacos ojos almendrados? ¿No son tanto los pitufos
como los humanoides grises personajes equivalentes del folklore
contemporáneo con una cuota similar de presencia en la cultura popular y
ninguna prueba que avale su real existencia? Evocar a los pitufos puede
invitar al cachondeo, pero su existencia hoy tiene el mismo fundamento que
la de los tripulantes de las naves extraterrestres que supuestamente exploran
nuestro planeta.
Aun así, como ya hemos apuntado con anterioridad, si vamos más allá
del paradigma ufológico y nos acercamos a los casos documentados,
podremos comprobar como este coherente esquema suele desmoronarse en
cada caso que se analiza. En cualquier libro clásico de la ufología podrán
toparse con cientos de relatos bizarros donde los maravillosos e inquietantes
tripulantes de las naves espaciales from outer space pueden llegar a pedir un
vaso de agua, dejar unas piedras con crípticas inscripciones, insertar chips
en seres humanos o limitarse a dejarse ver para, sin más, huir de forma
apresurada. Nada que ver con las ideas de intrépidos exploradores
interestelares. Los protagonistas de estos incidentes están mucho más cerca
de ser tricksters9 y trolls cósmicos.
Si existe un patrón, es «lo absurdo». Con esto no queremos insinuar, ni
mucho menos, que los testigos de los ovnis sean personas trastornadas o
desequilibradas. Tengo la firme convicción de que buena parte de los casos
e incidentes reportados son genuinos y han sido percibidos de esa manera
por el testigo y, por lo tanto, en ese sentido, son experiencias reales que
desde la óptica humana no presentan lógica alguna. Eso no quiere decir que
lo sean, ojo.
El problema fundamental de la HET es que plantea la existencia del
fenómeno ovni como algo material y, de forma consecuente, propone su
estudio desde una perspectiva empírica. Si tenemos en cuenta los
avistamientos y encuentros de los que existe constancia y les sumamos
aquellos que pasan desapercibidos o no son debidamente documentados o
registrados, llegaríamos a la conclusión de que la Tierra está siendo visitada
de manera masiva por naves extraterrestres que difícilmente podrían
escapar a nuestros sistemas de control (radares, satélites, aviones) ni a
nuestros más avezados ufólogos.
Esta aseveración, desde una perspectiva puramente logística, provoca
muchísimas dudas razonables. Por ejemplo, si estamos siendo visitados de
forma continua por naves extraterrestres de «tornillos y tuercas», ¿dónde
están las evidencias de ese continuo tránsito de artilugios espaciales? De
nuevo, la aplastante ausencia no solo de pruebas, sino del más mínimo
indicio falsable, acaba por minar las posibilidades de la HET para explicar
el poliédrico fenómeno ovni.
Es cierto que se han visto, detectado e incluso registrado hechos
inexplicables en nuestros cielos —la documentación gráfica de encuentros
cercanos es muchísimo más escasa, y ya es decir— que siguen siendo
enigmas, pero distan mucho, mucho, de ser el «gran problema de la
ciencia». No es de extrañar que la ufología, en cuestión de un par de
décadas, empezara a intentar superar la fallida y complicada explicación
extraterrestre que, pese a su atractivo, no acababa de alzar el vuelo.
Así, se convertirá casi en un rito que los más serios y honrados ufólogos,
tras años de investigación empírica analizando el fenómeno y buscando
pruebas materiales, terminasen decantándose por hipótesis alternativas más
exóticas, a las que prestaremos atención más adelante.
Los principios de la HET, no obstante, siguen abiertos a validación. La
idea de que la humanidad establezca contacto con otras inteligencias y
civilizaciones no es una posibilidad en absoluto descartable. Solo se
encuentra a la espera de que las pruebas le permitan ser algo más que una
idea sensata y una muy socorrida inspiración para el entretenimiento
mundial.
EL ROL DE LOS GOBIERNOS
El gobierno niega todo conocimiento.
EXPEDIENTE X
Dentro de la HET debemos hacer mención de una polémica cuestión con la
que esta hipótesis se suela asociar habitualmente: ¿cuál es el papel de los
gobiernos ante el fenómeno ovni?
Existe la presunción, desde los creyentes en la HET, de que los
gobiernos ocultan deliberadamente información capital sobre los platillos
volantes. Pero ¿es este realmente el caso?
Es probable que la actitud de los gobiernos y los Estados modernos ante
el fenómeno ovni haya pasado por distintas etapas. En una primera fase,
pudo generarse una genuina inquietud ante aquellos objetos no identificados
que surcaban los cielos, y no me refiero exclusivamente a la posible
presencia de naves alienígenas, sino que, como ocurría durante la Guerra
Fría, existía una gran paranoia a que prototipos ultrasecretos propios fueran
desvelados, o a que artilugios rivales pudieran estar sobrevolando el país sin
ser detectados. Sin ir más lejos, en 1962, un avión U2 norteamericano había
sido derribado sobre la URSS. Aquello no fue un simple escándalo
diplomático. Una escaramuza aérea podría perfectamente haber
desencadenado una confrontación nuclear. Poca broma.
Annie Jacobsen, en su libro Area 51 (Área 51), demuestra como el
ejército norteamericano, durante los años de desarrollo de ciertos aviones
ultrasecretos en instalaciones neurálgicas, como la base de Groom Lake
(conocida universalmente como Área 51), mostró gran preocupación ante la
posibilidad de que algún accidente aéreo o avistamiento desvelara sus
avances tecnológicos, por lo que se emplearon a fondo en vigilar con celo
cualquier tipo de incidente y llegaron a utilizar propaganda ovni con la
intención de desinformar y desviar el foco. Del mismo modo, está
documentado en libros tales como Mirage Men (Hombres Espejismo), de
Mark Pinkligton, que diversos grupos ufológicos fueron infiltrados por las
fuerzas aéreas estadounidenses, ya que sus insistentes cazas de platillos
volantes podían terminar provocando que el enemigo (los soviéticos)
recibiese información sobre lo que no eran más que proyectos militares
secretos.10 Que ambas potencias hayan utilizado los ovnis como pantalla de
distracción para su propio beneficio militar y mediático es algo más que
probable.
Ya fuera por interés genuino o para monitorizar las actividades de los
ufólogos, tanto los gobiernos norteamericanos y soviéticos como los de
otras potencias, investigaron avistamientos y presuntos encuentros. Intentar
arrojar algo de luz sobre estos informes oficiales relacionados con el
fenómeno ovni supone descender a territorios pantanosos donde se mezcla
información, secretismo, desinformación, conspiranoia, mito y leyenda.
Parece probado que los gobiernos han dedicado recursos a la
investigación de ciertos incidentes de manera oficial —la prensa se hizo eco
recientemente de un programa secreto militar estadounidense tal y como,
por ejemplo, recoge Pablo Pardo en su artículo de El Mundo: El pentágono
busca ovnis y los encuentra—, pero mucho me temo que, pese a esa imagen
de omnipotencia que los Estados proyectan, las autoridades se toparon con
la misma sensación de impotencia que los investigadores independientes y
que, frustrados por no encontrar una explicación, hayan decidido relegar el
fenómeno por esquivo y perturbador. Además, no despertaba ninguna
alarma social y, en caso de que finalmente fuera cierto que algunos
alienígenas nos visitan, solo evidenciaría el inquietante hecho de que hay
realidades absolutamente fuera del control de nuestros gobiernos.

LA HIPOTESIS EXTRATERRESTRE RETROACTIVA


Ellos adoraban a los Dioses Primigenios que habitaban la Tierra
a la que llegaron desde los oscuros cielos, muchísimo antes de
que ni siquiera existieran los hombres.
HOWARD PHILIPS LOVECRAFT
Desde que se comenzó a plantear la HET, algunos investigadores y
escritores comenzaron a reflexionar sobre una interesante cuestión: si los
extraterrestres nos están visitando ahora, lo lógico es pensar que también lo
hayan estado haciendo antes, mucho antes.
Este inapelable razonamiento acabaría derivando en la llamada Teoría
del Astronauta Ancestral, que popularizarían el escritor Erich von Däniken
y los investigadores Zecharia Sitchin o Robert Charroux, entre otros. Esta
fascinante mirada a nuestro pasado sigue gozando a día de hoy de gran
aceptación, como prueba el éxito de la serie Ancient Aliens, uno de los
programas estrella del canal televisivo History Channel. ¿En qué consiste la
teoría paleoastronáutica? Sencillo. Esta teoría afirma tajantemente que
existen indicios suficientes para pensar que hemos sido visitados desde
tiempos ancestrales por civilizaciones extraterrestres que han dejado su
impronta en varias culturas primitivas. Estos indicios se manifiestan a
través de dos grandes ámbitos:
1) Legados arqueológicos y ooparts:
En todo el planeta existen ruinas de ancianas y monumentales
construcciones que se desconoce como pudieron ser edificadas: las
pirámides de Egipto, Tiahuanaco, las ruinas de Puma Punku o las famosas
líneas de Nazca —que Von Däniken célebremente interpretó como pistas de
aterrizaje de naves espaciales— . Entre los defensores de esta teoría y la
arqueología convencional existe, como es previsible, un acalorado debate.
Mención aparte merecen los Ooparts, anglicismo que hace referencia a
objetos encontrados, aparentemente, «fuera de su tiempo y de su lugar»,
como la famosa pila de Bagdad o el mecanismo de Antikitera, objetos
misterios que desafían nuestras convicciones sobre el nivel tecnológico de
la época de la que datan, y que para algunos son otra prueba más que
apoyaría la idea de una injerencia extraterrestre en el devenir de los pueblos
primitivos.
Muchos escépticos afirman, de forma sensata, que nuestro
desconocimiento sobre el método de construcción de una obra particular del
pasado no implica que sea necesaria la intervención de una inteligencia y
una tecnología extraterrestre. Podría tratarse de técnicas rudimentarias de
ingeniería —o no— caídas en el olvido. Inferir que hemos sido visitados
por extraterrestres debido a unas cuantas anomalías dispersas por todo el
mundo no está exento de cierta temeridad intelectual.
2) Tradiciones religiosas y mitologías primitivas:
Es común encontrar en muchas de las religiones y mitologías referencias
a criaturas sobrenaturales o divinidades que descienden de los cielos. Según
este enfoque retroactivo del que venimos hablando, estos relatos serían la
interpretación rudimentaria de las interacciones de nuestros antepasados
con estos seres extraterrestres. Esta perspectiva permite una más que
fecunda revisión literal de cualquier mitología, credo religioso o expresión
artística primitiva. Así, los ángeles del cristianismo, los dioses hindúes —
con sus vimanas— o los dioses sumerios, son presentados como seres
extraterrestres ante los cuales los humanos se postran y hacen buena la
máxima de Clarke de equiparar tecnología avanzada con magia o poderes
sobrenaturales.
Otra variante más rebuscada de esta perspectiva sería la de intentar
enlazar ciertas representaciones de la antigüedad de seres sobrenaturales —
por ejemplo, las pinturas rupestres de Tassili— con nuestra actual
representación arquetípica de los extraterrestres, demostrando de manera
fehaciente que los alienígenas ya estuvieron en nuestro planeta hace miles
de años.
Para ilustrar este punto se suele establecer un paralelismo con el curioso
fenómeno de los «Cultos Cargo», una serie de movimientos religiosos
espontáneos que surgieron entre los nativos de algunas remotas islas del
Pacífico al interactuar con los soldados japoneses y norteamericanos que, en
plena Segunda Guerra Mundial, usaron sus islas como bases. Estos nativos,
deslumbrados ante la absoluta superioridad tecnológica de los extranjeros,
acabaron por divinizarlos y crearon cultos religiosos en torno a su figura.
De la misma manera, según los defensores de estar teorías, nuestros
antecesores se habrían postrado y rendido culto a los extraterrestres y a su
avanzada tecnología.
Si la idea de plantear una arqueología alternativa provoca alguna mirada
simpática, el segundo punto, esa idea de analizar ciertas religiones y
mitologías bajo el prisma extraterrestre, suele despertar furibundas
reacciones. Y no es para menos. Por un lado, ciertas religiones encuentran
ofensivo que sus pilares trascendentes y espirituales sean interpretados
desde un prisma tan vulgarmente material y, por otro lado, los antropólogos
se echan las manos a la cabeza al ver como se arrasa cualquier valor
alegórico de los mitos y se fuerza una interpretación cogida con pinzas,
gracias a la cual, el legado de algunas sobresalientes culturas de la
antigüedad se convierte, sin más y de forma interesada, en astronautas,
humanoides grises y naves interestelares.
Pero la teoría del Astronauta Ancestral va más lejos, llegando incluso a
afirmar que los seres humanos somos producto de la manipulación genética
alienígena, lo cual les convierte en nuestros creadores, en una clara
tendencia hacia la divinización de los extraterrestres, aunque no a través del
prisma místico, sino del paradigma científico-tecnológico humano.
Estamos, pues, ante una nueva mitología religiosa construida con mimbres
contemporáneos. En vez de haber sido moldeados en barro, el origen del
hombre se habría gestado en una probeta de una civilización alienígena.
Esta perspectiva no es ningún disparate, sino que nos plantea un
escenario coherente y con sentido. Es una de las posibilidades que se
pueden utilizar para explicar el origen de los humanos o incluso de la propia
vida.11 Y por mucho que algunos científicos la puedan despreciar, es justo
reconocerle que se trata de una hipótesis apta, aunque altamente
especulativa. No está de más recordar que el génesis de la humanidad
continúa siendo un absoluto misterio que la ciencia ortodoxa sigue sin
poder explicar, mientras que, al menos, la religión, a su manera, o la
ufología sí que se han atrevido a articular una explicación. No es poco.
Dicho esto, y como buena heredera de la HET, llegado el momento de
contrastar esta hipótesis es cuando empiezan a acumularse las malas
noticias. ¿Existen pruebas o evidencias arqueológicas a favor? La respuesta
es negativa. Existen restos arqueológicos cuya construcción puede ser un
enigma y sí, podemos encontrar en cualquier rincón del mundo relatos
mitológicos y religiosos en los que se retratan a seres que pueden ser
interpretados de una manera u otra, pero se necesitan pruebas mucho más
contundentes para revertir el paso del logos al mito12. No se puede hacer
ingeniería inversa de cualquier mitología, reinterpretarla bajo nuestro
prisma y llegar a interesadas conclusiones. Bueno, sí que se puede, pero se
está aportando bien poco a sustentar una hipótesis que requiere de pruebas
extraordinarias que hicieran saltar por los aires la mal llamada historia
oficial.
La arqueología no es una disciplina exhaustiva y tampoco se integra en
un cuerpo de conocimiento firme y articulado. Aquello que no se encuentra,
no existe. No funciona por intuiciones. ¿Qué se puede concluir sobre
nuestro pasado? Existen cientos de culturas ancestrales perdidas
irremisiblemente —o aún esperando a ser descubiertas—. Nuestro pasado
es mucho más amplio de lo que hemos descubierto hasta ahora. Sin
embargo, eso no significa de manera automática que la Atlántida, Lemuria
o la célebre Edad de Oro, de la que hablaba Javier Sierra en su homónimo
libro La edad de oro, esperan a ser descubiertas. Además, la posible
existencia de estas civilizaciones perdidas no implica necesariamente, ni
mucho menos, la participación de civilizaciones extraterrestres.
Lo que sí que es cierto es que lo ignoto e irreversible de nuestro pasado
remoto sale mejor parado en una hipotética comparación de pruebas de la
supuesta presencia extraterrestre frente al mundo contemporáneo, un
mundo, repito, en el que existen cientos de millones de dispositivos capaces
de registrar cualquier evento extraordinario y ser viralizado tiempo real. En
cierta manera, la HET vive mucho más cómoda en el inaccesible pasado.
Von Däniken y su controvertida obra se ha convertido en blanco de
numerosas críticas y no solo desde la arqueología oficial, sino también
desde la propia heterodoxia. Muchas de sus suposiciones han resultado ser
equivocaciones y ensoñaciones de un autor que, convencido ante una idea
fascinante, se ha dedicado a recorrer medio mundo buscando datos que
pudieran remotamente avalar sus convicciones. Aun así, leer un libro de
Von Däniken, si se consigue suspender el escepticismo de forma temporal,
es una experiencia apasionante y, si me lo permiten, hasta recomendable.
Lástima que el autor suizo no haya optado por dedicar sus esfuerzos a
escribir ficción y se haya empeñado en querer dotar de legitimidad
científica lo que es simple y pura especulación.

6.
Una crítica recurrente a la HET es la idea de que seres que vengan de otras galaxias se parezcan a
homínidos terrestres o puedan respirar nuestro aire o comunicarse con nosotros, aunque ciertas
teorías insinúan que hemos sido creados genéticamente por estas razas superiores, que son los
verdaderos dueños del planeta.
7.
Emisión de El último peldaño en Onda Regional de Murcia.
8.
https://es.wikipedia.org/wiki/Gnomo_de_Gerona
9.
Trickster: Embaucador, en inglés. Nombre que se le da a ciertas figuras que se repiten en multitud
de culturas, religiones y mitologías. Suele destacar por desafiar las normas y tratar de engañar con
tretas a los humanos con falsas promesas de todo tipo.
10.
Los servicios de inteligencia norteamericanos siempre sospecharon, no sin falta de razón, que
algunas asociaciones ufológicas contaban con topos e infiltrados soviéticos. Dado el contexto de la
época, no es nada descabellado.
11.
La película Prometheus (2012), de Ridley Scott, ha servido para popularizar enormemente esta
teoría.
12.
Se suele decir que el inicio de la filosofía radica en el paso del mito al logos, es decir, en el paso
de explicaciones o respuestas tradicionales y arbitrarias a explicaciones lógicas y racionales.
PARAUFOLOGÍAS

JUNG: RUMORES Y MITOS


En la década de 1950, el fenómeno ovni se encontraba en pleno desarrollo y
la idea de que estábamos siendo visitados por civilizaciones extraterrestres
parecía una realidad que permeaba buena parte de la cultura global. Se
publicaban numerosos libros, surgían asociaciones de aficionados e
investigadores y, sobre todo, se creaba un estado de opinión y una creencia
que, bajo el engañoso silogismo de «Los humanos no debemos ser la única
especie inteligente del vasto universo», concluía que los extraterrestres ya
estaban entre nosotros.
Este fervor mundial llamaría la atención de uno de los pensadores más
influyentes del siglo XX, el psicólogo y psiquiatra Carl Gustav Jung. El
pensador suizo, no obstante, se aproximó al fenómeno de una manera
particular y, más allá de cierta curiosidad informal, nunca llegó a interesarse
en si el fenómeno era real o no. En cierta manera le daba igual. Lo que le
interesaba era la interpretación simbólica de lo que la gente decía ver en el
cielo.
En 1958, Jung publica Ein Moderner Mythus (Un mito moderno: De
cosas que se ven en el cielo), una sensacional obra en la que puso de
manifiesto el carácter de rumor visionario que tiene la presencia de los
ovnis y todo lo que le rodea. Señalaba, como punto central, que la
estructura simbólica de los avistamientos no es casual, sino que respondía a
nuestras ansiedades y anhelos tras el traumático fin de la Segunda Guerra
Mundial. Desde su punto de vista, el fenómeno ovni (o deberíamos decir la
HET) es un «Supermito» del siglo XX en el que confluyeron el racionalismo
y el avance de la tecnología con el mensaje de redención que ofrecían los
ovnis y sus tripulantes, un mensaje que venía a compensar las ansiedades
que generaba un mundo abocado al horror tecnológico en forma de
holocausto nuclear. La difusión de los ovnis y su éxito en la ficción popular
demostraban que la humanidad había abrazado con entusiasmo aquella idea
de salvación.
Y, de hecho, esta perspectiva de Jung podría servirnos para justificar por
qué los ovnis despiertan tanta pasión entre sus adeptos y entre sus
detractores. Quien lea esto, asumo, debe entender a qué me refiero. La idea
de las visitas de extraterrestres es algo que fascina a todo el planeta y lo
sigue haciendo en pleno siglo XXI. ¿Por qué?
Puede que esta mitología ovni nos haga comulgar con nuestro
Zeitgeist13 particular, con ese concepto hegeliano de espíritu del tiempo en
el que vivimos, convirtiéndolo en una poderosa conexión con nuestra
época, con nuestro presente. Lo cual acaba por darle una fuerza y una
tensión a la que algunos parecen no poder resistirse, incluso para embestir
contra el propio fenómeno. Los ovnis enganchan a sus testigos, a sus
devotos y, lo que es más curioso, a sus más virulentos detractores.
El libro de Jung es una de las contribuciones capitales de la
investigación ovni. Por primera vez se prestó interés de manera notoria a lo
que significa el ovni, a su realidad simbólica y no tanto a su apariencia, lo
cual servirá de base para inaugurar el camino de la hipótesis psicosocial y
será una contribución fundamental para el desarrollo de nuevas corrientes y
perspectivas de investigación que se agruparon bajo la etiqueta de
Paraufología.

LA REVOLUCIÓN VALLÉE
Desde mi punto de vista, voy a sentirme muy decepcionado si los ovnis resultan que son simples
visitantes de otro planeta, ya que yo pienso que ellos son algo muchísimo más interesante.

JACQUES VALLÉE

Tras el boom de la ufología y la consolidación de la HET como la


explicación hegemónica del fenómeno ovni, algo comenzó a removerse en
el seno de la ufología de finales de la década de 1960. Aquellos
investigadores que se habían tomado en serio el estudio del fenómeno ovni
y que estaban comprometidos con resolver el enigma —y no tanto en
vender libros y en acrecentar el misterio— empezaron a concluir que algo
no encajaba. El trabajo de campo, la observación, las entrevistas a los
testigos y la búsqueda incesante de informes oficiales arrojaban unos
resultados muy pobres que, de forma sistemática, llevaban a la frustración y
la desesperación intelectual. La ufología ortodoxa y sus planteamientos eran
un callejón sin salida.
Esta ausencia de pruebas concretas de la intervención extraterrestre en
nuestro planeta se compensaba con mensajes de inminencia. A veces, y esto
se repite a lo largo de la reciente historia de la ufología, parece que estamos
al borde de un alumbramiento cósmico, pero al final nunca ocurre nada. Es
curioso repasar libros o programas de radio las últimas décadas del siglo
XX, en los que siempre se dejaba entrever que algo estaba a punto de
ocurrir y que por fin las señales se iban a confirmar. Pero nunca pasaba
nada. Seguimos en el mismo sitio. No es de extrañar que los investigadores
serios empezaran a plantearse hipótesis alternativas.
Así, tras el furor inicial de la HET, en la década de 1970, la ufología
más especializada y solvente comenzó a plantearse nuevos paradigmas del
fenómeno. Es el albor de lo que vendría a llamarse paraufología, una nueva
perspectiva cuya principal premisa era considerar que la HET no es capaz
de explicar un fenómeno tan complejo, que trasciende la irresistible idea de
que una serie de civilizaciones extraterrestres visita nuestro planeta.
Esta nouvelle vague 14tendrá muy diversos valedores, pero si hay una
figura que destaca sobre todas las demás es la del investigador francés
Jacques Vallée. Curiosamente, se trata de un personaje que no goza de
excesiva popularidad, aunque el mismísimo Steven Spielberg le hiciera un
oblicuo homenaje15 en Close encounters of the Third Kind (Encuentros en
la Tercera Fase, 1977), con ese trasunto del investigador (Claude Lecombe)
encarnado por François Truffaut. Como ya hemos comentado, la HET sigue
gozando de muy buena salud dentro de la cultura popular y vive incluso
todavía ajena al terremoto que este investigador provocó en el seno de la
ufología.
Jacques Vallée, nacido en Francia, pero afincado desde hace décadas en
Estados Unidos, mostró desde muy joven una absoluta devoción por el
fenómeno ovni, aunque no fue el único campo en el que destacó a lo largo
de su polifacética carrera. Al margen de la ufología, Jacques Vallée es un
astrofísico de primer orden, un pionero en la informática y un empresario de
éxito en Silicon Valley.
Como todo buen ufólogo en ciernes, Jacques Vallée apostó en un primer
lugar por HET, de cuya validez estaba absolutamente convencido. Vivió en
primera persona varias oleadas de ovnis, tanto en Francia como en Estados
Unidos, e incluso llegó a afirmar en alguna ocasión haber visto un platillo
volante —cuando no era más que un niño.
Sus trabajos de entonces se caracterizan por combinar rigor intelectual
con un incansable trabajo de campo visitando lugares donde se han avistado
ovnis, entrevistando a testigos, recogiendo muestras y hasta estableciendo
metodologías y protocolos junto a investigadores de la talla de Joseph
Hynek. Pero, pese a sus esfuerzos, los resultados que arrojaron sus
indagaciones acabaron por hacerle ver que el enfoque predominante a la
hora de abordar el fenómeno ovni no era el adecuado.
Así, en 1969, tras un laborioso proceso de recopilación de
documentación histórica y de análisis de sus propias investigaciones
personales, Vallée publicó su obra fundamental, Passport to Magonia
(Pasaporte a Magonia), la que, en sus propias palabras, le convertirá en un
«hereje entre los herejes» y en el enemigo público número uno de la
ufología convencional. En su libro, Vallée conecta los avistamientos
modernos de ovnis y humanoides, con leyendas tradicionales propias del
llamado folklore. A través de sus páginas, el autor francés señala las
analogías que existen entre los encuentros con hadas, gnomos u otras
criaturas mágicas de siglos anteriores y lo que hoy describiríamos como un
contacto ovni.
El científico francés demuestra de manera ejemplar lo siguiente:

1. A lo largo de la historia, y en distintos confines del planeta, se han


registrado encuentros equivalentes con entidades e inteligencias
sobrenaturales que reflejan la existencia de un patrón que
trasciende la idea (tan extendida hoy) del contagio cultural.
2. Los encuentros con supuestos extraterrestres, e incluso las
novedosas abducciones, comparten estructura y multitud de puntos
en común con los registros de encuentros con lo insólito de
tiempos pretéritos: estados de conciencia alterada, zumbidos,
pérdida de noción del tiempo, fetichismo mágico y, sobre todo, una
predominancia absoluta de lo absurdo en las interacciones entre los
humanos y estas entidades.
3. Lo que antes se interpretaba como apariciones mágicas o
religiosas, hoy se concibe y se enmarca en el paradigma científico-
tecnológico de la HET.
4. Este tipo de interacciones se desarrollan en una zona liminal16
donde aparentemente no rige nuestro espacio—tiempo, ni nuestras
relaciones causales. (Aun así, el autor insiste en que algunos de
estos encuentros dejan tras de sí algunos rastros residuales).
5. Los ovnis, así como sus anteriores encarnaciones, están
relacionadas con un sistema de control simbólico de la conciencia
humana que escapa a nuestro entendimiento y que, por lo tanto,
provoca que todo el fenómeno ovni nos parezca absurdo.

Después de Pasaporte a Magonia, Jacques Vallée continuaría


publicando libros tales como Dimensions (Dimensiones), Revelations
(Revelaciones), Confrontations (Confrontaciones) o Messengers of
Deception (Emisarios del Engaño), en los que seguirá profundizando en sus
planteamientos fundamentales. Vallée pasará por diversas fases y terminará
por mostrarse bastante crítico con la ciencia convencional y su estrechez de
miras, y con la inocencia de la ufología ortodoxa; pero, sobre todo,
manifestará su desprecio hacia las autoridades y gobiernos, a los que acusa
no solo de no tener ningún interés en acercarse tan siquiera a la verdad, sino
también de aprovecharse sistemáticamente del fenómeno ovni para
manipularlo a su antojo e interés.
Las conclusiones de Vallée no son en absoluto evidentes. El investigador
francés intuye que los ovnis son una manifestación de algo complejo,
superior y dotado de una inteligencia, pero el propio autor reconoce que es
probable que el conocimiento de la naturaleza última del fenómeno no esta
fuera del alcance de nuestra ciencia, sino de nuestro equipamiento
cognitivo.
Independientemente de estas especulaciones, la verdadera ruptura de
Vallée será demostrar que el fenómeno ovni, pese a su disfraz, no es nada
novedoso y supera el sentido literal de sus siglas. Siempre han existido
encuentros con lo insólito y el autor lo demuestra con cientos de ejemplos
registrados en la literatura de las distintas épocas. En la Edad Media se
hablaba de demonios, íncubos y súcubos —era una conclusión coherente
con el esquema cultural y cognitivo imperante—; más adelante se
interpretaron como románticas criaturas mágicas, como duendes y hadas,
para finalmente manifestarse como extraterrestres que vienen desde los
distantes confines del cosmos. Lo que hoy entendemos como ovni no es
más que la reinterpretación de un fenómeno que viene manifestándose
durante toda historia.
Una de las consecuencias de los argumentos de Vallée será relacionar el
fenómeno ovni con las criaturas míticas, las apariciones marianas o las
bestias legendarias. Esto tendrá serias implicaciones, ya que, por un lado,
permite ampliar el campo de estudio, pero en cierto modo le arrebata al
fenómeno ovni de cierta pátina de respetabilidad, que de repente se veía
abocado a compartir casuística con leyendas medievales o fábulas del
romanticismo. Desde ese punto de vista, un avistamiento ovni tenía la
misma validez y legitimidad que un aldeano que afirmaba haber visto la
Santa Compaña. Sin embargo, como veremos más adelante, también
permitirá plantear interesantes desafíos intelectuales.
Vallée es un punto y aparte en el devenir de la ufología. Aun así,
muchísimos investigadores y aficionados al tema y el público, en general,
siguen ignorando muchos de sus planteamientos, y aún en nuestros días,
Pasaporte a Magonia sigue siendo una lectura visionaria.

EL GRAN TEATRO OVNI


Cuando uno ahonda en la escena, cuando uno comprueba la calidad del
guion, de los figurantes y analiza fríamente el andamiaje tras el atrezo,
descubre la presencia de una inquietante tramoya que concibe un
espacio teatral en el que nada es lo que parece.
DANIEL VALVERDE (SE ABREN LAS PUERTAS DEL SÓTANO)
Una derivación directa de las ideas de Vallée cristalizará en una muy
fecunda corriente de pensamiento dentro de la ufología que terminó
elaborando lo que se conoce como Teoría de la Teatralización. Su principal
premisa sería la existencia de una inteligencia no humana que orquesta los
distintos fenómenos y que se manifiesta de una manera escenificada ante
los ojos de los testigos.
Sus principales rasgos serían los siguientes:
1) El fenómeno ovni es algo dinámico y proteico. «Ovni» es la etiqueta
con la que se bautizó a su penúltima manifestación en el siglo XX, pero
antes hubo otras encarnaciones adaptadas a los distintos contextos
culturales e históricos.
2) La fugacidad y el factor remoto de las apariciones ovni se explicaría
por ese factor de escenificación que busca interactuar con el testigo, sin
exponerse y de manera limitada.
3) El propósito de la escenificación ovni supera nuestro entendimiento. El
ser humano y la sociedad son incapaces de aprehender la esencia de su
naturaleza o sus intenciones.
En este sentido, cabe señalar los interesantes avances que el investigador
gaditano José Antonio Caravaca nos propone con su Teoría de la Distorsión.
Bajo esta perspectiva, los testigos del fenómeno ovni y en particular los que
experimentan un encuentro del tercer tipo, en realidad están siendo objeto
de una suerte de proyección virtual inmersiva en la que una entidad, que el
autor denomina Agente Externo Desconocido, opera a través de los
contenidos sincrónicos con la psique de los testigos (cultura, literatura,
religión, ciencia ficción) y fabrica una experiencia de visita alienígena con
una motivación oculta o incomprensible para nosotros. Los contenidos que
se proyectan, y esto es algo que entronca con Vallée, tienen un carácter dual
o psicoide que bascula desde lo exclusivamente psíquico a lo material y que
explicaría algunos de estos enigmáticos rastros materiales que deja el
fenómeno.
Este tipo de teorías alrededor de la idea de representación orquestada,
del teatro, plantea algunas dudas conceptuales debido a su marcado carácter
ad hoc17o deus ex machina. Es decir, parece diseñada específicamente para
disculpar la ausencia de pruebas objetivas y soslayar la componente
subjetiva.18
En lo que respecta al primer punto, parece mucho más lógico pensar que
fenómenos incapaces de ser asimilados por nuestra mente, equipo
cognitivo, o, como decía Kant, por nuestras categorías
«Espacio»/«Tiempo», sean reinterpretados usando elementos disponibles de
nuestra cultura. De hecho, la percepción humana funciona así. Tratamos de
identificar y catalogar las cosas que nuestros sentidos ven de una manera
que nuestro cerebro puede procesar. Lo desconocido se interpreta conforme
a lo conocido. Parece más lógico presumir que esa naturaleza proteica se
deba más al sujeto, al testigo, que al objeto.
Y eso es exactamente lo que ocurre con el segundo punto.
Efectivamente, podemos pensar que las inteligencias no humanas buscan el
momento y la localización adecuados para manifestarse ante el testigo,
pero, si es así, lo hacen principalmente en entornos aislados y situaciones
individuales en las que estos encuentros muchas veces son indistinguibles
de una experiencia subjetiva. Lo cual, por supuesto, no quiere decir que no
sea real, pero sí hace que requiera de nuevos enfoques no tan centrados en
el objeto y más en el sujeto.
Respecto al tercer punto, se abre un interesante debate al que
volveremos más adelante. ¿El fenómeno ovni es «señal» o «ruido»? ¿Existe
una intencionalidad determinada o estamos ante interferencias cognitivas u
ontológicas espontáneas a las cuales tratamos de dotar, nosotros, de
sentido? Sea cual sea nuestra preferencia, asumir cuanto antes lo absurdo y
lo extraño del fenómeno nos será de gran utilidad a la hora de abordar estos
asuntos. Lo ovni se nos escapa.

JOHN KEEL: POR UNA TEORÍA UNIFICADORA DE LO


PARANORMAL
Abandoné cualquier HET en 1967 cuando mis propias investigaciones
de campo me revelaron una alucinante superposición entre los
fenómenos paranormales y los supuestos casos ovni.
JOHN KEEL
Si antes mencionábamos a Jacques Vallée como uno de los pensadores e
investigadores que más había hecho avanzar el estudio de lo ovni, muy
pronto, John Keel le daría la réplica al profundizar en los estudios del
investigador francés y reformular los casos ovni desde una perspectiva
mucho más amplia, imaginativa y, sobre todo, intuitiva. Obras como The
Mothman Prophesies (Las profecías del Mothman) u Operation Trojan
Horse (Operación: Caballo de Troya), supusieron todo un revulsivo en el
obsoleto panorama ufológico de la época.
John Keel era un periodista que se había dedicado a recorrer medio
mundo cazando misterios, hechos extraordinarios y fenómenos anómalos.
No es ninguna sorpresa que reorientara su trabajo al misterio más popular
en los Estados Unidos: los platillos volantes. Tras investigar multitud de
casos en la costa este de Estados Unidos, empezó a replantearse cuál podía
ser la naturaleza del fenómeno. Keel empezó a trazar paralelismos entre los
encuentros con extrañas criaturas, como el célebre Mothman,19 en Virginia
Occidental, con avistamientos de ovnis, encuentros con inquietantes
entidades y con algunos episodios de percepción extrasensorial de los
testigos.
Esta aportación de John Keel será de una gran relevancia, ya que, desde
los inicios de la ufología, muchos investigadores sesgaban casos donde
aparecían trazas de otros fenómenos paranormales. Desde la perspectiva de
estos investigadores, la ufología era una ciencia seria y como tal debía
obviar este tipo de manifestaciones parapsicológicas que empañaban la
respetabilidad de la disciplina. Lo cierto es que Keel puso en evidencia que
el fenómeno ovni no era algo aséptico ni aislado, sino que guardaba
relación con un todo que englobaba percepciones extrasensoriales,
apariciones de criaturas, bilocaciones y un amplio abanico de fenómenos
extraños.
Keel, de hecho, pensaba que todas las anomalías como las criaturas
criptozoológicas, los ovnis, los fantasmas, los poltergeists, los orbes, los
demonios, los ángeles o cualquier entidad mística o religiosa estaban
interconectadas entre sí y que eran manifestaciones de una misma fuerza
cósmica que escapaba de nuestro control y que él denominaba como
Superespectro.20
John Keel incluso se atrevió a sustituir el término de extraterrestres por
ultraterrestres, unas supuestas entidades pertenecientes a otro orden de
existencia y, por tanto, incomprensibles desde una óptica humana. John
Keel terminó pagando un elevado peaje mental al enfrentarse a una
sucesión de situaciones inexplicables que empezaron a hacer zozobrar su
propia cordura. Lo absurdo, por momentos, le desbordaba, aunque, sin
duda, su proverbial sentido del humor y el mantener cierta distancia de
seguridad respecto a sus propias vivencias le permitieron continuar con sus
investigaciones hasta su fallecimiento en el año 2009.
Un diálogo de la película Mothman, la última profecía (Mark Pellington,
2002) basado en su ensayo Las profecías del Mothman e inmortalizado por
el podcast Terra Incognita, resume la inquietante filosofía que John Keel
trataba de transmitirnos:
—La semana pasada, mi amigo recibió una llamada telefónica extraña
de... un ente, un espíritu; lo que fuera... parecía saberlo... todo.
—¿Como Dios? ¿Y hacía predicciones que se han confirmado?
—Sí. Le llamó un tal Indrid Cold.
—Es percepción, John. A cada cual se le aparecen de forma diferente:
una voz, una luz, un hombre, un monstruo... Si tu amigo piensa que está
hablando con Dios, está totalmente equivocado...
—¿Y cómo se explica que lo sabe todo?
—Mira allí arriba. Si hubiera un accidente de tráfico a unas manzanas de
aquí, es muy probable que lo viera el que limpia los cristales, pero no
significa que sea Dios. Ni siquiera que sea más listo que nosotros. Lo que
pasa es que desde donde está, puede ver un poco más lejos que nosotros.
—Creo que es evidente que esas entidades están más adelantadas que
nosotros. ¿Por qué no se presentan y nos dicen lo que piensan?
—Tú estás más adelantado que una cucaracha. ¿Has intentado alguna
vez explicárselo a alguna de ellas?
Este símil de las relaciones entre humanos y animales se ha usado a lo
largo de la reciente historia de la ufología como metáfora para ilustrar por
qué no podemos entender nuestras interacciones con estas entidades que
Keel bautizó como ultraterrestres. Sin embargo, muchos se preguntarán
consecuentemente: ¿Dónde están esas entidades? ¿Son materiales? ¿O
desafían nuestras categorías de espacio y tiempo? Es el momento de ir un
poco más lejos y recurrir a nuevas y arriesgadas hipótesis.

SALVADOR FREIXEDO Y LA GRANJA HUMANA


Somos propiedad de alguien.
CHARLES FORT
Antes de saltar a nuevas dimensiones, es justo mencionar a un autor que
reivindica la citada analogía de nuestras relaciones de dominación con los
animales en un sentido literal, llevándola hasta sus últimas consecuencias.
Hablamos, cómo no, de Salvador Freixedo, un exjesuita que, tras
recorrer buena parte de Latinoamérica y Estados Unidos, acabó
renunciando a su fe y comenzó a centrarse en temas relacionados con el
misterio, lo oculto y lo paranormal, que serían, según su perspectiva,
distintas manifestaciones de estas supuestas divinidades. Sus obras más
representativas son La amenaza extraterrestre, Defendámonos de los dioses
y La granja humana, obras que configuraron un desolador tríptico donde
equiparaba a los supuestos extraterrestres con los dioses de la antigüedad.
Bajo su punto de vista, todos son entidades consagradas a parasitar a los
seres humanos y sus energías psíquicas, con la misma falta de compasión
que nosotros mostramos con los animales. Las religiones son, desde esta
perspectiva radical, manipulaciones organizadas que buscan someternos a
través de la devoción de los creyentes de la que estas entidades se nutren.
Los seres humanos somos las víctimas de este panteón inacabable de
entes ultraterrestres ante a los cuales estamos a su merced absoluta. Como
los animales de una granja, que a veces se tienen que enfrentar a irrupciones
traumáticas, pero bienintencionadas (una oveja que es llevada al
veterinario), ataques (un lobo que entra en la granja por la noche) o bien
afrontar nuestro destino: ser sacrificado para formar parte de la cadena
alimentaria de terceros.
Curiosamente, Freixedo abomina del estudio de la casuística, pero por
razones distintas a los ufólogos escépticos. Para él, está tan demostrada la
injerencia de estas inteligencias no humanas que no vale la pena perder más
tiempo en acumular pruebas o clasificarlas de manera axiomática. El
hombre debe tomar conciencia de la amenaza divina y rechazar cualquier
pleitesía o devoción a estas desaprensivas deidades extraterrestres.
Su visión es sencillamente arrebatadora, aunque sus extraordinarias
afirmaciones tienen un gran hándicap: adolecen de fundamentación
empírica. Por mucho que se empeñe Freixedo en insistir con gran aplomo
en que no hacen falta pruebas porque estas son evidentes, dicha aseveración
no es suficiente. Lo cierto es que el autor, en sus escritos, se limita a hacerse
eco de casos contemporáneos, así como reinterpretar mitologías del pasado
desde su particular prisma. Pero su potente e imaginativa narrativa carece
de todo fundamento experimental. Aun así, insisto, su perspectiva de los
ovnis y su fusión con lo sagrado es tan audaz como inspiradora para adoptar
y desarrollar nuevos enfoques.

LA HIPÓTESIS EXTRADIMENSIONAL
Si algo nos enseñan los ovnis es que no entendemos el Espacio y el
Tiempo.
JACQUES VALLÉE
La irrupción de las ideas de Einstein supuso una revolución conceptual que
obligó a revisar los principios de la física clásica de forma radical. Nuestro
universo, nuestra cosmovisión, fue transformada por un nuevo paradigma
donde conceptos inamovibles como el espacio y el tiempo pasaron a ser
relativizados. De acuerdo con esta teoría, la propia realidad presenta una
maleabilidad mucho mayor de la que podríamos pensar, ya que, incluso, se
empezó hace tiempo vislumbrar la posibilidad de existencia de unas
dimensiones nuevas que nosotros, como especie, no somos capaces ni
siquiera de intuir.
Subsiguientes desarrollos de las teorías de la física nos fueron
demostrando que el estudio de las partículas que componen la propia
materia llevaba a plantear nuevos retos que superan nuestro nivel de
percepción y comprensión. Podemos afirmar que, a un nivel subatómico, la
lógica cartesiana deja de funcionar, lo que lleva a la aparición de multitud
de incógnitas en torno al concepto de materia y, por extensión, al de la
propia existencia. Muchas de las elaboraciones teóricas que han hecho los
físicos de renombre hubieran sido consideradas herejías, artefactos
metafísicos o incluso ocultistas no hace mucho. Esto, sin duda, ha dado a
alas a ciertos sectores de la investigación paranormal, que han visto cierta
legitimación de sus disciplinas, aunque sea de manera remota e indirecta.
A tenor de esta consideración, me gustaría hacer una pequeña
puntualización. Muchos investigadores de lo paranormal suelen poner como
ejemplo estos trabajos de la física contemporánea más avanzada con el fin
de invocar cierta legitimidad a la diversas hipótesis que se vienen
manejando. Pero este es un enfoque demasiado simplista. Que la física
cuántica establezca que un electrón pueda estar simultáneamente en dos
lugares al mismo tiempo no avala necesariamente la idea de la bilocación
de una persona. Creo que es importante no establecer analogías interesadas
entre fenómenos que se producen a un nivel subatómico y la realidad
inmediata que conocemos amparada por la física clásica newtoniana.
Obviando aproximaciones como esta, la física cuántica abre como
posibilidad teórica la existencia de otras dimensiones que, al chocar con las
nuestras, bien podrían explicar algunos fenómenos considerados hasta
ahora como paranormales y de los que realmente no es posible que quede
constancia en nuestra realidad, ya que no pertenecen a nuestro plano de
existencia.
De hecho, cualquiera que haya estudiado el fenómeno ovni habrá
reparado en multitud de casos en los que las supuestas naves o sus
tripulantes se comportan de tal manera que es lógico plantear que desafían
abiertamente las leyes de nuestra realidad, algo que no pasaría si se tratase,
simplemente, de una tecnología ultraavanzada.
Una fábula que puede servirnos para entender el carácter anómalo que
se le presupone a la interacción entre dimensiones ajenas es Flatland, a
romance of many dimensions (Planilandia), de Edwin Abott,21 donde se
nos muestra un mundo contenido en dos dimensiones (largo y ancho) que
debe enfrentarse a la posibilidad de la existencia de una tercera dimensión
(profundidad), cuyas manifestaciones (materializaciones súbitas, desafío de
las leyes de su realidad...) son recibidas exactamente como lo son ciertas
hipótesis heterodoxas en nuestra sociedad. Irónicamente, el protagonista de
Planilandia, la figura geométrica de un cuadrado, único testigo de la
irrupción de la tercera dimensión, acaba abandonado a su suerte y siendo
tomado por loco. Un destino que ninguno de nosotros podría eludir si
afirmáramos ver materializarse seres de la nada.
Esta óptica puede servirnos para explicar el fenómeno ovni y otros
sucesos supuestamente paranormales, que serían fruto de interacciones con
entidades de otras dimensiones bautizadas de distinta forma a lo largo de la
historia: dioses de la antigüedad, apariciones marianas y, ahora, los
extraterrestres. Estos bruscos incidentes suelen constituir un trauma difícil
de asimilar para la mente humana, que opta por reinterpretarlos de una
manera acorde al contexto de su tiempo. Lo que se ha considerado de
manera gnóstica como visiones, revelaciones o experiencias trascendentes,
no serían más que fogonazos del otro lado que las mentes y las distintas
culturas humanas han intentado comprender. Esta podría ser la base del
génesis de las religiones o de mitologías como la asociada al fenómeno
ovni. Experiencias trascendentes que marcan el devenir de nuestras
conciencias colectivas. Este es un punto en el que profundizaremos más
adelante.
Especular que existe una dimensión paralela a la que el hombre se ha
venido viendo expuesto desde la noche de los tiempos es atractiva y existen
autores que se han detenido a reflexionar sobre la posibilidad de tal
escenario, pero debemos estar de acuerdo en que se trata de un ejercicio
meramente especulativo.
Otro lugar común de esta óptica dimensional y cuántica es replantear la
pregunta ¿de dónde vienen los ovnis? por ¿de cuándo vienen los ovnis? La
idea de que los ovnis, o las otras apariciones que hemos comentado, podrían
ser crononautas capaces de viajar en el tiempo gracias a los avances
tecnológicos parece plausible a priori. Eso podría explicar el carácter
humanoide de muchos de los encuentros, así como su carácter elusivo, ya
que no desearían interferir abiertamente en nuestro devenir.
Al repasar estos argumentos, uno se plantea la siguiente pregunta: ¿Es la
física cuántica la penúltima metamorfosis del fenómeno ovni para adaptarse
al paradigma científico actual como siempre ha hecho? Es decir, si a
mediados del siglo XX aparecían platillos volantes con escotillas, escalerillas
y luces extravagantes, ¿no debemos esperar que ahora los ovnis se acaben
camuflando en los últimos descubrimientos de la física cuántica? Los
avistamientos de ovnis evanescentes —los testimonios de hologramas en el
cielo son frecuentes— que se han venido dando en las últimas décadas
corroborarían esta idea.

CHARLES FORT: A LA CAZA DEL BUG DE LA


REALIDAD
Cada vez que has oído a alguien hablar de un fantasma, o de un ángel,
cada vez que has oído una historia sobre vampiros, hombres-lobo o
alienígenas, no es sino el sistema que asimila algún programa que está
haciendo lo que se supone que no debería hacer.
ORÁCULO, The Matrix Reloaded
En este contexto donde estamos reconsiderando el propio concepto de
realidad, he considerado interesante recuperar a Charles Fort, pionero del
estudio de lo insólito que tiene el honor de haber acuñado una etiqueta con
su propio nombre: fenómenos forteanos.
Charles Fort nunca estudió el fenómeno ovni propiamente dicho. Nacido
en el pasado siglo, mostró desde una muy temprana edad una inusitada
capacidad para el pensamiento lateral que se traduciría en un escepticismo
radical. Charles Fort sospechaba que el mundo, el universo y las leyes que
lo rigen eran un constructo ficticio. Y tal era su convicción que se dedicó a
recabar pruebas y evidencias para echar abajo la mascarada y sacar a relucir
las costuras de este mundo que él consideraba una mala ficción. Fruto de su
incesante labor de cazador de extrañezas publicaría en 1919 su seminal obra
The book of the damned (El libro de los malditos).
Fort suele ser muchas veces malinterpretado como un simple recolector
de anomalías, pero filosóficamente iba mucho más allá. Para él, lo
sobrenatural, lo que desafiaba el orden establecido de las cosas, era la
prueba de que el mundo era defectuoso. Lo cual entronca con uno de los
más arriesgados planteamientos filosóficos de Descartes y su supuesto
diabólico genio extremadamente poderoso y capaz de hacernos creer que
aquello que vemos, palpamos y sentimos es la realidad.
Esto abre una perspectiva que podría entroncar con la película Matrix y
su particular visión de lo sobrenatural. ¿Y si lo anómalo no son más que
fallos del sistema de producción de la realidad? No estoy insinuando, ni
mucho menos, que vivamos en un Matrix generado por supermáquinas,
pero sí que puede sernos útil pensar como hacía Fort: que aquello que
denominamos ovnis son, en realidad, averías y desajustes de nuestro
sistema de realidad que se han manifestado a los humanos una y otra vez a
lo largo de nuestro devenir. Conjeturas metafísicas que a algunos le podrán
parecer descabelladas, pero que esconden interesantes reflexiones a tener en
cuenta a la hora de estudiar un fenómeno tan absurdo como el ovni.

13.
Zeitgeist es un concepto utilizado por el filósofo alemán G.  F.  W Hegel para definir un clima
cultural dominante correspondiente a una época determinada.
14.
De forma paralela a la nouvelle vague francesa, que revitalizó el cine, los investigadores
franceses también protagonizarían una renovación de la disciplina con nombres como Vallée, Michel,
Meheust, etcétera.
15.
Spielberg se inspiró en la figura de Vallée a un nivel superficial, pero ni el discurso de la película
ni el propio investigador hacen propias ninguna de las ideas esenciales del autor francés.
16.
Liminal: Concepto designado para denominar aquellas fases de transición entre distintas zonas o
estados.
17.
En filosofiìa, se considera que una hipoìtesis tiene un carácter ad hoc cuando es específicamente
elaborada para un fin preciso y, por tanto, no es generalizable ni utilizable para otros propósitos.
18.
Carl Sagan recoge muy bien la importancia de la falsabilidad de las hipótesis en su famosa
parábola del dragón en el garaje, donde reivindica la preferencia por la explicación más simple en
igualdad de condiciones, haciendo bueno el principio de economía de la navaja de Occam.
19.
Nombre popular dado al ser alado que se avistó en numerosos lugares de Virginia Occidental
(EE. UU.) en 1966.
20.
Y cuando habla de espectro no se refiere a una aparición fantasmal, aunque estoy convencido de
que no le hizo ascos al juego de palabras, sino al espectro de radiaciones. El autor siempre le dio una
enorme importancia a las manifestaciones de lo paranormal y su relación con las distintas frecuencias
de onda con las que algunas personas parecían poder sintonizar.
21.
Una variante de esta fábula fue usada por Carl Sagan en su serie Cosmos.
OVNI: METAFÍSICA DE LA RUPTURA

En una de nuestras apariciones, bajamos Loli y yo de los pinos


con mucha gente y vimos una cosa como fuego en las nubes. (…)
Cuando pasó eso, se nos apareció la Virgen y le preguntamos que
qué era aquello, y Ella nos dijo: Que en aquello vino Ella.
CONCHITA GONZÁLEZ, vidente de Garabandal.

Como hemos podido comprobar, de manera incluso algo machacona, la idea


de materialidad no conjuga bien con el fenómeno ovni. Quizá porque
pertenece a otro ámbito, quizá porque nos trasciende. Ha llegado la hora de
desempolvar los polvorientos tratados de filosofía clásica para afrontar y
dilucidar la naturaleza última de este fenómeno que parece siempre
esquivarnos.
El filósofo Kant, a la hora de establecer categorías epistemológicas,
distinguía entre los conceptos de noúmeno y fenómeno. Para el pensador
alemán, el noúmeno sería la cosa en sí, pura e independiente de cualquier
representación, y por lo tanto, inaccesible a nuestros sentidos y a nuestra
percepción. Mientras que los fenómenos serían esos propios noúmenos
cuando se manifiestan en nuestra realidad empírica. De alguna manera,
Kant no hizo más que reformular el Mito de la Caverna de Platón y sus
concepciones sobre el mundo sensible, falso y fugaz, y el mundo real, el
mundo de las ideas. El gnosticismo cristiano, heredero del platonismo,
también recurriría a la idea de un mundo ilusorio, imperfecto y material
gestionado por la figura del Demiurgo, una suerte de albañil de la realidad
al servicio del gran arquitecto: Dios.
La perspectiva ufológica ha optado hasta ahora por identificar el
fenómeno como noúmeno. Veamos un ejemplo. La aparición de la Virgen
María en Fátima, desde un punto de vista ufológico, era la interpretación de
un avistamiento ovni de acuerdo con el contexto sociológico-religioso de
una pequeña aldea portuguesa a principios del siglo XX. Por supuesto que
unos menores de edad de origen campesino de la época no disponían de los
recursos culturales para identificar una nave alienígena y que su
incapacidad conceptual les pudo llevar a concluir que, sea lo que fuere que
presenciaron, era la mismísima Virgen María (no vamos a ahondar en este
suceso milagroso o sobrenatural, pero existen fundadas sospechas sobre el
papel que pudo jugar la iglesia portuguesa para condicionar y apoderarse de
forma muy interesada de las visiones de los niños).
Es decir, lo que los ufólogos del siglo XX interpretaron como naves
espaciales, lo acabaron considerando como la cosa en sí, no como otra
manifestación fenomenológica, sujeta a la percepción y a los
condicionantes de su época y contexto sociohistórico. Cuando lo cierto es,
como nos demuestra Vallée en su citada obra Pasaporte a Magonia, que
una aparición mariana o un encuentro cercano posterior a 1947 comparten
la misma categoría fenomenológica.
De hecho, la filosofía de Kant nos da alguna pista que puede sernos de
gran utilidad para intentar aproximarnos al —nunca mejor dicho—
fenómeno ovni, ya que, siguiendo con sus reflexiones, el noúmeno, la cosa
en sí, solo podemos aspirar a intuirla, no a conocerla, con nuestras actuales
dimensiones de conocimiento, que no son otras que el Espacio y Tiempo —
con mayúsculas—. Como veremos más adelante, la metafísica pueda ser
una herramienta mucho más útil que toda la parafernalia positivista de la
ufología científica. Quizá la reflexión pueda abrir nuevas e interesantes
perspectivas que rompan con la ya superada tarea de limitarse a recopilar
casuística a través de testigos sin ninguna base empírica defendible.
¿Por qué digo esto? La ufología muchas veces ha intentado adquirir la
respetabilidad que le permitiese ser admitida en el panteón de las ciencias
como una más. Son muchos los que se han quejado, con bastante
insistencia, de la falta de interés o de la abierta hostilidad que la comunidad
científica ha demostrado siempre al estudio del fenómeno ovni. Esto ha
llenado de frustración a muchos investigadores que han intentado aparentar
hacer ciencia a través de recursos tan socorridos como la clasificación
axiomática (clasificar tipos de naves o humanoides sin ton ni son, o la ya
legendaria y cansina distinción entre «fantasma» y «espectro» de la
parapsicología), o la adopción de un lenguaje pomposo y pseudocientífico.
Todos estos esfuerzos han sido en vano y sí, puede que hayan servido a
un nivel divulgativo para otorgarle cierto estatus, pero en lo que concierne a
su aceptación como disciplina científica han sido un absoluto fracaso. Y es
que lo más probable es que la ufología, visto lo visto —más bien
deberíamos decir «visto lo no visto»—, debería optar por otras sendas que
no son las de la ciencia experimental.
La ciencia se caracteriza por avanzar a través de la validación de
hipótesis que son contrastables bajo unas circunstancias controladas,
aunque esto no significa necesariamente que se deban reproducir en un
laboratorio. Creo que se debe reconocer que las evidencias existentes para
el estudio de los ovnis no permiten un estudio empírico. Insisto de nuevo. A
fecha de hoy, solo contamos con numerosos testimonios y fugaces
anomalías (la lectura de un radar, una foto borrosa) que son dignas de
estudio, pero no son indicios consistentes para construir hipótesis que
validar. Un registro inexplicable en un radar podría ser una nave espacial
extraterrestre, sí, pero después de Vallée, también podría tratarse de un
dragón. ¿Por qué no? Ambas hipótesis son igualmente plausibles y ambas
requieren de una validación que se antoja complicada.
Además, ciencia es sinónimo de rigor, pero no de verdad, ni mucho
menos. Es un concepto dinámico y en permanente evolución, pero ahí
radica su fortaleza. No aspira a ser un esquema rígido que se pueda apropiar
de LA VERDAD, sino que intenta formular representaciones de la realidad
que resistan cada vez mejor un contraste empírico. Y eso sí que es
radicalmente innegociable para la ciencia. Sin método científico, sin
validación, no hay ciencia. Y debemos reconocer que a la civilización no le
ha ido nada mal, en términos de avances técnicos, dejándose guiar por estos
principios.
Es por esta razón por la que se debe replantear que el fenómeno ovni se
aborde desde otras disciplinas, como la Metafísica, una escuela filosófica
que cuenta en su plantilla con insignes pensadores como Platón o Kant, o
desde la Psicología Social y la Antropología, dos disciplinas capacitadas
para profundizar en la dimensión psíquica y subjetiva del fenómeno.
Abundaremos en ello en próximos capítulos.
Y claro que podemos seguir mirando a los cielos, pero lo más probable
que para resolver la incógnita ovni no debamos mirar ni tan arriba ni tan
lejos.
ESCEPTICISMOS
[…] Las luces observadas por la tripulación eran, en realidad, las
llamaradas de las torres de combustión de la refinería de
Escombreras.
FERNÁNDEZ PERIS

LA PERSPECTIVA ESCÉPTICA
Es bastante curioso observar que los más feroces comunicadores,
periodistas o escritores neoliberales del panorama mediático español han
tenido un pasado marxista o incluso antisistema. Personajes como Jiménez
Losantos o Pío Moa atacan de forma furibunda los planteamientos de la
izquierda política y cultural, pero si revisamos sus biografías podemos
comprobar que ambos participaron con entusiasmo en movimientos
subversivos de extrema izquierda.
Algo muy parecido ocurre con el ala más escéptica de la ufología.
Muchos de sus más entusiastas militantes fueron personas que en una etapa
temprana de su vida creyeron en la HET y dedicaron esfuerzos y energías a
investigar el fenómeno para luego abandonar el barco, renegar de sus
planteamientos y consagrarse en buena medida a su descrédito sistemático.
La escuela escéptica, neopositivista o negacionista (elijan la etiqueta con
la que se sientan más cómodos) también plantea su particular visión sobre
el fenómeno ovni, que podemos resumir en los siguientes puntos:
1) El fenómeno ovni, más allá de la observación literal de Objetos
Volantes No Identificados, no existe. Esta afirmación se basa en la
absoluta ausencia de evidencias que puedan sustentar cualquier hipótesis
que se han venido usando desde la ufología para apoyar en particular la
HET.
2) La HET es un mito moderno sustentado en ensoñaciones infantiloides
que ha gozado de gran difusión y éxito por su propia estructura
ideológica en un contexto como el del siglo XX, donde se consolida un
nuevo paradigma científico-técnico y los viejos mitos religiosos o
mágicos han caducado.
3) Otras hipótesis son meras elucubraciones que intentan suplantar de
manera pretenciosa y pseudofilosófica el fracaso de los planteamientos
de la HET.
4) La famosa casuística ovni se reduce a confusiones legítimas,
alucinaciones individuales e histerias colectivas y fraudes
malintencionados.
La escuela escéptica propone criticar los paradigmas de la ufología de
una manera activa. Si la postura oficial de los medios o de la comunidad
científica ha sido la absoluta indiferencia, los investigadores ufológicos
escépticos deciden investigar de manera experimental para demostrar que
otras hipótesis pueden y deben explicar los avistamientos o incidentes que
se denuncian. Esta actitud algo capciosa suele irritar a muchos ufólogos,
que no acaban de entender la agresividad con la que estos supuestos
escépticos embisten contra la ufología.
No se puede negar que ciertas actitudes de estos particulares ufólogos —
que detestan que les llamen ufólogos, aunque en la práctica lo son— no son
lo asépticas que se podría esperar. Es decir, ya no se aproximan al fenómeno
de una manera neutral, sino con afán de debunking22. Se suelen justificar en
que la sistemática combinación de poco rigor en las investigaciones y el
afán «misteriológico» de los investigadores-divulgadores no les ha dejado
otra opción. Así, su posicionamiento sistemático ante cualquier caso ovni
consiste en intentar desmontarlo o, por el contrario, obsesionarse por
explicarlo de una manera convencional hasta extremos surrealistas.
Esta postura queda reflejada de manera ejemplar en casos como el
Expediente Manises, donde un avistamiento ovni por parte de un piloto de
un avión comercial que se vio obligado realizar un aterrizaje de emergencia
en Valencia se ha intentado explicar como el fulgor de las chimeneas de una
central térmica en Escombreras (Cartagena, Murcia), a cientos de
kilómetros de distancia, en unas condiciones atmosféricas muy particulares.
Una hipótesis algo descabellada y controvertida, con la cual se puede estar
o no de acuerdo, pero que, en su defensa, se puede decir que, al menos,
ofrece una explicación y no se refugia en el tan socorrido «misterismo» a
ultranza que no aporta nada a la investigación. Intentar explicar, aunque sea
de manera disparatada, es siempre preferible a limitarse a reconstruir.
El problema surge cuando estos escépticos hacen gala de su proverbial
alergia ante la mera posibilidad de una anomalía y prefieren recurrir a una
explicación convencional, por muy disparatada que esta también pueda ser,
y considerarla como la solución definitiva y no otra hipótesis más a tener en
cuenta.
Sin embargo, y pese al tono ofensivo de los supuestos escépticos, la
ufología debe estar agradecida a la existencia de una combativa rama
escéptica que trata de falsear las hipótesis más insólitas, a veces de manera
bastante agresiva, y aportar explicaciones alternativas convencionales. Nada
de esto debe restar, todo suma. De hecho, en numerosas ocasiones, aquellos
casos que han pasado por el filtro escéptico suelen ser aquellos casos que
gozan de mayor credibilidad y se establecen como anomalías legítimas de
gran interés en su estudio.
Aun así, la ufología escéptica también tiene dificultades para explicar
cómo es posible que decenas de miles de personas de todo el mundo
afirmen haber sufrido experiencias ovni. Buena parte de estos casos se
pueden explicar de una manera escéptica: confusiones, alucinaciones,
fraudes, entre otras posibles respuestas. Pero ¿es sostenible esta
perspectiva? ¿Todo el mundo miente siempre? ¿Todo el mundo se equivoca
siempre? ¿Cómo se explica que ciertos patrones se hayan reproducido a lo
largo de la historia en distintos continentes sin aparente conexión alguna?
Repasemos algunas de las explicaciones más recurrentes para dar
respuesta a estas cuestiones:

FRAUDE
Los ovnis son un cubo de porquería;
Sus seguidores son todos unos desequilibrados.
Engañados por artistas del timo.
Y por allí desfilan todos los devotos.
Mientras yo sigo aquí escribiendo.
Mientras la porquería
me chorrea por las mejillas
como grandes riachuelos.
GRAY BARKER
Ya hemos comentado que uno de los caballos de batalla de esta línea de
pensamiento respecto a los ovnis es la idea de que la mayoría de los casos
son fraudes orquestados por gente desaprensiva o por personas con afán de
notoriedad.
Que el fraude existe en este mundillo es algo que ni el más acérrimo
ufólogo puede rebatir. Cualquier caso es digno de investigación y a priori
puede ser legítimo, pero se debe tener en cuenta que multitud de casos
emblemáticos, recopilados a lo largo de la historia de la ufología, han
resultado ser, de manera inequívoca, fraudes. Esto lo sabemos porque los
propios protagonistas lo han confesado. Sirva de ejemplo la figura de José
Luis Jordán Peña en el affaire Ummo, la declaración del militar chileno
Valdés, diciendo que su célebre incidente fue una broma que llegó
demasiado lejos, o las hazañas de Gray Barker, un investigador
estadounidense que, como demuestra el libro Shockingly close to the truth
(Estremecedoramente cerca de la verdad), de James Moseley, casi convirtió
el hoax en todo un arte, situándose mucho más cerca de las técnicas de
comunicación viral modernas que de la aburrida y paciente investigación
tradicional.
Como ya hemos comentado, tampoco parece sensato pensar que todos
los casos son fraudes por defecto. Cualquier caso es potencialmente
legítimo y al mismo tiempo un posible fraude. Sin embargo, en términos
estadísticos, sí que parece saludable partir de que muchos de los casos ovni
pueden ser fabricaciones. De nuevo, el mejor antídoto para evitar comprar
«mercancía en mal estado» es desplazar el peso de la prueba en las personas
y testigos que realizan afirmaciones extraordinarias, así como enfatizar la
evaluación de la credibilidad de los testigos en base a la consistencia de sus
declaraciones. No obstante, insistimos, desde el nuevo paradigma que
planteamos en este libro consideramos más operativo identificar estos
testimonios, a falta de validación de pruebas, como indistinguibles de
experiencias subjetivas.
LA HIPÓTESIS HIPNAGÓGICA/HIPNOPÓMBICA
La vida es sueño y los sueños, sueños son.
CALDERÓN DE LA BARCA
Si se analiza la abundante casuística ovni, se puede observar un recurrente
factor de irrealidad que, unido a unas circunstancias muy concretas, como la
nocturnidad o la soledad del testigo, ha llevado a algunos investigadores a
trazar paralelismos entre los testimonios ovni y algunos estados de
conciencia alterada o, directamente, oníricos. De hecho, no son raros los
testimonios de supuestas naves extraterrestres, o de los propios tripulantes,
materializándose o desmaterializándose de tal manera que solo podrían ser
explicados factores perceptivos, más que por el uso de una tecnología
avanzada capaz de vencer los límites de la física convencional.
Casos de gran relevancia mediática, como la espeluznante odisea de
Whitley Strieber recogida en su best seller autobiográfico Communion
(Comunión), han puesto el foco en esta línea de argumentación. En este
clásico de la ufología, por ejemplo, el autor nos relata sus experiencias en
primera persona interactuando con unas entidades no humanas. El libro fue
un éxito de ventas y convirtió el fenómeno de la abducción en objeto de
debate en todo el mundo —sin duda, gran parte del éxito se debió a una más
que inquietante portada que acabaría fijando un auténtico retrato robot
alienígena en el imaginario colectivo—.
El propio Strieber especula en su obra sobre la verdadera naturaleza de
la experiencia, aunque en posteriores libros se fue decantando por
explicaciones más cercanas a la ufología convencional, frente a la extrañeza
que rezumaba el relato original, en el que se mostraba mucho más cauto a la
hora de determinar si lo que le había ocurrido era una experiencia espiritual,
material o parapsicológica.
Que, en este caso, como en muchos otros, buena parte de los testimonios
se hayan obtenido a posteriori a través de hipnosis sería un refuerzo para la
hipótesis de que muchas de las experiencias ovni están demasiado
vinculadas a sueños, recuerdos y reconstrucciones bajo unas condiciones
muy concretas, algo que lleva, de forma inexorable, a que algunos hayan
planteado que buena parte de estas experiencias no son nada más que
reconstrucciones de experiencias oníricas. Por no decir que la odisea de
Strieber es un caso de «visitantes de dormitorio», en sentido literal. Sea
como fuere, este popular y conocido caso se puede extrapolar a muchos de
los testimonios de encuentros cercanos con ovnis. La gente relata unas
experiencias extrañas y absurdas que, generalmente, no son capaces de
explicar, por lo que suelen recurrir a reinterpretarlas bajo un paradigma
ufológico abiertamente especulativo.
Desde este punto de vista, algunos investigadores escépticos no han
dudado en afirmar que la gran mayoría de los encuentros cercanos serían
trastornos del sueño que derivan en alucinaciones hipnagógicas, visitantes
de dormitorio, parálisis del sueño23 o bien intensos sueños vívidos. Pero
¿puede explicar esta hipótesis los miles de testimonios por sí sola? No
mejor ni peor que otras hipótesis que hemos venido examinando hasta
ahora. Lo que sí que pone en evidencia, de nuevo, es que un encuentro ovni
comparte mucho con las dimensiones oníricas y simbólicas de nuestra
psique.

PERCEPCIONES
Ver es creer.
EXPRESIÓN POPULAR
La escuela escéptica ufológica suele tener en la percepción humana uno de
sus más socorridos caballos de batalla. ¿Puede considerarse el ser humano
como un testigo fiable? Numerosos estudios apuntan que nuestras
percepciones, su procesado y almacenamiento en la memoria puede que no
sean tan prístinos como podríamos pensar.
La percepción humana es fiable, pero tiene sus límites y, sobre todo,
tiene condicionantes emocionales, psicosociales o ambientales, que
provocan que muchas veces creamos observar cosas de manera imprecisa o
confusa.
En lo que a la ufología respecta, un testimonio per se no pueden
considerarse como prueba definitiva de nada; ni siquiera numerosos
testimonios pueden ser considerados como concluyentes Ciertas dinámicas
de sugestión, condicionamiento y contagio social ponen en evidencia que,
en muchas ocasiones, la gente afirma ver cosas que luego no se
corresponden con la realidad.
No obstante, algunos investigadores, como el argentino Gustavo
Fernández24, han apuntado de manera certera que si nuestra percepción es
tan defectuosa como los escépticos plantean, no se entiende que, a la vez,
pueda ejercer como árbitro de disputas legales o en la resolución de
crímenes. Es decir, si la percepción, si el testimonio, puede ser la base de
nuestro sistema legal y penal, ¿por qué se invalida en los casos ovni? Y la
respuesta no es sencilla, ni mucho menos reconfortante. Está demostrado a
través de diversos experimentos, como los realizados por la psicóloga
Elizabeth Loftus, que las experiencias humanas, sobre todo bajo
condiciones traumáticas, suelen mostrar distorsiones y sesgos que se
manifiestan en la reconstrucción del evento y en el almacenamiento en la
memoria de este. De hecho, es perfectamente posible que un individuo
acabe teniendo recuerdos fabricados de cosas no vividas necesariamente
como son rememoradas —esto es algo que también se ha puesto en
evidencia en ciertas reconstrucciones bajo hipnosis—.
Los testimonios son esenciales a la hora de determinar o reconstruir una
situación, pero deberemos tener en cuenta que nuestros sentidos y nuestras
memorias sobre estas experiencias no son tan fiables como deberíamos
esperar. Ver puede ser creer, pero nuestras creencias pueden estar totalmente
equivocadas y no formar parte necesariamente de una realidad objetiva. A
algunos les puede parecer inquietante la conclusión de que un testimonio en
un juicio puede tener la misma fiabilidad que el de un testigo de un
encuentro cercano ovni, pero esa es la realidad. No es de extrañar que en
ambos ámbitos se deba reivindicar la prueba material e incontrovertible
como el factor determinante al otorgar credibilidad, o no, a un testimonio.

EL FOLKLORE OVNI
Estos platillos volantes son, ni más ni menos, que los mitos eternos que
hoy, ante el miedo de la ciencia y la técnica no controladas vuelven a
manifestarse.
ALFONSO DI NOLA
Algunos investigadores han querido estudiar lo ovni desde una perspectiva
exclusivamente sociológica. A la sociología, al igual que al propio Jung, no
le importa la naturaleza última del fenómeno, sino que se centra más en la
ideología subyacente, en los mecanismos de difusión de esta y en cuál es la
funcionalidad de esta mitología.
La perspectiva folclorista da la espalda a cualquier debate sobre la
realidad del fenómeno y se centra en su comportamiento como mito. Los
ovnis son simplemente la actualización y contextualización cultural
contemporánea de fenómenos y dinámicas que están presentes de una
manera u otra en todas las culturas. No es que los antiguos dioses fueran
extraterrestres, como afirma Von Däniken, sino que los extraterrestres son
los nuevos dioses, los nuevos mitos.
Bajo esta perspectiva se puede analizar la evolución del fenómeno y,
como este ha ido mutando de acuerdo con el devenir de los tiempos,
podemos deducir que existe, sin duda, cierto grado de interacción con los
testigos y la sociedad que los acoge. Así, si los primeros extraterrestres que
se aparecían a los contactados parecían visiones optimistas de
superhombres del futuro, luego el arquetipo acabaría transmutando en los
célebres humanoides grises que diversos investigadores han acabado
identificando como una visión futura y apocalíptica de la raza humana:
cabezas hiperdesarrolladas, cuerpo atrofiado, aspecto enfermizo, problemas
de reproducción... A veces parece que estemos describiendo a lo que
nuestra cultura actual nos ofrece como representación de un ciudadano de
un futuro sombrío y poco optimista. Las descripciones de estos seres
parecen hablar más de nosotros mismos que de hipotéticas visitas de
planetas a millones de años luz de distancia.
La escuela marxista cultural suele vincular procesos sociales y culturales
con el establecimiento de ciertas dinámicas de dominación económica que
propician la generación y la difusión de ciertos fenómenos. En otras
palabras, el imperialismo económico genera imperialismo cultural. Bajo esa
perspectiva, se puede identificar a los ovnis como un subproducto más del
colonialismo cultural norteamericano. Es cierto que el fenómeno conocido
como ovni comenzó a ser interpretado de una manera particular a partir de
1947. Ese prisma sí que forma parte de la hegemonía cultural
norteamericana. Los ovnis se convierten entonces en sinónimo de
modernidad junto al rock and roll o el cine de Hollywood.
En la España de los años 50, por ejemplo, la irrupción de los ovnis se
consideraba como un signo de modernidad. En cuestión de pocos años, los
mitos mágicos tradicionales ibéricos, propios del medio rural, serían
arrinconados y gradualmente sustituidos por los ovnis y sus extravagantes
tripulantes.
Otro ejemplo sintomático sería el célebre caso del encuentro ovni de
Vorozneh, donde se le dio categoría de noticia de alcance mundial al relato
imposible de unos niños que afirmaron que un ovni aterrizó en un parque de
la mencionada ciudad. ¿Por qué una noticia menor como aquella acabó
abriendo telediarios por todo el mundo, incluido España? En cierta manera,
que la extinta Unión Soviética admitiera públicamente un caso ovni venía a
ratificar que la apertura del régimen comunista era ya irreversible. Y eso sí
que era noticia.
Más allá de estas anécdotas, si hacemos un análisis histórico previo a
1947, se puede comprobar que los encuentros con lo insólito se han venido
repitiendo por todo el mundo, en épocas distintas y sin posibilidad material
de contacto cultural. ¿Cómo es posible que compartan un esquema y una
estructura común? Intentaremos abordarlo más adelante.

22.
Término anglosajón que se usa para señalar a aquellos investigadores que se dedican a desmontar
cualquier caso desde una perspectiva racional y convencional a ultranza, negando cualquier mínima
posibilidad de la existencia de elementos paranormales o insólitos.
23.
Quien quiera profundizar en este fenómeno pueden ver el documental La pesadilla (2015) de
Rodney Ascher.
24.
Investigador argentino que dirige la revista y el podcast Al filo de la realidad.
DIVULGACIÓN Y MISTERIOS

Creérselo todo hasta que se demuestre lo contrario.


FERNANDO SESMA

Si hemos hecho mención de los escépticos, el temido lobo feroz de la


ufología, creo que procede hablar del otro extremo del espectro: la
divulgación del misterio. De hecho, creo que es difícil explicar el uno sin el
otro. Los escépticos son, en buena parte, una furibunda reacción a cierta
manera de aproximarse a la ufología y a otras paraciencias (parapsicología,
parapsicobiofísica, criptozología) desde un punto de vista superficial y más
interesado en una narrativa que perpetúe el misterio que en una
investigación crítica de los fenómenos y las anomalías.
El llamado periodismo del misterio goza de gran popularidad. Existen
revistas, libros, programas de radio, programas de televisión y decenas de
podcasts tanto profesionales como amateurs que se dedican a la
divulgación de lo insólito cosechando un gran éxito de público.
En este campo del periodismo, uno de los grandes temas que suele
despertar gran interés y atención es la ufología. El periodismo divulgativo
del misterio suele presentar los siguientes rasgos generales a la hora de
abordar el fenómeno ovni:

1. Elaboración semiliteraria y narrada de los casos de avistamientos y


encuentros.
2. Presunción absoluta de la buena fe, la preparación adecuada y de la
objetividad del testigo.
3. Nada se afirma ni se rebate, todo se deja en manos de la fértil
imaginación del lector, oyente o espectador.
Muchas veces parece que este periodismo del misterio funcione más a
un nivel de entretenimiento que a un nivel de divulgación del conocimiento.
Así, el misterio se convierte en una nueva ficción con visos de verosimilitud
que, de hecho, encaja perfectamente con las tendencias de la producción
cinematográfica contemporánea tales como el film El proyecto de la bruja
de Blair u otras películas de cintas encontradas que son ficciones que
pretenden pasar como realidad. No es de extrañar el auge de la radio en la
divulgación del misterio, dada su alta capacidad de sugestión y el impacto
que siempre produce, en los radioyentes, la tradición oral, la vía de difusión
del mito por excelencia.
Que este tipo de periodismo divulgativo funcione no tiene nada de malo.
Se trata de una fórmula necesaria para satisfacer una demanda existente por
parte de un público ávido de ciertos conocimientos y de cierta sensación de
misterio con la que muchos conectan profundamente. Pero, a veces, el éxito
del que goza se vuelve un poco contra la investigación rigurosa de los
fenómenos, ya que la divulgación de los misterios, en vez de la resolución
de estos, se convierte en ocasiones en el horizonte al que aspiran muchos
investigadores, por lo que se acaban por contaminar trabajos que,
planteados de otra manera, podrían tener mucha más enjundia.
Aun así, no son pocos los comunicadores que, desde distintos medios de
comunicación, son capaces no solo de entretener, sino de plantear
perspectivas e hipótesis que van más allá de recrear y narrar casos y
plantear perspectivas e hipótesis que permitan hacer avanzar y evolucionar
el estudio del fenómeno.
OVNIS, HUMANOIDES Y RUPTURAS: UNA
HIPÓTESIS EVOLUTIVA

Como ya adelanté al inicio de este ensayo, tras haber repasado las distintas
perspectivas que se han planteado para abordar la incógnita ovni, me
gustaría aventurarme con una hipótesis que aspira a explicar la esencia del
fenómeno, aunque no cada uno de los infinitos casos relacionados. Se
antoja complicado que cualquier hipótesis pueda contener por sí misma el
amplio abanico de fenomenología que se asocia con la ufología.
Quiero aclarar que lo que propongo es una hipótesis sujeta a validación
y que nace predispuesta a ser rebatida. Ningún avance en la ciencia o en
ninguna disciplina se ha hecho sin resistencia, por lo que invito
abiertamente a que sea discutida. Eso solo podría significar que aporta algo
al estudio del fenómeno en un sentido u otro.
Antes, no obstante, me gustaría hacer un repaso a las conclusiones a las
que he llegado tras repasar las distintas perspectivas que existen sobre los
ovnis y las supuestas inteligencias que los controlan:

1. No existen datos que avalen que se haya producido ninguna visita


extraterrestre en nuestro planeta, pero no es algo descartable y es
una hipótesis que debe estar siempre abierta a validación y a
expensas de pruebas incontrovertibles. Aun así, la existencia de un
supuesto contacto extraterrestre no resolvería necesariamente la
incógnita ovni y su manifestación a lo largo de la historia.
2. La avalancha de avistamientos ovni y encuentros cercanos que se
han producido, principalmente a lo largo del siglo XX, difícilmente
se puede explicar a través de la HET u otras hipótesis ufológicas
equivalentes. La ufología debe replantearse si vale la pena
continuar un trabajo sobre el terreno (buscar «quemaduras en los
campos», registros materiales, niveles de radiación, entre otras
supuestas evidencias) que tan pocos resultados ha aportado y,
partir de que, a priori, los casos tienen una dimensión subjetiva o,
yendo más allá, desafían nuestra idea de materialidad
imposibilitando un estudio verdaderamente científico.
3. Sin embargo, existen multitud de experiencias relacionadas con el
fenómeno ovni que merecen un análisis profundo y que pueden
plantear cuestiones relevantes: ¿Cómo es posible que, desde hace
siglos, mucho antes de que existieran los medios de comunicación
modernos, se repitan ciertos arquetipos de experiencias insólitas,
como demuestran los estudios de Vallée? ¿Por qué hay gente que
afirma ver cosas y que asegura haber interactuado con entidades
sobrenaturales?
4. Estas experiencias absolutamente reales —que no necesariamente
materiales; los sueños, por ejemplo, son reales y subjetivos—
merecen un estudio desde la antropología, la psicología social, la
filosofía o la metafísica que legitime este fenómeno como objeto
de estudio.

Una vez dicho esto, llega el momento de avanzar con una hipótesis en la
que se plantea que los seres humanos como especie poseemos una
predisposición cognitiva que, bajo determinadas condiciones, se activa y
propicia experiencias extraordinarias, las cuales han sido interpretadas
como encuentros con divinidades o entidades sobrenaturales a lo largo de la
historia.
Desde esta perspectiva, los ovnis, las hadas, las criaturas
criptozoológicas y las apariciones serían experiencias relacionadas con
estados no ordinarios de conciencia, en los que los individuos
experimentan, o creen experimentar, raptos de nuestra realidad causados por
la interacción con estas criaturas imposibles. Según este punto de vista, la
palabra abducción cobra un nuevo sentido como incidentes-ruptura donde
intervienen unas figuras humanoides que nos secuestran de nuestra realidad
y que nosotros, los humanos, interpretamos de acuerdo con los distintos
contextos culturales, simbólicos e históricos.
¿Podrían estos mecanismos cognitivos tener un rol adaptativo a nivel
evolutivo que ha propiciado un pensamiento simbólico, trascendente y
religioso, que a la vez ha contribuido a reforzar nuestros vínculos grupales y
a consolidar los acervos colectivos?
Antes de continuar, sería interesante ahondar en el rol de las religiones
desde una perspectiva antropológica, a fin de establecer ciertos paralelismos
que se dan entre ciertas interacciones con entidades divinas, entidades
sobrenaturales y los supuestos tripulantes de los ovnis.
RELIGIONES

Definir el concepto religión es algo que ya supone un reto en sí.


Intuitivamente, todos sabemos a qué nos referimos, pero ser capaces de
delimitar lo que entendemos por el hecho religioso, dada la variedad y
diversidad de experiencias religiosas, es algo más complejo.
Una de las definiciones más operativas, que nos puede funcionar como
un excelente punto de partida, es la que nos ofrece Émile Durkheim: «La
religión es un sistema de creencias y prácticas relativas a lo sagrado, que
cohesiona a quienes se adhieren a ella dentro de una comunidad moral»
(Durkheim, 1993, 664).
Durkheim condensa la esencia de lo que entendemos por religión, pero
profundicemos en algunos de sus rasgos más generales:
— Las religiones nos explican y dan sentido al mundo y al universo a
través de una serie de verdades profundas y misterios trascendentes.
— Nos proporcionan cierto confort, un sentido de trascendencia sobre el
mundo inmediato y material, así como una legitimación del sufrimiento
inherente a la existencia con un especial énfasis en la vida tras la muerte.
— Suelen verse acompañados por presencia de unas entidades
poderosas de carácter sobrenatural («agentes») con las que podemos
interactuar hasta cierto punto.
— Proporcionan cohesión a través de una serie de prácticas grupales y
rituales entre los miembros de la comunidad.
— Establecen unos códigos morales que optimizan procesos sociales y
prácticas que van más allá del utilitarismo individual y refuerzan
comportamientos de interés social o colectivo.
Como se puede ver, muchas de estas características, más allá de un
análisis superficial funcional, inciden en una dimensión psicoemocional que
es fundamental para entender la importancia que los humanos hemos
concedido siempre a la religión. Eso sí, como fenómeno primitivo, es difícil
de analizar desde la óptica del mundo contemporáneo. En una primera
instancia, las religiones, desde el advenimiento de la llamada era Axial,25
han trascendido sus orígenes de cultos casi-grupales para convertirse en
verdaderas instituciones de gran alcance demográfico con una implantación
vertical e imbricadas con las estructuras de poder existentes y
convirtiéndose en verdaderos aparatos de control social.
Por otro lado, el devenir de la ciencia moderna ha minado muchos de los
preceptos de las religiones que han encontrado un rival en la ciencia que, si
bien no es omnipotente, sí que es capaz de describir y explicar mucho mejor
el funcionamiento del universo.
Estos dos factores distorsionan enormemente la perspectiva sobre el
hecho religioso que, sin duda, nació entre pequeños grupos de homínidos
cazadores-recolectores en un contexto evolutivo muy distinto al que hoy
conocemos.

¿EL PORQUÉ DE LAS RELIGIONES?


Los hechos nos demuestran, en efecto, que la religión o el sentir religioso es
un rasgo casi consustancial del ser humano. En todos los continentes
encontramos hoy en día religiones o evidencias de estas en épocas antiguas,
que ponen de manifiesto como los hombres se aglutinaban alrededor de
determinadas prácticas religiosas que compartían los rasgos que
anteriormente hemos citado.
Muchos investigadores están de acuerdo en ver la religión como algo
inherente a la naturaleza humana. Hay ciertos autores, como Dean Hamer,
que en su libro The God Gene (El gen de Dios) han llegado a identificar al
llamado gen de Dios (VMAT), que contendría nuestra dimensión espiritual.
Parece aventurado hacer este tipo de afirmaciones tan difíciles de verificar.
La mente humana es una caja negra en la que ciertos estímulos provocan
ciertas respuestas, pero más allá de los estudios de imagen cerebral donde
se analiza cómo se distribuye la actividad neuronal, seguimos sin saber
cómo funciona nuestra mente a ciencia cierta.
Una de las cuestiones fundamentales es definir el grado de adaptabilidad
de la religión. Es decir, ¿nos ha ayudado a sobrevivir como especie? ¿Nos
ha aportado una serie de ventajas frente a otros hipotéticos grupos de
homínidos sin predisposición a lo trascendental? Como hemos comentado,
no es fácil responder a esta pregunta. Solo tratar de imaginar el entorno en
el que los primeros homínidos comenzaron a hacer uso de un pensamiento
protorreligioso ya supone una enorme especulación.
A priori, la idea de que los primeros humanos dedicaran recursos y
energías a adorar a unas entidades sobrenaturales de dudosa existencia
pueda parecer un lujo de la evolución con escasa o nula utilidad práctica. O,
al menos, esta idea sería cara en términos adaptativos, pero posiblemente el
fenómeno de la religión arrastra una serie de ventajas evolutivas que lo han
hecho, al menos, rentable.
En ese sentido, y con el objetivo de determinar la rentabilidad adaptativa
de la religión, autores como Robert Bellah en su Religion in human
evolution (Religión y evolución humana) han trazado un paralelismo con el
fenómeno del juego, que a simple vista puede parecer también una
frivolidad, pero que un análisis pormenorizado demuestra que tiene un
papel determinante en el desarrollo mental y psicosocial, no solo de los
homínidos, sino de los mamíferos en general a muchos niveles: aprendizaje,
socialización, cohesión… Existe una correlación entre especies con elevado
desarrollo mental y especies que juegan.
Existen tres escenarios generales ante la cuestión de dilucidar si la
religión nos ha ayudado de manera relevante en nuestra supervivencia como
especie.
1) La religión es adaptativa: Nos ha ayudado a tener grupos humanos más
cohesionados y más estables, que gracias a ello han podido prosperar y
evolucionar a sociedades complejas.
2) La religión no es adaptativa per se, sino que es una spandrel 26 o
enjuta, un subproducto derivado y asociado a un set de rasgos, que sin
ser determinante por sí misma, acaba siendo arrastrado por una
población determinada que los integra en su acervo.
3) La religión es una exaptación: algo que comienza como un spandrel,
casi por accidente, pero que por su propia dinámica acaba teniendo una
relevancia determinante en el devenir evolutivo.
Como ya hemos insistido, quizá no sea tan importante hacer valer
cualquiera de estas hipótesis frente a otras, pero sí tener las tres en
perspectiva para entender cómo funcionan nuestros procesos mentales y
cognitivos, los cuales pueden encerrar las claves que explican las dinámicas
de génesis y estabilización de ciertas creencias relativas a lo sobrenatural.

RELIGIÓN Y PROCESOS COGNITIVOS


Inspirándose en esta visión de la religión como una exaptación, Pascal
Boyer publicó su influyente libro Religion Explained (Religión explicada),
con el que trató de demostrar la importancia que tienen en el pensamiento
religioso nuestros procesos cognitivos y cómo ciertos conceptos acaban
siendo fundamentales a la hora de establecer lo que Jung concebiría como
arquetipos religiosos o sobrenaturales.
Uno de los puntos de partida de Boyer consistía en poner de manifiesto
que las religiones, de manera contradictoria a lo que pueda parecer, no se
limitan a describir el mundo inmediato, sino que más bien lo complican
creando misterios relevantes y generando un contexto místico o
sobrenatural alrededor de ellos. Las religiones son excelentes factorías de
misterio a las que el hombre responde y conecta con entusiasmo. Las
religiones, en cierta manera, estimulan nuestros cerebros y procesos
cognitivos de una manera muy particular y efectiva.
Boyer concibe nuestros cerebros desde una perspectiva algo
mecanicista, fuera de nuestro propio control como sujetos. Debajo de la
ilusión de un elegante «teatro cartesiano» donde nuestros pensamientos se
representan como conscientes y lógicos, existe una especie de sótano, de
tramoya repleta de complejos mecanismos que no está alcance de nuestra
autopercepción porque son nuestros propios sentidos, somos nosotros
mismos. Son procesos mentales que solemos considerar como naturales,
pero que no lo son tanto. Por lo tanto, aproximarse a ellos con otra mirada
puede ser fundamental para profundizar en qué rol juegan algunas ideas en
nuestras mentes y, en particular, aquellas relacionadas con el hecho
religioso.
Dentro de este complejo ecosistema mental, de esta caja negra, se
suelen poner de manifiesto una suerte de plantillas conceptuales que nos
ayudan a construir nuestro pensamiento y a optimizar la información que
almacenamos. Esto es algo que se puede apreciar en las fases tempranas de
aprendizaje, en las que queda patente cómo organizamos la información y,
cómo, por un principio de economía mental, creamos un sistema de
inferencia que permea la mayoría de nuestros procesos mentales.
Cuando un niño crece y comienza a interactuar con el mundo a través de
la observación y un incipiente lenguaje, de manera automática e
inconsciente comienza a organizar el mundo en categorías y plantillas que
le permiten filtrar el mundo de una manera operativa y relevante. Quizá esa
sea la única manera que tenemos de focalizar un mundo fragmentario en
permanente movimiento. Todas esas piezas de información que desbordan
nuestros sentidos se estructuran, categorizan y jerarquizan de una manera
que trasciende nuestra propia voluntad.
Esta perspectiva entroncaría de nuevo con Kant y su esfuerzo por
demostrar que el conocimiento no reside exclusivamente en los objetos, en
el mundo exterior, sino que nosotros maleamos y construimos la realidad
que nos rodea con nuestras categorías a priori. Si el espacio y tiempo son
las formas puras de nuestra intuición, habría otras subcategorías (familia,
animales, dioses) en las que se alojarían otros principios que acaban
articulando nuestro conocimiento y el significado que le otorgamos al
mundo.
Volvamos al ejemplo del niño. A una temprana edad, el infante va a
identificar que existen animales a los que va a agrupar dentro de esa
categoría de «animal». Si, por ejemplo, este niño va a un zoo y descubre un
hipopótamo, inmediatamente en su cabeza el concepto de «hipopótamo»
pasará a formar parte de su enciclopedia cerebral dentro de la plantilla de
animal. Automáticamente, al etiquetar a ese concepto con esa plantilla,
heredará una serie de atributos, un set de rasgos relacionados con su ciclo
de vida, sus hábitos, sus morfologías, etcétera… Aunque siempre estarán
sujetos a enmienda o variación. Pero esas propiedades se integran en ese
concepto. Por supuesto, el número de plantillas se puede organizar por
niveles. Un animal puede ser un pájaro, o un mamífero, o un insecto y,
según nuestra ubicación en otra categoría, que podemos llamar ontológica,
o subcategoría, se activarán unas u otras propiedades y se generarán ciertas
expectativas.
Estas plantillas comunes nos permiten establecer a los humanos
similares representaciones en torno a conceptos abstractos con cierto grado
de entelequia que nos permite consensuar socialmente nuestro entorno, así
como posibilitar la transmisión de información y su convergencia.
Algo similar pasa en el ámbito de la comunicación con los estereotipos
y su función en nuestros procesos cognitivos. Los estereotipos, clichés o
prejuicios prefabricados no corresponden en pureza con una realidad
siempre diversa, pero nos sirven para economizar nuestros recursos de cara
a su evaluación (una de las obsesiones de nuestro cerebro es identificar
posibles amenazas) y, además, nos permiten simplificar la comunicación
entre humanos, al reducir la complejidad a unidades mucho más
manejables. Es la manera que tiene nuestra mente de simplificar un mundo
hipercomplejo y permitir una plataforma comunicativa.
Ser consciente de la existencia de estas plantillas es fundamental para
aproximarnos al hecho religioso, ya que existe un tipo de plantilla que
aplicamos a la hora de interactuar con entidades divinas y sobrenaturales
que nos sirve para reducir experiencias complejas a conceptos susceptibles
de ser transmitidos y difundidos con éxito.
Curiosamente, esta manera de entender los conceptos y los sistemas de
inferencia ha encontrado un reflejo recientemente en el lenguaje
informático y la llamada «programación orientada a objetos», donde, de
manera análoga, se organiza la información por medio de objetos que son
instanciados de clases y subclases, lo cual supone un enorme ahorro en
código a desarrollar. No será la última vez que volvamos a la informática
para tratar de entender nuestros cigüeñales mentales.

AGENTES SOBRENATURALES
Uno de los rasgos fundamentales de la religión es la presencia continuada
de ciertos conceptos y entidades sobrenaturales. Estos conceptos se rigen
por ciertos criterios que hacen que no cualquier afirmación sobrenatural
pueda ser relevante o susceptible de generar un hecho religioso a su
alrededor. El análisis de Boyer demuestra que, efectivamente, hay algunos
conceptos que funcionan mucho mejor que otros. Y esto no es algo casual,
sino que obedece a una lógica interna relacionada con nuestras plantillas y
sistemas de inferencia.
De esta manera se explicaría que, bajo el contexto de interacciones
directas con entidades sobrenaturales, exista una tendencia que mostramos
y que nos lleva a hominizarlos o a asignarles formas animales, lo que
permite una comunicación comprensible. Es decir, es más fácil interactuar
con una entidad humanoide que con el Flying Spaghetti Monster del
pastafarismo (un concepto que ha tenido éxito de manera algo forzada
debido a su valor irónico, precisamente por su absurdez). Esto, como
veremos, puede tener dos lecturas: o bien los hombres transforman aquello
que les supera o trasciende en conceptos más asibles, o, por el contrario, en
un entorno de competencia memética,27 aquellas experiencias o relatos con
estas entidades antropomórficas tienen más éxito en su difusión.
A la hora de definir los rasgos esenciales de los conceptos
sobrenaturales relacionados con el hecho religioso, Boyer señala los
siguientes:
1) Provocan una violación de expectativas: desafían lo naturalmente
esperable, nuestras expectativas cotidianas.
2) Las representaciones implicadas tienen un elevado potencial de
inferencia. Es decir, es fácil asimilar su aspecto o comportamiento con
referentes conocidos y comprensibles.
3) Suelen proporcionar información con cierto grado de operatividad o
funcionalidad práctica.
Veamos algunos ejemplos de hechos sobrenaturales operativos desde la
óptica religiosa:
— Parientes fallecidos que vuelven de la tumba en sueños y nos
advierten de peligros.
— Seres rubios de dos metros con apariencia humana que nos informan
de un desastre inminente en la Tierra.
— Árboles que provocan con su sombra que las mujeres se queden
embarazadas.
Todas estas afirmaciones traicionan las expectativas que tenemos, por
ejemplo, de un pariente fallecido, de un árbol o de los seres humanos que
conocemos. Y en ese factor radica su fuerza; es lo que los convierte en
conceptos estimulantes y generadores de misterio, sumamente atractivos
para nuestras mentes y procesos cognitivos.
Otro factor que va a determinar el éxito, en términos de transmisión o
relevancia cultural, es que estas entidades ofrezcan un elevado potencial de
inferencia. Es decir, que sean cosas reconocibles a las que podemos inferir
atributos, comportamientos o incluso moralidad. Este grado facilita el
trabajo a nuestras plantillas mentales a la hora de procesar sus mensajes.
Imaginad, por otro lado, que similares afirmaciones fueran
protagonizadas por otras representaciones con un inferior potencial de
inferencia:
— Tu antiguo coche abandonado vuelve del desguace en sueños y te
advierte del apocalipsis.
— Un manojo de tentáculos palpitantes de dos metros levitando nos
informa de un diluvio ocurrido hace millones de años.
— Sombrillas de playa que provocan que las mujeres que se refugian
bajo ellas se queden embarazadas.
Posiblemente, nada de eso funcionaría de la misma manera que en los
casos anteriores. Serían conceptos sobrenaturales muy poco propicios para
cimentar cualquier religión, serían eventos absurdos que descartaríamos.
Pero esas condiciones no son necesarias y suficientes para generar un
hecho religioso Si lo que nos ofrecieran fuera muy banal o poco operativo,
tampoco tendrían los mimbres suficientes para cualificar como potenciales
agentes divinos o sobrenaturales. Pongamos unos ejemplos:
— Parientes fallecidos que vuelven de la tumba en sueños y nos dicen
que todos nos vamos a morir.
— Seres extraterrestres rubios de dos metros que nos saludan y se van.
— Árboles que escuchan los pensamientos de aquellos que descansan
bajo su sombra, pero nunca los comparten.
Los tres son hechos sobrenaturales pero, realmente, no aportan nada, no
son significativos o relevantes. No nos sirven tampoco para construir
religión a su alrededor.
Luego sí, efectivamente, lo sobrenatural forma parte de la religión, pero
no de cualquier manera. Deben ser conceptos sobrenaturales relevantes que
aporten ventajas prácticas a los individuos o sociedades, ya sean estas reales
o imaginadas; lo importante es la creencia en que lo sobrenatural nos ayude
a solventar problemas. En ese sentido, la religión, más allá de su
sobrenaturalidad, suele tener una funcionalidad o trata de responder a
ciertos problemas.
Es lo que Boyer denomina el «acceso a información estratégica». Es
importante que las divinidades sepan más que nosotros o que, al menos, así
lo creamos. Y esto es curioso, porque en ciertas tradiciones religiosas,
determinados dioses omnipotentes pueden no llegar a tener ninguna
importancia, mientras que otras entidades menores, relacionadas con ciertos
aspectos domésticos o cotidianos, tienen un gran ascendente sobre los
miembros de esa religión (símiles con el cristianismo y la presencia de Dios
y ciertas vírgenes y patrones llaman poderosamente la atención).
Más allá del formato y esquema conceptual que, desde esta perspectiva,
hemos articulado, estos conceptos sobrenaturales acaban generando a su
alrededor una serie de prácticas con mayor o menor grado de complejidad
que conforma lo que entendemos por religión y que tienen el siguiente
impacto:
— Se asocian a emociones intensas.
— Proporcionan sentimientos morales.
— Dan forma a nuestras interacciones.
— Organizan grupos sociales y comunidades.
— Refuerzan rituales e interacciones.
Todo esto refuerza la adaptabilidad de nuestra especie. Nuestra
supervivencia depende de procesar adecuadamente la información
ambiental, de establecer modelos de cooperación y de cimentar una
coalición, una comunidad, que se rija por determinados principios morales.
Como seres humanos, dependemos del intercambio de información con
terceros y de esa acumulación de la información que llamamos la cultura.
En todo esto, la religión, y el modo en que nuestro cerebro funciona, acaban
teniendo mucho que decir, ya que, como hemos visto, supone un estímulo y
un refuerzo de estos vínculos.

ANTROPOMORFISMO Y HUMANOIDES
Es importante hacer un inciso en el tema del antropomorfismo imperante en
muchas de las representaciones de agentes sobrenaturales, ya que conecta
con el mayor protagonista de la fenomenología ovni y religiosa: los
humanoides.
Es cierto que existen religiones donde no aparecen figuras
antropocéntricas. La religión musulmana, de hecho, opera directamente
desde la imposibilidad de la representación de Lo Absoluto como muestra
ineludible de autoridad, pero no suele ser lo habitual. En la mayoría de
religiones, y si ampliamos el campo a toda la temática paranormal, suelen
aparecer entidades con anatomías humanoides: cabeza, un tronco y
extremidades.
La Biblia afirma que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza,
pero puede que fuera al revés. El hombre proyecta humanidad en todo lo
que observa. El antropomorfismo no es, desde esta perspectiva, fruto de
nuestras preferencias conscientes, sino de cómo funciona nuestro sistema
cognitivo28por obvios mecanismos de inferencia. Lo humano es nuestra
realidad, es lo que somos, por lo tanto, es comprensible que lo impregne
todo y que se relacione de manera más operativa con conceptos que
rezumen esa humanidad.
Uno de los rasgos fundamentales de los humanos, más allá de nuestra
anatomía, es nuestra voluntad: somos seres conscientes y volitivos capaces
de plantearnos y perseguir objetivos más allá de los instintos de acción-
reacción. Este atributo será el que, en pleno uso de nuestro
antropocentrismo, le acabamos endosando a algunos animales, fenómenos u
objetos inanimados. Todas esas entidades y conceptos (el sol, el mar, las
fieras, las montañas, las cuevas o las criaturas magónicas) a las que se le
asigna esa condición devienen en agentes sobrenaturales. Sus formas y
manifestaciones variarán según la religión, pero todas retendrán ese atributo
mental de comportarse siguiendo una voluntad.
En las distintas tradiciones religiosas y experiencias sobrenaturales
existe una amplia diversidad de manifestaciones: hadas, wadinjas, duendes,
espíritus, ancestros, pleyadianos, vírgenes y demás. No obstante, se puede
observar una predominancia del antropomorfismo, tanto en su aspecto
como en su comportamiento. Quizá el éxito de estas representaciones
«humanizadas», como hemos visto, está vinculado a cómo funcionan
nuestros procesos mentales y a que cierto tipo de relatos acaban encajando
mejor en nuestras plantillas, son más fáciles de asimilar y se convierten en
memes culturales que se transmiten con más éxito.
Estas plantillas acaban también teniendo cierta significancia cultural y
una lógica interna. En su libro, Aliens, Ghosts and Cults (Extratrerrestres,
Fantasmas y Sectas), Bill Ellis nos relata un caso de un fantasma que se
aparece en un Pizza Hut y como esa historia paranormal, siendo tan
anómala como otra cualquiera, no acaba por prosperar. ¿Por qué? Porque
los hechos sobrenaturales de carácter espiritista acaban siendo asociados a
un contexto cultural determinado. Si esa aparición fantasmal se hubiese
dado en un castillo escocés, sería una leyenda mucho más viable en
términos de competencia memética.
Este fenómeno de encajar relatos en determinados esquemas
prefabricados ha sido algo bastante habitual en la ufología. John Keel y
otros autores pusieron de manifiesto el llamado «sesgo del cazador de
platillos volantes». Desde los inicios del fenómeno, en muchos de los
relatos y experiencias de los testigos se omitieron y tergiversaron detalles
que se consideraron absurdos o no encajaban con el paradigma imperante
de la Hipótesis Extraterrestre. De este modo, muchos relatos fueron
convenientemente modificados para encajar con esa plantilla conceptual y,
asimismo, rebajar la alta extrañeza, lo cual permite generar una narrativa
más asequible y asimilable para la audiencia.
Es interesante volver al concepto de información estratégica. Los
llamados agentes sobrenaturales pueden gozar de diversos poderes
sobrenaturales: capacidad de volar, precognición, inmortalidad, atravesar
muros, convertirse en animales, entre otros muchos. Pero uno de los
atributos más relevantes de estos agentes es esa difusa idea ya mencionada
de que ellos saben más, tienen acceso a cierto tipo de información e incluso,
yendo más lejos, tienen la capacidad de vigilar nuestras acciones de una
manera que raya la omnisciencia.
Este atributo de la omnisciencia juega un rol muy significativo, ya que
el hacerse con una suerte de juez omnipresente bajo cualquier circunstancia
puede reforzar algunas comunidades morales al introducir la idea irracional
de que estamos siendo vigilados en todo momento y, por lo tanto, nuestras
acciones están sujetas a evaluación siempre, lo cual refuerza la idea de
coalición social, siempre vigilante de aquellos individuos que tratan de
aprovecharse con ciertos comportamientos parasíticos, oportunistas,
delictivos o que simplemente buscan el beneficio individual en detrimento
del colectivo.29 Los agentes con información estratégica desde esta
perspectiva refuerzan los principios morales.
La información estratégica es aquella que será relevante para los
individuos de ese grupo, por lo tanto, puede variar según el tipo de agente o
según los condicionantes sociales o culturales, aunque normalmente suele
estar relacionada con ciertas intuiciones morales.
Existen una serie de principios morales básicos asociados al estatus de
tabú —incesto, asesinato, etc.— que son inherentes a la naturaleza humana
y que no requieren necesariamente de la presencia de agentes
sobrenaturales para hacerse valer. Aunque suele ser bastante habitual que
estos agentes sobrenaturales se apropien de estos principios y los acaben
por reforzar, propiciando conductas de cooperación frente a actos que
violentan y desintegran los grupos.
En cierta manera, se puede afirmar que los agentes sobrenaturales y las
religiones parasitan o secuestran nuestras disposiciones y nuestras
intuiciones morales básicas.
Nuestros principios morales abstractos, a veces, son complejos de
enunciar o asumir. Al igual que los procesos mentales, forman parte de lo
que somos y nos cuesta mucho adquirir distancia. Sin embargo, al
encarnarlos, estos agentes poderosos con acceso a información estratégica
nos facilitan su guía moral e inferencia de una manera que es fácil, además,
de transmitir y que es rica en contenido. Todo esto acaba generando una
dinámica de creación de contextos (nuevas plantillas) donde se vuelven más
creíbles y relevantes.
Hay conceptos religiosos, sobrenaturales o ufológicos que estimulan
nuestros sistemas de inferencia más allá de su funcionalidad. Los usamos
porque son fáciles de procesar para nuestros cerebros. En cierta manera, las
religiones y todo lo que ello conlleva la organización de la vida social a
través de rituales primitivos y, en menor medida, modernos, acaban
generando unos espacios, unos huecos que son ocupados por este tipo de
contenidos, cuya viabilidad cultural y psicocognitiva es comparativamente
superior. No es tanto que las religiones generen esos lazos grupales
fundamentales para que prosperen las sociedades, sino que estas ideas, estos
memes, acaban ocupando esos espacios y estabilizándose a través de la
tradición religiosa y cultural.

VISIONES
A la hora de examinar la literatura sobre antropología y/o religiones, uno
suele topar con cierta tendencia a ignorar y no prestar ninguna atención a
los episodios sobrenaturales o visionarios que muchas veces se esconden
tras la génesis de las religiones y creencias. Se les asigna automáticamente
un carácter mítico y, como tales, se considera que no es necesario incidir
más en ellos.
Cualquier posible vertiente sobrenatural de cualquiera de estos sucesos
seminales es descartada ipso facto y no se analiza cómo se puede generar
una de esas experiencias a nivel psicológico o neurológico. Dichas
experiencias son etiquetadas como mito o leyenda y da la impresión de que,
como los chistes —el origen preciso de los chistes es un fenómeno muy
interesante desde un punto de vista de la creación difusión de contenidos
culturales— surgen espontáneamente.
Pero ¿es esta hipótesis consistente o es un brutal reduccionismo? ¿No
sería interesante plantear alternativas que traten de acercarse de manera
adecuada a la naturaleza de estas experiencias? Desde que el hombre es
hombre, la gente afirma ver cosas e interactuar con entidades que
comparten mensajes de cierta trascendencia. Un historiador que mire al
pasado se puede ver tentado por hacer una tabula rasa y afirmar que se trata
de simples leyendas. Pero lo cierto es que en la actualidad existen miles de
personas que han afirmado haber sufrido experiencias similares enmarcadas
en un contexto ufológico que son dignas de estudio antropológico. Entrar en
la naturaleza final de las mismas ya puede ser más complejo, pero el mundo
académico debe asumir que es una realidad tangible a tener en cuenta.
¿Qué les ocurre entonces a estas personas? Como ya hemos visto a lo
largo de este libro, parece difícil avalar con pruebas la idea de que entidades
no humanas estén interactuando con nosotros. Y si lo hacen, se sitúan a un
nivel ontológico inaccesible e indistinguible, de experiencias subjetivas.
También queremos descartar la idea de que la gente se inventa y fabrica
historias con el fin de generar y apuntalar religiones. Es decir, es evidente
que esto puede ocurrir y ha ocurrido, pero se ve un patrón transversal
cultural tanto geográfica como cronológicamente que invita a pensar que
hay algo más. Es decir, las experiencias subjetivas son difíciles de verificar.
Pero ese es el espacio en el que estamos construyendo nuestras hipótesis y,
en cierta manera, es lo que hace tan complicado levantar una teoría que
funcione. Nunca estamos seguros de lo que realmente ocurre en esos
cerebros atrapados en nuestras cabezas.
Nuestra hipótesis propone que estas rupturas son experiencias cerebrales
condicionadas por nuestro acervo cultural y simbólico.30Pero vayamos más
lejos entonces, ¿qué ocurre realmente en nuestro cerebro cuando alguien
afirma haber tenido una experiencia de este tipo en las que la persona
interactúa con entidades supuestamente no humanas? Veamos las distintas
posibilidades.

PERCEPCIONES
Que nuestra percepción no es un fiel notario de ese consenso que llamamos
realidad es evidente, aunque algunos se empeñen en lo contrario. Nuestros
sentidos, refinados durante millones de años a través de una sucesión y
evolución de distintas encarnaciones biológicas —que van más allá de
nuestra propia especie—, no son perfectos, ni falta que les hace. La
perfección en términos evolutivos es, en cierta manera, un concepto no solo
absurdo, sino contraproducente. La hiperadaptación puede llegar a suponer
un serio hándicap evolutivo si las condiciones ambientales cambian y,
queridos lectores, siempre lo hacen. Nuestros sentidos funcionan de una
manera que nos es útil, operativa y extremadamente adaptativa, pero lo que
percibimos no es un reflejo fehaciente de la realidad, ni falta que nos hace.
La percepción es una alucinación controlada que nos lleva a procesos de
reconstrucción mental de gran complejidad que todavía distamos de
entender. Nuestra realidad es, en cierta manera, una realidad virtual
procesada por nuestro software cognitivo. Que percibamos algo no es
sinónimo de que ese «algo» esté ahí presente de una manera tangible y
palpable. El tándem cerebro—sentidos es un prodigio evolutivo, pero dista
de ser perfecto. De hecho, repito, puede que en esa disfuncionalidad radique
parte de la clave de nuestro éxito como especie.
Sin embargo, las confusiones y los errores de percepción no nos bastan
para explicar las experiencias sobrenaturales más elaboradas. Debatir si una
luz en el cielo puede ser una u otra cosa en términos aeronáuticos, no es el
motivo de este ensayo. Es decir, hay incidentes relacionados con el
fenómeno ovni que se pueden explicar (otros muchos no) por una
percepción incorrecta o falta de adiestramiento. Algo parecido ocurre con
las apariciones fantasmales fugaces o los avistamientos de criaturas
criptozoológicas. Pero los encuentros cercanos o las interacciones con
entidades sobrenaturales más elaboradas donde se establece una
comunicación, un despliegue de emociones y una serie de sucesos
sostenidos en el tiempo, no pueden fundamentarse en percepciones
equivocadas. Estamos ante algo distinto.

ALUCINACIONES
Oliver Sacks fue un neurólogo y escritor británico fallecido en 2015 que
dedicó buena parte de su carrera a describir todo tipo de patologías y
trastornos neurológicos a fin de entender mejor los misterios de la mente. Él
mismo, de hecho, sufría prosopagnosia, o incapacidad parcial de reconocer
rostros. Uno de sus libros más celebrados no es otro que Hallucinations
(Alucinaciones), con el que trató de eliminar, en primer lugar, el estigma
asociado con estas, para pasar posteriormente a demostrar que la forma de
trabajar de nuestro cerebro hace que estas sean bastante más habituales de
lo que podemos pensar.
En ese sentido, trataba de exponer que muchas supuestas y patologías
raras (agnosia, acromatopsia, etcétera) no son más que curiosas fórmulas
alternativas de funcionar de ese complejo sistema formado por cerebro, el
sistema nervioso y nuestros sentidos, a las que los individuos pueden
adaptarse. Eso no quita, por supuesto, que algunas de las consecuencias
sean terribles.
Uno de los capítulos del libro está curiosamente dedicado a la epilepsia,
también llamada la «enfermedad sagrada». Algunos han llegado a afirmar,
incluso, que esa etiqueta tiene su origen en la extendida creencia de que este
desorden se debía a un desgarrador contacto directo con Dios. Y,
ciertamente, más allá de las crisis (intensos episodios de actividad neuronal
anormal que pueden derivar en fuertes convulsiones), lo cierto es que las
personas aquejadas por este trastorno neurológico también experimentan
una serie de efectos secundarios, en algunos casos, que pueden llegar a
tener ciertos paralelismos con estados alterados de conciencia.
Algunos autores como Richard Dawkins en The god delusion (El
espejismo de Dios) no dudan en vincular las experiencias personales
religiosas con trastornos tales como la esquizofrenia. Thomas Szasz va más
lejos y no deja asomo de duda: «Si hablas con Dios, estás rezando; si Dios
habla contigo, tienes esquizofrenia» (Szasz 1990, 130).
Resulta bastante polémico, en un mundo que le ha concedido tanta
importancia a la religión, afirmar que su génesis no es más que un trastorno
mental, pero lo cierto es que, hoy en día, un personaje tan importante y
trascendental como Saulo de Tarso, por poner un ejemplo, no hubiera sido
aclamado como un avatar de Dios, sino que hubiera sido diagnosticado
como un enfermo mental. Personajes más familiares del mundo contactista,
como puede ser Carlos Jesús31, corren una similar suerte y, sin embargo, no
nos rasgamos las vestiduras al poner en tela de juicio su complicado
equilibrio mental.
Sería tentador concluir que todas las experiencias religiosas o de
contacto son fruto exclusivamente de trastornos mentales (de nuevo, es
probable que expliquen un buen porcentaje de casos), pero sabemos por
experiencia que muchísimas personas que dicen haber experimentado este
tipo de experiencias no cualifican dentro de un diagnóstico médico y,
además, aunque así lo fuera, la estabilidad de las experiencias y ese patrón
que hemos comentado, esos contenidos que se repiten (entre los que cabe
destacar la irrupción de agentes con información estratégica con alto
contenido trascendental) apuntan de nuevo a que estamos ante otra cosa y
que ese grado de elaboración supera en cierta manera los síntomas
conocidos de ciertas afecciones. Aun así, no es descartable que existan
ciertas predisposiciones o ciertos grados de trastorno que pueden propiciar
cierto tipo de experiencias o compartir síntomas o efectos similares a los
descritos por la casuística religiosa (u ovni).

DROGAS Y DIOSES
Otra perspectiva que no podemos dejar de tener en cuenta es aquella que
relaciona el uso de sustancias psicoactivas y las experiencias visionarias. El
uso de drogas en culturas ancestrales está documentado con gran detalle (y
no pocas dosis de mitología también) y es una práctica relativamente
frecuente que tiene como objeto provocar y/o potenciar estos estados de
trance donde se supone que se establecen contacto con otro plano de
realidad o determinadas entidades, además de ayudar a reforzar los vínculos
grupales.
No son pocos los que han relacionado la espiritualidad, e incluso la
génesis de las religiones, con el uso de ciertas sustancias tales como los
hongos psilocibios o similares que, en efecto, son usados de manera regular,
incluso en la actualidad, en rituales de culturas prehispánicas de
Centroamérica y Sudamérica.
De hecho, uno de los calificativos de estas sustancias, drogas
enteógenas, si recurrimos a la etimología, incluye el prefijo teo—, que hace
referencia a la experiencia de Dios y de lo sagrado.
El pensador y antropobotánico (sic) Terence McKenna iría más lejos
con su teoría del «simio fumado» recogida en el libro Food of the Gods (El
manjar de los dioses), en la que planteaba la posibilidad de que la
psilocibina, la sustancia activa de ciertos hongos alucinógenos, podría ser la
principal responsable del salto neuroevolutivo que condujo al pensamiento
abstracto, al lenguaje, a la cultura y, por descontado, a la religión.
En resumidas cuentas, el uso de drogas en rituales religiosos fue una
práctica común (y lo sigue siendo) y muy extendida que puede ayudarnos a
entender cómo se potencian o inducen ciertos estados, pero difícilmente nos
puede servir para explicar en exclusiva los episodios detrás de la génesis de
las religiones.
No obstante, la antropología se muestra mucho más tolerante con esta
hipótesis algo iconoclasta nos muestra a Dios, si me permiten la osadía,
como una intoxicación. Independientemente del alcance de las propuestas
de McKenna, lo cierto es que el uso de este tipo de sustancias está asociado
a todo tipo de rituales religiosos e iniciáticos, y, en cierto modo, son un
método seguro para alcanzar lo que desde nuestro punto de vista es el
concepto clave para relacionar estos encuentros con entidades: los estados
alterados de conciencia.

ESTADOS EXTRAORDINARIOS DE CONCIENCIA


No es fácil hablar de estados alterados de conciencia. Si se quiere ser
riguroso, es importante, por oposición, definir qué sería un estado ordinario
de conciencia. La definición más extendida habla de una vigilia atenta.
Uno, sin embargo, podría inclinarse por una definición en términos
adaptativos: una manera de percibir y organizar el mundo que nos permite
estar alerta, identificar amenazas y elaborar respuestas efectivas, así como
favorecer conductas, tanto individuales como grupales, que permitan una
mejor gestión de recursos.
Nos puede ser útil en este estadio introducir la dicotomía que nos
plantea Robert Bellah respecto a la coexistencia de dos mundos en nuestra
experiencia vital: El Mundo Cotidiano/Inmediato contra el Mundo
Religioso/Simbólico. En el primero, prima el trabajo, la supervivencia, lo
práctico, mientras que en el segundo, la participación, la idea de comunidad
y lo sagrado y simbólico son los conceptos centrales. Es evidente que, para
el mundo cotidiano, la forma de concebir la realidad normativa es aquella
asentada en lo inmediato y en un uso superficial de nuestros sentidos,
combinado con una gestión de nuestras emociones. Sin embargo, si
añadimos nuestras emociones a la ecuación, vemos que ese estado de
conciencia equilibrado y cartesiano empieza a no parecernos tan sólido.
Pero el mundo religioso del que habla Bellah, el que trata de profundizar y
trascender una realidad que intuimos como ilusoria, sí que se puede
beneficiar de otros estados alterados de conciencia que, en cierta manera,
podrían ser contraintutivamente adaptativos
Acevedo y Berlanda en su obra Los Extraños recogen lo fútil de esa
rígida diferenciación entre estados ordinarios y no ordinarios de conciencia:
«Nuestro estado ordinario de conciencia dado como el estado mental
natural óptimo en el que una persona puede hallarse, […] es una
construcción regida por imperativos biológicos y culturales, creada a los
efectos de manejarnos en nuestro ambiente. […] Nuestra sociedad
occidental considera el estado de vigilia la forma normal y única de percibir
la realidad. Esto no es así para muchas tribus aborígenes, que consideraban
que los sueños eran tan reales como la vigilia; a tal punto que
fundamentaban en ellos su accionar cotidiano».
Los estados no ordinarios de conciencia, como hemos visto, se definen
casi de manera axiomática como aquellos que no son de plena alerta o
vigilia. Dentro de esa etiqueta se abre un espectro de estados en los que
pueden convivir muy distintas experiencias, síntomas y sensaciones, pero
que se pueden resumir en que las leyes que rigen nuestra experiencia del
mundo se suspenden temporalmente —no es casualidad que nosotros
hayamos empleado anteriormente en este libro el término ruptura—, dando
lugar a una forma de percibir y de relacionarse con el entorno y con uno
mismo radicalmente distinta. Dentro de ellos, se pueden dar además muy
distintos grados de intensidad, teniendo siempre un carácter transitorio.
Se pueden resumir distintas situaciones que pueden propiciar un estado
alterado de conciencia:
• Sueño:
o Sueño
o Privación del sueño
o Estado hipnagógico
o Estado hipnopómbico
• Farmacológicos
o LSD
o Ayahuasca
o DMT
• No farmacológicos
o Meditación
o Trance
o Rezo prolongado
o Estados emocionales intensos
o Experiencias cercanas a la muerte
• Patologías o déficits
o Epilepsia
o Hambre
o Falta de oxígeno
o Coma

¿Se podría añadir las abducciones o episodios de contacto32 a esta lista


de estados alterados de conciencia? Desde nuestro punto de vista,
rotundamente sí.
Existen estudios de análisis de imagen neurocerebral que demuestran
que muchos de estos estados comparten ciertos patrones de actividad
cerebral, aunque adentrarse en ellos escapa a los límites de este ensayo,
pero qué duda cabe de que es una de las vías de exploración más
interesantes a seguir en el estudio de los estados de conciencia.
¿Encajan las experiencias de encuentros de cierta estabilidad con
agentes y entidades con estos estados alterados de conciencia? Ojo,
descartamos encuentros fugaces, aquí nos referimos a interacciones
sostenidas en el tiempo como puede ser por ejemplo el caso de Pons Prades
recogido en su libro El mensaje de otros mundos. Dicho esto, la respuesta
es rotundamente sí. En estos estados extraordinarios pervive una conciencia
que sí es capaz de hilvanar con elementos absurdos, en la mayoría de los
casos, un relato donde se combinan multitud de factores. Ese factor de
elaboración requiere una conciencia que, en primer lugar, pueda construir
un relato, condicionado por nuestras plantillas, y al mismo tiempo, pueda
experimentarlo. Estos serían sus rasgos fundamentales:
— Suspensión de la realidad cotidiana (ruptura)
— Irrupción de agentes sobrenaturales
— Elevada receptividad emocional
— Fusión e integración de la mente vector en el entorno
Por supuesto, en el caso de la ufología —volvemos a ponerlo encima de
la mesa—, hay gente que dirá que existen casos de abducciones colectivas y
que, por lo tanto, esta hipótesis sería difícil de sostener si no es a través de
cierto contagio psicosocial; es decir, que ante una determinada situación,
distintos individuos converjan en su relato de la situación. Pero la
estadística arroja que la mayoría de los casos, o por lo menos los más
notorios y célebres, suelen tener un carácter individual.
Las experiencias no ordinarias de conciencia nos proporcionan un marco
de referencia para insertar estos encuentros con entidades. Pero, aun así,
cabe una pregunta adicional: ¿Qué los provoca?
Si antes analizábamos esa idea de que Dios, o la simple idea de lo
sobrenatural, podía ser un trastorno o una intoxicación, ahora podemos
avanzar un poco más y centrarnos en factores endógenos y no exógenos.
Puede que estas experiencias sean inherentes a la naturaleza humana y
formen parte de lo que somos, sin ser necesariamente patológicas.
De hecho, una hipótesis que se puede plantear es que estos estados
extraordinarios se pueden alcanzar fruto de la combinación de distintos
factores ambientales, psicológicos, fisiológicos o genéticos. Identificar si
existen factores que pueden ser considerados de riesgo o disparadores de
estas experiencias sería una de las tareas a desarrollar por este nuevo marco
de estudio de la ufología.
Es fundamental tratar de averiguar qué conduce a que individuos bajo
determinadas circunstancias experimenten este tipo de estados de
conciencia que podríamos denominar como raptos, no tanto en sentido
literal de los abducidos, sino de una conciencia que inicia un viaje, una
ruptura con lo inmediato, una abducción a un territorio liminal entre el
mundo cotidiano y el mundo simbólico-mítico, para luego regresar después
a nuestro mundo de vigilia transformado con un mensaje trascendental y
trascendente que compartir.
Los contenidos que puede relatar la persona que experimenta este trance
o viaje —creemos importante, en este punto, desterrar el concepto de
testigo, porque, desde nuestro punto de vista, no hay un testigo estático,
sino un sujeto que proyecta desde su conciencia; de hecho, en estos estados
extraordinarios de conciencia no se aplica lo de «ver es creer», sino al
revés: «creer es ver»— son contingentes y muchas veces ilusorios, en el
sentido de que son manifestaciones, como ya hemos comentado en
anteriores capítulos, algo arbitrarias. Así pues, considero que en la mayoría
de los casos vienen condicionados por un caleidoscopio de referencias
culturales que no siempre tienen sentido. Si tomamos literalmente los
relatos de aquellas personas que han experimentado experiencias de
iluminación o aparición religiosa, obtendremos una serie de relatos que
rozan el delirio absoluto, la llamada «alta extrañeza». Sin embargo, si se
supera su significado literal, se puede llegar a otras, y mucho más
interesantes, lecturas.
Pese a lo espectacular, proteico y extravagante que puede parecer una
recolección de estos encuentros con entidades, al final, ufología, folklore,
religión y mitología convergen en una estructura dramática muy similar.
En el caso de la ufología, podemos prestarle atención al fenómeno de la
abducción, la célebre Cuarta Fase33, que es la experiencia más plena que se
puede experimentar. El investigador Thomas Bullard, tras analizar
numerosos casos de abducción, propuso en su libro The myth and the
mistery of ufos (El mito y el misterio de los ovnis) una estructura universal
que subyace en la mayoría de relatos de raptos:
1. Captura
2. Examen
3. Comunicación
4. Tour
5. Viaje
6. Teofanía
7. Regreso
8. Consecuencias
Este esquema general, muy reminiscente del célebre viaje del héroe de
Joseph Campbell que describe en The hero with a thousand faces (El héroe
de las mil caras), no se da en absolutamente todos los casos, pero la
mayoría de sus elementos sí están presentes. Algunos investigadores han
profundizado en trazar paralelismos entre las abducciones y las experiencias
chamánicas. Berlanda y Acevedo lo reflejan en Los Extraños, y Simon
Brian Harvey-Wilson dedicó una tesis al tema titulada Shamanism and alien
abductions: a comparative study. (Chamanismo y abducciones
extraterrestres: un estudio comparativo).
Los paralelismos entre ambas experiencias son notables, aunque todavía
es necesario profundizar si existe entre ambos fenómenos una conexión
directa.
¿Es cierto que la mayoría de historias y relatos asociadas a religiones y a
episodios ufológicos siguen esta estructura? Ya dijimos que, si existe un
patrón, es el del absurdo más absoluto, pero sí que se puede hablar de cierta
estructura general que se repite y se corresponde con las experiencias, en
este caso, chamánicas.
El esquema anteriormente mencionado se podría reducir al siguiente
para que recogiera y se plegara al festival del absurdo que nos propone la
casuística que resume el algo rígido esquema de Bullard:
1. Ruptura de lo cotidiano: suspensión de las leyes
2. Encuentro con conceptos o entidades sobrenaturales
3. Regreso
4. Consecuencias
Además, como vimos con Boyer, algunas historias acaban prosperando,
al contener ciertos elementos y encajar con plantillas, y otras, por
determinadas razones, no funcionan y se extinguen sin éxito en su difusión.
Es decir, la religión, el folklore y la ufología no nos muestran todo el
espectro de experiencias, sino que se produce un filtrado espontáneo y
acaban estabilizándose aquellos relatos que cumplen con ciertos
prerrequisitos (contexto, plausibilidad, operatividad), hasta que, al final,
estos contenidos se convierten en matrices culturales que van a
retroalimentar la generación de nuevos contenidos que encajen en una
mitología concreta.
Es decir, un relato, como pudo ser el del matrimonio Hill, puede acabar
siendo un disparador de nuevos relatos de abducción, así como una notoria
aparición de la Virgen puede provocar que surjan nuevos relatos siguiendo
dicho patrón, o un libro de Raymond Moody como Life After life (Vida
después de la vida) puede asimismo generar nuevos relatos de experiencias
que se acoplan a cierto patrón. Pero aún podemos ir más lejos. El autor
Martin Kottmeyer ha puesto de manifiesto en artículos como Entirely
unpredisposed (Totalmente despredispuestos) en la revista Magonia que
algunos relatos de ciencia ficción pueden acabar generando y
condicionando experiencias en determinadas personas que afirman haber
sufrido cierto tipo de fenómenos supuestamente anómalos. En cierta
manera, es como si los relatos y ciertas características de ellos acabasen
contagiando a otros relatos, generándose una absoluta promiscuidad
memética.34
Comparar las ordalías de los abducidos o contactados con las
experiencias chamánicas, en tanto en cuanto actos religiosos primitivos, es
algo que ya se viene estableciendo en la literatura especializada desde hace
un tiempo. En particular, la obra Los Extraños, de Acevedo y Berlanda,
profundiza en la conexión de ambos fenómenos de manera lúcida y
demostrando que comparten muchísimos de sus puntos, en particular ese
viaje a una tierra de nadie que ni es realidad ni es sueño, donde
probablemente habita el mito y en la que se interactúa con esas entidades y
se accede a la información estratégica.
Sin embargo, como apunta el investigador francés B. Meheust en obras
como Soucoupes volantes: Vers une ethnologie des récits d’enlévements
(Platillos Volantes: Hacia una etnología de los relatos de raptos), si
anteriormente un individuo que sufría una de estas experiencias era
considerado como una persona de un estatus especial, alguien que había
sacrificado su salud física y mental por el bien general de la comunidad
para compartir un mensaje y una visión relevantes; ahora estas personas son
consideradas freaks o, en el mejor de los casos, desequilibrados mentales
que requieren tratamiento, cuando, simplemente, han sido superados por
una experiencia, por un shock ontológico. El autor francés acuña un término
particularmente afortunado para esta situación: «El trance apátrida»
(Meheust 1993, 431-454) ya que, en cierta manera, el desafortunado
protagonista de una experiencia como esta discurrirá a partir de entonces
entre un entorno social hostil y otra dimensión onírica, mítica y elusiva. Ese
tiempo mítico al que se refería el historiador de la religión por excelencia,
el rumano Mircea Eliade, pero que nosotros preferimos llamar Magonia.

LOS GENES DE DIOS


Relacionado con todo lo anterior, me gustaría aprovechar para hacer una
pequeña mención a algunos autores que han querido ir más lejos,
demasiado lejos y han tratado de identificar incluso algún tipo de gen que
contendría nuestra predisposición a la espiritualidad y, en definitiva, a Dios.
Es el caso del célebre libro de Hamer El gen de dios, donde señala al gen
VMAT2 35como responsable directo de nuestra fe y de nuestra forma de
relacionarnos con lo trascendente.
Es una manera pseudocientificista de querer cerrar un debate en falso.
En primer lugar, porque la falsabilidad de dicha afirmación se antoja difícil
en una ecuación donde necesariamente se deben tener en cuenta factores
ambientales y culturales para poder hacer un estudio adecuado, lo cual no
parece en absoluto sencillo. Y segundo, porque implica un determinismo
genético que no se sostiene en la experiencia investigadora. Desde hace
décadas, todo tipo de conductas mucho más sencillas han tratado de ser
respondidas desde la dicotomía «¿nace o se hace?» con escaso éxito. Puede
que no valga la pena buscar una glándula pineal o el cableado sagrado del
que habla Golombek en Las neuronas de Dios, y sí conceder que parece
lógico pensar que existen predisposiciones genéticas y abandonar esa
pretensión de querer identificar a un gen en particular como la secuencia de
nucleótidos sagrada.
Sin embargo, a nivel metafórico, sí que podemos extraer alguna
intuición que nos sirva para entender cuál puede ser el rol o funcionalidad
que este tipo de experiencias pueden tener a nivel evolutivo.

RELIGIONES VS. EXPERIENCIAS OVNI


Imagino que cualquiera que haya llegado hasta aquí se estará preguntando
por qué en un libro dedicado a la ufología se le ha dedicado tanto tiempo a
las religiones.
En estas últimas páginas he tratado de analizar el fenómeno de la
religión y los hechos sobrenaturales que la sustentan, en la mayoría de los
casos, trazando paralelismos con el fenómeno ovni en particular y con
experiencias sobrenaturales o paranormales en general.
Contrastar el fenómeno ovni tampoco es sencillo, ya que bajo ese
epígrafe se abre un cajón de sastre en el que ya prácticamente cabe
absolutamente todo: avistamientos aeronáuticos, intrigas de espionaje,
encuentros cercanos y todo tipo de situaciones paranormales tangenciales.
Nunca va a haber una teoría que englobe y dé respuesta de manera
satisfactoria a todo ese totum revolutum. La gente siempre señalará un caso
que esquiva cualquier paradigma y que no podrá ser explicado
convenientemente.
Aun así, las exigencias entre casos y teorías funcionan en dos sentidos.
Las teorías pueden solicitar que se sustancien mejor las afirmaciones que
muchos casos encierran y que, en la mayoría de las ocasiones, por no decir
todas, se sustentan en relatos y testimonios. Los investigadores ovni son,
sobre todo, analistas de discursos y relatos. Los hechos extraordinarios
verificables en base a pruebas y evidencias son excepcionales y muy raros.
Dicho esto, retomemos nuestro argumento. Creemos haber sido capaces
de señalar que los episodios sobrenaturales detrás de la génesis de muchas
religiones guardan paralelismos con los relatos de muchas personas que han
experimentado encuentros cercanos o abducciones. Esto no es nada que, por
ejemplo, Jacques Vallée no haya señalado y en cierta manera demostrado
con su análisis retrospectivo del folklore y su vinculación con el fenómeno
ovni contemporáneo.
Lo que consideramos importante subrayar es el rol que juegan estas
experiencias en la psique humana y en la sociedad en particular. Desde
nuestra perspectiva queremos señalar que posiblemente estemos ante un
mismo fenómeno. Es decir, las «hierofanías»36 de la antigüedad, los raptos
de hadas y duendes y los encuentros cercanos de la ufología son la
manifestación de un mismo fenómeno. Pero ¿qué significa? ¿Cuál es su
funcionalidad?
En las anteriores páginas hemos tratado de dilucidar si las religiones son
adaptativas, es decir, si contribuyen a la supervivencia de la especie humana
al aportar ciertas ventajas comparativas en forma de cohesión social,
refuerzo de ciertas conductas que benefician al grupo y organizando la vida
social de una manera que proporcione estabilidad. Desde la intuición,
parece razonable afirmar que las religiones cumplen ese papel —aquí es
inevitable mencionar a Dawkins que, enrocado en su agresivo discurso
cientificista, le endosa a la religión la causa de buena parte de los problemas
del mundo—, aunque no es algo que se pueda ni siquiera medianamente
demostrar de manera inequívoca. La hipótesis es en cierta manera
inconmensurable y queda sujeta a futura validación o enmienda.
También hemos visto como estas manifestaciones de lo sagrado, así
como las rupturas ufológicas y todo el espectro que hay entre ellas, suelen
tener como protagonistas unos agentes con cierta tendencia al
antropomorfismo y a un aspecto humanoide, dotados de ciertas capacidades
sobrenaturales y poseedores de cierta información estratégica relevante.
Esta sería la arquitectura de estas experiencias que, según planteo, tiene
como misión, o como resultado accidental, propiciar la generación de los
mimbres de los cultos y religiones que siempre han acompañado a la
humanidad.
Uno de las cuestiones fundamentales que acompañan al fenómeno ovni
es si existe una inteligencia o no detrás —una inteligencia de la que, por
cierto, John Keel afirmaba que si existiera, no podía estar cuerda—.
Muchos investigadores afirman que sí, que efectivamente existe una
inteligencia que, de una manera incomprensible para nosotros, juega a
engañarnos con una suerte de teatro o representación simbólica —como ya
vimos, Freixedo incide mucho en este punto con su granja humana y su
visión de los dioses como entidades parasitarias de la fe—. Otros, en
cambio, optan por apostar por una inteligencia humana que ha orquestado y
ocultado todo lo que rodea a los No Identificados.
Bajo nuestra perspectiva, no hemos encontrado pruebas de que existan
unas inteligencias no humanas a las que se les pueda atribuir la autoría del
fenómeno. Si analizamos los discursos, insistimos, lo único que vamos a
obtener en la mayoría de casos que estudiemos es que todo lo que han
revelado o transmitido han sido ideas que responden a anhelos humanos,
pero que han demostrado ser una mezcla de mentiras superficiales
(mensajes mesiánicos, apocalípticos) y verdades profundas que operan a un
nivel simbólico (ideas de comunidad con la humanidad y el universo).
Volvemos de nuevo a que estos contenidos y experiencias pertenecen a un
territorio liminal a caballo entre la realidad cotidiana y el plano mítico-
simbólico. Como afirma Moisés Garrido en su excepcional Ovnis: Del
espacio exterior al espacio interior, «el irritable fenómeno ovni parece
actuar como un koan cuyo desciframiento depende de nuestra capacidad
para trascender las barreras impuestas por la lógica humana» (Garrido,
2016).
El fenómeno ovni abre el debate de «señal» vs. «ruido» ¿Quiere decir
algo (signal) o simplemente es un marasmo de contenidos caótico (noise),
como el propio sueño del cual solo extraemos sentido de manera marginal e
interpretativa? ¿Es un glitch de nuestro software mental que ha acabando
convirtiéndose en algo de alguna manera relevante? Es probable que, como
ocurre en las radiotransmisiones, exista una ratio signal to noise donde una
parte pueda tener un sentido profundo, mientras que la otra sea ruido,
interferencias y cacofonías.
Estas experiencias emparejadas con los estados alterados de conciencia
son las que proyectan esta ruptura del mundo cotidiano, y estas irrupciones
de entidades, por lo general humanoides, son en cierta manera espontáneas
e inherentes a la naturaleza humana, a lo que somos. Y nos sirven para
dotarnos de episodios sobre los que construir nuestras cosmovisiones,
nuestras mitologías y nuestras religiones. Esa es, entre otras cosas, su
función, aparte, claro, de maravillarnos absolutamente.
El modo en que todo tipo de personas, en todas las etapas de la historia
y en todos los rincones del mundo, alcanzan estos estados alterados de
conciencia es algo que ameritaría una exhaustiva investigación que
estudiara qué disparadores pueden hacer que el cerebro de una persona sin
ningún tipo de trastorno aparente sufra un tsunami de neurotransmisores
que conduzca a estos estados. Antes hemos analizado algunos de los
factores que pueden llevar a ciertas personas a experimentar estas visiones o
trances de manera más o menos consciente. Del mismo modo, los estados
emocionales intensos asociados a los propios estados alterados de
conciencia pueden potenciar y reforzar la liberación de estos
neurotransmisores conformando un círculo vicioso que podría ayudar a
explicar por qué se producen de manera espontánea estas experiencias en
las que sujetos ordinarios experimentan y nos relatan situaciones
extraordinarias. Estos contenidos míticos, a su vez, se alimentan de otros
mitos y terminan generando por su cuenta una mitología propia en un loop
permanente de retroalimentación cultural.
Y aquí es donde nos dejamos llevar un poco por las metáforas: ¿no
puede nuestro cerebro estar programado para experimentar cierto tipo de
experiencias con carácter alucinatorio, alterado u onírico, que podrían ser la
base de las experiencias trascendentes o hierofanías que están detrás del
nacimiento de las religiones, cultos o mitologías?
¿No podría ser que la selección natural haya identificado ventajas en
aquellos grupos de humanos capaces de generar mitos simbólicos? Desde
esa perspectiva los ovnis no serían más que la traslación de estos
mecanismos a una época, a unos tiempos, donde un contexto racionalista-
materialista es el culturalmente predominante.
Nuestros cerebros y nuestra cultura se codifican para generar esos mitos
a través de estas visiones, alucinaciones o estados extraordinarios de
conciencia. En términos evolutivos, aquellos grupos de humanos que
desarrollaran religiones presentarían ventajas comparativas frente a otros
colectivos y acabarían incorporando esta facultad de generar mitología
trascendente al equipamiento cognitivo humano.
¿Qué es, entonces, bajo este paradigma, el fenómeno ovni
contemporáneo? Sin duda, tenemos que analizar cuál es el contexto
histórico en el que surgió y su crecientemente complicada relación con lo
sagrado.
25.
Karl Jaspers bautizó así al periodo que va del 800 a.  C. al 200 a.  C., en el cual las grandes
civilizaciones —Occidente, China, India— experimentan una evolución similar en sus corrientes de
pensamiento que propiciaría el posterior desarrollo de religiones y filosofías más maduras y
avanzadas.
26.
Término empleado en biología evolutiva para referirse a aquellas características de las especies
que no se han formado como consecuencia de la adaptación biológica per se, sino como subproducto
de la aparición de otras adaptaciones o de la deriva genética.
27. Concepto acuñado por Richard Dawkins y hace referencia a la selección natural que interviene en
nuestros procesos de comunicación para que ciertas informaciones o conceptos acaben teniendo gran
éxito y se difundan, u otros acaben extinguiéndose. La irrupción de los memes en la cultura online ha
hecho que los llamados memes (imágenes irónicas viralizadas) compitan literalmente, y de manera
absolutamente cuantificable, entre unos y otros.
28.
Como dice Dawkins: «El software de simulación del cerebro es especialmente adepto a generar
caras y voces».
29.
Daniel Ariely, en su libro The desire trap (La trampa del deseo) recoge un curioso experimento
donde los estudiantes eran menos propensos a hacer trampas en un examen si les habían contado que,
según una leyenda, en esa sala moraba un fantasma.
30.
En este sentido, la Teoría de la Distorsión de Caravaca, recogida en su libro Encuentros cercanos
con ovnis; ¿Una arquitectura psíquica desconocida? Introducción a la Teoría de la Distorsión
(Guante Blanco, 2017), apunta, con distintos matices, como todas las experiencias tienen un claro
componente de recombinación cultural.
31.
Contactado extraterrestre que se hizo enormemente popular en España en la década de los 90.
32.
El doctor Jiménez del Oso tituló muy acertadamente uno de sus libros como El síndrome ovni.
33.
Referencia a la famosa escala de tipos de encuentros de Hynek que gradualmente ha venido
siendo ampliada por distintos investigadores.
34.
Algunos investigadores se afanan a señalar que estas dinámicas corresponden a fenómenos como
las leyendas urbanas, pero esto dista de ser cierto. Las leyendas urbanas se caracterizan por su
anonimato y su ausencia de protagonista a través del infalible «me han contado/tengo un amigo que».
Su mecanismo de difusión puede ser parecido, pero no así su génesis, ya que en estos casos sí hay
personas con nombre y apellidos que afirman haber sufrido algún tipo de experiencia anómala.
35.
Cabe notar que a estas conclusiones llegó de manera accidental llevando a cabo una investigación
sobre hábitos de fumar y predisposición genética.
36.
Término acuñado por Mircea Eliade para denominar a las manifestaciones de lo sagrado.
EL CREPÚSCULO DE LO SAGRADO EN EL
SIGLO XX

El teólogo alemán Rudolf Otto, nacido en el ya lejano siglo XIX, dedicó


buena parte de su vida al estudio comparativo de religiones y en particular a
su estudio fenomenológico. Su obra más celebrada sería Das Heilige (La
idea de lo sagrado), en la que planteó que lo sagrado es «lo misterioso, lo
numénico» (ninguna relación con el término noúmeno que vimos en Kant),
una experiencia que no podemos interpretar bajo el prisma de la
racionalidad y que teñimos de trascendencia. La experiencia de lo sagrado,
de lo divino, se experimenta través de estas hierofanías que hemos señalado
con anterioridad.
Las manifestaciones ancestrales de lo sagrado empiezan a perder fuelle
en las sociedades occidentales de manera creciente durante los siglos XIX y
XX. Un nuevo paradigma materialista-racionalista impulsado por los
avances científicos y las sombras que proyectan figuras como Darwin,
Marx, Nietzsche o Freud37 configuró una nueva cosmovisión que relegó a
los antiguos dioses y sus secuaces al terreno exclusivo de la leyenda
ancestral, al pasado, al terreno de lo caduco.
Un nuevo marco de referencia debía gestarse y así, como ya vimos al
inicio del libro, en 1947 se estableció la Hipótesis Extraterrestre, primero
como un simple fenómeno aeronáutico, para luego dar paso a una matriz
cultural acorde con los tiempos que corrían y con la visión imperante para
alojar estas situaciones de ruptura. Los supuestos extraterrestres no son los
nuevos dioses (Freixedo, por el contrario, sostiene precisamente esto), pero
sí que comparten de una manera de ser experimentados.
Bajo esta óptica se observan el fenómeno contactista o las abducciones
de otra manera. ¿No son sino la actualización de cualquier episodio de
revelación religiosa ancestral o histórica? Las historias de un contactado
contemporáneo pueden ser objeto de sorna, pero lo único que les diferencia
de cualquier religión es el poso de respetabilidad que otorga la tradición y el
paso del tiempo.
Las visiones del fundador del credo mormón, Joseph Smith, se situarían
en el mismo nivel que un testigo de un encuentro cercano. Nos encontramos
ante experiencias subjetivas que comparten un patrón muy determinado y
que se manifiestan como fenomenología de manera distinta a cada
individuo en virtud de un contexto histórico y psicosocial determinado.
De esta manera, lo ovni sería otra expresión más de un fenómeno que
nos ha acompañado desde la noche de los tiempos. El nacimiento,
desarrollo y hegemonía del paradigma científico-tecnológico acaba por
desplazar a mitologías religiosas que en algunos casos llevaban más de
2000 años entre nosotros. No es de extrañar que este paradigma acabara por
crear su propia poderosa mitología: La Hipótesis Extraterrestre, que no es
sino una derivación del racionalismo científico.
Pero esta no surge por ciencia infusa, sino que, conjeturo, se genera a
través de experiencias legítimas de individuos que, a través de mecanismos
cognitivos arraigados en nuestra conciencia, crean episodios trascendentes
que acaban por conformar estas mitologías que luego se difunden por pura
competencia y difusión memética.
Habrá personas a las que avanzar por este camino les parezca, en cierta
manera, una renuncia, una forma incluso de negar lo extraordinario del
fenómeno, pero nada más lejos de la realidad. De hecho, utilizar el
fenómeno ovni como vector para adentrarse en la esencia del ser humano y
tratar de cartografiar ese rincón especial de su alma donde crecen los dioses
me parece bastante más estimulante que tratar de asimilar —otra vez más—
a un astronauta humanoide descendiendo por la escalerilla de un impostado
artefacto espacial. La conciencia humana es el verdadero gran misterio.
A cualquiera nos fascina lo que implica la fecunda hipótesis
extraterrestre, pero ha llegado el momento de dejar de perseguir hadas. El
fenómeno ya ha jugado lo suficiente con nosotros, nos ha dictado unas
reglas, nos ha hecho examinar quemaduras en los prados, observar los
cielos, entrevistar a los testigos y no hemos llegado a ninguna parte. El
viaje, el camino, puede valer la pena y ser enriquecedor en lo personal, pero
si el conocimiento no avanza, si después de todos los esfuerzos seguimos en
el mismo sitio, entonces estamos ante una ritual de maravillarse ante el
misterio. Y poco más.
Si los ovnis y todo lo que les rodea son, entonces, un gran teatro, puede
que haya llegado el momento de prenderle fuego a todo el escenario, a todo
el attrezzo y salir ordenadamente por la puerta. O bien podemos esperar a
que el fenómeno siga languideciendo hasta que encuentre una nueva y
espectacular forma de manifestarse con la que nos engatuse y salgamos
todos de nuevo en tromba a perseguirlo. Y vuelta a empezar.
Se debe cambiar el paradigma de investigación del fenómeno ovni y
crear un nuevo marco de referencia que, como buena ciencia, deberá
plegarse a una investigación más objetiva que deje de lado otros marcos de
referencia —la hipótesis extraterrestre, las hipótesis dimensionales, la
especulación— y se centre en la conciencia humana y las herramientas que
disponemos desde la psicología, la antropología y la filosofía.
Aun así, nunca podemos cerrar la puerta del todo a la metafísica
consideración de que el mundo puede ser un lugar muy extraño y lo ovni o
todo lo paranormal son los bugs de una realidad ilusoria, una maya38 que
nos envuelve y de la cual solo podemos intuir sus confines.
Nuestra propuesta es reorientar radicalmente la investigación del
fenómeno y dirigirla a la más que probable fuente de todo este despliegue:
la conciencia humana. Se debe superar la dialéctica escépticos vs. devotos.
Dar espacio a la especulación, propiciar nuevas hipótesis como la que
intenta enarbolar este ensayo, pero siendo metódicos y rigurosos con las
evidencias ante las que nos encontramos. No se me ocurre mejor homenaje
a todas las personas que, con un gran coste emocional, han pasado por estas
rupturas y a todos los investigadores que, con mayor o menor fortuna, han
sacrificado su tiempo, sus recursos y su talento en descifrar la incógnita
ovni.

37.
Marx, Nietzsche, o Freud, los llamados «maestros de la sospecha», según Paul Ricoeur, o los
«filósofos de la duda», según Óscar Fábrega, que con sus aportaciones subrayan la insuficiencia del
sujeto y la conciencia como elemento fundamental de la filosofía moderna. Desde mi punto de vista,
Darwin también podría ser admitido sin problemas en esta herética comparsa.
38.
Maya: concepto original del hinduismo que viene a decir que la realidad o todo el universo
fenoménico es ilusorio.
CONCLUSIONES, MUCHAS PREGUNTAS,
ALGUNAS RESPUESTAS Y UN ANEXO

En la primera mitad de este libro hemos repasado los principios de las


distintas corrientes de la ufología; y en una segunda, hemos querido aportar
una, creemos, novedosa hipótesis que trata de resolver la incógnita ovni.
Como dijimos, el objeto de esta obra no es celebrar el misterio de los ovnis
en sus distintas vertientes, sino ser ambiciosos y si, al menos, no podemos
resolver satisfactoriamente la ecuación, sí que queremos plantear una nueva
hipótesis que se tenga en cuenta en futuras investigaciones.
Hemos tratado muy diversos temas en estas páginas y algunos de ellos
bastante abstractos, por lo que hemos considerado, a modo de revisión y
conclusión, plantear aquellas preguntas y cuestiones que algunos lectores
pueden tener en la cabeza.
• ¿Cuál es la tesis fundamental de este libro?
Proponer que las experiencias ovni son un tipo particular de estado
extraordinario de conciencia que se enmarca en un contexto histórico y
antropológico en el que algunas personas afirman haber tenido encuentros
con criaturas mágicas, agentes sobrenaturales y, en particular, con entidades
a las que también se les ha otorgado un estatus divino.
• ¿Qué pretende conseguir esta obra?
Propiciar un cambio de paradigma que codifique el fenómeno ovni bajo
esta óptica antropológica y evolutiva y dejar en suspenso hipótesis
alternativas que no han hecho avanzar en absoluto el conocimiento.
• ¿Qué significa exactamente un cambio de paradigma?
La ciencia avanza a través de revoluciones del conocimiento de la
propia comunidad de investigadores. Los hechos que se estudian no
cambian cuando se produce un cambio de paradigma —la Tierra siempre ha
girado alrededor del Sol—, sino que cambia nuestra manera de
aproximarnos a ellos, de investigarlos en función de un marco de referencia
que sí cambia. Ese marco de referencia es lo que proponemos transformar
para lograr que la ufología evolucione.
• ¿Qué tienen que ver las religiones en todo esto?
Bajo nuestra perspectiva, estos estados extraordinarios de conciencia
cumplen una función. Si se permite la metáfora, en cierta manera, los
hombres estamos programados para experimentarlos, ya que estos
encuentros conforman los episodios fundacionales que propician el
nacimiento de las religiones, así como posteriores reafirmaciones. Los
encuentros ovni serían la penúltima manifestación de este fenómeno de
génesis de lo sagrado y que está relacionado profundamente con la
conciencia humana.
• ¿Por qué esta predisposición?
Es fruto de debate, pero parece demostrado que las religiones, fenómeno
universal en la mayoría de culturas y civilizaciones, tienen un rol adaptativo
importante junto a otras instituciones, como puede ser la familia. Como
especie, la religión ha podido jugar un papel fundamental en nuestro
devenir evolutivo y en cierta manera, nuestro cerebro ha acabado
integrando este tipo de experiencias a nuestra arquitectura psíquica y
arquetípica.
• ¿Crean religiones los fenómenos de ruptura? ¿Y los ovnis?
No exactamente. Estas rupturas y encuentros con entidades son
interpretadas de manera trascendental y pueden propiciar el nacimiento de
religiones, pero no se puede afirmar tampoco que exista una relación causal
necesaria. Sí que es cierto que las experiencias ovni, durante todo el siglo
XX, han servido para el desarrollo de numerosos cultos platillistas, pero al
mismo tiempo, y de manera más sutil, también han servido para generar una
mística y espiritualidad trascendental alrededor de ellos que es similar a las
emociones y sensaciones que proporciona la religión
• ¿Por qué no ha funcionado lo ovni como religión?
Las rupturas necesariamente no fructifican en las religiones, pero eso no
invalida su funcionalidad. El siglo XX supuso la irrupción de un nuevo
paradigma racionalista y científico-técnico que condujo al crepúsculo de los
dioses de la antigüedad y a la irrupción de estas nuevas deidades y ángeles
extraterrestres. No obstante, paralelamente, este nuevo paradigma provoca
que los mitos pretéritos, aunque vengan revestidos de modernidad, ya no
tengan el éxito que tuvieron en otras épocas, ante el establecimiento de una
filosofía y una civilización con un marcado carácter materialista (no lo
decimos en sentido peyorativo) y del auge de corrientes como el
humanismo o el ateísmo, que abiertamente niegan la existencia de este tipo
de manifestaciones y del propio Dios.
• ¿Qué determina el contenido de estas experiencias?
Los contenidos de estas experiencias vienen determinados por multitud
de factores históricos y culturales, tanto sociológicos como personales,
aunque sí se puede observar una cierta predominancia de la irrupción de
figuras humanoides que disponen de lo que Boyer llama «información
estratégica». Dicho esto, pese a la gran diversidad y extravagancia de las
manifestaciones y sus disfraces, sí se puede apreciar una estructura
universal general estable en el tiempo.
• ¿Qué sentido tienen estas experiencias?
Su interpretación, como hemos dicho, es múltiple y con un gran
componente personal. Muchas veces se convierten en simples anécdotas
que la propia persona, con mayor o menor fortuna, acaba asimilando. Otras
muchas se convierten en la base de folklore y leyenda. Pero su
consecuencia más relevante sería servir de base para la génesis y
legitimación de los episodios fundacionales y embrionarios de religiones.
• ¿Por qué los humanoides y por qué se comportan así?
Si se analiza la casuística se puede comprobar como abundan encuentros
de todo tipo que van más allá del cliché de los «grises» y sus variaciones.
Los humanoides son simplemente el tipo de entidades más descrito
habitualmente. Esto tiene que ver posiblemente con dos factores: 1) El
hombre se tiene a sí mismo como referencia conceptual; y 2) Son los relatos
que más éxito acaban teniendo al ser fáciles de asimilar y, por lo tanto, de
viralizar.
• ¿Se pueden explicar todos los casos ovni con esta hipótesis?
No, pero también es cierto que el fenómeno ovni se ha convertido en un
descomunal embrollo en donde tiene cabida prácticamente todo y donde es
imposible que una única explicación sirva para explicar simultáneamente
incidentes aeronáuticos, mutilaciones de ganado, dibujos en las cosechas o
encuentros cercanos.
• ¿Existe alguna hipótesis que pueda explicar el fenómeno ovni?
No, tal y como se ha definido el fenómeno no se puede encontrar una
respuesta satisfactoria. No obstante, también ayudaría que la acotación del
fenómeno se hiciera en base a pruebas objetivas y no en función de relatos
con alta carga especulativa y marcado carácter subjetivo que, si se toman de
manera literal, distorsionan el ámbito de análisis y estudio.
• ¿Para qué nos ayuda esta hipótesis?
Es una hipótesis que nos ayuda a explicar la serie histórica de
encuentros con entidades y le da una posible explicación antropológica a
muchos de los llamados encuentros cercanos. Desde nuestro punto de vista,
creemos que puede ayudar a explicar muchos casos desde una perspectiva
amplia y en una tasa superior a muchas otras hipótesis que parten de
supuestos extraordinarios, pero con escasa base empírica.
• ¿En qué se diferencia esta hipótesis de la psicosocial?
Tienen puntos en común, pero a diferencia de la teoría psicosocial,
nosotros sí que tratamos de desentrañar la dinámica que generan estas
experiencias y cuál es su funcionalidad. No creemos que el fenómeno ovni
sea nada más que una gigantesca serie de malentendidos que se repiten a lo
largo de la historia, sino que tratamos de desentrañar su funcionamiento,
relevancia y significado.
• ¿Son entonces reales los ovnis?
Es una pregunta con trampa. Sí, las experiencias ovni son reales. Son
reales en tanto en cuanto son fenómenos complejos que tienen un impacto
en la vida de las personas, en sus creencias y en el desarrollo de las culturas.
Si la pregunta se refiere a si existen naves pilotadas por extraterrestres,
crononautas o ultraterrestres, la respuesta es que no hay ninguna prueba que
nos lleve a pensar que sí.
• ¿Se puede dar por resuelta la incógnita ovni?
La ciencia funciona mediante demostraciones empíricas y por consensos
entre la comunidad de científicos. Esa dinámica es la que hace que la
ciencia afirme con cierto grado de autoridad que, por ejemplo, la Tierra sea
redonda. Nuestra hipótesis ni ha sido validada ni goza de consenso a su
alrededor. Luego no, no puede darse por resuelta la incógnita ovni; pero sí
creemos que debería ser tenida en cuenta como posible explicación y, lo
más importante, que bajo determinadas circunstancias experimentales
podría llegar a ser validada.
• ¿Podría ser una hipótesis a validar?
Rotundamente sí. Una de las diferencias cualitativas de esta propuesta es
que, a diferencia de otras que directamente abundan en argumentos
metafísicos no falsables —por ejemplo, entidades pertenecientes a otros
planos dimensionales—, aquí se puede plantear una metodología concreta
para validar algunos de los puntos que sostenemos.
• Apéndice: ¿Cómo podría ser validada? Apuntes sobre una futura
metodología.
Pongamos un ejemplo. Eduardo Pons Prades tuvo un encuentro cercano
bien documentado en su ya citada obra El mensaje de otros mundos. De
dicho incidente, cómo no, no trascendió ningún tipo de prueba material más
allá del propio relato del protagonista. Investigar la verosimilitud de ese
caso a posteriori se antoja una tarea compleja, ya que el único rastro que se
va a poder seguir es el propio testimonio subjetivo del protagonista.
Sin embargo, si pudiéramos haber observado y grabado desde cierta
distancia a Eduardo Pons Prades aquella noche, ¿no podríamos avanzar en
la investigación del fenómeno? ¿Qué distintas escenas podríamos haber
contemplado? Podríamos especular con infinitas posibilidades, pero a
efectos de este trabajo se nos antojan tres escenarios:

1. Pons Prades subiendo a un artefacto extraterrestre o en contacto


con entidades no humanas: sería una constatación inaudita de la
realidad no convencional del fenómeno.
2. Pons Prades teniendo algún tipo de encuentro, accidente o trauma
convencional que después acaba viviendo de acuerdo a su relato:
sería la constatación de una respuesta alterada frente algún tipo de
trauma.
3. Pons Prades atravesando la zona sin ningún tipo de problemas y
durmiendo en su casa o de camino: sería la constatación de que la
experiencia de Pons Prades o bien fue fabulada o bien tuvo una
especie de estado alterado de conciencia que le lleva a vivir o
rememorar la experiencia de determinada manera.

Por supuesto, desde aquí no vamos a plantear que haya que establecer
protocolos de seguimiento y monitorización de personas susceptibles de
tener algún tipo de vivencia insólita. Pero sí creemos que ayudar a
reconstruir de manera detallada a los protagonistas sus experiencias —y
esto es algo que tecnológicamente es mucho más viable que hace un par de
décadas debido a la creciente monitorización de los individuos por
dispositivos, cámaras, etc.— puede arrojar mucha luz y proporcionarnos
pistas en un sentido u otro. Es decir, bajo este nuevo paradigma sería mucho
más interesante volcarse en el testigo y en analizar los pormenores de su
experiencia y tratar de cruzarlos con otros testimonios de terceros o
registros de cámaras propias o de los sistemas de cámaras que abundan en
nuestro paisaje urbano. Justo lo que se hace cuando en el ámbito
periodístico, policial o judicial se quiere reconstruir un caso. Esto, por
supuesto, no se plantea contra la persona que ha tenido la vivencia, sino que
se plantea para tratar de desentrañar y ayudarle a redimensionar su
experiencia en un marco de la mayor objetividad posible.
Aquí, de nuevo, es importante invocar el peso de la estadística y el
estudio de la casuística. Es muy significativo que de tantos y tantos casos
que se tiene constancia, nunca se registre de manera nítida e incuestionable
un fenómeno anómalo: no hay grabaciones, no hay rastros materiales y no
suelen abundar testigos imparciales. Que la amplia mayoría de estas
experiencias se produzcan de manera aislada e individual parece bastante
elocuente. Como hemos comentado con anterioridad, es posible que estas
personas se vean afectadas por fenómenos que desafían nuestras leyes de
materialidad, temporalidad y causalidad, pero entonces nos tenemos que
resignar a quedar atrapados en un callejón sin salida metafísico. También,
que la única manera de rastrear esas «realidades daimónicas»39 sea a través
de la conciencia, nos empuja a considerar su naturaleza psicológica como
hipótesis prioritaria.
En consonancia con esta perspectiva, se podría llegar a evaluar si estas
personas que afirman haber vivido estas experiencias, han sufrido algún
tipo de trance mental que o bien puede ser identificado bajo observación
directa o bien pueda dejar algún tipo de rastro fisiológico. Sobre este tema
ya se ha trabajado. Sin ir más lejos, el propio Strieber en Comunión
reflexiona sobre esta posibilidad al analizar los numerosos casos que hay de
personas que tienen estas experiencias cuando conducen coches —el propio
Pons Prades o el caso fundacional de Betty and Barney Hill serían dos
clarísimos ejemplos; incluso se han llegado a relacionar encuentros ovni
con la llamada «hipnosis de carretera»—; y cómo es posible que, si
afirmamos que se tratan de estados extraordinarios de conciencia o incluso
trances, estas personas no sufran ningún tipo de accidente.
Es un punto interesante y en el que se debe profundizar. Muchos
investigadores también afirman que los incidentes y los encuentros a veces
parecen producirse al margen de la realidad circundante. En el libro de John
Keel Las profecías del Mothman se relatan multitud de extravagantes
encuentros en carretera donde nadie parece reparar en nada extraño. Son
eventos que parecen desarrollarse en campanas de irrealidad. O eso, o
tienen un componente de estado alterado de conciencia que necesariamente
no implica, como explica el curioso fenómeno de la «hipnosis de carretera»,
que se pierda el conocimiento o se deje de conducir con normalidad. Esto
quiere decir que, cuando hablamos de trance o de estado alterado de
conciencia, podemos hablar de algún tipo de experiencia sutil que se
desarrolla en la trastienda de nuestra mente y que luego, más adelante,
acabamos reconstruyendo mentalmente. Es posible que métodos como la
hipnosis sirvan para reconstruir y apuntalar este tipo de experiencias que
acaban siendo grabadas e impresas en nuestra mente como realidades
inapelables.
Se debe tratar con cautela la literalidad de los testimonios. Que alguien
afirme haber tenido una experiencia determinada no significa que la haya
tenido en las circunstancias que ella recuerda o evoca. Ya en el citado caso
del matrimonio Hill, Benjamin Simon, un psiquiatra que les trató a ambos,
concluye que la experiencia de Betty fue fruto de una reconstrucción
fabulada de posibles sueños. Eso necesariamente no significa que esa
misma noche tuviera la experiencia en cuestión, sino que a posteriori se
recuerda de esa manera.
Una vez se ha profundizado en la reconstrucción objetiva de la vivencia,
se deberá determinar su naturaleza. Es decir, si tiene fundamentos objetivos
o si, por el contrario, se ha de concluir que ha vivido algo indistinguible de
una experiencia subjetiva ya procede estudiar la experiencia dentro de un
marco de evaluación psicológica, así como una monitorización fisiológica
que trate de identificar indicadores que puedan servirnos para construir un
cuadro determinado asociado a estos presuntos estados extraordinarios de
conciencia.
Todo esto se establecería en un cuadro de seguimiento del sujeto donde
se tratarían de evidenciar aquellos elementos, tanto a priori como a
posteriori, que podrían ayudarnos a conformar cuadros de referencia a
niveles emocionales, cognitivos y fisiológicos. Es decir, que factores tales
como estados de ánimo, indicadores de estrés, conductas o síntomas
preceden, acompañan o suceden a estas experiencias. De nuevo, no se trata
de comprobar la cordura de nadie, sino a través del análisis sistemático de
una muestra significativa de casos ser capaces de articular cuáles son las
constantes que acompañan al fenómeno.
Por supuesto, y en función de nuestra hipótesis, el foco de las
evaluaciones a los individuos debería ser el desarrollo de nuevas creencias o
el refuerzo de ya existentes relacionadas con la espiritualidad o
transcendencia. Este tipo de vivencias son, al igual que las llamadas
experiencias cercanas a la muerte o ciertas prácticas iniciáticas, procesos de
transformación personal e incluso social.
Revisemos estos pasos que proponemos seguir:

1. Registro de la experiencia.
2. Reconstrucción independiente de la experiencia desde pruebas
objetivas —grabaciones de cámaras, rastreos de posicionamientos
GPS, etc.— o intersubjetivas —testimonios de terceros—, a fin de
validar su naturaleza y su grado de credibilidad.
3. Determinar si es una experiencia susceptible de ser estudiada bajo
nuestro marco de referencia como un estado extraordinario de
conciencia.
4. Evaluación de factores de riesgo, disparadores y contextos
psicológicos, sociales y culturales tanto a priori, como a
posteriori.
5. Establecer protocolo de seguimiento de la persona incidiendo en
las variables de trascendencia, espiritualidad y creencias.

Esta metodología debería aportar, a través del análisis de una muestra


considerable de casos, datos suficientes para tratar de validar nuestra
hipótesis, según la cual, los ovnis no tienen que ver tanto con «las cosas que
se ven en el cielo», sino con la conciencia humana, el mayor misterio al que
podemos enfrentarnos. Como decía Sagan en su legendaria serie de
televisión: «Somos el medio para que el Cosmos se conozca a sí mismo».
Conocernos a nosotros mismos es, en última instancia, conocer el cosmos.
De este modo, los ovnis puede que no nos sirvan para el propósito de
descubrir vida o inteligencia en otros planetas o dimensiones, pero sí nos
ayudarán a entender mucho mejor quiénes somos.

39.
Daimonic Reality (Realidad Daimónica) es el título de una influyente obra de Patrick Harpur.
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https://es.wikipedia.org/wiki/Ren%C3%A9_Descartes [Consulta:
1/09/2018]
PODCASTS EN CASTELLANO
RECOMENDADOS:

Debido a existir diversos medios para escuchar o descargarse estos


programas, he considerado conveniente no indicar ningún link y que cada
uno opte por utilizar la plataforma que prefiera.
AL FILO DE LA REALIDAD
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TERRA INCOGNITA
TRAS LOS LÍMITES
YO AQUÍ HE VENIDO A HABLAR DE HUMANOIDES
«Los que de veras buscan a Dios,
dentro de los santuarios se ahogan.»
PROVERBIO ÁRABE

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