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¿Locura

colectiva? ¿Alucinaciones? ¿Máquinas pertenecientes a una de las grandes


potencias? ¿O naves extraterrestres que vigilan meticulosamente el desarrollo de nuestro
planeta? Aimé Michel, una de las mayores autoridades en la materia, comunica en este libro
el resultado de sus investigaciones. Las increíbles proezas de los Platillos Volantes han
preocupado a sabios eminentes y a organismos oficiales de los principales países del mundo.
Tanto las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos como las de Francia y otros países,
mantienen Oficinas de Investigación dedicadas a los Platillos Volantes; sus resultados son
mantenidos en el más estricto secreto. Se ha interrogado, en Francia solamente, a más de
medio millón de testigos oculares, y la Academia de Medicina de París ha destacado un grupo
de científicos para que estudie este sorprendente problema. También ha existido una fuerte
oposición acerca de la realidad de estos fenómenos. Muchos organismos oficiales, sabios,
público en general, prefieren negar tajantemente la existencia de los Platillos Volantes,
alegando que ellos son cuentos fantásticos. Convendría que recordaran estos espíritus de
precipitado escepticismo que a fines del pasado siglo un sabio de la Sorbona probaba, sin
lugar a réplicas, que los aviones, jamás llegarían a volar por ser ellos más pesados que el
aire. La frase de Teilhard de Chardin, sin embargo, puede bien simbolizar la actitud del ser
humano alerta: «Sólo lo fantástico tiene posibilidades de llegar a ser verdad».
Aimé
Michel
LOS MISTERIOSOS
PLATILLOS
VOLANTES

EDICIONES POMAIRE
SANTIAGO DE CHILE / BUENOS AIRES / MÉXICO
MADRID / BARCELONA
Traducción de
XIMENA GARCÉS DE ARTECHE
Título original
MYSTERIEUX OBJECTS CELESTES
© 1958 BY B. ARTHAUD
© 1963 BY EDITORIAL POMAIRE LDA.
BULNES, 80 - SANTIAGO DE CHILE
Printed in Spain
EMEGE - Enrique Granados, 91 - BARCELONA
Dep. legal: B. 22.139-1964
Núm. de Registro: 2.946-64
Portada de
WILL FABER
A MONIQUE
Nuestra inteligencia tiene, en el orden de las cosas
inteligibles, el mismo rango que nuestro cuerpo en el reino de
la naturaleza.
Pascal, Pensée, II, 72.
PRÓLOGO

Frente a los fenómenos extraordinarios que casi a diario nos ofrece un


universo desconocido, se pueden adoptar tres posiciones:
La primera es la credulidad del ser primitivo, que acepta con fe sencilla los
relatos más maravillosos, admite muy fácilmente lo «sobrenatural», no critica
los testimonios y, por lo tanto, es a menudo fácil presa de charlatanes y
estafadores.
La segunda es la credulidad del racionalista, el cual, convencido que lo
sabe todo, se irrita al verse frente a fenómenos que no se amoldan a sus
convicciones. Al no encontrar, en su limitado arsenal, una explicación que lo
satisfaga, opta por dudar de los demás antes que de sí mismo y rebate los
hechos más indiscutibles para evitar que sus principios se derrumben. Orgullo
mal entendido, antropocentrismo caduco ya desde Copérnico y Galileo, lo
convierten por último en un peligro para la ciencia, y la historia lo demuestra
repetidas veces.
La tercera posición intelectual es la del verdadero espíritu científico, que se
atiene a los hechos para observarlos, reunirlos, escarnarlos, criticarlos,
coordinarlos. Es una actitud de modestia y sumisión a lo real. Es la actitud de
Aimé Michel, en el apasionante libro que consagra al problema siempre
candente de los Misteriosos Objetos Celestes, libro que, estoy seguro,
renovará completamente el tema.
A pesar del escaso interés —por no decir hostilidad— que los organismos
oficiales han testimoniado en casi todo el mundo a los pioneros de esta
búsqueda, el público ha demostrado más prudencia. Muchas veces el hombre
de la calle tiene más olfato que ciertos sabios, y creía ya en los aeroplanos en
la época en que un profesor de la Sorbona demostraba la imposibilidad de
vencer la gravedad.
Que se han observado fenómenos extraños, ya nadie duda de eso, y las
explicaciones llamadas «psicológicas» parecen prontas a extinguirse.
Aumenta cada día el número de personas ponderadas, inteligentes, cultivadas,
en plena posesión de sus mentes, que han visto «algo» y lo han descrito.
Astrónomos*, oficiales, ingenieros que se burlaban de los famosos «Discos»,
han tenido, al igual que Santo Tomás, que hacer acto de contrición y abrir los
ojos. Negar fríamente sus testimonios viene a ser algo cada vez más
temerario.
¿Qué es por lo demás un testimonio? Si un gendarme llega a declarar ante
la Corte de Justicia «que ha visto un hombre llevando un revólver, atravesar el
camino y perseguir a otro hombre, desapareciendo con él en un bosque» no
pasará por la mente de los jurados discutir este testimonio. Y si otros tres
gendarmes confirman el hecho, dependiendo de ese testimonio el castigo de
un asesino, demos por seguro que caerá una cabeza. Pero que esos cuatro
gendarmes escriban un día en un informe diciendo que «han visto un objeto
en forma de cigarro acercarse rápidamente desde el norte, detenerse durante
varios segundos sobre el pueblo, luego volver a partir hacia el este a una
velocidad fulminante cambiando de color», y veremos cómo hombres
«serios» pondrán en duda sus inteligencias o su sobriedad. Se hablará de
«alucinación», de «globos-sondas», de «helicópteros», de «fenómeno
luminoso». ¿Pensarían estos mismos espíritus serios en absolver al asesino, si
el abogado explicara el primer testimonio diciendo que los gendarmes
confundieron dos perros vagos con unos hombres?
No hay duda que en la masa de testimonios recogidos muchas veces en
condiciones muy difíciles, existen observaciones de meteoritos, globos-
sondas y aún relatos de farsantes o cuasi locos, y por ese motivo justamente
debemos escarmentarlos. Pero una vez realizada esta operación, subsiste
indudablemente —y todos los relatos americanos lo confirman— un cierto
porcentaje de observaciones que resisten a todas las explicaciones
convencionales.
Podemos, entonces, afirmar que realmente aparecen, en el cielo que nos
rodea, misteriosos objetos.
Estos objetos parecen guiados por una inteligencia: éste es el hecho
formidable que Aimé Michel parece haber demostrado al descubrir la
ortotenia. Un día, casi por casualidad —como suele pasar en este orden de
cosas— comprobó con asombro y profunda alegría que las observaciones de
un mismo día se alineaban impecablemente y con precisión extraordinaria
sobre una misma «línea recta», aunque estuviesen situadas en países tan
alejados unos de otros como Inglaterra, Francia, Italia del Norte. Investigando
más a fondo, descubrió que esta colección de rectas formaba una tela de araña
muy característica, forma que, para un piloto, evoca irresistiblemente la idea
de una exploración aérea sistemática.
Se ve, evidentemente, la importancia decisiva de estos descubrimientos,
los cuales tienen que hacer reflexionar a los escépticos. Todas las tentativas de
explicación por psicopatologías colectivas se derrumban. La ortotenia no
puede ser fruto del azar. Sugiere un plan y una acción inteligente.
Por el momento es de primera urgencia confirmar estas comprobaciones,
organizando internacionalmente las observaciones y los testimonios. ¡El
asunto es demasiado importante para la humanidad! Ha pasado la época de
los investigadores privados carentes de recursos como Aimé Michel. Toca a
los gobiernos intervenir, aunque sólo fuese para escapar a la amenaza de una
tragedia mundial como lo reveló el asunto de la queja soviética al Consejo de
Seguridad. Pues si persistimos en no reconocer la existencia de esos «objetos
no identificados», terminaremos por confundirlos con los proyectiles de un
agresor. Y entonces puede suceder lo peor.
Una última pregunta se plantea: ¿qué inteligencia guía los misteriosos
objetos? ¿De qué medios dispone? Preguntas capitales que por el momento es
imposible contestar. Tenemos, pues, que contentarnos con hipótesis.
¿Inteligencia humana? Tal vez. ¿No hemos visto en estos últimos tiempos
que hay países capaces de realizar, en un tiempo récord, enormes progresos
científicos y conservar el más absoluto secreto? ¡Hipótesis molesta para
Occidente, del cual conocemos los límites! Pero en todo caso, es una
explicación muy improbable, pues los «objetos» en realidad parecen utilizar
fuentes de energía que el hombre está muy lejos de haber descubierto.
¿Inteligencia extrahumana? ¿Por qué no? Está lejos la época en que
Ptolomeo colocaba la tierra al centro de un sistema solar que era su universo.
Tampoco Eddington afirmaría hoy día que nuestra raza es la raza suprema y
que la inteligencia humana es la reina del universo. Hemos vuelto a una
mayor modestia, y admitimos perfectamente que puedan existir —y tal vez no
tan lejos de nosotros— seres cuyo grado de civilización sobrepasa
ampliamente el nuestro. No lo neguemos a priori. Guardemos una actitud
prudente. Trabajemos y suspendamos nuestro juicio.
Es apasionante seguir a Aimé Michel en la exposición, tan sabiamente
construida y al mismo tiempo tan amenamente escrita, de sus
descubrimientos, y luego de sus hipótesis. Siempre cartesiano, siempre
preciso, avanza en terrenos seguros, pero, sin embargo, pronto nos lleva al
umbral de especulaciones vertiginosas, hacia horizontes que aún ahora nos
parecen fabulosos. Sin embargo, ¿no debería «el viento de tempestad que
sopla hoy día sobre la física» congelar sobre los labios de los «hombres
razonables», muchas risas que hasta ahora eran despreciativas? ¿Acaso las
investigaciones sobre la gravitación universal que en este momento se
realizan en todo el mundo, no alcanzarán algún día el éxito? ¿Y quién nos
dice que la meta hacia la cual tendemos no la han logrado otros ya?
El destino de los precursores es sufrir por la verdad, pero un día llega en
que se les hace justicia. Aimé Michel eligió el camino difícil al dedicarse a
una investigación momentáneamente desacreditada. Ojalá su esfuerzo no sea
vano. Es de la mayor importancia llegar a ver claro en ella. Es de la mayor
importancia comprender por fin fenómenos que tal vez condicionen nuestro
porvenir.
Por este motivo, un libro así debe existir en todas las bibliotecas. Como lo
dijo Saint-Evremond: «el punto esencial es conquistar un juicio verdadero y
adquirir una luz pura».
L.-M. CHASSIN,
General de la Fuerza Aérea, Comandante de la
Defensa Aérea de Europa Central (OTAN).
23 abril 1958.
INTRODUCCIÓN

El policía y el sabio, o de lo singular a lo general. Hasta el otoño de 1954,


es decir, hasta los acontecimientos relatados en este libro, el Disco Volador
era un fenómeno esencialmente singular. De vez en cuando, algo que no se
parecía a nada conocido aparecía en el cielo, dejaba estupefactos a escasos
testigos y, después de un tiempo más o menos largo, y por lo general muy
breve, desaparecía como había llegado: súbitamente. Instantaneidad,
fugacidad, imprecisión: tales eran los caracteres esenciales anotados y
deplorados por el comandante Clérouin, a partir de la primera investigación
seria llevada a cabo en Europa.
Esta singularidad es, pues, la que, desde hace diez años, perturba el
progreso de las investigaciones emprendidas en todo el mundo, a pesar del
caudal de eficiencia, tiempo y dinero gastados. Ella es también la que, hasta
hoy día, da alas al escepticismo y a la irritación de la mayor parte de los
sabios, pues no hay ciencia sino de lo general: la máxima de Aristóteles sigue
siendo verdadera después de veinticinco siglos, y aquellos que desde el
comienzo tomaron en serio el fenómeno Disco Volador deben comprender
este hecho muy bien. Nada es más legítimo y explicable que la actitud de
rechazo adoptada generalmente por esa ciencia, a la cual ciertas personas
creen condenar agregándole el calificativo de «oficial». Es una actitud
justificada por los fundamentos más firmes del conocimiento y del método
experimental, y por los siglos de progreso y de éxito que han conducido a los
hombres hasta su actual civilización. Un fenómeno singular, esto es, que
escapa no sólo a la experimentación provocada sino a la observación
deliberada, no puede ser objeto de la ciencia: no es más que un hecho
histórico, y además lo es bajo la condición de que sea probado.
Un ejemplo hará comprender esta inevitable y necesaria distinción entre
fenómeno singular y fenómeno científico. Desde el más lejano pasado, los
hombres han conocido y afirman la existencia de visiones a la distancia, o
como se dice ahora, de percepción extrasensorial. Se recuerda a esa mujer
cuyo hijo combatía en Corea, la cual despertó una noche sobresaltada
gritando: «¡Mi hijo ha muerto!» Y se reveló que la hora y las circunstancias
eran verídicas.
Pero frente a ese sueño, cuya exactitud se reconoce, los escépticos oponen
un número inmenso de sueños engañosos. ¿Cómo saber la verdad? A esta
pregunta, todos los sabios responden sin excepción: mientras no podamos
provocar voluntariamente los sueños auténticos, o a falta de esto, aplicar un
método que permita observar sus condiciones, esos sueños no podrán ser
científicamente estudiados. No se trata ni de mala voluntad ni de
oscurantismo, ni de escepticismo obtuso: se trata, simplemente, de las
posibilidades de nuestros métodos. La ciencia tiene sus leyes, a las cuales no
puede escapar sino dejando de ser ciencia. Tal sabio puede opinar
personalmente sobre los sueños premonitorios o los Discos Voladores: esa
opinión sólo compromete su persona moral y no su calidad de sabio. Por esta
razón los métodos inaugurados por el doctor Rhine para estudiar la
percepción extrasensorial provocaron tal agitación en el mundo científico; por
primera vez, un fenómeno hasta ahora singular era abordado a través del
método experimental. Súbitamente se hacía posible la discusión científica.
Este sabio ofrecía a sus colegas algo positivo, y se podía llegar a controlar el
fenómeno. Y así ocurrió.
Volvamos ahora al Disco Volador, y preguntémonos por qué método la
ciencia puede abordarlo. ¿A través de la experimentación? Sería necesario
para eso, suposición absurda, que el Disco Volador pudiera ser provocado
voluntariamente, como una reacción química o una corriente eléctrica. ¿Por
observación deliberada? Pero, ¿cómo arreglárselas? Se puede, a voluntad,
observar el espectro de estrella o la multiplicación de una célula. El Disco
Volador escapa a toda observación deliberada. Se le observa repentinamente
donde nadie se lo esperaba, y cuando se sabe que está allí, ya no se encuentra.
Desde hace diez años estudio este fenómeno, y a pesar de una vasta red de
corresponsales prestos a llamarme por teléfono, jamás lo he visto. El único
acceso a su estudio es el análisis a posteriori del testimonio. Pero esto no es
un método científico. Si el análisis de los testimonios fuese una ciencia, la
justicia lo sería. Se suprimiría a los juristas, se suprimirían los tribunales y se
los reemplazaría por una regla de cálculo. Los testigos más dispuestos a
reprobar el rechazo de los sabios para tomar posición en cuanto a sabios
serían los primeros en indignarse. El estudio de los testimonios pertenece a la
policía y a la historia, las cuales son el reflejo de las incertidumbres humanas,
y la ciencia, ahora por lo menos, no puede comprometerse con esos métodos.
Además, una de las más inteligentes sugestiones que he leído es la que hizo
C. H. Gibbs-Smith al dar cuenta de mi primer libro en The Observer, el 14 de
abril de 1957: «Resultaría interesante persuadir a un grupo de juristas para
que lo leyera, y aconsejarlos, pues hasta ahora los sabios y los tecnólogos no
han querido arriesgar su reputación…» Este excelente historiador inglés de la
aviación ha visto muy bien que la deliberación sobre los testimonios
pertenece propiamente a los hombres de derecho y no a los sabios.
De esta manera se planteó el problema de los Discos Voladores hasta
1954. El hecho, totalmente extraordinario, que se produjo entonces y que este
libro intentará exponer se resume en una frase: a partir de ese momento, y con
más precisión, a partir del 17 de setiembre de 1954, el fenómeno Disco
comenzó a emerger de su fatal carácter de singularidad, esencialmente
anticientífico. Algo apareció entonces que escapa a la incertidumbre de los
testimonios humanos, y que puede ser estudiado, controlado, discutido según
los estrictos métodos de la ciencia. Es algo a lo cual, provisionalmente, he
llamado ortotenia.
¿Qué es la ortotenia? En griego, el adjetivo ὀρθοτενής significa «tendido
en línea recta». Para comprender el hecho que designa esta palabra, veamos
un ejemplo:
El viernes 15 de octubre de 1954, se señaló una serie de observaciones en
Europa Occidental: en Southend (Inglaterra), Calais, Aire-sur-la-Lys
(Francia), carretera nacional 68 entre Niffer y Kembs (frontera franco-
alemana), cerca de Rovigo, Italia, y en otros lugares.
Si se estudia cada una de estas observaciones por separado, ¿qué
conclusión se saca? Lamentar una vez más la incertidumbre de los
testimonios humanos. Es verdad: todos esos testimonios aportan historias
palpitantes, pero, ¿cómo saber si no son imaginadas, soñadas o inventadas?
En Italia los testigos son numerosos. Pero lo que cuentan es inverosímil: ¿se
pusieron de acuerdo para difundirla? En la carretera nacional 68, la misma
conclusión, agravada por el hecho de que los testigos no son más que dos. Las
mismas circunstancias en Aire-sur-la-Lys. En lo que a las observaciones de
Calais y de Southend se refiere, éstas resultan aún peores: en cada uno de los
casos, sólo hay un testigo.
Estudiando todas esas observaciones por separado, se llega a la eterna
conclusión que bloquea desde hace diez años el estudio científico del
fenómeno: si los testigos han visto realmente lo que dicen haber visto, se trata
de un acontecimiento prodigioso, el más grande acontecimiento de la historia
humana; por desgracia, nada prueba que el relato sea auténtico. Se puede,
entonces, escoger entre un suceso prodigioso y la incertidumbre de algunos
testimonios; y la experiencia de la vida cotidiana nos enseña que es más
razonable dudar de esos testimonios*. Hasta allí, no hemos salido de los
métodos históricos o policiales. La ciencia es impotente para dar un consejo
fundado en la aplicación de sus propios métodos.
Pero he aquí el hecho nuevo, que lo va a cambiar todo:
Sobre un globo terráqueo, tendamos un hilo entre las dos observaciones de
Southend y de Pô di Gnocca, cerca de Rovigo. Constataremos que ese hilo,
cuyo largo es de más de 1.110 kilómetros, pasa por Calais, Aire-sur-la-Lys y
el punto de observación de la carretera nacional 68.
—Primera pregunta: ¿Es exacto que todos esos puntos están sobre un
mismo círculo máximo? Para saberlo, basta con consultar un mapa y
entregarse a manipulaciones o cálculos apropiados.
—Segunda pregunta: Si la alineación es real, ¿se puede o no se puede
atribuirla al azar o a una causa conocida? También es ésta una discusión
científica.
—Tercera pregunta: ¿Puede el autor controlar sus fuentes de información?
Basta leer el libro para saberlo.
La fábula de los cuatro ciegos. Una fábula hindú cuenta que cierto día
cuatro ciegos encontraron en su camino un objeto desconocido. Lo palparon
como pudieron y se comunicaron sus impresiones.
«—Es la puerta de un templo —dijo uno—. Toco una columna.
»—De ningún modo —dijo otro—. Es una liana.
»—Me extraña —dijo el tercero—. Es un árbol muerto, sin corteza y sin
follaje.
»—Se equivocan —dijo el último—. Es una serpiente.»
Y nuestros cuatro ciegos que, como buenos hindúes, poseían el don
metafísico, sentáronse a la sombra del misterio y crearon un sistema
filosófico.
El sistema se hacía más complicado después de varias horas, y nuestros
amigos, estando de acuerdo sobre los principios fundamentales, abordaron un
espinoso problema que se refería a cierta reencarnación del objeto
desconocido, cuando acertó a pasar un viajero. Les escuchó, y dijo:
«—Señores, temo decepcionarlos. El objeto del cual ustedes hablan es un
elefante. Este señor tomó su pata por una columna, el otro tocó la cola, el
tercero el colmillo y el último la trompa.»
El fastidio (la palabra es débil) que nos causa el misterio de los Discos
Voladores se debe al hecho de que nosotros somos todos ciegos, y debemos
descartar la posibilidad de que un viajero nos lo aclare. Pero, tal vez, es ya un
comienzo de conocimiento reconocer nuestra ceguera.
«—Son globos-sondas —decía uno que no veía más que un punto brillante
inmóvil en el cielo.
»—Son estrellas fugaces y bólidos —decía otro que veía una trayectoria
fulgurante.
»—Son seres siderales —decía un tercero, obedeciendo tal vez demasiado
apresuradamente al atavismo de nuestra especie que quiere, ante todo,
personificar lo incomprensible y ver a Júpiter detrás del rayo.
»—Son historias de locos —decía el último, después de leer ciertas
divagaciones venusianas.»
¿Por qué, en lugar de sentarnos a la sombra del misterio y pretender
solucionar inmediatamente el problema, por qué no tantear largamente en la
sombra el extraño objeto que Kenneth Arnold encontró hace diez años en
nuestro camino?
Es la única ambición de este libro. Durante tres años, estudié la ola de
1954, y he aquí algunas luces que he creído distinguir. Tal vez la ortotenia es
una idea de ciego, alguna trompa que creímos era una serpiente. Pero leyendo
el relato que sigue, los otros ciegos, camaradas míos, tendrán, quizás, ideas
mejores. Con el objeto de que ellos puedan controlar o rehacer este trabajo,
sólo me queda señalar el origen del material que utilicé.
Fuentes. El carácter mismo de la ortotenia impone una comprobación: todo
el interés de una observación que esté en función de las alineaciones reside en
su existencia. ¿Es cierto o no es cierto que la observación fue consignada en
tal fecha por los testigos? He aquí la única cuestión, la única pregunta que se
plantea para juzgar las alineaciones. De la misma manera, las observaciones
decisivas, aquellas que tienden a mostrar la realidad de la ortotenia, fueron
tomadas únicamente de los periódicos. Son observaciones impresas y hechas
públicas más de dos años antes del descubrimiento de su disposición
geométrica.
El lector podrá controlar su existencia leyendo los periódicos donde
aparecieron, cuyas referencias se indican.
Cierto número de estas referencias remiten a los expedientes creados por
Charles Garreau, el más paciente y el más consciente de todos los
investigadores franceses: son, siempre, recortes de pequeños diarios
provincianos, fáciles de encontrar en caso de que se quiera comprobarlos*.
Resulta inútil precisar que para el análisis de cada observación particular,
no me he contentado sólo con los periódicos. En todos los casos estudiados
profundamente, según los métodos ya clásicos de ese género de búsquedas,
hubo una investigación. Séame permitido agradecer, sobre todo, en este
punto, a Charles Garreau, al astrónomo aficionado Raymond Veillith, y a los
numerosos corresponsales que en los cuatro rincones de Francia estuvieron
dispuestos a llenar los cuestionarios que les remití.
Gracias sean dadas, en fin, a los sabios amigos por sus sugestiones y
críticas sobre los desarrollos teóricos implicados en las alineaciones. Ya habrá
tiempo de nombrarlos si resulta que este libro aporta alguna luz al problema
que nos preocupa. Y en caso contrario, sus nombres no aportarán nada.
PRIMERA PARTE
LA ORQUESTA AFINA

El gran cigarro vertical. La pequeña aldea de Vernon está situada en el


departamento del Eura, a 65 kilómetros, a vuelo de pájaro, en dirección oeste-
noroeste, de París. Es un importante centro militar de investigaciones, y allí se
estudia balística y aerodinámica. Así, pues, se encuentran allí numerosos
oficiales y técnicos. En ese lugar, durante la noche que va del 22 al 23 de
agosto, ocurrió, por primera vez, uno de los fenómenos más significativos de
nuestro tiempo. Fenómeno que en seguida debía observarse muy a menudo y
en circunstancias siempre muy significativas. El incidente de Vernon abre, en
la práctica, la serie de acontecimientos extraordinarios que este libro se
propone contar por primera vez, día tras día.
Fantasía nocturna. La noche del 22 al 23 de agosto fue muy clara sobre la
región parisina. La atmósfera era límpida, la visibilidad excelente. A seis días
de su conjunción, la luna sólo difundía una escasa y delgada luz hacia el fin
de la noche.
A la una de la madrugada, el señor Bernard Miserey, comerciante de
Vernon, entró en su casa y guardó su coche. Al salir del garaje, situado en la
orilla sur del Sena, se sorprendió al ver que una pálida luz iluminaba el
pueblo, en ese momento en sombras, y levantando los ojos al cielo, descubrió
algo como una masa luminosa inmóvil y silenciosa aparentemente suspendida
sobre la orilla norte del río, tal vez a unos trescientos metros. Se diría que se
trataba de un gigantesco cigarro vertical.
«Hacía un instante que contemplaba ese sorprendente espectáculo —
cuenta M. Miserey— cuando, de súbito, de la parte inferior del cigarro surgió
una especie de objeto en forma de disco horizontal, el cual, al comienzo
descendió en caída libre; luego disminuyó la caída, basculó repentinamente y
voló horizontalmente a través del río dirigiéndose hacia mí y haciéndose cada
vez más luminoso. Durante un instante muy breve, pude ver ese disco de
frente. Estaba rodeado de un halo de viva luminosidad.
»Minutos después de que hubo desaparecido detrás de mí, hacia el
sudoeste, a una prodigiosa velocidad, un segundo objeto parecido al primero
se desprendió como aquél de la extremidad inferior del cigarro, y maniobró de
la misma manera. Un tercer objeto le sucedió, y luego un cuarto. Se produjo,
entonces, un intervalo algo más prolongado, y, finalmente, un quinto disco se
desprendió del cigarro, que permanecía siempre inmóvil. Este último dejose
caer mucho más bajo que los anteriores, hasta el nivel del puente nuevo donde
se inmovilizó un instante oscilando ligeramente. Pude entonces ver
nítidamente su forma circular y su luminosidad rojiza, más intensa en el
centro, atenuada en los bordes, y el halo ardiente que lo rodeaba. Después de
algunos segundos de inmovilidad, basculó como los cuatro primeros y arrancó
también como una flecha pero hacia el norte, donde se perdió en la lejanía y
cobró altura. Durante ese momento, la luminosidad del cigarro había
desaparecido, y el gigantesco objeto, que tenía quizá cien metros de largo, se
había fundido en las tinieblas. Ese espectáculo duró tres cuartos de hora más o
menos.»
Cuando al día siguiente, el señor Miserey relató su visión nocturna, la
policía le hizo saber que dos agentes que efectuaban una ronda hacia la una de
la madrugada habían observado también el fenómeno, como también un
ingeniero de los laboratorios del ejército que circulaba a la misma hora en
automóvil por la carretera nacional 181, al sudoeste de Vernon.
No hay explicación. Nadie se ha arriesgado jamás a plantear una
explicación del fenómeno de Vernon. ¿Alucinación? Pero ella se duplicaría
con la telepatía, pues los cuatro testigos no se conocían y declararon
separadamente. Una visión telepática de tal complicación habría tenido los
caracteres de un milagro, e invocarlo en nombre de la ciencia me parece
empresa muy arriesgada.
¿Se dirá entonces que un solo testigo (falso) lo inventó todo, y que los
otros tres lo contaron para darse pisto? La forma en que el fenómeno se
propaló excluye esta hipótesis, pues sólo hasta el 25 la policía no estuvo al
corriente de las cuatro declaraciones. El primer periódico que habló de este
asunto fue Libération del 25 de agosto. En ese día, la investigación, por lo
demás vana, había terminado. Y los testigos tenían tan pocos deseos de
publicidad que sólo el señor Miserey consintió en contar lo que había visto.
No se conocen los nombres de los dos policías y el ingeniero, que fue ubicado
por los periodistas al precio de mil estratagemas, simplemente no los recibió.
He aquí la única explicación que oí sugerir: Los testigos tomaron la luna
por un cigarro e inventaron los cinco discos. Esta solución tiene el mérito
indudable de reunir varios milagros dignos de interesar, al mismo tiempo, a
los astrónomos (la luna apareció hacia el norte) y a los psiquiatras (mensaje
telepático). Pero obremos con seriedad.
Aproximaciones. Para hallar un camino hacia la verdad, más vale ver si el
fenómeno de Vernon es único en la historia de los Objetos Voladores no
Identificados, o por el contrario, si se conocen otros ejemplos.
Ahora bien: esos ejemplos existen. Como lo hace notar Charles Garreau*,
la tripulación de un B-29 del ejército norteamericano observó el 6 de
diciembre de 1952, sobre el golfo de Méjico, un fenómeno exactamente
inverso al de Vernon: Aquel día, a las 5 y 25 de la madrugada, los aviadores
norteamericanos vieron cinco objetos que convergían hacia un sexto objeto de
grandes dimensiones y que se fundían en él para no ser sino uno solo*. Hay
algo de misterioso en el hecho de que las dos observaciones señalan
igualmente cinco pequeños objetos y uno más grande. Los que creen que los
Discos Voladores son máquinas, ven en estos hechos una prueba más de que
existen grandes «Discos-bases» capaces de abrigar cinco discos pequeños. Y
como dice Garreau, para reintegrarse a una base (golfo de Méjico), es
necesario antes haberla abandonado (Vernon).
Si así fuera, los extraordinarios fenómenos de Gaillac y d’Oloron,
ocurridos en octubre de 1952, hacen pensar que también fue observado lo que
sucedió en el intervalo. Con diez días de intervalo, en efecto, el 17 y el 27 de
octubre, dos pueblos del sudoeste de Francia contemplaron, durante algunos
minutos, un cilindro largo, estrecho, rodeado de numerosos objetos de más
pequeñas dimensiones*. La descripción es también sorprendente por su
similitud. He aquí cómo uno de los testigos de d’Oloron describe un objeto de
pequeña dimensión: «Visto con prismáticos, se podía distinguir una bola
central roja y alrededor una especie de anillo amarillento muy inclinado»*.
Y la descripción del señor Miserey, en Vernon:
«Pude ver muy nítidamente su forma circular y su luminosidad rojiza más
intensa en el centro, atenuada en los bordes, y el halo ardiente que lo
rodeaba.»
Parece indiscutible que las dos descripciones refrendaron el mismo
fenómeno. Queda por saber lo que es ese fenómeno. Los sabios que persisten
en creer que han resuelto, de una vez para siempre, el misterio de los Discos
Voladores, definiéndolo como un «revoltijo de bagatelas» nos decepcionan
mucho más por su rechazo a enfrentarse con una realidad que por su actitud
irónica hacia los supuestos marcianos. ¿Cómo podríamos saber que el rayo no
es un arrebato de cólera de Júpiter, si los sabios sólo se hubiesen contentado
con hacer bromas sobre la barba del rey del Olimpo? En los tres casos de
d’Oloron, Gaillac y Vernon, la precisión, la concordancia y la complejidad de
los relatos deberían incitar a la reflexión. Y con mayor razón, pues el
fenómeno se produjo una vez más, exactamente tres semanas después de
Vernon, el martes 14 de setiembre de 1954.
Retorno a la Vendée. Esta vez el espectáculo se desarrolló en pleno día y
fue observado por centenares de testigos dispersos en una media docena de
pueblos del departamento de la Vendée, cerca de la costa atlántica, a 350
kilómetros al sudoeste de París. Sólo un periódico local se refirió al
fenómeno. El asunto es aún totalmente desconocido, incluso en Francia, salvo
en la región donde tuvo lugar. Los testimonios provienen en su mayoría de
campesinos, más algunos sacerdotes y maestros de escuela. Un lector de un
pueblo vecino que oyó hablar de este hecho, me escribió, y fue necesario el
azar de ese lector y de esa carta para que se realizara una investigación. ¡Qué
de casos extraordinarios permanecen desconocidos por no existir esos dos
azares! Pero dejemos hablar a algunos testigos:
1.º El señor Georges Fortin, treinta y cuatro años (en esa época), chacarero
en el lugar llamado La Gabelière, en Saint-Prouant, pequeña aldea de 300
habitantes sobre la carretera nacional 160.
«Era alrededor de las cinco de la tarde. Trabajaba en el campo con uno de
mis obreros cuando, de improviso, desde la espesa capa de nubes desde donde
amenazaba la tempestad, vimos surgir una especie de nube luminosa de un
azul violeta cuyas formas regulares evocaban un cigarro o una zanahoria. Ese
fenómeno había literalmente emergido de la capa de nubes en posición
horizontal, ligeramente inclinado hacia el suelo en el extremo delantero
(como un submarino en el momento de sumergirse).
»Esa “nube luminosa” en forma de zanahoria tenía aspecto rígido. Cada
una de las maniobras (las cuales no tenían ninguna relación con el
movimiento de las mismas nubes) las realizaba como un todo, como si se
hubiese tratado de una gigantesca máquina rodeada de vapores. Descendió
muy rápidamente bajo la bóveda de nubes hasta una altura que, por
comparación con nosotros, nos pareció de 400 ó 500 metros, y, a menos de un
kilómetro de donde estábamos. Entonces se detuvo, en tanto que su extremo
se elevaba rápidamente al cielo. Cuando hubo alcanzado la posición vertical,
quedó inmóvil.
»En el intertanto, las nubes sombrías continuaban recorriendo el cielo,
iluminadas vagamente por debajo debido a la luminosidad violeta del
fenómeno.
»Era un espectáculo extraordinario. Lo miramos intensamente. A lo largo
de todo el campo, otros campesinos dejaban caer sus utensilios de trabajo y
como nosotros miraban el cielo.
»De improviso —contemplábamos desde hacía varios minutos esa inmensa
cosa inmóvil—, cuando desde el extremo inferior de la nube surgió un humo
blanco exactamente parecido a una estela de condensación. Picó, en primer
lugar, hacia el sol, como tirada por una invisible lanzadera que hubiese
descendido en caída libre; luego disminuyó su velocidad progresivamente,
pareció enderezarse y remontó, al fin, describiendo alrededor del objeto
vertical una espiral ascendente. Mientras la parte posterior de la estela se
disolvía rápidamente en el aire llevada por el viento, su punta se atenuaba y
afinaba cada vez más, como si su fuente se agotara poco a poco, sin que el
objeto que lo dejaba escapar en el aire y que no siempre distinguíamos,
perdiera su velocidad. Por el contrario, remontó girando hasta el extremo
superior del objeto vertical, y luego comenzó a descender en sentido
contrario. Y entonces, después de fundirse totalmente la estela, disuelta por el
viento, pudimos divisar, por fin, el objeto que la “sembraba”: era un pequeño
disco metálico que brillaba como un espejo y reflejaba, por medio de rayos en
sus rápidos movimientos, la luz del gran objeto vertical.
»Desembarazado de su estela, el pequeño disco cesó casi de girar alrededor
de la nube luminosa y volvió a descender al suelo, pero esta vez se alejó.
Durante algunos largos minutos, vimos cómo sobrevolaba el valle a baja
altura, desplazándose a gran velocidad de un lado a otro, acelerando a ratos,
luego deteniéndose algunos segundos, luego volviendo a partir. Recorrió así,
en todas sus direcciones, la región comprendida entre Saint-Prouant y
Sigournais, pueblos situados a más o menos siete kilómetros de distancia a
vuelo de pájaro. Por fin, cuando se encontraba a más de un kilómetro de
distancia del objeto vertical, aceleró por última vez en esa dirección, esta vez
a una velocidad vertiginosa y desapareció como una exhalación dentro de la
parte inferior de donde había salido. Tal vez un minuto después “la zanahoria”
se inclinó y partió, aceleró y desapareció a lo lejos en las nubes, después de
haber recuperado su posición horizontal primitiva, con la proa hacia adelante.
»En total, todo duró alrededor de media hora.»
2.º Al lado del señor Georges Fortin se encontraba su obrero, el señor
Louis Grellier, treinta y seis años, originario, al igual que su patrón, de la
Gabelière. Interrogado por separado, hace un relato idéntico, dando algunos
detalles sobre las volteretas del disco.
3.º La señora viuda de Pizou, sesenta y siete años, de Saint-Prouant, estaba
trabajando hacia las 17 horas en un campo de repollos a una distancia de
alrededor de medio kilómetro de los señores Fortin y Grellier.
«Me sentí, cuenta ella, atraída por la llegada de una curiosa nube en forma
de zanahoria que parecía desprenderse de un techo de nubes, las cuales huían
rápidamente, llevadas por el viento. Llegó cerca de nosotros, con la proa hacia
adelante; luego se enderezó. Me pareció, entonces, que, sobre la zanahoria, se
formaba otra nube más chica donde remataba la primera.
»En ese momento, se desprendió un humo blanco igual que un hilo de la
base de la zanahoria vertical y comenzó a trazar dibujos alrededor. Luego las
nubes se alejaron hacia el valle y no pude ver lo que pasaba en seguida, pues
los árboles las taparon. Me contaron que un disco había salido de las nubes,
pero no puedo decir que lo haya visto, debido a esa cortina de follaje, cuya
línea superior llegaba, desde el lugar donde me encontraba, más o menos,
hasta la base de la nube vertical. ¿Era realmente una nube? Según mi opinión,
desde luego que no lo era, pues permanecía inmóvil guardando siempre la
misma forma, mientras las otras se deslizaban sobre ella a gran velocidad
sobre el horizonte.
»Por fin, cuando hacía ya más o menos una media hora que yo la miraba,
se acostó y partió rápidamente en el mismo sentido en que habíase inclinado.»
Al lado de la señora Pizou se encontraba su hija y un obrero, los cuales
confirmaron íntegramente el relato de la anciana señora: maniobras del
cigarro, dibujo complicado de las nubes, duración, etc.
4.º Una docena de personas estaban, en el mismo momento, en las calles
de Saint-Prouant, y en los patios de las fincas: el señor Pérocheau, el señor
Mercier, y algunas mujeres que realizaban trabajos domésticos. Todos vieron
el mismo espectáculo: llegada de «la nube», posición horizontal,
enderezamiento en forma vertical, aparición de la estela, el recorrido
fantástico y giratorio de ésta. Pero tal como la señora Pizou, los testigos del
pueblo no pudieron ver lo que ocurría a muy baja altura en el valle, debido a
las construcciones y los árboles.
5.º En cambio los campesinos de las fincas y de los caseríos del valle, o
aquellos que estaban dispersos entre Saint-Prouant y Sigournais confirmaron
el relato de los primeros testigos. O más exactamente sus relatos coinciden,
pues unos y otros vieron llegar el cigarro, y lo vieron inclinarse hacia ellos;
otros lo vieron a la derecha, y otros a la izquierda, según los lugares donde se
encontraban.
Citemos al señor Daniel Bornufart, electricista, el cual, a las cinco de la
tarde, encontrábase en la Gabelière extendiendo una línea; el señor Tissot en
la Lègerie, y muchas otras personas que trabajaban con él; y por fin
numerosos campesinos en la Libaudière, en Chassay, en Coudrais, en la
Godinière, etc. En total algunos centenares de testigos, tan concluyentes y
precisos como poco inclinados a soñar.
Vernon y Saint-Prouant. Las semejanzas entre los dos casos del Eura y de
la Vendée son impresionantes.
1.ª El «cigarro». Se observa un mismo carácter «nebuloso» del fenómeno
vertical en los dos casos. En Vernon, los testigos divisan una especie de
inmensa masa nebulosa, inmóvil y vertical. Se diría un «gigantesco cigarro».
No se distingue ningún detalle preciso, en tanto que el disco que arrancó de la
parte inferior es descrito con nitidez. Pero es de noche, de suerte que el objeto
sólo se ilumina por su propia luz, y no se le puede llamar una «nube» como en
Vendée. Efectivamente: en Saint-Prouant, los testigos podían observar la
silueta del objeto llevado sobre la capa superior de las nubes, y los «vapores»
que lo rodeaban mostraban su fluidez y su movimiento. No es seguro, por lo
demás, que haya habido igualmente otros vapores en Vernon. Las condiciones
atmosféricas eran muy diferentes en los dos casos: depresionarias y saturadas
en Vendée; anticiclónicas y secas en el Eura, lo cual no excluye algunas
diferencias imputables a la sola higrometría.
¿Qué pueden significar esas nubes que rodean o «forman» el cigarro? Hay
allí un fenómeno que hay que subrayar y que tal vez algún día tendrá algún
sentido. Las hipótesis acuden al espíritu, tan gratuitas unas como las otras, y
sólo se las puede considerar por un instante recordando lo que ellas son: un
juego del espíritu.
Por ejemplo: se puede suponer que el objeto vertical es una columna de
aire de temperatura muy baja, que provoca una condensación de la humedad
atmosférica en finas gotitas, como ocurre en las altas montañas donde hay
ascenso de temperatura. ¿Adónde lleva está hipótesis? No lo sé.
Más curioso resulta aún si recurrimos a la teoría del capitán Plantier*. Si
tal como él lo supone (por supuesto, en el estado actual de nuestros
conocimientos científicos son suposiciones gratuitas) los Discos Voladores
son aparatos que evolucionan por manipulación del campo gravitacional, es
evidente que las moléculas de aire cogidas en el campo antigravitacional,
habiendo sido alivianadas con respecto a sus vecinas, obedecen al principio
de Arquímedes y comienzan a subir: se forma una columna ascendente. Pero
quien dice ascendente dice expansión. Y quien dice expansión dice
condensación. Luego toda máquina inmóvil en un medio atmosférico saturado
de aire tiene que crear una pequeña acumulación. Hemos aclarado totalmente
lo que sea nuestra nube en forma de cigarro, al menos en su posición vertical:
sería simplemente lo que los meteorólogos llaman una acumulación
ascendente.
Quedaría por explicar la horizontalidad de la nube cuando se desplaza: en
rigor podríase hacer esto, aplicando el teorema de composición de fuerza,
siempre que se suponga que el cigarro no está nunca rigurosamente
horizontal. Volvemos a encontrar aquí el carácter seductor de esta ingeniosa
teoría tan eficaz como gratuita.
2.ª El pequeño disco. La concordancia entre Vernon y Saint-Prouant se
confirma cuando comparamos lo que se dijo de la pequeña máquina en uno y
otro caso, teniendo en cuenta la diferencia de horas, y por consiguiente las
diferentes iluminaciones: en Saint-Prouant, el pequeño disco evolucionaba a
la luz del día. En Vernon, mostrábase sólo gracias a su propia luminosidad.
Un detalle merece recordarse: el brillo de los «reflejos» que impresionó a
los testigos de Vendée. Los de Vernon hablan de «halo ardiente» de color
blanco que rodeaba el borde del disco. Podemos entonces preguntarnos si los
reflejos de Saint-Prouant no eran en realidad una luminosidad propia del
objeto. Pero cualquiera que sea la respuesta a esta pregunta, no nos lleva muy
lejos: nuestra ignorancia nos detiene.
3.ª Las maniobras. Igual curiosa similitud entre las evoluciones observadas
en los dos casos, con la diferencia que sólo se vio un disco en Vendée:
desprendimiento por abajo, comienzo de caída libre; luego disminución de la
velocidad, y luego ascensión.
Sin embargo, un detalle de Saint-Prouant es diferente: las nubes. Hay
cierto motivo para creer que se trataba de condensación: éste es que la vieron
desvanecerse y deshacerse en el aire. ¿Cuáles son las condiciones necesarias
para la formación de un grupo de nubes condensadas a muy baja altura? He
aquí una pregunta que podría adquirir interés si algún día, habiéndose
probado que los Discos Voladores son máquinas, los sabios emprendan la
pesquisa para descubrir cómo funcionan.
El punto de vista del escéptico. Desde luego se puede suponer que
simplemente inventé estas dos historias. He aquí, pues, dos referencias que
permiten verificar que no hay nada de eso:
—Para el caso Vernon, consultar el periódico de París Libération, número
del 25 de agosto de 1954, donde se relata sucintamente el caso.
—Para Saint-Prouant, consultar el periódico Résistance de l’Ouest, de
Nantes (Loira-Atlántico), número del viernes 20 de setiembre.
Otra explicación menos radical es la que sigue:
Los campesinos de Vendée no habían visto nunca ciclones. Cuando
descubrieron este fenómeno, lo tomaron por un Disco Volador.
Pero los meteorólogos son concluyentes: no hubo ciclones en esa región el
14 de setiembre de 1954, ni en ninguna otra parte de Francia.
Nos gustaría, por lo demás, conocer otros casos de ciclones silenciosos,
inmóviles durante media hora, luminosos, que se generan bajo una capa
uniforme de nimbo-cúmulos, que se colocan horizontalmente y sueltan
pequeños discos de reflejos metálicos. Ciclones tales interesarían mucho a los
meteorólogos.
Última explicación: alucinación colectiva. A decir verdad, ésta tendría para
los psiquiatras el mismo interés insólito que el ciclón citado más arriba para
los meteorólogos. Sería algo milagroso. Pero el verdadero escéptico se
alimenta de milagros.
Otra visión del gran cigarro. Los testigos de Vernon vieron cómo el gran
cigarro vertical se detenía y soltaba cinco pequeños discos. Los de Saint-
Prouant lo vieron llegar, detenerse, soltar un disco, recuperarlo y volver a
partir. Pero este objeto, ¿podría pasar sin detenerse y sin soltar nada? Es la
primera pregunta que uno se plantea. Pues bien: existe, al menos, un caso en
que se vio que una gran nube luminosa y vertical atravesaba el cielo sin
detenerse. El acontecimiento se produjo en el Jura, en la noche del miércoles
18 al jueves 19 del mes de agosto de 1954, y fue observado por dos personas.
Al menos así lo afirman ellas cuando describen el fenómeno con mucha
precisión. Y aunque no estemos obligados a creerles, ya que ningún otro
testigo se dio a conocer, tendríamos que ser muy frívolos para no relatar —
con las consiguientes reservas— una observación susceptible de orientar
algún día las reflexiones de los hombres de ciencia.
La nube luminosa de Dôle. Pues bien: esa noche el señor y la señora
Pardon dormían en su departamento de la calle Carondelet, en Dôle. Su cuarto
daba sobre los techos y los prados que rodeaban el Doubs y el canal Charles-
Quint. Dicho en otra forma, el cuarto estaba orientado hacia el sudeste. La
ventana estaba abierta.
Las 0’45 h. de la madrugada. El señor Pardon se despierta sobresaltado,
arrancado de su sueño por una luz intensa reflejada a través del cuarto por el
cristal de la ventana. Se levanta, y al acercarse a la ventana queda sobrecogido
por el espectáculo que se ofrece ante sus ojos. En el cielo, donde flota la gasa
de un cirrus, una gigantesca masa en forma de disco, mucho más amplia que
la luna llena, se desplaza lentamente de la izquierda a la derecha.
Después de un instante de estupor, el señor Pardon despierta a su mujer, y
los dos testigos observan el fin del espectáculo. Reflejando, en primer lugar,
un azul intenso, el objeto cambia al blanco, mientras un halo rojo aparece en
los bordes. En ese momento, la luminosidad es tan viva que los dos testigos,
cegados, se ven obligados a apartar los ojos. Al mismo tiempo que se opera
un cambio de color se produce un cambio de forma: el objeto, casi circular al
comienzo, se alarga cada vez más hasta hacerse vertical. La señora Pardon
tiene por su parte la impresión de que se mueve sobre sí mismo, animado
quizá por un movimiento giratorio muy rápido. Se aleja cada vez más hacia la
derecha, es decir, hacia el sudoeste.
Detalle interesante: una especie de zumbido ligero pero perfectamente
perceptible se escucha en el silencio total del pequeño pueblo dormido.
Zumbido que se apaga a medida que se aleja el misterioso objeto. No existe,
para los dos testigos, la menor duda: ese zumbido emana del cigarro
luminoso.
En diez minutos el fenómeno atraviesa el campo visual de los dos testigos.
La señora y el señor Pardon lo ven desaparecer tras los techos; luego la luz
que difunde permanece aún algunos instantes, y luego todo se desvanece.
Sólo está en el cielo la luna casi borrada hace un rato por la intensa
luminosidad de la escena*.
Mi colaborador Charles Garreau, el cual fue, algunos días más tarde, al
lugar para investigar e interrogar a los testigos, se convenció de la buena fe de
ellos. Para todos aquellos que no lo conocen, señalemos que Garreau, autor de
Alerte dans le Ciel es un hombre escéptico, y en ciertos casos no descarta la
hipótesis del origen terrestre de los Discos Voladores.
¿Qué vieron los testigos de Dôle? En primer lugar podemos creer que el
señor y la señora Pardon no han visto nada. No hay nada que replicar contra
eso, ya que no hubo otros testigos. Sin embargo, si uno admite el testimonio
de ellos, fijémonos que, cualquiera que conozca el Jura, no se extrañaría en
absoluto de que este testimonio haya sido el único. Frecuentemente he
atravesado de noche esta antigua y encantadora provincia para ir a los Alpes:
se goza de uno de los sueños más apacibles del mundo. Aún más: cierta noche
me sucedió que, a las tres de la mañana, visité una central hidroeléctrica,
incluyendo las oficinas y las salas de control sin encontrar alma viviente.
Podemos invocar también las teorías del profesor Menzel*: reflejos de un
faro sobre los cirros, refracción a través de una capa de aire caliente, etc…
Estas explicaciones son valederas para fenómenos estrictamente luminosos
como éste. Sin embargo, ninguna refracción ni reflejo podrían explicar el
deslumbramiento experimentado por los testigos, ni tampoco, sin duda, el
ruido que se escuchó.
Una explicación más original es aquella que propone mi amigo, el físico
atómico Charles-Noël Martin, teórico de los fenómenos que siguen a las
explosiones atómicas y termonucleares. Martin ha demostrado, mediante el
cálculo, que las explosiones termonucleares pueden provocar, muy lejos del
lugar donde ellas se producen, fenómenos luminosos espectaculares. Cree que
muchos de los Discos Voladores se explican así.
Por fin se puede legítimamente enlazar el caso de Dôle con otros casos que
se le asemejan, los cuales no pueden ser explicados ni por refracciones ni por
reflejos ni por residuos radiactivos: Vernon y Saint-Prouant, por ejemplo.
Esta comparación no carece de interés. Se constata de ese modo que el
carácter «fluido» del fenómeno obsérvase muy bien en Dôle: cambio de
forma (que puede también explicarse por un cambio de perspectiva debido al
movimiento), curiosa animación de la masa misma, fenómeno que la señora
Pardon se sintió tentada a interpretar como una rotación.
La emisión de la luz azulada se observa igualmente en Saint-Prouant y al
comienzo del fenómeno en Dôle. En este último casi vimos que el blanco
sucede al azul.
Por fin, la inclinación del objeto en relación a la vertical sugiere también
algunas semejanzas. En Vernon y en Saint-Prouant, la verticalidad estaba
unida a la inmovilidad.
Los testigos de Saint-Prouant constatan que existe una unión entre el
desplazamiento y la inclinación, pues el objeto se inclina para desplazarse, y
se endereza para detenerse. Lo curioso es que en d’Oloron y en Gaillac, en
1952, el cigarro se desplaza lentamente y conserva una inclinación alrededor
de 45 grados.
Podemos, siempre que no nos engañemos sobre el valor de este ejercicio,
imaginar un fenómeno global cuyas diferentes fases dan cuenta de todo lo que
ha sido observado parcialmente en distintas ocasiones. Esto da la serie de
secuencias siguientes:
1.ª El objeto está inmóvil. Es rojizo, poco luminoso y vertical.
2.ª Parte. Lo vemos inclinarse, y su color varía al blanco y luego al azul. El
blanco corresponde a una leve inclinación y a un desplazamiento lento. El
azul a la posición horizontal y a las grandes velocidades.
3.ª Se detiene. Los fenómenos se producen en el orden inverso.
¿Es legítima esta manera de reunir fenómenos diferentes para buscar uno
solo tras la diversidad de las apariencias? Reconozcamos que sólo se trata por
ahora de una hipótesis. Pero, como lo veremos en el transcurso de la semana
siguiente, esta hipótesis da cuenta de las observaciones coherentemente. Cada
vez que al Gran Cigarro de las Nubes se le ha visto inmóvil, el lugar donde se
le señale aparecerá sobre el mapa como un centro de dispersión o de reunión.
Sea cual sea la naturaleza real del fenómeno Disco —máquina, fantasmagoría
natural, alucinación— las explicaciones deberán, de ahora en adelante, tomar
en cuenta esta constante.
Abordaremos ahora el relato cotidiano de los acontecimientos. Igual que
en un ensayo de orquesta, tendremos al comienzo la impresión de asistir a la
llegada y a los ejercicios desordenados de diversos instrumentistas, que
ensayan cada uno algunos compases, o escuchan silenciosos en su rincón.
Luego creeremos reconocer el esbozo de una melodía, y poco a poco
aparecerá el orden bajo el desorden, hasta que el misterioso jefe de orquesta
parece dirigir todos los instrumentos armonizados. Paul Valéry decía que lo
que más amaba en un concierto era el caos que precedía a la llegada del
maestro. Efectivamente, ese caos no está desprovisto de interés, tal como lo
veremos, aunque los ruidos de la sala (como el falso Disco del 30 de agosto)
molesten un poco nuestro oído.
El falso Disco del 30 de agosto. Innumerables son las personas que han
confundido una estrella que cae o un bólido con un Disco Volador. Todos
aquellos que han investigado este fenómeno lo saben perfectamente, y en
primer lugar, los astrónomos. Y es una de las razones por las cuales muchos
de ellos no creen en la existencia de objetos realmente imposibles de
identificar con algún fenómeno conocido por los sabios.
Pero la falsa interpretación de un número suficiente de testigos aislados
salta rápidamente a los ojos del investigador: los centenares de cartas que a
veces se reciben durante tres o cuatro días de personas que cuentan sus
visiones, adquieren rápidamente un sentido que no engaña. Sería interesante
para conocer de cerca la diferencia que separa el fenómeno bólido del
fenómeno Disco, analizar a fondo un caso de bólido bautizado como Disco
por los periódicos.
Por lo menos la mitad de la gente que en ese tiempo creyeron ver un Disco
Volador, cuentan, a partir de esa fecha, con emoción y orgullo, su observación
del 30 de agosto. Los periódicos, el Observatorio de París, las comisiones de
investigadores privados y yo mismo, recibimos cientos de cartas que relataban
ese caso, y los periódicos, impresionados por la palabra «Disco», repetida mil
veces, terminaron, a pesar de su total escepticismo, por tomar ese bólido por
uno de los casos mejor observados de Discos Voladores. Aún más: ese bólido
hizo cambiar de opinión a algunos escépticos recalcitrantes ¡que desde
entonces creen en los discos a pies juntillas!
¿Qué pasó en realidad? Muchas personas de distintos departamentos
vieron surgir en el firmamento hacia las 8’20 p.m. un cuerpo luminoso que
desprendía una pequeña masa de centellas, y desaparecer a gran velocidad
hacia el norte según unos, hacia el sur según otros, o hacia todas las
direcciones imaginables. Lo más importante era que en el sur de París una
gran cantidad de personas lo habían visto huir al norte, y que en el norte de
París, la mayoría indicaba hacia el sur.
«¿Habrá que deducir —preguntaba irónicamente un periodista— que el
piloto de la máquina, si es que existe un piloto, giró alrededor de París para
poder admirarlo cómodamente?»
La solución es más prosaica. Un testigo de la Porte des Lilas, al norte de la
capital, vio al objeto explotar en el cenit en un ramillete de chispas, y su
observación unifica las opiniones confirmando lo que sugerían las otras
cartas: que un bólido había embestido esa noche sobre París, desde un radio
situado no lejos del centro de la ciudad. De ese modo la perspectiva indicaba
perfectamente la dirección sur, al norte de París, y norte al sur de la capital.
Todo se explicaba a la perfección: la diversidad de las observaciones, su
coherencia en los diferentes lugares (justificando, a primera vista, la hipótesis
del viraje), y… el enervamiento progresivo de los astrónomos, los cuales, a la
primera ojeada se dieron cuenta de la verdadera naturaleza del fenómeno,
empecinándose cada vez más en su opinión de que los Discos veíanse sólo
bajo la condición de ignorar todo lo que pasa en el cielo.
No lancemos la primera piedra a los periodistas. Gracias a ellos se supo
que algo había pasado. ¿Qué cosa? A otros correspondía investigar. Ellos no
tenían tiempo, aplastados como estaban bajo un alud cada vez más grande de
historias extraordinarias.
Un nuevo caso en Topcliffe. Resultó que al día siguiente del día en que
tantos testigos, al ver un bólido, lo tomaron por Discos Voladores, se produjo,
cerca de Dijon, un incidente que, por muchos motivos, recuerda el caso de
Topcliffe, caso que aconteció en Gran Bretaña el 19 de setiembre de 1952*.
Hacia las 12’50 p.m., seis personas en Asnières-les-Dijon, siete kilómetros
al norte de la capital burguiñona, seguían en el cielo las evoluciones de
algunos aviones de la base próxima, cuando desde el este surgió una especie
de disco de color rojo. El objeto se acercó rápidamente, mientras su color rojo
tornaba al naranja, luego al plateado. Sobrevoló la región sin detenerse y se
alejó a gran velocidad hacia el oeste, donde desapareció.
Charles Garreau, que vive en Dijon, investigó este asunto. Los testigos le
parecieron de completa buena fe. No se trataba de un globo sonda —
demasiado lento—, ni de un bólido —demasiado rápido—, ni de un avión,
pues el objeto era circular. Los pilotos de los aviones no habían visto nada.
Otro caso se produjo en la tarde de ese mismo 31 de agosto en la zona de
París, caso que quedó también inexplicado. Ningún diario habló de él, y a
través de cartas de personas que no se conocían entre sí tuve conocimiento del
asunto.
Hacia las 7 y media de la tarde, la señora A. Fouquiau, que vivía en el
núm. 7 de la calle Maréchal-Joffre, en Orly, miraba maquinalmente el cielo,
cuando divisó a una altura que le pareció muy grande, «dos máquinas
luminosas de color naranja» que llegaban desde el oeste a gran velocidad
recorriendo una al lado de la otra un camino paralelo y rectilíneo. La señora
Fouquiau avisó a su marido y también a su hijita, y los tres siguieron los dos
objetos que atravesaban rápidamente el cielo y desaparecían hacia el este,
siempre uno al lado del otro.
Muy intrigados por lo que acababan de ver, estos tres testigos se quedaron
mirando el cielo, viendo si estos dos objetos u otros, volverían a aparecer.
Algunos minutos más tarde, un tercer objeto, idéntico a los dos primeros,
atravesó a su vez el campo visual realizando la misma trayectoria, a la misma
velocidad y desapareció hacia el mismo punto del horizonte, hacia el este.
Los testigos describieron los tres objetos como «cigarros bastante
voluminosos», y su carta expresa la esperanza de que el radar de Orly, muy
próximo, haya podido localizar y seguir sus maniobras.
El radar de Orly no había localizado nada, tal vez porque los tres objetos
pasaron a mucha altura. En cambio, dos personas en Chennevières, 16
kilómetros al este-noroeste de Orly, vieron pasar un objeto que parecía ser el
tercero de los primeros testigos y escribieron al diario Le Parisien libéré, el
cual me envió su carta. Todo coincide: la hora, un poco más de las 7 y media;
la dirección: los testigos de Chennevières envían un mapa rudimentario que
atribuye al objeto una trayectoria oeste-sudoeste este-noroeste (es decir,
colocando el eje sobre Chennevières. pasa sobre Orly), y, por fin, la
descripción: «un huevo muy largo y muy brillante».
Se podría pensar que todos estos testigos vieron pasar bólidos. Pero
además de que raramente se ven pasar bólidos paseándose de ese modo
cogidos de la mano, un detalle de la primera observación excluye está
hipótesis: la señora Fouquiau pudo avisar a su familia y todos tuvieron tiempo
de contemplar el fenómeno. Ningún bólido es tan lento. O si son así como lo
cree el astrónomo Lincoln La Paz, plantean un problema de la misma
envergadura que los Discos Voladores. Observemos por lo demás que Lincoln
La Paz cree en la existencia de los Discos y los ha visto.
Si queremos buscar la semejanza del fenómeno Orly-Chennevières con un
caso clásico, tenemos el de Beyrouth, el 28 de febrero de 1953, que es el que
más se le parece. Ese día, doce objetos pasaron uno tras otro en algunos
minutos en trayectorias paralelas*. En América, las célebres luces de
Lubbock, reveladas y analizadas por Keyhoe, parecen igualmente referirse a
un fenómeno idéntico.
Así acaba el mes de agosto. Las observaciones se amontonan desde
algunas semanas. Aquellos que recuerdan el otoño de 1952 observan que los
mismos acontecimientos se han reproducido con dos años de intervalo y que
pronto los testimonios ralearán y volverán a su ritmo habitual, haciendo del
Disco Volador un fenómeno más bien raro.
En realidad sólo hemos escuchado los tres golpes: la representación no ha
comenzado aún.
Setiembre. El 1 de setiembre, según mis conocimientos, se registran cinco
observaciones en el día: una en Munich, otra en Innsbruck y tres en Francia.
Dejemos a un lado los casos registrados en Austria y Alemania, los cuales no
he podido investigar. Los casos franceses son de un interés particular, pues es
seguro que se observó el mismo objeto en tres lugares en un trayecto de 45
kilómetros.
Disco sobre Anjou. A las 8’20 p.m., la señorita Claire Cordier, enfermera,
estaba en su casa en la calle Bressigny en Angers, cuando una luz insólita la
atrajo hacia la ventana. Cuando miró hacia el cielo vio un disco luminoso de
un rojo oscuro aureolado de leves reflejos verdes que se dirigía a gran
velocidad hacia el norte. Volaba a una velocidad muy superior a un avión,
pero no tan rápidamente como una estrella que cae. Como es una ciudad con
muy poco ruido, la señorita Cordier aguzó el oído y distinguió un ligero
ronroneo, que no pudo sin embargo atribuir con certeza al objeto.
Después de un poco más de un minuto, el objeto desapareció sobre la línea
del horizonte, hacia el norte.
En el mismo momento en que la señorita Cordier se dirigía hacia su
ventana, el señor André Greffier, domiciliado también en la calle Bressigny,
en Angers, se encontraba en su cocina. Él también se sintió intrigado por unos
extraños reflejos divisados en el vidrio de la ventana. Salió al jardín, y divisó
a su vez el objeto, el cual describe en la misma forma que la señorita Cordier:
forma circular, luminosidad rojo-café con reflejos verdes, rápido alejamiento
hacia el norte. El señor Greffier no señala ningún ruido.
En el mismo momento en que los dos testigos de Angers veían el objeto
entrar en la mitad septentrional del cielo, algunas personas de Lion-Angers,
22 kilómetros más al norte, sobre la carretera 162, comenzaban a su vez a
contemplarlo. Su descripción es idéntica. Ellos también lo ven atravesar
rápidamente el cielo en dirección norte, donde comprueban su descripción en
más o menos un minuto.
Los últimos testigos se encuentran en Château-Gontier, en la Mayenne, 45
kilómetros al norte de Angers. De nuevo se trata de un objeto circular rojo-
café con reflejos verdes y que se dirige al norte. No se escucha ningún ruido.
¿Qué fue del objeto en cuestión, al norte de Château-Gontier? ¿Cambió de
dirección? En todo caso, en Laval, prefectura de la Mayenne, situada a 29
kilómetros al norte de Château-Gontier, no vieron nada. El Disco localizado
en Angers y en seguida observado en una línea norte-sur por numerosos
testigos, desaparece sin dejar huellas en esos 29 kilómetros.
Este Disco no está desprovisto de interés. En primer lugar se trata de un
caso muy bien observado. Los testigos de una a otra localidad no se conocen.
Nunca supieron que no habían sido los únicos en divisar el disco luminoso.
Pues bien, las descripciones son extraordinariamente concordantes: formas,
colores, movimientos, todo es señalado en forma idéntica, salvo el ruido
escuchado por la señorita Cordier.
Pero los detalles más interesantes son la hora y la duración. En las tres
localidades, la hora fijada es las 8’20 p.m. Como existen varios observadores
en cada punto, la exactitud puede satisfacer y los pequeños errores debidos a
la falta de regulación de los relojes tienden a compensarse alrededor de la
hora indicada. Luego el objeto pasó muy rápido, ya que un recorrido de 45
kilómetros no da lugar a ningún intervalo de tiempo sensible. Esto excluye el
avión, que ya era poco probable, debido a la unanimidad de una descripción
que no recuerda ninguna máquina conocida.
¿Los testigos habían visto entonces un bólido? Podría creer esto si no fuera
por una circunstancia absolutamente auténtica que excluye también esta
última explicación: varios testigos, como ya lo hemos visto, estaban en el
interior de sus casas, mientras pasaba el objeto. Intrigados por una
luminosidad movediza que se reflejaba en un vidrio, tuvieron tiempo de salir
y contemplar a su regalado gusto el fenómeno.
Sólo quedan entonces las dos explicaciones clásicas: alucinación telepática
o… no hay explicación.
Nuevas observaciones en Alemania y en Austria. El 2 y el 3 de setiembre
no se produce ningún caso nuevo. En cambio el 4 se produce de nuevo el
fenómeno en Baviera.
El tiempo era hermoso; el cielo, limpio. Durante la mañana, numerosos
campesinos de la región de Obersuessbach estaban ocupados en el campo
cosechando el lúpulo. El profesor terminaba su clase de la mañana. Dejó
libres a los niños, y salió.
Entonces divisó hacia el este, acercándose rápidamente, una máquina
circular, aplastada, cuyos bordes presentaban una luminosidad que daba la
impresión de «franjas». La contempló un momento con estupor; luego la
señaló a los campesinos que estaban cerca. Algunos instantes más tarde,
habiéndose extendido la noticia, numerosas personas lo miraban pasar.
Sobrevoló la localidad a. una velocidad muy grande, dejando ver con la
mayor nitidez su forma circular y su destello plateado brillando al sol; luego
desapareció hacia el oeste.
La agencia alemana D.P.A. cuenta que los testigos interrogados fueron
totalmente formales en lo que a los detalles de su observación se refiere, a la
forma y al comportamiento del objeto, etc. «Se destacaba nítidamente sobre el
cielo claro. Era imposible engañarse», dijeron.
La única explicación posible de la observación de Obersuessbach podría
ser el globo-sonda. Pero los testigos afirman que el objeto era plano, tal como
lo pudieron comprobar a medida que el alejamiento revelaba su perfil.
El mismo día, pero durante las primeras horas de la noche, dos objetos no
identificados fueron vistos por numerosas personas en Troyes, en Francia. A
las nueve y diez, a las nueve y veinte, vieron pasar sobre la ciudad un objeto
luminoso, circular, de trayectoria más rápida que la del avión y menos rápida
que la de una estrella que cae. El primer objeto parecía estar a una altura muy
elevada.
El segundo, en cambio —a menos que fuese más grande—, fue visto
bastante cerca. En los dos casos, la misma forma circular, la misma ausencia
de nubes, la misma luminosidad blanca, y la misma trayectoria orientada de
este a oeste. Entre los numerosos testigos señalemos a los bomberos de la
ciudad, los cuales, acostumbrados a los horarios exactos, registraron la hora
de las pasadas.
Al día siguiente, cinco de setiembre, a las ocho de la mañana, un policía de
Graz en Styrie (Austria) vio, a su vez, pasar, en una trayectoria orientada esta
vez de nuevo hacia el este-oeste, un objeto cuya descripción corresponde
exactamente a la de Troyes. Una hora y media más tarde, en el mismo lugar,
dos policías y siete personas más vieron un segundo objeto idéntico al
primero atravesar el cielo en la misma trayectoria.
Pues bien: esto ocurría el día 5. El 6, no hubo nada que señalar.
Súbitamente el 7 de setiembre, estupor: ¡por primera vez algunos testigos
afirman haber visto una máquina posada en el suelo!
El «aterrizaje» de Contay. La región donde se sitúa este incidente es la
región de Amiénois, a menos de 200 kilómetros al norte de París.
Hacia las siete y cuarto de la mañana, dos albañiles de Acheux-en-
Amiénois, los señores Emile Renard, de veintisiete años, y su obrero, Yves
Degillerboz, de veintitrés años, se dirigían a su trabajo en bicicleta cuando,
entre Harponville y Contay, en el camino departamental 47 pudieron
contemplar un espectáculo sorprendente.
He aquí el relato, tal como se desprende del informe de la comisaría.
Subrayemos que los dos hombres fueron interrogados por la policía y por las
autoridades militares de Amiens, que los dos relatos son rigurosamente
concordantes, y que todos los detalles contados por cada uno de ellos se
confirman uno con otro:
«En lugar de tomar, como de costumbre, la camioneta cuyo motor tenía
que ser revisado, mi obrero y yo partimos en bicicleta, cuenta el señor
Renard. Teníamos que ir a trabajar donde el guardabosque de la comuna de
Lahoussoye. De súbito, entre Harponville y Contay, un neumático de la
bicicleta de Degillerboz se desinfló. Me detuve para prestarle mi bombín, y
mis ojos vieron una especie de disco a doscientos metros de nosotros, en un
campo. Parecía un almiar de heno inconcluso, cuya parte superior hubiera
estado rematada por un plato boca abajo.
»—Mira, le dije a mi obrero. ¿No te parece que ese almiar de heno tiene un
color muy curioso?
»Intrigado examinaba el objeto cuando me di cuenta que éste se
desplazaba ligeramente, balanceándose imperceptiblemente como si
basculara.
»—¡Mira, mira! ¡No es un almiar de heno! —grité a mi compañero.
»Entonces los dos nos precipitamos a campo traviesa, hacia el misterioso
objeto. Teníamos, para alcanzarlo, que atravesar un terreno baldío, luego un
campo de remolachas. Apenas alcanzamos éste, el objeto despegó
oblicuamente, corrió así en diagonal unos quince metros, luego comenzó a
subir verticalmente. En total, la visión duró tal vez tres minutos después de
los cuales el objeto desapareció entre las nubes.
»El objeto voló sin hacer ruido, soltando, hacia la derecha y por debajo, un
poco de humo. Era de color gris azulado. Tendría alrededor de una docena de
metros de diámetro y más o menos tres metros de alto. Y como ya lo he dicho,
parecía un plato boca abajo. En la izquierda, abajo, se podía ver una especie
de placa más ancha que alta, como una puerta. Estaba más o menos a una
distancia de 150 metros de nosotros en el momento de volar. Fue el
guardabosque de Lahoussoye el que insistió para que relatáramos nuestra
observación en la comisaría de Corbie.»
Después de recibir esta doble declaración, la policía se dio cita en los
lugares, al mismo tiempo que los especialistas en aeronáutica. No
descubrieron ninguna huella salvo la de los dos hombres, lo cual, por lo
demás, dentro de la hipótesis de una máquina, se explicaba perfectamente,
pues los testigos lo vieron bascular; luego no tocaba el suelo. Frente a un
relato como éste, hecho por dos hombres que se conocían perfectamente y que
se hallaban juntos en el momento del supuesto incidente, la policía pensó al
comienzo que se trataba de una broma, de una tramoya armada por dos
jóvenes bromistas. El asunto, entonces, fue acallado: los primeros diarios que
hablaron de él fueron Le Figaro, Paris-Presse y France-Soir del nueve de
setiembre.
Pues bien: durante ese mismo día siete de setiembre, aunque el número de
personas que estaban al tanto del incidente no excedía más allá de la docena,
todas ellas agrupadas, numerosos habitantes del cantón de Péronne, en
numerosos pueblos desparramados en un diámetro de treinta kilómetros,
contaron que habían divisado un objeto que sobrevolaba el bosque de
Foucaucourt-en-Santerre. Y las señales que daban de él correspondían
exactamente con el relato de los dos albañiles: la misma hora, el mismo
detalle, las mismas dimensiones, el mismo color, etc.
Tal es el caso de Contay. Al comienzo la pesquisa fue hecha por la policía,
luego por las autoridades militares de Amiens, y no dio ningún resultado.
Al parecer podríamos elegir entre las siguientes interpretaciones:
1.ª Broma. El llevar a cabo una broma de ese calibre supone la complicidad
de varios pueblos muy alejados unos de otros, y de numerosas personas que
no se conocían entre ellas. Supone también la complicidad de la policía de
varios pueblos, pues cualquiera que haya vivido en la campiña francesa sabe
que el policía conoce a medio mundo, juega su partida de naipes en el café y
sabe todos los chismes de la región. Supone, en fin, la complicidad de los
policías de diferentes pueblos.
2.ª Máquina. Notemos que en ese caso el fenómeno descrito recuerda
mucho el famoso caso de Marignane*, caso que ocurrió el 26 de octubre de
1952, es decir, más o menos dos años antes.
3.ª Alucinación colectiva. Lo menos que se puede decir de semejante
hipótesis es que sería un caso muy interesante, que supondría, además, la
transmisión de pensamiento (telepatía), pues tantas personas creyeron ver la
misma cosa a la misma hora en tantos lugares diferentes.
Curioso caso, en realidad, el de Contay. Nos gustaría mucho poder borrar
todos esos informes policiales para evitar vernos reducidos a la elección de
explicaciones que son tan poco probables las unas como las otras. La
comodidad mental es un camino difícil.
Detalle agravante: la observación de Origny. En el caso de que nos
quedáramos con la hipótesis de. un fenómeno real, tendríamos que señalar
que durante la noche que precedió al encuentro de los señores Renard y
Degillerboz, tres personas de Origny, en el departamento de Aisne, a ciento
diez kilómetros más hacia el este, hicieron también una extraña observación.
Se trata del señor Robert Chovel, de su mujer y su suegro. He aquí el relato
del señor Chovel:
«La tarde del seis de setiembre habíamos ido los tres en auto al cine de
Hirson*. Volvíamos a Origny cuando, hacia las doce y media de la noche, al
llegar a la cumbre de la cuesta de Fort, sobre la nacional 363, divisamos una
especie de disco luminoso que corría hacia el oeste bordeando la vía férrea.
Creí, al comienzo, que era la luna; pero pronto vi que su movimiento era un
movimiento real, pues de súbito cambió de dirección, subió y se quedó
inmóvil a una altura aparente de 300 a 400 metros. Pudimos, entonces,
examinarlo a nuestro gusto. Era un disco rojo anaranjado, provisto, en el lado
opuesto al sentido en que se desplazaba, de una especie de penacho luminoso.
»Cuando llegamos a la altura del puente de Buire, lo vimos tomar de nuevo
altura y volver a inmovilizarse. Maniobrando pude lanzar mis focos sobre él.
De inmediato volvió a partir a una velocidad vertiginosa en dirección de La
Hérie, siempre hacia el oeste, y desapareció tras una altura. En lugar de
detenernos en Origny, decidimos subir hasta la cumbre de la cuesta de
Chaudron, con la esperanza de volver a verlo hacia el otro lado. Pero sólo
divisamos una luz roja que desaparecía en dirección a Vervins, al sudoeste.
Todo esto transcurre en el tiempo necesario para recorrer 15 kilómetros en
auto.»
Sin duda no existe ninguna prueba de que estos tres últimos testigos hayan
visto el mismo objeto que los dos hombres de Acheux-en-Amiénois. Podemos
aún, despreciando los puntos esenciales de su observación (movimiento del
objeto, coche detenido, penacho luminoso), decir que esas tres personas
confundieron la luna con un Disco Volador: efectivamente, la luna estaba a
cinco días de su cuarto menguante. Pero por otro lado, debemos fijarnos en
que esa observación tuvo lugar apenas una hora antes de los fenómenos
registrados en Contay, Foucaucourt-en-Santerre, etc., y en la misma región.
Además, los testigos de Origny vieron desaparecer el objeto hacia el oeste.
Pues bien, Contay y Foucaucourt están al oeste de Origny.
El último detalle merece ser destacado: los dos testigos principales, los
señores Renard y Degillerboz relataron su aventura sólo cuando se les
violentó y obligó a hacerlo. Y después del informe policial, cuando el asunto
se supo, los periodistas pudieron darse cuenta de la molestia de ellos ante una
publicidad que no habían buscado y que trataban de rehuir.
Un objeto sobre Marsella. En la tarde de ese mismo 7 de setiembre, se
señala una prolongada observación (7 minutos) en Marsella. Tres testigos, el
señor Guibert, secretario administrativo del Instituto Colonial, su mujer y su
hijo de doce años de edad*. El señor Guibert siguió el desplazamiento del
objeto de oeste a este a lo largo de una trayectoria complicada. Lo examinó
por largo rato con gemelos y distinguió perfectamente una forma circular,
plana, luminosa (roja), basculando al virar y tornándose entonces blanco
incandescente. Ésta es una de las mejores observaciones registradas en el
libro de Jimmy Guieu.
Los aterrizajes. Los acontecimientos del 7 de setiembre abren una nueva
serie, la de los «aterrizajes». Hasta esa fecha, fuera de los relatos francamente
inventados y del relato famoso del aduanero de Marignane, bastante incierto,
el asunto de los Discos Voladores siempre se había alimentado de
observaciones hechas en el aire. Desde luego, aquellos que habían estudiado
el expediente «aéreo» no podían escapar a la lógica de ciertos raciocinios. «Si
esas cosas vuelan, entonces ¿por qué no podrían aterrizar? Lo increíble no es
que aterricen, sino que existan. Pues bien, es difícil rechazar ciertas
observaciones aéreas, especialmente las que Keyhoe registra en América*, un
buen número registradas en Francia por la Armada, el Meteorológico, etc., y
en otros países también.» Debemos, entonces, considerándolo racionalmente,
esperar cualquier cosa.
Pero esa palabra «racionalmente» implicaba un límite, y ese límite fue
pronto traspasado por una loca serie de acontecimientos.
Frente a los frecuentes aterrizajes relatados todas las mañanas por los
diarios, hasta las personas menos escépticas pronto empezaron a preguntarse
si no asistíamos a una ola de locura colectiva.
¿Y si a pesar de todo fuera cierto? ¿Cómo saberlo? ¿Hacia qué dirección
buscar un testimonio decisivo? No hay ninguna foto en el mundo que no
pueda ser discutida*. ¿El testimonio de la muchedumbre? En Fátima había
una muchedumbre y a pesar de eso no hubo mayores datos.
Algunos sabios amigos consultados reconocieron la dificultad del
problema.
«Suponga usted, me dijo uno de ellos, que esas pretendidas máquinas
funcionen en una forma que ponga regularmente en juego intensos campos
magnéticos, tal como lo ha dicho gente que en realidad no sabe nada. Usted
puede buscar remanentes magnéticos, ver si los relojes de los testigos
cercanos están bloqueados por la imantación, si los objetos metálicos desvían
exageradamente la brújula. Si usted encuentra tales vestigios, es una buena
prueba. Si usted no encuentra nada, tampoco eso prueba nada, pues el
magnetismo, quizá, no tiene nada que ver con el asunto. Igual cosa rige para
la radiactividad. ¿Encuentra usted radiactividad? Es una buena prueba. ¿No la
encuentra? No sabe mucho más que antes.
»—Una buena prueba sería una película bien detallada —me dice otro—.
Si alguna vez se la traen, usted ya no necesita buscar otra cosa. La
falsificación de la película es una empresa difícil y que casi no resiste el
análisis.»
Jean Cocteau me sugirió otra cosa.
«Habría que ver si estos objetos se desplazan sobre ciertas líneas, si
describen ciertos dibujos, qué sé yo. Por ejemplo, podrías ver si existen
coincidencias entre sus recorridos y las líneas magnéticas terrestres, u otras
líneas que tengan alguna significación.»
Estaba entonces muy enfermo. Una crisis cardíaca lo había derribado
algunos meses antes. No por eso dejaba de seguir los acontecimientos con
menos pasión. Cuando yo iba a verlo, a su villa de Santo-Sospir, en la Costa
Azul, apenas si se podía enderezar sobre su cama. Pero su espíritu volaba.
Hacia mediados de noviembre hice una pequeña tentativa. Había
centenares y centenares de observaciones. Aplicando los métodos seguidos
hasta allí por las comisiones investigadoras, hice una selección rechazando
todos los casos mal registrados, mal probados o dudosos. Los otros —
aquellos que en los libros norteamericanos se llaman las «buenas
observaciones»— se indicaron con puntos sobre un mapa. No dio resultado.
Sin embargo, la solución estaba en esa idea. El fracaso provenía
únicamente de un método malo, o con mayor exactitud, de ese espíritu de
desconfianza hacia los hechos que dan, por lo general, los estudios científicos.
Cocteau creía en esos testigos que decían haber visto máquinas sobre el suelo,
con sus ocupantes.
«No puedo probártelo, pero sé que es cierto», me escribía.
Y de nuevo otra vez, a propósito del testimonio de un niño:
«Te lo suplico, infórmate, investiga y profundiza este caso. Ese niño es
sincero.»
Más de dos años más tarde, después de haber ensayado todo vanamente
para encontrar un medio de dar un juicio sobre los acontecimientos de 1954,
sentí un remordimiento.
«Tal vez», pensé, «es una actitud de espíritu mezquina y desprovista de
generosidad la de exigir la prueba antes. Supongamos que las “buenas”
observaciones sean verdaderas. Tal vez entonces muchas observaciones
“malas” también lo son. ¿Qué riesgo corre uno de aparentar creerlo todo y ver
lo que resulta de eso?»
Y volví a la sugerencia de Cocteau. Indiqué sobre un mapa todos los
testimonios del 14 de octubre. ¿Por qué ese día? Porque las observaciones
eran numerosas y estaban reunidas sobre un espacio restringido. El resultado
fue sorprendente: veíase cierto orden sugerido por la sucesión de horas y
lugares. Traté de volver a encontrar ese orden en días diferentes: no sólo
existía sino que se hacía más preciso.
Ninguna de las observaciones registradas hasta aquí puede ilustrar el orden
en cuestión. Lo descubriremos poco a poco siguiendo el desarrollo de los
días. Que el lector tome conocimiento de los hechos que serán relatados
ahora, reservando su opinión, aunque, con seguridad, le parecerán tan
increíbles como nos parecieron en aquel tiempo, y como nos parecen aún, a
pesar de que algunos de ellos parecen sin embargo haber sido probados. La
prueba llegará al mismo tiempo que el relato de los acontecimientos de los
cuales se desprende.
Esta prueba, por lo demás, no concierne sino a algunos de ellos. Pero son
los más importantes. Otros son interesantes por su semejanza con los
primeros. El incidente de la meseta de Millevaches, por ejemplo, no puede
pretender la más mínima prueba. Lo relataré, sin embargo, pues forma parte
del folklore disquista francés, y no es más inverosímil que otros que presentan
muchas pruebas.
Un crepúsculo movedizo. El centro de Francia esconde uno de los lugares
más salvajes del país. Región de campesinos y pastores conocidos por su
rudeza, no habría por qué encontrar allí espíritus obsesivos por la ciencia-
ficción.
Pues bien: en este antiguo país, y por primera vez, en Europa, un hombre
afirmó haber visto y aun haber tocado con sus manos un ser extraterrestre. El
hecho había acontecido el 10 de setiembre de 1954.
Eran las 8’50 p.m. cuando esa noche el señor Antoine Mazaud volvía a su
granja.
«—¿Estás enfermo? —le preguntó su mujer—. Estás muy pálido. Y tus
manos tiemblan. ¿Qué pasa?»
La señora Mazaud se inquieta y con razón: su marido, robusto
quincuagenario, no tenía nada de pusilánime. Era un campesino sano, tan
calmo como sensato.
«—No —contestó en dialecto limusino—. No tengo nada. Pero tuve un
encuentro extraño, realmente inexplicable.
»—¡Ah! —dijo la mujer—. ¿Con quién te has encontrado?
»—¿Con quién? Más bien dicho “con qué” es lo que habría que preguntar.
Voy a contártelo. Pero te prohíbo decirle nada a nadie. No quiero líos.»
Y el señor Mazaud hizo el siguiente relato:
Había trabajado toda la tarde en su campo de heno. Hacia las ocho y
media, como caía la noche, decidió regresar. Echándose la horquilla al
hombro, tomó por el camino hundido que llevaba a su casa en el caserío de
Mouriéras, a mil quinientos metros de ahí. Ese camino serpenteaba entre dos
setos, en un paisaje agreste dominado por los montes Monneidières.
Cuando llegó a la altura de un pequeño bosque, depositó su horquilla y
comenzó a liar un cigarrillo. La operación le llevó un minuto o dos, después
de los cuales, volviendo a poner su horquilla sobre el hombro, reinició su
marcha.
«Apenas hube dado algunos pasos —dijo— cuando, en la oscuridad que se
cernía, me di de narices con un “personaje” desconocido vestido de extraña
manera. De talla mediana, el “personaje” llevaba una especie de casco sin
orejeras: algo así como un motociclista.»
La región de Mouriéras (y la comuna de Bugeat donde está situado este
caserío) está muy poco poblada. Todas las familias viven allí desde hace
siglos, y naturalmente todo el mundo se conoce como hermano y hermana.
Frente a un desconocido, de apariencia apenas humana, el señor Mazaud se
quedó estupefacto.
«Mi primer impulso fue empuñar mi horquilla —dijo—. Estaba muerto de
miedo. El “otro” estaba también inmóvil. De súbito, y muy suavemente,
avanzó hacia mí haciendo con su brazo una especie de gesto sobre su cabeza.
Creí comprender que quería tranquilizarme, saludarme tal vez o expresarme
su amistad. Su otro brazo se tendía hacia mí, pero no tuve la impresión de una
amenaza: al contrario.
»No sabía qué hacer. Después de un momento de enloquecimiento, en el
cual me preguntaba con quién o con qué tenía que habérmelas, pensé que se
trataba de un loco que se había disfrazado. Como siguiese avanzando
lentamente hacia mí, haciendo gestos extraños, deduje que no tenía intención
de atacarme.
»Estaba frente a mí. Entonces, sujetando siempre mi horquilla con mi
mano derecha, le tendí la izquierda vacilando un poco. La cogió vivamente, la
estrechó con fuerza; luego, bruscamente, me apretó contra él atrayendo mi
cabeza contra su casco.
»Estaba estupefacto. Todo esto se había desarrollado en un silencio
completo. Volviendo de mi estupor, me envalentoné, y le dije buenas noches.
No contestó nada. Pasó frente a mí, y se alejó algunos metros, en la sombra
espesa del bosque. Me pareció, entonces, que se arrodillaba; algunos
segundos más tarde oí un leve silbido, como un zumbido de abejas, y vi
elevarse entre las ramas, hacia el cielo, casi en forma vertical, una especie de
aparato sombrío, que me pareció tenía la forma de un cigarro, hinchado de un
lado, y con un largo de tres a cuatro metros. Pasó bajo los cables de alta
tensión y desapareció en el cielo, hacia el oeste, en dirección a Limoges.
»Sólo en ese momento volví en mí —prosiguió el señor Mazaud—. Me
lancé en dirección al lugar donde había desaparecido; pero, sin duda, era
demasiado tarde.»
La verdad nos obliga a agregar que tanto en su relato frente a la policía
como más tarde frente a los periodistas, el señor Mazaud lamentó siempre no
haber retenido a la fuerza a su extraño visitante, y hasta «no haberlo muerto a
horquillazos» para saber lo que era. Sentimiento que sin duda nos rebela,
pero hay que decir en descargo del campesino que tal vez no tuvo la
sensación de estar realmente frente a un hombre. Ese reflejo, felizmente
tardío, es el de un ser primitivo en el cual el instinto del cazador permanece
intacto.
Tal es el relato que el señor Mazaud hizo a su mujer esa noche del 10 de
setiembre, recomendándole que no lo repitiera a nadie.
«Se burlarían de nosotros», dijo.
Por supuesto, la señora Mazaud se lo contó, bajo secreto, a su vecina, la
cual lo repitió al vendedor ambulante el cual lo contó a la gendarmería.
Cruzamientos. La investigación fue llevada a cabo a partir del 12, por el
teniente de gendarmes de Ussel. Antoine Mazaud, de bastante mal humor, al
comienzo se negó a hacer declaraciones. Luego volvió a contar el relato que
acabamos de leer.
Los gendarmes visitaron los lugares del «encuentro», examinaron los
sotos, pero no descubrieron ninguna huella sospechosa. Habían transcurrido
dos días desde el supuesto acontecimiento y había llovido mucho.
Como existía un solo testigo, los gendarmes pensaron entonces en la
hipótesis más verosímil: una alucinación o una broma. No encontraron nada
que pudiese probar el relato del campesino, pero nada tampoco que
confirmara que se trataba de una ilusión o una mentira: el señor Mazaud goza
en la región entera de una excelente reputación. Es un hombre trabajador,
taciturno, equilibrado y desprovisto de toda imaginación. Por otra parte, hay
que registrar la impresión de todos aquellos —policías, investigadores,
periodistas— que lo interrogaron. Esta impresión es unánime. He aquí de qué
modo la define el enviado especial de Combat:
«Hay en sus declaraciones un indiscutible acento de sinceridad. No tiene
fama de ser ni un bromista ni un iluminado y los investigadores no
descubrieron ni la menor falla ni la menor contradicción en sus
declaraciones.»
Citemos todavía el juicio del comisario de Informaciones Generales de
Tulle: «Estaba “impresionado” como todo el mundo de la seriedad de aquel
que fue involuntario testigo de ese extraño fenómeno.»
Subrayemos por fin que hasta la llegada de los periodistas, el señor
Mazaud no había pensado jamás en identificar su aventura con las historias de
Discos Voladores, expresión que por lo demás y desde luego no evocaba nada
concreto en su espíritu durante los primeros días que siguieron a la
observación. A continuación, por supuesto, fue muy diferente y el buen
hombre ya no designa a su misterioso visitante de otro modo que como «¡su
Marciano!»
A pesar de estas pocas indicaciones favorables a la autenticidad del relato,
Informaciones Generales y la Gendarmería, habrían clasificado sin vacilar la
aventura del señor Mazaud en los expedientes de las historias increíbles, si no
existiera un pequeño detalle que guardé para el final.
Recordemos las últimas palabras de la observación del señor Mazaud: «El
objeto pasó bajo los cables de alta tensión y desapareció en el cielo hacia el
oeste en dirección a Limoges.»
Pues bien, al proseguir su investigación, los gendarmes descubrieron que
en la noche del 10 de setiembre, algunos instantes después de las 8’30 p.m.,
los habitantes de Limoges divisaron en el cielo, volando de este a oeste, un
disco rojizo que dejaba escapar unas nebulosidades azulosas. El relato de los
testigos fue registrado antes de que el incidente de Mouriéras fuese conocido
(los primeros artículos de los periódicos datan del 14 de setiembre). Entre los
testigos, citemos al señor Georges Frugier, treinta años, el cual relató su
observación la misma noche del 10 de setiembre.
Esta persona describe perfectamente su observación y anota con certeza la
hora. No se pueden dejar de recalcar las coincidencias.
«Las 8’30 p.m.», dice el señor Mazaud.
«Algunos instantes después de las 8’30 p.m.», dice el señor Frugier.
«El objeto desapareció hacia el oeste en dirección a Limoges», dice el
señor Mazaud.
«El disco venía desde el este y se alejó hacia el oeste», dicen los testigos
de Limoges.
Por fin, es curioso que en el caso del señor Frugier, su propia familia no
tomó su testimonio en serio, hasta leer en los diarios del 14 el relato del
incidente de Mouriéras.
Interpretaciones. Si uno quiere detenerse un momento en este caso y
buscarle explicaciones, podemos admitir:
1.º El señor Mazaud no vio nada: inventa novelas de ciencia-ficción con
diálogo limusino, mientras lía sus cigarrillos.
2.º Tuvo una alucinación.
3.º Vio un helicóptero (ya se sabe la agilidad de estas máquinas para
deslizarse entre el follaje de los sotos) y a su piloto (cuya pasión sería abrazar
a los viejos campesinos a la caída de la noche).
4.º Y que en ese mismo instante, los habitantes de Limoges, o bien no
veían nada, y por telepatía completaban las novelas del señor Mazaud, o bien,
veían pasar un bólido lento, suscitado por los sueños del campesino (o a la
inversa).
Se pueden combinar estas hipótesis de diferentes formas. La mejor, sin
duda alguna, es la siguiente: un bólido lento atraviesa el cielo limusino en la
noche del 10 de setiembre de 1954. Inmediatamente las imaginaciones
comienzan a trabajar, resultando por acumulación una historia de Discos que
aterrizan.
Queda por saber qué son estos famosos bólidos lentos y determinar, de una
vez por todas, hasta dónde se puede llegar con las explicaciones alucinatorias.
Me parece que el interés del caso Mouriéras es el siguiente: si se descubre
algún día que los Discos Voladores son la última ilustración de un fenómeno
psicológico, por cierto bastante antiguo, pero sin embargo, más particular en
nuestra época, sería ilustrativo estudiar el relato del campesino limusino.
Parece, sin embargo, que este fenómeno psicológico no se asemeja a ningún
otro inventariado hasta aquí, salvo, tal vez, aquellos que estudian el profesor
Rhine y sus discípulos. Pues el alucinado clásico no tiene sólo una
alucinación en la vida. Está sujeto a su mal. Constituye lo que se llama en
medicina «un terreno propicio». En lugar de eso, nada en el señor Mazaud
anticipaba su «visión». Era (sigue siendo) perfectamente sano y normal. Un
segundo antes de «su visión», ningún «Marciano» atravesó jamás por su
pensamiento. Cuando Adamski partió hacia el desierto, sabía que encontraría
a su Venusiano; y eso puede explicar muchas cosas. Es tal vez mucha audacia
preguntarse si el señor Mazaud vio lo que vio no porque él pensara en ello,
sino porque en ese crepúsculo de setiembre millares de otras personas
pensaban en ello. Eso explicaría que una visión totalmente extraña al curso
normal de sus pensamientos, una visión que para él no tuvo precedentes,
pudiera apoderarse de sus sentidos y dominarlos durante varios minutos, hasta
el punto de que ese robusto campesino quedara lívido y tembloroso toda la
noche. Hipótesis sin duda temeraria e inverosímil. Pero, ¿existe acaso una
hipótesis verosímil que sea capaz de explicar los fenómenos relatados en este
libro y otros?… Ojalá existiera.
La fantasmagoría prosigue. Dejemos que caiga esa noche del viernes 10
de setiembre. Son las 10’30 p.m. En la oscuridad en su cuarto, Antoine
Mazaud da vueltas en su cama buscando el sueño. Le gustaría saber qué ha
visto hace un momento cuando regresaba del campo de heno. No comprende.
Está todavía helado de miedo. Y de cuando en cuando, como lo hacen todos
los viejos campesinos del mundo, le cuenta una vez más su historia a su
mujer, con la esperanza de encontrar una explicación.
En ese mismo momento, 500 kilómetros más al norte, cerca de
Valenciennes alguien está viviendo una aventura aún más extraordinaria. Se
llama Marius Dewilde, 34 años, casado, padre de familia, obrero metalúrgico
en las Fundiciones de Blanc-Misseron, sobre la frontera belga. Tiene fama, en
su empresa, de ser hombre serio y trabajador: es todo lo contrario de un
exaltado. Exactamente como Antoine Mazaud, por lo demás. Vive con su
familia en una pequeña casa aislada en medio de los bosques y campos, a dos
kilómetros del pueblo de Quarouble. Frente a la casa, hay un pequeño jardín
rodeado de una empalizada. La vía férrea de las Minas de Hulla Nacionales,
que va de Saint-Aman a Blanc-Misseron, costea ese jardín. Al lado de la casa,
está el paso a nivel núm. 79.
Éste es el relato del señor Dewilde, tal como ha sido registrado por los
investigadores.
Dos «hombrecitos». «Mi mujer y mi hijo acababan de acostarse, y yo leía
en mi rincón del hogar. El reloj colgado sobre la cocina, marcaba las 10’30
p.m. cuando me llamaron la atención los ladridos de mi perro Kiki.
»El animal aullaba a morir. Creyendo en la existencia de algún merodeador
en los corrales, tomé mi linterna y salí.
»Al llegar al jardín divisé sobre la línea férrea, a menos de seis metros de
mi puerta, a la izquierda, una especie de masa oscura. “Es un campesino que
ha desenganchado allí su carretela —pensé al comienzo—. Tendré que
avisarles a los empleados de la estación, mañana a primera hora, para que la
quiten, pues de otra manera habrá un accidente.” (Efectivamente, los
campesinos utilizan a veces el cascajo de la vía férrea para regresar sobre él
llevando su cosecha, pues los caminos, en ese terreno pantanoso, son bastante
malos.)
»En ese momento —continúa el señor Dewilde—, mi perro llegó
rampando hasta mí y oí, de golpe, a mi derecha, un ruido de pasos
precipitados. Existe ahí un sendero, al que llaman el “sendero de los
contrabandistas”, pues éstos lo usan algunas veces por la noche*.
Nuevamente mi perro se había dado vuelta hacia esa dirección y empezó a
ladrar otra vez. Encendí mi linterna y proyecté su haz luminoso hacia el
sendero.
»Lo que descubrí no tenía nada en común con contrabandistas: dos “seres”
como nunca viera yo antes, apenas a tres o cuatro metros de mí, justo tras la
empalizada que era lo único que me separaba de ellos, caminaban uno tras
otro en dirección a la masa oscura que yo había notado en la vía férrea.
»Uno de ellos, el que iba a la cabeza, se volvió hacia mí. El haz de mi
linterna tropezó en el lugar de su rostro con un reflejo de vidrio o de metal.
Tuve la nítida impresión que tenía la cabeza encerrada en una escafandra. Los
dos seres, por lo demás, estaban vestidos en forma análoga a los buzos. Eran
de muy poca estatura, probablemente menos de un metro, pero
extremadamente anchos de espaldas, y el casco que protegía sus “cabezas”
me pareció enorme. Vi sus piernas, pequeñas, proporcionadas a sus talles,
según me pareció, pero en cambio no divisé sus brazos. Ignoro si los tenían.
»Pasados los primeros segundos de estupefacción, me precipité hacia la
puerta del jardín con la intención de contornear la empalizada y cortarles el
sendero para capturar al menos uno de ellos.
»Estaba a sólo dos metros de las siluetas, cuando súbitamente surgió a
través de una especie de cuadrado de la masa oscura que yo había divisado
anteriormente sobre los rieles, una iluminación extremadamente poderosa,
como una luz de magnesio que me encegueció. Cerré los ojos y quise gritar,
pero no pude hacerlo. Estaba como paralizado. Traté de moverme, pero mis
piernas ya no me obedecían.
»Enloquecido, escuché como en sueños, a un metro de distancia mío, un
ruido de pasos sobre las baldosas de cemento que están colocadas frente a la
puerta de mi jardín. Eran los dos seres que se dirigían hacia la vía férrea.
»Por fin el foco se apagó. Recuperé el control de mis músculos y corrí
hacia la vía férrea. Pero ya la masa oscura que se había posado allí se elevaba,
balanceándose levemente del mismo modo que un helicóptero. Alcancé a ver
sin embargo una puerta que se cerraba. Un espeso vapor oscuro surgía por
debajo con un leve silbido. La máquina ascendió en forma vertical unos
treinta metros, luego sin cesar de tomar altura, picó hacia el oeste en dirección
a Anzin. A partir de cierta distancia, tomó una luz rojiza.
»Un minuto después todo había desaparecido.»
La investigación. Cuando se serenó un poco, el señor Dewilde fue a
despertar a su mujer, luego a un vecino. Corrió en seguida a la gendarmería
más próxima, la de la pequeña localidad de Onnaing a dos kilómetros de ahí.
Estaba tan emocionado y sus propósitos parecían tan deshilvanados que lo
tomaron por loco y le rogaron que volviera a su casa sin escucharlo. Se fue
entonces donde el comisario de policía, y llegó allí después de medianoche.
El comisario Gouchet comprendió de inmediato que algo extraordinario
acababa de pasar, y decidió escucharlo. Se encontró frente a un hombre que
temblaba como un azogado. Estaba acometido por lo que en la jerga del
ejército se conoce bajo el nombre de «cólico militar», fenómeno bastante
conocido de aquellos que han estado bajo el fuego, y el cual es designado
púdicamente por los redactores del informe con las palabras «contracciones
intestinales». Sin comprometer su opinión sobre la propia observación, el
comisario Gouchet, después de escuchar al testigo, descartó sin vacilar la
hipótesis de una comedia o de una simulación: el miedo del señor Dewilde era
demasiado evidente.
El informe del comisario Gouchet desencadenó una triple investigación,
realizada conjuntamente por la policía, la gendarmería aérea y la D.S.T.
Durante un primer viaje a los lugares del suceso realizado al día siguiente,
estos tres organismos recogieron otra vez la declaración del señor Dewilde.
Los investigadores querían comenzar determinando si el relato podía ser
registrado. Tratábase, en suma, de aquilatar la buena fe del testigo. Llegaron a
la misma conclusión que el comisario Gouchet, y descartaron la hipótesis de
la simulación.
Volvieron enseguida el lunes 13 de setiembre para intentar aclarar el
fenómeno en sí mismo.
La primera hipótesis considerada fue la de un helicóptero clandestino que
hubiese estado contrabandeando. Pero esta explicación, confrontada con la
topografía del lugar, tuvo que ser abandonada: las líneas telegráficas impedían
cualquier aterrizaje en ese lugar.
Los tres policías, entonces, recurrieron a los métodos habituales. Buscaron
huellas y testimonios.
Huellas. Los investigadores examinaron primero, metro por metro, el
terreno contiguo a la vía férrea, donde los dos supuestos seres podían haber
dejado huellas de pasos.
No encontraron ninguna huella, nada que confirmara el relato del señor
Dewilde.
Es cierto, hicieron notar, que el terreno era duro y que la ausencia de
huellas no probaba que ese relato fuese falso.
Su búsqueda fue más afortunada cuando se realizó sobre la vía férrea. En
cinco lugares, tres de los durmientes de madera del balasto mostraban
idénticas marcas de una superficie de cuatro centímetros cuadrados cada una.
Estas marcas estaban frescas y limpias. Mostraban que la madera de los
durmientes había sufrido en esos cinco lugares, una presión muy fuerte, como
si hubiese soportado un objeto muy pesado. Además, la disposición de las
cinco marcas seguía un orden simétrico. Las tres del medio estaban sobre un
mismo durmiente, distantes las unas de las otras cuarenta y tres centímetros.
Las otras dos estaban situadas a un lado y a otro de la línea formada por las
tres primeras distantes sesenta y siete centímetros de las precedentes.
Interrogado por los periodistas sobre lo que él pensaba de esas cinco huellas,
uno de los inspectores de la policía aérea que también investigaba, les
contestó:
«Un aparato que aterrizara sobre muletas y no sobre ruedas, como nuestras
propias máquinas, dejaría ese tipo de huellas.» (Es evidente que este
comentario, por formar parte de una interpretación subjetiva, no está
registrado en el expediente.)
Para explicar estas huellas se sugirió al comienzo que podían haber sido
hechas por obreros de la vía férrea al colocar tuercas. Pero no se había
realizado ese tipo de trabajo desde hacía mucho tiempo: ahora bien, las
huellas eran frescas. Además, si esa hipótesis podía a primera vista explicar
cada una de las huellas tomadas aisladamente, no daba ninguna razón válida
de su disposición geométrica.
Por fin (no tuve conocimiento de este punto capital sino dos años más
tarde) los ingenieros de ferrocarriles consultados por los investigadores,
determinaron la presión que fue necesario ejercer sobre los durmientes para
obtener tales huellas. Esta fue en sustancia su respuesta:
«La presión revelada por esas huellas corresponde a un peso de treinta
toneladas.»
He aquí lo que sin duda explica el comentario de un inspector aéreo
relatado más arriba.
Al examinar las piedras del balasto, los investigadores hallaron otro detalle
bastante difícil de explicar: en el lugar del supuesto aterrizaje esas piedras
estaban friables como si hubiesen sido calcinadas a altas temperaturas.
Se descubrieron algunas huellas negruzcas. Los partidarios de la realidad
de la máquina estiman que esos detalles confirman los últimos segundos de la
observación del señor Dewilde, y especialmente el haz de humo.
Testigos. Por fin, los investigadores encontraron las declaraciones hechas
el sábado 11 de setiembre por cinco personas de dos pueblos vecinos, las
cuales corroboran el relato del señor Dewilde.
En Onnaing (dos kilómetros hacia el sur), el señor Edmond Auverlot y el
señor Hublard divisaron el viernes 10, hacia las diez y media de la noche —
hora indicada por el señor Dewilde— una luz roja que se desplazaba en el
cielo y parecía venir de Quarouble. Uno no puede dejar de pensar en la
«luminosidad rojiza» señalada por el testigo en el momento de la partida de la
supuesta máquina.
En el mismo momento, tres jóvenes que salían de un baile en Vicq, a
ochocientos metros de allí, divisaron igualmente la misma luz en la misma
dirección.
De la meseta de Millevaches a Quarouble. Como podemos ver, las dos
aventuras que acabamos de relatar son bastante diferentes. El relato del señor
Mazaud es, sin duda, lo que llamamos un «mal testimonio», pues nada lo
confirma. No se trata del mismo caso en Quarouble. Por mucho que un
periodista, que jamás viera al señor Dewilde, afirmara algunos días más tarde
que éste había sufrido un año antes una herida en la cabeza y que podía ser
que hubiese estado sujeto a una alucinación, ninguna alucinación explicaría la
presión de treinta toneladas sobre esas huellas totalmente frescas. Ninguna
alucinación explicaba las piedras calcinadas (cuando, notémoslo bien, los
durmientes de madera no mostraban ninguna huella de calor), y si los
traumatismos craneanos del señor Dewilde comunicaban sus efectos a
distancia de varios kilómetros a la redonda y alucinaban a otros testigos,
volveríamos a caer en otra fantasmagoría mucho más molesta que la máquina
extraterrestre.
En definitiva, el incidente de Quarouble permanece sin explicación. Los
diferentes policías que participaron en la investigación jamás propusieron
ninguna solución. Por primera vez en la historia de los Discos Voladores una
historia de aterrizaje dejaba huellas indiscutibles, y esas huellas resistían toda
hipótesis verosímil.
Quedaba la hipótesis inverosímil. Pero a esta altura se llega a un punto
crítico, a un callejón sin salida. O aceptamos a esos «hombrecitos» del señor
Dewilde, o escondemos la cabeza en la arena, como el avestruz.
Los «hombrecitos». Evidentemente los podemos negar. Podemos afirmar
que el señor Dewilde pudo ver todo lo demás, pero no a los hombrecitos. Para
ser francos, no vemos qué ventaja puede acarrear esta actitud. ¿Es acaso más
fácil aceptar que un objeto de treinta toneladas se posó sobre la vía férrea de
Saint-Amand a Blanc-Misseron, y en seguida voló dejando un testigo presa de
«contracciones intestinales»? En la película Les cinq sous de Lavarède,
Fernandel se persuade a sí mismo que su prisión, su proceso y su condena a
muerte es una broma. Sólo enfrenta la realidad cuando ve la silla eléctrica.
Debería haberla visto desde el momento de su arresto. En el caso de los
Discos Voladores hay que negarlo todo en bloque desde la partida, huir de los
testimonios, hasta de los más evidentes, del mismo modo que Fernandel
debería haber huido antes de dejar que lo detuvieran. Si se acepta un solo
testimonio, hay que enfrentarse con las consecuencias inevitables y esperar
cualquier cosa. Si los Discos Voladores son una realidad, lo mismo ocurre con
sus pilotos o con aquellos que los animan. Lo que (me parece) hace que los
relatos de Adamski y compinches sean sospechosos no es que pretendan
haber visto a esos pilotos sino la imagen estúpida que hacen de ellos,
demasiado admirablemente conformada con lo que sueñan los ignorantes.
Negar los pilotos de los Discos, debido a Adamski, es igual que negar al
verdadero Napoleón porque los asilos rebalsan de falsos emperadores.
Abandonemos los venusianos de Adamski a los humoristas, y veamos si los
Discos Voladores existen, y en caso afirmativo si están pilotados y por quién.
Pero regresemos a Quarouble.
Hay que admitir que aunque existan presunciones muy perturbadoras en
favor de un aterrizaje real, nada, absolutamente nada prueba que el señor
Dewilde haya visto a los pilotos de la máquina que (tal vez) aterrizó. Los
describe con cierta precisión. Incluso ha hecho un dibujo. Altura: alrededor de
un metro; enorme grosor siempre que los apreciemos conforme a los cánones
humanos; sin brazos visibles; dos «miembros inferiores»; y el total
empaquetado dentro de un traje de buzo. Encarpetemos estos datos, y
reservemos nuestro juicio hasta tener una información más amplia.
Última observación: las descripciones de Quarouble y de la meseta de
Millevaches no concuerdan. Esto puede significar que los dos testigos
mienten o se han equivocado. O también que los pilotos de esas máquinas no
son todos idénticos. Volveremos a este punto.
Suponiendo que los dos testimonios se refieren a un mismo aparato, éste
habría, en ese caso, remontado Francia entre las ocho y media y las diez y
media de la noche. Tal vez ahora es interesante anotar que hubo otra
observación ese viernes 10 de setiembre. Ocurre a las 10 p.m. en Villeneuve-
en-Chevrie por Mantes-la-Jolie (Seine-et-Oise), al oeste de París, en un punto
situado efectivamente entre Limoges y Quarouble, pero no en línea recta con
esos dos puntos. Un solo testigo: la señora Treussier, que vive en el número
32 de la calle Mazarine, en París. El objeto observado era oval y brillante.
Entre el 10 y el 17 de setiembre. Las observaciones se suceden a un ritmo
moderado durante los días que siguieron al asunto de Quarouble. Nada ni el
11 ni el 12. Durante la noche del 13 al 14, un objeto circular luminoso, de
color blanco, sobrevoló Helsinki, capital de Finlandia. Los testigos son
numerosos y le adjudican al objeto una altura relativamente baja, 800 metros.
Duración de la observación: unos doce segundos.
El 14 se produce el extraordinario fenómeno de Saint-Prouant, relatado
anteriormente a causa de su semejanza con el caso de Vernon*.
Y el 15, anotamos cuatro observaciones.
Roubaix, 3’20 a.m. Son dos testigos, marido y mujer, y quieren conservar
el anonimato. Es el señor X… el que lo divisa primero hacia el noroeste a una
altura aparentemente bastante elevada: un disco rojo muy brillante bajo el
cual se distingue una mancha blanca. Despierta a su mujer, cuya vista es más
aguzada. Ésta confirma los primeros detalles y agrega que el disco rojo está
rodeado de un halo luminoso verde que produce un efecto muy hermoso. Los
dos testigos observan el objeto durante 30 a 40 segundos. En seguida el disco
empieza a subir verticalmente a una velocidad fuerte, acelera rápidamente y
se vuelve cada vez más pequeño; luego se hace casi imperceptible bajo la
forma de un punto y por fin desaparece en el cielo muy claro, casi en el cenit.
Notemos la semejanza de este objeto con aquel que se observó en Angers y en
Château-Gontier, el 1.º de setiembre: color rojo, halo verde, forma circular. El
mismo fenómeno, por lo demás, se verá miles de veces durante este otoño.
Caen. 8 p.m. En Carpiquet y en Thaon, dos pueblos situados a una
distancia de 8 kilómetros a medio camino entre Caen y Arromanches, se ve
pasar un objeto circular, luminoso y blanco. La visión dura dos minutos. Este
es el relato de uno de los testigos, el señor Leclère de Carpiquet:
«Primero divisé un punto brillante blanco. Creció rápidamente al llegar
sobre nosotros. Cuando se encontró a su menor distancia, tenía la forma de
una elipse (lo divisé de perfil). Luego se alejó disminuyendo de volumen, y
desapareció al norte, sobre el horizonte.»
La misma descripción en Thaon, a ocho kilómetros al norte, Es imposible
puntualizar la hora: en todas partes eran las ocho. Estas dos observaciones se
refieren, por cierto, al mismo objeto.
Feyzin (Isère): 11’20 p.m. Relato del testigo señor Roland M…, de
diecinueve años.
«El día quince corría yo en mi motocicleta, entre La Bégude y Corbas
(comuna de Feyzin, a cinco kilómetros al sur de Lyon), sobre el camino
vecinal V-02. Estaba a más o menos a doscientos metros del fuerte de Feyzin
cuando de súbito una luz blanca, que venía del cielo, inundó el camino
cortándolo. Me detuve, y miré la luz que se había inmovilizado. Descubrí
entonces que provenía de la parte inferior de una masa oscura, inmóvil, más o
menos a diez metros sobre el suelo, y a cincuenta metros de mí mismo. La
masa negra parecía elíptica. Miré un momento; luego escuché un leve ruido
como un cohete mojado. Algunas centellas surgieron bajo el aparato, que se
elevó a una velocidad fulminante. Eran las 11’20 p.m.»
No hay ningún otro testigo, ninguna prueba del relato. Sí una presunción
en favor de este único testigo: quiere guardar el anonimato. No es mucho.
Jueves 16: el disco de Pin (Isère). Al día siguiente se registran tres
observaciones: una en Lyon; una en Annonay, a sesenta kilómetros al sur de
Lyon; y otra cerca del villorrio de Pin, en Isère, a sesenta kilómetros al
sudeste de Lyon. Se sabe que los dos primeros son aviones que brillan al sol y
dejan una estela insólita. Se sabe, por lo demás, que la estela está muy
raramente asociada al fenómeno Disco.
En cuanto a la tercera, extraordinariamente bien registrada (entre los
testigos hay un profesor de matemáticas) se podría explicar muy bien por un
globo-sonda, si es que los globos atraviesan el cielo de un extremo al otro del
horizonte en treinta segundos. Ésta es la síntesis del relato que me envió M.
G. G…, el profesor en cuestión, que desea guardar el anonimato.
El fenómeno tuvo lugar el jueves 16 de setiembre en la tarde, a las 5’45
p.m. Me encontraba en Isère, en el antiguo monasterio de los cartujos, de la
Silve-Bénite, cerca del villorrio de Pin.
«El cielo estaba perfectamente claro, y la atmósfera era muy límpida.
Veíamos muy bien las montañas, inclusive el Mont Blanc.
»De súbito me llamó la atención la presencia, hacia el noroeste, de un
objeto de forma redonda y plana que se parecía, al mismo tiempo, a un avión
sin alas y a una pompa de jabón. Deslizábase rápidamente en el aire calmo,
brillando al sol con reflejos metálicos que evocaban el destello del aluminio.
Una parte de la máquina parecía más opaca tal vez debido a su diferente
exposición.
»Su altura era poca, y me atrevo a calcularla subjetivamente en mil
quinientos metros. Volaba a una velocidad moderada y regular, orientada
sobre una línea absolutamente rectilínea, del nor-nordeste al sur-sudeste.
Como en ese momento me encontraba sobre un terreno que formaba una
terraza seguida de una fuerte pendiente, no hubo nada que me permitiera
apreciar las distancias máximas o mínimas, en relación, por ejemplo, a colinas
o montañas. Dejé de verlo cuando ya se encontraba en un punto situado a más
o menos treinta grados sobre el horizonte, hacia el sur-sudoeste. Mi
observación duró entre 20 y 30 segundos.
»El viento era débil, orientado al sur: hubo cuatro testigos.» (A
continuación seguían sus nombres.)
Como podemos ver, todo esto se explicaría muy bien si no existiese la
velocidad. Ningún globo atraviesa el cielo, de una punta a la otra, en treinta
segundos. Notemos también que el objeto observado nítidamente era plano.
Los testigos son personas altamente calificadas, y su buena fe es total.
SEGUNDA PARTE
CRESCENDO

Las observaciones del 17 de setiembre. Bruscamente el 17 de setiembre las


observaciones se multiplican. Algunas son sensacionales, especialmente las
de Roma, donde los testigos se cuentan por docenas, o tal vez por centenas de
miles: todos los bobos de la capital italiana y de sus alrededores, oficiales,
aviadores y para completar este cuadro una estación de radar de control
regional.
Vacaciones romanas. El «objeto» apareció ante los primeros testigos a las
4’45 p.m. G.M.T., y de inmediato se vio en una vasta zona que iba de la
capital hasta el aeropuerto de Ciampino, a diecisiete kilómetros de allí.
Luego, un poco más tarde, hasta el mar.
Se presentaba bajo la forma de un pequeño punto brillante. Algunos, en
Roma, lo veían inmóvil. Otros juraron que se desplazaba, más o menos
rápido, según los testigos y la perspectiva. A primera vista (y fue lo que
creyeron al comienzo aquellos romanos un poco más al corriente de los
métodos de observación atmosférica) nada lo distinguía de un vulgar globo-
sonda.
Sin embargo, algunos periodistas telefonearon al aeropuerto de Ciampino.
Se les dijo que los servicios de la comandancia Militar de ese aeropuerto
seguían los movimientos del objeto desde las 4’45 G.M.T. (ver más arriba).
Tenía, agregaban los militares, la forma de un «medio cigarro» y volaba a una
altura de 1.200 metros, y a una velocidad que podía alcanzar hasta los
doscientos sesenta, doscientos ochenta kilómetros por hora. Cuando se
desplazaba, una pequeña estela de humo luminoso salía de su extremo
posterior. En cierto momento tuvo una caída de 400 metros; luego recuperó la
altura pasando de la posición horizontal a la posición vertical (es decir,
dirigiendo la extremidad puntiaguda de donde salía el humo, hacia abajo).
En ese momento, el comandante militar de Ciampino avisó a la estación
militar de control de Pratica di Mare, un pueblecillo situado a la orilla del
mar, a unos treinta kilómetros de Roma, donde hay un radar de control
regional de más amplio alcance.
Los observadores de Pratica di Mare lograron captar la máquina dentro del
campo de sus instrumentos y observarla durante veinte minutos. Pudieron
anotar la existencia de una especie de antena en medio del aparato.
A las 6’28 p.m. todos estos testigos vieron cómo el objeto se alejaba
rápidamente hacia el noroeste.
El observatorio astronómico de Monte Mario no registró nada; pero a pesar
de todo, los astrónomos declararon que podía tratarse de un bólido, lo que
parece evidente si se piensa en la duración de la observación. El teniente
Bruno Giustiniani, perteneciente a la comandancia militar del aeropuerto de
Ciampino, que estaba de servicio en el aeropuerto en el momento del
fenómeno y que lo observó atentamente, hizo, al día subsiguiente, la siguiente
declaración a los periodistas:
«El hecho es a la vez incontestable e inexplicable. El objeto extraño (para
darle un nombre) era capaz de desplazarse rápidamente y también de quedarse
en una inmovilidad absoluta durante largos minutos. Desprendía una luz muy
brillante de color plateado. Es todo lo que puedo decir.»
Aludiendo en seguida a un artículo publicado la semana precedente por el
astrónomo alemán Hans Haffner, en el hebdomadario alemán Die Zeit,
artículo que explicaba los Discos Voladores como fenómenos de rayos en
espiral, el teniente Giustiniani expresó su escepticismo haciendo ver los
detalles más característicos de la observación: forma perfectamente
delimitada, chorros de humo, antena, etc.
Notemos que ese mismo diecisiete de setiembre, algunos instantes antes de
la observación hecha en Roma, dos cazadores de Pitigliano, en Toscana,
fueron testigos de un fenómeno aéreo.
Según su relato, los dos hombres, los señores Bacherini y Formiconi
habrían escuchado al comienzo una serie de detonaciones. Al levantar sus
ojos al cielo habrían entonces divisado un aparato «blanco y redondo» que se
desplazaba lentamente en el cielo con un movimiento oscilatorio lateral. El
objeto en seguida habría acelerado y desaparecido en el horizonte hacia el
sudoeste.
El objeto de Pitigliano, ¿es el mismo de Roma? Las descripciones no
coinciden en absoluto. En cambio las horas y los movimientos no excluyen
esta hipótesis: Roma está al sur de la Toscana.
En Francia. Pues bien: a las 6’28 p.m. desaparece hacia el noroeste. ¿Qué
hay al noroeste de Roma? El mar, primero, y luego, Francia.
Ahora bien: en Francia se sucede toda una serie de observaciones a partir
de las 7’15 p.m., es decir, tres cuartos de hora más tarde. La gran mayoría de
los testigos citados son del centro del país, y en especial de Clermont-Ferrand.
«Estaba, el viernes último, en mi casa, situada en la calle Champfleury, en
Clermont-Ferrand —cuenta uno de ellos—. Miraba por la ventana cuando
divisé, alrededor de las 7’15 p.m., una pequeña nube rosada sobre el cerro de
Dôme. Me intrigó su forma. Tomando como punto de referencia los cables
eléctricos que cruzan el cielo frente a mi ventana, pude ver que se desplazaba.
»Fui entonces a buscar unos pequeños anteojos de larga vista que poseo y
que aumentan alrededor de unas veinticinco veces. No tuve tiempo de
montarlos sobre su base, de suerte que mi campo visual era algo movido. Pero
me di cuenta muy bien que se trataba de una máquina que volaba. Veía un
punto negro grueso que precedía la cola luminosa. Me era imposible, por lo
demás, calcular la distancia y la velocidad.
»Pensé por un momento que se trataba de un avión de chorro, cuya estela
estaba iluminada por el sol poniente. Sin embargo, me sentí perplejo; la estela
era excepcionalmente luminosa y el objeto y su estela desaparecieron
bruscamente.»
Una docena de diferentes testigos relata los mismos detalles. Pero cinco de
ellos (que no se conocen y que se encontraban en el momento de la
observación en lugares diferentes) son más precisos: el objeto parecía una
especie de cigarro. En fin, los dos testigos que hacen la declaración más
precisa —ellos no se conocen— señalan que es un cigarro en posición
oblicua.
He aquí la declaración de uno de ellos, ingeniero, antiguo artillero:
En el momento en que divisó el extraño objeto iba en auto. La región de
Clermont-Ferrand es montañosa, con caminos accidentados. El ingeniero y su
mujer vieron, primero, el objeto frente a ellos, a una altura angular bastante
escasa. Se detuvieron para ver mejor; pero el objeto desapareció pronto tras
las montañas.
«A fin de continuar observando la máquina, reinicié la marcha, y pude así
volver a verlo al salir de las numerosas curvas del camino. En total, mi mujer
y yo pudimos observar esa máquina tranquilamente durante seis minutos.
Creí, al comienzo, que sería un cometa de un tipo especial. Pero al leer los
diarios y ver que un cuerpo parecido sobrevoló Roma durante tres cuartos de
hora antes, le atribuí alguna importancia a mi observación.»
Un epílogo dramático. Pero todo esto no es nada. En efecto: la alucinación
colectiva que nació en Roma en la tarde de ese día (con la complicidad de los
radares) continuó su progresión sobre la misma línea geodésica y encontró, en
las primeras horas de la noche, su término dramático cerca de Cénon, en el
departamento de la Vienne, 220 kilómetros al noroeste de Clermont-Ferrand,
6 kilómetros al sur de Chatellerault.
Hacia las 10 p.m., en efecto, el señor Yves David, que vive en Montgamé
(Vienne), viajaba en bicicleta por el camino departamental 1, de Vouneuil-sur-
Vienne a Cénon. La noche era oscura, pues la luna, en ese período de
equinoccio y cinco días después de su cuarto menguante, no se había
levantado a esa hora. Más aún: esa región es muy boscosa o silvestre, con
cercos y bosquecillos. El señor David veía muy mal el camino, iluminado
apenas por la débil dínamo de su máquina.
De súbito, cuando se aproximaba a un lugar llamado Pontereau, no lejos de
Cénon, sintióse invadido por un curioso malestar. Sentía en todo su cuerpo
una especie de hormigueo, de picazón, «como si hubiera sido electrizado»,
contó más tarde. No logrando pedalear, se detuvo y descendió de su bicicleta.
Como la dínamo no funcionaba, se encontró en la más profunda oscuridad.
Después de algunos instantes, logró habituarse a la oscuridad y ver un poco
más lejos. No había desaparecido la desagradable sensación de picazón. No
podía moverse; se sentía paralizado.
Entonces divisó, no lejos de donde se encontraba, posada en el camino,
una extraña máquina cuyas dimensiones calculó (hasta donde le era posible
hacerlo en la penumbra) en trescientos metros de largo por un metro de
espesor, aproximadamente.
Aterrorizado, sin poder moverse, permaneció por largo tiempo
contemplando el objeto, que estaba inmóvil como él mismo. Esto duró algún
tiempo. Luego vio que una silueta se desprendía de la oscura masa y se dirigía
hacia él. Era un ser de talla pequeña, mucho más chico que un hombre.
Avanzó hasta donde se encontraba el señor David, le tocó el hombro, emitió
un sonido parecido a un ruido de voz inhumana e incomprensible y regresó a
la máquina, en la cual desapareció.
Algunos segundos más tarde, la masa sombría proyectó una especie de luz
verdosa, voló a una tremenda velocidad, y desapareció en el cielo cruzando
sobre los árboles.
Inmediatamente, el señor Yves David pudo mover sus miembros.
Temblando de miedo, logró subir de nuevo a su bicicleta y llegar hasta su casa
en Montgamé, donde contó la aventura de la cual fuera testigo.
Hagamos notar que, cuando su relato fue recogido, ni el caso de Roma ni
el de Clermont-Ferrand eran conocidos.
Aproximaciones e hipótesis. Por supuesto, la hipótesis más verosímil es la
alucinación. No niego esta explicación, pero ella plantea un problema tan
inextricable como la explicación contraria, la de la observación real.
¿Diremos que todas esas observaciones en el suelo, esos encuentros con
«pequeños seres» son el resultado de una psicosis? ¿Que el señor David, por
ejemplo, había leído en los periódicos el relato de los encuentros precedentes?
Conforme. Pero aparte de que esto viene a ser la explicación de el huevo por
la gallina y la gallina por el huevo, hay que notar que los relatos precedentes
presentan notables diferencias. Los únicos relatos difundidos el 17 de
setiembre eran los relatos del señor Mazaud* y el del señor Dewilde*, una
semana atrás. Ahora bien: las tres observaciones, que parecen un
rompecabezas, sólo pueden calzar a través del razonamiento y no por medio
de las imágenes. Ejemplo: el señor Mazaud, el cual no vio el objeto en tierra,
relata que el ser «pareció ponerse de rodillas, y que sólo algunos segundos
después vio una masa sombría elevarse en el aire entre las ramas del bosque».
El señor Yves David no vio el supuesto piloto ponerse de rodillas: pero
observó que la «máquina» no tenía más de un metro de altura. Uno puede
libremente deducir que el «piloto» hallado por el señor Mazaud debió
agacharse para penetrar en una máquina que no tenía más de un metro de
altura; pero se trata aquí de un razonamiento.
En efecto, las diferencias que se notan entre las observaciones
corresponden exactamente a aquellas diferencias que los métodos de la crítica
histórica consideran como verdad presunta. Los historiadores estiman
sospechoso un hecho informado por varias fuentes en términos idénticos, pues
dicen que esto hace suponer que esas fuentes se copian a sí mismas, o han
copiado de una fuente común. Mientras que un hecho real siempre es relatado
por los testigos en términos ligeramente diferentes. Este método de
concordancias demasiado exactas fue además empleado con éxito por la
policía en ese mes de setiembre de 1954 para desenmascarar una impostura.
Cuatro jóvenes de Amiénois, los cuales, poco después del caso de Acheux*,
habían informado a la policía acerca de «una observación» hecha en Estrées-
Déniécourt, fueron desenmascarados después de una semana de investigación
debido a las extraordinarias semejanzas que esa observación presentaba con la
de los señores Renard y Degillerboz. Los policías hallaron que las
coincidencias eran demasiado perfectas, encontraron contradicciones en el
relato de los cuatro bromistas, y obtuvieron una declaración en el sentido de
que el incidente había sido enteramente inventado. Fueron llevados a los
tribunales y condenados por ultraje al magistrado. Dicho sea de paso, este
caso mostró la seriedad de las investigaciones llevadas por la policía durante
ese tiempo.
Por medio de un razonamiento (y no de una imagen) podemos relacionar la
parálisis del señor Dewilde y la del señor David. El señor Dewilde creyó
sentirse paralizado antes de haber visto nada. Lo que produjo un impacto en la
opinión pública en el caso de Dewilde, es «el rayo paralizante», muy
cienciaficcionesco. De ese «rayo», el señor David no retuvo nada. Para
deducir el segundo caso del primero debido a la psicosis de alucinación, hay
que suponer que el señor David se dijo, consciente o inconscientemente:
«Dewilde fue paralizado e iluminado, pero los dos fenómenos no tenían entre
ellos ninguna relación salvo la del tiempo. Así, pues, puedo sentirme
paralizado sin haber sido iluminado.» Este raciocinio mental no es el de los
que padecen psicosis.
Si queremos hallar una coincidencia de imágenes, y por consiguiente una
relación alucinatoria, entre el caso de David y otro parecido, debemos
atravesar el Atlántico y evocar la historia contada por Ruppelt en su libro
Informe sobre los Ufo, capítulo «Broma u horror». En ese caso, el jefe de los
«boy scouts» experimentó la picazón y el hormigueo mientras se hallaba en la
oscuridad, y antes de haber visto nada. La historia del «boy scout»
norteamericano sólo es conocida en Francia a partir de la primavera de 1956.
Pero, en fin, admitamos la explicación por alucinación, e igualmente la
mixtificación pura y simple. Reconozcamos que los razonamientos anteriores
no arrastran una convicción científica, que ellos pueden discutirse, e
igualmente que se podría encontrar para ellos explicaciones absurdas.
Admitido todo esto. Rechacemos, pues, como nulo todo lo que puede ser
rechazado del relato del señor David. ¿Qué nos queda? Que ese señor dijo
haber visto eso y lo de más allá entre Vouneuil y Cénon el 17 de setiembre, y
que esa región está situada en la geodésica Roma-Clermont-Ferrand.
¿Coincidencia? Bien. Agreguemos, pues, otra coincidencia:
Ese mismo 17 de setiembre, se produce un último caso de objeto no
identificado. En Chaudolas, en Ardèche, las gentes afirman haber visto pasar
un Disco Volador. Sus testimonios son malos, nada los prueba, y ver pasar un
Disco Volador es una ocupación absurda. Pero yo no lo he inventado: véase,
por ejemplo, Le Parisien libéré del 29 de setiembre. Ahora bien: Chaudolas
está situado sobre el camino más corto entre Roma y el hombrecito del señor
David. ¿No significa esto nada? Es verdad. ¿A qué, pues, puede corresponder
esa geodésica donde ocurren todas esas alucinaciones y mixtificaciones del 17
de setiembre? Sólo Dios lo sabe. Pero el hecho es éste: hay, el 17 de
setiembre, cuatro grupos de testimonios, y la línea que va desde el primero al
segundo sigue hasta el tercero, y de allí al cuarto. Por mucho que se le dé
vuelta a esta constatación, las más bellas proezas dialécticas no la podrán
cambiar en nada.
Pero se dirá que la palabra «coincidencia» ha sido inventada para designar
cualquier cosa: el azar, que está en el fondo de la naturaleza y de los
fenómenos naturales. Por vez primera, cuatro grupos de mitómanos y de
bromistas estaban alineados desde Roma a Châtellerault. Archivemos ese
azar, y sigamos.
La posibilidad de otros azares no está excluida a priori: prosigamos el
examen de los testimonios de setiembre.
Sábado 18. Tres observaciones en Francia: la primera en Mont-Valérien,
en los suburbios de París, a las 3 de la madrugada, dos testigos; la segunda en
Lyon, 55 minutos más tarde, un testigo; la tercera en Lodève, en el Hérault
(en el mediodía de Francia), a las 7 de la tarde, tres testigos que ven cómo el
objeto desaparece hacia el sur.
Una hora y cuarto más tarde, desde África se informa respecto de una serie
de observaciones muy curiosas.
Casablanca (Marruecos), 8’45 p.m. En ese momento, el señor Güitta, de
Casablanca, viaja en auto por el camino costero. De súbito divisa en el espejo
retrovisor una especie de masa grisácea que pica hacia él. El señor Güitta se
agarró fuertemente al volante, agachóse instintivamente, y algunos segundos
más tarde dobla sobre su izquierda a ras de tierra a una tremenda velocidad.
El paso del objeto es seguido por un violento desplazamiento de aire frío,
que, a pesar de los esfuerzos del piloto por mantener la dirección, aspira y
lanza al auto hacia la izquierda. Ningún ruido. El señor Güitta alcanza apenas
a ver durante algunos segundos el objeto que desaparece delante de él en el
horizonte: es una especie de disco gris de pequeñas dimensiones.
Hay, en esta observación, recogida por la comisión de investigación
privada Ouranos, dos detalles de mucho interés: el aire frío y la aspiración
después del paso del objeto. Se complementan perfectamente, pues los dos
señalan tras el objeto una muy fuerte depresión.
Costa de Marfil, 8’30 p.m. Un cuarto de hora más tarde, las observaciones
comenzaron a sucederse en gran número en la Costa de Marfil, a más de
3.000 kilómetros al sur de Casablanca, en el África Occidental francesa.
Un objeto luminoso de color rojizo y de forma, ora circular, ora elíptica,
según los testigos, fue divisado en el cielo de Danané a las 8’30 p.m. por un
gran número de personas. Después de llegar a gran velocidad, se inmovilizó
en el cielo. Testigos:
1.º El jefe del puesto de gendarmería de Danané y su mujer; el señor Roux,
médico jefe del puesto médico; el reverendo padre Myard, de las misiones de
Lyon; el jefe de subdivisión, y dos mujeres, reunidos todos en el patio de la
Residencia.
2.º A algunos centenares de metros de allí, el doctor Mariani, jefe del
sector de tripanosomía núm. 13, el señor Sory Diallo, agente de la casa
Planché (?), un auxiliar de gendarmería, y una mujer, la señora Bois.
El objeto permanece inmóvil hasta las 9’05 p.m.; su silueta brilla contra el
fondo negro pero límpido del cielo. Desaparece entonces a gran velocidad
sobre el horizonte.
Los testigos no han podido formarse una idea de su altura, la cual parecía
ser poca: en efecto, bastaba una desviación de algunos centenares de metros
para que se transformara la silueta circular en una elipse. Bajo el efecto del
estupor, nadie pensó en levantar los ángulos para calcular el paralaje.
Un poco más tarde, una idéntica observación fue hecha en Soubré, a 250
kilómetros al noroeste de Abidjan, donde el objeto llegó a gran velocidad
desde el fondo del horizonte, se inmovilizó durante algunos minutos sobre la
ciudad, luego desapareció en el cenit disminuyendo rápidamente de
dimensión y de luminosidad en un cielo sin nubes. También aquí los testigos
son numerosos y calificados: citemos al administrador-jefe de Soubré.
Hay que hacer notar que todas las observaciones señaladas ese 18 de
setiembre se suceden cronológicamente desde París hasta algunos centenares
de kilómetros del ecuador. ¿Tiene esto alguna significación? Sólo Dios lo
sabe.
Pero subrayaremos sobre todo el fin sorprendente de la última observación:
ese objeto que parece elevarse indefinidamente hacia el cenit hasta su total
desaparición no es seguramente algo banal. Es cierto que se puede, con esta
interpretación, preferir la de cirros invisibles que apagan a veces las estrellas.
Pero si se comprende que un cirro puede velar una luz, ¿llegará hasta
disminuir al diámetro de un disco?
Domingo, 19 de setiembre. El villorrio de Rongères está situado en el
centro de Francia, a 18 kilómetros a vuelo de pájaro al norte de Vichy. A las
4’30 p.m. los habitantes de Rongères vieron llegar desde el norte un objeto
brillante de forma elíptica, que creció, pasó cerca, pero no en el cenit de los
observadores, y se alejó hacia el sur. Apenas hubo desaparecido cuando otro
objeto llegó desde el mismo punto del horizonte, se acercó como el primero
pero sobre una trayectoria paralela, pasando sobre el pueblo. Para los testigos,
este objeto era circular. Cuando llegó a la proximidad del pueblo, se detuvo,
luego describió un vasto círculo en 15 segundos, y tomó hacia el sudeste
donde desapareció rápidamente. Un habitante de Moulins que había venido a
pasar el fin de semana en Rongères hizo un relato que envió al prefecto de
Allier, en Vichy.
Cuando los habitantes de Rongères veían desaparecer el segundo objeto
sobre el horizonte sudeste, cierto número de personas de la región de Ambert
hacían un «pic-nic» en el paso del Béal, a 1.400 metros de altura, 70
kilómetros al sudeste de Rongères, sobre el límite de los dos departamentos
de Puy-de-Dôme y del Loira. Citemos entre ellas a la señorita Delaire y a las
hermanas Marie-Christie y Madeleine Gauthier, de Vertolaye (Puy-de-Dôme).
Ellas vieron repentinamente aparecer hacia el norte un objeto circular,
aplastado, de color gris y de apariencia metálica, que disminuyó la velocidad,
detúvose y permaneció inmóvil durante unos treinta segundos basculando
ligeramente. Al cabo de medio minuto, partió en dirección al noroeste,
aceleró rápidamente y desapareció.
Los testigos afirman claramente la forma del objeto que —según decían—
pasó sobre ellos. Dos motociclistas que ascendían por el paso, confirman lo
que aquéllas decían.
El objeto desapareció, pues, hacia el noroeste, «hacia Clermont-Ferrand»,
dicen los excursionistas. Nada fue observado en Clermont-Ferrand. En
cambio, en Montluçon, a 120 kilómetros del paso del Béal hacia el noroeste,
mucho más lejos que Clermont, un objeto que respondía a las precedentes
observaciones fue divisado en ese momento. Testigos numerosos. La
observación duró dos minutos.
Después de las 5 p.m., se vio, a las 6’30 p.m., «un disco rojizo rodeado de
un halo más claro», sobre Epinal, en los Vosgos, 350 kilómetros al noroeste
de Montluçon. El único testigo afirma que el objeto atravesó el cielo en un
minuto. ¿Es el mismo objeto divisado poco antes en el Macizo Central, y que
remontó hacia el norte? De cualquier forma, a partir de las 9’15 p.m. una
nueva serie de testimonios se produce en la frontera del Sarre, sobre los
pueblos de Vaudreching, Oberdorff, Tromborn.
En Vaudreching, el señor René Paul, electricista, ve pasar un objeto
alargado que posee la luminosidad de «un tubo de neón». Otro testigo, éste de
Tromborn, 6 kilómetros más al este, ve «una extraña luminosidad detrás de
las colinas». Ahora bien, detrás de las colinas, a dos kilómetros a vuelo de
pájaro, se encuentra la pequeña aldea de Oberdorff. Y he aquí la declaración
del señor Louis Moll, guarda rural de la aldea: «El domingo por la tarde,
hacia las 9’15 p.m., una luz apareció en el este, atravesó el cielo, disminuyó
su velocidad y descendió al este de Tromborn. Vi desde lejos cómo el objeto
se posaba en el suelo, cambiaba entonces su luminosidad, que luego se
atenuó. Sus dimensiones me parecieron las de un pequeño autobús. Después
de detenerse alrededor de más o menos 40 segundos, la luz se hizo rojiza, y
creí divisar algo negruzco que se movía delante en forma de silueta. Luego el
objeto, que estaba inmóvil, se animó de nuevo, ascendió verticalmente —me
pareció—, tomó el aspecto de una bola roja que se alejó rápidamente hacia el
sudeste, tomando una forma aplastada al desaparecer.»
¿Qué crédito podemos conceder a este relato? No lo sé. En todo caso, el
guarda rural describe perfectamente, y sin dar la impresión de haber
comprendido, el fenómeno de balanceo tantas veces relatado cuando se trata
de rápidas partidas:
—El objeto se eleva verticalmente: entonces se le ve de perfil y alargado.
—Arranca bruscamente hacia el sudeste, esto es, hacia el lado opuesto del
punto de observación: bascula, y —dice el señor Moll— «se parece a una
bola rojiza».
—A medida que se aleja, el esfuerzo de la aceleración se atenúa; el objeto
toma poco a poco su posición de disco horizontal: «se aplasta», dice el señor
Moll.
Todo esto regocijaría a los defensores de la teoría del capitán Plantier.
Lunes, 20 de setiembre. Ese día, aparte de una observación muy vaga en
Besançon, en el Doubs, hay sólo un fenómeno interesante: en Saint-Père-en-
Retz, cerca de la desembocadura del Loira, en la tarde, una misteriosa
explosión estremece la región. Los cristales de los pueblos vecinos tiemblan.
La gente sale a ver qué pasa. El cielo está vacío; nada se ve. Y algunos
minutos más tarde, las famosas vedijas blancas, tan a menudo señaladas en el
pasado desde Charles Fort hasta Gaillac y Oloron, caen sobre el campo. La
misma consistencia untuosa, el mismo aspecto efímero, la misma
volatilización total hasta desaparecer.
Los sucesos del día siguiente, martes 21 de setiembre, señalan que el
público comienza a cobrar interés, y mira con frecuencia el cielo, listo para
ver lo que busca. Pero también que los falsos Discos no resisten a una
investigación seria. En efecto: aquel día se señalan tres casos:
—En el Paso de Calais: la investigación revela un avión de reacción.
—En el Indre, donde dos gendarmes ven varios Discos Voladores, se
realiza una investigación, y se descubre que se trata de globos-sondas.
—Sobre la Costa Azul, donde el Disco es sin duda un bólido.
Miércoles, 22 de setiembre. Como lo hemos visto al estudiar las
observaciones de Vernon, Saint-Prouant y Dôle, al igual que en mí libro
anterior, Oloron y Gaillac, aquellos que creen en la existencia real de una
categoría de máquinas que, hasta que poseamos una mejor información,
llamaremos Discos Voladores, piensan que el «gran cigarro vertical» es una
especie de «máquina-base» a la cual están unidas, de una manera que
ignoramos, máquinas más pequeñas, más móviles, que van y vienen en un
cierto perímetro alrededor de ella. A esto, los escépticos, a su vez, hacen la
pregunta: si fuese así, cuando la máquina de gran tamaño se la señala en
alguna parte, ¿no deberían, en la región vecina, multiplicarse las
observaciones?
Los hechos que se sucedieron sobre la región parisina la tarde del
miércoles 22 de setiembre parecen responder a esa pregunta. En efecto: el
«gran objeto» fue, en primer lugar, observado con bastante nitidez, y a su vez
seguido, en su desplazamiento en el cielo de Essonnes-Saint-Fargeau-
Ponthierry. Se vio descender los «pequeños objetos». Y se señalaron
numerosas observaciones en la región parisina. Pero sigamos los
acontecimientos ordenadamente.
Saint-Chéron, 7’30 p.m. Aquella tarde el cielo estaba nuboso y cubierto,
pero el techo era bastante alto. Hacia las 7’30 p.m., muchas personas de Saint-
Chéron divisaron, hacia el este-noroeste, sobre Breuillet, o más lejos, en
Arpajon, esto es, hacia el camino departamental 19, un gran objeto luminoso
que se desplazaba lentamente hacia el sur. A primera vista, ese espectáculo
podría explicarse como un globo-sonda a la deriva bajo la luz de la puesta de
sol. Pero aparte de que el objeto descrito parece demasiado grande para
justificar esa hipótesis, no hay sol: el cielo, lo he dicho, está cubierto. El
objeto parece lejano. En efecto, su altura angular sobre el horizonte es débil,
y, sin embargo, parece navegar en el límite inferior de las nubes.
Citemos como testigo al señor Cyrille Maillard, oficial de radio, en
Mirgaudon, en Saint-Chéron (Seine-et-Oise).
La observación dura tres o cuatro minutos. El objeto descrito realiza
«juegos de luces». Y veremos luego cómo desapareció: hay testigos.
Arpajon, a la misma hora. El fenómeno, dicen los testigos de Saint-
Chéron, es visible en el cielo por encima de Arpajon. Ahora bien, en Arpajon
hay un testigo: la señora Chatelin, que vive en el número 47 de la calle Victor
Hugo, en La Norville (S.-et-O.), es decir, sobre el límite sur de Arpajon. Ella
ve evolucionar hacia el este un objeto luminoso que corresponde a la
descripción de Saint-Chéron.
Carretera nacional 7, un poco más tarde. La línea Saint-Chéron-La
Norville corta la nacional 7 un poco al norte de Corbeil, y hemos visto que el
objeto derivaba lentamente hacia el sur. Así, pues, si hay testigos sobre la
nacional 7 un poco más tarde, es necesario esperar encontrarlos al sur de
Corbeil. Y los hay.
Un poco antes de las 8 a.m., el señor Rabot, carnicero en Ponthierry,
viajaba por la carretera nacional 7 hacia Saint-Fargeau y Ponthierry (esto es,
en dirección norte-sur), cuando divisó, sobre él y a una altura que le pareció
considerable, un poco por encima de las nubes, un objeto luminoso de gran
volumen al cual describió como circular, de color rojo y rodeado de una
especie de humo luminoso del mismo color, que parecía escapar de él. Se
reconoce allí la constante observación que acompaña al objeto vertical.
El señor Rabot, muy intrigado, se detiene y mira. Tan pronto el fenómeno
permanece inmóvil, tan pronto se desplaza a la derecha, a la izquierda,
verticalmente, en todos los sentidos, pero con majestuosa lentitud. Durante
ese tiempo, las nubes desfilan sobre él. Vuelve varias veces al lugar que había
abandonado. Por cuatro veces, sus desplazamientos le hacen desaparecer en
las nubes, desde las cuales no tarda en surgir.
Después de mirar algunos segundos este asombroso espectáculo, el señor
Rabot lamentó que su visión no fuese confirmada por algún otro testigo. El
camino estaba desierto. Volvió a partir entonces hacia Ponthierry, no sin
asegurarse de cuando en cuando que el fenómeno era siempre visible, y
apenas llegó al pueblo avisó al bedel. Éste salió con su mujer y los tres
pudieron contemplar el fin del fenómeno durante varios minutos. El objeto
efectuó otros numerosos desplazamientos acompañado de juegos de luces:
cambio de color, etc. Finalmente, después de un período bastante largo de
inmovilidad, partió a gran velocidad hacia el sur y desapareció
definitivamente entre las nubes.
Entre otros informes que analizaremos más tarde, la observación de Saint-
Fargeau-Ponthierry explica la súbita desaparición observada en Saint-Chéron;
montado sobre un techo de nubes, el objeto se escondía a las miradas de los
testigos. El señor Rabot comprobó cuatro veces cómo las nubes lo borraban
provisionalmente; la quinta y última desaparición fue más rápida que la
precedente.
En la nacional 7, más al sur. De Ponthierry a Fontainebleau hay 18
kilómetros bastante desiertos: una mitad es campo, la otra mitad, bosque, y un
solo villorrio: Chailly-en-Bière.
Más o menos en el momento en que los testigos de Ponthierry veían al
objeto hundirse en la capa de nubes, la señora Gamundi, que vivía en el
número 192 de la avenida Jean-Jaurès, en París, salía de Fontainebleau en
auto y se dirigía a su casa, remontando la nacional 7 hacia el norte. No salía
aún del bosque cuando un reflejo en el vidrio le advirtió que había en el cielo,
sobre ella, algo luminoso. Se detuvo y descendió.
Bajo las nubes y a una altura que ella no pudo calcular, una gran bola
luminosa estaba inmóvil. De color rojizo, la señora Gamundi pudo ver que
estaba rodeada de una especie de humo movedizo también luminoso. La
concordancia con la descripción de otros testigos y también con Saint-Prouant
y Vernon es impresionante (nótese que todos estos testigos se ignoraban y que
se ignoran aún, excepto los de Saint-Chéron, que se conocieron después que
la señora Chatelind de La Norville [Arpajon] relató su testimonio a un
periódico).
La señora Gamundi miró la bola luminosa hasta su desaparición, es decir,
durante media hora. La inmovilidad del espectáculo fue total durante ese largo
intervalo de tiempo, pero la señora Gamundi pudo observar la más interesante
de las escenas: de súbito, de la parte inferior de la bola, surgió otra bola
luminosa, mucho más chica, la que después de algunos segundos de caída
libre, disminuyó la velocidad, dobló y desapareció a gran velocidad. Un
momento después, cayó otra bola y desapareció igual que la primera, luego
una tercera, una cuarta, etc. En medio de su estupor, la señora Gamundi
olvidó contar las bolas y por lo tanto no pudo precisar el número de ellas que
surgió de la primera.
Todo eso sucedía a menos de 40 kilómetros al sur del aeródromo de Orly, y
esta circunstancia puso fin al fenómeno en una forma notable: hacía unos
treinta minutos que la señora Gamundi observaba el extraño manejo de la
gran bola rojiza inmóvil en el cielo, cuando hacia el norte surgió un avión que
aparentemente acababa de despegar y que se dirigía hacia el sur bajo las
nubes, destacando, sobre el fondo negro del cielo, el parpadeo alternado de
sus dos luces, roja y verde. Se dirigía en línea recta hacia la bola, de la cual lo
separaba todavía una distancia de varios kilómetros, cuando ésta,
bruscamente, cambió de lugar, se elevó a gran velocidad hacia las nubes
donde desapareció en algunos segundos. La señora Gamundi siguió mirando
un momento más. El avión pasó, se alejó, desapareció y la bola no volvió a
aparecer. El espectáculo había terminado.
Apariciones sobre el conglomerado parisino. En realidad, parece que sólo
el primer acto terminó en ese momento.
Efectivamente, numerosas pero fugaces observaciones y que a primera
vista no tenían ninguna relación con la gran bola de nubes, se sucedieron en la
región durante la noche.
—A las 8’30 p.m., la señora Louet, domiciliada en Rueil-Malmaison, sobre
las pendientes del Mont-Valérien a algunos kilómetros al oeste de París,
estaba frente a su ventana. Vio aparecer súbitamente, desde el sur, una
pequeña bola luminosa que se acercó rápidamente, agrandándose, y,
aparentemente también, subiendo. La pequeña bola alcanzó el techo de nubes,
más o menos sobre el Mont-Valérien, se hundió en él y desapareció. La señora
Louet calcula en alrededor de dos minutos la duración del fenómeno.
Notemos la concordancia de las horas y de las direcciones: la señora Louet
vio aparecer la bola en el sector sur en el mismo momento en que, alrededor
de 60 kilómetros más al sur, la señora Gamundi veía salir las pequeñas bolas
de la gran masa de nubes y dispersarse en todas direcciones.
Hacia ese mismo momento, algunos peatones que se encontraban sobre la
explanada de los Inválidos, en pleno París, vieron llegar en las mismas
condiciones, dos pequeñas bolas luminosas más que desaparecieron en igual
forma entre las nubes.
Entre los testigos, citemos a la célebre actriz de cine Michèle Morgan. Los
periodistas y cantantes se burlaron de ella cuando contó su observación, al día
siguiente, y le aconsejaron, con bastante grosería, que no representara en la
ciudad el papel de Juana de Arco, célebre por sus visiones, papel que ella
había representado con el talento que todos le conocemos. A pesar de los
sarcasmos, Michèle Morgan persistió en afirmar que estaba perfectamente
segura de su visión: dos bolas luminosas que llegaron sucesivamente a gran
velocidad y subieron verticalmente entre las nubes, desapareciendo entre
ellas. Relató además otro aspecto del incidente, muy revelador desde el punto
de vista psicológico:
«Un anciano señor que atravesaba la explanada no lejos de mí, divisó
también el fenómeno. Lo contempló con igual estupor, luego me miró,
comprendió que había sorprendido su curiosidad y entonces con aire de
confusión huyó a toda prisa, con miedo evidentemente de que yo le pidiera
confirmar un espectáculo tan absurdo.»
Se dice que en Francia el ridículo mata. Pero sucede, según parece, que el
miedo al ridículo provoca la huida frente a la verdad, lo que es el colmo del
ridículo.
Otro aspecto psicológico del asunto que nos ocupa, se reveló en forma
curiosa, con una observación hecha también en pleno París, a 1.500 metros de
allí, por un amigo mío, conocido escritor, el cual vive en Champ-de-Mars, a
los pies de la Torre Eiffel. Esa noche, como todas las noches, M. C… fumaba
su pipa frente a su ventana, cuando apareció en el cielo un objeto redondo,
luminoso —pero débilmente— e inmóvil. Lo miró al principio un momento
con la boca abierta y su pipa en la mano; luego, viendo que no se movía, miró
los transeúntes en la calle. Ninguno de ellos levantaba los ojos y el
extraordinario espectáculo pasó completamente desapercibido.
M. C… se interesaba bastante poco en los Discos Voladores. El problema
de la posible pluralidad de otros mundos habitados, sobre el cual, como buen
espíritu curioso, algunas veces había pensado, sólo le interesaba como tema
de mitos tradicionales de la metafísica y de la poesía (conserva por lo demás
esa actitud mental). Ante la presencia de ese insólito objeto sobre la cabeza de
los parisinos, sólo vio una oportunidad de estudiar experimentalmente el
comportamiento de la muchedumbre. Tomando su pipa, bajó hasta la calle y
se paseó algunos minutos sin dejar de dar una mirada al objeto que siempre
estaba allí. Nadie levantó los ojos hacia el cielo. Nadie notó nada. La
muchedumbre sólo seguía sus propios pensamientos, cuyo curso no provocó
nunca la menor mirada más arriba del nivel del techo. M. C… prosiguió su
experiencia un momento; luego, satisfecho de su resultado, regresó a su casa,
cerró su ventana y terminó apaciblemente su pipa meditando sobre la tonta
vanidad de los hombres. Ni siquiera se le ocurrió descolgar el teléfono y
avisar a los sabios, personas tan frívolas a sus ojos como la muchedumbre
anónima.
«—Usted sabe perfectamente bien —me dijo al día siguiente— que eso no
les interesa.
»—Pero a mí, que estudio desde hace años este asunto y que nunca he
logrado entrever ninguna cosa, ¿por qué no me avisó?
»—¿Y qué habría visto usted? Un pequeño disco inmóvil y nada más. Sé
perfectamente que ese disco tal vez oculta más conocimientos que lo que
nunca logrará amasar la historia de los hombres, pero nosotros sólo podemos
ver algo que no nos enseña nada: un punto en el cielo. Su curiosidad es
impotente y por lo tanto tan vana como la indiferencia de los otros. Además,
agregó irónicamente, ¿en qué pensaba usted mismo en ese momento y sus
ojos en qué estaban?»
Tenía razón, sin duda. Los pocos hombres en este mundo que desde hace
diez años se obstinan en este enigma, no han logrado saber más que lo que se
sabía en el tiempo de Kenneth Arnold, ni tampoco más que aquellos para
quienes, siguiendo la fórmula del profesor Auger, el Disco Volador es la
forma aerodinámica de la Serpiente del Mar.
¡Pero cuán reveladora es la experiencia de M. C…! ¡Se han escrito tantas
tonterías desde la época del poeta latino que comentó —«os sublime»— que
el hombre es el único de todos los animales cuyo rostro está vuelto hacia el
cielo! ¿Cuántas cosas asombrosas y tal vez definitivamente reveladoras se han
desarrollado sobre nuestras cabezas y nosotros no las hemos visto por falta de
una mirada?
—En esa misma noche, señalaremos, en fin, dentro de la región de París,
otras dos observaciones semejantes a las del Mont-Valérien, los Inválidos y el
Champ-de-Mars. Tuvieron lugar en Rebais, en la Seine-et-Marne, a 45
kilómetros más o menos al este de París a vuelo de pájaro, y en Sénart, a unos
doce kilómetros al este de París.
¿Explicaciones? Esta serie de testimonios parece bastante coherente,
después de un tiempo. En el momento mismo, nadie tuvo la impresión de que
se tratara de una serie, y por primera vez se han yuxtapuesto aquí. Aquellas de
las cuales el público tuvo conocimiento (por dos o tres líneas) se encuentran
en los periódicos, todas revueltas con los casos comprendidos entre el 20 de
setiembre y el 1 de octubre. Llama la atención que los testigos no supieron
que no eran los únicos en haber visto algo, excepto, como lo hemos dicho
anteriormente, los de Saint-Chéron.
Además, nadie había relacionado la observación de la señora Gamundi con
la de Vernon y Saint-Prouant, ni siquiera Jimmy Guieu, autor de un libro
sobre este asunto* y que parece tuvo conocimiento sólo del caso de Vernon,
ni con mayor razón, los periodistas. La propia señora Gamundi no supo jamás
que lo que ella vio también fue visto en otras partes. El resultado de todo esto
es que hay que descartar sin vacilación la mixtificación. Ni hay —aún
después de cuatro años— nadie en Francia tan informado sobre el asunto
como para poder montar una mixtificación tan complicada, tomando además,
como ya lo hemos visto, personalidades notables.
La alucinación, por lo demás, sería milagrosa. Habría que admitir un
verdadero programa de alucinaciones, que se desarrolla de cuando en cuando
en forma idéntica sobre regiones enteras. Si este milagro puede satisfacer los
espíritus científicos, guardémonos bien de contradecirlos. «Soy ateo por la
gracia de Dios», como suele decirse.
¿Globos-sondas? ¿Cómo explicar entonces la gran masa luminosa rodeada
de nubes, que se mantiene inmóvil bajo y dentro de las nubes llevadas por el
viento? Si dicen que esos detalles son totalmente inventados, se vuelve a caer
en el milagro precedente, pues hay que explicar cómo estas invenciones, cuya
premeditación no ha sido concertada, describen el mismo espectáculo. Sobre
mi escritorio, varios meses después, Saint-Prouant y la Nacional 7 se
encontraron, como quien dice, por primera vez.
Se puede suponer que yo mismo inventé todo o parte de este caso. Véase,
entonces, Paris-Presse y France-Soir del 24 de setiembre de 1954, y Le
Parisien libéré del 1 de octubre (para La Norville). No aseguro al curioso
lector que encontrará allí todo lo que aparece en este libro, sino sólo lo
esencial, menos algunos errores, más algunas precisiones topográficas, etc.
Podrá constatar en todo caso que lo inexplicable de ninguna manera se me
puede imputar, ni tampoco a los mismos periódicos, cuyas versiones son a
veces bastante diferentes.
No queda, pues, que yo sepa, ninguna explicación satisfactoria.
Jueves, 23 de setiembre. Algunas horas después de los sucesos de la región
parisina, debemos hacer notar una curiosa observación nocturna sobre el mar,
en el golfo de Gascuña. Los encargados del rancho de un buque de carga que
cruzaba a la altura de los 44 grados, 48 minutos Norte y 4 grados, 17 minutos
Oeste, divisaron una especie de disco iluminado débilmente, de color rojizo,
inmóvil sobre el mar a una altura angular bastante baja. Los dos hombres le
avisaron al señor Arsène Stéphane, el segundo de a bordo, el cual observó
largamente el objeto con los gemelos. Era un disco rojo que, aunque animado
de variados movimientos, rotación, etc., permanecía inmóvil en el mismo
lugar. De cuando en cuando, reflejos verdes muy vivos aparecían en las orillas
del objeto que fue visible por espacio de prolongados minutos.
Notemos ese color rojo y esos reflejos verdes, a menudo observados ya y
que también serán registrados durante la semana siguiente por innumerables
testigos*.
Durante la jornada de ese jueves 23, contamos cinco grupos de
observaciones.
—En París (Malakoff), los detalles son bastante vagos. Es imposible saber
si se trata de una estrella fugaz o no, aunque su movimiento parece muy lento.
—En Puy, en el Macizo Central, los testigos son numerosos y bastante
precisos: un objeto redondo, que brilla al sol y atraviesa silenciosa y
rápidamente el cielo a gran altura, de sur a norte. Es observado en el mismo
Puy, especialmente por un médico, el doctor Mercier, que lo ve pasar, regresar
y emprender la marcha hacia el norte; luego, en varios pueblos, por
campesinos que confirman las palabras del doctor Mercier. Esta serie de
observaciones fue completamente probada, pero no nos enseña nada de
nuevo.
Quedan los tres últimos grupos: el primero en Suiza, el segundo en Dijon,
el tercero en Bourges.
Trescientos sesenta kilómetros. La pequeña aldea de Porrentruy está
situada en Suiza, no lejos de la frontera francesa, más o menos sobre la latitud
y a 110 kilómetros al oeste de Zurich.
A cierta hora de la mañana, un habitante de Porrentruy, la señora Périat,
levantó los ojos al cielo y vio un objeto aparentemente circular, luminoso, de
color rojizo, que brillaba al sol. La atmósfera carecía de nubes y era de una
perfecta limpidez. El objeto se desplazaba rápidamente a una velocidad
semejante a un avión de reacción.
La señora Périat llamó a su marido, un mecánico que trabajaba en su
garaje. No bien hubo salido, pudo ver muy nítidamente el disco que se alejaba
y que al alejarse, parecía girar sobre sí mismo.
Conocido es de todos el celo de los suizos por su neutralidad: la señora
Périat llamó rápidamente a las autoridades militares. El oficial federal del
Aire le respondió que en efecto un objeto no identificado acababa de volar
sobre Suiza y que numerosos testigos, habiendo seguido su trayectoria, lo
habían dado a conocer. Las autoridades suizas no dijeron nada más, ni ese día,
ni más tarde.
Lux (Costa de Oro), 17 horas. Como lo señala el autor del siguiente
informe, que desea guardar el anonimato, la observación de Lux se compone
de dos fases. He aquí su relato, conforme al testimonio de muchos aldeanos:
«Primera fase. Alrededor de las 17 horas, mientras miraba maquinalmente
el cielo, me sentí atraído por un objeto brillante que centelleaba contra el sol.
Premunido de los gemelos, comprobé que ese objeto era una esfera de aspecto
metálico de contornos muy claros. Evolucionaba en un círculo restringido,
más bajo que las nubes. Esa extraña maniobra duró alrededor de media hora.
Durante algunos instantes una luz rojiza pareció salir de la máquina (tal vez
un reflejo del sol).»
Hasta aquí nada distingue este fenómeno de un vulgar globo-sonda. Pero
veamos lo que sigue:
«Segunda fase. Muy rápida, prosigue el autor del informe: en el espacio de
un minuto todo concluyó. La “bola” se alargó repentinamente y vomitó
literalmente otras dos bolas idénticas que se colocaron en línea recta,
espaciadas por un intervalo igual al triple de su diámetro. Luego una de ellas
desapareció de nuestra vista, y las otras dos se lanzaron hacia el cielo en dos
diferentes direcciones. Pude seguir a una de las dos esferas hasta que,
transformada en un punto minúsculo desapareció sin dejar huellas. Esta
multiplicación de bolas y su huida en direcciones opuestas parecen excluir la
posibilidad de un globo-sonda.»
Bourges, 21 horas. Los principales testigos son el señor Robert Patient,
inspector de correos, su mujer y sus dos hijos, que viven en el número 32 de
la calle Diderot en Bourges (Cher). Hacia las 9 p.m. el señor Patient
abandonaba Bourges en su coche con su familia por el camino departamental
58, y se dirigía a Basselay, a 7 kilómetros al norte de Bourges, en línea recta.
Después de algunos minutos, la señora Patient señaló en el cielo extrañas
luces semejantes a relámpagos de magnesio, cuyo origen era desconocido.
Pero ellos no le atribuyeron ninguna importancia, y ya habían olvidado el
incidente, cuando repentinamente vieron aparecer hacia el norte un objeto
muy brillante que evolucionaba frente a ellos, por encima del cerro de Jou, a 5
kilómetros al norte de Bourges.
«Debido a la misma luminosidad que desprendía, cuenta el señor Patient,
nos fue imposible definir la forma y el espesor. Se desplazaba mediante
sacudidas, se apagaba a veces en un punto y se volvía a encender cerca de ese
punto, dos o tres segundos más tarde*.
»De súbito, se lanzó hacia el suelo. Pareció aterrizar, y muy pronto, en el
lugar del presunto aterrizaje, surgió una vasta luminosidad anaranjada y
semiesférica, que cubría el suelo en una superficie cuyo diámetro me atrevo a
calcular en 15 metros, siempre que mi apreciación subjetiva de la distancia
sea exacta. Del centro de ese hemisferio luminoso surgió hacia el cielo un
filamento incandescente de un largo aproximado de 50 metros. El espectáculo
duró veinte a treinta minutos, pero luego se apagó. Un instante más tarde la
bola divisada anteriormente se volvió a encender, y pudimos ver que se había
elevado de nuevo, pues estaba sobre el horizonte.
»Estábamos detenidos a la vera del camino, desde el comienzo del
fenómeno. La noche era oscura como boca de lobo, sin luna, con un cielo
semicubierto y un techo bastante bajo. Cuando se encendió, el objeto daba
más luz que la luna, iluminando la campiña y el techo de las nubes. El objeto
se encontraba siempre encima del Jou, habiendo recobrado su primitiva
posición y su primera maniobra, y lo contemplábamos minutos después de su
«aterrizaje», cuando repentinamente tuvimos la impresión que se acercaba a
nosotros a toda velocidad. En efecto, lo vimos crecer rápidamente, mientras
aumentaba su luminosidad y las sombras proyectadas se desplazaban sobre el
suelo y se hacían divergentes. Confieso que no estábamos muy tranquilos.
Cuando se encontraba a más o menos doscientos metros de nosotros,
volvimos a subir apresuradamente al auto y partimos sin esperar más hacia el
caserío vecino de Fonland, donde tenemos parientes. Mientras íbamos en el
auto, mi mujer lo divisó a través de los árboles del bosque de Vilaines: parecía
seguirnos, y eso duró varios centenares de metros. Cuando llegamos a
Fonland, aún era visible. Pero en un minuto desapareció y ya no vimos nada
más. Eran las 21’30 h.»
He ahí, pues, a la familia Patient con sus parientes de Fonland. Están muy
emocionados y cuentan lo que acaban de ver. Dejémoslos un momento y
volvamos a Dijon, 200 kilómetros más al este.
Plombières, 9’45 p.m. En efecto, mientras el señor Patient y su familia
vuelven de su emoción, dos gendarmes de la brigada de Plombières que
hacían la ronda nocturna en la Nacional 5, algunos kilómetros al oeste de
Dijon, no sospechan que aportarán al relato del inspector de correos (el cual
ignoran por supuesto en ese momento y que ignoran aún hoy día) una singular
confirmación.
Los dos gendarmes corrían apaciblemente en el camino, cuando
descubrieron a bastante altura en el cielo, una gruesa bola rojiza que se
desplazaba por sacudidas apagándose de cuando en cuando: exactamente el
mismo fenómeno observado por la familia Patient, algunos minutos antes. La
concordancia es total, salvo que los gendarmes de Plombières no constataron
ningún aterrizaje. Descubierto hacia el sudeste, sobre el pueblo de Talant,
según parece, el objeto evolucionó sobre el lugar en forma fantástica durante
unos doce minutos, luego desapareció rápidamente hacia el lado opuesto del
horizonte, hacia las 9’55.
Y esto no es todo.
De nuevo, Bourges, 10 p.m. (15 minutos más tarde). Cuando la familia
Patient volvió al camino, hacia las 10 p.m. pensaba que ya no verían más los
misteriosos objetos celestes. La tenemos nuevamente viajando, esta vez sobre
la Nacional 144, comentando animadamente el espectáculo observado hacía
un momento. Pues bien: al volver a pasar cerca de Jou, pequeño villorrio
decididamente predestinado a las aventuras, mientras miraban el cielo en el
lugar donde una hora antes vieron lo que ya sabemos, otro objeto surgió
repentinamente y atravesó en algunos segundos, paralelo al horizonte.
Pensaron que se trataba de otro objeto, pero tenía esta vez una forma plana y
alargada y el color rojizo no tenía nada de deslumbrante.
Vierzon, 5 horas más tarde. Finalmente, la última observación: un objeto
fuertemente rojizo, luminoso y de dimensiones considerables que un testigo,
el señor Edmond Trochu, califica de «olla incandescente» es visto hacia las 3
de la mañana, desde Vierzon, a 30 kilómetros al oeste-noroeste de Bourges.
La descripción concuerda con la de los gendarmes de Plombières y con la de
la familia Patient.
Una extraña contradanza. Es evidente que hay que tratar primero de
explicar todas estas observaciones por separado. En lo que se refiere a
Porrentruy no es necesario, pues ya vimos que la Oficina Federal suiza del
Aire no encontró ninguna explicación. En cuanto a Lux (a unos veinte
kilómetros de Dijon) la única hipótesis presumible es la del globo-sonda,
siempre que suprimamos la segunda fase de la observación: transformación
de la bola en un objeto plano y «metamorfosis» de éste en dos objetos
redondos. ¿Se pueden negar estos detalles? Es muy cierto que si se considera
nulo, y como si no hubiera acontecido, el resto se explica fácilmente. Es un
método. Pero hay que subrayar que la ciencia sólo autoriza esta conducta en
lo que se refiere al fenómeno Discos. En cualquier otro caso, se le considera
ridículo y anticientífico.
En cuanto al objeto visto por los gendarmes y la familia Patient, me parece
inútil tratar de discutir la realidad (sea cual sea):
—Referente a los gendarmes, sabemos además que la invención pura y
simple de un espectáculo tan desacreditado y nocivo como el Disco Volador,
es una hipótesis inverosímil.
—En lo que se refiere a la familia Patient, sólo he elegido su testimonio
porque es el más completo: pero unos ferroviarios de Asnières (entre el Jou y
Bourges) una empleada de correos, otros testigos de Bourges y de Saint-
Doulchard (un kilómetro al norte de Bourges) vieron ellos también vivas
luces que se movían del lado del Jou. De todos estos testigos, los que se
encontraron más cerca del fenómeno fueron los Patient, pero los otros
confirman que en la región donde ellos viajaban y en el mismo momento en
que ellos lo relatan, extrañas luminosidades parecían surgir del suelo ó de un
punto situado demasiado bajo para ser divisado directamente (no olvidemos el
bosque de Villaines).
Pero, aunque admitamos su descripción, ¿no sería posible imputarla a algo
conocido? Por ejemplo: un fuego de San Telmo, o algún otro fenómeno
atmosférico. No han sido observados, que yo sepa, fuegos de San Telmo tan
poderosos como para ser divisados a semejantes distancias de Bourges a
Vasselay y a Vierzon iluminando el campo y las nubes más vivamente que la
luna. Además, ¿puede este fuego aterrizar en el suelo y lanzar largos
filamentos hacia el cielo? ¿Puede apagarse y volver a encenderse un poco más
lejos?
Última hipótesis: el helicóptero. Pero sería necesario que estuviese
premunido de poderosos reflectores.
Además hay este pequeño detalle que he reservado para el final. Si se une
Porrentruy a Dijon por línea recta, esa línea nos lleva directa y muy
exactamente al lugar preciso donde la señora Patient vio lo que ella vio.
¿Azar? Conforme. Es el segundo azar en pocos días. Este azar implica
además, dos o tres igualmente maravillosos:
—Sobre esta recta, el mismo espectáculo complicado fue observado por
dos grupos de testigos.
—Hay varias observaciones diferentes, aparentemente sin relación entre
ellas, en cada una de las dos regiones: en la región de Bourges, Bourges,
Saint-Doulchard, Asnières, Vierzon; en la región de Dijon, Lux y Plombières.
—Los fenómenos se sucedieron en cada una de las dos regiones a
intervalos considerables: en Dijon, desde las 5 a.m. (Lux) hasta las 9’45 p.m.
(Plombières); en Bourges, desde las 9 p.m. (Jou) hasta las tres de la mañana
(Vierzon).
¿Cuál es la probabilidad de una serie semejante de azares? No es necesario
razonar demasiado para ver que ella es prácticamente nula y que su
realización tiene algo de milagrosa.
Si por el contrario, admitimos que esa alineación implica una relación
entre fenómenos tan diferentes y tan alejados en el tiempo y en el espacio,
descubrimos que ésa no es la única relación.
—Los testigos de Lux ven un objeto redondo, algo inmóvil; luego un
objeto plano que se desplaza rápidamente.
—Las observaciones parecen intercalarse cronológicamente de una región
a otra.
—Los gendarmes y la familia Patient vieron de noche que el objeto se
encendía, se apagaba, realizaba un juego de luces. En Lux, los testigos vieron,
de cuando en cuando, surgir una luz roja que, durante el día, atribuyen al sol.
Ese fenómeno será observado numerosas veces aún, y finalmente lo veremos
fotografiado por un astrónomo.
Todas éstas son demasiadas coincidencias. Pero es evidente que la más
curiosa e inesperada es la de la línea recta. Examinemos este punto más de
cerca.
El misterio de la línea recta. En el colegio aprendemos que la línea recta y
el círculo son las formas geométricas más simples. Cuando los griegos
inventaron la geometría plantearon, incluso como regla, que todas las otras
figuras debían derivar de esas dos. Sin embargo, ni la recta ni el círculo
existen en la naturaleza. La tierra no es redonda, ni la luna, ni el sol. Y
sabemos, desde Einstein, que la luz no se propaga en línea recta. Ningún
fenómeno natural se desarrolla rigurosamente en línea recta o redonda.
Tome usted una docena de bombones y láncelos al aire: al caer en la tierra
jamás quedarán en línea recta. Si usted posee mucha paciencia, logrará,
después de repetirlo un montón de veces, alinear algunos y alinearlos todos, si
usted se pasa la vida en eso. Conociendo la superficie de un bombón y la
superficie sobre la cual usted los dispersa, usted puede calcular el número de
veces que tendrá que lanzarlos para tener la oportunidad de alinearlos más o
menos, comprendiendo que si usted quiere alinear rigurosamente sus centros
necesitaría una eternidad para alinear sólo tres. Así lo entendió un cow-boy
geómetra de la época heroica, el cual según dicen, ganó una fortuna
apostando en los saloons a trazar sobre el muro ¡las cimas de un triángulo con
sólo tres balas disparadas con los ojos cerrados! ¡Se hubiese visto obligado a
encontrar una ocupación más fatigosa si hubiese apostado a alinear sus tres
balas en las mismas condiciones!
Así también un astrónomo que quería mostrar la escasez de la materia en el
espacio, calculó que la probabilidad para que tres estrellas de nuestra galaxia
se encuentren al mismo tiempo sobre una misma línea recta es a cada instante
poco menos que nula.
Ahora bien: hemos visto varios casos de tres a cuatro observaciones que se
suceden en algunas horas sobre una misma recta. Al comprobar este hecho,
¿no debería parecernos, a priori, algo sospechosa?
1.º En primer lugar, notemos algo importante: a la escala en que se
desarrollan los fenómenos que estudiamos, la palabra «recta» es equívoca. En
la superficie de la tierra, el camino más corto de un punto a otro punto, no es
una recta sino un arco de círculo máximo, una «línea ortodrómica» (esto es,
en griego, «que corre completamente recta»).
2.º La reproducción de la superficie terrestre, que es curva, sobre un mapa
(que es plano) comprende siempre una deformación, ya sea de ángulos,
distancias o superficies. Pero siguiendo el método empleado para trazar un
mapa se puede elegir el tipo de deformación menos incómodo.
3.º Por el momento, en los casos registrados hasta ahora, la precisión
topográfica de las observaciones (su localización) y su alejamiento no son lo
suficientemente grandes para que el margen de error que se desprende de ellas
sea inferior a un tipo de deformación convenientemente elegido. Dicho de
otro modo, cuando hablamos de alineaciones, «de disposición de las
observaciones sobre una recta», se trata por el momento de líneas rectas
trazadas sobre mapas a la escala millonésima establecida por el Instituto
Geográfico Nacional, con proyección cónica de Lambert, secante de 45
grados y 49 grados de latitud norte, o el mapa Michelin 989, el cual es su
equivalente más simple. El margen de error que comprende este método es
ínfimo. No excede sino en un centenar de metros para Francia y basta
ampliamente para apoyar los razonamientos sobre los cuales nos basaremos
de aquí en adelante. Si en el futuro se resuelve hacer un estudio realmente
científico del fenómeno Disco sobre la base de amplias distancias en la escala
internacional, habrá que pasar a otro orden de precisión. Ya no se podrá
identificar la geodésica real con la línea recta de la proyección Lambert, so
pena de alteraciones sensibles en las distancias, los ángulos y las
localizaciones. No hemos llegado aún a eso.
4.º Se desprende de todo esto que, habiéndose limitado este libro, salvo
algunas excepciones, a un estudio de las alineaciones en Francia, es imposible
saber si los fenómenos observados se han alineado exactamente sobre las
geodésicas. Ya no hablaremos entonces ni de geodésicas ni de líneas
ortodrómicas para no anticiparnos a cálculos ulteriores que no pueden ser
hechos en las actuales circunstancias. Esta es la razón por la cual se inventó la
palabra «ortotenia», la cual significa en la práctica «alineación sobre rectas de
la proyección Lambert». Esta palabra está llamada a desaparecer apenas otras
investigaciones más avanzadas puedan definir, en forma rigurosa, la
naturaleza real de estas alineaciones.
Pasemos ahora a los acontecimientos del 24 de setiembre, a los cuales
hemos llegado.
Nos permitirán tocar con el dedo, por así decirlo, el misterio de la
ortotenia.
24 de setiembre. En ese día se registran observaciones hechas por un gran
número de testigos en los lugares siguientes:
—Lantefontaine-les-Baroches, en Meurthe-et-Moselle.
—Le Puy, en la Haute-Loire.
—Langeac, igualmente en la Haute-Loire.
—Tulle, en la Corrèze.
—Ussel, igualmente en la Corrèze.
—Gelles, en Puy-de-Dôme.
—Vichy, en el Allier (barrio sur, a dos kilómetros del centro).
—Lencouacq, en las Landas.
—Bayona, en los Bajos Pirineos, sobre el Atlántico.
En total, nueve grupos de testimonios.
Tomemos el mapa de Francia, a la escala 1 / 1.000.000, de la cual
hablábamos hace un instante, en la cual un centímetro corresponde a 10
kilómetros. Cojamos una regla, y tiremos una línea recta desde Bayona hasta
Vichy.
Esta línea recta de 485 kilómetros de largo pasa sucesivamente por
Lencouacq, Tulle, Ussel y Gelles, de modo que, en los nueve grupos de
testimonios, seis se encuentran en una misma recta. Que el lector curioso haga
la experiencia: verá que es imposible, en un mapa donde un milímetro
corresponde a un kilómetro, registrar un desvío sensible de todas estas
localidades a ambos lados de una recta que una los dos puntos más alejados.
Tracemos igualmente la línea recta Le Puy-Tulles, de 168 kilómetros de
largo. Pasa por Langeac.
Trataremos de interpretar esta extraña comprobación a la luz de dos
hipótesis corrientemente admitidas para explicar los Discos Voladores:
—O bien se trata de fenómenos físicos naturales mal interpretados:
bólidos, estrellas fugaces, meteoritos, globos-sondas, helicópteros, parhelios,
espejismos, nubes de formas extrañas, reflejos de faros, etc.
—O bien: se trata de fenómenos psicológicos: mentiras, bromas,
alucinaciones.
Primera hipótesis: fenómenos naturales mal interpretados. Limitémonos
por el momento al examen de la alineación Bayona-Vichy, la más importante
de las dos. Si podemos imputar estas seis observaciones a tales fenómenos,
debemos considerar una primera posibilidad: cada una de las observaciones se
refiere a un fenómeno único que se ha desplazado en línea recta. Se trata
entonces de encontrar un fenómeno natural susceptible de ser observado en
forma rigurosamente rectilínea en centenares de kilómetros.
Personas inexpertas podrían suponer que ese fenómeno pueden ser o
bólidos, estrellas fugaces, meteoritos, etc. Es cierto que la curva trazada por
esos objetos es, a nuestros ojos, prácticamente rectilínea. Pero, ¿qué
fenómeno explicamos así? ¿El fenómeno que suponemos observado? Si así
fuera, tendríamos la solución en la mano y la elección sobra.
Pero no es así: lo que hay que explicar no es el fenómeno que suponemos
observado, sino la alineación de los puntos de observación. En el caso
Bayona-Vichy, si suponemos que la línea recta fue recorrida por un bólido, la
distancia de 485 kilómetros implica una altura considerable, y entonces el
milagro de las observaciones alineadas subsiste íntegramente: ¿por qué un
objeto luminoso que sobrevuela el país a varias docenas de kilómetros de
altura, sólo es divisado en su proyección ortogonal? Esta pregunta no tiene
respuesta posible. Cuando se produce un fenómeno como ése, los astrónomos
saben perfectamente que es visible sobre una superficie inmensa que no tiene
ninguna relación con su trayectoria real. El 17 de noviembre de 1955, por
ejemplo, un bólido sobrevoló la mitad de Francia, recorriendo una distancia
comparable a la de Bayona-Vichy: fue visible en toda Francia, Suiza, Italia
del Norte, Alemania Occidental. El señor Danjon, director del Instituto de
Astrofísica de París, recibió, a pedido suyo, miles de cartas que se referían a
este bólido. Y el señor Danjon sabe perfectamente bien que los lugares de
origen de estas cartas están repartidos en el mapa en forma absolutamente
aleatoria y no tienen ninguna relación estricta con la trayectoria que realmente
recorrió el bólido. Es necesario no tener ninguna noción de astronomía para
imaginarse que el interés suscitado por un bólido tiene alguna relación con su
trayectoria real. En rigor y en casos de extrema tangencia, las observaciones
pueden hacerse sobre una banda ancha en forma de sección cónica. Pero
jamás sobre una recta perfecta. Todo esto es cierto y cualquier astrónomo lo
confirmará gustoso: una alineación de 485 kilómetros que no comporta
ninguna desviación perceptible en un mapa a escala millonésima, supone, si
se atribuye el paso a un solo objeto, que este objeto lo ha recorrido a una
altura muy débil, apenas unos centenares de metros.
Nos vemos entonces enfrentados —si creemos que los testigos han
observado un fenómeno natural único— a buscarlo entre los fenómenos que
vuelan bajo en línea recta. Pensamos entonces en el avión, el helicóptero o, en
último caso, en un globo-sonda empujado por el viento, aunque no existe aún
el caso en que se haya visto un globo-sonda desplazarse en línea recta sobre
485 kilómetros, por una razón muy simple: el viento describe siempre una
curva (ley de Buys-Ballot, aplicación del teorema de Coriolis). Para darnos
cuenta si es posible imaginar un fenómeno único que pueda explicar las
observaciones hechas en la línea Vichy-Bayona (o a la inversa) veamos el
detalle de estas observaciones.
Vichy, tarde del 24. Los testigos son unos jugadores de rugby que se
entrenan en la antigua cancha de tiro al pichón, al sur de la ciudad, y el
público que los mira. Ven pasar un objeto en forma elíptica, que comparan
con un cigarro y que atraviesa el cielo a gran velocidad y en silencio.
Gelles (Puy-de-Dôme), primeras horas de la noche. Los testigos ven pasar
una máquina luminosa «en forma de cigarro». Atraviesa el cielo igualmente a
gran velocidad y sin hacer ruido.
Ussel (Corrèze). Aquí la historia es bastante dramática y perfectamente
increíble. A una hora bastante avanzada de la noche, el señor Elie Cisterne,
obrero agrícola de la finca Lachassagne, regresaba en su tractor después de
haber trabajado en el campo de un vecino. De súbito, cuenta, surge de la
oscuridad frente a él, a poca altura, un objeto luminoso que embiste a gran
velocidad hacia él. El señor Cisterne detiene el tractor y mira. El objeto
continúa acercándose rápidamente y se dirige recto contra su persona. Pronto
el testigo tiene la impresión que sólo le restan unos centenares de metros y
que el objeto no disminuye de velocidad. Espantado, el campesino salta del
tractor y se tiende sobre el campo, no lejos del camino.
El objeto se detiene, entonces, a algunos metros sobre el camino y a unos
doce metros delante del tractor. Se queda ahí, inmóvil, durante varios
minutos. El silencio es total y el señor Cisterne puede ver la luz rojiza
desparramada sobre el campo. Los segundos le parecen siglos y su miedo
aumenta a cada instante. Repentinamente, el objeto reinicia su marcha en
dirección al tractor. El señor Cisterne entonces no aguanta más, sé levanta y
huye a través del campo. Pero el objeto sobrevuela la máquina sin detenerse,
acelera rápidamente tomando altura y desaparece en algunos segundos hacia
el horizonte.
El señor Cisterne vuelve entonces hacia su tractor y sin otro incidente,
fuera del susto, regresa.
Además del obrero, María, la sirvienta de la finca, divisó de lejos esa
forma luminosa que llega hasta el camino, se detiene y vuelve a partir. En el
mismo momento, el señor Brindel, propietario, regresaba a su casa, desde
Ussel. El incidente sucedió cuando se encontraba bastante alejado de
Lachassagne, pero él también notó una gran luz, roja y movediza, en la
dirección de su finca.
Detalle interesante: según el relato del señor Cisterne, el objeto se detuvo
sobre el camino a la altura de la cima de cierto fresno. Al día siguiente el
patrón y el obrero fueron a examinar el fresno: las hojas de las ramas
superiores del árbol estaban resecas y encarrujadas como si hubiesen
soportado la acción de un calor intenso. Esta observación se asemeja a la que
Ruppelt cuenta en el capítulo XIII de su libro titulado Hoax or Horror?, y no
es la última de la temporada: lejos de eso.
Tulle (Corrèze), 11 p.m., es decir, más o menos, en el mismo momento, el
señor Besse, dibujante de la Electricidad Francesa, divisó un objeto rojizo,
luminoso, que se desplazaba rápidamente en el cielo. Con la ayuda de
poderosos gemelos, pudo seguir, durante algunos instantes, las evoluciones
del fenómeno, que cambió tres veces de color, pasando del rojo al blanco,
luego al verde.
Lencouacq (Landes) a la caída de la noche, es decir, más o menos dos
horas antes, la señora Vignolles, habitante de este pueblo, describió un
fenómeno muy parecido al de Ussel: un objeto luminoso llegó a gran
velocidad, en silencio y a muy baja altura, se detuvo a ras de suelo en el prado
situado detrás del presbiterio y volvió a partir tal como había llegado después
de una detención de algunos segundos. No hay huellas. Un solo testigo.
Bayona (Bajos Pirineos), durante la tarde, es decir, cuatro horas antes de
Lencouacq. Un gran número de personas divisan a gran altura en el cielo, tres
objetos elípticos, inmóviles, de apariencia metálica y que brillaban al sol. Su
inmovilidad duró un largo momento, después del cual desaparecieron
rápidamente. A primera vista, el globo-sonda parece ser la explicación
precisa. Pero la elipse es horizontal y no vertical, y además la partida es muy
rápida.
Como se puede ver, estas observaciones, tomadas por separado, no son
observaciones muy buenas. Hasta fines de 1956, consideré que una sola
merecía ser registrada: la de Ussel, a causa del árbol calcinado en su parte
superior. Las otras me parecen o extremadamente sospechosas (Lencouacq), o
desprovistas de todo interés. Sigo teniendo la misma apreciación hacia cada
una de ellas tomadas por separado. Sólo que lo extraño del fenómeno no está
en su contenido: está, antes que nada, en su disposición rectilínea.
¿Un fenómeno único puede resolver esta disposición? Evidentemente, la
respuesta es: no. En efecto:
a) La sucesión lineal no tiene nada que ver con la sucesión cronológica: las
dos primeras observaciones se sitúan en dos extremos. La sucesión
topográfica es la siguiente: Vichy, Gelles, Ussel, Tulle, Lencouacq, Bayona,
mientras que la sucesión cronológica es: Vichy, Bayona, Lencouacq, Gelles,
Ussel, Tulle. Este desorden lineal que comprende varias horas, veremos que
es normal. Es siempre así en las alineaciones de cierta longitud. Ya lo
notamos en la alineación Porrentruy-Bourges, la víspera (23 de setiembre),
b) Hay tres objetos en Bayona y uno solo en los otros puntos.
c) El único carácter común de estas seis observaciones, es ser
inidentificables.
Nos vemos entonces obligados a enfrentar la segunda hipótesis en el caso
de una serie de fenómenos naturales mal interpretados: cada una de las
observaciones se refiere a fenómenos diferentes. Pero entonces se vuelve a
caer en la imposibilidad de explicar la alineación de esas observaciones.
Millones de personas, en ese día 24 de setiembre, pudieron haber visto
globos-sonda, aviones, meteoros, bólidos, etcétera. ¿Por qué sólo aquellas que
pensaron que esos fenómenos cotidianos no eran tales sino Discos Voladores,
se encuentra sobre una línea recta? No hay respuesta para esta pregunta. O,
más exactamente, regresamos a la hipótesis llamada «sicológica», la de las
alucinaciones, mentiras, bromas, hipótesis que a continuación examinaremos.
La hipótesis psicológica. Llegados a este punto de nuestro análisis,
podemos considerar ya como seguras las siguientes certidumbres:
—No existe fenómeno natural conocido que vuele en forma rigurosamente
lineal lo suficientemente bajo como para suscitar testimonios alineados
regulares y que éstos sólo sean testimonios alineados.
—Suponiendo que ése o esos fenómenos existen, se trata de fenómenos
frecuentes, observados diariamente por millones de personas. Y dejan sin
explicación el fenómeno de la alineación. Como es justamente esa alineación
la que hay que explicar, no hemos avanzado ni un solo paso.
Pero, se podrá decir, ¿y si en realidad no hubo ningún fenómeno? ¿Si todas
esas pretendidas observaciones han sido inventadas, ya sea deliberadamente,
ya sea bajo los efectos de un trastorno cerebral? Es evidente que esta
explicación supone la propagación rectilínea de las alucinaciones, mentiras y
trastornos cerebrales. Es una hipótesis ingeniosa, pero es legítimo dudar que
sea preferible a la del vuelo rectilíneo de una máquina real no identificada.
Queda una última explicación posible: azar. Por azar, seis grupos de
personas que pretenden haber visto Discos Voladores se encuentran repartidos
en una línea rigurosamente recta.
El azar. También aquí hay que hacer primero la misma distinción que
hicimos más arriba: o bien, estas personas han soñado o inventado su visión, o
bien ellas han interpretado mal un espectáculo real.
¿Cómo poder calcular la probabilidad de cada una de esas dos hipótesis?
Para contestar esta pregunta, hay que comenzar por determinar la superficie
terrestre sobre la cual se supone que el fenómeno Disco tiene las mismas
posibilidades de producirse. Pero parece difícil llegar a eso sin entregarse a
una suposición gratuita sobre la naturaleza del fenómeno en sí mismo, es
decir, encerrarse en un círculo vicioso. Realmente:
1.ª Si los Discos Voladores son fenómenos mal interpretados, no hay en
realidad para estos fenómenos y su posible dispersión, otro límite que los del
conjunto de continentes habitados.
2.ª Si se trata de alucinaciones o de mixtificaciones, se llega a la misma
conclusión.
3.ª Si los Discos Voladores son máquinas (humanas o siderales), no hay
ningún medio de saber cuáles son las intenciones de sus pilotos en el curso de
estos acontecimientos de 1954. ¿Exploran Francia? ¿Europa occidental? ¿El
mundo entero?
En principio, esta incertidumbre debería conducirnos a adoptar, como
superficie de dispersión aleatoria posible, la hipótesis máxima, es decir, el
mundo entero. Pero entonces se nos podría acusar de proceder así para
disminuir la posibilidad de una alineación debida al azar. Por otra parte, los
hechos señalan que existía una fuerte concentración de ellos sobre Francia,
norte de Italia, Suiza y Alemania meridional. A mi entender se puede superar
la dificultad con el siguiente razonamiento:
Cualquiera que sea la causa de las observaciones de los Discos Voladores,
que, por lo demás, puede ser múltiple, las observaciones alineadas existen,
son un hecho sobre el mapa. Si los dos puntos extremos de las observaciones
en un caso preciso de alineación están a una cierta distancia d y si esto se
debe al azar, significa que la dispersión posible del fenómeno era por lo
menos un círculo de radio d / 2 y de superficie πd2 / 4.
Parece que esta forma de proceder fuera inatacable, pues hace concordar el
máximo con el azar: en efecto, el hecho de que las observaciones extremas
estén separadas por una cierta distancia d no implica, de ninguna manera que
en la hipótesis del azar la distancia d represente el máximo de la dispersión
total. Pero justamente la verdad está en el lado opuesto.
¿Cómo explicar esta teoría para casos precisos? Es lo que veremos ahora.
Alineación Bayona-Vichy. De Bayona a Vichy en línea recta hay 485
kilómetros, lo cual da un área de dispersión aleatoria posible de 185
kilómetros cuadrados.
Por otra parte se puede calcular el margen de error debido al alejamiento
del objeto que se supone real en tres o cuatro kilómetros por un lado y otro de
los observadores. Tomemos la cifra superior 4, lo cual da un área de 8
kilómetros. El problema es el siguiente:
En un área (A) de 185.000 kilómetros cuadrados, ¿cuántas observaciones
reales repartidas al azar se necesitarían para que tuviéramos la suerte de tener
4 dentro del rectángulo determinado Bayona-Vichy y el área de 8 kilómetros,
es decir, una superficie (R) de 485 multiplicado por 8 = 3.880 kilómetros
cuadrados?
La respuesta a esta pregunta difiere según los casos.
—Primer caso, o sea, caso Bayona-Vichy: las observaciones se suceden a
lo largo de la línea sin ningún orden, ni cronológico ni topológico aparente, y
el único orden que se comprueba es la presencia de los cuatro puntos (P) en
una porción de superficie determinada del área de dispersión aleatoria (el
rectángulo alargado). La solución está dada entonces por la siguiente
operación:
(A × P) / R = (185.000 × 4) / 3.880 ≈ 190.

Habría, pues, que imaginar en el área considerada un mínimo de 190


observaciones aleatorias reales para tener la posibilidad de realizar el
fenómeno observado sobre el mapa. Pues bien: en ese día sólo hay 9 - 2 = 7
observaciones (las dos observaciones extremas no deben ser contadas).
Luego, se puede apostar 190 contra siete, o 27,1 contra 1 que la alineación
Bayona-Vichy no es un efecto del azar. Pero entonces, ¿qué es?
—Segundo caso: los observadores se suceden sobre la línea en un cierto
sentido (esto se produce en los casos de alineaciones cortas). El cálculo es
menos simple: el rectángulo de repartición real conserva una anchura
constante, que es más fuerte aún en favor de la tesis no aleatoria.
—Tercer caso hipotético: la sucesión cronológica se duplicaría con un
orden topológico. En ese caso la tesis no aleatoria alcanzaría prontas
probabilidades astronómicas.
Imposibilidad de la alineación fortuita. Nos queda ahora por ver que, de
ningún modo, podemos escaparnos a esa probabilidad astronómica de la tesis
no aleatoria. Fijémonos, para empezar, que, aparte de una actitud de duda
metódica, no existe ninguna otra razón válida para restringir d a la distancia
de las observaciones extremas de una misma alineación, cuando tenemos
junto con las observaciones alineadas otras observaciones más alejadas. Por
ejemplo, aquí las dos observaciones más alejadas del 24 de setiembre, Bayona
y Lantefontaine, son distancias de 854 kilómetros, lo cual nos da un área de
dispersión aleatoria casi cuatro veces más grande, y multiplica por otro tanto
las posibilidades de la tesis no aleatoria. Hemos renunciado a este método de
cálculo en el caso presente para que no se nos acuse de inventar
observaciones alejadas con el objeto de aumentar el área de dispersión
aleatoria. Acusación, por lo demás, fácil de refutar, ya que los casos de
Bayona, Lantefontaine, Le Puy, Langeac, Gelles, Vichy, están sucintamente
relatados en los diarios France-Soir, del 26 de setiembre; Lencouacq, en
Paris-Presse del 28 de setiembre; Tulle, en La Croix del 28 de setiembre.
No se ve otra razón para estimar el valor de esta batida en ocho kilómetros
sino la duda sistemática, tomando en cuenta que las localidades donde estaban
señaladas las seis observaciones están rigurosamente alineadas sobre el mapa.
En efecto: suponer que el objeto puede estar situado a cuatro kilómetros del
testigo es adoptar ya la tesis de su realidad, la cual precisamente está en
discusión. Ya no hay rectángulo sino una línea, y si la probabilidad de la tesis
no aleatoria no se vuelve infinita es únicamente porque el número de personas
situadas sobre el área de dispersión aleatoria es limitado: esta probabilidad no
es infinita, cierto, pero en el caso de Bayona-Vichy su cifra se remonta a
varias docenas de millones contra una.
El mismo raciocinio se aplica a las explicaciones naturales.
En efecto: el examen por separado de cada observación nos muestra que si
queremos referirlas por separado y una después de otra a cualquier
explicación de ese estilo, hay que hacer cada vez un llamado a explicaciones
diferentes: meteoro, en el caso de Vichy y Gelles; alucinación y mentira para
Ussel y Lencouacq; cualquier cosa para Tulle; y globos-sondas para Bayona.
El conjunto de fenómenos clásicos susceptibles de ser invocados como
posibles explicaciones se produce en número prácticamente infinito en el área
de dispersión aleatoria correspondiente, hecho del cual se desprende que
cualquier explicación de la alineación se desvanece una vez más. En otros
términos, millones de personas dentro del área de dispersión aleatoria tenían
las mismas razones para decir que habían visto Discos Voladores. Pues bien:
sólo nueve grupos de personas lo dicen, y de esos nueve grupos seis están
dispuestos según un orden que sólo tiene una posibilidad, entre varias docenas
de millones, de haber sido realizado por azar. Se sigue de esto que la relación
de 190 contra siete, determinada más arriba teóricamente, tiene que ser, de
todas maneras, reemplazada por la de varías docenas de millones contra una,
ya que la multiplicidad de las explicaciones naturales necesarias hace de
todas maneras de la observación declarada de un Disco Volador un fenómeno
psicológico.
Volvamos ahora a la alineación Le Puy-Langeac-Tulle. Si seguimos
razonando como antes, tenemos que admitir que las posibilidades de
explicación por azar son más fuertes, pues la alineación es más corta, y sólo
tres grupos de personas, en lugar de seis, están entonces en juego. Pero si se
quiere que las probabilidades de la intervención del azar en cada uno de los
dos casos se enfrenten por separado en circunstancias que ellas están unidas
de dos maneras (coexistencia de dos alineaciones y dependencia de un mismo
grupo, el de Tulle, al uno y al otro) la probabilidad para que el conjunto sea
el producto del azar se vuelve prácticamente nula.
El sentido de las alineaciones. Todo lo que precede prueba, según parece,
que las alineaciones sólo pueden explicarse por la existencia de un fenómeno
único, o al menos de un conjunto de fenómenos regidos por una ley única. Sin
embargo, aunque demos fe a los detalles relatados por los testigos, si en suma
reconocemos que han visto bien lo que se ha convenido en llamar Discos
Voladores, hay que admitir que no han visto el mismo objeto, y que la
alineación no corresponde en absoluto a una trayectoria. Efectivamente, aquí
se trata de un cigarro. Más lejos es un aparato redondo. En otro lugar, cambia
varias veces de color. En Bayona hay tres. Se puede, por cierto, decir que un
disco plano visto de perfil es un cigarro, que se han observado frecuentemente
cambios de color, y hasta la separación de un objeto en dos o tres. ¡Pero qué
complicación de idas y venidas hay que suponer para atribuirlo todo a un
mismo objeto!
¿Cuál podría ser entonces la significación real de las alineaciones? Hasta
esta fecha, 24 de setiembre, a la cual hemos llegado, aparecen como lugares
de probabilidad máxima: entre las observaciones señaladas día a día, un
número inexplicable de ellas se alinea sobre rectas como si una especie de
programa asignara a los misteriosos objetos ciertos recorridos rectilíneos con
preferencia a otros. Pero, ¿qué hacen los objetos no alineados? ¿No serán
errantes sólo por el hecho de que las otras observaciones de su alineación nos
faltan? ¿Qué se hacen los objetos entre dos observaciones? ¿Dejan la línea? Y
sobre todo ¿a qué corresponde esta fantasmagoría? Es lo que, poco a poco,
adivinaremos al estudiar las observaciones de la semana siguiente.
En resumen: si queremos reducir a unas pocas ideas simples los raciocinios
de las páginas precedentes, he aquí lo que podemos decir:
—Si el Disco Volador es un fenómeno real (natural u otro), observable en
varios kilómetros cuadrados, basta, para tener una probabilidad de constatar
seis observaciones alineadas sobre 485 kilómetros, que este fenómeno se
produzca al azar alrededor de 190 veces en una área de 185.000 kilómetros
cuadrados.
Hemos visto que esta probabilidad ya ni siquiera existe si interviene, por
poco que sea, la condición de una comprobación simultánea de otras tres
observaciones alineadas sobre otra recta, siendo una de las dos observaciones
común a las dos alineaciones.
—Si el Disco Volador es un fenómeno psicológico y subjetivo, no se puede
observar sobre varios kilómetros cuadrados sino sobre un punto. Se necesita,
entonces, para obtener una alineación (esta vez rigurosa) de seis
observaciones sobre una recta de 485 kilómetros, que este fenómeno se
produzca millones de veces en un área de 185.000 kilómetros cuadrados. En
ese caso, como estamos seguros que el fenómeno psicológico en cuestión no
es registrado salvo un número restringido de veces, se deduce de ello que no
puede existir alineación aleatoria de fenómenos psicológicos subjetivos.
—Si se buscan las explicaciones naturales, particularmente aplicables a
cada observación tomadas separadamente, se comprueba que hay que acudir a
explicaciones diferentes, que se refieren a fenómenos naturales cuya
frecuencia es prácticamente infinita: cada día hay millones de gentes que ven
una estrella fugaz, el planeta Venus, globos-sondas, helicópteros, aviones que
brillan al sol, nubes de formas extrañas, vuelos de pájaros, etc. El hecho de
que sólo algunas de esas personas interpreten mal esos fenómenos naturales
no es, en sí mismo, un fenómeno natural sino un fenómeno psicológico. Pues
bien: la alineación aleatoria de un fenómeno psicológico es imposible. Luego,
ningún fenómeno natural conocido puede explicar la alineación aleatoria.
Resumamos, por última vez. Se obtiene el siguiente silogismo,
demostrado, creo yo, por todo lo que precede.
—La alineación aleatoria de un fenómeno psicológico es de una
probabilidad nula.
—Pero todas las explicaciones conocidas del fenómeno Disco vuelven ora
al fenómeno psicológico puro (alucinación, mentira y mixtificación), ora a
una interpretación errónea, que es también un fenómeno psicológico.
—Luego la alineación aleatoria del fenómeno Disco es imposible.
Notemos, además, que cuando estudiamos un mapa donde se ven
punteadas algunas observaciones, un hecho de sentido común aparece al
primer golpe de vista: si el azar produjera la alineación, bastaría que fuéramos
un poco menos escrupulosos en la rigurosidad de la alineación para encontrar
cada vez más puntos alineados. Una simple mirada a los mapas de este libro
nos muestra que no hay nada de eso.
Un vuelo muy curioso o estorninos. Pasemos de largo sobre el sábado 25
de setiembre, día siguiente al día aquel en que los Discos Voladores se
alinearon desde Bayona a Vichy: se registra una sola observación de poco
interés en Mansle (Charente).
El domingo 26 hay tres casos muy bien registrados: dos de ellos son
«aterrizajes» y otro es una observación aérea. Esta última fue «explicada» dos
días después: era, según parece, un vuelo de estorninos. Pero lo extraño es
que esas tres observaciones, de las cuales una es teóricamente demostrada
como falsa, están en línea recta.
Estos son los hechos*.
Observación en la garganta del Gato. Los testigos son: el doctor Martinet,
dermatologista en Chambéry (Savoie), su mujer, tres alumnos de la base aérea
de Bourget-du-Lac y los ocupantes de tres coches, en total, unas quince
personas. El doctor Martinet es un antiguo observador de artillería.
«Eran alrededor de las 5 p.m., cuenta. Volvíamos en auto de la garganta del
Gato, cuando de súbito divisé, al parecer a plomo sobre la Cruz de Nivolet, a
una altura que calculé en 2.000 metros*, en el límite de la zona brumosa, un
cuerpo gris de aluminio. Después de dejar atrás la base aérea de Bourget,
detuve mi vehículo, al igual que tres autos más, que hicieron otro tanto, y
seguimos las evoluciones del objeto. Eran, entonces, las 5’14 p.m.
»Al comienzo pensé en algún fenómeno atmosférico, tal como una tromba
de agua, etc. Pero el viento soplaba desde el noroeste y el fenómeno venía del
sur. Treinta segundos más tarde, cuando éramos ya unas quince personas que
observaban ese objeto, empezó a descender en forma de hoja muerta, dando el
aspecto de un Disco cuya base hubiese estado vuelta hacia arriba. A las 5’16
p.m. se presentó repentinamente de frente bajo la forma de un disco perfecto.
Pudimos entonces comprobar que una zona más clara ocupaba el centro del
objeto y que unas manchas sombrías se encontraban alrededor. Después de
eso se puso a plomo, aparentemente con la estación del teleférico de Revard,
descendió un poco, luego bruscamente aceleró y desapareció como un rayo.
Eran exactamente las 5’18 p.m.
»Según los ángulos de observación, el objeto pasaba de un gris oscuro de
aluminio a un gris más claro. El fenómeno duró un poco más de 4 minutos,
durante los cuales anoté todos esos desplazamientos sumamente complicados
en mi libreta de notas.»
Este relato, o el resumen de él, se publicó en todos los diarios. Algunos
días más tarde, el señor Michel Guyard, piloto jefe en el campo de aterrizaje
de Challes-les-Eaux (6 kilómetros al sur de la cruz de Nivolet) contó que ese
mismo día y a la misma hora, creyó haber visto un Disco Volador, pero que en
seguida lo identificó como un vuelo de estorninos. Y todo el mundo quedó
muy satisfecho de una explicación tan tranquilizadora, dada por una persona
tan calificada.
Nadie tuvo la curiosidad de dar una mirada sobre el mapa. Pues bien, el
mapa revela que la Cruz de Nivolet está a más de ocho kilómetros a vuelo de
pájaro de la estación del teleférico del monte Revard. Pues bien:
—O bien los testigos y el señor Martinet han calculado sin error la
distancia real del fenómeno, y entonces tendremos que deducir que recorrió
en línea recta 8.000 metros en 4 minutos y medio, lo que da una velocidad
media, al vuelo de los estorninos, de más de 100 kilómetros por hora, y
teniendo en cuenta los imprevistos del viaje, da una velocidad real de 250
kilómetros por hora, sin contar las paradas y la partida final fulminante.
—O bien los testigos han subestimado las distancias y entonces la
velocidad del vuelo de los estorninos se encuentra aumentada en otro tanto.
—O bien los testigos han sobreestimado las distancias, y en ese caso el
piloto de Challes-les-Eaux no pudo ver lo que veían los otros testigos y su
vuelo de estorninos no sirve para nada.
Es imposible escapar a este dilema.
Veamos ahora el segundo caso del 26 de setiembre.
Chabeuil (Drôme). Éste es un caso clásico del período. Es muy conocido
en Francia, donde su carácter dramático hizo sensación en la época. Es
curioso notar que todos aquellos que lo han contado* han repetido el error de
fecha del relato del diario, aun aquellos que en seguida investigaron
largamente en el lugar. No sucedió el «domingo 28» sino el domingo 26, ya
que el 28 es un martes y el dato del domingo es verídico.
Chabeuil está situado a 10 kilómetros este-sur de Valence, a 100
kilómetros al sur de Lyon.
Pues bien, la señora y el señor Leboeuf, de Valence, habían ido a pasar el
domingo a Chabeuil a casa del abuelo de la señora Leboeuf. Hacia las 2’30
p.m., ésta, acompañada de su perra Dolly, partió a recoger callampas en los
bosques del castillo, no lejos del cementerio donde se encontraban varias
personas visitando a sus muertos. El señor Leboeuf estaba a unos cien metros
de su mujer.
La señora Leboeuf se encontraba ocupada recogiendo algunas moras en los
matorrales que bordeaban el sendero, cuando su perra se puso a ladrar, luego
a aullar. La señora Leboeuf se dio vuelta y vio al animalito al borde de un
campo de maíz, frente a algo que ella confundió al comienzo con un
espantapájaros. Se acercó y vio que el espantapájaros era en realidad una
especie de pequeña escafandra de material plástico transparente de 1 metro a
un 1,10 metros de altura con una «cabeza» igualmente translúcida; luego
súbitamente descubrió que había «una cosa» dentro de la escafandra y que,
tras la transparencia bastante desvaída de la «cabeza», dos ojos la miraban: al
menos su sensación fue la de ojos, pero algo más gruesos que los ojos
humanos. Al mismo tiempo la escafandra comenzó a avanzar hacia ella en
una especie de progresión rápida y bamboleante. Hasta ese momento, la
señora Leboeuf sólo había experimentado un poco de sorpresa, pues no
pensaba estar viendo nada extraordinario. El movimiento rápido y
sorprendente de la pequeña escafandra plástica la espantó. Dio un grito de
terror y huyó hacia un matorral cercano, donde se escondió. Dándose vuelta
entonces, miró y ya no vio nada. La perra seguía aullando y todos los perros
del pueblo hacían lo mismo. Repentinamente, una especie de objeto grueso,
circular, metálico y bastante plano, surgió un poco más lejos, tras los árboles,
alejándose a ras del campo de maíz a una velocidad moderada, mientras se
escuchaba un ligero silbido. El objeto atravesó de ese modo el campo de
maíz, elevándose levemente, luego basculó súbitamente y partió hacia el
nordeste a una velocidad prodigiosa mientras tomaba altura.
Al escuchar los aullidos de la perra, el grito de terror de su mujer y el
extraño silbido, el señor Leboeuf acudió, al igual que las personas del
cementerio que afirman también haber escuchado todo eso. Los perros habían
cesado de aullar y pronto el pueblo entero estuvo en los lugares del incidente.
En el sitio del bosquecillo de donde salió el aparato presunto, se encontró una
huella circular de un diámetro de alrededor de 3,50 metros de arbustos y
zarzales aplastados. En el borde de esta huella había unos acacios. De uno de
ellos colgaba bajo el efecto de una presión ejercida de arriba hacia abajo una
rama de 8 centímetros de diámetro. A dos metros y medio del suelo, otra rama
de acacio, que se extendía sobre la huella circular, estaba completamente
deshojada. Por último, los primeros tallos de maíz con que tropezó el
supuesto aparato en el momento en que despegaba y desaparecía a través de
los campos, estaban tendidos en líneas radiales.
Encontraron a la señora Leboeuf literalmente enloquecida de emoción.
Tuvieron que llevarla a la cama, donde permaneció dos días con fuerte
temperatura. Un oficial de informaciones amigo mío me mostró más tarde el
informe de los gendarmes. Leí allí que el miedo había provocado en esta
pobre mujer trastornos calificados de estrictamente femeninos.
Último detalle: la perrita también permaneció durante tres días temblorosa
y asustada.
Lo que impresionó al público en la lectura de este relato, es este conjunto
de detalles perturbadores: impacto nervioso en el testigo y su perro (los
primeros periodistas y los investigadores pudieron comprobarlo con sus
propios ojos), las extrañas huellas y las afirmaciones de un gran número de
personas que escucharon todos los ruidos relatados por la señora Leboeuf.
A todo esto hay que agregar algo que a ninguno llamó la atención a causa
del error de fecha y también porque la observación de la garganta del Gato
fue, como ya lo hemos visto anteriormente, maravillosamente explicada: la
señora Leboeuf vio el objeto partir hacia el nordeste un poco después de las
4’30 p.m. Pues bien, la garganta del Gato se encuentra exactamente hacia el
nordeste de Chabeuil, a 110 kilómetros a vuelo de pájaro, y los testigos de
Bourget vieron el objeto llegar desde el sur a las 5’12 p.m. Para un aparato
interplanetario es un término medio deshonroso. Pero para un vuelo de
estorninos es más que suficiente.
Foussignargues (Gard). A la noche siguiente, hacia las 2’30 a.m., un
autobús que corría por la carretera departamental 130, en el departamento del
Gard, se detuvo en Foussignargues para dejar allí a la señora Julien y a su hijo
Andrés, que volvían de Vals-les-Bains. Luego volvió a partir en dirección a
Gagnières, a 3,50 kilómetros más al norte.
La señora y el señor Julien caminaban sobre la departamental 51 que lleva
a Bessèges, donde viven, a un kilómetro de allí, cuando divisaron en el cielo
un objeto luminoso de color rojizo rodeado de un halo más pálido que bajaba
del lado este hacia el suelo, disminuyendo de velocidad, y terminó por
desaparecer detrás de una colina.
En ese momento, el autobús se encontraba a unos cien metros al nordeste
de los dos testigos. Todos los viajeros divisaron también la extraña luz roja
que bajaba hacia el suelo.
Diez minutos más tarde, la señora Roche, domiciliada en el lugar llamado
Revêty, en las colinas por donde serpentea la D-51, salía a su terraza para
tomar el fresco. Su mirada fue de inmediato atraída por la luz roja que
difundía un objeto redondo, luminoso y en apariencia posado en el suelo, a
unos cien metros del lado del camino. «El objeto, precisó ella más tarde, me
hizo pensar en una especie de tomate luminoso. Cinco o seis tallos verticales
pequeños, de un grueso bastante considerable, salían de su centro, por
encima.»
Dudando de la realidad del espectáculo, la señora Roche miró un momento
el extraño aparato. Como nada se movía, terminó por despertar a su marido, el
señor Louis Roche, peón de camino en Bessèges. Éste salió y tuvo que
admitir que su mujer no soñaba. Los dos esposos permanecieron allí durante
20 minutos sin atreverse a ir a ver de qué se trataba. Luego, como hacía frío,
volvieron a acostarse. Pero el señor Roche, perplejo e inquieto, no recuperaba
el sueño. Hacia las 3’30 a.m. volvió a levantarse para estar completamente
seguro de lo que había visto: el objeto permanecía allí con su extraño color
rojo. ¿Iría a verlo? Por fin el temor superó la curiosidad y volvió a entrar en
su casa, ansioso de que amaneciera pronto. Al alba, volvió a salir. No había
nada. Fue a inspeccionar el lugar y no notó nada de particular.
Es curioso que los tres grupos de testigos —el señor y la señora de Julien
en la D-51, el señor y la señora Roche en Revêty, los viajeros del autobús que
regresaba a Gagnières— hicieron sus declaraciones por separado durante los
días que siguieron, y nada fue publicado en la prensa antes del 2 de octubre.
Como caso aislado, el caso de Foussignargues se presenta con serias
presunciones de veracidad. Pero todo lo que hemos estudiado a propósito de
las alineaciones, nos impide considerarlo aisladamente, pues, ya lo hemos
dicho hace un momento, las tres observaciones de Challes-les-Eaux, Chabeuil
y Foussignargues, están alineadas, y alineadas de tal forma que debemos
reflexionar sobre ellas.
Chabeuil - garganta del Gato - Foussignargues. No tenemos por qué
extrañarnos que la sucesión cronológica no corresponda a una trayectoria
continuada, pues la primera de las tres observaciones es la del medio.
Efectivamente, hemos visto ya, que eso no disminuye en nada la significación
de la línea recta.
Lo que es curioso y merece indudablemente destacarse, es que si se tira
una recta entre los dos puntos de «aterrizaje», esta recta no pasa sobre los
testigos de la garganta del Gato, sino muy por encima de la zona Croix-du-
Nivolet-Challes-les-Eaux, donde creyeron ver evolucionar el aparato. En este
caso particular, comprobamos que no son ni los alucinados ni los
mixtificadores los que se alinean, sino los puntos reales donde situaron sus
alucinaciones o sus mentiras. ¿Debemos entonces concluir de esto que las
alineaciones no son un fenómeno psicológico y que los tres grupos de testigos
vieron realmente lo que vieron? Guardémonos bien de una conclusión tan
insensata, pues hay —a Dios gracias— una manera más ortodoxa de terminar
con el asunto: los puntos de observación no se alinean; luego, no hay
alineación; luego, todas esas cosas son pamplinas, y los aficionados a los
Discos Voladores, soñadores peligrosos que hay que encerrar lo antes posible
en un manicomio.
Lunes, 27 de setiembre. Para ser precisos, las observaciones de la zona de
Foussignargues deberían haber sido fechadas el 27 de setiembre, ya que se
produjeron después de la medianoche.
Ese día que se iniciaba tan bien y tan de madrugada, continuó en forma
espectacular. En efecto, el lunes 27 se sucedieron una serie de observaciones
que se señalan a la vez por el número de testigos y por su carácter
sensacional.
Visitas sobre Paris. El primer conjunto de testimonios cubren la zona
parisina.
1.º La Varenne, 5’57 p.m. Cito una carta:
«Eran exactamente las 5’57 p.m. —relata el señor Lemarié, domiciliado en
el bulevar de Champigny 111, en La Varenne—, cuando distinguí a través de
la ventana de nuestro departamento, situado en el segundo piso desde donde
se tiene una amplia visibilidad sobre los alrededores, una extensa mancha de
una luz intensa y movediza. Se lo participé a mi mujer, que también lo vio, y
tomó mis gemelos para examinarla mejor.
»El objeto pareció al comienzo inmóvil. Pero después de algunos segundos
se puso en marcha horizontalmente y desapareció hacia el sudoeste a gran
velocidad. El fenómeno duró alrededor de un minuto.»
2.º París, barrios vecinos a Montmartre y a las Buttes Chaumont, a las 10
p.m. Nuevas cartas:
«Hacia las 10 de la noche —cuenta el señor Ilias, domiciliado en la calle
David d’Angers, núm. 18— daba un pequeño paseo con mi mujer, cuando
divisamos en el cielo un aparato luminoso parecido a un disco iluminado de
neón, que llegaba desde el este a gran velocidad. Cuando llegó sobre las
Buttes Chaumont, se detuvo súbitamente durante cinco o seis segundos; luego
volvió a partir hacia el norte.»
Otro testigo, el señor Thibault, domiciliado en la avenida Secrétan, 78,
confirma el punto esencial del relato precedente: la misma hora, el mismo
disco luminoso, llegada rápida, detención de algunos segundos sobre las
Buttes Chaumont, partida a gran velocidad. Pero el señor Thibault no indica
exactamente la misma dirección de partida: noroeste en lugar de norte.
Y el último testigo del mismo fenómeno, el señor Georges Chappuis,
domiciliado en la calle Jouffroy, núm. 36:
«El objeto —dijo— llegó desde el este. Se detuvo un instante corto sobre
el Sacré-Coeur; luego volvió a partir a toda velocidad en la dirección nor-
noroeste.»
Notemos que el señor Chappuis ve el objeto detenerse sobre el Sacré-
Coeur y no sobre las Buttes Chaumont. Pero vive en la calle Jouffroy, en el
XVII distrito; la Butte Montmartre le oculta entonces las Buttes Chaumont, de
tal modo que se confunden en una misma perspectiva. En cuanto a la
dirección de la partida, vemos que el señor Chappuis parece poner de acuerdo
a los otros dos testigos.
El interés de estos tres testimonios es que están repartidos sobre una
distancia de más de 5 kilómetros a través de la gran ciudad. Si damos una
ojeada al mapa de París comprobamos que la forma circular y plana pudo ser
bien observada; luego, esa descripción tiene valor en boca de los testigos.
La última observación sobre la región parisina tuvo lugar esa misma
noche, tres cuartos de hora después. Hay testigos bastante numerosos, uno de
los cuales es un gendarme de Bagnolet. El objeto pasó en el cenit y el
gendarme afirma haber visto muy nítidamente un disco plano, blanco-
verduzco, rodeado de un halo naranja. Esta observación, la última del día
sobre la región parisina, es la última para el conjunto de Europa Occidental,
excepto otra de la cual hablaré en último lugar. Veamos ahora las otras que se
agrupan, naturalmente, en cinco regiones.
Froncles, 1’15 p.m. Froncles es un pueblo del departamento de la Haute-
Marne, a 215 kilómetros al este-sudeste de París en línea recta.
Hacia la 1’15 p.m., la señora Kapps, domiciliada en la calle de la Usine,
seguía con sus ojos las evoluciones de tres aviones, cuando divisó tras ellos,
hacia el norte, un cuerpo brillante que reflejaba manifiestamente la luz del sol:
era amarillo del lado oeste y azul del lado este. Tomando sus gemelos, la
señora Kapps los dirigió hacia esa mancha y vio un objeto bastante plano, el
cual, inmóvil al comienzo, se dirigió de súbito hacia el noroeste, se detuvo
dos minutos, luego volvió a partir bruscamente y repitió cinco veces esta
maniobra antes de desaparecer hacia el noroeste.
Se ve que se trata de una observación «mala»: no hay sino dos testigos, la
señora Kapps y luego su marido. Pero, ¿cuándo una observación es «buena»?
Cuando hay pruebas y es inexplicable. Pues bien, la de Froncles, mediocre en
sí misma, adquiere valor con otras observaciones.
Región de Perpignan, algunas horas más tarde. Los testimonios en la tarde
son numerosos y se reparten en un círculo de alrededor de 20 kilómetros de
diámetro, desde el mar hasta más allá de Perpignan.
—En Canet Plage se divisa un disco que se desplaza al comienzo en forma
fantástica, describe pequeños círculos con súbitas detenciones, luego acelera y
desaparece rápidamente hacia el sur-sudeste.
—En los suburbios de Perpignan, en Breusy, unos vendimiadores divisan
un objeto circular que llega rápidamente y se hunde en seguida entre las
nubes, donde desaparece.
—Un poco más lejos, hacia el sur, siete obreros de una fábrica describen
un objeto parecido, que desaparece a gran velocidad del lado de España.
—Sobre el camino de Lassus (suburbio de Perpignan) hacia la misma hora,
un mozalbete que iba al Liceo vuelve a su casa temblando de miedo: dice
haber visto un objeto redondo posarse en el suelo, dos pequeños seres salir de
él, volver a entrar después de algunos segundos y elevarse. ¿Se trata de un
holgazán mentiroso? Como parece estar presa de una conmoción, llaman a un
médico que diagnostica una crisis nerviosa.
Eso es todo en la región de Perpignan.
Lanta (Haute-Garonne), 8 p.m. Lanta está situado a 18 kilómetros de
Toulouse. Hay tres testigos, de los cuales uno es el profesor Gadra: ven un
disco luminoso de color rojizo que atraviesa el cielo a bastante velocidad y
desaparece en cuarenta segundos hacia el sur.
Región de Valence (Drôme y Ardèche), 9’15 p.m. - 10’45 p.m. Aquí, al
igual que en Perpignan, los testigos son numerosos y bastante dispersos.
Observemos que se trata de la región donde la señora Leboeuf y su perro
vieron en la víspera «el espantapájaros» de celofán y que nadie en los
alrededores ni fuera de allí, está todavía al corriente del encuentro de
Chabeuil, encuentro mencionado por primera vez en los diarios el 30 de
setiembre.
1.º En Sauzet, pequeño pueblo al norte de Montelimar, tres testigos vieron
dos objetos luminosos que atravesaron el cielo hacia el oeste y desaparecieron
hacia el sur. Son las 9’40 p.m.
2.º Lemps, 10’15 p.m. - 11 p.m. Lemps es un pequeño pueblo situado a 24
kilómetros a vuelo de pájaro al nor-noroeste de Valence, no lejos de Tournon.
Hacia las 10’15 p.m. el señor Joseph Habrat, chacarero del barrio de
Perret, comuna de Lemps, estaba en su corral, cuando al levantar los ojos al
cielo divisó del lado de Valence una mancha luminosa verde e inmóvil.
Intrigado por esta luz, la miró fijamente un instante y grande fue su sorpresa
cuando vio de súbito que abandonaba su inmovilidad y realizaba a gran
velocidad una serie de movimientos en zigzag, recorriendo en esa forma una
línea quebrada para luego volver a la inmovilidad. En el intertanto, el señor
Habrat llamó a su hija Ivette, la cual también fue testigo del fenómeno. Los
dos vieron desaparecer el objeto hacia el nordeste.
Un momento más tarde, un objeto que los dos testigos describen como una
cortina de humo luminosa y alargada, llegó a su vez y se acercó a una
distancia que calcularon en 300 metros. Les pareció entonces escuchar una
especie de zumbido. Sin detenerse, «la cortina luminosa» cambió de rumbo y
desapareció a su vez en la misma dirección que la precedente, es decir, hacia
el nordeste. Fascinados, los dos testigos siguieron escrutando el cielo. Hacia
las 11 p.m. vieron llegar desde distintos puntos del cielo una docena de
objetos luminosos que se reunieron en el sudeste, de lado de Romand, y
huyeron en seguida hacia el nordeste, cruzándose y adelantándose entre ellos
incesantemente. Apenas habían desaparecido, cuando otros tres puntos
luminosos se reunieron del lado de Larnage, hacia el este, y tomaron la misma
dirección que los precedentes.
El señor Habrat siguió mirando largo rato el cielo, pero en vano: el
extraordinario tiovivo había terminado.
Es inútil, pienso, sugerir al lector una relación que se impone por sí misma:
esa «cortina de humo luminosa», corresponde a la descripción del gran
cigarro de las nubes, señalado ya en Vernon, Saint-Prouant, Ponthierry, Dôle,
etc.
Un espectáculo tan alucinante no tiene sino una sola explicación:
alucinación.
Sólo que si hubo alucinación, ella fue colectiva: efectivamente, la escena
descrita por el señor Habrat y su hija fue observada igualmente en Valence, 20
ó 25 kilómetros más hacia el sur.
3.º Valence. A la misma hora que el señor Habrat, el señor Hénard,
empleado de correos, se encontraba frente a su domicilio en el barrio del Plan,
cuando vio en el cielo, a gran altura, ocho a diez objetos luminosos
evolucionando en forma complicada al alejarse: el señor Hénard avisó a su
familia, y todos pudieron ver que los aparatos se dirigían a gran velocidad por
el cielo nocturno y desaparecían hacia el nordeste.
Como lo hemos comprobado ya, las observaciones en el aire de Perpignan
se despliegan en una región de una anchura aproximada de 20 kilómetros.
Pero hay una, en el suelo, cuya precisión es absoluta: es la del camino de
Lassus, a la entrada misma de la ciudad, donde un muchacho pretende haber
visto un objeto posado en el suelo. Por otro lado, los testigos de Lemps
tuvieron la sensación de que se encontraba muy cerca cuando divisaron el
gran cigarro de nubes. Perpignan y Lemps son, pues, dos señales bastante
precisas.
Si unimos estos dos puntos con una línea recta, comprobamos que pasa
por Foussignargues, donde, según recordamos, un aterrizaje fue señalado a
las 3 de la mañana. Podemos, pues, si lo deseamos, proceder en otra forma y
de modo más preciso: unamos los dos puntos de aterrizaje conocidos,
Perpignan y Foussignargues. Obtenemos una recta orientada hacia el nordeste
y sobre la cual, estando Perpignan en el kilómetro 0, se encuentra el aterrizaje
de Foussignargues en el kilómetro 202; luego, Lemps en el kilómetro 307.
Dejemos de lado, por un momento, esta primera alineación y fijemos
nuestra mirada sobre un pueblecito, en el Jura, Prémanon, donde se desarrolla
en la tarde del 27 de setiembre la historia más fascinante de todo el otoño de
1954.
Prémanon o la inocencia. Hay algo de misteriosamente enternecedor en el
asunto de Prémanon: los únicos testigos son niños muy pequeños. Vivieron su
aventura como si estuvieran jugando hasta el momento en que, al volverse
incomprensible el juego, la curiosidad cedió el lugar al espanto. Pero entonces
no lloraron, no dijeron nada a sus padres: como eran cerca de las 9 p.m.
fueron a acostarse, mudos y pensativos. Igual silencio al día siguiente. Fue la
joven institutriz de ellos, la señora Génillon, la que, adivinando en su actitud
y cuchicheos algo extraño, hizo hablar al mayor, Raymond Romand, de doce
años.
«Ocurrió lo siguiente —terminó por confesar—: ayer en la tarde, vimos
fantasmas.»
Y lo contó todo: él, su hermano Claude (cuatro años) y sus hermanas,
Janine (nueve años) y Ghislaine (ocho años), habían visto la víspera, en la
puerta del henil donde jugaban, dos «fantasmas de hojalata», y en el prado, a
150 metros, una bola gruesa de fuego que se bamboleaba suavemente. Los
fantasmas se parecían a un «pedazo de azúcar hendido por abajo y con
piernas».
La señora Génillon escuchó todo esto con estupor e interrogó a los otros
tres niños. Cada cual a su modo, y uno después de otro, hicieron el mismo
relato confirmando los mismos detalles, explicando lo que habían visto con
otras imágenes tan cándidas como el pedazo de azúcar. El relato, aunque
increíble, era de una coherencia absoluta. La señora Génillon llegó hasta
hacer dibujar en el pizarrón «el pedazo de azúcar». Conocía a sus niños. Se
convenció pronto que lo que habían visto los niños era verídico. Avisó a los
gendarmes de las Rousses, pueblo donde se encuentra la gendarmería más
próxima, la que a su vez avisó a su jefe jerárquico, el capitán Brustel, de
Saint-Claude, la más próxima de las subprefecturas. Éstos llegaron el
miércoles, en la mañana del 29 de setiembre, alrededor de 36 horas después
del incidente, y comenzaron de inmediato la pesquisa bajo el mando del
capitán.
La pesquisa. Procedieron, antes que nada, al interrogatorio, por separado,
de los niños (cuatro, ocho, nueve y doce años, no lo olvidemos). El relato se
mantuvo. Ninguna contradicción, y en cambio un acento de sinceridad del
cual dieron igual testimonio los gendarmes, la institutriz, el cura y más tarde
los periodistas. Reconstituyeron entonces la escena con el mismo resultado.
Hela aquí, tal como se desprende de los informes redactados por los
investigadores.
Eran alrededor de las 8’30 p.m. Los cuatro niños jugaban en la granja,
mientras afuera, en la noche oscura, una lluvia fría y tupida caía sobre los
prados y el bosque cercano. La finca Romand está aislada en la montaña a
más de mil metros de altura.
Súbitamente, el perro comenzó a ladrar afuera. Raymond, el mayor, salió
frente a la puerta y se encontró casi sobre un objeto con la forma de un
rectángulo vertical —un pedazo de azúcar— hendido en la base y que
reflejaba, bajo la lluvia, la luz de la puerta. El niño mira, estupefacto pero sin
impresionarse, recoge algunas piedrecillas que tira hacia la cosa. Rebotan con
un ruido de hojalata. El niño toma su pistolita de juguete y lanza una plumilla
con punta de goma. El mismo resultado. Se acerca entonces para tocarla, pero
antes de poder hacerlo es lanzado al suelo como por una presión invisible y
glacial. Raymond comprende repentinamente que no se juega con «eso», se
levanta, retrocede hacia la granja, espantado.
Alerta por el grito de sorpresa y de miedo que ha dado al caer, Janine
(nueve años) acude, da una ojeada hacia afuera y ve ella también la «cosa»,
que se desplaza bamboleándose.
Retrocede a su vez hacia los otros niños. Se quedan allí un momento,
desconcertados, vuelven hacia la puerta, no ven nada más, y huyen hacia la
casa.
Mientras corren, Claude, el más chico, exclama de súbito:
«—¡Oh! Janine, ¡mira!»
Y muestra a su hermana una gran bola luminosa roja que oscila
suavemente a 150 metros de allí en el prado de la chacra, que corre en talud.
Se detienen todos, miran un momento, luego vuelven a emprender la carrera y
llegan hasta la casa.
Pronto serán las 9 p.m. Los cuatro niños se acuestan sin decir una palabra a
sus padres, y esto asombró a los periodistas (pero no a los gendarmes ni a la
institutriz, que pertenecen a la zona). Si se me permite —yo, que también fui
un pequeño campesino en una finca en la montaña— dar mi opinión, diré que
mis hermanos y yo, posiblemente habríamos hecho lo mismo.
La bola roja. «—Pero, ¿esa bola roja —preguntaron los gendarmes—,
dónde la vieron?
»—Allá en el prado —dijeron ellos»
Los cuatro niños llevaron a los investigadores hasta el lugar. Había llovido
casi sin parar desde la antevíspera. Sin embargo, los gendarmes encontraron
huellas irrecusables y asombrosas: en el lugar indicado y sobre una superficie
circular de alrededor de 4 metros de diámetro, el pasto estaba tendido en el
sentido opuesto a las agujas de un reloj. No estaba ni aplastado ni arrancado,
sino simplemente aplanado, congelado como la imagen inmóvil de un
torbellino. Algunos cólquicos otoñales parecían pasados por un cedazo. El
borde del círculo era muy nítido. En la superficie del círculo, cuatro hoyos
dispuestos en cuadrados marcaban el hundimiento de las esquinas triangulares
de 10 centímetros de sección y con una inclinación de 45° hacia el centro.
Al lado del círculo, un mástil plantado en el verano anterior por los niños
de una colonia de vacaciones, veíase rasguñado en 15 centímetros y su
corteza arrancada a una altura de 1,50 metros. Un especialista forestal,
después de examinar esos rasguños, declaró que realmente habían sido hechos
la víspera o antevíspera. A los pies del mástil, los investigadores encontraron
dos huellas semejantes a los cuatro hoyos triangulares del círculo, pero
alargadas, como si se tratara de patinadas. Todas esas huellas daban la idea de
un aparato que en el momento de aterrizar hubiese chocado con el mástil y
arrancado un poco de terreno del prado antes de inmovilizarse un poco más
lejos.
Charles Garreau que se dirigió a Prémanon una semana después del
incidente, vio todavía con toda nitidez todas esas huellas a pesar de la lluvia
persistente y de los curiosos. Preguntó la opinión de los habitantes del pueblo
sobre este extraño asunto. Los jurasianos son gente desconfiada y taciturna.
La opinión, sin embargo, fue que algo se había posado allí. Pero, ¿qué? Y que
los niños no habían mentido. Cuatro niños de cuatro a doce años, ¿pueden
sostener tanto tiempo las artimañas en un interrogatorio? El capitán Brustel,
los gendarmes, la institutriz, el cura, los padres, pensaron que no mentían. Y
además había huellas imposibles de haber sido copiadas y demasiado
abstractas para una imaginación infantil.
Por fin, los investigadores dejaron en claro que ninguno de los niños pensó
al principio en Discos Voladores. Habían visto «fantasmas» y fueron las
personas grandes las que, después del relato hecho en la escuela, pensaron por
primera vez en un Disco Volador. Aún más: los investigadores adquirieron la
certidumbre de que sólo el mayor había oído hablar de Discos, aunque esta
expresión no señalara nada preciso para él.
Tal es el asunto de Prémanon, desde luego el más poético de toda la
historia de los Discos Voladores. Si algún día se hace un museo de la
inocencia, habrá que reservar un lugar enternecedor, así lo espero, a la
pequeña pistola de flechas del pequeño Raymond Romand.
Una conclusión asombrosa. Creí por mucho tiempo que la jornada del 27
de diciembre terminaba en Prémanon. Habría englobado de ese modo una
alineación con tres observaciones: Perpignan, Foussignargues (situada
también sobre una alineación de la víspera) y Lemps-Valence, más los cuatro
grupos desviados de París, Froncles, Prémanon y Lanta. Pero un día caí sobre
un informe mal clasificado y que se refería a una observación hecha durante
la noche del 27 al 28 de setiembre. Y era una observación importante, ya que
se trataba del gran cigarro vertical acompañado de sus pequeños satélites. El
hecho se desarrolló en Rixheim, en el Alto-Rin, en Alsacia. Busqué el pueblo
en el diccionario de comunas, lo punteé sobre el mapa y contemplé con
estupor este punto insignificante: ¡no sólo se encontraba sobre la recta que
unía París con Froncles, si se unía también Rixheim con Prémanon, la recta
obtenida de ese modo, prolongada hacia el sudeste, llegaba con toda exactitud
al kilómetro 355 en Lemps, donde se observó el gran cigarro! En esa forma,
en dos articulaciones de la línea quebrada formada por las tres alineaciones de
ese día, se vio aparecer el eterno cigarro grande, uniformemente señalado en
los centros de dispersión o de reunión, con su cortejo de pequeños satélites.
¡Qué confirmación más extraordinaria, a la vez, de la ortotenia* y de la
verdadera naturaleza del fenómeno que hemos llamado el gran cigarro!
Relatemos los detalles de esta última observación. Son sencillos: dos personas
de Rixheim, al divisar en el cielo una extraña mancha luminosa alargada e
inmóvil, fueron a buscar los gemelos y la estudiaron a gusto. Distinguieron
«un largo aparato en forma de cigarro alrededor del cual navegaban en todo
sentido una docena de puntos luminosos mucho más chicos». Un obrero que
estaba de turno en la estación, hizo por separado el mismo relato y la misma
descripción.
Eso es todo*.
Las observaciones del 27 de setiembre y la ortotenia. Las observaciones de
ese día son muy notables y muy significativas. Las alineaciones son
absolutamente precisas sobre el mapa a la escala millonésima, salvo en la
región de Valence. En efecto, en Valence y del lado de Romans y de Larnage,
se observaron a gran altura los pequeños satélites del gran cigarro, y éste
también fue observado, desde muy cerca, en Lemps. En Lemps precisamente
se cortan las rectas Perpignan-Foussignargues y Rixheim-Prémanon.
En Sauzet, punto aislado, los testigos sitúan su observación hacia el oeste,
del lado de la línea.
Foussignargues, por fin, se presenta como un curioso caso particular,
interesante de destacar: en efecto, ese punto se encuentra entre las dos
alineaciones del 26 y 27 de setiembre.
Retorno a Froncles. El 28 de setiembre, numerosos testigos observan
todavía objetos no identificados, pero están repartidos sobre un pequeño
número de lugares de observación; son cinco según mis conocimientos:
Redon, en Bretaña; un perímetro bastante amplio en las Dos-Sèvres, más al
sur; Sens, al sudeste de París; Froncles, «visitada» ya la víspera; y, por fin,
Montpellier. Estos cinco lugares de observación se escalonan sobre dos
alineaciones que concuerdan en Redon.
Redon-Deux-Sèvres-Montpellier. No tomo en cuenta esta alineación en
razón de la dispersión de los testigos sobre un área demasiado vasta entre las
Dos-Sèvres, lo que elimina todo carácter probatorio a la línea recta.
Redon-Sens-Froncles. Esa observación es muy interesante, pues Redon y
Sens constituyen dos aterrizajes; luego son dos observaciones en el suelo de
una precisión absoluta. Sí se unen estos dos puntos exactamente conocidos
por una línea recta, se comprueba que pasa a 540 kilómetros después de
Redon, alrededor de 4 kilómetros al noroeste de Froncles. Pues bien, esto es
lo que se observó en esa localidad de la Haute-Marne.
Una noche oscura como boca de lobo envolvía la región en esa tarde del 28
de setiembre. El cielo estaba enteramente cubierto de gruesas nubes.
A las 9’30 p.m., la señorita Georgette Mongot, domiciliada en la plaza de
la Fontaine, salió hasta el umbral de su puerta y notó de inmediato un mancha
bastante ancha, luminosa sobre la colina Momont, al noroeste de la zona.
Muy intrigada, la señorita Mongot miró un momento esa mancha.
Estupefacta, vio que pasaba del rojo al verde, conservaba un momento ese
color, luego volvía al rojo, sin cambiar de lugar y en un silencio total. Al cabo
de cinco minutos, cuando ya el cambio de color se había producido varias
veces, la mancha comenzó a descender lentamente. Queriendo que alguien
confirmara su visión antes que ésta desapareciera, la señorita Mongot se
precipitó donde sus vecinos, el señor y la señora Alexis Lartillot. Los tres
testigos vieron juntos descender lentamente la mancha y, por fin, desaparecer,
tapada por los árboles próximos. Un instante después de su desaparición, la
mancha, según los testigos, debió aumentar fuertemente de luminosidad, ya
que una poderosa luz, surgiendo del supuesto campo de aterrizaje, iluminó
largamente la base de las nubes. Luego todo se borró*.
¿Estos testigos estaban alucinados? ¿Interpretaron mal algún fenómeno
natural? Éstas fueron las preguntas que entonces debieron plantearse, sin tener
la menor posibilidad de obtener una respuesta que ponga a todo el mundo de
acuerdo. Dejemos entonces de lado esta estéril búsqueda y veamos las otras
dos observaciones que se alinean.
Sens-Saint-Savinien. El tiempo era igualmente nublado en la región de
Sens, esa tarde. A las 8’30 p.m. M. M… y la señora C…, domiciliados en la
calle de las Oublettes, en Sens, vieron un aparato luminoso descender en
forma vertical hasta una altura calculada en unos cien metros: luego siguió
una línea paralela a la tierra hasta el paso a nivel de Saint-Savinien, y
desapareció aparentemente sobre el suelo. Tiempo de la observación:
alrededor de un minuto. Silencio completo. Sentido del desplazamiento:
oeste-este.
Otros dos grupos de testigos de la misma región confirmaron en todos sus
puntos las declaraciones hechas por los testigos de Sens.
—En Vandeurs, a 30 kilómetros al este-sudeste de Sens y a algunos
kilómetros al sur de la línea Redon-Froncles, dos testigos vieron hacia las
8’30 p.m. un objeto brillante que atravesaba el cielo hacia el norte en
dirección oeste-este.
—En Pont-sur-Yonne, a 10 kilómetros al noroeste de Sens, algunos
kilómetros al norte de la línea, a la misma hora, los empleados de la estación
de ferrocarril ven algo muy parecido.
Redon-Saint-Nicolás. Este caso es uno de los más espectaculares de la
época. Al atardecer, a una hora de la noche que me ha sido imposible precisar,
una locomotora corría sobre la vía férrea que va de Nantes a Vannes. Dos
hombres van en ella: los señores Gérard, mecánico, y Paroux, conductor.
Cuando la máquina, que iba a poca velocidad, llegaba al sitio llamado «La
Butte du Rouge» en Saint-Nicolás-de-Redon, el señor Paroux exclamó de
súbito:
—¡Mira ahí! ¿Qué es eso?
En el pantano cercano, a ras de suelo, «un aparato alargado o más bien
circular y plano» volaba rápidamente y se elevaba. Era luminoso, de un rojo
oscuro tirando a violeta, y corría recto hacia la locomotora. Pronto la alcanzó
y durante unos diez segundos la sobrevoló a pocos metros, siguiéndola.
Después aceleró y desapareció hacia el oeste a una velocidad vertiginosa y
durante algunos segundos más las nubes fueron iluminadas con un color
violeta. Luego, nuevamente, las tinieblas.
El conductor, enloquecido, doblegado por el miedo, temblaba como un
azogado. El señor Gérard tuvo que reemplazarlo hasta la llegada y conducirlo
a su casa, donde estuvo varios días presa de una crisis nerviosa y con fiebre.
Un examen de las tres observaciones que acabo de relatar, muestra que
pudo tratarse del mismo fenómeno de Sens y Froncles. En Sens (y en los
alrededores de Sens, en Pont-sur-Yonne y en Vaudeurs) se comprobó
efectivamente un desplazamiento a las 8’30 p.m. hacia el este. Pues bien,
Froncles está al este de Sens, y una hora más tarde, a las 9’30 p.m., el primer
testigo da la alerta. En cambio, en Redon-Saint-Nicolás, el movimiento se
desarrolla en sentido opuesto. Hay en realidad alineación, pero no hay
trayectoria.
La existencia de la otra alineación (Redon-Montpellier) sugiere que ese día
Redon pudo ser un centro de dispersión. Sólo se trata de una suposición y con
mayor razón cuando no se puede comprobar la certidumbre de la segunda
alineación a pesar de su apariencia eminentemente probable.
La primera alineación, en cambio, es todo lo perfecta que se puede desear;
la línea Butte du Rouge-Sens pasa al noroeste de Froncles, justo tras esa
colina Momont sobre la cual los testigos sitúan su visión. Si a eso llaman azar,
que los militares entonces dejen de quebrarse la cabeza para conseguir los
medios de teleguiar sus cohetes —problema que hasta ahora no ha tenido una
solución satisfactoria; como sabemos—: que lo confíen al ciego dios azar, y
tendrán por fin el arma más formidable.
29 de setiembre: Una sombría historia de saqueo interplanetario. Para
relatar detalladamente todas las observaciones de este período, que confirman
la curiosa costumbre que tienen ciertos fenómenos de mostrarse a lo largo de
líneas rectas, se necesitarían varios libros. La expondremos entonces
rápidamente.
Diez grupos de observaciones hechas el 29 de setiembre llegaron a mi
conocimiento. Nueve de entre ellos se reparten a lo largo de líneas rectas. Son
los siguientes grupos:
1.º Zona parisina (donde los testimonios claros se cuentan por docenas)-
Rebais (al este-sudeste de París, en Seine-et-Marne)-Wassy (Haute-Marne).
La alineación se produce a lo largo de 200 kilómetros y tiene muy poca
inclinación sobre el paralelo. Los testigos de los extremos atribuyen al objeto
un movimiento este-oeste (París) y oeste-este (Wassy), lo que confirma la
orientación de la línea, pero parece excluir la trayectoria simple*.
2.º Rebais-Langeron (Nièvre)-Cabestany (cerca de Perpignan)*. Esta
alineación tiene 686 kilómetros de largo.
3.º Montagney (Doubs)-Rigney (Doubs)-Painblanc (Cote-d’Or)-Langeron-
Bouzais. Esta alineación de 305 kilómetros de largo merece ser estudiada un
poco más de cerca.
Hacia las 8 p.m. un habitante de Montagney, pequeño pueblo a 32
kilómetros a vuelo de pájaro hacia el nordeste de Besançon, en el
departamento de Doubs, volvía de Rougemont, algunos kilómetros hacia el
este, cuando tuvo la sorpresa de ver que la noche se encendía de súbito. Al
levantar los ojos, divisó en el cielo, trasladándose desde el este al oeste, a una
velocidad moderada, un enorme objeto luminoso del grosor de la luna llena.
Dio aviso a los otros habitantes del pueblo, los cuales salieron y vieron el
objeto celeste alejarse bajo las nubes hacia el oeste y desaparecer en el
horizonte.
En el mismo momento, el señor Gazon, profesor en Besançon, viajaba en
auto por la nacional 486 para volver a su casa en Filain en la Haute-Saône.
Acababa de pasar Rigney a 15 kilómetros al sudoeste de Montagney, cuando
vio surgir a su izquierda, es decir, en el lado norte, un objeto de forma
oblonga que se deslizaba horizontalmente hacia el oeste y esparcía una luz
blanco-verduzca. Lo miró un momento; luego se detuvo, y bajó; pero el
objeto desapareció rápidamente. Había detenido el motor, y constató que no
se escuchaba ningún ruido.
«Algunos kilómetros antes de divisar al objeto mismo, dijo el preceptor,
noté en el cielo extrañas luminosidades fugitivas»*.
Mientras el señor Gazon escrutaba el cielo, donde acababa de desvanecerse
la extraña aparición, el señor X…, obrero mecánico, iba en moto por la
nacional 470, desde Beaune. En el momento de llegar a Painblanc 120
kilómetros al oeste-sudoeste de Rigney, vio crecer en el cielo un amplio
cuerpo luminoso de color blanco-verduzco, el cual pasó sobre él y se alejó
rápidamente. En el momento de su mayor cercanía, el testigo comprobó que
el objeto estaba animado de una especie de movimiento giratorio*.
Nadie nos impide suponer que las tres primeras observaciones de esa
alineación se refieren al mismo objeto. En ese caso, se trataría del gran
cigarro de las nubes que ya hemos encontrado tantas veces. Sea lo que fuere,
si unimos Painblanc a Montagney, la línea pasa alrededor de cinco kilómetros
al norte de Rigney, lo cual corresponde completamente a las declaraciones del
preceptor.
Pero sigamos la línea en el otro sentido, hacia el oeste. Ciento veinte
kilómetros después de Painblanc, pasa a dos kilómetros al norte de Langeron,
siempre en la Nièvre, donde esa misma tarde se registra una observación.
El testigo es el señor Raymond Deloire, veinte años, hijo del guardabosque
de Langeron. Corría en bicicleta al caer la noche sobre la nacional 151 bis,
desde Saint-Pierre-le-Moutier, cuando divisó, frente a él, en el cielo, llegando
desde el oeste, un objeto en forma hemisférica, luminoso, de color naranja,
que se deslizaba horizontalmente en silencio. El joven lo siguió con los ojos,
y lo vio desaparecer en el horizonte hacia el nordeste*.
Si se observa la orientación del camino, comprobamos que el objeto pasó
al norte de Langeron, esto es, en dirección a la línea, y que el objeto
desapareció precisamente a lo largo de esa línea, pero en sentido inverso a los
movimientos señalados por los testigos anteriores. Luego no se trata del
mismo objeto. Precisamente la descripción es distinta. Corresponde a la
clásica descripción del pequeño objeto.
Cincuenta kilómetros más hacia el oeste-sudoeste, manteniéndonos en la
línea, caemos, con toda exactitud en Bouzais, en el Cher, punto extremo de
esta línea de trescientos diez kilómetros. La observación de Bouzais está
rigurosamente sobre esta alineación del 29 de setiembre. Sin embargo, data de
la víspera. Hemos visto que era prácticamente imposible atribuir al azar ese
caso particular. He aquí, pues, el relato del testigo, señor Mercier, viñatero de
Bouzais:
«Me había dirigido, después del almuerzo, a coger uvas de mi viña que
está situada en el Grand-Tertre. Al descubrir que los ladrones habían
saqueado mis uvas, me quedé allí la noche siguiente con la esperanza de
sorprenderlos.
»Hacia las 10’30 p.m. cuando me aprontaba a partir, vi una especie de
masa luminosa literalmente caer del cielo, a unos cincuenta metros de donde
me encontraba. Apenas me di cuenta de que estaba paralizado y que no podía
realizar ningún movimiento, una cosa se agitó cerca del objeto luminoso.
Eran tres “hombres”. Tuve la sensación de que perdía el conocimiento, y
cuando lo recobré ya no había nada. Huí entonces, loco de terror».
Como buen viñatero, el señor Mercier corrió directamente hacia el café
más próximo para reconfortarse un poco. Lo vieron entrar pálido y
tembloroso; le hicieron preguntas; y de ese modo todo se supo
inmediatamente*.
¿Sufría de alucinación? ¿Habían saqueado los marcianos su viña?
Responda el que quiera hacerlo. Mi opinión es que la pregunta no es ésa. Es la
siguiente: ¿qué significa la alineación de esta increíble historia junto con la
alineación de otras cuatro historias igualmente increíbles?
Geometría y fantasía. Pero se nos impone otra pregunta cuando se estudian
las alineaciones: ¿por qué todas las observaciones no están siempre alineadas?
Como lo hemos visto en estos últimos días, la mayor parte de los testimonios
se ordena, por cierto, dócilmente en líneas ortoténicas que saltan, por decirlo
así, a los ojos desde la primera ojeada cuando se puntean sobre un mapa los
lugares de origen señalados. Pero siempre nos molesta algún caso rebelde,
imposible de calificar. Ese miércoles 29 queda uno en Landéda-L’Aber-
Wra’ch, en el Finistère (Bretaña)*. Se trata, sin embargo, de una excelente
observación: el objeto fue divisado sobre un vasto perímetro que comprendía
varios pueblos, y la descripción concordante no corresponde a nada conocido.
¿Entonces?
Imaginemos varias respuestas a esta pregunta:
1.ª Insuficiencia de la ortotenia. Puede haber varios modos de dispersión,
de los cuales la ortotenia sólo sería un caso particular. Supongamos que un
salvaje que no tenga la menor idea ni de la recta, ni del círculo, ni de ninguna
noción geométrica, visita por primera vez una ciudad moderna. La
disposición regular de las calles y la verticalidad de los muros pueden, al
comienzo, revelarle la línea recta, y verá sólo un bello desorden donde hay
pequeñas cúpulas, plazas circulares, escaleras, techos inclinados. Dicho de
otro modo, los casos rebeldes sólo serían rebeldes a la ortotenia, pues (¡tal
vez!) obedecen a otra ley. ¿A cuál?
He investigado mucho y no hallé nada.
2.ª La insuficiencia de informaciones. Es totalmente seguro que la totalidad
de los casos observados no han llegado a mi conocimiento. Con intervalos
muy cortos de tiempo siempre hay personas que ahora me cuentan
observaciones que datan de esa época asombrosa. Los casos rebeldes
dependen tal vez de una línea ortoténica jamás fijada por falta de elementos.
Y es un hecho que los casos señalados tanto tiempo después me revelaron a
veces una nueva línea que ordena otros casos, los cuales hasta ese momento
fueron declarados rebeldes. Lo hemos visto ya en Rixheim, el 27 de
setiembre. Por cierto, había leído esta observación en el France-Soir del 2 de
octubre: pero estaba erróneamente fechada en el 1 de octubre, y en ese día no
tenía ninguna significación. Restituida a su fecha verdadera, reveló la
maravillosa ordenación del 27 de setiembre.
3.ª Desorden real, pura fantasía. Las líneas ortoténicas no son quizás
obligatorias, «normativas», como dicen los filósofos. También la aviación
comercial tiene recorridos fijos, pero eso no impide a un avión apartarse de
ellos en alguna ocasión.
4.ª La pluralidad del fenómeno Disco. Supongamos que lo que llamamos
Disco Volador sea, en realidad, un conjunto heterogéneo que comprende, por
ejemplo, varios fenómenos de orígenes radicalmente diferentes, y de los
cuales uno sólo de ellos obedecería a la ortotenia. ¿Qué observaríamos
entonces? Exactamente lo que observamos, teniendo en cuenta, sin embargo,
el hecho de que la ortotenia parece estar unida al fenómeno que sin duda es el
más frecuente. Pero si fuese así, la alineación adquiere una nueva
significación: puede ayudarnos a determinar qué son realmente los Discos
Voladores. Este método está sólo en sus comienzos. ¿Hasta dónde nos
conducirá?
Sea lo que fuere, comprobemos por ahora la existencia de Discos que se
salen del conjunto. Al conversar sobre ellos, les hemos dado el calificativo
«de virgilianos», debido a los versos de la Eneida, donde Virgilio describe el
dramático desorden del mar después de la tempestad:
Apparent rari nantes in gurgite vasto.
es decir, «se ven algunos nadando aquí y allá sobe el vasto abismo». Los
latinistas que nos perdonen esta impertinente traducción.
Las alineaciones y el sol. En fin, la observación más curiosa que sugieren
las alineaciones es la siguiente: parece que las observaciones sólo pueden, por
lo general, alinearse dentro de los límites aproximativos del día solar. A priori
no se ve por qué, por ejemplo, no hallamos alineaciones entre las
observaciones separadas por varios días o varias semanas. Si sólo interviniera
el azar, el número de alineaciones posibles aumentaría con el número de
observaciones marcadas sobre el mapa, cualquiera que sea el tiempo
transcurrido. Podríamos imaginarnos, incluso, fuera del azar, regresos, ciclos,
qué sé yo. Y hasta cuadriculados, ¿por qué no? Tal vez no he hallado nada que
se parezca a eso, debido a mi falta de sagacidad. El lector podrá ejercer la
suya con la ayuda de los mapas que aquí aparecen incluidos.
En todo caso, cuando se estudia la crisis del otoño de 1954 se experimenta
una suerte de estupor frente al diario aparecimiento de las alineaciones. Ese
orden, tan evidente como efímero, hace presentir la realidad de un fenómeno.
Se tiene la sensación de tener algo, de poder casi tocarlo con el pensamiento,
y esta sensación multiplica la impaciencia del investigador. ¿De qué se trata?
¿Qué se esconde tras la ortotenia? Una comisión de investigadores, dotada de
algunos medios y de un poco más de imaginación que la que hasta ahora han
mostrado, podría tal vez saberlo. Pero ¿lo saben ya ciertas comisiones de
investigación?
El vértigo. Hacia fines de setiembre comienza un período enloquecedor.
Parece aumentar cada día el número de observaciones en forma vertiginosa.
Los diarios se sienten inundados por ellas y más aún los investigadores. Pues
si los primeros eligen entre los innumerables telegramas aquellos que
presumiblemente puedan entretener más al lector, y si este criterio no implica
un esfuerzo cerebral excesivo, a los segundos, en cambio, les agradaría
mucho poder orientarse y al menos clasificar cronológicamente los
acontecimientos que llegan a su conocimiento. La ausencia de una auténtica
comisión de investigadores se hizo sentir entonces vivamente. Pues el
desorden que se produjo en los expedientes fue, para ciertos casos,
prácticamente irremediable. Apenas se había investigado alguna observación
cuando un montón de otras observaciones caían literalmente del cielo, y eran
tan interesantes y embarazosas como las que le precedían. Existía, en
realidad, una comisión oficial en el departamento científico de la aviación
militar. Los oficiales que la componían —su jefe era el coronel Richard
Martin, y los coroneles Galabardin y Poncet, y algunos jóvenes recién
regresados de las escuelas— eran, por cierto, personalidades de un alto valor
científico. Pero sea por inhibición frente al ridículo, o por prudencia
profesional, o por escepticismo a priori su método excluía, desde la partida,
toda esperanza de un examen completo del asunto. El primer artículo de este
método que no estaba escrito, pero que no por eso dejaba de ser igualmente
imperativo era, en efecto, echar al canasto todos los casos «manifiestamente
inverosímiles», y llevar a fondo la investigación cuando tenían razones para
esperar una explicación natural. El resultado fue un buen informe no
publicado, pero que yo leí, en el cual se probaba que la inmensa mayoría de
los casos eran fenómenos mal interpretados. Es verdad que el informe ni
siquiera examinaba los otros y tampoco mencionaba los más sorprendentes.
En cuanto a los investigadores privados, se sintieron desbordados. Una vez
pasada la crisis, escribieron carta tras carta a los testigos para obtener detalles,
hicieron llenar cuestionarios, gastaron sumas considerables al tener que
desplazarse. ¡Ay!: pronto descubrieron que si bien los detalles estaban frescos
en la memoria de los testigos, faltaba, sin embargo, a veces, lo esencial: la
fecha exacta. En ese tiempo, esta frecuente laguna pareció muy lamentable.
Pero pronto lo fue mucho más cuando las alineaciones comenzaron a
dibujarse sobre los mapas. ¿Qué quedaba entonces de su valor probatorio si
las observaciones alineadas carecían de fechas precisas?
Tomemos, por ejemplo, las jornadas del treinta de setiembre y del primero
de octubre. Tengo, para esos dos días, centenares de testimonios que forman
varias docenas de grupos locales. La fecha exacta sólo es segura más o menos
en los dos tercios. ¿Debo conservar entonces esos dos tercios y dejar el resto
en silencio? Si yo leyera un libro donde se confesara este método, diría que el
autor retuvo los casos que se conformaban con sus ideas, y excluyó los otros,
y que lo incierto de los segundos arrastra la certidumbre de los primeros.
¿Debo entonces restablecer las fechas ayudándome con las alineaciones? Pero
como se trata de mostrar la realidad de la ortotenia, estaríamos en pleno
círculo vicioso. Si los sabios, después de este libro, reconocen la realidad de
la ortotenia, cualquiera podrá restablecer las fechas en más de la mitad de los
casos inciertos.
¿Debo entonces, en fin, relatar todos los casos uno tras otro? Se
necesitarían muchos libros muy aburridos.
He procedido, en fin, de la siguiente manera al escribir este libro:
1.º Los casos interesantes fueron conservados sin considerar la ortotenia.
Se los relata siguiendo el procedimiento habitual de los libros que tratan del
problema. De esta manera leeremos en seguida lo que pasó en Dieuze los días
1, 2 y 3 de octubre.
2.º Llevé hasta sus últimas consecuencias esta investigación en los días en
los cuales casi la mayor parte de las fechas eran auténticas. El primero de
estos días es el dos de octubre.
TERCERA PARTE
EL GRAN JUEGO

Week-end en Lorena. Entre los más curiosos estilos de conducta que se


observaron en esa época, hay que notar el regreso regular y durante varios
días seguidos, de un objeto no identificado que respondía a una misma
descripción, en una misma región, más o menos a la misma hora. Pudimos
comprobarlo en Froncles, París, Concarneau, Montceau-les-Mines y en
numerosos otros lugares. El caso de Dieuze en Lorena (departamento de la
Moselle) es, sin lugar a dudas, el que está mejor observado.
El asunto comenzó el viernes 1 de octubre. Hacia las 11 p.m. estaban los
señores Romain y Renfort, de Bassing, 10 kilómetros al nordeste de Dieuze,
en el umbral de su puerta, cuando un objeto luminoso, que volaba en el cielo
hacia el sudeste, les llamó la atención. Tenía la forma de una elipse y se
desplazaba en forma fantástica alrededor de un punto aparentemente situado
entre los dos pueblos de Vergaville y Bidestroff, a 6 ó 7 kilómetros de allí. A
ratos el objeto estaba inmóvil, a ratos descendía o subía a una velocidad
vertiginosa. Basándonos en la distancia calculada (subjetivamente) por los
testigos, el diámetro del objeto parecía ser de sólo algunos metros. Los
testigos creyeron escuchar el ruido de un motor y por lo tanto podríamos a
primera vista pensar que se trataba de un helicóptero. Notemos, sin embargo,
que Bassing está situado entre dos carreteras nacionales, en medio de una red
caminera relativamente apretada, y el objeto se encontraba de todos modos
bastante lejos: la atribución del ruido al objeto estaba tan sujeta a discusión
como el cálculo exacto de la distancia misma.
El objeto desapareció al cabo de algunos minutos, y esa noche no pasó
nada más.
Al día siguiente, sábado 2 de octubre, volvió a comenzar el mismo «ballet»
sobre la misma región. Pero esta vez lo observaron en varios pueblos y
durante dos horas consecutivas. El primer testigo es el señor Rothfuss, de
Dieuze, el cual divisó el objeto a las 8 p.m. Durante una hora completa
observaba las complicadas maniobras: subidas, zambullidas, desplazamientos
lentos o vertiginosos en dirección a Maizières-les-Vic, hacia el sudeste. Pero
esta vez, las maniobras se acompañan de fenómenos luminosos y de
emisiones de luz en diferentes colores. Ya no se trata entonces de un
helicóptero. Observemos que si hubo psicosis o alucinaciones, fue por
transmisión de pensamientos, pues por un lado los testigos del 2 de octubre no
conocían a los del 1 de octubre, y, por otra parte, los diarios no habían dado
ninguna noticia todavía.
A las 9 p.m. los testigos de Dieuze pierden el objeto de vista. Pues bien, en
ese mismo momento dos pueblos vecinos, situados a uno y otro lado de
Dieuze, comenzaron a verlo: se trata de Bassing (visitado ya la víspera) y de
Blanche-Eglise, a 5 kilómetros a vuelo de pájaro al sudeste de Dieuze.
Citemos entre los testigos al señor Rémy Rousselle, de Blanche-Eglise, y al
señor Baumann, de Bassing. A primera vista no se comprende cómo pudo
proseguirse la observación de un lado y otro de Dieuze en circunstancias que
en ese pueblo ya no se veía nada. La explicación está en el mapa: Dieuze está
entre los árboles. Pues bien, el objeto volaba muy bajo. Sea como sea, los dos
pueblos describen la misma maniobra y la observan durante una hora más,
hasta las 10 p.m. Después de esa hora, el objeto desaparece una vez más.
Y al día siguiente, domingo 3 de octubre, al anochecer, el misterioso
visitante se dio cita por tercera vez. Pero en su último día, fue un verdadero
recital el que ofreció en toda la región, sobre más de doce pueblos, desde las
8’17 p.m. hasta las 11’45 p.m.
El primer testigo es el señor Pierre Laplace, de Vergaville, a 3 kilómetros
al nordeste de Dieuze. Algunos minutos más tarde, los testigos se contaban
por docenas en Vergaville, Kerprich, Guéblin, Bidestroff, Bataville. Describen
el espectáculo del siguiente modo:
Un disco luminoso de color verde aparece a las 8’17 p.m. en dirección
vertical al bosque municipal de Brides, al norte de Kerprich. Al comienzo se
queda un instante inmóvil, luego súbitamente proyecta una luz violeta oscura,
parte y en algunos segundos se desplaza hacia Guéblin, 6 ó 7 kilómetros más
al este. Los testigos declaran que jamás han visto algo desplazarse a esa
velocidad, ni siquiera un avión de chorro.
Sobre Guéblin nueva detención y cambio de color. Tres veces el objeto
recorrió en forma idéntica el trayecto Kerprich-Guéblin reproduciendo los
mismos fenómenos. Lo tenemos aquí de nuevo sobre Guéblin. Esta vez no
vuelve a su punto de partida, sino que lanza nuevas luces y desciende a ras de
suelo, muy lentamente, describiendo un semicírculo. A unos centenares de
metros del villorrio de Bidestroff, situado entre Bassing y Vergaville,
desaparece tras los árboles y parece posarse en el suelo.
De inmediato se descarga un verdadero «rush» sobre los pueblos vecinos,
donde innumerables testigos siguen las evoluciones del objeto desde hacía
más de media hora. «¡El Disco Volador se ha posado!», gritaban. Todos se
apresuraban a subirse a todos los vehículos disponibles. ¡Por fin verían tal vez
uno de cerca!
¡Ay! Los primeros que llegaron sólo tuvieron el tiempo suficiente de
«verlo» abandonar el suelo con un vuelo rápido y oblicuo y desaparecer tras
los árboles. Eran entonces las 9 p.m.
¿El objeto acaso lamentó haber decepcionado la curiosidad de todos estos
habitantes del pueblo? Cerca de tres horas más tarde, a las 11’45 p.m., volvió
a pasar sobre Guéblin y fue a posarse en los potreros, a unos doce metros del
camino. Dos habitantes de ese pueblo, el señor Gilcher y el señor Domant,
que se encontraban aún afuera ese domingo en la noche, corrieron hacia el
lugar del aterrizaje. Cuando llegaron al camino se encontraron con otros
transeúntes que contemplaban el objeto desde lejos sin atreverse a acercarse.
Impresionados, guardaron la misma prudencia y se contentaron con mirar.
Vieron lo siguiente:
En el potrero, un disco que emitía una débil luz verde estaba posado en el
suelo, inmóvil y silencioso. Los pueblerinos contemplaron largo rato ese
extraño espectáculo. Luego regresaron a sus hogares en la punta de los pies…
Hay algo sin duda sorprendente y exasperante en este caso. Cualquiera que
sea el secreto de los Discos Voladores —máquina o alucinación—, jamás se
ofreció este fenómeno a la observación de los hombres con tanta
desenvoltura. Y sólo sacamos en limpio un poco más de incertidumbre. Si
hubo alucinación, reconozcamos que ella fue totalmente maravillosa, con sus
transmisiones colectivas de pensamiento a la distancia. ¡Qué insólito tema de
estudios para los psicólogos y los psiquiatras! Y si fue una demostración de
un auténtico aparato, qué oportunidad perdida debido a esta contemplación
tan cortés. ¡Pues de todo esto sólo queda este relato y algunos breves artículos
en los periódicos locales!
La araña y el azar. Gran parte de los casos del 1 de octubre no tienen
suficiente base, y más vale no arriesgarse a un análisis detallado de ese día.
En cambio, el sábado 2 y el domingo 3 son muy conocidos. ¿Por qué?
Simplemente porque se trata de un «week-end» que los testigos recuerdan: el
sábado y el domingo son días que no se olvidan.
Desde el punto de vista de la ortotenia, el sábado 2 nos ofrece un
espectáculo fascinante. En el tiempo en que los primeros casos de alineación
acababan de revelarse a mis ojos, el sabio y escritor científico Jacques
Bergier, al cual había señalado ese curioso fenómeno, dijo:
«Sería muy divertido hallar algún día algo como esto.»
Trazó sobre el mantel donde almorzábamos una docena de líneas rectas
que se cortaban en un mismo punto, presentando la imagen de una tela de
araña o de una rueda con sus rayos.
«El interés de esta disposición, agregó, sería doble. Antes que nada, desde
el punto de vista matemático sería una hermosa demostración de dispersión
no aleatoria. En efecto: suponga usted que encuentra primero dos
alineaciones. O bien son paralelas, lo que sería interesante, o bien se cortan.
Tomemos este último caso, y supongamos que usted encuentra una tercera
alineación. ¿Qué posibilidad tiene de hallar, por casualidad, a las otras dos en
su punto de intersección? Una posibilidad, por decirlo así, nula. Pero si
durante una jornada usted encuentra, por ejemplo, una docena de alineaciones
y ellas se cortan en el mismo lugar, entonces nos divertiríamos realmente.»
(Tengo que precisar aquí que Jacques Bergier no cree en los Discos
Voladores, y que solemos a veces sostener amistosas polémicas a través de la
prensa.) Pero contrariamente a la mayoría de los sabios «anti», se interesa en
el fenómeno, y no se preocupa de proponer explicaciones falsamente
naturales más inverosímiles aún que la hipótesis interplanetaria.
«El segundo interés de esta disposición, agregó, sería tener un argumento
de peso para aquellos que creen en la existencia de “Discos-bases”, que
desempeñan el papel de centro de dispersión de los pequeños Discos.»
Había olvidado hacía mucho tiempo esta conversación cuando, después de
haber reunido toda mi documentación sobre el dos de octubre, emprendí la
tarea de llevar las observaciones a un mapa. Es un trabajo largo y fastidioso.
Cada punto representa más de una hora de trabajo como término medio. El
mapa a escala millonésima estaba pegado sobre un gran cuadro, y cada vez
que yo localizaba exactamente un punto de observación ponía un chinche
amarillo, como los estrategas en un cuarto cuando siguen el desarrollo de una
batalla.
La mayor parte de las observaciones estaban ya cubiertas con sus manchas
amarillas cuando el ceramista Pierre Mestre entró y comenzó a contemplar el
mapa en silencio. Cuando vive en París, Pierre Mestre es mi vecino en
Montparnasse. Se interesa en mis investigaciones y acude regularmente a
informarse. A la primera ojeada las pequeñas manchas amarillas (había más
de veinte) parecían formar un hermoso caos muy desordenado. Sin embargo,
una alineación de seis aparecía con clara evidencia, uniendo Les Rousses, en
el Jura, con el aeródromo de Maisoncelles, cerca de París, pasando por Dijon,
Poncey-sur-L’Ignon, cerca de Dijon, Provins y Voinsles, al sudeste de París:
seis puntos perfectamente alineados sobre una distancia de 360 kilómetros.
Mestre tomó un hilo negro que me servía para unir entre ellos los puntos
extremos de estas alineaciones, y sin decir palabra lo tendió desde Rousses a
Maisoncelles, donde lo fijó. Lo dejé hacer y proseguí mi aburrido estudio de
mapas locales.
Cuando me volvía para fijar el último chinche, contemplé el mapa con
estupor.
¡Una docena de hilos negros estaban tendidos de chinche a chinche, y casi
todos pasaban por Poncey!
Mestre comía una naranja, visiblemente satisfecho. Tomé el metro y medí
las siguientes alineaciones:
—Bassing-Blanche-Eglise-Poncey-Aiguillon: 705 kilómetros.
—Pellerey-Poncey-Rians-Vatan: 235 kilómetros.
—Cholet-Poncey-Willer: 630 kilómetros.
—Poncey-Vichy-Clermont-Ferrand: 230 kilómetros:
—Poncey-Châteaumeillant-Magnac-Laval: 315 kilómetros.
—Poncey-Savigny-les-Beaune-Avignon: 390 kilómetros.
—Poncey-Aurec-La Grand-Combe: 370 kilómetros.
Además:
—Aurec, Clermont y Cholet estaban alineadas, y la prolongación de la
recta pasaba sobre dos o tres chinches bretones: Vannes y Quimper, lo cual
formaba una hermosa alineación de 700 kilómetros.
—El último chinche bretón, Saint-Brieuc, formaba una línea recta del
mismo largo también de 700 kilómetros con Vatan y Morestel, y estas dos
rectas de un mismo largo eran paralelas entre ellas.
—Saint-Brieuc se encontraba igualmente sobre la recta que unía Blanche-
Eglise a Maisoncelles.
—Por fin, una última recta de 390 kilómetros unía Willer, Bourg y Aurec
con el Disco auvergnano de Saint-Paulien.
Fuera de toda alineación, sólo encontramos dos chinches obstinadamente
«virgilianos», el uno en Jeumont, sobre la frontera belga; el otro en Louhans,
en Bourgogne, a diez kilómetros al este de la alineación Morestel-Bourg-
Savigny-Poncey.
—¡De todas maneras —dijo Pierre Mestre—, diez kilómetros es poco! ¿No
crees tú que se pueda ver un Disco Volador a diez kilómetros en el cielo?
—¿Qué es un Disco Volador? —contesté—. Nadie lo sabe. ¿Y si fuera una
alucinación? ¿Se puede ver una alucinación a diez kilómetros? Tenemos la
suerte extraordinaria de tener un fenómeno irrecusable, tan riguroso como un
cristal. Conservémosle el rigor si queremos que pruebe algo.
—Pero miremos al menos qué pasa con la observación de Louhans. Si los
testigos han visto alguna cosa en el cielo hacia el oeste podré formarme una
opinión y te entregaré tu cristal.
Miramos. Era un aterrizaje, por lo demás muy interesante. Mestre
abandonó, pues, de buen grado su Disco a Virgilio*.
—Qué le vamos a hacer —dijo—. Pero, y ¿Poncey? Ese punto donde se
cortan ocho alineaciones es inquietante. Me gustaría mucho saber lo que
vieron ahí.
—Vieron algo extraordinario el cuatro de octubre, dos días más tarde. No
me acuerdo si también observaron algo el dos de octubre. Realmente debemos
echar una ojeada.
Registramos los expedientes, y esto fue lo que encontramos. La tarde del
sábado dos, hacia las 8 p.m., la señora Guainet terminaba de ordeñar las vacas
en el establo. Escuchemos su relato, confirmado por su marido, antiguo
alcalde de Poncey, y por numerosos testigos de Poncey y el pueblo vecino de
Pellerey.
«Los perros, que de costumbre permanecen a mi lado en el establo, habían
salido algunos segundos antes ladrando, en dirección al bosque.
»Cuando salí al patio tras ellos, un hecho extraño me impresionó: La
fachada de la casa se encontraba suavemente iluminada, como por una luna
menguante. “Qué curiosa está la luna esta noche”, pensé. Al levantar los ojos
divisé, entonces, sobre el bosque, aparentemente a baja altura, una especie de
amplio cigarro luminoso que volaba silenciosamente hacia el este a una
velocidad comparable a la de un gran avión, conservando una posición
sensiblemente vertical. Llamé a mi marido y a mi hija Ivette. También salió
una vecina. Todos vimos desaparecer el enorme objeto tras la colina, volando
siempre en línea recta a una velocidad moderada.»
El espectáculo también fue visto desde otros puntos del pueblo por varios
habitantes, y la investigación que se hizo el 6, a continuación del famoso
aterrizaje que relataré más adelante, demostrará que había sucedido lo
mismo en el pueblo de Pellerey, dos kilómetros al este-nordeste de Poncey. La
concordancia de las horas y de los testimonios es completa. Además el eje
Poncey-Pellerey confirma la dirección atribuida al movimiento del objeto.
Confirma igualmente la línea recta que, a 170 y 235 kilómetros de Poncey al
este-sudeste, sobrevoló Rians en el departamento de Cher y Vatan en el Indre,
observaciones que se produjeron menos de una hora antes. Se desprendía
claramente de esta observación, la cual pasó casi desapercibida en la época a
causa de los acontecimientos sensacionales surgidos dos días más tarde en el
mismo lugar:
1.º Que el «gran cigarro vertical» fue visto en la región de Poncey en la
noche del 2 de octubre.
2.º Que una vez más el papel de «base» (o si preferimos de centro de
dispersión) que juega este fenómeno, se veía confirmado esta vez en forma
deslumbrante.
Pues me parece evidente que el azar no tiene ninguna posibilidad de
realizar —con sólo 25 puntos sobre un área de dispersión casi igual por lo
menos a la superficie de Francia— 8 líneas rigurosamente rectas que se cortan
todas en el mismo punto.
Recordemos que de esas 8 líneas hay 5 formadas por 3 puntos (de los
cuales uno es siempre el mismo Poncey), 2 de 4 puntos, de los cuales uno es
Poncey, y otro de 7 puntos (la misma observación). Además, varios de estos
puntos tomados sobre rectas diferentes forman 11 alineaciones diferentes, tan
precisas como las primeras: una 5 de puntos (Quimper-Aurec), 3 de 4 puntos
y 7 de 3 puntos (ver el mapa número 5).
Los sabios tienen la palabra. Los acontecimientos del dos de octubre
plantean una pregunta urgente a los sabios, aquellos al menos que persisten en
negar, tras la expresión «Discos Voladores», la existencia de un fenómeno
original.
Tienen que contestarla o confesar que su ignorancia corre parejas con la
nuestra. Deben explicar esta sorprendente disposición o reconocer que existe,
tras lo que llamamos Discos Voladores, un fenómeno aún desconocido por la
ciencia.
¿Qué explicaciones podemos imaginar?
1.ª Podemos discutir, no digo las observaciones, sino la existencia de los
testimonios. Efectivamente, no bastaría decir que los testigos son ignorantes,
mentirosos o locos. Aun en ese caso subsiste el problema sin ningún
atenuante. Hay que probar que inventé totalmente ex nihilo los propios
testimonios. Pero estos testimonios sin excepción constan en los diarios de la
época y hacen inútil toda tentativa en ese sentido.
Clermont: Liberation y Franc-Tireur del 6-10. Vichy: Franc-Tireur del 5.
Provins: La Croix del 5. Morestel y Dijon: France-Soir del 6, lo mismo que
Dieuze (es decir, Bassing y Blanche-Eglise). Ese diario, notémoslo, menciona
la fecha del fenómeno del 3, no la del día 2, lo cual tiene su explicación, pues
el mismo fenómeno se produjo 3 días seguidos. Cholet, Vannes: France-Soir
del 6. Vatan: Libération del 5.
Aiguillon: France-Soir del 6, lo mismo que Aurec. Saint-Paulien: Franc-
Tireur del 5. Saint-Brieuc y Discos bretones: Le Parisien Liberé del 7.
Poncey: todos los diarios, ver por ejemplo Paris-Presse del 10. Louhans,
Bourg, Savigny, Les Rousses: La Bourgogne Republicain del 3 al 9. Avignon:
Le Pronvençal del 3.
2.ª Se pueden negar las alineaciones. Sólo costará al aficionado el valor de
la compra de una colección de mapas de Francia y de un diccionario de
pueblos. Sugiero a aquellos que quieran realizar la experiencia, las cartas
Michelin a la escala 1/200.000, números 51 a 87, para señalar las localidades,
y el mapa a la escala millonésima número 989, para puntear las
observaciones. Como diccionario, les sugiero el de las comunas (Berger-
Levrault, editor, París). Que el aficionado se arme de paciencia. Es un trabajo
de benedictino.
3.ª Se puede suponer que al escoger las observaciones se ha guardado bajo
silencio aquellas que no se alineaban. Antes hemos visto que era necesario un
gran número de omisiones para llevar la ortotenia al azar. Un vistazo a los
periódicos bastará para convencerse que no omití ninguna observación
aparecida en la prensa*. Lo más que se me podrá reprochar es haber buscado
datos exactos. Se producen, a veces, en los periódicos errores de un día, o
fenómenos cuya fecha no es lo suficientemente precisa. Sólo Le Parisien
libéré, Liberation, La Croix y La Bourgogne républicaine dieron, por lo
general, datos exactos. Los diarios pequeños de provincia han sido siempre
más escrupulosos que los grandes periódicos de París. Pero poco importa, y si
los lectores descubren observaciones que fueron omitidas, nos serán de
bastante ayuda: ellos mismos podrán comprobar la realidad de las
alineaciones. Y ojalá tengan la gentileza de comunicármelas*.
4.ª Se puede, en fin, discutir la significación de las alineaciones. Es de
desear que se inicie la discusión sobre este asunto. Y que en América los
sabios obtengan la publicación, a través del Ejército, de todo el material
pertinente, es decir, de observaciones que se guardan en secreto. A menudo he
leído que ciertas observaciones no habían sido reveladas, pues ellas hubieran
podido llevar informaciones que interesaban a la defensa nacional.
Sin embargo, una discusión topológica del fenómeno Disco exige sólo dos
cosas: los datos y los lugares exactos. El resto, esto es, el lado dramático,
descriptivo, no concierne al problema planteado, y no interesa más que a los
aficionados poco interesados en las pruebas. Por desgracia, creo que las
autoridades militares norteamericanas rechazarán una vez más esta
reivindicación. Pues si se las interroga sobre las razones que pueden inspirar
su extraña discusión después de varios años, se llega, forzosamente, a una
conclusión tan curiosa como evidente.
Si, en efecto, existen las alineaciones, como ya no se las puede negar, ¿se
puede razonablemente suponer que lo que apareció a un observador aislado
provisto de mucha paciencia, pero desprovisto de todo lo demás, haya podido
escapar a un grupo dotado fastuosamente de cerebros y medios materiales
como la comisión de investigadores de la Fuerza Aérea de los Estados
Unidos? No resulta creíble. Se dirá que jamás se vio, en ninguna parte del
mundo, un alud tan intenso de observaciones como en Europa Occidental
durante el período sobre el cual informa este libro, y que yo poseo un
excepcional material de trabajo. Cierto. Pero que se relea a Ruppelt: en los
Estados Unidos se produjo una «gran ola» a comienzos del verano de 1952.
Ahora bien: el silencio de las autoridades norteamericanas comienza al año
siguiente, desde que se reemplazó a Ruppelt. ¿Qué se sabe de las
investigaciones de la Comisión después de ese reemplazo? Muy poca cosa. Es
como si se hubiera decidido instaurar el black-out una vez analizada la ola
de 1952.
Pero, ¿por qué ese «black-out»? La hipótesis inversa responde a la
pregunta. Supongamos que la Comisión haya descubierto la ortotenia o
disposiciones y leyes aún más precisas que aquélla. Supongamos que haya
publicado estos descubrimientos. ¿Qué habría ocurrido? Sin duda esto: todos
los impostores que ha hecho nacer el misterio de los Discos Voladores y que
tantas historias desconsoladoras nos han contado, se habrían puesto a expeler
mentiras conforme a la teoría. Los venusianos habrían espetado insípidos
discursos a lo largo de las líneas ortoténicas. Habrían visitado a los
ciudadanos X, Y y Z impecablemente alineados. Pero entonces la ley recién
descubierta habría perdido rápidamente todo interés. Hallar un orden
matemático en las observaciones es encontrar la clave de un lenguaje
criptográfico. La ortotenia es el alfabeto, o quizás algunas letras del alfabeto.
El estudio sistemático de la escritura puede llevar muy lejos, hasta las
palabras, quizás hasta el pensamiento. Encontrar un principio de orden es,
pues, un progreso enorme en el conocimiento del fenómeno Disco y la
promesa de un progreso casi ilimitado.
Pero, si así fuera, publicar prematuramente los descubrimientos podría
desdibujar un boceto que de por sí ya es bastante complicado. Si esta
suposición fuese justa, la comisión investigadora de la Fuerza Aérea de los
Estados Unidos, liberada por fin de los embusteros, de los farsantes y de los
locos gracias a una regla infalible, podría reconocer los auténticos y los falsos
Discos, escrutar y descifrar con toda calma desde 1953 los «signos dejados en
el cielo» por el misterioso fenómeno. Podría ser ésta la única explicación de
la curiosa reserva de Ruppelt, el cual en su libro dice claramente, a menudo,
antes de informar acerca de una investigación, que va a cambiar los nombres
de los lugares. ¿Por qué hacerlo? Esta manera de proceder ha sorprendido a
numerosos lectores, los cuales, como yo, comprenden voluntarios que han
cambiado los nombres de las personas para salvaguardar su tranquilidad, pero
que se sorprenden de ver que el nombre de un lugar es elevado a la categoría
de secreto militar. La existencia de la ortotenia legitimaría esta discreción,
pues, informado por la Comisión respecto a los datos y a los lugares de las
observaciones, alguno de los coleccionistas de Discos habría terminado por
descubrir las alineaciones cotidianas, tal como yo pude hacerlo, sin gran
mérito a su favor, estudiando el extraordinario otoño de 1954 en Europa.
Pero, se dirá, si el autor de este libro admite la supuesta discreción de la
A.T.I.C., ¿por qué no observa por su propia cuenta esta actitud? Si el
organismo oficial actuó bien al negar a los embusteros la posibilidad de
mentir con alguna verosimilitud y de turbar también el estudio de la verdad,
este libro producirá un mal efecto. No debiera haberse publicado.
Esta objeción no sería valedera si el hecho de las alineaciones expuestas
aquí le permitiera sólo a él inventar todas las piezas de observaciones
verosímiles, aunque sean falsas. Pero el lector notará que no se abordan dos
preguntas en este libro:
1.ª ¿Hay una constante en la sucesión cotidiana de las redes ortoténicas, un
orden en esta sucesión, día tras día, y si es así, de qué orden se trata?
2.ª ¿Hay un orden cronológico en las operaciones reveladas por las redes
cotidianas?
Dicho de otra manera: dejaremos de lado aquí dos preguntas:
1.ª, la que nos lleva a averiguar si, en una red cotidiana dada, las líneas son
recorridas en un cierto orden; 2.ª, la de saber si, entre las redes de días
diferentes, existe cierta conexión de sucesiones. Los elementos publicados en
estas páginas no permiten responder a ninguna de estas preguntas. El conjunto
de los hechos conocidos en Francia deja una de ellas sin respuesta, y no
permite, en lo que a la segunda se refiere, una respuesta lo suficientemente
probada. Tengo razones para creer que no ocurre lo mismo en los archivos
norteamericanos.
Que los que inventan Discos se abstengan, pues, de informar acerca de
falsas observaciones alineadas: esto no es suficiente. Este libro contiene
muchos detalles para suscitar una discusión, pero no los suficientes para
constituir un manual del perfecto embustero. Cierto es que si la A.T.I.C.
publica todos esos archivos, sin agregar el menor análisis, calificados
investigadores privados, deseosos de descubrir la verdad —por ejemplo, los
que trabajan en el N.I.C.A.P. (mayor Keyhoe, almirante Fahrney, etc.), y los
que pertenecen al Civilian Saucer Intelligence, y tantos otros— irán más lejos
que lo que yo he ido con los modestos medios de que dispongo.
Pero volvamos, mientras tanto, al relato de los sucesos del sábado 2 de
octubre.
Las observaciones confirman las alineaciones. Quizás el hecho más
interesante de ese día es la luz que se hizo sobre el detalle de las
observaciones, debida a la disposición reconocida en el mapa, y viceversa. La
una confirma a la otra en todos sus puntos. Cada vez que los movimientos
observados fueron señalados, coincidían con las líneas ortoténicas.
Les Rousses. El pueblo de Les Rousses está situado en la frontera suiza, no
lejos del lago de Ginebra. Hacia las 3’45 p.m., 23 escolares se hallaban en
recreo bajo la vigilancia de la señora Jaillet, su institutriz, cuando divisaron a
bastante altura, sobre la montaña de Noirmont, hacia el sudeste, un objeto
alargado en forma de breve estela blanca. Al comienzo era apenas perceptible,
debido a su altura y a su lejanía. Se acercó rápidamente, y algunos minutos
más tarde el fenómeno descrito corresponde exactamente al clásico gran
cigarro vertical de las nubes. Como en Saint-Prouant, los testigos ven cómo el
objeto pasa de la posición horizontal (cuando se desplaza lateralmente) a la
posición vertical (cuando está inmóvil). En un momento determinado, divisan
muy nítidamente, durante algunos segundos, un disco brillante de color
amarillo que sale del cigarro y se esconde de nuevo muy pronto. Luego, la
nube —«la estela»—, dicen los testigos, vuelve a tomar su posición horizontal
al mismo tiempo que se desplaza y desaparece a gran velocidad hacia Dôle, es
decir, hacia el noroeste. La observación dura de cuatro a cinco minutos.
El objeto aparece entonces al sudeste de Les Rousses y desaparece hacia el
noroeste. Y esto es lo que confirma la línea recta Les Rousses-Dijon-Poncey-
Provins-Voinsles-Mauperthuis-Maisoncelles, sobre la cual se sitúa esta
observación. ¡La dirección de Dôle indicada por los testigos es la misma
dirección de la alineación a 6 ó 7 grados más o menos!
Poncey-Rians-Vatan. Esta alineación, tal como podemos contemplarla
sobre el mapa, está orientada hacia el oeste-sudoeste de Poncey. Pues bien, los
testigos en Rians descubren el objeto cuando se encuentra al sudoeste del
pueblo y lo ven desplazarse «hacia la derecha», es decir, hacia el oeste. En
Vatan, la dirección indicada para el desplazamiento es «hacia Châteauroux»,
es decir, hacia el sudoeste. Aquí nuevamente el desplazamiento está conforme
con el mapa.
Poncey-Châteaumeillant-Magnac-Laval. La alineación está orientada al
sudoeste de Poncey. Poco más de un kilómetro al sudeste de Châteaumeillant,
en el departamento del Cher, la línea penetra en el departamento del Indre.
Ahora bien, «la máquina —dicen los testigos— parece evolucionar a gran
altura en dirección al Indre».
Willer-Bourg-Aurec-Saint-Paulien. La alineación está orientada del
nordeste al sudeste, y en el caso de Aurec contamos con un dato preciso: los
aldeanos declararon haber visto «varias máquinas que después de
inmovilizarse un instante, desaparecieron hacia el sudoeste».
Finalmente, de todas las indicaciones que contienen los testimonios, una
sola, según mi conocimiento, no corresponde a la alineación que sugiere un
primer vistazo al mapa: en Mauperthuis, cerca de Coulommiers (alineación
Les Rousses-Dijon-Poncey-Provins-Voinsles-Mauperthuis-Maisoncelles) tres
testigos, el señor y la señora Besnard y la señora Pannetier vieron «“un disco
rojo” que atraviesa el cielo siguiendo la línea del horizonte de este a oeste».
Ahora bien: la alineación está dispuesta del sudoeste al noroeste.
Pero esta misma excepción confirma esta alineación, pues Mauperthuis
está situada sobre la línea que une Blanche-Eglise con Saint-Brieuc, orientada
precisamente de este a oeste. En la región de Mauperthuis, en Voinsles, en
Provins, el fenómeno relatado no es aquel que describen los tres testigos
citados anteriormente, y corresponde a la primera alineación.
Demos vuelta, momentáneamente, la página de ese sábado 2 de octubre tan
instructivo. Otro día se levanta, tan rico en acontecimientos extraordinarios.
Pues si bien el sábado 2 parece haber estado dedicado a la geometría, el
domingo 3 de octubre podría ser colocado bajo el signo de la familiaridad
intersideral, siempre que el Disco Volador sea lo que parece ser. Jamás estuvo,
en efecto, el misterioso fenómeno tan cerca de los hombres como en ese día.
Y la geometría no fue olvidada.
Los sucesos del 3 de octubre, o la cercanía de un misterio. Es una suerte
que ese día haya caído en domingo, pues las personas que estaban afuera eran
más numerosas de lo acostumbrado, ya que el tiempo era claro. Mucho
tiempo después, cuando al finalizar la crisis, se pudo pensar en clasificar los
expedientes de los primeros días del mes, rápidamente los acontecimientos de
ese domingo adquirieron una fisonomía bastante nítida.
En ese día hubo más de treinta buenas observaciones. Pues bien, excepto
tres o cuatro, todas se desarrollaron entre las 7’20 p.m. y las 9’30, y sobre el
mapa se veían reunidas en dos manchas de superficie relativamente reducida.
La primera —que agrupaba alrededor de un tercio de las observaciones—
estaba esparcida sobre cinco o seis departamentos desde el centro de Francia
hasta la frontera del Este. En cuanto a la segunda, por cierto la más
importante de las dos, pues comprende casi los dos tercios de los expedientes,
se la veía poco a poco delinear los contornos de un espacio de 120 kilómetros
de largo y 70 kilómetros de ancho, limitado al nordeste por la región de Lille,
no lejos de Bélgica, y al sudoeste por Amiens y la ribera de la Somme.
La clasificación fue un trabajo extraño y exultante.
—Marcoing, 8’30 p.m. Busqué Marcoing en el diccionario de localidades
y encontré esta pequeña ciudad a 50 kilómetros al sur de Lille.
—Armentières, 9’20, a 20 kilómetros al noroeste de Lille.
—Chéreng, 7’20, a 10 kilómetros al este de Lille.
Etcétera, etcétera. En total, más de treinta expedientes se agrupaban en una
docena de observaciones escalonadas de 7’20 p.m. a 9’30 p.m., y todas
localizadas en una misma región. Fuera de este período y de este límite, no
había nada, a menos que se descienda mucho más al sur.
El estudio de los expedientes fue para nosotros otra revelación: con
excepción de dos o tres fenómenos, muy particulares, el espectáculo descrito
parecía ser el mismo: los testigos declaraban haber visto, con mayor o menor
cantidad de detalles, un objeto circular de algunos metros de diámetro,
luminoso, que cambiaba algunas veces de color y aún de forma.
Por fin, uniendo entre ellos los puntos de observación que seguían el orden
cronológico, se obtiene una especie de zigzag complicado que muestra que la
región más largamente sobrevolada en toda clase de «acimut», era un
cuadrilátero de 70 kilómetros comprendido entre Arras y la frontera belga.
Hecho curioso y que parece confirmar la unanimidad de la descripción, no se
encontró ningún caso de observación simultánea en dos puntos alejados,
como si fuese uno solo el objeto que esa noche se había paseado sobre los tres
departamentos del Norte, del Pas-de-Calais y de la Somme. Y si realmente fue
así, nada de extraño hay que las observaciones fueran tan numerosas, pues es
en esta región industrial donde la densidad de población es más elevada en
Francia.
Zigzag sobre la región de las minas. Chéreng, 7’20. La primera
observación se señala en Chéreng, pequeño pueblo situado en el campo sobre
la nacional núm. 41, entre Lille y Tournai, a unos doce kilómetros de Lille. El
tiempo estaba hermoso y claro y el cielo sin nubes. Chéreng celebraba ese día
su «fiesta patronal».
Repentinamente, a las 7’20 p.m., algunos transeúntes que se encontraban
un poco hacia el oeste del pueblo, vieron llegar en el cielo a baja altura y a
gran velocidad una especie de forma luminosa de perfil oblongo. Llegada a la
altura de la pasarela que atraviesa el pequeño estero de la Marque, el objeto se
detuvo, pareció que lanzaba algunos destellos y descendió hacia el suelo.
Los testigos apretaron a correr y se precipitaron hacia la pasarela para ver
de qué se trataba. Pero al verlos llegar, el objeto tomó rápidamente altura y
desapareció en la misma forma en que había venido. Toda la escena no
alcanzó a durar más de doce segundos y se desarrolló en silencio. La pesquisa
reveló que numerosas personas de los alrededores asistieron ya sea a la
llegada, ya sea a la partida del objeto.
—Marcoing, 7 p.m. Pues bien, hacia las 7’20 el objeto escapa a la
observación de los habitantes de Chéreng. A partir de ese momento hasta las 8
p.m. no hay ninguna observación.
—A las 8 p.m. la señorita Anne-Marie Perrut, hija de un gendarme de la
brigada de Marcoing, 60 kilómetros más al sur de Chéreng, se encontraba en
su ventana, cuando vio un curioso espectáculo.
A unos cien metros de la gendarmería, sobre el bosque de Couillet, un
objeto luminoso estaba inmóvil en el aire. Era circular y de color rojo
anaranjado. Un poco por debajo de este objeto, inmóvil e igual que si
estuviera suspendida de él, se movía una pequeña mancha luminosa que se
balanceaba un poco.
La señorita Perrut miró un momento dudando de lo que estaba viendo;
luego llamó a su padre, el cual, al comienzo rehusó molestarse. Después de
algunos minutos, como el objeto se encontraba siempre allí, Anne-Marie rogó
con tanta insistencia a su padre que éste consintió por fin en ir. El gendarme, a
su vez, se preguntaba si no era víctima de una alucinación, pues el objeto
estaba realmente allí, tal como decía su hija. El señor Perrut llamó entonces a
sus demás colegas, los gendarmes Faucambergue, Delande y Bleuzet y sus
familias: pronto hubo veinte testigos.
Después de un momento de estupor y viendo que el extraño visitante
seguía siempre suspendido sobre el bosque de Couillet, los gendarmes
buscaron otros testigos. Detuvieron a algunos ciclistas que circulaban frente a
la gendarmería, entre Marcoing y el pequeño pueblo de Masnières, situado a 3
kilómetros hacia el este. Todos pudieron contemplar el mismo espectáculo. La
bola luminosa no se movía. A lo más, se la veía en algunos momentos subir o
bajar un poco a lo largo de una línea vertical.
Un poco después de las 8’30 p.m., el objeto repentinamente sufrió una
transformación: la luz suspendida bajo la bola desapareció y la bola misma
tomó el aspecto de un cuerpo oblongo, como un cigarro o un disco visto de
perfil. Según los gendarmes, en ese momento se podía calcular la altura del
fenómeno en 600 ó 700 metros. Casi de inmediato después de su
metamorfosis, el objeto se alejó en forma horizontal una vez, y después, en
forma de media luna, como si el disco se hubiese inclinado; luego volvió al
mismo lugar, se detuvo de nuevo algunos instantes, y por fin partió a gran
velocidad en dirección a Villiers-Plouich, pueblo situado a 6 kilómetros hacia
el sudoeste, donde desapareció lanzando una luz intensa que iluminó el cielo
durante varios segundos después de su desaparición. Eran las 8’45 p.m.
La pesquisa realizada por los gendarmes reveló que el objeto había sido
divisado por numerosos testigos a su llegada a Iwuy, Escaudoeuvres y
Noyelles-sur-l’Escaut, tres pueblos situados sobre una línea nor-noroeste a
Marcoing y distantes respectivamente entre sí, 16, 13 y 3 kilómetros. Luego el
objeto había llegado desde el norte. Pues bien, Chéreng, donde está señalada
la primera observación, está situado precisamente a 60 kilómetros al norte de
Marcoing.
El interés del asunto de Marcoing reside especialmente en la precisión de
los detalles dados en forma uniforme por un gran número de testigos,
alrededor de cien, repartidos en varios grupos separados y en la competencia
de los gendarmes acostumbrados a establecer informes precisos y que se
cuidan de no caer en lo subjetivo. Éstos son los detalles observados: el objeto
presentaba por turno, según sus movimientos y su posición, la forma de un
círculo, de un platillo o de un cigarro; su luminosidad variaba en función de la
velocidad. Todos estos detalles son familiares.
Hérissart-Amiens. La observación que sigue cronológicamente a la de
Marcoing, se produjo algunos minutos más tarde sobre la departamental 60,
un poco hacia el oeste de Hérissart, en un punto situado exactamente a 56
kilómetros al sudoeste de Marcoing. Y ésta es, otra vez más, una notable
coincidencia, pues los gendarmes habían visto precisamente al fenómeno
desaparecer en esa dirección: hay entonces confirmación del tiempo por el
espacio y viceversa.
Algunos minutos después del momento en que los testigos de Marcoing
vieron desaparecer el objeto hacia el sudoeste, un automóvil conducido por la
señora Nelly Mansart, domiciliada en el núm. 8 de la calle de la Marlière, en
Amiens (Somme), y donde iban también otros dos habitantes de Amiens, el
señor y la señora Delarouzée, abandonaba Hérissart y se metía por la ruta
departamental 60 en dirección a Amiens, distante 18 kilómetros.
En el momento en que el vehículo iba a torcer a la izquierda para tomar la
bifurcación que llevaba a Amiens, los tres automovilistas divisaron en el
cielo, a poca altura, una bola luminosa que esparcía una luz destellante color
naranja y que, observada con más cuidado, reveló una forma «semejante a un
sombrero de callampa».
La parte superior de la «callampa» parpadeaba con colores cambiantes que
iban del violeta al verdoso, mientras unos «cables» cortos colgaban bajo la
superficie inferior*. Los testigos calcularon las dimensiones del objeto en 6 u
8 metros y su distancia en 150 metros.
Una vez que llegaron al cruce del camino, la señora Mansart torció, como
ya lo dijimos antes. Se dio cuenta entonces que el fenómeno, llegado casi a
ras de tierra, hacía lo mismo y la seguía siempre a la misma distancia. Los tres
automovilistas sintieron miedo. La señora Mansart aceleró para llegar lo antes
posible al pueblo de Rubempré, distante alrededor de un kilómetro, con la
esperanza de que el misterioso objeto, intimidado por los habitantes,
desapareciera. Efectivamente, torcieron oblicuamente y desaparecieron. Pero
apenas los viajeros atravesaron el pueblo, divisaron de nuevo, tras ellos,
siempre a ras de suelo y a poca distancia, la tenaz callampa. ¡Se había
contentado con contornear el pueblo y luego había alcanzado el camino!
El próximo pueblo era Pierregot, a dos kilómetros de distancia. Los tres
automovilistas, tensos, las frentes húmedas, empezaban a preguntarse qué
quería de ellos este importuno perseguidor y cómo terminaría todo esto. A la
entrada del pueblo se reproduce la misma maniobra que en Rubempré: torció
y desapareció. Escuchemos a continuación a la señora Mansart:
«A la salida de Pierregot, al ver que el objeto, una vez más nos había
alcanzado, me detuve. El «Disco» recorrió aún trescientos a cuatrocientos
metros, luego se detuvo también, describiendo espirales a ras de suelo. Esperé
un momento y luego partí. Recuperó entonces su posición y prosiguió su
persecución.
»Sólo al entrar a Rainneville, 10 kilómetros antes de Amiens, vimos que se
alejaba definitivamente. Se orientó hacia el oeste, aceleró y desapareció en
esa dirección a una velocidad vertiginosa.»
Esa aventura asombrosa se había desarrollado sobre una distancia de 6
kilómetros, y en poco más de 6 minutos. Eran alrededor de las 9’05 p.m.
Waben-Rue. En ese momento preciso, el señor Georges Galland,
comerciante en Rue (Somme), su mujer y su hijo corrían en auto sobre la
nacional 40, entre Waben y Rue, 65 kilómetros más hacia el oeste. Y la misma
escena se repitió.
Igual que los tres automovilistas de Amiens, los de Rue divisaron de
repente en el cielo un objeto naranja.
Igual que ellos, pronto vieron que ese objeto los seguía. En ese lugar, la
carretera, casi desierta, corre en una región arenosa y con pantanos. No
pudieron realizar la misma experiencia de la señora Mansart durante la
travesía de los pueblos. Pero el señor Galland disminuyó la velocidad hasta 50
kilómetros por hora y vio que el objeto hacía lo mismo, siguiéndolos a ras de
suelo a unos centenares de metros Por fin, poco antes de Rue, después de 8
kilómetros de persecución, el objeto aceleró repentinamente, viró hacia la
derecha y desapareció sobre Saint-Quentin-en-Tourmont en dirección al mar.
El mismo día, 3 de octubre, y a la misma hora, encontramos otro caso
señalado en Quend (Somme). Pues bien:
Quend es un pequeño caserío a 100 metros de la nacional 40 y a 5
kilómetros al norte de Rue. Los habitantes de Quend vieron pasar un objeto
en el mismo lugar y a la misma hora en que la familia Galland declaró haber
sido perseguida. Los dos testimonios se confirman.
Además, también las horas y las direcciones encajan perfectamente entre
los testimonios Mansart (Hérissart-Rainneville) y Galland (Waben-Rue). La
señora Mansart y sus compañeros vieron desaparecer el objeto a toda
velocidad hacia el oeste. Pues bien: Rue está exactamente al oeste de
Rainneville. Y las horas son las mismas con pocos minutos de diferencia. Otra
vez más, los minutos que transcurren indican un camino en el mapa. Si hubo
alucinación, su carácter inusitado merece la atención de los psiquiatras, con
tanta mayor razón, pues está agravado con un caso evidente de telepatía.
Armentières, 9’15 p.m. Algunos minutos más y las observaciones de nuevo
empezaron a sucederse, pero esta vez en la misma región que al comienzo, o
sea más al norte. Si los testimonios que preceden conciernen al mismo objeto,
éste partió entonces hacia el mar (observación Galland); luego se remontó en
la noche sobre las olas a una velocidad vertiginosa, antes de volver de nuevo a
tierra. Si se hubiera tratado de una alucinación comprobamos, sin embargo, su
carácter obsesivo. Pues a las 21’15 p.m., he aquí que nuestra psicosis se pone
otra vez en movimiento en La Chapelle-d’Armentières, alrededor de 10
kilómetros al oeste de Lille.
La calle de Fleury rebosaba a esa hora de gente. Un peatón, al levantar los
ojos al cielo, descubre un objeto luminoso perfectamente inmóvil. Y lo señala
a los vecinos. Todos se detienen. Todos se agrupan. Y muy pronto todo el
barrio mira, comenta, cambia impresiones. El objeto permanece inmóvil. Un
curioso se ha procurado unos gemelos, lo estudia durante largo rato, luego se
lo pasa a los vecinos. A ojo desnudo, se ve una especie de cúpula, una
«callampa», dicen unos; una media luna, dicen otros. Es de color amarillo-
naranja, o dorado, con una como mancha verdosa alargada. Los gemelos
confirman esa descripción. La observación prosigue durante algunos minutos;
de súbito, el objeto, que permanecía hasta ese momento inmóvil, arranca a
una velocidad terrible y desaparece hacia el sud-sudoeste, hacia Fleurbaix.
Son las 9’20 p.m.
Liévin, 9’30 p.m. Diez minutos más tarde, el señor Jean Lecoq, de Liévin,
observaba, hacia el sur, sobre la llanura de Lorette, un espectáculo muy
curioso. En el cielo, a poca altura, un objeto luminoso de forma alargada, pero
redondeado por arriba, se balanceaba ligeramente. El señor Lecoq detuvo a
varias personas para que confirmaran esta aparición. El objeto parecía estar a
un kilómetro más o menos de los observadores. Muy pronto se reunieron unas
cien personas. De improviso, «algo» se desprendió de la parte inferior,
descendió rápidamente al suelo, y permaneció algunos segundos, y volvió a
fijarse en el punto de donde había partido. El objeto arrancó hacia el sur y
descendió en el valle donde desapareció.
Ablain-Saint-Nazaire, 9’30 p.m. Ahora bien: en el valle, a menos de un
kilómetro bajo la planicie de Lorette, se encuentra la aldea de Ablain-Saint-
Nazaire. Y he aquí lo que vieron dos habitantes de Ablain-Saint-Nazaire a la
misma hora:
Un objeto luminoso llegaba del norte planeando suavemente. Después de
haberse acercado un poco, se detuvo y pareció dividirse en dos. Mientras su
parte superior permanecía inmóvil, su parte inferior descendía, aterrizando en
un campo situado entre dos ruedas de molino, y remontó poco después para
unirse otra vez a la parte que permaneciera en el aire. Una vez que el objeto
recobró su forma inicial arrancó y desapareció rápidamente.
Resulta inútil insistir sobre la similitud de los dos testimonios. Lo que
debemos subrayar es que los dos grupos de testigos no sólo no se conocían
sino que no sabían que otros habían observado esa extraña maniobra realizada
dos veces a algunos kilómetros de distancia a quizás un minuto de intervalo*.
Pero lo más digno de notarse en este caso es que, una vez más, la sucesión
de las horas y de los lugares desde Armentières sugiere el desplazamiento
rectilíneo de un objeto. Recordemos, en efecto, la última observación de los
testigos de La Chapelle-d’Armentières: a las 9’20 p.m. habían visto cómo el
objeto desaparecía rápidamente hacia Fleurbaix, esto es, hacia el sud-sudeste.
Ahora bien: los testimonios siguientes, 10 minutos más tarde, se produjeron
precisamente a 30 kilómetros al sud-sudeste de La Chapelle-d’Armentières.
Queda un testimonio. He aquí que llegamos a las 9’30 p.m. Las
observaciones de Liévin y de Ablain-Saint-Nazaire son las últimas del 3 de
octubre para esa región: aparentemente, el Disco Volador (o la alucinación)
huye hacia el norte de Francia a partir de ese momento. Y, sin embargo, queda
aún un testimonio sobre el cual deberíamos haber hablado en primer lugar,
pues data de las 6’15 p.m., y precede, entonces, a Chéreng. Si no lo presenté
es porque su valor, si lo tiene, deriva de los otros. Y porque es extraordinario.
Es necesario, pues, para apreciar el alcance, sopesar, primero, el crédito
que se puede dar a los otros testimonios.
¿Se puede dudar de Chéreng? Ciertamente: se puede siempre dudar, bajo la
condición de que sea con conocimiento de causa. Ahora bien: aquí existen
tres grupos de testigos que totalizan un centenar de personas sobre las 1.500
de que se compone la aldea: aquellos que vieron llegar la máquina y sólo
vieron eso (se hallaban en las afueras de la aldea); aquellos que vieron el
aterrizaje (estaban hacia Lille, cerca de las últimas casas del puente); aquellos,
en fin, que lo vieron alejarse, sin saber que se había posado sobre el suelo (se
encontraban hacia el sur de la aldea).
En Marcoing, el relato anterior permite formarse una idea del valor de los
testimonios. Pero hay que hacer notar también que Marcoing y Chéreng se
completan y confirman. El valor probatorio de las dos localidades y de las
localidades de Marcoing, se agrega y se combina.
El testimonio de Mansart acerca de la primera persecución del auto no es
sino, al comienzo, un débil argumento a su favor: y es que Hérissart se
encuentra en la dirección que tomó el objeto al partir de Marcoing, y las horas
coinciden. Eso es todo. Nada nos obliga a creer en los tres testigos. Las aldeas
que atravesó nada han notado; lo cual, por lo demás, se explica si los
testimonios son verídicos, pues el objeto las contorneaba.
El testimonio de Galland parece auténtico, pues los aldeanos de Quend
están tan poco al corriente de lo que dicen los de Galland y de su existencia,
como éstos tampoco lo están de lo que cuentan los testigos de Quend, y
además sus relatos se confirman.
Sólo de esta manera el testimonio Mansart adquiere un comienzo de
verosimilitud, pues los dos corresponden perfectamente: horas, direcciones,
descripciones, etc. Si hubo alucinaciones o bromas, es necesario explicar sus
correspondencias*.
En cuanto a los tres últimos grupos de testigos, es difícil comprobarlos. Se
puede discutir la interpretación de lo que ellos vieron (decir, por ejemplo, que
sufrieron de alucinación, etc.), pero no su sinceridad.
Dicho esto, he aquí el testimonio que falta, el primero en el orden
cronológico.
«La tarde del domingo, 3 de octubre, dos jóvenes de Vron (Somme)
viajaban en bicicleta sobre el camino departamental 27. Vron es una pequeña
aldea situada a 8 kilómetros de Rue y a 8 kilómetros también de Quend,
donde se desarrollaría dos horas y media más tarde la segunda persecución.
»Hacia las 6’45 p.m., cuando se encontraban a 4 kilómetros de Ligescourt,
divisaron repentinamente, a 150 metros, en el centro de la calzada, una
especie de máquina luminosa que emitía una luz anaranjada. Oigamos lo que
dicen dos jóvenes campesinos, Bernard Devoisin y René Coudette, los dos de
dieciocho años de edad.
»Era circular, de unos tres metros de largo; su altura era más o menos de
dos metros, y evocaba la forma de una rueda de molino. Cerca de él, algo se
movía, algo que, al comienzo, tomamos por un animal. Pero al acercarnos,
pronto vimos que era un ser cuya talla era la de un niño vestido con una
escafandra. Subió al aparato, el cual voló rápidamente sin producir ruido,
mientras estábamos a no más de 70 metros.»
Eso es todo. Si se trata de demostrar algo, el valor de este testimonio es
exactamente nulo. Nada lo confirma: ninguna huella. No existe ningún medio
de saber si Bernard Devoisin y René Coudette inventaron todo, de pe a pa, o
si su historia es verdadera: forma parte de esos relatos que, lejos de parecer
una prueba, necesitan ellos mismos que se los pruebe. Pero si la prueba no
existe, viceversa, nada prueba que el relato de los dos campesinos sea una
pura invención. No relatarlo equivaldría a confirmar sin prueba su falsedad,
pero si es verdadero, constituye la más importante observación de la tarde.
Conviene también estudiarlo bajo la condición de dejar en suspenso el juicio.
Hecha esta reserva, los que creen en la realidad del testimonio no carecen
de argumentos. En primer lugar —observaron— el objeto descrito por los dos
muchachos se parece en todo a aquel que varios centenares de testigos dijeron
haber visto durante las tres o cuatro horas siguientes. También es igual,
tomando, sí, en cuenta, que los detalles dados por unos y otros son poco
numerosos. La sola discordancia es la dimensión dada por los tres
automovilistas de Amiens: 6 a 8 metros, es decir, mucho más que los otros.
Pero ya se sabe cuán difícil es calcular la distancia y las dimensiones reales de
un objeto cuando no se ha posado sobre el suelo. Por otra parte, el terror que
hizo presa de esos tres testigos es un sentimiento que, ya se sabe, incita a la
exageración, por sincera que ella sea. La luminosidad anaranjada es señalada
en todas partes, así como su forma circular, la parte inferior aplastada y la
superior en forma de cono ensanchado. Esta concordancia es tanto más
notable, señalan aquellos que creen a los dos muchachos, pues ella concierne
a los sucesos cuya concordancia no se reveló sino sólo varios meses más
tarde, y no es ahora conocida de los testigos. Ellos no la descubrirán salvo que
lean mi libro.
Así, pues, como aquellos que creen en la sinceridad de ese relato están
obligados a creer en los Discos Voladores, esgrimen un último argumento en
el misterioso regreso del objeto sobre la misma región, dos horas y media más
tarde. Pero no es seguro que esta manera de pensar implique un círculo
vicioso.
Lo que, en todo caso, debemos reconocer es que los dos muchachos
parecieron sinceros a los que los interrogaron, y que el «pequeño ser» que
dicen haber visto se parece mucho a aquel que fue descrito varias veces por
otras personas durante ese otoño de 1954.
¿Explicación natural? Ninguna explicación fue jamás propuesta frente al
conjunto de observaciones que acabo de presentar, debido a que sólo hubo
investigaciones locales sin relación entre ellas. La más completa de esas
investigaciones fue la que se llevó a cabo en Marcoing por la brigada de
gendarmería que presenció el fenómeno. No hubo ninguna explicación.
La única que se sugirió, bajo ciertas condiciones bien excesivas, es el
helicóptero.
Aunque ningún helicóptero conocido se entregó a esas fantásticas
evoluciones señaladas por los testigos la tarde del 3 de octubre, se puede
suponer que:
1.º Un aparato de ese tipo quiso divertirse y vino a perturbar la fiesta
patronal de Chéreng, simuló posarse cerca del puente, luego partió hacia el
sur. Para que esta explicación sea válida tenemos que admitir:
a) Que los testigos mienten o escucharon mal cuando afirman que todo
transcurrió en silencio.
b) Que ninguno fue capaz de reconocer un helicóptero a unos veinte
metros de distancia.
2.º Se puede, en seguida, suponer que el mismo aparato, o tal vez otro, fue
observado en Marcoing sin ser reconocido. En este punto nos vernos
obligados a rechazar, por ser inventados totalmente, los detalles que dieron
todos los testigos: color que cambiaba con la velocidad, parte inferior móvil
que desaparecía antes de un rápido desplazamiento y que oscilaba cuando la
parte superior permanecía inmóvil, luz intensa que iluminaba el cielo después
de la partida del objeto, etc.
3.º Los automovilistas de Hérissart y de Rue fueron seguidos por dos
helicópteros diferentes (las dos observaciones se sucedieron a menos de cinco
minutos de intervalo y a más de 60 kilómetros de distancia; y es, por lo tanto,
imposible imputárselas a la misma máquina). Hagamos notar aquí que los
objetos fueron observados de muy cerca, que los dos grupos de testigos
describen un objeto aplastado por la parte inferior e hinchado por encima, con
luces cambiantes. Hagamos notar también aquí los «cables luminosos» que
parecen colgar de la superficie inferior. Todo esto implica una observación
hecha de muy cerca. ¿Cómo fue posible que se divisaran los «cables» y no
distinguieran una cabina?
4.º En La Chapelle-d’Armentières, un helicóptero puede ser eso que lo
explique todo, si se comienza por suprimir lo esencial, que es la observación
hecha con los gemelos y la precisa descripción de la forma por un número
muy grande de testigos: callampas o media luna, colores, etc.
5.º En Liévin y en Ablain-Saint-Nazaire, se hace necesario suprimir el 90
% de la observación, pues no existe, según mi conocimiento, helicóptero cuya
cabina sea móvil y pueda descender varias docenas de metros por debajo de
las aspas de la hélice. Ahora bien: ese detalle es bien preciso, ya que fue
observado dos veces seguidas por testigos diferentes que no se conocían e
ignoraban sus respectivas observaciones.
6.º En lo que se refiere al testimonio de Vron, la única explicación posible
es que fue inventado totalmente*.
¿Es satisfactorio este método de explicación? Cada cual responderá a la
pregunta según sus exigencias intelectuales. Es necesario reconocer que se
relaciona bastante con el sistema filosófico propuesto un día por Raymond
Queneau: según él podríamos explicarnos el universo entero si se admitiera
que está constituido por una infinidad de cajas de todas formas y de todas
dimensiones. El cráneo es una caja, el vientre es una caja, la tierra es una gran
caja redonda rodeada por una caja más grande llamada «cielo». Bajo una caja
de proporciones convenientes, dispongamos cuatro cajas circulares e
inmóviles: se obtiene un automóvil. Los dientes son pequeñas cajas de marfil,
y es evidente que el peine es una pequeña caja provista de dientes. En fin: un
teatro es una gran caja y a uno de sus costados se ha pegado un gran número
de cajitas para los espectadores. Todo se allana ante ese genial sistema, y uno
se sorprende que sea tan mal conocido, especialmente en el asunto del Disco
Volador.
Pero, ¿es realmente tan desconocido? ¿No hay acaso excelentes espíritus
que prefieren creer en no importa qué cajita antes que confesar su ignorancia?
El punto de vista «pro». Si admitimos que lo que ocurrió en el norte de
Francia el 3 de octubre de 1954 no tiene ninguna explicación conocida,
descubrimos que el paseo dominical del misterioso objeto no está desprovisto
de enseñanzas, y resulta interesante dejar volar un momento la imaginación y
pensar que el Disco Volador existe como máquina desconocida por la técnica
humana.
1.º En el curso de este libro hemos mostrado numerosas observaciones
donde los testigos afirman haber visto que el motor de sus máquinas se
detenía, y sentido que sus cuerpos eran atacados por la parálisis mediante
«picotazos», sensaciones «eléctricas», etc. Ninguno de los testigos del 3 de
octubre señala un fenómeno de esa naturaleza.
¿Existe una contradicción? No. Alguien hará notar que la parálisis
acompañada de picotazos no es automática. Uno de los testigos que (según
sus palabras) se aproximó al máximo a un Disco Volador y sus pilotos, el
señor Marius Dewilde*, hizo notar bien que la parálisis ocurrió de improviso,
cuando se encontraba ya muy cerca de la máquina, como si se hubiera sentido
cogido por un medio de defensa accionado «voluntariamente».
Más aún: no existe ejemplo en que el fenómeno haya sido observado más
allá de cierta distancia. Sólo algunos testigos de Chéreng pudieron
aproximarse a la máquina más allá de la zona paralizante*. Los que más se
acercaron fueron los de Vron (70 metros más o menos). Los automovilistas de
Rue y de Amiens no señalan distancia que sea inferior a los 150 metros.
2.º Cinco grupos de testigos observaron un detalle sugestivo: se trata de la
parte inferior móvil y de los «cables luminosos».
En Marcoing, el objeto, recordemos, fue descubierto cuando ya se
encontraba inmóvil (nadie lo vio llegar).
Ahora bien: la señorita Anne-Marie Perrut, primer testigo (y en seguida los
otros) vio una especie de domo inmóvil bajo el cual una pequeña bola
brillante oscilaba levemente. Hacia el término de la primera parte de la
observación, todo el mundo vio que esa bola subía hacia el objeto principal y
desaparecía, dejando solo al mismo domo. Luego el objeto se alejó, regresó y
se le observó otra vez, sin su pequeña bola inferior. Cuando hubo partido
hacia el sudoeste, la pequeña bola seguía siendo invisible.
Un poco más tarde, los automovilistas de Amiens eran alcanzados por el
objeto: no había trazas de bola, pero distinguieron nítidamente los «cables»
que colgaban bajo la superficie inferior. En esa época los famosos cables no
llamaron especialmente la atención. Pero tres años más tarde, con motivo de
las observaciones de 1957, readquirieron un nuevo interés. Volveremos a ellos
al final de este libro.
En La Chapelle-d’Armentières, ni la bola inferior ni los cables llamaron la
atención; pero las dos últimas observaciones son especialmente
impresionantes: en Liévin y en Ablain-Saint-Nazaire se pudo observar la
maniobra de un extremo al otro, y los dos grupos de testigos la describieron
de una manera extraordinariamente concordante. El objeto pareció partirse en
dos; la parte inferior descendió hasta el suelo; quedó allí algunos segundos y,
por fin, volvió a subir, y desapareció dentro del objeto principal que se había
mantenido inmóvil.
¿A qué corresponden esos «cables» y esa bola móvil? Todas las
explicaciones sugeridas en Francia se basan sobre discutibles analogías con
los aparatos imaginados por la ciencia-ficción. Veremos, sin embargo, en el
transcurso de las tres semanas siguientes, los extraños fenómenos observados
por los testigos que pudieron aproximarse muy de cerca a ese aparato, al cual
llamaremos «Disco medusa»: esos fenómenos se explican todos por la
presencia de un campo magnético que fluctúa rápidamente.
Pero volvamos a nuestro examen de los acontecimientos de ese domingo 3
de octubre.
Descenso sobre París. Vimos anteriormente que después de las 9’30 p.m.
desapareció del cielo del norte de Francia todo fenómeno extraño. Pues bien:
a las 9’30 exactamente, dos testimonios absolutamente concordantes señalan,
en la región parisina, es decir, a doscientos kilómetros al sur de Lille, la
aparición de un objeto que se dirige hacia el sur a gran velocidad.
El primer testimonio fue registrado esa misma noche por una carta que
recibí dos días antes de que fuesen conocidos los fenómenos observados en el
norte. Helo aquí:
«En el momento en que me iba a acostar miré, por casualidad, una especie
de bola de fuego. La observé un instante, y luego, al ver que su aspecto no era
normal, llamé a mi padre, a mi madre y a mi hermana de quince años de edad.
Observaron, como yo, la evolución del fenómeno hasta su desaparición bajo
el horizonte.
»Nuestra casa goza de excelente visibilidad, pues está situada sobre una de
las colinas del Marne.
»Habituado a entregar informes, debido a mi condición de estudiante de
radio-electricidad, le envío nuestras observaciones redactadas de tal manera
que excluyan cualquier cosa imaginativa.»
En seguida venía el informe firmado por el señor Claude R…, de
Champigny-sur-Marne, localidad situada a algunos kilómetros al este de
París.
El testigo señala, en primer lugar, que en el momento en que descubrió el
objeto, a las 9’30 p.m., éste, una especie de cigarro naranja, estaba casi
inmóvil hacia el sur-sudeste en dirección al aeródromo de Orly.
«Lo vimos deformarse lentamente, cuenta el señor R…, disminuir en
tamaño y en intensidad luminosa, y luego dividirse en dos puntos luminosos
parecidos a estrellas.
»Luego los dos puntos se volvieron a fundir nuevamente en uno solo, de
forma muy precisa, que tomó el aspecto de un “Disco” inclinado sobre el
horizonte y que crecía rápidamente. Luego el objeto disminuyó de grosor,
descendiendo sobre el horizonte, y se volvió a dividir otra vez en dos partes,
“la parte superior y la parte inferior”, brillaban sucesivamente cada una de
ellas: el fenómeno desapareció, por fin, hacia el sur, disminuyendo
rápidamente de brillo.»
Se comprende, al leer este relato, lo que el señor R… entiende por
«eliminación de todo aspecto imaginativo»: trató de no traducir los cambios
de forma y de dimensión como la descripción de una maniobra. Allí donde
otro hubiera dicho: «vi el objeto acercarse», él escribe: «el fenómeno creció y
adquirió brillo». Si tratamos de imaginarnos una maniobra tras esta
descripción he aquí lo que obtendríamos:
Hacia las 9’30 p.m., un fenómeno luminoso de color naranja se encontraba
casi inmóvil en dirección a Orly. Pero pronto se alejó, se dividió en dos
puntos superpuestos que luego se reunieron nuevamente, y el fenómeno
«unificado», que presentaba el aspecto de un platillo, se inclinó y acercose a
toda velocidad. Se alejó en seguida por segunda vez, se volvió a dividir
nuevamente en dos, y desapareció rápidamente hacia el sur.
Por supuesto, el señor R… tenía razón al rechazar toda interpretación
subjetiva. Al terminar su carta, expresaba, sin embargo, la esperanza de que
otros testimonios confirmaran su observación, de manera que el fenómeno
pudiera ser descrito de una manera más realista.
Su deseo fue cumplido.
Algunos minutos antes de que el señor R… descubriera el objeto al mirar a
través de su ventana, el señor Mourouzeau salía de su restaurante «Le
Coquibus» en Milly-la-Forêt. Milly está a 45 kilómetros de Champigny,
bordeando el bosque de Fontainebleau, y a poca distancia de Barbizon. El
señor Mourouzeau estaba en compañía de sus tres empleados, a los cuales
conducía al autobús de Gironville. Los cuatro divisaron, súbitamente, en el
cielo, hacia el norte, un objeto en forma de media luna, el cual, según dijeron,
al comienzo los engañó. Pero aparte de que jamás habían visto la luna en ese
punto del cielo, no tardaron mucho en comprobar que el astro verdadero se
encontraba muy visible y a sus espaldas*.
Después de un período de cuasi inmovilidad, durante el cual «la forma del
objeto se hizo más precisa y se modificó tal vez, dijeron ellos, bajo el efecto
de una ilusión óptica», el objeto se acercó descendiendo; luego desapareció
hacia el sur tras la línea del horizonte, después de cinco o seis minutos. En el
momento en que el objeto estuvo más cerca, los testigos pudieron ver su
forma: era «una especie de cigarro rojizo que llevaba abajo un pequeño anillo
brillante».
La semejanza de los dos testimonios muestra que se trata, sin duda, del
mismo fenómeno. En efecto:
1.º Las horas son las mismas.
2.º Los testigos de Champigny ven, al sur, lo que los testigos de Milly ven
al norte. Pues bien: Champigny y Milly están situados sobre la misma línea
meridiana, a 45 kilómetros de distancia la una de la otra. La única diferencia
consiste en que el segundo grupo ve aparecer el fenómeno al norte y lo ve
desaparecer hacia el sur; pero esto también confirma la identidad del
fenómeno, y muestra, además, que la maniobra observada en Champigny se
desarrolló en algún lugar entre las dos localidades.
3.º La descripción del fenómeno en sí mismo es igualmente probatoria.
Efectivamente: la segunda parte de la observación de Champigny describe un
objeto único bastante próximo que se aleja en seguida hacia el sur
dividiéndose en dos. Pues bien: ¿qué dicen los testigos de Milly? Dicen que
divisaron hacia el norte un objeto en forma de media luna roja que pronto se
acercó (luego evolucionó hacia el sur, se deformó y, por fin, se presentó bajo
la forma de un «cigarro rojo» sobrepuesto a un «pequeño anillo brillante»). La
concordancia es impresionante.
Lo es tanto más si tomamos en cuenta que los dos grupos de testigos se
ignoraron siempre, y no conocerán sus respectivas observaciones salvo que
lean estas líneas. Sólo el testimonio de Milly fue publicado en una pequeña
gacetilla de diez líneas en ciertos periódicos del 5 de octubre. La carta del
señor R…, escrita la noche misma del 3, está timbrada el 4 de octubre a las
9’45 p.m. en el correo de Champigny. Jamás fue publicada, y nosotros
siempre tuvimos la precaución de no dar a grupos de testigos diferentes la
oportunidad de adornar sus respectivas observaciones.
4.º Pero estos dos testimonios sólo adquieren su verdadero valor cuando se
los confronta con la larga serie proveniente del norte de Francia. Estos
últimos, ya lo vimos anteriormente, describen un objeto rojizo capaz de
dividirse en dos y dejar que descienda una parte brillante y más pequeña.
¿Cómo no impresionarse con una coincidencia de tal naturaleza, confirmada,
además, por el horario de las apariciones, ya que las dos observaciones de la
región parisina tuvieron lugar hacia las 9’30 p.m. precisamente la misma hora
en que cesó todo fenómeno del norte?
Más hacia el sur. Mientras se desarrollaba en el norte de Francia y sobre la
región parisina el fantástico fenómeno que acabamos de ver, se producía otra
serie de observaciones sobre una línea que iba del Atlántico a la frontera
suiza. Por desgracia, no me ha sido posible establecer, de un extremo a otro,
una cronología rigurosa de las observaciones para saber si ellas sugerían el
desplazamiento progresivo de un fenómeno. Lo que parece cierto es que, con
la excepción de un solo caso, el de Pommiers en la Indre, debemos admitir
que la serie del centro de Francia no tiene ninguna relación con la del norte.
He aquí, entonces, estas diferentes observaciones.
Dijon, 8’45 p.m. Varias personas que se hallaban en ese momento en la
calle Charles-Aubertin vieron pasar en el cielo un objeto esférico algo más
pequeño que la luna llena y que derramaba un fuerte color verde. Se dirigió
hacia el sur a gran velocidad, más rápido que un avión, menos rápido que un
bólido.
Epinac-les-Mines y Santenay, algunos minutos más tarde. Hacia las 8’40
p.m. el señor Bernard Legros, de veinticinco años, su mujer y su madre, la
señora Rizet y su tía la señora Réty partían en auto desde Epinac-les-Mines,
50 kilómetros al sudeste de Dijon, por el camino departamental 43. A tres
kilómetros de Epinac, en el momento en que llegaban al cruce de la Drée,
donde la D-43 corta a la nacional 73, camino de gran circulación, se detienen
frente al cruce.
Entonces divisaron, proveniente del nordeste, en el cielo estrellado, una
bola luminosa color naranja que se acercaba a una velocidad moderada
perdiendo altura. Toda la familia bajó del auto. Otros automovilistas que
pasaban en ese momento hicieron lo mismo. El objeto se acercaba cada vez
más. Pronto pasó al este de la Drée en dirección a Saizy-la-Forêt, y prosigue
su camino hacia el sur. Al llegar a su punto más cercano, el objeto se
distingue muy nítidamente: es una especie de cigarro luminoso color naranja.
En el centro de su parte superior se divisa una especie de cúpula oscura.
En ese mismo momento se observa al objeto en el pueblo de Santenay, a
16 kilómetros, a vuelo de pájaro, al este de la Drée. Es seguro que se trata del
mismo objeto, pues las horas registradas son también las mismas, como
también las descripciones respecto a la forma, color y movimiento.
Simplemente los testigos de Santenay ven pasar el objeto al oeste y los de la
Drée al este. Pues bien, los testigos de la Drée están seguros que el fenómeno
se hallaba muy cerca, a 4 kilómetros en el momento de su mayor cercanía.
Luego el cigarro rojo pasó entre la Drée y Santenay. Por último, tanto en la
Drée como en Santenay dicen haber visto cómo el fenómeno se alejaba hacia
Creusot, esto es, hacia el sudoeste. Tanto en uno como en otro lado, la
observación duró alrededor de cinco minutos.
¿Qué razones tenemos para pensar que las observaciones de Dijon, Drée y
Santenay se refieren a un mismo objeto?
1.º Si unimos Dijon con la Drée obtenemos una línea orientada al sudoeste.
Pues bien: en Dijon vimos cómo el objeto desaparecía hacia el sur; en la Drée
y en Santenay lo vieron llegar desde el nordeste, dirección a Dijon.
2.º Desapareció hacia Creusot. Unamos Creusot con Dijon, y obtenemos
una línea que pasa entre la Drée y Santenay, precisamente por el lugar donde
se observó el objeto.
3.º Las horas coinciden en forma notable: 8’45 p.m. en Dijon, dos o tres
minutos más tarde en la Drée y Santenay.
Los escépticos contestan a estos argumentos diciendo que el objeto era
verde y rápido en Dijon, naranja y lento en la Drée. Argumento que refutamos
diciendo que todo eso coincide completamente con la ley muy conocida de la
relación entre el color y la velocidad*, lo mismo que con las horas y las
distancias: 50 kilómetros en dos o tres minutos dan entre 1.000 a 1.500
kilómetros por hora.
Por último, los escépticos explican el caso Dijon como un bólido, y el caso
de la Drée como cualquier cosa: globo-sonda, etcétera. A lo cual los
adversarios oponen dos argumentos:
—Un bólido algo más pequeño que la luna llena se ve de lejos. Se habla de
él. Ahora bien: ese bólido sólo fue visto en Dijon.
—Los detalles registrados en la Drée y en Santenay son relativamente
precisos e iguales. Pero los dos grupos de testigos no se conocen. Y la
descripción que dan excluye el globo-sonda, el helicóptero, etc. Además, un
globo-sonda visto claramente en dos puntos a la vez situados a 16 kilómetros
uno de otro tendría un buen tamaño. Como, además, perdía altura, tendrían
que haberlo encontrado. No se halló nada.
Admitimos, sin embargo, que esta discusión está lejos de desembocar en
una conclusión decisiva. Pero el interés de este caso está en otra cosa: si se
probara, por otros medios, que los Discos Voladores son realmente máquinas,
habría que reconocer que los Discos explicarían mucho mejor las
observaciones de Dijon-Drée-Santenay que los globos-sondas, bólidos, etc.;
pero entonces este caso nos enseñaría que el color verde corresponde a
velocidades superiores a mil kilómetros por hora, lo cual sin duda daría algo
de luz a un cierto número de casos diferentes.
La serie de las 9 p.m. He aquí una serie de observaciones cuya sucesión es
mucho más perturbadora. Si agrupamos los testimonios registrados alrededor
de las 9 p.m. obtenemos, una vez más, un conjunto perfectamente coherente
que se extiende sobre 430 kilómetros de distancia y que sigue los lados de un
ángulo Clermont-Ferrand-La Chapelle-Hugon-Montbéliard-Grandvillars.
La primera observación se registra un poco antes de las 9 p.m. en
Clermont-Ferrand, donde los testigos ven llegar en el cielo un grueso punto,
luminoso y blanco, que pronto pasa al verde, luego al rojo, y finalmente
desaparece en el horizonte, conservando este último color.
La observación fue rápida. A primera vista se trata de un vulgar bólido;
pero veamos lo que sigue.
La Chapelle-Hugon 9 p.m. Algunos minutos más tarde, hacia las 9 p.m.,
un auto conducido por el corredor de ciclismo Robert Verdenal, y en el cual
hallábanse varias personas, corría sobre la nacional 720, entre La Chapelle-
Hugon, y Grossouvre, en el departamento del Cher.
En ese lugar la nacional 720 bordea el canal de Berry y la pequeña ribera
de Aubois: está orientada más o menos al norte-sur. Prolongándola
teóricamente hacia el sur pasa por Clermont-Ferrand.
Bruscamente Robert Verdenal y sus compañeros divisaron, viniendo hacia
ellos, es decir, hacia el sur, un cuerpo luminoso de forma circular y de color
rojo. El objeto se acerca rápidamente; luego, de súbito, se inmoviliza. Esta
inmovilidad dura algunos segundos, después de los cuales el objeto vuelve a
partir a gran velocidad en dirección al este, formando un ángulo recto con su
primera trayectoria.
Ballet en el cielo de Château-Chinon. En el mismo momento los habitantes
de Château-Chinon, 80 kilómetros más al este, empiezan a contemplar sobre
su pueblo un espectáculo muy curioso.
Los primeros testigos divisan una especie de mancha luminosa de forma
oval, esto es, semejante a un objeto plano y circular visto ligeramente de
perfil. Esta «mancha» está inmóvil y parece hallarse a gran altura. La
inmovilidad dura varios minutos, durante los cuales aumenta el número de
testigos. Súbitamente la mancha se divide en dos pedazos que comienzan a
girar rápidamente, cambiando varias veces de color. Luego desaparece
completamente la luz, y durante algunos instantes no se ve nada. Pero pronto
la mancha reaparece, y vuelve a empezar el mismo espectáculo: división en
dos objetos que comienzan a girar, cambio rápido de colores, luego nueva
desaparición. La misma maniobra comienza cinco veces seguidas, después de
lo cual la mancha luminosa desaparece definitivamente.
Muy a mi pesar no he podido establecer con certidumbre el orden
cronológico de aparición de los dos fenómenos de La Chapelle-Hugon y
Château-Chinon. La única indicación que se obtuvo en ambos casos es «hacia
las 9 p.m.». Luego, no se puede afirmar que se trata del mismo objeto, a pesar
de que hay razones para suponerlo. En efecto: los testigos de la nacional 720
ven desaparecer el objeto hacia las 9 p.m. Pues bien: a las 9 p.m. los
habitantes de Château-Chinon, 80 kilómetros al este de La Chapelle-Hugon
descubren la mancha oval en el cielo.
Por otro lado, es cierto que los habitantes de Château-Chinon ven que los
dos objetos giran y cambian de color, y los viajeros de la nacional 720 hacía
rato ya que habían perdido todo contacto con el objeto. Efectivamente, el
espectáculo de Château-Chinon duró por lo menos cinco minutos. Se produjo
entonces realmente una sucesión de tiempo en el mismo sentido indicado por
los testigos de la nacional 720: de oeste a este.
Pero ésta es la razón más convincente en favor de la trayectoria de un
objeto único: algunos minutos más tarde, se observó en Montbéliard, luego en
Grandvillars, un objeto cuya descripción corresponde a la de los testigos de
Château-Chinon y de la nacional 720. Pues bien, Grandvillars, Montbéliard,
Château-Chinon y el punto de observación de la nacional 720 están situados
en la misma recta.
Ballet sobre Montbéliard. Un poco después de las 9 p.m., varias personas
de Montbéliard divisan en el cielo un objeto luminoso circular de color rojo.
Inmóvil al comienzo, pronto el objeto empezó a girar pasando del rojo al
verde y viceversa. Algunos testigos, en el momento del cambio de color,
creyeron que el objeto «presentaba fases» de colores diferentes, unas rojas,
otras verdes*. Alguien fue a buscar un par de gemelos y se los prestaron unos
a otros. El objeto permaneció visible durante varios minutos, a ratos inmóvil,
a ratos girando en redondo, a ratos desplazándose en zigzag en todos los
sentidos, como si lo agitara una especie de movimiento browniano. Todas
estas evoluciones lo desplazaron finalmente un poco hacia el este del punto
donde lo habían descubierto primitivamente, cuando de repente aceleró en
forma violenta en dirección al territorio de Belfort, hacia el nordeste, donde
desapareció.
En el mismo momento, varias personas de Grandvillars, en el territorio de
Belfort, a 14 kilómetros al este-nordeste de Montbéliard, divisaban en el cielo
un objeto luminoso, al cual describieron como una bola de color naranja, que
pasó rápidamente sobre el pueblo y desapareció hacia el este. No eran aún las
9’15 p.m.
Una curiosa alineación. Hagamos un recuento de las cuatro últimas
observaciones:
1.ª Hacia las 9 p.m., cerca de La Chapelle-Hugon, aparece un objeto
luminoso desde el sur, se detiene algunos segundos y vuelve a partir hacia el
este.
2.ª En el mismo momento, en Château-Chinon, a 80 kilómetros al este-
nordeste, un objeto al comienzo rojo e inmóvil se entrega durante por lo
menos cinco minutos a extrañas demostraciones; luego desaparece.
3.ª Algunos minutos más tarde, se observan otras maniobras más o menos
idénticas a 220 kilómetros de allí, en Montbéliard, en el Doubs Es inútil
insistir sobre la similitud de las observaciones de Montbéliard y de Château-
Chinon. Cambio de colores, giros rápidos: la única diferencia está en la
división en dos objetos sobre Château-Chinon.
Pero si se prolonga hacia el este la recta que une las observaciones 1.ª y 2.ª,
pasa exactamente sobre Montbéliard, y a 220 kilómetros de distancia, lo que
produce una hermosa exactitud angular.
4.ª En ese mismo momento, un objeto en todo semejante al de la nacional
720 pasa sobre Grandvillars. Unamos Grandvillars con Montbéliard mediante
una línea recta, y prolonguémosla hacia el oeste: primero sobrevuela Château-
Chinon; luego corta la nacional 720 en el punto donde algunos minutos antes
tuvo lugar la primera observación…
Frente a una serie tan maravillosa, estaríamos tal vez tentados de pensar
que todos estos testigos vieron un vulgar bólido. Los giros de Château-Chinon
y de Montbéliard, el rojo que se vuelve verde y luego retorna al rojo cinco
veces consecutivas, no son sino sueños de débiles mentales presos de «delirio
de barrio»*. Estoy conforme con ello; es más, no pido otra cosa. Queda por
explicar la concomitancia de dos delirios idénticos a 220 kilómetros de
distancia. El Disco Volador puede ser ese delirio. Pero no se imaginen haberlo
explicado con la simple aplicación de un nombre, pues entonces volvamos
mejor francamente a la virtus dormitiva. Queremos que se nos diga lo que sea
menos milagroso sobre el sueño colectivo y simultáneo a 220 kilómetros de
distancia o sobre el paso del objeto.
Dudar de la realidad de los giros y de los cambios de color no es ninguna
solución. Pero esa misma duda tiene ciertos límites. Pues aunque los mismos
testigos hubiesen estado lo bastante locos para soñar todo esto y sólo hubiesen
visto la pasada de un bólido, tienen que explicarnos cómo ese bólido pasó lo
suficientemente lento como para permitir que los testigos de Montbéliard
fueran a buscar los gemelos y se los prestaran unos a otros para confrontar sus
impresiones.
En cuanto al hecho de que Clermont-Ferrand esté en la alineación de la
nacional 720, dejemos a los simples de espíritu que prefieren creer en un
aparato en lugar de la telepatía, el cuidado de encontrar una significación.
Efectivamente: sólo ellos pueden admitir el viraje observado por los testigos
de la nacional 720 y la identidad del fenómeno observado desde Clermont a
Grandvillars.
¿Aviones? Una última explicación posible es la del avión. Todos estos
testigos podrían haber divisado un aparato rápido, por ejemplo, un avión de
chorro que hubiese dado algunas vueltas sobre Château-Chinon y Montbéliard
mostrando sucesivamente sus luces rojas y verdes. Para ser franco, nadie ha
sostenido nunca esta hipótesis, y he aquí la razón:
1.ª Las diversas observaciones se refieren al mismo avión. Pero entonces
tenemos que explicar por qué, entre los millones de aviones que surcan
incesantemente el cielo francés, sólo uno de entre ellos tuvo la suerte de ser
confundido en su trayecto con un Disco Volador. ¿Su velocidad? Es cierto que
430 kilómetros en quince minutos es un término medio muy apreciable; hasta
podemos decir halagador para nuestros aviones de chorro; pero no es
precisamente la velocidad del objeto lo que intrigó a los testigos: muy por el
contrario, fueron sus curiosas maniobras, sus repentinas detenciones, sus
cambios de color.
2.ª Los diferentes grupos de testigos, separadamente, confunden distintos
aviones con Discos Voladores. Pero entonces se vuelve a caer en el milagro
telepático, pues hay que explicar la coincidencia en el tiempo y la progresión
sobre una línea recta.
Seamos prudentes. No rechacemos el milagro telepático. Pero dejemos a
los psiquiatras la audacia de ser los primeros en proponer esta seductora
concepción en nombre del positivismo científico, para no caer en la hipótesis
(condenada, como ya lo sabemos) de que se trata de una máquina…
Las últimas observaciones del 3 de octubre. Hemos llegado a los
alrededores de las 9’30 p.m., es decir, al momento en que han cesado todas las
observaciones en el norte de Francia, y los testigos de la región parisina
señalan un objeto que desciende hacia el sur.
En ese momento, el señor Jules Prunget, secretario de la alcaldía del
pueblo de Pommiers, en la Indre, se encuentra frente a su casa cuando divisa
un objeto muy brillante color amarillo-naranja, que atraviesa el cielo a una
altura aparentemente baja. Una vecina, la señora Nicaud divisa ella también el
fenómeno desde el umbral de su puerta. Los dos testigos comprueban que el
objeto sigue una trayectoria orientada de norte a sur, que tiene la forma de un
cigarro, que se desplaza en silencio sin dejar estela. Desaparece hacia el sur
en algunos segundos.
A primera vista ese objeto sólo es un bólido. Tenemos, sin embargo, una
excelente razón para creer que se trata de algo más.
Recordemos las observaciones de Ablain-Saint-Nazaire y Liévin*. Dos
grupos de testigos, separados por algunos kilómetros de distancia, vieron
cómo un objeto luminoso se detenía, se dividía en dos, dejaba caer al suelo su
parte inferior, fundíase de nuevo en un solo objeto y desaparecía. Tal como lo
señalamos entonces, la certeza de esta observación y de sus detalles es más o
menos absoluta, y es evidente que ese espectáculo no tenía nada en común
con el paso de un bólido. Recordemos también las dos observaciones de
Champigny y de Milly-la-Forêt*, su duración y su complejidad.
Pues bien: si se traza una línea recta desde Ablain-Saint-Nazaire hasta
Pommiers, que dista uno del otro exactamente 500 kilómetros, se comprueba
que esta línea pasa por Champigny y Milly-la-Forêt. No es que pase próxima
a estas dos localidades o en sus alrededores; no, pasa rigurosamente sobre.
Sometí este caso de alineación absoluta a la apreciación de un astrónomo
del Instituto de Astrofísica de París. He aquí su comentario:
«—Las observaciones alineadas evocan, sin duda, el bólido o el meteorito;
pero es muy improbable que un bólido que haya sobrevolado Francia en un
perímetro de 500 kilómetros sólo sea señalado en localidades rigurosamente
alineadas. Efectivamente: ningún bólido puede recorrer 500 kilómetros a muy
baja altura, digamos, a menos de algunos kilómetros de altura. Si lo han visto
sobre un perímetro de 500 kilómetros es porque se encontraba muy alto. En
consecuencia, desaparece toda razón válida de alineación.
»—Quizá —pregunté—, ¿sólo por azar los testigos alineados se han hecho
conocer? ¿Tal vez el bólido fue visto sobre una amplia banda por una multitud
de otras personas que no han juzgado útil señalarlo?
El astrónomo reflexionó un momento; luego continuó:
»—¿Usted dice que el objeto habría pasado sobre Champigny en dirección
norte-sur?
»—Sí.
»—En ese caso habría volado sobre cinco millones de personas del
conglomerado parisino. ¿Usted no tiene otros testimonios en la región?
»—Fuera del de Milly, no, ningún otro.
»—Entonces —dijo—, quiere decir que su objeto pasó muy bajo.
»No se trata entonces ni de un bólido, ni de una estrella fugaz, ni de un
meteorito. Pasó muy bajo, lo que explica la rigurosidad de la alineación. Por
lo demás —concluyó después de imponerse de los detalles de las
observaciones—, ¿cómo puede usted pensar en un bólido para explicar un
objeto observado durante cinco minutos completos como en Milly? Busque
otra cosa.»
El misterio crece. Nos quedan ocho observaciones antes que se termine
esta extraordinaria jornada del 3 de octubre de 1954. Provienen de los
siguientes puntos:
—Bergerac, en el departamento de Dordogne.
—Un punto situado sobre la departamental 16, entre Montmoreau y
Villebois-Lavalette, en la Charente.
—Angoulême, también en la Charente.
—Saint-Maixent, en las Deux-Sèvres.
—Bressuire, también en las Deux-Sèvres.
—Benet, en Vendée.
—Lusignan, en la Vienne.
—Leignes-sur-Fontaine, también en la Vienne.
1.º Las cinco primeras localidades están situadas sobre una línea
rigurosamente recta, de 240 kilómetros de largo.
2.º Las tres últimas también están alineadas. Largo de la alineación, 115
kilómetros.
3.º Saint-Maixent se encuentra en la intersección de estas dos rectas.
Dicho de otro modo, se puede clasificar Saint-Maixent indiferentemente en
una u otra de estas alineaciones. Si hubo desplazamiento de estos dos objetos
a lo largo de dos líneas, pasaron los dos sobre esta localidad.
Examinemos una vez más la hipótesis del bólido, a pesar de las objeciones
hechas ya para los otros casos de alineación: un bólido pudo sobrevolar el
sudoeste de Francia y pudo ser observado en cinco lugares en una distancia de
240 kilómetros, mientras otro bólido, con distinta orientación se observaba en
Benet, Lusignan y Leignes-sur-Fontaine. Saint-Maixent habría sido
sobrevolado por dos bólidos, lo que no es tan raro. Pero en este caso
tropezaremos con una nueva dificultad y ahora decisiva: aquí hay seguridad
de que los bólidos no pudieron ser el origen de estas dos alineaciones.
En efecto, las horas no son las mismas en la misma línea, y aún más, la
mayoría de los testimonios se refieren a observaciones en el suelo y que no
tienen ninguna relación con fenómeno celeste alguno.
De Bergerac a Bressuire (o a la inversa). En Bergerac, el fenómeno
observado es un «aparato circular de tres metros de diámetro». Se ha posado
en el jardín del señor Jean Labonne, el cual lo ve elevarse; también lo ve un
bombero de la ciudad, el señor Jean Defix. No pude conseguir la hora exacta
de la observación.
—He aquí el relato de lo que sucedió en la departamental 16 de la
Charente: el señor Jean Allary, de veintitrés años de edad, partió de
Montmoreau hacia las 10’45 p.m., dirigiéndose en su bicimoto hacia
Villebois-Lavalette. Antes de llegar a Ronsenac, divisó con la luz de sus faros
un objeto circular que se desplazaba suavemente sobre el borde del camino.
No esparcía ninguna luz, pero sin embargo, eran visibles unos pequeños
puntos brillantes «semejantes a clavos dorados». Su altura alcanzaba 1’20
metros y parecía deslizarse sobre el suelo. El señor Allary, demasiado
impresionado para detenerse, no pudo ver, al dejarlo atrás, si tocaba realmente
el suelo, pero cuando se dio vuelta inmediatamente después, vio que se
remontaba rápidamente, tornándose luminoso.
Una vez llegado al pueblo, el señor Allary contó su aventura, y al día
siguiente, en la mañana, varias personas volvieron con él al lugar del
encuentro. Pudieron comprobar que la hierba estaba aplastada y un poco
arrancada en una extensión de siete metros.
—En Angoulême, el señor y la señora Voudon ven llegar un objeto circular
rojo, que al acercarse pasa al color verde y se aleja en seguida hacia el sur.
—En Saint-Maixent, se registra una segunda observación de un fenómeno
luminoso: el señor Pichon, jefe de distrito de ferrocarriles, ve pasar un cigarro
rojo-naranja.
—En Bressuire, se repite otra observación de objeto en el suelo. El señor
Angelo Girardo, de cincuenta y cinco años, domiciliado en Breuil-Chaussée
(Deux-Sèvres), corría en bicicleta sobre la nacional B-148 hacia Bressuire,
distante 4 kilómetros, cuando al llegar cerca del silo de trigo de la
Cooperativa Agrícola de Bressuire, se dio de narices con un aparato circular
de tres metros de diámetro más o menos, posado en el suelo. El señor Girardo
se detuvo, estupefacto, y divisó, al lado del aparato, un ser de poca estatura
vestido con una especie de escafandra. El pequeño ser hizo ademán de
dirigirse hacia el señor Girardo, el cual, espantado, huyó sin apartar, sin
embargo, sus ojos del misterioso visitante. Éste volvió a su aparato, penetró
en él, y el objeto se elevó a una velocidad vertiginosa.
Visión de enfermo mental o realidad, poco importa: en los dos casos, el
acontecimiento se produjo sobre la línea Bergerac-departamental 16-
Angoulême-Saint-Maixent. Y ésta es la razón por la cual esta serie de
encuentros o de desarreglos cerebrales no pueden ser imputados a ningún
bólido generador de fábulas: el testimonio del señor Girardo debería ser en
realidad el primero citado en esta jornada del 3 de octubre, ya que se produjo
al alba, en el mismo momento en que el testigo que trabaja en el matadero de
Bressuire se dirigía a su trabajo. Habían transcurrido entonces más de doce
horas entre las observaciones de los extremos de la serie que acabamos de
estudiar. ¿Dirán que un intervalo tan largo despoja de todo sentido a la
alineación? Pero esa alineación existe. Es un hecho y aunque se le niegue toda
significación, no se le puede suprimir. Además es un hecho comprobado a
diario durante todo ese período. Que no tenga ningún significado ante
nuestros ojos, sólo aumenta su carácter misterioso.
Si queremos anotar todos los detalles que puedan ponernos algún día en
vías de un descubrimiento, la observación de Angoulême presenta cierto
interés: los testigos vieron al objeto pasar del rojo al verde y desaparecer
hacia el sur. Pues bien, en Saint-Maixent, a 90 kilómetros más al norte, el
objeto era rojo. Los colores confirman la dirección norte-sur observada en
Angoulême. Y esta dirección coincide con el largo desplazamiento existente
entre Bressuire y Bergerac. Interesante también es la relación entre la
observación de Angoulême y la de Clermont-Ferrand. Los dos grupos de
testigos contemplaron efectivamente fenómenos inversos: paso del rojo al
verde en Angoulême, paso del blanco al verde, luego al rojo en Clermont.
Última alineación de la jornada. Dijimos ya que de Leignes-sur-Fontaine
(Vienne) a Benet (Vendée) hay 115 kilómetros a vuelo de pájaro. A una hora
avanzada de la noche, las observaciones se suceden de la siguiente manera:
—En Leignes, un objeto luminoso rojo es observado por varias personas.
Pasa en el cenit a una altura aparentemente baja, y desaparece hacia el oeste.
—Algunos minutos más tarde, en Lusignan, 52 kilómetros más al oeste, un
objeto rigurosamente idéntico al primero, llega desde el este. Dos testigos, el
señor y la señora Dutaud, lo ven acercarse y luego detenerse. Tiene en ese
momento, dicen, una forma elíptica (lo comparan con un huevo). En ese
momento, otro grupo de testigos: las señoritas Giebeck y Robin, el señor y la
señora Vion, lo ven —al mismo tiempo que los primeros testigos— partir en
forma vertical «tomando la forma de media luna».
—Última observación en Nessier, caserío de la comuna de Benet, en la
Vendée, 63 kilómetros más al oeste. El señor y la señora Guillemoteau
divisan, sobre el suelo, a la orilla de un pantano, un objeto luminoso circular
rojo, el cual, al acercarse ellos, se remonta rápidamente y desaparece. Al día
siguiente, los gendarmes se dirigen al sitio y descubren «manchas aceitosas».
Tal como lo vimos hace un momento, Saint-Maixent se encuentra
exactamente sobre la línea Leignes-Lusignan-Benet. Esta alineación es total
durante un kilómetro, más o menos: el camino más corto de Leignes a Benet
corta Lusignan y Saint-Maixent en dos (ver mapa núm. 6).
Cada una de estas observaciones, tomadas por separado, no tienen gran
interés. El testimonio de Nessier, el más espectacular, podría por ejemplo
explicarse por un fuego fatuo de pantano. Pero ahí también hay alineación: si
esos testimonios tienen explicación por diferentes causas, ¿qué razón podría
justificarlos? Y si se trata de una única causa, ¿cuál puede ser?
De este modo termina ese domingo 3 de octubre de 1954. De un extremo
al otro de Francia, miles de testigos vieron «algo». Durante los días
siguientes, los diarios darán algunos detalles, en su mayor parte
incongruentes, y mezclados, sin indicación de la fecha, con las observaciones
del 1, del 2, del 4, del 5, y hasta con fechas más distantes. Sazonado con la
salsa periodística, batido como un coctel, todo esto se transformará para el
lector en un caos incomprensible, donde no hallará una pizca de razón. Más
aún: esos Discos Voladores divisados por todas partes al mismo tiempo dieron
la impresión de una invasión.
De allí, pues, esos titulares hechos para que la gente se alzara de hombros
y para dar la impresión de que todos los testigos estaban locos:
—Discos en los cuatro rincones de Francia.
—El pequeño juego continúa con vajilla renovada.
—El montón de Discos no cesa de aumentar, etc.
En realidad, si los Discos Voladores son máquinas, sólo algunas de ellas
bastarían para explicar todos esos miles de testimonios. Estamos lejos de «el
montón de Discos» y el caos cede el lugar a algo más bien misterioso, que da
la impresión de parecerse a cierto orden. Lo que este orden pueda significar es
otro asunto.
El 4 de octubre. Regreso a Poncey, o el imposible agujero. Aunque no
recuerden su nombre, los turistas que visitan la Bourgogne conocen Saint-
Seine-Abbaye. Sobre el camino que va de París a Dijon se encuentra esa
admirable y vieja aldea que parece dormir desde la Edad Media en el fondo
de su boscoso vallecito.
Ahora bien, los gendarmes encargados de velar por la paz secular de Saint-
Seine, tuvieron, durante la tarde del 5 de octubre, un inesperado trabajo: hacia
el filo de las 7 p.m., el señor Anatole Cazet, alcalde de Poncey-sur-L’Ignon,
les telefoneó y les dijo más o menos textualmente:
«—Un Disco Volador se ha posado sobre un prado, ayer en la tarde. Varias
personas lo vieron. Y, además, la máquina dejó inexplicables huellas.
»—Muy bien —respondió el brigadier de Saint-Seine, bastante escéptico
—. Voy a ver de qué se trata.»
Un crepúsculo agitado. Cuando llegó a Poncey-sur-L’Ignon, los 140
habitantes de la minúscula aldea se hallaban muy excitados. Cierto es que
sólo algunos de entre ellos habían visto el pretendido Disco. Pero esos
testigos lo afirmaban claramente, y eran tenidos por los vecinos como
hombres dignos de fe, y además allí estaban esas famosas huellas, las cuales
todos en la aldea contemplaban con estupor desde la tarde.
En la tarde del 4 de octubre, hacia las 8 p.m., el señor Fourneret y algunos
campesinos que cogían patatas se encontraban en casa del alcalde, señor
Cazet, cuando un campesino llegó jadeante en bicicleta.
«—Fourneret —gritó—. ¡Yvette, tu mujer, ha visto que algo se ha posado
en el prado, frente a tu casa! ¡Sintió miedo y se refugió en casa de Bouiller, tu
vecino!»
En pocos minutos, todo el mundo se dirigió a casa de Fourneret, donde
encontraron a Yvette, a su hijo, a la señora y al señor Bouiller y a dos vecinos,
los señores Girardot y Vincent.
He aquí el relato de la señora Fourneret, tal como lo recogió sucesivamente
el brigadier de Saint-Seine, su jefe el capitán Millet, de Semur-en-Auxois, el
jefe de éste, el comandante Viala, de Dijon, y mi colaborador Charles
Garreau, también de Dijon, que desempeñó un papel importante en la
investigación. Participaron, además, en la investigación los servicios de
aeronáutica de Dijon, y un profesor de la Universidad de Dijon. El general de
Chassey, comandante aéreo de Dijon, se interesó personalmente en las
investigaciones, y, por mi parte, hice algunas averiguaciones en el Instituto
del Radio, en París.
«Era alrededor de las 8 p.m. —dijo la señora Fourneret—. Ya había caído
la noche. Me dirigía hacia la ventana para cerrar los postigos, y en ese
instante, cuando echaba una ojeada hacia afuera, descubrí la “cosa”.
»A una veintena de metros de la casa, en el prado del señor Cazet, un
cuerpo luminoso se balanceaba suavemente en el aire, a la derecha del
ciruelo, como si se preparara a aterrizar. Hasta donde puedo asegurarlo, ese
cuerpo tenía más o menos tres metros de diámetro y presentaba una forma
alargada, horizontal y de color anaranjado. Su luminosidad iluminaba
débilmente las ramas y las hojas del árbol.
»Asustada, cogí a mi niño y me refugié en casa de la señora Bouiller, mi
vecina, y cerramos cuidadosamente la puerta. En ese momento llegaron los
señores Girardot y Vincent. Al vernos atemorizadas, nos preguntaron qué
ocurría. Cuando se lo dijimos, cogieron sus fusiles y corrieron hacia el prado.
No había nada. Pero, al examinar el suelo, hallaron una huella completamente
fresca, la cual señalaba que lo que yo vi no era un sueño.»
Los hombres (y después de ellos, todos los investigadores) examinaron
dichas huellas.
Sobre una superficie de un largo de 1’50 metros, de 70 centímetros de
ancho en su base y en su extremidad de 50, el suelo había sido como aspirado.
Sobre la rozadura aún fresca, se agitaban gusanos blancos. La tierra arrancada
estaba extendida alrededor del hoyo en terrones de 30 centímetros de
diámetro sobre un radio de 4 metros. Sobre el borde interno del hoyo, algunos
terrones pendían hacia el interior: la tierra no había sido socavada por encima,
de manera que más o menos a la mitad de su profundidad, la superficie del
hoyo era más vasta que al nivel del suelo. Pero lo más sorprendente es que la
ausencia de toda clase de instrumento hacía imposible explicar la extracción
de esa masa de tierra. Aún más (y sobre todo esto jamás se pudo explicar): las
raicillas y las radículas de esa fértil tierra borgoñesa estaban intactas sobre
toda la superficie interna del hoyo; nada había sido cortado, tal como hubiera
ocurrido si se hubiera hecho la excavación con cualquier medio conocido. He
aquí un detalle que sorprendió a todo el mundo: en el centro del hoyo, una
planta de raíz profunda estaba acostada, unida a la tierra del fondo por la
extremidad de su raíz, las raicillas al aire, sin que se la hubiera siquiera
rasguñado. En suma: todo ocurrió como si la masa de tierra extendida sobre la
hierba alrededor del hoyo hubiera sido succionada por un gigantesco
aspirador. La misma observación puede hacerse sobre los terrones
desparramados alrededor de la hierba: ni raíces cortadas ni trazas de
instrumento, ninguna quemadura, ninguna marca. Numerosas personas
trataron después de reproducir este fenómeno. Fue en vano.
Un poco más tarde, mientras algunos campesinos se apretaban alrededor
del hoyo, llegó el joven François Bouiller, de dieciocho años, de regreso de su
trabajo. No sabía nada del asunto. Antes de que alguien le hubiera contado de
qué se trataba, dijo, muy excitado:
«—¡Caramba, con el susto que he pasado! Vi una especie de máquina
luminosa que se dirigía hacia el sudeste y que cobraba altura. Parecía un
avión sin alas, reducido a su fuselaje. A medida que aceleraba, ¡tomaba un
color verdoso!»
Durante el curso de esta investigación, los gendarmes recogieron aún el
testimonio de varias personas de la región, las cuales, poco después de las 8
p.m. habían visto un objeto luminoso que se elevaba cerca de Poncey y se
dirigía hacia la dirección indicada por François Bouiller.
Exámenes, análisis e hipótesis. Los gendarmes de Saint-Seine pensaban,
antes de comenzar la investigación, que algunos alegres bromistas de Poncey
les habían «fabricado» una historia de marcianos. Cuando estuvieron en el
sitio de los sucesos, cambiaron de idea.
«Algo, sin duda, ocurrió aquí», pensaron.
Y debido a esta razón, el brigadier de Saint-Seine llamó por teléfono al
capitán Millet, comandante de la sección de Semur-en-Auxois, y lo puso en
alerta, y el capitán Millet acogió la comunicación de su subordinado con una
jovial carcajada. Cuando examinó personalmente las huellas, se rascó,
pensando, la cabeza, telefoneó a su superior jerárquico de Dijon, el cual…
(ver más arriba). Y de esta manera, todo llegó hasta las más altas esferas. Se
tomaron fotos. Un terrón fue colocado ante un contador Geiger de la
universidad de Dijon. Resultado: negativo. Ninguna huella de radiactividad.
Otro terrón me fue llevado a París por Charles Garreau. Lo entregué a los
instrumentos de alta precisión del Instituto del Radio: igual resultado. Lo
guardé, durante varios días, en mi escritorio de los Campos Elíseos,
examinándolo bajo todos los aspectos, repitiéndome que ese pequeño terrón
conocía el secreto de la más grande mixtificación del siglo o del
acontecimiento más fantástico de la Historia.
Y luego lo arrojé. ¡Lástima que no hayamos conocido en Francia los
métodos practicados poco tiempo antes por Ruppelt, que estaba a la cabeza de
la Comisión de Investigación del A.T.I.C.! Pues el único análisis que hubiera
revelado algo —el examen microscópico de las raíces—, nadie pensó en
hacerlo. Se analizó la tierra, se vio si los objetos metálicos que estaban cerca
del lugar de aterrizaje presentaban signos de haber sido magnetizados. Y todo
eso no reveló nada.
Y todos se vieron ante un disparadero: cogidos entre la posibilidad de una
alucinación o de una broma, y la existencia irrefutable de un hoyo imposible.
Hay que descartar, sin duda, la hipótesis da la alucinación, debido
precisamente a ese agujero, salvo que los efectos Psi del profesor Rhine
tengan el poder de desplazar en algunos segundos una carretada de tierra. El
Disco Volador de Poncey-sur-L’Ignon podría haber sido un gigantesco
Poltergeist, lo cual sería mucho más sorprendente que una visita
extraterrestre.
¿Y la broma?
El problema, en este caso, es el siguiente: ¿puede una aldea de 140
habitantes soportar durante algunos días la presión de una investigación
policial y militar llevada a cabo con todos los medios? ¿Ninguno de esos
campesinos fue sorprendido en falta? Ahora bien: los investigadores
terminaron por convencerse de la sinceridad de los testigos.
La explicación del capitán Plantier. Los que sostienen la teoría del capitán
Plantier* habrían ganado la batalla en Poncey-sur-L’Ignon. Recordemos que
ese oficial de la aviación militar francesa, sin pronunciarse sobre la realidad
de los Discos Voladores, se puso a analizar los fenómenos físicos que
provocaría una máquina que funcionara con la ayuda de un campo
gravitacional local que se pudiera orientar y moderar voluntariamente. No
tuvo inconveniente en señalar que esta hipótesis explicaba las manifestaciones
más misteriosas atribuidas a los Discos Voladores.
Y los partidarios de esta teoría razonan de esta manera: los fenómenos
previstos por Plantier han sido observados miles de veces; en consecuencia,
su máquina existe. Pero esta máquina no puede ser construida por la ciencia
actual; en consecuencia, los Discos Voladores vienen de otro mundo.
En el caso preciso de Poncey, la interpretación de la teoría Plantier es
simple y luminosa (y quiero subrayar que todo esto fue previsto mucho antes
del suceso, desde 1952).
Supongamos, pues, que la máquina de Plantier se inmoviliza a un metro
del suelo de un prado, creando un campo gravitacional igual al peso, pero en
sentido opuesto. Al no tener ya peso, ni sube ni desciende. Las únicas fuerzas
que pueden presionarlo todavía son las del viento: puede balancearse por la
ascendencia que su campo crea en la atmósfera ambiente (principio de
Arquímedes aplicado a las moléculas del aíre).
Ahora bien, ¿qué dijo la señora Fourneret?
«A una veintena de metros de la casa… un cuerpo luminoso se balanceaba
suavemente en el aire…»
La máquina se encuentra allí; se balancea suavemente. En cierto momento,
el «piloto» (o cualquier otra causa) «decide» ponerse en marcha. Va a
aumentar la intensidad de su campo de fuerza vertical y ascender, ya que el
campo creado será más intenso que la gravedad:
Pero imaginemos ahora dos casos:
1.º O bien aumenta poco su campo de fuerzas, y se pone en marcha
lentamente, como un globo, y sin dejar huellas, salvo, quizá, las huellas que
significarían elevar algunas briznas de hierbas y hojas muertas cogidas por el
campo de fuerza.
2.º O bien crea bruscamente un campo enorme, varias veces superior a la
fuerza de gravedad. Se pone en marcha entonces a una velocidad fulminante.
Pero, al mismo tiempo, todo el espacio vecino a la máquina sufre los
efectos del campo. Un metro por encima de la máquina, el suelo tendería a
levantarse. Cae hacia arriba. Como la capa vegetal resiste debido a la
adherencia, el hoyo que está debajo del nivel del suelo debe ser más vasto que
al nivel del suelo. La gravedad corriente produce el mismo efecto: cuando una
quebrada cava un terreno cubierto de césped, la capa vegetal superior cae al
suelo que la soporta.
Pero, se dirá, ¿por qué la tierra y el césped arrancados han regresado al
suelo, en lugar de seguir cayendo «hacia arriba» con la máquina?
He ahí un problema de mecánica que se puede matemáticamente plantear y
resolver con la misma teoría. Basta con dar ciertos valores a la adherencia de
la hierba y al campo de fuerza supuesto creado por la máquina para que todo
se explique perfectamente. Más aún: no se ha probado que toda la tierra
arrancada haya realmente caído: en ese tiempo nadie pensó en calcular eso.
Es evidente (y lo dice el capitán Plantier) que esta especulación, a pesar de
su rigor, deriva de la ciencia-ficción. Pero tal es el segundo caso de Poncey-
sur-L’Ignon: sólo la ciencia-ficción puede allí decir algo.
Poncey y la ortotenia. La revista norteamericana Fate me pidió que
relatara para ella, y lo hice por primera ver, el incidente de Poncey. El artículo
fue escrito hacia fines de 1956, en un tiempo en que sólo un caso particular de
ortotenia me parecía claro: aquel en que la línea recta parecía haber sido, sin
duda, recorrida por un objeto único; por ejemplo, el 3 de octubre, el trayecto
Ablain-Saint-Nazaire-Champigny-Milly-Pommiers, donde todas las
observaciones hicieron referencia al mismo fenómeno. Pero aun esa línea
recta tenía para mí el significado de un comportamiento ocasional, sin más
significación que una línea recta ocasionalmente recorrida por un avión.
Había visto, punteadas sobre el mapa, observaciones de objetos sin duda
distintos y que parecían alineados, pero la importancia de esta disposición no
me había impresionado. Cuando la evidencia se me hizo clara en el curso de
las semanas siguientes, comprendí toda la importancia de controlar
estrictamente los datos, cosa que fue emprendida rápidamente, gracias, sobre
todo, a los archivos de Charles Garreau. Fue un largo trabajo, el cual, sin
embargo, me llevó a constatar un error en mi artículo de Fate sobre Poncey:
Abbeville, cuya fecha había sido el 4 de octubre, pertenecía, en realidad, al
3*. Bergerac, fechado el 4, pertenecía más exactamente a la noche entre el 3 y
el 4.
Los archivos de Charles Garreau, en cambio, me descubrieron otro
aterrizaje ese mismo día en Montceau-les-Mines, en Borgoña. Ahora bien:
Montceau-les-Mines está rigurosamente sobre la línea que une Poncey con un
aterrizaje que ocurrió ese mismo día en Lézignan, en l’Aude, 500 kilómetros
al sudoeste de Poncey, caso señalado en el artículo de Fate.
El mismo artículo hacía mención del aterrizaje de Villers-le-Lac, 150
kilómetros este-sudeste de Poncey. Si unirnos Villers-le-Lac con Poncey, la
línea, 610 kilómetros al oeste, recorre en Bretaña toda una serie de
observaciones repartidas sobre una región bastante restringida entre Saint-
Malo y Perros-Guirec. Parece, en fin, que Poncey fue una vez más ese día una
especie de eje, ya que las dos principales alineaciones de la jornada se cruzan
sobre esa aldea.
Villers-le-Lac. Después de Poncey, el fenómeno más interesante del 4 de
octubre es el de Villers-le-Lac. No es imposible, en efecto, y es igualmente
probable, que los testigos de esa aldea hayan visto el objeto de Poncey pocos
segundos después de que hubo emprendido el vuelo.
Hacia las 20 horas, varias personas de los barrios de Bout-du-Pont y de
Clos-Rondot, en Villers, se sintieron atraídas por una luz blancuzca que veíase
hacia el oeste y que parecía descender hacia el suelo. Dos de entre los
testigos, la señora… y su hija fueron a acostarse hacia las 8’30 p.m. Las dos
notaron en ese momento una desagradable picazón en los ojos.
Hacia las 9’45 p.m., la joven, que no dormía, se levantó y fue a la ventana
para respirar mejor. Estupor. A 200 metros más o menos de la casa, una masa
luminosa se había posado cerca de un vallado, entre la estación y el puente.
Llamó a su madre, y las dos observaron nítidamente el fenómeno durante un
largo tiempo. La masa luminosa era blanca por arriba y de un color rojo
destellante en su parte inferior. Chorros de centellas se fundían cada cierto
tiempo en rápidas sacudidas. De improviso, un automóvil llegó cerca del
punto e hizo sonar la bocina. Todo se extinguió entonces, y los dos testigos
sólo vieron la oscuridad de la noche.
Las concordancias con Poncey son muy importantes.
Recordemos lo que decía el último testigo de Poncey, el joven François
Bouiller:
«Vi una especie de máquina luminosa que se dirigía hacia el sudeste
cobrando altura.»
Ahora bien: Villers-le-Lac está situada a 148 kilómetros en dirección este-
sudeste de Poncey, muy cerca de la frontera suiza, y los testigos de Villers ven
llegar el objeto desde el oeste.
Recordemos también la hora: era poco más de las 8 p.m. cuando la señora
Fourneret tuvo su fugitiva visión. E igualmente hacia las 8 p.m. comienza la
observación en Villers.
Montceau-les-Mines. En lo que a la observación de Montceau-les-Mines se
refiere, no la señalamos por lo espectacular que ella fue sino por el número de
los testigos: una veintena de personas. Todas estas personas vieron, hacia las
7 p.m., un objeto luminoso y redondo elevarse verticalmente del lugar
llamado les Chavannes, no lejos de la vía férrea de las acerías; luego se
dirigió hacia el horizonte. El movimiento del objeto se realizó en un silencio
completo. Lo extraño, en este caso, fue que sólo se notó en el instante de la
partida. Ningún testigo del descenso del objeto se dio a conocer.
La línea Poncey-Montceau, ya lo hemos visto, conduce a Lezignan, a 500
kilómetros de Poncey y a 410 kilómetros de Montceau, en el extremo sur de
Francia.
Lezignan. Dos habitantes de esa aldea de Aude, los señores Gardia y
Darzens, volvían a su casa en camión en la noche por el camino
departamental 3, cuando divisaron un objeto luminoso que descendía
suavemente hacia el suelo, en un campo vecino al caserío de Lagrasse. Se
detuvieron para ir a verlo; pero el objeto voló bruscamente arrojando una luz
destellante.
Sobre Bretaña. Pero en Bretaña se registra la más grande actividad de ese 4
de octubre. Conocemos siete grupos de observaciones, de las cuales cinco
están repartidas sobre una banda de un largo de unos cien kilómetros, en la
región de Dinan a Perros-Guirec, y de un ancho de veinte. Como se puede
comprobar en el mapa, esa banda está orientada paralelamente a la línea
derecha Villers-le-Lac-Poncey-Perros-Guirec.
En esta última localidad, una docena de personas divisó un disco luminoso
en el cielo. Estas personas estaban situadas en puntos diferentes. Un objeto
idéntico fue observado en Lanvollon hacia las 8’30 p.m. por un gran número
de personas. Desapareció en dirección al oeste. Ahora bien: Perros-Guirec
está situado a 40 kilómetros oeste-noroeste de Lanvollon. En Trégon, 60
kilómetros este-sudeste de Lanvollon, un objeto luminoso se inmovilizó hacia
la misma hora sobre la cumbre de una colina. Varias personas tomaron un
auto para ir a verlo más de cerca. Pero el objeto se alejó al aproximarse ellos.
En Mégrit, 25 kilómetros al sudoeste de Trégon, el señor Henri Léherissé
salió hacia las 10 p.m. de su casa para que sus caballos abrevaran.
Sorprendido por una luz insólita, levantó la vista y divisó, inmóvil en el aire, a
unos cincuenta metros sobre un hangar, un objeto plano, luminoso, de
apariencia metálica, de un diámetro que calculó en 2’50 metros. Al acercarse,
el objeto se alejó rápidamente. Pero el señor Léherissé creyó que algunas
formas negras se agitaban transparentes en la masa luminosa.
Por último, en la mañana de ese mismo día, hacia las 2 a.m., dos maestros
de escuela de Calanhel, a unos cincuenta kilómetros al sur de Perros-Guirec,
salían al patio de la escuela después de haber pasado charlando la tarde del
domingo. Se trataba de los señores Treussard y Le Moal. Al levantar los ojos
al cielo, divisaron un objeto luminoso que se desplazaba en dirección al norte-
sur. Apenas lo hubieron descubierto, vieron un segundo objeto, luego un
tercero, en total siete objetos idénticos que seguían en algunos instantes la
misma trayectoria. Esta observación se parece mucho a la de Beyrouth, en
febrero de 1953*.
Digno es de notar que en Concarneau, 70 kilómetros sud-sudoeste de
Calanhel, dos objetos que correspondían a la descripción de los dos maestros
de escuela fueron divisados hacia la misma hora volando también juntos. Esas
dos observaciones —la de Calanhel y la de Concarneau— parecen, además,
no tener ninguna relación con la serie precedente: el intervalo es más o menos
de veinte horas y los movimientos están orientados de manera diferente. Tal
vez sea necesario ligarlos más bien a los del 3 de octubre que a los del 4.
El misterio de Poncey-sur-L’Ignon. El misterio de Poncey no significa sólo
que dos acontecimientos, entre los más extraordinarios de la historia de los
Discos, se hayan producido en 48 horas. Ya hemos visto que esos regresos
están lejos de ser excepcionales. Lo excepcional es que el cielo de esa
pequeña aldea haya sido, por dos veces, el centro de convergencia o de
divergencia del fenómeno que nos preocupa. ¿A qué se debe? ¿Y qué
significa? Nadie lo sabe. Los secretos de la ortotenia permanecen
impenetrables. Cuando otros casos semejantes hayan sido reproducidos con la
misma nitidez, sin duda resultará provechoso acercarlos. Por ahora sólo
registrarlos y esperar que otros signos aparezcan en el cielo.
Pasemos rápidamente por el 5 y el 6 de octubre, imposibles de analizar, por
lo menos provisionalmente, debido a la falta suficiente de observaciones
fechadas con certeza. Y vayamos al jueves 7, el cual se distingue doblemente
por su ortotenia en forma de tela de araña, y por la aparición de un fenómeno
nuevo que posee un efecto estremecedor.
Ortotenia en forma de estrella. Todos duermen en el campo, salvo algunos
trabajadores, como los panaderos. Sobre el mar, por el contrario, siempre hay
alguien que vela.
Al filo de la medianoche del 6 al 7 de octubre, algunas barcas de
pescadores cruzaban a lo largo de Plozevet, pequeña aldea del Finistère, en la
extremidad de Bretaña. Vieron en el cielo, hacia la ribera, «una mancha
luminosa de color naranja rodeada de un denso humo». Al principio inmóvil,
atravesó rápidamente el horizonte y desapareció hacia el sudeste. En la aldea,
una familia de vendedores de pescado observó el mismo espectáculo. El
objeto, decían, descendió a baja altura, hasta unos diez metros del suelo antes
de desaparecer.
Las dos de la madrugada. En Marcillac-de-Blaye, cerca de la
desembocadura del Garona, 425 kilómetros exactamente al sudeste del
Plozevet, el señor Guy Jeanty, panadero, trabaja en su tahona. Bastante calor.
El señor Jeanty sale hasta la puerta para tomar el fresco. De improviso, hacia
el noroeste, aparece un objeto luminoso que atraviesa el cielo hacia el sector
oeste, a baja altura, quizás a 70 metros, según el panadero. La velocidad es
moderada. El objeto luminoso desaparece hacia Bussac, esto es, hacia el
sudeste.
Si unimos Plozevet con un punto situado dos kilómetros al este de
Marcillac (lo cual está justificado por la observación del panadero), la línea
así formada alcanza a 132 kilómetros más lejos, hacia el sudeste, a la pequeña
aldea de Montpezat, al norte de Agen, en el Lot-et-Garona, donde un objeto
no identificado fue visto durante la segunda mitad de la noche.
Atravesemos ahora Francia de un extremo al otro, hasta llegar a Isles-sur-
Suippes, en la Champagne, 25 kilómetros al nordeste de Reims. Más o menos
alrededor de la misma hora de la noche, el señor Joseph Roy, mecánico en las
fábricas Panhard, viaja en bicicleta sobre la nacional 51. Repentinamente,
frente a él, a muy baja altura, surge una luz intensa que, al comienzo, toma
por el faro del vehículo. Luego de desplazarse en la oscuridad, el faro se
extingue. El señor Roy sigue viajando en su bicicleta y llega muy pronto a la
derecha de donde la luz ha desaparecido. En el campo, cerca de la carretera,
está tendido una especie de objeto de una extensión aproximada de tres
metros, cuya silueta, vagamente iluminada por unas, al parecer, placas
luminosas a las cuales el señor Roy llama tragaluces, «hace pensar en un obús
gigante». Frente a esa silueta se agita una pequeña forma oscura, a la cual el
ciclista, asustado, no puede describir. Pone en movimiento los pedales de la
bicicleta y huye hasta la gendarmería más próxima. Los gendarmes regresan
acompañados del testigo al lugar de la aparición y constatan huellas extrañas
en la tierra. Más aún: la investigación revela que tres obreros, los cuales, a
algunos kilómetros de allí, viajaban también en bicicleta para llegar hasta el
lugar de su trabajo, han visto una bola de fuego que desciende hacia el punto
donde el señor Roy tuvo su extraño encuentro.
A las cuatro de la madrugada, el señor Edouard Thébault, de treinta y seis
años, agricultor de Berges, en el departamento de la Vienne, se levanta para
dirigirse a su trabajo. El cielo raso de su cuarto se encuentra iluminado de una
manera muy curiosa. Se dirige a la ventana, echa una ojeada hacia afuera, y
divisa, posado sobre la carretera, a algunos metros de la casa, una máquina
luminosa de dos o tres metros de diámetro. El señor Thébault contempla,
durante algunos segundos, ese insólito visitante. Al mismo tiempo, un «faro
enorme se enciende igualmente sobre la máquina y barre los alrededores». El
señor Thébault corre a despertar a su padre, pero cuando regresan los dos, ya
no hay nada.
Tales son las primeras observaciones de ese jueves 7 de octubre. No hace
mucho tiempo se las consideraba como «malas» observaciones: la mayor
parte no tienen más que un testigo, y la descripción es vaga o «inverosímil».
Pero veremos luego que, por el contrario, es muy interesante.
Carretera nacional 138, hacia las 6’20 a.m. El señor Alexandre Tremblay
viajaba en su camión sobre un pequeño camino al este de la nacional 138 Le
Mans-Alençon. El señor Tremblay, que trabaja en una importante sociedad
que fabrica chocolates, recoge, cada mañana, la leche de esa región de verdes
pastos.
Cerca de Saint-Jean-d’Assé subió por una cuesta y su motor funcionaba
con todo su poder, rápidamente, cuando de improviso se atascó y los faros se
apagaron. Sorprendido, el señor Tremblay frenó, desembragó y accionó el
acelerador. En vano: el motor no funcionaba.
«Falla en la luz —se dijo el camionero—. Tal vez un cortocircuito.»
Y descendió del vehículo para verificar la falla, llevando su linterna en la
mano. Detalle curioso, la linterna eléctrica funcionaba, en tanto que los faros
estaban apagados.
Cuando el señor Tremblay abrió el capó de su motor: «Vi, dijo, sobre el
camino, en el cielo, una intensa luz azul que parecía dirigirse hacia mí. No
duró más que algunos segundos; luego desapareció. Sin saber qué pensar de
ese incidente, accioné otra vez el acelerador, y el motor funcionó de nuevo y
los faros se encendieron.»
El señor Tremblay subió al camión sin haber tocado el motor, y el vehículo
se puso en movimiento con su cargamento de leche.
Nacional 23, a la misma hora. Más o menos en ese mismo instante,
algunos obreros de la Regie National Renault viajaban en bicicleta sobre la
nacional 23, al este de Mans, a unos treinta kilómetros al sudeste del punto
donde el señor Tremblay tuvo su extraño encuentro. De súbito,
experimentaron unos como desagradables pinchazos en todo el cuerpo,
mientras una intensa luz verdosa salía de un objeto luminoso posado cerca del
camino. Echaron pie a tierra con bastante dificultad: se sentían paralizados.
Esto no duró sino algunos segundos, después que el objeto luminoso partió
rápidamente volando a ras de tierra.
Dos objetos parecidos a aquel que describía el señor Tremblay y los
obreros fueron vistos volando hacia la misma hora en el cielo de Ballon, aldea
situada a algunos kilómetros al este de Saint-Jean-d’Assé.
Un poco más tarde, 55 kilómetros al sudeste de Ballon y a 35 kilómetros
del punto de la carretera nacional 23, donde los obreros de Renault tuvieron
su extraña aventura, en Lavenay, en la Sarthe, varios testigos vieron pasar una
especie de huevo volador y luminoso que se dirigía al sudeste.
A partir de ese momento, las observaciones se suceden según las leyes de
la ortotenia. Un observador ideal, al cual se le hubiera puesto al tanto de las
observaciones que acabamos de leer, habría podido poner en alerta, por
teléfono, a los sectores que hubieran podido tener más oportunidad de ser
visitados durante esa jornada.
Hacia las 8 a.m. poseemos, pues, las siguientes dos alineaciones:
1.ª Plozevet-Marcillac-Montpezat.
2.ª Tremblay-obreros Renault-Lavenay.
De estas dos alineaciones, la más segura, dados los detalles y la precisión
de las observaciones en el suelo, es la segunda. Ahora bien: en el curso de la
jornada, tendremos aún 4 observaciones sobre esta línea: una en Cherburgo,
una en La Ferté-Macé, una en Montlevic, una en Cassis. En total: 7
observaciones. La línea ortoténica tiene exactamente 900 kilómetros de largo,
y he aquí los desvíos que se pueden observar sobre un mapa a la escala
millonésima, si se traza la recta entre los dos puntos extremos de Cassis y
Cherburgo.
—La Ferté-Macé: 2 milímetros (o sea, 2 kilómetros): es un objeto volador
visto desde el suelo. Los dos kilómetros de desvío son explicables.
—Ballon, Tremblay, obreros Renault, Montlevic: no hay desvío aparente.
—Lavenay (igualmente desde el suelo y el aire): alrededor de un kilómetro
de desvío.
Tan pronto fue advertido de la observación de Montlevic hacia el fin de la
mañana, nuestro observador ideal no habría podido dejar de hacer una
importante observación: Y es que esa aldea, no contenta con alinearse con las
observaciones de la Sarthe, está situada exactamente, sin desvío apreciable,
sobre la recta que une Isles-sur-Suippes con Montpezat. Con el precedente de
Poncey, habría podido hacer el siguiente razonamiento: he aquí dos hermosas
alineaciones que se cruzan, y en su intersección se me señala una «pelota de
fútbol luminosa y vertical» (tal es la descripción hecha por los testigos de
Montlevic). Hay, pues, posibilidades para que Montlevic sea el centro (o uno
de los centros) de dispersión de ese día. Unamos Montlevic con las
observaciones ya conocidas, y pongamos en alerta a los cazas de la aviación y
a las brigadas de gendarmes situados sobre esas líneas.
Al proceder de esta manera, nuestro cuartel general de la caza a los Discos
habría podido, si no prever el lugar exacto de las posteriores observaciones,
por lo menos preparar las líneas donde ellas vinieron efectivamente a
inscribirse.
—Sobre la línea Reims-Montlevic-Montpezat, una observación en
Bournel, a unos cincuenta kilómetros de Montpezat. No hay desvío
apreciable. Dos testigos: los señores Quinaud y Lasserre, topógrafos, que
levantaban un plano sobre el terreno. Vieron «una máquina de forma circular
que evolucionaba silenciosamente en el cielo arrojando luces rojas y verdes.
Descendió hasta una altura de 200 metros; luego desapareció en algunos
segundos acelerando vertiginosamente».
—Sobre la línea Montlevic-Marcillac, una observación en Corbigny, en la
Nièvre, a 150 kilómetros al nordeste de Montlevic, y una observación en
Puymoyen, al sur de Angoulême, entre Montlevic y Marcillac. En Puymoyen,
una observación sin mayor importancia. Sigamos. En Corbigny (desvío de 3 ó
4 kilómetros, observación suelo-aire), los testigos ven de nuevo en dos
ocasiones un objeto que responde a la descripción del gran cigarro vertical. Es
una especie de «cilindro» de débil luminosidad, de color naranja cuando se
encuentra inmóvil y vertical, y de fuerte luminosidad blanca cuando se coloca
en posición horizontal para desplazarse. Y, en cierto momento, dos pequeños
discos salen de la parte inferior.
Puesta en alerta por esta descripción, el G.Q.G. antidisquista debe esperar
que todo vuelva a animarse otra vez a partir de Corbigny. Las cosas se
complican. Dejemos a un lado a Corbigny, por ahora, y veamos lo que pasa en
Montlevic. Más o menos en el mismo momento en que los testigos de esta
última localidad ven cómo la «pelota» suelta sus dos pequeños discos, los
aldeanos de Saint-Plantaire, a 40 kilómetros más o menos hacia el oeste-
sudoeste, ven también un objeto luminoso atravesar rápidamente la línea. Esto
nos lleva a las dos observaciones que ocurren en el curso de las horas
siguientes: a las 7’45 p.m., en Saint-Savinien (Charente-Maritime), un disco
luminoso de color naranja que vuela a baja altura se detiene y vuelve a partir
«en dirección al oeste» (la línea está orientada hacia el oeste-sudoeste»;
desvío aparentemente nulo; en Jettingen, cerca de Mulhouse, un aterrizaje
bastante espectacular durante el curso de la noche del 7 al 8 de mayo. He aquí
el relato del testigo, el señor René Ott, funcionario de los ferrocarriles:
«Viajaba en scooter entre Berentzwiller y Altkirch, por la departamental
16, cuando un poco antes de llegar a la aldea de Jettingen, divisé nítidamente,
en el rayo de luz de mi faro, a más o menos unos tres metros de la carretera,
hacia la izquierda, en un prado, una máquina que tenía la forma de una
callampa. Podía medir 3 metros de envergadura, y en su silueta, que tenía la
forma de una cúpula, distinguí un rectángulo luminoso, como una puerta, de
una altura de l’50 metros y de 60 centímetros de ancho. Atemorizado, aceleré.
Pero algunos metros más allá, una intensa luz blanca que me iluminaba por
detrás parecía acercarse a toda velocidad. La máquina me sobrepasó, en
efecto, a una altura de 5 ó 6 metros sobre el camino, y sentí muy claramente
un fuerte desplazamiento del aire. Me precedió entonces sobre el camino
hasta la aldea, durante algunos centenares de metros. Sobre la primera casa,
subió casi verticalmente y desapareció tras la aldea. Pero tuve tiempo de
observarlo. Era muy luminoso durante el vuelo, con luces en forma de arco
iris. No oí nada, aunque es cierto que llevaba un casco.»
La alineación de este testimonio con Montlevic, Saint-Plantaire y Saint-
Savinien es total, sobre un mapa a la escala millonésima.
Volvamos mientras tanto a nuestro primer centro de dispersión. Si unimos
Montlevic con Plozevet, esa línea nos conduce a una observación hecha en
Beauvoir, cerca de Chambéry, en los Alpes. Numerosos testigos divisaron, a
la 1 p.m., un objeto circular, de color gris aluminio, que, después de algunas
evoluciones, desaparecía en dirección al noroeste, es decir, en la dirección
dada por la línea.
Unamos Beauvoir con Jettingen. La línea pasa sobre el Vaucluse, y muy
exactamente sobre la aldea de Monteux, donde, a las 2’30 p.m., el señor René
Margaillan ve que una máquina posada en el campo emprende el vuelo. Su
descripción es, rigurosamente, la misma del señor Ott. Pero en el momento de
emprender el vuelo, el testigo, que había corrido hacia la máquina en lugar de
huir, experimenta una parálisis sofocante que dura algunos segundos. Desvío
aparente de la alineación: nulo.
Unamos Monteux con Béruges, y prosigamos 80 kilómetros más allá.
Llegamos a Aubiers, en los Deux-Sèvres, donde el señor Camille Blain,
consejero de Bressuire, y las señoras Brémond, Couturié y Girard ven pasar
un disco rojo. Señalemos, al pasar, que Les Aubiers están alineados no sólo
con Béruges y Monteux sino también con Puymoyen y Montpezat.
Esas alineaciones son monótonas, lo confieso. Pero el lector tenga en
cuenta esto: al seguir estas alineaciones, incansable y uniformemente
repetidas, desenredamos, tal vez por primera vez en la Historia, la madeja de
otra manera de pensar distinta a la nuestra. Si las disposiciones rectilíneas
muestran un pensamiento, se trata de un pensamiento no humano. ¿No
resulta, entonces, fascinante? ¿No vale la pena, en consecuencia, el esfuerzo
que realizamos?
Si unimos Marcillac con Lavenay, vamos a encontrar, 150 kilómetros más
lejos, en la localidad de Hennezis, en el departamento del Eura, al noroeste de
París, un relato acerca de un aterrizaje, que tuvo a dos niños como testigos, tal
como ocurrió en Poncey: los pequeños Claude (diez años) y François
Lansselin (nueve años). Claude creyó ver, cerca de la máquina, dos hombres
normales en cuanto a la talla y el aspecto. Cierto es que era tarde, el cielo
estaba cerrado y el objeto se encontraba a un centenar de metros. Los dos
niños describieron, sin embargo, una especie de medio huevo rojo y
luminoso.
Abreviemos. Sobre la línea Hennezis-Jettingen, encontramos la
observación de Saint-Etienne-sous-Barbuise, en el Aube, a las 7’30 p.m.: tres
máquinas posadas sobre una vía férrea. Desvío nulo. Unamos Saint-Etienne
con los Aubiers: la línea corta, a 110 kilómetros, las líneas Isles-sur-Suippes-
Puymoyen y Hennezis-Corbigny. Dos observaciones a algunos kilómetros de
un lado y otro de esa intersección: Dordives y Chalette (objeto luminoso oval
y vertical). He aquí, pues, otra vez nuestro gran cigarro vertical. Señalemos
que:
1.º Dordives y Chalette están sobre una línea donde se encuentra Corbigny;
allí, precisamente ese objeto fue visto algunas horas antes.
2.º El gran cigarro vertical aparece una vez más como centro de dispersión,
ya que tenemos tres alineaciones que se cortan exactamente sobre ese punto.
3.º Si unirnos Jettingen con esa última aparición del gran cigarro, la línea
obtenida nos conduce a Saint-Bihy, en las Côtes-du-Nord, donde numerosos
testigos observan esa misma tarde las evoluciones de varios objetos
luminosos.
Sólo nos quedan tres observaciones señaladas ese 7 de octubre: una en
Duclair (Seine-Maritime), una en Bompas, en los Pirineos Orientales, y una
cerca de Tolosa. Duclair está en la intersección de las líneas Cherburgo-Isles-
sur-Suippes y Plozevet-Saint-Bihy (desvío nulo). Bompas está sobre la
alineación Saint-Bihy-Puymoyen (desvío igualmente nulo). La observación
de la región de Tolosa, en fin, no se alinea con nada. Sigue siendo
«virgiliana». Cierto es que la descripción, la hora y la localización dadas por
los testigos parecen referirse al planeta Marte.
Las alineaciones. Tenemos, pues, 29 observaciones ese jueves 7 de
octubre, sin tomar en cuenta la de Lardenne, en la región de Tolosa. Debemos
hacer las siguientes comprobaciones:
1.ª Esas 29 observaciones se organizan en 26 alineaciones, de las cuales
hay una de 7: (Cherburgo, La Ferté-Macé, recogedor de leche, obreros de
Renault, Lavenay, Montlevic, Cassis); tres de 4 observaciones: 1.ª Marcillac,
Puymoyen, Montlevic, Corbigny; 2.ª Isles-sur-Suippes, Montlevic, Bournel,
Montpezat; 3.ª Saint-Savinien, Saint-Plantaire, Montlevic, Jettingen; y
veintidós de 3 observaciones: 1.ª Saint-Bihy, Puymoyen, Bompas; 2.ª
Plozevet, Marcillac, Montpezat; 3.ª Hennezis, Lavenay, Marcillac; 4.ª Les
Aubiers, Chalette-Dordives, Saint-Etienne-sous-Barbuise; 5.ª Saint-Bihy,
Chalette-Dordives, Jettingen; 6.ª Saint-Bihy, Lavenay, Corbigny; 7.ª Plozevet,
Montlevic, Beauvoir; 8.ª Les Aubiers, Béruges, Monteux; 9.ª Isles-sur-
Suippes, Chalette-Dordives, Puymoyen; 10.ª Monteux, Beauvoir, Jettingen;
11.ª Plozevet, Saint-Bihy, Duclair; 12.ª Ballon, Béruges, Puymoyen; 13.ª
Hennezis, Saint-Etienne-sous-Barbuise, Jettingen; 14.ª Cherburgo, Duclair,
Isles-sur-Suippes; 15.ª Duclair, Ballon, Saint-Savinien; 16.ª Hennezis,
Chalette-Dordives, Corbigny; 17.ª Hennezis, Montlevic, Bompas; 18.ª
Hennezis, nacional 23 y la del Mans, Les Aubiers; 19.ª Isles-sur-Suippes,
Béruges, Saint-Savinien; 20.ª Saint-Bihy, Saint-Savinien, Montpezat; 21.ª Les
Aubiers, Puymoyen, Bournel; 22.ª Isles-sur-Suippes, Corbigny, Bompas. En
este último caso, señalemos que un cuarto punto, Saint-Etienne-sous-
Barbuise, está en la proximidad de la alineación.
2.ª Más importantes aún que las alineaciones son las múltiples
intersecciones. Esas intersecciones son de tres clases: ora «cimas
multirradiales», donde terminan las alineaciones; ora «estrellas», donde varias
alineaciones se cruzan; ora «estrellas-cimas».
He aquí las nueve cimas multirradiales, clasificadas por el número de
«rayos»:
—Cherburgo, Monteux: dos rayos.
—Plozevet, Bompas, Montpezat: tres rayos.
—Jettingen, Les Aubiers: cuatro rayos.
—Isles-sur-Suippes, Hennezis: cinco rayos.
En cuanto a las estrellas, se tiene en cuenta cinco de ellas, una de las cuales
es aquélla donde se cruzan dos alineaciones: nacional 23, que es la de Mans,
donde se cruzan tres alineaciones: Lavenay, con un desvío de 3 a 4
kilómetros, y Béruges, donde se cruzan cuatro alineaciones: Chalette-
Dordives, y una donde se cruzan seis alineaciones: Montlevic, con desvíos
máximos de 3 a 4 kilómetros.
En fin: diez puntos son, al mismo tiempo, estrella y cima. Estos son:
Bournel, Beauvoir, Saint-Etienne-sous-Barbuise (1 alineación, 1 rayo),
Marcillac-de-Blaye, Duclair (1 alineación, 2 rayos), Saint-Savinien, Corbigny
(1 alineación, 3 rayos), Saint-Bihy (1 alineación, 4 rayos), Ballon (2
alineaciones, 1 rayo) y Puymoyen (3 alineaciones, 2 rayos).
3.ª El examen de las líneas y de sus cruzamientos parece revelar una cierta
frecuencia en ángulos de 30 grados, a veces reunidos de tres en tres y
formando un ángulo recto (Hennezis). El ángulo recto es relativamente
frecuente: ver los cruzamientos de Plozevet-Beauvoir con Hennezis-
Marcillac, de Jettingen-Hennezis con Marcillac-Hennezis, que acabamos de
ver (esos dos ángulos llevan al paralelismo de Jettingen-Hennezis con
Beauvoir-Plozevet), de Saint-Bihy-Bompas con Marcillac-Corbigny (ver el
mapa núm. 7).
¿Qué resulta de todo esto? Para formarnos una idea, es interesante
comparar la red formada por las observaciones del 7 de octubre de 1954 con
un estudio bien conocido por los astrónomos que observan los planetas, los
que ha consagrado Wells Alan Webb, en el Boletín de la Sociedad de
Astronomía del Pacífico*, a la red de «canales» de Marte sobre el mapa
trazada por Trumpler*. Nadie jamás las ha impugnado. El análisis topológico
de Webb muestra que la red de Trumpler corresponde a una acción motivada,
dicho de otra manera, esa red no puede ser producto del azar. La única
impugnación se refiere al origen de la motivación: la existencia real, sobre la
superficie marciana, de la red de Trumpler no está sólidamente establecida, de
manera que se puede decir a Webb:
«Es verdad: su razonamiento señala sin duda que la red de Trumpler puede
imputarse a una acción voluntaria y, de alguna manera, inteligente, si resulta
legítimo llamar “inteligente” toda acción que esté en función de un fin
determinado. Pero, ¿de qué inteligencia se trata? ¿De la de los
“marcianos”?, ¿o de la de Trumpler? Vuestro análisis no habrá probado la
existencia de una acción motivada sobre la superficie de Marte mientras no
llegue el día en que la realidad de la red de Trumpler haya sido demostrada. Y
esa realidad, precisamente, ha sido impugnada por numerosos astrónomos,
sobre todo en Europa. Su análisis lo prueba. Es la red la que no ha sido
probada.»
Si volvemos, mientras tanto, a la red del 7 de octubre, se nos impone una
doble comprobación:
1.ª Esa red es innegable. Para negarla, sería necesario quemar la prensa
francesa del mes de octubre de 1954, lugar donde se citan todas las
observaciones que aquí hemos presentado, y que hemos, a veces, por lo
menos citado, y a veces contado detalladamente*.
2.ª Esa red es mucho más sorprendente que la de Trumpler. Y esto por
varios motivos:
—En primer lugar: por la existencia de líneas rectas jalonadas de
observaciones (hasta siete de ellas: Cherburgo-Cassis).
—Pero sobre todo por la convergencia de esas líneas rectas para formar
estrellas. La existencia aleatoria de tales convergencias es casi infinitamente
improbable. Por lo menos así lo creo, y esta opinión la comparten todos los
sabios a los cuales se las he mostrado.
Una simple ojeada a esas estrellas —las de Montlevic, o las de Chalette-
Dordives— producen una impresión a la cual es difícil resistir. Pero esa
impresión, séame permitido decirlo, no significa nada al compararla con la
emoción que experimenté cuando, al clavar, uno detrás de otro, los chinches
de cabeza verde de ese 7 de octubre, los veía ordenarse dócilmente sobre
líneas ya esbozadas, sobre los cruces de las líneas. Espero con ansiedad que
aquellos que critican la disposición ortoténica se entreguen, en primer lugar, a
ese juego de chinches sobre el mapa, antes de opinar. Si no se sienten
turbados, es que tienen el corazón de piedra.
¿Qué significa la red? Un análisis más profundo de una red como ésta
pondría término muy rápidamente a especulaciones que serían prematuras en
este libro. El punto importante, por ahora, no es saber qué hay detrás de la
ortotenia, sino reunir bastantes documentos para determinar de una vez por
todas si ella es o no es un hecho real. El resto es un trabajo de análisis
operativo donde nada prácticamente subsistiría de las observaciones, y no hay
duda que si la ciencia considera a la ortotenia como una realidad, los extensos
archivos de la A.T.I.C. suministrarán inmediatamente abundantes datos, los
cuales permitirán ir más lejos, y con seguridad cada vez más grande. Ya no es
labor que a mí me corresponda. Corresponde a los matemáticos.
Sin embargo, podemos, sin ir más allá de los hechos expuestos en estas
páginas, sostener el siguiente razonamiento: cualquiera que sea el motivo que
la inspira, esa red presenta cierta disposición.
Si la ortotenia traduce la existencia de un orden, nada nos impide suponer
que ese orden pueda admitir algún día cierto carácter de permanencia. ¿Por
qué no buscar —al comparar las dos redes— si algo existe con ese carácter de
permanente?
Ahora bien, ya hemos dispuesto dos redes muy claras: la del 7, centrada
sobre Montlevic, y la del 2, centrada sobre Poncey. Una simple mirada a esas
dos «estrellas» invita a la comparación.
Tomemos un papel trasparente, apliquémoslo sobre el mapa del 2 de
octubre, y anotemos todos los puntos de observación de ese día. Deslicemos
en seguida el papel trasparente y llevémoslo hasta el punto donde Poncey
coincide con Montlevic, lo cual corresponde a una traslación de 235
kilómetros hacia el oeste-sudoeste.
Nuestros dos centros de dispersión están superpuestos. Sobre el papel
trasparente y a través de él, podemos ver el conjunto de los dos sistemas del 2
y del 7 de octubre reducidos a un mismo origen. Esto nos da una nueva red,
más densa, pero que no revela nada. Las observaciones no se superponen, ni
tampoco las alineaciones. Una simple traslación de centro a centro no da,
pues, ningún resultado.
Pero alrededor de ese centro común, giremos el papel trasparente (es decir,
la red del 2 de octubre) en 7 grados en el sentido trigonométrico (sentido
inverso al de las agujas de un reloj). Vemos ahora una serie de coincidencias
entre los elementos del 2 y aquellos del 7 de octubre, cosa que no puede ser
producto del azar (ver el detalle de esas coincidencias sobre el mapa número 8
y en la leyenda de éste).
Todos los puntos, sin excepción, de las dos redes se relacionan entre sí ya
sea por superposición pura y simple de las alineaciones, donde ellos se
encuentran, ya sea por su colocación sobre una alineación que pertenece a
otra jornada, ya sea por su colocación sobre una interalineación que
proviene de la superposición de las dos redes. Otra serie de coincidencias,
menos interesantes es cierto, pues en ella no entra sino el 80 % más o menos
de los puntos, se produce haciendo girar la red del 2 de octubre en 152 grados
en el sentido de las agujas de un reloj alrededor del mismo origen Poncey-
Montlevic, hasta que Maisoncelles-Poncey-Les Rousses se superponga con
Beauvoir-Montlevic-Plozevet.
Hay que reconocer, con honestidad, que ninguna de esas series de
coincidencias es totalmente satisfactoria. Cierto es que ellas reducen
prácticamente a cero las posibilidades de explicárselas por el azar. Su estudio
nos lleva, inevitablemente, a la idea de que existe un orden, un orden cuya
última ley permanece oculta, si al menos es cierto que toda ley última debe
ser simple. Aquí sólo pretendemos dejar el cebo para un trabajo que debe ser
largo y difícil.
En fin: el hecho de que las observaciones de un día dado parecen, siempre
que se realicen esas dos operaciones geométricas precisas, situarse sobre la
red de otro día, nos invita a la generalización: operando de esa manera (todas
las veces que se quiera), ¿no llegaremos, superponiendo un número de días, a
determinar la red prototipo, cuyas observaciones diarias traduzcan
parcialmente lo que persiguen? Dicho de otra manera: la comparación de las
diversas redes cotidianas, ¿no deberá desembocar en la clasificación del plan
general que ordena toda la crisis. He aquí, pues, una pregunta apasionante, y
que ya es tiempo que planteemos, so peligro de dejarla provisionalmente sin
respuesta.
Los días siguientes. Del 7 de octubre, que acabamos de analizar, pasemos
al sábado 9. El viernes 8 nos presenta, en efecto, sólo una docena de
observaciones muy dispersas, y que no nos enseñan nada. Más aún, la fecha
de algunas de ellas no nos merece confianza. Encontramos en esos casos, una
vez más, un gran número de testimonios ricos en detalles pintorescos, los
cuales, sin embargo, no nos aportan nada esencial.
El 9 no nos dará un número suficiente de observaciones como para esbozar
una red; pero merece, de todas maneras, que nos detengamos en ese día, pues
él nos muestra un caso muy bien observado de «máquina alucinada»,
semejante a la detención del motor del camión lechero del 7 de octubre.
El automóvil alucinado. Sábado, 9 de octubre. Los dos testigos del
fenómeno son esta vez mecánicos de oficio, los señores André Bartoli, de
París, y Jean-Jacques Lalevée, de Cuisy (Seine-et-Marne).
Así, pues, ese sábado el señor Bartoli subió a su auto y se dirigió a Cuisy
para visitar a su amigo, el señor Lalevée. A las 9’20 p.m., maniobró para
dirigirse a París y reculó a gran velocidad, con el motor acelerado a fondo.
Entonces vio a través del cristal el cielo: estaba vastamente iluminado por una
fuerte luz amarillo-naranja. Al mismo tiempo, el motor se atascó y frenó al
auto, el cual, detenido en su impulso, se detuvo.
«En ese momento —me contó el señor Bartoli— no pensé en el coche;
intrigado por la luz, abrí rápidamente la portezuela y salí para ver de qué se
trataba. Tuve apenas el tiempo necesario para ver cómo el fenómeno
desaparecía hacia París, es decir, hacia el sudoeste.
»Era una especie de cigarro amarillo-naranja, de un largo igual a la mitad
del diámetro de la luna, más o menos. El señor Lalevée, que se encontraba a
una docena de metros detrás del auto, apoyado en su bicicleta, pudo
distinguirlo muy nítidamente cuando pasaba sobre nosotros, viniendo desde
Saint-Soupplets. Discutimos algunos minutos y nos preguntamos qué era eso.
¿Tal vez un bólido muy grande que se desplazaba a baja altura? Sea lo que
fuere, había desaparecido.
»Volví, pues, a mi auto, y entonces comprobé que los faros se habían
apagado. Preocupados por el fenómeno, no nos habíamos fijado en eso.
Intrigado, me incliné hacia el tablero de los instrumentos: el contacto no había
sido cortado. Y la palanca de cambio de velocidad estaba aún en la posición
de marcha atrás. ¡En consecuencia, el motor estaba embragado!»
Cuando el señor Bartoli me contó el incidente, le propuse una explicación:
—Lo que ocurrió —le dije—, fue lo siguiente: usted se encontraba frente
al volante, luego reculó acelerando a fondo. De súbito, lo sorprendió esa luz
en el cielo; bajo el efecto de la sorpresa, abandonó, sin darse cuenta, los
pedales; el motor se atascó, como ocurre en esos casos, y usted salió, sin
pensar que no había desembragado ni cortado el contacto.
—Señor —me dijo Bartoli—, a eso podría responderle que soy mecánico
profesional, que hay dos o tres cosas en este caso que jamás haría un
mecánico profesional, y que no suelo dejar los pedales sólo por haber visto
una luz en el cielo, aunque no sea una luz habitual. Pero éstos son argumentos
psicológicos, y usted no está obligado a creer en ellos. Le plantearé, pues, una
pregunta: según su teoría, ¿cómo explica que, sin haber sido cortado el
contacto, los faros se apaguen?
—Quizás usted los apagó maquinalmente al salir para ver mejor la luz.
—Eso es lo que creí al comienzo; pero al querer accionar el botón de la luz
comprobé que estaba perfectamente bien colocado en la posición «faros».
Estaba sobre esa posición, puesto el contacto y los faros apagados. Esto es lo
que vimos los dos, cosa que jamás han visto dos mecánicos en un auto que
está en posición de marcha.
—¿Qué hizo entonces?
—Desembragué, accioné el aparato de arranque, el motor se puso en
marcha y los faros recobraron su luz normalmente. Me gustaría que me
explicara todo eso.
—Si usted cuenta su historia a los periódicos —le respondí—, ellos dirán
que un Disco Volador sobrevoló su auto y detuvo el motor al pasar.
—Para creer en los Discos Voladores —me dijo textualmente el señor
Bartoli—, espero ver uno de ellos.
—Y, según usted, ¿qué era lo que vio?
—No sé nada.
Los lectores de Fate conocen ya este testimonio, que relaté en esa revista
cuando hice una primera y sumaria relación de los sucesos de 1954. Pero
cuando lo escribí, no suponía la extensión que tenía el fenómeno ortoténico.
Me encontraba aún frente a los problemas que esa observación me había
planteado cuando ellos tuvieron lugar. Esas preguntas son las siguientes:
1.ª La trayectoria asignada por los testigos al objeto implicaba que éste
debería haber atravesado poco después la nacional 2, una de las carreteras
más frecuentadas de Francia, y, sin duda, del mundo. Como el incidente se
desarrolló un sábado en la tarde, a una hora en que miles de parisinos parten
al week-end, ¿es posible que sólo el auto del señor Bartoli se haya detenido?
2.ª La trayectoria sobrevuela en seguida el norte de la aglomeración
parisina, por donde viajan sin cesar docenas de miles de autos: esa misma
objeción se hace ahora más fuerte.
3.ª Sin tomar en cuenta la detención del motor, ¿podía haber pasado
desapercibido el vuelo de un objeto tan luminoso?
En los meses que siguieron a la observación, cuatro testimonios me fueron
enviados, los cuales, creía entonces, podían responder parcialmente a estas
preguntas, pero complicándolas aún más. En efecto, se reveló que:
—El objeto había atravesado la nacional 2, detuvo varios autos y produjo
un gran embotellamiento.
—El objeto, u otro semejante, fue divisado por testigos que viajaban en
auto al sur de Orly, pero sin producir ese incidente.
—Un automovilista lo había observado más hacia el oeste, sobre el camino
a Chartres. Parecía viajar más lentamente. Ningún auto se detuvo.
—Más al oeste aún, cerca de Dreux, algunos cazadores que regresaban a
sus hogares divisaron, minutos más tarde, en el campo, una masa vagamente
luminosa que huyó cuando ellos se acercaron, y desapareció hacia el sudoeste.
Sin poder afirmarlo, debido a la falta de pruebas, pensaba entonces que el
objeto divisado en Cuisy realizó una especie de circuito en zigzag,
sobrevolando el norte de París más allá de la nacional 2; luego regresó (¡sin
ser visto!) al sur de la capital para atravesar la nacional 7, al sur de Orly, y
retomó en fin su dirección sudoeste hacia Dreux, sobrevolando la nacional 10
entre Chartres y París. Esto era muy complicado y poco satisfactorio. Una
explicación mucho más simple apareció sobre el mapa cuando, meses más
tarde, reanudé el estudio de ese 9 de octubre bajo la luz de la ortotenia.
Podemos, entonces, experimentar aquí la eficacia de este método, el cual, sin
que pretenda explicar nada, permite, sin embargo, encontrar un orden al
comparar las observaciones que distan varios centenares de kilómetros en el
espacio y varias horas en el tiempo. Entre la quincena de observaciones de ese
día, que ocurrieron, en su mayor parte, en la mitad del sur de Francia, hay, en
efecto, cuatro que permiten situar las de la región parisina, que son las que
nos preocupan ahora.
Beauvain, departamento del Orne. El señor Christian Couette, de Tessé-la-
Madeleine (Orne), viajaba esa tarde en bicicleta hacia Rânes, cuando, cerca
del estanque de Lande-Forêt, sobre la comuna de Beauvain, «me sobrevoló
una máquina luminosa que, a gran velocidad, pasaba rozando las copas de los
árboles». La máquina, según el testigo, podía medir unos cuatro metros de
diámetro. Se parecía a «una bola de fuego arqueada en la parte inferior», y
pudo ser observada durante una docena de segundos*.
Si unimos el sitio donde se hizo esta observación con Cuisy, la línea
sobrevuela la región de Dreux, donde los cazadores vieron, esa misma tarde,
una bola luminosa que huía hacia el sudoeste, y luego a la nacional 2, al norte
de París. Más aún: la dirección sudoeste es la de la línea.
Pero esto no es todo: 195 kilómetros al sudoeste de Beauvain, la línea
sobrevuela Loudéac, en las Côtes-du-Nord, en Bretaña, donde hubo otra
observación. Numerosos habitantes de Loudéac, entre los cuales se
encontraban las señoras Videlot, Macé, Huby y Kergoat, dijeron a los
periódicos* que habían divisado evolucionando a bastante altura una bola
luminosa que, después de permanecer visible durante unos segundos,
desapareció entre las nubes.
Tenemos, pues, repartidas a lo largo de una línea recta de 420 kilómetros,
las siguientes cinco observaciones: Cuisy, la nacional 2, cazadores de la
región de Dreux, Beauvain, Loudéac.
Quedan, en la región parisina, las dos observaciones de la nacional 1 al sur
de Orly y de la nacional 10 al nordeste de Chartres. Veamos, pues, la
siguiente.
Lavoux, departamento de la Vienne, 7 p.m. Este caso es uno de aquellos
que más han contribuido a extender la opinión de que todos los Discos
Voladores son inventados por espíritus burlones o cerebros desquiciados —lo
cual me guardaré bien de impugnar—, con tal que se me conceda que las
burlas y el desquiciamiento obedecen a una estricta geometría.
Hacia las 7 p.m., aquella tarde, el señor Roger Barrault, de Lavoux, viajaba
en bicicleta cerca de la aldea, cuando, al caer la tarde, se encontró
repentinamente, a boca de jarro, con una especie de ser indefinible enfundado
en una «escafandra». Medía, más o menos, un metro cincuenta, afirma el
señor Barrault, sus «piernas» carecían de talones, su «cabeza» se parecía a
una gran mata de pelos con «ojos» brillantes; dos «faros» superpuestos
verticalmente, muy luminosos, se advertían en la mitad de su cuerpo. El ser se
desplazó sobre el camino durante un minuto más o menos frente a Barrault,
que estaba «paralizado»; luego desapareció entre los árboles del bosque
vecino.
Esa descripción, hecha por un hombre de espíritu simple (el señor Barrault
es un albañil), produjo en los periódicos, que se publicaron dos días después,
gran hilaridad*. El «marciano bigotudo» ocupó un lugar en el folklore
periodístico y en las conversaciones de las personas sensatas como la última
reencarnación de la eterna tontería humana. Por ahora constituye un
argumento sin réplica posible en toda discusión en que algún débil de espíritu
se arriesgue a pronunciar las palabras: Disco Volador. ¿Qué dirían entonces si
se hubiera sabido que, en el otro extremo de Francia, una media hora antes del
encuentro que tuvo el señor Barrault, unos niños dijeron haberse aproximado
a un ser exactamente idéntico?
El incidente se desarrolló cerca del cementerio de la pequeña aldea de
Pournoy-la-Chétive, al sur de Metz, en Moselle, a 60 kilómetros de la frontera
alemana.
«Estábamos patinando —cuentan los niños (Gilbert Calda, de doce años;
Daniel Hirsch, de nueve, y su hermano Jean Pierre, de cinco)— cuando una
máquina brillante y redonda se posó cerca de nosotros. Una especie de
hombre, cuya altura era de 1’20 metros, salió de allí, vestido con un saco
negro que se parecía a la sotana del señor cura. Tenía una cabeza peluda y
ojos hinchados. Nos dijo cosas que no comprendimos, y huimos entonces. Un
poco más lejos, nos detuvimos para mirar. La máquina subía hacia el cielo, a
toda velocidad.»
Cosa curiosa: un aldeano, a algunos cientos de metros de allí, afirma haber
visto esa máquina que subía en el cielo a toda velocidad*.
Pero regresemos a Lavoux, en la Vienne. Si unimos la broma del señor
Barrault, con Cuisy, la línea sobrevuela la nacional 7 al sur de Orly. En el otro
sentido, a 160 kilómetros de Lavoux, cae muy exactamente sobre la aldea de
Soubran en la Charente-Maritime, al este de la desembocadura del Garona,
donde el periódico Ouest-France, del 12 de octubre, señala que varias
personas divisaron ese sábado en la tarde una bola luminosa que se posaba
rápidamente en una pradera.
Eso da, en total, sobre esta alineación de 480 kilómetros, cuatro casos, tan
bien dispuestos que no se sospecha de ningún desvío aparente.
¿Y el Disco de la nacional 10? Pues bien: ése habrá que concedérselo a
Virgilio: las observaciones de ese 9 de octubre están tan dispersas que
podemos reconocer cinco alineaciones, pero no un verdadero circuito.
Encontramos una en Huy (1), en Bélgica, una en Calais (2), una en Pournoy
(3), una en Beauvain, una en Loudéac, una en Lavoux, una en Soubran, una
en Montluçon (4), en el centro de Francia, y en fin, otras seis que forman tres
alineaciones convergentes. Punto de convergencia: Tourriers, en la Charente
(5), 30 kilómetros al norte de Angulema. Primera alineación: Tourriers-Uzer-
che (6)-Niza (7); desvío aparente: nulo. Segunda alineación: Tourriers-Ebreuil
(8) (cerca de Vichy)-Mâcon (9); desvío aparente: 1.500 metros. Tercera
alineación: Tourriers-Briatexte (10) (centro Tolosa y Albi)-Carcassonne (11)*;
desvío aparente: nulo.
De todas estas observaciones, la más curiosa es la de Briatexte. Cerca de
esa pequeña aldea del Tarn, en efecto, a las 8’30 p.m., es decir, una hora y
media después del encuentro con un ser de «cabeza» peluda contado por un
campesino de la Vienne, y dos horas después de la aventura de tres pequeños
habitantes de Lorena, un automovilista de Tolosa cuenta, a su vez, un
incidente parecido:
Hacia las 8’30 p.m., el señor Jean-Pierre Mitto, agente técnico de una
empresa industrial, corría a gran velocidad sobre la nacional 631 cuando,
llegado al lugar llamado «La Caïffe», «de súbito distinguí —cuenta—, junto
con los dos primos que me acompañaban, dos pequeños seres de la altura de
un niño de once a doce años que atravesaban el camino bajo la luz de mis
faros. Me detuve inmediatamente. Apenas tuve tiempo de bajar cuando vimos
que se elevaba verticalmente, desde el prado vecino, un disco luminoso rojo
que desapareció en el cielo en pocos segundos».
Cuando se hizo la investigación, que dirigió el teniente de gendarmería
Fayet y el suboficial Vergne, el señor Mitto dijo que la máquina había dejado
el suelo a una gran velocidad ascendente aspirando el aire tras él. Se hizo la
reconstitución en los lugares. En el sitio del prado que indicó el señor Mitto
como el lugar preciso donde la máquina se había posado, se encontraron
extrañas manchas negruzcas, de un material viscoso, detalle ya observado
antes.
Último dato preciso descubierto por los investigadores: a la hora indicada
por el señor Mitto, el señor Barthe, cuya granja es vecina al cruce de «La
Caïffe», vio un objeto luminoso que se elevaba a gran altura en dirección al
lugar donde precisamente se produce el aterrizaje, y lo vio desaparecer a gran
altura.
Por cierto esta historia es tan inverosímil como las otras dos, y su
desarrollo, que dura apenas noventa minutos, sirve especialmente para probar
la asombrosa propiedad que tienen ciertas alucinaciones o ciertas bromas para
nacer en forma simultánea y vestida, de pies a cabeza, igual que Minerva, a
distancias de varios centenares de kilómetros. Asistiremos también en este
mes de octubre al nacimiento simultáneo de la imponderable Balanza
Voladora, la cual produjo también una sana alegría entre las personas
honradas*. Se puede, sin duda, acusar a la prensa francesa de haber esparcido
estos marcianos bigotudos a través de los cerebros degenerados del
desgraciado pueblo francés. Por desgracia, esa misma noche, cerca de
Munster, en Alemania, un cerebro germánico de pura raza incubaba, a su vez,
espontáneamente, el mismo monstruo: el testigo señor Willi Hoge divisaba en
el campo un aparato de color azul de breves dimensiones, rodeado de cuatro
«marcianos», cuya estatura era más o menos 1’20 metros. Esto prueba que los
franceses y los alemanes están, sin duda, hechos para entenderse, y que hay
que reconstituir, lo más rápidamente posible, el imperio de Carlomagno.
Un singular visitante de la feria de Metz. Al día siguiente, domingo 10 de
octubre, un curioso incidente se desarrolló en el cielo de Metz, sobre la feria
organizada en esta ciudad. El Ejército había instalado allí un stand donde se
exponían algunas de sus más modernas máquinas y aparatos, entre los cuales
se encontraba un poderoso proyector y una estación de radar; el stand estaba
bajo el mando del comandante Cottel, especialista en defensa antiaérea.
Hacia las 9’10 p.m., se encontraban en ese stand unos quince técnicos
militares, cuando súbitamente el proyector que barría el cielo en la oscuridad
«enganchó» un objeto. El proyector se inmovilizó de inmediato, y los técnicos
observaron el cuerpo celeste. Era una especie de globo que hallábase
rigurosamente inmóvil, de unos cincuenta metros de diámetro, y «titilaba
como luces de árboles de Navidad», según la expresión del comandante
Cottel. Los técnicos calcularon su altura en 10.000 metros.
Se examinaron diversas hipótesis. ¿Un pequeño cúmulo? Quizá. Pero su
posición, su forma y sus dimensiones permanecían rigurosamente idénticas y
fijas. Y, por lo demás, fuera de ese supuesto cúmulo, la limpidez del cielo era
total. Sólo se veía ese pequeño cúmulo y las estrellas. ¿Un globo? Pero,
¿existen globos de ese diámetro?
El proyector fue apagado: se limpiaron las lentes, se cambiaron los
carbones, se le volvió a encender. Y el objeto seguía allí. Una hora más tarde,
seguía estando allí, inmóvil en el cielo límpido. Dos horas más tarde, no se
había movido ni había cambiado de forma. Tres horas más tarde, el fenómeno
permanecía siempre idéntico a sí mismo. Fatigados por la monotonía de ese
espectáculo, los técnicos apagaron el proyector y se fueron.
Cinco días más tarde, el ejército publicó el siguiente comunicado:
«Se ha hecho público en la prensa que las Fuerzas antiaéreas que tomaron
parte en la exposición de Metz vieron máquinas desconocidas. No vale la
pena considerar esas informaciones en ese caso particular.»
Eso es todo. Ni una palabra del informe dirigido por el comandante Cottel
al gobernador militar de Metz, el general Navereau, comandante de la sexta
región. Ni una palabra de la observación hecha no sólo por los técnicos sino
por los visitantes de la feria y por los habitantes de Metz y los de los barrios
de Sablon y de Queuleu. Todo lo que se sabe es que ese incidente procedía de
ciertas indiscreciones. El objeto presentaba el aspecto de un pequeño cúmulo
inmóvil y de forma regular. Los Discos Voladores no existen, desde luego.
Pero, en fin, si ellos existen, podríamos decir que los técnicos de la defensa
aérea observaron en Metz, durante tres horas, el famoso cigarro vertical. Se
comprende, pues, todo lo que ese semejante absurdo puede tener de
incompatible con la seriedad de las actividades militares.
La psicosis derrota a las máquinas. El 11 de octubre se produce la jornada
de las máquinas alucinadas.
Hacia el fin de la noche del 10 al 11, el señor Baptiste Jourdy, de treinta
años, conducía —a través de las montañas del Alto Loira, al sur de Saint-
Etienne— el camión con el cual recoge todos los días la leche de la región.
Hacia las 4 a.m., la noche aún era oscura, el cielo estaba cubierto y bajo, y
únicamente los faros perforaban la oscuridad del campo desierto.
Repentinamente, a las 4’15, al llegar a la proximidad de cruce del camino de
Chambon-Feugerolles, antes del villorrio de Fonfrède, el motor se atascó y los
faros se extinguieron. Instintivamente, el chófer frenó, puso el coche en punto
muerto, accionó el freno de mano, y descendió, persuadido que un cable del
alumbrado se había roto o desprendido. Pero no bien hubo descendido,
cuando divisó, frente a él, desplazándose perpendicularmente al camino bajo
el techo de las nubes, un objeto luminoso multicolor. El fenómeno atravesó
frente a él y se alejó a gran velocidad*. Lo siguió con los ojos durante un
minuto más o menos, y, al volver de su estupor, constató que sus faros se
habían encendido de nuevo. Subió de nuevo a su camión y accionó la palanca
de arranque. El motor se puso en marcha nuevamente, y el señor Jourdy
prosiguió su camino con su cargamento.
Un cuarto de hora más tarde, 250 kilómetros más o menos más al norte, los
señores Henri Gallois y Louis Vigneron, comerciantes forasteros en Clamecy,
se dirigían a la feria de Corbigny, cuando les sucedió una aventura mucho
más sorprendente que la anterior.
«Corría por el medio de la calzada, no lejos de Clamecy —dijo el señor
Gallois—, cuando bruscamente, cerca del lugar llamado «Sassier», sentí en
todo mi cuerpo como una descarga eléctrica.
»Al mismo tiempo, el motor se detuvo y los faros se apagaron.
Paralizados, incapaces de realizar el menor movimiento, nos preguntamos qué
es lo que más tarde ocurriría y miramos a nuestro alrededor. Entonces, en el
prado que bordeaba el camino, a unos cincuenta metros de nosotros divisamos
una máquina redonda, cerca de la cual pudimos ver muy nítidamente tres
seres de pequeña talla que se movían y hacían vivos gestos. Sus siluetas
desaparecieron muy pronto en el interior de la máquina, la cual emprendió el
vuelo rápidamente.
»Casi inmediatamente, nuestros faros se iluminaron y pudimos partir.»
El señor Vigneron confirmó las declaraciones de su compañero de camino,
en todos sus detalles. Mejor: el incidente se había desarrollado no lejos del
villorrio de Cary. Ahora bien: a la hora indicada por los dos comerciantes
forasteros, un habitante de Cary, el señor Henri Chaumeau, vio un objeto
luminoso que se elevaba sobre los bosques y se alejaba rápidamente bajo las
nubes.
Resulta interesante que señalemos un incidente ocurrido durante el breve
instante que separó a los dos casos de máquinas alucinadas. Un poco después
de las 4’15 a.m., el señor Labonde, de Epinac-les-Mines, viajaba por la
departamental 104, en la Côte-d’Or, entre Thury y Champignolles, cuando al
salir del bosque de Vernusse notó, flotando en la oscuridad de su vehículo,
una curiosa luz rojiza. Al echar una ojeada para determinar la fuente de donde
provenía, descubrió que una especie de globo luminoso de color rojo, que al
parecer tenía dos metros de largo, le seguía a más o menos veinticinco metros.
Inquieto, el señor Labonde aceleró, luego moderó la velocidad. El objeto se
aproximó más aún. A la altura de Champignolles, el señor Labonde tomó la
D-14 hacia Lacanche, y aceleró a fondo. El objeto hizo otro tanto. En fin: en
el momento de llegar a Lacanche, el globo luminoso se desvió, cobró altura y
desapareció.
Podríamos creer en un reflejo en el cristal sin la precisión de ciertos
detalles: la extensión de la luz, la elasticidad de la distancia, las maniobras, y,
en fin, el vuelo antes de llegar a la aldea. ¿Era ese objeto el mismo que los dos
objetos precedentes? Por supuesto es imposible saberlo, pero por lo que sigue,
veremos que es poco probable. Nadie nos impide comparar este incidente con
los de Rue y de Amiens, el 3 de octubre, y en particular con las maniobras
para evitar las aldeas.
Algunas horas más tarde, amaneció y hasta el crepúsculo sólo se señalan
pocas observaciones. Pero la ronda vuelve a comenzar al caer la noche del 11
al 12.
Hacia las 7’30 p.m., tres habitantes de Burdeos que desean guardar el
anonimato viajaban entre Royan y Breuillet sobre la G.C. 40, cuando, a la
altura del villorrio de Taupignac, vieron una intensa luz rojiza que irradiaba
en el cielo. Intrigados, se detuvieron y descendieron. Descubrieron, entonces,
a dos o tres metros del camino, una máquina de color rojo-naranja. La
máquina «parecía suspendida a una docena de metros de altura por un hilo
invisible, tal —dicen los testigos— era su perfecta estabilidad». Ningún ruido
se escapaba de ella.
Al cabo de algunos segundos, el objeto partió horizontalmente y recorrió
una corta distancia hasta detrás de un pequeño bosque donde sólo su
luminosidad era visible para los tres testigos.
Dos de ellos tomaron, entonces, una lámpara eléctrica y se dirigieron hacia
la luz. Después de haber recorrido más o menos 400 metros, vieron que la
máquina estaba posada en un prado rodeado de árboles, y cerca de ella, cuatro
pequeños seres que parecían tener 1 metro de altura más o menos y estaban
entregados a un misterioso trabajo. Los dos automovilistas se dirigieron hacia
ellos, y cuando los separaba unos quince metros, los cuatro pequeños seres
dieron vuelta alrededor de la máquina y desaparecieron. Casi inmediatamente
el objeto pasó rápidamente por una sucesión de colores blancos, naranjas y
rojos, encegueciendo a los dos testigos, y levantó el vuelo a una velocidad
«espantosa».
Dos horas más tarde, en la misma región, pero a 90 kilómetros más o
menos hacia el este, un vehículo corría por la departamental 14, en Charente,
llevando a tres personas de Jarnac: las señoras Julia Juste, María Barbereau y
Marion Le Tanneur.
«Regresábamos de Burdeos —cuentan—, cuando a las 10 p.m., más o
menos, nos encontrábamos a 4 kilómetros de Châteauneuf*. Dos bolas
luminosas aparecieron en el cielo frente a nosotras, a baja altura. El auto se
detuvo, los faros se apagaron. Descendimos y permanecimos cinco minutos
más o menos contemplándolas.
»Eran de un tamaño diferente: una más pequeña que la otra, y avanzaban
lentamente en la misma dirección del camino. Se quedaron inmóviles muy
pronto, efectuaron dos o tres maniobras a la derecha y a la izquierda, y se
inmovilizaron otra vez. La más grande cambió su color al blanco brillante con
un halo rojizo, y las dos bolas descendieron verticalmente y desaparecieron en
el valle de Charente. Nos dio la impresión que se habían posado en algún
lugar.
»Volvimos a subir al auto y partimos hacia Jarnac. Inmediatamente
sentimos no haber esperado para ver si las dos bolas reaparecían. La noche
era muy clara. La luna brillaba un poco detrás del camino, hacia la derecha.»
De nuevo, y a propósito de este caso, volvemos a recordar las
observaciones del 3 de octubre, las de Liévin, Ablain-Saint-Nazaire y Milly-
la-Forêt: dos bolas superpuestas, la una pequeña, otra más grande, que
cambian de color, descienden verticalmente hasta el suelo: todo concuerda.
Resulta curioso que esa comparación se nos imponga dos veces por lo menos.
Las alineaciones del 11 de octubre. Durante la segunda mitad de la noche
del 10 al 11 de octubre, dos policías de Riom, en Auvergne, observaron algo
muy curioso. Cuando realizaban su ronda reglamentaria, los dos policías,
Thévenin y Daury, divisaron en el cielo «una máquina que tenía la forma de
un cigarro, la cual se dirigía hacia el norte. Tres bolas brillantes se
desprendieron y voltejearon rápidamente. El cigarro prosiguió su camino,
desapareció igualmente hacia el norte».
Esta descripción nos es familiar, y debemos esperar ver que los testimonios
se punteen sobre el mapa, en la proximidad de Riom. En efecto: señalamos
una observación, por lo demás fugitiva, en Clermont-Ferrand, 18 kilómetros
al sur de Riom. Por otra parte, el villorrio de Fonfrède, cerca del cual el
camión lechero fue detenido un poco más tarde, hacia las 4’15 a.m., no se
encuentra lejos de Riom: más o menos a 113 kilómetros hacia el sudeste. En
fin: si se une Fonfrède con Riom, esta línea, 390 kilómetros más lejos,
sobrevuela la aldea de Erbray, en el Loira-Atlántico, donde se señala un
aterrizaje, más tarde, pero siempre dentro del día. ¿Son los tres Discos
Voladores divisados por los policías de Riom?
Pero he aquí lo más curioso. El cigarro desapareció hacia el norte. Ahora
bien, a 70 kilómetros al nordeste de Riom, cerca de la aldea de Domérat, un
poco al oeste de Montluçon, se sitúa el centro principal de dispersión de la
jornada. Cuatro alineaciones se cortan allí:
—Birac-Domérat-Heimersdorf (en Alsacia). Largo de la alineación: 600
kilómetros. Desvío aparente: nulo sobre un mapa a la escala millonésima.
Notemos que sobre esta alineación se sitúa igualmente la aldea de Saillant-
sur-Vienne, donde fue señalado un aterrizaje a la caída de la noche del 10 al
11.
—Montbazens (Aveyron)-Domérat-Machault-Meaux, 500 kilómetros.
Desvío aparente de cuatro localidades: nulo.
—Montbazin, en el Hérault (otra aldea sin relación con Montbazens, citada
anteriormente), Domérat, Acquigny-Rouen, 690 kilómetros. Desvío aparente
para Acquigny: tres kilómetros.
—Riom-Montluçon-Domérat-Bauquay, 450 kilómetros. Desvío aparente
para Domérat: tres o cuatro kilómetros.
—Notemos, en fin, que Rouen, Meaux y Heimersdorf están situados sobre
una misma recta, que no pasa por Domérat, y que Meaux, Clamecy y
Fonfrède están igualmente alineadas, como Taupignac, Champignolles-
Lacanche y Heimersdorf.
Si echamos una ojeada a los archivos, vemos que en Montluçon, Rouen,
Meaux, Machault, Domérat, Riom, Clermont, Fonfrède, Champignolles-
Lacanche, Bauquay, se trata de objetos voladores no identificados; en
Clamecy, Erbray, Heimersdorf, Montbazens, Saillant-sur-Vienne, Taupigne,
Acquigny, Montbazin, se trata de aterrizajes. En Birac se presume un
aterrizaje*.
Por supuesto, el curioso lector desearía saber qué ocurrió en Bauquay,
Normandía, que está alineada con el gran cigarro de Riom y el centro de
dispersión de Domérat. Es una de las observaciones más curiosas y más
ingenuas de ese tiempo.
Pánico entre las vacas. Al amanecer, un campesino de esa pequeña aldea
estaba en su prado en el momento de ordeñar una vaca, ocupación bucólica
que no tiene ninguna relación con las ensoñaciones interplanetarias.
En cierto momento, una extraña luz rojiza se extendió a través del campo,
que aún se encontraba en sombras, y creció rápidamente. Estupefacto, el
campesino vio pronto aparecer, a baja altura, una gran forma rojiza, alargada,
de forma imprecisa, que atravesó el cielo a gran velocidad, sin duda, pero no
fulminante. La sombra de los vallados giraba en el prado a medida que la
aparición crecía en el aire. «Ella rozaba la copa de los árboles», dijeron los
testigos. ¡Las vacas, asustadas, huyeron en todas direcciones, y también la
vaca que el campesino estaba a punto de ordenar!
Cuando todo el mundo recobró el ánimo, el valiente normando se dijo que
—se tratara de un Disco o de otra cosa— debía realizar su trabajo. Atrapó a
su vaca, y puso manos a la obra. Pero la vaca no quería saber nada de nada y
se guardó para sí su leche. No logró nada. Los otros dos campesinos que
estaban presentes trataron de ordeñarla. El resultado fue el mismo. El terror
de la vaca se había traducido en una rebelde retención de la leche, la cual se
prolongó hasta la mañana siguiente. ¡Imaginamos las sarcásticas bromas de
los habitantes de la aldea burlándose de las hazañas del marciano enemigo de
la leche, en un tiempo en que precisamente el señor Mendès-France lanzaba la
moda de esa bebida!
Todo se desarrolló en completo silencio. ¡Tres testigos en total! (¡Sin
contar las vacas!)
La raza de vacas normanda no tuvo aquel día, por lo demás, el privilegio
de las visitas interplanetarias. Esa misma mañana, al alba, dos muchachas de
Heimersdorf, en la Alta Alsacia, las señoritas Anny y Roselyne Pracht, se
sintieron intrigadas, al salir de su casa, por una curiosa luz que provenía de la
dehesa vecina. Se aproximaron, pensando que se trataba de una fogata
encendida por un pastor, y descubrieron una máquina circular, luminosa, de
una altura de dos metros. Cuando ellas se acercaron, la máquina pasó al rojo
incandescente, se elevó en los aires y desapareció en el horizonte. El vuelo y
la rápida partida de la máquina fueron observados por otros dos personajes de
la aldea. Allí también todo se desarrolló en silencio.
La mayor parte de los testimonios de ese 11 de octubre tenía algo de
impresionante, y es la proximidad de la observación. En efecto: para un gran
número de casos, la expresión «objeto volador no identificado» es
inadecuada, pues se trata de objetos en el suelo. Citemos aún el caso de
Montbazens, en Aveyron, al sur del Macizo Central.
Hacia las 10 p.m., seis habitantes de esa aldea trabajaban en el taller del
señor Carrière, garajista, cuando este último pidió a su hijo Bernard, de
diecisiete años, que le pasara un instrumento. El muchacho debió aproximarse
a la ventana y divisó, iluminando la noche, una luz muy viva en el prado
vecino.
—¡Se está incendiando la casa de Gimeno! —gritó.
Todo el mundo salió corriendo, y las seis personas descubrieron entonces
con estupor, posado en el prado vecino, tras la casa del señor Gimeno, una
máquina redonda de 4 metros de diámetro más o menos que desprendía una
poderosa luz roja. Se detuvieron, indecisos.
Uno de los testigos, el señor Gardelle, decidió ir a ver qué pasaba en el
prado. Apenas había dado algunos pasos cuando la máquina emprendió el
vuelo sin hacer ruido, acelerando a una tremenda velocidad, y desapareció.
Sus camaradas vieron cómo el señor Gardelle se tambaleaba, llevábase la
mano a la frente, y corrieron hacia él. Estaba sofocado, aturdido, como si
hubiera recibido una violenta conmoción. Cuando recobró el sentido, los seis
hombres llegaron hasta el lugar donde se había posado el objeto, pero no
había ninguna huella.
La escena, que había durado alrededor de dos minutos, se desarrolló en
silencio. Testigos: los señores Carrière, padre e hijo; los señores Gardelle y
Nevoltry, agricultores; Gineste, zapatero, y Rosière, jubilado: todos eran
hombres sensatos, de nervios firmes y muy poco inclinados a la Discomanía.
Hay que hacer notar, además, que en la casi totalidad de los casos de
aterrizaje, los testigos siempre tomaron lo que veían por otra cosa: fuego, un
vehículo, un almiar de heno.
Pequeño Salón del Disco Volador 1954. Podemos fijar alrededor del 12 de
Octubre el «momento culminante» de la crisis de 1954: los periódicos
informaban diariamente de varias docenas de casos. Por desgracia, todo el
mundo empezó a perder los estribos, y de docenas de observaciones, sólo se
pudo fechar con precisión un número muy insignificante. De allí resulta que
ese momento culminante no es el más interesante. Para extraer del material
acumulado todos los informes que contiene, habría necesitado un mínimo de
medios que no poseo, y en primer lugar un año de libertad para visitar, una
por una, todas las brigadas de gendarmería donde duermen sin duda muchos
documentos incompletos. Es inútil decir que no he renunciado a llevar a cabo
un día esa tarea, o lograr que alguna autoridad se decida a hacerlo.
Así, pues, una gran parte de los testimonios posteriores al 10 son
inutilizables para el estudio de la ortotenia. Por otra parte, el interés
descriptivo de los fenómenos observados está casi agotado. Si presentara aquí
todas las observaciones de ese período, el lector sólo leería fastidiosas
repeticiones. Es cierto que los relatos de los testigos son muy variados, pero
esa variedad se debe únicamente a la dificultad de la descripción, descripción
que cada cual resuelve a su manera. Uno habla del «domo», otro de la
«callampa», el tercero del «sombrero hongo», y así sucesivamente. Pero
detrás de la variedad de las analogías, de los cuestionarios se desprende un
número restringido de fenómenos. Se los puede dividir en tres tipos bastante
nítidos:
1.º El gran cigarro de las nubes, múltiples veces citado. Ese objeto se
coloca, por lo general, en el punto donde concurren las líneas ortoténicas. Las
dimensiones que se le atribuye son variables, y quizá son realmente variables,
pues no he encontrado ninguna descripción que pruebe, de manera
convincente, que se trata de una máquina. Aunque los Discos Voladores
fueran máquinas, no está excluida la posibilidad de que el gran cigarro de las
nubes sea una simple reunión, en un espacio pequeño, de un gran número de
esas máquinas. Si se admite esto se trataría de la teoría del capitán Plantier
sobre los campos de fuerza gravitacional, pues es en efecto evidente que la
presencia de una máquina crea una fuerza ascendente, y por lo tanto una
expansión atmosférica, y esta fuerza ascendente y esta expansión adquieren
una importancia proporcionada a la intensidad del campo: por lo tanto, al
número de aparatos reunidos; y, por último, y debido a este hecho, sean cuales
sean las condiciones atmosféricas del momento, existe siempre un umbral de
intensidad del campo fuera del cual es inevitable la formación de un cúmulo.
Dicho de otro modo, un vuelo cerrado de Discos Voladores dentro de las
perspectivas de esta teoría, produce siempre una pequeña nube.
Hay que reconocer que esta teoría responde perfectamente a las apariencias
relatadas. Todos aquellos que han visto el gran cigarro vertical se
impresionaron por la intensa agitación de la pequeña nube, cuyos bordes
parecen girar como el humo de un fuego.
2.º El segundo fenómeno descrito es el Disco clásico de algunos metros de
diámetro, o solitario o acompañado de esos «pilotos», discos observados en el
aire o en el suelo, inmóviles o desplazándose a todas las velocidades
imaginables.
3.º El tercer fenómeno es el que ha sido descrito con mayor precisión. Sus
dimensiones son variables, o tal vez no siempre han sido exactamente
calculadas; pero su forma ha sido dibujada con precisión. Se trata de una
cúpula hemisférica que lleva, en su cara inferior, una multitud de «cables», o
de «antenas», o «tallitos», o «largos tubos finísimos», aparato capaz de soltar
bajo él, a distancias variables, un objeto más pequeño que la propia cúpula. A
este objeto deben ser atribuidos los comportamientos más fantásticos:
persecuciones de autos, detención de motores, profusión de luces
multicolores, y ya lo veremos, extraños fenómenos sonoros. Posiblemente es
el que fue fotografiado en 1957 por el astrónomo Rigollet*. Visto de lejos
(recordemos especialmente la observación de Armentières, 3 de octubre, o
más adelante la de Fonfrède) impresionan por la variedad de sus colores y
luminosidades. Visto de cerca (tal como se le vio en varias ocasiones en 1957)
esta diversidad se concreta: la cúpula es monocroma, pero es a ratos dorada, a
ratos naranja, a ratos roja; o también no posee luminosidad propia, y es oscura
en la noche. Y los «filamentos» de su cara inferior son multicolores. Aquellos
que lo han visto mejor, piensan, por lo general, en la misma imagen: «es,
dicen, una especie de “medusa”». Estas descripciones, de una concordancia
impresionante, fueron hechas con todos sus detalles en 1954 y en 1957.
CUARTA PARTE
DECRESCENDO

Un caso curioso del 12 de octubre, o el observador observado. Hemos


llegado, pues, a ese 12 de octubre, después del cual el número de las
observaciones va a comenzar a declinar un poco. Aquel día —un martes—,
entre más o menos treinta casos sobre los cuales informó la prensa, hay una
docena de testimonios fechados con certeza.
Hay tres alineaciones importantes y muy rigurosas:
—Orchamps (Doubs)-Jambles (Saône-et-Loire)-Montluçon (Allier), 320
kilómetros, tres observaciones.
—Orchamps-Frasne (Doubs)-Gaillac (Aveyron)-Vielmur-sur-Agout (Tarn),
530 kilómetros, cuatro observaciones.
—Frasne-Jambles-La Rochelle (Charente-Maritime), 580 kilómetros, tres
observaciones.
Uno de los casos de ese día tiene esto de curioso: que los testigos, unos
automovilistas, pudieron seguir en auto, durante tres kilómetros, el vuelo a
baja altura de un «Disco medusa».
Hacía las 10’45 p.m., el señor Michel Vieille, industrial de Dompierre-les-
Tilleuls, viajaba en compañía -de sus amigos por la nacional 471 de Pontarlier
hacia Frasne, en el departamento de Doubs, cuando les llamó la atención una
luz amarilla ocre y violeta que, en el cielo, y a la izquierda, se desplazaba
sobre una línea que iba de este a oeste. Comprobaron que se trataba de una
máquina de forma redonda que volaba en línea recta, a una velocidad
moderada. Los dos automovilistas detuvieron el vehículo para observar el
fenómeno. En ese momento, éste, que evolucionaba a cierta altura, comenzó a
descender. El señor Vieille apagó sus faros. Cuando llegó a baja altura, el
objeto cambió de dirección y se dirigió hacia el sudoeste, esto es,
paralelamente al camino. Se encontraba frente al automóvil, a cierta distancia.
El señor Vieille lo siguió. Esta maniobra duró hasta la llegada de los
automovilistas cerca de Dompierre, donde se detuvieron. El objeto proseguía
su camino hacia Frasne, donde desapareció hacia el sudoeste acelerando
rápidamente y recobrando altura.
El interés de esta observación es excepcional, y sobrepasa cualquier
anécdota. En efecto: los testigos vieron que el objeto llegaba a gran altura
desde el oeste, se detenía, descendía, cambiaba de dirección, tomaba hacia el
sudoeste y desaparecía ascendiendo y acelerando. Ahora bien: el punto donde
se sitúa esa maniobra es precisamente aquél donde la trayectoria primitiva del
objeto cortaba la alineación Orchamps-Gaillac-Vielmur, y la dirección
sudoeste es exactamente la de la línea. ¿Doble coincidencia? Los dos testigos,
¿no sorprendieron el funcionamiento de los misteriosos mecanismos de la
ortotenia? En ese caso, debemos llamar la atención a un detalle de la
maniobra. Y es que para cambiar de rumbo, el objeto descendió hasta cerca
del suelo. ¿Debemos deducir que las señales ortoténicas son de naturaleza
geográfica? ¿Y debemos ver en ese cambio de dirección asociado al descenso
hasta el suelo la explicación del hecho curioso, muchas veces comprobado, de
que las alineaciones no corresponden, por lo general, a la trayectoria de un
objeto único? Aquí, por ejemplo, está probado que el «Disco medusa» de
Frasne no venía de Orchamps, cabeza de la alineación. Tenemos, además, dos
pruebas más de que el objeto de Orchamps no es el de Frasne: la primera
prueba es su descripción. En Orchamps se produjo, en efecto, un aterrizaje
con la aparición del pequeño piloto, y esta descripción jamás ha estado
asociada a la del «Disco medusa». La segunda prueba está constituida por la
alineación Frasne-Jambles-La Rochelle.
Jambles está, en relación a Frasne, en la dirección de la trayectoria
primitiva observada por los automovilistas de la nacional 471. Ahora bien: en
esa aldea, los testigos vieron, a las 9’30 p.m., o sea, más de una hora antes,
llegar un objeto desde el este y desaparecer hacia el oeste, desplazándose,
pues, sobre la trayectoria primitiva de Frasne, en una dirección que está
conforme con la alineación Frasne-Jambles-La Rochelle.
En lo que a la observación de La Rochelle se refiere, tuvo lugar a las 7’30
p.m., es decir, antes de las otras dos alineaciones. Allí también la trayectoria
señalada está conforme con la alineación y se encuentra dirigida hacia el
oeste, esto es, en senfido contrario de la sucesión cronológica.
Todo este conjunto de circunstancias muestra indiscutiblemente que las
mismas alineaciones pueden ser servidas por objetos diferentes, y a horas
cuya sucesión nada tiene que ver con el sentido del desplazamiento*.
Los hilos de la Virgen. Al día siguiente, miércoles 13 de octubre, el «Disco
medusa» es observado de nuevo con bastante precisión, aunque el número de
las observaciones de ese día sea, según mi conocimiento, bastante reducido:
nueve.
Hacia las 4’50 p.m., el señor Claudius Bennier, agente de seguros de
Trévoux, viajaba de Trévoux a Parcieux, sobre la nacional 433, alrededor de
40 kilómetros al norte de Lyon, cuando vio, hacia el oeste, un objeto brillante
que parecía perder altura muy lentamente.
«De improviso —cuenta el testigo—, el objeto, que había llegado a una
altura que calculé en más o menos 1.000 metros sobre la región de Saint-Jean
de Thurigneux y de Rancé, en Dombes, se iluminó violentamente, lanzando
dos fuegos múltiples de color naranja perfectamente distintos. Al mismo
tiempo, aceleró a fondo y desapareció.»
Descenso vertical, súbita profusión de luces variadas, aceleración y
desaparición: es exactamente el fenómeno observado en la vigilia, cerca de
Frasne. Y ya sabemos que ese fenómeno parece indicar el paso de un objeto
de una alineación a otra. Ahora bien, el punto señalado por el señor Bennier
está exactamente situado sobre la recta que une otras dos observaciones de
ese día: Cortevaix, 70 kilómetros al nor-noroeste, y Romans, 10 kilómetros
sud-sudeste. Es, además, la única alineación que se puede comprobar ese día.
Pero otra observación del 13 de octubre es muy interesante: se trata de la
de Graulhet, en el Tarn, a 50 kilómetros este-nordeste de Tolosa. Los testigos
son numerosos, y sus relatos más precisos que concordantes. He aquí el
testimonio de uno de ellos, el señor Carcenac, peletero de Graulhet.
«A las 4’30 p.m., divisé, muy alto, hacia el noroeste, dirigiéndose hacia el
sur a toda velocidad, un objeto blanco cuya forma me pareció curiosa. Creí, al
comienzo, que se trataba de un avión a chorro de un tipo aún no conocido. No
distinguí ninguna estela de condensación, y fui a buscar los gemelos. Divisé
entonces, muy claramente, una especie de disco bastante grande, flexible y
suave, de color blanco, que ondulaba sobre sí mismo desplazándose a gran
velocidad.
»Lo seguí durante algunos segundos, cuando el extraño aparato explotó en
pleno vuelo. Al mismo tiempo, un objeto circular de dimensiones mucho más
pequeñas y de color plateado pareció surgir de la masa y prosiguió su
trayectoria rectilínea hacia el sur, donde pronto desapareció, mientras los
resplandores del disco blanco, súbitamente detenidos, se esparcían en el cielo
en una multitud de fragmentos informes que comenzaron a caer suavemente
como restos de género o pedazos de papel.»
Todos los testigos de esta extraña explosión y numerosas otras personas, se
precipitaron entonces hacia el lugar bajo el cual esa explosión se había
producido, y pudieron ver los restos que llegaban al suelo, enganchándose a
veces en los árboles o en los hilos telegráficos. Todo el mundo recogió
muchos de ellos. Esos fragmentos de materia se presentaban bajo la forma de
filamentos plateados aglomerados como la tela de una araña, y se
volatilizaban bajo los dedos. Algunos de ellos fueron llevados a la
gendarmería. Un químico de Graulhet trató de analizarlos, pero no obtuvo
ningún resultado. Con el calor, la extraña materia se volatilizaba sin dejar
rastro. Al acercarles una llama, la desaparición era casi instantánea y no
producía ni fuego ni humo.
Todos esos detalles son bien conocidos y fueron muchas veces descritos
desde los tiempos de Charles Fort*. Lo que resulta singular en el caso de
Graulhet es que numerosos testigos hayan podido comprobar con exactitud de
dónde provenían los hilos de la Virgen. No conozco otros casos donde se haya
visto explotar el objeto del cual esos hilos no son sino sus restos. Una de las
múltiples preguntas que se me ocurren ahora, frente al relato de los habitantes
de Graulhet, es la siguiente: si los Discos Voladores son máquinas pilotadas,
el globo de hilos de la Virgen debe ser considerado como algo «voluntario», y
forma parte de las diversas máquinas o fenómenos producidos por nuestros
«visitantes», o bien no es más que un incidente ocasionado por la presencia de
esas máquinas. Dicho de otra manera: ¿debemos presentar el globo de
Graulhet al Pequeño Salón del Disco Volador? O bien: ¿no deberemos sólo
reconocerle un papel semejante a la escucha de nuestros aviones en la altura?
Podemos imaginar que el medio de propulsión utilizado por los Discos
crea, bajo condiciones especiales, una ionización de ciertos átomos de la
atmósfera ambiente, y que se produce una cristalización. El recalentamiento
pondría en libertad a esos átomos, como ocurre con los metales, los cuales se
funden cuando se los calienta. Si esta hipótesis es exacta, en lugar de intentar
un análisis químico de los hilos de la Virgen, como siempre se ha hecho hasta
ahora, sería necesario esforzarse por conservarlos a baja temperatura para
impedir la turbulencia atómica que los disocia, y entregarse en seguida a
experimentos de naturaleza eléctrica para reconocer la ionización, y proceder
a un análisis de estructura mediante los rayos X, para ver si hay cristalización,
según el método clásico inventado por Max von Laue. Si esas experiencias
confirman la hipótesis, se podría deducir entonces que los hilos de la Virgen
son una especie muy particular de escarcha: cuando la atmósfera ambiente
que hay alrededor de un Disco Volador se encuentra a una temperatura
suficientemente baja, la turbulencia atómica reducida permite una
cristalización. Los hilos de cristales caen entonces, se recalientan, la
turbulencia libera los átomos, y de los famosos hilos de la Virgen sólo quedan
los gases mismos de la atmósfera, lo cual explica el contratiempo aparente de
los análisis químicos intentados hasta ese día.
Recordemos, en fin, que la explosión del «globo» fue —si no vista— oída
por los habitantes de Saint-Père-en-Retz, en el Loira-Atlántico, el 20 de
setiembre, tres semanas antes del fenómeno de Graulhet*.
Tiovivo sobre cuatro provincias. El jueves 14 de octubre llegó a mi
conocimiento una veintena de excelentes observaciones. Al clasificarlas, hora
por hora, comprobé que la mayor parte —16 exactamente— se desarrollaron
entre las 6 p.m. y el comienzo de la noche, y se sitúan sobre una superficie
reducida que va de Lyon al sur de Saulien al norte, o sea 190 kilómetros, y de
Poligny al este de Gueugnon al oeste, es decir, 130 kilómetros. Esas 16
observaciones parecen —todas— jalonar el trayecto de dos objetos que,
divisados por primera vez cerca de Lyon en el momento en que llegaron del
sur a gran velocidad, fueron en seguida señaladas cada vez más cerca por un
gran número de testigos esparcidos sobre los confines de cuatro provincias de
Dauphiné, de Lyonnais, de la Francia-Comté y de la Borgoña. No sólo esos
testigos no se conocían sino que cada uno de ellos ignora que no fue el único
en observar el fenómeno. Varios meses más tarde esas observaciones se
reunieron por primera vez en los archivos de Charles Garreau.
—Hay un primer testimonio en Saint-Priest, en el Dauphiné, algunos
kilómetros al sur de Lyon. El señor Jean Martin, de Lyon, observa en el cielo,
más allá del aeródromo de Bron, dos objetos de un verde incandescente que
evolucionan a gran velocidad hacia el norte. Sólo esta observación puede ser
explicada por dos bólidos vecinos uno del otro y con trayectorias paralelas.
—El segundo testimonio proviene de Chardonnay, cerca de Tournus, 100
kilómetros más al norte. Dos vendimiadores, los señores Charles y Varot, que
regresaban de su trabajo, vieron pasar un disco rojizo que desapareció tras una
colina. Sólo había un objeto, el cual no era de color verde sino rojo. Ya hemos
hecho notar que cada vez que los colores y las velocidades han podido ser
comprobados, el color rojo corresponde a una velocidad menos grande que el
color verde. Si el objeto visto en Chardonnay es una de las dos observaciones
hechas en Saint-Priest, significa entonces que disminuyó de velocidad.
—Poco más o menos en el mismo momento, a unos treinta kilómetros más
al este, el señor Pasquier, subprefecto de Louhans, y el señor Delayee, su
secretario general, comprobaron también el paso de un objeto luminoso. Pero
era verde. Es imposible saber en qué orden se suceden las dos observaciones
de Chardonnay y de Louhans, o si ellas son simultáneas, pues las horas
señaladas son las mismas. La diferencia de color parece indicar que se trata de
dos objetos diferentes: habríamos, pues, encontrado de nuevo los dos objetos
de Saint-Priest. El de Chardonnay (que suponemos más lento) vuela en todo
caso a más baja altura, pues los dos testigos tuvieron la impresión que
desaparecía tras la colina, y no en la lejanía.
En ese momento son las 6’30 p.m.
—60 kilómetros más al norte, sobre la línea Lyon-Chardonnay, el señor y
la Señora Vitré, abasteros domiciliados en Madeleine, en Beaune, acaban de
abandonar en su auto la aldea de Meursanges, en la Côte-d’Or, para regresar a
casa. No habían recorrido más que algunos centenares de metros sobre la
departamental 111 cuando divisaron, a través del cristal, un objeto luminoso
que volaba a gran velocidad en el cielo. Salieron rápidamente de su
camioneta, avisaron a los habitantes de una granja vecina, y todos vieron las
evoluciones de la máquina. Su descripción es fascinante, si recordamos, por
ejemplo, el caso de Frasne, dos días antes, y tantos otros casos idénticos.
«El objeto —dicen— se detuvo un instante, descendió lentamente
balanceándose y cambiando de color, arrojó luminosidades amarillas, naranjas
y violetas; luego prosiguió su camino sobre los árboles de un bosque.»
Además, los dos abasteros y los campesinos de la granja, otro testigo de la
aldea de Chevigny-en-Valière, situada al este-sudeste, precisamente a la orilla
del bosque, describen, a la misma hora, el mismo espectáculo.
Detrás del bosque, en relación a Meursanges, más lejos aún hacia el este-
sudeste, se encuentra la aldea de Palleau, a 7 kilómetros en línea recta a
Meursanges y a 4 kilómetros de Chevigny. Ahora bien: en ese momento, el
señor Bégin, agricultor de Chevigny, se encuentra en un campo cerca de
Palleau. Ve pasar, sobre él, un objeto redondo, luminoso, que atraviesa el
cielo a toda velocidad.
Esas tres observaciones de Meursanges, Chevigny y Palleau merecen un
momento de atención:
1.º Los testigos de Chevigny y de Palleau se conocían bien. Los dos viven
en Chevigny, minúscula aldea de 190 habitantes. Ahora bien: sus relatos son
muy diferentes. El de Palleau (más al este) ve pasar una «bola verde y de
movimiento rápido», mientras que el de Chevigny habla de un espectáculo
complicado: disminución de la velocidad, detención, caída en hoja muerta,
profusión de variados colores.
2.º Aunque los dos testigos se conocían, sus relatos son diferentes. El
testigo de Chevigny y los de Meursanges, que no se conocían, hacen, sin
embargo, una observación idéntica. Ahora bien: esas dos fuentes
concordantes no están separadas sino por algunos kilómetros. Si se quiere
explicar esa serie de observaciones por una psicosis, se debe admitir que la
llamada psicosis se propaga, no de hombre a hombre, sino en el espacio,
como un fenómeno físico. En Meursanges y en Chevigny, no lejos las unas de
las otras, personas que no tenían ninguna relación entre ellas recibieron
simultáneamente una misma alucinación. Por el contrario, dos personas de
Chevigny que se conocían muy bien y se encontraban varias veces al día
recibieron alucinaciones diferentes casi en el mismo instante, pero en lugares
diferentes. Es difícil escapar a esta doble conclusión: la identidad del
fenómeno está ligada a la proximidad en el espacio, y no tiene ninguna
relación con el contacto personal.
3.º Recordemos, por ahora, la observación de Frasne, el 12 de octubre.
Descrita, de manera rigurosamente idéntica, hemos visto que el fenómeno
corresponde a un cambio de dirección y al paso de un objeto de una
alineación a otra. Ahora bien: hallamos que: a) la línea Saint-Priest-
Chardonnay pasa exactamente sobre Beaune, es decir, a menos de 7
kilómetros del punto de la departamental 111, donde los abasteros detuvieron
su vehículo y avisaron a los vecinos de la granja; b) ese punto (como los de
Chevigny y Palleau) se encuentra igualmente sobre la recta que une Poligny
con Méral (otras dos observaciones hacia el fin de la jornada); c) también aquí
se produjo ¡el cambio de dirección!
Parece, pues, que tenemos allí una importante confirmación de las ideas
sugeridas ya por el testimonio de Frasne.
¿Qué ocurrió con el «Disco medusa» que parece habernos seguido desde
Saint-Pierre hasta su viraje hacia el este-sudeste? No se ha perdido. Sobre esa
línea que une la departamental 111 con Palleau se encuentra, 60 kilómetros
más lejos, el bosque de Poligny, donde un cazador ve pasar a la misma hora
una especie de llama verde y naranja. Otros testigos divisan el objeto en
Poligny. Algunos kilómetros al norte de la línea y más cerca de Meursanges,
en Tassenières, luego sobre un camino vecino, otros testigos lo ven en el
mismo momento.
¿Eso es todo? De ninguna manera. Los testimonios más sorprendentes de
la jornada se sucederán, por el contrario, una hora más tarde a lo largo de otra
alineación absolutamente rigurosa de cinco observaciones, sobre una distancia
de 127 kilómetros. La cabeza oriental de esta alineación orientada del este-
nordeste hacía el oeste-sudoeste e inclinada en 15 grados sobre la paralela, es
Poligny (más abajo). He aquí los otros testimonios:
—Saint-Germain-du-Bois (Saône-et-Loire). A la caída de la noche, el
señor Marcel Lonjarret caminaba por el campo, cuando una luz sospechosa
atrajo su atención. Fue a verla. Tras un vallado que orillaba un campo de
maíz, vio, inmóvil a ras del suelo, una especie de domo luminoso de color
rojo naranja. Miró sin atreverse a acercarse, y regresó a su casa. Al día
siguiente, volvió al mismo lugar, pero no halló huellas de ninguna naturaleza.
—Un poco más tarde, el señor B…, domiciliado en el muelle Jules-
Chagot, en Montceau-les-Mines, viajaba en bicimoto por el camino que va de
Saint-Romain-sous-Gourdon hacia Brosses-Tillots, siempre en Saône-et-
Loire. Repentinamente, sin razón aparente, su motor se detuvo. El motor de
un vehículo de esa naturaleza es muy simple, pues su ignición funciona por
un campo magnético. Le bastó con pedalear para ponerse en movimiento. El
señor B… pedaleó, pero en vano. Echó pie a tierra, y una viva luz surgió
entonces a unos cincuenta metros frente a él: había allí una máquina circular
que se parecía —dijo él— a un plato al revés.
El señor B… miró, al comienzo, ese espectáculo con estupor; luego, con
temor, y decidió regresar por el mismo camino empujando su vehículo.
Segundo detalle sorprendente: al llegar, pero en sentido inverso, hasta el
punto donde el motor se había detenido, éste comenzó a funcionar otra vez.
—Después de haber atravesado el campo que va de Saint-Romain-sous-
Gourdon a los Brosses-Tillots (la departamental 91), la línea recta que une
Poligny con Saint-Germain-du-Bois prosigue hacia el oeste según una
trayectoria que sigue la departamental 60, entre Gueugnon y Ciry-le-Noble.
Ahora bien: precisamente algunos minutos después del encuentro del señor
B…, un vehículo corría por ese camino conducido por el señor André
Cognard, de Ciry-le-Noble, el cual regresaba a su casa. En ese lugar, el
camino serpentea y sube y desciende entre las colinas.
«De improviso —cuenta el señor Cognard—, en lo alto de una cuesta, me
encontré, por así decirlo, a boca de jarro con una especie de disco de una
luminosidad tan violenta que me encegueció como lo hubiera hecho un faro.
Me vi obligado a detenerme. La máquina me sobrevoló ligeramente a la
derecha, a baja altura, y prosiguió su camino hacia el oeste, donde permaneció
visible algunos minutos antes de desaparecer en la lejanía.»
—Sobre el mapa, ese desplazamiento a lo largo de la alineación lleva en
seguida sucesivamente sobre la departamental 92, luego a la departamental
25, a la altura del bosque de Chazey. No conocemos ningún testigo de la 92.
Se trata, además, de un pequeño camino poco frecuentado, y tal vez no había
ninguna persona en ese momento. Pero la departamental 25 es más
importante. He aquí el relato que hacen los habitantes de Gueugnon, los
señores Jeannet y Garnier, que habitan en la calle Jean-Jaurès:
«Regresábamos de Clessy, en Gueugnon, por la departamental 25. Eran
algo más de las 7’30 p.m., y los faros de nuestros vehículos estaban
encendidos a la altura de la última granja situada a la derecha del camino,
antes de la nacional 494, cuando bruscamente nuestro vehículo fue
sobrevolado a baja altura por una especie de bólido rojizo que pasaba como
un relámpago.
»Súbitamente, el motor se detuvo y los faros se apagaron. Después de
algunos segundos, cuando la luz que desprendía la bola se había apagado
sobre nuestra izquierda, los faros se encendieron. Accioné la palanca de
partida, y el motor comenzó a funcionar.»
El lugar indicado por los testigos está situado sobre la orilla oeste del
bosque de Chazey, exactamente sobre la línea derecha ya indicada por las
cuatro observaciones precedentes. ¿Emprendió el objeto el vuelo? ¿Duermen
en las gendarmerías informes de países sobrevolados? El resto de la recta,
¿fue recorrido, a una hora más avanzada, mientras todos dormían? Tal vez lo
sabremos un día si la investigación continúa. Sea lo que sea, esa serie de
observaciones apretadas a lo largo de líneas absolutamente rectas produce una
impresión irresistible. Por lo demás, al estudiar los sucesos del 14 de octubre,
descubrí, por primera vez, la mayor parte de las disposiciones rectilíneas. Y
esos sucesos, que se iluminan al compararlos con aquéllos de los días
precedentes, son, en efecto, muy instructivos.
Dos veces (en Frasne y sobre la departamental 111), hemos asistido al
ceremonial detallado del cambio de línea. El rigor de las alineaciones y el
hecho de que los cambios de dirección se efectúan sobre los cruces (a los
cuales hemos llamado «estrellas» al analizar las observaciones del 2, 7 y 9 de
octubre) hacen pensar que no existe ninguna desviación importante de ningún
objeto fuera de esas líneas. Pero si así fuera, el estudio de una red cotidiana se
hace muy fácil: en lugar de necesitar, para definir una alineación, tres
observaciones alineadas, basta con tener las coordenadas angulares exactas
de un desplazamiento determinado. Lo cual facilitará notablemente la tarea de
nuestra G.Q.G. de la caza de los Discos Voladores. Cuando una trayectoria
esté bien definida por la mañana, por ejemplo, bastará con vigilarla durante
todo el día para estar seguro de ver algo. Y para definirla, bastará con una
observación bien hecha. Si se trata de un caso como Frasne o la departamental
111, una sola observación podrá definir dos alineaciones. Hemos visto, por
ejemplo, sobre la departamental 111 que el «Disco medusa» tomaba la
dirección de Palleau-Poligny. Prolonguemos esa línea en el sentido inverso, y
llegaremos a Méral, en la departamental de la Mayenne, a 450 kilómetros de
la departamental 111 donde se hizo una curiosa observación a la caída de la
noche.
Un campesino se aprestaba a regresar del campo cuando vio que se detenía
una bola color naranja, la cual se posó en el suelo no lejos de él. Se acercó y
vio un disco que tenía la forma de un domo aplastado por la parte inferior.
Desprendía una luz enceguecedora que iluminaba el campo en un radio de
200 metros.
La máquina parecía de material traslúcido. Y una forma negra se distinguía
como una silueta. Durante diez minutos, el testigo observó ese extraño
espectáculo. Luego el color del objeto cambió del blanco al rojo, emprendió
el vuelo y desapareció rápidamente en dirección al norte. El testigo se dirigió
entonces al lugar donde el objeto se había posado.
«Desprendía —informó— una especie de vapor luminoso que caía
lentamente al suelo. Lo miré con curiosidad; luego entré en mi casa. Al
quitarme la ropa, mis vestidos estaban cubiertos por una capa de materia
blanca un poco pegajosa, parecida a la parafina, que desapareció sin dejar
huellas.»
Esta observación no carece de interés: la materia blanca se posó sobre la
ropa, y no sobre el rostro ni sobre las manos del testigo. ¿Por qué? Si
recordamos que el calor volatiliza los hilos de la Virgen, todo se explica: el
calor del cuerpo volatiliza la condensación o el sedimento de los finos
cristales. La ropa, por el contrario, al estar exteriormente expuesta a la
temperatura ambiente, se recubre de la misteriosa escarcha, la cual desaparece
bajo el efecto de la temperatura de la casa.
Otro detalle del testimonio merece que nos detengamos en él: es la
luminosidad. Ya volveremos a ella.
Notemos, en fin, que a pesar de la situación de Méral sobre la línea
Poligny-Palleau-departamental 111, la máquina partió hacia el norte, por lo
cual suponemos que esa aldea de la Mayenne se encuentra sobre una
«estrella». No hay ninguna prueba de esa hipótesis. Mientras tanto, hay otra
observación, a la misma hora, en Angles, Vendée, 180 kilómetros al sur de
Méral. En esa aldea de la Vendée, varios testigos aislados presenciaron, en
efecto, un espectáculo en el cual se define claramente el paso de un «Disco
medusa».
Los testigos dicen que vieron llegar una máquina brillante que, al
acercarse, cambió de forma, emitió luces multicolores y descendió a muy baja
altura. Un campesino que se encontraba en ese sitio quiso acercarse a ella. Vio
que el aparato arrojaba una luz enceguecedora; luego cobró altura y
desapareció. El fenómeno fue también divisado en la aldea por varias
personas.
No sólo Angles está situado al sur de Méral (donde se observa
precisamente una trayectoria sur-norte) sino que su dirección está indicada
por otras dos observaciones de esa misma tarde: Bourg y Montrevel, en la
región donde se desarrolla, a la misma hora, lo que llamamos «tiovivo de las
cuatro provincias». En esas dos localidades, situadas a 16 kilómetros la una
de la otra, numerosos testigos vieron, en efecto, pasar, a las 6’13 p.m., «una
máquina muy brillante que volaba horizontal y rectilíneamente de oeste a
este». Los detalles de esa observación son muy precisos, pues entre los
testigos se encuentra un profesor de ciencias, el señor Corre, de Bourg.
Aunque este método carece de rigor y aunque por ahora sólo le
atribuyamos un valor de indicación, observemos que una línea norte-sur pasa
por Méral, y otra línea de este a oeste pasa entre Bourg y Montrevel
cortándose en la región de Angles.
Seamos más rigurosos. La línea recta que une Angles con Louhans pasa
por el bosque de Chazey, la departamental 60 y Saint-Romain-sous-Gourdon.
Por otra parte, Méral-Bourg pasa por los bosques de Chazey, Méral-
Montrevel por la departamental 60, y Méral-Chardonnay por Saint-Romain-
sous-Gourdon.
Una última pregunta y terminaremos con ese jueves 14 de octubre: ¿de
dónde vienen los dos objetos observados por primera vez un poco después de
las 6 p.m. en Lyon, los cuales, según dicen los testigos, ascendieron a toda
velocidad hacia el sur?
No podemos plantear esta pregunta si no pensamos en el famoso incidente
que, al comienzo de la tarde, se desarrolló en Fontaine-de-Vaucluse, ante los
ojos de varios centenares de testigos.
Hacia las 12’30 p.m., una máquina apareció en el cielo de esa localidad
provenzal, 200 kilómetros al sur de Lyon. Permaneció una hora y media sin
cambiar de posición, lanzó luces multicolores y realizó curiosas evoluciones
sobre su eje. Todos los gemelos de la región fueron asestados hacia ella. El
corresponsal de un periódico de Marsella, que se encontraba allí, avisó a la
base aérea de Caritat, la cual envió dos aviones de reacción. Lo que ocurrió
entonces recuerda los relatos que presenta Ruppelt en su libro.
Llegaron los dos cazas de reacción. Se pusieron en comunicación radial
con su base, la cual estaba en contacto telefónico con el periodista, y éste guía
a los aparatos a través de la base. Ésta advirtió pronto al guía que «los dos
pilotos veían al objeto, y que emprendían la caza de él». Y, en efecto, de
Fontaine-de-Vaucluse se pudo ver que los dos cazas se dirigían hacia la
misteriosa máquina. Pero la máquina emprendió el vuelo y desapareció en la
lejanía en algunos segundos.
Los pilotos advirtieron por radio que eran incapaces de seguirla, cosa que
los testigos de la maniobra ya sabían, y regresaron a Caritat. Era un poco más
de las 2 de la tarde.
Dos días más tarde, el 16 de octubre, se podía leer en todos los periódicos
franceses:
«La secretaría del Aire comunica: Contrariamente a lo que ciertos
periódicos informaron ayer en la mañana, esta secretaría de las Fuerzas
Armadas del Aire declara categóricamente que los dos pilotos de la base de
Orange que sobrevolaron, a diferentes alturas, Fontaine-de-Vaucluse el 14 de
octubre en la tarde, no observaron ninguna máquina desconocida en el curso
de su misión. Los dos pilotos son oficiales experimentados y el informe que
rindieron es totalmente formal.»
Este comunicado suscitó una ola de indignadas cartas de numerosos
testigos. «Se nos toma por imbéciles… Sabemos muy bien lo que vimos»,
decían. Y uno de ellos agregaba: «Ese comunicado es muy instructivo. Ya sé
qué pensar ahora respecto a los desmentidos oficiales sobre este asunto.»
En lo que a nosotros se refiere, debemos prolongar en el otro sentido la
alineación Chardonnay-Saint-Priest: pasa exactamente sobre Fontaine-de-
Vaucluse. Seguimos investigando: hemos trazado las líneas rectas Fontaine-
de-Vaucluse-Saint-Germain-du-Bois, que pasa por Bourg y Louhans, y Saint-
Priest-Saint-Germain-du-Bois, que pasa por Montrevel y Louhans. Dos
alineaciones aún: Chardonnay-Poligny por Louhans, y Chardonnay-
Tassenières por Saint-Germain-du-Bois forman una red claramente
estructurada.
El «test» del globo-sonda. Los días 15 y 16 de octubre están marcados por
una curiosa experiencia. El tiempo, sobre Francia entera, era muy claro, la
visibilidad excelente, los vientos de las alturas, débiles y orientados este-oeste
sobre la mitad sur del país.
Todo comenzó en los Alpes, cerca de la frontera italiana, al caer la tarde
del día 14. Mi hermano Joseph Michel, que vive en Saint-Vincent-les-Forts,
en los Bajos Alpes, a 45 kilómetros exactamente de la frontera, me hizo
llegar, al día siguiente, este informe:
«Ayer, en la tarde del 14, a las 5’30 p.m., descubrimos, hacia el noroeste y
al parecer a muy alta altura, un gran objeto luminoso. De un tamaño aparente
al comienzo: la mitad de la luna llena. A ojo desnudo, se habría tomado por
una gran bola fosforescente. Visto mediante los gemelos, parecía un disco
luminoso en su contorno y más oscuro en el centro. Lo observamos durante
una hora más o menos, y se desplazó lentamente hacia el oeste (30 grados en
una hora). Al comienzo era perfectamente circular y muy luminoso; luego su
forma se hizo oval al pasar del amarillo al naranja, y luego, al rojo. Hacia las
6’20 p.m., mientras el sol había desaparecido y comenzaban a aparecer las
primeras estrellas (Saint-Vincent-les-Forts está a 1.300 metros de altura) lo
perdimos de vista.»
Este informe de mi hermano, montañés de vista penetrante y antiguo
miembro de la Marina, tuvo para mí un gran valor. «He aquí —pensaba yo—
un hermoso globo-sonda que nos viene de Italia. Va probablemente a
atravesar toda Francia meridional a muy alta altura y será visible en todas
partes. Vamos a ver cómo se produce la psicosis. Dios sabe en qué será
transformado este inofensivo aparato.»
Y, en efecto, fue divisado al día siguiente y al subsiguiente en casi toda la
mitad sur de Francia, en Lyon, en Murat, en Puy, en Saint-Céré, en Tolosa, en
Tulle, Digne, Briancon, Grenoble, en Aveyron, Tarn, el Alto Loira, en la
Lozère, Drôme, Ardèche, los Bouches-du-Rhône. Fotografiado en el
observatorio de la Alta Provenza, fue pintado a la acuarela por un observador
de Aveyron. Cierto es que varios testigos lo llamaron Disco Volador. Pero he
aquí la sorpresa, el detalle sorprendente que sumió en la más profunda
perplejidad a todos aquellos que atribuían a un fenómeno de psicopatología
colectiva el 95 % de las observaciones de Discos Voladores señaladas desde
hacía dos meses: todos los testigos, sin excepción, incluso aquellos que creían
haber visto un Disco Volador, dieron una descripción rigurosamente fiel del
fenómeno. Los esquemas que me envió inmediatamente un testigo de
Aveyron, el señor Elie de Vézins, un convencido de la existencia de los
Discos Voladores y de la identidad del fenómeno observado con una máquina
de ese tipo, eran tan exactos que se superponían, hasta en los menores
detalles, con la foto del observatorio de la Alta Provenza. Los periódicos no
hallaron ninguna descripción absurda que publicar, y no recibí ninguna carta
con fantasías. Las descripciones eran tan unánimes y tan precisas que, antes
de cualquier investigación, la verdadera naturaleza del fenómeno no merecía
la menor duda a nadie en los medios militares*. Y, sin embargo, se
necesitaron varios días para establecer el origen exacto del globo. Sólo mucho
más tarde, la prefectura de los Altos Alpes se puso en contacto con las
autoridades italianas. Y se reveló que un globo-sonda de dimensiones
gigantescas había sido lanzado por la universidad de Padua, en Italia, para
estudiar los rayos cósmicos a gran altura. Los sabios italianos reconocieron
perfectamente la foto tomada en el observatorio de la Alta Provenza (foto que,
dicho sea de paso, le significó a uno de sus autores, que preparaba una tesis de
doctorado sobre la alta atmósfera, mezquinas amonestaciones de sus
superiores jerárquicos, los cuales lo habían acusado, sin razón además, de
rendir tributo a la Discomanía)*. Y todo se explicó, con lo cual los hombres
sensatos se sintieron tranquilizados.
Pero esos hombres sensatos, ¿tenían razón para sentirse tranquilizados?
Pues, por último, ¿qué prueba el globo-sonda de los días 14, 15 y 16 de
octubre? Después de dos meses, los buenos franceses informaron, día a día,
acerca de visiones tan precisas como increíbles, a despecho de las
vituperaciones de los hombres sensatos, aferrados a sus opiniones:
«Tropel de ignorantes y de tontos, dejad de calentarnos las orejas. Todas
esas historias no son sino pamplinas, invenciones de débiles mentales.
Sabemos qué es lo que habéis visto, y lo que habéis visto no tiene ninguna
relación con los sartales de mentiras que contáis. Para que veáis más claro en
vuestras visiones, leed inmediatamente nuestras obras completas. Allí
encontraréis bólidos, parhelios, globos-sonda, en resumen: todo lo que hace
falta para explicar esos indescriptibles marcianos engendrados por vuestras
imaginaciones calenturientas.»
Mientras tanto, un superglobo-sonda atraviesa Francia y se deja
contemplar por todos esos débiles mentales. Y lo que describen esos débiles
mentales, ¿qué es? Un globo-sonda…
De Italia a Inglaterra. Durante ese tiempo, con noble indiferencia por los
globos-sonda y las discusiones terrestres, los Discos Voladores parecen haber
evacuado rápidamente el cielo de Europa. El viernes 15, sólo hay siete u ocho
observaciones, todas en la noche (salvo una), a horas en que el globo italiano
hacía ya tiempo había dejado de ser visible.
A las 3’40 a.m., un panadero del barrio sur de Calais, en la Mancha, salía
de su tahona para tomar el fresco como hacen todos los panaderos del mundo.
Divisó, entonces, una especie de máquina luminosa, de color amarillo, que
descendía rápidamente y se posaba sobre la vía férrea, no lejos de la nacional
43, cerca del lugar denominado «Saint-Pierre-Halte». El objeto se parecía a
una callampa, y medía, según cuenta el testigo, cuatro metros de diámetro y
dos metros de alto. Pronto emprendió el vuelo, y desapareció.
Trascurrió el día. A las 2’40 p.m., los parisinos vieron desfilar, a baja
altura, en fila india, cuatro objetos de colores variados: amarillo, naranja,
azul-verde y rojo.
En el curso de la misma tarde, un caso de aterrizaje de carácter totalmente
extraordinario, fue señalado cerca de Rovigo, en Italia, no lejos de la
desembocadura del Po (Pô di Gnocca). Los campesinos italianos vieron cómo
llegaba una máquina de forma circular que planeaba lentamente y se posaba
en el suelo sin hacer ruido. Después de algunos minutos de permanecer
inmóvil, emprendió el vuelo verticalmente. En el lugar del aterrizaje, había un
cráter de seis metros de diámetro. La tierra, como en Poncey el 4 de octubre,
había sido arrancada por una poderosa succión y esparcida sobre los bordes
del hoyo. Más aún: seis álamos que se erguían en los alrededores fueron
carbonizados. Las autoridades militares ordenaron inmediatamente que se
hiciera una investigación.
Cayó la noche. Cerca de Aire-sur-la-Lys, en el departamento del Pas-de-
Calais, un obrero de las acerías de Isbergues vio una máquina luminosa de
forma circular que descendía lentamente del cielo y se posaba sobre el campo.
En el momento de su aterrizaje, el objeto lanzó juegos de luces de varios
colores que iluminaban el cielo y fueron divisados por numerosos testigos de
las aldeas vecinas.
Un poco más tarde, cerca de Montargis, sobre la nacional 7, un testigo vio
pasar un objeto luminoso amarillo de forma ovoidal. Si unimos ese punto con
Calais, la línea pasa sobre el este de París, donde, según hemos visto, se
observó un objeto en la tarde. He aquí, pues, una primera alineación, la menos
espectacular.
Hacia la misma hora, en Fouesnant, en el Finistère (Bretaña), el señor
René Le Viol vio cómo surgía, detrás de una cortina de árboles, una máquina
luminosa rojiza que semejaba un plato invertido. Apenas hubo desaparecido
hacia el mar, otro objeto idéntico al primero surgió, en el mismo lugar, y
desapareció en la misma trayectoria.
Unamos Fouesnant con la observación de la nacional 7. La línea así
formada atraviesa Francia y va a cortar, en las orillas del Rin, la nacional 68,
entre las aldeas de Niffer y Kembs, en el departamento del Alto Rin. Ahora
bien: siempre a la misma hora, dos automovilistas viajaban por ese camino,
cuando vieron llegar un objeto brillante, muy luminoso, de color naranja. El
objeto disminuyó la velocidad, describió un zigzag al descender a baja altura
(300 metros, estimaron los testigos), cambió de color, luego se puso blanco,
aceleró y desapareció hacia el sudeste. Esa maniobra es bien conocida, y
sugiere que ese punto está en la intersección de dos líneas.
Y en este punto el desarrollo de los acontecimientos se pone interesante. El
objeto —nos dicen— desapareció hacia el sudeste. En la dirección opuesta
está Calais, donde se sitúa la primera observación de la jornada. Unamos
Calais con la observación del Alto Rin. La línea pasa por Isbergues.
Prolonguémosla hacia el sudeste, en el sentido en que partió el objeto. La
línea pasa por un rincón de Alemania, atraviesa Suiza, llega a Italia… y
¡remata en la observación italiana! ¿Eso es todo? No. Los periódicos
franceses del 17 de octubre informan que una muchacha vio, en la víspera,
una máquina que se posaba en un parque de Southend, sobre la
desembocadura del Támesis, en Inglaterra.
Sobre un globo terrestre tendamos un hilo de Southend a Pô di Gnocca:
pasa por Calais, luego por Isbergues, y franquea el Rin entre Niffer y Kembs.
¡Esas observaciones del 15 de octubre se alinean a lo largo de la geodésica de
más de 1.100 kilómetros a través de las fronteras de cinco países!
Todo esto confirma, de manera notable, la hipótesis hecha a propósito de la
observación de Frasne del 12 de octubre: que la maniobra en hoja muerta y el
cambio de dirección revelan una «estrella» o intersección de dos alineaciones.
Esto confirma también un desplazamiento rápido de la orientación de una
alineación, pues los testigos de Niffer-Kembs vieron que el objeto partía
rápidamente hacia el sudeste, y ésa es la dirección de Pô di Gnocca, a cerca de
5 grados, ya que en Kembs la alineación forma con el paralelo un ángulo de
más o menos 40 grados*.
El «test» del meteoro. El 16 de octubre, como a propósito, un espléndido
bólido atravesó el norte de Francia hacia las 21’30 p.m. Fue observado en una
veintena de departamentos por miles de personas, desde Allier hasta la
Lorena, y de la frontera suiza a París. Por supuesto, numerosos testigos
creyeron haber visto un Disco Volador, y así lo dijeron. Los periódicos
imprimieron: «Disco Volador en Orly», o «en Montdidier», o «en Metz». Pero
una vez más la descripción que todos esos débiles mentales hicieron reveló
una notable honestidad. La única excepción que pude conocer en ese conjunto
de testimonios provino de dos empleados del aeródromo de Orly: un antiguo
miembro de la gendarmería del Aire; el otro pertenecía al personal de la
Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Afirmaron que el objeto se había
detenido durante un segundo o dos sobre la región parisina. Se suele decir que
ese detalle se encuentra frecuentemente en los informes de testigos de buena
fe en el caso de bólidos muy voluminosos.
El meteoro del 16 de octubre fue objeto de una doble investigación. La
«Comisión Disco» del Ejército del Aire (llamada en Francia Oficina de
Misteriosos Objetos Celestes, u Oficina M.O.C.) llegó a la conclusión de que
se trataba de un «meteoro lento». Mi amigo Charles Garreau profundizó en el
estudio de ese fenómeno, y, después de haber reunido centenares de
testimonios, estableció, gracias a un término medio en las horas indicadas de
zona en zona, que se trataba en efecto de un objeto bastante lento para tratarse
de un meteoro, ya que habría tardado cerca de 10 minutos para recorrer 500
kilómetros. Esa velocidad hace que la identificación del objeto se haga
sospechosa, y Charles Garreau la subraya con razón en su libro Alerte dans le
Ciel. Pero poco importa para el valor del «test». Los innumerables
testimonios recogidos señalan, en efecto, que aunque los testigos hayan
llamado «Disco Volador» al objeto observado, su descripción es idéntica
sobre 200 mil kilómetros cuadrados donde el fenómeno fue visible: una «bola
anaranjada seguida de una estela», «una gran bola luminosa con una cola», un
«culo de botella con estela de más o menos treinta veces su diámetro», etc. Se
trata del mismo espectáculo, que está uniformemente descrito.
También la lentitud fue observada: en Montmirey, cerca de Dôle, un testigo
calculó en 30 segundos lo que el objeto tardó en atravesar de un horizonte a
otro; en Hurecourt, en la Alta Saôna, «cuando los invitados a una boda
bailaban alegremente, uno de ellos, al salir, divisó el fenómeno. Al regresar
precipitadamente, llamó a sus amigos. Y todos los presentes, con los recién
casados a la cabeza, tuvieron tiempo de salir y de contemplar la extraña
máquina luminosa que avanzaba a una gran velocidad en línea recta de un
horizonte a otro*.
Ninguno de los testigos vio que descendiera el objeto hasta el suelo y
vomitara pequeños marcianos hirsutos. Ese día se produce un aterrizaje, pero
antes de las 21’30 p.m.
Hasta aquí parece que el «test» funciona. Todos esos débiles mentales
dudaron sobre el nombre que debían dar al espectáculo, o, por el contrario, no
trepidaron en hacerlo. Los disquistas lo llamaron Disco. Pero vieron lo que
describen. Es importante hacer notar (y esto, así lo espero, no sorprenderá a
nadie) que en vano se buscará la menor alineación en las observaciones que se
refieren a ese meteoro. Y, sin embargo, debemos suponer que su trayectoria,
como la de todos los bólidos, era sensiblemente rectilínea. Pero fue visto
sobre una superficie muy vasta por testigos rigurosamente esparcidos al azar.
Si los Discos Voladores son falsas interpretaciones, hay, entonces, que deducir
que las falsas interpretaciones son bastante aleatorias, y nada tienen que ver
con la ortotenia. Concedamos a los teóricos de la falsa interpretación que los
Discos Voladores son una ilusión de ignorantes. Y busquemos con ellos lo que
hay detrás de ese fenómeno singular que se llama ortotenia.
Un extraño encuentro. En fin: de los innumerables y pretendidos casos de
Discos Voladores de ese sábado 16 de octubre, sólo encontramos dos que no
se relacionan con el huevo volador de las 21’30 p.m. (que era un bólido), el
globo-sonda italiano, que siguió ese día su carrera sobre el sudeste de Francia.
Al caer la noche, mientras nuestro huevo volador se perdía en el espacio a
una distancia comparable a la de la luna, el doctor Henri Robert, de
Londinières, en Normandía, viajaba por la nacional 314, al sudeste de Dieppe.
Mientras atravesaba el territorio de la comuna de Baillolet, divisó en el cielo,
a una altura que calculó en 300 metros apenas, cuatro máquinas circulares que
evolucionaban a una velocidad moderada las unas debajo de las otras. Apenas
las hubo visto, una de ellas, abandonando la formación, comenzó a descender
al suelo zigzagueando, realizando una maniobra que conocemos. En ese
momento, las cuatro máquinas se encontraban frente al vehículo, en la
prolongación de la carretera. La máquina, al descender, se encontró, pues,
frente al doctor Robert, y como éste prosiguiera su camino, las dos máquinas,
la terrestre y la «otra», se acercaron rápidamente. De súbito, cuando la
distancia que los separaba no excedía de cien metros, el doctor Robert sintió
como una conmoción eléctrica. Al mismo tiempo, el motor se detuvo y los
faros se extinguieron. El auto se detuvo en su impulso cuando el objeto se
posó sobre la carretera. Incapaz de moverse, el doctor Robert divisó bien
pronto, agitándose en la luz que el objeto desprendió al comienzo, un pequeño
ser de más o menos 1’20 metros de altura; luego todo se extinguió, y no pudo
ver más. La oscuridad duró algunos minutos. De improviso, los faros del
vehículo se encendieron otra vez, y el doctor Robert divisó, en el haz de luz,
la máquina que se alejaba rápidamente a ras de tierra hacia el norte, a lo largo
del talud de la carretera (ésta, en ese punto, está orientada al norte-sur).
El médico pudo, entonces, partir. Al entrar en Londinières, redactó un
informe que envió a la gendarmería.
Este caso es interesante debido a la personalidad del testigo y al detalle de
la observación.
Muy mal visto habría sido entonces (y lo sigue siendo ahora) que alguien
divisara Discos Voladores, y con mayor razón a sus pilotos. Ahora bien: nadie
tiene tanta necesidad de sentir la estimación de sus clientes como un médico,
sobre todo si se trata de un médico veterinario como el doctor Robert: el
campesino, que es por naturaleza desconfiado, no confía, lo que para él es lo
más sagrado, es decir, la salud de su animal, a alguien al cual estime
sospechoso. Nadie lo sabía mejor que el doctor Robert. Pero, de todas
maneras, tuvo el valor de provocar una investigación de la gendarmería.
En cuanto a los detalles de la observación, todo se encuentra allí: el
aterrizaje en zigzag, la «conmoción eléctrica», la parálisis, la detención del
motor, la extinción de los faros, el pequeño personaje, etc.
¿Qué pensar de todo esto? Podemos dudar del doctor Robert, y creer que
ese hombre, estimable y de sentido común, comprometió gustosamente su
carrera. Dios sabe qué tábano le picó. Pero a la larga resulta incómodo
preferir siempre, a personas de buena fe, la palabra de augures que lo
escatiman todo sin comprometer su responsabilidad ni rebajarse a informar.
Creo —dice Pascal— a los testigos que se hacen degollar. Este punto de vista
bien vale otro.
Tres discos sobre los Pirineos. Ese sábado 16 de octubre parece, además,
ser el día de los médicos. Algunas horas más tarde, en el otro extremo de
Francia, el doctor Millet, presidente del Club Aéreo de Lavelanet, en Ariège,
registró un fenómeno que parece que se relacionara con el que acabamos de
analizar. Cierto es que esta vez no fue el único testigo, pero sí el más
calificado. Toda una región de los dos departamentos fronterizos de Ariège y
Aude confirma su informe. He aquí lo esencial de él:
Hacia las 21’30 p.m., algunos habitantes de Blesta divisaron, sobre los
roqueríos que limitan el horizonte hacia el sudoeste, una curiosa luminosidad
que parecía provenir de un objeto muy brillante escondido por el borde de la
montaña. Muy pronto, numerosas personas detenidas en las calles y en las
plazas de ese burgo pirenaico, que cuenta con más de 1.000 habitantes,
observaron el extraño fenómeno.
Casi inmediatamente, el objeto ascendió en el cielo y apareció bajo la
forma de una elipse de nítidos bordes: desprendía una intensa luminosidad.
No permaneció allí mucho tiempo; descendió de nuevo, se hizo invisible,
luego subió otra vez, volvió a descender, apareciendo y desapareciendo varias
veces seguidas. «Era tarea relativamente fácil prever su reaparición —escribió
el doctor Millet—, pues una luz se dibujaba muy claramente a través de los
árboles que crecían encima del acantilado: esa luz cedió muy pronto el paso al
disco luminoso, el cual brillaba con un resplandor deslumbrador.
»Eso ocurrió durante ocho o diez minutos, hasta las 2’40 p.m. En ese
momento, no fue un disco el que reapareció, sino dos, separados por un
amplio espacio. No presentaban ni el mismo resplandor ni la misma
coloración: el uno de un blanco brillante; el otro, de color verde pálido. Esa
fase duró un minuto más o menos. Y de improviso vimos no dos sino tres
objetos. Cambiaban con frecuencia y súbitamente de color. Junto con el tercer
objeto apareció un nuevo color, un rojo muy luminoso parecido al rojo de un
vitral iluminado por el sol.
»A las 21’45 p.m. el fenómeno desapareció definitivamente.»
La gendarmería había sido advertida desde que comenzó el fenómeno, y se
hallaba entre los numerosos testigos. Para cerciorarse de la verdad, el doctor
Millet, el jefe de la brigada y un tercer testigo subieron en el auto más allá del
bosque por la departamental 16 hasta la planicie de Sault, a 900 metros de
altura. A las 22’05 p.m., el vehículo llegaba por el camino que domina la gran
pradera de la Benague, al sudoeste de Belesta. Desde allí, los automovilistas
pudieron observar la última fase del fenómeno: un gran objeto, de color verde
pálido, volaba a gran velocidad en dirección a Belvis, en Aude, hacia el oeste.
Disminuyó rápidamente de superficie y de luminosidad y dejó de ser
perceptible a una altura de 25 a 30 grados sobre el horizonte.
Cuando descendieron otra vez a Belesta, esas tres personas supieron que
desde diversos lugares se había telefoneado para señalar la presencia de los
mismos objetos sobre el roquerío donde los primeros testigos los habían
descubierto. La descripción, la hora, la localización concuerdan.
Leyendo este relato se nos imponen otras cosas importantes. Fue
publicado, de manera más detallada, por el doctor Millet el 19 de octubre en
La Dépêche du Midi, el más importante periódico de esa región. En este caso
no debemos poner en duda la palabra de los que lo vieron, dado el número de
testigos, el informe de la gendarmería, etc. Y lo que sorprende es que, por
tercera vez en dos días, la observación se refiere al vuelo en conjunto de
varios objetos. En la víspera, el 15 de octubre, se señala en París el paso
simultáneo de cuatro objetos de diferentes colores. Luego, el 16, cuatro
máquinas pasan por Baillolet, y algunas horas más tarde, tres objetos sobre
Belesta. Este nuevo aspecto del fenómeno es característico del fin de la crisis.
Hasta ahora, habíamos hallado centros de dispersión o de concentración
caracterizados por la presencia del gran cigarro de las nubes. El vuelo en
pareja, o triple, o cuádruple, no había sido observado sino excepcionalmente
hasta el fin de la importante semana. Un vuelo doble ocurre el 14*. Otro
vuelo en pareja sucede el 15 en Fouesnant. Pronto veremos dos casos muy
característicos de ese nuevo comportamiento.
El alcance crítico de esos testimonios es muy importante. Nada los
anunciaba. Si se tratara de una psicosis, debíamos haber esperado que se
agravaran los casos de «marcianos». Ahora bien: el vuelo colectivo comienza
a aparecer simultáneamente en puntos alejados, precisamente en el momento
en que los periódicos abundan en descripciones de esos pequeños seres
extraños. La prensa —ya lo hemos visto— siempre está atrasada, por lo
menos tres días, respecto a los sucesos que nos preocupan. Lejos de provocar
una muchedumbre de pequeños marcianos hirsutos, los relatos que describen
a esos personajes culminan en el momento en que se producen los primeros
vuelos múltiples y cuando el número de observaciones decae verticalmente: al
mismo tiempo que disminuye el número de observaciones, se comienza a ver
varios objetos que vuelan juntos.
Otra observación más interesante aún: los vuelos múltiples aparecen
simultáneamente en puntos alejados antes que ningún periódico haya hablado
de ellos. Cuando los periódicos comienzan a dar informes sobre ellos, se trata
de diarios locales o de circulación confidencial. El 17, el caso de Fouesnant,
ocurrido el 15, aparece sólo en La Croix, periódico clerical. Charles Garreau
recorta, en un pequeño periódico local, el caso de Saint-Priest. El caso de
Baillolet aparece en un diario de Rennes, en Bretaña. Belesta, en un diario de
Tolosa.
Este aspecto psicológico del problema merece ser estudiado más de cerca.
Los sucesos del 18 de octubre nos proporcionarán la ocasión.
Veamos por ahora las dos observaciones señaladas el domingo 17 (sólo dos
en toda la jornada). Se trata de los característicos «Discos medusa».
Hacia las 20’30 p.m., numerosos habitantes del barrio de Gray, en Dôle, en
el Jura, vieron un objeto luminoso que evolucionaba en el cielo lanzando
juegos de luces. Los movimientos, al comienzo, carecían de importancia: una
ligera oscilación. Pero la parte inferior de la máquina cambiaba
continuamente de color, pasando del verde al rojo, y luego al amarillo. Cada
color duraba algunos minutos. Después de estar detenido, el objeto se alejó,
regresó, volvió a realizar esa maniobra; luego, después de diez minutos, partió
a enorme velocidad.
En el mismo momento (algunos minutos después), en Varigney, 100
kilómetros al nordeste de Dôle, varias personas viajaban por la departamental
10 hacia Conflans-sur-Lanterne, en la Haute-Saône. Antes de atravesar el
paso a nivel que separa la aldea de la carretera, una especie de cuerpo
luminoso de un rojo vivo apareció, inmóvil, en la parte más elevada de la
dehesa que bordea la departamental 10. Al pie de esa dehesa se encuentra un
café que pertenece al señor Beuclair, de Varigney. Se detuvieron. Se avisó al
señor Beuclair y al señor Barrat, guardabarrera. Todo el mundo miró un
momento desde lejos. Luego el señor Beuclair, seguido de su hija Jeanne,
decidió acercarse, atravesó el vallado y comenzó a subir por la pendiente de la
dehesa. Los otros testigos observaron de lejos. El señor Beuclair y su hija
habían ya recorrido algunas decenas de metros cuando el objeto se puso en
movimiento, descendió rápidamente hacia los dos curiosos aterrorizados, y se
detuvo a una veintena de metros del lugar donde ellos se encontraban. Bajo
un silencio mortal, todo el mundo vio, con la mayor nitidez, la forma circular
del objeto, que era semiesférico por debajo.
De improviso, informan los Beuclair, ciertas radiaciones blancas y rojizas
yuxtapuestas brotaron paralelamente bajo el aparato.
«¿Qué es eso? —gritó el dueño del café—. ¿Quién está allí?»
Como no recibiera respuesta y su mujer le suplicara que se alejara,
retrocedió hasta la parte inferior del prado. El espectáculo duró aún algunos
minutos; luego el objeto emprendió el vuelo a gran velocidad.
Muchos testigos pudieron contemplar esta escena.
Pasemos ahora a los sucesos del día siguiente, tan instructivos desde el
punto de vista psicológico.
Lunes, 18 de octubre, o el Psiquiatra y la Balanza. Cada mañana de ese
período, los periódicos ofrecieron a sus lectores una crónica de lo burlesco y
de lo absurdo. Tomemos, por ejemplo, un día y un periódico cualesquiera: el
Paris Presse del 20. Nos enteramos allí que el pintor Raffaele Castello afirma
haber visto a cuatro pequeños marcianos que descendían en un Disco Volador
sobre la terraza de la casa de Curzio Malaparte, penetraban en la villa —sin
duda, deja en claro el periódico, para que les dedicara un ejemplar de La Peau
—, y partieron una media hora más tarde, «desengañados». Nos enteramos,
además, que se vieron Discos en Italia, en Portugal, en España (por primera
vez en ese país, agregan con fineza, aunque injustamente, pues, dice, «el
régimen franquista parece intimidar a los marcianos»), y «naturalmente» en
Francia. Paris-Presse felicita entonces a sus «felices compatriotas, por haber
sido favorecidos por esa visión». Siempre de una manera tan fina, el periódico
informa que el último testigo conocido, al correr a través del campo para ver
de cerca un Disco Volador, cayó en un charco y casi se ahogó.
El mismo humor y la misma ironía se encuentran en los otros diarios.
Ningún periodista, es evidente, cree una palabra de eso que se cuenta. Su
trabajo diario consiste en sazonar, según su inspiración personal, las miles de
pequeñas informaciones recibidas desde las provincias por intermedio de los
corresponsales locales del periódico o de los corresponsales de la Agencia
France-Presse, y darles esa forma excitante propia de la prensa parisina. La
actitud de los corresponsales es ya algo más complicada: por una parte, han
conversado con los «testigos»; han podido formarse una vaga idea de su
credulidad; saben, a menudo, a qué atenerse en un sentido o en el otro. Pero
su oficio consiste en dar a sus lectores de París informaciones que les
interesen. Por lo tanto, insisten en lo pintoresco, lo divertido, lo incongruente.
Si a esos móviles, con los cuales deforman la realidad, se agrega el hecho de
que los acontecimientos sobre los cuales informan en una crónica han
ocurrido en fechas diferentes —debido al tiempo de la transmisión, y por
consecuencia los testimonios que se refieren a un mismo suceso no son
publicados el mismo día si sobre ellos no se informa en el mismo lugar— se
comprende la incoherencia final del cuadro que el público encuentra en su
periódico. Si esos métodos hubieran sido aplicados, por ejemplo, al relato de
las actividades oficiales, el mismo artículo habría señalado al público que el
señor Foster Dulles fue visto en Ankara, que hizo declaraciones en Bonn y
que salió muy bien de la operación a que fue sometido en una clínica de
Filadelfia: todo al mismo tiempo. La transformación del señor Dulles en un
ectoplasma dotado del don de la ubicuidad no habría pasado desapercibida.
No sin cierta razón, habríamos dicho que los periodistas autores de esa
metamorfosis habían pecado de ligereza.
Lo sorprendente, y lo escandaloso, es que al considerar los sucesos de ese
extraordinario otoño, los sabios se hayan sentido satisfechos de un método
que una vedette de la política o del cine jamás habría tolerado del periodista
más atolondrado. El resultado fue una memorable sesión de la Academia de
Medicina de París el 16 de noviembre de 1954*.
Los Discos Voladores en la Academia de Medicina. Aquel día, el doctor
Georges Heuyer, profesor de psiquiatría infantil de la Facultad de Medicina,
experto psiquiatra de los tribunales y sabio de gran reputación, leyó, ante sus
colegas, una comunicación en la cual probaba que la multitud de
observaciones aparecidas en los periódicos desde hacía tres meses se
explicaba totalmente por una psicosis colectiva.
El profesor Heuyer basaba su análisis sobre el caso de «doble delirio». Ese
tipo de delirio —explicaba— es una convicción falsa e irreductible al
razonamiento, que evoluciona al mismo tiempo y bajo la forma de dos sujetos
que viven juntos. La pareja que delira se compone de un «elemento inductor»
(el enfermo mental, que es el que primero lo creó) y de un «elemento
inducido» (un compañero sugestionable al cual es necesario separar del
primero para que deje de delirar).
Prosiguiendo su análisis, el sabio profesor pasó, por deducción, a los
delirios del 3, 4, 5, etc.: «delirios familiares», donde el padre o la madre
desempeñan el papel de inductores, «psicosis de departamento», luego a la
«psicosis de casa», «psicosis de barrio», y así sucesivamente. Todas esas
psicosis, explicaba el profesor, se forman alrededor de una persona que delira,
cuyos razonamientos atraen la adhesión —y se propagan como el aceite— en
un grupo cada vez más extendido.
El profesor Heuyer demostró en seguida que la psicosis de los Discos
Voladores pudo nacer y desarrollarse gracias a la conjunción favorable (si así
pudiéramos decir) de tres elementos: la idea falsa, el miedo, las condiciones
del grupo y del medio.
1.º La idea falsa. «Cuando entre los testimonios, declaró, se hace una
descripción de un Disco Volador que desciende y desaparece en el horizonte,
a la misma hora y bajo las condiciones en que desciende normalmente el
planeta Venus, la ilusión óptica y la interpretación falsa son evidentes. No
parece que exista ningún testimonio que tenga más valor que aquél.»
Y el profesor agregaba, con el tono que adivinamos: «No podemos recoger
los testimonios que nos relatan encuentros con monstruos hirsutos, enanos o
gigantes, los cuales, ocasionalmente bondadosos, se dignan a veces abrazar a
los humildes seres humanos»*.
2.º El miedo. Para que una idea falsa se desarrolle, continuó diciendo el
profesor Heuyer, es necesario que el miedo le ofrezca un terreno favorable. Y
Dios sabe de qué manera, existe en el mundo de hoy, «en el cual la ansiedad
que invade constantemente el corazón de los hombres, se hace más intensa
por el temor al fin del mundo, a la destrucción de nuestro planeta por los
habitantes extraterrestres».
3.º Las condiciones del grupo y del medio. Ese grupo, ese medio favorable
a la extensión de una psicosis son los débiles mentales, que existen en fuerte
proporción en toda colectividad. El profesor Heuyer calculó su número en
Francia en más o menos 400.000, sólo entre los niños que llegan a ser adultos
sin mejorar mentalmente. ¿Que personas inteligentes afirman haber visto
Discos Voladores? Es verdad, reconoce el profesor. Pero son víctimas de la
psicosis nacida en los simples de espíritu.
«La psicosis colectiva de los Discos Voladores, prosigue el profesor
Heuyer, ha tomado una forma que parece por ahora benigna, pero que puede
ser peligrosa para la salud mental de la colectividad: ya es tiempo de terminar
con ella. La prensa, sobre todo, es responsable de la difusión de ideas
absurdas y dañinas, agregó. Sin duda el mito de los Discos Voladores es
menos peligroso que la descripción, detallada y realista, en los textos y
fotografías, de la técnica de crímenes y violaciones. Pero deberíamos pedir a
los directores responsables de la información que hicieran su propia limpieza,
concluye el sabio psiquiatra, y no suministraran a los iluminados, a los
charlatanes y a los pervertidos los medios de turbar la tontería y la ansiedad
de un número muy grande de lectores.»
La exposición del profesor Heuyer fue calurosamente aplaudida por la
Academia de Medicina, la cual la aprobó por unanimidad. Y al día siguiente,
la prensa (responsable, según la irrefutable demostración del sabio psiquiatra,
de crear falsas concepciones y mitos dañinos) les dio la misma adhesión
unánime y entusiasta.
«Resulta superfluo agregar el menor comentario a estas autorizadas
advertencias», declaraba L’Aurore, que alababa «la precisión, la claridad, la
fuerza extraordinaria de su argumentación».
«La Academia de Medicina da la razón a nuestra campaña por la verdad»,
decía Libération.
Y así sucesivamente.
La prensa tenía, por lo menos, dos razones serias para aprobar al profesor
Heuyer. En primer lugar, su exposición confirmaba la actitud irónica y
negativa que siempre habían observado todos los diarios. Y, sobre todo, la
actitud del sabio, al estar fundada únicamente en la lectura de los periódicos
—es decir, sobre la incoherencia misma que inspiraba el escepticismo de los
periodistas y el aspecto inevitablemente burlesco de sus informaciones—, la
argumentación del señor Heuyer y la convicción íntima de los periodistas
reanudaban el mismo proceso psicológico. Los periodistas, que no habían
tenido tiempo de reflexionar sobre esa masa de enormes hechos complicados,
veían con alivio que su opinión era confirmada por la de un sabio, es decir,
por alguien cuyo oficio es pesar muy bien sus palabras y sus pensamientos.
Sólo que salta a la vista que el deber de los periodistas y el del sabio no era
en esas circunstancias la misma cosa. Los primeros no tienen ni el gusto ni los
medios de profundizar nada. Y hay que reconocer, honestamente, que las
investigaciones llevadas a cabo inmediatamente después de los sucesos jamás
revelaron una deformación sistemática de los hechos descritos por los
testigos, y que eso fue una de las sorpresas más agradables de las
investigaciones.
La aprobación de la prensa a las demostraciones de una personalidad tan
calificada como la del profesor Heuyer es, además, legítima. ¿En quién
confiar sino en personalidades calificadas? Pues si a alguien se le puede
calificar de ligereza es al profesor, y sólo a él. Antes de construir sutiles
teorías acerca del «doble delirio», debía haberse documentado. Si el señor
Heuyer se hubiera dado el trabajo de restablecer datos auténticos que
provienen de una auténtica fuente, sin duda habría dudado en atribuir a sus
delirios colectivos la curiosa propiedad de propagarse en línea recta.
O tal vez la ortotenia habría sido conocida, como suele ser la costumbre,
bajo el nombre de «efecto Heuyer».
Pero lo que es cierto es cierto. Si retrocedemos tres años, al observar, por
ejemplo, el mapa de las observaciones del 7 de octubre, la teoría del doble
delirio produce un gran efecto cómico. Reconocemos de inmediato esa actitud
«cómoda» que consiste en imaginar teorías verbales para ahorrarse toda
investigación, y construir sistemas en lugar de dar vueltas durante bastante
tiempo alrededor del elefante, como en la fábula hindú. La pereza de espíritu,
que es una trampa muy conocida, se disimula allí detrás de la técnica. Eso es
lo que nadie vio en aquel tiempo, y los propios curiosos de los Discos
Voladores se sintieron en gran número tentados a dar la razón al profesor
Heuyer.
El sábado 20 de noviembre, Léo Poldès, animador del Club du Faubourg,
me invitó a que fuera a dar mi opinión sobre este problema, y nadie duda que
si se hubieran registrado mis palabras, éstas habrían enriquecido la antología
de la comicidad involuntaria. Las teorías del profesor Heuyer, que expuse en
esa ocasión, cuando di a entender que ellas me parecían pertinentes, fueron
aprobadas por la gran mayoría del público. Los únicos contradictores fueron
los testigos, que casi comenzaron a silbar. Si ellos leen estas páginas, les
presento mis excusas. Ahora comprendo que uno debe pensar dos veces antes
de decir algo.
Pero, ¿se podía prever que el caos sobre el cual el profesor Heuyer
construyó sus concepciones, y que parecía irremediable, se organizaría un día
en un orden desde el momento de trasladar todas las observaciones cotidianas
sobre un mapa? Y eso es lo que sucedió, como lo hemos visto en el curso de
este libro. Tuve la impresión —durante el largo trabajo de acumular el
material, examinarlo e investigar, que siguió a la crisis— de que me movía
como una hormiga sobre un montón de piedras. Y luego, un día, se dejó
adivinar un hilo conductor, y el montón de piedras tomó un sentido. No se
trataba de un caos cualquiera: era una ciudad desplomada. Las piedras estaban
numeradas. Bastaba con ponerlas en su orden para ver cómo el plan se
dibujaba poco a poco: la excitación que experimentamos entonces yo y
algunos amigos que me ayudaron, sólo se puede comparar con la de un
equipo arqueológico que comienza a sospechar que, bajo el contorno de una
colina, se advierten las formas de una ciudad enterrada.
El orden que se esconde bajo el desorden. Algunos días más tarde, después
de la sesión de la Academia de Medicina que acabamos de evocar, uno de mis
amigos me espetó poco más o menos este razonamiento:
—¡Tiene razón ese sabio! Esas pretendidas observaciones están
engendradas por el delirio: recuerde usted a esos campesinos de la Aubergne
que juraron haber visto una Balanza Voladora. Una balanza luminosa, con su
astil, sus dos platillos que oscilaban suavemente, y el conjunto que volaba en
el cielo con tanta facilidad como un avión de reacción. ¿No es eso delirar?
Sin duda la recuerdo. Los periódicos del 20 de octubre habían hablado de
la Balanza Voladora, y luego conocí otros detalles.
Ocurrió el 18 de octubre, al caer la tarde, en Saint-Cirgues, en el Alto
Loira, es decir, en las montañas situadas al sudoeste de Lyon. Si creemos a los
campesinos del lugar, un objeto compuesto de dos bolas luminosas ligadas
por un «tallo» igualmente luminoso, fue vista en el cielo a gran altura durante
un cuarto de hora. El centro del «tallo» parecía fijo, pero las dos bolas
oscilaban como los platillos de una balanza. De súbito, cuando la maniobra
había durado más de un cuarto de hora, todo el aparato partió a gran velocidad
y desapareció en el horizonte. Otros campesinos de la misma región habían
descrito al objeto no como una balanza sino como pesas para hacer gimnasia.
Al día siguiente, los periódicos manifestaban claramente su alegría:
«New look al Disco: las pesas suben al cielo.» «Las balanzas vuelan», etc.
Algún tiempo más tarde, hablé al comandante Morin, administrador de
Ouest-France, de esos habitantes de la Aubergne que veían cómo volaban las
balanzas.
—¿Los auverneses? —me dijo—. Me parece recordar que era más bien en
la Vendée.
Intrigado, examiné la prensa de esa región, y no tardé en hacer un
sorprendente descubrimiento: se había observado una Balanza Voladora, y así
se informó también el 18 de octubre. Una vez al tanto de las informaciones,
los detalles y las coincidencias fueron sorprendentes.
El caso ocurrió no en la Vendée sino en el departamento de la Charente-
Maritime, limítrofe con la Vendée al sur.
La tarde del 18 de octubre, a las 9 p.m., es decir, en plena noche, el señor y
la señora Labassière, de Royan, viajaban en auto por la carretera nacional
150, de Saintes a Royan.
«De súbito —dicen los dos automovilistas—, divisamos, volando a baja
altura, un objeto que tenía la forma de una balanza que se bamboleaba en el
cielo. Un “platillo” era de color naranja, el otro rojo, y estaban unidos por una
estela de un reguero luminoso. El conjunto de los dos objetos se inmovilizó
bien pronto no lejos de nosotros, sobre el campo.»
Los dos automovilistas se detuvieron para ver de qué se trataba. He aquí
cómo continúa su relato:
«Después de algunos segundos, el “astil” luminoso que unía los dos
objetos se disipó, desapareció, y se posaron separadamente no lejos uno del
otro sobre un campo vecino. Pronto divisamos, moviéndose en la vaga
luminosidad de cada una de las dos máquinas, dos seres de talla pequeña. Los
dos “tripulantes” se dirigieron uno hacia el otro, se cruzaron sin detenerse y
cambiaron de vehículo. Las dos bolas luminosas emprendieron en seguida el
vuelo acelerando vertiginosamente. En algunos segundos, desaparecieron en
el horizonte.»
La investigación señaló que otros automovilistas que viajaban por la
nacional 150 divisaron igualmente el fenómeno, a excepción, sin embargo, de
la maniobra que se produjo en el suelo y de los pequeños seres, cosa esta
última que corresponde al informe de la señora y del señor Labassière.
Se supo, además, que cierto espectáculo había sido descrito con precisión,
con algunas horas de intervalo, por dos series de testigos alejados los unos de
los otros por más o menos 400 kilómetros, y en términos rigurosamente
idénticos, salvo en lo que se refiere a la pareja Labassière, la cual diciendo
que había observado una escena parecida dio una gran cantidad de detalles
que correspondían a esa más grande proximidad.
Si tenemos en cuenta todos los elementos de ese espectáculo y además su
estructura (y es imposible hacer otra cosa), debemos convenir que fue de una
extremada complejidad*, y que las oportunidades que se presentan de un
encuentro fortuito, tomando en cuenta, además, la fecha y las horas, son casi
nulas.
Finalmente existe otra coincidencia: los testigos de la Charente-Maritime
son automovilistas que viajaban por la nacional 150, la cual, en ese sector,
está orientada de este a oeste, es decir, poco más o menos sobre la geodésica
que une la Charente-Maritime con el Alto Loira: el escalonamiento del
segundo grupo de testigos ¡da la dirección del primer grupo!
Milagro y psiquiatría. Apliquemos ahora a esta historia de balanzas los
métodos del profesor Heuyer.
En Saint-Cirgues, en el Alto Loira, un débil mental esquizofrénico ve pasar
en el cielo dos pájaros, o dos aviones, o el planeta Venus —cualquier cosa—,
y bajo el imperio del oculto terror que le inspira la coyuntura política, grita
mostrando la cosa con el dedo:
—¡Mira! ¡Una Balanza Voladora!
Muy pronto, otros débiles mentales, sus vecinos, levantan los ojos al cielo,
ven pájaros o cualquier otra cosa, y afirman:
—¡En efecto! ¡Una Balanza Voladora!
En el mismo momento, en las aldeas vecinas, y siguiendo el mismo
proceso, un segundo grupo de débiles mentales pone fin al relato de las pesas
que vuelan sobre la región.
Hasta allí, todo va bien. A lo mejor todos esos débiles mentales cultivaron,
durante los días precedentes, una psicosis de balanzas o de pesas voladoras.
Resulta gracioso todo esto; pero no es absolutamente imposible que se
produzca.
Algunas horas más tarde, sobre el camino de Saintes-Royan, comienza el
mismo proceso. Los automovilistas, que no se conocían entre ellos, y no se
habían encontrado nunca, cuentan su historia por separado. Pero pasemos
sobre estas bagatelas y agreguemos, a las psicosis «bajo el mismo techo», de
casa, de barrio, las psicosis de carretera nacional.
Admitamos que esto sea posible, y que los hechos se desarrollaron de esa
manera. No existió la Balanza Voladora. Todo esto ha nacido de la idea falsa,
del miedo y de la debilidad mental conjugados con la psicosis.
Pero no hubo una sino dos psicosis rigurosamente idénticas, que se
desarrollaron en dos lugares diferentes, en la misma fecha.
Así, pues, olvidando por ahora el hecho de las alineaciones, podemos
escoger entre las siguientes hipótesis:
1.ª Esa historia fue inventada para poner en aprietos al profesor Heuyer y a
los que la explican por psicosis colectivas. Aquellos que se sientan tentados
de creer en ella consulten los diarios de la época, por ejemplo, Ouest-France
del 20 de octubre, el único entre sus colegas que informó al mismo tiempo
acerca de los dos testimonios (en forma sumaria).
2.ª Dos psicosis complejas, absurdas, idénticas y sin otro ejemplo se
producen en la misma fecha y en dos lugares diferentes por el simple juego
del azar. Es un puro milagro matemático, mucho más extraordinario que el
beso de paz de los monstruos hirsutos con el cual la Academia de Medicina
ameniza sus serios trabajos.
3.ª Los débiles mentales están, a veces, dotados del don de la telepatía. Los
cerebros enfermos pueden reaccionar los unos con los otros a 400 kilómetros
de distancia. Hipótesis interesante, pero muy mal vista por la Academia de
Medicina.
Notemos que, aunque vayamos hasta el límite de la negación y
supongamos que no hubo psicosis, sino que simplemente se trataba de una
broma, nos enfrentamos ante las mismas dificultades para explicar el
nacimiento simultáneo, y a distancia, de muchas bromas idénticas en personas
que no se conocían.
4.ª Las balanzas vuelan.
¿Cuál de estas hipótesis es la más tranquilizadora? Que cada cual escoja.
No se puede sostener la primera de ellas salvo que quememos todos los
periódicos del 20 de octubre. La segunda (milagro matemático) compromete
las leyes del espíritu. La tercera (telepatía de cerebros desquiciados) está
condenada por la Academia de Medicina. La cuarta (máquina) sobrepasa, en
cuanto a lo burlesco se refiere, a las brujas y a sus escobas. A menos que se
trate de otra cosa que de una balanza.
Discos y balanzas. Ciertos disquistas que viven en Francia se han
preguntado lo que podía significar la disposición «en balanza», bajo la
hipótesis de que los Discos Voladores sean máquinas. Y más de una vez
escuché la siguiente teoría:
«Supongamos —dice el teórico (sin que tome su teoría demasiado en
serio)— que el astil de la balanza nos revela un cambio de energía entre dos
máquinas que están “cargadas” de manera desigual. En ese caso, la huella
luminosa que une a los dos Discos correspondería al conducto que trasvasa el
combustible de un avión a otro durante un aprovisionamiento realizado en el
aire.
»Pero, ¿por qué hay más combustible en un avión que en otro? Porque el
primero de ellos acaba de emprender el vuelo, y en cambio el segundo ha
estado volando desde hace bastante tiempo. ¿Y qué ocurre cuando el trasiego
ha terminado? Aquel avión que ha estado volando desde hace mucho tiempo
queda cargado hasta el máximo; el otro queda más o menos vacío.
»Pero entonces —prosigue nuestro disquista—, pensemos en los ocupantes
de los dos aparatos. ¿En qué avión se encuentra el piloto “fatigado”? En el
que ha sido cargado de nuevo. El piloto “descansado” va a regresar a su base,
más descansado que nunca, dejando a su colega fatigado que se fatigue más
aún. Por supuesto, el cambio de energía debería provocar el cambio de los
pilotos.
»Y esto explica —concluye el disquista— la extraña maniobra observada
por la pareja Labassière sobre la nacional 150. Las dos máquinas ocuparon la
tarde en cambiar su energía, desde Saint-Cirgues hasta Royan. Cuando el
trasiego hubo terminado, se disipó el astil, las dos máquinas descendieron al
suelo y cambiaron sus pilotos. Y noten ustedes —agregó el disquista— que el
astil no volvió a aparecer cuando las dos máquinas emprendieron el vuelo.
Hay, pues, motivo para suponer que existe una relación entre la existencia del
astil y el cambio de pilotos. Mi hipótesis es coherente.»
Cierto: es coherente, en efecto, pero sigue siendo un «sistema»
completamente imaginado, como el doble delirio. Cuando hayamos visto
volar algunas centenares de Balanzas y cambiar sus pilotos*, tal vez cambien
nuestras ideas. Y eso lo sabe muy bien nuestro teórico.
Dejemos, pues, por ahora las teorías a un lado. Lo cierto es que, una vez
más, nos encontramos frente a un doble vuelo, y que ese fenómeno tiende a
generalizarse hacia el fin de la crisis. ¿Tal vez se produce eso por motivos de
seguridad?, dirá el teórico. Agotadas las reservas, ¿creerán que es más
prudente proceder por medio de equipos listos a prestar socorro? ¿Lo
sabremos algún día?
Otros sucesos del 18 de octubre. En 17 puntos del territorio francés,
numerosos testigos afirman haber visto Discos Voladores ese lunes 18. Hecho
curioso, y al mismo tiempo sin precedentes desde el comienzo de la crisis: no
se observa ninguna alineación. Cierto es que un examen algo más atento de
las 17 pretendidas observaciones reduce muy pronto, a 5 ó 6, o quizá menos,
los casos inexplicables.
En el norte de Francia, en Béthune, Douai, Pommier, Audruicq, Hesdin,
Huby-Saint-Leu, los testigos describen un bólido de tipo clásico, confirmado
por la misma hora.
En Saint-Germain-les-Belles (Haute-Vienne), Uzel (Côtes-du-Nord), Pont-
l’Abbé-d’Arnoult (Charente-Maritime), Luçon (Vendée), Brain près Decize
(Nièvre), Moyaux (Calvados), no se sabe lo que se vio. Sólo Paris-Presse del
20 de octubre cita esos casos, sin dar otro detalle: es imposible ir hasta la
fuente y controlar aunque fuese sólo la fecha.
Quedan algunos casos interesantes, bien estudiados.
En Vienne, en el Isère, se observa, en la tarde, la lluvia de «hilos de la
Virgen», la más abundante desde Gaillac y Oloron, en 1952. Los testigos
fueron muy numerosos.
«Vimos, en primer lugar —cuenta el señor Lelandais, profesor en el Club
Aéreo de esa ciudad—, algunas formas blancas que parecían realizar en las
nubes una especie de ballet, subiendo, descendiendo, subiendo de nuevo,
cambiando de forma, pero acercándose poco a poco al suelo.
»Una media hora más tarde, más o menos, se produjo una especie de lluvia
de telas de araña, apretada como un velo, sobre el aeródromo. Cayó por
puñados sobre el terreno, sobre el hangar, sobre los aviones. Comenzamos a
recogerlos a manos llenas. Tuvimos la impresión de coger hilos de goma, muy
suaves al tacto, que se aglomeraban para volatilizarse rápidamente en los
dedos sin dejar la menor sensación, el menor olor, la menor huella. Tuvimos
la impresión que era el calor de nuestras manos el que los hizo fundirse.»
El señor Lelandais encerró algunos de ellos en una caja de baquelita
hermética. Pero al día siguiente, aunque tomó la precaución de ponerla al
fresco, ésta estaba vacía. Cinco horas más tarde de la llegada al suelo, todavía
había restos de esos hilos; los había aún.
Como los aviadores de Vienne vieran pasar algunos Stratojets un poco
antes de la aparición de las formas blancas en el cielo, atribuyeron la
formación de esa extraña materia a «la inyección de agua hecha a 1.800
grados en las cámaras de combustión». Según ellos, el agua habría entonces
sufrido «una disgregación molecular a esa temperatura», lo que habría
provocado «una reacción química que se acerca a la curiosa materia
recogida». Los periódicos lo titularon así: «Por fin una explicación de
expertos.» Paris-Presse del 21 agregó al mismo tiempo este subtítulo:
«¡Vapor solidificado!»
Una «disgregación molecular del agua» produce oxígeno e hidrógeno, y de
allí produce de nuevo agua, o bien, con el combustible, óxido de carbono,
anhídrido carbónico y agua. En cuanto al «vapor solidificado»… No
insistamos.
Otra observación bastante sorprendente, la de Vezenay, en la nacional 437,
al borde del lago de Saint-Point, en el Jura. A las 10’45 p.m., la señorita
Marie-Louise Bourriot, de veinticinco años de edad, domiciliada en
Montperreux, regresaba en bicimoto de Malbuisson, donde había pasado la
tarde en casa de sus amigos.
Al llegar frente al orfelinato, divisó, a unos 200 metros frente a ella, una
viva luz roja que iluminaba todo el camino. No le prestó atención, pensando
que se trataba de un vehículo. Cuando ella se aproximaba, la luz se apagó. Al
llegar a un lugar llamado Vezenay, antes de la antigua factoría de la Cascade,
vio, a su izquierda, a un ser de forma humana y de talla un poco por debajo
del término medio, vestido con una especie de traje claro. Cuando ella pasaba
frente a él, dos especies de enanos, pequeños seres verticales de forma difícil
de describir, atravesaron la carretera frente a ella (venían desde el prado) y se
reunieron con el primer personaje.
La señorita Bourriot, que hasta ahora no había experimentado el menor
miedo y que, por otra parte, viajaba sin prestar atención, pensando en otra
cosa, se asustó y aceleró. Un poco más allá, se volvió para ver si no había sido
seguida, y divisó, sobre el lago, un objeto luminoso que se elevaba
verticalmente a gran velocidad. Fuera de sí, la muchacha entró en casa de sus
padres harta ya de estas emociones.
Al día siguiente, se encontró sobre el prado, donde la señorita Bourriot
había visto surgir a los dos pequeños seres, huellas de pies pequeños y
«ligeros surcos» dispuestos en ángulo recto.
Sólo hay una testigo de esta extraordinaria observación: se puede entonces
acusar a la señorita Bourriot de locura o de mentira. Pero, según mi opinión,
ese método no resulta ya.
Uno suele mofarse (y yo soy el primero en hacerlo, lo confieso) de
testimonios que parecían «increíbles» y en seguida vienen a alinearse sobre
irrecusables e inexplicables líneas rectas, que deberíamos haber aprendido la
lección. Que se refute, en primer lugar, la ortotenia, y entonces podremos
insultar a los testigos. Por ahora, la simple prudencia aconseja tratarlos con el
mayor respeto, y examinar seriamente el caso en el cual la señorita Bourriot
no resultaría ni más mentirosa ni más loca que aquellos que, puestos frente a
las alineaciones, buscan en vano una explicación natural.
Si, pues, la señorita Bourriot decía la verdad, su testimonio nos enseñaría
que los «pequeños seres» no son los únicos tripulantes de los Discos
Voladores: junto a ellos, habría hombres. Ese personaje de forma humana que
ella casi rozó, lo vio muy nítidamente a la luz de sus faros. Así como la forma
de los «pequeños seres» le pareció indefinible, su opinión es categórica
respecto al otro. Cierto es que —dice— era de una talla algo inferior al
término medio. Pero, ¿cuál término medio? Una simple ojeada a un mapa que
muestre las estaturas que hay en Europa* nos enseñaría que el término medio
varía entre 1’63 metros hasta 1’70 metros. En el distrito de Galloway,
Escocia, el término medio de la talla sobrepasa el 1’78 metros. En el
Basilicado y en la Cerdeña, en Italia, es de 1’58 metros*. Y sólo se trata de
Europa. En África, por ejemplo, las diferencias son aún más importantes. Si,
en fin, tenemos en cuenta la historia y la prehistoria, llegamos a la conclusión
que no hay un término medio de la especie humana. La raza de Cromagnon
alcanzaba con frecuencia los dos metros. Chancelade y Grimaldi, en la misma
época, nos parecían «pequeños». Y lo que cuenta, desde el punto de vista de
la especie, es, pues, la organización anatómica y fisiológica, y no la talla. Si la
señorita Bourriot divisó realmente un ser de forma humana, es muy probable
que se tratara de un hombre, y de un hombre terrestre, pues no puede ser de
otra forma*.
Dejando bien en claro que lo mismo podemos creer a la muchacha que
considerarla una loca, ¿hay alguna presunción en su favor? Sí: y es la de que
ella no es la única persona que haya afirmado haber visto un ser de forma
humana asociado a una observación de Disco Volador en el curso de ese
otoño de 1954. Los otros testimonios, a decir verdad, no han sido mejor
probados que el suyo. Ninguno, según mi conocimiento, se encuentra sobre
una alineación. Todos son casos sospechosos, pues todos, salvo uno, pueden,
según mi opinión, ser tomados como casos de helicópteros. La única
excepción es la de Mazaud, donde se vio que el helicóptero era imposible, la
mentira improbable y la alucinación difícil de admitir.
Creo, en fin, que es prudente que no demos un juicio sobre el caso de
Saint-Point. Admitido esto, el relato de la señorita Bourriot invita a ciertas
reflexiones, sobre las cuales volveremos hacia el final de este libro.
Un último caso de ese 18 de octubre merece ser evocado rápidamente: se
trata de tres aterrizajes que se sitúan en un perímetro muy restringido —
aldeas fronterizas vecinas— y a horas aproximadas.
A las 17’30 p.m., el señor Bachelard, de cuarenta y dos años, viajaba en
camioneta entre Gelles y Coheix (Puy-de-Dôme). El tiempo, claro; nada de
niebla; el sol aún picaba. Cuando se encontraba a 6 kilómetros de Coheix, al
realizar un viraje, se sintió como paralizado, mientras el motor de su vehículo
daba signos de estar ahogado. Trató de acelerar, pero en vano. Su velocidad
descendió a 30 kilómetros por hora. Entonces divisó, sobre un campo vecino,
inmóvil, silencioso, sin luz ni ventanillas, un objeto alargado (o aplastado), de
un largo de doce metros, de una altura de más o menos 2’50 metros. Algunos
minutos más tarde, llegó a Coheix y contó su aventura. Los testigos dijeron
que aún temblaba. Los gendarmes, advertidos, vinieron a interrogarlo. Fueron
al lugar del suceso, pero no se halló nada anormal.
Los gendarmes le dijeron que «esas máquinas parecían sentir debilidad por
la región». Y, en efecto, el mismo día se les hizo ver que se habían producido
otros dos aterrizajes.
—En Gelles, algunas personas afirmaron haber visto una máquina, de
forma ovoidal, y de dimensiones más pequeñas, posada sobre un campo.
—En Cisternes-la-Forêt (a algunos kilómetros de Gelles y de Coheix), dos
testigos habían divisado, cerca del suelo, un objeto de la misma forma que el
de Gelles. Al aproximarse vieron cómo emprendía el vuelo rápidamente
alejándose hacia el nordeste.
QUINTA PARTE
LOS DATOS DEL PROBLEMA

La cortina desciende. Es inútil proseguir más allá del 18 de octubre el


relato cotidiano que hemos seguido a lo largo de este libro. No nos enseñaría
nada más. La lectura de los periódicos podría hacernos pensar que el número
de las observaciones sólo ha disminuido un poco. En efecto: cuando uno lee
los informes de los testimonios, uno se da cuenta que éstos describen
fenómenos conocidos, y, sobre todo, meteoritos, bólidos y globos-sonda. En
cierto sentido, el profesor Heuyer tendría razón al hablar de psicosis el 16 de
noviembre; sensible a la extraordinaria ola de las semanas precedentes, el
público se había puesto a observar el cielo con la esperanza de encontrar allí
lo que otros habían visto. No encontró allí nada de lo que buscaba; pero como
el nombre de Disco Volador estaba de moda, todo objeto insólito era
bautizado rápidamente y presentado a los periódicos bajo ese nombre. Pero
ignorancia no quiere decir locura, y el análisis del psiquiatra resulta excesivo:
los testigos, por lo general, informaron respecto a lo que habían visto, y lo que
ellos vieron es lo que presentaba más interés, a pesar del nombre atractivo que
los cubría.
Si llevamos al mapa esos pretendidos Discos Voladores, no encontramos la
menor traza de orden. Ya lo hemos visto el 18. Éste es un hecho muy
interesante, y que precisamente hace resaltar más el misterio de las semanas
precedentes al subrayar su carácter excepcional.
Sin embargo, hay algunos casos instructivos señalados hasta el 15 de
noviembre, e incluso, más allá. No se los puede probar, pues son aislados.
Pero ocurre que ellos iluminan y hacen más precisos los casos anteriores. He
aquí algunos:
Calor y electricidad. La tarde del 20 de octubre, un vehículo corría por la
nacional 393, entre Schirmeck y Saint-Quirin, en Moselle, pilotado por el
señor Jean Schoubrenner, del Sarrebourg. A un kilómetro del villorrio de
Turquenstein, en el bosque del mismo nombre, el señor Schoubrenner divisó,
de improviso, bastante lejos de él, sobre el camino, un cuerpo luminoso.
Disminuyó la velocidad y se acercó al objeto. Cuando sólo se encontraba a
unos veinte metros, se sintió como paralizado, las manos clavadas al volante.
Al mismo tiempo, el motor se detuvo, y como el coche siguiera corriendo,
debido al impulso que llevaba, la impresión se hizo más intensa, y al mismo
tiempo una sensación de creciente calor invadía el cuerpo del chófer. La
máquina emprendió el vuelo después de algunos segundos, hacia el noroeste,
y todos los síntomas desaparecieron.
Ese fenómeno de calor se produce en la misma tarde, en el departamento
del Aube, a 210 kilómetros de Turquenstein hacia el oeste.
Llovía con fuerza esa tarde en el bosque de Lusigny, no lejos de Troyes. El
señor Roger Réveillé, comerciante en madera, marchaba por una avenida
cuando oyó un fuerte ruido semejante al que produce un vuelo de palomas.
Levantó los ojos, y divisó al ras de los árboles una máquina de forma ovoidal
que podía tener más o menos seis metros de diámetro. Al mismo tiempo,
sintió un fuerte calor que se hacía cada vez más intenso, mientras el aparato
desaparecía verticalmente en algunos segundos. En el bosque, el calor era
insostenible y provocaba una espesa niebla. El fenómeno duró cerca de un
cuarto de hora antes que el señor Réveillé pudiera acercarse. Entonces
comprobó que, a pesar de la lluvia, la tierra y los árboles estaban secos como
si se encontraran a pleno sol.
He aquí un caso bien característico. El 21 de octubre (al día siguiente), un
automovilista viajaba cerca de La Rochelle por la carretera I.C. 20, cerca de
Pouzou, con su hijo de tres años, cuando sintió que todo su cuerpo se
electrizaba y producía un creciente calor. El niño, que experimentaba los
mismos síntomas, soltó el llanto, el motor se detuvo, los faros se apagaron. Al
mismo tiempo, una máquina, hasta ese momento oculta, apareció frente a
ellos, se iluminó instantáneamente, adquirió un color rojo vivo, luego pasó al
naranja, y emprendió el vuelo a gran velocidad. Luego todo volvió a ser
normal.
Citemos un último caso, que está bien comprobado, el 27 de octubre. En la
tarde de ese día, numerosos habitantes de Huby-Saint-Leu y de Bouin, cerca
de Hesdin, en el Paso de Calais, vieron una esfera muy luminosa que
sobrevolaba el bosque de Hesdin, de oeste a este. En ese momento, un
comerciante de Linzeus, aldea situada a 12 kilómetros al este del bosque,
viajaba no lejos de ella en compañía de su repartidor, cuando vieron llegar,
enfrentándolos, una luz enceguecedora que pasaba sobre ellos. Extinguió los
faros, y detuvo el motor. Si esos dos testigos fueron los únicos en haber
experimentado el fenómeno, el número de aquellos que vieron de lejos el paso
del objeto es bastante elevado, y además, se encontraban en lugares
diferentes.
Esto ocurrió el 27 de octubre. Llega noviembre, y se produce el término
definitivo de la ola. De ahí en adelante, todo vuelve al orden. Después de tres
meses de haberse desencadenado los acontecimientos, los Discos Voladores
vuelven a ser lo que eran: imprevisibles, fugitivos, imprecisos. Habrá otras
observaciones, algunas sensacionales (Orly, febrero de 1956). Pero nada
comparable a los sucesos de 1954 se producirá hasta 1957.
La ola de 1954 y el ciclo marciano. En el curso de 1953, algunos
investigadores europeos, especialmente Jimmy Guieu*, y yo mismo, fuimos
simultáneamente sorprendidos por una curiosa coincidencia: al trabajar en las
estadísticas de frecuencia, se comprobó que los períodos más altos —períodos
«cima»—, se situaban en los alrededores de las oposiciones de Marte, es
decir, cuando ese planeta se encuentra más cerca de la Tierra.
Cierto es que las estadísticas eran poco surtidas, y, en consecuencia,
inciertas. Pero al saber que Wilbert Smith, en Canadá, había llegado a las
mismas conclusiones, me arriesgué, a fines de la primavera de 1954, a
anunciar una nueva ola para el fin del verano del mismo año. El semanario
Paris-Match publicó mis suposiciones bajo una forma muy categórica, y me
dio el nombre de «el profesor Aimé Michel» (sólo he enseñado a jóvenes
bachilleres. Cierto es que en Francia los astrólogos, los callistas y los que ven
la suerte por las cartas se autotitulan «profesores»). Experimenté, entonces,
una gran sorpresa cuando en setiembre leí en los diarios de Roma, donde me
encontraba, que un alud de Discos Voladores comenzaba a desplegarse sobre
la Europa Occidental. Lo que, al comienzo, no era sino una hipótesis se
confirmaba de manera sorprendente.
Envalentonado por este éxito, creí que debía renovarla en 1956, y envié al
Saucerian Bulletin* un texto que reprodujo cierto número de diarios
norteamericanos, y donde se decía:
1.º Que las estadísticas pasadas señalaban una coincidencia de las «olas»
con las oposiciones de Marte, teniendo en cuenta una diferencia de fase de un
mes o de dos.
2.º Que la localización de las «olas» parecía indicar un desplazamiento
progresivo hacia el este (los Estados Unidos en 1952, Europa Occidental en
1954).
3.º Que en consecuencia había cierta probabilidad de que al término de
1956 se produjera una nueva ola en alguna parte de Europa oriental o en el
Medio Oriente.
Ahora bien: aunque las estadísticas anteriores siguen siendo siempre
válidas (dentro de los límites que hemos visto), la previsión fue doblemente
refutada por los sucesos de 1956-1957.
En primer lugar: no se produjo una auténtica ola en 1956. Luego: el año
1957, cuando Marte se encontraba a su máxima distancia de la Tierra, vio, a
partir del mes de abril, el desarrollo en Europa de una ola más importante que
la de 1952. También debo aceptar la refutación de mis hipótesis anteriores
hecha por el Civilian Saucer Intelligence, de Nueva York*, y su conclusión:
«Parece poco prudente, en el futuro, esperar “olas”, no importa en qué
momento.» Este chasco no debe, por lo demás, descorazonarnos para
presentar nuevas hipótesis: el conocimiento sólo progresa por el juego de las
hipótesis que son confirmadas. Lo esencial es no obstinarse en perspectivas
que carecen de futuro.
Pequeño salón del Disco Volador 1957. Justo cuando termina este estudio
(verano de 1957) una ola de observaciones se desarrolla en Europa, ola que es
la más importante desde la que se produjo en 1954. Analizarla ahora sería
prematuro, pues llevará mucho tiempo reunir los documentos después de que
haya terminado, cosa que hasta el momento no ha ocurrido. La novedad que
presenta es que la prensa casi no habla de ella: el interés del público también
ha sufrido fluctuaciones imposibles de unir a ningún ciclo. No hay, pues,
psicosis. Los testigos no sólo se ignoran entre ellos, sino que además no
suponen que no se encuentran solos. Sus informes son a menudo precisos. El
gran cigarro de las nubes ha sido observado varias veces, en Suiza, en
Francia, en Escocia. Pero, lo que es importante, el Disco Volador ha sido
descrito con precisión jamás alcanzada el 14 y el 21 de abril, antes de ser
registrado fotográficamente por un aparato astronómico el 3 de mayo.
El 14 de abril de 1957, a las 3 p.m., las señoras Garcin y Rami, de Vins
(departamento del Var) paseaban por la departamental 24, no lejos del castillo
de esa aldea, cuando un atronador bullicio metálico las hizo darse vuelta. A
algunas decenas de metros, divisaron una pequeña máquina metálica en forma
de trompo, hemisférico por debajo, cónico por arriba, que sobrevolaba
lentamente, a dos o tres metros del suelo, el cruce de la departamental 24 con
el camino de Vins. El cono inferior estaba formado por un haz de plúmulas
luminosas, multicolores y paralelas, agitadas por un rápido movimiento, y el
alboroto provenía de uno de los dos tableros indicadores del cruce, tablero
que vibraba intensamente, como si hubiese una concordancia entre el
movimiento de las plúmulas y el del tablero.
Las dos mujeres gritaron, aterrorizadas. A unos trescientos metros de allí,
sobre la colina próxima, otro testigo, el señor Boglio, oyó los gritos.
Creyendo que se trataba de un accidente automovilístico, corrió hacia el cruce
y divisó también la máquina, a la cual describió en términos idénticos.
En ese momento, el objeto, que había descendido a ras del suelo, dio una
especie de salto y sobrevoló un segundo tablero indicador, el cual comenzó
también a vibrar, produciendo el mismo ruido metálico. Prosiguió su vuelo en
silencio, recorrió unos 200 metros, se acercó una vez más al suelo, tal vez
para tocarlo, detúvose algunos segundos, dio un segundo salto, aceleró y
desapareció hacia el sudeste a una velocidad moderada.
Hubo algunas investigaciones: en primer lugar, la que realizó la
gendarmería, la cual consignó todos los detalles, y concluyó diciendo que se
trataba del paso de una máquina experimental lanzada desde una de las bases
militares de la región (los gendarmes son muy optimistas al pensar que esas
máquinas pertenecen al ejército). Una segunda investigación fue llevada a
cabo por Jimmy Guieu, que pertenece a la comisión de investigación privada
Ouranos*. Guieu comprobó, e hizo comprobar a los gendarmes, que los dos
tableros estaban magnetizados de manera anormal: la aguja de la brújula se
desviaba en 15 grados, a 5 centímetros de distancia, mientras que, en las
mismas condiciones, un tercer tablero, más alejado, no producía ninguna
desviación. Comprobó, igualmente, que una compuerta del canal de riego
situada cerca del segundo lugar en el cual el objeto se había acercado estaba
también magnetizada*.
Una última investigación fue realizada por un corresponsal de mi
colaborador Raymond Veillith, el cual confirmó lo anterior.
La otra observación data del 21 de abril (la noche de Pascua de
Resurrección, una semana más tarde). El objeto fue observado durante tres
cuartos de hora, de la 1’45 p.m. a las 2’30. Transcribo el informe de Raymond
Veillith:
—Condiciones atmosféricas: excelentes. Cielo muy claro, con algunas
nubes. La luna se encontraba en su último cuarto menguante (ninguna
relación con el fenómeno observado, ni en la dirección ni en la descripción).
—Número de objetos divisados: uno, que parecía dividirse en dos, estando
los dos objetos superpuestos.
—Posición del objeto: en el cielo, hacia el este; aproximación discontinua.
—Testigos: las señoras Gilbert Ausserre y Rolande Prévost, de Montluçon.
—Descripción: aspecto de medusa*: la parte superior, hemisférica, de un
color amarillo dorado (los testigos evocan el color y la luminosidad del sol),
la parte inferior estaba constituida por filamentos verticales luminosos, que
eran ora verdes, ora violetas. El objeto tenía una gran intensidad luminosa: al
observarlo de manera prolongada enceguecía los ojos y fatigaba la vista. Su
superficie angular, al comienzo pequeña, alcanzaba en su máximo al tamaño
de la luna llena o al del sol.
El objeto permaneció visible durante cinco minutos; luego se apagó y se
hizo totalmente invisible. Durante esos períodos luminosos, parecía estar
rigurosamente inmóvil. Luego que se apagó, permaneció invisible durante
cinco minutos; luego reapareció un poco más cerca y un poco a la derecha, y
permaneció inmóvil otros cinco minutos. Esa maniobra volvió a comenzar
cinco veces. Cuando se apagó por última vez, ésta fue definitiva; los testigos
no vieron ni llegar ni partir al objeto. No se observó nunca el menor
movimiento. Cuando solía reaparecer, en ciertas ocasiones, el objeto
presentaba, en lugar del aspecto de «medusa», un desdoblamiento vertical.
De todas las observaciones del «Disco medusa», sobre las cuales se
informó ese día, ésta es la más completa, la más precisa y la más reveladora.
1.º Hay que hacer notar, y al mismo tiempo hay que subrayar claramente,
que esta descripción no corresponde a nada que tuviera en el pensamiento el
público de Francia. Jamás ese objeto, tantas veces observado en 1954 (ver,
por ejemplo, para el 3 de octubre solamente, los casos de Liévin, Rue,
Marcoing, Armentières, Milly, Champigny, Corbigny, Montbéliard), habría
alcanzado la menor notoriedad. En el pensamiento del público, un Disco es
un disco. En vano buscaremos en la prensa, no sólo en 1954, incluso en 1957,
la menor descripción, la menor frase que subraye esa insólita apariencia tan
bien descrita aquí: apenas, en medio de rarísimos sueltos de periódicos, una
palabra que señale «Los hilos que penden bajo el Disco».
Este aspecto jamás ha sido descrito como un hecho digno de ser tomado en
cuenta. En el pensamiento del público francés, en el mes de junio de 1957, el
«Disco medusa» no ha nacido aún.
2.º Y, mientras tanto, la descripción de los dos testigos de Montluçon arroja
una fulgurante luz sobre un número inmenso de observaciones anteriores,
cuyos detalles eran conocidos apenas por los investigadores, los cuales,
además, no le dieron ninguna importancia. Por primera vez, se nos muestra de
manera irrecusable la identidad del objeto desdoblado con el objeto medusa.
3.º La cercanía de Montluçon con Vins es algo también muy revelador. No
sólo sabemos ahora que el objeto medusa puede no aparecer bajo el aspecto
medusa y desdoblarse, sino que ya está, en fin, confirmado que ese objeto es
capaz de crear campos magnéticos cíclicos (rotativos, o interrumpidos, o, en
todo caso, puede variar rápidamente) de una formidable intensidad. Esta
confirmación (definitiva, pienso) proviene, no sólo de los remanentes
magnéticos sino del ruido de chatarra y de las vibraciones de los tableros
indicadores que los testigos de Vins vieron y oyeron al mismo tiempo. Es una
observación de capital importancia, que aclara y reúne en un solo haz
innumerables observaciones anteriores.
Los Discos Voladores y el magnetismo. En efecto, parece que todo lo que
sabemos hasta ahora de los Discos Voladores permite plantear una serie de
preguntas que, una después de la otra, convergen hacia una respuesta común.
Estas preguntas son las siguientes:
—¿Conoce nuestra tecnología un medio de provocar en el cuerpo humano,
sin tocarlo, corrientes inducidas? (Innumerables informes de testigos dicen
haber sido «electrizados», «paralizados por una corriente eléctrica», etc.)
—¿Conoce nuestra tecnología un medio de calentar, sin tocarlo, un cuerpo
conductor mediante la creación en ese cuerpo de corrientes inducidas?
(Árboles quemados, raíces calcinadas, bosque seco bajo la lluvia, testigos que
se sienten electrizados y «calentados», etc.)
—¿Conoce nuestra tecnología un medio de crear en el circuito de ignición
de un motor de explosión, poderosas corrientes secundarias que ahogan en el
caos la precisa sincronización de las chispas de las bujías (motores que se
detienen)?
—¿Conoce nuestra tecnología un medio de agitar a distancia objetos de
hierro y de acero (observación de Vins)?
A todas estas preguntas, la respuesta es: sí. Para obtener todos esos efectos,
basta con crear, en la proximidad de los objetos conductores a los cuales se
apunta, un campo magnético bastante poderoso y que varíe muy rápidamente.
Todos esos testimonios que hablan de cosas aparentemente muy diferentes
—«rayo» paralizador, motores que se detienen, árboles calcinados, ruidos de
chatarra, etc.—, describen en el hecho múltiples efectos posibles de un
fenómeno único. Sólo, tal vez, hasta los famosos hilos de la Virgen, ya lo
hemos visto, no había ninguna posibilidad de que se los explicara de esa
manera. Pero en este caso, reconozcámoslo, sólo se trata de una hipótesis, y
en cambio todos los otros efectos descritos pertenecen, sin duda, a corrientes
de Foucault más o menos intensas. Lo que se puede objetar es que si nosotros
tratamos de reproducir todos esos efectos con nuestros medios, no sabríamos
limitarlos a los fenómenos que presentamos en este libro. Se comprobaría
también, y de manera importante, anomalías en la radiofonía, en la televisión,
y, más generalmente, en todos los circuitos eléctricos de distribución, del
teléfono, de los dispositivos de alarma, etc. Pero, ¿es cierto que tales
anomalías no se producen sin que haya habido cercanía? He aquí un nuevo
tipo de investigación. Por ejemplo, a veces ocurren cosas muy curiosas en un
circuito de distribución. Los ingenieros lo saben muy bien. Ciertas fallas,
ciertas caídas de la tensión, ciertas desapariciones de corrientes son
inexplicables*. Jacques Bergier, que me dio esta idea, la refutó
inmediatamente diciendo que si los Discos Voladores propagaban tales
sacudidas magnéticas, todas las radios de Europa habrían sufrido
perturbaciones en 1954. ¿Aunque ninguna radio europea tenga la longitud de
onda requerida? ¿Y qué frecuencia sería necesaria para sacudir un tablero
indicador y para que su movimiento sea visible? Una frecuencia muy baja,
pues el ruido de «chatarra» lo confirma: más allá de algunas decenas de
vibraciones por segundo, el «ruido» se transforma en «sonido». A cien
vibraciones por segundo, se produce una longitud de onda de 3.000
kilómetros. Pero admitamos que las radios hayan sido perturbadas. ¿Cuánto
tiempo habría durado esta perturbación? Ningún testimonio que señale los
efectos de los cuales hablamos, alcanza a más de unas cuantas decenas de
segundos al máximo. ¿Se produjeron tales perturbaciones? He allí otro tema
que se debe investigar.
A propósito de la duración de los efectos indicados por los testigos,
señalemos que, si se acepta la interpretación que implica sus relatos (la de una
máquina real), esos campos magnéticos modulados no deben ser entendidos
como un medio de propulsión sino más bien como un medio de defensa. En
efecto: estos efectos parecen no tener ninguna relación con el movimiento del
fenómeno: se los señala tanto alrededor de objetos inmóviles o posados en el
suelo como en la proximidad de máquinas que se encuentran en movimiento.
A veces (por ejemplo en el caso de Quarouble), el efecto aparece bruscamente
sin ningún otro cambio en el comportamiento del objeto; la causa de su
aparición parece sólo estar relacionada con la cercanía del testigo. Y
reconozcamos que ese medio de defensa es eficaz, pues no se conoce ningún
medio de transformar el cuerpo humano en un no-conductor, y la inmensa
mayoría de las máquinas que emplea el hombre, o bien son eléctricas, o bien
llevan un dispositivo eléctrico de ignición*.
Así, pues, como lo hemos visto, las observaciones de 1957 nos enseñan
muchísimas cosas. Pero, se dirá, ¿no resulta aventurado sacar todas estas
conclusiones de la cercanía de sólo dos casos, que comprenden en total cinco
testigos?
Cierto: es verdad que no hubo más que tres testigos en Vins y dos testigos
en Montluçon, y esas cinco personas pueden equivocarse. Pero hay un sexto
testigo que vio un objeto idéntico al de Montluçon (y en consecuencia al de
Vins), y ese testigo es indiscutible: es el analizador de trayectorias del señor
Roger Rigollet.
Las fotos del 3 de mayo. El señor Rigollet, agregado de investigaciones en
el Centro Nacional de Investigación Científica, está especializado en el
estudio de los meteoritos. Ha perfeccionado aparatos adaptados para esa
investigación, y he aquí una descripción sumaria de uno de ellos.
Frente a una cámara fotográfica*, coloca un diafragma que gira y que
interrumpe el haz 8 veces cada segundo. El conjunto está inmóvil y apuntando
al cielo. Las estrellas, en su movimiento diurno, describen, pues, sobre la
placa huellas cuyas interrupciones, muy apretadas, no son visibles. Por el
contrario, el paso rápido de una estrella fugaz produce una huella puntuada.
La distancia entre los puntos da la velocidad angular de la estrella fugaz.
Varios de estos instrumentos están instalados en Forcalquier y en Saint-
Auban, no lejos del Observatorio de la Haute Provence.
La tarde del 3 de mayo de 1957, bajo condiciones atmosféricas favorables,
el señor Rigollet puso dos de estos aparatos en marcha, y se fue a acostar,
dejando a sus máquinas la tarea de velar en un cielo provenzal muy puro.
Al día siguiente retiró las placas y las clasificó para realizar posteriormente
un examen de ellas. Cuando comenzó a estudiarlas, comprobó, sobre una de
las dos placas, dos pequeñas manchas blancas. Al comienzo creyó que se
trataba de un defecto de la emulsión. Esta suposición se hacía más creíble
debido a que las mismas manchas se hallaron al examinar otra placa, la cual
precisamente le fue entregada, pegada contra la primera, emulsión contra
emulsión.
Dos grandes granos de polvo, u otro cuerpo extraño, habían podido ser
cogidos entre las dos placas, provocando así el doble efecto. Para su
tranquilidad de conciencia el señor Rigollet decidió controlarlas. Era cosa
fácil hacerlo: le bastaba con superponer las dos placas para ver si las manchas
coincidían. Sorpresa. Estaba completamente equivocado.
Las dos manchas correspondían, pues, a objetos luminosos reales, que
realmente habían brillado en el cielo e impresionaron la emulsión. Bastaba,
entonces, aplicar a esas huellas los principios habituales del análisis para
obtener sus coordenadas.
De esta manera se probó que la primera de esas dos imágenes había
registrado la presencia de un objeto inmóvil en el cielo, a las 22’38 p.m., y la
segunda la de un objeto muy idéntico, un poco más de tres minutos más tarde,
a las 22’41 p.m.
Al examinar con la lupa una de las dos imágenes se reveló, además, que en
cierto momento hubo una especie de desdoblamiento vertical, como en
Montluçon.
¿Qué eran los dos objetos fotografiados en Forcalquier? El señor Rigollet
no se pronuncia. Quizá, supone, las dos manchas fueron producidas por
máquinas teledirigidas. Pero, según informes que se obtuvieron, no se
hicieron ensayos con esas máquinas durante la noche del 3 de mayo sobre
Provenza. Y lo más que se puede decir es esto: 19 días después de Vins, 12
días después del caso de Montluçon, dos aparatos astronómicos automáticos
que funcionaban separadamente y sin intervención humana, registraron la
súbita aparición de un objeto luminoso que permaneció un momento inmóvil,
se desdobló verticalmente y se apagó. Tres minutos más tarde, el mismo
objeto (o un objeto idéntico) apareció de la misma manera algunos grados
más lejos, y desapareció definitivamente extinguiéndose.
BALANCE

Contrariamente a todo eso que ocurrió antes en el mismo terreno, los


sucesos del otoño de 1954 permiten trazar un balance a la vez positivo,
controlable y exento de toda subjetividad. Se los puede discutir pieza por
pieza, sin sentirse obligado a creer nada. Dicho de otra manera, por primera
vez el método histórico, fundado sobre la apreciación de los testimonios, cede
el lugar al método científico, que consiste en establecer los informes exactos
entre hechos accesibles directamente al investigador. He aquí esos informes y
esos hechos reducidos a lo esencial.
Primer hecho controlable. Hacia fines del verano de 1954, la prensa de
Europa Occidental y principalmente la prensa francesa, informó con cada vez
mayor frecuencia acerca de «observaciones» que se referían a hechos
conocidos como «Discos Voladores» por los «testigos». Esos testigos,
¿mienten? ¿Inventaron esos hechos? ¿Se equivocaron? Toca a los
historiadores decidirlo. Para nosotros, esas preguntas tienen una respuesta
incierta y no nos interesan. No las retendremos. Sólo retendremos un solo
hecho: la existencia de los relatos en los periódicos y las revistas. ¿Existen
esos relatos? He aquí la única pregunta que nos interesa. Para responder a
ella, basta con consultar los documentos de la época citados en la bibliografía.
Segundo hecho controlable. El número de esos relatos va aumentando día
a día hasta el 1 de octubre. Desde esa fecha en adelante, hasta el 15 de
octubre, se produce el máximo de observaciones. Luego su número comienza
a decrecer rápidamente. Hacia fines del mes de noviembre, el número de los
relatos publicados por los periódicos vuelve a recuperar, lo que podíamos
llamar su cadencia normal, tomando en cuenta el aspecto habitual de los
diarios.
Tercer hecho controlable. Los relatos describen un cierto número de
fenómenos, siempre los mismos. Recordémoslos brevemente:
a) Un fenómeno de aspecto nebuloso de vastas dimensiones, de forma
alargada, luminoso durante la noche, vertical al detenerse, que se inclina al
partir, que permanece inclinado durante su movimiento, que emite u
«absorbe» a veces uno o varios objetos de dimensiones más o menos
restringidas descritas en el párrafo siguiente.
b) Un objeto de pequeñas dimensiones, al cual los testigos más próximos
describen como circular, hemisférico por arriba, que cambia de aspecto por
abajo. Durante la noche y en vuelo, el objeto es, por lo general, luminoso; por
arriba, rojizo, naranja o dorado; por debajo susceptible de emitir colores
verdes, blancos, rojos, violetas, ora en forma separada, ora al mismo tiempo;
los testigos que dicen haber estado más próximos declaran que, en este último
caso (emisión simultánea de varios colores), las fuentes luminosas son como
plúmulas verticales que penden bajo el objeto y que son de colores diferentes.
Las plúmulas aparecían, desaparecían, cambiaban entre ellas sus colores y
daban así la impresión de girar (por ejemplo, el 3 de octubre, en Armentières,
Château-Chinon, Montbéliard). En el lugar de las plúmulas, bajo el objeto
principal, aparecía, a veces, un objeto más pequeño, muy luminoso,
susceptible de alejarse verticalmente del objeto superior (por ejemplo, el 3 de
octubre, en Marcoing, Liévin, Ablain-Saint-Nazaire, Milly, Champigny).
c) Un objeto de las mismas dimensiones que el precedente y de la misma
forma (por la parte superior), pero que no presenta, por debajo, ninguno de los
fenómenos descritos más arriba. A menudo este objeto es divisado en el suelo.
Entonces es o luminoso y de color rojizo, o naranja o de color dorado, u
oscuro, y está frecuentemente asociado al objeto descrito en el párrafo
siguiente.
d) Un ser que posee las apariencias de la vida, de más o menos 1’10 metros
de estatura, al cual se le describe como cubierto por una escafandra de color
claro, o, tal vez, traslúcida (Chabeuil), ancho de cuerpo, que «marcha»
balanceándose o a saltos. Los testigos dicen haber visto a ese ser a través de la
escafandra, y hablan de una tez oscura, cuya «cabeza» es baja y ancha. Éstos
dicen haber visto, asociado a este ser —o al objeto descrito en el párrafo
anterior, o a los dos—, a otro ser, de talla y aspecto humano.
¿Vieron los testigos lo que realmente dicen haber visto? ¿Lo soñaron o lo
inventaron? Dejemos que los historiadores respondan a estas preguntas. Pero,
¿se encuentra en la prensa, los libros, etc., los relatos de los testigos? He aquí
todo lo que nos interesa. Y aquí también la bibliografía de la época basta para
satisfacernos.
Cuarto hecho controlable. Los testigos asocian a menudo a los diversos
objetos descritos anteriormente cierto número de fenómenos que son siempre
los mismos: detención de motores, extinción de faros, electrización y parálisis
del cuerpo humano, calentamiento de objetos, el cual puede producir hasta la
desecación de cuerpos mojados y la calcinación de materias orgánicas:
bosque, hojas, hierba, etc., estrépito y magnetización de objetos metálicos. De
todo esto sólo nos quedaremos con la relación que hace la prensa. ¿Existe esta
relación o no existe en la bibliografía? He aquí lo que nos interesa.
Quinto hecho controlable. Los testigos atribuyen a los objetos que se
encuentran en el aire cierto número de comportamientos característicos que
son siempre los mismos. Helos aquí:
a) Detención en el mismo lugar.
b) Movimiento en línea recta.
c) Llegada en línea recta, cambio de dirección, partida en línea recta. En
ese caso, el cambio de dirección se acompaña, casi siempre, en los relatos, de
una maniobra descrita de la misma manera: súbita disminución de la
velocidad, detención, descenso en zigzag o en hoja muerta, aceleración rápida
y partida en la nueva dirección*.
Sexto hecho controlable. Localizadas sobre un mapa de Europa a la escala
millonésima, escogida de tal manera que las líneas rectas del mapa
correspondan tan exactamente como sea posible a las líneas ortoténicas, o a
los grandes círculos terrestres, las observaciones diarias, sobre las cuales
informa la prensa desde el comienzo de los sucesos hasta el 10 de octubre, se
disponen, primero, sobre una recta, luego sobre dos, luego sobre un número
creciente de rectas hasta que se forman verdaderas redes cotidianas durante el
máximo período. El mapa que corresponde mejor a la definición es el mapa
con proyección cónica Lambert o Borne (secante: 45 y 49 grados). Se lo
encuentra fácilmente en el comercio; se trata del mapa Michelin núm. 989.
Para realizar el trabajo de localización, se puede utilizar un diccionario de las
localidades y los mapas Michelin al 1/200.000, números 51 al 87.
El punteo sobre el mapa de todas las observaciones, y su análisis hasta el
20 de octubre señala:
a) Que la casi totalidad de los casos se alinea hasta el 10 de octubre.
b) Que, a partir (aproximadamente) de esa fecha, el número de casos que
no se alinean aumentan de día en día.
c) Que la descripción de casos que no se alinean revela objetos conocidos
(globo-sonda italiano, otros globos-sonda, estrellas fugaces, etc.), llamados
siempre «Discos Voladores».
d) Que en las redes aparece siempre un centro principal o gran estrella.
e) Que el fenómeno señalado sobre las grandes estrellas es siempre el gran
cigarro vertical; y que, inversamente, la presencia en un punto del gran
cigarro vertical detenido permite siempre prever la localización de la gran
estrella en ese punto.
f) Que la maniobra en hoja muerta con cambio de dirección siempre se
encuentra sobre una intersección de dos líneas o pequeña estrella; pero que no
ocurre siempre al revés: hay intersecciones donde no se señala ningún cambio
de dirección.
g) Que las direcciones de movimiento señaladas corresponden casi siempre
a una línea ortoténica que pasa por el lugar.
h) Que en el caso de observaciones en el aire, si los testigos que están en el
suelo no se encuentran sobre la línea ortoténica, siempre localizan el paso del
objeto en la dirección de esa línea.
i) Que las observaciones mejor alineadas son las hechas en el suelo.
j) Que cada línea recta no corresponde forzosamente a una sola trayectoria:
las observaciones no se suceden generalmente a lo largo de la línea en el
orden cronológico; en los casos en que el orden cronológico ha sido
respetado, se trata, con frecuencia, de distancias cortas (ver, por ejemplo, el
14 de octubre, la serie Poligny, Saint-Germain-du-Bois, Saint-Romain-sous-
Gourdon, etc.).
k) Que el fenómeno de alineación es efímero y no sobrepasa, salvo por
excepción, las 24 horas; la discontinuidad parece situarse durante el curso de
la segunda mitad de la noche; en ciertos casos, señalados precisamente en ese
momento «crítico», pueden pertenecer a dos sistemas cotidianos
consecutivos: por ejemplo, Foussignargues, durante la noche del 26 al 27 de
setiembre.
Sólo por excepción se alinean las observaciones de días que se siguen: así
ocurre en el caso de Tulles (24 de setiembre), Mansle (única observación del
25), y de Foussignargues (noche del 26 al 27). También ocurre en Vichy (24),
Lanta (punto aislado del 27) y Froncles (27); Vichy (24), Chabeuil (26) y
Lemps (27); Ussel (24), Langeac (24) y Sauzet (punto aislado del 27). Hay
allí un enigma suplementario.
Todo esto es absolutamente verídico, salvo naturalmente que haya un error
de mi parte. Pero por primera vez en un estudio sobre los Discos Voladores,
los errores eventuales se encuentran entregados a un control integral y
público. Cualquier espíritu curioso puede rehacer el trabajo que yo hice, y
buscar a su regalado gusto.
Espero que este control se realice algún día. Séame permitido decir que
siempre he esperado que se haga. Todas las localizaciones sobre el mapa,
todos los cálculos de alineación fueron hechos dos veces. La primera vez,
encontré cuatro errores; la segunda, uno, debidos, la mayor parte, a los
homónimos. Me parece inevitable que haya otros. Es un trabajo de equipo
realizar miles de manipulaciones sobre centenares de mapas. Tuve que
hacerlo a solas. Que aquellos para los cuales la refutación de un trabajo
consiste en hallar un error aquí o allá y, como consecuencia, tratan al autor de
imbécil, ignorante o mentiroso, se pongan, pues, a trabajar con optimismo:
tendrán la oportunidad de no salir decepcionados. Que cuando estimen
haberme dado el golpe de gracia, se sigan preguntando si verdaderamente
redujeron todas esas alineaciones del otoño de 1954 a la nada, y si,
demostrada la ignominia del autor, lo esencial del misterio no subsiste en toda
su integridad. Pues de eso se trata, antes que de calcular la competencia o la
buena fe de un autor. Probar que en un cuadro hay faltas y errores técnicos es
una cosa. Probar que no representa nada es otra cosa. En este caso, sólo puede
haber dos refutaciones de la ortotenia: consisten en mostrar, en la primera,
que no hay alineaciones, y en la segunda, que si las hubo, no significan nada.
El misterio de la ortotenia. Mientras tanto, todo sucede como si una
fantasmagoría geométrica se hubiera apoderado de los cerebros de la Europa
Occidental durante los meses de setiembre y octubre de 1954, y hubiera
desarrollado, a lo largo de las semanas, bajo las apariencias de la locura, leyes
de un misterioso rigor.
Cierto es que hubo centenares de miles de testigos. De esto emana una
observación que todo el mundo pudo hacer en Francia tan pronto terminó la
crisis; es decir, cada uno conocía uno a varios testigos, o bien había visto
algo. Si calculamos entre 100 y 1.000, término medio, el número de personas
conocidas por un individuo, esto da, sólo para Francia, por lo menos 40.000 y
hasta 400.000 testigos. Y no sólo en Francia; las hubo en Italia del Norte,
Suiza, Austria, Alemania del Sur, Bélgica, a veces Inglaterra, y España.
¿Qué se esconde tras esa fantasmagoría? A menos que encontremos una
explicación de epistemología pura (no existe o no significa nada) sólo
podemos elegir entre dos interpretaciones:
1.ª Se trata de un fenómeno psicológico. Es una idea fascinante, y digna de
inspirar a la ciencia-ficción: centenares de miles de individuos caen juntos en
estado de delirio, y esos centenares de delirios, totalmente insensatos si se los
toma por separado, se organizan colectivamente según leyes geométricas (las
alineaciones y las redes), cronológicas (el ciclo cotidiano) y lógicas
(reducción de todos los delirios a un número restringido de fenómenos o
espectáculos perfectamente ajustados entre ellos). Las analogías no faltan en
la naturaleza para que el espíritu esté preparado a examinar una hipótesis que
en apariencia es burlesca. Por ejemplo: el desorden de la agitación molecular
se organiza estadísticamente según las leyes de la termodinámica. Y es una
ley general del universo que no existe otra ley que la estadística.
La verdadera debilidad de esta hipótesis no es su inverosimilitud (la verdad
no es jamás inverosímil): es que sólo explica los fenómenos psicológicos.
Deja intacto el misterio de las fotos astronómicas.
2.ª Esa fantasmagoría es un fenómeno real. Luego los Discos Voladores
existen. Una tecnología de eficacia y virtuosidad prodigiosas maniobró en
1954 en el cielo y sobre el suelo de Europa Occidental, y realizó allí un plan
cuyo fin, origen, motivos, no conocemos. Según la palabra del escritor Michel
C…, que fue testigo del paso de un objeto en el cielo de París, «cada uno de
esos pequeños puntos fugitivos en el cielo contenía quizá más conocimiento,
poder y espíritu que todo el que ha existido en la historia de nuestro planeta»;
pero esta perturbadora presencia sobre nuestras cabezas, y, a veces, sobre el
suelo, tan cerca de nosotros; pasa tan discretamente que no supimos nada de
ella, y aun nos interrogamos sobre su realidad. ¿Se imagina el encuentro de
Erastótenes o Arquímedes con Einstein, y el asombro de esos grandes
espíritus de la Antigüedad al recorrer, de un solo vuelo, más de veinte siglos
de esfuerzos espirituales? Si la máquina de Wells hubiera dejado a Einstein en
esa época, y ellos lo hubieran sabido, ¿no habrían dado la vuelta al mundo de
rodillas para encontrarlo?
Ahora bien: algo extraordinario ocurrió entre nosotros hace algunos años
—o sucede ahora todos los días—, y ese suceso sólo dejó huellas
imperceptibles. Hay algo en eso de inimaginable y de escandaloso, tan
inimaginable y escandaloso que ninguna prueba parece resistirlo.
Pero, en fin —exclamaba un astrónomo francés*, al cual le mostré las
redes de octubre de 1954—, si «ellos» existen y si vienen hasta nosotros, ¿qué
vienen a hacer? ¿Para qué recorrer inmensas distancias si se esconden a
nuestros ojos? ¿Para qué observar furtivamente sabe Dios qué cosa, y partir
sin dejar el menor signo? Un día pondremos nuestros pies sobre Venus y
Marte. ¡Con qué furor buscaremos al marciano, si existe! De otra manera,
¿para qué hacer el viaje?
—Quizá —le dije— sea muy diferente a nosotros, tan diferente como un
perro. ¿Qué contacto intelectual tenemos con los perros?
—Bien, entonces, ¡haremos ladrar al marciano! Aunque sólo sea eso, la
experiencia sería apasionante. Pero el comportamiento de esos seres, si es
cierto que vienen hasta aquí, debe ser considerado como el más inquietante
enigma que este universo haya jamás ofrecido. Allí se encuentra,
probablemente, el índice de un abismo intelectual o biológico que, hasta ahora
en nuestra experiencia, jamás hemos siquiera entrevisto.
En efecto. Y yo pensaba, al escuchar a este astrónomo, en la caverna de
Platón y en las siluetas que sus prisioneros ven pasar sobre el muro. Fugitiva,
una sombra ha atravesado la prisión de nuestra tierra. Nos preguntamos si
hemos soñado, y quizá lo hemos soñado. Pero los pensamientos que esa
sombra —o ese sueño— hizo nacer en nosotros, no los podemos borrar.
Porque se les ha hablado de los Discos Voladores, y aunque no crean en ellos,
los hombres del siglo XX despiertan a ideas nuevas. Algo de ellos ha
cambiado, y ese cambio es definitivo. Forma parte del porvenir.
SEXTA PARTE
SOMBRA Y SILENCIO

Pomponius Mela y el Venusiano. Ciertos capiteles romanos, ciertos


pórticos de las catedrales de los siglos XII y XIII muestran extraños personajes:
hombres sin cabeza, cuyo torso desnudo lleva dos ojos a guisa de senos y una
boca en lugar del ombligo; hombres de cabeza de perro que evocan a los
dioses egipcios; hombres de grandes orejas que parecen listas a emprender el
vuelo como el elefante bebé de Walt Disney; hombres de una sola pierna, y
otros seres: la imaginación, para citar una palabra de Pascal, antes se cansará
la imaginación de concebir que la escultura medieval de producir. Y los guías,
a menudo ignorantes, muestran a los turistas que esos monstruos eran
probablemente diablos o pecadores castigados, tal como los concebían los
ingenuos e ignorantes escultores de la época.
¿Es que esos escultores eran ignorantes? No. Al mismo tiempo eran
sorprendentes eruditos. Lo habían leído todo. ¡Y Dios sabe cómo se escribía
en la Edad Media, y el amor que se tenía por las obras grandiosas, como esas
Sumas inmensas de Alejandro de Hales, Alberto el Grande, Guillermo de
Ockham, Santo Tomás de Aquino! Pero, entonces, ¿de dónde venían esos
monstruos? Simplemente de la geografía de la Antigüedad. No eran ni
diablos; ni condenados, sino hombres: de esa manera, en efecto, los últimos
geógrafos romanos, como el compilador Pomponius Mela, habían descrito a
los hombres de comarcas lejanas: África, al sur del Sahara; India, más allá del
Ganges, etc. Pero esos geógrafos, ¿de dónde sacaban seres tan barrocos? De
los viajeros. De aquéllos que iban a conocer esas comarcas lejanas, o que, al
menos, decían que habían ido allí. ¿Y cómo reprochar a los geógrafos por
haberles creído? ¿De quién fiarse sino sólo de esos únicos y supuestos
testigos?
Los escultores de las catedrales habían leído, pues, a Pomponius Mela y a
algunos otros. Y al querer representar la inmensa multitud de hombres que
esperaban aún la predicación del Evangelio, encontraron en los geógrafos el
material para sus concepciones.
Y luego, en los siglos XV y XVI, como se extendiera el uso de la brújula, se
dio la vuelta a África, se viajó a la India, China, Japón. Se descubrió un
mundo nuevo. Y los cuentos de Pomponius Mela cayeron en el ridículo.
La misma historia se reprodujo desde 1947. Después del encuentro
histórico de Kenneth Arnold cerca del Monte Rainier, todos se pusieron a
hablar, otra vez, de otros mundos. Y una vez más, personas que se creían
astutas se sintieron orgullosas de describir a sus habitantes: eran hermosos, de
tipo nórdico, rubios, altos, de ojos azules, y, sobre todo, «venusianos». Y
pronto vino la puja en la subasta. Unos habían ido hasta la casa de esos
hermosos extranjeros. Otros visitaron e incluso condujeron sus máquinas. Y,
además, terminó por decir alguien, «vea usted, yo, el que le habla, ¡soy uno de
ellos! ¿O me había tomado usted por un terrestre cualquiera? Nada de eso.
Vengo de Venus».
Desde entonces se multiplicaron, vendieron ediciones en rústica, y, «bajo
el sigilo del secreto», cobraron buenas sumas de dinero. Y todo esto terminó
como debía terminar: prisión por estafa para algunos, y para los otros la
desbandada y la huida a México.
Es una historia a la vez triste y cómica, y convendría ponerle un punto
final y definitivo. Cierto es que es imposible probar que no haya habido jamás
contacto entre los hombres y seres de otros mundos, por la simple razón de
que no se puede probar jamás la inexistencia de cualquier cosa. La
inexistencia de Júpiter y del loco jamás ha sido y no será jamás demostrada.
Por el contrario, es fácil probar que todos los contactos que, se afirma, se han
producido y se han publicado hasta ahora sólo son una estupenda y estúpida
estafa. Esa demostración se resume en una sola frase: si alguien hubiera
entrado en contacto intelectual con seres superiores a los hombres, la prueba
de ese contacto sería, para él, un juego de niños. Ahora bien: todos esos
pretendidos contact-men trataron de probar lo que decían, y sus pruebas no
probaron nada; todo era una engañosa pretensión.
Supongan ustedes que viene alguien y les dice: «Encontré una montaña de
diamantes; tengo diamantes en todos los bolsillos: he aquí las pruebas.» ¿Qué
pruebas esperarían ustedes? Que broten, sin duda, del bolsillo, un puñado de
diamantes. Y, en efecto, eso es lo que haría inmediatamente si la montaña
fuese real y si quisiera mostrarla sin que se le refutara. Pero nuestro hombre
saca de su bolsillo fotos y más fotos, testimonios de otros testigos tan
inciertos como él, y un discurso sobre la vanidad de las riquezas de este
mundo. Usted le hará notar que no importa lo que haga con tales fotos, con
algunos cartones pintados o utensilios de cocina; que esos otros testigos
deberían también tener los bolsillos llenos de diamantes, y que, en lo que a la
vanidad de las riquezas de este mundo se refiere y a los buenos consejos que
nos da, está de acuerdo con él; pero, en fin, que usted no le pregunta nada,
que es él el que le habla de esa montaña de diamantes, y que usted está
dispuesto a creerlo a poco que le muestre uno o dos de esos maravillosos
diamantes que llenan sus bolsillos. Nuestro hombre se siente molesto, hurga
en sus bolsillos y saca fotos, otros testimonios, y concluye diciendo que si
usted no está dispuesto a creerlo a pesar de esas pruebas tan buenas que le
presenta, es que no vale gran cosa. Y entonces suelta contra usted la jauría de
los fanáticos que creen en la montaña sin haberla visto jamás*.
Pero basta de fábulas. ¿Está usted, señor, relacionado con los pilotos de los
Discos Voladores? Muy bien. Nadie mejor que usted sabe cuánta ciencia
representa su venida hasta aquí. Ya que usted los conoce tan bien, díganos
algo de esa ciencia. Enséñenos algo que no sepamos: el remedio del cáncer, la
demostración del teorema de Fermat, la solución a las últimas ecuaciones de
Einstein, cualquier cosa. No sólo usted no sabe nada de nada, no sólo sus
elucubraciones muestran una ignorancia enorme de la vulgar y pequeña
ciencia humana (y quien puede lo más, puede lo menos) sino que, y esto es el
colmo, esas elucubraciones están en contradicción con lo poco que se sabe de
los Discos Voladores. Usted ha subido a esas máquinas sin fijarse en lo que
todo el mundo ha visto, aunque sea de lejos: las plúmulas multicolores, el
desdoblamiento vertical, los modos de propagación, etc. Sus adeptos dicen
que todo eso no les interesa, que ustedes desean sólo el bien de los hombres,
que usted es un espíritu religioso. Pero no se miente para el bien de los
hombres; y si usted desea fundar una religión, hay un medio mucho más
simple que encontrarse con los Venusianos: es hacerse clavar en la cruz y
resucitar al tercer día.
Lo mejor atraviesa lo malo. El más mínimo contacto intelectual con seres
que están tan encima de nosotros como para recorrer ya los espacios siderales
—o sólo los espacios planetarios— habría hecho saltar en mil pedazos los
fundamentos de nuestra cultura, de nuestra moral, de nuestras religiones, así
como la llegada de los hombres a una isla poblada únicamente de animales y
de vegetales destruiría en pocos años el equilibrio vital engendrado por los
milenios de evolución concurrente de las especies. Si tal cosa se hubiera
producido, la humanidad y toda la tierra se hallarían en un estado de caos del
cual ninguna catástrofe histórica nos podría dar ni siquiera una idea. Y ese
hecho —creo— no habría pasado inadvertido.
El contacto de dos culturas humanas, de diferentes niveles, sobre nuestra
Tierra, desemboca regularmente en el mismo resultado: el desmoronamiento y
la rápida muerte de la cultura menos evolucionada. Y esto, aunque no exista
la menor hostilidad. Es una ley constante de la sociología. Y los ejemplos que
la señalan se encuentran apenas abrimos los ojos ante lo que ocurre hasta en
nuestros países civilizados. Tanto en América como en Inglaterra y en
Francia, la radio y la televisión han destruido el folklore: ¿con qué objeto un
auténtico pastor de Nevada o de Queyras compondría hoy canciones, cuando
diariamente está embrutecido por las canciones que profesionales, los cuales
poseen todos los artificios, les meten en las orejas a través de una técnica
superior a la suya? Ni se le ocurre la idea de oponer sus ingenuas creaciones a
tales medios. Cierto es que la radio y la televisión nos muestran a veces
pastores compositores: pero sus atavíos circunstanciales no engañan a nadie.
Al mismo tiempo, los curanderos de aldeas desaparecen poco a poco frente
a la medicina; los viejos coches ante los nuevos, las viejas ideas frente a ideas
nuevas. Es el progreso concurrente, carácter constante de la vida, ya sea
vegetal, animal o espiritual. Cuando el istmo de Panamá salió del mar,
formando un puente entre las dos Américas, las especies que vivían en el
norte y en el sur se pusieron en contacto. Las especies del norte eran más
evolucionadas. Fue la catástrofe en el sur, donde una multitud de especies
desaparecieron al derrumbarse el equilibrio vital establecido durante decenas
de millones de años de evolución.
Supongamos que la humanidad haya entrado en contacto con seres de una
cultura superior a la nuestra en miles de años (y no existe ninguna razón para
hablar de miles en vez de de millones) tanto sobre nuestra cultura y nuestro
grado de evolución. Y supongamos que esos seres hipotéticos, guiados por
una moralidad muy alta se hayan abstenido, en lo que a nosotros se refiere, de
todo aquello que nosotros no habríamos dejado de hacer en su lugar. ¿Qué
habría ocurrido? Fácil es ver que todos los móviles de acción, todos los
impulsos del progreso humano habrían desaparecido de un solo golpe sin
esperanzas de que resucitaran, en ciencia, en moral, en religión.
1.º ¿Cuál es el motor primero de la ciencia? La curiosidad. Cierto es que
una «conversación» con un ser inmensamente más instruido que nosotros en
los secretos de la naturaleza (si es que tal conversación pudiera establecerse,
lo cual no es nada seguro) sería, al comienzo, apasionante. Respondería a
nuestras preguntas como un padre a un niño. Pero, ¿en qué terminaría tal
«conversación»? Sabemos que, en ciencia, cada respuesta a una pregunta
revela veinte, cien preguntas más embarazosas que la primera. El más
infatigable de los sabios, después de haber planteado por millonésima vez la
pregunta: «¿Y después?», terminaría por perder el equilibrio, y el vértigo y el
desorden sucederían al entusiasmo. Pues no hay un solo sabio en el mundo
que no sepa ahora que no existe el último secreto de la naturaleza: siempre se
puede ir más lejos, y todo misterio que se resuelve descubre otro misterio más
grande.
Toda la vida de la ciencia se encuentra en la investigación. Pero, ¿qué
ocurriría con la investigación el día en que se sepa que basta con interrogar
para saber? La ciencia humana, por admirable que sea, quedaría interrumpida
en su impulso, vacía de sustancia, y reducida a una patética curiosidad
folklórica, como las especulaciones de Arquímedes sobre el número de los
granos de arena y las gotas del mar, como los cálculos de Hiparco o de
Tolomeo sobre las esferas planetarias. Todo eso era admirable en su tiempo, y
digno aún de admiración por el tremendo espíritu que demostraban y desde el
punto de vista de la historia, pero todo eso está muerto y jamás resucitará. Y
que se me entienda bien: no se trata aquí de decir que una ciencia superior
pueda probar la «falsedad» de la nuestra. Esa creencia, acariciada como un
desquite, por muchos disquistas o aficionados a los falsos milagros, es pura
ilusión: la ciencia no hace más que prolongarse a sí misma. Pero ella puede
prolongarse indefinidamente, y esa certidumbre, que es exaltante cuando se
imagina un porvenir puramente planetario de la humanidad, llega a
transformarse en terrorífica cuando se imagina las confrontaciones
intersiderales, pues ella nos obliga a prever las prolongaciones que excedan
en mucho las posibilidades de asimilación de una vida humana y que
trasformarían a nuestros más profundos y enciclopédicos genios en niños de
ocho años frente al pizarrón de Albert Einstein.
Podemos suponer, con un poco de optimismo, que la humanidad llegará a
cubrir ese retraso al precio de algunos siglos de esfuerzo. Pero el progreso
está en constante aceleración, y es una ley universal comprobada en la
evolución de la vida después de tres millares de millones de años, y también
en la historia humana, que corona provisoriamente esta evolución. Esta
hipotética ciencia superior habría, pues, evolucionado más rápido aún durante
los siglos del aprendizaje humano, de manera que su superioridad sobre
nosotros habría aumentado durante ese lapso. Podemos comprobarlo en los
informes actuales de las grandes naciones y entre ellas: el desplazamiento de
su evolución técnica respectiva, lejos de disminuir con el tiempo, aumenta
cada año. Los Estados Unidos y la Unión Soviética están cada vez más en la
delantera, y las naciones más atrasadas, a pesar de sus constantes progresos,
se encuentran cada vez más distanciadas.
2.º Desde el punto de vista de la moral, frente a una moral superior, todo
sería aún más catastrófico, y esto no en vano parece una paradoja. No se trata
aquí de discutir los fundamentos metafísicos de la moral, sino simplemente de
entender las realidades biológicas e históricas indiscutibles.
Biológicas: La paleontología, ciencia que trata de los seres que nos han
precedido sobre la tierra desde el origen de la vida, muestra que esos seres son
cada vez más perfeccionados y poseen un psiquismo cada vez más elevado a
medida que pasan los treinta millones de siglos de historia de la vida terrestre;
que ese progreso constante está acompañado por una selección sistemática
que asegura el reemplazo del débil por el fuerte y del menos dotado por el
más dotado. El Homo sapiens (es decir, nosotros) no se produce, de un
extremo al otro del planeta, sin que se suplanten las especies humanas
anteriores menos dotadas (Neanderthal, Grimaldi, etc.). Nosotros reprobamos
esta exterminación, pero nosotros estamos en el mundo y nuestra moral existe
por la exterminación ininterrumpida del menos dotado, desde los orígenes de
la vida. Si nuestros antepasados no hubieran suplantado esas humanidades
inferiores, cuyos rostros de animal nos muestran los manuales de prehistoria,
jamás habría visto la luz del día la moral que inspira nuestra piedad por su
desaparición. Seguiríamos siendo caníbales y lobos entre los lobos*. Este es
uno de los trágicos misterios de la vida, la cual sólo parece ir hacia el bien a
través del mal*.
Por desgracia parece que esta ley de la paleontología se prolonga en la
historia humana. Todos los progresos materiales, culturales y técnicos de la
Antigüedad fueron adquiridos al precio de la esclavitud, condenada, sin
embargo, por espíritus como Platón. Todos los progresos modernos de la
democracia y de la libertad están jalonados de guerras y de revoluciones que
la democracia reprueba, pero que está obligada a realizar, al precio, sabe Dios,
de cuánta sangre y lágrimas contra las supervivencias del pasado. A Francia le
costó dos mil años de guerra para conquistar su actual douceur de vivre.
Todos los pueblos dotados de vitalidad tienen una oscura conciencia de esa
ley, que traducen por lugares comunes como éstos: «La vida es una lucha»,
«Audaces fortuna juvat», «Struggle for life», etc.
¿Podría intervenir una moral superior en ese proceso, que parece evidente,
de la vida terrestre? Basta con echar una ojeada sobre algunos aspectos de
nuestra presente lucha para suponerlo. Es un hecho imposible de negar que
una de las formas esenciales del progreso es, hoy día, la manumisión cada vez
más extendida de la humanidad sobre otros seres vivientes, animales y
vegetales. ¿Estamos seguros que una moral superior aprobaría la
transformación cotidiana de millones de animales en latas de conservas, de
bosques enteros en papel y en productos diversos, y en general el total
desprecio mostrado por los hombres frente a todo psiquismo no humano, bajo
el pretexto de que es infrahumano? ¿Qué hombre piensa en la suma de
sufrimientos cotidianos que representa un matadero? Este problema parece
ridículo. ¿Cómo quiere usted, me dirán, que el hombre subsista si no come, si
no se viste? Y justamente ése es el drama. En el punto actual de su tecnología,
el hombre sigue siendo tributario de las antiguas leyes de la vida, la cual
sacrifica al débil en beneficio del fuerte. Debemos matar o morir. En mil o
diez mil años, tal vez estaremos liberados de esa servidumbre. Pero para
llegar a ese lugar, debemos sobrevivir y hacer lo que hacemos para sobrevivir.
Cuando hayamos atravesado ese foso de sangre, sin duda nuestros
descendientes pensarán en los mataderos de la Villette y de Chicago con el
mismo horror que nos inspira la esclavitud de la Antigüedad, que es la que ha
hecho lo que somos. Una cantidad infinita de sufrimientos separa aún la vida
terrestre de su plenitud moral, y pues deseamos esa plenitud, provocamos ese
sufrimiento. Aquí también para llegar al bien debemos pasar por el mal. Y si
algo —o alguien— interrumpiera bruscamente nuestra lucha en nombre de
una moral cuyas condiciones no existen sobre nuestro planeta, eso significaría
el fin de la humanidad.
3.º En fin, la misma explosión total se produciría sobre el plano religioso.
Basta con ver cuántas religiones han evolucionado después de tres mil años
para medir las consecuencias de un contacto con un psiquismo adelantado a
nosotros en algunos milenios. ¿Qué subsistiría de nuestras religiones
actuales? Sólo Dios lo sabe.
Podemos entrever, pues, el caos que se produciría frente a un contacto
intersideral. Si ese contacto se hubiera producido, lo sabríamos. Sin tomar en
cuenta que sólo hemos enfrentado la hipótesis de un contacto con seres
adelantados a nosotros sobre una línea de evolución parecida. Esta hipótesis,
la más simple de todas, es también la más improbable. Se puede probar que
ella es de una simplicidad imposible, y que la realidad es más misteriosa aún.
Llegamos ahora al umbral de ideas más desconcertantes aún y que
debemos examinar.
Sombra y silencio. Los más recientes descubrimientos de la astronomía
hacen pensar que, contrariamente a opiniones anteriores, son millares de
millones, y hasta millares de millares de millones los planetas más o menos
parecidos a la Tierra, y que están sembrados como el polvo en la inmensidad
del espacio sideral. Por otra parte, las más recientes teorías sobre el origen y
la evolución de la vida nos enseñan que ésta aparece y evoluciona hacia el
espíritu, por así decirlo, automáticamente cuando las condiciones de su
aparición existen. Para citar una expresión de Teilhard de Chardin, la vida es
una «derivación» tan esencial para el «tejido cósmico» como todas las otras
propiedades de la materia descubiertas de manera uniforme en los
laboratorios terrestres y en las más lejanas galaxias. La vida, y el espíritu que
es su culminación, estarían sembrados a través del infinito del espacio con la
misma profusión que la propia materia.
Ahora bien, quinientos mil años después de su aparición, el hombre se
apresta ya a invadir el espacio interplanetario. Hay, pues, que deducir, ya que
el espíritu (representado en su cima sobre la Tierra por el hombre) es la
culminación automática de la vida, que todos los sistemas evolutivos más
avanzados que el hombre ya han realizado esa invasión en miles de puntos
del cielo. ¿Qué mundos nuevos habremos conquistado o visitado en cien mil
años? Pero un número inmenso de «civilizaciones» ya han alcanzado y
sobrepasado en otros mundos ese punto inimaginable en el cual nos
encontraremos entonces. Por esta razón, el problema esencial —a propósito
de los Discos Voladores— no es saber si ellos existen, pues parece cierto que
el espíritu creador de vehículos espaciales no es un privilegio terrestre, sino
saber si ellos han visitado nuestro planeta, si se los ha visto. Y para decirlo
mejor, el misterio es que, si se los ha visto, se les haya divisado tan pocas
veces. El espacio debería bullir con máquinas como el mar bulle de navíos. La
soledad (al menos aparente) de la especie humana en el espacio, esa que
espantaba a Pascal —«el silencio eterno de esos espacios infinitos me
aterra»—, es tal vez el más inquietante de todos los enigmas planteados a
nuestro espíritu.
Si tratamos de examinar todas las explicaciones posibles de este enigma,
sólo podemos elegir entre las hipótesis que presento en este orden:
1.ª La vida terrestre es realmente la única vida del universo.
2.ª De todas las vidas siderales, la vida terrestre es la única que ha
evolucionado hasta el espíritu.
3.ª De todas las vidas que han evolucionado hasta el espíritu, no hay
ninguna que haya sobrepasado a la humanidad como para invadir antes que
ella el espacio sideral.
4.ª La invasión del espacio sideral está limitada a un radio de acción
inferior a la distancia que nos separa del más cercano sistema biológico
extraterrestre.
5.ª En el curso de los viajes siderales, el contacto entre especies de origen
diferente es imposible.
6.ª Ese contacto, aunque posible, ha sido sistemática y provisoriamente
evitado.
7.ª Es secreto.
8.ª Es invisible, lo cual, ya lo veremos, es muy diferente a que sea secreto.
—La primera hipótesis (soledad absoluta de la vida terrestre, la cual sería
un fenómeno sin otro ejemplo de un extremo al otro del cielo) parece ya
desmentida por los hechos, pues casi todos los astrónomos están hoy de
acuerdo para reconocer sobre Marte la presencia, muy probable, de una forma
al menos elemental de vida. El astrónomo francés Audoin Dollfus ha
demostrado que las regiones sombrías visibles en la superficie del planeta
están recubiertas de gránulos opacos de origen —es muy probable—
orgánico, y que tienen las mismas propiedades ópticas que ciertas algas
microscópicas terrestres poseen. Más recientemente, en 1956, el astrónomo
norteamericano, William Sinton, de la universidad de Harvard, ha revelado en
el espectro infrarrojo de Marte, en la longitud de onda de 3’45 micrones, la
banda de la unión química CH, característica exclusiva de todas las moléculas
orgánicas terrestres, y en particular de la de los vegetales*.
Hay, pues, vida elemental sobre Marte. Pero, ¿subsiste la vida sin
evolucionar? Sobre la Tierra, las especies que no evolucionan (las llamadas
pancrónicas) constituyen una excepción…
—La segunda hipótesis (soledad absoluta, no de la vida, sino del espíritu)
es incontrolable. Lo más que puede decirse es que su marcha antropocéntrica
no es menos satisfactoria. Hasta el presente, todos los progresos de la ciencia
han señalado un retroceso de las concepciones antropocéntricas. No vemos
por qué no ocurrirá lo mismo en el porvenir. Pero, ¿quién puede decirlo?
—La tercera hipótesis (ninguna vida sideral ha sobrepasado el estado
actual de la humanidad) puede entenderse de dos maneras: o suponemos que
la humanidad terrestre está en la vanguardia extrema de la evolución sideral y
los otros sistemas biológicos se encuentran atrasados en relación a nosotros
(hipótesis incontrolable, y, como hemos dicho anteriormente,
antropocéntrica), o —lo cual es una aterradora suposición— la vida no puede
jamás, y de ninguna manera, ir más lejos que el hombre, y que el hombre del
siglo XX.
Esto viene a afirmar que la culminación automática de toda evolución es el
apocalipsis y el derrumbamiento total, tres mil años después de la aparición
de la ciencia. La ascensión de la vida, luego del espíritu, luego de la ciencia
estaría, así, limitada en lo alto por un dintel infranqueable, y el hecho de que
estemos ensayando nuestras primeras tentativas astronáuticas nos advierte que
estamos, precisamente, sobre ese umbral apocalíptico, ya que todo en esa
hipótesis debería derrumbarse antes del éxito de la aventura astronáutica. He
aquí dónde nos conduce una idea como ésta: nos conduce a la idea de que el
progreso llevaría en sí mismo el germen de su propia destrucción. La vida
subiría tan alto sólo para suicidarse. Éste es un sueño de un grandioso
pesimismo, y para apreciarlo no disponemos más que de vagas ideas morales.
—Sobre la cuarta hipótesis (imposibilidad o limitación de la aventura
astronáutica), la ciencia actual no arroja ninguna luz. Para la mayor parte de
los sabios, la conquista del espacio por seres organizados estaría eternamente
limitada a las fronteras de cada sistema solar, pues —dicen ellos— las
estrellas están muy alejadas las unas de las otras como para permitir a
cualquier tecnología ir de una estrella a la otra. Es cierto: a) que la teoría de la
Relatividad prueba que se necesitaría una energía infinita —luego, irrealizable
— para comunicar a un cuerpo cualquiera una velocidad de 300.000
kilómetros por segundo; b) que a razón de 100.000 kilómetros por segundo
«sólo», de ida y vuelta del sol a la estrella más cercana tardaría un cuarto de
siglo; c) y que, en consecuencia, tales empresas exceden la duración de una
vida humana*.
Lo que sorprende en esta manera de ver las cosas, es la enorme cantidad de
los problemas que ella supone como resueltos. Cierto es que la Relatividad es
una adquisición definitiva de la ciencia. Pero, ¿en nombre de qué podemos
afirmar que ella tiene la última palabra? Lo mismo que la Relatividad ha
reducido las teorías newtonianas a un caso particular, ¿no podemos prever que
sistemas más generales englobarán un día la Relatividad en un conjunto más
vasto, haciendo posibles fenómenos tan inconcebibles en el marco de la
Relatividad como los fenómenos relativistas son inconcebibles en el marco
newtoniano? Un día —ésa es la fe del sabio— los fenómenos de la vida y los
del espíritu, por ejemplo, estarán unidos al mismo sistema de explicación que
los de la Física. Y como lo muestra Langevin en su admirable prólogo a la
Evolution humaine*, esa suprema conquista de la ciencia no se producirá sin
un trastorno.
Por otra parte, ¿qué se sabe sobre los límites temporales de la vida? Para lo
efímero, que vive algunos días, veinticinco años es la eternidad. Para la
secoya, que vive docenas de siglos, es poco. ¿Qué sabemos de los límites
temporales de otros sistemas organizados? Nada.
Y llegamos a las cuatro últimas hipótesis, las más interesantes.
¿Es imposible el contacto? Se trata aquí, por supuesto, del contacto
intelectual. Si suponemos que un objeto existe físicamente, esto significa, por
definición que de alguna manera es percibido por nuestros sentidos o por
nuestros instrumentos. De otro modo, no existiría físicamente.
A primera vista, la imposibilidad de un contacto intelectual entre seres
dotados de inteligencia parece una paradoja.
«He oído más de cien veces decir: que los marcianos bajen a nuestra
Tierra, que se muestren. Aprenderemos su lenguaje, o ellos el nuestro. Si no
hablan, nos podemos escribir. Helene Adams Keller era ciega, sorda, muda, a
la edad de 19 meses. Eso no impidió a Anna Sullivan que entrara en relación
con la conciencia interior de Helen Keller, que estaba aprisionada en las
tinieblas y en el silencio. Y Helen Keller llegó a ser un ser humano abierto a
todas las sutilezas de ese mundo del cual estaba separada. ¿Por qué sería
diferente de un ser extraterrestre?»
¿Por qué? Simplemente porque Helen Keller era un ser humano, de un
nivel psíquico humano.
Existe, o ha existido, sobre la tierra una infinidad de niveles psíquicos,
desde la bacteria (o como dice Teilhard de Chardin, desde la partícula) hasta
el hombre. Hay un nivel humano, un nivel de chimpancé, un nivel de
ruiseñor, un nivel de la trucha, y así sucesivamente hasta la nada o lo ínfimo.
En la jungla o en el bosque, donde todos los animales viven en libertad
según las leyes del equilibrio vital, los cazadores y los naturalistas saben muy
bien que existe un continuo intercambio de informaciones entre animales de
la misma especie y también entre las especies. Cuántas veces, en la montaña
he oído el silbido estridente de la marmota que advierte a sus comadres de mi
llegada, ¡es decir, del peligro! Y muy a menudo, una manada de gamuzas fue
también advertida por ese mismo silbido y huyeron inmediatamente. O
sucedía a la inversa. O bien se trataba de un pájaro que daba la señal, que
recogía la marmota y también la gamuza.
Pero he aquí la primera intervención de un «nivel»: yo imito el grito de la
marmota, ella se equivoca, me responde, y si no me ve, entabla una suerte de
«conversación». Pero, ¿qué puedo decir yo a una marmota? Sin duda, sólo
«ideas» de marmota: «peligro», o bien: «soy un macho», etc. Aunque
profundizara ese lenguaje de marmota jamás llegaría a teñirlo, para mi gentil
interlocutora, de otros mensajes salvo los que se encuentran a su nivel. No se
puede explicar en lenguaje de marmota el teorema de Pitágoras. Por el
contrario, podría, hasta el límite, conocer integralmente las «ideas» de su
nivel. Es, por lo demás, lo que hacen los naturalistas.
—¿Por qué esos marcianos no nos hablan? —me dijo un día el entomólogo
Jacques Lecomte*.
—¿Por qué no ha entrado usted jamás en contacto intelectual con las
vacas? —le repliqué, creyendo que lo pondría en un aprieto.
—Sepa usted —me dijo— que eso es algo hecho: bajo la condición de que
uno se dé el trabajo de aprender, un hombre puede decir a una vaca
exactamente todo lo que una vaca puede decir a otra vaca. El naturalista
austríaco Konrad Lorenz habla tan bien a las ocas salvajes, que es capaz de
dirigir su vuelo tan dócilmente como un suboficial dirige a sus reclutas: las
hace correr, volar, posarse, etc.
—¿Un vuelo de ocas no amaestradas, a las cuales no había visto nunca
antes?
—Que nunca había visto antes.
—Pero —insistía yo— las ocas son vertebrados, nuestros primos de alguna
manera. Lorenz procede mediante el parentesco.
—Falso: se trata de una ley general. Otro naturalista es capaz de cortejar a
un caracol, de hacerle requiebros.
—¿Y tiene éxito?
—Por supuesto —dijo Jacques Lecomte—. Podemos entrar en relación con
todos los seres vivientes, a su nivel, bajo la condición de que ese nivel sea
inferior al nuestro. O más bien que el nuestro puede asimilar el nivel de ellos.
—Entonces, si esos señores de los Discos, suponiendo que ellos existan,
nos «hablaran», ¿deberían poder hacerlo?
—No he dicho eso. ¿Qué prueba que ellos puedan asimilar nuestro nivel
humano? El aspecto asimilativo del psiquismo terrestre, el cual hace que el
nivel humano asimile el nivel del mono, el del pez, el del batracio, etc., se
explica, quizá, por el hecho de que nosotros procedemos todos de una misma
evolución, que para ser hombres tuvimos que ser antropoides, para ser
antropoides algo como los lemures, y así sucesivamente desde la bacteria. El
cuerpo del hombre resume todo el pasado de la vida terrestre, y el espíritu del
hombre resume todo el pasado psíquico de esa vida. Pero tanto el uno como el
otro agregaron al pasado algo que hace que seamos más que la suma de todo
aquello. Podemos ponernos al nivel de todo eso por cual nuestra ascendencia
ha pasado desde el origen de la vida terrestre. Pero, ¿cuál será el psiquismo de
un ser que proceda de otra línea evolutiva? Nada sabemos. Sin embargo, me
sentiría tentado de creer en una especie de universalidad de los niveles
psíquicos. En todos los mundos, tal vez se pasa por el nivel humano.
—¿Y después de ese nivel? ¿Más allá?
—Después… ¿Quién puede saberlo?
De esta conversación, y de muchas otras, como de la lectura de las más
recientes obras sobre el psiquismo animal y humano*, se puede extraer
verosímilmente la opinión analógica de que un psiquismo superior al nuestro
debería poder entrar en contacto con nosotros a nuestro nivel. Pero, ¿qué
pensar del movimiento inverso? ¿Puede el hombre creer que penetrará un
psiquismo superior al suyo, si se produjera la ocasión? En este punto, el
razonamiento por analogía invita a responder negativamente. La abeja no
discierne que ella produce su miel para el hombre, pues la colmena es el
producto de una industria que la abeja no puede discernir, y no distingue una
colmena hecha por el hombre de una que ella misma ha fabricado. Así
también un perro no distingue el pilar de una catedral de cualquier piedra, y la
catedral de cualquier caverna, pues la diferencia entre esas cosas se establece
a un nivel psíquico que le es inaccesible. Y si se le hace la reserva del
misterio del amor, el perro no «comprende» en nosotros lo que hay en
nosotros de perro.
Si así ocurriera en nuestras relaciones con seres de un psiquismo superior
al nuestro, no distinguiríamos, en su comportamiento, salvo realidades que
estén a nuestro nivel. Por ejemplo, las líneas geométricas. Pero lo
incomprensible en ellos tendría esto de particular: que sería indefinible en
lenguaje humano. Aquí nos encontramos en el umbral del vértigo. No
vayamos más lejos por ahora.
¿Se ha evitado el contacto? Es la sexta hipótesis. Desde el punto de vista
de la moral humana, podemos imaginar un móvil de esta hipotética
abstención: es el conocimiento que tendrían esos seres de las catástrofes que
se engendran por el contacto, cosa que hemos visto anteriormente.
¿Es secreto el contacto? Por definición, no podemos saber nada.
¿Es real el contacto, aunque invisible? Última hipótesis, la más fascinante
de todas. Pues a esa pregunta estamos obligados a responder: no es imposible
tal contacto. Si, en efecto, el contacto entre ellos y nosotros se establece a su
nivel, y no al nivel nuestro, seguirá siendo, hagamos lo que hagamos,
indiscernible ante nuestros ojos. De nuevo el razonamiento por analogía nos
permite formarnos una idea de esta cosa inconcebible. La mayor parte de
nuestras relaciones con las bestias son rigurosa y definitivamente
indiscernibles para ellas. Las ovejas no sabrán jamás que se las cuida para
poder utilizar su lana y para comérselas. Sólo ven la esquila y el matadero, y
no pueden, de ningun manera, prever ninguna de las dos cosas, pues ese
género de previsión no puede existir en el psiquismo de una oveja. Los perros
no saben, y no pueden saber, que se les pondrá una inyección cuando sean
viejos, pues ellos no pueden saber lo que es envejecer, o concebir la idea de la
edad. Todos los «conocimientos» que se encierran en los ladridos y balidos se
detienen en millones de lugares de tales concepciones. Nosotros dirigimos a
nuestras bestias sobre todo por nuestro sentido del tiempo, cosa que ellas no
poseen. Ellas podrán vivir con nosotros hasta el fin de los tiempos sin que
jamás sospechen que su destino se pone en juego en regiones que ellas no
pueden distinguir, aunque sus ojos jamás hayan dejado de verlas.
Y dejemos bien en claro esto: hace algunos millones de años, nuestra
propia ascendencia de hombres, los propios ancestros de Platón, de Newton,
de Einstein, estaban exactamente en el mismo punto que los perros y las
ovejas. ¿Dónde se encontrará ella —esta descendencia, para el momento
humano— en algunos millones de años? ¿Hay un límite superior en la
ascensión del psiquismo? ¿Por qué lo creeremos, y por qué creeremos, si esa
cima existe, que la hemos alcanzado?
De ahí, entonces, que la respuesta a la pregunta: «¿por qué no hay
visitantes del espacio?», es, tal vez, de una prodigiosa simplicidad: no los hay
porque, aunque lo ven nuestros ojos, nuestro espíritu no puede verlos. Su
ausencia podría ser sólo aparente. El ratón que roe nuestros libros viejos ve
físicamente, con sus ojos, todo lo que vemos. Ve, pero no puede percibirlo. La
forma de las letras se proyecta en el fondo de su retina, pero jamás podrá
leerlas. Del espectáculo humano sólo ve lo que es ratón, y tal vez pensará que
este libro es mejor que los de mi adversario y amigo, Jacques Bergier. En
verdad, si los ratones han visto y roído la mayor parte de la literatura
universal, jamás han comprendido uno solo de sus libros, pues lo que hace
que un libro sea un libro estará para siempre fuera de su alcance. Algún día,
un sabio escribirá una memoria en la cual probará que es necesario exterminar
a todos los ratones, e indicará un medio de hacerlo apoyándose sobre un
botón. Luego se irá a acostar. Un ratón vendrá entonces, subirá al escritorio
del sabio, husmeará la memoria, la saboreará, hallará que tiene mal gusto y se
marchará para buscar otra cosa que roer. Tres días después, los ratones ya no
existirán. Tal vez ocurre así con nuestra visión del universo: percibimos todo
aquello que, en el espectáculo diario que nos ofrece el mundo, proviene de un
nivel psíquico igual o inferior al nuestro. Y si algún ser sideral de un
psiquismo suprahumano visita nuestro cielo, no podremos comprender su
actividad y analizar sus móviles, tal como un ratón no puede leer memorias
científicas. Descubrir las alineaciones —es decir, apariencias qué están de
acuerdo con el alimento habitual de nuestro espíritu en su nivel de asimilación
— es, quizá, hacer lo que hace el ratón, que no reconoce en un libro salvo lo
que está a su nivel, esto es, si resulta agradable o no resulta agradable de
roer…
¿Podemos llevar más lejos aún estos razonamientos por analogía? Sí, sin
duda, bajo la condición de recordar los límites de este género de
razonamiento; el cual, en ningún caso, puede promover una certidumbre. La
extrapolación analógica es algo muy aventurado, es la más aventurada de
todas, y hasta nueva orden Los ratones y los hombres no será sino una obra de
teatro.
Pero, en fin: sí es cierto que la ciencia del futuro no convertirá en
certidumbre salvo una, sobre mil, de nuestras hipótesis de hoy, a la inversa,
todas nuestras certidumbres actuales han comenzado por ser hipótesis. Las
más ciertas realidades fueron, al comienzo, sueños: no rehusemos, pues,
soñar, sin olvidar lo que soñamos. Y he aquí, en preguntas y respuestas, un
sueño que nuestros conocimientos actuales hacen verosímil:
—La biología, ¿nos permite creer que a todo fenómeno llamado
«psíquico» corresponde un fenómeno físico bien determinado? Dicho de otra
manera, ¿nos permite la biología creer que a todo pensamiento humano, por
fugitivo que él sea, sutil y abstracto, corresponde una modificación del
encéfalo (influjo nervioso, movimiento en serie o paralelo de neuronas,
ínfimos fenómenos químicos o eléctricos, etc.)? Sí, la biología nos permite
creer eso. Y aún más: no existe ningún sabio que suponga lo contrario. Ésa es,
pudiéramos decir, una certidumbre de la ciencia.
—Nuestra tecnología actual, ¿nos permite esperar que todo fenómeno
físico podrá un día u otro ser estudiado y analizado experimentalmente? Sí. Es
aún el artículo de fe número 1 de todos los sabios del mundo.
De estas dos preguntas, y de sus respuestas, debemos deducir que un día
será posible, gracias a los progresos de la ciencia, registrar experimentalmente
todas las variaciones que acompañan al pensamiento, por abstracto, sutil y
fugitivo que él sea. No es una certeza, sino, en fin, una ley muy razonable. En
todo caso, si nunca sucede eso, bastará con tener un poco de paciencia para
descifrar en los registros experimentales toda clase de pensamiento y recoger
toda información contenida en ese pensamiento.
Supongamos ahora que una tecnología que disponga de tales posibilidades
viaje por el espacio sideral: ¿cómo entraría ella en contacto con el
pensamiento de un planeta nuevo? La ciencia-ficción lo imagina muy bien:
¡un ejército de «registradores del pensamiento» llega a ese planeta, recorre, a
lo largo y a lo ancho, cierto perímetro escogido, y recoge —arrebaña— en un
abrir y cerrar de ojos, o en algunos meses, todo el pensamiento que se
encuentra en ese perímetro! ¿Con qué objeto los animadores de esa fantástica
cosecha entrarían en contacto, por ejemplo, con los hombres? ¿Para qué?
Estaríamos ante sus máquinas tan desnudos como un creyente ante su Dios.
Nos conocerán mejor que lo que nosotros nos conocemos, pues en vano
perseguiremos, durante toda nuestra vida, el sueño de saber lo que somos o lo
que se mueve en lo más profundo del ser al cual más amamos, que es al cual
mejor conocemos.
Mientras escribo estas líneas, la noche cae sobre París. Tal vez todo esto no
es real, no es cierto, pero estos sueños no son algo frívolo: miro con respeto
ese cielo que esconde innumerables secretos donde tal vez el porvenir acogerá
a nuestra especie, y las estrellas que comienzan a titilar sobre los techos de la
ciudad.
Puntos titilantes que, a veces, una nube borra, ¿qué valen para nuestros
ojos? Pero para nuestra soledad, bien vale que las miremos.
BREVE NOTA SOBRE LA TEORÍA DEL CAPITÁN PLANTIER

Varias veces hemos aludido en este libro a esta ingeniosa teoría. He aquí
un breve resumen de ella.
Cuando se encontraba en Indochina, Plantier se preguntó a qué se parecería
una máquina que funcionara por simple manipulación del campo
gravitacional. Profundizando esta hipótesis, llegó a una descripción que es
exactamente la que hacen los testigos que dicen haber visto Discos Voladores.
Ahora bien: Plantier, en esa época, ¡jamás había oído hablar de esas
máquinas!
La experiencia diaria nos enseña que todo objeto privado de su punto de
apoyo cae hacia el centro de la Tierra: es la manzana de Newton. Se llama
gravitación a esa fuerza que hace caer la manzana. Supongamos que, gracias a
algún descubrimiento, cuya posibilidad apenas podemos ver por ahora, se
llega a dominar esa fuerza, a anularla, a dirigirla, a multiplicarla mediante la
voluntad. ¿Qué ocurriría?
1.º Bastaría con dirigir esa fuerza hacia arriba y hacerla más intensa que la
atracción terrestre para que un objeto que estuviera allí colocado volara, o
más exactamente cayera hacia arriba.
2.º En lugar de caer hacia arriba, se podría, orientando la fuerza, obtener
una «caída» en cualquier dirección.
3.º El aire que rodea al objeto, arrebatado en el campo de fuerza, seguiría
al objeto en su trayectoria. El objeto no rozaría el aire. Por este motivo, ni se
produciría un calentamiento, ni ruido (la bala del fusil silba porque roza el
aire), ni el ban-bang transónico. He aquí cómo se explicaría el silencio de las
descabelladas maniobras que se atribuyen a los Discos Voladores y su
resistencia térmica aparentemente ilimitada.
Más aún: los ocupantes de la máquina, arrastrados, llevados también por el
campo de fuerza, caen con él: Así, pues, ni son aplastados ni maltratados por
las partidas, detenciones y bruscos virajes.
La teoría del capitán Plantier explica también las nubes que se forman, a
veces, alrededor o sobre esas máquinas inmóviles. En la práctica, ella explica
todo. Por supuesto, no está al abrigo de objeciones de orden científico. Se le
puede reprochar, sobre todo, que no toma en cuenta el principio de la igualdad
de la acción y de la reacción. Los curiosos lectores que deseen saber cómo
Plantier discute esas objeciones leerán con provecho su libro La propulsion
des Soucoupes Volantes (Mame, editor, París).
BIBLIOGRAFÍA

Los testimonios de los cuales emanan las disposiciones ortoténicas pueden


hallarse en los siguientes documentos:
A. Diarios parisinos: 1.º Libération, Combat, Le Figaro, L’Aurore, Le
Parisien libéré, Franc-Tireur, L’Humanité (periódico de la mañana). Los más
precisos son L’Humanité, Libération, Le Parisien libéré.
2.º France-Soir, Paris-Presse, La Croix (diario de la tarde. No se debe
olvidar que la fecha de estos últimos aparece con un día de adelanto).
B. Diarios de provincias: Nord-Eclair, La Voix du Nord, Paris-Normandie,
Le Havre libre, Ouest-France, Le Courrier de l’Ouest, Sud-Ouest, La
Nouvelle République de Bordeaux, Le Midi libre, La Dépêche du Midi, Le
Populaire du Centre, Le Provençal, Nice-Matin, Le Dauphiné libéré, Le
Progrès de Lyon, Le Berry républicain, Le Haute-Marnais républicain, La
Bourgogne républicaine, y, por lo general todos los periódicos locales. Las
fechas dadas son casi siempre exactas, lo cual no ocurre, generalmente, con
los diarios de París, que se informaron más tarde.
C. Obras: 1.ª Black-out sur les Soucoupes Volantes, por Jimmy Guieu,
ediciones del Fleuve Noir, París, 1956. Investigaciones a menudo avanzadas,
suma considerable de documentos, fechas a veces inciertas (en ese tiempo, no
se podía prever la importancia de todo eso).
2.ª Alert dans le Ciel, por Charles Garreau, ediciones del Grand Damier.
Investigaciones muy escrupulosas. El autor no es responsable de las
informaciones dudosas.
3.ª Report on UFO’s, por el capitán Ruppelt, Gollanez, editor, Londres.
Ruppelt, que dirigió, durante varios años, la Comisión Oficial de
Investigación de la Fuerza Aérea norteamericana, informa sobre esos trabajos
en este libro, el cual es, de lejos, el mejor que se haya escrito en inglés sobre
este problema.
4.ª Le Livre des Damnés, por Charles Fort, ediciones de los Deux Rives,
París, 1955. El norteamericano Charles Fort es el más grande precursor en lo
que se refiere a fenómenos no explicados. Desde el comienzo de este siglo,
describió, con la más grande precisión, el objeto que se haría famoso,
cincuenta años más tarde, bajo el nombre de Disco Volador.
D. Revista especializada: Ouranos, órgano de la Comisión Internacional
de investigación Ouranos (C.I.E.O.), 27, rue Actitud prudente. Etienne-Dolet,
Bondy (S.-et-M.). Excelentes investigaciones.
SÍMBOLOS EMPLEADOS
PARA LOS MAPAS
MAPAS
MAPA N.º 1
Jornada del 24 de setiembre de 1954
8 puntos alineados sobre 9, en dos alineaciones.
Una alineación de 6 puntos: Bayona - Vichy = 485 km.
Una alineación de 3 puntos: Le Puy - Tulle = 168 km.
Un punto aislado: Lantefontaine.
(Volver)
MAPA N.º 2
Jornada del 26 de setiembre de 1954
Tres casos sobre los cuales se informó muy bien.
Una observación hecha desde el camino de la Garganta del Gato: objeto que, según se
estima, estaba en la vertical de la Croix du Nivolet.
Dos días más tarde, un testigo de Challes-les-Eaux afirma que se trata de un vuelo de
estorninos.
Pero dos relatos acerca de un aterrizaje —el uno en Chabouil; el otro en Foussignargues—
parecen confirmar la primera versión: la recta Foussignargues - Chabouil pasa por Challes, a
seis kilómetros al sur de la Croix du Nivolet.
(Volver)
MAPA N.º 3
Jornada del 27 de setiembre de 1954
7 puntos alineados sobre 11, en 3 alineaciones.
Tres alineaciones de 3 puntos (Perpignan - Lemps = 307 km.; Lemps - Rixheim = 355 km.;
París - Rixheim = 392 km.) formando entre ellas un ángulo de 5 grados.
Intersección en Rixheim y en Lemps donde se divisó el gran cigarro y su cortejo de objetos
más pequeños.
Cuatro puntos aislados: Valence, Sauzet, Lante y Le Canet.
(Volver)
MAPA N.º 4
Jornada del 29 de setiembre de 1954
8 puntos alineados sobre 10, en tres alineaciones.
Una alineación de 5 puntos: Montagney - Bouzais = 305 km., que parecen haber seguido dos
objetos de tamaños muy diferentes.
Dos alineaciones de 3 puntos (Región parisina - Wassy = 200 km.; Rebais - Cabestany = 686
km.)
Un grupo aislado: L’Aber-Wrac’h - Landéda.
(Volver)
MAPA N.º 5
Jornada del 2 de octubre de 1954
31 puntos sobre el mapa forman una gran red centrada principalmente sobre Poncey-sur-
L’Ignon por donde pasan 8 alineaciones.
1 de 7 puntos: Les Rousses - Maisoncelles = 360 km.
2 de 4 puntos (Bassing - Aiguillon = 705 km.; Pellerey - Vatan = 235 km.)
5 de 3 puntos (Cholet - Willer = 630 km.; Poncey - Clermont-Ferrand = 230 km.; Poncey -
Magnac-Laval = 315 km.; Poncey - Avignon = 390 km.; Poncey - Le Grand-Combe = 370 km.)
En Poncey, centro de dispersión, apareció el “gran cigarro vertical”.
Varios de esos puntos tomados sobre diferentes alineaciones, forman otras 11 alineaciones
rigurosas.
1 de 5 puntos: Aurec - Quimper = 700 km.
3 de 4 puntos (Jeumont - Morestel = 530 km.; Willer - Saint-Paulien = 390 km.; Jeumont -
Magnac-Laval = 510 km.)
7 de 3 puntos (Saint-Brieuc - Morestel = 700 km.; Vannes - Morestel = 670 km.; Cholet -
Morestel = 520 km.; Savigny - Morestel = 170 km.; Aiguillon- Morestel = 430 km.; Saint-Brieuc
- Blanche-Eglise = 700 km.; Châteameillant - Aurec = 200 km.)
Vemos que Morestel es una estrella-cima donde culminan 6 alineaciones.
(Volver)
MAPA N.º 6
Jornada del 3 de octubre de 1954
34 observaciones hechas por miles de testigos. La mitad de los puntos se encuentran en el
norte de Francia, sobre un área de un largo de 120 km. y un ancho de 70, y se cortan
mutuamente en el espacio y en el tiempo.
Más aún: ciertas observaciones de esa región y de la otra mitad de los puntos determinan 4
alineaciones.
1 de 6 puntos: Pommiers - Le Chapelle-d’Armentières = 525 km.
1 de 5 puntos: Bergerac - Bressuire = 240 km.
2 de 4 puntos (Benet - Leignes-sur-Fontaine = 115 km.; Grandvilles - N.720 = 320 km.)
Bergerac - Bressuire y Benet - Leignes-sur-Fontaine se cortan en Saint-Maixent. Las dos
líneas punteadas representan dos supuestos trayectos.
(Volver)
MAPA N.º 7
Jornada del 7 de octubre de 1954
29 observaciones o grupos de observaciones determinan sobre el mapa una red compleja
que se compone de 26 alineaciones (ciertos puntos pertenecen a varias alineaciones).
Notemos la aparición de puntos-estrella. Hay cinco:
1 crecimiento de 6 alineaciones: Montlevic.
1 crecimiento de 4 alineaciones: Dordives.
2 crecimientos de 3 alineaciones: Levenay; Béruges.
1 crecimiento de 2 alineaciones: N.23, al este de Mans.
Sobre las dos primeras aparece el “gran cigarro vertical”.
Nueve puntos son o forman cimas multirradiales.
2 uniones de 5 radios o rayos: Isles-sur-Suippes; Hennezis.
2 uniones de 4 radios: Jettingen; Les Aubiers.
3 uniones de 3 radios: Plozevet; Bompas; Montpezat.
2 uniones de 2 radios: Cherbourg; Monteux.
Diez puntos son, a la vez, estrella y cima, pues son al mismo tiempo punto de partida de una
alineación y jalón de otra.
1 unión de 2 radios sobre 3 alineaciones: Puymoyen.
1 unión de 1 radio sobre 2 alineaciones: Ballon.
1 unión de 4 radios sobre 1 alineación: St. Bihy.
2 uniones de 3 radios sobre 1 alineación: Corbigny; St. Savinien.
2 uniones de 2 radios sobre 1 alineación: Duclair; Marcillac-de-Blaye.
3 uniones de 1 radio sobre 1 alineación: Beauvoir; Bournel; St.-Etienne-sous-Barbuise.
El ángulo recto aparece a menudo. Un rectángulo perfecto está formado por un trozo de las
siguientes alineaciones: Jettingen - Monteux - Hennezis - Marcillac-de-Blaye, Hennezis,
Jettingen, Plozevet - Beauvoir.
En fin: dos alineaciones son paralelas: Saint-Bihy - Bompas y Cherbourg - Cassis (7 puntos
sobre 900 km.)
(Volver)
MAPA N.º 8
Superposición de redes del 2 y del 7 de octubre de 1954
Tomar la red del 2 de octubre (líneas azules) y superponerla a la del 7 (doble línea negra).
Hacer coincidir el centro de las estrellas de Poncey (del 2) y de Montlevic (del 7) mediante
una traslación.
Realizar una rotación en el sentido inverso al de las agujas de un reloj hasta que:
1) Poncey - Clermont del 2 coincida exactamente con Isles-sur-Suippes - Montlevic -
Montpezat del 7.
Se obtienen 7 puntos alineados.
2) Comprobamos entonces que: Pellerey - Poncey - Magnac-Laval del 2 recubre no menos
exactamente Corbigny - Montlevic - Marcillac del 7.
Se obtienen 8 puntos alineados, de los cuales una única estrella, Puymoyen del 7, donde se
cortan entonces 7 alineaciones del 2 y del 7. Puymoyen se encuentra exactamente sobre St.
Brieuc - Morestel del 2 que comporta asimismo 4 puntos alineados.
3) Que: Poncey - Vatan del 2 recubre a su vez Jettingen - Montlevic - St. Savinien del 7,
formando una alineación de 7 puntos. Notemos que la longitud Poncey - Vatan del 2 es casi
igual a la longitud Montlevic - St. Savinien. St. Savinien y Vatan no están situados a más de 7
km. sobre esta superposición.
4) Que: Poncey - Avignon del 2 coincide casi exactamente con Hennezis - Montlevic -
Bompas del 7. En efecto, esta alineación del 7 pasa a menos de 5 km. de Avignon del 2,
mientras que Savigny del 2 cerca del centro de coincidencia de las estrellas se encuentra
sobre él. Obtenemos una alineación de 6 puntos y de una estrella que carece de observación
donde se cortan ahora 4 alineaciones.
5) En fin: que Jeumont - Magnac-Laval del 2 recubre con poca desviación Duclair - St.
Savinien del 7, que sólo están a 5 km. de la alineación del 8. Obtenemos 7 puntos alineados
(de los cuales 3 son estrellas) y una estrella que carece de observación del 7.
De esta suerte tenemos 4 ramas de estrella del 7, que recubren 4 ramas de estrella del 2 y
una alineación del 7 que se superponen a una alineación del 2.
Notemos por ahora las siguientes coincidencias:
Blanche-Eglise - St. Brieuc del 2 pasa, con un desvío de 2 km., por Lavenay del 7 más o
menos donde se cortan también 4 alineaciones. Notemos que Mauperthuis del 2, situada
sobre esta recta y donde pasan dos alineaciones de ese día, se encuentra a 5 km. sólo de la
intersección de otras 2 alineaciones del 7.
Blanche-Eglise - St. Brieuc del 2, pasa aun a la misma distancia de otra intersección donde se
cortan 2 rectas del 7: St. Bihy - Bompas y Plozevet-Beauvoir.
En fin: Blanche-Eglise, extremidad de esa alineación del 2, se encuentra sobre Jettingen - St.
Bihy del 7. Tenemos, de esta manera, una alineación de 4 puntos de los cuales hay una
nueva estrella.
Les Rousses del 2 está a menos de 5 km. sobre Isles-sur-Suippes - Bompas del 7, alineación
de 4 puntos de los cuales una estrella del 7 (Corbigny).
Bourg del 2 está a menos de 5 km. sobre Monteux - Les Aubiers del 7; 3 alineaciones se
cruzan allí (alineación de 4 puntos, de los cuales una es estrella, y de una estrella que carece
de observación del 7).
St. Paulien del 2 está a 2 km. cerca sobre Bompas - St. Bihy del 7 (4 puntos alineados, de las
cuales uno es estrella de Puymoyen).
Por ahora observamos lo que ocurre si unimos ciertos puntos no alineados de una misma
jornada, donde si se prolongan ciertas alineaciones (en trazo simple punteado negro sobre el
mapa).
Hennezis - Cherbourg del 7 pasa por Jeumont del 2.
Isles-sur-Suippes - Monteux del 7 pasa por Willer del 2.
St. Brieuc - Willer del 2 pasa por les Aubiers, estrella cima del 7 y atraviesa 2 intersecciones.
Montlevic - Béruges, 2 estrellas del 7 prolongada pasa por Quimper del 2.
Les Rousses - Vannes del 2 pasa por St. Savinien del 7.
Plozevet - Montpezat del 7 prolongado pasa por La Grand-Combe del 2.
La Ferté - Macé - Jettingen del 7 pasa por Bassing del 2 (se nota que esta línea atraviesa
exactamente una intersección del 7 cerca de Dordives).
Cholet - Magnac-Laval del 2 prolongada pasa por Montpezat del 7.
Aiguillon - St. Paulien del 2 prolongada culmina en Beauvoir del 7.
Montpezat - Puymoyen del 7 prolongada pasa por Rians del 2 y va a cortar una intersección
de 2 líneas del 7: Duclair, Plozevet, Cherbourg - Cassis.
Aurec - Vichy del 2 prolongada termina en la estrella de Puymoyen del 7.
Plozevet - Corbigny del 7 pasa por el cruce de Mauperthuis del 2.
Quimper - Maisoncelles del 2 prolongada termina en St. Etienne-sous-Barbuise del 7.
St. Paulien - Châteaumeillant, alineación del 2 prolongada termina en Plozevet del 7.
Cherbourg - Corbigny del 7 prolongada termina en Willer del 2.
Vichy - Louhans del 2 prolongada termina en Jettingen del 7, después de haber cortado la
intersección de Beauvoir - Pozavet e Isles-sur-Suippes - Bompas del 7.
Les Aubiers - Beauvoir del 7 pasa por Dijon del 2.
Le Ferté-Macé - St. Plantaire del 7 prolongada pasa por Morestel del 2.
En fin: se puede señalar Les Aubiers - Ballon del 7 pasando por Maisoncelles del 2.
Duclair - Béruges del 7 pasa por Provins del 2.
N 23 - Dordives del 7 prolongada termina en Bassing del 2.
Cassis - Plozevet del 7 pasa por Rians del 2.
Cassis - Les Aubiers del 7 pasa por Morestel del 2.
Esas cinco últimas relaciones no han sido llevadas sobre el mapa, pues ellas fueron
descubiertas en el último momento, in extremis, cuando el libro estaba en prensa.
Vemos, de esta manera, que todos los puntos, sin excepción, de las dos redes se relacionan
entre sí, ya sea por la superposición pura y simple de las alineaciones donde se encuentran,
ya sea por su emplazamiento sobre una alineación que pertenece a otra jornada, ya sea por
su emplazamiento sobre una interalineación que deriva de la superposición de las dos redes
según una orientación privilegiada.
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MAPA N.º 9
Jornada del 11 de octubre de 1954
18 puntos alineados sobre 19, en 8 alineaciones. 1 estrella en Domérat, donde se cortan 4
alineaciones: Birac (D 14) - Helmersdorf = 600 km. Montbazens - Meaux = 500 km. Montbazin
- Rouen = 690 km. Riom - Bauquay = 450 km.
Otras 2 alineaciones tienen el mismo origen: Fonfrède - Meaux = 413 km. y Fonfrède - Erbray
= 503 km.
Otra unión: Rouen con Helmersdorf = 498 km. La última unión: Helmersdorf con Taupignac =
668 km.
Un punto aislado: Clermont-Ferrand.
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MAPA N.º 10
Jornada del 12 de octubre de 1954
7 puntos sobre 3 alineaciones.
Una de 4 puntos: Orchamps - Vennes - Vielmur-sur-Agout = 530 km.
Dos de 3 puntos (Orchamps - Vennes - Monluçon = 320 km.; Frasne - La Rochelle = 580 km.)
Sobre la D-111 cerca de Frasne, un objeto se acerca al suelo para cambiar de rumbo;
procedía de una dirección a gran altura (punteado sobre el mapa) y sigue otra alineación
(Orchamps - Vennes - Vielmur-sur-Agout).
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MAPA N.º 11
Jornada del 14 de octubre de 1954
17 puntos sobre 11 alineaciones.
3 de 5 puntos (Méral - Poligny = 520 km.; Bois-de-Chazey - Poligny = 127 km.; Angles -
Louhans = 510 km.)
2 de 4 puntos (Fontaine-de-Vaucluse - Saint-Germain-du-Bois = 315 km.; Saint-Priest - Saint-
Germain-du-Bois = 120 km.)
6 de 3 puntos (Chardonnay - Tassenières = 66 km.; Chardonnay - Poligny = 72 km.; Fontaine-
de-Vaucluse - Chardonnay = 289 km.; Méral - Bourg = 510 km.; Méral - Montrevel = 492 km.;
Méral - Chardonnay = 470 km.)
Las tres trayectorias supuestas están punteadas.
Sobre la D-111, maniobra característica del paso de una alineación a otra.
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MAPA N.º 12
Jornada del 15 de octubre de 1954
8 puntos sobre 3 alineaciones.
1 de 5 puntos de los cuales hay 4 aterrizajes, va de Inglaterra a Italia: Southend - Pô di
Gnocca = 1.100 km.
2 de 3 puntos, que se cortan (S. Pierre - Halte - N-7, sur de Montargis = 340 km.; Fouesnant -
N-68, entre Niffer y Kembs = 860 km.)
En este último punto, un objeto disminuyó la velocidad, descendió en hoja muerta, cambió de
rumbo, para dirigirse hacia el sudeste.
Ahora bien: la línea Southend - Pô di Gnocca que atraviesa el Rhône exactamente en ese
lugar de la Nacional-68 situado entre las dos aldeas Niffer y Kembs y la aldea italiana a
centenares de kilómetros más lejos, está realmente en la dirección tomada por el objeto.
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FOTOS TOMADAS POR EL ANALIZADOR DE
TRAYECTORIAS EN FORCALQUIER
LÁMINA N.º 1
Cuando un avión atraviesa el campo del analizador de trayectoria, el parpadeo alternativo de
sus fuegos queda registrado bajo la forma de dos paralelas punteadas y alternadas (el
punteado de fuego verde es apenas visible). A la izquierda, cámara giradora; a la derecha
cámara fija.
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LÁMINA N.º 2
Tal como se ve, la huella, indicada por los dos triángulos negros, no se parece ni a la de un
avión, ni a la de un bólido (rapidez angular intermediaria).
Para conservar el carácter estrictamente científico de estas fotos, ninguna de ellas ha sido
retocada.
Cuando el analizador de trayectoria del señor Rigollet “coge” un bólido ordinario, la imagen
registrada es un punteado muy laxo (foto izquierda en el centro). Los arabescos son las
huellas de estrellas fijas, las cuales, debido a la doble rotación de la Tierra y de la cámara
giradora, describen cicloides sobre la placa fotográfica.
Foto derecha: el mismo bólido registrado simultáneamente por la cámara fija. A la izquierda se
ven las estrellas.
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LÁMINA N.º 3
El 3 de octubre de 1954, fue una de las jornadas más fértiles en observaciones. Durante la
noche del 3 al 4, el analizador registró el paso de un objeto sospechoso (punteado apenas
visible en el centro de cada una de las fotos). Arriba, cámara giradora. Abajo cámara fija.
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LÁMINA N.º 4
Los dos misteriosos objetos celestes registrados por el analizador de trayectoria en
Forcalquier, durante la noche del 3 al 4 de mayo de 1957.
Cámara fija (abajo): nótese el desdoblamiento vertical en la extremidad izquierda del objeto
de la recta (las huellas oblicuas son estrellas).
Cámara giradora (arriba): el desdoblamiento ya no aparece, la rotación del aparato ha velado
las imágenes. El cambio en la disposición relativa de las dos imágenes prueba que se trata
sin duda de objetos reales y no de defectos en la emulsión de las placas.
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Índice
Prólogo
Introducción
Primera Parte
La orquesta afina
Segunda Parte
Crescendo
Tercera Parte
El gran juego
Cuarta Parte
Decrescendo
Quinta Parte
Los datos del problema
Balance
Sexta Parte
Sombra y silencio
Breve nota sobre la teoría del capitán Plantier
Bibliografía
Símbolos empleados para los mapas
Mapas
Mapa n.º 1 - Jornada del 24 de setiembre de 1954
Mapa n.º 2 - Jornada del 26 de setiembre de 1954
Mapa n.º 3 - Jornada del 27 de setiembre de 1954
Mapa n.º 4 - Jornada del 29 de setiembre de 1954
Mapa n.º 5 - Jornada del 2 de octubre de 1954
Mapa n.º 6 - Jornada del 3 de octubre de 1954
Mapa n.º 7 - Jornada del 7 de octubre de 1954
Mapa n.º 8 - Superposición de redes del 2 y del 7 de octubre de 1954
Mapa n.º 9 - Jornada del 11 de octubre de 1954
Mapa n.º 10 - Jornada del 12 de octubre de 1954
Mapa n.º 11 - Jornada del 14 de octubre de 1954
Mapa n.º 12 - Jornada del 15 de octubre de 1954
Fotos tomadas por el analizador de trayectorias en Forcalquier
Lámina n.º 1
Lámina n.º 2
Lámina n.º 3
Lámina n.º 4
NOTAS
(*) Ver nota del autor al final de la quinta parte de este libro.
(*) Nótese, ahora, que algunos espíritus de cultura científica, como, por ejemplo, Jessup, en los
Estados Unidos, parecen detenerse en el razonamiento inverso: «que lo que no ha sido demostrado
puede ser verdad.» De allí otra actitud que consiste en informar acerca de todos los testimonios, hasta
los más absurdos, sin intentar una posible crítica, o postergando toda crítica para más tarde.
(*) Charles Garreau publicó en 1956 Alerte dans le Ciel (Ediciones del Gran Damier, Paris).
(*) Alerte dans le Ciel, Ediciones del Gran Damier, p. 186.
(*) Lueurs sur les Soucoupes Volantes, Mame, edit., p. 114.
(*) Lueurs…, p. 176.
(*) Lueurs…, p. 177.
(*) Lueurs…, p. 197 y siguientes. Ver, también, al final del presente libro. Breve nota sobre la teoría
del capitán Plantier.
(*) Luna llena en la noche del 14 al 15, cuatro días antes.
(*) Doctor Donald H. Menzel: Flying Saucers, Harvard University Press, 1953. Ver también: Aimé
Michel: Lueurs…, pp. 209 y siguientes.
(*) Lueurs…, p. 153.
(*) Lueurs…, p. 146.
(*) Lueurs…, p. 181.
(*) 10 kilómetros al este de Origny y 120 de Contay, más o menos.
(*) Testimonios sobre los cuales informa detalladamente Jimmy Guieu en su libro Black-out sur les
Soucoupes Volantes, ediciones del Fleuve Noir, Paris, 1956.
(*) El libro de Ruppelt no ha sido aún publicado.
(*) Aunque se tratara de una foto auténtica, se puede discutir la naturaleza del objeto fotografiado:
una pantalla arrojada al aire puede ser auténticamente fotografiada.
(*) Para atravesar la frontera franco-belga.
(*) El gran cigarro vertical. En este mismo capítulo.
(*) Ver en capítulo anterior.
(*) Ver en capítulo anterior.
(*) Ver en capítulo anterior.
(*) Black-out sur les Soucoupes Volantes, ediciones del Fleuve Noir.
(*) Ver, sobre todo, más adelante, la extraordinaria serie del tres de octubre y el apartado «Pequeño
Salón del Disco Volador 1954».
(*) Ver más adelante el análisis de las fotos tomadas por el astrónomo Rigollet.
(*) El curioso lector que desee comprobar que no invento nada puede consultar: a) para la garganta
del Gato: Le Parisien libéré del 30/9; b) para Foussignargues: Paris-Presse del 2/10; c) para Chabeuil:
Le Parisien libéré del 30/9.
(*) Altura de la Croix du Nivolet: 1.553 metros.
(*) Ver, por ejemplo, Jimmy Guieu: Black-out sur les Soucoupes Volantes, página 137.
(*) Sobre la ortotenia, ver la Introducción.
(*) He aquí las referencias de los periódicos para las observaciones del 27: París: Parisien libéré del
28/9. Sauzet: France-Soir del 30. Canet-Plage, Perpignan: La Croix del 30. Prémanon: todos los
periódicos hablaron de ella. Foussignargues: Paris-Presse del 2/10. Rixheim: France-Soir del 2/10.
Lemps: archivos de Charles Garreau. Lante: La Croix del 30. Froncles: Le Haut Marnais republicain
del 2/10.
(*) Le Haut Marnais informa muy bien sobre esta observación del 2/10. Ver, para Redon: Le Parisien
libéré del 30/9; Sens: archivos de Charles Garreau.
(*) Región parisina: Le Parisien libéré del 30. Rebais: Combat del 1/10. Wassy: Le Haut Marnais del
4/10.
(*) Cabestany: Combat del 1/10.
(*) Archivos de Charles Garreau para las dos observaciones.
(*) Archivos Charles Garreau.
(*) France-Soir del 2/10.
(*) Berry républicain del 29/9.
(*) Combat del 1/10.
(*) En abril de 1958, para realizar los mapas de este libro, Jean Latappy retomó en su totalidad el
estudio del 2 de octubre de 1954, y halló varias alineaciones que se me habían escapado. Como se
puede comprobar sobre el mapa, Jeumont se encuentra en la intersección de Morestel-Louhans-Dijon
con Magnac-Laval-Vatan-Maisoncelles. Latappy muestra que la recta Morestel-Bourg-Savigny no pasa
por Poncey sino claramente al oeste de esa localidad.
(*) Excepto que se encuentren precisiones suficientes que permitan puntear el mapa.
(*) Aimé Michel, Ediciones Arthaud, 6, rue de Mézières, Paris (6).
(*) Ver «Pequeño Salón del Disco Volador 1954», más adelante.
(*) Hay 31.000 habitantes en la comuna de Liévin, que forma con Leus, Hénin-Liétard, Sallaumines,
etc., una única aglomeración de más de 100.000 habitantes: las personas no se conocían.
(*) Ver el caso de las Balanzas Voladoras, más adelante.
(*) Para el que quiera tratar de hallar explicaciones por otro camino, he aquí las precisiones
meteorológicas para la región de Lille el domingo 3 de octubre de 7 p.m. a las 10 p.m.: buen tiempo,
claro, viento contra el sol, regular, 5 metros por segundo del sector sur.
(*) Ver capítulo primero.
(*) Por ejemplo, Saint-Romain-sous-Gourdon; ver más adelante.
(*) La luna estaba en su cuadrante del primer cuarto del día 5, dos días más tarde.
(*) Lueurs…, p. 159.
(*) Ver «Pequeño Salón del Disco Volador 1954», más adelante.
(*) Ver «El Psiquiatra y la Balanza», más adelante.
(*) Más atrás, en este capítulo.
(*) Más atrás, en este capítulo.
(*) Sobre la teoría del capitán de aviación Jean Plantier, ver La propulsion des Soucoupes Volantes
par champ de forces, Mame, edt. Ver también la nota sobre el particular, al final de este libro.
(*) Se trata del aterrizaje de Vron.
(*) Lueurs…, p. 146.
(*) Wells Alan Webb. Astro. Sec. Pac. agosto de 1955.
(*) Lick Observatory Bulletin, N.º 387 (1927).
(*) Saint-Savinien: Sud-Ouest del 14/10. Montlevic, Saint-Plantaire, Puymoyen: Paris-Presse del
9/10. Saint-Etienne-sous-Barbuise, Ballon, Lavenay, Les Aubiers, Chalette Dordives, Saint-Bihy,
Puymoyen: France Soir del 9/10. Isles-sur-Suippes y Cherburgo: Paris Presse del 10/10. Plozevet,
Béruges, Jettingen: France-Soir del 10/10: Tremblay, obreros Renault, Saint-Jean d’Asse: Aurore del
9/10. Marcillac, Mournel, Montpezat: Combat del 12/10/54. Cassis, Duclair, Beauvoir: archivos Charles
Garreau. Monteaux, Bompas, La Ferté-Macé y Hennezis, en fin, aparecen en el libro de Jimmy Guieu:
Black-out sur les Soucoupes Volantes, publicado en 1956, un año antes del descubrimiento de la
ortotenia, fenómeno que Jimmy Guieu conoció más tarde al leer este libro. La supresión de esos dos
casos no cambia, por lo demás, nada.
(*) Ver el detalle de esas coincidencias sobre el mapa número 8 y en la leyenda de éste.
(*) Combat del 12/10. Paris-Presse del 12/10.
(*) Por ejemplo, el Parisien libéré del 11/10.
(*) Figaro del 11/10:
(*) Jimmy Guieu informa sobre este caso en su libro: Black-out sur les Soucoupes Volantes, 1956,
ediciones del Fleuve Noir, p. 179.
(*) (1) Figaro del 11/10; (2) Ídem; (3) Jimmy Guieu, loco citado; (4) Combat del 12/10; (5) Paris-
Presse del 12; (6) Figaro del 11/10; (7) Ídem; (8) Charles Garreau; (9) Combat del 12/10; (10) Aurore
del 13/10; (11) Parisien libéré del 11/10.
(*) Ver, más adelante, «El Psiquiatra y la Balanza».
(*) Sobre esos colores múltiples, ver, más adelante, «Pequeño Salón del Disco Volador 1954».
(*) Es decir, cerca de Birac.
(*) Birac y Rouen: documentos personales. Todas las otras observaciones están señaladas en Le
Figaro, L’Aurore y Le Parisien libéré del 13 y del 14, Sud-Ouest y Ouest France del 14.
(*) Ver, más adelante.
(*) Orchamps, Frasne, Jambles: diario La bourgogne républicain, archivos Charles Garreau; otras
observaciones en Figaro del 13 y del 14, Franc-Tireur Parisien libéré del 14, Paris-Presse del 15, Sud-
Ouest del 13 y del 14.
(*) Ver los casos de Oloron y Gaillac.
(*) Ver capítulo segundo.
(*) Cuando recibí los esbozos de M. de Vézins, se los mostré a una personalidad militar, a la cual no
nombraré. Ese sabio los miró detenidamente, suspiró, hizo un gesto de abatimiento, tocóse la frente, y
dijo: «Cada vez más locos. Es el delirio. Pero ¿de dónde diablos sacan todo esto?» «Quizá sea un
globo», le sugerí. «No. Es el delirio, simplemente. Todos están locos, le repito.»
(*) Estos dos investigadores ya no pertenecen al observatorio de la Haute Provence, ni son
astrónomos de profesión.
(*) Niffer, Kembs, Calais, Montargis, Aire-sur-la-Lys: archivos Charles Garreau. Fouesnant: La
Croix del 17/10, así como Pô di Gnocca, Southend, París: France-Soir del 17/10.
(*) Alerte dans le Ciel, p. 150.
(*) Observación de Saint-Priest.
(*) Informe rendido por la Academia de Medicina, sesión del 16 de noviembre de 1954.
(*) Alusión al caso Mazaud, capítulo primero.
(*) Que el lector con conocimientos matemáticos trate de calcular las posibilidades que pueden
existir sólo de sacar dos veces seguidas, en el mismo orden, la misma serie de tres colores. Ahora bien:
1) Hay más de dos testigos separados: 2) No sólo hay dos colores sino todo lo demás: formas,
comportamientos, coincidencia en el tiempo, etc. Atribuir al azar tal encuentro es lo mismo que decir
que dos músicos puedan componer por azar, separadamente, la misma pieza, o que dos pintores puedan
ejecutar por azar, al mismo tiempo, dos cuadros imaginarios, uno de los cuales es la copia del otro.
(*) La Oficina de Misteriosos Objetos Celestes de la Fuerza Aérea trató en vano de explicar otra
observación de «Balanza Voladora» hecha en Junio de 1954 por un piloto de pruebas de Brétigny (ver
Alerte dans le Ciel, p. 139).
(*) Por ejemplo, en Les Races humaines, por el profesor Henry-V. Vallois, P.U.F., p. 26.
(*) Les Races et l’histoire, por el profesor Pittard, Renaissance du Livre, París.
(*) Ver la última parte de este libro.
(*) Jimmy Guieu: Les Soucoupes Volantes viennent d’un autre monde, París, 1954.
(*) Gray Barker’s Saucerian Bulletin, 15 de setiembre de 1956.
(*) C.S.I. News Letters, 1 de mayo, pp. 12-13.
(*) 27, rue Etienne-Dolet, Bondy (Seine). Ouranos es también el nombre de la revista publicada por
este organismo.
(*) Jacques Bergier no niega estas magnetizaciones. Cree que los tableros pudieron ser magnetizados
debido a que permanecieron durante largo tiempo en los depósitos, orientados en relación al
magnetismo terrestre.
(*) De esos dos testigos tomé el nombre imaginario de medusa, dado regularmente a ese fenómeno a
lo largo de este libro.
(*) Hay cosas inexplicables en toda técnica, aun en la más modesta, por cierto. Todo técnico lo sabe,
y se resigna, y tal vez en eso su mentalidad difiere de la del sabio.
(*) El 14 de noviembre de 1954, dos tractores viajaban, uno al lado del otro, cerca de Forli (Italia).
Sobrevolados por un objeto que emitía una luminosidad roja, uno sufrió un desperfecto, el otro siguió su
camino. El primero funcionaba mediante la bencina; el otro mediante la ignición eléctrica. El otro era
un Diesel…
(*) Ver Science et Vie de abril de 1958.
(*) El comportamiento fue observado después, y descrito con gran precisión en la Unión Soviética.
(Ogoniok, número 11, marzo de 1958).
(*) Se trata de un astrónomo profesional, y no de un aficionado. Frente a sus colegas, este astrónomo
(que no es el señor Rigollet, citado varias veces en esta obra) se guarda muy bien, por supuesto, de
mostrar la menor duda en cuanto a la inexistencia de los Discos Voladores. Gracias por la ayuda que no
cesó de prestarme, como a un gran número de sabios. Un día se sorprenderán cuando sepan que algunos
maestros de las investigaciones de C.N.R.S. colaboran en mis investigaciones.
(*) Todos aquellos que se ocupan de los Discos Voladores y se atienen a los hechos probados, poseen
archivos repletos de cartas injuriosas de esa secta. A Dios gracias, la ortografía y el estilo amenizan la
lectura.
(*) El racismo no sólo es abyecto frente a la moral sino también, y es bien conocido, absurdo frente a
la ciencia, pues todos los hombres actuales pertenecen a la misma especie.
(*) El lector que desee profundizar estas reflexiones puede leer Trente Millions de siècles de Vie, por
André de Cayeux, con prólogo de Aimé Michel (André Bonne, editor). A. de Cayeux está encargado del
curso de geología en la Sorbona.
(*) Sky and Telescope, vol. XVI, número 6, abril de 1957, p. 275.
(*) Observemos, sin embargo, que, según la Relatividad restringida, la tripulación de una máquina
que efectúe un viaje de ida y vuelta a 100.000 kilómetros por segundo envejecería veintitrés años y siete
meses más o menos, mientras sobre la Tierra sólo habrían transcurrido veinticinco años. A 270.000
kilómetros por segundo sólo envejecería diez años y once meses, apenas, lo cual abre, quizá,
perspectivas… (Célebre es, por ejemplo, el «viajero» de Langevin).
(*) Quillet, editor.
(*) Ayudante en el Instituto Nacional de Investigación Agronómica. Autor de numerosos trabajos
sobre las abejas y el aprendizaje en los insectos.
(*) Ver, por ejemplo, Vie y moeurs des insectes, por el profesor Rémy Chauvin, Payot, editor, París.
De l’animal a l’homme, por Jacques Lecomte, Mame, editor, París.

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